lógicamente interpretable como algo que empobrece los
recursos adaptativos o que puede desproteger. Sin
embargo, paradójicamente, dejar de ser ansioso es una paulatina integración en la vida natural y libre, he aquí el gran y clásico contrasentido de la ansiedad: ¡lo que ha servido para sobrevivir, no sirve ahora para vivir!; es decir, se sobrevive a cambio de la pérdida de la seguridad y de la libertad, con lo que a todas luces se genera una existencia de escasa calidad y de dudosa validez. Como se ha venido diciendo, el retorno al patrón libre de vida equivale al abandono de la percepción de peligros y amenazas, con lo que, en realidad, en lo natural, poco o nada hay sobre lo que andar defendiéndose; sin embargo, la mente emocional no olvida, y no olvida tampoco que la ansiedad sirvió, y mucho. Todo ello da origen a lo que denominamos situación de «preguntas trampa», que claramente explica los destellos ansiosos que, a modo de autoprovocaciones, estamos describiendo. Habitualmente, se usa una especie de «fogonazo» ansioso, bien imaginando una situación comprometedora, bien aportándose algún síntoma, bien diciéndose algún tipo de frase alteradora, etc., con el simple objetivo de «comprobar nuestra propia reacción», de testar la «solvencia» de nuestra propia seguridad o serenidad; de verificar, en definitiva, si la ansiedad forma parte del pasado o está aún viva. Para ello usamos protocolos fugaces que intrínsecamente conllevan agitación; es decir, que mientras nos los ofrecemos o decimos, ya nos damos contenido ansioso; sin embargo, son una trampa por cuanto se trata solamente de una comprobación sobre la existencia o no de lo que estuvo tanto tiempo presente en nuestra manera de pensar y sentir.