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a sí mismo vulnerable, incapacitado para hacer frente a

determinadas situaciones en mayor o menor medida


problemáticas (en el sentido más radical, en ocasiones ni
siquiera para afrontar la vida), y que convierte su entorno
interactivo en una situación que le pone a prueba
(cruelmente), sabiendo de sus propias «limitaciones». La
inseguridad ansiosa siempre tiene que ver o bien con el
sentido de muerte (directamente) o bien con la duda
acerca de «salir airoso» de determinadas situaciones
comprometedoras que se han llevado a la trascendencia,
¡sin tener objetivamente datos claros de que ello vaya a
ser fatal!
En efecto, la mayor parte de las inseguridades
ansiosas descansan en el planteamiento erróneo
comentado con anterioridad, de observar sesgadamente
tanto las condiciones del exterior (que se maximizan),
como las propias dotaciones o posibilidades reales
propias (que se minimizan). Visto así, el ejercicio de
decidir (a veces tan solo el simple de analizar o el
máximo de vivir) queda transformado en una especie de
batalla permanente que a priori parece que vaya a
perderse, pero que frecuentemente, a posteriori, queda
resuelto de manera positiva; sin embargo, los éxitos aquí
parecen no producir cambios en la estructura de la
personalidad. Sentir la vida como un espacio lleno de
peligros y amenazas conlleva, para hacer aflorar el
sufrimiento, la previsión pesimista de que se va a
«sucumbir» a ellos porque a corto o a largo plazo no se
«será suficientemente fuerte o eficaz», o simplemente se
habrá olvidado la autodefensa.
Yendo al origen, nos damos cuenta de que la
inseguridad, en el fondo, no es más que una manera
contundente que tenemos de afinar nuestros propios

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