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situaciones incluyen aprisionamiento y ello es

interpretado de forma extrema como un terrible factor de


desprotección (por una exagerada y trascendente
percepción de lo no familiar) o, en lo social, sentido como
generador de humillación o infravaloración (siendo «los
otros» meros observadores situacionales), etc. Así, como
se describió, lo que es objetivamente neutro, en la mente
ansiosa se capta como perteneciente a la categoría
cognitiva de «peligro inmediato y de difícil (cuando no de
imposible y desesperante) resolución», producto todo ello
del trabajo ultraveloz y convincente de una mente
condicionada por lo negativo/fatal, y que, finalmente, no
sólo no consigue reobjetivar la situación problemática,
sino que contrariamente la eleva, a la máxima
priorización o a una categoría trascendente, diseñando
esa reacción de protección inmediata y radical que
conocemos como ansiedad.
El tema simbólico tiene una finalidad altamente
protectiva, pues, para la persona ansiosa, el peligro o la
amenaza acechan constantemente y por ello lo
inesperado debe captarse con suma rapidez, por
entenderse posiblemente destructivo. Es tanto el peso de
la inmediatez de lo fatal, que la mente va generando
distracciones o, por el contrario, dotando de simbología a
determinados ítems o situaciones, en un intento de
reducir el impacto desestabilizador de lo inesperado, o de
afrontar defensivamente situaciones estresantes. La
hipersensibilidad de la mente ansiosa para atribuir
significados simbólicos es enorme, pintoresca, cambiable
y personal, pero siempre serán construidos como
estructura protectora. Así pues, los contenidos simbólicos
se establecen con la intención de ser usados como ayuda
básica para la rápida adaptación; en conclusión, los

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