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15/04/2010
El miedo es una pasión no sólo natural, sino con frecuencia muy conveniente y hasta
imprescindible. Gracias a ella, que detecta lo temible, somos capaces de prevenir el
peligro, de precavernos y defendernos frente a él mediante la huída o ardides de todas
clases. Es un sentimiento básico (“el termostato de lo temible”, si valiera la expresión) en
la economía de nuestra salud física y mental. Quien carece de miedo no llegará a
sobrevivir, porque sería incapaz de identificar lo que pone en peligro su vida. Pero el
miedo no sirve para exculpar sin más todo lo que se haga o se deje de hacer a impulso
suyo. Al contrario, la cuestión moral a este propósito es la de cómo habrá de ser el miedo
debido, de qué modo debemos reaccionar ante lo temible, cuál es la emoción justa ante la
muerte y sus signos anticipatorios.
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Por eso, porque el miedo a secas no es por sí mismo una señal de cobardía, sino que
puede serlo también de lucidez, algunos han predicado a los contemporáneos la
conveniencia de experimentar miedo ante las amenazas presentes. O, lo que es igual, de
discernir lo que hoy sería en verdad temible y considerar una grave deficiencia la
incapacidad para detectarlo y sentirlo. Lo que Günther Anders limitaba al riesgo de
guerra nuclear, podemos nosotros extenderlo a otras varias amenazas no menos graves
del momento; y lo que se decía tan sólo de nuestras acciones, deberá decirse asimismo de
nuestras omisiones. Al fin y al cabo, como “vivimos en una época incapaz de tener miedo,
por eso presenciamos pasivamente los acontecimientos”. Es la desmesura misma de
nuestras creaciones y omisiones la que nos priva de la posibilidad de representarnos esa
desproporción; ya no tenemos la capacidad de imaginar los daños que podemos causar a
la Humanidad e infligir a la humanidad de nuestros semejantes. Y ese desconocimiento
del miedo que de ello resulta, y del que quizá hasta nos vanagloriamos, es más bien
producto de la temeridad. “Así, pues, al despertar te dirás: ¡No seas tan cobarde que
temas tener miedo! ¡Oblígate a tener el miedo que corresponde sentir ante la magnitud
de la amenaza de apocalipsis!”. O, añadimos, ante otras amenazas menores y más
cotidianas.
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