Está en la página 1de 3

Estética-2021- modalidad virtual tercera

evaluación
Comisión: Profesora María Laura Rosa
Nombre y Apellido: Cáceres Aldana
DNI: 40476746

CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN: Apolíneo y Dionisíaco.

Introducción

“La vida, bajo los rayos solares de tales dioses, fue sentida como digna de ser vivida” [...]
(Nietzsche, 2011, p26)

Bajo la premisa de que no existe un principio de verdad que rija el orden del universo y el sentido de
la existencia, nos encontramos con que la vida es, entonces, un constante devenir de creación y
destrucción de ilusiones. Es por eso que para Nietzsche todo hombre es un artista, un ser creador; y el
mundo en sí mismo es concebido como una obra de arte. Al inicio de El origen de la Tragedia,
Nietzsche explica la existencia de dos fuerzas naturales (aparentemente) contrarias, que por sus
características usa como símbolos a dos personajes, dioses, de la mitología griega: Apolo y Dionisio;
a quienes, a su vez, asigna los estados fisiológicos del ensueño y la embriaguez.

Desarrollo

Nietzsche explica la existencia de dos fuerzas naturales aparentemente contrarias, Apolo, uno de los
dioses más importantes del centro de la tradición griega olímpica, era un dios artista, que representaba
la belleza, perfección, la armonía y la razón; también identificado como el Sol, que con su luz
iluminaba todas las formas. Considerado un Dios profético, un mensajero de “la verdad”; la figura de
Apolo la luz funge como metáfora de una iluminación, física (exterior y interior). Para Nietzsche, los
ideales atribuidos a Apolo: la verdad iluminadora, la belleza; alcanzan su máxima realización, no
tanto en la realidad como en los sueños. De ahí que se reconozca al espíritu Apolíneo con el estado de
ensueño, mismo que Nietzsche adopta como una analogía de “las artes en general, por las cuales la
vida se hace posible y digna de ser vivida” [...] (Nietzsche, 2011, p. 11). En este contexto, el concepto
de “ilusión” es comprendido de una forma negativa porque se refiere a un escape, una forma de
negación de la vida. No obstante, si para Nietzsche la vida es ilusión, ¿Por qué podría encontrarse
algo negativo en el espíritu apolíneo que se mueve en el terreno de los sueños? La respuesta sería que
se debe a la existencia de El principio de individuación, que significa la creencia de la unidad
individual, pero también universal, es decir de un principio de organización, un principio rector del
mundo y del universo.
Por esta razón, el espíritu apolíneo encuentra su forma de expresión en el mito religioso,
caracterizado por ser un mito fundador y justificador de la vida humana. Los griegos, explica
Nietzsche, crearon el mundo Olímpico de los dioses debido a esta necesidad de justificación, pues:
“La vida, bajo los rayos solares de tales dioses, fue sentida como digna de ser vivida.” [...] (Nietzsche,
2011, p.26). En esto consiste el carácter ingenuo del espíritu apolíneo: en la negación del vacío de la
vida, de la cual el hombre es el único dotador de sentidos. La creación de un mito que reconoce una
única verdad, conlleva a la creación de un ideal aspiracional exterior a uno mismo. En el espíritu
apolíneo se pierde la conciencia de la mentira que significa la vida.
La otra fuerza vital es lo Dionisiaco. Dionisio, a diferencia de Apolo, es el dios de lo caótico, del
exceso y la desmesura, el dios de la música, de la noche, del desenfreno sexual y del vino. Por eso
para Nietzsche lo dionisiaco descansa en la “embriaguez”. El salto de un estado a otro, de lo apolíneo
a lo dionisiaco, se da por medio del conocimiento. En el momento en que el hombre se da cuenta de
que los principios, la lógica de aquello que lo conduce por la vida “se enrosca sobre sí misma en esos
límites y que finalmente acaba mordiéndose” [...] (Nietzsche, 2004, p.167), se viene sobre él, como
una avalancha, lo que Nietzsche llama el sentimiento trágico. Este es el evento que marca el punto de
ruptura entre lo apolíneo y lo dionisiaco. El conocimiento trágico nos dice que el mundo es un
absurdo, vacío y cruel; algo que de manera natural nos llevaría a alejarnos de la vida, pues representa
una verdad tan dura que “[...] empujaría al hombre a la desesperación y a la aniquilación” [...]
(Nietzsche, 2008, p.30).
Parecería entonces que el hombre invadido por el espíritu dionisiaco no tendría ninguna esperanza
en la vida; la misma vida que se le ha presentado como tal, y que por lo tanto, le causa horror y lo
paraliza. El dualismo apolíneo-dionisiaco es necesario para vivir a pesar del conocimiento de la
naturaleza trágica. Si en lo dionisiaco radica el dolor del enfrentamiento con el mundo, en lo apolíneo
acontece una redención –recordemos que Apolo fue también un dios médico–, pues ofrece el remedio
capaz de transfigurar el dolor en placer a través del acto creativo. No obstante, las formas de
existencia derivadas del espíritu apolíneo se basaron en creaciones como: la ciencia, la religión,
cualquier tipo de metafísica, y la moral; mismas que representan una manera nihilista de concebir el
mundo porque “consuelan el sufrimiento narrándole al hombre un orden distinto del mundo” [...]
(Nietzsche, 1994, p.174). ¿Cuál sería entonces la mejor expresión creativa que condensara ambas
fuerzas, sin que por enfocarse en una niegue la otra? La respuesta de Nietzsche fue: el arte. El arte fue
para el filósofo la manifestación que reproduce la ilusión y la mentira de la vida. No porque le resulta
imposible ver más allá de lo aparente, ni porque le sea imposible alcanzar la esencia verdadera de las
cosas, sino porque lo aparente es lo real; de esta manera el arte exalta el mundo, la mentira, por medio
de la creación.
Para Nietzsche, el impulso creativo, llamado voluntad de poder, es una fuerza natural, una
embriaguez en el sentido dionisiaco, que orilla al hombre a la producción de imágenes, es decir, a la
representación; impulso en el que, por fuerza, están implicados los aspectos fundamentales de la
existencia: el dolor y el placer. El resultado de este impulso es una obra de arte. Es así que el proceso
artístico de la creación de apariencias, se genera de manera autónoma, y sin ningún tipo de
presupuesto o plan racional o moral.

Conclusión

Nietzsche considera que se debe comprender la vida como un fenómeno estético, un devenir
incesante de apariencias, una constante creación y destrucción que sólo alcanza su justificación dentro
de la lógica que nosotros le imponemos, como si se tratase de un juego. La vida es el juego del arte, y
para Nietzsche aquel hombre capaz de forjarse con esta idea está encarnado por el super hombre; un
personaje que rompe con la enajenación nihilista para dar rienda suelta su propia libertad creadora.
Cuando los impulsos apolíneo y dionisiaco se mezclan, cambian la forma de concebir y proyectar la
existencia, que se convierte en una experiencia consciente y activa. Transformadora. Así, el potencial
creativo del arte es el salvavidas de la existencia.

Bibliografía
Nietzsche, Friedrich, Estética y teoría de las artes, Tecnos alianza, México, 2004.
Nietzsche, Friedrich, El origen de la Tragedia, Porrúa. México, 2011.
Nietzsche, Friedrich, Así hablaba Zaratustra, tr. Carlos Vergara, Biblioteca Edaf, España, 2008.
Nietzsche, Friedrich, Humano demasiado humano, tr. Jaime González, Editores mexicanos
unidos, México, 1994

También podría gustarte