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y prioridades, se contempla como marco y referencia lo

que convencionalmente ya se encuentra jerarquizado, es


decir, las interacciones con el entorno se cimentan sobre
un patrón preexistente, claramente reconocido y
aceptado como «normalidad». En definitiva, el día a día y
el «momento a momento» interactivos suponen
abrumadoramente la presencia de un entorno que,
además de «envolvernos», nos significa y explica, pero
que mayoritariamente es neutro; en este sentido, cuanto
nos rodea es sobre todo inocuo y, en consecuencia,
emocionalmente indiferente; dicho de otro modo, de la
realidad que nos enmarca solo un número pequeño de
sus elementos tiene la propiedad de provocarnos o de
generar respuestas reactivas internas, el resto está, pero
no es elicitador (sin olvidar que esto tiene lugar siempre
internamente, dado que es la propia mente quien es el
motor de dicha provocación). En el planteamiento
ansioso, la intrascendencia emocional mencionada
cambia tanto en su aspecto cuantitativo como en el
cualitativo, siendo en este hecho donde reside el primer y
más importante elemento de la cognición ansiosa; en
realidad, estamos hablando de la conocida atribución
simbólica tan característica de la ansiedad.
Como se ha dicho anteriormente, lejos de poseerse una
percepción de la realidad mayoritariamente objetiva y
neutra, la visión ansiosa de esta determina el sesgo que
representa vivir, por defecto, en un mundo «cargado de
amenazas», producto de los significados que se
establecen, unos significados que, por otra parte, fueron
fijados en espacios biográficos anteriores, habitualmente
muy tempranos, pero manifestativos en el presente (al
que han podido llegar inalterados o poco modificados).
En definitiva, unos significados poco o nada actualizados

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