ansiosos o, también, un claro factor que incrementa los
que se puedan estar teniendo.
Cuando los sujetos intentan explicar cuál es en realidad el «control que temen perder» o «de qué se trata», las respuestas son tan amplias como personales: el miedo «a que me vean salir corriendo», el miedo o la vergüenza «a que me pregunten qué me pasa», el miedo «a volverme loco», el miedo «a tener que irme»... constituyen los indicadores más usuales de ese concepto tan indefinible como constatable que es la pérdida de control y que en el fondo evidencia la duda acerca de las propias posibilidades de manejar situaciones que son (mejor dicho, se hacen) comprometedoras para la supervivencia.
f) Apego a las rutinas
Como extensión y consecuencia del punto anterior, se aprecia también en la personalidad ansiosa una clara tendencia a anteponer un tipo de dinámica vital programada y/o previsible a la de formato azaroso, impredecible y/o abierto. La ansiedad eleva esta característica a un sobredimensionado nivel, dado que se puede llegar a percibir que cualquier alteración de lo rutinario se transforma de inmediato en una desprotección de tal magnitud que a menudo concluye en la percepción de una amenaza vital. Sobre el substrato, pues, del apego a la rutina, se construyen interpretaciones excesivas de lo inesperado, aprovechando la argumentación constante de la necesidad de protección. Lo no programado o lo que escapa a lo rutinario o previsible es percibido como altamente amenazante y, por ello, generador de ansiedad. La rutina ampara, mientras que la sorpresa altera, despojada completamente de su carácter positivo, y es