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Delitos contra el Honor

Nociones generales

a) La dimensión histórica y su sistematización juridica

En los delitos contra el honor se pueden distinguir dos sistemas: el primero es

el que considera al honor como integrante de los atributos de la persona y por

tanto se los incluye en esa clase de ilicitudes. El otro, comparte Alejandro Tazza,

es estimar que estos delitos integran una categoría aparte. Ello parece lo más

acertado en razón de dos argumentos esenciales:

 De conformidad al artículo 117 del Código Penal, en los delitos contra el

honor es admisible la retractación. Por el contrario, ningún delito contra las

personas es retractable.

 Los delitos contra el honor son de acción de privada (art. 73 CP). Esto no

sucede con los delitos contra las personas, los cuales son de acción pública

(art. 71 CP).

Desde esa óptica identifica Alejandro Tazza al honor como la gloria o buena

reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones; la buena opinión tanto

de nosotros mismos como la que los demás tienen de uno, en aras del

comportamiento y demás cualidades que forman parte de la personalidad de cada

individuo.
Ello por cuanto el concepto de honor, tanto en sentido vulgar como en un

sentido jurídico, hace una genérica referencia a la “valoración integral de una

persona en sus relaciones ético-sociales”; valoración que puede asumir diversos

aspectos.

Carlos Creus dice que el honor puede definirse como “las cualidades

valiosas que revisten a las personas en sus relaciones sociales, y que se refieren

a sus cualidades morales o éticas y cualesquiera otras que tengan vigencia en

esas relaciones profesionales, jurídicas, familiares, familiares, culturales, físicas,

psíquicas y sociales en general”; opinión en cierto modo compartida por Ricardo

Núñez, quien expresa que el honor como bien jurídico protegido por el Código

Penal “es la personalidad o la suma de cualidades morales, jurídicas, sociales y

profesionales valiosas para la comunidad, atribuibles a las personas”.

Por su parte, estima Alejandro Tazza que el honor “es un juicio de valor que

recae sobre la autoconciencia de la propia moralidad (dignidad y decoro) y como

favorable estimación por parte de la comunidad”. Es un concepto que puede

traducirse en dos palabras: dignidad moral. Y esta última debe ser entendida como

un valor que tiene una doble acepción: el reflejo que esa dignidad tiene en los

demás, y la estimación que los demás tienen a esa dignidad moral, que es lo que

ha significado históricamente el concepto del honor: “lo que los demás piensan de

uno”.

La honra es una virtud tanto personal como social. Es personal porque cada

uno la tiene en virtud de su proceder y no es posible arrebatársela con la mentira o


la calumnia. Pero es social porque defiende, en ocasiones, de la malicia, del

resentimiento de unos pocos.

Es en la fama donde acaban centrándose, a fin de cuentas, la honra y el

honor. La fama es el juicio de los demás sobre lo que hace o deja de hacer la

persona que tiene honor u honra; es lo que esa sociedad (los demás o los otros)

piense o diga del comportamiento de cada cual (y esos otros pueden ser una

corporación, una clase, la nación entera o un conjunto de vecinos).

Por supuesto que el concepto del honor ha ido evolucionando con el

transcurso del tiempo. En definitiva, el honor trata de una valoración o un juicio de

valor que se refiere a las cualidades personales de un individuo, y que,

lógicamente, depende y varía según la época histórica y las costumbres sociales

en torno al ámbito de actuación de la persona en forma individual y también en su

comportamiento colectivo o social.

Y es a partir de ello que el honor se divide (dogmáticamente) en el honor

subjetivo y el honor objetivo.

El honor subjetivo es la representación o concepto que una persona tiene

de su propio valer, de sus cualidades personales y de su propia reputación,

mientras que el honor objetivo se conforma con la opinión que los demás tienen de

un individuo; la consideración social o general respecto de una persona. El honor

subjetivo es una autovaloración, es decir, el aprecio de la propia dignidad como el

juicio que cada uno tiene de sí mismo en tanto sujeto de aquellas relaciones ético-

sociales.
A su vez el honor objetivo se encuentra configurado por la valoración que

otros hacen de la personalidad ético-social de un sujeto, o sea, lo que los demás

piensan, opinan o estiman de un individuo en particular. Es la reputación o fama,

como cualidad extrínseca a la propia opinión del sujeto.

Esta doble valoración o doble perspectiva del honor es reconocida

jurisprudencialmente, y así se ha dicho que el honor (bien jurídico amparado por

los delitos que se encuentran bajo la rúbrica Delitos contra el honor en el Título II

del Libro Segundo del Código Penal) ha sido tradicionalmente protegido por

nuestro ordenamiento jurídico, mas hoy en día se reconoce, más allá de la

llamada exceptio veritatis, que su protección debe en cierta forma relativizarse

cuando existen otros intereses fundamentales en conflicto. De todas maneras, el

honor sigue constituyendo un bien de vital importancia en nuestro Derecho, cuyo

resguardo está previsto en diversos ámbitos del ordenamiento jurídico en general

(penal, civil, labora, etc.).

De todos modos, y más allá del ambivalente criterio distintivo, el concepto

del honor debe guardar relación con la valoración debida que establece el orden

jurídico, porque como acertadamente señala Soler, es posible que un sujeto sea

tenido por honrado sin serlo y viceversa, que todos crean equívocamente en su

deshonor. Entonces, se torna necesario tener en cuenta la relación que esos

juicios guardan con el interés social que pueda existir en el mantenimiento de uno

u otro concepto, porque la tutela social del honor no es indistinta, indiferenciada e

igual en todos los casos.


Esto quiere decir que el honor va a ser protegido en relación y en la medida

que establezca el interés social regulado por el orden jurídico. Cuando lo ofendido

sea exclusivamente el honor subjetivo de alguien, no siempre el Derecho Penal

acudirá en su ayuda, pues existirán casos en los cuales prevalecerá el interés

social por encima del interés individual. A la inversa, existirán casos en los cuales

se lesione el honor objetivo a pesar de la opinión generalizada sobre la fama de un

sujeto, y el Derecho Penal aparecerá protegiéndolo en aras del honor que es

debido a cualquier individuo, conforme el interés social que existe en garantizarlo

en tal modo.

Bien aclaraba Núñez que las formas ilícitas que puede asumir un ataque al

honor de una persona están dadas por la tipificación de los delitos de calumnias o

injurias. En estos casos de ataques al honor, la injuria constituye el género y la

calumnia la especie. La injuria representa un ataque a la honra u honor subjetivo,

o también un ataque al crédito, fama o reputación, en cuyo caso lo lesionado es el

honor objetivo. A su vez, la calumnia configura un ataque al honor subjetivo u

objetivo del sujeto pasivo, aunque la especialidad está dada porque se ofende al

honor personal de alguien atribuyéndole falsamente un delito.

Por tanto, el honor es la consideración merecida y debida a cualquier

persona, que proviene y es inherente a la condición que deriva de la dignidad del

ser humano, y por ende, tutelada por el orden jurídico en aras de su integra

preservación.

No sólo el Derecho interno, sino también el internacional consagran

disposiciones que lo protegen. Así, el artículo 11 de la Convención Americana


sobre Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho al respeto de

su honra y al reconocimiento de su dignidad. En tal sentido se establece que nadie

puede ser objeto de ataques ilegales a su honra o reputación, y que toda persona

tiene derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o ataques.

En términos similares se pronuncia el artículo 17 del Pacto de Derechos

Civiles y Políticos, mientras que el artículo V de la Declaración Americana de

Derechos Humanos consagra la protección de la honra y la reputación, al igual

que la vida privada y familiar de cualquier persona.

De esta manera, nuestro legislador penal ha querido seleccionar en este

Título II del Libro Segundo del Código Penal aquellas formas comisivas que ha

considerado lesivas para el honor de cualquier persona, tanto desde la perspectiva

subjetiva como desde la dimensión objetiva, para alcanzar de tal modo una

protección integral del honor como derivación del respeto por la condición de la

propia dignidad inherente a todo ser humano.

Esta apreciación, o, mejor dicho, estos grados de apreciación acerca de la

estima, el decoro o el merito de los propios atributos de la personalidad o de un

aspecto físico de la integridad del individuo son los que aquí verán protegida su

intangibilidad. No son pocas las complicaciones en este aspecto, especialmente

en aquello que radica en torno al criterio de valoración, a la realización de una

concreta ofensa al honor, y principalmente, en el apego a un criterio de legalidad

penal que en esta clase de figuras se ha visto bastante desdibujada.


Titular del bien jurídico tutelado

En cuanto al titular de la protección especial en esta clase de delitos, la

problemática consiste en determinar si todas las personas de cualquier clase y

naturaleza tienen un honor que es tutelado penalmente por el catalogo represivo o

si, por el contrario, en algunas condiciones o circunstancias, tal protección no se

extiende a determinados sujetos, como el supuesto de quienes ya han fallecido,

los dementes, menores, etc.

En base a ello se han tratado las siguientes hipótesis:

 Personas deshonradas

Esta cuestión proviene fundamentalmente del Derecho Romano, donde

según las normas vigentes en la época existían sujetos que no estaban dotados

de personalidad, y por tanto no podían ser objeto de ataques al honor, como

ocurría con los esclavos.

Tambien sucedía en aquellos supuestos en los cuales una persona había

sido excluida de su calidad honorifica en virtud de una tacha de infamia o

deshonra. Por ejemplo, como bien señala Núñez, en aquella época se negaba la

acción de injuria a los lenones, meretrices, gladiadores y semejantes.

En la actualidad, el Derecho en general y principalmente el Derecho

argentino, no admite la existencia de individuos carentes de honor, e incluso la

infamia por traición a la patria no despoja al reo de su personalidad (arts. 29 y 119

de la CN). Se trata de una infamia de efecto jurídico intrascendente en este

aspecto.
Por ende, debemos descartar el supuesto según el cual existen personas

sin honor o deshonradas que no pueden ser titulares del bien jurídico aquí

protegido, y, por lo tanto, sujetos pasivos de estas ilicitudes.

 Los menores de edad

La doctrina acepta en general que los menores pueden ser sujetos pasivos

de los delitos contra el honor pues, como dice Aguirre Obarrio, “su recuerdo puede

subsistir en el tiempo y perjudicarle más tarde, ya que, con el andar de los años,

cuando el menor se haya creado una personalidad, las injurias vertidas en su

contra en su primera edad podrán gravitar en el concepto que de él se vayan

formando las personas y hasta acarrearle serios perjuicios”.

La opinión negativa de que los niños puedan ser sujetos pasivos de delito

contra el honor tiene su origen en la idea de que el bien jurídico que subyace en

estos ilícitos es el honor real de las personas.

Que un menor no haya alcanzado la madurez necesaria que la ley civil

exige no significa per se que no ostente un honor que sea protegido en términos

penales. Para Donna los menores de 16 años pueden ser calumniados, pues

pueden cometer hechos delictivos (aunque no sean punibles) y ello dar lugar a

disposiciones tutelares a su respecto.

El niño tiene atributos personales por su sola condición de ser humano, y

aunque aquella falta de madurez no le permita discernir la ofensa, la proyección

de futuro hombre o mujer autoriza a la sanción punitiva en tales casos. Lo que se


discute, es cierto, no es si el niño tiene honor o personalidad, sino si puede

sentirse ofendido por la misma.

El problema se presenta aquí porque el artículo 75 del Código Penal

establecía que la acción por calumnia o injuria sólo podrá ser ejercida por el

ofendido, siendo que en estos casos el menor no puede legalmente estar en juicio.

Ahora bien, se ha sostenido que “las normas que rigen el ejercicio de las

acciones no pueden divorciarse de la muy clara finalidad tuitiva que el

ordenamiento jurídico todo tiene hacia los incapaces, pues de lo contrario se

llegaría a una solución disfuncional dejando desamparado a quien la ley ha tratado

de proteger. Así resultaría un contrasentido privarle a sus representantes legales

la facultad de accionar en salvaguarda de su honor, ya que como titulares de este

bien jurídico son susceptibles de ser sujetos pasivos de los delitos que lo

lesionan”.

Por tanto, puede asegurarse que los menores pueden ser victimas directas

de este delito aun cuando de ello no tengan una noción exacta y perfecta de la

afectación padecida, y el hecho de que la acción procesal no pueda ser ejercida

directamente por éstos no debe ir en desmedro de una efectiva tutela de sus

derechos. Es por esto que podrán válidamente sus progenitores o representantes

legales ejercitar la acción respectiva en procura de reparar la ofensa proferida

hacia ellos como víctima de tales ilícitos.


 Incapaces

Quienes no tienen conciencia del carácter ofensivo de los ataques a su

honor se encuentran incluidos en esta hipótesis, que es similar a la de los

menores.

Nuevamente la cuestión debe definirse en términos del honor objetivo

merecido, sin que la ausencia de capacidad para comprender subjetivamente un

ataque a su persona sea un obstáculo para considerarlos como posibles sujetos

pasivos de tales ataques.

Aunque el demente haya perdido su propia personalidad (a raíz de su

enfermedad mental), es innegable que alguna vez la tuvo y con ella su propia

reputación. Por otra parte, es posible que alguna vez recobre su salud, y con ella

su plena personalidad.

En consecuencia, no podemos negar que los alienados pueden ser sujetos

pasivos de los delitos contra el honor.

Por otra parte, tampoco es justo dejarlos fuera de la protección legal,

máxime cuando el honor es debido a todos los individuos sin distinción de clases,

naturaleza o circunstancias especiales.

En estos casos, el ejercicio de la acción penal podrá ser intentado por su

representante legal al igual que sucede con los menores.


Difuntos

Ésta es una cuestión que en doctrina nacional y extranjera ha preocupado a

los autores, y que en algunas legislaciones ha sido materia expresa de

consagración normativa a fin de evitar controversias al respecto.

Para algunos, los ultrajes a la memoria del difunto constituyen una figura

delictiva distinta e independiente, pues representa en realidad una ofensa al honor

de los familiares del muerto, al sentimiento de piedad de los parientes más

próximos o, en definitiva, a la colectividad en general.

En torno a este asunto se debe distinguir:

1) Ofensas inferidas al honor de una persona viva que luego fallece,

permitiéndose según nuestro Código Penal el inicio o la continuidad de las

acciones a los familiares de la victima mencionados en el art. 75 del

sistema punitivo (cónyuge, hijos, nietos o padre sobreviviente). Conforme a

lo expresado por Buompadre, para que los parientes mencionados en el

texto de la ley tengan expedita la acción penal, la ofensa debe haberse

proferido en vida del difunto.

De manera que (siempre de acuerdo con el autor citado) la regla

emanada del artículo 75 del Código Penal impide el ejercicio de la acción

penal cuando el agravio ha sido proferido a la memoria del muerto.


El fallo plenario de la Cámara en lo Criminal y Correccional de la

Capital Federal “Romay, Alejandro” confirmó lo expuesto más arriba en los

siguientes términos: “las personas mencionadas en el artículo 75 del

Código Penal no tienen acción para querellar por las ofensas proferidas a la

memoria del difunto o cónyuge después de su muerte”.

Por lo tanto, las ofensas proferidas propiamente al honor de alguien

que ya ha fallecido no tendrían acogida en nuestro ordenamiento penal, al

menos desde la posibilidad fáctica de lesividad honorifica al destinatario de

tales agravios.

2) Ofensas inferidas al difunto que implican lesiones al honor de sus

familiares, como el caso de reproche de impotencia sexual, que representa

en sí una imputación de infidelidad a la viuda que ha sido madre, etc. En

realidad, no estrictamente un caso de ofensa al muerto, sino a la persona

que vive, direccionada a través de una referencia a un difunto.

Es entonces que, en estos casos, la victima o sujeto pasivo no es ya el

difunto sino la persona afectada por tales expresiones, quien puede accionar

válidamente en aras de la protección de su propia dignidad personal. El difunto

sólo seria el medio o vehículo por el cual se pretende ofender al superviviente.

3) Supuestas ofensas proferidas en el marco de una critica histórica. En

realidad, no encuentra en jurgo un interés honorifico del difunto, sino el


interés de personas vivas en la memoria o actuación del difunto. Son

conflictos de intereses extraños al difunto, que, en realidad al no ser ya una

persona viva, no puede ser titular de derechos en razón de que no existe

como entidad o sustrato real indispensable para asignarle la calidad de

persona.

La incolumidad de la memoria que los vivos tienen del muerto es un

interés jurídico de aquéllos, cuyo contenido como objeto de la protección

penal reside en su recuerdo y no en el honor del muerto como valor para

éste. Una cosa es el reconocimiento de una acción penal para proteger su

memoria, y otra distinta es dotar a un difunto de un honor extra mortem.

Consecuentemente, existe una limitación temporal de carácter

procesal para acceder a la reparación integral provocada por la ofensa.

Sólo cuando en vida haya sido iniciada una acción de tal naturaleza, sus

herederos forzosos podrán continuarla hasta su total terminación, mas se

encuentran impedidos de iniciarla una vez fallecido quien haya sido objeto

de ataques a su honor.

En definitiva, careciendo ya de personalidad, técnicamente quienes

han fallecido no pueden ser sujetos pasivos de un delito contra el honor.

Personas jurídicas

Las personas jurídicas no pueden ser sujetos pasivos del delito de injurias,

y sobre esto la jurisprudencia era bastante pacifica al respecto, aunque en la

actualidad la cuestión haya sido cerrada definitivamente por la reforma producida


en nuestro país por imperio de la ley 26.551 del año 2009 (lo que sucede en el

caso es que el art. 117 del Código Penal establecía que “El culpable de injuria o

calumnia contra un particular o asociación, quedará exento de pena” si se retracta

en la oportunidad allí mencionada).

Por aquella época anterior al nuevo texto legal se encontraban quienes

adherían a una respuesta positiva en nuestra doctrina, otorgando la posibilidad de

que se lesione el honor objetivo de la persona de existencia ideal,

independientemente del que pueda amparar a sus integrantes en forma individual.

Así Rodolfo Moreno y también Juan P. Ramos sostenían esta idea. Mientras que

en contra de ello se pronunciaban José Peco, Sebastián Soler y, con algunas

aclaraciones, Eusebio Gómez.

La Cámara Nacional de Casación Penal, citando a los autores

referenciados, se había pronunciado en dichos términos.

En este entendimiento la Cámara Federal de la Capital Federal había

sostenido que “si bien las entidades colectivas no pueden ser sujeto pasivo del

delito contra el honor, nada empecé a que sus integrantes ejerzan las acciones

pertinentes a título individual y no social, en cuanto el hecho les trascienda”.

En consecuencia, queda suficientemente aclarado que las personas

jurídicas no pueden ser sujeto pasivo de calumnias o injurias en tanto se les

pretenda conceder un honor distinto e independiente del de sus integrantes. Lo

que sí se puede ver afectado cuando se lesiona el prestigio de una persona de

existencia ideal es el honor de aquellos que la componen como seres o individuos.


Según Alejandro Tazza, confundía ambos conceptos la Cámara del Crimen

de la Capital (sala V), aportando nuevos argumentos en la buena senda la sala VI,

al señalar que “las personas jurídicas colectivas no pueden, por sí mismas

(abstracción hecha de los componentes que las forman), ser sujeto pasivo de

injurias, cuya objetividad se concreta solamente en el honor de la persona humana

y no en una ficción de la ley. Por otra parte, debe observarse que, al no poder ser

castigadas bajo ninguna de las formas de la participación criminal previstas en el

art. 45 del CP respecto de delitos comunes, tampoco pueden ser ofendidas por

una imputación reputada como calumniosa, ya que tan sólo las personas, por

propia definición, son capaces de ejecutar las acciones o incurrir en las omisiones

que legítimamente puedan entrar en el ámbito del Derecho Penal”.

Más allá del profundo debate dogmático al respecto y de lo que se

encontraba establecido en nuestra legislación penal, hoy, a la luz de las nuevas

disposiciones legales introducidas con motivo de la modificacion normatica a los

delitos contra el honor, en la actualidad ya no es posible dudar de que (al menos

para el Derecho argentino) las personas jurídicas no pueden ser sujeto pasivo de

esta clase de ofensas.

Se ha puesto fin al debate que en torno a esta cuestión existía entre

nuestros estudiosos del Derecho Penal. En definitiva, las asociaciones o personas

de existencia ideal no pueden por sí mismas ser sujeto pasivo de estos delitos, sin

perjuicio de la ofensa al honor individual que pueda afectar a cada uno de sus

integrantes o componentes, en la medida en que la imputación los abarque e

incluya en los términos previstos por las disposiciones legales pertinentes.


Distinto es el supuesto en el cual la ofensa se dirige a los integrantes de

una asociación o entidad colectiva u otra clase de persona juridica, ya que ésta

como tal no podrá ejercitar la acción en su propio nombre, pero sí los

componentes de la misma en tanto puedan ser perfectamente individualizados

como tales y actuar así por su propio derecho, aunque en este caso la

problemática se vincula más con la incertidumbre o indeterminación del sujeto

pasivo que estrictamente con un problema procesal como es el ejercicio de la

acción penal.

Queda perfectamente definido entonces, para los casos reseñados

(menores, deshonrados, incapaces), que como bien apuntaba Soler, ya es

tradicional no considerar necesario para la existencia de una lesión al honor el

hecho de que el lesionado conozca y aprecie la ofensa como tal, por lo que aun

cuando no exista esa lesión al honor subjetivo, aparece satisfecha la condición

legal por la presencia del exclusivo interés social en proteger el otro aspecto

externo del honor, como merecimiento inherente a la condición de ser humano.

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