temática oculta fuera causante de la ruptura, cosa que la
obligaría a «remodelar» todos sus vínculos afectivos y, en
cierto modo, a comenzar de nuevo en el escenario de las relaciones personales. Como se ha podido comprobar, la lógica y la emoción no siempre van de la mano; justamente, en el trastorno ansioso, casi nunca. De los ejemplos planteados, el sujeto X es la persona más alejada de herir a su mujer, pues ni siquiera permitiría que entrara en la cocina; la sujeto Y a quien menos se le iba a caer el bebé, pues su grado de meticulosidad iba a ser total; y la sujeto Z a quien en el fondo no le cabía duda de que volvería a gustar a un hombre, una vez finalizado el efecto de su separación; sin embargo, son todos ellos hechos reales que permiten observar algunos de los secretos que guarda la ansiedad en lo referente a la inseguridad manifiesta o al engaño en la manera de analizar las situaciones que se atraviesan, por una parte porque parece que en ellas nos vemos incapacitados para dar una respuesta adecuada (estando sobradamente preparados) y, por otra, porque no darla representa un auténtico fatalismo que deja a la persona «tocada» para afrontar incluso los hechos más simples de la vida, lo que conlleva de inmediato al afloramiento del disparo ansioso en la medida en que precisamente lo más fácil es justo lo inexcusable, lo obvio, cuya ausencia determina no «ser apto para vivir». En este punto, quisiera hacer alusión a uno de los ejemplos más curiosos de la inseguridad ansiosa, en los que se vincula la propia percepción del «no ser capaz» con la visión de un entorno cruel y juzgador: la sensación de no controlar el esfínter, un gran secreto este de la ansiedad de obligada referencia. Efectivamente, en muchas ocasiones se tiene la duda acerca de si se podrá