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Hugo Nava Fuentes

Introducción a la filosofía I
30
de noviembre de 2021
Calif.: 8.9
- Hay buena comprensión; sin embargo:
- Hay algunas confusiones e imprecisiones
La producción artística a través de lo apolíneo y lo dionisiaco
Friedrich Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, Alemania. Sus padres eran
pastores protestantes, nació en un contexto bastante bélico donde existían guerras y
protestas de manera constante; de hecho, cuando tenía cuatro años existió un intento de
rebelión burguesa en Alemania (Mann 91). “Era práctica generalizada que los hijos de un
pastor, tras los estudios teológicos (…) y antes de que se les asignara una parroquia, se
ganaran el sustento durante algunos años como profesor particular” (Ross 20), por ello en
1860, y tras haber recibido una gran formación en Pforta, concluyó sus estudios y se dirigió
a Leipezbig Leipzig para estudiar filología y teología en la universidad. En 1869 obtiene
una cátedra de filología clásica en la Universidad de Basilea. En 1872 publica su primera
gran obra: El nacimiento de la tragedia; ésta recibió mucha crítica puesto que “traspasaba
arrogantemente las frágiles fronteras de la filología clásica y (…) aspiraba a convertirse en
crítica de la sociedad y de la cultura de su tiempo” (Cano XVIII). En 1879 renuncia a la
cátedra por sus constantes problemas de salud y se dedica a escribir su demás obra. Padecía
de graves jaquecas y se enfermó dos veces de sífilis. A partir de 1888 empieza a tener
graves ataques de paranoia y fallece el 25 de agosto de 1900.
Nietzsche fue autor de obras sumamente importantes para la filosofía como La gaya
ciencia, El anticristo, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Así habló Zaratuztra,
etc. y muchas de sus ideas como las del superhombre y el eterno retorno siguen siendo
trascendentes hoy en día. En específico, sus primeras reflexiones sobre el arte se encuentran
en El nacimiento de la tragedia, que surge
de la exigencia de una hermenéutica para comprender filosóficamente la vida de los
griegos a partir del texto escrito, de las creaciones artísticas, del arte popular como
símbolos. El mejor fruto de la presencia y actuación de Nietzsche en este campo y con
estos modos, podemos encontrarlo en su enriquecimiento de la filología clásica al
aproximarla a la filosofía y viceversa en investigaciones de primer orden (Jiménez
Moreno 193).

A continuación, se hará un resumen de las ideas estéticas planteadas por Nietzsche en los
primeros capítulos de la obra, los cuales permiten entender los conceptos del instinto
apolíneo y el dionisiaco;, sus relaciones;, su evolución en el suelo griego, para poder
explicar el origen de expresiones artísticas como la tragedia y el consuelo metafísico que
ésta supone, ya que dice que “el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente
metafísica de esta vida” (19).
Lo primero que hace Nietzsche es presentar dos instintos básicos en los cuales se
basa la evolución del arte que son el instinto apolíneo y el dionisiaco. El primero de estos
instintos recibe su nombre gracias al dios Apolo: hijo de Zeus y Leto; el cual es
representado como dios de la música (habría que especificar qué tipo de música para no
confundirla con la música dionisíaca) y se caracteriza especialmente por su mesura (Grimal
35-38). El instinto apolíneo da lugar a la creación del arte plástico o figurativo (a la
escultura y a la pintura). Por otro lado, el segundo instinto recibe su nombre del dios
Dionisio: deidad de la viña, el vino y del delirio místico; sus orígenes provienen de Asia
menor donde era festejado con tumultuosas celebraciones (Ibid. 139-141). El instinto
dionisiaco da lugar a la música, como oposición al arte figurativo. Estos instintos los define
Nietzsche como antagonistas, como dos mundos estéticos separados que se oponen
constantemente.
Para explicarlos de mejor manera utiliza una analogía en la cual estos instintos son
dos mundos estéticos separados: el sueño y la embriaguez; el primero representada por
Apolo y el segundo por Dionisio cuyos contrastes entre los estados es análogo a la
diferencia entre ambas deidades e instintos estéticos. Dice Nietzsche: “Fue en el sueño (…)
donde las espléndidas imágenes de los dioses se manifestaron por primera vez al alma de
los hombres; fue en el sueño donde el gran escultor contempló la fascinante constitución
corporal de los seres sobrehumanos” (22); por este pasaje podemos relacionar el sueño (es
decir a Apolo) con el arte escultórico figurativo, ya que es una manifestación de los dioses
dada a través de los sueños. El hombre ve lo apolíneo con admiración porque se deleita al
examinar la realidad con todo detalle, pues a través de estas imágenes apolíneas interpreta
su vida. La experiencia onírica y de la adivinación para los griegos se encarnó en la figura
de Apolo, además también es la expresión máxima de la mesura y del principio de
individualidad. En el instinto apolíneo se expresa todo el intenso placer, sabiduría y belleza
de la apariencia de las cosas.
Por el contrario, Dionisio es representado a través de la embriaguez, donde se
despierta el sentimiento de unificación, es decir en el “olvido de uno mismo”, este efecto
suele ser provocado por bebidas narcóticas. El espíritu dionisiaco abre la relación entre el
hombre y la naturaleza. Este tipo de sentimiento se manifiesta en las fiestas dionisiacas
donde existían orgías y un exceso de sustancias adictivas; es por ello por lo que se relaciona
con la música desenfrenada a este Dios, es opuesto a Apolo, ya que éste insiste en la
importancia de la individualidad; mientras que, frente al espíritu dionisiaco “el hombre se
revela miembro de una comunidad superior: ha olvidado cómo andar y hablar y, al bailar,
está a punto de volar por los aires” (26-27).
Ya se ha mencionado que los griegos, en un inicio, estaban absortos por el instinto
apolíneo; una muestra es la grandeza del arte dórico. Sin embargo, este otro impulso de la
naturaleza es rechazado y después adoptado de manera especial. Las fiestas dionisiacas de
los antiguos bárbaros daban rienda suelta a sus instintos dando pie al erotismo y a la
crueldad desenfrenada. Es decir, éstas rompían con cualquier límite moral: las
celebraciones dionisiacas atentan en contra de la mesura apolínea; son propias de las
antiguas culturas asiáticas de las que proviene el dios Dionisio. En un primer momento los
griegos rechazaron y se defendieron de este culto dionisiaco que les parecía totalmente
lejano al que ellos practicaban para el dios Apolo.
Mas esa resistencia se hizo problemática, por no decir imposible, cuando finalmente
procedentes de las raíces más profundas de lo helénico hallaron camino expedito
impulsos parecidos. Fue entonces cuando la reacción del dios de Delfos se limitó a
privar a su poderoso contrincante de las armas destructoras recurriendo a una oportuna
reconciliación (31).
Para esta reconciliación la sabiduría dionisiaca jugó un papel fundamental para poder
insertarse en la cultura helénica y con ello dar pie a manifestaciones artísticas mucho más
complejas como la lírica o la tragedia. “Sólo en ellas [en las fiestas dionisiacas de los
griegos] la naturaleza alcanza esplendor artístico; sólo en ellas el desgarramiento del
principium individuationis se trueca en fenómeno en artístico” (31-32); en este encuentro
entre lo apolíneo y lo dionisiaco (donde este último se modera) da pie a expresiones
artísticas; en otras palabras, la “conciencia apolínea sólo le ocultaba ese mundo dionisiaco
cual velo” (33).
Para comprender la reconciliación relación (la reconciliación sólo se da en la lírica y
la tragedia) entre ambos instintos Nietzsche se remite al mito de Sileno, el cual “poseía gran
sabiduría, pero no la revelaba a los humanos sino por la fuerza. Así, fue capturado por el
rey Midas a quien dio sabios consejos” (Grimal 480) (Si el comentarista no aporta ninguna
idea nueva respecto de Nietzsche, no hay necesidad de citarlo). El rey Midas le preguntó al
acompañante de Dionisio qué era lo mejor para el hombre y éste responde:
¡Mísera estirpe efímera, hijos del azar y de la ardura!, ¿por qué me obligas a decirte
algo, lo que no te conviene escuchar? Lo mejor de todo no está en absoluto a tu
alcance, a saber, no haber nacido, no ser, ser nada… Y, en su defecto lo mejor para
ti… es morir pronto. (Nietzsche 34)
Es debido a la sabiduría dionisiaca por lo cual los griegos crearon a los dioses olímpicos,
para tener una justificación para la vida misma. “Para poder vivir en virtud de una profunda
necesidad, los griegos no tuvieron más remedio que crear estos dioses” (35). La vida
gracias a los dioses olímpicos recibe un aura superior, recibe una justificación ante la
hostilidad de la naturaleza. La sabiduría dionisiaca se presenta oculta a través de la
apariencia de lo apolíneo, la cual es solo la ilusión de la naturaleza. “Entre los griegos, la
‘voluntad’ se quería contemplar a sí misma a través de la configuración del genio y del
mundo del arte; para glorificarse, sus criaturas necesitaban sentirse también dignas de ser
glorificadas” (38) y esto lo encontraban en los dioses, los cuales son herencia máscaras
encubridoras de la sabiduría dionisiaca. Nietzsche expone sobre el griego apolíneo que
su existencia entera, con toda su belleza y mesura, hundía sus raíces sobre un velado
subsuelo de dolor y conocimiento que se revelaba para ellos de nuevo gracias a lo
dionisiaco. Y repárese en esto: ¡Apolo no podía vivir sin Dionisio! ¡Lo ‘titánico’, lo
‘bárbaro’ seguían siendo, en última instancia, tan necesarios como lo apolíneo! (41).
Las obras del arte apolíneo tienen su raíz en el instinto y la sabiduría dionisiaca.
El primer lugar donde ambos instintos se van a conjugar y combinar en una misma
expresión artística es en la poesía lírica. Nietzsche niega la definición de la poesía lírica
como subjetiva porque “no conocemos al artista subjetivo más que como un artista malo,
toda vez que lo primero que exigimos, en toda expresión y distinción artística, es, antes que
nada, la victoria sobre lo subjetivo, la liberación del ‘yo’, el enmudecimiento de toda
voluntad y veleidad individuales” (43-44). El poeta lírico, en primer lugar, es un artista
dionisiaco movido por su sentimiento de unión y reproduce de forma musical este deseo
primordial: “bajo la influencia apolínea del ensueño, esta música se le hace visible en algo
parecido a una imagen onírica simbólica” (45). Es decir, el impulso dionisiaco encuentra su
expresión a través de los recursos y las imágenes de lo apolíneo. El poeta lírico, al estar
inmerso en el instinto dionisiaco, renuncia a su subjetividad y se fusiona con el fondo de la
realidad, de ahí que el suelo de esta poesía sea la música, lo que se le muestra es en una
escena onírica, propia de lo apolíneo, su propio yo, con sus amores, dolores, pasiones y
deseos, lo que “simboliza de manera visible esa contradicción y dolor orgánicos, junto con
su placer primordial de la apariencia” (45). El poeta se encuentra bajo un hechizo
dionisiaco del dormido; es un ebrio que se encuentra bajo los efectos de lo apolíneo. Es
decir, Apolo, con su laurel, toca al poeta dionisiaco en el sueño y de ahí surge la poesía
lírica que conjuga ambos instintos configuradores del arte. Es ese el primer encuentro entre
ambos y que son un esbozo de lo que será la tragedia griega.
Nietzsche equipara al poeta épico con el escultor, ya que no hay en estos muestra
alguna del arte dionisiaco, solo el sueño producido por Apolo expresado en los dioses
olímpicos; mientras que el lírico “se hace dolor originario (…), siente despuntar en su
interior, bajo la influencia mística de la enajenación de su individualidad y del estado de
fusión, un mundo de imágenes y símbolos” (46). La poesía lírica se presenta como un yo,
aparentemente subjetivo; sin embargo, refleja en él la unidad con la naturaleza, es una
expresión del sentimiento de unidad de lo dionisiaco a partir de las imágenes apolíneas del
principio de individualidad: un mensaje dionisiaco expresado por lo apolíneo del yo que
expresa el fondo de la realidad que da pie a la sabiduría dionisiaca. “La creación poética del
lírico es incapaz de expresar algo que no esté ya contenido, desde un punto de vista de harto
general y de validez universal, en la música, la cual fuerza a hablar en imágenes
[apolíneas]” (52).
Después de interesarse por la unión entre lo apolíneo y lo dionisiaco, Nietzsche
retoma la cuestión principal que es explicar el origen de la tragedia. Parte del presupuesto
aristotélico de que en su inicio la tragedia fue en esencia coro y se pregunta qué significaba
ese coro. Niega las hipótesis donde se relaciona con el espectador ideal o con la
representación del pueblo frente a lo mostrado en escena, ya que esto “carece de influencia
alguna en la formación originaria de la tragedia, puesto que sus orígenes puramente
religiosos excluyen toda posible contraposición entre pueblo y príncipe, así como, en
general, cualquier esfera político-social” (54). El espectador ideal, por otra parte, a
diferencia del coro de la tragedia, no se deja afectar empíricamente por la representación, y
no sino solo de manera estética. Es aquí donde se puede explicar el papel del arte en la vida,
ya que el observador de la tragedia “ha construido el andamio flotante de un estado de
naturaleza ficticio, colando, sobre éste, a seres naturales no menos ficticios” (57). Estos
seres lo invitan a dejar en suspenso el mundo de la civilización con sus roles establecidos,
para sentirse unificado con el ser de la vida y dar paso a nuevas creaciones. Para los
griegos la tragedia es muestra de la sabiduría dionisiaca, era un mundo creíble. Entonces el
arte
es capaz de dar la vuelta a esas repulsivas ideas en torno al carácter espantoso y
absurdo de la existencia y transformarla en representaciones que permitan al hombre
vivir. Estas ideas son lo sublime, entendido como sujeción artística de lo terrible; y lo
cómico, donde este asco suscitado por lo absurdo se descarga artísticamente. El coro
ditirámbico de sátiros no es sino la acción salvadora del arte griego; gracias al mundo
intermedio de estos acompañantes de Dionisio se mitigaron los violentos arrebatos que
acabamos de describir (60)

El arte permite vivir justifica la vida, ya que deja observar potencia las fuerzas creativas de
la naturaleza y potencia su capacidad creadora que está en el hombre a través del hombre,
que es a su vez producto artístico de la naturaleza y es así como que se justifica la vida y la
existencia del ser humano en el mundo . Al hombre lo salva el arte de la “terrible tendencia
destructiva de la llamada Historia Universal, así como en la crueldad de la naturaleza hasta
el punto de correr el riesgo de anhelar la negación budista de la voluntad” (58). El arte al
invitar al hombre a sumarse a sus fuerzas creativas y al ofrecerle un consuelo da una razón
de vivir.
La tragedia nace del coro que representa a los acompañantes de Dionisio. Lo que el
espectador de la tragedia observaba “no fue otra cosa que la naturaleza aún no labrada por
ningún conocimiento, una naturaleza cuyos cerrojos todavía no habían sido forzados por la
cultura” (60). Es decir, observaban la sabiduría dionisiaca plasmada en la tragedia; es una
forma de celebración y júbilo de Dionisio en la cual no existe distinción entre el coro y el
público.
Este estado de encantamiento es la condición de todo arte dramático. En este estado de
encantamiento el exaltado hombre dionisiaco se ve a sí mismo como sátiro, y, cómo
sátiro contempla él a su vez al dios, en el proceso de transformación ve una nueva
visión fuera de sí como perfección apolínea de su estado. Es esta nueva visión la que
completa el drama. (64)
Es decir, la tragedia griega, según la explicación de Nietzsche, es un nace del coro
dionisiaco, como una expresión mesurada de las fiestas del Dios Dionisio, que se descarga
en las imágenes apolíneas. En el héroe trágico está la imagen de Dionisio; en un inicio, en
la tragedia primitiva no está presente el Dios en la escena, sino que está de manera
figurativa figurada; en un inicio solo es coro. La tragedia es drama cuando realice la
tentativa de mostrar al dios como algo real y de presentar en escena, visible a todos los
ojos, la figura misma del Dios en el relato propio de la celebración. En el héroe de la
tragedia se encontraba Dionisio cuyo sufrimiento y destrucción estaba en armonía con el
del protagonista. El sentimiento plasmado corresponde al instinto dionisiaco; mientras que
lo apolíneo está presente en el hecho de la existencia de una irrealidad espacial en la que “el
mundo diurno se cubre bajo un velo y otro nuevo se brinda ante nuestros ojos: un mundo en
incesante transformación, más claro, más inteligible, más conmovedor que aquél [el de la
realidad] y, sin embargo, más similar a las sombras” (66), es decir, a la apariencia propia
del instinto apolíneo expresa el mundo de las sombras de la sabiduría dionisíaca. Es por
eso por lo que la tragedia nace de la unión de ambos instintos que se fusionan en la
expresión artística.
La tragedia da un consuelo metafísico ya que, retomando el mito de Dionisio, se
observa al Dios destruido a través de los héroes. En la tragedia se presentan las fuerzas de
la naturaleza, de donde nace la sabiduría dionisiaca, en su faceta destructora. Sin embargo,
se enmarca que éstas requieren la destrucción para seguir creando. El consuelo metafísico
está en que acentúa las fuerzas creadoras en vez de las destructoras de la naturaleza. En el
mito de Edipo se expresa la sabiduría dionisiaca “[p]ero basta con que, a modo de un rayo
solar, el poeta helénico roce esta sublime y terrible columna mnemónica del mito, para que
de inmediato empiece a producir sonidos… ¡en melodía sofócleas!” (69). Mientras que
podría parecer una muestra más de la sabiduría de Dionisio de aconsejarnos que lo mejor es
morir pronto, el propio hecho de ser capaces de crear nos da consuelo, porque la vida cobra
sentido únicamente en la creación artística.
En conclusión, Nietzsche observa el arte como producto de dos grandes fuerzas
creadoras de la naturaleza que el artista imita. Cada una de ellas es capaz de producir arte
de manera individual; sin embargo, el arte que mayor consuelo nos trae ante la vida es
aquél que conjunta ambos instintos, representados a partir de dos grandes deidades del
mundo griego, que son los que le dan sentido a la vida. La reflexión estética de Nietzsche
se concentra en el consuelo metafísico. Es en la conjunción de dos fuerzas opuestas donde
nace el sentido y la naturaleza de la tragedia, la cual tiene antes que una función dramática
o de entretenimiento, una función meramente religiosa; donde se veía al dios Dionisio.
Nietzsche le da al arte una función metafísica, que otorga el verdadero consuelo
¿que no da la religión? (la religión para Nietzsche también es arte). Es en la producción
artística donde el hombre encuentra su propio sentido de vida, a partir de la comunión con
las fuerzas creadoras. Es trascendente rescatar las ideas de Nietzsche como ideas
metafísicas (cuestionable, pues Nietzsche es un crítico radical de la metafísica), es decir
como una explicación y reflexión sobre la propia existencia del hombre; no solo tiene una
función estética el arte, sino una trascendental y una que explica el propio devenir del
hombre en este mundo y su función específica como un ser en que alcanza sentido en la
armonía con las fuerzas creadoras de la naturaleza.

Referencias

Cano, Germán. “Friedrich Nietzsche, crítico de la moral”. Nietzsche (Tomo 1). Traducido y
editado por Germán Cano, Gredos, 2014.
Grimal, Pierre. Diccionario de mitología griega y romana. Traducido por Francisco
Parayarols, Paidós, 2010.
Jiménez Moreno, Luis. “Historia y filosofía en Nietzsche”. Anales del seminario de
historia de la filosofía, no. 1, 1980, pp. 193-218
Mann, Thomas. Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Traducido por Andrés Sánchez Pascual,
Alianza, 2000.
Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Nietzsche (Tomo 1). Traducido y
editado por Germán Cano, Gredos, 2014.
Ross, Werner. Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Traducido por Ramón Hervás,
Paidós, 1994.

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