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Enrique Pichon-Rivière
Durante años, las ciencias pretenciosamente llamadas “del espíritu” negaron al hombre total,
fragmentándolo en su estructura y destruyendo su identidad. Así nació una psicología
disociante y despersonalizada para Ia cual la mente se disgregaba en compartimientos
estancos. Como resultado de esta división escapó al psicólogo el problema de la acción; se
trabajaba con la imagen de un hombre estático y aislado de su contorno social.
Quedaron así al margen del análisis sus vínculos con el medio en que vivía sumergido.
Investigadores con mayor coraje se atrevieron a romper con las normas vigentes y tomando
como punto de partida las situaciones concretas y vivenciadas en lo cotidiano - un partido de
fútbol, por ejemplo-, ubicaron el acontecer psicológico en una nueva dimensión: lo social. Tal
el descubrimiento de Herbert Mead, que concibió al hombre como un ser habitado y
dinamizado por las imágenes de la realidad externa, que al ser incorporadas y actuadas en el
interior, revisten en cada uno de nosotros una forma personal y se transforman en el signo de
nuestra identidad. La vieja oposición entre individuo y sociedad se resuelve entonces en este
nuevo campo -el de la psicología social- en el que sólo existe el hombre en situación.
Pero tal síntesis teórica se enfrenta en la acción con elementos aparentemente antagónicos,
como pueden serlo la determinación mecánica por lo social, de un lado, y la libertad individual,
del otro; es decir, la imitación y la creación. Lo prirnero engendra un peligro: la alienación; lo
segundo desencadena un temor: el miedo a la libertad. La psicología social se esfuerza por
salvar en cada hombre ese conflicto que lo desgarra interiormente, capacitándolo para
integrar su individualidad, su “mismidad” con ese mundo social al que pertenece y que lo
habita.
La labor del investigador social consiste en indagar las dificultades que cada sujeto tiene en un
grupo determinado, que puede ser su familia, la empresa donde trabaja, la comunidad a Ia que
pertenece. Esto da lugar a los distintos niveles de investigación. EI campo de acción del
psicólogo social es el de los miedos; su tarea es esclarecer su origen y el carácter irracional de
los mismos, los que en última instancia pueden ser reducidos a dos: el miedo a la pérdida y el
miedo al ataque. Ambos se alimentan en un clima socioeconómico cuyo común denominador
es la inseguridad básica vinculada con la incertidumbre que rodea a los medios de subsistencia
y que constituye el cortejo obligado de la moderna organización industrial. En particular, esta
inseguridad se refiere a la limitada oportunidad de ocupación, a los escasos ingresos, al paro, a
la enfermedad y a la vejez. Esta ansiedad, cuando es vivida en forma grupal, adquiere las
características del temor a la muerte y a la desintegración familiar.
Lo que trata de lograr el psicólogo social a través de su tarea es el reajuste de los mecanismos
de seguridad, que se expresan como situación de encontrarse a salvo, con defensas frente al
azar. Habitualmente este concepto se refiere a las condiciones económicas. La seguridad
social implica la certeza de haberse liberado de los fantasmas de la miseria, la desocupación, la
vejez y la muerte. Dentro de este clima de inseguridad que toma el psicólogo social como
campo de su tarea, sufrirá impactos provenientes en forma también de incertidumbre, ligados
a su historia personal, por un lado y, por el otro, a la desconfianza o actitud doble del
contratante que le adjudica una omnipotencia excesiva en la resolución de los problemas y,
simultaneamente, mantiene una desconfianza crónica frente a los resultados que tratará
siempre de interpretar como productos del azar.
El psicólogo social tendrá entonces que vencer fuertes resistencias provenientes de sí mismo y
de los otros, y podrá superar este cerco de ansiedades y desconfianza con una buena
instrumentación. Es decir, ser psicólogo social es tener un oficio que debe ser aprendido, ya
que no se nace con esa posibilidad. Sólo cuando pueda resolver sus propias ansiedades y sus
perturbaciones en la comunicación con los demás puede lograr una correcta interpretación de
los conflictos ajenos. En la medida en que el sujeto dispone de un buen instrumento de
trabajo, resuelve incertidumbres e inseguridad; recién entonces es un operador social
eficiente.
El miedo a la catástrofe captada subliminalmente, sufre una serie de elaboraciones que tienen
por finalidad, utilizando sobre todo el mecanismo de proyección, desplazar hacia otros, los
vecinos, por ejemplo, las situaciones de inminente peligro. Es en este momento cuando en el
grupo familiar se inicia una actitud regresiva, en la que adquiere preeminencia un pensamiento
mágico, teniendo asimismo carácter mágico los vínculos con objetos que el desastre pone en
trance de perder. Se adjudican, a los demás, sentimientos de miedo sin que en las
manifestaciones de ese temor proyectado sobre los otros aparezcan alusiones al verdadero
motivo de este complicado proceso psicológico que se desencadena. ¿De qué manera se
introducen estos indicios de catástrofe y qué características revisten?
Las primeras señales o datos se introducen en el sujeto por vía olfativa: percibe un olor
particular e identificable, pero el mensaje no se traduce a un nivel consciente. Siente el
extraño olor del río, su creciente velocidad y el aumento de su caudal, realiza en forma
sistemática, ritual, observaciones desde un lugar previamente elegido. A pesar de la
acumulación de información, o quizá por la ansiedad que le provoca la misma, acude a un
mecanismo de defensa: la negación; a partir de este momento, dos conductas son posibles en
el sujeto en situación de peligro inminente: la ya mencionada proyeccìón del miedo o el
bloqueo afectivo, en el cual Ia negación del temor no va seguida de la proyección.
Este personaje debe ser objeto, de parte de los trabajadores sociales, de un manejo adecuado,
destinado a debilitar su influencia y destronarlo por medio de técnicas de trabajo de
comunidad, que consisten en lograr que el grupo o la comunidad que le responde adquiera
conciencia de que los móviles que Io hacen actuar de esa manera obedecen a cierto tipo de
proselitismo. Se trata de un oportunista que introduce, por la brecha que abre la angustia
colectïva, una ideología. Su fantasía inconsciente es en última instancia la de transformarse en
un héroe. La ideología de este sujeto siempre será contraria a las autoridades estatales, a las
que culpará del desastre. EI personaje contrario corresponde a aquel que en el período de
amenaza utilizó la proyección de su miedo, y que es víctima luego de una reacción de
boomerang: su propio miedo, puesto en el otro, le es devuelto reforzando a su vez sus
ansiedades anteriores; y lo promueve a buscar los medios y las oportunidades adecuadas para
ser evacuado con la menor pérdida posible. Está en condiciones de asumir un liderazgo
positivo, contrafigura del anterior, organizando la “operación rescate”. Una sola perturbación
grave puede sucederle: el boomerang del miedo puede provocarle un impacto tal que le
sobrevenga el pánico, quedando entonces también él en estado de inmovilidad. En ese caso su
peligrosidad reside en eI hecho de que, por procesos múltiples de identificación, el pánico se
extiende, se hace colectivo, perturba la evacuación, no ya por una oposición activa sino por
una pasiva. Es el segundo período, llamado impacto, donde puede aparecer la situación de
pánico. El pánico configura el emergente más significativo de una circunstancia catastrófica. Es
un conjunto integrado por temor, alarma, perlilejidad, pérdida de control y orientación. Su
carácter “contagioso” puede desencadenar fenómenos colectivos de graves consecuencias,
como pueden serlo las actitudes de huida o tumulto, furia y desenfrenada agresión.
Este estado va acompañado de los más variados síntomas psicosomáticos, que son el producto
de la derivación, al área del cuerpo, de los miedos provenientes de la mente o de los peligros
exteriores: la situación es siempre grupal, invade a todo el grupo familiar, produciéndose un
momento caótico que impide toda planificación adecuada y operativa. Esta tensión o stress
repercute sobre los sistemas defensivos orgánicos (homeostasis) y acarrea una disminución, a
veces considerable, de todas las defensas orgánicas, bajando el umbral de resistencia a las
enfermedades, facilitando así la contaminación. Asistimos entonces a la aparición de
enfermedades infecciosas, ya que gérmenes que se mantenían inactivos adquieren una
vigencia particular ayudados por las circunstancias exteriores. En este clima de inseguridad e
incertidumbre, de descontrol y falta de planificación, surge un nuevo personaje: el rumor, que
refuerza las situaciones anteriores y provoca sentimientos de mayor inseguridad, volviendo a
la gente más agresiva. EI rumor impacta y convierte a las posibles víctimas del desastre en
ingenuas y crédulas.
Los dos sectores más pasivos de la comunidad afectada, mujeres y chicos, manejan y
distorsionan la información. El rumor aparece en situaciones de pánico y lo realimenta. Tal
comprobación indica que se trata de un punto de urgencia sobre el que deben operar quienes
tienen a su cargo el manejo de la situación de catástrofe. Modelo de manejo de situación es el
caso del líder saboteador. En cuanto al rumor, la operación indicada es el esclarecimiento con
técnicas de contrarrumor, tal como las que se utilizan en la guerra. Se aprovecharán en este
sentido todos los canales de información para esclarecer el contenido del rumor, por medio de
mensajes que señalen las contradicciones que se deslizan en el mismo. Dentro del segundo
período o momento de impacto se descubren reacciones de egoísmo o altruismo, compulsión
a ayudar que va más allá de las posibilidades de hacerlo. Por el camino del egoísmo enfermizo
se desemboca en cambio, en la delincuencia, raterismo y saqueo, en los casos más graves, y
reacciones agresivas o de indiferencia total frente al otro. Un clima de tensión aparece con las
mismas características de los fenómenos que emergen en toda situación de catástrate, es decir
que se produce bajo el común denominador de la pérdida de control.
El cuarto período se caracteriza por la inversión del estado anterior: la euforia colectiva se
transforma en duelo colectivo, que constituye pasa el observador el aspecto más impactante o
siniestro de todo el proceso. Esto no es la regla, y posiblemente se dìo en un caso particular de
mi observación por el hecho de que el cementerio del pueblo en que vivía estaba en la zona
cercana al río, lugar que era literalmente barrido por las aguas. En realidad, este período se
inicia cuando comienza la bajante y el cementerio entonces recobra una configuración
particular y trágica. Al percibir que el cementerio está libre de la inundación, los damnificados
que tienen familiares sepultados en él, van a hacer una visita de exploración y se encuentran
con que la mayoría de las cruces, que son la señal del lugar en que fueron enterrados, han
desaparecido. Ese mismo día o el siguiente, casi todas las mujeres de esa comunidad visten un
riguroso luto, y al verlas marchar hacia el cementerio producen un impacto que se transforma
en una toma de conciencia, tanto en los damnificados como en los no damnificados. La
búsqueda de sus muertos, o mejor dicho del lugar que ocupaban sus muertos, se hace de una
manera desesperada y se oye, a veces, a la gran distancia, como si fuera un coro, los llantos y
gritos de dolor que están representando no solamente la pérdida del muerto sino que recién
en ese momento viven también la pérdida de los objetos materiales de que la situación de
desastre los ha privado.
Esta ceremonia solía durar varios días, y representaba, de acuerdo con su intensidad, el monto
de la pérdida. El desastre se ha metamorfoseado en tragedia. Todo el grupo se siente solidario
a través de este sentimiento. Alguien ha dicho que la tragedia es “la protesta más vehemente
del hombre contra la carencia de sentido... que nos da el sufrimiento” y que “proclama que el
hombre es libre, pero que lo es sólo dentro de los límites que ha establecido para nosotros su
misma condición de hombre”. Vivida esta situación, con las características señaladas, se los ve
volver a su lugar de origen construyendo o reconstruyendo su casa con las mismas
características; y la visión que tiene el observador es de que el damnificado se prepara para un
nuevo ciclo, como un eterno retorno, un destino inmodificable, donde hay incluidas en su
estructura actitudes de desafío y vuelta a la omnipotencia que había perdido transitoriamente
en los días de duelo. Si analizamos la conducta de cada uno de los damnificados podremos
detectar actitudes o asunción de liderazgos con características políticas, como es el caso del
líder de la oposición, aquel que se resistía amenazando al personal encargado de la
evacuación. Ese liderazgo, que seguramente tiene una larga historia previa y que es mantenido
latente, se hace bruscamente manifiesto y está representando las fuerzas de oposición al
gobierno estatal.
s también como si tuviera la oscura percepción de que la catástrofe cumple una función
política ya que rumores de un golpe de Estado circulaban por todo el ámbito del país.
Podríamos decir que él asume el rol del líder del golpe e intenta hacer proselitismo desde su
nueva situación: se ha transformado de un más o menos tranquilo poblador de una isla en un
líder político omnipotente que quiere interrumpir el curso de la inundación para dar lugar a
otra tan desgraciada situación de catástrofe donde el desastre sería sufrido no ya por una
pequeña comunidad sino por todo el país.