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Se trata de un estudio filológico no de un estudio filosófico.

Entendiendo a la filología como el estudio de la lengua a partir de escritos analizando su


estructura y evolución, así como su desarrollo histórico se trata de entrenarse en el uso del
lenguaje, la palabra y la expresión lingüística, motor permanente de la creatividad, de
ahí empieza el estudio del autor para entender el arte griego.
El nacimiento de la tragedia estudia el origen de la tragedia griega según dos principios, el
apolíneo y el dionisíaco.
Expone los temas y cuestiones principales que sobresalen de manera sutil: los griegos, que
figuran clásicamente como un pueblo feliz y sereno, necesitaron de la tragedia; su
exuberancia y demasía de vitalidad parece ligada intrínsecamente a un pesimismo que en la
tragedia se manifiesta como una búsqueda de lo terrible, búsqueda que coexiste con una
necesidad por lo horrible. De esta manera Nietzsche se pregunta: ¿por qué este arte griego?
¿por qué la tragedia? y ¿qué es el espíritu dionisíaco?
Los temas abordados por Nietzsche en el Nacimiento de la Tragedia están distribuidos de
forma concéntrica: en el centro se sitúa la individualidad del hombre, su existencia
separada, que no es más que una ilusión apolínea, entendida como: como la calma y lo
divino.
Esta ilusión es desenmascarada en la tragedia, gracias a la cual las dos fuerzas estéticas
apolínea y dionisíaca, se encuentran una junto a otra.
Por medio de la tragedia el individuo se halla frente a frente con el pensamiento trágico,
que es la cualidad más pura de su existencia.
Concibe el alma trágica como una aceptación del mundo tal y como es en su manifestación
inmediata y en su aspereza, sin promesas, ni esperanzas, de algún más allá. Aquí podemos
ver el pesimismo de la humanidad y recordar que en la tragedia griega por ejemplo en la
obra de Edipo Rey de Sófocles el protagonista atiende a sus más bajos instintos como la
violencia, el sexo y la autolesión.
El alma trágica es gozo pleno de los placeres terrestres, así como también aceptación de los
males y las miserias: los dramas de la vida del individuo son vividos con humildad
y estoicismo. De nada servirá buscar algún ideal, alguna condición de vida perfecta que se
imponga como modelo; se tiene que acoger en su plenitud a la vida, como lo hace el
animal.
La tragedia griega es la síntesis de la antítesis entre lo apolíneo (la calma y lo divino) y lo
dionisíaco (el placer la sensualidad o los bajos instintos).
Apolo y Dionisos son dos dioses griegos que representan polos opuestos en relación con el
modelo de vida que nos proponen.
Ambos son atributos -modos de ser- tanto como interpretación (ilusión) como filtro de la
realidad. Por sus atributos, Apolo gobierna todo aquello que posee límites y produce
formas. Patrón de las artes de la representación y la armonía, Apolo produce la realidad en
figuras, le otorga recipientes, individualiza los objetos y los entes que habitan el universo.
En la tragedia, el atributo de Apolo se manifiesta en los personajes individuados (los héroes
trágicos, por ejemplo) y en la trama; el sentimiento trágico se revela cuando la muerte
amenaza a los héroes: cuando desaparece el principio apolíneo de individuación.
Encarnación de las fuerzas primitivas, Dionisio canalizaba la realidad bajo formas que
simulaban flujos o movimiento. A diferencia de lo apolíneo, estas formas no poseen límites
establecidos ni principio de individuación, es decir todos los personajes poseen estos
instintos más primitivos.
El influjo de Dionisio restituye la unión con lo que Nietzsche llama principio de unidad
de la naturaleza; salva de la angustia causada por la pérdida de la individuación. En el ritual
de la tragedia los espectadores se perdían en el placer de la disonante música dionisíaca, se
unían al flujo de la unidad.
Es decir, los individuos perdían su individualidad para unirse a las pasiones terrenales sin
límite.
Para Nietzsche las formas también interpretan y crean una realidad, y esta realidad brinda
placer y justifica la trágica existencia humana. Cada forma (música, pintura, escultura, etc.)
que existe bajo el principio apolíneo o dionisíaco, es una versión de la realidad que hace
mejor la experiencia humana, porque tiende puentes con la naturaleza.
A Nietzsche le interesa el arte dionisíaco porque establece un puente formal entre los seres
humanos y el carácter móvil de la naturaleza. Lo que le interesa del mito es el recipiente
formal o el método: el modo de aprehensión y creación de la realidad.
El hombre griego hace pasar la duplicidad por el estado de visión, con Apolo intensifica el
ojo en la figura, con Dionisos establece el puente que lo aproxima a la visión de lo
inconmensurable. Las dos fuerzas se miden en la aproximación que cada una tiene con la
forma. Ahí la pasión del movimiento.
“Esos dos instintos tan diferentes marchan uno al lado de otro, casi siempre en abierta
discordia entre sí y excitándose mutuamente a dar luz frutos nuevos y cada vez más
vigorosos, para perpetuar en ellos la lucha de aquella antítesis, sobre la cual sólo en
apariencia tiende un puente la común palabra “arte”: hasta que finalmente, por un
milagroso acto metafísico de la “voluntad” helénica, se muestran apareados entre sí, y en
ese apareamiento acaba engendrando la obra de arte a la vez dionisíaca y apolínea de la
tragedia ática.”1
El placer, su búsqueda, el aliciente mayor de la transformación certera. El dolor y el
sufrimiento sólo pueden ser comprendidos desde el placer, la vida desde el sello de lo
eterno. Dionisos es eterno e indestructible placer que pasa por el desfallecimiento y el
sufrimiento redimiéndose.

1
Nietzsche, Friedrich. El Nacimiento de la Tragedia, Madrid, Alianza, 1995 pp. 40-41
Apolo es el dios de todas las fuerzas figurativas. Tiene el sabio sosiego del dios escultor
que se conserva en la mesura y deja fuera de sí las emociones más salvajes, siempre está
amparado en la solemnidad de la bella apariencia. Apolo es la cordura Dionisio el
desenfreno.
“Se podría designar a Apolo como la magnífica imagen divina del principium
individuatonis, por cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabiduría de la
“apariencia” junto con su belleza.” 2
Dionisos intensifica las emociones al punto de la pérdida de la subjetividad, con Dionisos
se establece la alianza, la comunidad de la fiesta que funda la reconciliación de los hombres
entre sí, y con la naturaleza.
La relación Apolo Dionisos provoca que ninguna de las dos fuerzas sucumba a la violencia
de su opositor, ambas fuerzas son necesarias para el mantenimiento de la otra de tal manera
que el ser humano en el arte griego mantiene doble naturaleza una que corresponde con los
instintos más primitivos y otra que sirve para mantener la cordura.
Lo que siempre se conserva es la tensión entre la forma visible (Apolo) y lo que tras ella se
esconde como fundamento de su aparecer (Dionisos). Dionisos intenta en Apolo mostrarse,
Apolo accede a la provocación intensificando su poder que protege los ojos del furor.

“El sueño nos permite sumergirnos en las fuentes mismas de la vida fisiológica y coincidir
con la fuerza productiva, siempre una y la misma, que da origen a las fuerzas de la
naturaleza igual que a las imágenes psíquicas. Gracias al sueño podemos descubrir la más
profunda de todas nuestras analogías, de todas nuestras concordancias rítmicas con la
naturaleza; podemos comprender cómo el acto creador del poeta, que él toma por un acto
de su yo, es el mismo acto que crea a los seres vivos.”3
El recorrido de la duplicidad va de la forma a la intensidad, de la intensidad a la
forma. La forma y lo que le desborda. Se revela en la conjunción de lo que vela por lo que
devela. Ocurre que de tiempo en tiempo Dionisos pulsa la forma, la habita, y así se muestra
e intensifica la figura pues la deja flotando en la intensidad. La amalgama abre el ritmo
incesante de la mutua provocación.
Por oposición, la apariencia, en el terreno de lo dionisíaco, genera también conocimiento,
pero esta vez por la vía del espanto y el éxtasis. Dionisos es la desmesura entera de la
naturaleza dicha en placer, dolor y conocimiento. Desmesura como verdad.
“Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo
que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para

2
Ídem. pp. 43
3
Ídem. pp. 47
ti: no haber nacido, no ser, ser nada.  Y lo mejor en segundo lugar es para ti – morir
pronto.”4
El hombre griego afrontó el dolor creando dioses. Al dolor se sustrae por medio de la
creación colectiva de seres fuertes y luminosos. La victoria del instinto apolíneo sobre el
reino del dolor y el sufrimiento se da por la vía de la apariencia.
El arte, en esta estética de la fuerza que Nietzsche propone, no busca formarnos porque se
ocupa de dar a ver lo humano sin reparos. Todo lo que sucede es en lo humano, más allá de
precisar su valor.
Únicamente al artista le es dado advertir lo que sucede en todo el movimiento creador, al
punto de aproximarse a su certeza siendo por un instante espectador, creador, crítico,
sujeto y objeto de lo que se crea en él, para él, para sus semejantes que le aplauden.
Siéndolo todo divisa la penumbra y la fascinación de lo que allí se debate.

Nietzsche se refiere al fenómeno de la canción popular como el vestigio perpetuo de una


unión entre lo apolíneo y lo dionisíaco, en tanto es ésta el espejo musical del mundo en su
dolor y contradicción.
“Las estrofas de la canción popular se pueden comparar aquí a cuencos que se presentan
a la fuente que mana clara. Abundante e impulsiva llena los primeros recipientes festivos
que para ella se han preparado. Pero ellos no agotan su caudal. Y el pueblo acaba
llevando finalmente todos los cuencos de su uso cotidiano y deja que se hagan llenos y
pesados. Y los niños extienden el hueco de las manos.”5
La música se concibe como expresión del mundo de donde deriva su lenguaje propiamente
universal. Universalidad que no es abstracta sino completa y clara. La música que viene de
Dionisos es, respecto a lo físico, lo metafísico y respecto a la apariencia, la cosa en sí.
Frente al coro trágico el hombre ordinario se ve contagiado por lo que allí se desata junto al
vértigo del que la sucesiva transformación le hace presa. Identificado con el sátiro se hace
uno con el coro que asciende al rostro cambiante de Dionisos.
La música representa el impulso vital del hombre.
“El mito parece querer susurrarnos que la sabiduría, y precisamente la sabiduría
dionisíaca, es una atrocidad contra naturaleza, que quien con su saber precipita a la
naturaleza en el abismo de la aniquilación, éste tiene que experimentar también en sí
mismo la disolución de la naturaleza.”6

4
Ídem. pp. 52
5
Ídem. pp. 71
6
Ídem. pp. 90
Nietzsche habla de Edipo como el personaje más doliente de la escena griega, paciente de
su acontecer, es incapaz de ver en los primeros signos oraculares la verdad, por el velo de la
apariencia que colma su bienestar y su certeza.
“El personaje más doliente de la escena griega, el desgraciado Edipo, fue concebido por
Sófocles como el hombre noble que, pese a su sabiduría, está destinado al error y a la
miseria, pero que al final ejerce a su alrededor, en virtud de su enorme sufrimiento, una
fuerza mágica y bienhechora, la cual sigue actuando incluso después de morir él.”7
Edipo es la imagen de luz puesta en el tejido misterioso de la tragedia, que mediante su
movimiento atraviesa la mirada del espectador al punto de develar su desgracia como la
corriente que vibra desde el placer por el continuo cambio de las apariencias.
“El drama musical griego es, para todo el arte antiguo, ese ropaje libre: todo lo no-libre,
todo lo aislado de cada una de las artes queda superado con él; en su común festividad
sacrificial se cantan himnos a la belleza y a la vez a la audacia. Sujeción y, sin embargo,
gracia, pluralidad, y sin embargo, unidad, muchas artes en actividad suprema y, sin
embargo, una sola obra de arte –eso es el drama musical antiguo–.”8
Lo que incita profundamente es la música que hace de la pasión del héroe, compasión en el
oyente, que le acompaña en el padecer. El drama es padecimiento transfigurado más que
acción.
Como rasgo característico se da en la ópera el predominio de la palabra sobre la música
en la forma del recitado, modo semimusical de hablar, donde más que cantar se habla,
donde el habla se apoya en la música para demostrar el virtuosismo de la voz, la cual se
debate en la alternancia entre la lírica y la prosa.
Esta música es el reducto de la necesidad de la palabra en su relación estrecha con lo que
pretende producir en el oyente.
En el pueblo griego se concentran dos instintos de suyo ajenos entre sí. Uno que apunta a
la formación del Estado, la organización de la polis en su estructura social que abarca la
plenitud de la formación política paralela a un crecido vigor bélico que defiende tal
estructura. Y otro instinto efusivo y orgiástico.
En su sentido más alto la música se expresa con la protección del engaño apolíneo, la
libertad se conserva en los límites de seguridad que da Apolo. La música se regala en el
engaño. En contrapartida la música da al mito una gran significatividad metafísica.
“De este modo lo apolíneo nos arranca de la universalidad dionisíaca y nos hace
extasiarnos con los individuos; a ellos encadena nuestro movimiento de compasión,
mediante ellos calma el sentimiento de belleza, que anhela formas grandes y sublimes;
hace desfilar ante nosotros imágenes de vida y nos incita a captar con el pensamiento el
núcleo vital en ellas contenido.”9
7
Ídem. pp. 89
8
Ídem. pp. 212
9
Ídem. pp. 170
El conocimiento en la tragedia es posible en el juego de las apariencias. La luz que da el
mito sobre el fondo primordial es agujero de sombra y luz. Nos lleva a la contemplación del
individuo arrancándonos de la universalidad dionisíaca.
En el pueblo griego la vivencia del mito se dio de una manera directa. El mito es la patria
sagrada que acerca al hombre a la divinidad y enaltece el ánimo colectivo. La fuente de su
sabiduría que liga todas las instancias: arte y pueblo, mito y costumbre, tragedia y estado.
Fuerza natural que imprime el carácter de un pueblo en su expresión conjunta, símbolo de
su más alta unidad. 
“El arte griego y, en especial la tragedia griega retardó sobre todo la aniquilación del
mito: era preciso aniquilarlos también a ellos para poder, desligados del suelo patrio,
vivir desenfrenadamente en el desierto del pensamiento, de la costumbre y de la acción.”10
Los dioses no existen, y si los hay vienen de la pobreza, de la negación, del favoritismo que
apela a razones y a adecuadas conductas. Ninguna presencia se alza al encuentro de lo
eterno porque la pretensión de su devenir es preservar, mantener en el saco cosido a retazos
las debilitadas estructuras.
“El arte no es sólo una imitación de la realidad natural, sino precisamente un suplemento
metafísico de la misma, colocado junto a ella para superarla. En la medida en que
pertenece al arte, el mito trágico participa también plenamente de ese propósito metafísico
de transfiguración, propio del arte en cuanto tal.”11
La tragedia ha de ser vista desde su fundamento, explicada como se iluminan las imágenes
de la escena, desde adentro. La perfecta tensión dada en la relación imagen-música en su
presencia pura y viva.
La relación del arte con la vida no es de imitación sino de transfiguración. No es
directa sino volcada al desdoblamiento.
Entender esto implica elevarse hasta una consideración metafísica del arte, lugar donde “la
voluntad juega consigo misma en la plenitud de su placer” La respuesta no arranca de
presupuestos culturales o sociales o psicológicos o religiosos. El arte desde adentro es la
pregunta por el ser.

Es Apolo en Dionisos, Dionisos por Apolo la síntesis de la alianza fraternal en la tragedia,


la solidez de lo inconsistente. Cada fuerza mediando el movimiento hacia la expresión más
plena. Entrelazando en mutua afirmación lo patético de la condición humana y alzando
sobre ella la irrupción del goce. Dentro de la disonancia emerge el anhelo, el aspirar a lo
infinito mientras se multiplica la caída de lo individual en medio del placer.

10
Ídem. pp. 182
11
Ídem.pp.187
Tanto la música como el mito trágico vienen de una esfera artística más allá de lo apolíneo.
Lo dionisíaco se muestra a la base de cualquier pretensión artística, la fuente perenne que
provoca la multiplicidad de las apariencias en imágenes siempre nuevas y siempre bellas.

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