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Furia Desatada

Amanda Carpenter

Furia Desatada (1988)


Título Original: Rage (1988)
Editorial: Harmex S.A.
Sello / Colección: Jazmín N° 16-88
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Damian Kent y Jessica King

Argumento:
Amar a un hombre como Damian Kent podía ser un infierno, pensó Jessica
King, la tarde de la fiesta en la que él escoltaba a otra mujer. Una mujer
con la que estaba pensando casarse por razones de negocios. Y obviamente
él pensaba que el matrimonio no cambiaría su relación. Pero Jessica no iba
a continuar atada a una relación engañosa. Por lo que cambió las
cerraduras de su apartamento, y trató de bloquear su imagen de su
corazón. Pero Damian Kent era un hombre determinado, con la reputación
de obtener lo que quería. Y él quería a Jessica…
Amanda Carpenter – Furia Desatada

Capítulo 1
La escena parecía idílica. La bella mujer se encontraba sentada frente a un
hombre de tipo distinguido que tenía como marco unas ventanas de tipo francés y un
pequeño balcón. Desde éste podía observarse el barrio más exclusivo de Nueva York
y las tiendas de la Quinta Avenida. En ese momento la lluvia golpeaba los cristales
en medio de un día gris.
Sin embargo, dentro de la espaciosa sala, la historia era distinta. La dama
levantó su taza de plata y con expresión interrogante miró al hombre que se
encontraba frente a ella. La mujer, el apartamento y las pinturas costosas que
colgaban en la pared, sugerían un ambiente de riqueza, elegancia y hasta podría
decirse, de dramatismo.
Dentro de este marco, la dama, que estaba muy bien arreglada, veía al hombre
una y otra vez. Sin duda era el punto central del cuarto. Por donde se le viera, era
una mujer adorable. Tenía el cabello rojizo, que caía sobre su espalda como una
cascada, su cara era blanca, con tersura del marfil y los ojos eran de color castaño,
como los de un felino.
La escena era de idilio. El hombre asentía con la cabeza mientras se llevaba la
taza a los labios. Pero debajo de esa perfección se percibía una oscuridad que
ciertamente no la ocasionaba el cielo oscuro, sino la emoción que esa mujer llevaba
dentro.
Jessica observó a Justin con cariño. Él tendría unos cuarenta años, el cabello
claro con canas, ojos azules y unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Era un
hombre apuesto, de mandíbula firme, cuerpo musculoso y elevada estatura. Jessica
era muy alta pero a su lado se veía pequeña. Él parecía capaz de leer el pensamiento
de las damas y Jessica no estaba segura de si quería que se supiera lo que ocupaba su
mente en ese momento.
Debió casarse con él cuatro años atrás, cuando tuvo la oportunidad. Pero ésta
había pasado y ambos lo sabían. Ella sintió un amor platónico por él, el cual resultó
pasajero. Él era maravilloso y era su amigo desde hacía diez años. Sonrió al recordar
cómo lo conoció. Ahora él era juez, pero cuando se conocieron él era un joven
abogado y ella, de dieciocho años, acababa de terminar el bachillerato en Vermont y
estaba recién llegada a Nueva York. Él pertenecía a un grupo que luchaba en favor
del desarme; se encontraron, se sintieron atraídos y se convirtieron en buenos
amigos, amistad que perduraría a lo largo de muchos años.
Jessica miró hacia fuera, suspiró mientras miraba caer la fina lluvia que iba a
durar algunos días, según el pronóstico del tiempo. No sabía si suspiraba por la
lluvia o por lo que sentía. Recordó lo que había cambiado en diez años; se inició en el
modelaje y en la actualidad era una de las modelos mejor pagadas y más famosas. La
consideraban una mujer con ÉXITO, así, con mayúsculas.
—Tienes una expresión sombría. ¿En qué piensas?
Observó a Justin y se dio cuenta de que realmente se preocupaba por ella.
Esbozó una breve sonrisa.

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—En nada interesante —contestó llevándose la taza a los labios. Sobresalía un


anillo de zafiros en su mano derecha.
—Querida, tu bella boca me está mintiendo y tú lo sabes —le dijo sin rodeos—.
Te conozco desde hace muchos años y te entiendo. Cuando entré en el apartamento
me percaté de que te sucedía algo raro.
—El día es horrible. Odio la lluvia porque me tengo que quedar en el
apartamento haciendo gestos, como alguien que no está contento consigo mismo —
sintió la mirada del hombre, quien rió a carcajadas.
—Qué cosas dices, solamente por cumplir veintisiete años.
—Veintiocho, y no empieces a hacer cuentas —dijo tomando su café—. Detesto
que me recuerden mi edad.
Pensó que si corría con suerte le podían quedar otros siete años en el modelaje
antes que aparecieran las marcas de la edad. Tenía suficiente dinero, mas ¿qué iba a
hacer cuando ya no la llamaran a trabajar? Trató de desviar sus pensamientos y
preguntó:
—¿Vas a ir a la fiesta de compromiso de los Trevor hoy en la noche? Dicen que
va a ser un gran evento social —esto último lo dijo con sequedad.
—Eso depende. ¿Estará Damian allí? —Jessica se quedó observando a través de
la ventana, pues la lluvia era más fuerte.
—Creo que si no cesa la lluvia, voy a ahogarme, a pesar de que vivo en el piso
veinticinco. ¡Mira la terraza! —él sabía que estaba fingiendo, la conocía muy bien—.
Querido, ya sabes que Damian es único y nunca se sabe qué es lo que va a hacer. Lo
único seguro es que no quiere saber de ti. Es enigmático.
—No es enigmático. Lo que sucede es que no le agrada nuestra amistad y
quisiera que yo me alejara de ti. Jessica, ese monstruo de ojos verdes está celoso. Es
muy posesivo y eso me hace pensar en por qué me invitaste tan repentinamente el
día de hoy. Siempre te las has ingeniado para llevar la fiesta en paz entre Damian y
yo. ¿Te estás volviendo descuidada?
—Ves demasiadas cosas —comentó la joven con ojos brillantes—. Justin Marsh,
debes recordar que Damian no puede interponerse entre nosotros. Valoro demasiado
nuestra amistad y pienso que es la mejor relación de todas. Nos damos apoyo mutuo,
además de afecto y confianza —su audacia hizo que él sonriera.
—Pero no debes olvidar el sexo —la mirada masculina recorrió el cuerpo
sensual de Jessica—. Ya sabes que Damian, a pesar de su poder y ambición, nada
puede reclamarme y eso lo enfurece. Le encantaría decirme que me vaya de tu vida,
pero no puede. Eso altera a un hombre que no está acostumbrado a que lo
contradigan. Tarde o temprano tiene que aceptar que tú y yo somos muy buenos
amigos y que siempre lo seremos porque te adoro. Por cierto, ¿cómo está?
—Como siempre, claro cuando anda por aquí. Acaba de regresar de Francia —
su voz se escuchó totalmente controlada y la expresión era tranquila.
—¡Es un imbécil por tratarte de ese modo! —exclamó Justin porque se daba
cuenta de lo que sucedía—. Puedo asegurarte que no te avisó cuando se fue, y si

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tuviste suerte, te habrá dejado un recado, sin mencionar cuándo volvería, desde
luego. ¡Me enfurece la forma en que te trata!
A Jessica tampoco le agradaba y cerró los labios para contener el comentario.
Hizo un esfuerzo por calmarse y que su voz se escuchara tranquila.
—Tú sabes que Damian y yo sostenemos una relación sin ataduras. Si actuara
como una chiquilla preguntándole lo que hace todo el tiempo, lo único que lograría
sería alejarlo de mí —lo miró burlona—. Además, si fuera egoísta, te pediría que
nunca volvieras por aquí. Sin embargo, valoro mucho tu amistad.
—Tú sabes —en esta ocasión él fue quien sonrió—, que yo aprecio nuestra
amistad por encima de todo. Me casaría contigo en este instante si quisieras. Pero,
como sucede en estas situaciones, prefiero continuar con nuestra amistad tan bella y
no estropearla por mi orgullo. Me gustaría que Damian te diera la felicidad que
mereces —ella se movió en el asiento y él la miró con fijeza—. Es obvio que no eres
feliz. ¿Qué te hizo ahora? No puedes engañarme y a ti te pasa algo, ¿qué es?
—Damian es muy conflictivo —contestó dándole vueltas a la taza—. Nadie lo
conoce y yo tampoco, por eso acepto su carácter. Nunca habla de cosas que me
permitan conocerlo a fondo o saber de su pasado, sólo habla de trivialidades. Tiene el
cabello oscuro y un pasado negro. Nunca se detiene hasta conseguir lo que quiere y
le va muy bien en los negocios. Es un hombre que sobresale y yo lo amo, aun sin
conocerlo. ¿Quién conoce a Damian?
Justin la contempló un instante. Parecía una madonna que no perdía la
compostura. Le devolvió la mirada con resolución; tenía un brillo en los ojos.
—Lamento mucho haberte enseñado el arte de disimular pero a mí no me
engañas. Vamos querida, ¿qué hizo?
Jessica levantó la mano derecha y se observó las uñas.
—Damian se ha metido en la cabeza que quiere casarse, eso es todo, si bien no
ha hecho algo al respecto —lo miró encolerizada.
—¡Casarse! ¿Con quién piensa hacerlo? De seguro contigo…
Jessica sintió un ligero temblor y trató de calmarse. Añadió con voz tranquila.
—Cariño, esperaba que tuvieras un poco más de imaginación. Nadie llega al
matrimonio con su amante. En realidad yo siempre he criticado a las mujeres que se
quedan en su casa muy tranquilas llevando una vida aburrida e inútil —se apoyó en
un brazo—. No, querido, Damian nunca se casaría conmigo. No tengo buenos
antecedentes, ni familia distinguida, ni dinero y si no me equivoco va a
comprometerse con alguna hija de un empresario conocido.
El hombre rubio que la observaba tenía una expresión sombría y triste.
—Jessica —le dijo con preocupación—, te conozco desde hace mucho tiempo y
no dejo de reconocer el cambio tan sorprendente que has tenido en los últimos tres
años. ¿En dónde está esa joven que en una ocasión declaró con vehemencia que no se
casaría si no estaba enamorada? ¿En dónde está la chica que tenía estrellas en la
mirada y una forma simple y maravillosa de ver la vida? ¿Qué sucedió con la
muchacha que podía tener accesos de furia o alegría en cualquier momento? Jessica,
¿adónde se fue esa maravillosa criatura?

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Lo miró con frialdad, moviendo la cabeza. Esas palabras la impactaron y sintió


un ligero escalofrío, aunque no concordaba del todo con él. Alguna vez fue como la
había descrito Justin, pero no la conocía totalmente. Él prefería recordar lo bueno de
ella y olvidar lo malo, lo cual resultaba peligroso. En el pasado fue diferente, y ese
sentido de espiritualidad le había causado muchos problemas. No tuvo oportunidad
de ver la vida de otra manera porque pensaba que no era posible vivir así. El mundo
era muy complejo y exigente. Los ideales podían verse en términos de blanco y negro
en tanto que las personas se manejaban entre tonalidades grises y hasta las más
respetadas llevaban alguna huella de pecado.
Jamás sería como antes. La eterna jovialidad era una utopía. Había madurado y
podía ser más controlada. Trabajaba con ahínco, por eso había adquirido un lugar
importante en el mundo del modelaje. No iba a echar todo por tierra en un arranque
de ira, así que seguiría con esa tranquilidad que todos envidiaban.
—Ya crecí, Justin —contestó, serena—. No soy esa chiquilla alocada y me
alegro. Hay cosas dentro de mí que nunca van a cambiar. Sabes que peleo por el
desarme, pero ya no participo en las manifestaciones callejeras, prefiero hablar con
los senadores y diplomáticos. Siento lo mismo, sólo que he cambiado mi forma de
expresarlo. Amo a Damian y sería el único hombre con el que podría casarme. No
voy a cambiar mis sentimientos y por tanto creo que permaneceré soltera. Estoy
conforme con lo que me da, y seguirá dando, y no voy a destruir lo que he logrado.
Justin observaba las manos de Jessica mientras le daba vuelta a la taza. Eran
muy bellas, delgadas y femeninas. En alguna ocasión pintaron paredes y golpearon
con fuerza las puertas en señal de protesta.
—Jessica, es cierto que pudiste haber cambiado en algunas cosas, pero sé muy
bien que ese cabello rojizo es igual al fuego que llevas en tu interior. Tienes un
carácter fuerte. ¡Tus vibraciones harían que se viniera abajo cualquier edificio! Es
seguro que lo que más le atrajo a Damian fue tu carácter y personalidad.
La joven escuchaba a su amigo, tranquila. Había muchas cosas en juego… su
felicidad antes que nada. Su relación con Damian era muy insegura y frágil. No iba a
hacer algo de lo que después tuviera que arrepentirse. Sabía que aunque Damian se
fuera, siempre volvería a ella para quedarse un tiempo a su lado. Como lo amaba
mucho, nunca se atrevía a rechazarlo. Jamás pudo decirle que no, desde tres años
atrás.
Damian entró en su vida cuando todavía no tenía el refinamiento de ahora. La
impresionó con su cabello oscuro y su aire de seguridad. Era muy apuesto y la hacía
estremecer cada vez que lo veía. Ella era alta pero él la superaba en estatura, por lo
que se sentía vulnerable y femenina. Su cuerpo era fuerte y ágil, varias veces lo
comparó con una pantera. Era el hombre más excitante que había conocido. Si la
abandonara, ella ya no querría vivir.
Sin embargo, Damian le confió que debía hacer un matrimonio de conveniencia
para afianzar algunos negocios aunque eso no le iba a coartar su libertad. Por lo
visto, Jessica iba a convertirse en "la otra mujer" y dudaba de que resistiera esa
situación, a pesar de que aseguraba lo contrario. Por otra parte, no concebía la vida
sin él. Sabía que Justin la observaba, así que se esforzó al máximo para comportarse
lo más natural posible.

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—Ocultas tus sentimientos con maestría —señaló él, levantando la taza a modo
de saludo.
—El mundo es una parodia, querido —respondió, acomodándose la falda—, y
no me contradigas. Estamos actuando todo el tiempo. A pesar de que mi cara aparece
en muchas portadas, nadie sabe lo que traigo dentro. Lo único que hacen es
encasillarme pero, ¿qué saben de mí?
—¿Sabes qué pienso, Jessica? —el tono de voz hizo que la joven lo viera a los
ojos.
—Lo sé, querido, casi siempre pero no en este momento.
—Pienso que a pesar de todo todavía tienes un temperamento fuerte escondido
en alguna parte de tu ser. Algún día va a estallar esa dinamita que has guardado
para ti. ¿En dónde quedó tu arrojo, Jessica? Ahora eres más peligrosa porque antes
acostumbrabas dar rienda suelta a tus sentimientos. Tienes muchas cualidades
adorables y si las guardas se convertirán en veneno. Algún día vas a perder el control
y vas a explotar, y la explosión va a llegar a diez kilómetros a la redonda. Me da
tristeza por Damian y por ti; y los dos me dan miedo.
La lluvia no cesaba. Parecía que esa lluvia significaba las lágrimas que Jessica
no se atrevía a derramar. El tiempo era deprimente además de que nunca le había
parecido que la ciudad de Nueva York fuera muy agradable. Estaba sentada como
una imagen de Miguel Ángel en perfecta armonía y Justin sintió escalofrío. El cabello
rojizo le caía sobre los hombros, pero al mirar él los ojos castaños, sintió por primera
vez verdadero temor por la tristeza que ellos reflejaban.

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Capítulo 2
Más tarde, Jessica ya se encontraba lista cuando se abrió la puerta y él apareció.
Ella empezó a temblar en cuanto entró Damian; no tenía que corroborar que estaba
cerca porque lo sentía. Se acercó a él con una sonrisa de bienvenida y abriendo los
brazos, Damian se detuvo en la puerta para ver acercarse a la joven. Extendió los
brazos y la estrechó, haciéndola estremecer, lo cual sucedía siempre que lo veía.
Al llegar a la sala la invadió con la vitalidad y fuerza de su personalidad; el
cuerpo masculino dominaba el entorno y demandaba atención. Ella observó la
mandíbula, las cejas oscuras, los ojos verdes y la nariz grande, la que, en ocasiones,
parecía de una persona arrogante. Él significaba mucho para Jessica… no sabía
cuánto, si bien debía imaginarlo porque ella se lo decía y demostraba de diversas
formas.
—Te veo maravillosa —le dijo en un murmullo que la hacía temblar—. Creo
que necesito una copa.
Jessica lo miró con su traje y arreglo impecables, pero advirtió señales de
cansancio.
—Ve a recostarte al sillón, cariño. Encontrarás algo en la mesa de servicio —lo
miró levantando una ceja.
—Estoy convencido de que eres mi hada madrina y de que verdaderamente
puedes leer mi pensamiento… ¡ah, un brandy! Gracias.
Se sentó al final del sillón para tomar la copa a la vez que se aflojaba la corbata.
Ella se acercó y él la aproximó a sí para colocar el cuerpo femenino junto al suyo,
para besarla.
—Parece que tuviste un día difícil —lo miró con cierta preocupación, aunque
trató de ocultarlo.
Se preocupaba cuando Damian trabajaba demasiado, lo que ocurría con
frecuencia, aunque no se lo decía para no molestarlo.
—Sí. Contraté a una nueva secretaria pero al final del día la despedí —contestó
con voz ronca y con una expresión hosca, la que Jessica conocía bien.
De pronto recordó lo que le había dicho Justin y se percató de que Damian
podría dar una imagen diabólica. Mucha gente veía su expresión y no se interesaba
en conocer al hombre mismo.
—Fue tremendo. Llamé a la agencia de empleos que me la había enviado y los
insulté durante quince minutos. Enviarán otra el lunes.
—¿Estás tratando de comerte a tus secretarias, cariño? —preguntó con voz
suave y en tono burlón—. Deberías tratar de morder a la más joven, me parece que es
atractiva y creo que te gustaría.
—¿Así que además de bruja también eres una zorra? —su voz no denotaba
rabia sino al contrario, cierta satisfacción—. ¿Qué cocinaste para hoy?

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—¡Qué gracioso! —sonrió separándose de él para servirse una copa—. En


realidad casi es hora de que me arregle para ir a la fiesta de compromiso de Karen.
¿Ya lo olvidaste? ¿No piensas ir? —ella deseaba que asistieran juntos pero él no le
había sugerido algo y no quería forzarlo.
—¡Caramba, lo había olvidado! —exclamó con suavidad pero Jessica notó cierta
preocupación—. Tengo obligación de ir. Se supone que debo acompañar a Mary, la
hija de Jake Coefield, y ya casi son las seis.
Jessica sintió que palidecía y se quedó paralizada. Luego lo miró con expresión
burlona, si bien su sentimiento no era precisamente de alegría.
—¿Acaso Coefield está pensando hacer negocio contigo? ¿Se trata de la
pequeña ratoncita con la que piensas casarte? Esto es muy gracioso, cariño —le dijo
levantando su copa—. ¿Me debo presentar en la noche?
—No te hagas la graciosa —le dirigió una mirada que parecía un puñal—.
Debes saber perfectamente que no amo y que nunca amaré a esa joven. Además, creo
que es un error que un hombre se case enamorado. El matrimonio con Mary
resultaría conveniente. Le simpatizo a su padre.
Jessica se dirigió a los ventanales para ver al exterior, aunque en realidad quería
tranquilizarse. Damian nunca la había engañado, así que cuando le aseguraba que
era la mujer que más deseaba en la vida, sabía que era la verdad. En ese momento
también le hablaba con sinceridad; planeaba casarse con esa joven. Dio un sorbo a su
licor y reflexionó en que estaba frente a un hombre insensible.
—¿No consideras que las cosas pueden complicarse? —inquirió mirándolo con
fijeza—. Vas a tener que hacer una serie de malabarismos entre todas tus mujeres —
parecía que le divertía la situación.
—De ninguna manera —declaró, enfático—. Tú conoces los motivos y ella
también debe conocerlos. Eso es todo.
—¡Qué terminante! Bueno, cariño, tendré que despedirme de ti porque tengo
que bañarme y arreglarme para la fiesta. Por favor cierra bien la puerta —lo miró de
soslayo y se dirigió al lujoso baño, tomando antes un trago de su bebida. Había
realizado una actuación soberbia.
La alfombra le impidió escuchar los pasos, así que la sobresaltó cuando la tomó
de los hombros para darle media vuelta. Le quitó la copa y la empujó contra la pared
para besarla con pasión. La estrechó tanto que la lastimó con su musculoso cuerpo.
Le dio un beso largo, y Jessica le rodeó el cuello con los brazos y le respondió con
intensidad.
—Bueno cariño —murmuró con voz entrecortada, tratando de encubrir el dolor
que le ocasionaba el comportamiento de Damian, con una mirada que pretendía ser
de burla—, la próxima vez que quieras besarme, avísame. Así podré hacer a un lado
mi copa de vino.
—No seas impertinente, Jessica. Te veré más tarde.
Ella lo miró con desafío.

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Él se despidió rozándole la mejilla con un dedo, y salió. Cuando se cerró la


puerta, Jessica cambió de expresión, se sintió herida y vulnerable. Inmóvil, observó la
puerta un largo rato y se sintió muy sola.
—¡Maldito, mil veces maldito! —estalló en lágrimas que detuvo al instante
porque no podía llorar antes de ir a la fiesta.
Se dirigió al teléfono porque en compañía de alguien podría controlarse y
guardar la compostura.
Llamó a Justin con voz alegre y aunque estuviera fingiendo, sabía que él iba a
percibir su dolor. Justin aceptó acompañarla a la fiesta de buen grado; pasaría a
buscarla una hora después. Jessica tenía una expresión de maldad cuando colgó el
auricular, mas de inmediato la sustituyó por una de tristeza. Se preguntaba, por qué
era tan tonta con respecto a Damian. ¿Por qué lo amaba al grado de que no podía
dejarlo? ¿Por qué no se enamoraba de Justin? Sin duda sería un magnífico esposo,
cariñoso y que se preocuparía por ella. Nunca la había condenado por ser amante de
Damian.
Sin embargo, no podía imaginar a Justin en su cama. La única persona con la
que quería hacer el amor era con Damian, a quien deseaba y quería cuidar como una
esposa. Una vez más se preguntó por qué él no deseaba enamorarse.
Corrió a su dormitorio pues ya había perdido mucho tiempo con sus
pensamientos. Tenía que arreglarse de tal manera que Damian no pudiera dejar de
admirarla. Iba a luchar por él hasta el último momento, sin embargo, si se casaba con
otra, no volvería a verlo. No iba a traicionar lo que ella más anhelaba en la vida: el
matrimonio. Le dolió pensar que lo apartaría de su lado, mas no iba a cometer
ningún tipo de adulterio. Con fervor le rogó a Dios que no perdiera a Damian.
Jessica se miró en el espejo después de arreglarse con sumo cuidado. La imagen
era adorable, perfecta. Llevaba un vestido blanco de seda, muy escotado que
resaltaba las curvas de su cuerpo. Tenía una abertura en la pierna que la hacía ver
muy sensual, y el cinturón dorado hacía juego con sus sandalias. El resultado era de
una mujer muy femenina y sensual. Sonrió por haber logrado sus propósitos.
Jessica estaba nerviosa porque no sabía cuál iba a ser la reacción de Damian,
dado que era imprevisible. Pero ya no importaba, nadie podría sospechar que la
famosa modelo, unas horas atrás, fue presa de una gran ansiedad. Esa noche nadie
iba a herirla y no permitiría que se acercaran a la mujer que se encontraba debajo de
esa vestimenta. Una vez más, el despampanante atuendo era la mujer misma.
Escuchó el timbre y supo de inmediato que se trataba de Justin, y como el
portero lo conocía bien, le permitía entrar sin problema. Portaba un traje formal y
ambos constituían una pareja muy elegante, pero si Damian la acompañara, no
habría duda de que sería el mejor acompañante.
—Ya te he visto otras veces con la espada desenvainada, y aunque estás muy
hermosa, tu actitud me asusta. Parece que hoy traes las uñas más afiladas que de
costumbre. Mujer, ¿qué es lo que pretendes hacer con los demás hombres de la
fiesta? ¿Quieres dejarlos sin aliento? Ese vestido es muy provocativo.
—¿Te gusta? —preguntó observándolo con detenimiento—. Lo estoy
estrenando y creo que es muy bonito, ¿tú no?

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—¿Bonito? Es bonito en lo poco que hay de tela —hizo la cabeza para atrás—.
Ahora sé por qué me llamaste. No necesitas compañía sino un guardaespaldas.
¿Cómo voy a detener a los sujetos que van a querer violarte? El brazalete es un toque
maravilloso, lo adecuado para una chica erótica. ¿Debo ponerte en subasta pública?
—Sí, en la medida que yo reciba los beneficios —le dijo con una sonrisa aunque
su corazón llorara—. Escucha, Justin, tengo que pedirte otro favor, y hasta cierto
punto es una exigencia… si no te importa.
—¿Qué vas a exigirme? ¿Qué es lo que necesitas? —observó que la miraba con
amor platónico. ¡Era muy bueno con ella!
—¿Podrías actuar como mi hermano? —le preguntó con voz suave—. Hubiera
querido tener alguno, igual a ti, al que pudiera acudir cuando me sintiera
descorazonada, el que me brindara su apoyo. ¿Podría pasar la noche en tu casa?
Damian va a volver después de la fiesta y no quiero estar aquí. Si él se casa, voy a
terminar nuestra relación. No participaré en su juego. No quiero imaginar que si
viene aquí es porque está aburrido o sólo porque me quiere para un rato, sin ofrecer
ningún tipo de seguridad. ¿Te afectaría mucho si durmiera en tu sofá?
—Querida —se acercó a ella y la besó en la mejilla—, seré lo que tú quieras.
Desde luego que puedes dormir en mi casa y no precisamente en el sofá. Voy a
telefonear a mi ama de llaves para decirle que arregle un dormitorio. Esta medida
resolverá el problema únicamente por esta noche. Puedes permanecer en la casa todo
el tiempo que quieras, aunque ambos sabemos que eso no va a suceder, ¿no es así?
—No —contestó con voz baja—. Voy a cambiar la chapa por la mañana porque
no puedo hacerlo en este momento. ¡Será una buena sorpresa! —lo miró a la cara—.
Sé que te estoy pidiendo mucho, Justin, y me apena ser una carga para ti.
—No eres carga, al contrario, me encanta estar contigo. Además, ¿para qué son
los amigos y los hermanos mayores? —le dijo con calma y sonriendo.
Jessica casi pudo ver la cólera de Damian.
Se preguntó si Justin estaba enamorado de ella como lo declaró alguna vez. Aun
cuando Damian se jactaba de que no amaría a mujer alguna, iba a enfurecerse
cuando la viera llegar con el hombre al que odiaba tanto. Su única esperanza era
saber que no le resultaba indiferente a Damian, de lo contrario, no la hubiera
frecuentado durante tres años. Nunca había salido con alguien durante ese tiempo.
Justin era su amigo y nunca le había exigido nada; sabía que la consideraba una
exótica modelo y que nunca había estado de acuerdo con su profesión. Lo quería
mucho por el afecto y apoyo que le demostraba. Se dio cuenta de cuánto la estimaba
y ayudaba. No sentía lo mismo con Damian, y en parte era su culpa porque nunca se
atrevió a pedirle algo.
—Gracias —le respondió con ojos brillantes—. Permíteme traer algunas cosas y
nos vamos de inmediato. ¿Sigue lloviendo? —ya había corrido las cortinas.
—No, está nublado pero ya dejó de llover, por lo menos así me lo pareció —se
sentó para esperarla.
Guardó lo más elemental y se colocó una capa de noche de color púrpura.
Tomó aire y se preparó para ir a la fiesta.

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La casa de los Trevor era una mansión, notó ella mientras se acercaban en el
auto deportivo de Justin. Estaba llena de luces por la fiesta de compromiso de Karen.
Era hija única, como Jessica, y sus padres no escatimaron ningún gasto para que esa
fiesta fuera esplendorosa. Asistirían unos trescientos invitados que pertenecían a la
clase más elevada, tanto social como económicamente.
Desde luego que allí estaría Damian. Sintió que el estómago se le contraía y
pensó que no podría controlarse. Esperó a que Justin entregara el automóvil al
portero y subieron por la escalera. Una sirvienta le quitó la capa y no pudo ocultar su
sorpresa por la vestimenta de la modelo; lo mismo ocurrió con el camarero que se
acercó a ofrecerles una copa.
—¿No te dije que los ibas a hacer perder el aliento? —la embromó Justin, si bien
ella se dio cuenta de la expresión del empleado—. Acaba con todos, cariño.
—Compórtate, sinvergüenza —le musitó entre dientes—, o tendré que dormir
en un hotel.
—Nada de eso. Entremos y vayamos directo a la jaula de los leones —le dio el
brazo para que se apoyara.
Pese a su aparente tranquilidad, Jessica estaba nerviosa. Al observar la estancia
se dio cuenta de que Damian aún no llegaba, por lo que oprimió el brazo de Justin. Él
le dio una palmadita pero no pudieron hablar más porque empezaron a saludar a sus
amigos. Le entregó una bebida para que la ayudara un poco.
Pasó el tiempo conversando y aparentemente muy entretenida. Notó cuando
Damian llegó a la fiesta, observó a las personas volverse a verlo. Él tenía ese poder
sobre la gente, captaba su atención.
Haciendo un gesto de arrogancia, le dio la espalda con deliberación. Damian
llegó con una pareja de personas mayores, así que la joven que iba detrás debía de
ser Mary Coefield, la futura esposa de Damian. Casi rió a carcajadas cuando vio la
cara de ratoncita de la joven. Portaba un bonito vestido y muy caro, pero no
destacaba porque tenía los hombros caídos, la cintura ancha y la piel opaca. Damian
inclinaba galantemente la cabeza hacia ella, quien le respondía con una vehemencia
ridícula. Jessica quería arrojarle a la cara su vino, mas apretó los dientes para
contener la furia.
—Cálmate, querida —le murmuró Justin al oído—. Bien sabes que ella no va a
romperte una lámpara en la cabeza. Si él tuviera algún sentimiento me debería dar
un golpe, al igual que a todos los Coefield, y te llevaría a casa para hacerte el amor
apasionada y violentamente. Yo siempre he dicho que Damian carece de sentido
común. Debió casarse contigo hace años, sin duda, es un tonto.
—Sí —contestó sin intentar esconder su furia—, eso debió hacer, eso es lo que
debió hacer.
Justin la empujó por la espalda con ternura, aunque con fuerza.
—La mejor defensa es el ataque, querida. Vamos a acercarnos para que nos
presenten.
En ese momento se dio cuenta de que Damian la buscaba entre los invitados.
Observó que se quedaba de una pieza al verla con un vestido tan provocativo y en

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compañía de Justin. La invadió una sensación de dulce venganza. Su propósito era


que Damian se percatara de que estaba dejando pasar su oportunidad. La había
tenido en la mano y se le escapó.
—Vamos, cariño —le dijo con una sonrisa encantadora.
Justin sonrió al observar a Damian. Jessica sabía que ese hombre atento estaba
encolerizado.
Se encaminaron hacia los Coefield, observando que la señora la analizaba de
arriba abajo. ¿Acaso temía que pudiera arrebatarle a Damian a su querida ratoncita?
Pensó en lo que sucedería si acercara y dijera: "¡Hola, soy Jessica King, la amante de
Damian, pero no se preocupen por eso. De todos modos, se va a casar con su hija!"
Dejó su copa para tornar otra. Desde luego que no dijo nada semejante y se concretó
a saludar a todos, incluyendo a Damian, quien tenía la cara rígida, y ella contestó a
un comentario que hizo el señor Coefield acerca de su vestido.
—No, nadie lo pintó sobre mi cuerpo; un amigo, lo diseñó especialmente para
mí.
Se colocó deliberadamente junto a Mary para poner en evidencia la atrocidad
de su vestido, que era bonito pero que no le quedaba; en cambio, Jessica estaba
despampanante y arrolladora. Pensó que la escena debía parecer ridícula. Damian la
observaba y casi arrojaba chispas por los ojos, a pesar de su aparente tranquilidad.
Sólo ellos tres sabían lo que sucedía en realidad. Decía cualquier trivialidad para
ocultar la tensión que había entre ella y Damian.
Empezó a oírse la música y contestó afirmativamente a la invitación que le hizo
Justin. Una vez en la pista le rodeó el cuello con los brazos y se acercó a él.
—Bueno cariño, ya lo hice. ¿Nos está mirando por casualidad? No me atrevo a
verificarlo.
—Claro que sí —contestó tranquilo y moviendo un poco la cabeza—. No me
sorprendería que viniera a darme un golpe. Creo que ya debes detenerte, Jessica.
—¿Está bailando?
—Está con tu ratoncita.
—¡No es mi ratoncita! —ambos se sobresaltaron porque pareció un comentario
de despecho en vez de una broma.
—Claro que no, querida. Perdóname —fue lo único que acertó a decir.
Jessica quiso ofrecerle una disculpa pero se sentía tan tensa, que calló. Se
esforzó por controlarse y tratar de ignorar al hombre de cabellera oscura que la
miraba de continuo. La pieza terminó muy pronto, y le musitó a Justin.
—Se acerca.
La invadió el pánico cuando él llegó y le dio una palmada amistosa a Justin e
invitó a bailar a la chica.
—No sé. ¿Y tú, Justin? Voy a examinar mi libreta de citas —dijo con insolencia
al recordar la escena de esa tarde.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

Cuando se escucharon los acordes de la pieza siguiente, Damian la tomó de la


mano y empezaron a bailar. Lo miró levantando una ceja.
—¿Ya le informaste a los Coefield la verdadera naturaleza de nuestra relación?
—Te lo voy advertir una sola vez, Jessica —declaró con voz pausada pero
amenazante, y casi lanzando chispas por los ojos—. Quiero que te vayas a casa en
este momento, sola. No deseo que coquetees con Marsh en mi presencia —sintió que
las palabras la taladraban—. Tú y yo vamos a discutir esto más tarde.
—¿Sí? —Damian no se dio cuenta del tono extraño que empleó Jessica porque
estaba muy enojado. Parecía que la sujetaba con suavidad, aunque en realidad le
causaba daño—. Permíteme recordarte, cariño, que yo salgo con quien me plazca y
voy a donde quiera, exactamente igual que tú, y que no soy una niña de cinco años
para recibir órdenes. Como sabes, no llevo ningún anillo en el dedo que pueda
limitar mi vida.
—Una mocosa de cinco años —musitó con ojos brillantes—. Yo acostumbro
pegarles y mandarlas a su cuarto. Debo añadir que no estás actuando como una
persona adulta sino precisamente como una malcriada de cinco años.
—Pero querido —le susurró con voz sugestiva y pegándole las caderas de
manera sensual, aunque discreta—, ¿piensas que éste es el cuerpo de una pequeña de
cinco años? En ese caso, deberían arrestarte por molestar a criaturas indefensas.
—A veces dices cosas muy absurdas —le replicó con furia, ella levantó los
hombros.
—Solamente cuando me obligan, Damian. Te lo advierto, no me obligues a
tomar otras medidas.
Sintió el peso de su mirada y de su personalidad, pero había ido muy lejos y no
podía dar marcha atrás. Su orgullo le daría fuerzas para pelear.
—¡Vete a casa!
—No —contestó con indiferencia.
En ese momento ella experimentaba un mar de emociones que conformaban
una fuerza amenazante que la tomaba por sorpresa y la enfurecía. No sabía cómo iba
a manejar la cólera de Damian, sin embargo, le importaba más saber lo que iba a
hacer con su propio disgusto.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

Capítulo 3
La fiesta continuó tal como Jessica había imaginado. Acompañó a Mary al
tocador a pesar del disgusto de Damian. Le desconcertó descubrir que era una chica
amable, tímida y sorprendida de que un hombre como Damian se interesara en ella.
—¿Quieres saber algo? —comentó Mary con timidez—. Nunca pensé que
alguien como Damian se acercara a mí; es el tipo de hombre que sale con mujeres
como tú.
Jessica se incomodó con el comentario. Hubiera querido odiar a esa chica pero
no podía. Sintió un gran resentimiento por Damian, de modo que casi no habló el
resto de la velada; lo hizo únicamente con él cuando la invitó a bailar. Todos
admiraban la bella pareja que formaban.
—No te atrevas a herir a esa muchacha. No la hieras, te lo advierto. Es muy
joven e inocente para darse cuenta del juego que traes entre manos.
—¿Qué estoy escuchando? —inquirió él con voz burlona pero suave mientras la
estrechaba contra sí—. ¿La amante y la esposa se agradan? Hasta donde recuerdo,
esto sucede solamente en las novelas. ¿Qué ocurrió cuándo la seguiste al tocador?
—Ya le preguntaste, ¿no es así? —contestó cortante y a punto de estallar.
—No —respondió después de dudar un momento; Jessica experimentó un
alivio momentáneo el cual dio paso a un estremecimiento cuando escuchó la
continuación—, todavía no.

Pasó una noche infernal en casa de Justin porque casi no pudo dormir por el
ruido de la calle; finalmente, logró conciliar el sueño.
No aceptó el ofrecimiento de Justin de llevarla a su casa, porque tenía varias
cosas que hacer, en especial, cambiar la chapa de la puerta de entrada. No podía
imaginar la reacción de Damian cuando se enterara de que no había dormido en su
casa. A veces se odiaba por huir de situaciones difíciles.
No sospechaba lo que iba a suceder cuando abrió su apartamento. Dejó su
maletín con pereza y se quedó petrificada al ver a Damian recostado en el sofá. Se
miraron en silencio y Jessica pudo observar el desaliño del hombre que estaba frente
a ella.
—Buenos días —saludó Jessica con calma fingida pues sentía que se le venía el
mundo encima.
—¿Es lo único que se te ocurre decir? —se acercó a ella. Al igual que la joven,
intentaba guardar la compostura aunque su pregunta estaba llena de sarcasmo.
La sujetó con fuerza por los hombros, por lo que no cabía duda de que estaba
furioso. Sintió miedo al ver la amenazante expresión de Damian.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—¿En dónde estuviste? —le preguntó, sacudiéndola—. ¿En dónde diablos


estuviste? —aunque la lastimaba, no dejaba de sacudirla.
—No creo que debas saberlo.
Se hizo hacia atrás intentando alejarse de él, mas fue en vano.
—¡Con Justin! —las palabras le salieron con amargura.
Damian la hizo a un lado y empezó a deambular por la habitación. Pese a que le
habló con suavidad, parecía afligido, Jessica se volvió para ocultar su dolor.
—¿Sabes lo que me imaginé? ¿Quieres saberlo? Creí que habían ido a otra fiesta
para que tú y yo no discutiéramos lo que dejamos pendiente. O bien, que tratabas de
impacientarme. Luego pensé que te había sucedido algo desagradable, así que llamé
a todos los hospitales de la guía telefónica. Estaba muy preocupado por ti. ¡Dios mío,
estaba angustiado! —la miraba con ojos brillantes y los puños cerrados—. Después
hablé a la policía.
—¡No sigas, por favor! Nunca imaginé, no sospeché… —no pudo continuar y
sólo lo miró con los ojos abiertos al máximo.
Jamás supuso todo lo que iba a suceder. Quiso confesarle que no se había
acostado con Justin, que para no verlo acudió a su amigo para pasar la noche en su
casar De pronto le pasaron por la mente todos los años en que había sufrido celos,
tristeza y angustia. Lo observó en silencio.
—Fui un tonto. No imaginé lo que estabas haciendo hasta que dieron las tres de
la mañana. Entonces me di cuenta de que no ibas a volver. Hasta el amanecer, en mi
mente persistió la imagen tuya entre los brazos de Marsh —le dio miedo el tono de
su voz—, fue una suerte que no supiera el domicilio de ese hombre porque te
aseguro que ninguno de los dos estaría vivo en este momento.
Lo miró y estuvo a punto de delatarse. ¡Estaba celoso de Justin! ¡De verdad se
preocupaba por ella! Jessica dio un paso hacia Damian y luego se detuvo. Él se
dirigió a la cantina, se sirvió un brandy y se volvió con esa máscara que ella conocía
bien y que nadie podía atravesar.
—Dime cariño —musitó con lentitud y tomando un sorbo de su copa—, ¿cómo
es él?
Se quedó de una pieza escuchando ese comentario tan cruel que le atravesaba
las entrañas. Sin darse cuenta, estiró un brazo, tomó una pieza de porcelana que
arrojó contra la pared, muy cerca de Damian.
—¡Jessica! —le gritó con brusquedad.
Ella no sabía quién de los dos estaba más asustado, además de que le
desconcertaba lo que había hecho.
De pronto, totalmente fuera de sí, comenzó a lanzar a diestra y siniestra cuanta
cosa encontraba, destruyendo lo que con cuidado había adquirido para su
apartamento.
—¡Lárgate de aquí, fuera! —exclamó encolerizada.
Damian tuvo que darle una bofetada para que se calmara.

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—Tranquilízate, Jessica —le ordenó, tajante—. Te estás comportando como una


histérica ton…
Jessica le dio un bofetón tan fuerte que lo hizo hacia atrás interrumpiendo lo
que estaba diciendo. Damian apretó la mandíbula y observo a la modelo con furia,
sosteniéndola con firmeza excesiva por lo que la lastimaba.
—¿Quién te dio permiso, señor Kent, de golpearme? ¡Por todos los santos, creo
que has llegado muy lejos! Te ordeno que te vayas ahora mismo. Si es necesario que
grite, voy a hacerlo hasta desgañitarme. ¡Te juro que lo haré! —Damian colocó su
mano izquierda en el cuello femenino.
—Nunca me había violentado tanto —le dijo casi en un susurro, aparentemente
calmado—. Creo que en este momento soy capaz de hacer cualquier cosa.
Jessica no se amedrentó, ya había ido demasiado lejos y no podía dar marcha
atrás. Ni siquiera pensó en el dolor que sentiría al quedar sola. Ahora experimentaba
el dolor y la furia que había reprimido durante mucho tiempo.
—¿Qué quieres de mí? —le gritó apartándose de él y dirigiéndose al otro
extremo de la habitación—. Después de tres años, de tres malditos años, todavía no
sé qué quieres de mí. ¿Por el amor de Dios, por qué viniste si en poco tiempo vas a
hacerme a un lado?
Damian se quedó parado con los brazos caídos; en sus ojos verdes, que aún
brillaban, podía verse tristeza pero también el ímpetu que llevaba dentro.
—Tú sabes lo que quiero de ti —la forma en que lo dijo parecía un insulto—.
Nunca te mentí y desde un principio sabías los términos de nuestra relación. Nunca
te prometí más de lo que podía ofrecerte.
—¡Sin embargo, cada día me exigías más y más! ¿Crees que no lo notaba? ¿Por
qué diablos me exiges fidelidad si tú no la das? ¿Por qué no podía pasar la noche con
Justin? Tengo todo el derecho del mundo. Se supone que nuestra relación está libre
de ataduras. Me deseas y me tomas, después te vas sin preocuparte por lo que siento
o lo que quiero.
Sollozaba sin control y todas las palabras las decía casi a gritos. Las lágrimas lo
borraron de su mirada y se dirigió a una de las ventanas.
—En algunas ocasiones, durante estos años, he necesitado que estés aquí, a mi
lado, para abrazarte a mitad de la noche, sin embargo me encontraba sola. He
logrado subsistir y hacer mi vida sin compañía, y ahora vienes como el todopoderoso
y abusas de mi hospitalidad. Aunque, ¡cómo te voy a hablar a ti de hospitalidad! Me
dices que piensas casarte con otra mujer y pretendes que yo siga igual. ¿Acaso
quieres verme sangrar?
El mundo se hizo añicos mientras Jessica observaba que sangraba el puño de su
mano cerrada. ¡Había golpeado el cristal de la ventana!
—¡Dios! —de un salto, Damian se colocó a su lado mientras ella observaba un
pedazo de vidrio.
Él se percató de que la chica temblaba sin cesar, así que la abrazó y la llevó al
baño. Ella se dejó llevar sin oponer resistencia, parecía que la crisis había terminado.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—¿En dónde está el botiquín?


—En el armario del corredor —contestó ella con tranquilidad.
Damian la curó mientras las lágrimas corrían por las mejillas de Jessica que
estaban pálidas como el marfil. Ella lo observó, estaba tenso y callado. Damian
levantó la vista y le acarició la mejilla donde le había dado la bofetada.
—No llores —musitó con ternura—. Jesi, por favor, ¡no llores! No puedo verte
así… se trata otra vez de mí, de mi egoísmo. Así es, ¿verdad, cariño?
La abrazó y empezó a acariciarle el pelo. Jessica ya no tuvo fuerzas para
contenerse y por primera vez en esos años, no pudo ser fuerte. Apoyó su cabeza en
Damian y empezó a llorar, exteriorizando el dolor que traía dentro, mostrando la
vulnerabilidad que había en ella y que él no conocía. No se preocupó de que lloraba
sobre Damian, sólo quería que alguien estuviera a su lado.
—Jesi, por favor, cariño, permíteme que termine de vendarte la mano. Es
solamente un instante. Siéntate, te sentirás mejor… ya está. Ven, acércate a mí y
déjame abrazarte de nuevo. Así, así, mi amor. ¡No llores más!
Jessica levantó la cabeza, lo observó y sintió los labios masculinos en los
propios. Cerró los ojos y gimió; lo abrazó por el cuello con toda la fuerza y furia de
que era capaz.
Ese beso era, de alguna forma, tan violento como la bofetada que le había
propinado. Jessica experimentó una emoción distinta a la violencia que se habían
mostrado minutos antes. En este momento, él no intentaba lastimarla, le comunicaba
con desesperación su necesidad de ella. Jessica perdió totalmente el control.
Damian la levantó en brazos y la llevó al dormitorio. La depositó con cuidado
en la cama y de inmediato comenzó a quitarle la ropa; ansioso de satisfacer su deseo.
Al momento de poseerla ella estuvo a punto de confesarle cuánto lo amaba pero
hubo algo que la detuvo, aun cuando su cuerpo delatara la intensidad de su amor
por él.
Mucho tiempo después, Damian le preguntó con la voz entrecortada por la
pasión.
—Jesi, ¿Justin te dio tanto placer como yo? ¿Gozaste con él como hiciste
conmigo? ¡Contéstame!
La joven cerró los ojos de dolor y desesperación al escuchar esas palabras,
aunque logró disimular. En el fondo, nada había cambiado. Él sólo veía su relación
desde el aspecto sexual, aunque para ella fuera una forma de expresarle su amor. No
había duda de que estaba celoso, pero sus celos surgían porque no deseaba compartir
su trofeo y no por un afecto verdadero. Mediante un gran esfuerzo, logró responder
con tranquilidad.
—No Damian. No hables, duerme.
Se quedó dormido después de observarla y abrazarla con una actitud posesiva.
Jessica observó al hombre que le estaba destrozando el corazón.

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Aunque tenía mucho sueño, contempló a Damian. Recorrió el cuerpo masculino


con la vista, preguntándose de dónde iba a sacar la fuerza que necesitaba para
abandonarlo.
Se levantó un poco después para hacer café. Tantas emociones la tenían
nerviosa. Poco a poco recobró la calma y se sintió mejor. Las lágrimas nada
arreglarían, así que se mantuvo serena cuando escuchó un ruido en el vestíbulo.
Logró sonreír a Damian cuando apareció en la sala, donde ella tomaba su café. No
quería herirlo, pero tampoco iba a permitir que la siguiera lastimando.
—Buenos días —murmuró Jessica—, ¿o debo decir, buenas tardes? ¿Dormiste
bien?
—Sí —contestó. Él no tenía camisa y su pelo oscuro estaba todavía revuelto—.
Parece que en ocasiones nada te altera. En momentos tienes la apariencia de una
madonna y luego explotas como una bomba atómica y haces que el mundo se venga
encima. Ahora de nuevo muestras la serenidad de una estatua de marfil.
—¿Qué esperabas de mí? —le preguntó antes de dar un sorbo a su café—. ¿Que
estallara cada cinco minutos? No, sólo me esfuerzo por cosas que considero
importantes y me temo que no hay muchas en este mundo.
—¡Qué cinismo el tuyo! —se sirvió una taza de café y se sentó al lado de la
modelo—. Iba a pedirte que me despertaras, no tenía intenciones de dormir tanto,
pues hay muchas cosas que debo hacer. ¿Quieres que hablemos?
—No —negó con la cabeza.
Estaba convencida de que no tenía objeto hablar más porque sabía que cuando
Damian se proponía algo no existía ninguna posibilidad de hacerlo desistir. Si ya
había decidido contraer matrimonio con la ratoncita, no iba a cambiar sus planes. Lo
mejor era seguir adelante con su idea, sin importar lo que sucediera.
—Está bien. Por ahora dejemos las cosas así, aunque tarde o temprano
tendremos que aclararlas —la miró con el ceño fruncido, como si le molestara algo.
Jessica le respondió únicamente con una sonrisa. Lo observó vestirse mientras
conversaban de trivialidades, entre ellas, la limpieza de la sala. Después que terminó
de arreglarse, se sentó junto a Jessica jugando con sus manos. Ella quería gritar de
dolor pero al fin Damian se levantó para irse. Le acarició con suavidad una mejilla y
le dio un beso fugaz y tierno.
—Me gusta verte enojada. Siempre nos hemos llevado bien, no cambies, Jesi, me
gusta tu forma de ser. Eres muy especial precisamente por eso.
Jessica se quedó con la mente en blanco, observando la puerta después que salió
Damian. Pensó que ella no era tan especial y su mente era un caos. Estaba segura de
que Damian se fijaba únicamente en la imagen que la gente se formaba de ella, más
que en la mujer que en realidad era. Por eso no debía continuar con esa relación, lo
cual la deprimía mucho. Cabizbaja, se dirigió al teléfono.
—Señora Marrazotto —le dijo con amabilidad a la mujer que le ayudaba con las
labores domésticas—, ¿podría venir por la tarde a arreglar la casa? Tuve un problema
y se rompieron algunas cosas… No, todo está bien. Yo levantaré lo que se rompió

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pero es necesario pasar la aspiradora y no tengo tiempo para hacerlo… Sí, muchas
gracias, nos veremos más tarde.
Dudó antes de llamar a la administración del edificio.
—Sufrí un ligero accidente y rompí el cristal de una ventana —dio su nombre y
el número del apartamento—. Desde luego que me haré cargo del costo porque hay
que instalar un vidrio nuevo. ¿Podría enviar a alguna persona de mantenimiento?…
Magnífico. Hay algo más —dudó antes de continuar pero se armó de valor—,
quisiera cambiar la combinación de las cerraduras de inmediato… no importa lo que
cobren, necesito que el trabajo esté terminado por la noche… Muy bien, se lo
agradezco mucho.
Cuando colgó, se sintió desolada. ¿Qué iba a hacer sin Damian? En ocasiones él
le decía que era su otra mitad; sintió como si le hubieran extraído alguno de sus
órganos vitales. No quería dormir en ese momento, tal vez más tarde tomaría una
siesta que la ayudara a relajarse.

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Capítulo 4
Jessica se detuvo frente a la puerta de la residencia de los Coefield; le temblaban
las manos y tenía la boca seca. Pese a que una oleada de dudas la asaltó, pulsó el
timbre, con cierto temor y deseos de huir.
No tuvo que esperar mucho. Era un domingo soleado que contrastaba con la
oscuridad del día anterior. Se abrió la puerta y apareció Mary vistiendo unos
pantalones holgados y una blusa que no hacía juego; llevaba el pelo recogido. Una
enorme sonrisa iluminó su cara cuando miró la figura perfecta de la modelo.
—¡Señorita King! —exclamó un poco perturbada, después se apartó para
permitir la entrada a Jessica—. ¡Qué sorpresa! ¿Puedo… ayudarla en algo? ¿Quería
ver a mi madre? Lo siento pero en este momento no se encuentra en casa.
—No vine a ver a tu mamá —Jessica se tranquilizó al saber que la señora
Coefield no se encontraba en la casa. Prefería la sinceridad de Mary a la hostilidad de
la mujer mayor—. Se me ocurrió venir a visitarte un momento, pero si no soy
oportuna, me voy. Me dejé llevar por un impulso únicamente —un deseo estúpido,
pensó, molesta consigo.
—¡Oh, no, por favor no se vaya! —se encaminó a la sala—. Pase y tome asiento.
¿Quiere un café, o tal vez un té?
—Un café, gracias —contestó con cortesía y Mary de inmediato ordenó el
servicio.
Jessica llevaba un traje que le quedaba muy bien y que hacía resaltar su belleza.
Confirmó la impresión que tenía de Mary como una chica sencilla, frágil y agradable.
Se observaban mutuamente.
—Está encantadora, señorita King —le dijo pensativa—. Creo que usted es la
mujer más bella que he conocido. ¡Ojalá yo fuera tan hermosa como usted!
—Muchas gracias, eres muy gentil —le contestó Jessica con indiferencia—.
Llámame Jessica, porque eso de señorita King me hace sentir como si fuera maestra
de escuela. Mary, la belleza física es sólo una pantalla, la verdadera belleza, y la que
cuenta, es la interior.
La jovencita le dirigió una mirada triste y Jessica sintió un gran afecto por la
muchacha.
—¡Claro! Yo sé que eso es verdad, pero a veces no ayuda en lo absoluto. Para
usted es muy fácil decirlo porque es una beldad, en cambio yo soy el patito feo —le
dijo con una mirada tierna, con expresión de perrito abandonado.
Jessica se sintió conmovida, mas reaccionó con frialdad.
—Yo no creo en la fealdad, no creo que exista excepto en cosas diabólicas. Una
persona puede ser vieja o gorda, y a la vez ser hermosa. Lo que sucede es que la
sociedad nos dice lo que es la "belleza". Tú podrías ser preciosa si piensas que lo
eres… No, no me mires de ese modo. Esa sensación no te la va a dar la ropa ni el
maquillaje. ¡Tienes que convencerte a ti misma de que eres bella!

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—Pero, ¿cómo lograrlo? —le preguntó después de un breve silencio—. No


sabría cómo convencerme de que soy hermosa.
—¿Por qué te parece importante? —le preguntó Jessica después de meditar si
debía continuar en esa casa.
—Es que… bueno… —bajó la vista y se sonrojó—. ¿Recuerda a Damian Kent,
con quien fui a la fiesta del viernes?
Jessica tuvo que acomodarse nuevamente en el sillón, pues sintió que el
estómago se le contraía.
—Sí, lo recuerdo —logró mostrarse tranquila.
—Es que es muy guapo e inteligente, y me pidió que saliéramos, a mí,
imagínese, a mí, de entre tantas mujeres en el mundo —su voz era débil, como si
quisiera esconderse debajo del sofá. Jessica sintió todavía más ternura por ella—. Yo
sé que no es por mí sino por el negocio de mi padre. De otra manera nunca se
hubiera acercado a mí. Nadie lo hace.
Esa era una verdad muy triste y el aceptarla debía de ser muy doloroso.
—¿Te lo dijo él? —le preguntó con la mayor suavidad de que fue capaz.
Mary negó con la cabeza. Ya habían terminado su café y unas galletas.
—¿Por qué iba a invitarme a salir? —inquirió en un susurro—. Sé que está
interesado en el negocio de mi padre, si no fuera así, nunca me habría invitado a
salir. Él puede elegir a la mujer que quiera, incluso usted.
El comentario le dolió mucho a Jessica, por lo que frunció el ceño. Mary no lo
notó pues estaba absorta en sus pensamientos.
—Quisiera ser bella y que alguien me invitara a salir por mí misma y no por el
dinero de mi padre.
—¿Cuántos años tienes, Mary? —de pronto sintió amor maternal por esa niña,
aunque esto podía ser peligroso.
—Dieciocho —contestó con voz apagada—. Y nadie, antes del viernes, me había
invitado a salir, si es que puede llamarse a eso una invitación.
Dieciocho años. Damian tenía treinta y ocho, podía ser su padre, por edad y por
experiencia. Jessica se sintió senil junto a la candidez de Mary, quien sin embargo,
tenía la sensatez suficiente para percibir al mundo en su cruda realidad. Damian iba
a estar en aprietos si le proponía matrimonio a esa chica porque ella no se hacía
ilusiones con él; tendría que explicarle su verdadero objetivo. Además, a Damian no
le gustaba mentir. Tal vez Jessica se atrevió a hablar por la tristeza que observó en los
ojos de la chica, y nunca supo qué la impulsó a seguir adelante.
—Mary —la miró cuestionante—, ¿de verdad quieres ser bella; trabajar por ello
hasta cansarte y no claudicar aunque sientas ganas de dejar todo? —la miró con ojos
brillantes.
—¡Claro que sí! Mi madre ha hecho todo lo posible por convencerme de que
vaya a clases de gimnasia pero no he querido hacerlo. Ahora haría cualquier cosa
para ser atractiva.

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—Bueno querida —le dijo Jessica acomodándose en el sofá y cruzando la pierna


—, entonces tendremos que convertir el patito feo en un hermoso cisne.
Mary abrió los ojos y la esperanza y la alegría que se reflejaron en su cara
hicieron que Jessica se sintiera triste. Alguien debió preocuparse por esa chica con
anterioridad.
—¿Está tratando de decirme lo que yo creo? —preguntó con timidez.
—Depende de lo que estás pensando —Jessica se calmó.
—Me pareció… —le dijo arrebolada—, me pareció que quería ayudarme.
—No te avergüences, tontita. Eso fue exactamente lo que dije, pero tienes que
prometerme algo —Jessica hizo un movimiento con el dedo que hizo que Mary
sonriera—. Vas a prometerme en este momento, aquí mismo, que harás exactamente
lo que yo te diga y que no vas a romper tu dieta. De otra forma no te ayudaré porque
no voy a perder mi tiempo.
—¿Necesito ponerme a dieta?
—Es mejor que te acostumbres a la idea, cariño. Vas a empezar en este
momento, así que ya no comas más galletas. Quiero escuchar tu promesa… bien.
Dime qué comes todos los días —la escuchó varios minutos y se escandalizó de lo
que oía. Comprendió entonces por qué tenía ese sobrepeso—. Por lo visto, tenemos
una buena tarea por realizar. Antes que me vaya voy a dejar elaborada tu dieta.
Jessica pidió a Mary que llamara a la cocinera.
—Para empezar —la empleada ya se encontraba frente a ellas—, mañana
tendrás que hacer ayuno todo el día. ¿Planeas realizar alguna tarea pasado mañana?
Bien. Vas a beber sólo agua y no hagas gran cosa. Después del ayuno vas a iniciar
una dieta muy estricta. ¿Te asusta?
Mary negó con la cabeza.
—Bien. Llevar una dieta es difícil mientras te acostumbras a hacer a un lado los
alimentos que engordan. Cuando te habitúes al nuevo régimen, lo seguirás toda la
vida. Entiende que éste es el primer paso únicamente. Si rompes la dieta subirás
todos los kilos que hayas perdido aun cuando hagas gimnasia. No vas a hacer
ejercicio hasta que te hayas acostumbrado a comer de otra manera —Jessica se dirigió
a la cocinera para darle instrucciones sobre la alimentación de la joven—. Ya está.
Ahora tu empleada puede preparar diversos platillos con los cuatro grupos de
alimentos que le mencioné. Te dejaré mi número de teléfono para que me llames
dentro de dos semanas.
—¿Eso es todo? —preguntó Mary, confundida—. ¿No vas a darme lecciones de
maquillaje o a llevarme de compras?
—Cariño, tengo que hacer un trabajo antes de empezar nuestro plan. Primero
debes adelgazar, esa es la parte esencial. No podrás hacer algo si no aprendes a tener
otros hábitos. En dos semanas empezaremos con la gimnasia y desde luego que iré
contigo al inicio… después pensaremos en algo más. Por ahora —le dijo con una
sonrisa de complacencia—, ya me demoré demasiado en mi primera visita. Llámame
cuando empieces a bajar de peso y no padezcas hambre ni te conviertas en una

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enajenada por la dieta. Finalmente, lo que buscamos es tener buena salud y la


enajenación no es saludable. No comas a todas horas. Nos veremos después…

Ya en camino a su apartamento, Jessica recapacitó en su impulsivo


ofrecimiento. Se estaba preocupando demasiado por una desconocida y sin duda
Mary se aferraría a ella como a una hada madrina, aunque la chiquilla era la que
debía hacer todo el trabajo. Después la llevaría con quien le confeccionara ropa
adecuada a su tipo.
El problema entre ella y Damian era muy personal. De verdad deseaba que
Mary se sintiera y viera más atractiva, pues así tal vez conocería a un muchacho que
le gustara y olvidara a Damian, en virtud de que no estaba interesada en él. Desde
luego, también existía el peligro de que al verla más atractiva, él se interesara en la
jovencita por sí misma y no por el negocio de su padre. Podría suceder y, en todo
caso, era lo más conveniente. Cuando entró en su apartamento se sintió tan cansada
como si hubiera participado en una carrera de larga distancia, si bien la carrera
apenas estaba comenzando. Deseó que Damian no averiguara lo que le sucedía
ahora.
Se dio un baño rápido que le refrescó y después decidió ver un programa de
televisión. Estaba sentada frente al aparato pensando en su próximo trabajo de
modelaje y con una limonada fría, cuando el timbre del teléfono la apartó de sus
pensamientos. Sabía de quién se trataba.
—¿Qué tal, Damian? —su voz era calmada e incluso seca y no reflejaba todo lo
que traía por dentro.
—Qué tal, cariño. Te llamé antes pero no estabas en casa. ¿Saliste? ¿Qué tal el
día?
—Más o menos. Fui a… de compras. ¿Y tú?
—Estuve haciendo algunos reportes. Iré a tu apartamento como en una hora. ¿O
prefieres que vaya más tarde?
—Damian, creo que es mejor que no vengas —las palabras se le atoraban en la
garganta. Le iba a resultar más difícil de lo que pensaba.
—¿Quieres que vaya más tarde?
Jessica se percató de que él no entendió lo que le quiso decir. Debió
sorprenderse porque siempre lo recibía con alegría. Aunque no la amaba, no le
agradaría la noticia puesto que habían sostenido relaciones durante tres años.
¿Tendría el valor para seguir adelante?
—No, Damian —quiso aparentar tranquilidad pero las lágrimas se le agolparon
en los ojos, así que guardó silencio.
—¿Qué insinúas? —preguntó con tranquilidad. Quería que ella lo expresara con
claridad, así era él.

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—No creo que debamos vernos más —pensó que lo amaba—. Este tipo de
relación no me satisface —pensó que lo deseaba—. No quiero volver a verte Damian.
Lo siento mucho… —dijo estas palabras casi en un susurro… era una mentirosa.
—¿Qué te llevó a tomar esa decisión? —inquirió Damian.
Parecía aturdido y Jessica supo que sentía un dolor similar al que ella padecía
desde días atrás. Estuvo a punto de dar marcha atrás en su decisión.
—En este momento no quiero hablar del asunto, si no te importa —le dijo con
cortesía—. Hay algo que me ha estado molestando últimamente, así que he pensado
que es mejor dejar de vernos.
"Me estoy desgarrando por dentro de dolor y de celos, me siento infeliz y no
tengo fuerzas para seguir adelante si continuamos en este plan", pensó angustiada.
—¡Con mil demonios! —exclamó, furioso—. No puedes hacerme esto por
teléfono… ¿Acaso no tienes sentimientos? —se mordió el labio inferior para no
estallar. Se detuvo un instante para calmarse—. Claro, se trata de Justin, vas a casarte
con él.
—No, no voy a casarme con él —contestó después de un instante—. Y, contra la
opinión popular, no tengo relaciones con él. Esto nada tiene que ver con él, es un
asunto únicamente entre tú y yo. Sucede que las cosas no han salido como yo lo
esperaba y deseaba.
—Pareces muy contenta con lo que sucedió el otro día —señaló, sarcástico—.
¿Por qué ese cambio tan repentino, cariño? ¿Encontraste a alguien más rico?
Sintió tal dolor e indignación que empezó a temblar… cómo podía él pensar
que le interesaba su dinero. Con dificultad colgó el auricular pero antes de hacerlo
escuchó su voz llamándola.
Se limpió las lágrimas con enojo; no debía llorar sino controlarse, se dijo en
silencio. Sonó el teléfono y lo ignoró, como el repiquetear continuaba, decidió
responder.
—No cuelgues, Jessica. ¿Estás allí? —preguntó Damian.
La joven dudó antes de hablar.
—Sí.
—Lo siento, no debí decirte esa estupidez —la voz no era tranquila.
—Sí.
—Jessica, tú debes de saber que no es la forma de arreglar las cosas. Voy en este
momento a tu casa para que aclaremos este lío —declaró con arrogancia.
Jessica pudo percibir el enojo de Damian.
—No podrás entrar, cambié la cerradura —le dijo con claridad y empezó a
temblar de nuevo.
—Salgo para allá en este momento —reiteró después de unos instantes de
silencio—. Vas a abrir la puerta y a hablar conmigo. ¿Qué te sucede? ¡No es ésta la

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forma de terminar una relación! ¡Con mil demonios, compórtate de acuerdo con tu
edad! ¿Vas a salir con cualquier sujeto a modo de venganza?
Una vez más le rompió el corazón… estaba horrorizada. Ya no podía detenerse,
todo se había complicado y ya no había algo que rescatar.
—No, Damian —contestó con suavidad—. Quería comunicártelo en persona,
pero tenía miedo de que me dijeras cosas desagradables o me hicieras cambiar de
opinión, lo que pretendes hacer en este momento. Por eso no quería verte, cariño.
Comprende que…
—¿Y qué piensas que me estás haciendo? —la interrumpió, encolerizado—.
Nunca te habías comportado así. ¿Qué te sucede? ¿Por qué no quieres verme ni
hablar conmigo?
—No hay ataduras entre nosotros, Damian —casi gimió y se sintió atrapada en
sus mismas palabras.
Parecía que Damian se sentía herido por su rechazo y sabía que él era capaz de
utilizar y luego abandonar a una mujer. Sin embargo, no aceptaba que ocurriera a la
inversa.
—Recuerda que me hiciste prometer hace mucho tiempo que no habría
ataduras entre nosotros. Bueno, pues así es y por ahora necesito apartarme de tu vida
y no quiero quedarme contigo. Así que adiós, Damian. Deseo que seas feliz.
Colgó el auricular por segunda vez, se dirigió a su dormitorio y sollozó hasta
cansarse. El teléfono siguió sonando hasta que decidió descolgarlo. Fue una noche
terrible.
Estaba desesperada por su decisión, sin embargo, tenía que seguir adelante, así
que le dijo a la secretaria de la agencia donde trabajaba, que ya no recibiría las
llamadas del señor Kent.
Las semanas siguientes las pasó como entre nubes, perdió peso y estaba
demacrada y ojerosa, mas no podía evitarlo, nada le causaba el menor entusiasmo.
Su fotógrafo, Jeff, le aconsejó que tomara unas vacaciones porque de otra forma
iba a terminar su encanto. Al principio rechazó la sugerencia pero después pensó que
no sería tan desagradable salir de la ciudad y poner distancia entre ella y Damian, al
menos unos días.
En eso reflexionaba cuando la llamó Mary. La escuchó pacientemente y notó
que la pérdida de peso le causaba gran alegría. Ya había olvidado su promesa de ir
juntas a hacer gimnasia, así que Jessica le aseguró que averiguaría la cuota del
deportivo y cuando Mary apareció ante ella, se quedó maravillada de la apariencia
de la muchachita.
—¡Santo Cielo! Esos kilos que perdiste te han hecho ver de maravilla. Estoy
impresionada —le dijo con alegría.
—Deseaba que notaras mi esfuerzo —confesó Mary, ruborizada—. ¿Verdad que
es maravilloso? Toda mi ropa me queda grande —le mostró a Jessica, quien sonrió
con entusiasmo por primera vez en muchos días.

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—Y ya verás que después de hacer gimnasia durante unas semanas tu ropa no


te quedará para nada porque te enseñarán a guardar una buena postura. ¡Vamos a
llegar tarde, mujercita, si no nos damos prisa!
Asistieron regularmente cuatro veces a la semana durante un tiempo. Damian
no intentó llamarla y Jessica no sabía si alegrarse o deprimirse. Lo que sí sabía era
que nunca se había sentido tan sola. Anhelaba que Damian la tuviera entre sus
brazos y le hiciera el amor; añoraba su sonrisa y nada le entusiasmaba en la vida.
En una ocasión, después de terminar la clase de gimnasia, Jessica pensó que ya
era tiempo de dar a Mary un premio por su persistencia en no comer dulces,
chocolates o licor. Su aspecto era distinto porque estaba más delgada y le había
confesado que se sentía más ágil.
—¿Qué te gustaría como premio? —le preguntó Jessica cuando terminaron de
arreglarse.
Jessica casi no llevaba maquillaje y tuvo que admitir que le había sentado muy
bien el ejercicio.
—¿Como qué? —le preguntó Mary con interés.
Jessica llamaba a su entusiasmo “el proceso de embellecimiento”. Las mujeres
que entraban en él adquirían una especie de magia porque se sentían satisfechas con
el esfuerzo que realizaban y pronto constataban que su figura mejoraba. Ellas
mismas empezaban a ver y a creer que eran atractivas y que podían llegar a ser
verdaderamente bellas.
—¿Qué te parecería una suculenta rebanada de pastel de chocolate con helado
encima? —le sugirió.
Mary la miró con sorpresa.
—¿En realidad vas a comer eso que te engorda? —preguntó la joven con obvia
incredulidad—. Creo que nunca te he visto comer cosas de ese tipo.
—Tú puedes comer algo, si quieres. Después de todo, has hecho grandes
esfuerzos y mereces un premio.
—¡No puedes hacerme eso! ¿Pretendes que rompa mi dieta ahora que me ha ido
tan bien? —inquirió Mary con sequedad y con los ojos desorbitados ante la risa de
Jessica.
—Querida, estoy realmente orgullosa de ti. ¡De verdad! Ya puedes considerarte
en el tercer año del curso. ¿Qué te parecería entonces ir de compras y empezar con
alguna lección de maquillaje, o bien, que te corten el pelo?
—¿De veras? —la chiquilla estaba tan emocionada como si hubiera llegado
Santa Claus con un cargamento de regalos para ella—. Me encantaría. ¿Cuándo
empezamos?
—Hice una cita con una vieja amiga en tu nombre para esta tarde. Le pregunté a
tu madre si estabas libre. ¿Te parece bien que vayamos?
—¡Claro que sí!

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Pasaron la tarde haciendo compras en distintas tiendas; después fueron con la


amiga de Jessica, Clarisse, quien le hizo un magnífico maquillaje a Mary y una hora
después salieron de la casa con una chica transformada y una bolsa llena de
cosméticos. Después fueron al salón de belleza al que solía ir Jessica. Allí Mary
obtuvo unos destellos rojizos en su cabello castaño, con lo que su apariencia cambió
más.
La señora Coefield le había dado a Jessica carta blanca sobre su hija después de
asistir a varias clases de gimnasia con ella. Se dio cuenta de que la modelo la haría
cambiar y por lo mismo, ya no tuvo reservas con ella. Mary, con el dinero que tenía a
su disposición, compró una enorme cantidad de ropa, muy cara por cierto, y siempre
bajo el consejo experto de Jessica, quien también escogió algunas prendas para ella.
Sugirió a Mary los modelos que mejor iban a su figura y que podían esconder los
defectos de su cuerpo.
Cuando llegaron a casa de los Coefield, la chiquilla no pudo contenerse y le dio
un abrazo después que Jessica detuvo su automóvil. Ésta se sorprendió al principio
pero después correspondió el abrazo; se había encariñado con esa jovencita y pensó
que si iba a casarse con Damian era mejor desearle que las cosas funcionaran entre
ellos.
Entraron en la casa y mientras tomaban una bebida, Mary parecía un torbellino
contándole a su madre todo lo que habían hecho, los lugares que visitaron, la ropa
que se probó. Siempre iniciaba la frase así: "Jessica dice esto, Jessica opina aquello".
La señora Coefield se volvía a ver a la modelo de vez en cuando con mirada
complaciente y agradecida.
Al fin Jessica pudo salir de la casa después que le insistieron en quedarse a
cenar; ya no las vería y de verdad lo sentía porque había llegado a apreciar a las dos
mujeres.
Llegó al estacionamiento del edificio donde vivía y después de estacionar el
coche empezó a bajar los paquetes que estaban en la parte posterior del vehículo.
—¿Puedo ayudarte? —la voz le era familiar pues la había escuchado durante
tres años.
La reconoció en el momento que su corazón daba un vuelco y los oídos le
zumbaban; no tenía que volverse para saber de quién se trataba.
—Damian… ¿qué haces aquí? —le preguntó con calma.
En sus ojos se reflejaban el dolor y la furia de volverlo a ver después de casi
cinco semanas de no saber de él. Toda una vida en sólo cuarenta días.
Damian parecía bien, muy bien. El pelo oscuro brillaba con la luz y los ojos
reflejaban vitalidad. Parecía haber adelgazado y eso le hacía tener una expresión más
firme. Le dolía verlo, así que se hizo a un lado y caminó con rapidez hacia el
ascensor.
—¡Vaya! Qué saludo tan frío —comentó con ironía.
—¡Vete! —exclamó mientras caminaba a mayor velocidad. Él también apresuró
el paso, sorprendido.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—Curioso, hubiera jurado que deseabas verme. Pero parece que me equivoqué.
Vamos Jessica, me conoces lo suficiente para saber que cuando quiero algo, lo
obtengo. Sabías que estaba decidido a hablar contigo y habrás creído que tus
esfuerzos por mantenerme lejos iban a impedírmelo —su voz era tan impersonal
como si estuviera hablando del clima, no obstante, Jessica estaba temblando.
¿De verdad era lo que ella esperaba? ¿Que la buscara así? Estaba muy
sorprendida tanto de la forma en que se había aparecido como de la desilusión que
experimentó. En realidad ella imaginó que él la acosaría hasta forzarla a que
hablaran. Como no lo hizo se sintió deprimida y sola. Sin duda, ella no le importaba
porque no había hecho ningún esfuerzo por aclarar su situación.
Ahora se encontraba parado junto a ella, oprimiendo el botón para que
descendiera el ascensor. Jessica ocultó la cara porque no sabía cómo enfrentar la
situación. Cuando llegó el aparato se metió de inmediato, sin mirar a Damian.
—No tiene objeto —le dijo sin verlo—, no voy a invitarte a pasar. Es mejor que
te vayas en este momento.
Él se metió con rapidez en el ascensor. El fuego que había en sus ojos hizo que
Jessica casi desfalleciera.
—Hubiera venido antes, pero tuve que ir a Europa en viaje de negocios —habló
Damian al fin en un tono que hizo que Jessica se sobresaltara.
—¿Te fue bien? —le preguntó sin pensarlo. Estaba nerviosa y lo sorprendió
observando todos sus movimientos con atención—. ¿Por qué no te vas y me dejas en
paz?
—Porque no estoy de acuerdo con esa horrible conversación que sostuvimos
hace unas semanas y exijo una explicación. Además, estoy empezando a creer que no
has sido conmigo tan sincera como afirmabas, y desde luego es una situación que me
disgusta sobremanera.
—Nada hay que explicar —declaró con sequedad al salir del ascensor seguida
por Damian—. No quiero verte más, eso es todo y se acabó. No te debo explicaciones,
así que vete y déjame en paz. Que seas muy feliz.
—¿Por qué has salido con Mary Coefield?
Jessica no podía soportar esa voz tan tranquila. Lo odiaba y se odiaba a sí
misma por tenerle miedo. Parecía que estaba decidido a destruir cualquier recuerdo
agradable que quedara entre ellos. Verlo de nuevo hizo que su decisión se debilitara.
¿Qué haría si intentaba besarla y hacerle el amor? No tenía ningún control frente a él,
estaba indefensa. Debía tomar precauciones y mantenerse alerta.
Llegaron frente al apartamento y con resignación Jessica le pidió que detuviera
los paquetes. Le dolía mucho la cabeza; buscó sus llaves y abrió la puerta lo más
tranquila que pudo. Necesitaba estar atenta en todo, de lo contrario, sería su
perdición.
—Pensé que la pobrecita estaría más contenta consigo misma teniendo una
buena imagen de sí…
Se proponía abrir con lentitud y después cerrar de prisa para que Damian no
pudiera entrar. Fue más rápida que él y lo dejó paralizado afuera del apartamento.

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—¡Maldición! ¿Qué es lo que tienes? —le gritó furioso arrojando los paquetes al
suelo y golpeando con fuerza la puerta—. Ayúdame, Jessica, abre la puerta por favor,
si no cuando te atrape, te juro que voy a ahorcarte —vociferó, colérico.
Jessica se hizo hacia atrás como si quisiera protegerse.
—No, no puedo. No puedo verte, Damian. ¿No comprendes que estoy
destrozada? ¿Por qué no te vas? Deja los paquetes en la puerta y por favor vete.
—¡Por mil demonios, claro que no me iré! —golpeó la puerta con fuerza. Al
oírlo Jessica empezó a dudar de que la puerta fuera una buena defensa—. Si es
necesario, voy a tirar esta cosa. ¿Me escuchas? Abre, Jessica antes que pierda los
estribos y haga algo que después lamentaré.
—No, ¡márchate ya! —retrocedió la mujer elegante para dejar al descubierto a
una joven asustada.
Escuchó varios golpes en la puerta y después un absoluto silencio. Jessica
pensaba qué sucedería cuando segundos después oyó un sonido horrible y vio que la
puerta se tambaleaba.
Hubo silencio y otro golpe así que la joven decidió que sería mejor abrir la
puerta. Se disponía a hacerlo en el momento que la sobresaltó un tercer golpe y vio
que el picaporte caía al suelo y que Damian irrumpía en la sala como una ola
frenética. Parecía una bestia salvaje, con la cara pálida y los labios apretados. Se
detuvo un instante y la miró, furioso.
Jessica se hizo para atrás con pasos pequeños y lentos, pese a que la abrumó un
terror que nunca imaginó que pudiera sentir por el hombre al que amaba.

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Capítulo 5
El dolor se reflejó en la cara de Damian, solamente por un segundo, mientras
Jessica se hacía para atrás. Recordó que Justin le había dicho en alguna ocasión que la
mejor defensa es el ataque.
—Vaya, ya lo lograste y lo único que tengo que decirte, Damian Kent, es que me
compres una puerta nueva.
—Escúchame bien, nunca vuelvas a cerrar esa puerta para impedirme el paso.
Jessica asintió temerosa, porque no quería que rompiera todas las puertas que
tuviera ante sí. Se dio cuenta de que no podía alejar a Damian de su apartamento ni
de su vida si él no quería.
—¿Por qué lo hiciste? Sabes que eso me enloquece.
—No lo sé —contestó observándolo con fijeza—. Creo que no me detuve a
pensar si te disgustaba o no. Lo único que deseaba era que no entraras en mi casa —
su respuesta directa y sincera hizo que Damian se irritara más.
—¡Qué amable! Te pedí la verdad para poder defenderme cuando me la dijeras.
No puedo entender qué te sucede, Jessica. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué cambiaste
conmigo de repente? Debes de saber que no puedes terminar una relación de tres
años sin dar una explicación. ¡Con mil demonios!, ¿vas a hablar conmigo?
—No sé qué decirte —respondió después de un instante de silencio, con una
sonrisa de derrota—. ¿Qué quieres escuchar? ¿Que encontré a un nuevo amante o
que ya me cansé de ti? ¿Pretendes que acomode nuestra relación en una caja bonita
para que la guardes en tu archivo del olvido? ¿Qué importancia tienen mis motivos
para apartarme de ti? ¿Por qué debo darte una explicación cuando entre nosotros no
existe ningún compromiso? Así quiero que sea y es todo. Por cierto, ¿vas a
comprarme una puerta nueva?
—¿Podrías olvidar la puerta por un minuto? —inquirió, amenazante—. Lo
único que me interesa saber es qué diablos está sucediendo, si se relaciona conmigo y
necesito cambiar en algo mi comportamiento. ¿Qué hice? ¿Qué es lo que esperas de
mí?
Ante esta pregunta, Jessica retrocedió y se sentó, abriendo los ojos, incrédula y
sorprendida. Damian tenía las manos en las caderas, en una posición altiva, como
siempre. Se asemejaba a un antiguo caballero, a excepción dada de su expresión, que
era de frustración e inseguridad. ¿Cómo podría dar una explicación satisfactoria sin
abrirle su corazón? ¿Cómo explicarle que tenía miedo de la lucha que estaba
enfrentado?
—Necesito un trago —musitó y sin mirarlo fue a servirse un whisky. Después
de darle un sorbo, continuó—: ¿Te mencioné alguna vez que compré este mueble en
una casa de antigüedades en el estado de Virginia? Es del siglo dieciocho y me gusta
mucho… ¿Así que has visto a Mary? ¿Qué te parece su nueva apariencia?

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—La vi anoche —contestó observándola, interrogante, y sin sentarse; arqueó


una ceja—. En efecto, su cambio es sorprendente, parece una chica distinta, ¿Por qué
lo hiciste, Jessica? ¿No te parece anormal que la amante ayude a la futura esposa?
Se le nubló la vista. Nunca había experimentado tanto dolor como el que le
causó el comentario de Damian.
—No soy tu amante —le dijo con tranquilidad—. Y lo hice porque esa chica
necesitaba una amiga que la quisiera por sí misma y la ayudara a modificar la
opinión que tenía de sí. No hubo nadie, entre tanta gente que la rodea, que se diera
cuenta de que necesitaba apoyo y un empujón que la llevara en la dirección
adecuada. Lo hice porque se sentía muy mal de saber que tú salías con ella
únicamente por la fortuna de su padre y porque necesitaba creer en los valores que
tiene como mujer. Lo hice porque no tenía la menor intención de volver a verte
cuando te casaras con ella y porque deseaba que cuando se casaran, fueran felices y
vivieran en paz.. No sé por qué eso te parece fuera de lo común.
—Me doy cuenta de lo que quieres decir —admitió, bajando los hombros—.
Jessica, todavía no le he propuesto matrimonio. No hay seguridad de que lleguemos
a una relación formal. Esa no es razón suficiente para que no quieras verme.
—Sí, cariño, lo es —contestó con tristeza observando el líquido color ámbar.
Después de pensarlo un momento, le pasó su copa a Damian, como
acostumbraba hacerlo cuando ya no quería más licor. Él tomó la copa y bebió el
contenido de un trago. Había una íntima comunión en esos detalles.
—Es que no se trata de que te cases con ella o no, y aunque sí me importa, no es
lo principal. Lo que importa es que has herido mi amor propio al planear casarte con
ella en vez de hacerlo conmigo. Si lo haces o no, es insustancial; insisto. Lo que
importa es que no quieres comprometerte conmigo y ya no quiero una relación de
ese tipo. Damian, me parece que no debe ser, no está bien. Imagino que es… inmoral.
—Ahora lo ves inmoral a pesar de que has hecho el amor conmigo durante tres
años sin estar casada. Creo que eso se llama fornicar, querida —señaló con sequedad
levantándose para servirse otro whisky—. Parece que tienes ideas raras sobre la
moralidad. Por un lado quedas absuelta de todo pecado y, por el otro, existe la
intención. En mi opinión, debes aclarar tu visión de la vida, ¿no crees?
—No —respondió, cortante y miró a Damian con determinación—. Lo de
fornicar nada tiene que ver. Yo me sentiría igualmente engañada si estuvieras casado
conmigo y tuvieras una amante. Los votos del matrimonio carecen de significado a
menos que los respete cada uno de los cónyuges, por eso creo que muchos
matrimonios sólo mantienen su unión por un papel. Por eso resulta válido lo del
pecado intencional. Nuestra relación no ha sido del todo satisfactoria; no, no me
mires así, no has sido únicamente tú sino yo también, y el estar casados por medio de
un papel no quiere decir que las cosas cambiarían. El que pienses proponerle
matrimonio a otra mujer, es prueba irrefutable de que las cosas no han ido bien entre
nosotros. Es síntoma de una enfermedad y así sería nuestra vida, Damian, si yo
hubiera visto nuestra relación desde el punto de vista estrictamente físico, entonces
me sentiría como una prostituta, y no me gustaría ocupar ese sitio. Por eso prefiero
creer que nuestra relación no era buena, y que prefieres casarte con otra mujer. ¿No
te has percatado todavía de que no existen las relaciones "sin ataduras?" Es una

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contradicción, porque si tienes contacto estrecho con alguien, empiezas a sentir los
lazos del afecto y la lealtad. Debemos terminar antes que yo misma me pierda el
respeto. Parece que no cuento con la fortuna suficiente para satisfacer tus ideales,
¿verdad?
Jessica no captó la expresión de Damian porque ella tenía la vista fija en el
suelo, por ello, se sobresaltó cuando sintió que él la sujetaba por los hombros. Lo
miró asustada, parecía que quería sacudirla con todas sus fuerzas. Lo vio a los ojos y
encontró una mirada de agonía, dolor y frustración. No pudo evitar conmoverse.
—¡Por todos los santos! —casi gritó para después hacerla a un lado y
deambular por el cuarto—. ¿Así describirías nuestra relación? ¿Es que únicamente
mides el tiempo que hemos pasado juntos por los bienes materiales?
"¿No lo has medido TÚ de ese modo?", pensó Jessica. Sin embargo, sabía que no
podía contestarle porque si lo negaba, no le quedaría más remedio que ofrecerle
matrimonio, lo cual no entraba en sus planes. Por otra parte, si le concedía la razón,
debía admitir que necesitaban separarse.
—¡Tú me deseabas! —exclamó, señalándola con el dedo.
Jessica no se preocupó por refutarlo, era la verdad.
—Ya no quiero que nos veamos —le dijo con calma—, no deseo el menor
contacto contigo y por eso debemos terminar. Convéncete, Damian, nuestra relación
ya no funciona.
Se acercó a ella y la abrazó con fuerza, le movió el rostro para besarla con
pasión. Jessica quiso apartarse pero Damian no se lo permitió. Logró besarla primero
con brusquedad y después, poco a poco, suplió la furia con ternura, acariciándola
con los labios y la lengua con suavidad y pasándole los dedos por el cabello, el cuello
y los hombros.
Jessica estaba a punto de perder el control y sólo mediante un esfuerzo
supremo, no respondió a ese beso aunque Damián nunca sabría cuan cerca estuvo de
abrazarlo y entregarse a él. La observó con fijeza, sin poder creer lo que veía.
—¿Te convences? —preguntó en un susurro aunque ardía por dentro y
temblaba—. Yo tengo razón, esto ya no funciona.
—Si quisiera, te poseería en este instante y nada ni nadie podría evitarlo —le
dijo con furia.
Jessica sabía que debajo de esa apariencia de seguridad había cierta
incertidumbre de la que nunca se había percatado. Esto hizo que fuera más amable.
—Tienes razón. Pero te darías cuenta a cada segundo de que ya no puedo sentir
lo mismo de antes. ¿Qué clase de victoria te representaría, mi amor? ¿Qué clase de
triunfo?
Damian dio media vuelta y se quedó mirando la pared, sin decir palabra, con la
cabeza baja y los hombros caídos. Luego se dirigió a la puerta. Se detuvo un instante
para murmurar:

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—Enviaré de inmediato a alguien para que arregle la puerta, Jessica. No olvides


meter tus paquetes —salió del apartamento y de su vida, en esta ocasión parecía que
todo había terminado definitivamente.
La desolación en que se quedó la joven fue el sentimiento más desagradable que
había experimentado.
Parecía una anciana cuando fue a recoger sus paquetes, los que metió con el pie
sin ningún cuidado, a pesar de lo cara que era esa ropa. Iba a cerrar la puerta pero
sonrió al constatar el caos que había dejado Damian.
Era la historia de siempre. Llegó a su vida como un ventarrón y la dejó cuando
ya no le convenía a sus intereses, destruyendo la tranquilidad y alegría de Jessica. Tal
vez él se sentiría contento con lo que había logrado. Había tomado su cuerpo siempre
que lo deseaba, le quitaba la paz de su mente cuando sentía la necesidad de hacerlo,
por desgracia, ella le había conferido el derecho de tratarla de ese modo. Toda la
furia que sintió hacia Damian la sentía consigo misma en ese instante.
Era una mujer que necesitaba compañía para compartir sus logros o sus
fracasos. No tenía con quién desnudar su alma y no contaba con un amigo o amiga
que pudiera entender la complejidad de su carácter. Necesitaba un amante que la
tratara con cariño cuando fuera necesario y que le retribuyera lo que ella le daba. No
obstante, su relación con Damian siempre fue unilateral. Ella nunca le negó algo.
Mientras abría al hombre que iba a arreglar la puerta, pensó que a pesar de
todo, extrañaría a Damian. Además tuvo que reconocer que ella jamás logró
despertar la ternura de él.
Se sintió la mujer más sola en el mundo aunque sabía que había sido la que
provocó el fin de la relación. ¿Qué iba a hacer cuando encontrara a Damian
acompañado de otra mujer? ¿Qué haría si a pesar de estar en una reunión le dirigía
esa mirada que siempre la hizo sucumbir? El dolor que le causaría sería insoportable.
Lo amaba sin reservas y sería muy difícil vivir sin él.
Pasaron los días y Jessica se dio cuenta de que era necesario que se diera una
tregua para estabilizarse de nuevo. Entonces, decidió ir a su casa. Era tiempo de
tomar unas vacaciones para revalorar su vida, sus objetivos y sus ambiciones. Debía
enfrentarse al hecho de subsistir sin Damián, y esperaba que su existencia fuera
larga. No debía albergar falsas ilusiones, ni esperanzas y tenía que comenzar algo
nuevo.
Llamó a su padre, a quien le entusiasmó la idea de que fuera a pasar un tiempo
con él.
Will King, era un hombre jubilado y viudo. Había instalado una pequeña
librería más para estar ocupado que para ganar dinero. Le gustaba el negocio pero su
verdadera pasión era la pesca, la que practicaba siempre que podía. En las vacaciones
del verano contrataba a un empleado para que se hiciera cargo de la librería y él
tuviera el tiempo libre suficiente para salir de la ciudad. En esa época, antes de
Navidad, tenía mucho trabajo en el negocio, así que le encantó la idea de que su hija
pasara unos días con él.
Jessica se sintió culpable cuando terminó de hablar con él. El señor King tenía
alrededor de setenta años y si bien contaba con magnífica salud, ya estaba viejo. La

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modelo lo quería mucho y de pronto se dio cuenta de que él ya no viviría mucho


tiempo. Por desgracia, su padre se negaba a vivir en una gran ciudad y la vida de
Jessica no le permitía visitarlo en Vermont con frecuencia. Decidió cambiar eso, ahora
que todavía estaba a tiempo. Quería estar con él… y también con ella misma.
Jessica tuvo que hacer algunos esfuerzos para dejar todo arreglado. Los de la
agencia de modelos no deseaban que se fuera dado que habían tenido mucho trabajo
en las últimas semanas, mas como no había tomado vacaciones, tuvieron que aceptar.
Avisó a Justin de su viaje y le dijo dónde se encontraría, guardó ropa informal en
unas maletas y cerró su apartamento.
Antes de partir miró su casa. Realmente no le afectó dejarla pues sin Damian le
parecía un lugar vacío y frío. Se mudó a ese apartamento cuando empezó su relación
con Damian y durante ese tiempo adquirió algunas figurillas y objetos al gusto de él.
Tal vez sería conveniente que se cambiara ahora que ya no había ninguna relación
entre ellos.
Colocó el equipaje en su automóvil y se aprestó a iniciar el largo viaje. Le llevó
mucho tiempo salir de Nueva York y se sintió aliviada cuando tomó la carretera. El
aire que entraba por la ventana, la despejó. El sol brillaba intensamente y las hojas de
los árboles comenzaban a adquirir colores ocres mezclados con una gran variedad de
verdes.
Se sintió menos tensa e intuyó que todo le saldría bien. No quiso preocuparse
por su futuro sin Damian. Finalmente, la felicidad era cosa del presente y de las
circunstancias. Jessica se percató en ese momento de que Damian no era feliz y que,
cómo le asegurara Justin un día, se trataba de un hombre muy conflictivo. A pesar de
su dinero, era un hombre infeliz y Jessica, en el fondo de su corazón, le deseó que
encontrara la dicha.
Jessica admitió que tenía miedo de alejarse de Damian porque había cifrado
toda su vida alrededor de él, una de las razones por las cuales no funcionó esa
relación. Ella había sido culpable, en gran parte. Había que dar y recibir felicidad en
la misma forma que se da amor, cuidado y apoyo. Parecía como si le hubiera dado
amor "sólo para recibir" algo a cambio. Se dio cuenta, como nunca lo había hecho, de
que una relación que manejó bajo esas bases, no podía funcionar.
Sin embargo, Damian había revelado con su cuerpo, sus labios y manos, lo que
no pudo expresar con palabras. Ella le importaba, no pudo ocultar su dolor cuando le
dijo que no deseaba verlo. Lamentaba que no pudieran ser amigos porque era una
persona muy valiosa. Ansiaba ver su sonrisa que iluminaba todo, quería decirle que
lo amaba.
El sol empezó a ponerse y hasta entonces reparó en el hecho de que calculó mal
el tiempo y dudó de continuar conduciendo pues estaba nerviosa, tal vez sería
preferible quedarse en algún hotel y llamar a su padre. Al fin decidió proseguir su
camino porque se sentiría muy mal sola en una habitación de algún hotel.
Debido a la creciente oscuridad, tuvo que concentrarse aún más en el camino.
Se relajó un poco al llegar al estado de Vermont.
A la entrada de un pequeño pueblo, pensaba en la bienvenida que le daría su
padre, cuando salió al camino un perrito. A pesar del cansancio, reaccionó

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

rápidamente. Frenó y desvió el automóvil hacia la derecha para salirse del camino.
Fue una suerte que moviera el volante a ese lado porque un vehículo se aproximaba
en sentido contrario.
Sin embargo, el animal, que no era más que un cachorrito asustado, se fue
directo al frente del coche. Jessica quiso moverse a la derecha pero chocó con un
terraplén. Dudó un instante, lo suficiente para no girar a la izquierda, y atropellar al
cachorro, lo que ocasionó que perdiera el control del automóvil.
—¡Dios mío, ayúdame a salir con vida de este accidente! ¡Damian, te amo! —
exclamó, aterrorizada.
Dio una vuelta, luego otra. Parecía estar en el tiovivo al que se subía en su
niñez. El equipaje, sus cosas, el mapa, todo voló por el aire. Escuchó un ruido
estruendoso de metales que golpeaban encima de ella, era un ruido terrible y ella
gritó, histérica. Sintió que algo le cortaba la cara antes que el coche se detuviera con
las luces encendidas y el motor apenas funcionando. A pesar de su aturdimiento, la
joven apagó el motor.
Observó a su alrededor el pasto lleno de vidrios rotos; estaba dentro de una
mole de acero con cristales, ropa y mapas esparcidos por todas partes. Curiosamente
tenía encima de la cabeza un pedazo de mapa que le cayó como una bendición en el
rostro porque sentía la cara mojada, de seguro se trataba de sudor. Se tocó el líquido
y no era agua, sino sangre. Su terror aumentó pues se sabía atrapada en la oscuridad
de la noche y en un vehículo que ofrecía poca o nula seguridad.
Jessica nunca había pensado en su muerte, mas en ese momento pensó en lo
fácil que sería dormirse y no volver a despertar jamás. Lanzó un grito de horror al oír
voces a lo lejos.
Alguien gritaba tan fuerte que podía despertar a los muertos. Jessica pensó que
era una ironía. ¡La voz provenía de otro vehículo! Recordó que un coche circulaba en
el sentido contrario de la carretera y concluyó que el conductor se percató de todo.
Sin duda iban a ayudarla en unos instantes, así que no debía permitir que la
invadiera el miedo que la estaba haciendo perder el control. Todo estaría bien, se
repitió antes de pensar que lo mejor sería dormir un poco. Cerraría los ojos y Damian
acudiría a rescatarla…
Estaba casi congelándose cuando unas manos la sacaron de esa masa de acero
para colocarla en la camilla y luego en una ambulancia. No escuchó el sonido de la
sirena cuando la llevaron al hospital, ni sintió las manos que la empezaron a
auscultar con habilidad. Durmió mucho tiempo y después salió de las tinieblas y
observó que estaba rodeada de personas desconocidas entre las cuales captó la figura
de su padre. Hablaban casi a gritos y no se daban cuenta de que ella solamente
quería dormir, necesitaba descansar y se resistía a abrir los ojos.
—¡Silencio! Dejen que la chica duerma.
Todos guardaron silencio, sin embargo, se escuchó una risa. Jessica sintió una
caricia en la mejilla y luego un beso muy suave y tierno.
—¿Qué tal, papá?
—¿Qué tal, cariño? Por ahora duerme, luego hablaremos.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—Sí. Dejé el coche inservible, ¿verdad?


—Así fue. Fue un milagro que no sufrieras daños más graves. Ahora quédate
tranquila, ¿está bien?
Sin embargo, necesitaba hacer otra pregunta, así que realizó un enorme
esfuerzo para abrir los ojos y mirar la cara adorable de su progenitor.
—Papá, ¿atropellé al cachorrito?
—No, cariño. Lograste salvarlo. Pero ahora duérmete, por favor —le contestó
con infinito amor y comprensión.
—Tirano —murmuró con dificultad antes de caer en un sueño profundo.
Sintió que alguien le tomaba los dedos y fue lo último de lo que fue consciente
durante mucho tiempo.
Cuando despertó, ya casi era la noche del siguiente día. El señor King había ido
a comer, así que estaba sola. Se sentía muy débil y le agradó cerrar nuevamente los
ojos. Le dolía todo el cuerpo, como si alguien la hubiera golpeado. Tenía vendada la
cara, del lado derecho, y Jessica se preguntó qué ocultaría esa venda.
Lo averiguó al día siguiente, cuando llegó el médico a visitarla. Era un hombre
canoso de mirada penetrante. Se sentó a su lado y la observó con atención.
—Supe que se levantó por la mañana, haciendo caso omiso de mis órdenes
estrictas de que no lo hiciera —la reprendió en tanto examinaba la pupila del ojo
izquierdo.
—Quería ir al baño —le contestó con una sonrisa que pareció más bien una
mueca—. Discúlpeme, pero no puedo usar el orinal. Además, no me hice daño.
—Ya que lo hizo, ¿cómo se sintió? ¿Débil o mareada? ¿Tuvo náuseas? —
procedió a examinar el ojo derecho.
—No. Únicamente estuve un poco temblorosa, me molestaba la pierna derecha
que está muy golpeada y un ligero dolor de cabeza.
—¿Le dijo su padre que está aquí en observación porque recibió golpes serios
en la cabeza?
—Sí.
—Su recuperación es satisfactoria. Parece que el único daño serio se encuentra
en la cara. ¿Sabe que le va a quedar una cicatriz?
Jessica tembló; no pudo ocultar su temor.
—Creo… creo que lo imaginaba. Recuerdo que se desprendió el parabrisas y
me pegó. ¿Qué tan notoria será la cicatriz? —preguntó esto último con cierto recelo.
—No se angustie, no es tan terrible. No va a quedar como un monstruo, si es lo
que supone; pero definitivamente se le va a notar. Me temo que tendrá que hacerse
cirugía plástica si pretende seguir trabajando como modelo. Usted es modelo, ¿no es
verdad?
—Así es —empezó a temblar—. ¿Cómo me veré?

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—La herida parte de debajo de la ceja derecha hasta el inicio de la mejilla.


Aunque es aparatosa, se le pierde en el nacimiento del vello superciliar, así que por
fortuna no tuvimos que afeitarle la ceja. Desde luego, fue preciso darle unas
puntadas. Pero como le dije, después de unos meses, y una vez que la herida haya
cicatrizado totalmente, podrá hacerse cirugía correctiva, y con el maquillaje no se
notará en lo absoluto, incluso para la vista más aguda. Tuvo suerte de que la herida
no llegara a los huesos. Sentirá una ligera debilidad en el músculo y probablemente
cierto entumecimiento alrededor de la ceja. Esto lo tendrá toda la vida, mas no es de
importancia. La ceja derecha le quedará ligeramente más arriba que la izquierda, sin
embargo, casi no se notará y creo que cuando está modelando no frunce el ceño, ¿o
me equivoco?
Ella rió por el comentario porque se imaginó frente a las cámaras frunciendo el
ceño con una ceja más alta que la otra, y también sonrió de alivio por lo que le dijo el
médico.
—¿Puedo verme en un espejo?
—Creo que no es conveniente en este momento. Tiene la cara muy lastimada y
llena de cardenales, así que su aspecto es terrible. Déle tiempo a su piel de que se
reponga. Por otro lado, creo que ya no hay razón para que se quede más tiempo en
este hospital, a menos que le guste mucho nuestra comida.
Jessica sonrió de nuevo sintiendo un gran peso del lado derecho, a causa de los
vendajes.
—No me atrevería a asegurarlo. ¿Qué hay de las puntadas, doctor?
—Llámeme dentro de dos semanas para hacer una cita y quitárselas, o puede ir
con su médico a que él lo haga, si así lo desea. Como le dije, tome tiempo para
recuperarse, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Muchas gracias.

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Capítulo 6
Jessica se quedó como petrificada, cuando vio su auto convertido en una masa
amorfa, que llevaron a la sección de vehículos chocados del pueblo.
—¿Cómo logré salir con vida de ese accidente?
—Debes estar contenta y agradecida porque lograste salir con daños mínimos
—señaló Will King, mirándola con ternura y fijándose en su cara llena de cardenales.
—Fue un milagro que no sufriera fracturas múltiples o heridas serias —movió
la cabeza y retrocedió unos pasos. Después de unos instantes de silencio hizo un
esfuerzo por fingir alegría—. Esperemos que ese perrito tonto también esté contento
de seguir vivo y me lo agradezca. Ojalá que su dueño le enseñe a alejarse de la
carretera. Además, me tranquiliza que el seguro va a hacerse cargo de todos los
trámites y gastos.
—¿Del cachorrito también?
—No, sólo del auto —desvió la vista del coche—. Creo que debemos irnos, ya
nada tenemos que hacer aquí.
En el regreso a Rutland casi no hablaron porque Jessica empezó a bostezar y su
padre la dejó dormir. Cuando entró en el dormitorio que su padre le había
preparado, sintió como si hubiera terminado una carrera de larga distancia. Se acercó
a la mecedora que estaba junto a la chimenea.
—Mi pierna derecha está tan lastimada que casi no puedo moverla.
Will la miró con él ceño fruncido y dejó a un lado el libro que leía sobre la vida
en el campo.
—Me he dado cuenta de que cojeas, espero que no se trate de algo serio. No
recuerdo si el médico mencionó esto —Jessica negó con la cabeza, mirando
brevemente a su padre.
—No, lo que sucede es que me di un golpe muy fuerte contra la palanca de
velocidades. Se me quitará en unos días.
Will bajó la vista para decir con cautela.
—Siento mucho lo de tu cara, Jesi, cariño. ¿Causará algún trastorno a tu carrera?
—Sí —contestó recorriendo la venda con los dedos—. De hecho, creo que ya no
podré trabajar como modelo —añadió en tono despreocupado en tanto veía a su
padre a los ojos—. ¡No te aflijas por eso, papá! Si quisiera podría ir con el cirujano
plástico y no se me notaría. Sin embargo, no sé si merezca la pena tomarse esa
molestia, además de lo que tendría que pagar, sólo para tener trabajo de modelo por
siete años, a lo sumo.
—Tú sabes que con lo que ganas puedes pagar el costo de la operación, en un
año. Además el seguro médico puede cubrir una parte —su mirada reflejaba
completa confusión—. Tus ingresos como modelo son fantásticos, ¿no es así, Jesi?
Creo que la verdadera razón no tiene que ver con los gastos…

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—Bueno… así es —admitió después de un breve silenció—. Es que no estoy


segura de que me interese volver a modelar. Papá, quise venir aquí a reflexionar en
mi futuro. Si no vuelvo a modelar, no tiene objeto que me preocupe por una cicatriz,
¿no lo crees? —le sonrió—. Además, creo que así adquiriré un aire de misterio y
cientos de hombres me van a cortejar atraídos por mi aspecto enigmático y
preguntándose sobre mi pasado.
—¡Tonta! Se supone que eso es lo que hacen las mujeres con los hombres que se
han batido en duelo —la embromó el señor King.
—¿Así que eres extremista? ¿Acaso no funciona igual en sentido inverso? Me
estoy muriendo de hambre, ¿tú no? Me voy a la cocina a preparar una tortilla de
huevos; si quieres compartirla conmigo, eres bienvenido.
—Creí que ya no cocinabas, señorita de la alta sociedad —le dijo él, un poco
asombrado.
—Silencio, no se lo digas a nadie —comentó con una expresión de complicidad,
casi en seguida se frotó la pierna—. De vez en cuando me hago una omelette, pero no
corras la voz porque entonces mi fama se viene abajo.
—Sí recuerdo bien —señaló pensativo—, tus tortillas de huevos son bastante
insípidas. No, gracias, más tarde haré una sopa suculenta y nutritiva.
Jessica le sonrió y no pudo evitar el impulso de besarle la mejilla.
—Lamento mucho haberte preocupado tanto, papá —el señor le acarició el pelo.
—No te preocupes, cariño, no pudiste evitarlo. Lo importante es que estás bien
y que todo se arreglará.
Se dirigió a la cocina con pasos muy lentos, tanto que pudo reflexionar sobre la
conversación con su padre. Había pensado mucho y llegó a la conclusión de que no
deseaba que le hicieran cirugía plástica. Ya estaba cansada de mantener esa cara y
cuerpo perfectos que atraían a las personas, que sin embargo, no se interesaban en la
mujer que en realidad era. Recordó su conversación con Justin, en el sentido de que
la gente solamente la observaba por fuera y no por dentro; quería poner a prueba
este sentimiento.
Estaba cansada de ser la muñeca ideal y la cicatriz podía ser el símbolo de su
imperfección. Tal vez se sentiría muy mal cuando le quitaran la venda y correría con
el especialista… o tal vez no. Experimentó un cambio en su interior desde su ruptura
con Damian y se alegró de quitarse viejas ataduras y empezar una nueva forma de
vida.
Los días transcurrieron con tranquilidad para Will King y su hija. Finalmente
Jessica tuvo tiempo para tranquilizarse y leer mientras sanaba su pierna y mejilla.
Después empezó a ayudar a su padre en la librería, riendo de los errores que cometía
y disfrutando del tiempo que pasaba con él. A pesar de todo, Will observaba en su
expresión señales de sufrimiento pero no le hablaba de ello.
No se maquilló durante dos semanas y evitaba mirarse en el espejo. Poco a poco
sus movimientos se normalizaron e hizo a un lado la postura de modelo que siempre
adoptaba; ahora podía actuar con naturalidad. Ya no llevaba el pelo recogido sino
suelto, y como subió de peso, sus curvas se hicieron más pronunciadas. Nunca

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hablaba con su padre sobre asuntos personales y éste se preguntaba qué sucedía con
su hija, quien se comportaba de un modo extraño.
No quiso verse en el espejo cuando fueron con el médico del pueblo para que le
quitara las puntadas, sino que esperó hasta llegar a su cuarto y estar sola. El corazón
le latía a ritmo acelerado al acercarse al espejo. Se asustó al ver una cicatriz roja en el
rostro, pero después de un instante pensó que con el tiempo se desvanecería, así que
sonrió de manera extraña. El contraste de la cicatriz en un rostro perfecto era el
reflejo de lo que llevaba en su interior.
No era perfecta, mas dentro de ella vivió esa personalidad por tanto tiempo que
no podía olvidarla de pronto. Necesitaba aprender a vivir con otro tipo de belleza: la
natural. Tuvo que reconocer que había realizado grandes esfuerzos por lograr algún
avance en su renovación interior, sin embargo, ¡cómo extrañaba a Damian!
Le gustaba imaginar que sostenía largas conversaciones con él, mientras
mantenían las manos entrelazadas. Soñaba que se casaban y que nunca dejaría que se
fuera, pero el despertar era muy doloroso. El sueño resultaba placentero, mas se
trataba sólo de un sueño. Concluyó que no importarían los cambios que tuviera en su
vida, interiores o exteriores, siempre amaría a Damian.
¿Podría algún día casarse con otro? Se hizo esta pregunta una tarde que
descansaba en su silla preferida, a media luz y escuchaba música; tomaba un licor y
observaba el fuego de la chimenea.
Lo imaginaba a su lado, preguntándole sobre su salud y se oía contestarle que
se encontraba perfectamente y hablaban de los viejos tiempos y sobre lo que sentía en
ese momento por él. Por desgracia, todo era una fantasía porque si estuviera a su
lado, Jessica se arrojaría a sus brazos para demostrarle el amor que sentía por él.
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no escuchó que se abría la
puerta de la sala. En ese momento, Will jugaba cartas con unos amigos en la casa de
uno de ellos. Jessica oyó la voz de Damian, pero le pareció parte de su fantasía.
—¿Jesi?
Ella le dio un sorbo a su bebida y le pareció curioso constatar que en su interior
siempre supo que Damian llegaría esa noche.
—Qué tal, Damian.
Jessica no se arrojó a sus brazos, ni tampoco permaneció tranquila, porque
sintió un escalofrío que le recorría el cuerpo para luego sentir el fuego que había
estado dormido un tiempo.
—¿Puedo sentarme?
—Desde luego —contestó ella después de observar la silueta masculina y
dirigirle una sonrisa—. Parece que volví a dejar abierta la puerta de la entrada.
—Sí, pero no te preocupes porque ya la cerré —se acercó al otro sillón y se
arrellanó.
El cuarto estaba en penumbra y el reflejo de las llamas en la chimenea hacía que
se asemejara a un ser legendario de ojos brillantes, piel morena y cabellera oscura.

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—¿Dime, Damian, si verdaderamente eres Mefistófeles? —le preguntó


sonriendo—. Estoy sentada aquí frente a la chimenea, sola, pensando en ti y apareces
de repente.
—No Jesi, soy solamente un hombre —le contestó mirando el hogar—. ¿Por qué
huiste de Nueva York?
La joven se sobresaltó y se quedó pensativa. Se sintió nerviosa y bajó la vista a
su vaso.
—Y dime tú, ¿por qué me seguiste hasta aquí?
Siguió un largo silencio en el que se escuchaba el chirriar de los maderos al
quemarse. Jessica no esperaba escuchar respuesta, así que se sobresaltó cuando él
contestó.
—Para hablar contigo, para verte. Te he extrañado mucho, Jesi.
—Yo también —le confesó después de meditar su respuesta. Jessica no tenía
chimenea en su apartamento, así que le gustaba observar las llamas; cuando
regresara, iba a buscar otro apartamento con chimenea. El fuego la hacía sentir bien
—. Mira Damian, no quiero discutir más contigo. De verdad quisiera que te fueras.
Por favor, ¡vuelve a tu casa! Estoy tratando de cambiar aquí y vivir de otra manera;
tú vas a hacer que todos mis deseos se vengan por tierra y no voy a estar contenta.
No quiero que vuelvas a herirme, Damián, así que regresa a Nueva York. ¿De
acuerdo?
La figura oscura se levantó con rapidez y en un movimiento se arrodilló frente a
Jessica colocando la cabeza sobre las piernas de ella. La tomó por sorpresa, así que lo
único que se le ocurrió hacer fue inclinarse hacia él y colocar la frente en el cabello
castaño de Damian que contrastaba con el pelo rojizo de Jessica, que caía como una
cascada.
—Es lo último que quisiera hacer —le dijo en un susurro—. No quiero herirte.
¿Por qué las cosas tuvieron que salir mal? ¿Por qué no te quedaste, Jesi?
Ella se sintió tan bien con el calor del cuerpo de Damian, que parecía que todos
sus propósitos se venían abajo.
—Cariño, las cosas no funcionaban. Yo… no estaba bien, y sencillamente no
quería llevar una vida estéril.
—Jesi, ¿quieres casarte conmigo? Por favor, acéptame —pronunció estas
palabras en su regazo.
Jessica levantó la cabeza, desconcertada por lo que acababa de oír. Pensó que
esa proposición él se la haría a otra mujer, así que le preguntó con voz apenas
audible.
—¿Mary te rechazó?
—Nunca llegué a hacerle la petición —le contestó muy serio—. Estaba mal
planteado desde el inicio y tú lo sabías. Eres una mujer muy lista. Sabías que era un
error aunque hayas ayudado a esa criatura a sacar todo el atractivo que tenía
escondido. ¿Fue una manera de hacerme ver lo joven que es esa chiquilla?

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

—No lo sé, aunque supongo que así fue y también creo que Mary lo
sospechaba. Ella deseaba cambiar y que te dieras cuenta de que no importaba la
envoltura si te enamorabas de la nueva Mary porque nunca te habías interesado en la
anterior, entonces pensé que deberían ser felices, muy felices. En realidad ella nunca
cambió por dentro, a excepción de que quizá adquirió una mejor opinión de sí.
—Sin duda, tú me habrías perdido el respeto —declaró irónico y le oprimió las
manos.
Se levantó para servirle otra bebida y se la entregó.
—Querida, no has contestado mi pregunta.
—Siempre me has presionado para obtener respuestas inmediatas —le dijo
tratando de eludir el asunto—. De todos modos, ¿puedes decirme cómo lograste
encontrarme? La única persona que sabía adónde venía era… ¡oh, no! ¡No me digas
que fuiste a buscar a Justin!
—Así fue y no resultó fácil encontrarlo. No está en la guía telefónica y yo
ignoraba su domicilio.
—¿Y qué hiciste? —le dio un sorbo a su bebida y cerró los ojos.
Era muy extraño, pero se sentía tranquila a su lado, y lo amaba, aunque las
cosas no hubieran cambiado y supiera que él no la amaba.
—Fui a la Delegación de Policía.
—¡Oh, no! —abrió los ojos al máximo y lo miró, preocupada—. ¿De verdad lo
citaste en la Delegación? ¿Qué… qué sucedió?
—Les dije que necesitaba con urgencia hablar con él, así que me proporcionaron
su número de teléfono. Lo llamé e hicimos una cita. Contrariamente a lo que opina
toda la gente, no le di una golpiza y él tampoco intentó atacarme. Estuvimos muy
correctos. Es un buen amigo tuyo y se preocupa de verdad por ti.
—Lo sé —dijo con la vista fija en Damian—. Sólo que me sorprende que lo
admitas. ¿Te sientes bien?
—No —se volvió a verla intentando escudriñarla en la penumbra del cuarto—.
Me siento muy solo, y por las noches mi cama está fría y vacía —Damian buscó sus
manos y las tomó entre las suyas con fuerza—. Jessica, por favor contéstame.
¿Quieres casarte conmigo?
Ella sintió que el corazón se le aceleraba y cerró los labios. Esta era su gran
oportunidad y no debía desperdiciarla porque tal vez nunca volvería a presentarse.
—No —contestó a media voz.
—¿Por qué? —aminoró la presión de las manos y su voz era apenas un
murmullo, suave pero intenso, tal como había sido la respuesta de la modelo.
—Querido Damian —le acarició la cara con manos temblorosas—. No sé si
podrás entenderme pues no soy hábil para explicar mis emociones.
—Ya lo sé —contestó con voz fría después de recobrar la tranquilidad—. Hasta
hoy empiezo a darme cuenta de todo lo que llevas en ti. Voy a escucharte, si es lo que
quieres, cariño.

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—¿Por dónde empiezo? —inquirió todavía con una mano en la cabeza de él—.
No sé cuándo empezó a deteriorarse todo, hasta ahora no lo sé. Y no estoy hablando
exclusivamente de mi relación contigo, sino de mi vida entera, de la cual tú eres una
parte.
Damian se tranquilizó y Jessica se percató de que él también era vulnerable.
Resultó un gran descubrimiento. Se conmovió al ver que tenía la fuerza de herirlo y
que le preocupaba que lo hiciera.
—¿Qué sucedió?
—Todo, puedo asegurártelo. En los últimos diez años me ha sucedido de todo.
Tenía objetivos, esperanzas y sueños; llegar a ser famosa fue toda una aventura.
Trabajé, me esforcé para llegar hasta la cima y hacía bien mi trabajo. Tú estabas cerca
para observar mi ascenso, eras la meta más preciada para mí. Nadie sabe lo difícil
que es permanecer en la cima hasta que estás allí, en un mundo diferente. Hay
muchas poses y sonrisas y yo las practicaba todas frente a las cámaras, ¿no es así? Al
menos tuve la decencia de no quitarme la ropa… nunca lo haría. Pero ya estaba
cansada de todo eso. Y desde luego, sabía que nuestra relación no era lo que yo
esperaba o deseaba.
—¿Qué necesitabas de nuestra relación? —preguntó él.
"Amor, cariño, apoyo, fidelidad", pensó y no pudo reprimir un suspiro.
—No importa lo que yo haya deseado, sencillamente no lo tenía. Lo que
importa es que ya no voy a volver a ese tipo de vida, o contigo.
—Las relaciones cambian. Te estás dando por vencida por cosas que no son
trascendentes —su voz empezaba a denotar impaciencia.
—¿Quieres que te enumere, una por una, esas pequeñas cosas? —lo retó,
molesta porque la estaba acorralando—. Puedo ver que sigues siendo el viejo
Damian. No quiero que estemos juntos de nuevo porque… ¡demonios! Haces que me
enfurezca tanto que únicamente logras despertarme un sentimiento destructivo. En
Nueva York, era una muñeca de trapo que trataba de controlar tu furia y lo único
que hice fue guardarla dentro de una olla de presión hasta que ésta explotó. No
fuiste tú únicamente, sino todas las cosas que no me satisfacían en la vida, y me
repetía que debía ser feliz con lo que tenía. Me enfurecía que tú no me amaras en la
misma proporción que yo a ti —se calló al comprender que nunca debió decir esas
palabras.
Damian no podría amar a una mujer. ¿Cuántas veces se lo había asegurado? No
podía amarla como ella lo amaba. Se levantó de la silla.
—Lo siento mucho, cariño —continuó—. Las cosas sencillamente no saldrían
bien. Me daría miedo que cualquier cosa que te dijera pudiera herirte y créeme que
no quiero hacerlo. Serías la última persona en el mundo a la que desee lastimar.
Damian casi soltó la carcajada al escuchar esto.
—Estás equivocada.
—¿Qué… qué quieres decir? —preguntó, inquieta.

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—Lo que acabas de oír, que estás equivocada en muchas cosas. Ahora no vamos
a aclararlas porque ya es muy tarde. Te diré únicamente que siempre me quise casar
contigo, tarde o temprano. Nos llevamos bien en muchos aspectos, y de verdad me
gustaría que esto funcionara. Acéptalo, querida.
Jessica negó con la cabeza, sorprendida por su arrogancia. Él se puso de pie.
—¿Quieres otro trago? Creo que necesitas algo más fuerte de lo que tienes en tu
copa. Voy a encender la luz, así que cierra los ojos —la luz le iluminó el rostro y ella
parpadeó.
Estaba cansada y bostezó. Pensó que después que tomara su bebida iba a
convencer a Damian de que se fuera de regreso a su mundo. ¿Cómo podía hacerlo
entender que ya no quería ese mundo que le había ofrecido? ¿Como hacerle ver que
no sería feliz con ese tipo de vida? ¿Cómo llegar a conocerse a sí misma? Hizo la
cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sillón de modo que su cabellera
dejó al descubierto su perfil, el cual ya no era tan perfecto como antes.
Damian se acercó a la pequeña cantina para servirse un trago. Se volvió para
preguntarle algo a Jessica.
—¿Quieres que te prepare?… ¡Dios santo!
El tono de sorpresa hizo que Jessica levantara la cabeza y lo mirara con los ojos
muy abiertos, una ceja levantada y la otra no. Pudo sentir los músculos del lado
izquierdo de su cara que se movían perfectamente, en contraste con el opuesto.
Observó la expresión de horror de Damian. Se sintió lastimada y levantó las manos
para cubrirse la cara.
—¡Oh, no, lo olvidé!
Se le nubló la vista pero pudo observar que las manos se le enrojecían, lo que le
sucedía en su niñez cuando estaba nerviosa.
Damian, con expresión de horror, se acercó a ella para observar la cicatriz.
Jessica se sintió tan culpable que trató de hacerse a un lado, pero él la detuvo y la
observó con detenimiento. Ella empezó a llorar y sus miradas se encontraron.
¡Necesitaba su comprensión!
—Tu cara —logró decir él con una mueca—. ¿Qué le sucedió a tu hermoso
rostro? ¿Qué sucedió? ¿Cómo, cuándo? ¡Contéstame! —en su desesperación la tomó
por los hombros y la sacudió.
—Un accidente, tuve un accidente —respondió con las lágrimas rodando por
las mejillas—. Me salí de la carretera por no atropellar a un cachorrito, y mi
automóvil volcó. El parabrisas se hizo pedazos —se quedó muda, observando a
Damian. ¿Le importaba tanto la cicatriz?
—¡Dios mío! —la abrazó con fuerza—. Pudiste matarte hace varias semanas y
nunca lo habría averiguado… —la apartó un poco y la miró de nuevo con algo que
parecía compasión.
Jessica se sintió muy mal ante esa mirada.
—Esto tiene remedio, querida estoy seguro de que podrás seguir modelando.
No tenías por qué pasar por todo esto. ¿No te das cuenta?

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—¡Por Dios, no! —sé levantó, consternada—. ¡No voy a hacerlo! Damian, eres
tan malvado como el resto de la gente, solamente te importa el exterior de las
personas. ¡No te intereso yo, entiendes, yo! Eso es lo que todo el mundo me ha dicho,
arréglate la cicatriz… ¿acaso mi aspecto es repulsivo? ¿Te resulto tan desagradable?
En ese caso, puedes irte a otro lado porque, ¡a mí no me molesta! Ya no soy una
muñeca de plástico, ahora soy un ser humano. No soy una inversión monetaria, sino
una mujer con sentimientos, que ha decidido dejar esa vida. ¡Con mil demonios! —
estaba fuera de sí, a punto de lanzarse a la calle para huir de él.
Jessica se dirigió al lado opuesto de la habitación, a la oscuridad. Su pelo rojizo
flotaba sobre los hombros y su expresión reflejaba gran angustia, además de furia.
—No, Jessica —Damian estaba muy pálido, con los ojos brillantes. Con lentitud
se acercó a ella—. ¡No quise decir eso! Simplemente creí que estabas deshecha por la
idea de que habías perdido tu carrera. Por eso quería convencerte de que si no
querías dejarla, no tenías por qué hacerlo.
Jessica se sujetó la cabeza con las dos manos, frustrada y con los dientes
apretados.
—¿Quieres escucharme un minuto? ¿Puedes poner atención a lo que te estoy
diciendo? Si es necesario, ¡lee mis labios! Dejé la ciudad porque ya no me interesa ese
tipo de vida. ¡No me importó el accidente! Pero parece que ¡a ti sí te afecta mucho!
—¡Desde luego! —gritó y su voz retumbó en la casa—. Por lo que me dices, casi
te matas, y eso ¡sí me importa!
—¿Te importa mucho la cicatriz? —preguntó con profundo dolor.
—¡Sí! —vociferó, presionado por la actitud de Jessica—. ¡Me importa mucho esa
maldita cicatriz! ¡Me afecta cuando te pasa algo! Por favor mujer, ¿quieres
escucharme?
—¿De qué se trata? —golpeó la mesa y con el movimiento tiró la bandeja al
suelo—. ¿Soy muy fea para ti? Pues lo siento mucho, señor. Si no soy adecuada, vete
a otro lado —lo miró con ojos centelleantes—. ¿Fue por eso que no le pediste a la
ratoncita que se casara contigo? Parece que a pesar de todos sus esfuerzos no te
resultó satisfactoria.
—¡Ya basta, Jessica! —la miró de manera peligrosa—. Me estás provocando.
—Dime —le preguntó, tajante—, si hubiera sido como Mary, ¿me habrías visto
al menos una vez? ¿Lo habrías hecho?
—¡No! —se colocó a su lado y la tomó de la barbilla para que lo viera a los ojos.
Estaba tan enojado que no se dio cuenta de que la hería—. ¡No te hubiera buscado si
no hubieras sido tan bella! ¿Qué hay de malo en eso? ¡Tú sabías que me atrajiste
desde el momento que te conocí! También tú pensaste que yo era apuesto. ¡Admítelo!
No trates de negarlo. Reconoce que… te gustaba mi físico.
—Sí —contestó después de un buen silencio, molesta por tener que admitir ese
hecho—. Así es, pero si se repitiera la escena te aseguro que correría en sentido
contrario.
—Bueno —Damian entrecerró los ojos quitando la mano de la barbilla de
Jessica calmándose de nuevo—, ahora ya sabemos todo, ¿no lo crees?

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—Sí —contestó deseando que se fuera muy lejos de ella para enfrentar sola su
pena—. Y más vale que olvides que me voy a hacer cirugía plástica, porque ¡no voy a
operarme! Si no te gusta como soy, regresa a Nueva York y busca a alguien que llene
tus requisitos sobre la belleza. Ya no voy a participar en tu juego, ni en el de nadie
más. Así que lo mejor es que te vayas.
Dio media vuelta y cruzó los brazos, esperando escuchar las pisadas de Damian
rumbo a la puerta. Estaba pasmada de que la mitad de su ser había roto con Damian,
en tanto que la otra, estaba destrozada al averiguar lo que pensaba de su físico. Era
mejor que se fuera para siempre porque no podrían vivir juntos. Sus discusiones eran
tan acaloradas que se las ingeniaban para romper los objetos que estaban alrededor
de ellos. Ella no quería tal destrucción en su vida.
El silencio era absoluto y se estaba poniendo nerviosa porque no escuchaba las
pisadas de Damian. De pronto oyó el ruido del motor del coche de su padre, quien
volvía a casa. Ahora tendría que presentar a Damian y aparentar una cortesía que no
sentía y que de seguro Damian tampoco deseaba. ¿Qué iba a hacer? Se volvió hacia
él.
—Mira lo que has hecho —le dijo entre dientes—. Debiste irte pues ya llegó mi
padre.
La miró con una calma que más bien parecía burla. Jessica notó esa mirada pero
tuvo que contenerse.
—Vaya, parece que ya estás acostumbrado a esconder tus emociones —le dijo
Jessica y cuando vio que él se reía quiso arrojarle algo a la cabeza.
—Cálmate, cariño —le dijo con calma—. Tenemos que aparentar tranquilidad
en la presencia de tu padre. Ya hablaremos tú y yo sobre esto.
—¡No lo haremos! —declaró con aire infantil.
—Sí, Jessica, vamos a hacerlo —le respondió con tranquilidad en el momento en
que entraba Will.

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Capítulo 7
Will entró en su casa y observó con curiosidad al hombre moreno que estaba
parado al lado de su hija; en la mano, de dedos largos, sostenía una copa con brandy.
—¡Qué tal! —saludó extendiéndole la mano y dándole un buen apretón—. Soy
Will, el padre de Jesi.
Jessica los miró a ambos y empezó a mover un pie con nerviosismo porque no
hubiera querido que se encontraran. Damian hacía uso de su encanto y al parecer
impresionó favorablemente a Will. La joven levantó la ceja y frunció los labios
pensando que esta situación era absurda dado que su relación con Damian ya había
terminado.
Will observó a su hija, a la que nunca había visto tan nerviosa, si bien fue una
niña inquieta e indisciplinada. Le desconcertaba esa aparente calma que había
mostrado Jessica durante los días que llevaba a su lado, y que no hubiera tenido
algún arranque de ira. Ella aparentaba tranquilidad sólo por su padre.
—Decidimos terminar nuestra partida más temprano porque Gareth está
resfriado.
—¡Qué lástima! —sonrió frunciendo los labios y rechinando los dientes por
decir cosas tan tontas—. Tal vez le llame mañana para preguntar por su salud. Ya es
muy tarde y Damian tiene que retirarse, ¿no es así, cariño?
—¿Vino en coche desde Nueva York? —preguntó Will y Damian asintió con la
cabeza en tanto miraba a Jessica con ironía—. Desde luego que no estará pensando en
regresar hoy mismo, ¿verdad?
—Por supuesto que no —contestó sentándose en el sillón y moviendo su copa
de brandy—. Planeaba quedarme en algún hotel cercano, si es que todavía hay
alguno abierto.
Jessica se arreboló al escucharlo. ¿Que si había hoteles abiertos? ¡Claro que los
había! No daba crédito a las palabras de su padre.
—Pues no hay razón para que pase la noche en un hotel ya que aquí tenemos
varias habitaciones disponibles —miró a su hija sonriéndole—. ¿No es así, Jesi?
—Papá, si él quiere ir a un hotel no hay motivo para que lo detengamos aquí —
contestó con tranquilidad aparente, si bien estaba molesta.
Los dos hombres intercambiaron miradas como si hablaran en secreto y Jessica
estuvo a punto de explotar.
—A decir verdad, mi intención no era quedarme en un hotel desconocido —dijo
Damian dudando un poco, vio a la modelo a los ojos, con un ligero temblor en los
labios.
Era demasiado para Jessica, sobre todo viniendo, de un hombre que pasaba más
tiempo en hoteles que en su casa.
—Son una sarta de… —empezó a decir pero su padre la interrumpió.

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—¡Jessica! —la hizo que callara y dirigiéndose con amabilidad a Damian añadió
—: Sería un gran honor que se quedara con nosotros, al menos por esta noche. Desde
luego puede permanecer aquí el tiempo que quiera. Jesi, por favor arregla el cuarto
de invitados mientras yo ayudo al señor Kent a traer sus cosas.
—Por favor llámeme Damian; mis amigos me dicen así, —pidió él mientras se
dirigía junto con Will, a la puerta.
—Bueno, y yo soy Will, no de William, sino de Wilfred, nombre que nunca me
gustó.
Cerraron la puerta y Jessica estaba paralizada por el giro que había dado la
situación. ¡Damian iba a quedarse a pasar la noche en la casa! Se encontrarían bajo el
mismo techo, durmiendo en una cama cercana; el cuerpo masculino muy próximo al
de ella…
—¡Maldición! —gritó dándole una patada a la mesa, derribándola en el suelo.
Los hombres escucharon el ruido y se miraron sonriendo; sin decir una palabra,
continuaron su camino.
Jessica subió por la escalera y abrió la puerta del dormitorio, furiosa. Por un
momento observó el mobiliario que parecía cómodo y lo comparó con el de Damian,
que era lo último en elegancia. Él no pertenecía a ese ambiente y la joven
experimentó una alegría perversa al observar que el cuarto era viejo. Arregló la cama,
molesta.
—Permíteme ayudarte —dijo Damian. Se acercó a Jessica con pasos lentos
después de dejar sus maletas de piel en el suelo—. No te enojes tanto, no puede estar
todo en orden. Deja que te ayude.
Damian empezó a colocar las sábanas como si le resultara una tarea cotidiana.
—¿Te gusta la habitación? —preguntó Jessica con voz baja.
—Claro, es muy acogedora. La cama parece cómoda —le contestó mirándola
con malicia por el rabillo del ojo—. Creo que voy a dormir como un lirón. Desde
luego, me agradaría más que te quedaras conmigo aunque no durmiera en toda la
noche. Ese tipo de cansancio puede ser…
—¡Cállate! —se apartó para no escuchar sus proposiciones.
Se dirigió a la puerta y se volvió a mirarlo.
—No pienses que las cosas van a cambiar —señaló antes de salir—. Y no hagas
planes nocturnos, ¿me escuchas? Mi puerta estará cerrada con llave mientras
permanezcas en esta casa, y no voy a casarme contigo. Así que es mejor que regreses
a Nueva York de inmediato.
—No lo sé —le dijo con suavidad, lo cual desconcertó a Jessica—. Hace tiempo
que quería tomar unas vacaciones. ¿Recuerdas que hablamos de ir a descansar
juntos? Bueno, ya hace tiempo de esto, así que estoy pensando en aceptar la
invitación que me hizo tu padre. No creo que te moleste, ¿no es así, cariño?
Salió furiosa y al llegar a su dormitorio se lanzó en la cama con tal fuerza que
ésta rechinó, quería sacar su irritación escondiendo la cara en la almohada, como
cuando era pequeña o sentía que el mundo le pesaba demasiado. Se quedó así un

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buen rato hasta que logró tranquilizarse. Pensó en Damian y deseó que se fuera muy
lejos, pensó también en ella y en que sería mejor que estuviera muerta.
Cuando por fin se calmó, se avergonzó por su reacción. Sabía que Damian
quería casarse con ella, y que pensó que tal vez era lo mejor, sin duda trataría de
convencerla para que se hiciera cirugía plástica. Pero no iba a hacer ninguna de las
dos cosas: ni operarse ni aceptar a Damian, así fuera el último hombre sobre la tierra.
Recordó que alguna vez le había comentado a Justin que cuando ella se casara lo
haría únicamente por amor, pero ese amor debería ser mutuo. Al recordarlo, le
rodaron lágrimas por las mejillas.
Se sobresaltó cuando sintió una mano que le acariciaba la espalda. Había
olvidado cerrar la puerta con llave, situación que en otro momento no tendría
importancia porque su padre respetaba su intimidad, de modo que esa caricia debía
ser de Damian.
—¡Sal inmediatamente de aquí! —le gritó, en tanto se hacía a un lado—. No
acepté que entraras, así que… ¡fuera!
Se limpió las lágrimas con el dorso de una mano. Observó que Damian apretaba
los labios y que los ojos reflejaban la emoción que llevaba dentro. Quiso hacerlo
sentir el dolor tan grande que padecía ella y lo golpeó en los hombros. Damian
permaneció tranquilo, sujetándola por los hombros con paciencia, lo que originó que
ella estallara en sollozos entre sus brazos. La estrechó con ternura mientras Jessica lo
abrazaba para sentir su calor. Después de unos minutos logró controlarse de nuevo.
Se hizo hacia atrás y le sonrió; Damián no le devolvió la sonrisa.
—Lamento mucho haberte golpeado —se disculpó con tranquilidad—. No tenía
por qué hacerlo.
—Siento haberte lastimado —le dijo sin cambiar la dirección de su mirada—.
Comprendo perfectamente que no existen palabras adecuadas para pedirte perdón
por todo el tiempo en el que no te di nada y en el que no pensé en tus necesidades
emocionales. Lo siento, Jesi, siento mucho que las cosas no hayan estado muy bien
para ti.
Jessica se sorprendió de que pudo permanecer calmada. El Damian que ella
conocía nunca hubiera admitido que actuó mal y en ese momento se le estaba
presentando un hombre distinto. A esa nueva persona, sí podía aceptarla. Le recorrió
una mejilla con los dedos, en un movimiento suave y lento; observó que cerraba los
ojos.
—Yo también lo siento, cariño. Porque tú sabes que se necesitan dos para
estropear una relación, de igual forma que se necesitan dos para lograr una buena
relación. Los dos fuimos culpables, no solamente tú.
Damian suspiró e incluso esbozó una sonrisa. Sin embargo, su mirada reflejó de
nuevo la realidad y el arrepentimiento se desvaneció. La miró y se tranquilizó por la
mirada de Jessica.
—Supongo que fue suficiente por este día.
—¿Qué quieres decir? —Damian no contestó y únicamente hizo una mueca.

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La mirada de Jessica, llevaba todo el amor que sentía por Damian. Pero cambió
de humor de inmediato y se levantó de la cama con rapidez.
—Tengo mucha hambre, ¿y tú?
—Creo que podría comerme un toro, o hasta dos —contestó recorriendo con la
vista el cuerpo femenino—. Parece que has engordado, querida.
Jessica se estudió en el espejo, preocupada por el comentario.
—¿Me ves mal? —ella sabía que su figura era atractiva pues sus curvas se
hicieron más pronunciadas. Sin embargo, deseaba que Damian se lo dijera.
—Estás maravillosa —contestó y se aproximó a Jessica, la tomó por las caderas
y la acercó a sí. Sus miradas se encontraron en el espejo—. Estás mejor que nunca. Ya
sé que llevabas esa dieta tan estricta porque las cámaras hacen que las personas
parezcan más gordas, pero yo en lo personal te prefiero como estás ahora.
—¿A pesar de la cicatriz? —le preguntó con rudeza.
—Hemos hablado suficiente sobre eso, así que basta —le dijo con calma, mas
era evidente que estaba haciendo un enorme esfuerzo por controlarse—. Después
volveremos a tratar el tema, cuando estemos más calmados.
—No veo por qué tenemos que hablar del asunto —se hizo a un lado y se
dirigió a la puerta—. Por lo que a mí respecta, ya nada hay que hablar.
—No eres la única a la que afecta, ¿no crees? —se aproximó y le habló con voz
suave.
Lo miró un momento, y sin decir nada, se dirigió a la es calera. Le molestó no
haber dicho la última palabra, se sintió descontrolada porque no sabía cómo iba a
terminar ese asunto.
En la cocina empezó a preparar un emparedado, todavía en silencio. Quería
demostrarle su indiferencia pero él empezó a hablar de distintas cosas, y poco a poco
se olvidó de su ira y empezó a escucharlo. Era increíble… nunca se había referido a
su pasado y en ese momento estaba hablándole de su niñez. Lo escuchó con atención.
—Es una linda casa —señaló a su alrededor, sin criticar—. Es más agradable
que la casa en que crecí. ¿Vivía aquí tu familia o se cambió tu padre después de la
muerte de tu mamá?
Jessica miró en torno a sí y luego vio a Damian a los ojos. No era un sitio bonito
pero sí acogedor y con muchas comodidades. Se trataba de una casa antigua y
descuidada; las cortinas eran nuevas pero se opacaban con el tapiz viejo y los
artefactos de la casa los habían comprado sus padres cuando ella iba a nacer.
—Sí, aquí viví desde pequeña. Es mi mismo dormitorio y la misma cama.
—¡Qué agradable! De seguro debes tener muchos recuerdos gratos de este lugar
—señaló con la vista en el techo, por lo que Jessica pudo observar la firme
mandíbula.
—Creo que sí.

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—Nosotros vivíamos en un apartamento de dos dormitorios. Allí vivíamos un


hermano, una hermana y mi madre. El viejo se fue cuando yo tenía dos años —aún
miraba el techo, así que no pudo observar la expresión de asombro de Jessica.
—Te debe resultar difícil hablar de eso —hizo el comentario con cuidado y
conteniendo el aliento.
Damian bajó la vista y en sus ojos se reflejaba emoción.
—Cuando salí de ese lugar, prometí que nunca hablaría ni pensaría en mi
pasado, es más, ni siquiera trataría de recordar aquello. Quería olvidar esa pesadilla,
empezar una nueva vida, totalmente distinta. Pero parece que no todo funciona
como uno lo planea. Siempre llevamos algo de nuestro pasado con nosotros durante
toda la vida.
—Es cierto, en alguna medida, pero no nos debe amargar la existencia.
Necesitamos aprender del ayer para continuar con el mañana. Es peligroso pretender
borrar el pasado, como si no existiera; pienso que por eso la historia se repite y hay
guerras. Sería maravilloso que todo mundo se levantara con la certeza de que es un
crimen matar a un semejante; así terminarían los asesinatos. El infierno es para los
pecadores, no obstante, las guerras son el infierno para los inocentes. Por desgracia,
parece que no aprenderemos nunca.
—¿Sabes una cosa? —preguntó Damian con mirada tierna—. Eres una mujer
maravillosa. Esa fachada, como tú la has llamado, oculta a una mujer espléndida y
preocupada por lo que pasa a su alrededor.
—¿Quieres que me sonroje? —le dijo sonriente.
La situación había cambiado. Ya no se cuidaba de lo que decía para que él no la
rechazara y se sentía mejor con esa nueva actitud. Parecía que él estaba decidido a
hablar sobre asuntos más profundos que hacer juegos para ver quién era más ágil de
inteligencia, sin profundizar en los sentimientos. Leyó en su mirada que él también
comprendía que la situación se había transformado. De pronto, Jessica recordó los
emparedados.
—¡Caramba! Nos olvidamos de la comida. Yo no sé qué vas a hacer, pero yo me
prepararé un emparedado gigante. ¿Me pasas la mostaza? Gracias.
—¡Santo cielo! —le sujetó la muñeca y Jessica recordó de inmediato la reacción
de Damian cuando le descubrió la cicatriz; sintió que se le aceleraba el corazón. ¿Qué
sucedía ahora? En ese momento él empezó a reír—. Lo siento Jesi, no quise asustarte.
Es que traes las uñas muy cortas y no recuerdo haberlas visto sin pintura, mucho
menos así.
—Me rompí algunas cuando tuve el accidente —le explicó después de
observarse los dedos y reír también—. De seguro me quise asir de algo, no lo
recuerdo. Hace unos días estaba lavando unos platos y acabé con las demás, así que
las corté para emparejarlas.
—¿De verdad has lavado trastos? —le preguntó abriendo los ojos con asombro.
—Solamente una vez, pero, por favor, no se lo digas a nadie —comentó y rieron
juntos como si ambos quisieran prolongar ese momento tan agradable.

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—Ahora resulta que vas a decirme que también le has cocinado a tu padre —la
embromó pero luego abrió los ojos por la sorpresa—. ¡No me digas! ¿De verdad?
Debe ser un hombre extraordinario para que lo hicieras porque yo nunca pude
convencerte de que me prepararas algo en la casa.
—Lo hice una vez —protestó—. Y la verdad es que no me gustó nada… ni a mi
padre tampoco. Ya no me permite que me acerque a la estufa porque piensa que voy
a darle algo quemado, o con veneno, así que no te vayas con la idea de que he
cambiado tan drásticamente. Creo que no podría cocinar algo suculento aunque mi
vida dependiera de ello.
—Algunas cosas nunca llegan a cambiar —la vio, riendo.
Jessica observó que cambiaba su mirada, así que se apresuró a levantarse de la
silla.
—Creo que dejaré las cosas aquí y me iré a dormir —le dio la espalda pero
sintió la mirada de él.
Antes disfrutaba que lo hiciera, mas en ese momento no lo gozaba y se apresuró
para salir de la cocina. Damian le impidió el paso.
—Déjame pasar, por favor —le dijo mientras se acercaba a ella de una manera
muy sensual, acorralándola en la mesa y estrechándola contra sí.
—Ahora no, cariño —le musitó—, no ahora. Te dejé en una ocasión porque me
dijiste que así lo querías, pero estoy seguro de que me mentiste. Me pregunto por
qué. Debajo de esa imagen hay un cachorrillo atemorizado. ¿No es así, Jesi? ¿Por qué
te asusta un beso?
Damian también tenía miedo y se acercaba peligrosamente a su verdad… no
debía permitir que supiera que lo amaba, porque tendría todo el poder sobre ella. La
mirada de Jessica se volvió gélida al verlo a los ojos. El aspecto de la joven era
hechizante, con la cabellera rojiza cayéndole sobre los hombros.
—Creo que tú, mejor que nadie, sabe que un beso no me asusta —contestó
tocándose la barbilla—. Pero cuando yo quiero dar ese beso. También sabes, cariño,
que no soy muy fuerte para pelear, por eso prefiero lanzar objetos diversos, como
debes recordar.
—Entonces, dámelo.
Jessica creía que Damian tenía la voz más sensual que había escuchado. ¿Qué
había de malo en dar un beso? Haciendo a un lado su precaución, le sonrió,
provocativa, alzó los brazos y colocó sus labios sobre los de él, sin que fuera un beso
apasionado sino únicamente los rozó varias veces. Damian no movió la cabeza ni
intento abrazar a Jessica, quien se sintió desilusionada y sorprendida por su actitud,
así que bajó los brazos.
—Ahora te voy a mostrar la forma en que debe darse un beso verdadero —le
murmuró, sujetándola con fuerza y atrayéndola a sí.
Jessica lo abrazó instintivamente, los labios de Damian la lastimaban y ella
apretó los suyos. Esta actitud enfadó a Damian, quien retrocedió un poco y la miró,
amenazante.

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—Yo no te lo di de ese modo, así fue como lo tomaste —murmuró ella—. Estaba
tratando de demostrarte, cariño, que esto no funciona si no participan las dos partes
—se encontraron sus miradas. Ambos sintieron la atracción en el aire y unieron sus
labios.
En esta ocasión no hubo resistencia, fue un beso íntimo y sin reservas. Jessica
sintió vagamente que la sujetaba por las caderas y amoldaba su cuerpo al de él. De
inmediato una ola cálida se propagó por su ser, pero algo la detuvo y se hizo para
atrás.
—La dama ya no quiere, Damian. Me has dado tu beso, así que déjame ir.
—¡No! —exclamó con la cara arrebolada forzándola a que permaneciera junto a
él.
Jessica hizo un esfuerzo por sacar un brazo y alejarse un poco.
—No creo que quieras que se repita la escena de mi apartamento, la última vez
que nos vimos. Es cierto que físicamente compaginamos, sin embargo, creo que
puedes irte a la cama con otra mujer y hacerlo bien, ¿o no? Total, es una mujer como
cualquiera. La relación física no me interesa. Fui una tonta en empezar así nuestra
relación, pero ahora me aburre.
Damian apretó los labios y se estremeció por la furia, de pronto se tranquilizó.
Ella estaba boquiabierta. Ese no era el hombre al que había tratado durante tres años.
Él que conocía hubiera rugido y caminado como un león enjaulado por toda la casa.
Damian sonrió abiertamente y le besó una oreja.
—Bueno, creo que te daré las buenas noches porque ya es tarde. Tu padre hace
bien en dormir temprano. Nos vemos mañana, Jesi.
Todavía estaba parada observando la puerta, minutos después que Damian
había desaparecido. ¿Qué juego traía entre manos? ¿Adónde quería llegar? Se dirigió
a la sala y vio las cenizas en la chimenea. Atizó un poco el fuego y se quedó
ensimismada viendo las llamas. Todo lo que había pasado se arremolinaba en su
cabeza, así que no podía irse a la cama. Quiso tomar algo, fue a buscar un vaso y a
levantar el cenicero que se había roto al tirar la mesa, pero no lo encontró, así que
pensó que su padre o Damian había recogido los vidrios. Se sirvió un brandy y se
dirigió a su sillón favorito, poniendo los pies sobre un taburete.
¿Por qué la vida resultaba tan complicada? Sólo Dios lo sabía. Algunas veces
ella pensaba que todo sería más fácil si fuera lo suficiente tonta para no tener
problemas consigo o con los que la rodeaban. Por suerte esos pensamientos no eran
frecuentes pues estaba contenta con ella, incluyendo sus defectos. "Vaya, creo que
como amiga soy buena", pensó en tanto hacía un brindis en su honor.
Si tuviera oportunidad de repetir su vida, haría exactamente lo mismo y aunque
ahora viera las cosas de distinta manera no significaba que las deseara cambiar. No
estaba satisfecha de su relación con Damian, pero sí de su vida. Si estuviera segura
del amor, lo daría todo por él. Tal vez fuera una loca por pensar así y por eso las
personas que conocía no se complicaban la vida. Quizá era la única que daría todo
por ese algo que el mundo llamaba amor.

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Se sirvió un segundo trago. Lo peor era la tentación. Había un diablillo en su


cabeza diciéndole todo el tiempo que se casara con Damian, ahora que tenía la
oportunidad. ¿Qué importaba? Al fin y al cabo le daría lo mismo que se casara con
otra mujer y, tal vez, con el tiempo llegara a quererla un poco. Sin embargo,
recordaba lo sucedido desde tres años atrás y ya no sentía el mismo entusiasmo pues
imaginaba lo que le esperaría al lado de Damian. Sería un infierno vivir con alguien a
quien uno ama y con la certeza de que ese amor no era correspondido. Brindó por la
tentación.
Conforme bebía más brandy, su estado de ánimo se modificaba. Nunca se había
emborrachado, sólo mareado, y pensó que cuando alguien ingería demasiado
alcohol, cometía varias locuras. Brindó por la borrachera, por la loquera y porque se
vio cuatro pies y eso merecía una copa.
Después desaparecieron dos pies, así que se dijo que había que ver las cosas
desde el ángulo adecuado, desde la adecuada perspectividad. ¿Era correcta la palabra
perspectividad? Quiso repetirla con voz alta y su garganta no le respondió.
—Pershhhpecvidad —le gustó el sonido y pensó que había inventado una
nueva palabra—. Perspcvidad… —hizo otro brindis.
—¿No crees que ya has tomado demasiado, cariño? —preguntó una voz suave a
su lado.
Ella se volvió y enfocó su vista sobre Damian. Tenía pantalones de mezclilla,
muy ajustados, el pecho desnudo y los pies descalzos. Parecía cansado, aunque con
buen humor.
—No lo sé —dijo claramente, pero luego soltó una risita que arruinó su buena
compostura.
Damian buscó la botella y se dio cuenta de que casi estaba vacía.
—¡Dioses! —se asombró—. Ya tomaste una buena cantidad de brandy. No es
necesario que te diga que mañana vas a tener una buena resaca. Ya debes saberlo a tu
edad.
—¿Qué… tiene que ver la edad con todo esto? —preguntó, indignada—. Sabía
lo que estaba beb…iendo, ¿no? Toooodo es relaaativo, la edad y el tiempo. Todo es
relativo. Creo que voy a llamarte tío Damian.
Él rió a carcajadas por el comentario de Jessica.
—Iba al baño cuando vi la puerta de tu dormitorio abierta y como me juraste
que te ibas a encerrar a piedra y lodo, me asomé a ver qué pasaba. Parece, mi amor,
que nunca estás en el sitio adecuado. Así que bajé, y mira lo que me encuentro: a ti,
hablando como una lunática. ¿Era necesario que te embriagaras?
—Borracha como una cuba, pero no tanto como para no ver lo que pasa —dijo
con una sonrisita.
Él estaba muy cerca y la chimenea hacía que su cuerpo tuviera reflejos dorados.
Adoraba ese cuerpo y puso un dedo sobre la cicatriz del brazo, de la que sólo dijo
que había tenido un accidente en su niñez.

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—¿Teeee había dicho alguna vez, tío Damian, que tienes un bonito cuerpo?
Ssssiemmpre me gustó. Tienes un cuerpo muy booonito —se apoyó en el respaldo
del sofá y comenzó a reír.
—Creo que ya es hora de que esta criaturita se vaya a la cama —le dijo Damian
con suavidad, tratando de levantarla—. Vamos, te subiré a tu cuarto.
—¡Alto, detente! —se hizo a un lado y lo golpeó—. No mmmmme toooques. Yo
voy sola —se puso de pie pero todo le dio vueltas, así que tuvo que detenerse en el
brazo de Damian. Él quiso abrazarla y ella no lo permitió y empezó a dar pequeños
pasos—. ¿Me puedes dar la botella, tío Damian? Creo que no mmmme p…uedo
inclinar. Mira, puedo caminar bien —se volvió y corrió a la pared para no caer—.
Todo essssss cuestión de pershshstiva. Vaya, Damian, la pared se mueve.
—¿Me permites que te suba?, es todo lo que voy a hacer —le preguntó con
resignación y sonriendo.
Jessica asintió al ver que todo le daba vueltas. La abrazó para ayudarla a sentir
que el mundo ya no giraba alrededor. Jessica apoyó la cabeza sobre el hombro de
Damian.
—No podía peeerdermeeee —el hombro musculoso le sirvió de almohada.
La detenía con cuidado, como si realmente se preocupara por ella. Ella imaginó
la cara de Damian muy cerca, como queriendo besarla, así que se volvió a besarle el
hombro.
—Mmmm, ¡qué rico sabe! —murmuró—. Sabes mejor que el brandy, Damian.
La colocó en la cama después de quitar la colcha.
—Mi querida damita, parece que sabes escoger muy bien las cosas. No me
desabroches los pantalones ahora. Puedes demostrarme en otra ocasión que todavía
me deseas. Te prometo que no me resistiré. Por ahora, ayúdame a desvestirte.
—¿Por qué? —preguntó desconfiada, tratando de verlo en la oscuridad. Se
sentía muy cansada.
—Porque te sentirás más cómoda.
—¡Ah! Está bien.
Por fin logró quitarle la ropa y colocarla abajo de la sábana. Le dio un beso
cariñoso.
—Estás verdaderamente trastornada.
—¿Sí? —abrió un ojo y buscó a Damian—. Todo eshhhh cuestión de persssstiva,
tíiiito Damian. Buuuuensoches.

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Capítulo 8
Jessica despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza. Lanzó
un quejido que le hizo retumbar la cabeza. ¡Era la resaca! Nunca se había sentido así.
Le pesaban los párpados y tenía la boca seca; ansiaba tomar un vaso con agua. Pese a
que se levantó muy despacio, el cuarto le dio vueltas; sintió náuseas y corrió al baño.
Un poco después buscó bicarbonato de sodio para calmar su estómago y una
aspirina para el dolor de cabeza. Se vistió con cuidado y bajó por la escalera
sujetándose de la barandilla como si temiera que el suelo se hundiera. Ya era tarde y
se preguntó dónde estarían su padre y Damian. Quiso hacerse un poco de café pero
en cuanto percibió el olor de nuevo sintió deseos de vomitar. El malestar fue peor
porque su estómago estaba vacío.
Volvió a la cocina más tarde y como ya pudo soportar el aroma del café, se
sirvió una taza. Fue a buscar más bicarbonato de sodio, mas no tuvo el valor de
tomárselo. Su padre y Damian entraron en la cocina un poco después y la
encontraron recostada sobre la mesa, apoyada en sus brazos y con la cabeza baja. Al
escuchar la puerta, se sobresaltó.
—¡Dios santo! —exclamó, cubriéndose las orejas—. Van a matarme con ese
ruido. Por favor, no me molesten.
Los dos hombres se miraron sorprendidos… los labios de Damian temblaron
ligeramente y Will levantó las cejas.
—Tu padre apenas empujó la puerta —dijo Damian a punto de reír a carcajadas
—. Te aseguro que no la abrió de golpe. ¿Qué te pasa, Jesi? ¿Acaso te duele la cabeza?
Jessica trató de levantar la cabeza y abrir un ojo. Estaba muy pálida, y las ojeras
la hacían ver frágil.
—Voy a enojarme si no dejan de gritar.
—Ahora comprendo —Will se dirigió a Damian— por qué quisiste que la
dejáramos durmiendo en vez de pedirle que nos acompañara. ¿Podría preguntar qué
sucedió?
—Le voy a decir lo que hizo su hija —contestó Damian con un ligero temblor en
la voz—. Casi se acabó la botella de ese excelente brandy que tenía en la vitrina.
—¡Cómo! ¿La botella entera? —levantó las cejas de nuevo y empezó a reír—.
Ahora entiendo por qué te sientes de ese modo. Bueno, ya se te pasará, mi niña,
aunque en este momento te sientas muy mal. Debo confesarte que voy a echar de
menos mi brandy… era muy bueno.
—Prometo que le enviaré otra de la misma marca —aseguró Damian—, pero
júreme que va a esconderla porque de lo contrario Jessica va a volverse adicta.
—¡Ja! —murmuró Jessica sin emoción.
Quería que se fueran para recuperarse. Se sintió tan frágil que temía romperse
en mil pedazos. Se quedó quieta hasta que escuchó la voz de su padre y percibió un
olor desagradable.

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—Creo que es mejor que limpie el pescado, si lo queremos para la comida.


—¡Oh, no! —se quejó sintiendo que el estómago le daba vueltas.
Jessica se levantó con rapidez y Damian ya le abría la puerta para que corriera
al baño. Sintió unas manos fuertes que la ayudaban en sus convulsiones. Se sentó
junto al inodoro, sintiéndose muy mal.
—¡Vete y déjame morir en paz! —exclamó mientras se reclinaba en la tina.
Damian tomó una toalla que mojó y la colocó en la frente de la joven.
—Las resacas son infernales —declaró comprensivo—. En este momento te
quieres morir, pero después te sentirás mejor y te aseguro que no vas a fallecer
porque bebiste de más una noche. Conozco esa experiencia.
—Tal vez podría recuperarme si estuviera sola —se volvió a ver a Damian,
quien le pasó la toalla por la cara y el cuello—. ¡Mmm, qué bien se siente!
—¿Sabes que es la primera vez que te he visto enferma? —preguntó con voz
extraña—. O al menos es la primera que lo noto. Debes de ser muy sana.
—Debo asemejarme a un monstruo —trató de esconderse haciéndose hacia
atrás—. Por lo general soy sana y cuando me he sentido mal, tú has estado fuera.
—Lo siento mucho —comentó en tanto se acercaba para seguir pasándole la
toalla húmeda por la cara—. Es lo único que puedo decir, aunque parezca fuera de
lugar. No te asemejas a un monstruo, solamente estás ojerosa y muy pálida; pero por
lo demás, sigues igual de atractiva que siempre. A pesar de todo, te veo muy bien
aunque hayas bebido tanto brandy. ¿Te sientes mal?
Jessica estaba apoyada en el hombro de Damian y se sentía muy bien así, de
dejar que alguien la ayudara, que Damian la tuviera abrazada.
—No, supongo que no. En realidad ya me sentía mejor pero llegaron ustedes
con ese horrible pescado —hizo una mueca al recordarlo—. Creo que nunca podré
volver a comer pescado en mi vida.
—Vamos, la situación no es tan grave —cambió de brazo para ayudarla a
levantarse—. Te sentirás mejor si te acuestas un poco. Puedo llevarte lo que ibas a
beber y así dormirás tranquila. ¿Qué opinas?
—Acepto —contestó después de sopesar su orgullo y su deseo—. Tal vez así se
me quite este horrible dolor de cabeza —se relajó totalmente y permitió que alguien
más, siquiera por un día, la cuidara.
Damian dudó al llevarla a la cama y la miró interrogante.
—Es mucho lío desvestirse de nuevo —dijo Jessica con rapidez—. Déjame
acomodar las sábanas para acostarme encima —le retumbaba la cabeza y sólo quería
estar en silencio.
Damian leyó sus pensamientos y la ayudó a meterse en la cama. Jessica se
instaló con rapidez y permaneció en la misma posición después de cerrar los ojos. No
lo vio sonreír, pero sintió una caricia en el cabello y escuchó que se alejaba. Volvió de
inmediato con bicarbonato y una taza de café.
—¿Qué quieres primero?

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—Puedes tomarte el café —contestó abriendo los ojos irritados—. No quiero


sentirme mal de nuevo —tomó la solución con bicarbonato de sodio, de golpe—.
Tendré suerte si salgo con vida de todo esto.
Damian la miraba y luego fijó la vista en la pared. A Jessica le gustaba
observarlo, recorrer su cuerpo con la mirada, los hombros, el cuello y las caderas. A
pesar de no sentirse bien, podía captar la sensualidad que le trasmitía. La miró de
nuevo cuando se recostaba sobre la almohada.
—¿Me puedes contestar algo? —preguntó con voz suave mientras Jessica lo
miraba.
—Como quisiera que no hubiera tanto parloteo en este cuarto —se quejó con
voz muy baja—. Tal vez lo haga, o tal vez no; todo depende de lo que quieras saber.
—Jesi, ¿por qué te emborrachaste anoche? ¿Qué pasó?
—Lo siento —guardó silencio, su rostro estaba muy sonrojado—, es un asunto
confidencial.
Jessica recordó la forma en que luchó con sus sentimientos y anhelos pero
nunca se lo diría. Apartó su mirada y levantó los hombros.
—Creo que lo hice sin proponérmelo, eso fue todo.
Damian le acarició una mejilla, hecho que la puso nerviosa. Se hizo a un lado y
sus rasgos quedaron a la vista: la cara, el cuello, la cicatriz en un rostro que con
anterioridad tenía un perfil perfecto.
—¿Qué sucede? —preguntó Damian y ella movió la cabeza. Finalmente dijo—:
Está bien, por ahora no; tal vez en otro momento decidas hablar del asunto.
—Nunca, Damian —dijo con voz muy baja—. Hay cosas que son privadas y
deben quedar como tales.
Él asintió dando un suspiro y se hizo hacia atrás para añadir con tono extraño:
—Yo también he llegado a pensar así —guardó silencio y Jessica se puso
nerviosa. Finalmente rompió la tensión—: Parece que estás muy cómoda acurrucada
así; incluso estoy tentado a acostarme a tu lado.
—¡Por favor, Damian, no empecemos! —exclamó con una sonrisilla nerviosa—.
Me duele la cabeza —le dio la espalda y se colocó en posición de dormirse.
Cuando despertó, ya era avanzada la tarde; le incomodó porque siempre se
levantaba temprano. Pero ya se sentía mucho mejor y pensó de inmediato en Damian
y si habría regresado a Nueva York. Obtuvo la respuesta cuando bajó por la escalera.
Se sorprendió al verlo sentado en su silla favorita leyendo un libro con tranquilidad.
—Vaya, esto es algo totalmente nuevo —dijo acercándose a la chimenea—. En
casa nunca tenías tiempo de leer.
Damian le sonrió y apartó el libro.
—Bienvenida a la vida, cariño. Creo que había olvidado lo agradable y relajante
que puede ser la lectura. Es un hábito que debe cultivarse —Jessica se acercó y
observó el texto sorprendiéndose del título.

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—Se trata de una historia de misterio. Parece que las sorpresas se suceden una
tras otra. De seguro lo sacaste de la biblioteca de papá. Acostumbra devorarse estos
libros durante el desayuno.
—En efecto, se trata de un préstamo para los días que voy a estar aquí.
Jessica se descontroló por la respuesta y frunció el ceño.
—Entonces, eso significa que te vas a quedar… —continuó con cuidado—. ¿Por
cuánto tiempo?
—¿No te había dicho? —preguntó con inocencia fingida y observando la
reacción de Jessica—. Decidí aceptar el ofrecimiento de tu padre y me quedaré tres
días, o tal vez una semana.
Jessica abrió los ojos, sorprendida y tragó saliva. Pero, finalmente no era una
sorpresa porque ya imaginaba algo así. Sabía sin lugar a dudas que la presencia de
Damian la inquietaría.
—Bueno, entonces será mejor que me siente.
Acercó una silla y observó a Damian, quien aparentaba una gran tranquilidad.
Sin embargo, Jessica lo conocía lo suficiente para saber que saltaría con cualquier
cosa, como los gatos.
—¿Estás seguro de que tus negocios no se vendrán abajo si te ausentas tanto
tiempo? —su comentario estaba cargado de malicia.
—Tomé el tiempo necesario para dejar todos mis asuntos arreglados —le
contestó después de un momento, en apariencia serena, mas en sus ojos se denotaba
que estaba alerta—. De no ser así, hubiera venido antes.
Jessica pensó que no habría hecho un viaje relámpago para pedirle que se
casaran. Había llegado con la verdadera intención de hacer todo lo que estuviera a su
alcance para convencerla de continuar con su relación.
—Ah, ya entiendo lo que sucede. Porque no soy del todo tonta, ¿sabes? —se
dirigió a la cocina y escuchó que Damian la seguía.
—Un momento, Jessica —dijo con impaciencia y la cara se contrajo.
—Apresúrate, por favor —parecía impaciente—. Tengo tanta hambre que siento
que voy a desmayarme.
—¿Ibas a la cocina? —preguntó interponiéndose en su camino.
—¡Claro! ¿Adónde pensaste que iba? —rodeó la sala para seguir su camino.
—Pensé que irías a tu cuarto a guardar tus cosas en las maletas —contestó
tranquilo siguiéndola a la cocina; la observó encaminarse a la alacena.
—Voy a preparar café, por si quieres.
—Está bien.
Jessica se ensimismó en sus pensamientos. Se dirigió a la cocina porque tenía un
apetito voraz. Damian pensó que iría por sus cosas para huir, pero no le daría la
satisfacción de que comprobara que efectivamente se había enojado. Iba a

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demostrarle que aunque se quedara todo el tiempo que quisiera, su relación había
terminado en Nueva York, al menos en lo que a ella se refería.
Él la estudiaba y ella se preguntó si podría seguir adelante porque tenía que
admitir que él la intimidaba. Necesitaba recurrir a su inteligencia porque el éxito de
Damian en los negocios se debía a que siempre trataba a la gente con absoluta
sinceridad. Recordó que tenía muchos años de posar ante las cámaras, así que ahora
tendría que controlarse. Con gran habilidad se convirtió en la anfitriona perfecta y
escondió sus sentimientos verdaderos.
—¿Quieres algo? Yo no sé qué quiero comer —dijo con cordialidad buscando
algo en el refrigerador—. Tengo hambre pero me temo que si como algo pesado me
sentiré mal de nuevo. ¿Sabes cuándo estaré bien del estómago?
—Creo que esto es más grave de lo que pensé —dijo acercándose a la cafetera
—. Mañana te sentirás bien. Si quieres, puedo preparar una omelette, también hay
sopa. No te apetece el pescado, ¿verdad?
—No… gracias. Creo que sólo tomaré un poco de café —se hizo a un lado y
cerró la puerta del refrigerador.
—No has comido en casi veinticuatro horas —le recordó él, con el ceño fruncido
—. Si no comes te vas a sentir verdaderamente mal. ¿Qué tal si hago una rica
ensalada?
Jessica levantó los hombros en señal de aceptación y se sentó en una silla. Al
principio no le dio importancia, pero conforme iba tomando el café su apetito fue
aumentando aún más. Cuando Damian terminó de preparar la ensalada, la comió
con verdadero placer.
—¿Te sientes mejor?
—Claro que sí —le dijo con la boca llena—. Esto me está reviviendo, gracias.
—De nada —se hizo hacia atrás y la miró con benevolencia—. Recuerdo cuando
en mi casa era un lujo comer una lechuga fresca. Era muy raro que llenáramos el
estómago, para no hablar de los "extras".
Ya no se sintió tan sorprendida del nuevo Damian, quien hacía intentos por
recordar su niñez y del que podía esperar cualquier cosa. Admitió que estaba
asustada porque el nicho que le había construido se había venido abajo. Era un
extraño a quien deseaba conocer.
—Apuesto a que tu madre trabajó con ahínco para darles lo que necesitaban —
murmuró comprensiva y se detuvo al ver la expresión sombría de Damian.
—¡Trabajar! —exclamó, cortante con la mirada opaca—. Bueno, si a eso se le
llama trabajar. No, Jessica, puedo asegurarte que nunca trabajó en algo honesto en su
vida. Ni siquiera sé los "tíos" que pasaron por la casa. Algunos se quedaban unos
días, otros unas semanas. Otros llegaban cuando se suponía que estábamos dormidos
y se iban al amanecer. ¿Sabes cuál era su actividad favorita? Se pasaba la tarde en
una cantina esperando que alguien le invitara una copa. Allí conoció a la mayoría de
sus amigos. Vivía de las limosnas que le daban ellos, y nosotros, de lo que ella nos
dejaba. Hasta me da lástima el hombre que se casó con ella, ¡el pobre imbécil!

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—¡Damian! —exclamó finalmente muy impresionada por lo que acababa de


escuchar y en un impulso le tomó la muñeca—. No tenía la menor idea…
Damian retiró la mano y oprimió las manos de ella.
—¿Cómo ibas a sospecharlo? —la mirada amarga se convirtió en otra de
desprecio, un desprecio que sentía por sí mismo—. ¿Cuándo te dije algo de mi vida?
Siempre tuve miedo de enfrentar mi pasado y trataba de esconderlo porque no podía
manejarlo, no entendía que esa actitud sólo me perjudicaba. Yo me consideraba
inteligente y he sido un tonto. ¿Qué viste en mí?
—No lo sé —contestó después de reír y tratando de ser lo más sería posible—.
No puedo recordarlo, tal vez porque mi opinión sobre ti ha cambiado radicalmente.
Parece que nos estamos transformando, cambiando de personalidad…
—No —la interrumpió con suavidad oprimiéndole aún más la mano—, le que
sucede es que estamos creciendo y dejando salir a los adultos que debemos ser. De
alguna manera somos iguales a Mary, la ratoncita, rechazamos el cambio por miedo a
perder lo que teníamos.
—En estos años no te he tratado como debía —confesó Jessica sintiéndose
culpable.
Pensó con tristeza que la influencia de otra persona en muchas ocasiones podía
ser la perdición, más que la salvación, de alguien.
—Lo siento, de verdad lo lamento, Damian.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó preocupado—. No tienes por qué
disculparte. Yo soy el que debería pedirte perdón de rodillas.
—Por favor —le puso un dedo sobre los labios—. Déjame decirte la verdad,
siquiera por esta vez, quizá la única desde que te conocí. A veces me siento
avergonzada porque tu único regalo ha sido la sinceridad, que en ocasiones me
resultaba un regalo muy costoso. ¡No te atormentes! Tengo que explicarte lo que
siento por no haberte tratado como un ser humano. Te coloqué en un pedestal muy
alto, al igual que mis ambiciones, porque eras ese extraño, apuesto y fuerte hombre,
que entraba en mi vida. El príncipe que me salvaría de todas mis frustraciones,
sueños y tristezas. Nadie puede soportar un paquete tan grande. Huiste de mí
cuando sentiste sobre tus hombros una carga que aún no estabas preparado para
llevar. No sabes lo arrepentida que estoy…
—Jesi —la interrumpió, angustiado—, Jesi, no te hagas daño; no lo mereces.
Toda la culpa es mía por no saber lo que deseaba.
Jessica empezó a llorar pero de inmediato se cubrió los labios con una mano
para evitar que Damian comprendiera su dolor.
—¿Para qué todo esto? —trató de recuperar la compostura—. ¿Es necesario
pasar por ello?
—Creo que sí —contestó él con tranquilidad, obligándola a que lo mirara—. Si
es que queremos aprender algo de nuestro pasado y seguir adelante. ¿No es lo que
me quisiste dar a entender ayer? Supongo que tienes razón.
—Para dejarlo atrás —dijo Jessica con la vista baja.

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—No, para que conviva con nosotros —con suavidad, le recorrió la cara con un
dedo. Jessica sintió como si la quisiera verdaderamente, pero cerró los ojos y pensó
que él la tenía en sus manos porque había derribado sus defensas. No podía
continuar oponiendo resistencia.
Jessica apartó sus manos y en un movimiento rápido salió de la cocina, sin dar
oportunidad a que la alcanzara. Sabía que si continuaba allí y junto a Damian, todas
sus decisiones se vendrían abajo. Viviría en un tormento continuo si se casaba con él,
a sabiendas de que no la amaba. Estaba decidida a no sufrir más por una situación
que ya le resultaba insostenible. No podía continuar con la misma relación de tres
años; se sentiría avergonzada.
—Jessica… —la llamó detrás de ella—. ¿Qué sucede? ¿Te sientes mal?
Ella se detuvo frente a la puerta y lo miró con frustración y disgusto. Estaba
llegando al límite de sus fuerzas. Oprimió los labios y los puños.
—Voy afuera —le dijo entre dientes, como si lo odiara. No le veía la cara porque
estaba el cuarto en penumbra, pero parecía tranquilo—. Y quiero ir sola. No sé
cuánto voy a tardar y, si lo supiera, tampoco te lo diría. No me interesa lo que hagas
o quieras, y a decir verdad, no me importaría que te fueras enojado; son mis
vacaciones y estás interfiriendo en ellas. Por primera vez en muchos días, me voy a ir
sola a divertir un poco.
La observó en silencio porque no supo qué decir. Ya se habían dicho todo. Lo
evitaría hasta que se fuera y podría tener un descanso… mas, ¿lo tendría de verdad?
Empezó a caminar con rapidez por la calle como si quisiera poner la mayor distancia
posible entre ambos. Sin embargo, era consciente de que no podía huir de sus
propios sentimientos, que estaban desordenados.
Aunque era de noche, salió de la casa porque no quería encontrarse con
Damian. Caminó hasta agotarse, no podía huir, aunque quisiera, porque nada
ganaría. Al fin, decidió regresar; entró en la casa y observó a los dos hombres que la
esperaban impacientes. Su padre parecía preocupado y los ojos de Damian le querían
decir algo que ella no quiso averiguar. Los miró un instante y se dirigió a la cocina.
—Hay un poco de sopa en el horno —le informó Damian mientras ella vertía
café en una taza.
Se sirvió sopa en un plato en silencio y como no escuchaba ningún ruido, no
quiso averiguar si Damian se encontraba cerca de ella. Estaba muy tensa y pensó que
si no se arreglaban las cosas pronto, iba a enfermar.
—Jessica —la voz era tranquila—. ¿Te sientes bien?
Silencio total. La joven decidió tomar el café. No confiaba lo suficiente en sí para
contestarle.
—Jesi —la voz se escuchaba más impaciente—. ¿No vas a responderme?
—Vete. No quiero hablar contigo —le dijo con ojos brillantes.
No pudo proseguir y se quedó en silencio; cuando se encontraron sus miradas,
después de un instante, Damian abandonó la cocina. Ella se dio cuenta de que no
deseaba que se fuera, y se sentó a llorar.

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Comió sola y triste. Después se dirigió a su silla a leer un rato. Poco después,
subió a su cuarto y se encerró, evitando cualquier contacto con Damian.
Se levantó temprano al día siguiente y desayunó sola. Empezó a hacer algunas
cosas en la casa tratando de no encontrarse con él, aunque sabía que no iba a soportar
mucho la situación porque lo observaba con el ceño fruncido. Estaba decidida a
provocarlo al grado de tener una discusión con él. Por fin llegó la confrontación,
aunque de una manera muy distinta a la que esperaba.
Su padre había salido de compras, y como la casa estaba en silencio, pensó que
Damian también se había ausentado; Jessica suspiró y se ensimismó en sus
pensamientos, relajada. ¿Por qué se quedaba Damian? ¿Cuánto tiempo más iba a
durar esa situación tan incómoda? No quería seguir formulando preguntas para las
cuales no encontraba respuesta.
Escuchó un ruido extraño y al levantar la vista, lo vio parado a la mitad de la
sala con el reflejo del sol en el cabello oscuro. No pronunció una palabra, sólo la
observaba. Jessica se levantó de un salto y se dirigió en silencio a su dormitorio. Sabía
que Damian no iba a permanecer pasivo, por lo que le desconcertó que no la
interceptara cuando se dirigía a la escalera.
Llegó a su habitación con la certeza de que iba sola, escuchó un ligero ruido y
cuando movió la cara, se encontró de frente con la de Damian. Fue tal el impacto, que
Jessica se detuvo de inmediato.
—Mira… —empezó ella, pero se interrumpió porque Damian la sujetó por un
brazo y la condujo con fuerza al interior de la habitación.
Jessica se quedó muda cuando observó que él cerraba la puerta con llave, cruzó
los brazos y se apoyó en la puerta. Después miró a la joven con firmeza, lo que hizo
que se pusiera más nerviosa.
—Y ahora… —le dijo con calma—. No vas a seguir esquivándome, Jessica.

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Capítulo 9
—Con un demonio, sal de mi dormitorio! —exclamó, molesta.
Damian caminó con calma, sin dejar de mirarla a la cara. Jessica tragó saliva y
retrocedió.
—Tal vez no escuchaste bien —dijo, tranquilo, lo que disgustó a la modelo,
quien no estaba acostumbrada a esas respuestas—. Entonces, voy a repetírtelo.
Vamos a hablar y no permitiré que me evadas. Siéntate.
Jessica obedeció como si una mano la hubiera obligado a hacerlo. Damian se
acercó, se hincó frente a ella y se reclinó en los brazos del sillón.
Jessica se sintió incómoda, tenía los labios secos y las manos temblorosas;
apretó los dedos porque se sentía presionada. No esperaba una reacción de ese tipo.
Le molestó que la acorralara en una silla y que la encerrara en su cuarto; no le
gustaba ese trato. Tuvo que armarse de valor y mirar a Damián a los ojos.
—Estoy hincado, mírame —le dijo con la vista fija en ella—. Si quieres que te
suplique, lo haré para que te convenzas de mi seriedad. Te necesito. Necesito tu
belleza, tu calor, tu alegría y tu tristeza. Por eso estoy aquí, no soporté tu lejanía. No
huyas de mí, Jesi… te necesito, no lo he dicho esto a otro ser humano en mi vida.
La joven bajó la vista y observó la camisa abierta de él, observó el cuello y tuvo
que cerrar los ojos para detener la oleada de amor que la invadía. Era indudable que
Damian estaba haciendo un gran esfuerzo para decirle que la necesitaba, lo que sería
suficiente para cualquier persona. El amor llegaría después. Al analizar el pasado de
él desde otra perspectiva, comprendió que de seguro la madre fue la culpable de que
Damian no pudiera confiar en alguna mujer, y se sorprendió de reconocer cuánto
había logrado Damian en su vida. Jessica sabía que no recibiría otra petición. Era su
única oportunidad, si lo rechazaba en ese momento, lo perdería para siempre.
—Tengo miedo. No quiero pedirte más de lo que puedes darme. Necesitas a
una mujer que esté dispuesta a quedarse en su casa para cuidarte, y a mí no me gusta
esa vida. No podría ser únicamente tu esposa, debo tener mi propia actividad, algo
que me motive.
—No pretendo que cambies por mí —le dijo con el ceño fruncido—. Al
contrario, quiero que sigas siendo la misma. Tengo un ama de llaves, así que podrás
seguir activa, por eso me gustas. Creo que intentas poner obstáculos que no existen.
—Tengo un carácter horrible —señaló, aunque era un argumento muy débil, y
ambos lo sabían.
—¿Piensas que hay alguien que pueda controlarte mejor que yo? Somos muy
parecidos, sentimos las cosas muy profundamente, por eso nos disgustamos mucho.
Además, puedo pagar todo lo que rompas —declaró con buen humor, recordando la
escena de Jessica en su apartamento.
Sabía que estaba derrotada porque ya no podía luchar con Damian.

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—Prométeme algo —lo miró de frente—. Si no me prometes lo que voy a


pedirte, no podemos hacer nada, ni siquiera lo intentaría.
—Lo que sea —contestó sin duda.
—¿Estás seguro de lo que me estás proponiendo? —Damian asintió con la
cabeza. Jessica estaba temblando, tomó aire para continuar, buscando las palabras
adecuadas—. Quiero… quiero tu fidelidad absoluta. Por naturaleza, no aceptaría otro
tipo de matrimonio, y…
—Tontita, no he estado con otra mujer desde hace más de dos años —le confió
con sencillez—. ¿Quieres decirme algo que verdaderamente te resulte difícil?
—En estos meses me devoraban los celos —admitió pues estaba muy
sorprendida por la respuesta—. No imaginaba… no sospeché… —de pronto se dio
cuenta de que todo era fruto de su inseguridad. Cuando Damian volvía de algún
viaje, se hacían el amor con intensidad, lo que revelaba más que todas las palabras
juntas. Le creyó, sin reservas.
—¿Era eso lo que necesitabas saber? —le preguntó Damian con cautela—.
¿Quiere decir, qué puedes pensar en la idea del matrimonio?
—Soy una tonta, pero creo que voy a aceptar —dijo con voz baja.
Damian cerró los ojos y se mostró aliviado. La abrazó y empezó a besarla con
pasión. Jessica lo abrazó y se entregó a él en un beso devastador que dejó a los dos
con la respiración entrecortada.
No tardaron mucho en llegar a la cama, la ropa quedó en desorden en el suelo.
El cuerpo de Damian era muy sensual, no obstante, hubo cabida para la ternura y no
sólo a la pasión arrolladora cuando hicieron el amor.
Tiempo después, Jessica buscaba su ropa y los dos escucharon que la puerta del
frente se abría. De inmediato la invadió el pánico.
—Papá… tan temprano… —se vistió de prisa e intentó arreglarse el pelo. Abrió
la puerta y salió corriendo—. ¡La comida! Olvidé que papá vendría a comer.
—¿Hay alguien en casa? —preguntó Will—. Ya llegué. Parece que vamos a
comer tarde.
Jessica bajó por la escalera con evidente nerviosismo y vergüenza. Damian
tampoco parecía tranquilo, mas para desconcierto de la joven, la abrazó y Jessica
trató de hacerse a un lado pero él no lo permitió.
—¡Papá! —Jessica estaba muy alterada porque nunca le había dicho a su
progenitor el tipo de relación que llevaba con Damian—. Yo… él… estábamos…
—Lo que su hija intenta decir es que aceptó casarse conmigo —intervino
Damian con calma—. Y lo más pronto posible. Querida, nunca imaginé que te
sonrojaras a tal grado.
—¡Cállate! —exclamó Jessica cubriéndose las mejillas con las manos.
—Entonces, eso significa que vamos a comer tarde —dijo Will con
benevolencia.

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A la mañana siguiente, parecía que Jessica se había levantado con el pie


izquierdo. Todo estaba en su contra. Se resbaló con el tapete y se raspó las rodillas;
había roto una botella de perfume y, a pesar del frío, tuvo que abrir la ventana para
que se fuera el aroma, estropeó dos pares de medias por lo que fue necesario que
usara pantalones en vez de la falda que deseaba. Se apresuró porque a Damian no le
gustaba esperar. Bajó corriendo y ya la estaba esperando, impaciente.
—Por fin apareces. Siéntate para que te sirva café. Necesitamos salir en unos
minutos para llegar a Nueva York por la tarde.
Habían decidido iniciar los trámites y preparativos de la boda, que sería una
ceremonia sencilla a la que asistirían únicamente los testigos y el padre de Jessica.
—Sé muy bien qué hora es —contestó ella, cortante—, así que no necesito que
me la recuerdes.
—Parece que no estamos de muy buen humor —le dijo sarcástico después de
servirle el café.
—Si tú estás molesto, no me lo atribuyas a mí. Ufff, este café está muy fuerte —
hizo un gesto y apartó la taza.
—El café está igual que siempre —Damian se volvió con tranquilidad pero
frunció el ceño—, y lo has tomado sin quejarte. Sugiero que lo bebas sin refunfuñar o
vayas a tu dormitorio y termines de hacer las maletas en vez de quedarte sentada
aquí sin hacer nada.
—Mis cosas ya están listas —dijo con dulzura; se hizo para atrás y cruzó la
pierna.
Damian le lanzó una mirada de advertencia por su comportamiento hostil.
—Entonces iré a recoger tu equipaje mientras terminas de beber el café.
—No lo quiero.
—Entonces, ¿por qué no vas conmigo allá arriba y bajas alguna de las maletas?,
la que pese menos —sugirió Damian tomando aire para contener su irritación.
—Me lastimé las rodillas.
—Bueno, quédate donde estás. Pero, ¿qué te sucede?
—Quiero despedirme de papá.
—¡Jessica Alaina King! —más que un grito fue un rugido que retumbó en los
oídos de ella—. En este instante preciso sales por esa puerta, vas al coche y me
esperas allí, tranquila. ¡No hagas nada y quédate callada hasta que yo regrese con tus
cosas para que podamos irnos! —Damian frunció el ceño, apretó los dientes y
empezó a dar señales de que iba a explotar. Jessica también estaba a punto de estallar
porque desde que se reunió con él empezó a provocarlo—. ¡Vamos, empieza a
caminar!
Enojada, salió de la casa, mas se detuvo en la entrada. Quería que Damian
enfureciera y ahora que ya lo había logrado, se sentía muy mal. Estaba frustrada,

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quería llorar y dar un puñetazo en algo duro, como la mandíbula de Damian. ¡Eso
era lo que ansiaba hacer!
¿Por qué aceptó casarse con él? Debía ser una tonta y se odiaba por ser débil y
ceder a su petición. Se disgustó aún más consigo por verse atrapada en sus mismos
sentimientos. Era una boba al pensar que la quería como ella a él; si no ocurrió en tres
años, ¿por qué iba a suceder en ese momento? Ambos se aferraban a un pasado y a
una necesidad emocional que ya estaba gastada.
¡Tenía tantos proyectos cuando llegó a casa! Pero llegó Damian, la persuadió y
ella se rindió. Miró la casa con amor. Se dirigió a la calle y empezó a caminar hacia la
librería de su padre, que se encontraba muy cerca de allí. Ya se había despedido pero
quiso hacerlo de nuevo.
—¡Vaya sorpresa! —exclamó Will cuando la vio entrar—. Creí que ya estarían
con rumbo a Nueva York.
—Estamos atrasados únicamente media hora, papá —contestó con una risilla
forzada—. Quise pasar a darte un beso antes de irnos —se dirigió a él al mismo
tiempo que entraba una cliente.
Los tres hablaron al unísono mientras Jessica miraba la calle con el rabillo del
ojo. Vio que el automóvil negro se estacionaba frente a la tienda, como ella supuso.
Se inclinó con el pretexto de atar la agujeta del zapato y cuando Damián abrió la
puerta, sonó la campanilla.
—Buenos días, Will —saludó con voz calmada. Jessica permaneció inmóvil, con
la certeza de que él iba a explotar—. ¿Está Jessica por aquí? Parece que se me perdió.
Ella se levantó y lo miró a los ojos.
—Aquí está, tratando de arreglar su zapato. Quiso pasar a despedirse de mí,
pero ya está lista para el viaje —Will presintió que algo había sucedido con la pareja.
Jessica ignoró la mirada y el mensaje de Damian, y se volvió hacia su
progenitor.
—Te llamaremos muy pronto, papá, para avisarte cuándo debes buscar a
alguien que se encargue de la librería. ¿De acuerdo? ¿Tenemos algo pendiente?
—No, pero si hay algo, creo que lo podemos tratar después, cariño, cuando me
llames —le dijo con amor—. Gracias por pasar un momento antes de irse.
—Bueno, ya es hora de irnos —entró otra persona y Jessica la dejó pasar—. Por
favor, entre —dijo alejándose del alcance de Damian.
Will se fue con el cliente y Jessica observó la librería, en especial el rincón donde
había revistas con diferentes diseños para las novias. Junio era el mes tradicional de
las bodas. Alguna vez pensó en la suya con alegría, pero ahora ya no. No le
importaba que fuera una ceremonia sencilla o si escuchaba alguna promesa de amor
de Damian; debía terminar con la obsesión de que él la amara. Sin embargo, en el
fondo de su ser deseaba que así fuera. Ese deseo estimuló la frustración que sentía
dentro de ella. "Es difícil dejar la juventud", pensó, "cuando los sueños no se hacen
realidad".
—Cariño —la voz de su padre la volvió al presente.

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Amanda Carpenter – Furia Desatada

Su mirada se topó con la cara de Damian, que reflejaba gentileza. No entendía


por qué estaba tan tranquilo después de su comportamiento hacia él. Pensó que ya
era suficiente, así que se volvió hacia Will para darle un abrazo. Desde la puerta le
hicieron una señal de despedida.
Damian no habló, iba en silencio, mientras se alejaban por la acera unos
momentos después. Jessica pensó que estaría enojado y desde luego que no lo
culpaba, porque se había comportado muy mal. Prefirió no molestarlo y se recostó en
el asiento, además de que aún le quedaban vestigios del malestar del día anterior.
Damian no intentó charlar y viajaron un rato en silencio. Jessica se incorporó cuando
escuchó que él disminuía la velocidad.
—Damian, ¿puedes desviarte un momento, por favor? —él reaccionó
rápidamente y se detuvo un lado del camino. Jessica admiró su pericia.
—¿Qué sucede, te sientes mal?
—No, claro que no —contestó antes de salir del vehículo con rapidez; él la
siguió, sorprendido aunque sin saber qué hacer.
—Por todos los cielos, dime por qué quieres detenerte.
Jessica miró en ambos lados de la carretera y se apresuró a atravesarla porque
se acercaba un coche.
—Jessica, ¿qué sucede?
—Nada, ya te dije. Solamente quería ver este barranco, eso es todo.
Si no estaba equivocada, se trataba del lugar del accidente. No lo vio cuando
regresaba del hospital con su padre, porque estaba muy cansada. En efecto, todavía
estaban las huellas de los neumáticos, también eran visibles en la tierra por donde
dio vueltas el vehículo. Se volvió hacia Damian y le señaló el lugar.
—¿Ves eso? Allí quedó mi coche. No me había dado cuenta de lo profundo del
barraco… ¡ahora entiendo por qué mi auto quedó como chatarra!
—¡Dios santo! —exclamó Damian palideciendo cuando observó el abismo—. El
automóvil debió dar por lo menos dos o tres giros.
—La policía dijo que cuatro y medio —mencionó perdiendo el interés y
alejándose del sitio que le había significado una pesadilla—. Cuando terminó de caer,
quedó del lado del volante y fue cuando sentí que me caía encima el equipaje. ¡Vaya
noche que pasé!
Como no circulaba ningún vehículo por la carretera, corrió al coche, mas se dio
cuenta de que Damian no la seguía. Aún observaba el escenario y parecía
impresionado. Ya empezaba a ponerse nerviosa cuando por fin él la alcanzó. Una vez
en el auto, Damian le preguntó, preocupado.
—¿En dónde quedó tu coche?
—En una pequeña cochera para autos chocados, que está al otro lado del
pueblo. Puede verse desde aquí porque es un poblado muy pequeño. Probablemente
sólo sea un pedazo compacto de lámina.
—¿Sabes dónde se encuentra?

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—Sí —contestó Jessica con el ceño fruncido—. ¿Por qué lo preguntas?


—Vamos a ese lugar —sin decir más, puso en marcha su automóvil.
Jessica no se enojó, pero le extrañó esa actitud puesto que en la mañana tenía
mucha prisa y ahora quería perder el tiempo.
—No veo para qué —argumentó—. Parece que estamos retrasados y tú
pretendías que llegáramos lo más rápido posible a Nueva York.
—Cambié de idea —contestó deteniéndose frente a la cochera que le mostró
Jessica.
Ella se puso nerviosa cuando lo vio bajar con rapidez. Jessica lo observaba por
la ventanilla desde donde percibía únicamente la cabellera oscura. Él regresó y su
expresión no era de alegría, sin embargo, la joven sólo veía un cuerpo robusto que se
acercaba cada vez más a ella. Entró y se mantuvo en silencio.
—¿Qué sucedió?
Damian contestó hasta después de algunos segundos.
—Fue un milagro que salieras con vida y que únicamente te hayas hecho esa
herida en la cara.
—Creo que tienes razón —levantó los hombros—. Fui muy afortunada, pero ya
pasó todo y no tiene objeto volver a hablar de lo mismo. Miles de personas
sobreviven a accidentes automovilísticos.
Damian se quedó en silencio, mas en su actitud había algo que Jessica no
lograba entender.
—¿Qué te sucede? —le preguntó, desconcertada.
—Nada —contestó él moviendo la cabeza negativamente y cambiando la
expresión sombría de su mirada—, no es nada. Cambiemos de tema.
—Eso es lo que he tratado de que comprendas durante la última media hora —
le dijo Jessica con impaciencia, para recibir como respuesta una mirada fría.
No volvieron a dirigirse la palabra hasta que fueron a comer, unas horas
después. Jessica se sentía mal por tratar de aparentar indiferencia cuando todas las
mujeres veían a Damián con insistencia. Siempre parecía atraer las miradas
femeninas y también lograba que lo recibieran incluso en los lugares que estaban
llenos. Él era su prometido, muy pronto iban a hacerse el juramento del matrimonio,
para empezar una relación más sólida.
Ella se preguntaba qué ocurriría con el hombre que tenía enfrente, cuya mirada
era muy fría, cuando pasara el tiempo. Tal vez se cansaría de ella. Damian miró con
desaprobación a los individuos que contemplaban a Jessica, los cuales volvieron la
vista a sus periódicos. Había algo en su interior que le decía que eso no era lo que
deseaba. ¡Quería amor, afecto y seguridad! No se conformaba con la pasión y algún
sentimiento indefinido que se parecía a la necesidad. Deseó con fervor que Damian
pensara igual y que si había algo que corregir, lo hicieran antes que se casaran.
No debía desistir porque ansiaba casarse con él. Necesitaba ser fuerte y tener fe
en el futuro, en sus convicciones y en su personalidad, sabía que dándole amor se

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desvanecería esa coraza, que lo protegía. Todo resultaría más fácil si se hubiera
conformado con la relación que habían sostenido hasta ese momento. Nunca le
habría propuesto matrimonio y Jessica se preguntó si algún día le reclamaría que lo
hubiera forzado a comprometerse. Esperaba que Damian no lo considerara así.
Ya no podía dar marcha atrás; no lo resistiría. Estaba tan absorta en sus
pensamientos que no se dio cuenta cuando Damian pagó la cuenta; le tomó una
mano, lo que la hizo volver a la realidad.
El sol de la tarde los recibió en la calle, delineando la elegante figura de Jessica,
quien llevaba unos pantalones negros, muy bien cortados. El cabello le caía sobre los
hombros y la cara parecía un camafeo de porcelana. La pequeña cicatriz ya no
resultaba desagradable y la hacía ver más humana y no como un símbolo sexual.
Notó que Damian se acercaba.
El encanto se rompió cuando ella volvió la cabeza y preguntó:
—¿Ya nos vamos?
—Sí, vámonos —contestó Damian poniéndole con cariño un brazo encima de
los hombros y sonriéndole.

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Capítulo 10
Jessica se estremeció cuando arribaron a Nueva York. Sonrió porque sintió un
ligero dolor de cabeza así que sacó un analgésico de su bolso para aliviar el malestar.
—Es curiosa la forma en que uno puede perder la tolerancia al ruido de las
grandes ciudades —comentó en respuesta a la mirada que le dirigió Damian—. La
ciudad me parece en este momento extraña. Prefiero el ambiente de un pueblo
pequeño y el vecindario tranquilo y elegante como en el que vive papá.
—Te gustaría solamente por un tiempo y después te desesperaría por no tener
qué hacer. Sabes que no podrías soportar esa paz toda tu vida.
—Tal vez tengas razón. Pero mi dolor de cabeza se debe a este horrible ruido.
Damian le sonrió, apretándole una mano; en ese momento Jessica confirmó por
qué lo amaba tanto. Cuando menos lo esperaba, le dirigía alguna mirada o sonrisa
comprensiva. De nuevo corroboró que no amaría a otro hombre en su vida.
A pesar de que le hacía algunos comentarios en broma a Damian, pensaba en
que no tenía por qué enojarse con él, o consigo. Debía respetar la personalidad de
Damian, que la había conquistado y hecho que lo amara. Eso era un amor verdadero.
No importaba que la lastimara, con quién se acostara o que la abandonara… lo
amaba, y lo amaría toda la vida.
Ese sentimiento fue una lucha desde el principio, por eso la hacía tan vulnerable
al dolor. El amor era egoísta y también ocasionaba egoísmo y soledad, alegría y
sufrimiento. Era un hecho innegable y ella tenía que aceptarlo.
Volvió a la realidad cuando se dio cuenta de que Damian se dirigía a su casa en
vez de al apartamento, como habían planeado.
—¿Qué pasa, Damian? —preguntó pero él no pareció escucharla—. ¿No vas en
sentido equivocado? ¿No recuerdas que acordamos que me llevarías a casa para que
yo arreglara algunas cosas?
—Lo recuerdo, no creas que se me olvidó —extraña contestación, pensó Jessica
—. Sin embargo, quiero hablar contigo y pensé que no te importaría dejar para
después las cosas que tenías que hacer. ¿Puedes quedarte a cenar conmigo?
—Claro. Pero… —dijo con seriedad mientras Damian se estacionaba frente a su
hogar—, sólo tenías que preguntármelo. No era necesario que me raptaras.
—No, creo que no era necesario y no te consulté —aunque sonrió, su expresión
mostraba cierta preocupación, de modo que Jessica se acercó y le besó una mejilla. Él
se volvió sorprendido—. ¿Y eso?
—Sólo quise darte un regalo —contestó quitándose el cinturón de seguridad—,
y sucede que no veo por aquí alguna tienda donde pueda comprar uno.
—Entonces, bésame como debe ser —la sujetó de una muñeca.
Jessica lo besó en los labios pero abrió de inmediato la puerta.

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—No es el lugar ni el momento adecuados para lo que tienes en mente,


lujurioso.
Damian bajó del vehículo y se apoyó en éste.
—¿Y qué crees que tengo en mente?
—Hay una palanca de velocidades —ella señaló, prosaica—. Además, ¿cómo
pretendes acercarte a mí entre tanto estorbo?
Él miró hacia dentro del coche, que estaba lleno de cosas.
—Debemos comprar un auto más amplio para la familia —contestó con alegría
y con una sonrisa amplia. Ella soltó la carcajada y apareció un ligero rubor en sus
mejillas—. ¡Demonios! No puedo creer que te ruborices constantemente —le
recriminó Damian con cariño.
—Ya basta de bromas, ¿quieres? —protestó Jessica, bajando del auto y
dirigiéndose hacia la puerta de la casa para ponerse fuera del alcance de Damian.
Él la siguió para tomarla por la cintura. Ella se sentía feliz en ese momento, y
más aún cuando la abrazó, porque la joven pensó que los sentimientos de él eran
similares a los propios.
Sin embargo, se equivocó. Un segundo después los ojos de Damian se
oscurecieron y la alegría desapareció de su semblante.
—Entremos —dijo con tranquilidad. Ella lo siguió y después de saludar a
Esther, el ama de llaves, se dirigieron al vestíbulo.
—¿Qué sucede, Damian? ¿Te molesté en algo?
Él no contestó mientras se dirigían al estudio; en silencio abrió la puerta y
Jessica le dio las gracias con voz baja. Una vez allí, él se encaminó a la cantina para
servirse una copa, después de otra que le pasó a Jessica. Se sentó en silencio y
observó que Damian parecía tener la mente muy lejos de allí.
¿De qué quería hablarle? ¿Qué iba a decirle? Lo imaginaba… seguramente
había cambiado de opinión y no quería casarse. Se desesperó y se puso de pie para
deambular por el estudio, como un animal enjaulado. No podía ser, y menos después
de la broma que le hizo sobre el coche de la familia. Se dirigió a la ventana sumida en
un mar turbulento de confusión y dudas. ¿Acaso viviría con esa angustia el resto de
su vida? Se percató de que apretaba el vaso con excesiva fuerza, entonces empezó a
escuchar la voz de Damian.
—Creo que es hora de que hablemos. Jessica, deja la ventana y acércate a mí —
pidió con suavidad.
Ella dio media vuelta y lo miró a los ojos, mas no tuvo el valor de acercarse a la
silla que le señalaba Damian. Estaba petrificada por el temor. Lo único que fue capaz
de hacer fue mirarlo en silencio, convencida de que su vulnerabilidad saltaba a la
vista. La expresión de Damian cambió de súbito.
—Jesi, ¿de qué tienes miedo? —preguntó con suavidad—. Por favor acércate, no
voy a lastimarte.

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Por fin se aproximó en silencio esperando oír la voz de Damian. Observo que
estaba nervioso, se le notaba la tensión en los músculos, y se sentó sin pronunciar
una palabra.
—Cariño —le dijo Damian a media voz—, no sé cómo empezar. Yo… bueno,
sucedió algo dentro de mí que quisiera explicarte.
Ya sabía lo que iba a decirle. Jessica no pudo permanecer pasiva.
—Lo sé, después de todo, no quieres casarte, ¿no es así? —le preguntó
desviando la vista hacia otro lugar—. Solamente tienes que decirlo, Damian. No voy
a culparte si has cambiado de opinión.
—¡No! —exclamó, incrédulo por lo que estaba escuchando. Le dio un trago a su
bebida y dejando el vaso se colocó junto a Jessica para abrazarla con fuerza, como si
quisiera triturarle los huesos—. ¡No iba a decir eso! ¿Acaso nunca vas a confiar en
mí? ¿No puedes creerme siquiera una vez?
Sin quererlo, varias lágrimas le rodaron por las mejillas; Jessica estaba en una
confusión total.
—Lo siento, lo siento. Es que… tengo mucho miedo —le dijo entre sollozos.
Damian la atrajo hacia sí y la acarició con ternura.
—No sabes de qué se trata, amor, no lo sabes. Escúchame un minuto sin pensar
en esas soluciones horribles. Sucedió algo en mi interior cuando observaba el
barranco en el que sufriste el accidente. ¿Fue en ese momento cuando te confundí?
Únicamente estaba esperando llegar al lugar adecuado para decirte cuánto te amo.
¡No quería seguir molesto y por eso aguardé! En ese instante no podía descubrir mi
alma ante ti. Tenía muchas cosas que decirte, molestas, es cierto, pero cuando vi ese
horrible barranco, me di cuenta de que eran sólo sandeces. Yo… amor mío, ¿me estás
escuchando? —preguntó con una sonrisa.
Jessica lo miró incrédula cuando escuchó las palabras que había esperado desde
hacía tres años. Lo que había pensado, o hubiera querido decir, se esfumó al escuchar
esas palabras, mágicas.
—¿Qué fue lo que dijiste? —murmuró, escéptica primero y luego poniendo los
pies en la realidad.
—Amor, sólo intentaba decirte que cuando me di cuenta de lo cerca que
estuviste de la muerte, supe de inmediato que tenía que hablarte de mis sentimientos
mientras tuviera la oportunidad de hacerlo y estuvieras a mi lado —le explicó con
calma—. ¡Estás temblando como una hoja de papel! Por favor, cariño, tranquilízate.
Me haces sentir mal de verte así, y no quiero sombras entre nosotros.
La estrechó más y más, y Jessica escondió su cara en la camisa de Damian,
abrazándolo con fuerza por la cintura. Se sentía feliz y comenzó a serenarse, dejando
a un lado la tensión que la acompañó durante tres años. Se relajó cuando se sintió
muy cerca del pecho de Damian para percibir la sensación más maravillosa del
mundo.
—¿Desde cuándo me amas? —le preguntó, todavía con el rostro en la camisa
masculina. Sintió que él bajaba la cara y le acariciaba el cabello con ternura.

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—No sé, creo que desde siempre. Por lo menos sé que cada minuto que pienso
en el pasado comprendo que ya te quería. Una vez me dijiste que agradecías los
esfuerzos que hacía por ser sincero contigo, y eso me hizo sentir muy mal. No era
franco contigo, y menos aún conmigo. Deliberadamente quería huir de mi deseo y
necesidad de ti, así que por eso huí durante tanto tiempo, con la esperanza de
olvidarme de ti. Pero ya ves, tú no lo hiciste posible. No pude escapar ni dejar de
amarte. Tenía miedo de demostrarte cuánto te quería, y de demostrármelo a mí
mismo.
No dijo más, permanecieron abrazados, en silencio, varios minutos.
—Estoy segura de que tú también sabías que te amaba —Jessica fue la primera
en hablar. Temblaba a causa de la emoción que la invadía—. ¿Cuándo lo notaste?
—Creo que fue la noche que bebiste de más —le contestó acariciándole el
cabello y el cuello con ternura—. O tal vez cuando invertiste tanto tiempo y esfuerzo
en la pequeña Mary Coefield, a pesar de que sabías que podía pedirle que se casara
conmigo. Cariño, realmente necesitaste mucho valor para hacer todo eso.
Jessica levantó los hombros sin pronunciar palabra y se acercó al pecho firme
del hombre que amaba. Damian se sentía muy bien, lleno de vida y energía porque
Jessica lo amaba con la misma intensidad que él a ella. La soltó y la joven lo miró,
interrogante.
—Tenemos mucho de que hablar —le dijo con gentileza llevándola al sillón.
Lo siguió obediente, mirándolo con infinito amor. La besó con pasión y esta vez
ella fue la que se separó de él. Lo contempló con una enorme sonrisa.
—¿Puedo confesarte algo que tal vez debí decirte desde el primer instante? —le
preguntó un poco avergonzada y bajó la vista—. Siento que nunca te lo haya dicho
pero… es que yo… era virgen cuando estuve contigo la primera noche. Fue un regalo
especial para ti y no debí avergonzarme por admitirlo. Sólo que… te deseaba mucho
y temí que si lo sabías, me rechazaras. Supongo que fui una tonta.
Damian le delineó el contorno de los labios con los dedos en tanto la miraba con
amor.
—Debo confesarte que me di cuenta —le dijo haciendo que ella lo viera con
fijeza.
—¿Lo supiste todo el tiempo?
—No, lo supe después. Existen pequeños detalles, como tu reacción espontánea
y de sorpresa, a pesar de que intentaste ocultarlo. Me asusté tanto que en realidad
quise salir corriendo, luego me convencí de que ya eras una mujer adulta, consciente
de lo que estabas haciendo y capaz de afrontar las consecuencias. Sin embargo, me
aterraban los compromisos y, a la vez, me sentía tan ligado a ti, que no me atreví a
abandonarte, sin importar cuánto lo intentara.
—Pobre bebé —lo embromó y en respuesta recibió otro beso devastador.
Jessica respondió con alegría, le rodeó el cuello con los brazos e introdujo los
dedos entre la oscura cabellera. Él la atrajo más, sujetándola de la espalda, después
bajó los labios al cuello, el cual mordisqueó con suavidad, lo que hizo que Jessica
temblara.

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—Te das cuenta —musitó con tono acariciante—. ¿Desde cuándo no hacemos el
amor?
—Mmmm… —respondió al recordar con alegría lo ocurrido el día anterior—.
Déjame pensar, parece qué nunca lo hemos hecho, ¿no es así?
—Así es. Debemos decidir de inmediato en cuál de las dos casas vamos a
dormir para no tener que separarnos.
Damian le recorrió la espalda con movimientos sensuales.
—Dime una cosa —le dijo de pronto, mirándolo de frente y con cierto dejo de
desconfianza todavía—. ¿Piensas que en realidad pudiste casarte con Mary Coefield?
—No —contestó con una sonrisa—, era el último esfuerzo que estaba haciendo
para tratar de llamar tu atención, pequeña hechicera. Vivía en continua
desesperación y angustia, como un pez que acaba de ser capturado y tú fuiste la que
me atrapó.
—¡Qué analogía tan triste! —exclamó complacida—. En cambio yo te asociaba
con un demonio. Bueno, me hiciste caer en tu juego pero ahora que ya sabes quién
manda…
Damian la estrechó de nuevo con una chispa de alegría reflejada en los ojos.
—Bueno… más tarde discutiremos para saber quién —él se puso serio y añadió
con voz baja—. Quiero decirte otras cosas, Jesi. La primera es que hoy en la mañana
me aterré cuando vi el barranco en el que sufriste el accidente, de modo que todo lo
demás careció de importancia para mí. El pasado quedó atrás como algo
intrascendente y sólo pensaba en el futuro que podríamos forjar juntos. Fui un tonto
al creer que las mujeres eran bobas e indignas de confianza. Fue absurdo clasificarte
en la misma categoría que a mi madre. Todo el mundo puede darse cuenta de que tú
eres distinta. Sólo trataba de que nadie me hiriera.
Jessica estaba feliz y levantó la cara para ofrecer sus labios a Damian y
agradecerle así lo que estaba escuchando.
—Damian —le dijo en un impulso—, si tu madre apareciera un día, ¿qué
harías? —lo miró tratando de leer su expresión, como si fuera a encontrar el reflejo
del dolor, mas no fue así.
—Quién sabe —contestó levantando los hombros con displicencia—. Tal vez me
negaría a verla, o si estuviera en la pobreza, le daría un cheque. No creo que desde
Chicago viajara sólo para saber si estoy bien, así que creo que no tiene objeto hablar
del asunto.
Jessica se sintió triste por el comentario, por saber que esa mujer vivía y nadie
se preocupaba por ella. También le dolía pensar en que no le dio amor a Damian en
una época en que todo ser humano lo necesita. Ahora lo entendía mejor y se
avergonzó consigo por no haberse percatado con anterioridad de lo vulnerable que
era el hombre al que amaba.
Sin duda, siempre iba a recordar la batalla que él sostuvo desde pequeño para
salir adelante, a pesar del ambiente hostil en el que nació. Estaba orgullosa de que
Damian hubiera destacado y del lugar que había alcanzado en su profesión por

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medio de su habilidad y entrega al trabajo. Ella también había logrado éxito en su


profesión y en la vida, mas su lucha parecía nada comparada con la de Damian.
—Jessica Kent, suena bien para grabar en el anillo, ¿no crees? —preguntó él
sacándola de sus pensamientos y mirándola a la cara.
—Tal vez. Bueno —contestó un poco cortante; Damian la miró, preocupado—,
creo que a mí me gusta más Damian King.
—¿De verdad? —la atrajo hacia sí y la estrechó con fuerza—. Jesi, tengo otra
cosa que decirte.
La joven le pasó un dedo desde el cuello hasta el ombligo, haciéndole
cosquillas.
—¿De qué se trata?
—¡Ya basta! ¡Estate quieta! —exclamó entre risas—. Este es un asunto muy
serio.
—Creí que ya habíamos hablado lo suficiente —replicó Jessica moviendo los
dedos sobre el pecho masculino—. ¿No es hora de que tomemos la vida con menos
seriedad y juguemos un poco?
—Dentro de un momento —la separó y le acarició la cara, mirándola
directamente; sus ojos reflejaban un profundo amor.
Jessica agradeció esa mirada que había esperado mucho tiempo; no quería
escucharlo, sólo quería embriagarse con esa mirada.
—Cariño, sólo quería decirte —añadió Damian con voz baja, tomándole el
rostro entre las manos—, que para mí eres la mujer más bella del mundo, y siempre
lo serás. No deseo que cambies, nunca lo hagas, porque te amo tal como eres.
Llevó un dedo a la pequeña cicatriz que le había quedado a Jessica cerca de la
ceja y continuó:
—Aquella noche, cariño, no me entendiste. Estaba enojado porque habías
sufrido un accidente y saliste lastimada, no a causa de la cicatriz —Jessica esbozó una
sonrisa mientras le acariciaba con ternura el pelo oscuro—. Además, me gusta tu
cicatriz porque te da un aire de misterio y romanticismo —la contempló mientras
Jessica hacía para atrás la cabeza y sonreía, complacida.

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Capítulo 11
—Justin querido, ese individuo que ves allá es un galán incorregible —dijo
Jessica antes de dar un sorbo a su té.
Ambos dirigieron la vista hacia el hombre de pelo oscuro que conversaba con
una dama de pelo muy blanco. La tenía arrobada con su encanto, que sólo él sabía
desplegar. Observaron que la mujer le daba palmaditas en el brazo.
—Así es, parece que no tiene remedio —comentó Justin.
Jessica y él, estaban sentados junto a una mesita de servicio y tenían enfrente los
platos vacíos en los que comieron el postre. Miraron a las personas que los rodeaban
y que departían en una amplia habitación después de una deliciosa cena.
Jessica pensó que la señora Coefield había exagerado en la decoración de la
casa, pero también reconoció que únicamente tenía una hija y que en la fiesta de su
compromiso era lógico que echara la casa por la ventana. Confiaba en que fuera la
única fiesta de compromiso que tuviera la pequeña Mary.
—Mira, cariño, a esas dos palomitas haciéndose arrumacos al momento de abrir
sus regalos —Jessica musitó a Justin con tono aburrido; él miró a la pareja y de nuevo
a Jessica.
—Querida —le contestó sonriente—, más vale que nunca tengas que afrontar
un evento social de esta naturaleza. Cualquiera que te vea pensará que eres una vieja
esposa, desilusionada del matrimonio. ¡Sólo hace dos meses que te casaste! Parece
que te preocupa mucho esa pareja, a pesar de que tú los presentaste. A ver, confiésate
conmigo.
—Bueno —dijo Jessica, pensativa. Movió la cabeza a un lado y sus ojos brillaron
por la alegría—, tal vez fue una corazonada. Pero no lo comentes con alguien, Justin
Marsh, porque tengo que cuidar mi reputación. Ahora fíjate en el coqueteo de mi
marido. ¡Está enamorando a esas tres ancianas!
Jessica estaba elegante, como siempre, pero ahora parecía más bella y radiante
que antes. Cruzó las piernas con gracia. Iba de negro, y en la mano izquierda
sobresalía una pulsera de oro con una esmeralda en el centro que hacía juego con los
pendientes. El pelo resplandecía sobre el vestido negro. La única imperfección era la
pequeña cicatriz en la ceja derecha.
Jessica preguntó ante la mirada insistente de Justin.
—¿Se me rompió el vestido?
Él rió a carcajadas.
—Ya sabes qué es lo que veo, y además es el maniquí más sensual que conozco
—respondió con cariño—. De verdad, estaba pensando que el matrimonio te sienta
de maravilla. Tu carácter ha madurado mucho. Ya no tienes que reprimir tu
temperamento y eso hace que no pierdas los estribos con facilidad. Creo que eres
muy feliz, ¿no es así?

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—Inmensamente —contestó fijando la vista en su marido, quien se acercaba a


ellos—. Y es cierto, Justin, ya casi no me enojo y te diré un secreto —levantó la voz
cuando se acercó Damian—, el único que muestra cierta disposición a disgustarse es
Damian… ¡Oh! ¿Qué tal, amor?
—¿Y quién fue la persona que rompió un florero la semana pasada cuando se
enteró de que no estaba invitada a ir conmigo a Francia? —preguntó bromeando y
parándose el lado de Justin—. ¿Quién riñó con el pobre hombre que pintó el
automóvil de un color un poco distinto al original? ¿Quién fue la que?…
—Ese color "un poco distinto" era un tono verdoso horrible —interrumpió,
cortante—, muy distinto al color marrón que yo había elegido. En cuanto al florero,
fue un accidente. Ya te dije que estaba parada junto a él cuando levanté un brazo y…
De todas maneras pienso que pude haberme ido contigo a Francia.
—¿Para hablar todo el día de negocios en un viejo castillo con hombres viejos?
¿A eso querías ir?
—Dije que pude haber ido contigo, no que debí hacerlo.
Jessica iba a continuar cuando escuchó una voz femenina dulzona detrás de
ella. Damian frunció el ceño y Justin detuvo su risa; Jessica también frunció el ceño.
—Bien, bien —dijo la mujer parándose frente a Jessica—. ¿Ya hay problemas
dentro del paraíso de esta pareja de recién casados? ¿Cómo estás, Jessica?
—Bien, ¿y tú, Caroline? —inquirió cortante.
Caroline también era modelo pero le había tenido mucha envidia a Jessica por
el éxito que había alcanzado en su carrera. No le simpatizaba a ninguno de los tres,
en especial a Jessica.
—Damian, debes saber que tu esposa se siente muy triste porque ya no trabaja
en el mundo del modelaje por causa de esa deformidad.
Los tres se quedaron paralizados, mirándose unos a otros sin pronunciar una
palabra. Jessica nunca imaginó que Caroline dijera algo así en público.
—¿Deformidad? ¿Cuál? —preguntó Damian.
Caroline fue la primera en sorprenderse por la reacción de Damian, se volvió a
ver a Justin y a Jessica.
—Bueno, ya sabes, esa cicatriz que le quedó en la ceja —respondió,
descontrolada.
Jessica observaba la risa de Justin que fue la contestación que dio a Caroline.
Todos se miraron sin hacer caso de la impertinencia de la mujer que tanto envidiaba
a Jessica, y que se quedó muda al escuchar de nuevo a Damian.
—¿Cicatriz? ¿De qué hablas?
Justin guardó silencio y tomó un sorbo de su té. Jessica empezó a reír un poco
nerviosa en tanto que Caroline dio media vuelta, furiosa y se retiró del grupo. Justin
también rió a carcajadas, en cambio Damian no pudo ocultar su irritación cuando la
mujer le dio la espalda.
—Estuve a punto de darle una bofetada —señaló encolerizado.

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—Ya, ya —le pidió Jessica con una amplia sonrisa—, no te preocupes por ella.
—Tal vez a ti no te importe, lo que me alegra —le dijo mirándola con atención
—. Pero a mí sí me molesta que sea tan grosera contigo.
Jessica se dio cuenta de que Damian hacía esfuerzos para controlarse, mas su
mirada todavía denotaba la cólera.
—Un punto a mi favor —Jessica se dirigió a Justin, aunque miró a Damian con
amor.
Los tres rieron contentos. Damian se acercó a Justin y le puso la mano en un
hombro. Él todavía no se acostumbraba a tratar a ese nuevo Damian, quien se
aceptaba totalmente a sí mismo, y lo había invitado a cenar a su casa la noche
anterior.
—Dime, Justin Marsh —le preguntó Damian con calma—, ¿te gusta jugar golf?

Fin

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