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La mejor novia

Jennie Adams

La mejor novia (2005)


Pertenece a la Temática De nueve a cinco
Título Original: The boss's convenient bride (2005)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1985
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Nicholas Monroe y Claire Dalgliesh

Argumento:
Parecía que no tenía otra alternativa; o se casaba con el jefe o estaba
despedida…
Claire Dalgliesh se quedó de piedra cuando su frío jefe le confesó que
necesitaba casarse por conveniencia… y la había elegido a ella como futura
esposa. Quizá Claire estuviera completamente chiflada por su guapísimo
jefe, Nicholas Monroe, pero no iba a pasar por el altar con él… si él no la
amaba. Pero entonces descubrió que no tenía otra opción que ponerse a
preparar la boda. Pero, ¿qué haría Nicholas cuando descubriese que Claire
no tenía intención de casarse con él?
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Capítulo 1
—Tengo treinta y dos años y estoy harto de que me persigan como uno de los
solteros disponibles de Sydney —dijo Nicholas Monroe, millonario propietario de
Sistemas de Seguridad Monroe, mientras se recostaba en el asiento de su escritorio,
cruzándose de brazos.
Su mirada era aguda, directa, controlada y con un leve toque de irritación que
Claire no habría apreciado si no hubiera llegado a conocer tan bien esa enigmática
cara durante los últimos seis meses.
—Entiendo que eso pueda resultar bastante agobiante al cabo de un tiempo —
dijo Claire—. Todas esas mujeres saliendo de detrás de las plantas para acosarte,
diciendo que quieren un hijo tuyo, y todo por tu dinero. No quiero decir que tú no
tengas tu atractivo por ti mismo.
Se alisó la falda y deseó que el pulso que sentía en su garganta no fuera visible
bajo su blusa.
Él era atractivo, de acuerdo. Más de lo que, en su opinión, era justo y razonable.
Con su pelo oscuro, su piel bronceada y sus interesantes rasgos, que se mezclaban a
la perfección con su voz aterciopelada. Incluso olía bien, de una manera que hacía
que Claire deseara hundir la cara en él y aspirar su aroma durante un siglo o tres.
Ese pensamiento le produjo un familiar vuelco en el pecho, justo donde se
encontraba su corazón.
—No es que haya habido hordas de mujeres escondidas tras las plantas —dijo
él con una sonrisa—, pero ya he tenido mi ración de atención no deseada. Y, al
contrario de lo que los medios parecen creer, no disfruto viendo mi nombre en todas
las listas de los diez solteros más deseables. Francamente, es una molestia sin la que
podría vivir.
—Sobre todo si te instalas en esa nueva etapa de tu vida más centrada y
sosegada que quieres.
Claire esperaba sonar inteligente, comprensiva. Cualquier cosa menos
completamente ajena al objetivo que él pretendía alcanzar con esa conversación.
Dejando a un lado todos los sentimientos que despertaba en ella, luchó por
ignorar el modo en que su camisa se ajustaba a su pecho musculoso. Lo cual,
probablemente, la situaba en la misma categoría que todas esas mujeres que se
escondían tras las plantas.
Para tener unos músculos así tendría que trabajar en el gimnasio regularmente.
Se lo imaginó sudando, haciendo pesas en algún gimnasio de moda de la ciudad, y
tuvo que reprimir un gemido.
—¿Planeas anunciar a la prensa un gran cambio de vida para que te dejen en
paz? Algunos actores se interesan por las religiones budistas durante un tiempo.
Algo como eso seguro que supone un disuasivo, dado que te apartará del mercado
para cualquier posible relación.

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—Es una opción interesante —dijo él, y la mirada que le dirigió hizo parecer
que pensaba que Claire tenía piedras en la cabeza—. He de confesar que no había
considerado el entrar en ningún tipo de sacerdocio para solucionar estos
acontecimientos, pero gracias por la idea.
—La verdad es que no puedo imaginarte de celibato —dijo Claire, y entonces se
preguntó por qué no mantendría la boca cerrada. Los encaprichamientos producían
eso en las personas. Les hacían decir cosas que normalmente no dirían.
En cualquier caso, no tenía sentido tener ese encaprichamiento. Él no era su
tipo, y desde luego no estaría interesado en ella. Los jefes millonarios no se
interesaban por las advenedizas de la oficina. No en el mundo real. No importaba lo
ensimismadas que pudieran estar esas advenedizas con su jefe. ¿Pero qué había
hecho que Nicholas hablara de sus cosas personales en esa mañana de enero, en su
despacho que daba al puerto de Sydney? Su vida personal había sido el tema estrella
durante los últimos cinco minutos. Planes, aspiraciones, intenciones. Todo privado,
nada que ver con los negocios.
Hacía que Claire se sintiera incómoda. ¿Qué tenía ella que ver con su
«asentamiento y su nueva etapa en la vida»?
—¿Realmente estás en todas las listas?
—En todas. Aparentemente nadie puede imaginarme siendo feliz estando solo.
—Supongo que debe de ser un halago estar en todas las listas de solteros. Las
mujeres que leen esas listas querrían… —«pasar horas y horas haciendo el amor
contigo»— llegar a conocerte mejor, seguro. Si tuvieran la oportunidad. Ya sabes,
mujeres agradables. Las que no se esconden detrás de las plantas.
«Claire Dalgliesh, cállate», pensó ella. «Antes de que acabes metida hasta el
cuello en este asunto».
—Quizá tengas razón —dijo él con esa sonrisa asesina suya que la volvía loca—.
No puedo decir que haya pensado mucho en ello.
—Oh, no. Supongo que no.
—Tú y yo hemos trabajado muy de cerca durante los últimos seis meses, desde
que te trasladaron aquí para sustituir a mi ayudante personal.
—Me lo he pasado bien —dijo ella. Aquel cambio de tema era desconcertante.
Rezaba para que no fuese a decirle que ya no la necesitaba. No podría soportar la
idea de no verlo cada día, de no hablar con él, de no reír con él—. Es un trabajo
genial. Valoro la oportunidad que se me brinda de involucrarme en la compañía a
este nivel.
—Y la verdad es que tu empresa hizo muy bien en recomendarte para el puesto.
Lo has hecho perfectamente —dijo él, y sacó un archivo del cajón de su escritorio
para echarle una ojeada antes de dejarlo caer sobre la mesa.
Claire vio que se trataba de su archivo personal y su corazón se aceleró. Iba a
mandarla de vuelta a su antiguo trabajo. ¿Por qué?

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—De hecho no has hecho nada malo desde que comenzaste tu trabajo hace tres
años y medio. Tu archivo es impecable.
—Gracias —dijo ella—. Lo hago lo mejor que puedo.
—He llegado a conocerte, Claire. Eres honesta, directa, y se puede confiar en ti.
Ante eso, Claire se sintió en desacuerdo. Había trabajado duro, y había sido
completamente transparente en todos los aspectos. Pero se preguntaba qué pensaría
él si supiera que estaba escondiendo secretos ante la ley y, además, pagando a un
chantajista.
—Trato de hacer mi trabajo lo mejor que puedo. Estoy comprometida con
Monroe's.
—Y yo estoy comprometido con los planes que tengo para el futuro, Claire.
Quiero que lo tengas claro.
—Claro. Sí.
—He dicho que quiero cambiar de vida. Lo del soltero de oro es un tema aparte
—dijo él, despreciando a cientos, probablemente miles de mujeres—. Lo que me
importa es asentar mi futuro como quiero que se asiente. En resumen, mi plan es el
matrimonio. Casarme con una mujer apropiada, de mi elección.
—¿Matrimonio? —dijo ella. De todas las opciones, ésa era la última que se le
había ocurrido—. Estoy segura de que el matrimonio te resultará muy útil si lo que
quieres es asentar tu vida.
Según asimiló la idea, un sentimiento de celos y posesión surgió violentamente
de su interior. No quería que se casara. No quería ver a cualquier mujer colgada de
su brazo a todas horas. Ya era suficientemente horrible que ella no pudiera tenerlo.
Ya lo sabía. ¿Pero acaso tenía que restregárselo por la cara?
De pronto lo supo. Sólo podía haber una razón para que le estuviera contando
todo eso. Debía de querer que ella lo ayudara a hacer que ocurriera. Había resaltado
su eficiencia y demás cualidades, así que sería lamedor para eso también.
Hombre maldito. ¿Cuánto se suponía que debía aguantar una ayudante
temporal con un estúpido cuelgue? Al parecer, mucho.
Levantó su libreta, agarró el lápiz con fuerza y dijo:
—¿Qué tipo de ayuda puedo proporcionarte? ¿Tienes ya a alguna mujer en
mente? ¿O quieres que te redacte una lista de posibles candidatas? Se me ocurren
algunos nombres, y podría revisar las columnas de sociedad para buscar más.
«¿Quieres ver radiografías de sus dientes? ¿Las medidas de sus caderas?
¿Quieres oír su opinión sobre la cirugía estética y liposucción para posibles futuras
referencias? Puedo conseguir todo eso y mucho más». Quizá si se mantenía frívola no
le entrarían ganas de llorar.
—¿Qué atributos en particular estás buscando?
—No —dijo él—. Deja que te explique el resto.

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Hizo una pausa. En cualquier otra persona Claire habría pensado que era
vulnerabilidad lo que veía en esos ojos color avellana. ¿Pero Nicholas Monroe?
¿Vulnerable? La idea era absurda. Él no sufriría de ese tipo de ataques. No lo
permitiría.
—El tema es —prosiguió Nicholas—, que no creo en el romance. He observado
muchas relaciones y he visto lo que ocurre cuando la gente cree que está enamorada.
Sus personalidades se alteran. Van de lo sensato a lo irracional, al parecer, de la
noche a la mañana.
—Ya veo —más allá de esas dos palabras, Claire no supo qué más decir.
—Sí —dijo él cruzando los dedos sobre su archivo. Aquel gesto pareció incluso
posesivo, pero Claire desechó esa idea tan pronto como apareció. Estaba fantaseando.
Cómo despreciaría eso su jefe.
—Cuando las personas creen que están enamoradas —continuó Nicholas—,
cualquier pensamiento cuerdo desaparece. Las cosas sencillas se convierten en las
más complicadas sobre el planeta. Si la pareja se despierta gruñona una mañana, ya
se preocupan de que sea el final de la relación. Mienten porque tienen miedo de que
la otra persona se desenamore si son demasiado sinceros.
A Claire le dio un vuelco el corazón antes de darse cuenta de que aquello no iba
de ella. En cualquier caso ella no era una mentirosa.
—Bien. Veo que obviamente no quieres ese tipo de complicaciones en tu vida —
dijo ella, con la esperanza de que su tono no delatara lo sorprendida que estaba ante
su actitud.
—Correcto. Lo que quiero es una mujer sensata que no se deje llevar por los
absurdos altibajos sentimentales. Alguien a quien sea capaz de tolerar a mi lado
durante décadas. Una mujer que respete, como yo, que el concepto de estar
enamorado es una ilusión.
—Tolerar. Sí, bien. Nada de estar enamorada —dijo ella. Ése se parecía más al
hombre para el que trabajaba. El toque de vulnerabilidad había desaparecido.
Escribió las palabras: debe ser capaz de tolerar a un marido que no la quiera.
Haciendo un esfuerzo, se contuvo de hacer mención alguna a la liposucción o a
los dientes. Entonces, con una seguridad nacida de una esperanza ciega, añadió:
—Encontraremos a alguien apropiada para ti. No te preocupes.
—Ya he encontrado a una.
«¿Quién es? Le cortaré el cuello». Claire apretó el lápiz con fuerza, rasgando la
hoja de papel de la libreta. Levantó la mirada y fingió una expresión de calma que no
sentía.
—¿De verdad?
—Sí —dijo él con aire complaciente—. Como sabes, Claire, estoy muy satisfecho
con tu trabajo.
Ya estaba otra vez con lo mismo.

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—Lo aprecio mucho.


—Hemos puesto a prueba nuestra habilidad para llevarnos bien. A veces no
hemos estado de acuerdo en algunos temas, soluciones a determinados problemas,
maneras de actuar en algunos asuntos.
—Es cierto. Pero siempre hemos encontrado el modo de solucionar las cosas.
—Exacto. A veces he sido seco contigo. Otras veces te habrás sentido frustrada
conmigo. Pero hemos superado las crisis, las fechas tope, los días en los que todo
salía mal. Lo hemos llevado bien porque los dos somos personas directas y, sobre
todo, porque ninguno de los dos hemos mezclado nuestras emociones con los
aspectos laborales. Admiro eso en ti, Claire.
—¿Ah, sí?
—Tienes la cabeza fría —dijo él asintiendo con la cabeza—. Miras las cosas de
manera sensata. Los temas de negocios se basan en la sensatez y en criterios ajenos a
los sentimientos, al igual que el matrimonio que tengo en mente.
—Me… alegra que pienses así —dijo ella. «Me alucina que pienses así, que
tengas una visión tan cínica del amor, que creas que las personas se devalúan de
algún modo cuando permiten que sus emociones entren en juego»—. Estoy segura de
que te sentirás muy cómodo con el tipo de relación que tienes en mente —«con
cualquier pobre mujer que creas que encaja con tus criterios».
—Entonces quizá sea mejor que te diga a quién tengo en mente.
—Por favor.
—Tú, Claire, resulta que eres la mujer en la que había pensado para llenar ese
hueco en mi vida.
Las palabras atravesaron sus tímpanos, con la salvedad de que su cerebro sólo
las absorbió hasta cierto grado. Lo único que sabía era que él quería casarse y que ya
había elegido a la mujer. No tenía necesidad de mencionarle todo aquello a ella,
rompiéndole el corazón en mil pedazos.
Una chispa de furia se encendió en su interior. ¿Y qué? A ella ni siquiera le
importaba.
—Seguro que eso sería exactamente… ¿Qué?
¿Acaso tenía cera en los oídos? Era la única explicación para haberlo entendido
mal.
—Perdón, pero creí que acababas de decir…
—Lo he dicho —dijo él inclinando la cabeza para mirarla de arriba abajo a
través del mechón de pelo negro que cubría su frente, mientras esperaba a que ella
dijera algo.
Y lo dijo. Y tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que su mano alcanzara aquel
mechón para colocárselo en su sitio de nuevo. Le había pedido que se casara con ella.

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¡Qué maravilloso! Casarse con el jefe, el hombre de sus sueños. Su estómago dio
un salto mortal. El pánico cobró vida en algún lugar de su cerebro y amenazó con
devastar todos sus sistemas. No comprendía nada.
—Bien. Ya veo. Crees que yo sería la mejor opción para el puesto de señora de
Nicholas Anthony Monroe, ahora que has decidido que debería haber una, ¿no? Una
señora Monroe, quiero decir.
Incluso mientras hablaba, esperaba que él se riera y le dijera que se trataba de
una broma o algo así. Pero no se rio. Su jefe realmente acababa de pedirle que se
casara con él.
Trató de ordenar sus pensamientos. Tenía que haber un modo de comprender
eso. De hacer que tuviera sentido. Él quería casarse con ella. De repente. Sin ninguna
señal previa. Era fantástico, increíble, terrorífico.
—¿Por qué?
—¿Por qué tú, Claire?
Sí. De todas las mujeres a las que podía habérselo pedido, ¿por qué pedírselo a
ella? Claire se limitó a asentir con la cabeza.
—He llegado a conocerte y me he dado cuenta del trofeo que podrías ser. Te
quiero a mi lado.
—Ya veo. Un premio. Sin sentimientos, claro —dijo ella.
Era cierto que tenía un cerebro como una computadora, pero ésa era una
pequeña e insignificante parte de ella. También era emotiva, cariñosa, sentimental.
Menuda manera que había tenido él de describirla.
—También eres encantadora, y capaz de enfrentarte a cualquier tarea de
anfitriona que se ponga en tu camino.
—Gracias —dijo Claire tratando de mantener el sarcasmo oculto. Pero había
algo insultante en aquella afirmación sobre su carácter. En el hecho de que aquel
hombre pensara que a ella le encantaría que la vieran como una especie de esposa y
muñeca que estaría a su lado sin hacer ruido.
—Tendrías todo lo que desearas, claro, dentro de lo razonable. Siendo mi
esposa disfrutarías de un estilo de vida adinerado.
Todos esos millones ofrecidos así, sin más. ¿Acaso no tenía idea de lo que
estaba ofreciendo? Ella no era avariciosa, pero él no podía saber eso. No podía saber
lo desesperada que estaba en el asunto del dinero en ese momento.
Sin embargo nada era lo suficientemente valioso como para sacrificar sus
ideales sobre el amor y el matrimonio. Ni siquiera el modo más conveniente para
solucionar sus problemas de dinero. Claro, que no iba a aprovechar para ganar
dinero casándose con él. Además, sus esfuerzos para salir de esa situación estaban
dando sus frutos. Lo estaba consiguiendo. Lentamente.

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—No sé qué decir —o quizá no sabía cómo decirlo, o si habría consecuencias al


decirlo. ¿Cómo reaccionaría si lo decepcionaba? Era la opción más sensata. A pesar
de todo, su corazón protestaba, pero reprimió esa reacción.
—¿No lo sabes Claire? Creo que dirás que sí —dijo él antes de apartar la mirada
de ella—. Es una oferta válida. Una que creo que comprenderás y apreciarás.
—¿Crees que diré que sí?
Una parte de ella se sentía tentada. La parte que seguía sintiéndose atraída por
él, contra todo pronóstico. Pero persistía un hecho irrefutable. Un hecho que
resultaba ser importante para ella. Nicholas no la amaba.
Claire levantó la barbilla en actitud desafiante. Ella tampoco lo amaba. O quizá
un poco… pero no. Realmente no lo amaba. En absoluto. Se sentía atraída hacia él,
pero eso no era lo mismo.
—Teóricamente —dijo ella mientras dejaba la libreta y el lápiz sobre el
escritorio—, si dijera que no, ¿qué ocurriría?
—Examinando todas las posibilidades, ¿verdad, Claire? Nunca puedes reprimir
esa cabeza.
—No, la verdad es que no. Es intrínseco a mi naturaleza.
Ella siempre había sido la pensadora, la que se preocupaba por las
consecuencias, mientras que Sophie vivía la vida al límite, sin importarle nada.
Las hermanas tiza y queso, solían llamarlas sus padres. Sophie seguía viviendo
la vida sin red de seguridad. Y Claire aún se preocupaba y se enfrentaba a las
consecuencias.
De ahí la absurda decisión de Sophie de «tomar dinero prestado» de su jefe
para crearse un estilo de vida de altos vuelos que creía que impresionaría al hombre
con el que quería casarse.
Pero Sophie había perdido el control sobre el «préstamo». Había logrado
engañar al senador Tom Cranshaw finalmente, pero un mes antes de que se celebrara
la boda, el hombre para el que ella había estado trabajando descubrió lo que había
hecho y pensó que sería la oportunidad perfecta para chantajearla.
O le pagaba cantidades de dinero que superaban con creces lo que ella había
robado, o revelaría la situación no sólo a la policía, sino también a la prensa. Sophie
iría a la cárcel por malversación y, como estaba a punto de casarse con ella, la carrera
del senador se hundiría hasta un punto del que probablemente no podría salir.
Sophie había ido llorando a su hermana, claro. Confesando todo y rogando
ayuda. Eso había sido hacía más de un año, y Claire aún seguía ingeniándoselas para
salir del lío, con un pago final que tendría lugar en tres meses.
No le gustaba que Sophie le hubiera ocultado la verdad a Tom, al igual que no
le gustaba que su hermana hubiera depositado toda la responsabilidad financiera en
ella. Pero ya era demasiado tarde. No había vuelta atrás.

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—Si declinaras mi oferta de matrimonio, volverías a tu antiguo trabajo de


oficina —dijo Nicholas, llevándola de vuelta a la realidad—. Tras la discusión de hoy,
preferiría seguir trabajando con alguien que sea menos consciente, por así decirlo, de
mis aspiraciones personales. Claro, que no espero una respuesta negativa.
¿Qué se suponía que debía hacer ella? «Podrás arreglarlo, Claire. Siempre sabes
lo que has de hacer». Las palabras de Sophie retumbaban en su cabeza.
—¿Por qué mandarme de vuelta al antiguo trabajo si digo que no? Supondría
un recorte de ingresos importante para mí. No me parece justo.
Ahora que tenía sus sentimientos un poco más bajo control, le frustraba el
hecho de estar intentando ser noble, pues no tenía ni un ápice de mercenaria en su
cuerpo. Y ahí estaba Nicholas, amenazando con retirarle la nómina si no se casaba
con él.
Como ayudante administrativa del jefe, ganaba cinco veces su salario normal, y
necesitaba cada centavo.
—Janice no regresará hasta dentro de bastante tiempo.
—Lo sé —dijo él—. Igual que tú sabes que este puesto nunca ha estado
garantizado. Podrías encontrarte de vuelta en tu antiguo empleo en cualquier
momento, por cualquier razón, o por ninguna razón, si yo decidiera que quiero hacer
un cambio —añadió, y se echó hacia delante con un respingo—. Vayamos al grano.
¿Cuál es tu respuesta?
¿Acaso tenía opción? Sería una locura aceptar, pero ¿cómo iba a decir que no?
Necesitaba el dinero extra.
—Lo que has descrito —dijo ella—, no suena como un tipo de relación muy
confortable.
—Oh —dijo él con una chispa en los ojos—. Creo que ambos estaríamos
perfectamente confortables.
Aquella afirmación la dejó sin aliento. Ella reaccionó sintiendo una ola de calor
por todo el cuerpo. Puede que hubiera conseguido dominar sus emociones, pero sus
hormonas parecían más difíciles de controlar.
—Nunca me di cuenta de que… —se detuvo, y la sensación de pánico fue aún
mayor.
Las cosas comenzaban a escapar de su control. Era como si se hubiera subido
por accidente a una montaña rusa en lo alto de un edificio y el aire amenazara con
tirarla.
—No tenías por qué darte cuenta —dijo él posando las manos sobre el
escritorio. Unas manos grandes y fuertes que jamás la habían tocado, a excepción de
unos leves roces al entregarle informes.
Unas manos qué, si se casaba con él, recorrerían su cuerpo como tantas veces
ella había imaginado.

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—Habría sido un error hacértelo saber antes de que yo hubiera tomado la


decisión de casarme contigo.
—Lo comprendo. Supongo que hay que ser precavido en este punto —dijo ella,
casi sin saber lo que estaba diciendo, pero ella también tenía que ser precavida si
pretendía encontrar una solución que no acabara en desastre.
Eso suponía que tenía que superar el pánico, hacer que su corazón dejase de
golpear con fuerza en el pecho y que sus sentidos dejasen de dar vueltas como locos.
—Me has pillado por sorpresa con todo esto.
Incapaz de mira esa cara enigmática un minuto más, se levantó de la silla y se
acercó al ventanal que daba a la bahía. El mar en el puerto de Sydney parecía
calmado.
En contraste, Claire era un manojo de nervios en ese momento. Nervios, estrés y
desilusión.
—¿Realmente no deseas amor? ¿Una unión de corazones además de mentes? —
preguntó dándole la espalda, dirigiendo las palabras al reflejo de Nicholas en el
cristal—. ¿No crees que a veces pueda ocurrir? ¿Al menos a algunas personas?
—No. El amor, el tipo de amor al que te refieres, no es más que una ilusión. La
gente quiere creer en un ideal de cuento de hadas, creer que un sentimiento
transitorio puede mantener a salvo el matrimonio. En realidad, los matrimonios
sobreviven o no, dependiendo del nivel de determinación de la pareja para
conseguirlo, y sobre todo, de su conveniencia.
—Qué triste —dijo ella en voz baja, y luego se giró hacia él, buscando la razón
para un punto de vista tan implacable—. Tus padres están divorciados, ¿verdad? ¿Es
por eso que…?
—No pienses que tuve una niñez desastrosa, Claire. No es verdad. Sí, mis
padres son la prueba de que lo que digo es verdad, pero yo habría llegado a la misma
conclusión por mí mismo. Dadas las estadísticas de divorcios, es la única cosa lógica
que se puede pensar.
—¿Y la lógica lo es todo? —dijo sorprendida. ¿Es que se había dejado llevar
tanto por la racionalidad que ya no veía el lado emotivo de la vida? Ella no quería
creer eso. Tenía que haber un hombre con sentimientos ahí dentro.
¿Esperando a ser rescatado por el amor de una mujer? ¿El amor de Claire?
Tenía que estar loca para intentarlo. Doblemente loca para intentarlo en esas
circunstancias.
—Eso es —dijo él—. La compatibilidad es lo que cuenta. Si dos personas
pueden trabajar juntas en pos de los mismos objetivos, eso las convierte en un equipo
fuerte. Nosotros tendremos eso, Claire, y seremos felices. Estoy seguro de eso.
—Felices —dijo ella. Pero el amor podía existir. Él se equivocaba. Claire buscó
su cara aristocrática, se enderezó y se obligó a sí misma a aceptar los dictados del
destino y de su situación.

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Nunca llegarían a casarse, se aseguraría de eso, pero tendría que aceptar la idea
de momento. Tomó aliento y trató de que no le temblara la voz.
—Acepto tu propuesta.

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Capítulo 2
—Gracias, Claire —dijo Nicholas con algo parecido a una sonrisa—. Me has
hecho un hombre feliz.
—Acabarás sintiendo el habérmelo pedido.
«De hecho estoy segura. Aunque dudo que lo sientas ni la mitad de lo que yo lo
siento en este momento».
Claire miró el calendario que había en la pared. Era jueves. Justo dentro de tres
meses Sophie estaría libre de las zarpas de su antiguo jefe. El día para el pago final
estaba grabado en la conciencia de Claire.
Recordaba otro jueves significativo de una lección de historia de hacía tiempo.
El crack de la bolsa del 29 había ocurrido en jueves y había conducido a la gran
depresión.
En ese sentido, la comparación parecía apropiada.
Bueno, ya había dicho que sí. No podía echarse atrás. Pero podría tomar el
control de lo que ocurriría después, y lo haría. Tomar el control de todo lo que
ocurriera desde ese momento. Tendría que hacerlo si no quería volverse loca.
—Como he dicho, acepto tu propuesta, pero tengo mis condiciones.
—¿Ah, sí? —preguntó él levantando una ceja—. Escúpelas. Soy todo oídos.
—Lo que sugiero es un periodo de seis meses como prometidos —dijo ella con
decisión—. Puede que hayamos trabajado juntos durante un tiempo, pero no puedo
embarcarme en algo como es el matrimonio sin conocerte mejor.
En un contrato escrito, se habría referido a eso como una cláusula de escape.
Los seis meses le proporcionarían tiempo para hacer el último pago al chantajista de
Sophie, romper el compromiso y huir. Nicholas tendría que aceptarlo.
«Lo siento, Nicholas, pero tras pensarlo mejor, he decidido que no puedo
casarme contigo. No encajaríamos, porque yo soy una romántica y tú… bueno, tú
no».
Ya no habría puesto para ella, ni siquiera en su antiguo trabajo. De hecho sería
insoportable quedarse. Dejaría Monroe's y a Nicholas, para siempre. Era un precio
que tendría que pagar.
—A no ser que hubieras planeado esperar más para casarte —dijo ella.
—No. No le veo sentido a seguir alargándolo una vez que lo he decidido. De
hecho, preferiría un periodo de sólo tres meses —dijo él. Se puso en pie y en pocos
segundos estaba a su lado, haciéndola consciente de todo su cuerpo, de su fuerza, de
su aroma y del aura de poder que desprendía por cada poro de su piel—. Es tiempo
más que suficiente para que llegues a conocerme en cualquier aspecto que creas
necesario. No veo necesidad de esperar más.

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Claire tuvo que hacer un esfuerzo para olvidar la atracción que la instaba a
olvidar la razón y darle cualquier cosa que deseara.
—Cinco meses estarían mejor.
—Cuatro.
Claire echó unos cálculos rápidos. Si todo iba bien, podría hacerlo.
—De acuerdo. Estoy dispuesta a aceptar eso. Cuatro meses.
Lo único que necesitaba ya era un poco de tiempo para recomponerse. Para
tomar el control sobre las sensaciones que abarrotaban su cuerpo e insistían en que se
acercara más, sin importar lo estúpido que eso sería. Para detener las emociones que
se acumulaban en su estómago ante la idea de que Nicholas le hubiera pedido que se
casara con él. Podía estar segura de que las emociones de él no estaban en juego para
nada.
Nicholas sonrió, como el gato que había conseguido cazar al ratón.
—Nos casaremos el primer sábado tras esos cuatro meses, así que incluso
ganarías un par de días más. Deberías sentirte complacida. Negocias bien.
—Siempre y cuando siga tus términos —dijo ella.
—Algo así —convino él.
Desde esa posición, ella podía estirar la mano y tocarle la mandíbula si quería.
Podía recorrer su piel bronceada que, incluso a una hora tan temprana, ya mostraba
una barba incipiente. Podría acariciar su pelo negro. La certeza de que realmente
deseaba hacer todas esas cosas no ayudó mucho a su estado mental.
—¿Y qué hay de tus otras condiciones? —preguntó él—. Estarías bien provista
si yo me muriera, si es eso lo que te preocupa.
—No es eso. Me gustaría mantener nuestro compromiso en secreto y luego
casarnos discretamente tras los cuatro meses.
—¿Por qué?
«Porque así no se montará jaleo cuando te deje».
—No me gustan las cosas grandilocuentes, y mi hermana… —comenzó a
decir—. Sophie está fuera del país. Ella y Tom están de vacaciones en Europa.
Después de eso han planeado visitar algunos de nuestros países vecinos, para
despertar buenos sentimientos hacia Australia.
—Y buenos sentimientos hacia el senador Tom Cranshaw también —dijo
Nicholas, que sabía de las aspiraciones políticas de su cuñado—. ¿Qué tienen ellos
que ver con mantener en secreto nuestro compromiso?
—Mi hermana es todo lo que tengo de familia. Quiero hablarle de esto cara a
cara —dijo ella. «No tengo intención de decirle una sola palabra, y siento que tengas
que pensar que sí, pero no tengo opción», pensó—. Me disgustaría si lo leyese en los
periódicos o lo oyera por terceras personas.

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—¿Y por qué no la llamas? Dale la noticia y así podremos seguir con nuestros
planes sin preocuparnos del secretismo.
—No me parece lo suficientemente bueno —dijo ella tratando de sonar
decidida—. Tiene que ser cara a cara, eso es.
—¿Cuánto tiempo estará fuera?
El calendario mental de Claire se materializó en sus ojos y dijo:
—Tres meses y medio. Quiero que mi hermana esté en la boda. No quiero
casarme hasta después de que ella regrese, y estoy decidida a darle la noticia en
persona.
—Bien. Mantendremos las cosas con discreción. Pero en cuanto tu hermana
vuelva a Australia, se lo dices y seguimos con nuestra boda discreta en la fecha que
hemos acordado —dijo él, aunque no parecía especialmente complacido, pero
tampoco muy agraviado—. Al fin y al cabo tampoco importa mucho cómo lo
hagamos, siempre y cuando el matrimonio siga adelante.
—Bien, gracias —dijo ella, y dejó escapar un suspiro. Aún no había salido del
lío, pero podría hacerlo. Una vez que se tranquilizara y el pánico desapareciera, y
pudiera utilizar sus pulmones correctamente otra vez.
—Hoy firmaremos todos los papeles necesarios —dijo él, haciéndole un gesto a
Claire para que regresara al escritorio.
Quizá si se sentaba, él sería capaz de ignorar el modo en que su falda y su blusa
se ajustaban a la perfección a las curvas de su cuerpo. Pero al mirarla de nuevo, supo
que no sería así.
Cuanto antes tuviera todo ese asunto zanjado, mejor. No le gustaban los cabos
sueltos, y desear a Claire Dalgliesh claramente era un cabo suelto desde el momento
en que había decidido casarse con ella. A veces eso era lo único que podía hacer para
desterrarla de su cabeza.
—Realmente estabas seguro de mi respuesta, ¿verdad? —preguntó ella,
sacándolo de su ensimismamiento.
Desde su melena rubia hasta los dedos de sus pies esbeltos y bronceados, Claire
exudaba su propio estilo de sensualidad, puramente efectivo, ya que parecía
totalmente inconsciente. Sus ojos marrones contenían secretos que suponían un
desafío para él.
Quería verla en el calor de la pasión, ver lo que reflejarían esos ojos entonces.
¿Deseo? ¿Lujuria? La idea de sus uñas arañando su espalda, de ella susurrando su
nombre, se coló en sus pensamientos.
—¿Seguro? De lo que estoy seguro, Claire, es de que esto es lo correcto.
Algo en su interior le decía eso. Se convenció a sí mismo de que era el mismo
instinto que le hacía tener éxito y mantener su negocio.
Claire se sentó enfrente del escritorio y cruzó las piernas, para alcanzar después
los documentos.

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—¿No necesitamos alguien que oficie el matrimonio o un juez de paz para algo
así?
—Claro —dijo él, y apretó el botón del interfono—. ¿Le importa mandar aquí al
reverendo, por favor?
—¿Ya lo tienes aquí? ¿Cuánto tiempo…? —se aclaró la garganta y ojeó los
papeles—. ¿Cuánto tiempo es necesario para dar el aviso de que planeas casarte?
—Un mes y un día —dijo él. Había pensado en la idea del matrimonio desde
todos los ángulos antes de proponérsela. Podría decirle cualquier cosa que quisiera
saber—. Si quisiera, podría reducirlo a una semana, o incluso un día.
—Ah.
Nicholas vio un movimiento al otro lado de la puerta y se levantó para hacer
pasar al reverendo de mediana edad.
—Gracias por esperar, reverendo. Ya estamos preparados para seguir adelante
—le presentó al hombre y luego señaló el formulario que había frente a Claire—. ¿Te
importa rellenar tus datos, Claire? Nos ocuparemos del resto dentro de un momento.
—Sí, por supuesto.
Una vez que se hubieron acordado los detalles y hubieron decidido la hora de
la ceremonia, el reverendo se puso en pie para marcharse. Nicholas no estaba
interesado en intercambiar cordialidades una vez que el pacto estaba sellado, y el
hombre pareció notar eso.
—Si tenéis alguna pregunta, o queréis hablar de algo más adelante —dijo el
reverendo—, estoy dispuesto a ayudaros. De otro modo, por favor, contactad
conmigo cuando estéis listos para hablar del tipo de ceremonia que queréis y todo
eso.
Cuando el reverendo se hubo marchado, Claire se giró hacia Nicholas. Su
sonrisa parecía forzada.
—¿De qué iglesia es? Habría pensado que todos los lugares estarían reservados
para más de un año.
Él le dijo la denominación y se encogió de hombros.
—Proporciono ayuda económica para la caridad de esa organización en
particular. No le he pedido el calendario de reservas, pero obviamente nuestra
petición no le ha supuesto ningún problema. De todas formas, si no quieres casarte
allí, podemos hacerlo en el juzgado.
La idea de casarse con ella en ese entorno tan frío, lo molestaba, pero trató de no
pensar en eso. No cambiaría nada.
—Oh, no. La iglesia está bien. No tengo ninguna objeción a las bodas
tradicionales —dijo ella, y miró hacia su escritorio—. ¿Algo más antes de que vuelva
al trabajo?
—La comida con los Forrester a la una. Y llama a John Greaves y dile que
quiero el informe sobre Campbell cuanto antes —dijo él, sintiéndose aliviado—. Elige

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un lugar agradable para la comida con los Forrester. Luego llama a la mujer para
organizarlo. Estarán de camino en algún lugar de la costa en este momento, en su
yate, pero tienes su número de móvil en el archivo. Si van a llegar tarde, cenaremos
esta noche.
—Me pondré con ello —dijo ella, y se dio la vuelta para marcharse, dándole una
gloriosa vista de la parte trasera de su falda, donde se ajustaba a la perfección a sus
nalgas mientras se movía.
—Oh, Claire.
—¿Sí?
—Quiero que vengas conmigo. Así que encuentra a alguien de abajo para que te
sustituya durante tu ausencia —dijo él, y sonrió complacido. Estaba complacido con
sus planes. Complacido de que, de ahora en adelante, Claire pasaría gran parte de su
tiempo con él. Sería… divertido.
—De hecho ten a alguien preparado permanentemente para cuando queramos
a lo largo de esta semana. Puede que decida llevarte conmigo también en otras
ocasiones.
—Como quieras —dijo ella.
Él se acercó a ella y, por un momento, pudo ver la anticipación en su cara.
Esperaba que la besara y su mirada se suavizó, despertando algo en el interior de
Nicholas.
Pero contuvo su reacción. ¿Acaso Claire quería que sellaran su acuerdo de
matrimonio a la manera tradicional? No haría eso. Besaría a Claire cuando él eligiera,
por sus propias razones. Pero sabía que sería pronto. Muy pronto. Se detuvo de
golpe a unos pasos de distancia.
—¿No quieres preguntarme sobre tu futuro en la compañía? Parecías muy
interesada en eso hace un rato.
Ella lo miró a los ojos y dijo:
—No quiero dejar este trabajo —por un momento pareció atemorizada, pero
entonces levantó la barbilla y adoptó una actitud desafiante—. A pesar de mi
eminente sustitución, la cual has dejado clara hace un rato, resulta que me gusta mi
trabajo como ayudante tuya. Incluso creo que lo hago bastante bien.
Ella era buena en su trabajo. Había sido muy eficiente durante los últimos
meses, mientras Janice se recuperaba del accidente de coche que casi acabó con su
vida. ¿Había amenazado a Claire con devolverla a su trabajo de oficina si no se
casaba con él? No quería pensar que pudiera ser tan calculador, pero ¿qué otra
posibilidad tenía?
No. Sólo la gente desesperada se comportaba así, y Nicholas Monroe no se
desesperaba.
—Entonces te quedas —dijo él. Al menos hasta que se casaran. Por una razón:
quería tenerla donde pudiera verla, tocarla, cada vez que quisiera. Claire tendría que
acostumbrarse a eso—. Creo que eso funcionará bien.

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—Yo… —comenzó a decir ella, y luego se aclaró la garganta—. Está bien.


Nicholas dejó que su mirada circulara descaradamente sobre su cuerpo,
sintiendo cómo el deseo calentaba su piel. Sexo y compañerismo. Eso era lo que
compartirían.
Sería un buen matrimonio. Un matrimonio inteligente. Entre dos personas
convenientes.
—Ya hemos hablado lo suficiente del tema. Hazme saber sí hay algún problema
con la comida con los Forrester.
—Lo haré —dijo ella, y asintió con frialdad, pero el pulso acelerado era visible
en su cuello.
Ella lo deseaba tanto como él la deseaba, y eso lo complacía inmensamente.
—Gracias, Claire. Eso es todo por ahora.
—Bien —dijo ella, y una ligera sonrisa asomó a sus labios. Su boca era
raramente ancha y su nariz algo grande para cuadrar dentro del estereotipo de
feminidad. A él le gustaba eso, y también le gustaba cuando le sonreía.
Las sonrisas, los jadeos, los gemidos. Lo deseaba todo. ¿Y por qué no? Pronto
sería su esposa.
Nicholas se permitió una segunda sonrisa de satisfacción, no sin antes darle la
espalda para que ella no pudiera verlo. Luego regresó su mente a los negocios.
Porque Monroe's iba, al fin y al cabo, de negocios.
Proposiciones de matrimonio aparte, el trabajo era lo que movía a Nicholas
Monroe.

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Capítulo 3
Tras la proposición de su jefe, Claire habría querido tiempo para pensar, pero
no lo tuvo. La suya era una oficina ajetreada, y pareció que pasaron sólo unos
minutos antes de que se pusieran en camino para ver a los clientes de Nicholas. En
ese momento estaban hablando de los Forrester.
—Jack nos está poniendo la zanahoria delante del hocico, eso es todo —dijo
Nicholas mientras manejaba su Porsche sin esfuerzo entre el tráfico—. Si nos los
ganamos, Monroe's conseguirá la oportunidad de instalar y mantener sistemas de
seguridad en más de una docena de puertos deportivos por las costas de Nueva
Gales del sur y Queensland. Además tiene muchas más propiedades. Hoteles,
moteles, restaurantes. Lo que quieras. Por no hablar de que tiene un gran dominio
sobre la comunidad de los negocios. Una recomendación suya sería muy importante.
Si conseguimos instalar sistemas de seguridad en todas sus propiedades, estaríamos
hablando de mucho dinero.
—Firmará con nosotros —dijo Claire mientras veía pasar a los otros vehículos.
Estaba tratando por todos los medios de mantener sus pensamientos bajo control,
tratando de no entrar en el terreno sentimental.
No era fácil controlarlo, pero no podía dejar que él viera lo desconcertada que
estaba. Más tarde, cuando estuviera sola, podría permitirse pensar en él.
—Tenemos los mejores sistemas de seguridad de Australia —dijo ella—.
Posiblemente los mejores de todo el hemisferio sur. Una vez que los haya probado, se
dará cuenta y nos entregará todas sus propiedades.
Puede que para Nicholas aquélla fuese una conversación de negocios más, sin
embargo, cada vez que la miraba, ella podía ver en sus ojos un destello de calor
sensual que la dejaba con la boca abierta. Cuando había aceptado casarse con él, no
había considerado lo mucho que él podría desearla físicamente, no lo abiertamente
que iba a mostrarlo, ni cómo eso iba a afectarla.
Sus sentidos respondían. Eso era malo.
Sus emociones respondían. Eso era peor. La esperanza seguía tratando de
hacerse un hueco en su corazón, y ella seguía tratando de ignorarla.
Él no había implicado sus emociones. Tenía que recordar eso.
—Si el señor Forrester es lo suficientemente inteligente como para construir un
imperio de los negocios, seguro que también sería inteligente como para apreciar el
tipo de tecnología que Monroe's puede ofrecer.
—Aprecio tu confianza en nuestras habilidades. Ah —dijo él mientras metía el
coche en un parking—. Ya casi hemos llegado.
—¿Es que todo está en el lugar apropiado para ti? —preguntó con una sonrisa
frívola, tratando de ocultar cómo lo envidiaba por tener esa aparente facilidad en la
vida, mientras que la suya había sido un desastre casi desde antes de nacer. Ahora

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era peor y, como el jueves negro del crack de la bolsa, iba a ir a peor desde ese
momento.
No es que fuera pesimista. Pero por primera vez estaba siendo como Nicholas
quería que fuese. Estaba examinando la situación con la mente racional. La cual le
decía que estaba metida hasta el cuello y hundiéndose cada vez más.
—¿Sabes?, creo que disfrutaré siendo un hombre casado —dijo mientras le
colocaba la mano a la altura de su codo para unirse a la multitud en la acera—. Será
agradable tener resuelta esa parte de mi vida. Ahora que he dado el paso, me
pregunto por qué no haría algo semejante hace años.
Entonces la parte racional de Claire dejó de funcionar. ¿Hace años? Eso era
antes de conocerla a ella.
«Para él todo carece de sentimientos. Dadas las circunstancias, deberías sentirte
afortunada por cómo se siente él al respecto», pensaba ella.
Pero no se sentía afortunada. Se sentía ofendida. Dolida al pensar que podría
haber elegido a cualquier otra mujer y habría sido igual de feliz.
«Realmente no vas a casarte con él, ¿recuerdas? Todo es un truco».
Y por eso exactamente iba a terminar en un psicólogo.
Sus dedos apretaron con fuerza su antebrazo. Los músculos de Nicholas se
tensaron en respuesta y eso volvió a reiniciar todas sus reacciones internas.
—Me alegra que estés contento con tus planes —murmuró ella, y señaló un
escaparate que tenían enfrente para distraerse—. ¿Has estado alguna vez en Danny's
Bakehouse? Sirven una tarta de queso jamaicana que es para morirse.
—No he estado nunca —dijo Nicholas girando la cabeza para ver la tienda, y en
ese momento alguien chocó contra Claire, empujándola contra su jefe.
Ella levanto la cabeza para mirar justo a la única persona del mundo a la que no
quería mirar.
—Vaya. Hay que tener cuidado hoy en día —dijo el hombre. Era medio calvo y
llevaba el pelo echado hacia atrás con algo grasiento. Llevaba un negocio de
reparación de fotocopiadoras y era el chantajista de Sophie.
Gordon Haynes era un hombre bastante normal. No parecía muy amenazador.
Pero cuando Claire lo miró a los ojos, vio en ellos algo oscuro y, quizá,
desequilibrado que hizo que se le helara la piel.
Ella levantó la barbilla y lo miró, decidida a no dejarse intimidar. Tras ese
instante, después de que sus miradas se cruzaran, él desapareció entre la multitud y
Claire volvió a respirar de nuevo.
—¿Estás bien? —preguntó Nicholas—. ¿Te han empujado?
—Estoy bien —contestó ella—. No ha sido nada.
Llegaron al restaurante sin ningún otro incidente, y rápidamente localizaron a
la otra pareja y se acercaron.

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—Debería haber pedido información sobre ellos —dijo Claire—. Temas que
tratar con la esposa, para empezar.
La propuesta de Nicholas la había dejado tan desconcertada que ni siquiera
había considerado cómo podría contribuir ella a la comida. Lo hacía en ese momento,
y se daba a sí misma otra oportunidad para desarrollar una úlcera.
—Vive para los puertos deportivos. Le encanta ir de compras y navegar —dijo
Nicholas con calma—. No te preocupes por eso. Estoy seguro de que encontrarás
algo de lo que hablar.
—La verdad es que estoy un poco nerviosa en este momento.
Aquella afirmación, que se quedaba corta, la hizo sentir un tanto histérica. Trató
de mantener la compostura mientras él la guiaba con la mano en la espalda a través
de las mesas. No fue fácil.
Siempre habían mantenido una relación estrictamente impersonal. Ahora lo
único que ella parecía desear era que la tocara. Su cercanía, su corazón, su alma, y
todos los secretos familiares. Él le daba toda la parte del tacto y la cercanía, y en el
proceso estaba acabando con su equilibrio mental.
¿Qué ocurriría si quería tener contacto íntimo antes de la boda? Sintiendo lo que
sentía por él, ¿cómo iba a echarse atrás? Cuanto más pensaba en eso, más complicado
le parecía.
—Naomi, Jack, dejad que os presente a mi ayudante.
Como respuesta a las presentaciones, Claire asintió con la cabeza y saludó a la
pareja que ya estaba sentada a la mesa.
—Señora Forrester, señor Forrester.
Nicholas le ofreció una silla y su mano rozó su nuca al apartarse para sentarse
él. Fue un roce casi imperceptible, pero ella se estremeció, sintiendo frío y calor al
mismo tiempo.
—Espero que hayáis disfrutado con la navegación —dijo Nicholas.
—Un viaje muy agradable —dijo Jack Forrester, y miró a Claire de manera
jovial, aunque ella sintió la agudeza de una mente inteligente tras la fachada
amable—. Nos gusta aprovechar la oportunidad de navegar siempre que se presenta.
Claire no saldría a mar abierto por nada del mundo. Incluso evitaba tomar el
ferry del puerto siempre que le era posible. Pero se limitó a sonreír, decidida a no
decir nada que pudiera espantar a ese hombre.
La comida se desarrolló bien, pero Claire no perdió ni un instante la atención
sobre Nicholas, ni sobre los numerosos toques que le otorgó.
¿Qué haría si quisiera hacer el amor en la oficina?
Lo más probable sería que cayese en sus brazos. Quizá un affaire no estuviera
mal del todo.

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«Y probablemente ésa es la idea más estúpida que has tenido jamás», se dijo a sí
misma. «Tú buscas amor. Un sentimiento que Nicholas ni siquiera se molesta en
fingir que desea».
Pero era imposible tratar de razonar con sus hormonas y su corazón en ese
momento.
—¿Claire? —dijo Nicholas.
—Perdón, ¿qué has dicho?
—Ya han traído el postre —dijo él señalando el carrito—. ¿Te apetece algo?
Ella apretó los dientes. La otra pareja ya había decidido. Un suflé cubierto de
salsa de bayas para el marido y un cuenco de macedonia para la mujer. Algo
totalmente inocuo. ¿Entonces por qué no podía dejar de imaginarse a Nicholas
desnudo, mordiendo suflé y fruta sobre su estómago?
«Ya nunca podré volver a mirar esa comida como antes», se dijo a sí misma.
—El sorbete —dijo finalmente.
Nicholas eligió un plato de queso y galletitas, y para su tranquilidad,
prosiguieron con la conversación. Incluso consiguió controlarse ligeramente, hasta
que llegó el momento de la sobremesa y Nicholas aprovechó para pasarle el brazo
por encima de los hombros con un aire de posesión despreocupada.
¿Despreocupada? Ja. Con sólo mirarlo a los ojos supo lo que estaba pensando.
Ella no podía seguir fingiendo tener dudas. No había nada de despreocupado. Sabía
que lo próximo que querría hacer sería tirarla sobre la alfombra de la oficina para
satisfacer sus deseos.
Descubrió que había algo sumamente erótico en un hombre que juguetea con el
pelo de una mujer. ¿Y quién decía que un hombre no podía dejarse llevar por la
lujuria primero y enamorarse después?
—¿Me pasas el agua? —preguntó ella.
—Claro —contestó él, y la soltó para alcanzar la jarra.
Por fin pudo respirar de nuevo. Pero entonces él se inclinó tan cerca de ella
mientras le rellenaba la copa, que Claire pudo oler la fragancia de su piel y casi
contar las pestañas que rodeaban esos ojos color avellana tan enigmáticos.
—Gracias —dijo ella.
—De nada —añadió levantando las cejas.
—Señor Forrester —dijo Claire tratando de distraerse—, Jack. ¿Cómo habéis
construido Naomi y tú vuestro imperio? Habéis conseguido cosas increíbles con
vuestras propiedades e inversiones.
Jack flirteó con ella un poco mientras contestaba, pero Claire no le dio
importancia. Sonrió y lo instó a hablar de sus diferentes negocios.

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—Es un trabajo duro, querida —dijo Jack, y se inclinó sobre la mesa como si
fuera a compartir con ella un jugoso secreto—. Si un hombre se lo propone, puede
conseguir mucho, sin importar lo que desee en esta vida.
—No todo —dijo Nicholas apretando con su mano el hombro de Claire—. Hay
cosas que están fuera de todo alcance.
Por un instante Jack miró a Nicholas. Luego se rio y levantó su café a modo de
brindis.
Naomi Forrester observaba con aire de sorpresa. Nicholas estaba actuando de
manera posesiva y, aunque no debía ser así, a Claire le gustaba.
La conversación finalizó poco después y abandonaron el restaurante enseguida.
Una vez que estuvieron fuera del edificio, ella se volvió hacia Nicholas y
preguntó:
—¿Lo hemos impresionado? No podría decirlo.
—Hemos dado un paso adelante con Forrester. Por hoy es suficiente —dijo él
mientras arrancaba el coche que los llevaría a través del túnel del puerto hasta el
barrio en el que él vivía.
Nicholas podía sentir la tensión que se acumulaba en sus hombros y se sentía
molesto por ello. Lo único que Forrester había hecho era flirtear un poco con Claire, y
él había deseado entonces descuartizarlo con sus propias manos.
Tendría que aprender a controlar su tendencia a reaccionar exageradamente
con respecto a Claire. Era totalmente lo contrario a como quería llevar su relación.
Fría y sin sentimientos. Ése era el plan.
—Forrester es el tipo de hombre que disfruta viendo a sus socios hacer piruetas
en un esfuerzo por convencerlo. No será fácil.
—No me guste que juegue contigo —dijo Claire. Parecía indignada y Nicholas
sonrió. Para lo inteligente y entusiasta que era con respecto a su trabajo, se daba
bastante poca cuenta de lo despiadado que podía ser el mundo empresarial.
—Yo también estoy jugando con él —dijo Nicholas encogiéndose de hombros—
. Así funciona. Antes de volver a la oficina, quiero pasar por mi casa a recoger unas
cosas.
—Ah, de acuerdo.
Claire no tenía mucho más que decir, pero a él no le importó el silencio. Le
permitió reflexionar sobre el éxito de sus planes hasta el momento. Cuatro meses a
partir de ese momento, cuatro meses y dos días exactamente, y estarían casados.
Cada vez le gustaba más la idea de casarse con Claire.
Cuando llegaron a la casa, Claire miró a su alrededor con aparente interés.
—¿Desde hace cuánto tiempo tienes una casa aquí? Te había imaginado en un
apartamento, a decir verdad.
—Compré este lugar hace seis años —dijo él mientras conducía el coche por el
camino hacia una enorme casa de dos pisos. Unas columnas romanas sustentaban el

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porche, que se extendía por todo lo largo del piso de abajo. En el segundo piso, un
balcón rodeaba la casa y giraba hacia la parte de atrás.
Aunque la casa no tenía un diseño moderno, era original y él se sentía a gusto
con ella. Estuvo tentado de intentar convencer a Claire de que le encantaría vivir allí,
pero se contuvo. No tenía que impresionarla.
—Pensé que deberías ver dónde vas a vivir.
—Es muy agradable —dijo ella, y parecía sincera, pero reacia a decir más, y
pronto centró su atención en las flores.
—Son preciosas —dijo ella señalando hacia las plantas y los arbustos—. Yo soy
jardinera frustrada, dado el apartamento en el que vivo. Pero me encantaría tener un
gran jardín si tuviera la oportunidad.
¿Era eso a lo que se refería cuando decía que deberían conocerse mejor?
¿Compartir pequeños e íntimos detalles de sus vidas?
Decidió que podría vivir con esas revelaciones y quizá podría sacar algunas
propias a relucir. No le pasaría nada por probar, sobre todo si todo aquello de lo que
hablarían serían cosas tan inocuas como la jardinería.
—Podrás ocuparte del jardín cuando estemos casados, si quieres. Vamos a ver
el interior.
Nicholas recorrió el camino hacia la puerta principal, desconectó la alarma y se
echó a un lado para dejarla pasar.
—Comenzaremos arriba y luego bajaremos.
Le enseñó las habitaciones, intercambiando conversaciones despreocupadas con
ella mientras hacían la visita. Tras los primeros minutos, Claire se relajó y Nicholas se
dio cuenta de que él también. A Claire le gustaba la casa, y no había nada de malo en
que él sintiera algo de orgullo al respecto.
Su sensación de tranquilidad lo abandonó en cuanto entraron en el dormitorio
principal. Los ojos de Claire se volvieron más oscuros y un ligero rubor apareció en
sus mejillas antes de apartar la vista para no mirarlo.
A él se le aceleró el pulso, pero simplemente dijo:
—La vista desde aquí es espectacular por las noches —descorrió las cortinas—.
Ésa es una de las razones por las que la sala de estar y la cocina están en el piso de
arriba y no abajo. ¿Te gustaría verlas?
—Sería genial —dijo ella, y pasó por delante, siendo su rubor aún evidente—.
Es curioso ver el puerto desde una perspectiva diferente, aunque también me gusta
la vista desde tu oficina.
¿A quién le importaban esas cosas? Nicholas quería tomarla allí mismo, en ese
momento, y tuvo que apretar las manos con fuerza mientras ella pasaba por delante.
«La tendré en mi cama cuando sea el momento», pensó. «No por una urgencia
impulsiva».

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Cualquier otra cosa sería como perder el control, y Nicholas Monroe nunca
actuaba de una manera que no hubiera planeado previamente.
—Podría vivir aquí —continuó diciendo ella mientras Nicholas la seguía hasta
el balcón—. Se ve cualquier movimiento del puerto con total claridad.
Sus hombros se rozaron y él se permitió disfrutar de su fragancia y de la calidez
de su piel.
—El yate de los Forrester debe de estar ahí, en alguna parte.
—Sí, en alguna parte —dijo ella, y cuando Nicholas le rozó la cadera con la
suya, ella añadió—. Podrías cerrar este balcón. Parcialmente. Nada que oscureciera la
vista, pero ganarías algo más de privacidad para poder sentarte aquí. Imagínate
meterte en el jacuzzi al final del día —se detuvo con una mirada de horror en la cara.
—Puedo imaginármelo muy bien —dijo él en voz baja. La deseaba, y quería que
ella supiera que la deseaba—. Un jacuzzi hecho para dos.
—Uh, y con plantas en las macetas —añadió ella mientras se apartaba—. Podría
haber montones de ellas aquí. Árboles ornamentales, y bambú. Incluso podrías
cultivar fresas.
—Vamos abajo, al estudio. Quiero sacar algo de la caja fuerte. Luego podremos
irnos a la oficina.
Ella lo siguió, aparentemente feliz de ir a cualquier parte que los alejara de la
habitación y de las conversaciones sobre jacuzzis.
Nicholas abrió la caja fuerte y sacó una caja de dentro. Inexplicablemente su
corazón comenzó a latir con fuerza y sintió que le costaba trabajo respirar.
—Elegiremos los anillos juntos, tras darle a tu hermana la noticia —dijo, y le
entregó la caja—. Soy demasiado conocido como para esperar a que alguien no se dé
cuenta de lo que hacemos y divulgue el secreto. Pero esto valdrá de momento.
—Oh, pero no puedo —dijo ella.
—Insisto —dijo él. La reticencia de Claire lo irritó ligeramente. Debía haberse
puesto a dar saltos, como cualquier mujer. Su madre había tomado todo lo que su
padre le había ofrecido y había pedido incluso más. Joyas, coches nuevos, armarios
llenos de ropas exóticas. Tantas que ni siquiera pudo llevarlas todas antes de que
pasaran de moda.
Nicholas podría permitirse a Claire, sin importar lo cara que resultara ser.
Podría tener el dinero, pero los sentimientos quedarían fuera de lugar. Y la relación
no tendría complicaciones como resultado. Tan simple como eso. Y, si se había
dejado llevar una o dos veces durante el día, era sólo por la novedad.
—Ábrela. Dime lo que piensas.
Por un instante pensó que Claire agarraría la caja y saldría corriendo. Pero se
limitó a abrirla con dedos temblorosos. Dentro había un collar, una gargantilla, un
brazalete y unos pendientes. Todo hecho a mano a petición suya por uno de los más
reputados joyeros de Sydney.

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—Son Montichelli —dijo ella asombrada—. El diseño… las hojas de oro son
pequeñas, ¿pero son hojas de plátano?
Él asintió.
—Siempre me han encantado esas hojas, sobre todo en primavera, cuando
emergen por primera vez de los árboles, tan frescas y verdes.
—Hiciste un comentario sobre ellas el día que empezaste a trabajar como
ayudante mía.
—¿Y te acuerdas?
—No es nada, Claire. Simplemente se me quedó grabado en ese momento.
—Oh, bueno —dijo ella volviendo a mirar las joyas y luego a Nicholas—. Pero
no puedes hacer esto. No puedo permitírtelo. Son preciosos pero…
—Tonterías, ni peros ni nada —dijo él, y le quitó la caja seleccionando una de
las piezas—. Quiero ver cómo te queda esto, Claire. Te sentarán bien todos, pero hoy
empezaremos con el colgante.
La acercó a él y le colocó la cadena alrededor del cuello. El diamante descansó
sobre sus pechos. Ella levantó la mano para tocar la pieza.
—Gracias. Probablemente nunca sabrás lo que me has hecho sentir en este
momento. No creo que pueda decírtelo.
Ahí estaba la reacción femenina que había estado esperando. Colgarle cualquier
regalo valioso y reaccionaba como cualquier mujer.
—Me alegra que te guste —dijo él quitándole importancia.
—Nicholas —dijo ella, colocó una mano detrás de su cabeza y lo besó.
Otra reacción típicamente femenina. Salvo que era algo sumamente gentil,
incluso aunque despertara en él un fuego interior que ardía por sus venas. Nicholas
la acercó más a él, considerando la posibilidad de conseguir esa satisfacción sexual en
ese mismo instante.
—Te deseo —dijo él, y dejó que su boca poseyese la de Claire, disfrutando con
su reacción. Cualquier otra preocupación quedó olvidada mientras el calor del
momento lo envolvía. Sus labios eran suaves y su boca caliente y exuberante—.
Estamos bien juntos, Claire. Tú también lo notas, ¿verdad?
Ella suspiró y se apartó.
—¿No irás demasiado rápido para mí? —preguntó.
En ese instante lo que él deseaba era un viaje rápido que los llevara directos al
dormitorio, y más allá. Pero se trataba de sexo, después de todo. Esperaría hasta su
próximo movimiento en el juego.
Apartó la caja de las joyas y tomó a Claire por el codo con la otra mano.
—Volvamos al trabajo.

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—Buena idea —dijo ella tomando aliento y estirando los hombros—. Volvamos
a la oficina.

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Capítulo 4
La tentación se quedó con Claire el resto del día. No podía dejar de pensar en
las joyas Montichelli. Aunque puede que no hubiera sido su intención, la elección de
Nicholas sobre el diseño, y las razones que había detrás, la habían conmovido
profundamente.
Él quería actuar sin sentimientos, pero sin embargo hacía cosas que parecían
planeadas para hacerla reaccionar. Tras haber tocado su corazón de ese modo, Claire
quería pensar que él sentía lo mismo, pero sabía que no era así.
Y luego estaba el beso. El deseo sexual sólo quedaría satisfecho si se rendía por
completo, pero las cosas ya eran suficientemente complicadas. Acostarse con
Nicholas sería peor. Pero tenía la sensación de que, hacer el amor con él, sería algo
memorable.
—Nicholas…
—¿Mmm?
—Ah. Perdón —dijo ella mirándolo—. ¿Estaba hablando?
—Me parece que sí.
Él la estaba llevando a casa, probablemente para asegurarse de que las joyas
llegaran sanas y salvas. Había dicho que no quería que se arriesgara a tomar el
autobús llevando algo de tanto valor consigo.
Ella recibió la escolta de buena gana. Quería ser capaz de devolverle las joyas
sanas y salvas más tarde.
Deseaba que no tuviese que ver su modesta casa. Era como una invasión, una
exposición de sí misma que no estaba dispuesta a permitir.
—Mi apartamento está en ese edificio de la izquierda —señaló ella—. El que
tiene los buzones de ladrillo construidos en la pared.
—Ya veo —dijo él mientras aparcaba—. Vamos.
—He estado… ahorrando para el futuro —dijo ella—. El apartamento no es
gran cosa.
Era pequeño, el ascensor no funcionaba la mayoría de las veces. De pronto
levantó la barbilla. Oficialmente tenía un trabajo de oficina. Puede que viviera un
poco pobremente, pero al menos no tenía aspiraciones por encima de sus
posibilidades.
«¿No consideras aceptar casarte con tu jefe millonario como tener pensamientos
más allá de la realidad?», pensó.
Apretó los labios. No iba a casarse con él. Simplemente estaba ganando tiempo.
En cualquier caso, era culpa de él. No iba a culparse por ello.
—Creo que encontrarás mi piso un poco feo.

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—Mi padre no era rico, Claire —dijo él—. Y lo que tuvo, no siempre supo
gastarlo sabiamente. Sé lo que son los problemas de liquidez.
Realmente Claire no sabía nada de los detalles de la niñez de Nicholas, salvo
que tenía dos hermanos y que su padre poseía una compañía de construcción de
algún tipo en Brisbane. Su madre era psicoterapeuta y monitora de Reiki, y sus
padres estaban divorciados.
La vida familiar no siempre era feliz, o necesariamente cómoda, un hecho que
Claire conocía muy bien.
Nicholas había construido su imperio de la nada, y se preguntaba si las
carencias de su infancia habrían sido la motivación para alcanzar semejante éxito.
Claire suspiró, agarró la caja de las joyas con fuerza y entró en el edificio.
El ascensor funcionó para variar. Supuso que debía sentirse agradecida por esas
pequeñas muestras de piedad, pero en cuanto entraron y las puertas se cerraron, el
aparato dio una sacudida y Claire acabó en los brazos de Nicholas.
En un momento, la boca de él cubrió la suya. El ascensor comenzó a subir pero
su mundo pareció quedarse detenido. Entonces Nicholas se apartó y se giró para
mirar a la puerta, como si nada hubiera ocurrido, o como si no quisiera que hubiese
ocurrido.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó ella—. No sé qué hacer contigo en esta
situación.
—No hay por qué preocuparse. Podría enseñarte, si considerara que necesitas
instrucciones.
—No necesitaría que me enseñaras —dijo ella, y se mordió la lengua para no
seguir hablando. No era el momento de sentirse indignada—. Ya hemos llegado. El
mío es el cuarto empezando por el final, número veintidós.
—Dame la llave, Claire. Yo abriré por ti.
Daba una sensación de intimidad entrar juntos al apartamento. Como si fueran
una pareja casada. Había una parte de ella que deseaba esa sensación de pertenencia,
de tener una unión con alguien especial.
Dentro del piso, él miró a su alrededor con interés. Parecía que el episodio del
ascensor había sido rápidamente olvidado, al menos por parte de Nicholas.
—Me gusta. Tiene cierto encanto.
—He tratado de hacer que parezca un hogar —dijo ella mientras ahuecaba uno
de los cojines del sofá del cuarto de estar—. Cada mueble es diferente. Algunas cosas
especiales de la casa eran de mis padres, que guardé después de que murieran. El
resto lo he conseguido en las rebajas, sobre todo, o lo he comprado de segunda mano
y lo he restaurado yo.
—Has hecho un buen trabajo —dijo él, e hizo una pausa—. Un café estaría bien.
—No lo comprendo —dijo ella mientras quitaba una pila de revistas de
jardinería de la mesita y dejaba la caja de las joyas—. ¿Por qué estás…?

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—¿Impresionado? —preguntó él, y miró a su alrededor—. Enséñame dónde


duermes, Claire. Quiero verlo.
—No es difícil de encontrar. Es la única habitación que queda, aparte del baño.
Él se echó a un lado para dejarla abrir la puerta y luego la siguió. El silencio
reinó mientras observaba la habitación. Pareció durar horas, y Claire seguía sin
comprender la expresión de su cara. Lo único que sabía era que sentía una urgencia
feroz en su alma.
Sus miradas se encontraron y las emociones de Claire se intensificaron. De
pronto sentía que tenía que salir de aquel espacio tan reducido.
—El café —dijo ella—. Debería ir a prepararlo.
—En un minuto —dijo él, y pasó los dedos por las sábanas de color granate y
oro—. Te gustan los colores brillantes.
—A veces —no en la oficina. Allí prefería mantener la eficiencia y el control. Y
esas cualidades parecían resaltarse con tonos pálidos. En casa, los colores brillantes
alegraban el ambiente y daban profundidad.
—Le has dado vida a este lugar —dijo él señalando sus alrededores—. Lo has
hecho tuyo.
—¿No es eso lo que hay que hacer con una casa aunque sea humilde?
—Te quiero en mi casa como aquí. De hecho creo que un decorador sería una
buena idea —dijo, se dio la vuelta y abandonó la habitación—. ¿Me das ese café?
—Oh, claro. Pero tiene que ser instantáneo —dijo ella mientras se dirigía a la
cocina—. No preparo el de verdad.
Él se bebió el café de pie en menos de dos minutos y en silencio. La atmósfera se
llenó con aquello que había elegido no decir.
Finalmente dejó la taza y dijo:
—Hora de irme.
Ella caminó con él hasta la puerta y se detuvo allí.
—Buenas noches, Nicholas.
Algo en su corazón seguía doliéndole, pero se dijo a sí misma que no sería más
que indigestión. Al fin y al cabo, y dadas las circunstancias, no sería tan tonta como
para desarrollar sentimientos reales hacia él.
Sin embargo no le hubiera importado colocar la cabeza sobre su hombro y
olvidarse de todo. ¿Era demasiado pedir? Sabía la respuesta, claro.
—No deberías haberme dado las joyas, pero las llevaré siempre que quieras.
—Buenas noches, Claire —dijo él, la besó y salió al pasillo. Entonces se detuvo y
chasqueó los dedos—. Otra cosa más. Espero que tengas el fin de semana libre.
—¿Por qué?
—Porque lo pasaremos en la isla de Brandmeire.

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—¿Brandmeire? —se sintió como una idiota repitiendo el nombre, pero su


cerebro se negaba a funcionar—. Ahí es donde vas a ir con los Forrester y sus otros
invitados.
El viaje supondría otro paso adelante en su esfuerzo por ganarse a Forrester.
Claire se sentía feliz por Nicholas, pero el viaje a una de las pequeñas islas de la costa
de Queensland no tenía nada que ver con ella.
En otras circunstancias habría sido un fin de semana maravilloso lleno de
recuerdos románticos. Pero dado que a Nicholas no le iba el romance, Claire deseaba
que dejase de meterle esas ideas tan tentadoras en la cabeza.
—Exacto —dijo él, y volvió a besarla con ferocidad—. Tú también vienes.
Asegúrate de meter en la maleta ropa de ocio y no sólo de trabajo. Estoy seguro de
que habrá tiempo para ambas cosas, y planeo sacar el máximo partido a ese tiempo.
De ningún modo debía aceptar un fin de semana con Nicholas. No si no quería
acabar en sus brazos y en su cama. Y no si quería detener esa marea de sentimientos
que parecía despertar en el fondo de su corazón.
Ella no había pedido nada de eso, y ahora que estaba ocurriendo, sus
sentimientos se habían convertido en su enemigo.
—No me necesitas allí para algo así. Estoy segura de que los Forrester y los
demás no querrán una intrusa.
—No eres una intrusa. Creen que eres mi novia y vas a venir conmigo. A no ser
que tengas algún problema en que pasemos el tiempo conociéndonos mejor. Dijiste
que necesitabas eso.
—Sí. Tiempo es exactamente lo que necesito.
Lo que realmente necesitaba era salir de aquello sin profundizar más a ningún
nivel. Y no podría escapar hasta que no hubiese terminado de pagar al chantajista.
Tres meses más y encima tendría que cancelar la boda.
—No me importa la idea de irme. Supongo que simplemente es que yo…
—Bien. Entonces ya está arreglado. Terminaremos de trabajar un poco antes
mañana por la tarde, pasaremos por aquí a recoger tus cosas y saldremos hacia el
aeropuerto —concluyó, y se alejó.
«…no pienso acostarme contigo bajo ninguna circunstancia», finalizó la frase en
silencio.
—Cierra con llave, Claire —dijo él a lo lejos.
—¿Perdón? Ah, iba a hacerlo.
Claire cerró la puerta con más fuerza de la necesaria y echó el pestillo. No
estaba segura de con quién estaba furiosa. Pero, fuera cual fuera la causa, esa
reacción tenía que ser mejor que la desesperación.
—No me iré con él, y eso es todo —dijo mientras se lanzaba sobre el sofá,
disfrutando del tiempo a solas para pensar—. Diré que he pillado la gripe o algo así y

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me pasaré el fin de semana en la cama poniéndome al día con la lectura. Eso le


enseñará.

El viernes amaneció brillante y agradable, lo cual no cuadraba con la


perspectiva de Claire en absoluto. A pesar de sus esfuerzos por pensar en la
situación, se había ido a la cama sin saber cómo iba a enfrentarse a los próximos tres
meses.
Tras apagar el despertador, vaciló un instante y finalmente llamó para decir que
estaba enferma. Nicholas la pilló al instante y le dijo que se diera prisa en llegar al
trabajo. Tenían mucho que hacer antes de partir.
Parecía feliz. Más feliz de lo que nunca lo había escuchado. ¿Acaso era porque
ella había aceptado casarse? Y, si era así, ¿cómo se lo tomaría cuando ella se echase
atrás en el último momento?
No quería herirlo. Claro que no creía que alguien pudiera herirlo. ¿Pero y si se
equivocaba?
«No estás equivocada», se dijo a sí misma. «Él no se deja llevar por las
emociones y tú te estás dejando llevar por la imaginación. Ahora deja de preocuparte
antes de que se te vaya la cabeza».

Se encontraban en el avión de camino a Brandmeire tras el día de trabajo y


Claire no estaba segura de nada. No estaba segura de ella, de sus sentimientos, de
cómo enfrentarse al próximo minuto, al próximo día ni a los próximos tres meses.
—¿Estás bien? —le preguntó Nicholas—. Espero que no te dé miedo volar.
—Rara vez me asusto.
Su afirmación, sin embargo, estaba llena de ironía, dado que había intentado
fingir que estaba enferma para librarse del viaje. Él había dicho unas cuantas
palabras cuando había llegado al trabajo, señalando que no iba a aprovecharse de ella
a la primera oportunidad.
Una de cal y una de arena. Primera iba detrás de ella con fuego en la mirada y
luego le decía que no podía importarle menos. Desde luego él no parecía estresado.
Parecía el epítome de la relajación, vestido con sus vaqueros y su camisa.
—Estoy bien. Los aviones pequeños no me asustan.
Señaló el brazalete de diamantes que llevaba en la muñeca y se preguntó lo que
pensaría Nicholas si le dijera que había dormido con la caja de las joyas bajo el
colchón.
—¿Están aseguradas las joyas? —pregunto ella de pronto.
—Sí, Claire. Están aseguradas —dijo él con cierta ironía.

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Su tono no hizo más que aumentar su enfado. Cuando habló, Claire no trató de
ocultarlo.
—Aun así, prefiero guardarlo todo en la caja fuerte de la oficina, o en la que
tienes en tu casa.
—Si hicieras eso, casi nunca las llevarías puestas. Eso no tendría sentido. Ahí
abajo está Brandmeire. Aterrizaremos pronto.
—Ya veo —dijo ella mirando por la ventanilla.
Una isla paradisíaca, su jefe. Y un fin de semana entero por delante que
amenazaba con ser un desastre.
«No se trata de una escapada romántica».
Llevaba todo el día repitiéndose eso, pero una parte de ella no quería creerlo.
Una parte que veía a Nicholas y veía en él el potencial para tantos deseos.
—Podría sumergirme en el océano ahora mismo.
«Tirarme al mar en el embarcadero más cercano y probar suerte con los
tiburones. Dudo que sean más amenazadores que los pensamientos que se acumulan
en mi mente en este instante».
Pensamientos en los que besaba a su jefe, en los que lo abrazaba. Y eso era lo
menos importante. Puede que él hubiera dicho que no pensaba seducirla ese fin de
semana, ¿pero lo diría en serio?
—Pasaremos algún tiempo en el agua este fin de semana —dijo él con una
sonrisa de anticipación—. Me encanta nadar, y no pienso perder a oportunidad de
disfrutar viendo a mi futura mujer en traje de baño.
—Supongo que yo también debería echarte un vistazo a ti —contestó ella,
molesta y, sí, es cierto, un poco excitada ante el interés que despertaba su cuerpo.
Estaba furiosa consigo misma por sentirse así—. Espero que lleves bañador ajustado.
Y no esas, bermudas anchas que lo tapan todo.
Por un momento la expresión de Nicholas se heló, pero luego echó la cabeza
hacia atrás y se rio.
—Touché, Claire. Touché.
El avión tocó tierra y, poco después, ya estaban en un bungalow de cristal y
madera que tenía el mar prácticamente en los cimientos.
El lugar parecía romántico, claro. De hecho toda la isla parecía un paraíso.
Claire trató de imaginarse a sí misma fuera del bungalow, sentada en un
escritorio con su ropa de trabajo, con su libreta sobre las rodillas.
—¿Este bungalow es para mí o para ti? —preguntó tratando de parecer
calmada—. Parece muy agradable. Pensé que tendríamos habitaciones en el hotel,
pero uno de estos no está mal tampoco. No es que me hubiera importado el hotel.
No hacía más que balbucear, así que decidió cerrar la boca.
Nicholas sonrió y dijo:

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—Es para los dos. Vamos a deshacer las maletas. Tendremos tiempo de sobra
para eso y para tomarnos algo antes de dirigirnos al hotel para pasar una velada con
los Forrester y los demás.
—Creí que había dejado claro que no me acostaría contigo este fin de semana —
dijo ella, y al ver que él no decía nada, añadió—. De hecho tengo convicciones muy
fuertes con respecto al matrimonio. Una novia debería esperar al marido hasta la
noche de bodas.
Debía de haber algunas mujeres que siguieran pensando así.
—¿Eres virgen, Claire? Si es así, no hay nada de qué asustarse, ya sabes. El sexo
es para disfrutarlo. Entre nosotros sé que será muy agradable.
—Ya lo sé —dijo ella sintiendo calor por todo su cuerpo—. Quiero decir que ya
sé que no tengo por qué asustarme del sexo. Ya lo he hecho.
No es que esa otra vez hubiera sido especialmente agradable, pero ésa no era la
cuestión.
—Estoy hablando de cuáles son mis sentimientos ahora —dijo ella—. Y ahora
quiero esperar hasta el matrimonio.
—Cuando sea el momento apropiado para que hagamos el amor, lo haremos —
dijo él quitándole la maleta mientras sujetaba la suya con la otra mano y entraba en el
bungalow—. Dudo que quieras esperar hasta la noche de bodas. Hay demasiado
entre nosotros como para eso. Pero supongo que el tiempo lo dirá.
—No puedes meterme en tu cama a la fuerza. No se trata de un hombre de
Neandertal que agarra a la mujer por el pelo. Soy una mujer moderna y conozco mis
derechos. Además sé kárate. No creas que no pueda emplear todo lo que sé. No
cooperaré, ni aunque me tires a la fuerza y me…
—¿Por qué no escoges una habitación? —preguntó él mientras dejaba las
maletas en el suelo y se dirigía hacia la sala de estar para encender el aire
acondicionado—. Deshaz tu maleta, luego tomaremos esa copa que te he prometido
y nos prepararemos para ir al hotel.
—¿Elegir una habitación? —preguntó ella sintiéndose avergonzada—. Bien.
Eh… lo haré. Iré a… a elegir una habitación.
¿Sería posible morirse literalmente de vergüenza? Claire estaba cerca de
averiguarlo.

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Capítulo 5
—¿Una copa? —preguntó Nicholas desde el mueble bar mientras Claire salía de
la habitación. Ignorando su inquietud, la cual había estado acompañándola durante
toda la velada, desde que le había dicho que no se acostaría con él ese fin de semana
en Brandmeire, Nicholas le dijo lo que había.
—Después de todas esas charlas aburridas esta noche, creo que nos lo
merecemos.
—Puede que éste sea el mismo viernes que comenzamos esta mañana en
Sydney, pero una isla lejos de la costa es un escenario muy diferente para el edificio
Monroe. Esta velada no se ha parecido en absoluto al trabajo —dijo ella—. O quizá
hayan sido los canapés y los cócteles la razón de todo. ¿Crees que has impresionado a
los Forrester? Juro que estoy comenzando a odiar a ese hombre, y el modo en que
juega con la gente.
—Es su naturaleza —dijo Nicholas encogiéndose de hombros, aunque a él
tampoco le gustaba. Observó los ojos brillantes de Claire, que había bebido el
suficiente vino como para estar sonrojada y dar la impresión de que sólo veía
estrellas.
Era espectacular. El deseo recorrió su cuerpo de golpe.
—Le daré este fin de semana de diversión, pero para cuando acabe, sabrá que
voy en serio y que no estaré por siempre esperando una respuesta suya. Siempre hay
más peces en el mar.
—De hecho no estoy segura de necesitar otra copa. Pero gracias por la oferta.
Él cerró el frigorífico y trató de no pensar en la falda que llevaba puesta, ni en
las esbeltas piernas que había debajo. Pero era humano después de todo, a pesar de
su declaración de que no forzaría las cosas con ella. Esos instintos posesivos habían
estado haciéndole la vida imposible otra vez, sobre todo en lo referente al flirteo con
Jack Forrester.
—¿Y qué me dices de un café?
—No —dijo ella cruzándose de brazos—. Probablemente debería irme a…
debería irme a dormir. Me avergüenza el modo en que me he comportado antes. Te
debo una disculpa por sacar tales conclusiones como lo he hecho. Lo siento. Me
siento como una estúpida ahora mismo.
—Estabas tensa.
Aún lo estaba. Estaba más tensa que las cuerdas de un violín. Él había podido
imaginar eso a lo largo de la velada, pero en ese momento ya no le quedaba ninguna
duda.
—No pretendo ponerte las cosas difíciles, Claire, ni forzarte a hacer cosas para
las que no estás preparada. Si eres capaz de creer eso, creo que las cosas te resultarán
más fáciles.

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—Debes de pensar que soy una cobarde, pero no lo soy —dijo ella mientras se
agachaba para quitarse los zapatos—. Hay una razón para todas y cada una de las
decisiones que tomo, aunque a veces no lo parezca.
Nicholas debía mantener la distancia, pero no podía resistirse. Era casi como si
algo en su interior lo arrastrara y lo obligara a actuar contrariamente a sus decisiones.
Estiró los brazos y la agarró de los hombros.
—No tienes que justificar tus decisiones ante mí, Claire.
Si ella supiera sus pensamientos, puede que no se sintiera tan inclinada a hacer
eso. Él quería hacer el amor con ella y mandar a paseo todos sus principios. Incluso
se preguntaba si sus propios principios estarían en juego. Nunca se había sentido así
antes.
—Eres bajita sin tus zapatos.
—No lo soy —dijo ella tomando aliento—. He de decirte que mido ciento
setenta centímetros. Creo que eso son cinco pies con ocho, por si acaso eres
demasiado viejo como para sentirte a gusto con el sistema métrico.
—Veo que la gata tiene uñas —dijo él riéndose.
—Entonces quítate los zapatos —dijo ella—. Vamos a ver lo alto que crees que
eres estando en igualdad de condiciones.
—Creo que seguiré teniendo ventaja —dijo él señalando los zapatos tirados en
el suelo tras ellos—. Los tacones de esas cosas deben de medir por lo menos quince
centímetros.
—¡Ja! —dijo ella cruzándose de brazos.
Nicholas deseó que no hubiera hecho eso. Su camisa negra ya era
suficientemente ajustada sin ayuda de la presión que ejercían los brazos. Ni siquiera
quería que ningún otro hombre la mirase cuando se ponía así.
—Me quitaré los zapatos para dar un paseo por la playa —dijo él—. ¿Qué
dices?
—¿Sabes lo raro que me resulta ir a la playa? Cualquier playa, por no hablar de
una paradisíaca como ésta.
Él se quitó los zapatos y se agachó para quitarse los calcetines.
—Entonces deberías disfrutarlo mientras puedas.
—Me has convencido —dijo ella con una sonrisa casi relajada—. Demos ese
paseo.
La arena parecía blanca a la luz de la luna, y estaba fría bajo sus pies. Con el
murmullo de las olas a su izquierda y la selva tropical a la derecha, estaban
completamente apartados.
Nicholas pensó que era un escenario bastante romántico. El tipo de lugar para
compartir algo especial.

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—No parece haber nadie más por aquí —dijo Claire—. Pensé que habría
algunas personas disfrutando de esto.
—La mayoría seguirán en el hotel, disfrutando del entretenimiento.
Se quedaron en silencio y anduvieron. Claire parecía contenta de poder respirar
el aire marítimo. Cada vez que llegaba una ola un poco más fuerte, ella corría hacia el
interior de la playa. De vez en cuando se cruzaban con otra pareja, pero la mayor
parte de la playa estaba desierta.
A Nicholas le alegraba que Claire estuviera contenta. Al fin y al cabo no había
nada de malo en querer que fuera feliz.
—¿Qué pasa? —preguntó él observando su expresión a la luz de la luna. Claire
tenía el pelo suelto, que acariciaba su cara. En la oscuridad sus ojos eran como dos
pozos profundos y misteriosos.
—Pensarás que es una tontería. Me preguntaba cómo de pronto tendría que
levantarse una persona para encontrar las mejores conchas marinas antes que nadie
—dijo ella con una sonrisa—. Una niñería, ¿verdad?
—Debe de ser la luz de la luna.
—¿Mmm?
Aquella respuesta ensoñadora le hizo desear acercarla más a él para poder
sentir su calor contra su pecho mientras andaban.
—Hay un lugar al otro lado de la isla que es bueno para las conchas. No hay
muchas por aquí.
—¿Has estado aquí antes? No me había dado cuenta.
—Vine hace unos años con mi padre y mis hermanos.
Tratamos de conseguir un fin de semana para irnos juntos un par de veces al
año.
—Te envidio esas relaciones.
Estuvo tentado de abrir la boca y decirle que ella podría compartir todo eso,
pero entonces recordó que se había dicho a sí mismo que se mantendría alejado. Así
que simplemente le acarició un mechón de pelo que le caía por la cara.
No debería haberla tocado, porque entonces quiso hacerlo de nuevo y con más
intensidad.
—Deberíamos volver. Se estará haciendo tarde.
—Es hora de dormir un poco —convino ella de inmediato, pero sus ojos no
dejaban de moverse sobre su cara, mientras que el pulso era visible en su garganta.
Nicholas tuvo la imperiosa necesidad de besarla en el cuello, pero simplemente
le tomó la mano y comenzó a desandar lo andado. Cuando llegaron al bungalow, la
soltó y la dejó pasar.
—Puedes usar el baño primero. Buenas noches.

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—Buenas noches, Nicholas —dijo ella, y si estiró para darle un beso—. Has sido
muy comprensivo. No importa lo que pase, no olvidaré eso.
Las palabras fueron casi vehementes. Claire buscó su cara con la mirada y él
supo por su expresión que quería besarlo de nuevo. Entonces olvidó la sensación de
confusión. Olvidó lo mucho que deseaba aquello.
—Hazlo —dijo él, y ella cerró los ojos y se acercó más. Pero fue él quien tomó
sus labios de la manera que se había dicho a sí mismo que no lo haría.
Claire le provocaba hacer ese tipo de cosas, y saber eso le hacía sentir
incómodo. Era peligroso darle cualquier control sobre él.
No era amor. Claro que no. Pero Claire le hacía sentir como Nicholas no había
anticipado. Debía tomar eso como una advertencia para andarse con cuidado. Y sin
embargo no quería parar. No en ese momento, al menos.
La rodeó con los brazos y dijo:
—Bésame otra vez.
—Lo haré —contestó ella, y volvió a besarlo rodeando su cuello con los brazos.
—Abre la boca y déjame entrar.
—Lord Nicholas.
Ella abrió la boca y sus lenguas se juntaron, explorándose la una a la otra. La
sangre ardía por sus venas. La apretó más fuerte entre sus brazos. La presión era
buena, pero aún quería más.
Quería tocarla más, abrazarla y algo más. Algo que podría calmar el calor que
sentía.
Ella deslizó las manos por sus hombros y luego hasta su pecho. Él gimió y tensó
los músculos como respuesta, recorriendo con sus manos su columna, sus caderas,
sus brazos y sus hombros. Hasta finalmente copar sus nalgas y presionarla contra su
cuerpo.
En cualquier momento la levantaría y la llevaría a su cama. Estar juntos en
todos los aspectos físicos posibles parecía ser lo único que importaba.
Pero si hacía eso, estaría totalmente fuera de control.
Ese pensamiento recayó en él como un jarro de agua fría, y el efecto fue
dramático. Se apartó de ella casi con brusquedad.
—Piensa en nosotros mientras estés tumbada esta noche —dijo él dándose la
vuelta—. Pregúntate por qué estás dispuesta a descartar el sexo entre nosotros
cuando es evidente que lo deseas. Sexo y compañerismo, Claire. Hacía ahí nos
dirigimos. ¿Por qué esperar?
Claire emitió un leve gemido de protesta mientras él se alejaba y cerraba la
puerta de su habitación, pero fue su propia inquietud la que se fue con él. ¿Qué tenía
esa mujer para hacerlo sentir tan desesperado? Ahora que estaba apartado de ella y
era capaz de aclarar su cabeza, decidió que esa reacción hacia ella era intolerable,
inaceptable, y que no era parte de sus planes.

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Otras reacciones eran más predecibles, pero ellas también demandaban su


atención. Echó un vistazo a la cama y luego sacó unos papeles del maletín, dejándose
caer después en una silla de la habitación.
Si iba a conseguir conciliar el sueño, sospechaba que no sería pronto.

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Capítulo 6
La audiencia con Jack Forrester, porque audiencia era como Claire entendía el
acuerdo de Forrester a tener una reunión con Nicholas el sábado por la mañana, fue
tan frustrante como sus interacciones previas.
Cuando salieron de la habitación, Claire estaba que echaba humo. La furia
corría por sus venas y le soltaba la lengua. Ese hombre había sido positivamente
maleducado con Nicholas. Era totalmente intolerable.
—¿No estás molesto? Parecía que la mayor parte del tiempo ni te escuchaba.
¿Dónde se cree que va tratando así a la cabeza de Monroe's? Eres brillante. Has hecho
una gran presentación y Monroe's es lo mejor que conseguirá. ¿Cuál es su problema?
Me alegra que le hayas hecho saber que no esperarás por siempre una respuesta.
Tras su discurso, Claire cerró la boca para su sorpresa. Había visto a Nicholas
batirse con otros oponentes cientos de veces, pero era la primera vez en que ella
había deseado aplastar la cabeza del oponente como resultado.
Genial. Ya podía añadir «síndrome de mamá oso» a sus problemas.
—No te preocupes —dijo él—. La reunión ha tenido un propósito. Ahora
esperaremos a ver lo que ocurre a continuación. Y yo, por mi parte, planeo disfrutar
del resto del fin de semana aquí —añadió mientras metía los últimos papeles en el
maletín y caminaba por el pasillo—. Excepto por la cena de esta noche y un partido
de golf mañana, estoy libre para hacer lo que quiera a partir de ahora. ¿Cómo quieres
pasar la tarde, Claire?
—Ah… ¿la tarde entera? —preguntó ella. El modo perfecto de pasar el tiempo
apareció en sus pensamientos y le calentó la sangre. Por desgracia era en lo único que
podía pensar desde ese beso explosivo.
Puede que hacer el amor pareciese la idea perfecta, pero en realidad no sería
más que un desastre. Hacer el amor. Entregarle a Nicholas su corazón en bandeja.
¿Cuál era la diferencia? Ninguna.
—No sé. Supongo que me gustaría explorar más la isla.
En seguida Nicholas se lo hizo saber al personal del hotel y luego se volvió
hacia ella.
—Vayamos al bungalow a cambiarnos. Nos traerán un Jeep.

Nicholas resultó ser un guía muy capaz, y la desarmó al demostrar que


recordaba su interés por las conchas. Lo estaba haciendo de nuevo. Estaba siendo
agradable.
Examinaron cientos de conchas en una porción de playa apartada en el otro
lado de la isla, con el sol tropical acariciándolos con su calor.

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De hecho fue divertido. Lo suficiente como para que Claire se olvidara de todo
un rato y consiguiera relajarse.
Descubrió que era divertido relajarse con Nicholas. Hacía cosas graciosas que la
hacían reír. La llevaba por la arena como si ella fuera una niña pequeña con la tarde
libre. Ella decidió que iba a disfrutar del momento, que disfrutaría de la diversión y
ya se preocuparía del resto de su vida más tarde.
—Son maravillosas —dijo ella mientras aclaraba otra concha en la orilla para
luego guardarla en una bolsa de plástico con las demás—. Será mejor que pare ya. De
otro modo me hundiré en la arena con todas las que llevo.
—Entonces es hora de nadar —dijo él despreocupadamente, pero su mirada la
estaba desafiando y volvió a despertar sus deseos sexuales—. Espero que lleves el
bañador bajo la ropa.
—Ah, claro —dijo ella, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón con una
mezcla de excitación y pánico. Pero eso último no tenía que ver con su jefe ni con sus
hormonas—. Pero en realidad yo no nado en el mar. Sólo chapoteo.
—¿Excusas, Claire? —dijo él mientras se quitaba la camisa y los pantalones—.
Venga. Hace un día demasiado bueno como para perder el tiempo. Prometo no
hacerte muchas aguadillas.
—No nado en el mar. No es broma, ni pretendo tener una pelea. Es un hecho.
Me uniré a ti y me meteré sólo hasta la altura de los muslos.
Fue todo lo que pudo hacer para no rogarle que se quedara con ella en la orilla.
Se dio cuenta de que su recién descubierto instinto maternal volvía a la carga, y como
resultado, quería a Nicolás donde pudiera observarlo.
Pero eso no iba a ser una opción. Lo sabía y trató de mantener una fachada de
calma. Nicholas se iría a nadar y ella podría quedarse en la orilla.
Se quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró sobre la ropa de él en la
arena. Sólo entonces miró en su dirección, y se quedó con la boca abierta al ver la
belleza de su cuerpo.
Sus hombros eran anchos y musculados, su pecho firme, con una línea de pelo
negro que se estrechaba camino de su cintura. El bañador que llevaba no colaboraba
mucho en ocultar toda su masculinidad. Rápidamente Claire bajó la mirada hacia sus
piernas fuertes y luego lo miró a los ojos para descubrir que él también la estaba
mirando.
—Eres perfecta —dijo Nicholas—. Creo que ese traje es incluso más provocativo
que un bikini.
El bañador de una pieza que ella llevaba era rojo, y le copaba los pechos
firmemente. Ella lo había considerado perfectamente apropiado, hasta que la mirada
caliente de Nicholas se había posado en ella, desnudándola con los ojos. Su corazón
comenzó a palpitar más fuerte y tuvo que darse la vuelta. Quizá un baño no sería tan
mala idea.
—El último en meterse bla, bla, bla —dijo él.

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Ella no se aventuró muy adentro, mientras que Nicholas salió corriendo hacia lo
profundo, saltando las olas con seguridad.
Al principio ella apretó los puños, preocupada como estaba, con la necesidad de
llamarlo de vuelta, pero finalmente se convenció a sí misma de que a él se le daba
bien vencer las olas. Estaría bien. Era un día calmado y sabía lo que hacía. No corría
ningún peligro.
—Ven conmigo, Claire. Cuidaré de ti —dijo Nicholas, que se había colocado a
su lado.
Al oír su voz, Claire dio un respingo y sacudió la cabeza.
—Estoy bien aquí.
—¿Bien o asustada? —dijo él apartándose el pelo de la frente para luego
agarrarle la mano—. Te sujetaré todo el tiempo, pero tienes que enfrentarte a esto.
No puedes vivir en una ciudad portuaria y tenerle miedo al agua. Es una locura.
Parecía tan seguro de sí mismo que casi lo creyó. Casi, pero no.
—No me da miedo —comenzó a decir ella, pero se calló cuando él la acercó a su
cuerpo, tanto que los dos se unieron de cintura para arriba. Sus piernas se
entrelazaron en un baile sensual y él la llevó más adentro.
Antes de que pudiera darse cuenta, ya estaban donde no hacían pie. Claire no
podía creerse que estuviera dejando que eso ocurriera.
—La corriente no es fuerte aquí —dijo él con suavidad, sin dejar de mirarla—.
Siéntela. Lo único que tienes que hacer es moverte con ella, móntala —añadió, le
agarró los brazos y los colocó alrededor de su cuello—. Al igual que yo deseo que me
montes a mí.
Ella había colocado instintivamente las piernas alrededor de su cintura, en una
reacción de pánico que de pronto resultaba totalmente erótica.
Se acercó más a él, enfrentándose al peligro del océano y al de Nicholas.
Una ola los levantó y los dos se juntaron más mientras la boca de Nicholas
cubría la suya. Le colocó las manos en la espalda hasta que sus pechos estuvieron
pegados, sus pezones erectos presionando contra el traje de baño.
Claire se olvidó del mar. Se olvidó de tratar de mantener la distancia con
Nicholas. Se olvidó de sus problemas, de sus preocupaciones, de todo excepto de
sentirlo a él, de sentir su lengua caliente en su boca.
Estaban moviéndose hacia aguas menos profundas. Ella casi no lo notó hasta
que se dio cuenta de que él había parado y estaba de pie sobre la arena del mar. El
agua los golpeaba a la altura del pecho mientras él continuaba excitándola con su
boca, sus manos y su cuerpo.
Nicholas gimió y ella se apretó a su cuerpo, necesitándolo por completo. Poco
después él le bajó las tiras del bañador hasta dejar sus pechos expuestos a su mirada
y a sus manos.
—Mírate. Tan guapa, tan exquisita. Deja que te toque, Claire.

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—Sí —dijo ella con un gemido. Le apretó la espalda con las uñas mientras él
levantaba las manos para tocarla. El roce de sus dedos la sumió en una espiral de
sensaciones que fue directa a su corazón.
Quería tocarlo también, ser capaz de abrazarlo y no soltarlo nunca. Lentamente
aflojó las piernas de su cintura hasta estar los dos de pie, hasta que su mano pudo
acariciar su pecho, su cintura y la erección bajo su bañador.
—Claire, te deseo tanto.
Claire también lo deseaba, tan desesperadamente que un dolor intenso
consumía todo su cuerpo. Aquello no era como aquella primera vez, que la había
dejado preguntándose por qué tanto alboroto con el sexo.
Al pensar en ello, abrió más los ojos y lo miró a la cara, para luego mirar por
encima de su hombro hacia la playa desierta. Estaban en medio del agua, donde
cualquier persona que pasara podría verlos.
No quería gente mirando. No quería eso en absoluto. O al menos no podía
permitirse a sí misma tenerlo, aunque lo deseara. Su cuerpo comenzó a temblar con
una reacción totalmente diferente y le colocó las manos en los hombros a Nicholas,
poniendo distancia entre ellos.
—Así no.
Fue lo único que pudo decir con los dientes castañeteándole de esa manera.
—No, así no. Ahora no. Vete a chapotear en la orilla —dijo él—. Yo volveré en
un minuto.

Tras nadar un rato y después de que Claire hubiera hecho todo lo posible por
calmarse, comieron. Un picnic en la playa. Otro toque romántico que él negaría
vehementemente si ella intentaba agradecérselo en esos términos.
Ella no tenía ni idea de lo que se llevó a la boca ni lo que dijo. Sólo sabía que no
podía mirarlo a los ojos. La tensión era evidente entre ellos, como algo que intentara
consumirlos con sus manos avariciosas y su pasión.
El sol la acariciaba secándole la piel, pero no podía calentar el frío que sentía
por haber hecho que Nicholas parase, por haber dejado un hueco en su interior que
gritaba por él.
—No hemos hablado de los detalles reales para la boda —dijo él de pronto—.
Sé que hay muchas cosas de las que ocuparse. ¿Cómo quieres proceder en ese
asunto? ¿Quieres contratar a un organizador de bodas? ¿O quieres que lo
organicemos juntos, tú y yo?
Claire lo miró a los ojos. Era fácil olvidarse de lo que había comenzado todo
aquello. Pero no podía permitirse olvidar. Ni por un momento. ¿Planes de boda? No,
no, no. Una ceremonia discreta, pequeña, que fuera fácil de cancelar.

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—Los planes de boda, claro —dijo ella tratando de recomponerse para al menos
sonar medio coherente—. Dado que lo vamos a hacer de forma íntima, quiero que me
lo dejes todo a mí.
Era la única manera de poder mantener el control sobre sus planes, o la única
manera de no hacer ningún plan.
—Estoy segura de que te sorprenderá el resultado —añadió.
—¿Entonces quieres sorprenderme por completo? ¿Yo no participaré en
absoluto?
Él quería implicarse. Claire estaba segura de ello. Ese hombre presumía de estar
hecho de hierro pero no * era cierto. Sí que tenía sentimientos, como todo el mundo.
Pero se negaba a mostrarlos. ¿Es que no tenía idea de lo buena que sería su vida si
aceptara sus emociones en vez de encerrarlas todo el tiempo en una caja?
«Claro, Claire», pensó ella. «Y tú vas a ser la que le haga describir esas
emociones, para que se sienta más herido cuando todo esto termine».
Pero ella no había pretendido eso en absoluto. Sólo se había dejado llevar por
sus pensamientos un momento, pero nada más. Por su deseo idiota de que pudieran
acercarse más el uno al otro. Era algo que le ocurría cada vez con más frecuencia.
«Céntrate en la conversación».
La boda. Sí. Claro que se sorprendería.
—Oh, sí. Quiero sorprenderte —dijo ella.
—Si eso te complace —dijo él, aún con cara de decepción—. Haré que hagan
una trasferencia a tu cuenta y así podrás ocuparte de todo, ¿de acuerdo?
—Ya te dije cuando visitaste mi apartamento que he estado viviendo sin
grandes lujos, así que tengo algo de dinero ahorrado. No necesitas darme nada. Al
menos de momento.
«Porque no pienso invertirlo en la boda. Porque no habrá boda».
—¿No será mejor que yo te lo diga si necesito efectivo? —sugirió ella.
—Mientras lo hagas —dijo él—, lo que te haga feliz a ti, me hace feliz a mí.
Espero que recuerdes eso.
El día pareció oscurecerse a partir de ese punto. El sol seguía brillando, el mar
seguía igual de azul, pero una sombra apareció en el corazón de Claire y se quedó
ahí.
Para disimular su inquietud, trató más que nunca de parecer feliz y jovial, y
sugirió hacer y ver todas las cosas que había visto en el folleto que había en el
bungalow.
Nicholas hizo todo lo posible por cumplir sus deseos, como haría un devoto
esposo. Como si esa idea la ayudara en algo.
El resto de la tarde pasó como un torbellino, hasta que se fueron a cenar, donde
al menos Claire pudo compartir su compañía con otros.

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—Bailas igual de bien que haces todo lo demás —le dijo Nicholas al oído.
Ella deseaba a su jefe. Físicamente. Pero quería más. Quería un lugar en su
corazón. Era una tonta por pensar eso.
Estar en brazos de Nicholas la hacía sentir como una tonta. Se estremeció y se
dijo a sí misma que no podría dejarse llevar. Pero era demasiado tarde. Ya se había
dejado llevar y se sentía culpable por estar mintiéndolo.
—Si yo bailo bien, tú también —dijo finalmente mirándolo a los ojos. Y lo
lamentó al ver el fuego en su mirada. Sólo habían pasado los aperitivos; estaban aún
esperando el plato principal. ¿Cómo iba a sobrevivir hasta el postre? Incluso aunque
él sólo deseara su cuerpo, ella no sabía si podría resistirse—. Pero quizá debiéramos
unirnos a los demás.
—Dudo que nos echen de menos. La mitad está aquí bailando, y la otra mitad
parece haber emigrado al bar.
—Ah —dijo, y se quedó callada, deseando que la canción acabase pronto, antes
de que se rindiera y colocara la cabeza sobre su pecho, donde más quería que
estuviese.
Después de eso, no le pareció mala idea tomar fuerzas para el resto de la velada.
Se sirvió algo de ponche de frutas y pensó que el efecto posterior sería más que
apropiado para reforzar su coraje.

—Me da que has bebido un par de copas de más.


La observación de Nicholas se produjo en medio de lo que Claire consideraba
una anécdota muy interesante.
Era tarde. Muy tarde. Media docena de ponches tarde. Los demás parecían
haber desaparecido, dejándolos solos en la mesa.
—Te estaba contando una historia, Nich… o… las. Por si no te habías dado
cuenta. Y ahora me has interrumpido y no puedo recordar el resto de la historia.
—Volvamos al bungalow —dijo él con una sonrisa—. Entonces podrás
contarme el resto si quieres.
—Oh, bien, supongo que eso estará bien —en su mente nublada por el alcohol,
algo le decía que quedarse a solas con Nicholas no era una buena idea, pero no podía
entender por qué—. Soy toda tuya… para decirme lo que tengo que hacer.
—Bien.
Nicholas la ayudó a salir del restaurante. Una vez fuera, ella se detuvo con una
expresión de susto en la cara.
—Estoy un poco borracha, ¿verdad?
—Sí —dijo él agarrándola del brazo para que no se cayera—. Lo estás.

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—No pensaba que el ponche fuese tan fuerte —dijo ella, y acercó la boca a su
oído para compartir su secreto—. Fue para conseguir coraje, ya sabes.
En ese estado, a Nicholas le entraban ganas de protegerla, de mantenerla cerca
de su corazón, donde nada pudiera hacerle daño.
Lo tenía hecho un lío y tenía que hacer todo lo posible por ignorar sus
sentimientos.
—Sí, lo sé. ¿Por qué no dejas de hablar hasta que lleguemos al bungalow?
—Podría, pero no sé si voy a ser capaz de llegar al bungalow. Estoy muy
mareada.
Él se giró justo a tiempo para agarrarla antes de que se cayera al suelo.
—Nos vamos a casa, pequeña —dijo él tomándola en brazos, donde ella se
quedó inmóvil con la cabeza apoyada en su pecho. Exactamente lo que menos
necesitaba para alimentar sus sentimientos de protección—. Ya has tenido bastante
por hoy, creo.
—Oh, no —dijo ella sacudiendo la cabeza, luego le rodeó el cuello con los
brazos y le dio un beso—. Estoy bien. De hecho… te deseo. Creo que sería una buena
idea… no, una idea genial, que hiciéramos el amor, Nicholas. Por favor. En el
bungalow, no en el mar. Donde nadie pueda mirar —se rio—. Uy, he hecho una rima
sin darme cuenta.
Nicholas la deseaba. Quería poseerla. Como si de algún modo eso fuera a darle
el derecho a protegerla del mundo.
Siempre había habido secretos en los ojos de Claire. Zonas oscuras que Nicholas
quería descubrir. Sobre todo en ese momento, aun sabiendo que la implicación
emocional sería un grave error.
Lo era. Su propia confusión en ese momento era testimonio de ello.
Llegaron al bungalow en ese momento. Nicholas prefirió no contestarla hasta
que no estuvieran dentro y a salvo. Aunque no sabía si la expresión «a salvo» podría
aplicarse muy bien a la situación.
—Crees que sería una buena idea, ¿verdad? ¿Hacer el amor donde nadie pueda
vernos? —su cuerpo respondía al hecho de tenerla tan cerca. Pero no podía tomarla.
No cuando ella no era dueña de sus actos, ni él tampoco. La llevó a su habitación y la
tumbó en su cama—. ¿Por qué no dejas reposar esa idea un rato?
—No necesito reposar. Estoy bien despierta, te lo prometo —dijo ella
agarrándose a sus hombros—. No te vayas, Nicholas Monroe. Quédate conmigo. Sé
que quieres.
—Es cierto. Quiero —dijo él, y la besó en la boca. Un solo beso. Luego se quitó
sus brazos de encima e hizo que se diera la vuelta—. Duérmete, Claire.
—No quiero… —sus palabras se apagaron y, aunque no era esa su intención, se
quedó dormida.

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Nicholas cerró la puerta y abandonó el bungalow con la esperanza de que unas


pocas horas paseando por la playa pudieran calmarlo. No estaba dispuesto a pasar
otra noche sin dormir, pero tenía la sensación de que no le quedaba otra opción.

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Capítulo 7
—Has vuelto pronto —dijo Nicholas sorprendido al salir de su oficina y entrar
en la de Claire.
—Supongo que llego un poco pronto —dijo Claire con una sonrisa—, pero
supongo que no tiene sentido tomarme tiempo libre porque sí.
Habían pasado dos semanas desde que Nicholas le había hecho la proposición.
Once días y más o menos doce horas habían pasado desde que Claire se había
emborrachado y quedado como una idiota en la isla.
Poco tiempo en comparación con todo el plan en general, y sin embargo parecía
como si hubieran pasado muchas cosas. Enfrascarse en el trabajo de la oficina no le
había servido de mucho para aliviar la confusión ni la preocupación. En la superficie
trataba de mantener una relación profesional, pero el control sólo era superficial.
Todos los sentimientos seguían ahí, en ebullición, amenazando con salir a la primera
oportunidad.
Nicholas también parecía distraído. Más reservado que de costumbre. A veces,
cuando sus miradas se cruzaban, se suavizaba. Pero invariablemente, después de eso
volvía a poner distancia entre ambos.
Había sido así desde que habían regresado de Brandmeire. Al principio Claire
pensaba que estaría disgustado por su comportamiento de la noche pasada, pero
poco a poco se había dado cuenta de que, aunque ella había quedado como una
tonta, los dos habían estado un poco fuera de control ese fin de semana.
Simplemente Nicholas había decidido, al igual que ella, que tenía que dar un
paso atrás. Conseguir un poco de distancia y de control sobre sí mismo y sobre la
situación. El calor seguía latente también en él, pero lo llevaba con cuidado.
Habían salido media docena de veces. A cenar, al teatro. Nicholas incluso había
conseguido asientos de primera categoría en el Sydney Cricket Ground para un
partido entre Australia y los West Indies un sábado. Los dos habían pasado horas
gritando y animando a su equipo.
Claire se daba cuenta de que no habían sido dos semanas fáciles. La única cosa
que Nicholas había hecho era presionarla para que comenzara con los preparativos
de la boda. Ella odiaba tener que hacerle pensar que estaba preparándola cuando en
realidad no lo estaba, pero al menos el tiempo iba pasando. Si Nicholas continuaba
con sus tácticas de alejamiento, quizá pudieran salir airosos de aquello después de
todo.
—Tengo el asunto de la boda bajo control, Nicholas. En serio —dijo ella. Más
mentiras. Odiaba eso. Él la había elegido porque apreciaba su honestidad—. Si no te
importa, preferiría no tomarme más tiempo libre del trabajo por esta razón.
No podría estar escondiéndose en cafeterías para siempre mientras evitaba
hacer los preparativos. Incluso con los cheques de restaurante que Nicholas le había

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dado, no podía seguir comiendo tarta de queso. Al final acabaría cansándose de ella,
o poniéndose como una vaca. Una de dos.
—Es muy amable por tu parte, pero no es necesario.
—Bien. Admito que te he presionado sin dejarte mucha elección —dijo él—. En
mi defensa, he de decir que no sabía que sería tan duro delegar completamente en
otra persona, incluso aunque esa persona seas tú. Estoy acostumbrado a tener el
control, supongo. No me parece apropiado no saber lo que está pasando.
—Esto no es algo de lo que te pueda dar el control —dijo ella—. Por esa razón,
tampoco me controlarás a mí. El matrimonio es una unión, no una absorción. En
cualquier caso, ése no es el tema. Sé que sólo tratas de ayudar, y lo aprecio. Pero a lo
mejor no aprecio tanto el modo de hacerlo.
—¿Entonces estoy fuera de juego? —preguntó él bromeando. Por alguna razón
estaba más relajado que de costumbre, y eso hizo que Claire se pusiera nerviosa.
Suspiró. Parecía que cada vez que respiraba, algo ocurría. Como el hecho de
que Nicholas tratara de ocultar sus deseos de intervenir en los preparativos. A veces
incluso parecía vulnerable al respecto. Y ella seguía deseando saltar sobre él y besarlo
cada vez que lo miraba.
Por no hablar de formar un hogar con él, una familia y, en general, tener un
futuro feliz con él. Eso tampoco ayudaba.
—Bien —dijo Nicholas frotándose las manos—. De hecho tengo buenas noticias
para ti.
—¿Qué noticias? ¿Se ha cerrado el trabajo de Campbell? La última vez que
hablé con John Greaves no tenía mucho que decir al respecto.
De hecho, Greaves se había mostrado evasivo y abrupto. Pero, por la
experiencia de Claire, aquello era típico. Desde que lo había pillado sellando un trato
con un corredor de apuestas, John Greaves se había mostrado desagradable con ella.
El hombre no debía estar tratando sus negocios personales en horas de trabajo,
¿pero quién era Claire para acusar a nadie? Por lo que ella sabía, había sido la única
vez que había ocurrido, y todo el mundo hacía cosas así alguna vez.
—Algo personal —dijo Nicholas—. Tiene que ver con nuestra boda. Algo que
estabas esperando. Si me hubiera dado cuenta de que ibas a venir tan pronto, habrías
podido dar la noticia tú misma.
Oh, no. Sólo había una noticia que había insistido ella en dar en persona. No
podía ser sobre su hermana. Se suponía que Sophie no debía regresar hasta dentro de
un tiempo. Su hermana debía de seguir fuera del país. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Tu hermana ha llamado —dijo Nicholas, confirmando lo peor—. Parece que
ella y el senador han cambiado sus planes y han regresado pronto.
—Yo diría que muy pronto. ¿Pero por qué?

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—Sophie ha dicho que las vacaciones no han resultado ser muy relajantes
después de todo, y que Tom ha decidido hacer su propaganda desde casa. Quizá
hayan tenido una pelea o algo. No me ha dado detalles.
A Claire no le sorprendería algo así. Sophie podía ser muy molesta y, aunque
Tom era normalmente muy paciente con ella, quizás se le estuviera acabando la
paciencia ahora que ya llevaban casados un tiempo.
Claire quería asegurarse de hablar a tiempo con Sophie. Si había problemas,
quería animar a su hermana a hacer lo posible por solucionarlos.
—Oh, bien. Es agradable que Sophie haya vuelto al país.
Trató de parecer satisfecha, cuando en realidad el regreso de su hermana era lo
último que deseaba en ese momento. Y al ver la expresión de satisfacción de
Nicholas, lo supo.
—Se lo has dicho —exclamó ella.
—Cuando se enteró de que no estabas aquí, no quiso esperar. No quería perder
la oportunidad.
«Bien. Esto no tiene por qué ser un desastre», pensó ella. «Decirle a Sophie que
vamos a casarnos no tiene por qué alterar nada. Tenemos un plan. La boda no está
prevista hasta dentro de tres meses y medio. Le diré que va a ser un acontecimiento
discreto y poco llamativo, que no espere nada por todo lo alto. Ya me ocuparé del
resto más tarde».
Sin embargo Nicholas se había sobrepasado en sus funciones. Si se hubiera
quedado callado, ella habría podido pensar en algo para no decirle a su hermana
nada.
—Quería ser yo la que le diera la noticia a Sophie. Tú no la conoces, Nicholas.
No tienes ni idea de cómo…
—¿Reaccionaría ante la noticia? —preguntó él en tono desafiante—. ¿Cómo de
unida estás a tu hermana, Claire? Las dos veces que ha llamado a la oficina he notado
que hay cierta frialdad entre vosotras.
«Sí, porque estoy pagando a su chantajista. Y encima me pregunto si a Sophie
podría importarle menos, por no hablar de la poca atención que presta a los
sacrificios económicos que estoy haciendo», pensó ella.
Sophie era su único pariente, pero eso no la hacía perfecta. A veces los
sentimientos ambivalentes de Claire hacia ella le causaban más pena que la propia
actitud de su hermana.
—Es mi hermana —dijo cruzándose de brazos, pero luego se obligó a
descruzarlos. No quería ponerse a la defensiva—. Te equivocas en esto, Nicholas. Era
cosa mía decírselo a Sophie, y me fastidia que me hayas quitado la oportunidad.
—¿Incluso aunque eso signifique asegurarnos que la mujer del senador se
comporte correctamente con respecto al tema? —preguntó él, y al ver la expresión de
Claire, añadió—. Oh, sí. Parece que el señor senador pensaba que sería una genial

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idea difundir nuestros planes de boda en los medios de comunicación. Con ella como
la voz cantante, claro.
Claire tuvo que contener un gemido. ¿Por qué las cosas tenían que ser tan
complicadas? Se sentía como si estuviera cayendo en una trampa. Si no hacía algo
drástico, y rápido, la situación iba a acabar en desastre. Podía sentirlo.
Nicholas se acercó a su escritorio y se sentó en una esquina.
—Creo que Sophie y yo acabamos entendiéndonos al final. Ya sabe la noticia y
sabe también que es cosa nuestra difundirla ante el gran público. Se hará público.
Monroe's es demasiado conocida como para que no se sepa. Pero al menos podremos
controlar cómo y cuándo.
El pánico amenazaba con sobrepasar a Claire. Las cosas iban demasiado
deprisa. De hecho se suponía que no tenían que moverse en absoluto. Se suponía que
no debía haber ningún cambio ni alteraciones en su plan. Se sentía como si el poco
control que tenía le estuviera siendo arrebatado.
—Sí, bueno, pero me hubiera gustado a mí hablar con ella —se dejó caer en la
silla y luego se puso en pie de nuevo al darse cuenta de que así estaba demasiado
cerca de él. En ese punto, empezar otra vez con el deseo físico habría sido una
catástrofe—. Hay un par de asuntos que quería discutir con ella.
—Tendrás mucho tiempo para verla —dijo Nicholas balanceando una pierna de
un lado a otro, dejando ver su calcetines con formas de pequeños diamantes rojos
estampadas en ellos.
Ella se quedó mirando los calcetines y se preguntó cómo diablos un hombre
podía tener unos tobillos sexys, y cómo una mujer podría apreciar eso con un par de
calcetines así. Pero ella sí podía.
—¿Qué quieres decir?
—Sophie y el senador tienen negocios aquí, en Sydney —dijo él con una sonrisa
mientras se ponía en pie—. Parece ser que estarán por aquí hasta el fin de semana.
—Oh, bien. Qué agradable —dijo ella dando un paso atrás. No era una retirada.
Simplemente quería recoger su bolso. Con un movimiento rápido lo recuperó y lo
metió en uno de los cajones del escritorio—. Entonces supongo que quedaré con ella.
¿Ha dejado el nombre de su hotel?
—Están en el Rorriton —dijo Nicholas acercándose de nuevo, atrapándola entre
el escritorio y la silla—. ¿No crees que sea algo bueno, Claire? ¿Que tú hermana esté
en la ciudad y que tenga el fin de semana libre?
—Eh, supongo que sí —¿cómo podía esperar que pensara correctamente si la
miraba como si quisiera comérsela?
—Nos aprovecharemos de su presencia —dijo él inclinándose hacia delante
para darle un beso en la nuca. Era la primera vez que hacía algo así en el trabajo, por
eso parecía mucho más potente—. ¿Por qué esperar más cuando los dos nos
deseamos? Estamos listos para esto.

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—¿Qué estás diciendo? —preguntó ella. De algún modo, sus manos habían
encontrado el camino hasta el cuello de Nicholas. Él era fuerte, lleno de vitalidad y
poder. Con sus dedos reconoció todo eso y quiso más.
Sus sentimientos le decían que siguiera adelante, que disfrutara tocándolo. Y
por una vez, iba a dejarse llevar.
—Mientras tu hermana esté aquí, nos casaremos —dijo él cerrando los ojos
ligeramente—. Eso es lo que digo.
—Ah, bueno…
Claire siguió acariciándole el cuello, absorta por el movimiento de sus
músculos, hasta que sus palabras calaron en su cerebro. Entonces retrocedió.
Aquello no era un ligero cambio de planes. Aquello era el desastre total.
—¿Qué? No podemos. Acordamos esperar cuatro meses. Hemos escogido una
fecha. Y hay muchas cosas que hacer antes de casarnos.
—Lo sé. Pero te conozco, Claire, y a esa mente organizada que tienes. Estoy
seguro de que ya lo tienes todo bajo control. Estoy seguro de que podremos
conseguir la licencia a tiempo. Si tienes problemas, haré lo que sea necesario. Lo
prometo.
—No —dijo ella negando con la cabeza. No podía permitir que la obligara a
casarse ese fin de semana—. No lo tengo todo tan preparado como para casarme en
dos días. Sería muy injusto por tu parte pedirme eso.
Al ver que no parecía convencido, insistió utilizando todas las armas que se le
ocurrieron.
—Creo que me dejaste organizar la boda porque pensaste que me divertiría. Si
nos casamos este fin de semana, no habría diversión para mí. Será algo precipitado.
¿Es eso lo que quieres?
—No. Y si hubieras estado planeando algo enorme, comprendería tus
preocupaciones. Pero preferiste una ceremonia tranquila y discreta. Supongo que eso
es algo que se puede hacer antes de lo que habíamos previsto.
—Sophie y Tom vendrían a la boda en cualquier otro momento —dijo ella
comenzando a sonar desesperada—. Si insistes en adelantarlo, por lo menos dame un
poco más de tiempo.
Él se cruzó de brazos y levantó la barbilla.
—¿Como cuánto?
—Como dos meses a partir de ahora —de ese modo tendría que apañárselas
para terminar de pagar al antiguo jefe de Sophie dos semanas antes, pero…
—Para esperar dos meses, esperamos a la fecha original que habíamos previsto.
—Exacto —dijo ella decidida a convencerlo ya que él había sacado el tema.
—¿Son los nervios de antes de la boda? No tienes por qué tener miedo. Te
prometo que estaremos bien juntos.

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—Me gustaría celebrar la boda al menos dentro de dos meses.


—No puedo estar de acuerdo.
—Entonces un mes —dijo. No sabía cómo podría solucionar el problema del
chantajista en tan poco tiempo, pero tendría que intentarlo.
—Lo siento —dijo él negando con la cabeza—. No puede ser.
—No estás dispuesto a ceder ni un ápice, ¿verdad? ¿Incluso aunque me hayas
colocado en una situación tan rara?
—Cuando lo pienses mejor, te darás cuenta de que es lo mejor. Míranos. Hemos
estado evitándonos en la oficina desde que regresamos de la isla. Los dos hemos
estado aguantándonos para que las cosas fueran bien. De este modo la espera
acabará. Nos unimos y nuestro entorno de trabajo vuelve a ser normal. Los dos
estaremos mejor.
Todo parecía muy inteligente y racional. ¿Qué iba a hacer ella? Por un momento
pensó que iba a empezar a hiperventilar.
—¡Tranquila! —dijo Nicholas abrazándola—. Parece como si te fueras a
desmayar.
—La comida —dijo ella por poner una excusa—. No he comido.
Excepto el trozo de tarta de queso, el café, la nata montada y esa cosa de
chocolate que ponían encima de la nata.
—He estado muy ocupada.
—No vuelvas a pasar sin comer. ¿Me has oído? Dime que no estás a dieta para
entrar en algún estúpido vestido.
—No estoy a dieta para tratar de ser algo que no soy —dijo ella tocándole la
cara, incapaz de resistirse.
—Entonces quiero verte comiendo algo que hayas encargado de la cafetería en
diez minutos —dijo él, la soltó y se echó hacia atrás—. Cuando tengas algo de
comida en el estómago, discutiremos sobre los planes de boda. Sólo tenemos un par
de días, así que tenemos que ponernos a ello.
—Quiero hablar con Sophie —dijo Claire. Necesitaba un plan. Un plan que le
evitara casarse con ese hombre en dos días—. Creo que al final sí que me tomaré el
resto de esa hora libre para comer.
—Bien. Vete a ver a tu hermana. Date tiempo para aceptar la idea de la boda.
Cuando lo hagas, te sentirás mejor. Te lo prometo.
—¿Eso crees?
No podían casarse. Eso era todo. Él querría compartir la cama, pero no su
corazón. Y ella estaría muñéndose por dentro. No podría vivir así, con un vacío de
afecto en su interior.

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***
—Enhorabuena por tu futura boda —Sophie estaba tumbada en la cama cuando
Claire entró a la suite del hotel Rorriton. Entonces se incorporó—. Me quedé muy
sorprendida cuando Nicholas me lo dijo.
Parecía pálida y agotada, pero tomó una bolsa que había en una esquina y se la
entregó a Claire.
—Es para ti, de Francia. Una marca muy exclusiva, y me ha costado una
fortuna. Pero cuando lo vi supe que era para ti.
—Oh, Sophie —Claire sacó el bolso de seda de su envoltorio y sacudió la
cabeza. Era un detalle por parte de su hermana, pero ese tipo de cosas tan
extravagantes que hacía eran el motivo de que estuvieran metidas en ese lío.
—¿Te gusta?—preguntó Sophie.
Claire miró a su hermana pequeña y trató de ponerse firme. Dejó el bolso en la
cama y dijo algo que no recordaba haberle dicho jamás a Sophie.
—Tengo problemas.
Sophie comenzó a reírse, pero luego se detuvo.
—¿Lo dices en serio?
—Sí —dijo Claire, y comenzó dar vueltas por la habitación—. Hace dos
semanas, sin previo aviso, mi jefe me hizo una propuesta. Un matrimonio sin
sentimientos o volvía a mi antiguo trabajo. Cuando me di cuenta de que hablaba en
serio, tuve que decir que me casaría con él, para ganar tiempo para ahorrar el dinero
y hacer el último pago del chantaje. Fue por ti, Sophie. Tuve que hacerlo por ti. Le
dije que tendríamos que mantenerlo en secreto y esperar cuatro meses para casarnos,
hasta que tú regresaras de tu viaje. Planeaba hacer el pago y luego echarme atrás con
la boda.
—No tenía ni idea —dijo Sophie con la boca abierta—. Pensé que os habríais
enamorado.
—¿Amor? —dijo Claire riéndose—. No. No es amor… pero Nicholas está
decidido a casarse cuanto antes ahora que ya has regresado y te ha dado la noticia.
Está convencido de que la boda será este sábado.
—Oh, dios, Claire —dijo Sophie—. ¿Qué vas a hacer?
—Yo no, Sophie. Tú —dijo Claire. Ella ya había hecho muchas cosas para
ayudar a su hermana. Ahora era su turno—. Tienes que conseguir el resto del dinero
del chantaje. Ya. Así Haynes quedará satisfecho y yo podré anular la boda.
Imaginar cuál sería la reacción de Nicholas le hacía sentir nauseas. Y la idea de
no verlo nunca más la ponía enferma.
—Entregaré mi dimisión. Buscaré otro trabajo, comenzaré de cero —añadió—.
Al menos habrá acabado.

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—Oh, Claire —dijo Sophie haciéndose un ovillo sobre la cama—. Yo te he hecho


esto. Yo fui la que se metió en problemas y luego fue corriendo a pedirte ayuda.
Todo es por mi culpa. Lo siento.
Claire observó la cara de su hermana y se dio cuenta de que estaba realmente
arrepentida. Cuando Sophie se incorporó con los brazos extendidos, Claire se acercó
y la abrazó. Era el primer abrazo que compartían en mucho tiempo, y pudo sentir a
su hermana temblando antes de separarse.
Le dijo a Sophie cuánto dinero necesitaba aún.
—Te daré cada centavo de mi pensión —dijo su hermana—, pero sólo tengo
ochocientos dólares.
¿Ochocientos dólares? ¿Eso era todo? Claire negó con la cabeza.
—Tendrás que decirle a Tom la verdad. Y hacer que te dé el resto. Sé que no
querías que se enterara, pero ya no hay vuelta atrás. Siempre pensé que debías
habérselo dicho desde el principio.
En ese punto Sophie se desmoronó completamente, sollozando como si se le
fuese a romper el corazón.
—No puedo —susurró—. Oh, Claire. Lo he liado todo.
—¿Qué quieres decir?
—Tom y yo… —Sophie tomó un pañuelo de la caja que había junto a la cama y
se secó los ojos—. Nuestro matrimonio no anda muy bien últimamente. Hemos
intentando tener un bebé durante meses. Y ahora, finalmente estoy embarazada. Pero
cuando nos fuimos de viaje me sentí tan desgraciada con ello que supongo que me
consolé más de la cuenta en las tiendas. Tom se puso furioso por la enorme cantidad
de dinero que estaba gastando.
—Oh, Sophie, no —dijo Claire. Ni siquiera quería oír el resto.
—Sí. Eso es lo que ocurrió. Ha dicho que desde ahora va a vigilar cada centavo
hasta que se asegure de que puedo ser responsable. Eso llevó a otras cosas y
acabamos discutiendo de tal manera que decidió poner fin al viaje. Sólo hemos
parado aquí, en Sydney, porque él tenía que hacer unos negocios, y yo apenas lo he
visto desde que llegamos. No me había dado cuenta de lo mucho que lo quiero. Lo
mucho que deseo tener este hijo con él y ser felices juntos.
—Lo comprendo, Sophie, pero…
—Si le cuento lo del chantaje ahora, o le pido más dinero, me dejará. Lo sé —
dijo, y tomó otro pañuelo para empezar a rasgarlo nerviosamente con las uñas—. Sé
que al final tendré que decirle la verdad. Ahora me doy cuenta de que estuvo mal
engañarlo. Pero primero necesito una oportunidad para ponerme a prueba ante él.
—Pero tú eras mi única oportunidad —dijo Claire sintiendo que su mundo se le
echaba encima. Sabía que se había quedado sin opciones.
—Podría intentar vender algunas de mis joyas y mis vestidos —dijo Sophie—.
O conseguir un trabajo y darte parte del dinero.

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—Tom se daría cuenta si empezaran a desaparecer cosas. Y si tú consiguieras


un trabajo, querría saber a dónde iba todo el dinero. Pero gracias por la oferta.
Su hermana al menos se estaba redimiendo. Claire estaba segura de eso. Pero
necesitaría toda su fuerza para poder seguir adelante con la boda.
Parecía como si una tormenta se cerniera sobre ella y no tuviera adonde ir.
Además, y aunque sus circunstancias eran diferentes, ella tampoco podía contarle a
Nicholas la verdad.
Claire tenía que seguir adelante con la boda. Tenía que seguir mintiendo a
Nicholas hasta que hubiera terminado de pagar el chantaje. Y luego tendría que huir.
Se sentía esperanzada con el futuro de su hermana. Pero con respecto a ella
misma, jamás se había sentido tan desamparada, confusa y desolada. La única cosa
que le quedaba para controlar el daño, para proteger su corazón de más dolor, era
asegurarse de que ella y Nicholas nunca hicieran el amor.

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Capítulo 8
El sábado llegó rápido. Antes de que Claire pudiera darse cuenta, ya estaba en
la capilla, frente a Dios y a todo el mundo, consumida por la culpa, a punto de
comenzar con un matrimonio que nunca llegaría a consumarse.
Su regalo final para Nicholas sería una anulación rápida. No era el tipo de
pensamientos que las novias tenían normalmente cuando estaban en el altar.
Era irónico que todo aquello hubiera acabado en un edificio tan bonito. La vieja
capilla tenía una elegancia atemporal que se mostraba en cada detalle arquitectónico.
Los bancos de madera y los ventanales de cristal formaban un escenario perfecto
junto con las docenas y docenas de candelabros que proporcionaban un suave brillo
al lugar.
Con la ayuda de un planificador de bodas muy eficaz y discreto, Claire había
logrado arreglárselas. En la superficie, las cosas parecían ir bien. Incluso ella misma
tenía buen aspecto, con su vestido de satén blanco con encaje francés.
Los amigos y familiares de ambos llenaban unas cuantas filas de la iglesia tras
ellos, sonriendo con benevolencia mientras las cámaras disparaban los flashes. Pero
Claire estaba a punto de intercambiar los votos matrimoniales con el jefe. La idea era
aterradora.
Miró hacia donde Nicholas estaba, a su lado, frente al reverendo. Cada día, su
amor por él era más profundo, y esa era otra de las razones por las que debía
mantener ese matrimonio como algo platónico.
Si quería sobrevivir a eso, no podía permitirse enamorarse más aún, y sabía
que, si hacían el amor, cualquier defensa que le quedara, desaparecería.
Cómo deseaba poder decirle todo eso a Nicholas. Pero él la despreciaría y la
mandaría a paseo, y ninguno de sus problemas quedaría resuelto. Estaba atrapada en
su propia red de mentiras. E iba a ir a peor antes de ponerse bien.
No podía afrontar la idea de que se le iba a romper el corazón. Y, encima, tenía
que luchar contra la atracción que parecía consumirlos a los dos a cada oportunidad.
Nicholas no había mantenido su deseo por ella en secreto. Claire también lo
deseaba. Cada vez que estaban en una habitación juntos, vibraba ante él, con
necesidad y deseo. Y era todo por él.
Y eso sólo era el principio de sus sentimientos. Él decía no estar interesado en
los sentimientos que unen a las parejas, pero para un hombre con un punto de vista
tan cínico, podía ser increíblemente considerado. Eso sólo conseguía que a ella le
importase más.
La verdad era que ella quería que todo aquello fuese real. Quería que fuese
amor lo que brillase en los ojos de Nicholas, no la pura satisfacción. Porque no era
más que eso, satisfacción. Sin embargo, cuando lo miraba a los ojos, veía una
emoción de algún tipo.

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«No. No puede tener sentimientos con respecto a esto. Es sólo deseo, lujuria».
Porque, si no era así, entonces no sólo se exponía a que le rompieran el corazón
de manera brutal, sino que iba a herirlo profundamente a él.
—Por favor, unid vuestras manos —dijo el reverendo, y ellos obedecieron—.
¿Tú, Claire Maree…? —comenzó el reverendo.
El sonido de su pulso en los oídos hizo que el resto de las palabras pasaran
inadvertidas. Cuando los labios del reverendo dejaron de moverse, ella cerró los ojos,
incapaz de mirar a Nicholas mientras daba respuesta a la pregunta que debía unirlos
para siempre.
—Sí, quiero.
—¿Y tú, Nicholas Anthony…?
Nicholas le apretó la mano con fuerza y dijo:
—Sí, quiero.
Su respuesta sonó convencida y satisfecha. Nicholas la miró y un fuego sensual
fluyó entre ellos y los rodeó.
Ella ansiaba poder echarse hacia delante y sentir su cuerpo, para llenar su alma
con la de él y mantenerlo ahí para siempre.
—Puedes besar a la novia —dijo el reverendo.
Nicholas no perdió el tiempo. La tomó en sus brazos y le dio el beso con el que
había fantaseado desde que se había unido a él en el altar. Un beso de calor y
posesión.
Se había convertido en la señora de Nicholas Monroe. Su boca temblaba bajo la
de él. Le hizo falta toda su compostura para no derrumbarse allí mismo cuando
Nicholas apartó los labios y le colocó la mano a la altura de su codo, como había
hecho el día en que habían comido con los Forrester por primera vez.
Quizá no fue malo del todo que tuvieran que encontrarse con todos los
invitados que les daban la enhorabuena en ese momento, o puede que Claire hubiera
dado rienda suelta a su necesidad de llorar como un bebé. O de correr. O quizá de
llorar como un bebé y correr.
Luego vendría todo lo demás. Esa noche. La semana siguiente. Y todos los días
hasta que hubiera terminado de pagar el chantaje. No podía soportar pensar en eso
en aquel momento.
—Enhorabuena.
—Me alegro mucho por vosotros.
—Ven, deja que te dé un beso, cariño. Es muy guapa. Sé que seréis muy felices.
Ese comentario vino de la madre de Nicholas, envuelta en su traje de seda
verde, con múltiples joyas que costaban una fortuna.

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Nicholas se inclinó hacia delante para recibir el beso de su madre en la mejilla.


Parecía agradable con ella, como si hubiera dejado descansar los demonios del
pasado. Pero Claire no se sentía tan misericordiosa.
Puede que ella no hubiera sabido nunca la verdad sobre la deserción de la
madre de Nicholas años atrás si no hubiera compartido un taxi con el hermano
pequeño de éste el día anterior, en el ensayo de la ceremonia.
Miró a Colin en ese momento y se preguntó cómo tres hermanos podían ser tan
diferentes. Colin le había hablado de sus padres, mientras que su propio marido se
había mostrado completamente reservado con ese tema. Y Damon también era
diferente. Distante de un modo que ni siquiera Nicholas podía conseguir.
Y su padre… ella se giró mientras se aproximaba, recibió sus besos en la mejilla
con culpa y respeto a la vez.
—Sé que le cuesta trabajo mostrar sus sentimientos, Claire, pero no te rindas.
Obviamente eres tú la que puede ayudar a desenterrar su corazón del agujero en el
que su madre y yo lo metimos —le susurró antes de alejarse de nuevo.
Claire sacudió la cabeza, sabiendo que no era cierto. Nicholas no le entregaría
su corazón. Lo tenía guardado en algún lugar al que nadie podría acceder jamás. Y
así era mejor. Mejor para él. Cuando ella lo abandonara, no sufriría tanto.
Sophie se acercó a Claire. Tenía mejor aspecto ese día, y Tom estaba de pie tras
ella, con la mano sobre su hombro.
—Rezo para que de algún modo encuentres la manera de ser feliz —le susurró
su hermana al oído—. Te lo mereces.
Si pudiera ser así. A Claire se le empañaron los ojos, pero le dio un abrazo a
Sophie.
—Quiero que sepas que, pase lo que pase a partir de hoy, estoy orgullosa de ti
por intentar cambiar.
—Probablemente siempre seré una derrochadora —admitió Sophie—. Y dudo
que algún día pueda acostumbrarme a la vida doméstica. Pero hago lo que puedo.
La sesión fotográfica fue interminable. Primero posaron con la familia durante
diez minutos, hasta que finalmente se fueron al bar. Luego le tocó posar con Nicholas
para las fotos individuales, y su sufrimiento comenzó de nuevo.
Estar en sus brazos, incluso con los fotógrafos mirando y dando órdenes, era
una auténtica tortura.
Luego le concedieron cinco minutos a la prensa para hacer preguntas, a la
mayoría de las cuales Nicholas contestó sin decir nada realmente.
Cuando terminaron, se unieron a sus invitados en un exclusivo club para tomar
una suntuosa comida de buffet.
Claire tuvo que tomar aliento para tratar de calmarse.
—¿Estás bien? Pareces pensativa —dijo Nicholas.

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—Creo que no aguanto bien a la prensa —dijo ella, aunque no era más que una
excusa para ocultar los sentimientos que llevaban asaltándola todo el día, no sólo
durante los últimos diez minutos, pero Nicholas lo dejó correr, para su tranquilidad.
—Ahora, si mis padres se dejan en paz mutuamente —murmuró él—, creo que
lograremos sobrevivir al resto de la velada.
Sus palabras la sobresaltaron. No había imaginado que pudiera sacar el tema de
sus padres abiertamente. Pero al fin y al cabo, ya estaban casados. Quizá para él algo
hubiese cambiado. A lo mejor pensaba que podía confiar en ella.
—Hemos hecho lo que hemos podido para mantener a todo el mundo bajo
control —dijo ella, aunque gracias a Dios sus palabras no revelaban sus verdaderas
emociones. Lo habían hecho lo mejor que habían podido. Eliminando la típica
comida formal, también habían acabado con los discursitos y demás convenciones, lo
cual dejaba a sus padres fuera de juego.
Sin embargo otras tradiciones no iban a ser tan fáciles de pasar por alto. Antes
de que pudiera prepararse para ello, Claire estaba en brazos de Nicholas, recorriendo
la pista de baile lentamente al ritmo del vals nupcial.
—Hoy te he hecho mía —le susurró él al oído.
¿Cómo iba ella a mantener ese matrimonio de forma platónica hasta que el
chantajista hubiera salido fuera de sus vidas? ¿Cómo iba a negar a Nicholas cuando
lo deseaba tanto?
Comenzó a pensar en lo que habían hecho ese día, en los votos que habían
intercambiado y en lo mucho que deseaba que fueran reales.
—Mía por el resto de nuestras vidas, Claire. ¿Eres feliz?
¿Podía una persona estar feliz y desesperadamente triste al mismo tiempo? Si
sólo aquello pudiese ser real. Si él la amara. Si ella pudiera entregarse a él sin
lamentarlo.
Oh, Dios. Ella no lo amaba, ¿verdad? Ignorando la respuesta a esa pregunta, le
rodeó el cuello con los brazos y se rundió con su cuerpo.
Seguro que al menos durante unos minutos podría tener algo de lo que quería.
Ya habría tiempo después para echarse atrás, para volver a colocarlo todo bajo
control. ¿Cuánto dolor podría soportar en una habitación llena de gente, frente a
todos sus invitados?
—Soy feliz de estar bailando con el hombre más atractivo, sofisticado e
irresistible de esta sala. Eso lo sé.
—Quiero estar a solas contigo —dijo él—. Tenemos que deshacernos de esta
gente cuanto antes y marcharnos.
Aquellas palabras de deseo le produjeron un escalofrío a Claire. Y sirvieron
también como advertencia. Había sido un error tratar de acercarse más. Tratar de
conseguir algo de él y pensar que podría conformarse con sólo eso, cuando lo que
quería hacer era devorarlo entero.

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Levantó la cabeza y sonrió, como si su cuerpo estuviera ardiendo de deseo por


él. Como si no estuviera dejando su corazón expuesto para que él se lo llevara.
—Puede que hayamos conseguido librarnos de los discursos, pero esto sigue
siendo una boda. Hay un par de cosas más de las que tenemos que ocuparnos antes
de marcharnos.
Cosas como separarse para bailar con los parientes, sólo que Nicholas se negó a
dejarla ir. Sus brazos la apretaron con fuerza cuando terminó el vals y otras parejas se
unieron a ellos en la pista para seguir bailando.
Tras veinte minutos en sus brazos, el cuerpo entero de Claire era puro deseo. La
frustración la colmaba por dentro y le hacía sentir dolor. Dolor por ese hombre que
se había convertido en su marido. No había tomado más que media copa de
champán, pero se sentía ebria. Borracha de deseo por Nicholas.
Cortaron la tarta. Una obra de arte de cinco pisos. * Cuando Nicholas le colocó
un pedazo de pastel en la boca, dejó ahí los dedos para recorrer sus labios con ellos, y
Claire cerró la boca para saborearlos, sintiendo cómo su corazón se aceleraba.
Aquello era una tortura intolerable. Pero de algún modo tendría que aguantar,
y esperar a que su corazón sobreviviera al final del viaje.
Temblando por dentro, ella le devolvió el favor, ofreciéndole tarta. Y no supo si
sentirse triunfante o desesperada al ver que el calor subía a las mejillas de Nicholas,
el cual la besó apasionadamente.
Los aplausos y silbidos de los invitados hicieron que se separaran. Nicholas le
tomó la mano y la condujo entre la multitud, deteniéndose para hablar con unos y
con otros.
Cuando llegó el momento de lanzar el ramo, Claire rompió una vez más con la
tradición. Caminó hacia su hermana y se lo entregó.
—Ya estás casada, pero eres mi única familia. Quiero que tengas esto.
Sophie sonrió mientras los otros invitados sonreían con aprobación. De pronto
Nicholas tomó a Claire en brazos y la colocó en una silla cercana, donde procedió a
quitarle la liga del muslo.
Todo ocurrió muy rápido. Él con su espalda la tapaba frente al resto de
invitados, pero sus escalofríos siguieron produciéndose incluso después de que le
quitara la liga y se la tirara a uno de sus hermanos. Estaba tan consumida por la
frustración y la necesidad, que ni siquiera se dio cuenta de quién recibía la liga.
—Tengo que cambiarme —dijo tratando de sonreír a Nicholas.
—Si no quisiera conservar ese vestido intacto, te ofrecería mi ayuda. Pero temo
que acabaría rasgándolo, en vez de tener la paciencia necesaria para quitártelo
correctamente.
Claire se alejó a toda prisa, rechazando la ayuda de Sophie para cambiarse. Pero
cuando estuvo sola, lamentó la soledad que le proporcionaba tanto tiempo para
pensar.

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Mientras se quitaba el precioso vestido, la culpa la bombardeó de nuevo. Se


había gastado mucho dinero en esa boda. La noticia de su enlace sería conocida en
toda Australia al día siguiente. Cuando ella dejara a Nicholas, él tendría que
enfrentarse a las consecuencias.
Y nada de eso incluía lo que ocurriría cuando abandonasen aquel lugar y se
encontraran a solas los dos.
Ella había hecho todo eso por el bien de su hermana, había elegido la mejor de
dos opciones malas. Al menos Sophie tenía una oportunidad, pero eso no hacía que
la perspectiva del resto del día fuese mejor para Claire.
Vestida con un traje de ceremonia rosa pálido, se quedó quieta, tratando de
conseguir la seguridad necesaria para enfrentarse a lo que quedaba de recepción.
En ese momento entró Nicholas, con pantalones negros y camisa azul, lo cual
demostraba que él también se había cambiado. La miró de arriba abajo antes de
agarrarla del brazo con fuerza.
—Creo que ya has acabado aquí —y sin más la sacó de la habitación hasta la
recepción y luego fuera.
El silencio reinaba mientras conducían hacia casa. Claire tenía dudas de si
habría podido hablar en cualquier caso. Lo miró en la oscuridad. ¿En qué estaría
pensando? ¿Qué le pasaría por la mente en ese momento?
«Sexo», pensó ella. «Es vuestra noche de bodas y todavía no os habéis acostado.
¿En qué crees que estará pensando?».
Lo cual dejó a Claire con el mismo dilema que la asaltaba desde que Nicholas
había declarado su intención de seguir adelante con la boda. Tenía que convencerlo
de que no podía consumar aún ese matrimonio.
Todavía estaba ensayando su discurso sobre el tema cuando llegaron. Tras
llegar a la puerta principal de la casa, Nicholas desactivó la alarma y ella abrió la
boca para empezar a hablar.
Sin embargo no le salieron las palabras. Sólo una especie de gemido de terror
mientras Nicholas la tomaba en brazos y cruzaba el umbral con ella.
Ella había colocado los brazos automáticamente alrededor de su cuello. Estar
suspendida en el aire de ese modo era agradable. Un buen recibimiento tanto para su
corazón como para sus sentidos. Contra su voluntad, apretó los brazos y ése pareció
ser el único estímulo que Nicholas necesitaba.
Cerró la puerta de una patada, la bajó al suelo y la besó con ansia. Por un
momento ella simplemente se dejó llevar. Sus labios la saborearon. Sus lenguas se
encontraron y enredaron.
Claire notó que él estaba temblando, y otra parte de ella quedó perdida para
siempre. Entonces, las manos de Nicholas parecían estar en todas partes. Tocándole
la cara, acariciando sus hombros, deambulando por su espalda, sus caderas,
acercándola más a él, hasta que ni siquiera un susurro hubiera cabido entre ellos.
—Claire… Claire —dijo él—. Me dejas sin aliento.

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Claire se fundió contra su cuerpo y, ¿quién sabe lo que habría ocurrido si la


sensación del aire frío y las manos calientes sobre su piel desnuda no la hubieran
hecho reaccionar? Si no la hubiera hecho darse cuenta de que Nicholas no sólo le
había bajado la cremallera del vestido, sino que ella debía de haberle desabrochado la
camisa primero, porque estaba abierta y ella tenía las manos sobre su pecho desnudo.
—¡Ah! —exclamó ella, y apartó las manos como si se hubiera quemado. Se
quedó mirándolo con la boca abierta mientras luchaba por recuperar el control.
Nicholas tenía el pelo revuelto y la cara sonrojada por el deseo. Antes de perder
el último ápice de control que había conseguido recuperar, Claire se separó de su
abrazo y se echó hacia atrás.
Él dio un paso al frente y luego se detuvo.
—¿Qué ocurre, Claire?
—No puedo —dijo ella, olvidando su tan bien ensayado discurso sobre llegar a
conocerlo mejor, de tener todas esas semanas que se le habían negado con el
adelantamiento de la boda—. No podemos hacer esto.
—¿No podemos hacer qué? A mí me parece que íbamos bien. ¿Preferirías irte ya
al dormitorio? ¿Ése es el problema? Si es así, a mí me da igual. Habríamos llegado ahí
tarde o temprano.
—¿Ah, sí? —preguntó ella. Habría jurado que iban a terminar consumando su
matrimonio allí mismo, pero ése no era el tema—. No se trata del escenario. Me
refería a que no podemos hacer el amor.
Por fin. Una frase completa con una articulación real.
—¿Por qué no? ¿Se trata de algún tipo de juego? —preguntó él con frialdad.
—No es un juego. Simplemente no puedo acostarme contigo, eso es todo —dijo
ella, y tomó aliento para explicarse.
—¿Tienes la regla?
—No. No es eso —dijo ella. Podía haber mentido. Podría haber dicho que
estaba con la regla y no podía soportar la idea de tener contacto íntimo durante ese
tiempo. No habría sido cierto y, además, ¿qué le habría proporcionado? Unos pocos
días y otra mentira más que añadir a la lista.
—Necesito más tiempo para llegar a conocerte. Ya te expliqué que…
—Eso era antes de convertirnos en marido y mujer —dijo él con furia—. Eso era
antes de hoy. Antes de que prácticamente me rogaras que me acercara. No hay
necesidad de esperar más, Claire. Lo sabes. Yo lo sé. ¿Cuál es la verdadera razón?
¿Qué es lo que deseas? ¿Qué pretendes? ¿Dinero? ¿Promesas? ¿Regalos caros? ¿Qué?
Claire se olvidó de sus argumentos. Se olvidó de todo salvo del dolor que la
llenó por dentro.
—Nunca trataría de sacarte dinero. No puedo creer que hayas sugerido
semejante cosa.

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—¿Y qué otra cosa debo suponer? Tienes un modo muy raro de mostrar tu
compromiso con tu nuevo marido, has de admitirlo.
—Y sin embargo es extraño que mi marido me acuse de querer sacarle dinero —
exclamó, y de pronto las joyas que le había regalado pasaron por su mente. ¿Acaso la
estaba comprando ya entonces?
De pronto se sentía incapaz de hablar. Si no salía de allí rápido, se derrumbaría.
Y no podría soportar que él lo viera.
—Estoy cansada —dijo ella mirando hacia las escaleras—. He pasado las
últimas cuarenta y ocho horas más horribles que recuerdo, preparando la boda que
tú insististe en adelantar en meses. Me voy a la cama. Sola. En una de las
habitaciones libres.
—Claire —dijo él a modo de advertencia.
Claire vio que Nicholas estaba apretando los puños, pero no se quedó a ver lo
que hacía después. Corrió escaleras arriba, agarró una de sus bolsas de la habitación
principal y corrió a otra de las habitaciones, cerrando la puerta tras ella.
Sólo entonces le dio rienda suelta a su agonía. Se tiró sobre la cama y dejó que
las lágrimas fluyeran. Puede que fuese una farsa de matrimonio, pero eso no
significaba que las palabras de Nicholas no pudieran hacerle daño.

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Capítulo 9
Claire se despertó con el aroma del café recién hecho y con un sentimiento de
premonición en el fondo de su estómago. Los recuerdos de la noche anterior
aparecieron en su cabeza y se tapó la cara con la almohada emitiendo un gemido.
Lo había liado todo. ¿Qué pensaría Nicholas de ella después de aquello? ¿Cómo
iba a mirarlo a la cara después del modo en que se, habían separado? Aquello era
mucho peor que su comportamiento en la isla de Brandmeire.
Y encima había mucho más en juego. A pesar de las advertencias de Nicholas,
ella estaba implicada emocionalmente hasta los ojos.
—Ignorarlo no hará que desaparezca —murmuró bajo la almohada—. Te
quedan dos meses y medio antes de que puedas pagar al chantajista y anular el
matrimonio, y no puedes pasar todo ese tiempo metida en esta habitación. Tarde o
temprano tendrás que enfrentarte a él.
Levantó la almohada. De hecho la casa estaba muy tranquila. Quizá él hubiera
preparado café y luego se hubiera marchado a algún sitio. Miró el reloj de la mesilla
de noche.
Eran las ocho de la mañana del domingo. ¿Estaría Nicholas en casa?
—Por favor, que haya salido.
Entonces sonó un golpe en la puerta y ella dio un brinco en la cama. Era
demasiado esperar.
—¿Claire? Ponte algo encima y ven a desayunar. Tenemos que hablar.
El efecto de esa voz profunda en sus terminaciones nerviosas no fue menos
fuerte que el día anterior. Sólo que ahora temía las reacciones que él pudiera tener.
Por mucho que quisiera quedarse allí tumbada e ignorarlo, sabía que sería una
pérdida de tiempo. Salió de la cama y se dirigió hacia su bolsa.
—Dame unos minutos.
Él murmuró algo a través de la puerta cerrada y luego se alejó. Claire escuchó
entonces el sonido de una sartén en la cocina. Buscó en su bolsa y encontró unos
pantalones blancos y una camiseta azul.
El resto de sus posesiones estaban en otra de las habitaciones esperando que
ella diera instrucciones. Su antiguo apartamento ya estaba cerrado y había entregado
las llaves. Cuando se marchara de allí, estaría sin casa y, además, sin trabajo. Otro
problema en el que no quería pensar.
Dos minutos después apareció bajo el marco de la puerta de la cocina y vio a su
marido colocando unas tortillas en los platos. Tenía un aspecto muy doméstico pero
arrebatador, con el pelo echado hacia atrás como si se hubiera pasado los dedos por
él múltiples veces.

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Claire sintió una punzada en el corazón. Una punzada por la vida compartida
con Nicholas que tanto deseaba y que no tendría. Esas pocas semanas serían todo lo
que ella podría tener de él, y por lo que parecía, no iban a ser muy agradables.
Cuando Nicholas se dio la vuelta para llevar la comida a la mesa, Claire se
apartó del marco de la puerta y entró en la sala.
—Buenos días —dijo ella mirándolo a la cara, buscando alguna pista de su
estado de ánimo. Estaría furioso con ella, claro. Tenía todo el derecho a estarlo. ¿Pero
qué más sentía? ¿Habría conseguido implicar sus emociones en ese asunto? ¿O estaba
tratando de mantenerse distante, como había dicho que haría?—. Las… las tortillas
huelen muy bien.
—Siéntate. Es mejor comerlas calientes —dijo él, dejó la comida en la mesa y se
volvió para llevar la jarra de café, la leche y el azúcar.
Claire observó sus movimientos seguros y se fijó en sus manos. Quería esas
manos sobre ella, acariciándola y calmándola.
El altercado de la noche anterior había puesto punto y final a una posible
tranquilidad, y tenía que asegurarse de que las caricias tampoco sucedieran. Aunque
era mejor así, no se sentía cómoda con la idea.
Tras sentarse, Nicholas le sirvió el café y se lo entregó. Ella añadió un poco de
leche y esperó que él no notara el temblor de su mano.
—¿Te sientes mejor esta mañana? —preguntó él con decisión—. Creo que nunca
te había visto perder tu aplomo de esa manera.
—Lo siento. Sé que estás enfadado.
—Estaba enfadado anoche, lo admito. Era mi noche de bodas y planeaba
pasarla haciendo el amor con mi mujer. No escuchándola dar vueltas en la cama en
una habitación al otro lado del pasillo —dijo, y dio un sorbo de café antes de dejar la
taza—. Sea cual sea tu problema, Claire, quiero que se solucione. Tenemos un
matrimonio del que ocuparnos. O me dices cuál es el problema y lo arreglamos
juntos, o me dices que el problema está resuelto. ¿Cuál es tu respuesta?
—No tienes mucha paciencia, ¿verdad? Y anoche me acusaste de intentar
manipularte.
Ella no pretendía sacar la acusación. Al fin y al cabo le había hecho muchas
cosas de las que no se sentía orgullosa.
—Quizá debieras olvidar que dije eso.
—Quizá no debería.
—Si estabas demasiado cansada para hacer el amor anoche, yo lo habría
comprendido. No soy un monstruo.
Claire quería estar entre sus brazos en ese momento, recibiendo su confort, su
perdón y su cobijo. Pero sabía que todo eso los llevaría a hacer el amor.

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—No puedo acercarme tanto a ti. Yo… —se detuvo, horrorizada de que hubiera
estado a punto de decir toda la verdad. Que si dejaba que hicieran el amor, ya nunca
podría ser capaz de convencerse a sí misma de que no estaba enamorada.
—Es imprescindible que te acerques a mí —dijo Nicholas tras terminar de
comer—. Y puedes demostrar tu voluntad esta misma mañana viniendo conmigo. He
recibido una llamada de los Forrester. Parece que Jack está por fin dispuesto a
tomarse en serio el negocio. Quiere hablar de ello hoy.
—Eso es genial —dijo ella tratando de moderar su entusiasmo mientras se
preguntaba qué derecho se creería que tenía Jack Forrester para demandar la
presencia de Ñicholas el día después de su boda.
Pero por otra parte, los Forrester habían asistido a la boda. Quizá Nicholas les
hubiera dicho que no iba a haber luna de miel.
—Espero que salga algo bueno de esa reunión. Me encantará ir a la oficina
contigo.
—En realidad Jack y su mujer nos han invitado a pasar el día con ellos en su
yate en alta mar. Nos vamos en cuanto terminemos de desayunar —dijo él, y al ver
que Claire no contestaba, le tomó la mano y dijo—. Nos hará bien salir fuera.
Le estaba dando una segunda oportunidad. Tratando de ser agradable.
—Yo no iré —dijo ella, y miró el cielo gris—. Y no creo que tú debas ir tampoco.
—¿Intentando manipularme, Claire?
—No. No quería decir eso. Sabes que no me gusta el océano.
—Ya superaste eso —dijo él—. Hoy vendrás conmigo. Insisto.
—Y yo insisto en que no. No se trata de ir o no en un yate contigo. Se trata de
acostarnos juntos, y no he cambiado de idea. Me debes el derecho a no acostarme
contigo hasta que no haya pasado la fecha original de la boda.
—Eso es una estupidez.
—Lo creas o no, así es como va a ser.
Por un instante se quedaron mirándose el uno al otro. Entonces él se levantó y
salió de la habitación. Momentos después, la puerta principal se cerró de un portazo.

Cuando el viento arrancó el picaporte de la puerta de las manos de Nicholas


aquella noche, cerrándola de un portazo mientras la lluvia seguía cayendo a mares,
Claire corrió hacia él asustada.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? He estado muy preocupada.
Nicholas la miró. Se habían separado enfadados. Algo que él había lamentado
poco después. En ese momento, su preocupación lo reconfortaba de algún modo.

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Cualquier reminiscencia de ira desapareció de su mente, dejando paso al deseo


de abrazarla y reconciliarse con ella.
—La cosa se puso bastante mal ahí fuera. Nos llevó un tiempo volver a meter el
yate en el puerto.
—Estás herido —dijo ella mirándole el brazo.
—No es nada. Sólo un arañazo.
—¿Cómo te atreves a llamarlo un arañazo? —preguntó ella indignada—.
¿Cómo puedes ser tan irresponsable con tu vida? Podrías haberte matado.
—Eh, no ha sido tan malo.
—Sí ha sido tan malo —dijo Claire con los ojos llenos de lágrimas—. Podría
haberte perdido.
En ese momento Nicholas vio dos cosas muy claras. Una: que, a pesar de que su
mujer se negaba a compartir la cama con él, se preocupaba por él. Lo suficiente como
para haber estado tremendamente preocupada a causa de la tormenta. Y dos: que él
se preocupaba por ella. Más de lo que había pensado que pudiera ser posible.
Oh, nada de amor. Se negaba a considerarlo así. Pero le importaba. Y saber que
a ella también le importaba él, le hacía sentirse mejor. Quería reconfortarla, olvidar
las últimas veinticuatro horas y empezar otra vez. Esperaba que pudiera ser posible.
—Siento que hayas estado preocupada. Debí haberte llamado cuando regresé a
tierra. Supongo que no imaginé que pudieras…
No siguió hablando porque Claire se había lanzado entre sus brazos y la
abrazaba con fuerza, apretando la cara contra su camisa mojada.
—No vuelvas a hacerme eso —dijo ella, y se separó el tiempo justo para
colocarle los puños en el pecho antes de volver a abrazarlo—. No podría soportar
perderte a ti también.
—No me has perdido —dijo él levantándole la cara con la mano en su
barbilla—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti, Claire. Por siempre jamás —
añadió, y la besó en la boca, saboreando sus lágrimas y su miedo.
Reconfortarla era algo imperativo. Nunca nada había importado tanto. Más
tarde ya se detendría a pensar en eso. Por el momento se limitó a besarla y a
apretarla contra su cuerpo para sentir su cercanía.
Estuvieron así un rato hasta que Claire se separó.
—Quiero curarte el corte del brazo —dijo ella—. No debería quedarse así.
—Bien —dijo él—. En cualquier caso, debería quitarme la ropa mojada.
—Ven arriba. Probablemente estarás helado. Deberías darte una ducha caliente
para entrar en calor.
—Entro en calor sólo con abrazarte —dijo él, y ella lo miró extrañada—. Toca
mi piel. ¿Te parece que esté fría? Me calientas por dentro, Claire, quieras admitirlo o
no.

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Ella se sonrojó y murmuró algo en voz baja.


—¿Qué has dicho? —preguntó él mientras la seguía escaleras arriba, sin dejar
de mirar sus nalgas moviéndose al ritmo de sus pasos—. No te he oído.
Claire se dio la vuelta y lo pilló mirándola. Se sonrojó más y, en esa ocasión,
Nicholas pudo ver el deseo en su expresión.
—He dicho que, entonces, iremos a curarte el brazo. Puedes saltarte la ducha.
El espacioso baño parecía más pequeño con ellos dos dentro. Nicholas le pidió a
Claire que fuera a por ropa seca y se desnudó en su ausencia, frotándose el cuerpo y
el pelo vigorosamente hasta que estuvo seco del todo. Acababa de colocarse una
toalla alrededor de la cintura cuando ella regresó.
Claire abrió mucho los ojos, pero simplemente le ofreció la ropa y empezó a
buscar por los armarios algún antiséptico.
Tras curarle la herida, Claire comenzó a recoger las cosas, pero él detuvo sus
movimientos colocándole una mano en el brazo.
—¿Qué es lo que te daba tanto miedo esta noche? Ya hemos estado antes en el
trabajo, juntos con tormenta. Nunca había parecido preocuparte tanto. Dijiste que no
podrías soportar perderme a mí también. ¿A quién más has perdido?
—Mis padres tomaron un barco un día y quedaron atrapados en una tormenta
similar a ésta. Se ahogaron en el mar. Fue hace mucho tiempo, pero desde que
ocurrió no he sido capaz de librarme de mi aversión a las aguas profundas. Sólo
pude olvidarlo un poco el día de la isla contigo.
—Vaya, Claire. Lo siento —dijo él. Sabía que sus padres habían muerto. Debería
haber hecho la asociación. ¿Por qué nunca le había preguntado por ello? Explicaba
muchas cosas, y le hacía darse cuenta de lo estúpido que había sido—. Y yo te
obligué a nadar en el mar y luego traté de convencerte para que hoy vinieras
conmigo. Perdóname.
Cuando ella lo miró a los ojos con aceptación y confianza, el deseo lo inundó
por dentro. Dijo su nombre y estiró los brazos. Tendía que abrazarla para que Claire
llegase a pertenecerle y nunca se marchara.
—Bésame, Claire.
Sus bocas se juntaron y sus cuerpos se fusionaron en un contacto profundo y
urgente.
Claire le agarró la camisa y comenzó a quitársela mientras él la conducía hacia
el dormitorio. Sus movimientos eran como un baile acalorado de bocas y miembros.
Cuando ella le tocó el pecho con las manos, Nicholas se olvidó por completo de la
tormenta. Tomó aliento y buscó en sus ojos la seguridad de que realmente quisiera
hacer eso.
Y estaba allí. El deseo. El permiso. La aceptación. La confianza. ¿El amor?

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Su corazón dio un brinco ante tal perspectiva. Entonces le levantó la camisa


para sacársela por encima de la cabeza. Ella lo ayudó, siguiendo después con su
sujetador.
—Eres preciosa. Perfecta. Te deseo tanto.
Sus bocas se fusionaron una vez más. Y entonces encontró a la otra Claire. La
otra en la que había estado pensando. La que se olvidaba del control y se dejaba
llevar por el momento.
Nicholas se sintió satisfecho del descubrimiento y, poco después, tenía a su
mujer desnuda, tumbada en su cama junto a él.
—Eres un regalo para mí —dijo Nicholas.
El cuerpo de Claire ardía. Y cada parte de su cuerpo pedía lo mismo. Deseaba a
Nicholas. En ese momento. Quería aprovechar esa oportunidad para entregarse a él y
no guardarse nada. Amarlo con todo su cuerpo, su corazón y su alma. «Por esta
noche soy suya y él es mío».
Cualquier otro pensamiento racional la abandonó mientras levantaba los
brazos, rindiéndose ante él.
—Hazme el amor.
—Voy a amarte hasta que te duela —dijo él deslizando las manos por sus
costados, bordeando su cintura y la curva de sus caderas.
—Ya me duele —dijo ella riéndose—. No puedo pensar en nada más.
La sonrisa de Nicholas era triunfante y tierna, y muy dulce. Le producía
cosquilleos en el estómago.
Nicholas comenzó entonces a colmar de atenciones cada pequeña parte de su
cuerpo, hasta que no quedó un solo centímetro que no hubiera sido reverenciado.
Su ternura era un contraste directo con la furia de la tormenta de fuera. Claire
intentó salir del remolino en que la estaba sumiendo para poder adorar su cuerpo del
mismo modo, pero enseguida él la detuvo.
—La próxima vez —dijo Nicholas con una sonrisa—. Quiero hacer que esto
dure. Que sea especial. Si me tocas de ese modo, no te prometo que pueda
controlarme.
Aquella admisión le produjo algo a Claire. Con un gemido de deseo, ella se
arqueó invitándolo. Fuera lo que fuera lo que quisiera hacer con ella, ella también
quería. Así que comenzó a repetir la misma letanía en susurros entrecortados. Hazme
el amor.
Mientras la tormenta descendía, su pasión aumentaba. Hacer el amor con
Nicholas era la experiencia más exquisita de su vida. Cuando él alcanzó el clímax
dentro de ella, Claire se agarró con fuerza a sus hombros, aún absorta en su propio
placer y con los ojos llenos de lágrimas.
Él la miró por un momento y le secó las lágrimas con besos. Aunque estaba sin
aliento, con los brazos temblando, tumbado sobre ella, volvió a sonreír de nuevo.

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—Gracias por la más memorable y dulce experiencia de mi vida.


Pareció que iba a decir más, pero se detuvo, y simplemente bajó la cabeza y la
besó en el cuello.
En ese momento el corazón de Claire abandonó su cuerpo y se posó en
Nicholas. Ella nunca volvería a ser la misma.
—Gracias, Nicholas —dijo acariciándole la espalda sudorosa. Ansiaba decirle
que lo amaba, pero no podía decir esas palabras. En vez de eso, se lo dijo con su
tacto, con el roce de su boca sobre su piel.
Se quedaron dormidos el uno en brazos del otro, sus cuerpos unidos en la
oscuridad, mientras, afuera, la tormenta cesaba por completo.

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Capítulo 10
El trabajo. La panacea para todos los males. O eso decían. Claire estaba inmersa
en él a las siete y media de la mañana del lunes. Pero no había conseguido el efecto
de anestesia que deseaba.
Cada vez que se giraba y veía la oficina vacía de Nicholas, pensaba en cómo
habían hecho el amor la noche anterior. Cada vez que la lluvia golpeaba con fuerza
las ventanas de la oficina, recordaba su aroma en su piel cuando había llegado
empapado de la tormenta, y cómo la había tocado, casi como si la amara. Pero eso
entraba dentro de los límites de la fantasía, un lugar al que no tenía intención de ir.
Tenía que afrontarlo. Su vida personal era un desastre. ¿Por qué si no había
salido de casa tan pronto ella sola? Y ahora encima tenía que ocuparse de asuntos de
trabajo. Nicholas se pondría furioso cuando descubriera lo que estaba ocurriendo con
la instalación de Campbell, pero había que decírselo. Y cuanto antes, mejor.
Se quedó mirando el teléfono. Había esperado tener un poco de tiempo para
ella antes de tener que enfrentarse a él, pero todo había cambiado. Necesitaba hablar
con él, y no había sido capaz de despertarlo.
Descolgó el teléfono y probó de nuevo. Saltó el contestador. Otra vez. Ya había
dejado un mensaje antes. Colgó y se quedó sentada con los ojos cerrados y la cabeza
echada hacia adelante, con los codos apoyados sobre la mesa mientras se masajeaba
las sienes con los dedos.
«No deberías haber hecho el amor con él», se decía a sí misma.
Genial. La voz de su conciencia había vuelto a la vida. Se habría librado de ella
durante, ¿cuánto? ¿Un minuto?
«Bien. Sé que he cometido un error, pero también sé lo que tengo que hacer
ahora. Mantendré la distancia con Nicholas hasta que haya terminado de pagar al
chantajista, y luego me iré».
Era muy fácil decirlo, pero no tenía ni idea de cómo iba a conseguirlo.
No oyó el ascensor llegar, ni las pisadas aproximarse antes de que Nicholas
entrara en su despacho.
—Entra, Claire. Háblame del problema con Campbell —dijo él, dejó su maletín
en una de las sillas y se sentó en la que había frente a su escritorio.
—¿Has recibido mi mensaje?
—Estaba en la ducha cuando llamaste. Te has marchado muy pronto esta
mañana. Esperaba encontrarte aún a mi lado cuando me despertara. ¿Es éste el
archivo? Dime lo que ha ocurrido mientras le echo un vistazo.
—Bien —dijo Claire, ansiosa por meterse con los negocios, sobre todo si
significaba poder evitar esa mirada—. ¿Sabes que John Greaves se ocupa de esa
cuenta? Lo he llamado a casa también y le he pedido que venga cuanto antes.
John Greaves no había sonado particularmente cooperativo.

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—No le he dicho la razón, sólo que querías verlo cuanto antes.


—John examinó todos los lugares la semana pasada y no me entregó un
informe de todos ellos. Dijo que los sistemas estaban listos para funcionar.
—Por desgracia había un error —dijo Claire, y explicó el problema lo más
concisamente posible—. Todo fue bien al principio. Ocurrió cuando el grupo
Campbell cambió los sistemas para la seguridad del fin de semana. Los problemas
comenzaron a producirse en un lugar y luego en otro.
—¿Por qué no contactaron con nosotros? ¿Por qué mi propia gente no me dice
que hay problemas?
—Los Campbell dicen que han estado en contacto con John, y con nuestros
empleados de seguridad.
—¿Sí?
—Nuestros empleados dicen que recibieron instrucciones para decírselo sólo a
John Greaves.
Nicholas apretó un botón de su interfono, y dijo:
—John. Me alegra que hayas llegado. Ven cuando puedas, por favor —hizo una
pausa—. Sí, ahora está bien.
Claire se levantó para abandonar el despacho.
—Por cierto —dijo él.
—¿Sí?
—Tú y yo también tenemos que discutir de algo —dijo él con mirada de halcón.
Claire sintió un escalofrío—. Pero tendrá que esperar hasta que este otro problema se
resuelva.
—Bien. Entonces seguiré trabajando —dio ella tratando de parecer calmada,
aunque por dentro estaba temblando.
Después del sexo de la otra noche, se sentía incapaz de hablar de cualquier cosa
que tuviera que ver con su relación. Él le había proporcionado una experiencia
maravillosa. Iba a tener que durarle toda la vida. Y esa idea le partía el corazón.
Claire estaba tratando de ser fuerte, pero se sentía rota por dentro. Arrancada
de todos sus mecanismos de defensa. Necesitaba tiempo para recuperar sus recursos
de nuevo, y sin embargo parecía que sólo iba a disponer de unos minutos.
John Greaves estuvo con Nicholas durante casi una hora. Claro que Claire no se
sintió mejor con ese tiempo para ella. Sus pensamientos simplemente se movieron en
círculos, yendo a ninguna parte.
A veces escuchaba la voz alterada de John tras la puerta de Nicholas, pero en
ningún momento escuchó la de Nicholas. Ese hecho la preocupó más que si hubiese
estado gritando todo el tiempo.

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¿Adoptaría ese tono frío cuando hablase con ella? ¿Iría a decirle que su periodo
de abstinencia ya había terminado y que esperaba poder disfrutar de su cuerpo cada
vez que quisiera?
«No es un bárbaro».
No, pero era fuerte, decidido y, cuando quería, era muy difícil resistirse a él.
Cuando John Greaves salió del despacho, Claire lo miró brevemente y luego
siguió con su trabajo. Pero con esa breve mirada, vio su cara pálida y su boca seria.
Obviamente la reunión no había ido bien.
Nicholas hizo un par de llamadas antes de llamarla a su despacho. Se preparó
para lo peor.
En vez de la ira que esperaba, él simplemente se levantó y la abrazó, hundiendo
la cara en su pelo y quedándose así durante un rato antes de soltarla.
—Quería asegurarme de que no tienes ningún problema esta mañana, pero no
hay tiempo. Tengo que irme, Claire. El asunto de Campbell es urgente, y confío en ti
para que te ocupes de todo mientras yo estoy fuera.
—¿Qué quieres que haga? ¿Qué ocurre con John Greaves?
—Está despedido. Hay pocas cosas que no soporto en esta vida, pero la mentira
encabeza la lista. Es inexcusable. Greaves sustituyó algunos de los componentes de la
obra de Campbell por materiales inferiores —dijo, y su voz siguió inflexible mientras
enumeraba los errores de Greaves—. Luego se guardó para sí la diferencia de los
costes. Cuentas con corredores de apuestas, al parecer. Me había mentido a la cara en
innumerables ocasiones. Y el hombre se lamenta de que lo hayamos pillado, pero no
muestra verdadero remordimiento.
Cada palabra que pronunciaba se clavaba como una uña en el corazón de
Claire, porque era como si estuviera describiendo su propio comportamiento hacia
él. Abrió la boca, pero no supo qué decir.
—Lo único que me podría tranquilizar ahora —prosiguió Nicholas—, es no
tener que verlo más.
—Lo siento, Nicholas.
—Normalmente se me da mejor controlar mi furia —dijo él—. Pero hablar
contigo es tan fácil que me olvido de todo.
—Nicholas, tengo que decirte que…
—Éstas son las cosas que quiero que hagas —dijo él al mismo tiempo, y
entonces se detuvo—. ¿Tienes algún problema?
—No —dijo ella negando con la cabeza. Era demasiado tarde para confesar.
Menos mal que la había detenido antes de que fuera demasiado lejos—. No, no tengo
ningún problema, excepto que quiero ayudarte a solucionar lo de Campbell. Dime lo
que tengo que hacer mientras estés fuera.
Le dio una lista que la mantendría ocupada durante días.

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—No te llamaré —dijo él tras darle un beso—. Los dos estaremos ocupados y
será mejor que yo me concentre en solucionar las cosas y regresar, pero me llevaré el
recuerdo de haber hecho el amor contigo. Espero que tú también.
Ella cerró los ojos y presionó la cara contra su pecho, sobrecogida porque su
corazón estuviera tan lleno y a la vez tan destrozado.
—Nunca lo olvidaré.
Nicholas se quedó quieto durante un momento y finalmente la soltó y miró su
reloj.
—Tengo que irme.
—Sí —dijo Claire tras tomar aliento—. Buena suerte. Haré lo que pueda con lo
que me has dado.
—Claire, cuando vuelva…
—Instalaremos un jacuzzi en el balcón —dijo ella tratando de sonreír, pero
jamás se había sentido tan vulnerable—. Y nos ocuparemos de las flores de tu jardín.
Seguiremos adelante con nuestro matrimonio de cuento de hadas.
¿Por qué había dicho eso?
—Sí, lo haremos —dijo él tras dudar un instante. Metió unos documentos en su
maletín y dejó la oficina sin mirar atrás.
El teléfono sonó minutos después de que se hubiera marchado. Pensando aún
en su marido, Claire descolgó.
—Aquí Claire.
—Tienes una llamada por la línea uno —dijo la voz de la recepcionista.
Ojalá no fuera algún vendedor telefónico otra vez. Las recepcionistas ya habían
sido informadas de que tenían que filtrar las llamadas correctamente.
—Oficina del señor Monroe —dijo ella tras apretar el botón—. Claire al habla.
—Qué agradable es escuchar tu dulce voz.
Haynes. A Claire se le pusieron los pelos de punta.
—¿Qué quieres? ¿Cómo has conseguido este número? ¿Por qué me llamas?
El antiguo jefe de Sophie se rio, y dijo:
—Las cosas han cambiado. Ahora estás casada con Monroe. No es como si no
pudieras pagarme, así que he decidido que lo harás. Este viernes. A la misma hora.
En el mismo sitio. El mismo procedimiento.
Hubo una incómoda pausa durante la cual Claire pudo oírlo respirar al otro
lado de la línea.
—Déjame tirado —prosiguió Haynes— y lo lamentarás.
—No puedes hacer eso. No tengo el dinero. ¿Qué estás diciendo?

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Pero era demasiado tarde. El chantajista había colgado. Claire también colgó el
auricular con rapidez. Tenía la extraña sensación de que, si no tenía cuidado, Haynes
aparecería por el teléfono para hacerle daño.
Su parte racional le decía que era absurdo, pero estaba aterrorizada, y durante
unos minutos se quedó sentada sin moverse, sintiendo el terror en el estómago.
No había elección. Tenía que conseguir el dinero de inmediato. Era irónico.
Antes de la boda deseaba terminar de pagar el chantaje, pero no podía conseguir el
dinero. Ahora, como era la esposa de Nicholas, podría usar su nombre para
conseguir un préstamo, y sin embargo no quería hacerlo.
Porque, cuando terminara de pagar a Haynes, su matrimonio habría acabado.

El resto de la semana pasó muy deprisa. Antes casi de poder darse cuenta,
Claire estaba en Greenhaul Park, al otro lado del edificio Monroe.
Las calles rugían con el ajetreo del mediodía. Los viandantes, los corredores, las
madres con niños pequeños, adolescentes jugando al hockey. Y todo tipo de
trabajadores de oficina tomándose algo de tiempo para comer.
Claire iba ahí a menudo a comer. Un hecho que el chantajista sabía y del que se
había aprovechado en el pasado. Aquel viernes observaba el ir y venir de la gente
con el corazón hecho trizas.
Había conseguido el dinero. Había utilizado el hecho de ser la mujer de
Nicholas para conseguir un préstamo bancario que de otra forma no habría podido
lograr. Si no podía devolver el dinero, el banco recurriría a su marido, así que parecía
que iba a tener que devolver el préstamo incluso después de haber dejado Monroe's.
Al menos tras ese día, el chantajista desaparecería de su vida. Claire se sentía
aliviada con eso, porque con cada encuentro, él se volvía más aterrador.
Cuando lo sacara de su vida, Claire abandonaría Monroe's para siempre. Ese
mismo día, antes de que Nicholas regresara. Él se pondría furioso al verla salir de su
vida, y eso le causaba un gran dolor, porque se había enamorado de él.
Algo muy estúpido por su parte. Él no había cambiado. No la amaba más que
cuando le había propuesto que se casara con él. El sexo lo había satisfecho, pero sus
emociones seguían sin aparecer. Eso nunca cambiaría.
«Es lo correcto. Me mataría quedarme con él sabiendo que no comparte mis
sentimientos».
En cualquier caso, ¿cómo iba a quedarse sabiendo que lo había engañado desde
el principio? Si trataba de explicárselo, la odiaría, y tampoco podría soportar eso.
Buscó a Gordon Haynes y se prometió a sí misma que, según hiciera el pago,
regresaría a la oficina directamente y redactaría su dimisión. Su dimisión tanto de
empleada como de esposa. Era una carta que aún no había podido escribir, a pesar de
todos sus esfuerzos por aceptar el hecho de que tenía que irse.

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Al menos se había ocupado de todo en su ausencia, atando todos los cabos


sueltos. Nicholas regresaría a un Monroe's en orden, al menos en lo que a su parte
del negocio respectaba.
Claire incluso le había echado el ojo a una posible sucesora como ayudante
personal. La mujer que había entrado la semana en que ellos se habían prometido
probablemente saltaría de alegría ante la posibilidad de poder ocupar el puesto hasta
que regresara la ayudante oficial de Nicholas, tras su periodo de baja.
Las lágrimas se acumulaban en los ojos de Claire, pero las controló. No debía
llorar. No en ese momento. Porque Haynes se aproximaba.
Cuando estuvieron frente a frente, Claire levantó la bolsa de plástico con el logo
de una librería cercana. El dinero estaba oculto dentro de un libro vacío en la bolsa.
Trató de no mirarlo a los ojos, pero podía sentir su mirada.
—Aquí está, envuelto como la última vez.
Haynes tomó la bolsa, miró dentro y se rio con satisfacción. Luego se metió la
bolsa en uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y cerró la cremallera.
—Muy bien —dijo el hombre—. Sabía que no tendrías ningún problema en
conseguirlo tan rápido.
—Tú no tienes ni idea de lo que he hecho o he dejado de hacer para conseguir
tu regalito —dijo ella decidida a terminar con la conversación—. Tómalo y vete. Ya
he hecho lo que me pediste. Te he dado cada centavo que pedías para dejar a mi
hermana en paz. Ahora se acabó.
Se dio la vuelta, deseando alejarse de él y de su presencia corrupta e
inquietante, para poder seguir adelante con su vida. Sólo que no estaba segura de si
podría seguir adelante en absoluto.
—No tan deprisa —dijo Haynes con un claro tono de amenaza. No trató de
ocultarlo, pero fue su mano sobre su brazo lo que le hizo sentir a Claire un escalofrío
horrible.
—Quítame la mano de encima —susurró ella con los dientes apretados.
Él la soltó tras unos segundos, durante los cuales la observó con lo que Claire
calificó de odio.
¿Qué había hecho ella para que se sintiera así?
—Que no te entre el pánico, señora Monroe —dijo él con una sonrisa—. Es sólo
que no hemos acabado con nuestros negocios.
—Hemos acabado por completo —dijo ella dando un paso atrás—. Ya he
pagado tu silencio y no tengo nada más que decirte.
—Lo cual me viene bien, porque prefiero que escuches, y que escuches con
atención. Porque lo que tengo que decirte, te concierne.
—Lo dudo.
—¿Eso crees?

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—¿Qué quieres? Te escucho.


—Tú y tu hermana os habéis acomodado bastante bien —dijo él inclinándose
hacia delante—. La pequeña Sophie, casada con un senador, y ahora tú, la esposa de
Monroe, nada menos.
—¿Vas a llegar a alguna parte?
—Yo he tenido una vida dura, Claire, y quiero una recompensa. Tú me la vas a
dar.
—No. Hemos terminado. Teníamos un trato. Ya te he dado lo que querías.
Haynes se acercó más aún, hasta que Claire pudo sentir su aliento en la nariz.
—Mi negocio no va bien, Claire. Nadie aprecia los buenos servicios hoy en día.
Estoy harto. Quiero retirarme a un lugar agradable, dejar de preocuparme.
Setecientos cincuenta mil dólares podrían conseguirme una casa agradable en la
costa. Diez pagos mensuales de setenta y cinco mil dólares cada uno. Harás el primer
pago aquí, el lunes a la hora de comer.
—No puedo pagarlo. Es imposible.
—Haz que sea posible —dijo él agarrándola por los hombros y mirándola a los
ojos.
—¿O qué? —preguntó Claire, temblando por dentro—. ¿Me harás daño?
Él se rio y la soltó.
—Oh, no, Claire. No te haré daño a ti. Le haré daño a tu marido, el hombre que
está tras el dinero. Un tiro desde un coche, quizá. Cada vez son más comunes en
ciertas zonas de Sydney. O quizá vaya a cruzar la calle un día y un coche lo atropelle.
Menuda tragedia sería. Sería una perdida terrible.
Lo decía en serio. Ella no quería creerlo, pero la verdad era visible en sus ojos.
Ese hombre no tenía escrúpulos. Pensaba que todos los problemas se solucionaban
con dinero. Claire se rio en silencio. Ella había aprendido por sí misma que no era así.
—Por favor…
—El lunes —la interrumpió Haynes—. Asegúrate de hacerlo.
Se alejó entre la multitud y Claire se quedó mirándolo, temblando por dentro.
Había amenazado con matar a Nicholas. ¿Cómo iba a conseguir ella semejante
cantidad de dinero? ¿Qué podría hacer?
No supo cuánto tiempo se quedó ahí, mirando a la nada, antes de que una voz
la sacara de su ensimismamiento. Una voz muy familiar. Una voz que había
imaginado que no volvería a escuchar.
Se dio la vuelta y exclamó:
—¡Nicholas!

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Capítulo 11
Nicholas regresó pronto de su viaje con un solo pensamiento en la cabeza.
Quería ver a Claire. A veces iba al parque que había enfrente de la oficina en sus
descansos, y por suerte la había encontrado allí, de pie junto a uno de los bancos. Ella
se lanzó a sus brazos y él la abrazó con fuerza, disfrutando del roce de sus brazos
alrededor de su cintura.
—Nicholas, ¿Estás bien? Me alegro mucho de verte.
—Estoy bien. No ha habido tormentas esta vez —dijo él—. Te he echado de
menos.
—Yo también te he echado de menos —dijo ella poniéndole las manos sobre los
hombros. Lo miró a la cara como para asegurarse de que realmente estuviera allí—.
Ha sido una semana muy larga. Me alegro de tenerte de vuelta sano y salvo.
—Tan a salvo como si tuviera un sistema de seguridad Monroe —dijo él, y eso
no la hizo sonreír como esperaba. En vez de eso, comenzaron a temblarle los labios.
¿De qué iba todo eso?
La besó con suavidad al principio, pero al ver que ella respondía, el beso se hizo
más ardiente. Antes de olvidarse por completo de sus alrededores, se apartó.
—Ven de vuelta a la oficina. Hay demasiada gente por aquí.
—Estoy de acuerdo. No deberíamos quedarnos aquí —dijo ella, lo tomó del
brazo y no dejó de mirar a todos lados mientras se dirigían de vuelta al edificio.
Nicholas se encogió de hombros. Se sentía satisfecho de poder disfrutar de su
cercanía. Saludó con la cabeza a varios trabajadores que los saludaron dentro del
edificio, pero él sólo estaba pendiente de la mujer que llevaba a su lado.
En otras circunstancias le habría sugerido a Claire que le pusiera al día de las
novedades en el trabajo, y él le habría puesto al corriente de sus progresos. Pero en
ese momento no había nada más lejos de su mente. Lo que deseaba era quedarse a
solas con él.
En el momento en que cerró la puerta de su oficina tras ellos, la acercó más a él
y la besó.
El calor comenzó a crecer en espirales hasta que todo su cuerpo quedó
consumido por él. ¿Respondería ella a su desesperación?
Algo dentro de su corazón necesitaba estar con ella. Tan cerca como fuese
humanamente posible. Quizá entonces el ardor que sentía dentro cesara y podría
encontrar algo de paz.
—Déjame tocarte —dijo él mientras le desabrochaba los botones de la blusa.
Momentos después tenía las manos sobre ella y podía sentir su piel de seda bajo sus
dedos.
—No deberíamos hacer esto. ¿Qué pasa si alguien entra? —preguntó ella
mientras le quitaba la chaqueta y la camisa.

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—He cerrado la puerta —contestó él llevándola hacia el escritorio, negándose a


dejarla marchar. Con una mano tiró del cable del teléfono hasta que lo descolgó—.
Con eso solucionamos cualquier otra posible interrupción.
El gemido de Claire fue mitad anhelo y mitad protesta, pero su boca parecía
desesperada y hambrienta mientras se juntaba con la de él.
La habitación estaba tranquila, y el murmullo del aire acondicionado era el
único sonido, aparte de los jadeos y suspiros. Si no la penetraba en segundos, se
volvería loco.
Le agarró la falda con la intención de apartarla de en medio lo más rápido
posible. Luego tomó aliento y se obligó a ir más despacio.
Parecía que Claire no quería nada de eso.
—Deprisa, deprisa —exclamó ella mientras llevaba las manos a su cinturón.
Luego le llevó las suyas hasta la cremallera de la falda para ayudarle a quitarse la
prenda.
Su necesidad lo llenaba con una inmensa sensación de poder, y multiplicaba su
necesidad por ella. Con un gemido sofocado, le quitó el resto de la ropa y se desnudó
él.
—Protección —murmuró ella.
La otra noche se habían mostrado tan apasionados que no habían usado
protección de ningún tipo, y cuando después él le había preguntado, Claire había
dicho que, con el momento del ciclo en el que estaba, no suponía que hubiese
problema alguno.
—Me ocuparé de eso —dijo él colocándola en el sofá para luego sacar la cartera
de los pantalones. Momentos después ya estaba colocado sobre ella, dispuesto a
alargar el placer todo lo que fuese posible para ambos.
—Cada vez que te miro eres más guapa —y sí que la miró, deleitándose con
cada parte de su cuerpo, desde la cabeza a los pies.
Ella se sonrojó y sus manos se hundieron en su pelo cerca de la nuca.
—Tú también eres muy guapo. El hombre más guapo que jamás he conocido.
—Has conocido a muchos, ¿verdad?
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Sí. Sé lo que quieres decir, y te agradezco el cumplido. Ahora deja que te
muestre lo que quiero decir yo. Lo que pienso ahora mismo y lo que quiero hacer
contigo.
La última vez que habían hecho el amor, había sido tierno, con la habitación
casi a oscuras y la tormenta sonando fuera. No había sido capaz de verla claramente,
ni de oír cada pequeño sonido que emitía.
Pero en esa ocasión podía verla y oírla con total claridad, y se aprovechó de eso,
disfrutándolo al máximo. La piel de Claire era dorada como la miel y suave como la

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seda, con pequeñas pecas aquí y allá. Cuando le acarició las manos hasta llegar a los
dedos, ella se quedó sin aliento.
Claire se estremeció, se arqueó y su deseo fue tan evidente como sus
movimientos. La besó en el cuello, en la boca.
—Cae conmigo, Claire. Atraviesa la línea conmigo.
Los dos subieron hasta donde les fue posible, y una vez que alcanzaron la
cumbre, se quedaron ahí, sin aliento, viviendo y muriendo al mismo tiempo.

El fin de semana pasó, pero no fue en absoluto tranquilo. Claire tenía tantos
problemas que se preguntaba si podrían ir a peor.
Justo antes de la hora de la comida del lunes, cuando tenía que reunirse con
Haynes, puso una excusa para dejar la oficina, encontró a un vagabundo en el parque
y le entregó una fotografía de Haynes junto con un sobre y una nota que decía:

Necesito tiempo, no puedo pagar tanto dinero de una vez. Me reuniré contigo aquí
dentro de un mes justo, con diez mil dólares. Hablaremos de nuevo entonces.

La campaña de intimidación de Haynes comenzó al día siguiente. La llamó al


trabajo y estuvo merodeando fuera del café donde ella iba a recoger la comida para
los dos. Todas las amenazas iban dirigidas hacia la seguridad de su marido.
Claire cambió su rutina. Se mantuvo alejada de sus lugares habituales. Se negó
a recibir llamadas en el trabajo a no ser que reconociera el nombre de la persona.
Cuando pasó el mes, en el día señalado, le pagó a Haynes los diez mil dólares.
Él tomó el dinero, pero estaba furioso porque Claire no le había pagado todo el
dinero.
Ella cometió el error de rogar por la seguridad de su marido y él lo utilizó. En
seis días, Haynes esperaba recibir los sesenta y cinco mil dólares restantes o la vida
de Nicholas correría peligro.
Claire deseaba poder decírselo todo a Nicholas. Confesar y pedirle ayuda. Pero,
si lo hacía, sabría que había estado engañándolo desde el principio. La sacaría de su
vida y entonces Haynes tendría total acceso a él. Y Haynes estaba tan furioso que
Claire no dudaba que llevase a cabo su amenaza de matar a Nicholas.
No podía arriesgarse. Sacaría todo el dinero que pudiera para pagarle. Lo
convencería para pagarle cantidades más pequeñas durante más tiempo y también
de que no hiciera daño a Nicholas, jamás.
Al menos tenía un plan, pero las largas horas velando por la seguridad de
Nicholas y toda la ansiedad se estaban cobrando su precio. Llevaba cuatro días
físicamente enferma por la preocupación.

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Como consecuencia, su estómago comenzó a arderle. Si alguien le hubiese


dicho que podía llegar a vomitar de la preocupación, se habría reído, pero había
ocurrido. Hasta ese momento le había ocultado lo peor a Nicholas, pero ese esfuerzo
también la estaba agotando.
Ese día estaban los dos en el jardín a la luz del sol, ocupándose de las flores.
Claire se sentía agradecida por esa oportunidad para relajarse.
—Me siento terriblemente culpable dejándote a ti hacer todo el trabajo duro
mientras yo me siento aquí a observar —dijo ella desde la silla en la que estaba
sentada mientras se abanicaba.
—No tienes por qué sentirte culpable. Tú has estado ocupándote durante
mucho tiempo. Cuando te recuperes totalmente de esa gripe, yo demandaré todos
mis derechos de esclavitud.
—Oh. Como si fuera yo a ser tu esclava.
La teoría de la gripe era tan buena como cualquier otra. Por esa razón, cuando
él la había sugerido, ella había dicho que se trataba de eso.
—¿Ni siquiera aunque te pidiera que hicieras tus deberes en el jacuzzi? ¿Qué
me frotaras la espalda? ¿Qué me llevaras champán? Eso no sería tan horrible,
¿verdad?
—Supongo que también esperarías fresas —dijo ella sin pensar, y su corazón
dio un vuelco al recordar su primera visita a aquel lugar, cuando Nicholas le había
mostrado el balcón y ella había soltado todas esas ideas—. Pero el jacuzzi no está
listo todavía. Nos dijeron que esperáramos unos días para comprobar que los bordes
se adaptaban correctamente.
—Sí, lo sé —dijo él mientras metía la última planta en tierra para regarla
después con la manguera—. Échale la culpa al día caluroso y al ejercicio. La idea de
hundirme hasta el cuello en agua fría me parece sumamente apetecible en este
momento —se levantó y añadió—. ¿Qué es lo que te haría sentir bien ahora mismo?
¿Una copa? ¿Un helado? Tiene que haber algo. Dímelo.
«Tu seguridad y un beso», pensó ella, recordando que habían compartido
mucho más que besos en las últimas semanas.
—Sorbete de fruta —dijo finalmente—. Quizá tome algo de zumo cuando
entremos dentro.
—O quizá podamos salir y comprar sorbete —dijo él levantándola de la silla
para abrazarla.
El contacto fue amistoso, tierno, dulce. Él era muchas cosas que Claire jamás
había imaginado poder llegar a conocer. Justo en ese momento, mientras la miraba,
pudo ver que en sus ojos brillaba el buen humor, y algo más que no podía distinguir.
—Dame un par de minutos para lavarme y cambiarme de zapatos —dijo él, y
nos iremos.
Ella no podía rogarle que se quedara en casa, donde sentía que podía
protegerlo, pero estaría vigilándolo.

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—De acuerdo —dijo ella, y para cuando comenzó a seguirlo, él ya estaba a


medio camino hacia la casa—. ¿Dónde vamos exactamente? No estoy segura de
donde podremos encontrar sorbete por aquí.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Nicholas encogiéndose de hombros.
Cumpliendo con su palabra, estuvo listo en pocos minutos, con unos mocasines
casi iguales a los que ella llevaba y una camisa que se ajustaba a la perfección sobre
su pecho musculoso.
Ella conocía muy bien ese pecho, sabía lo firme y sólido que era y cómo el
corazón que había debajo llegaba a latir cuando su deseo por ella era mayor.
Claire tuvo que contener un gemido y tratar de pensar en otra cosa. La calle
estaba tranquila y no se veía ningún coche fuera. Claire quería protegerlo a toda
costa, pero tuvo que obligarse a parecer tranquila.
Cuando llegaron al garaje doble, él abrió otra puerta diferente a la habitual,
dejando ver un deportivo verde oscuro en su interior. Ella se echó atrás sorprendida,
pero luego se adelantó para examinar el vehículo.
—Vaya. Es un coche increíble. ¿De quién es? ¿De dónde ha salido?
Nicholas simplemente la miró con una sonrisa. Tras un momento comenzó a
reírse y le tomó la mano, colocando en ella un juego de llaves.
—Sorpresa. Es tuyo. De mi parte. Espero que te guste de verdad.
¿Le estaba regalando un coche? ¿Así, sin más? Cada vez que pensaba que había
llegado al límite, la sorprendía con algo más. No estaba segura de cuántas sorpresas
más podría aguantar.
—No habías dicho ni una palabra de esto —dijo ella sin saber qué decir. Lo
miró y luego se quedó mirando el deportivo—. No puedes comprarme un coche.
—Sí. Puedo. Es tan fácil como salir a comprar sorbete en un sábado soleado. Ésa
es la idea de una sorpresa, por cierto. Mantenerlo en secreto hasta que llegue el
momento. Entra —dijo señalando el asiento del conductor—. Vamos a hacerle el
rodaje.
Lentamente, Claire entró en el coche, se abrochó el cinturón de seguridad,
localizó el claxon, los limpiaparabrisas, etcétera. En medio de todo eso se giró hacia él
y dijo:
—Nicholas…
—Lo sé. Soy un gran tipo y estás muy contenta de haberte casado conmigo —
contestó él justo antes de darle un suave beso—. Yo también estoy contento de
haberme casado contigo.
Más dinero gastado en ella. Más culpa con la que cargar a sus espaldas. Para
tratar de ignorar el dolor que sentía, puso el coche en marcha y lo sacó del garaje.
—Bueno, vamos a comprar sorbete —dijo—. ¿Qué camino debemos seguir?

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Mientras conducía camino de la ciudad, miraba constantemente a los coches


que había a su alrededor, comprobando que Haynes no estuviera siguiéndolos.
Finalmente llegaron a salvo y aparcó el coche aliviada.
Salieron y comenzaron a caminar. Claire se mantenía alerta mientras Nicholas
la guiaba hasta un restaurante tranquilo. Cuando entraron y vio la elegancia del
lugar, levantó las cejas asombrada y miró a Nicholas.
—Ni siquiera estoy segura de que nos dejen entrar aquí. No vamos vestidos
para la ocasión.
En realidad había muy pocos clientes. La multitud de la hora de la comida hacía
tiempo que se había marchado, y los de la cena todavía no habían empezado a llegar.
Cuando se hubieron sentado, alejados de los ventanales de la entrada, Claire
sonrió a Nicholas, sentado al otro lado de la pequeña mesa.
—Ha sido mi camisa de falsa seda la que ha hecho que nos dejen entrar. Yo
estoy preparada para suplir tu falta de elegancia.
—¿Estás diciendo que no ha sido por mi encantadora sonrisa? —preguntó él, y
le dirigió dicha sonrisa a la camarera que se acercaba. La chica enseguida se sonrojó.
—Sorbete de melocotón, por favor —dijo Claire cuando la chica le preguntó.
—Yo tomaré lo mismo, gracias —dijo Nicholas.
Cuando la chica se hubo marchado, Claire sacudió la cabeza y dijo:
—Eso no ha sido muy agradable. Tu sonrisa es letal, lo sabes. Utilizándola con
ella probablemente la hayas dejado tartamudeando.
—Eres buena para mí, Claire —dijo él tras unos segundos—, ¿pero no se te ha
ocurrido pensar que, a lo mejor, sobreestimas mis encantos?
Ella comenzó a reírse y luego se dio cuenta de que hablaba en serio.
—Eres un hombre muy atractivo, Nicholas, y lo digo en serio. Cuando sonríes
de esa manera, me quedo sin opciones. Me derrito a tus pies. Así de simple. Confía
en mí. Sé de lo que hablo.
Claire no había pretendido llevar la conversación a un nivel tan sensual, pero la
oscuridad en los ojos de Nicholas y su propia respiración entrecortada confirmaron
que había ocurrido.
Con un esfuerzo tomó aliento y trató de controlar sus emociones. Estaba
enamorada de ese hombre, y según iban pasando las semanas, él también parecía
acercarse más a ella.
Pero había demasiadas cosas entre ellos. Demasiadas mentiras. Nicholas
valoraba la honestidad y la claridad, y de ella no había obtenido ninguna de las dos
cosas desde el principio. Y nunca la amaría. Jamás.
—No soy más interesante que cualquier otro hombre.

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—Supongo que eso es verdad —dijo ella tratando de concentrarse en la


conversación. ¿Cómo podría describir su atractivo? Quizá el hecho de estar
enamorada de él colaboraba.
—Tu carácter se revela en tu sonrisa, en tus expresiones. Eres fuerte, amable,
generoso, y eso se nota. Mira el modo en que me has malcriado estos últimos diez
días.
—Vale la pena malcriarte —dio él levantándole la mano para besarle los dedos.
Para ser un hombre que no creía en el amor, se le daba bastante bien hacer que
se sintiera deseada.
Los sorbetes llegaron y ella tomó aliento, liberando la mano lentamente y
volviendo a la conversación sobre el asunto del coche. Nicholas pareció sentir su
necesidad de aclarar las cosas y enseguida se adaptó al nuevo tema.
Mientras hablaban, Claire se relajó. Le era agradable ver las expresiones de su
cara mientras hablaba de coches. Sonreía hasta que de pronto él se detuvo.
—No tienes ni idea de lo que estoy hablando, ¿verdad?
—No. Ni idea.
—Ni te importa.
—Sí me importa —dijo ella, y trató de explicar la diferencia entre preocuparse
por un coche, y preocuparse por un coche como hacían los hombres—. Es sólo que
no…
—No te importa. Lo pillo —dijo él, y parecía dispuesto a seguir tomándole el
pelo, pero entonces sonó su móvil—. Es Forrester.
—Contesta —dijo ella—. Puede ser importante.
Nicholas sonrió y apretó el botón.
—Monroe —la conversación no fue larga, pero el tono era evidente. En cuanto
Nicholas colgó el teléfono, la levantó de golpe—. ¡Hemos sellado el trato! ¡Lo
conseguimos!
Los pocos clientes que había en el restaurante giraron la cabeza y algunos de
ellos sonrieron. Ella los ignoró y tomó las manos de Nicholas con fuerza.
—Estoy muy orgullosa. Sabía que elegirían Monroe's, porque es la mejor. Eres
el mejor. ¿No te lo había dicho, eh?
—Sí, me lo dijiste —dijo Nicholas con una sonrisa—. Creo que ya hemos
terminado aquí. Vamos a casa —añadió. Dejó varios billetes sobre la mesa y la
condujo hasta la puerta.
Un sentimiento de felicidad inundaba su cuerpo. No porque hubiera cerrado
finalmente el trato con Forrester, sino porque por primera vez, Claire sonreía sin
tristeza en la mirada.
Las pasadas semanas habían sido duras para ella. No estaba muy seguro de por
qué. ¿Sería sólo por su salud? ¿O habría algo más que la inquietase? No quería creer

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que Claire no fuera feliz, porque eso lo llevaría a preguntarse si no sería feliz por su
culpa.
Con el tiempo se había convertido en algo importante el que ella fuese feliz.
Total y completamente feliz. Él no había imaginado sentirse así con respecto a ello. A
veces se preguntaba si eso no implicaría la posibilidad de que saliese herido, como le
había pasado a su padre.
Pero siempre sacudía la cabeza y apartaba esas ideas de su mente. Claire era
totalmente honesta, amable y directa. No era una manipuladora como su madre. Él
había conseguido hacer las paces con su madre durante los años, pero las cicatrices
permanecían.
—¿Quieres conducir hasta casa? —preguntó ella.
—Sería fácil persuadirme —dijo él, y extendió la mano para que le entregara las
llaves.
De camino a casa, Claire adoptó esa mirada de ojos muy abiertos que ponía
cuando trataba de mantenerse despierta.
—Puedes dormirte si quieres. No sería la primera vez que te llevo en coche
mientras estás dormida.
—Me quedaré despierta y te haré compañía —dijo ella enderezándose de
pronto.
Era evidente que no iba a cambiar de opinión, y Nicholas se prometió a sí
mismo que, cuando llegaran a casa, la convencería para que se echara un rato.
Incluso si eso significaba acostarse con ella.
Su cuerpo respondió al instante ante tal idea y tuvo que sacudir la cabeza para
apartarlo de su mente. «Sólo dormir», pensó. «Estará muy cansada para cualquier
otra cosa en este momento».
Se tumbaría junto a Claire mientras durmiese y disfrutaría de la experiencia. De
hecho ya había hecho lo mismo en un par de ocasiones, cuando se había despertado
temprano. Por supuesto, luego esperaría a que comenzara a estirarse y a despertarse
y…
—Una mente con una única dirección.
—¿Mmm? —dijo ella girando la cabeza para mirarlo.

Claire durmió. Cuando se despertó, Nicholas estaba observándola. La besó, y


un beso llevó a otro, hasta que se encontraron haciendo el amor lenta y tiernamente.
Después de eso, ella se quedó acurrucada sobre su espalda con el brazo
alrededor de su cintura y la cara apoyada sobre sus omóplatos. Aquél era su hogar, el
lugar y el sentimiento que había esperado toda su vida. Sería suyo durante muy poco
tiempo y luego desaparecería. Pero de momento, lo disfrutaría y sería feliz.

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La respiración de Nicholas se hizo más profunda hasta que se durmió, y sólo


entonces Claire abrió la boca para susurrar:
—Te quiero, Nicholas. Al menos debes saber que te quiero.
Luego suspiró y volvió a dormirse.

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Capítulo 12
El lunes siguiente a Claire le ocurrieron tres cosas. Se despertó al darse cuenta
de que se sentía mareada y tuvo que salir corriendo al baño antes de vomitar.
Y se dio cuenta también de que hacía demasiado tiempo que no tenía la regla.
A las tres de la tarde de ese mismo día, estaba de pie en la oficina vacía de
Nicholas. Volvió a leer la nota que había escrito.

Necesito irme a casa pronto hoy. Espero que no te importe. Me pondré al día con el
trabajo mañana. Claire.

Con manos temblorosas colocó la nota bajo un pisapapeles que había sobre el
escritorio de Nicholas, donde pudiera verlo cuando regresara, y se dio cuenta de que
ésa era la manera cobarde de actuar.
Pero en ese momento no podía enfrentarse a él, así que huiría antes de que
regresara de su reunión.
«Tiempo. Necesito tiempo para mí, y entonces estaré bien. Sé exactamente lo
que tengo que hacer».
Se apresuró hacia el ascensor y apretó el botón para bajar al aparcamiento. Por
suerte tenía el ascensor para ella sola, porque no creía que hubiera podido soportar
compañía en ese momento. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la pared. «Debería
haberme dado cuenta. Todas las señales estaban ahí. ¿Por qué no las vi? ¿Por qué no
tuvimos más cuidado la primera vez?».
Ya era demasiado tarde para lamentarlo. Estaba embarazada de Nicholas. Cada
vez que lo pensaba, instintivamente colocaba una mano sobre su ombligo y el pánico
se apoderaba de ella.
Había visitado al ginecólogo a la hora de comer y, aunque era pronto para irse a
casa, no podría haberse quedado un minuto más en la oficina aunque su vida
hubiera dependido de ello.
Nicholas estaba al otro lado de la ciudad en la reunión. Siempre llevaba consigo
un guardia de seguridad, así que Claire no tenía por qué preocuparse por eso. Y él la
había llamado cuando llegó, así que sabía que estaba bien. Pero volvería a las cuatro.
Iría directo a la oficina y ella necesitaba tiempo para pensar antes de que sus caminos
volvieran a cruzarse.
«Me iré a casa y me relajaré. Después planearé algo». Las puertas del ascensor
se abrieron y se dirigió hacia su nuevo coche. «Entonces, cuando esté totalmente
preparada…».
—He estado esperándola, señora Monroe —Gordon Haynes salió de una
furgoneta aparcada junto a su coche, acorralándola entre los dos coches.

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Lo primero que ella pensó fue en su marido, pero estaba a salvo, lejos de allí.
Antes de que pudiera meterse en el coche y escapar, Haynes la agarró de la cintura y
le quitó las llaves para lanzarlas unos metros más allá.
—¿Qué estás haciendo? Me haces daño —dijo Claire tratando de luchar con él,
pero no podía escapar atrapada como estaba.
—Y te haré más daño si no cooperas. Entra en la furgoneta. He pensado en un
modo mejor de conseguir mi dinero. Voy a secuestrarte, Claire. Tu marido pagará un
buen rescate, más de lo que yo iba a conseguir de ti. Seré rico. Mis problemas se
solucionarán. Es perfecto.
—Se lo diré —dijo ella—. La policía te encontrará y te juzgarán.
—Tú no dirás nada —dijo mientras la arrastraba hacia la furgoneta—. ¿No
pensarás realmente que te dejaría vivir para que contaras la historia?
—Sophie… Sophie sabrá que has sido tú. Ella se lo dirá a la policía.
—Sophie estará tan asustada cuando le diga lo que te ha ocurrido, que sólo le
preocupará que ella pueda ser la siguiente.
—Gritaré pidiendo ayuda —dijo ella mientras se retorcía—. No saldrás impune
de esto.
—Venga, grita. Nadie te oirá —exclamó él con una risa histérica.
Claire lo miró a los ojos y se dio cuenta de que se le había ido la cabeza por
completo.
—Mira a tu alrededor, querida. El lugar está desierto.
Claire no estaba dispuesta a morir. Tenía que hacer que siguiera hablando e
ingeniárselas para escapar.
—¿Cómo has sabido que estaría aquí? Nunca dejo la oficina tan pronto.
—Supuse que tendría que esperar —dijo él encogiéndose de hombros—. Pero
me lo has puesto más fácil.
—Hay varias personas que saldrán pronto esta tarde —dijo ella—. Vendrá más
gente en cualquier momento.
—Buen intento —dijo él, y la colocó frente a la puerta de la furgoneta—. Ahora
entra.
—No —exclamó Claire, se echó hacia delante y empujó a Haynes con toda su
fuerza. Él se tambaleó hacia atrás, pero le dio tiempo a agarrarla del brazo antes de
que pudiera escapar.
Claire abrió la boca y gritó lo más fuerte que pudo. Entonces le dio un pisotón y
trató de meter el codo entre los dos para clavárselo en el estómago.
—¡Para! —el grito venía de lejos pero ella lo reconoció—. ¡Déjala en paz!
Aparentemente su asaltante también lo reconoció, porque susurró el nombre de
su marido entre una lista de improperios.

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Con una última palabrota, Haynes la empujó contra su coche. Su cuerpo se


tambaleó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra el cristal del conductor, sintiendo
un intenso dolor.
Lo último que Claire vio mientras se caía al suelo fue a Nicholas corriendo hacia
ella. Entonces todo se volvió negro.

—¡Claire! —mientras Nicholas corría hacia Claire, una furgoneta blanca arrancó
justo al lado del coche y salió disparada. La puerta corredera estaba abierta, de modo
que pudo ver al conductor claramente.
Eso fue lo único que tuvo tiempo de hacer antes de arrodillarse ante su esposa
inconsciente.
—Oh, Dios, Claire. Por favor, despierta.
Estaba desplomada junto al coche, con la cara pálida y las piernas dobladas.
Nicholas no vio ningunas señal externa de lesión, pero había visto cómo se golpeaba
la cabeza cuando ese hombre la había empujado. Cuando la examinó más
detenidamente, descubrió un bulto en la parte de atrás de su cabeza del tamaño de
un huevo. Podía tener una conmoción cerebral o una hemorragia interna.
De pronto sintió furia. Quería seguir a ese hombre y hacerle pagar por lo que
había hecho. ¿Quién sería?
¿Conocía a Claire, o a él mismo? ¿Habría alguna relación o habría sido pura
coincidencia?
Un guardia de seguridad había salido tras el hombre y Nicholas deseaba que lo
hubiera pillado, pero sabía que el tráfico a esas horas era muy malo.
—Aguanta, mi amor. Te pondrás bien.
¿Podría escucharlo, aunque fuera en el subconsciente? Trató de mantenerse
calmado por si acaso, pero por dentro estaba aterrorizado. Si algo le ocurriera a
Claire…
Le agarró la muñeca suavemente y dijo:
—Buena chica. Tienes el pulso fuerte.
Mantuvo los dedos ahí y con la otra mano sacó el móvil y llamó a una
ambulancia.
—El parking subterráneo del edificio de Sistemas de Seguridad Monroe —dijo
por teléfono—. Mi mujer ha sido atacada y golpeada contra un coche. Está
inconsciente. He notado un bulto en la parte de atrás de su cabeza. No sangra, pero
no sé qué otras lesiones puede tener.
—Muy bien, señor. No intente moverla. Quédese ahí. Vamos de camino.
—Por favor, dense prisa.

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Tras finalizar la llamada, llamó a la policía y al director del equipo de seguridad


del edificio, alertando a ambos de la situación y pidiéndoles que hicieran todos los
esfuerzos posibles por localizar la furgoneta.
No dejó de mirar a Claire ni un momento mientras hacía las llamadas. Cuando
terminó de hablar se dijo a sí mismo que no debía preocuparse. No serviría de nada.
Estaba aterrorizado por ella. Aterrorizado ante la idea de perderla. Entonces no
habría nada.
Había sido un estúpido. Imaginando que podría meter a Claire en su vida y no
implicarse emocionalmente con ella, no amarla.
«Estúpido y arrogante», se dijo a sí mismo. «Eso es lo que eres. Es un milagro
que accediera a casarse contigo». ¿Acaso su actitud había hecho que Claire se viera
obligada a ocultar sus sentimientos? Claro. Él mismo le había dicho que ésas eran las
condiciones.
—Cuando te despiertes, Claire, tenemos que hablar largo y tendido.
La ambulancia llegó, y el viaje hacia el hospital fue una pesadilla. Nicholas
condujo tras la ambulancia con la vista pegada a la parte trasera del vehículo y no
dejó de susurrar para sí mismo que se dieran prisa, aunque ya iban demasiado
rápido.
—¿Qué ocurre? ¿Dónde la llevan? —dentro del hospital trató de seguir la
camilla, pero enseguida lo detuvieron.
—Cuidarán de ella, señor. Tiene que ir usted a Admisiones y hacer todo el
papeleo.
¿A quién le importaba el papeleo? Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por
callarse las palabras que quería decir en ese momento.
—Soy Nicholas Monroe, de Sistemas de Seguridad Monroe. Es mi esposa.
Asegúrense de que recibe los mejores cuidados. Cualquier cosa que necesite. No
reparen en gastos.
Sus palabras fueron recibidas con una mirada fría, dando a entender que ellos
siempre les daban a los pacientes el mejor cuidado, fueran quienes fueran.
Nicholas murmuró una disculpa y se dirigió a Admisiones para hacer el
papeleo. Pero la impaciencia no se lo permitió. Quería estar con ella, estar a su lado
para comprobar por sí mismo que se estaba haciendo todo lo posible.
De hecho pasó más de una hora hasta que pudo conseguir alguna información
de valor. Cuando el médico finalmente se presentó en la sala de espera y dijo el
nombre de Nicholas, él saltó del asiento dispuesto a acabar con él si no le daba
respuestas.
—¿Cómo está? ¿Qué ha ocurrido? Han pasado sesenta y cinco minutos y no sé
nada. Absolutamente nada.
—Su mujer se pondrá bien —dijo el médico—. Si me sigue, le conduciré hasta
ella y le diré lo que hemos averiguado.

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Nicholas caminó junto al doctor.


—La señora Monroe está aquí —dijo éste mientras abría la puerta de una
habitación privada.
En ese momento Nicholas se dio cuenta de que estaban en una zona normal del
hospital, y no en cuidados intensivos ni nada por el estilo. Pero no podía y no se
relajaría hasta que no hubiera visto a Claire con sus propios ojos y hubiera escuchado
todos los detalles.
En cuanto entró a la habitación su mirada se fue directa a la cama. Claire estaba
allí con los ojos cerrados. Estaba pálida. Le habían puesto una bata de hospital y
estaba tapada hasta la barbilla con la sábana.
Entonces abrió los ojos y sonrió.
—Nicholas. Me han dicho que tú me has traído aquí.
—Estás despierta —dijo él mientras cruzaba la habitación para tomarle la
mano—. ¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza y me siento un poco mareada. Pero no es tan malo.
El doctor comenzó a hablar pero Nicholas nunca dejó de mirar a Claire
mientras escuchaba. Había sufrido un golpe, pero estaban seguros de que lo único
que tenía era una pequeña conmoción.
El doctor incluso hizo una broma diciendo que Claire tenía la cabeza muy dura.
Nicholas sonrió, pero sin una pizca de humor en la cara. Quizá más tarde sería capaz
de reírse de eso, aunque lo dudaba.
Podía haber perdido a Claire y ni siquiera le había dicho que la amaba, que no
podía afrontar el hecho de vivir sin ella.
Si ni siquiera se había dado cuenta de que sentía eso hasta que no había
ocurrido el incidente. Una vez más pensó en lo tonto y ciego que había sido. Amaba a
Claire. ¿Pero qué sentiría ella por él?
De pronto sintió la necesidad de que el doctor saliera de la habitación para que
pudiera estar a solas con su esposa. Se giró hacia él justo a tiempo de oír sus últimas
palabras.
—El bebé está bien. No ha habido ningún problema con eso. Mantendremos a
su esposa en observación durante la noche. Si todo va bien, supongo que podrá
llevársela a casa mañana y que podrá terminar la convalecencia allí.
—¿El bebé? —preguntó Nicholas. Estaba totalmente desconcertado por las
palabras del médico.
—Todo bien, como ya le he dicho —dijo el doctor mientras se giraba hacia la
puerta—. Debo irme, pero nuestro personal tendrá vigilada a su mujer todo el
tiempo. Que tenga un buen día.
Nicholas dio las gracias. Fue lo único que pudo decir. Pero en cuanto el hombre
abandonó la habitación, él cerró la puerta y regresó junto a Claire.

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—¿Por qué no te sientas? —le dijo ella—. Me siento un poco intimidada cuando
estás de pie junto a mí.
Él acercó una silla y se sentó, preguntándose por dónde empezar.
—Lo que ha dicho el médico… —comenzó a decir. Quería saber si era cierto.
Pero había otra cosa que tenía que decir también y sentía que debía ser lo primero.
No le resultaba fácil enfrentarse a esos sentimientos. Llevaba toda la vida
tratando de negar la existencia del amor y todo lo que eso conllevaba. Ese
matrimonio había sido diseñado para darle las cosas que quería sin necesidad de
implicaciones emocionales.
Pero todo había cambiado, y tenía que decírselo, sin importar lo que le fuese a
costar.
—Te quiero, Claire. Con todo mi corazón —dijo tomándole la mano—. No me
di cuenta de cuánto hasta que no te vi luchando con ese hombre en el aparcamiento.
Descubriré quién es y me aseguraré de que lo condenen. Te lo prometo. Sé que dije
que quería un matrimonio de conveniencia, pero me equivoqué al pedir eso cuando
podía haber mucho más. Pretendo ganarte, Claire, a todos los niveles. Puede que al
principio no seas capaz de corresponderme, pero espero que tus sentimientos
crezcan con el tiempo. Si vamos a tener un bebé, deseo proteger también a nuestro
hijo y darle una familia de verdad. Una familia feliz. Espero que digas que existe una
posibilidad de tener todo eso, Claire. Una posibilidad para algo más que el
matrimonio falso que yo había planeado.
—He descubierto lo del bebé hoy mismo —dijo ella finalmente—. Debió de
ocurrir la primera vez.
—Entonces no era gripe. Es muy excitante, Claire. Me encanta la idea de tener
un bebé contigo. ¿Le darás una oportunidad a esto? —preguntó, y examinó esos ojos
profundos y marrones en busca de alguna señal—. ¿Dejarás que te quiera y tratarás
de quererme?
—No puedo —dijo Claire con labios temblorosos. Cerró los ojos y giró la
cabeza—. Oh, Dios, no puedo hacer esto.
Nicholas no esperaba esa respuesta. Tenía que admitirlo.
Ella no lo amaba, y no creía que alguna vez pudiera hacerlo. Con esfuerzo
Nicholas se levantó de la silla y abandonó la habitación. ¿Dónde los dejaba eso
ahora?

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Capítulo 13
Nicholas había colocado seguridad en la puerta de la habitación de Claire en el
hospital. Incluso después de cómo la había dejado, seguía pensando en ella.
Claire estaba totalmente avergonzada. Cuando le había dicho la noche pasada
que la amaba, la culpa y el remordimiento se habían acumulado en su garganta de tal
forma que no había sido capaz de responder. Oh, Dios, la felicidad de saber que la
amaba. Y la agonía de saber que ella lo había arruinado todo.
Tomó aliento, bajó del taxi y comenzó a caminar hacia la casa. Nicholas no
estaría esperándola, lo sabía, pero había descansado tan poco aquella noche en el
hospital, que había firmado ella misma su baja a primera hora de la mañana. Le
había dicho al guardia de seguridad que su marido había enviado un taxi a buscarla.
Y ahora estaba decidida a hacer todo lo posible para dejar las cosas claras.
Nicholas merecía oír la verdad, aunque la odiaría en cuanto se lo dijera.
«Se lo explicaré de manera calmada y concisa. No me pondré emotiva.
Simplemente me aferraré a los hechos y terminaré con ello tan rápido como pueda».
Pero le dolía mucho la cabeza.
Su discurso interior se detuvo de golpe cuando vio que se abría la puerta
principal. Nicholas apareció en el marco. Estaba furioso. Ella no esperaba eso. Al
menos tan pronto.
—Lo siento. Sé que tengo que explicar que… —de pronto se sentía incapaz de
hablar. Se giró para ver si el taxi seguía allí para que pudiera volver a montar y
marcharse.
—No tan deprisa —dijo Nicholas Colocando un brazo a su alrededor.
Todo el estrés de los días y los meses pasados pareció juntarse de golpe en un
enorme bulto en su interior. Quería apoyar la cabeza sobre su pecho y dar rienda
suelta a sus emociones. Pero eso no arreglaría nada.
—Vamos dentro, Claire —dijo él conduciéndola del brazo hacia el interior—.
Creo que podremos tener algo de privacidad.
—Por supuesto. Lo siento.
—Arriba. Hablaremos en la sala de estar.
—Como quieras —dijo ella. Parecía que no iba a ofrecerle un té o un café. Pero
al fin y al cabo no se trataba de una visita social. Iba a ser el final de un matrimonio
que nunca tendría que haber comenzado.
Cuando llegaron a la sala de estar, Nicholas señaló hacia el sofá.
—Ponte cómoda. Parece que vayas a desmayarte.
Claire se obligó a sentarse y, en realidad, agradeció la posibilidad de poder
descansar un rato las piernas y poder apoyar la cabeza en el respaldo.

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—Has firmado tu baja en el hospital sin permitir que el doctor te examinara


primero.
—¿Cómo lo sabes?
—Seguridad contactó conmigo en cuanto dejaste el edificio. Además han
seguido tu taxi hasta aquí. Pensabas que no haría nada después de lo que ocurrió
ayer, ¿verdad?
—Las enfermeras me han vigilado durante toda la noche y estoy bien —cuando
vio que eso no parecía complacerlo, levantó las manos a modo de súplica—. Tenía
que hablar contigo, Nicholas. Te debo eso.
—¿Por una declaración de amor que no querías escuchar? —dijo él con
amargura—. No te preocupes. No te pondré en una situación en la que tengas que
fingir que sientes algo por mí. Ayer dejaste suficientemente claro que no.
Oh, no. Ella ni siquiera había pensado en cómo habría interpretado él su
silencio. No podía soportar que creyese eso.
—No es eso. Yo…
—Seguiremos como antes —dijo él apretando la mandíbula—. No te pediré
nada que tú no te sientas capaz de darme, pero al menos espero fidelidad. Quiero un
pleno compromiso por tu parte conmigo y con nuestro hijo. Por su bien, al menos
podemos fingir que estamos unidos. No toleraré hacer vidas separadas, ni en el
dormitorio ni en ningún otro sitio, pero no te culpo por esto. Era yo el que quería un
matrimonio frío y calculador. Fui un tonto.
—La culpa es mía, Nicholas —dijo ella incorporándose hacia delante, olvidando
el dolor de cabeza por la urgencia de contarlo todo—. Ha sido mi culpa desde el
principio.
—No tienes que culparte por no ser capaz de amarme.
Aquello era demasiado para ella y se puso en pie de un salto.
—Pero sí que te quiero —exclamó incapaz de callárselo por más tiempo. Su
corazón no se lo permitía. No cuando Nicholas necesitaba escuchar eso. No sería
suficiente, pero era todo lo que tenía que darle—. Ése es todo el problema. Te he
querido desde el principio.
Justo en el momento en que comenzaba a marearse y se daba cuenta de que no
debería haberse levantado tan rápido, Nicholas la agarró.
Pero sería un desastre dejar que la abrazara en ese momento.
—No. No me toques. Tengo que terminar de decir esto. Tienes que escucharme.
Luego me marcharé, te lo prometo.
—Sea lo que sea lo que tengas que decir, Claire, no querré que te vayas. No
ahora que me has dicho que me quieres —dijo él, sacudió la cabeza y dio un paso
atrás, permitiéndole a Claire que se volviera a sentar.
—Dudo que pienses así cuando haya terminado —dijo ella sintiendo cómo las
palabras le quemaban en la garganta—. Cuando tuve la oportunidad de empezar a

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trabajar como ayudante tuya, fue como la respuesta a mis plegarias. Necesitaba el
dinero extra desesperadamente. No esperaba enamorarme.
Nicholas levantó las cejas. Ella decidió creer que era por la última parte de la
frase y sonrió. Con toda la ansiedad y el dolor, y ni siquiera él se había dado cuenta.
—Puede que no te lo creas, pero me enamoré de ti muy deprisa. Cuando me
pediste que me casara contigo, yo ya estaba a medio camino. No me costó mucho
enamorarme del todo, aunque traté de evitarlo.
—Yo también te quiero, Claire, te lo prometo.
Su corazón dio un vuelco, pero ella negó con la cabeza. Absurda esperanza. No
podía seguir alimentándola por más tiempo.
—Eso dices ahora, pero no sabes lo que te he hecho.
—¿Qué es eso tan terrible? —preguntó él cruzando las piernas—. Espero que no
se trate de ese préstamo. Ya lo sé. Supuse que tendrías algunas deudas. Lo devolveré
y asunto resuelto.
—Creo que será mejor que empiece por el principio. Accedí a casarme contigo
pero en realidad nunca tuve la intención de seguir adelante con el plan —cuando él
se dispuso a hablar, ella lo interrumpió—. Por favor, deja que termine antes de que
pierda las fuerzas.
—De acuerdo.
—Fingí que iba a casarme contigo para seguir siendo tu ayudante por más
tiempo.
—En otras palabras, me mentiste, ¿no?
Se merecía la acusación, pero escucharla de sus labios era aun peor.
—Sí, te mentí. Dejé que pensaras que quería casarme cuando lo que en realidad
quería era ahorrar el suficiente dinero para mis necesidades.
—¿Qué planeabas hacer cuando consumieras el dinero? ¿Por qué no aferrarte a
alguno de mis fondos cuando nos hubiésemos casado? Deberías haber sabido que yo
te lo daría.
—Trataba de ser honrada —qué estúpido sonaba eso ahora. Totalmente ridículo
decir a la cara el modo en que lo habría tratado. Dentro, su corazón le pedía que al
menos intentara comprenderla un poco—. No podía permitirme perder mi trabajo y
tú me amenazabas con mandarme a mi antiguo empleo si no me casaba contigo.
—Yo no… —Nicholas se detuvo y se frotó la frente con los dedos—. Supongo
que es cierto. ¿Pero por qué necesitabas el dinero tanto? ¿Para qué era?
—Para proteger a Sophie. Ella se lo había robado a su jefe, él lo descubrió y la
chantajeó. O le pagaba lo que le debía y más, o la mandaría a la cárcel por
malversación. Eso la habría destrozado y habría arruinado la carrera de Tom.
—Así que Sophie fue corriendo a pedirte ayuda. ¿Nunca te han entrado ganas
de estrangular a esa hermana tuya?

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—Bastante frecuentemente —era la primera vez que Claire sonreía desde que
había llegado—. Pero quiero a Sophie. No podría soportar la idea de que acabara en
prisión, y además ella está intentando mejorar ahora, Nicholas. De verdad.
—¿Ésa era la razón por la que pediste el préstamo? ¿Para pagar al chantajista?
¿Era el mismo hombre que te atacó en el aparcamiento?
—Sí. Hice lo que pensaba que era el último pago, pero entonces me dijo que
tenía que pagarle otros setecientos cincuenta mil.
Se estremeció al recordar la mirada de Haynes aquel día. Había puesto la vida
de Nicholas en peligro y luego la suya y la de su bebé. ¿Cómo había pensado que
podría protegerse de un tipo así? Debería haber reconocido el peligro entonces y
haberle dicho a Nicholas la verdad, y afrontar las consecuencias. No dejar que las
cosas llegaran a ese extremo.
—Me dio tres días para darle el primer diez por ciento. Yo no pude. Pagué a un
indigente para que le diera el mensaje a Haynes, diciendo que necesitaba más tiempo
y que pagaría en cantidades menores. Pensé que estaría de acuerdo. Me equivocaba.
Nicholas permanecía impasible, pero Claire se obligó a continuar.
—Amenazó con hacerte daño a ti si no le pagaba. No podía ir a la policía. Eso
habría delatado a Sophie y tú te habrías dado cuenta de que había estado
engañándote y me alejarías de tu vida, y así yo no podría vigilarte. Lo único que
podía hacer era asegurarme de que yo estuviera allí para protegerte.
—Podías habérmelo dicho —dijo él desde su asiento—. Dios, Claire. Yo te
habría protegido.
—¿Incluso después de que te hubiera mentido desde el principio? Habrías
puesto fin a este matrimonio y entonces no habría habido nadie que cuidara de ti. Yo
te observaba todo el tiempo, preocupándome, y esperaba que, cuando me reuniera
con Haynes, estuviera de acuerdo con mis condiciones. Le pagué diez mil dólares y
traté de razonar con él, pero estaba furioso. Lanzó más amenazas. Me dijo que tenía
que conseguir el resto del dinero. Sólo me dio unos días para conseguirlo. Estaba
desesperada. No sabía lo que iba a hacer. Entonces me di cuenta de que no me venía
la regla y supe que estaba embarazada. Todo eso ha ocurrido. Y no puedo creer que
fuera todo ayer. Antes de que tuviera tiempo de asimilar la noticia, Haynes trató de
secuestrarme. Había decidido hacerte pagar un rescate en vez de conseguir el dinero
a través de mí.
—Lo mataré —dijo Nicholas apretando los dientes.
Ella se mordió el labio.
Nicholas entornó los ojos.
—Hay más, ¿verdad?
—Dijo que después iba a matarme.
—Irá a la cárcel por eso —dijo él furioso, pero volvió a sentarse—. Tengo poder,
Claire. Podrá decirle a la policía lo que quiera, pero me aseguraré de que la historia
de Sophie nunca salga a la luz. Haynes pagará por lo que nos ha hecho. No

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pagaremos nada más. Cuando pienso en lo que podría haberte ocurrido… Te quiero,
Claire. No quiero volver a verte en peligro nunca más.
—No puedes seguir queriéndome. Me casé contigo con falsos motivos. Te debo
todo el dinero que gastamos en la ceremonia. Y me has comprado un coche que
tendré que vender. Y pedí un préstamo a tu nombre. Trataré de devolverlo de algún
modo. He puesto tu vida en peligro, y la del bebé.
Las lágrimas amenazaban con salir una vez más, y tuvo que parpadear para
mantenerlas a raya. Más tarde podría derrumbarse y llorar hasta que no le quedara
nada, pero todavía no.
—Si me hubiera aferrado a mis convicciones y al menos no me hubiera acostado
contigo, no estaría embarazada. Pero yo no puedo lamentarlo. Quiero tener tu bebé.
Al menos tendré algo que darte. Y prometo que nunca volveré a molestarte mientras
pueda quedarme con los recuerdos.
—No me has escuchado, ¿verdad? —dijo Nicholas mientras se ponía en pie y
levantaba a Claire hasta que sus cuerpos estuvieron unidos—. Has dicho que me
quieres. ¿Era cierto o es que tratabas de suavizar todo lo demás?
—Es verdad —dijo ella mirando su pecho, incapaz de mirarlo a los ojos—. Es
cierto. Te quiero, y he tenido la oportunidad de casarme contigo. Estoy agradecida
por eso.
—¿Y pretendes rendirte y alejarte de todo lo que eres capaz de tener?
Ella levantó la mirada entonces y dijo:
—No se trata de un problema relacionado con los sistemas de seguridad que
hay que solucionar para llegar a una situación adecuada. No puedo arreglar esto,
Nicholas. Lo he liado todo, y ya no hay nada que pueda hacer excepto decir que lo
siento y pedirte que me perdones, si es que puedes.
—No sé qué deseo más. Llevarte a la habitación y hacerte el amor lentamente o
darte azotes en el culo hasta que entres en razón.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, sintiendo cómo el corazón se le
aceleraba al mirarlo a los ojos—. ¿Por qué ibas a querer hacer el amor después de
todo lo que he confesado?
—Te lo repito, Claire. Te quiero. Quiero que hoy sea un comienzo, no un final.
Si hay algo que perdonar, considéralo perdonado.
Aquellas palabras fueron lo que más deseaba oír. ¿Era posible? ¿Realmente
podía amarla después de todo lo que había ocurrido?
—He sido muy injusta contigo.
—Yo también he sido injusto contigo pidiéndote que te casaras conmigo sin
amor. ¿Te casarás conmigo de verdad? ¿Vivirás conmigo y me querrás como yo te
quiero?
—Nicholas, sí. Si lo dices de verdad. No hay nada en el mundo que desee más
que pasar el resto de mi vida contigo.

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—Entonces acércate —dijo él con voz profunda y los ojos brillantes por la
emoción—. Quiero abrazar a mi mujer y a mi hijo.
—Y yo… nosotros queremos que nos abraces —ella se echó en sus brazos—. No
te merezco. No me merezco esto. Pero voy a tomarlo de todas formas. Te quiero
demasiado como para marcharme, a no ser que me digas que lo haga.
—Eso nunca ocurrirá. Y no quiero volverte a escuchar decir que no me mereces.
Los dos nos hemos utilizado mutuamente, de maneras diferentes. Ahora el pasado es
el pasado, y está olvidado. De ahora en adelante nos centraremos en el presente y en
el futuro —concluyó, y la besó.
Claire recibió su ansia con igual deseo y se rindió ante el amor que sentía por
ese hombre que le había robado el corazón.
Cuando Nicholas levantó la cabeza, la miró con ternura y su corazón volvió a
derretirse una vez más. Levantó una mano temblorosa para tocar su cara, para
disfrutar de su tacto y de la textura de su piel.
—Quiero hacer el amor contigo —dijo él tras darle un beso en la palma.
—Entonces vamos a la cama.
Lo tomó de la mano y lo llevó hacia el dormitorio. Se dio cuenta de que ya era el
dormitorio de los dos, por el resto de sus vidas en común. La idea trajo consigo una
gran emoción, y con ella una intensa necesidad de amarlo de todas las maneras
posibles.
En la puerta del dormitorio Nicholas se detuvo.
—Esto es egoísta por mi parte. Acabas de salir del hospital, y hay un bebé del
que ocuparse.
—El bebé está a salvo, y seguro que está de acuerdo con lo que sus padres están
a punto de hacer —dijo ella llevándole las manos a su corazón—. En cuanto al resto,
puede que no esté al cien por cien, pero espero que seas tierno conmigo. Y estoy casi
segura de que me moriré si no vuelves a hacerme tuya ahora mismo.
Nicholas la tumbó en la cama y le quitó la ropa lentamente, hasta que estuvo
desnuda. La miró de arriba abajo, deleitándose.
—Nunca había visto nada tan maravilloso ni tan perfecto.
—Entonces ven a mí —dijo ella estirando los brazos—. Deja que te abrace para
comprobar por mí misma que nunca tendré que dejarte marchar.
Él se quitó la ropa y se tumbó a su lado, procediendo a adorar su cuerpo hasta
que llegó un momento en que no supo dónde acababa ella y dónde empezaba él.
Cuando alcanzaron el máximo placer, ella gritó su nombre y se agitó en sus brazos.
Él gritó con ella.
Claire se quedó dormida y, cuando se despertó, Nicholas estaba sentado al
borde de la cama, observándola.
—Vamos al balcón.
Él preparó té y los dos se sentaron junto al jacuzzi.

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—Mientras dormías —dijo Nicholas de pronto—, recibí una llamada.


—¿Era Haynes? ¿Estaba lanzando más amenazas?
—No, no era Haynes. Pero se trataba de él. La policía lo ha atrapado a este lado
de la frontera de Queensland. Parece que se había dado cuenta de que estaba en
apuros y estaba intentando escapar.
—¿Así que está detenido?
—Sí —dijo Nicholas dándole la mano—. Resulta que tú no eres la única a la que
ha estado chantajeando. Hay tantas pruebas contra él, que irá a la cárcel por un largo
periodo de tiempo.
—Oh, gracias a Dios —dijo Claire, y no supo bien cómo, pero de pronto estaba
de pie en brazos de Nicholas. Presionó la cara contra su pecho, reconfortada por el
latido de su corazón—. Quiero sentir pena por él, pero me siento más tranquila ahora
que sé que lo han atrapado. Creo que nunca me daré cuenta de lo verdaderamente
malo que era.
Nicholas le acarició el pelo y le dio un beso en la cabeza. Luego se apartó para
mirarla a los ojos.
—Habrá que decírselo a Sophie y a Tom, pero eso te lo dejo a ti. Me doy cuenta
de que Sophie aún tiene que contárselo a su marido. De momento quiero que tú y yo
nos concentremos en nosotros. Tenemos muchas cosas que hacer para poner al día
este matrimonio.
—¿Ah, sí? A mí me parece como si este matrimonio acabara de empezar. Te
quiero, Nicholas Monroe, con todo mi corazón. Me encanta ser tu esposa y tener tu
bebé.
—Aún hay algo que tenemos que hacer —dijo él—. Algo que llevo queriendo
hacer desde que te traje aquí la primera vez.
—¿Qué es? Haré lo que quieras. Lo que te haga feliz.
—¿De verdad? —preguntó él, y fingió considerar la oferta, pero enseguida
desvió la mirada hacia el jacuzzi—. Ya lo intenté una vez cuando hablaba de hacerte
mi esclava. Es muy simple, Claire. Quiero iniciarte en los placeres de bañarnos juntos
en el balcón.
—¿Sólo bañarnos? ¿Es eso lo mejor que puedes ofrecer?
Él le tomó la mano y la condujo hasta el jacuzzi.
—Oh, creo que lograré hacerlo un poco más interesante para mí querida esposa.
—Yo debería pensar en eso también —dijo abrazándolo con fuerza—. Te quiero,
Nicholas.
—Yo también te quiero, mi adorada señorita. Deja que te muestre cuánto.

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Epílogo
Los grupos de flores tenían su mejor aspecto en esa época del año. Claire los
observó y luego se fijó en la mezcla de familia e invitados que llenaban su espacioso
jardín, hasta que vio a su marido hablando a lo lejos con Tom Cranshaw.
Nicholas tenía a su hija en brazos. Jemima pataleaba y se reía, disfrutando del
día cálido mientras su padre jugaba con sus piececitos bajo el traje del bautizo.
A Claire le dio un vuelco el corazón al observar a las dos personas que más
quería en el mundo. Tras los mareos iniciales, su embarazo había ido perfectamente.
Nicholas la había malcriado y, después de que Jemima naciera, había comenzado a
malcriarla a ella también.
Debía de ser algo hereditario en la familia. Damon y Colin, los hermanos de
Nicholas, estaban igualmente enamorados de Jemima.
Todos estaban reunidos ese día. Los hermanos y los padres de Nicholas,
aunque ésos últimos estaban sentados en esquinas opuestas, claro. Pero los dos se
habían adaptado muy bien a eso de ser abuelos.
Dianna, que no podía soportar que la llamaran nana o abuela, le había
mostrado a Claire una maravillosa técnica de masaje para hacerle a Jemima después
de que naciera. La madre de Nicholas era a veces interesada, pero le había
proporcionado al menos eso.
El abuelo Monroe le había construido a Jemima el más maravilloso set de
guardería. Cuna, moisés y caballo de madera.
La familia. Claire volvió a mirar a su marido y luego a su acompañante. Tom
también tenía un bebé en brazos. Eliza Claire Cranshaw era mayor y más enérgica
que Jemima, pero parecía tener la misma determinación en los genes. En ese
momento estaba intentando desabrocharle la corbata a su padre.
Tom ni siquiera se daba cuenta.
—Sé que esta fiesta es para nuestras hijas, pero también tengo algo para ti,
Claire.
Sophie se había acercado sin que Claire se diera cuenta. Se giró y vio que su
hermana le entregaba un pequeño regalo con una tarjeta dorada.
Los invitados habían colmado a las pequeñas primas de regalos tras el bautizo,
que se había celebrado en la misma capilla donde Nicholas y Claire se habían casado.
Sophie se había ofrecido a colaborar en la organización de la fiesta, pero eso se
suponía que iba a ser todo. No se suponía que tuviera que hacerle ningún regalo a
Claire.
—Venga —dijo su Sophie riéndose al ver que su hermana dudaba—. Mira lo
que hay dentro de la bolsa.

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Claire obedeció y entonces comenzó a reírse también con los ojos llenos de
lágrimas. Sacó la figurita y sonrió. Era la figura de un búho australiano y en el centro
tenía inscritas las palabras: El viejo y sabio búho.
Sophie la abrazó y luego se separó.
—Lo eres y lo sabes. Si no es por todo lo que has hecho por mí, no estaría hoy
aquí con Tom, sin secretos entre nosotros, felices con nuestra hija y nuestras vidas.
—Gracias. Es precioso, aunque no estoy segura con lo de «viejo».
Sophie sonrió. Mientras lo hacía, Claire vio a Tom mirándola. Entonces ella
volvió a mirar a Nicholas. Y él le envió una mirada de amor y promesas con la que
Claire se quedó mientras se giraba de nuevo hacia su hermana.
—Espero que hayas ahorrado para esto, Sophie —dijo tratando de sonar
severa—. Debe de haberte costado por lo menos diez dólares. Quizá incluso veinte.
Sophie giró la figura en la mano de Claire para mostrarle la pequeña etiqueta
que había pegada en la base.
—En realidad cerca de quinientos. ¿Pero a quién le importa?
Claire se quedó boquiabierta.
—No te preocupes —dijo Sophie con una sonrisa—. Puede que nunca pierda el
gusto por las cosas caras, pero me he reformado. Tenía dinero para comprar esto, y
cuando le hablé a mi marido de ello, se sintió tan orgulloso que me subió la pensión.
—Oh, Sophie —dijo Claire riéndose—. Te quiero. Espero que lo sepas.
—Lo sé. Y yo también te quiero —dijo Sophie, y tomó a Claire del brazo con
decisión—. Y ahora creo que es hora de que rescatemos a esos maridos nuestros.
¿Quién sabe? Quizá lleguemos hasta allí antes de que nuestras hijas acaben
volviéndolos locos con sus pequeños deditos.
Claire miró de nuevo a los dos hombres bajo los árboles, negó con la cabeza y
dejó que la felicidad la invadiera por completo.
—Creo que ya es demasiado tarde.

Fin

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