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CAPITULO X

RESPONSABILIDAD POR DAÑOS

ARTICULO 40. Si el daño al consumidor resulta del vicio o riesgo de la cosa o

de la prestación del servicio, responderán el productor, el fabricante, el

importador, el distribuidor, el proveedor, el vendedor y quien haya puesto su

marca en la cosa o servicio. El transportista responderá por los daños

ocasionados a la cosa con motivo o en ocasión del servicio.

La responsabilidad es solidaria, sin perjuicio de las acciones de repetición que

correspondan. Sólo se liberará total o parcialmente quien demuestre que la

causa del daño le ha sido ajena.

(Artículo incorporado por el art. 4º de la Ley Nº 24.999 B.O. 30/7/1998).

La autonomía del régimen de reparación de daños del derecho del consumidor

El Estatuto del Consumidor ha dado nacimiento a un régimen de

responsabilidad autónomo y diferente al previsto para el derecho privado en

general (se ha explicado que ese sistema reparatorio propio es una derivación

del art. 42 CN). Siendo un microsistema jurídico.

Bien se ha dicho que “el derecho del consumidor ha provocado, en el

sistema jurídico nacional, una verdadera transformación, asumiendo, como


ninguna otra rama de la ciencia jurídica, un papel de relevancia en el proceso

de renovación del derecho privado argentino. La protección jurídica de los

consumidores y usuarios ha conseguido a través de su relativamente joven

desarrollo doctrinario, normativo y jurisprudencial, teñir con sus principios

preventivos y protectorios muchas de las instituciones del derecho clásico...A

dichas transformaciones no ha escapado el campo de la responsabilidad civil

por daños derivados de la utilización de productos o servicios, siendo tal vez

esta disciplina la que muestra los más valiosos progresos como directa

consecuencia de los cambios introducidos desde la órbita del derecho del

consumidor, que han modificado en forma sustancial...los alcances preventivos

y reparatorios del derecho tradicional”.

Este sistema autónomo de responsabilidad por daños previsto en el

Estatuto del Consumidor tiene diversas notas distintivas que lo diferencian del

sistema general del Cód. Civ. y Com. y es más beneficioso para el consumidor

o usuario.

Esa autonomía se manifiesta, por ejemplo, en la existencia de una

legitimación activa amplia (arts. 1º y 52 LDC y 1092 del Cód. Civ. y Com.),

legitimación pasiva también extensa (arts. 2°, 13 y 40 LDC), garantías legales

obligatorias para cosas muebles no consumibles (arts. 11 a 17 LDC), régimen

especial de vicios redhibitorios (art. 18 LDC), posibilidad de reclamar daños

punitivos (art. 52 bis) y daño directo (art. 40 bis LDC), no limitación de la

extensión del resarcimiento ante incumplimientos contractuales (art. 10 bis

LDC), opción de accionar colectivamente con base estrictamente normativa

(arts. 52 y 54 LDC), ventajas de carácter procesal: beneficio de gratuidad y


principio de la cargas probatorias dinámicas, por ejemplo (art. 53 LDC), entre

otros puntos de relevancia.

Sostiene LORENZETTI que la cuestión de la responsabilidad en el

ámbito del Derecho del Consumidor exhibe una autonomía teórica (aún no

terminada) que se manifiesta en la supresión de la esferas contractual y

extracontractual y en la eliminación de la diferencia entre obligaciones de

medio y de resultado. Esto último porque “el hacer no es mera diligencia, sino

expectativa creada”.

Según mi punto de vista, el art. 40 LDC constituye el “corazón” de ese

régimen reparatorio autónomo. A su estudio nos abocaremos en los siguientes.

Ámbito de aplicación (daños originados en el riesgo o vicio de la cosa o de la

prestación del servicio)

El art. 40 LDC es aplicable a todo supuesto dañoso derivado “del vicio o

riesgo de la cosa o de la prestación del servicio”.

Teniendo en cuenta esto, las situaciones abarcadas son:

1.- Vicio o riesgo de la cosa (también debe incluirse aquí los daños causados

por la actividad riesgosa).

2.- Prestación de servicios.

Vemos que en ninguno de los dos casos se exige un factor de atribución

de tipo subjetivo para hacer responder al proveedor. Esto se encuentra en línea

con lo que hace un tiempo expresaba Eduardo ZANNONI, afirmando que el

deber genérico de no dañar a otro tenía en la actualidad una fuerza expansiva


que quedaba evidenciada al analizarse los factores atributivos de la

responsabilidad hoy predominantes.

Desde el AED, se ha señalado que un régimen de responsabilidad

objetiva tiene la finalidad de internalizar los costos eventuales de daños sobre

los consumidores siendo preferible en aquellos casos en que no se puede

esperar que el consumidor adopte medidas de prevención a bajo costo. A ello

se agregaba que “el criterio de responsabilidad objetiva es el más adecuado en

los casos en que el riesgo es muy difícil de percibir por el consumidor y que

resulta óptimo que el riesgo lo asuma la firma”. Es por ello que “la

responsabilidad objetiva actúa como un impuesto”. Una consecuencia será que

las empresas aumenten el precio de sus productos para asegurarse contra los

riesgos de futuras demandas “pero éste es un precio que debe asumir el

consumidor para tener productos seguros”. Fuera de esto “el aumento de

precios serviría como una suerte de seguro cuyo costo se difundiría a través de

todos los consumidores en lugar de ser sufrido exclusivamente por aquellos

que tienen productos defectuosos”.

Ocupándonos primero de las cosas viciosas o riesgosas podemos decir

que ello, a primera vista, suele asociarse con la “responsabilidad por productos

elaborados”.

Sin embargo, es buena la aclaración que efectúa LORENZETTI al decir

que el art. 40 LDC no requiere que exista necesariamente un producto

elaborado, bastando con una cosa viciosa o riesgosa destinada al consumo.

FARINA caracteriza al “producto elaborado” como “toda cosa mueble o

inmueble, natural o industrial, destinada a la comercialización, en cuyo proceso


de creación, transformación o desarrollo, así como en la preparación para su

consumo o uso, haya intervenido la actividad humana, sin olvidar que cabe

también ubicar dentro de este concepto a los productos naturales, pues

requieren de la intervención del hombre, tanto en lo relativo a su desarrollo

(p.ej., la aplicación de fertilizantes) como a su conservación, fraccionamiento o

envase”.

Se suele hacer referencia a cuatro grandes tipos de fallas o defectos en

la elaboración de los productos. Esta clasificación tiene utilidad para intentar

discernir quién es el responsable último de los daños sufridos a causa de los

mismos o para que algún proveedor en particular intente eximirse de

responsabilidad. Esas fallas pueden ser:

a.- Defectos de diseño, que se identifican con aquellos casos en los

cuales el producto presenta fallas en su “arquitectura misma” o desde su

concepción, aun cuando el proceso de fabricación posterior respete a rajatabla

esa idea original de su creador. Sería el caso, por ejemplo, de un medicamento

en el cual la fórmula en la cual se basa contiene componentes que ponen en

peligro la salud humana.

Este supuesto debe distinguirse de aquel en el cual la fabricación de un

producto está sometida al control del Estado. En este tipo de casos, aun

cuando se haya obtenido la aprobación estatal, el fabricante no deja de

responder por las fallas de sus productos. No obstante, se ha aclarado que “tal

autorización posee relevancia si no se demuestra expresamente la existencia

de falla en el producto. Es decir que ante meras presunciones de un posible

vicio de fabricación, la existencia de autorización estatal debería hacer caer esa

presunción”. Aun antes de la sanción de la LDC encontramos alguna


jurisprudencia que resolvió en tal sentido. En estas hipótesis, hay quienes

dejan entrever la posibilidad de que el consumidor accione incluso contra el

Estado cuando el daño sufrido provino de la omisión de un servicio concreto

razonablemente exigible.

b.- Los defectos de fabricación se dan cuando el producto, concebido

correctamente ab initio, es elaborado de manera insegura o no respetándose

las pautas previstas en el plan que lo concibió. Sería el caso de un automóvil

(bien diseñado en su prototipo) al cual, durante la fabricación, se le decide

incluir un material de menor calidad al originalmente previsto para abaratar

costos empresariales. También cuando no se producen los testeos de

seguridad correspondientes previos a su lanzamiento al mercado o cuando

existen simplemente fallas o errores humanas en el proceso de elaboración.

c.- Los defectos de construcción son una variante de los de fabricación.

La diferencia está dada por el hecho de que éstos últimos hacen mayor

referencia a procesos “en serie” en los cuales se producen bienes

masivamente que no presentan diferencias entre sí. En cambio, en los primeros

estamos ante procesos “más individualizados” o bienes “hechos a medida”

como sucede con la edificación de inmuebles o con un mueble realizado por

encargo por citar dos ejemplos.

d.- Los defectos de información, se dan en aquellos productos que no

tiene defectos de diseño ni de fabricación (o construcción) pero requieren el

suministro de una determinada información al consumidor o usuario para su

uso correcto y seguro. Un ejemplo podrían ser los alimentos o bebidas cuya

ingesta excesiva produzca daños respecto a los cuales el proveedor no realice

ningún tipo de advertencias en su envase y publicidades.


Lógicamente los defectos de información adquieren mayor relevancia y

se evidencian con mayor notoriedad ante productos o servicios riesgosos.

En los últimos tiempos, la jurisprudencia viene acudiendo con frecuencia

a estos defectos para responsabilizar al proveedor frente al consumidor

dañado.

Así, por ejemplo, se ha expresado que la deficiente información respecto

de las posibles contraindicaciones y efectos adversos de un medicamento

permite considerarlo defectuoso en los términos del art. 40 LDC.

En otro caso se señaló que el fabricante de un producto desengrasante

que no especificó en el envase la composición química del bien ni el antídoto a

utilizar en caso de ingesta debía responder por al agravamiento de las lesiones

padecidas por el actor en razón de su ingesta accidental, pues, si bien el daño

se producía de forma inmediata, de contarse con la información debida por el

proveedor en cuanto al producto y su toxicidad, se hubiera tratado a aquel de

forma más urgente e inmediata y existiendo la posibilidad de que las secuelas

fueran menores, máxime cuando la determinación de sus componentes podía

llevar horas o días.

También se consideró que la empresa automotriz demandada debía

responder por la muerte que sufrió el conductor de un vehículo que fabricó,

cuando en una colisión pese a tener colocado el cinturón de seguridad salió

despedido por tener la butaca reclinada, dado que no cumplió con el deber de

información, ya que en el manual de usuario que le proveyó a la víctima, no le

explicitó en cuantos grados podía reclinar la butaca sin que ello conlleve al no

funcionamiento del cinturón.


Lógicamente, esta tajante separación teórica no se evidencia así en los

hechos en donde, incluso, no faltarán los supuestos en los cuales se combinen

defectos de diseño, fabricación (o de construcción) e información

simultáneamente, o algunos de ellos.

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