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Nietzsche, Friedrich. El Nacimiento de la Tragedia, Madrid, Alianza, 1995 pp. 40-41
Apolo es el dios de todas las fuerzas figurativas. Tiene el sabio sosiego del dios escultor
que se conserva en la mesura y deja fuera de sí las emociones más salvajes, siempre está
amparado en la solemnidad de la bella apariencia. Apolo es la cordura Dionisio el
desenfreno.
“Se podría designar a Apolo como la magnífica imagen divina del principium
individuatonis, por cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabiduría de la
“apariencia” junto con su belleza.” 2
Dionisos intensifica las emociones al punto de la pérdida de la subjetividad, con Dionisos
se establece la alianza, la comunidad de la fiesta que funda la reconciliación de los hombres
entre sí, y con la naturaleza.
La relación Apolo Dionisos provoca que ninguna de las dos fuerzas sucumba a la violencia
de su opositor, ambas fuerzas son necesarias para el mantenimiento de la otra de tal manera
que el ser humano en el arte griego mantiene doble naturaleza una que corresponde con los
instintos más primitivos y otra que sirve para mantener la cordura.
Lo que siempre se conserva es la tensión entre la forma visible (Apolo) y lo que tras ella se
esconde como fundamento de su aparecer (Dionisos). Dionisos intenta en Apolo mostrarse,
Apolo accede a la provocación intensificando su poder que protege los ojos del furor.
“El sueño nos permite sumergirnos en las fuentes mismas de la vida fisiológica y coincidir
con la fuerza productiva, siempre una y la misma, que da origen a las fuerzas de la
naturaleza igual que a las imágenes psíquicas. Gracias al sueño podemos descubrir la más
profunda de todas nuestras analogías, de todas nuestras concordancias rítmicas con la
naturaleza; podemos comprender cómo el acto creador del poeta, que él toma por un acto
de su yo, es el mismo acto que crea a los seres vivos.”3
El recorrido de la duplicidad va de la forma a la intensidad, de la intensidad a la
forma. La forma y lo que le desborda. Se revela en la conjunción de lo que vela por lo que
devela. Ocurre que de tiempo en tiempo Dionisos pulsa la forma, la habita, y así se muestra
e intensifica la figura pues la deja flotando en la intensidad. La amalgama abre el ritmo
incesante de la mutua provocación.
Por oposición, la apariencia, en el terreno de lo dionisíaco, genera también conocimiento,
pero esta vez por la vía del espanto y el éxtasis. Dionisos es la desmesura entera de la
naturaleza dicha en placer, dolor y conocimiento. Desmesura como verdad.
“Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo
que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para
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ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti – morir
pronto.”4
El hombre griego afrontó el dolor creando dioses. Al dolor se sustrae por medio de la
creación colectiva de seres fuertes y luminosos. La victoria del instinto apolíneo sobre el
reino del dolor y el sufrimiento se da por la vía de la apariencia.
El arte, en esta estética de la fuerza que Nietzsche propone, no busca formarnos porque se
ocupa de dar a ver lo humano sin reparos. Todo lo que sucede es en lo humano, más allá de
precisar su valor.
Únicamente al artista le es dado advertir lo que sucede en todo el movimiento creador, al
punto de aproximarse a su certeza siendo por un instante espectador, creador, crítico,
sujeto y objeto de lo que se crea en él, para él, para sus semejantes que le aplauden.
Siéndolo todo divisa la penumbra y la fascinación de lo que allí se debate.
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Nietzsche habla de Edipo como el personaje más doliente de la escena griega, paciente de
su acontecer, es incapaz de ver en los primeros signos oraculares la verdad, por el velo de la
apariencia que colma su bienestar y su certeza.
“El personaje más doliente de la escena griega, el desgraciado Edipo, fue concebido por
Sófocles como el hombre noble que, pese a su sabiduría, está destinado al error y a la
miseria, pero que al final ejerce a su alrededor, en virtud de su enorme sufrimiento, una
fuerza mágica y bienhechora, la cual sigue actuando incluso después de morir él.”7
Edipo es la imagen de luz puesta en el tejido misterioso de la tragedia, que mediante su
movimiento atraviesa la mirada del espectador al punto de develar su desgracia como la
corriente que vibra desde el placer por el continuo cambio de las apariencias.
“El drama musical griego es, para todo el arte antiguo, ese ropaje libre: todo lo no-libre,
todo lo aislado de cada una de las artes queda superado con él; en su común festividad
sacrificial se cantan himnos a la belleza y a la vez a la audacia. Sujeción y, sin embargo,
gracia, pluralidad, y sin embargo, unidad, muchas artes en actividad suprema y, sin
embargo, una sola obra de arte –eso es el drama musical antiguo–.”8
Lo que incita profundamente es la música que hace de la pasión del héroe, compasión en el
oyente, que le acompaña en el padecer. El drama es padecimiento transfigurado más que
acción.
Como rasgo característico se da en la ópera el predominio de la palabra sobre la música
en la forma del recitado, modo semimusical de hablar, donde más que cantar se habla,
donde el habla se apoya en la música para demostrar el virtuosismo de la voz, la cual se
debate en la alternancia entre la lírica y la prosa.
Esta música es el reducto de la necesidad de la palabra en su relación estrecha con lo que
pretende producir en el oyente.
En el pueblo griego se concentran dos instintos de suyo ajenos entre sí. Uno que apunta a
la formación del Estado, la organización de la polis en su estructura social que abarca la
plenitud de la formación política paralela a un crecido vigor bélico que defiende tal
estructura. Y otro instinto efusivo y orgiástico.
En su sentido más alto la música se expresa con la protección del engaño apolíneo, la
libertad se conserva en los límites de seguridad que da Apolo. La música se regala en el
engaño. En contrapartida la música da al mito una gran significatividad metafísica.
“De este modo lo apolíneo nos arranca de la universalidad dionisíaca y nos hace
extasiarnos con los individuos; a ellos encadena nuestro movimiento de compasión,
mediante ellos calma el sentimiento de belleza, que anhela formas grandes y sublimes;
hace desfilar ante nosotros imágenes de vida y nos incita a captar con el pensamiento el
núcleo vital en ellas contenido.”9
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El conocimiento en la tragedia es posible en el juego de las apariencias. La luz que da el
mito sobre el fondo primordial es agujero de sombra y luz. Nos lleva a la contemplación del
individuo arrancándonos de la universalidad dionisíaca.
En el pueblo griego la vivencia del mito se dio de una manera directa. El mito es la patria
sagrada que acerca al hombre a la divinidad y enaltece el ánimo colectivo. La fuente de su
sabiduría que liga todas las instancias: arte y pueblo, mito y costumbre, tragedia y estado.
Fuerza natural que imprime el carácter de un pueblo en su expresión conjunta, símbolo de
su más alta unidad.
“El arte griego y, en especial la tragedia griega retardó sobre todo la aniquilación del
mito: era preciso aniquilarlos también a ellos para poder, desligados del suelo patrio,
vivir desenfrenadamente en el desierto del pensamiento, de la costumbre y de la acción.”10
Los dioses no existen, y si los hay vienen de la pobreza, de la negación, del favoritismo que
apela a razones y a adecuadas conductas. Ninguna presencia se alza al encuentro de lo
eterno porque la pretensión de su devenir es preservar, mantener en el saco cosido a retazos
las debilitadas estructuras.
“El arte no es sólo una imitación de la realidad natural, sino precisamente un suplemento
metafísico de la misma, colocado junto a ella para superarla. En la medida en que
pertenece al arte, el mito trágico participa también plenamente de ese propósito metafísico
de transfiguración, propio del arte en cuanto tal.”11
La tragedia ha de ser vista desde su fundamento, explicada como se iluminan las imágenes
de la escena, desde adentro. La perfecta tensión dada en la relación imagen-música en su
presencia pura y viva.
La relación del arte con la vida no es de imitación sino de transfiguración. No es
directa sino volcada al desdoblamiento.
Entender esto implica elevarse hasta una consideración metafísica del arte, lugar donde “la
voluntad juega consigo misma en la plenitud de su placer” La respuesta no arranca de
presupuestos culturales o sociales o psicológicos o religiosos. El arte desde adentro es la
pregunta por el ser.
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Ídem. pp. 182
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Ídem.pp.187
Tanto la música como el mito trágico vienen de una esfera artística más allá de lo apolíneo.
Lo dionisíaco se muestra a la base de cualquier pretensión artística, la fuente perenne que
provoca la multiplicidad de las apariencias en imágenes siempre nuevas y siempre bellas.