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© Anne Mather.

-EL BALUARTE DEL DIABLO

El baluarte del diablo (1986)

Título Original: Devil's mount


Colección: Julia n.° 174 - 21-5-86
Protagonistas: Rhys y Julie

Argumento:

Rhys dio un paso hacia ella mirándola con sus penetrantes ojos. "¿Cuál es el problema, Julie?" le
exigió. ¿Mis aventuras han agitado esa imaginación romántica tuya? Sé que no eres indiferente. Así
que qué más hay entre nosotros?"
Julie no podía decírselo. Las palabras rondaban en sus labios, pero ella no podía pronunciarlas.
¿Qué pasaría si fuera verdad? Ella tenía que seguir alejada de él antes de que la emoción hundiera el
sentido común.. antes de que ella se encontrara rindiéndose a un hombre que nunca podría entregarse
totalmente a alguien.

CAPÍTULO 1

EL VIKINGO alzó su copa y la llevó a los labios para beber de ella con feroz avidez. Se echó
atrás la larga cabellera rubia, sus dientes blancos y fuertes se hundieron con voracidad
— ¡El señor Hollister te espera, Julie!
La aparición de Nancy resultaba inoportuna y Julie dejó de mirar la ventana mientras el vigoroso
vikingo se convertía otra vez en el ingeniero de teléfonos que estaba tomando el té frente a la oficina
de Hollister, Barres y Hollister, abogados.
—No le parecerá bien que desperdicies el tiempo soñando despierta cuando te necesita para que
copies al dictado —prosiguió Nancy—. De verdad, Julie, ¿acaso quieres perder este empleo?
Julie suspiró y después cogió s u cuaderno d e taquigrafía. Estaba entregada a su pasatiempo
favorito, fantasear sobre los tiempos de los sajones, sobre la doncella que era raptada por un vikingo
que termina enamorándose de ella..
—Creo que no estoy hecha para trabajar en la oficina de unos abogados —repuso la chica,
mientras s e ponía d e pie—. Quiero decir, e n l a vida ha y mucho má s que divorcios, desfalcos y
muertes, ¿no? Nancy, ¿tú nunca te aburres?
Nancy pareció sorprendida. Aunque estaba casada, había trabajado para Hollister, Barres y
Hollister durante quince años y Julie se percató de que su comentario no tendría lógica en su mente.
—No tienes idea de lo afortunada que eres por tener un empleo—exclamó la mujer y se acercó al
escritorio de Julie—. ¿Tú sabes la cantidad de jóvenes que no encuentran un empleo, de cualquier
tipo, en la actualidad?
Julie asintió con la cabeza.
—Lo sé, lo sé.
—Además, pensaba que te gustaba escribir a máquina. Cuando te concentras en lo que haces eres
bastante buena.
Aquello constituía un elogio y Julie sonrió.
—Sí, me gusta escribir a máquina —dijo—. Pero lo que me resulta aburridísimo es lo que tengo
que pasar a máquina. Por eso pienso en.. otras cosas.
— ¿Qué son esas otras cosas?
Se abrió la puerta de la oficina y Jennifer Lewis, la secretaria del abogado Barnes, asomó la
cabeza.
— ¿Sabe dónde?. . —empezó a decir a l ver a Nancy, pero a l darse cuenta d e la presencia de
Julie, hizo un gesto a l a joven—. E l señor Hollister lleva una hora llamándote. ¿Qué has estado
haciendo, Julie?
Julie se dirigió rápidamente a la oficina de Héctor Hollister y recibió, con humildad, la crítica de
éste. Enseguida el viejo abogado empezó a dictar pero las cartas que dictaba eran iguales a las que la
joven había escrito en muchas otras ocasiones: Los bienes de su difunta tía están ahora en nuestro
poder, de modo que si fuera tan amable de visitar nuestra oficina. . Mi cliente se niega
definitivamente a conceder la custodia, incluso temporal, del niño al cliente que usted representa.
. El seguro que deberá pagarse a la susodicha propiedad, etcétera, etcétera..
Tenía que concentrarse para escribir todo lo que el abogado le dictaba.
Esa tarde en el metro, de vuelta a casa, Julie trató de analizar la insatisfacción que parecía crecer
día a día. ¿Cuando se había vuelto el trabajo en la oficina tan insoportable? se preguntó. Llevaba allí
siete meses, el tiempo justo desde que había terminado su preparación en la academia de secretarias,
y al principio no le había parecido tan mal. Pero quizá la rutina había terminado aburriéndola, y lo
que estaba claro, era que despreciaba a Héctor Hollister.
Pero quizá, lo que más le había afectado había sido la boda de Laura, tres semanas antes. No era
que envidiase a su hermana. Pero pensaba que el tomar la decisión de casarse a los diecinueve años
la obligaba a perder su libertad demasiado pronto, y aunque Laura parecía ser muy feliz con su
marido, Julie creía que estaba loca. Su marido no tenía un buen sueldo y después de pagar los plazos
de la hipoteca de una casa de tres habitaciones en Barnet, Laura tendría que trabajar el resto de su
vida para poder mantener un nivel de vida decente.
Por supuesto, Julie sabía que su madre deseaba que ella también se casara pronto.
Desde que se quedó viuda, cinco años antes, para la señora Wood no había sido fácil mantener a
sus dos hijas. Pero les había asegurado una educación, como secretarias, y ahora que Laura estaba
casada, anhelaba el día en que podría vender su pequeña casa de Romford para irse a vivir con su
hermana, también viuda, a Southend. Sólo se lo impedía Julie y como ella tenía ya dieciocho años,
debería pensar en su porvenir, o al menos eso creía la señora Wood.
Dentro de los planes de s u madre respecto a l matrimonio estaba incluido Mark Roberts. Mark
vivía en la misma calle que las Wood, provenía de una familia muy respetable y acababa de terminar
su carrera de magisterio.
Julie suspiró. Le agradaba Mark; siempre le había caído bien. Pero era ligeramente obeso, su
pelo, de color rubio, empezaba a escasear y no le parecían muy oportunas sus opiniones sobre la
vida en general, y más en concreto, sobre los adolescentes. Por lo que para Julie resultaba bastante
difícil tomarlo en serio y realmente no lo amaba.
Pensaba que nunca encontraría a aquel que llenaría sus aspiraciones y estaba resignada a
permanecer soltera el resto de su vida. ¡Pero no como secretaria del señor Hollister!
terminó pensando.
— ¿Me permite pasar?
La súplica la sacó de sus pensamientos y la joven tragó saliva y se sonrojó cuando un hombre de
negocios hizo un intento por pasar entre ella y otros pasajeros, para llegar a la puerta. Julie se
acurrucó en un rincón y después se inclinó a recoger el periódico que él había dejado caer. Las
puertas del vagón s e cerraron y Julie s e quedó con el periódico en la mano, sintiéndose un poco
ridicula.
Había un asiento vacío en la parte delantera del vagón y la chica fue a ocuparlo; abrió el
periódico para ocultarse del resto de los pasajeros. Era The Times, periódico que ella no leía.
Cualquier cosa era mejor que tener que mirar a los pasajeros a lo largo de las estaciones, y se
dispuso a leer las páginas dedicadas a ofertas de empleo.
Rico hombre en retiro requiere secretaria competente.
Las palabras saltaron prácticamente de la página del periódico hacia la joven y Julie las leyó otra
vez: Rico hombreen retiro requiere secretaría competente. Las solicitantes deben escribir a
máquina y conocer taquigrafía.
Julie frunció el ceño. El anuncio no decía más y sólo constaba como referencia un número de
teléfono. ¡Qué tentador! ¿Quién podía ser el rico personaje? ¿Dónde seria el trabajo? ¡Qué
oportunidad tan fantástica para cualquiera! la mente de la joven empezó a trabajar.
La siguiente estación era la de ella. No tenía tiempo de volver a leer el aviso, ni siquiera de
reflexionar por qué quería leerlo otra vez.
Julie debía de tomar todavía un autobús para llegar a su casa y aprovechó la ocasión para pensar
en ello. ¡Un hombre rico que vivía ya apartado del trabajo!
Podía imaginar lo que eso significaba. Algún viejo rico que vivía lujosamente en alguna hermosa
isla del Caribe. ¡Qué maravilloso! El sol, el mar, frutas exóticas. ¡Eso era vivir!
siguió imaginando Julie.
El puesto estaría muy solicitado. Cualquier secretaria mediocre de Londres aceptaría en el acto
un puesto semejante. Pero no era de las mediocres de quienes tenía que preocuparse. Era de las
elegantes y sofisticadas secretarias de cerca de treinta años que parecían salidas de las páginas del
Vogue y que dominaban perfectamente el arte de su trabajo.
Julie se quedó contemplando su imagen reflejada en uno de los cristales del vagón. No se podía
decir que fuera una persona fea, pero su apariencia no se podía definir como sofisticada o elegante.
Suspiró frustrada. Su pelo estaba bien. Siempre podría peinárselo hacia arriba o cortárselo. Pero
esos ojos pardos eran demasiado grandes e ingenuos, y su boca excesivamente vulnerable.
La cena estaba ya sobre la mesa cuando la joven llegó a su casa en Eastman Road. Su madre salió
de la cocina y le indicó que empezara sin ella.
—Esta noche se celebra la feria de otoño en la escuela secundaria, Julie —le explicó la señora
Wood, mientras se paraba al pie de la escalera—. Prometí a la señora Lomax que iría a ayudarla.
Julie dejó su bolso sobre una pequeña mesa cercana.
— ¿Has tenido un buen día?
La señora Wood trabajaba durante parte del día en una mercería que la suponía un dinero
adicional a la exigua pensión que su marido le había dejado.
—Afortunadamente no tuve que quedarme hoy más en la tienda —repuso—. Si no no podría
haber ido a ayudar a la señora Lomax ahora.
La señora Wood fue a arreglarse para salir y Julie se sentó a la mesa para comer tranquilamente
el bistec con guisantes. De postre había tarta de fresa y la joven lo disfrutó junto a una taza de café.
Lavó los platos, limpió la mesa y luego se fue al cuarto de estar. En la chimenea ardía un fuego
delicioso y la muchacha se acomodó en un sofá y se puso a hojear una revista.
La señora Wood entró, alta y atractiva, llevando su abrigo gris de lana. Sus dos hijas se le
parecían bastante pero esa característica Julie sólo la cumplía en el parecido físico…
—Bien, ya me voy —dijo la mujer—. Por cierto —dejó el ejemplar de The Times sobre el sofá,
junto a Julie—, he visto esto en el bolsillo de tu abrigo. No sabía que compraras The Times.
—La verdad es que no lo compro —dijo Julie, sintiéndose de alguna manera culpable
—. Yo.. bueno.. se le cayó a alguien en el metro.
— ¡Y tú lo recogiste! —su madre parecía disgustada—. ¡Julie!
La chica movió la cabeza.
— ¿Ya te vas?
Parecía que la señora Wood quería agregar algo, pero se contuvo.
—Sí. . sí, ya me voy. Espero estar de vuelta sobre las nueve. ¿Va a venir Mark a verte?
—Espero que no —replicó Julie, y su madre suspiró.
La señora Wood titubeó durante un momento y después se dirigió hacia la puerta.
—Adiós, Julie —dijo con voz aguda y Julie la vio marcharse resignada.
Sabía lo que significaba ese tono de voz, y no le complacía. No tenía la intención de casarse con
nadie simplemente para complacer a su madre. Y si su presencia en la casa era un inconveniente para
ella, quizá debería considerar la posibilidad de buscar a alguien con quien compartir un apartamento
en la ciudad, reflexionó Julie.
Sus ojos se fijaron de nuevo en el anuncio del periódico y de modo impulsivo lo volvió a leer.
Por el número de teléfono parecía que la dirección debía de estar en el centro de Londres pero no
especificaba las horas a las que se podía llamar. Estudió la oferta de empleo durante algunos minutos
más y luego se dirigió hacia el vestíbulo. Vaciló por segunda vez y luego levantó el auricular. Marcó
el número, pero no se paró a pensar lo que diría cuando contestaran su llamada.
— ¡Hotel Limerick!
La voz de la telefonista la sacó de sus meditaciones.
— ¿Hotel Limerick? —repitió ella débilmente.
—Sí. ¿En qué puedo servirla?
—Bien. . yo llamaba para contestar al. .
— ¿Al anuncio de The Times? —la telefonista no parecía sorprendida.
—Pues. . sí.
—Espere un momento.
Se hizo un silencio y durante un momento Julie se sintió tentada de colgar antes de
comprometerse más, pero la telefonista volvió a hablar.
—Ya está su comunicación.
—Hola. ¿Con quién hablo?
Era una voz de hombre pero, para su sorpresa, bastante joven y que tenía además un acento que la
joven no pudo reconocer.
—Oh.. me llamo Julie Wood —ella se presentó titubeando—. Llamaba para informarme sobre el
puesto de secretaria.
—Entiendo. ¿Y cuáles son sus cualidades, señorita Wood?
—Escribo cerca de setenta palabras por minuto a máquina y hasta cien en taquigrafía.
—Magnífico—exclamó él—. ¿Y por qué desea este empleo, señorita Wood?
—Me gustaría.. un cambio, eso es todo. Ahora trabajo en la oficina de unos abogados y el trabajo
es muy. .
— ¿Aburrido?
—Pues, sí.
— ¿Y supone usted que este trabajo no lo será?
Julie suspiró. No le gustaba explicar por teléfono sus razones para cambiar de empleo.
Le gustaba ver la cara de la persona con la que hablaba.
—Sólo me parece. . bastante interesante —dijo, y él tardó un rato en contestar.
—Usted comprenderá, señorita Wood, que ya tenemos varias solicitudes para este empleo..
Julie ya se lo esperaba pero él siguió hablando:
—. . y, naturalmente, estamos seleccionando a las que tienen algo importante que ofrecer.
—Por supuesto —dijo la joven tímidamente.
—Es por eso por lo que le hago estas preguntas. Le concederemos una entrevista si la
consideramos elegida.
Julie recuperó la esperanza.
—Comprendo.
—Sigamos. . ¿Qué sueldo espera recibir?
Julie tragó saliva.
—Pues no lo he pensado.
—Debe de tener una idea. ¿Cuánto gana actualmente?
Julie frunció el ceño.
—Creo que eso no es de su incumbencia.
—Muy bien. Pensaré que es menos de cuatro mil libras al año —Julie se quedó sorprendida y él
prosiguió—: Ahora.. sobre el empleo. Supongo que deseará saber dónde es.
—Sí.
—Me parece lógico. Bien, por el momento no puedo decirle cuál es el lugar exacto, por razones
obvias, pero le bastará saber que necesitará un mínimo de ropa de verano. ¿Le atrae la idea, señorita
Wood?
Los dedos de Julie temblaban al apretar el auricular. ¡Un salario de cuatro mil libras y en un
lugar soleado! ¡Por supuesto que la atraía!
—Me parece excelente —dijo torpemente y su interlocutor rió.
Julie hizo una pausa para preguntarse quién sería él. ¿Un encargado de relaciones públicas?
Obviamente era demasiado joven para ser s u posible jefe. Además, los hombres ricos no sostenían
conversaciones de este tipo. Empleaban a otros para que lo hicieran.
— ¿Qué edad tiene usted, señorita Wood?
La pregunta la cogió por sorpresa y la joven se preguntó si debía mentir respecto a su edad. Pero
si lo hacía y durante la entrevista se daban cuenta de la mentira, su oportunidad estaría perdida.
— ¿Es. . es eso importante?
—Creo que podría serlo.
—Bien, tengo dieciocho años.
— ¡Dieciocho! —ahora era su interlocutor quien parecía sorprendido y Julie deseó haber
mentido—. ¿Ha dicho dieciocho años?
—La eficiencia no siempre viene de la mano de la experiencia —se apresuró a decir la chica—.
Y. . y en el anuncio no especificaban la edad.
—Es cierto —una vez más la voz del joven sonaba divertida—. Muy bien, señorita Wood. La
acepto para la entrevista. ¿E s posible que pueda ser mañana?
Julie no podía creerlo. ¡Le estaban concediendo una entrevista!
—Le he preguntado si podría ser mañana.
La voz masculina parecía un poco impaciente y Julie se apresuró a decirle:
—Mañana será perfecto —Julie no podía dejar pasar esa oportunidad.
—Entonces, le sugiero que venga aquí.. al Hotel Limerick. . ¿Qué le parece a la una?
— ¡A la una! —eso coincidía con su hora de comer y no tendría que buscar ninguna excusa—.
Eh.. ¿con quién pido hablar?
—Ah, sí lo olvidaba. El hombre es Rhys Llewellyn, habitación 402.
Julie escribió los datos en un papel.
—Ya está. Gracias.
—Gracias a usted, señorita Wood.
Julie colgó el teléfono lentamente. Hotel Limerick, a la una, se repitió. Rhys Llewellyn,
habitación 402.
Se aseguró de que el papel donde había escrito estuviera fuera del alcance de su madre.
Si conseguía el empleo ya tendría tiempo para decírselo, pensó.
A la mañana siguiente, se preocupó por vestirse de modo elegante. Se puso un vestido de color
rojo y unas botas del mismo color, haciendo juego. En lugar del abrigo de lana cogió el impermeable
que le quedaba por encima de las rodillas. Intentó peinarse hacia atrás, pero no lo consiguió, de
modo que decidió llevar suelto el pelo. Al verla su madre, comentó:
—No me digas que todo esto es en honor del señor Hollister.
—No —replicó Julie con indiferencia, mientras se sentaba a desayunar—. Hoy he decidido
cambiar un poco de imagen.
— ¿De veras? —La voz de su madre sonaba escéptica—. ¿A qué hora piensas volver esta noche?
—A la hora acostumbrada —respondió Julie, y terminó de beber su café. Sonrió ante el
desconcierto de su madre—. Nos veremos después. Que tengas un buen día.
Varias de sus compañeras de la oficina hicieron comentarios elogiosos sobre la apariencia de la
chica, pero ella no comentó nada. Al señor Hollister parecía costarle trabajo apartar la mirada de la
muchacha cuando ésta fue a su despacho a tomar el dictado y Julie se alegró cuando pudo escapar de
su insistente atención.
El Hotel Limerick se encontraba en una plaza no cerca de la oficina de Hollister Barnés y
Hollister. Julie llegó allí después de andar durante quince minutos. Era un hotel pequeño,
probablemente para gente selecta, se dijo la joven, al sentirse decepcionada por ver que no se
parecía al Savoy o al Dorchester. Se decidió a subir las pequeñas escaleras que llevaban a la puerta.
—Me apellido Wood. Tengo una cita con el señor Lewellyn a la una —dijo rápidamente antes de
que pudiera cambiar de opinión.
La recepcionista l a miró. Er a e l tipo d e chica que ocuparía u n puesto semejante, elegante y
sofisticada y de amplia sonrisa.
— ¿Señorita. . Wood? —levantó una ceja—. ¿Tiene cita con el señor Llewellyn?
—Sí, con el señor Rhys Llewellyn —Julie apretó los labios durante un instante—. Llamé por
teléfono ayer por la noche.
—Yo no estaba de servicio ayer por l a noche, señorita Wood, pero s i espera un momento me
encargaré de verlo.
— ¿Ver qué? —preguntó Julie.
La joven ignoró su pregunta y realizó una llamada. Julie intentó no prestar atención a lo que
hablaban y paseo distraída.
— ¡Señorita Wood!
La recepcionista la llamaba y la chica volvió a donde ella se encontraba.
—Me temo que el socio del señor Llewellyn no puede encontrar su solicitud, señorita Wood.
Todas las entrevistas para el puesto han sido hechas esta mañana. Me temo que ha cometido usted un
error.
— ¿Las entrevistas han sido hechas esta mañana? —repitió Julie sin poder creerlo.
—Sí. El señor Llewellyn quería que todo quedara arreglado lo más pronto posible.
Supongo que está deseando volver a su propiedad.
—Su propiedad. .
Julie miró la cara impasible de la joven y un sentimiento de ira y resentimiento nació en su
interior. ¿De modo que el socio del señor Llewellyn no la recordaba? ¿O sería que ya alguien había
conseguido el puesto y no se interesó por otra persona? pero sabía que no habría respuestas a sus
preguntas. Julie se sentía triste. Lo único que había hecho era perder el tiempo.
Se quedó pensativa. ¿Cómo podía subir a pedir una entrevista? ¿Cómo sentaría eso?
Probablemente no la harían ni caso.
—Lo siento —dijo la recepcionista y Julie se dio cuenta que ella no tenía la culpa.
—Gracias de todas formas —dijo por fin Julie y se volvió echándose el bolso al hombro en un
gesto desafiante.
—Señorita Wood! ¡Julie!
La voz sonaba vagamente conocida y Julie se detuvo cuando ya estaba bajando la escalera.
Volvió la cabeza para ver a un muchacho de catorce o quince años que atravesaba apresuradamente
e l vestíbulo desde e l ascensor. Al to y delgado, de facciones finas y graciosas, mostraba unas
llamativas gafas de color negro, vestido con pantalones vaqueros y un suéter de rayas, no daba la
impresión de ser un rico millo-nario, pero Julie supo enseguida de quién se trataba.
—Tú eres. . tú eres la. . la persona que me contestó el teléfono anoche —exclamó.
El chico asintió con la cabeza, apenas sin aliento por la carrera.
—Exacto —dijo sofocado. La voz era inconfundible—. Gracias a dios que no se había ido. No
tenemos ni siquiera su dirección.
Julie recordaba lo que había pasado hacía poco rato.
—No tiene mucho sentido el que tengan mi dirección, ¿no crees? —replicó impaciente
—. ¡Ni siquiera me concedieron una entrevista! —Frunció el entrecejo—. ¿Eres. . el socio del
señor Llewellyn?
— ¿Yo? —el chico rió—. ¡No hombre! —no hizo caso de la expresión de sorpresa de la joven y
prosiguió—: Volvamos al vestíbulo. Tengo que hablar con usted y hace frío aquí.
Julie titubeó.
—Ya te he dicho que. . no tiene sentido.
__Claro que tiene sentido —el chico le tendió una mano—. Vamos a la sala de espera.
Julie miró fijamente la cara del muchacho y su expresión de súplica la convenció.
__Está bien —asintió reacia—. Pero realmente no veo..
— ¡William! ¿Qué diablos haces?
Como antes, Julie se sobresaltó al escuchar la voz, una voz parecida a la del chico, pero más
profunda, casi melodiosa, o lo hubiese sido si la ira no la tornara áspera. Un hombre había aparecido
detrás del chico, un hombre alto, cuyas facciones firmes estaban ahora recortadas por la severidad.
El pelo castaño oscuro, con algunas canas en las sienes, se prolongaba con unas largas patillas. No
era un hombre guapo, sus facciones eran demasiado duras, pero había algo en su expresión que le
daban un extraño atractivo. De edad cercana a los cuarenta años, vestía informalmente, como el
chico, con pantalones oscuros de pana y un suéter abierto. Aunque el parecido era leve, Julie podría
asegurar que se trataba del padre del muchacho.
William, se volvió hacia el hombre, mientras se pasaba una mano por la cabeza.
—Esta es la señorita Wood, padre. Te dije que hablaría con ella.
—Y yo te dije que te quedaras en tu cuarto —replicó el hombre de modo tajante.
Julie se sintió muy incómoda.
—Será mejor que me vaya—se atrevió a decir Julie y el hombre asintió con ojos fríos.
—Quizá sería mejor —dijo—. Siento que se la haya molestado..
— ¿No podrías al menos entrevistarla, padre? —Preguntó el chico—. Yo le pedí que viniera y. .
—Lo sé William —lo interrumpió el hombre—. Le suplico disculpe la conducta de mi hijo,
señorita.. señorita, ¿Wood?
—No tiene importancia —Julie se vio en la extraña posición de defender al muchacho
—. Quizá cometí una equivocación. .
— ¡No hubo equivocación! —afirmó el chico, mirando a su padre. Ahora respiraba con rapidez,
y su cara se había enrojecido—. Papá, ¿por qué no le das una oportunidad?
Habla con ella por lo menos. Está muy bien preparada.
—Te estás poniendo nervioso sin motivo, William. Y estás desperdiciando el tiempo de la
señorita Wood.
—Oh, en realidad, yo..
La involuntaria negación de Julie fue ignorada por los dos, mientras William hablaba con su
padre.
— ¿Por qué te opones siempre a las personas que a mí me gustan? Yo también tendré que
convivir con ella, ¿no es cierto? ¿No tengo derecho a opinar sobre el asunto?
—William, el señor Thomas tiene dos excelentes secretarias entre las que escoger. Deja que él
decida.
— ¡Oh, el señor Thomas! ¡Ese viejo anticuado! ¡Tú eres quien quiere la secretaria, papá!
¿No te importa a quién tengas a tu servicio?
—Pues no mucho.
La voz del hombre era fríamente indiferente y Julie se estremeció. Si ése era el rico personaje, no
estaba muy segura de que le gustara conseguir el empleo. Pero le agradaba William. Y su conducta
no era extraña en un chico de su edad. Ella debería estar enfadada con él. Pero parecía que el chico
mostraba el enfado por los dos.
William estaba muy sofocado y respiraba con dificultad. Julie volvió sus ojos ansiosos al padre,
pero el frío individuo parecía indiferente a la petición de su hijo.
—Sugiero que dejemos está discusión ahora mismo —declaró el hombre, sombrío—.
Como he dicho antes, señorita Wood, lo siento. .
— ¡No lo siente realmente! —Dijo Julie llena de ira—. Sólo lo dice por cortesía. ¿No ve que su
hijo está enfermo?
Se hizo Un tenso silencio durante el cual todo lo que Julie podía escuchar era la respiración
convulsiva del chico y los fuertes latidos de su propio corazón. Y luego el hombre, que la había
estado mirando con fijeza durante casi medio minuto, señaló hacia las puertas giratorias situadas a un
lado del vestíbulo.
—Le sugiero que pasemos allí —dijo con voz baja y, sin esperar respuesta, se encaminó hacia la
elegante sala de estar, seguido por la joven y el chico.
Había algo raro en su modo de caminar, parecía como si una de sus piernas no la pudiera mover
muy bien pero a Julie no le dio tiempo a poder ver más pues él se detuvo para dejarles pasar.
Con un resignado encogimiento de hombros dirigido al chico, Julie entró en la sala seguida por
William, quien se volvió para mirar a su padre. El hombre cerró la puerta y luego dijo, con el mismo
tono tranquilo:
— ¿Qué fue exactamente lo que le dijo William?
Julie se pasó la lengua por los labios resecos.
—Me. . er. . yo. . yo llamé anoche por teléfono y pedí información sobre el anuncio de The
Thimes y él.. me preguntó si tenía experiencia y cuales eran mis cualidades.
— ¿De veras? —los labios del hombre se torcieron en un gesto irónico—. ¿Y cuál es?
Julie se sintió tonta, pero tenía que responder.
—Cojo cien palabras por minuto en taquigrafía y. . setenta a máquina.
—Gracias —se volvió hacia el muchacho—. ¿Te parece satisfactorio?
William había aprovechado el tiempo para recuperar el aliento pero su rostro todavía estaba
constreñido por el esfuerzo y el sudor bañaba su frente. Julie sentía compasión por el chico y volvió
los ojos hacia el padre. ¿Quién era este hombre? ¿No teñí a compasión por su propio hijo? Se
preguntó.
William dio un paso adelante.
— ¿Por qué. . por qué no.. Podemos contratar a alguien. . alguien joven? —dijo con dificultad—.
Alguien con quien pueda hablar. ¡Las otras secretarias son. . son tan. .
viejas!
—Gracias. Son más jóvenes que yo —replicó secamente su padre—, William, ya te lo expliqué.
Necesitamos una persona adecuada —luego volvió la mirada hacia Julie—.
¿Por qué querría una chica joven como usted enterrarse en los yermos de Cambria?

CAPÍTULO 2

JULIE TARDÓ unos segundos en comprender lo que había escuchado y luego dijo:
— ¿Los. . los yermos de Cambria? —estaba confusa, desconcertada—. ¿Quiere decir. .
quiere decir, Gales?
Dijo la última palabra con voz muy débil, casi inaudible, y el hombre asintió:
—Sí, señorita Wood, Gales. ¿Qué otro sitio podría ser?
—Yo.. yo.. —Julie miró desalentada a William y, al encontrarse con sus ojos, él respondió.
— ¡Ah! —Dijo, cruzando los brazos sobre su pecho—. Me da la impresión que mi hijo le dijo
otra cosa.
Julie estaba tratando d e aclarar s us ideas ¿Debía haber sospechado? Teniendo en cuenta los
nombres. . Rhys. . Llewellyn.. incluso William, ¿tendría que haberlo supuesto? Pero ¿por qué? Estas
personas podían vivir en cualquier parte. Obviamente no era así. Esto daba un cariz diferente a la
cuestión. ¿Habría tenido siquiera en cuenta este empleo si hubiese sabido que tendría que vivir en
Gales?
El ambiente era bastante tenso y trató de comportarse con normalidad. Después de todo, William
todavía no le había dicho dónde habría de vivir y lo único que sabía era que debía de llevar bastante
ropa de invierno.
—Yo.. este. . estoy sorprendida, eso es todo —logró decir, encogiéndose de hombros—.
Quiero decir. . bueno, no tienen acento gales.
—Fue por mi culpa, papá —exclamó William, colocándose bien las gafas—. Yo le dije que. .
— ¡No me dijiste nada! —afirmó Julie tajante—. No mencionaste para nada el lugar.
William la miró agradecido.
—Gracias —murmuró y la chica le sonrió con simpatía.
El padre los miró duramente.
— ¿Qué es lo que le dijo el muchacho?
Julie trato de recordar.
—Pues. . no mucho. Me hizo algunas preguntas.
— ¿Y usted no fue lo bastante curiosa para preguntar algo?
—Pues. . yo.. la verdad es que nunca supuse que me concederían una entrevista.
— ¿De veras? ¿Por qué no?
Julie se encogió de hombros.
—Empleos así no abundan en la actualidad.
— ¿Empleos así, señorita Wood?
—Oh, deje de fingir que no entiende lo que quiero decir. El anuncio daba la impresión de una
gran oferta. Cualquiera aprovecharía la oportunidad.
— ¿De veras? —El hombre frunció el ceño—. Quizá le interesaría saber, señorita Wood, que de
las veintisiete solicitantes, sólo dos de las que cumplían nuestros requisitos estaban dispuestas a
aceptar nuestras condiciones de empleo.
—Pero.. —miró otra vez a William. ¿También había mentido respecto al salario?—.
Me. . pareció que las condiciones de empleo eran muy. . generosas.
—Dos mil libras al año y manutención; vida en un desolado sitio de un país extraño; sin amigos
ni personas de su edad. . No es lo que puede llamarse generosidad.
Julie contuvo el aliento. Dos mil al año.. no cuatro. Y Gales. . no las Bahamas. Era ella la que
había imaginado una oferta fabulosa.
—Bien, señorita Wood. Ahora sabe todos los datos. ¿Le sigue interesando el puesto?
— ¿Todavía hay oportunidad?
—Como parece considerarme como una especie de monstruo y a William como a un inocente
chiquillo víctima de mi crueldad, me veo obligado a decepcionarla.
— ¿Qué quiere decir?
—Tengo experiencia e n l o que s e refiere a l a s mujeres, señorita Wood. Soy perfectamente
consciente d e que m i hijo debió pintarle una situación mucho más atractiva de lo que yo estoy
presentando. No dudo que la tentara con estupendas condiciones de trabajo. . un salario lucrativo —
hizo un gesto burlón—. No me interesan las buscadoras de fortunas de ese tipo, señorita Wood.
Julie estaba totalmente indignada. El que ese hombre estuviera más cerca de la verdad de lo que
él mismo pudiese imaginar, le daba igual. Pero.. ¿cómo se atrevía a juzgarla teniendo en cuenta sólo
su experiencia?
—Ni siquiera me ha dicho en qué consiste el trabajo—replicó ella sin saber por qué seguía con
esto. ¿Cómo iba a dejar su hogar, su familia y sus amigos, para ir a vivir a algún lugar perdido en
Gales, y por un salario menor al que estaba recibiendo ahora?
— ¡Mi padre va a escribir un libro! —exclamó William con vehemencia.
— ¿Es cierto? ¿Escribirá un libro, señor Llewellyn?
La expresión del hombre se endureció.
— ¿Qué importa eso?
Julie se encogió de hombros. Después de varios meses de pasar a máquina documentos legales,
la idea de colaborar en una obra creativa resultaba tentadora.
— ¿Debo deducir que, a pesar de las muchas desventajas que ofrece el empleo, todavía quiere
que se la tome en cuenta como candidata?
Llewellyn parecía aburrido de toda la cuestión y Julie sabía que a él le gustaría que renunciara al
empleo. Pero algo, el afán de contrariar a este hombre que creía saberlo todo respecto a las mujeres,
la impedía darse por vencida. No quería admitir la derrota.
Además, era una oportunidad de escapar del futuro que su madre le preparaba. Quizá si
convencía a su madre de que deseaba vivir su propia vida, la dejaría en paz.
Respirando profundamente, la joven asintió con un gesto de cabeza y dijo:
—Sí, señor Llewellyn, creo que me gustaría que me tomase en cuenta.
— ¡Bravo! ¡Estupendo! —William cerró los puños y los movió en un gesto de triunfo, pero su
padre pareció menos entusiasmado.
— ¿Se da cuenta de que no va a disfrutar de las comodidades modernas a que está acostumbrada,
señorita Wood? —Comentó con acritud, avanzando hacia la amplia ventana de la sala—. La ciudad
más cercana está a unos veinte kilómetros y no tenemos televisión; además. .
__¡Oh, deja de tratar de desanimarla, papá! —exclamó furioso William—. ¡Sólo porque es joven
y bonita! ¡Sólo porque a mí me gusta! ¿Por qué no debo convivir con una chica de mi edad, con la
que pueda charlar? ¡Tú tienes con quién hablar!
Su padre se volvió para mirarlo.
—William, s i hubieras permanecido e n alguna d e l a s escuelas q ue escogí par a ti, tendrías
docenas de chicos con quienes charlar —declaró sombrío.
— ¡Oh, claro! —Replicó el chico con amargura—. Eso te habría gustado. Nunca me has querido
a tu lado, ¿verdad? Eso es evidente. Y, por supuesto, Merys tampoco quiere tenerme cerca. Estorbo.
No le prestas suficiente atención cuando yo ando por allí. ¿Has pensado en lo que diría si llevas a
alguien como la señorita Wood a "El Baluarte del Diablo"?
— ¡Basta ya, William! —su cara adquirió una expresión muy dura.
Julie empezaba a sentirse incómoda de nuevo. Esta era una discusión familiar. Se dio cuenta de
que el chico comenzaba otra vez a respirar con dificultad.
—Si la entrevista ha terminado y a.. —Julie no pudo concluir la frase ya que William se volvió a
ella con gesto suplicante y trató de detenerla.
— ¡No se vaya! ¡Por favor, señorita Wood! Si se va, mi padre contratará a una de las otras
mujeres, sé que lo hará —su respiración se había acelerado alarmantemente y tomaba grandes
bocanadas de aire mientras trataba de seguir hablando—. Está.. tan capacitada.. como cualquiera de
las. . otras chicas —se volvió hacia su padre—. ¿Por qué no hemos de. . de contratar a Julie?
Julie sintió que los dedos del chico la sujetaban firmemente y supuso que al padre le estaba
fastidiando este espectáculo de debilidad. William seguía haciendo grandes esfuerzos para respirar
por lo que ella acabó diciendo:
— ¿No puede hacer nada por él?
Rhys Llewellyn se metió las manos en los bolsillos del pantalón. Los ojos de la joven se
clavaron en él y, muy a su pesar, estaba realmente fascinada. Algo en este hombre la atraía pero por
nada del mundo debía mezclarse con esta familia. ¿Qué sabía de ellos, después d e todo? ¿Qué
hombre acaudalado viviría en las desoladas regiones campesinas de Gales? ¿Qué pruebas tenía de su
identidad? Ninguna. Y, sin embargo, le gustara o no, cada vez estaba más involucrada.
—Debería explicarle que mi hijo sufre de asma nervioso —dijo con sencillez Rhys Llewellyn—.
Pero es muy capaz de provocarse un ataque, si la situación no le gusta.
Julie lo miró disgustada.
— ¡Que sugerencia tan vil!
—Vil, pero cierta —replicó Rhys fríamente—. Dios mío, ¿cree que no le he visto antes?
— ¡Es usted. . es usted inhumano! —Julie apartó su mirada del hombre para dirigirla, compasiva,
hacia el chico—. ¿Cómo puede quedarse tan tranquilo cuando su hijo está en esa situación? ¿Nunca
se le ha ocurrido que usted puede ser el desencadenante de esos ataques?
Rhys Llewellyn atravesó a grandes zancadas el cuarto, apartó a William del lado de Julie y le
puso las manos sobre los hombros, como para tranquilizarlo.
—Está bien, está bien, William —dijo tensamente—. La señorita Wood tendrá el empleo, si
todavía lo quiere. Pero no creas que me has engañado—soltó al chico tan súbitamente que casi cayó,
luego se volvió hacia Julie—. ¿Bien?
A tan poca distancia sus ojos negros aún intimidaban más.
—Yo.. bueno.. ¿qué? —tartamudeó.
— ¿Quiere o no el empleo?
Julie estaba nerviosa y se sentía atrapada, ya que al comprometerse con William se comprometía
también con su padre.
—Pues. . este. . debo consultarlo con. . con mi familia —consiguió decir la joven.
La expresión de Rhys Llewellyn ahora era de desdén.
—Entiendo. ¡Entonces sus protestas a favor de William no eran tan sinceras como quiso hacerme
creer!
— ¡Eso no es cierto! —Los ojos de Julie se dirigieron hacia el chico y se dio cuenta de la
ansiedad con que esperaba su respuesta—. ¿Qué espera que diga?
—Diga que acepta el trabajo —la instó William—. ¡Por favor!
Rhys Llewellyn la miraba con gran atención y cuando ella alzó la mirada hacia la cara del
hombre no se sorprendió al ver una expresión de burla.
__Bien, señorita Wood, ¿qué dice?
—Yo.. yo..
__No le queda alternativa, ¿verdad? —Preguntó Rhys con sarcasmo—. Debe admitir que es un
arma poderosa.
—No es eso —exclamó, apartando la vista de él.
— ¿No? —no parecía convencido—. Muy bien, señorita Wood. ¿Acepta el empleo?
Julie dirigió la mirada a William y luego a Rhys Llewellyn. .
—Yo.. sí. Sí. Pero debo avisar en donde trabajo ahora.
— ¿Qué es?
—Una oficina de abogados. Hollister, Barnes y Hollister.
—No me dice nada —Rhys Llewellyn estaba sacando una libreta de su bolsillo—. Está bien —
dijo mientras escribía algo en ella—. Esta es mi dirección. Si nos manda un telegrama con la hora y
el día de su llegada, la esperaré en Fishguard. ¿Con cuánto tiempo de anticipación debe dar aviso en
su trabajo? .
—Creo que dos semanas.
— ¿Dos semanas? —William pareció desalentado—. ¿No puede hacer que sea sólo una?
Rhys Llewellyn arrancó una hoja de su libreta y se la entregó a Julie. Esta leyó: El Baluarte del
Diablo y Abernath.
—Si necesitara más información, puede comunicarse con mis abogados, Latimer, Leazes, Thomas
y Lañe.
—Pero, ¿no quiere hacerme una prueba para comprobar que no estoy mintiendo sobre mi
velocidad para tomar dictado y escribir a máquina?
Rhys Llewellyn la miró sin inmutarse.
— ¿Está mintiendo?
— ¡No!
—La creo. No me gustaría estar en su pellejo si viniera a El Baluarte del Diablo habiendo
mentido sobre su capacidad —comentó él con frialdad.
— ¡Estás tratando de asustarla! —declaró airadamente William, luego le dijo a Julie—.
No cambiará de parecer, ¿verdad?
Julie negó con la cabeza.
— ¡Ni siquiera sabe mi dirección!
Rhys Llewellyn abrió de nuevo su libreta.
—Si eso la hace feliz, la anotaré —dijo con condescendencia.
Julie se mordió el labio. Luego dijo:
—Eastman Road, treinta y seis, Romford.
—Bien —Rhys se puso en pie y su cara se contrajo por el dolor.—. Eso concluye el trato, creo.
Espero que no se arrepienta de su decisión, señorita Wood.
Ella también lo esperaba y mientras caminaba hacia la oficina, no hacía más que darle vueltas a
la decisión que había tomado. ¿Qué había hecho? Se había comprometido sin darse tiempo a
reflexionar. ¡Renunciar a un empleo bien pagado en la ciudad para ir a vivir a un país extraño! ¡Y por
un salario menor! ¡Debía estar loca para haber aceptado!
Sin la presencia de William, era difícil entender por qué no había rechazado la oferta.
Obviamente, su padre lo conocía mejor que ella y sus asuntos privados no eran de su
incumbencia.
Además estaba Rhys Llewellyn, su nuevo jefe. ¿Qué clase de hombre era? ¿Por qué caminaba con
cierta dificultad? ¿De dónde provenía ese dolor que creyó adivinar en su rostro? ¿Y por qué sentía
aquel temor por él al tiempo que la atraía? Recordó que William había mencionado a una tal Nerys.
¿Quién era? ¿La esposa de su nuevo jefe?
Pero no era la madre de William, eso era evidente. ¿Por qué no había hecho más preguntas? ¿Por
qué no había averiguado quiénes vivían en El Baluarte del Diablo? ¿Por qué no había preguntado
cuál seria su situación allí? ¿Y si no le gustaba el trabajo? ¿Y
si se sentía desdichada?
Regresó tarde a la oficina y el señor Hollister ya la había mandado a buscar. Cuando Julie colgó
su abrigo en la percha fue hacia la oficina de su jefe, aún ligeramente aturdida. Lo encontró algo
menos amistoso que por la mañana.
— ¿Se da cuenta de que son casi las dos y media? —preguntó Hollister furioso mientras paseaba
por la oficina fumándose un cigarro.
Recobrando el aplomo con dificultad, Julie empezó a disculparse y luego, al comprender que ésta
era la mejor oportunidad para comunicarle sus planes dijo:
—Quisiera presentarle mi renuncia, señor Hollister. .
Sus palabras hicieron detenerse a su jefe.
— ¿Qué ha dicho?
—Le doy el aviso con dos semanas de anticipación, señor Hollister. Es lo que se acostumbra, ¿no
es así?
— ¿Aviso? —Héctor Hollister sacó del bolsillo de la americana un pañuelo rojo y,-
empezó a balbucir—: Escuche, Julie, sé que no soy muy paciente en ocasiones y quizá me he
mostrado un poco severo con usted, pero eso no es razón para que nos deje.
¡Caramba, quizá le parezca anticuado y fastidioso por pedirle puntualidad y seriedad en el
trabajo, pero después de todo soy su jefe!
—Lo sé, señor Hollister —Julie estaba un poco desconcertada y avergonzada.
—Bien —Hollister se pasó una mano por la frente—. Es lógico; después de todo, algo
sospechaba cuando la vi tan arreglada esta mañana.. Se trata de un muchacho que se le declaró, ¿no
es así? ¿Y por qué no? Si yo tuviera diez años menos también andaría tras de usted.
—Señor Hollister, no me voy ni por usted, ni por ningún muchacho.. Es que. . tengo otro empleo.
Fui a una entrevista a la hora del almuerzo, por eso me retrasé.
— ¿Tiene otro empleo? —Repitió Héctor—. ¿Dónde? ¿En Londres?
—En realidad, no. No es en Londres. Yo.. este. . pues, se me antojó cambiar de ambiente. Es en
Gales. Voy a trabajar para un escritor.
— ¿Quién es? ¿Lo conozco?
—No creo.
Julie no se atrevía a mencionar el nombre de Rhys Llewellyn, pero Héctor Hollister no la iba a
dejar ir tan fácilmente.
— ¿No necesita una referencia? —Inquirió, y apareció una sonrisa en sus labios—. ¿O
no va a ser su. . secretaria?
Julie se puso tensa.
—No tiene por qué ofenderme, señor Hollister.
—Lo siento, Julie. Atribúyalo al pesar que siento por perderla.
Julie nunca había oído a Hollister disculparse con nadie y su actitud la desarmó.
—El nombre de mi nuevo jefe es Rhys Llewellyn; ¿ha oído hablar de él?
— ¿Llewellyn? ¿Ha dicho Llewellyn?
—Sí, ¿lo conoce?
—A Rhys Llewellyn no, pero sí conozco a un Rhys Edwards que se volvió hace poco a Gales
para vivir allí.
—Supongo que Rhys es un nombre muy común allí. —Quizá —Hollister se acomodó en su silla
—. Este hombre del que hablo no sería un jefe conveniente para una chica linda como usted.
Teniendo en cuenta su conducta, algunas veces nada apropiada, Julie tuvo que ocultar una sonrisa.
Pero de cualquier manera le preguntó qué quería decir con eso.
—No tiene ningún interés entrar en detalles. El hombre es un ex mercenario. Un tipo peligroso.
Heredó una enorme fortuna y tierras a la muerte de su hermano mayor.
Carece completamente de escrúpulos, por lo que he sabido. ¿No leyó nada sobre el caso en los
periódicos? Su hermano murió en un accidente aéreo, hace seis meses, en Francia. Era el marqués de
Llantreath o algo parecido. Supongo que eso convierte a Edwards e n marqués ahora. ¡Qué ironía!
Tengo entendido que los hermanos se detestaban. ¡Tiene un buen tema para su novela!
Julie sintió una extraña sensación por la espalda.
— ¿Está. ., se casó alguna vez? —Preguntó, tratando de no darle importancia—.
¿Tiene. . hijos?
— ¿Quién? ¿Edwards o su hermano?
—Pues. . Edwards, supongo.
—Por lo que yo sé, no. Pero debo decir que no conozco toda la historia. Sólo lo que he leído en
los periódicos y lo que he sabido por mis colegas. Creo que el marqués. . es decir, el hermano
muerto, era casado. Pero ni de eso estoy seguro.
Julie asintió con un gesto de cabeza. Oh, bueno, eso suena tranquilizador, pensó. De todas formas,
¿por qué daba por hecho que el hombre de quien hablaba el abogado tenía algo que ver con su nuevo
jefe? Sin embargo, no pudo dejar de pensar en ello durante el trayecto a su casa esa noche.
Trató de imaginar a Rhys Llewellyn como mercenario. Realmente era un hombre rudo, con gran
capacidad para interpretar las reacciones humanas, pero no se parecía al hombre de sus sueños.
Tenía la impresión de que podía ser cruel y muy frío, con poca delicadeza en lo que se refería al
trato con las mujeres.

CAPÍTULO 3

EL TREN LLEGÓ a la estación Goodwick ya entrada la tarde. El viaje había sido largo y
aburrido; durante él, Julie tuvo tiempo para pensar qué era lo que hacía ahí. Pero no encontraba
ninguna respuesta.
Las dos últimas semanas no habían sido nada agradables. Su madre había adoptado una actitud de
mártir, y había cambiado la preocupación por su futuro por el temor a los comentarios de los vecinos
cuando s e enteraran. Julie sabía que s u partida despertaría la curiosidad de la gente, y que a la
señora Wood no le gustaría explicar adonde había ido su hija.
La estación de ferrocarril estaba muy tranquila.
Había enviado un telegrama a Rhys Llewellyn para indicarle el día y la hora de su llegada, como
él le había indicado, y ahora miraba a uno y otro lado para tratar de verlo. Pero Julie salió de la
estación sin encontrar a nadie conocido, ni persona alguna que la estuviera buscando.
¡Esto era el colmo! Lo menos que podían haber hecho era venir a buscarla, especialmente con el
frío y la neblina que hacía, que se metían hasta los huesos. Parecía que se habían olvidado de ella y
le resultaba difícil controlar sus ganas de llorar.
Después de esperar quince minutos fue con sus maletas a la ventanilla donde vendían los billetes.
—Disculpe —preguntó cortésmente a la encargada—. ¿Llega algún tren de Londres esta noche?
La chica que estaba detrás del mostrador le contestó:
—No.
Julie estaba desalentada.
— ¿No?
—No. El tren de Londres llegó hace media hora.
—Lo sé. Yo venía en él —replicó Julie y la chica la miró sorprendida—. Se suponía que alguien
vendría a recibirme. Nadie ha llegado.
—Oh. Es una lástima.
—Sí, ¿verdad? —Julie hablaba distraídamente.
— ¿Y tiene que ir muy lejos? —al menos alguien se preocupaba de su situación.
—A un lugar llamado.. Abernath.
— ¿Abernath? —la chica se quedó pensando—. Ah.
— ¿Está lejos?
—Oh.. unos cuarenta kilómetros, por lo menos. .
—Cuarenta y cuatro, para ser exactos.
Era una voz masculina la que había oído, una voz que le resultaba familiar y Julie se volvió, con
un poco de temor y al tiempo de alivio, encontrándose a Rhys Llewellyn.
Llevaba un abrigo negro con cuello de piel y pantalones también negros. Su pelo era negro y
abundante, el aspecto era el de un hombre con buena salud y vigoroso. Estaba realmente atractivo.
— ¿Vive usted en Abernath? —preguntó la encargada y Rhys Llewellyn asintió con un
movimiento de cabeza.
—Bastante cerca —respondió—. ¿Puedo ayudarla en algo?
Julie quedó asombrada ante sus palabras y cuando la empleada empezó a explicar que ella estaba
esperando a que alguien viniera a recibirla a la estación a su llegada de Londres, le miró indignada
al ver que no la interrumpía. Simplemente mostró un gran interés en su situación y luego tuvo el
descaro de ofrecerse a llevarla en su coche, como si no la conociera.
—Yo iré a Abernath esta noche —comentó con insolencia—. Tendré mucho gusto en llevarla a su
destino, señorita.
Julie se quedó mirándole durante unos momentos, pero no pudo sostener su mirada y, con una
exclamación de derrota, se volvió y se fue furiosa hacia la salida. ¿Cómo se atrevía Rhys a fingir que
nunca la había visto?
—Supongo que necesitará esto.
Julie estaba esperando fuera de la estación y, cuando oyó a su nuevo jefe, se volvió, observando
que llevaba sus maletas. —Sí. Gracias.
Él la miró con un poco de impaciencia.'
— ¿Qué sucede?
Ella estaba totalmente indignada.
— ¿Y todavía me lo pregunta?
—Así parece.
—Oh.. oh, es usted muy irónico, ¿verdad? ¡Además, se cree tan listo!
— ¿Usted cree? —Dijo con sarcasmo—. Pues, si tenemos en cuenta lo poco que me conoce, debo
admitir que es una impresión muy exacta. Gracias.
Julie le miró sin saber qué decir.
— ¿Qué le parece si continuamos esta agradable conversación dentro del coche? ¡No sé lo que
tiene en estas maletas, pero la verdad es que pesan mucho!
A Julie no le quedó más remedio que seguirle hacia su camioneta. Esperó a que metiera su
equipaje en el maletero y cuando le abrió la puerta, se introdujo ella en el coche.
Rhys se sentó a su lado y metió la llave en el contacto; entonces dijo:
—Ahora.. diga lo que quiera decir.
Julie respiró profundamente.
— ¡Sabe muy bien lo que voy a decir! ¿Por qué tenía que fingir que nunca me había visto? Se
estaba divirtiendo al ponerme en ridículo delante de ella, ¿verdad?
— ¿De qué forma la puse en ridículo? —preguntó burlonamente—. ¡Ella no tenía por qué saber
que somos viejos amigos!
— ¡No somos viejos amigos!
—No. Bueno, quizá no escogí bien las palabras. No obstante s i usted no hubiera reaccionado
como lo hizo, ella no hubiera notado nada anormal en la situación.
— ¡Lo menos que pudo hacer fue llegar a tiempo! ¡Le estuve esperando casi media hora!
— ¡Ah! —Rhys se quedó pensativo—. Bueno, puedo explicarle mi retraso.
— ¡Claro, seguro que pinchó!
Julie se asombró de sí misma, pero la conducta de Rhys no se merecía menos.
Llewellyn se encogió de hombros con indiferencia y, volviéndose hacia delante, puso el motor en
marcha. Comenzó a dar marcha atrás y sacó el coche del aparcamiento con gran habilidad. Julie
estaba esperando que Rhys le contestara con alguna frase poco amable, pero como no decía nada se
puso cómoda en su asiento y se olvidó del asunto.
El coche olía a cuero y a tabaco, un tabaco suave y no demasiado desagradable. El interior estaba
muy sucio, con pedazos de papel y viejas revistas desperdigados por todas partes.
Las luces de los escaparates de las tiendas la distraían y tranquilizaban. Al observar Rhys lo que
estaba haciendo, le preguntó:
— ¿No piensa decirme qué edad tiene? —preguntó burlonamente—. Las mujeres jóvenes siempre
la dicen, mientras que las mayores la ocultan.
— ¡Y supongo que usted conoce bien a unas y otras!
—Algo hay de eso —admitió Rhys sin preocuparle lo que ella pensara—. Es usted una persona
complicada, ¿verdad, señorita Wood? Creí que todo se debía a su simpatía por mi hijo, pero empiezo
a creer que eso sólo era una excusa.
Julie suspiró, dándose cuenta de la verdad de esa afirmación.
—Usted parece olvidar que todo esto es muy extraño para mí. Dejar Londres, mi hogar, venir
aquí.. ¡esperar horas en la estación!
— ¿Horas, dice? —Llewellyn lo dijo con gran acento gales y a Julie le gustó—. Llegué con
veinte minutos de retraso, debido a que William sufrió un ataque.
— ¿William? —se volvió hacia él—. ¿Tuvo un ataque? Pero, ¿por qué?
—Quería venir conmigo a recibirla.
— ¿Y usted no lo quiso traer?
—No, no quise traerlo.
Julie estaba enfadándose otra vez.
—No tenía ninguna razón para prohibírselo —exclamó—. ¿Por qué no le dejó que viniera?
—No tengo por qué explicarle lo que hago, señorita Wood.
—No, tiene razón —Julie se volvió—. Pero me parece que es usted innecesariamente duro con el
chico.
—Quizá tenga razón. Pero como hace poco tuvo una bronquitis bastante grave y aún no estaba
totalmente recuperado, pensé que un viaje de ochenta kilómetros en este clima le podría hacer daño.
—Lo siento. . no sabía.
— ¿Cómo podía saberlo? Sin embargo, le recomendaría que no opine sin saber de lo que está
hablando.
Las luces de la ciudad habían quedado atrás y las sombras empezaban a envolverlos, sólo los
faros de la camioneta iluminaban un poco la carretera.
—Entonces. . ¿Cómo está? —logró preguntar Julie.
—Como ya le dije. . se está recuperando. Es más fuerte de lo que usted supone.
—No obstante, sus ataques son.. inquietantes, ¿no le parece?
—Son angustiosos. Quizá más para el espectador que para el mismo William.
— ¿De veras le parece así?
—Lo sé —su voz se endureció de nuevo—. Y también lo saben los directores de tres escuelas
públicas.
Julie suspiró.
— ¿No se puede hacer nada por él?
—Sí. No hay que estarse preocupando continuamente por él. Con e l tiempo se conseguirá que
mejore.
—Eso suena muy duro. ¿Qué. . qué opina su. . esposa?
— ¿Mi esposa? —pareció divertido—. No tengo esposa.
— ¿No? —Julie lo miró desconcertada—. Pero..
—. .pero tengo un hijo. ¿Eso iba a decir?
Julie, de repente, no quería saber más; pero ya era demasiado tarde.
—Vamos, vamos, señorita Wood —se burló Rhys—. Pertenece a esta nueva generación
liberada.. no pensará que dos personas deban estar casadas para tener un hijo —ella no respondió y
Rhys continuó—: Discúlpeme si herí sus sentimientos, pero me parece, señorita Wood, que usted ha
vivido en un mundo bastante alejado de la realidad. La gente no se ajusta a ninguna norma. Tiene
dudas, fallos, aciertos. .
—Eso. . no tiene nada que ver conmigo.
— ¿No? -el tono de Rhys era ligeramente mordaz—. Usted vivirá en mi casa, ¿no es cierto? Y no
quiero que me mire continuamente con ojos de reproche. ¡Claro, debía haber contratado a alguien de
mayor edad!
— ¿Por qué? —Julie estaba indignada—. La gente no siempre se vuelve más comprensiva con la
edad.
—No —admitió Rhys reflexivo—. Tiene razón. Algunos siguen siendo unos intolerantes toda su
vida.
— ¡Yo no soy intolerante!
— ¿No lo es? Pero se escandalizó porque William es un..
— ¡No lo diga!
Impulsivamente, puso su mano sobre la rodilla de Rhys para evitar que hablara. Pero rápidamente
apartó la mano de la pierna del hombre con un sentimiento de vergüenza.
Al notarlo Rhys, se volvió hacia ella, mirándola con algo de burla.
— ¿Qué pasa, señorita Wood? ¿Nunca había tocado la rodilla de un hombre?
—Yo.. este. . sí, por supuesto que sí.
— ¿De veras? ¿Entonces por qué apartó la mano como si se hubiese quemado?
—No.. Acostumbro a tocar a extraños, señor Llewellyn. — ¡Ya me lo imagino! —Dijo con
desdén—. Lo que más me extraña es cómo la dejaron irse de su casa siendo tan inocente como es.
Julie contestó enojada.
—No tiene por qué dejarme nadie. Yo tomo mis propias decisiones, señor Llewellyn.
No soy una niña. ¡Y el que no me parezca elogiable que haya hijos ilegítimos no le da a usted
derecho a burlarse de mí.
—A mí tampoco me parece plausible que haya hijos ilegítimos — replicó Rhys en un tono más
duro—. ¡Pero hay cosas peores, créame! Julie se asombró de la convicción con que lo dijo y se
preguntó qué le habría pasado para ser tan cínico.
Llevaban ya un buen rato subiendo por una montaña y la carretera estaba prácticamente desierta.
La niebla era menos densa aquí y a través de ella pudo vislumbrar las luces de una granja distante.
¿Cuánto más duraría el viaje?
Como si adivinara los pensamientos de la chica, Rhys volvió a hablar, esta vez con más
amabilidad.
— ¿Tiene hambre? Son más de las seis. Lo siento, pero no me di cuenta.
Julie lo miró.
— ¿Falta mucho para llegar?
—Unos quince kilómetros. Abernath es sólo una comunidad pesquera y El Baluarte del Diablo
está encima de los acantilados, a unos dos kilómetros del pueblo.
—Estoy ansiosa por llegar.
— ¿De veras? —preguntó Rhys. Luego dijo con poco entusiasmo--: Si quiere podemos comer
algo en una taberna que hay aquí cerca.
Julie negó con la cabeza.
—No, no hace falta. ¿Cuántas. . personas viven en. .El Baluarte del Diablo, además de William y
usted?
—Otros tres adultos —declaró Rhys.
— ¡Oh!
— ¿No me va a preguntar quiénes son?
—No.. tengo derecho a preguntarlo.
— ¡Su derecho! —Rhys maldijo en voz baja—. Espero que recuerde cuáles son sus limitaciones,
señorita Wood.
Nunca había conocido a nadie como él y encontraba estimulante la lucha verbal que sostenían.
Era diferente de los jóvenes que había conocido en su vida, Mark Roberts era un niño en
comparación con él. Nunca se había sentido tan atraída por un hombre y estaba fascinada, tanto por
su cuerpo como por su mente, y, a pesar de su edad, Rhys Llewellyn tenía un gran atractivo. Le
resultaba imposible entender lo que sentía hacia él, pero sí llegaba a comprender que era una
situación un tanto peligrosa.
La niebla se estaba desvaneciendo cuando bajaban hacia Abernath. Durante un trecho, la
carretera bordeaba el mar y pasaron por una pequeña bahía en la que los botes se balanceaban en las
aguas del embarcadero.
El Baluarte del Diablo se erguía en un promontorio, con el mar a sus costados y enfrente había
una gran roca cortada a pico. Se acercaron por un sendero en el que todo lo que encontraron fueron
hojas secas de los árboles. La casa era cuadrada y fea, de ladrillo oscuro, cubierta en parte por el
musgo y las enredaderas, con ventanas largas y angostas que recordaban las de una fortaleza. Cuando
Rhys Llewellyn detuvo la camioneta junto a los escalones de piedra perfectamente esculpidos, Julie
abrió la puerta y bajó del coche. Una vez fuera escuchó el sonido del mar, que seguro que se oiría en
cualquier parte del Baluarte del Diablo. Respiró profundamente, sintiendo un gran bienestar, que se
desvaneció por el ruido que Rhys Llewellyn hizo al bajar las maletas de la camioneta. No obstante,
Julie estaba muy contenta. Fuera lo que fuere lo que le faltase, estaba segura de que su vida aquí no
sería aburrida.
Su nuevo jefe cogió las maletas y señaló hacia los escalones.
—Vaya delante —dijo—. Yo la seguiré.
Julie titubeó. Seguramente él podría haber dicho a algún sirviente que cogiera las maletas. Una
casa de este tamaño debía tener sirvientes, pensó. Pero si Rhys Llewellyn quería llevar él mismo el
equipaje, ella no era quién para impedírselo.
Cuando se encontraban casi a medio camino de la puerta, ésta se abrió, iluminándose la escalera.
Julie alzó la mirada y vio a una chiquilla que saltaba de alegría y gritaba:
— ¡Tío Rhys! ¡Tío Rhys! ¡Ya regresaste!
Julie se volvió hacia su jefe, y se enterneció al ver la cara de cansancio que tenía. A pesar de
ello consiguió sonreír a la niña. Julie recordó aquel día en el hotel de Londres.
Entonces había observado que Rhys se movía con dificultad. Seguramente tendría algo mal en la
espalda para que llevar las maletas le resultase tan penoso.
Algo avergonzada, Julie se detuvo y esperó a que él la alcanzara para decirle:
—Yo llevaré una de las maletas —pero Rhys negó con la cabeza y le dijo enfadado:
—Yo puedo hacerlo. No soy un inútil.
—Nunca pensé que lo fuera.
Julie se encogió de hombros y continuó subiendo sin darle más importancia. A la niña se le había
unido una mujer, esbelta y de estatura mediana, con facciones delicadas y finas. Iba vestida con
sencillez y elegancia. Quienquiera que fuese, no era una sirvienta, y por el parecido que tenía con la
niña, supuso que era su madre.
Rhys Llewellyn la había alcanzado otra vez y, al notar su incertidumbre, dijo:
—Es mi cuñada, Nerys. Venga y le presentaré a ella y su hija Dulcie.
Julie siguió subiendo, pero con menos entusiasmo. Estaba recordando lo que William había dicho
respecto a alguien llamada Nerys, quien no lo quería cerca de ella. ¿Qué había querido decir?
Seguramente, Nerys sería la esposa del hermano de Rhys. ¿Por qué estaba en El Baluarte del Diablo
si su marido no vivía aquí? Algo había que la intranquilizaba, algo que recordaba vagamente haber
oído de alguien. .
Había llegado al portal, y Rhys Llewellyn dejó las maletas con alivio. La niña, Dulcie, saltaba
entre las piernas de su tío, pidiéndole que la cogiera en brazos. Julie calculó que tendría cinco o seis
años y, por su conducta, supuso que estaba acostumbrada a que le dieran todos los caprichos.
Rhys estaba presentando a Julie a su cuñada. Nerys Llewellyn no había dicho nada todavía, pero
sus ojos se posaban en el rostro atezado de su cuñado y había en ellos una expresión que ni Julie
habría podido confundir. William no había exagerado. A Nerys Llewellyn le atraía su cuñado, pero
que él se sintiera atraído por ella no estaba tan claro.
—Te presento a la señorita Wood, Nerys —dijo Rhys, un poco fatigado—, Señorita Wood. . mi
cuñada, la señora Llewellyn.
—Llewellyn-Edwards —corrigió la mujer, haciendo que Rhys se impacientara—.
¿Cómo le va, señorita Wood? O ¿debería decir, bienvenida al Baluarte del Diablo? Por primera
vez, William dijo la verdad. Es usted. . más de su generación que de la nuestra,
¿verdad?
Las palabras fueron pronunciadas con un tono que a Julie no le gustó en absoluto.
Afortunadamente, otro hombre apareció detrás de Nerys. No era joven, tenía por lo menos
sesenta años, con el cabello canoso y cejas espesas. Pero caminaba con agilidad y levantó las
maletas de Julie sin dificultad.
—Más vale que entren todos e n la casa —dijo con acento gales—. ¿Cómo puedo mantener la
casa caliente si tienen las puertas abiertas en una noche como ésta?
Tras esas palabras, todos se dirigieron al interior de la casa y Julie miró a su alrededor con
evidente interés. Entraron en un vestíbulo que no tenía ningún adorno y que parecía bastante
incómodo. Tanto el piso como los muebles estaban llenos de polvo.
Junto a esas escaleras había un aparador anticuado y feo. Era evidente que nadie se preocupaba
de ese lugar.
Julie pensaba que Rhys dedicaba mucha más atención a Dulcie que a su hijo William, por lo que
se disgustó al ver a la niña en los brazos de Llewellyn. Sin embargo a Nerys parecía que le gustaba.
Ésta miró con desprecio a Julie mientras hablaba al oído a su cuñado.
— ¿Quiere que le muestre a la jovencita su habitación, señor Edward? Dijo el hombre a quién
aún no conocía.
Rhys puso a su sobrina en el suelo y presentó a Julie al hombre que había hablado.
Pero ella no estaba prestando ninguna atención.. ni a Dulcie, ni a su madre, ni siquiera a Rhys
mientras decía el nombre del anciano. Su mente estaba en la oficina de Héctor Hollister y éste le
hablaba de un gales que había regresado a su patria a la muerte de su hermano mayor, un hermano
mayor que, según el abogado, posiblemente era casado.
Rhys Edwards. . recordaba perfectamente el apellido, un mercenario que había heredado tierras y
el título de su hermano.
Ese era el apellido que había dado Nerys cuando las presentaron, pero Julie no le dio
importancia en ese momento. Pero ahora.. Parecía que todo encajaba, incluso ahora se explicaba la
sensación que tuvo desde el principio de que ya conocía la situación.
— ¡Señorita Wood!
Al oír su nombre, levantó la cabeza sin poder ocultar la expresión de asombro que tenía. Sí éste
debía ser el Rhys Edwards de quien le hablara el señor Hollister. Su aspereza, el cinismo con que
siempre hablaba, así como la rudeza con que trataba a las personas se explicaban ahora que estaba
convencida de que fue un mercenario.
Rhys la estaba mirando con los ojos entreabiertos, y durante un breve instante Julie creyó que
había adivinado lo que estaba pensando.
—Haggar la llevará a su habitación —declaro Rhys, señalando al viejo—. Ya le dije que no ha
cenado y le di instrucciones de que le lleve algo al cuarto. Supongo que estará fatigada después del
viaje, de manera que si lo desea, puede irse a su habitación. El desayuno se sirve a las ocho de la
mañana y espero que esté lista para trabajar a las nueve. ¿Entendido?
Julie asintió, en silencio, mientras Nerys la miraba con cierto desdén. Se percató de que, por
primera vez, Rhys la trataba como a una empleada.
Haggar se dirigió hacia las escaleras y Julie fue detrás de él. En ese momento una puerta del
vestíbulo se abrió y apareció William vestido con pijama y con una bata de lana. Julie sintió una gran
alegría al verlo, pero su reacción fue mínima en comparación con la de él.
— ¡Julie! ¡Julie! —exclamó—. ¡Quiero decir. . señorita Wood! —Extendió los brazos—.
¡No oí el coche! —abrió más la puerta y Julie pudo ver que en la chimenea de la habitación
estaba encendido el fuego—. ¡Venga! La he estado esperando.
Antes de que Julie pudiese hablar, Rhys había llegado al vestíbulo y estaba metiendo a su hijo
hacia su habitación.
— ¡Quédate adentro, William! —Dijo con impaciencia—. ¡Se supone que no debes levantarte de
la cama! El doctor Matthews se enfadará si se entera de que anduviste por los pasillos en tu estado.
—Pero quiero ver a Julie. .
Julie escuchó las protestas del muchacho antes de que la puerta fuera cerrada de un puntapié.
Entonces fue Dulcie la que comenzó a protestar.
— ¿Por qué cerró la puerta mi tío Rhys, mami? ¿Por qué nos dejó afuera? Yo quiero entrar
también. ¡Mi tío me quiere a mí y no al tonto de Willie!
Julie se acercó a la puerta de la habitación de William, donde se seguían oyendo voces, pero
como Haggar la estaba esperando para llevarla a su habitación, no tuvo más remedio que seguirlo.
Sin embargo se dio cuenta de que Nerys había ido tras su hija y de que ambas entraron en la
habitación de William.

CAPÍTULO 4

LA HABITACIÓN de Julie estaba en la parte trasera de la casa, frente al profundo canal que
separaba a Gales de Irlanda del Sur. Era muy amplia, con el techo alto y sus paredes de color blanco.
El lavabo de cubierta de mármol tenía a su lado un gran armario y un guardarropa también amplio. La
cama era de madera y parecía llevar allí bastante tiempo. También contaba con una chimenea en la
que ahora estaba encendido un pequeño fuego.
El sonido de las olas que rompían contra las rocas bajo el Baluarte del Diablo, despertó a Julie.
Ésta siguió acostada durante varios minutos, recapacitando sobre lo insólito del lugar.
¿Podría ser éste el hogar de un hombre rico, por excéntrico que fuera? Se preguntó.
Se levantó de la cama y miró por la ventana.
Desde allí podía contemplar toda la zona. Los primeros rayos de sol doraban las olas que
rompían continuamente sobre la playa y producían la sombra del promontorio.
Volvió a sentirse excitada como la noche anterior. Sin importarle lo que le pasara, no se
arrepentía de haber ido a ese lugar. Ella sabía que no iba a ser tan fácil. ¡Vaya experiencia que sería
la de vivir, bajo el mismo techo, con un ex mercenario que, según el abogado Hollister, había odiado
a su hermano y cuya cuñada parecía considerarlo como propiedad personal! ¿Sería por eso por lo
que habían reñido los hermanos? ¿Los dos habían amado a Nerys? Y ahora que su hermano había
muerto, ¿estaba esperando un tiempo prudente para hacerla su esposa? La idea le parecía algo
repugnante. Pero,
¿por qué? Eso sólo tendría explicación teniendo en cuenta la posición en que quedaría William.
Encogiéndose de hombros, se volvió y examinó el cuarto. Le parecía un lugar acogedor y las
vigas del techo tenían un hermoso diseño;, aunque estaban llenas de polvo. La chimenea tenía una
repisa de mármol y el enrejado de la parrilla podía limpiarse fácilmente.
Entonces, ¿por qué no lo habían limpiado. . ni instalado la calefacción central que tanto había
echado de menos la joven la noche anterior? Si Rhys Llewellyn era rico, ¿por qué no invertía un
poco de dinero para arreglar esta casa? Se preguntaba Julie.
Se puso una falda de lana azul marino, junto con una blusa blanca y una chaquetilla azul. Quería
dar una buena imagen. Echó un último vistazo a su pelo y se lo recogió con una cinta por detrás. Se
estaba poniendo un poco de sombra en los ojos cuando llamaron a la puerta.
Se trataba de William, envuelto en la misma bata gris que llevaba la noche anterior. Su cara tenía
mejor aspecto. Julie se echó atrás para dejarle pasar.
—No la molesto, ¿verdad? —Preguntó el chico, y cerró la puerta—. Pero no tuve oportunidad de
hablar con usted anoche y quería darle la bienvenida a El Baluarte del Diablo.
Julie se sintió conmovida.
—Pues. . gracias, William. Si no fuera por ti, no habría venido.
—Lo sé—el muchacho sonrió y Julie se preguntó qué significaría esa sonrisa—. Pero está aquí, y
puedo asegurarle que estoy muy contento de que eso sea así.
—Me alegro de que alguien lo esté.
— ¿Se refiere a Nerys? — William malinterpretó el comentario—. Sí, no estaba muy contenta,
¿verdad? Pero supongo que es lógico. No le gusta la competencia..
Julie quedó sorprendida.
— ¡Yo no soy ninguna competencia! —exclamó. Y agregó—: Además yo no me refería a ella.
—Mi padre y Nerys tuvieron una discusión terrible anoche —prosiguió William con evidente
agrado y aunque Julie tenía curiosidad por saber la razón, sabía que no debía de intentarlo.
—Los asuntos de tu padre no son de mi incumbencia —dijo rápidamente—. Has sido muy amable
al venir a darme la bienvenida y espero que nos veamos con frecuencia de ahora en adelante, pero
ahora tengo que bajar a desayunar. Ya son más de las ocho.
—Yo no me preocuparía por eso —comentó William, que no parecía tener intenciones de
marcharse—. Mi padre podrá exigir puntualidad a los demás, pero él rara vez lo cumple.
— ¿De veras? Sin embargo, creo que por ser el primer día debo hacer un esfuerzo.
—Él se retrasó ayer cuando fue a buscarte a la estación, ¿no es cierto?
—Pero creo que no fue por culpa suya —comentó Julie con gesto severo.
William la miró sonriente.
—Lo sé. He dicho una tontería. Debí imaginar que se lo diría.
—Estaba enfadada con él. ¡Llevaba esperándole casi media hora! —exclamó Julie.
William cambió de expresión.
— ¡Se enfadó con él! —Dijo el chico con gran interés—. ¿Él que dijo?
— ¡Creo que eso no te importa! —Contestó con firmeza Julie y tomó su bolso—.
Ahora.. con permiso, me voy.
William parecía estar decepcionado.
— ¿No puede quedarse para que charlemos un rato más? Nadie quiere hablar conmigo.
— ¿Y tu prima?
— ¿Dulcie? —Preguntó William con expresión de disgusto—. No puede hablar en serio.
¿Charlar con esa.. pequeña víbora?
— ¡William! —Julie estaba horrorizada—. No hables así de tu prima.
— ¿Por qué no? —Comentó William—. Lo es. Igual que su madre.
—Ya basta, William —Julie no podía permitir que continuara. Ya había dicho demasiado. Abrió
la puerta y añadió—: Vamonos.
William se encogió de hombros y salió del cuarto antes que ella. Se sintió más tranquila cuando
el chico se detuvo y se volvió a mirarla.
— ¿Vendrá a verme a la hora de comer? —preguntó, anhelante, y Julie no pudo negarse—. Mi
habitación está allí —señaló hacia un punto del corredor—. Es la tercera puerta. No me dejan
levantarme hasta después de la comida.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —le reprendió.
—Ya lo he dicho.. quería verla. Entonces. . ¿vendrá a verme?
Julie estaba acorralada.
—Supongo que sí. Ahora, vuelve a tu cuarto. No vayas a coger frío. Quiero que me enseñes los
alrededores y no podrás hacerlo si te encuentras enfermo.
William se mostraba contento.
—Si el tiempo sigue siendo bueno, podré salir dentro de una semana.
—Magnifico. Ahora, debo irme.
Julie s e encaminó por e l corredor hacia l a galería que estaba situada encima del vestíbulo.
Aunque no hacía tanto frío como la noche anterior, la falta de calefacción en la casa le hizo ir rápida.
En el vestíbulo no había nadie y decidió abrir una de las puertas. Se trataba del comedor. En él había
una larga mesa que estaba cubierta por un mantel blanco, y doce sillas con respaldo de cuero.
Julie entró vacilante en el comedor, preguntándose si habría alguna campanilla para llamar o si
tendría que buscar la cocina para servirse ella misma.
La chica se volvió al oír que se abría la puerta, pero se desanimó al ver a Dulcie, que la miraba
fijamente. La chica permaneció indecisa en el umbral de la puerta. Julie comentó con impaciencia al
ver que ella no reaccionaba.
— ¿Vas a entrar o no? —preguntó con el tono más amistoso que le fue posible, pero Dulcie
siguió mirándola—. ¿Vas a desayunar conmigo? —Julie intentó buscar otra forma pero la chica se
limitó a sacarle la lengua y después se fue corriendo.
Julie se había puesto nerviosa. Decidió acercarse al fuego de la chimenea. De modo que ésta era
la favorita del tío Rhys, se dijo. Ahora compartía la opinión de William sobre la chica.
Cuando la puerta se abrió por segunda vez, Julie se volvió para decir a Dulcie, con palabras
precisas, lo que pensaba de su conducta. Pero en vez de la niña, apareció Rhys. Sus ojos se posaron
en el rostro enfadado de la joven y, con una sonrisa irónica, dijo:
—Déjeme adivinar lo que iba a decir. . su cuarto es frío, su cama incómoda.. o que no tenía idea
de lo remoto y desolado del lugar cuando aceptó el puesto, ¿no?
Julie decidió no dejarse intimidar por sus palabras.
—No iba a decir nada de eso —replicó.
—Entonces, ¿podría conocer lo que pensaba decir?
—Si así lo desea —Julie trató de parecer indiferente—. Pensaba decir: ¡eres una chiquilla tonta
y mal educada!
— ¡Ah! —Rhys no parecía sorprendido—. Me parece que mi sobrina ya ha hecho su aparición.
—Exactamente.
Rhys se decidió a entrar en el comedor y Julie pudo apreciar de nuevo la particular manera de
andar que él tenía.
—Debe d e perdonar a Dulcie. E s una niña solitaria; pasa demasiado tiempo en compañía de
adultos y temo que por eso esté un poco malcriada.
— ¿Un poco? —repitió Julie.
—Sólo tiene seis años, señorita Wood —replicó secamente—. Debe de reconocer que no es una
edad muy avanzada —agregó sarcástico.
—Es bastante mayor para saber la diferencia entre la simple travesura.. y la grosería —
replicó Julie.
Rhys se encogió de hombros.
— ¿Quiere que castigue a la niña, señorita Wood? ¿No le parece que ya hay suficiente violencia
en el mundo como para que nosotros provoquemos más?
—No me interesa lo que usted decida hacer, no es asunto mío.
—No, no lo es —asintió Rhys.
Julie se había quedado un poco mal ante la situación cuando entró por la puerta una mujer, de
edad avanzada, que llevaba una bandeja de plata.
Rhys quiso tomar la bandeja de manos de la mujer, pero ésta le indicó que no era necesario y la
dejó a un lado de la mesa. Se trataba del desayuno.
—Huele bien, señora Evans —comentó el jefe de la casa—. Ah, creo que no le he presentado a
mi nueva secretaria, ¿verdad? Señorita Wood, le presento a la señora Evans. . Es nuestra ama de
llaves y la cocinera.
Julie respondió al saludo que le hizo la mujer, pero tuvo la extraña sensación de que la señora
Evans desaprobaba su presencia tanto como Nerys Edwards. Se preguntó por qué. Entonces una idea
le vino a la cabeza. Ésta debía de ser la casa de Nerys en un principio, cuando era la esposa del
marqués de Llantreath.
Julie tenía bastante apetito y recibió la llegada del desayuno con alegría. La señora Evans arregló
la mesa antes de salir. Rhys Edwards esperó a que se cerrara la puerta y le indicó a Julie que se
sentara.
Julie empezó a servirse e l desayuno. Todo parecía estar delicioso y lo comía con agrado.
Levantó la vista y vio como él la estaba observando sin comer nada. Rhys sonrió en actitud de
disculpa.
—Lo siento —dijo—. Pero no estoy acostumbrado a ver a nadie disfrutar de su comida tanto
como usted. William come mal y Dulcie. . Bueno, ella come demasiadas golosinas como para tener
apetito.
Aquella situación hizo que Julie se sintiera ridicula. No quiso seguir comiendo y esperó a que
Rhys empezara a hacerlo.
Cuando estaba tomando su segunda taza de café, Rhys le preguntó si le molestaría que encendiera
un cigarro. Julie negó con l a cabeza. É l s e acercó a l a chimenea y se encendió el habano con un
pedazo de madera ardiendo. Luego, Rhys se volvió a mirarla y Julie esperó a que hablara.
— ¿Está decepcionada? —preguntó, desconcertando a Julie.
— ¿Decepcionada? —la chica frunció el ceño.
—Con El Baluarte del Diablo. Seguramente se había hecho una idea de cómo sería.
—Ah, entiendo —Julie recobró su aplomo—. Bueno, realmente no había pensado en ello. Es. .
una casa muy grande.
—Llena de polvo y muy vieja —agregó Rhys irónicamente—. Soy consciente de sus defectos.
Pero me gusta. Nací aquí y aquí viví hasta que tuve edad suficiente para ir a la escuela. Después de
eso. . bueno, después de eso, todo fue distinto.
Julie escuchaba con interés.
—Y. . su apellido.. ¿es. . Edwards?
La cara del hombre se tornó seria.
—Veo que el apellido le llama la atención. Thomas imaginó que así sería.
— ¿Thomas? —Julie estaba desconcertada.
—Henry Thomas. Mi abogado. Supongo que usted leerá las llamadas revistas del corazón.
— ¡No sé a qué se refiere! —respondió Julie.
—Bueno, usted conoce mi apellido.
—Usted me dijo que era Llewellyn..
—Discúlpeme, pero yo nunca le he dicho eso.
—Bueno, fue el apellido que utilizó William.
—De acuerdo.
—Pero, su apellido. . ¿es Edwards?
—Llewellyn-Edwards, para ser exactos. Llewellyn era el apellido de mi madre —
suspiró, y miró la punta encendida de su cigarro—. Entonces, ¿qué sabe de mí, señorita Wood?
¿Qué chismes ha escuchado?
—Yo.. sólo quería saber. . cómo tenía que llamarle —dijo de forma calmada.
—Entonces, ¿no está a punto de presentar su renuncia? —preguntó Rhys.
— ¿Por qué debía de hacerlo? —Julie empezaba a sentirse a disgusto—. No pude evitar oír
cómo lo llamaba Haggar anoche, señor Edwards.
Rhys l a estaba observando con atención y ella s e preguntó s i l a creía. Cuando reapareció la
sonrisa en el rostro de Llewellyn, ésta se mostraba irónica, pero se encogió de hombros y dijo:
—Muy bien, señorita Wood, ¿empezamos a trabajar?
Julie se pasó la lengua por los labios.
—Y. . ¿debo llamarle, señor Edwards?
—Puede llamarme Rhys, si lo prefiere —replicó sarcásticamente y Julie se sonrojó.
—Gracias, señor Edwards.
Julie no pudo evitar replantearse su decisión de permanecer en aquel lugar y lo que ello
significaría para el futuro. Era muy diferente de lo que esperaba y, después de lo que Hollister le
había dicho, debería tener precaución con respecto a ese hombre. Pero a pesar de su indiferencia
hacia él, su relación resultaba estimulante, de una forma que nunca había esperado.
Atravesaron el frío vestíbulo y Rhys abrió la puerta que daba a un cuarto pequeño.
Una vez que entró se dio cuenta de que se trataba de la biblioteca. Se respiraba un ambiente de
humedad. Julie no pudo controlar un escalofrío y Rhys la miró inquisitivo.
— ¿Tiene frío?
__Un poco —miró a su alrededor con interés—. Nunca había visto una biblioteca como esta en
un lugar que no fuera una mansión.
—Y El Baluarte del Diablo no es una mansión —comentó Rhys—. Lo sé. Pero intento que lo sea.
O al menos. . un hogar.
Julie se adentró en el cuarto. Se detuvo a l lado de un escritorio sobre e l que se encontraban un
montón de papeles y una máquina de escribir moderna que parecía un poco incongruente c on su
entorno. Había un sillón de cuero, suave y mullido, inadecuado para que la joven trabajara en él, un
par de sillas altas y un sofá Victoriano al lado del fuego. Miró a su jefe y éste avanzó para indicarle
que debía sentarse ante el escritorio.
—Prefiero pasear mientras dicto —dijo—. Por favor. . siéntese.
Julie miró el sillón de cuero.
—Preferiría utilizar una de esas sillas —dijo apuntando a las sillas de comedor—. El sillón.. es
demasiado bajo.
—Está bien —hizo a un lado el sillón de cuero y en su lugar colocó una de las sillas—.
Recuérdeme que compre una silla de oficina la próxima vez que vaya a Llantreath.
—No es necesario.. —empezó a decir la joven, pero Rhys la miró irónicamente.
—Puedo comprarlas —le aseguró y ella no prosiguió.
Después de que Julie se sentara, él se acercó al escritorio y abrió varios de los cajones.
La cercanía de él inquietó a la joven.
—Papel —dijo Rhys y ella trató de concentrarse en lo que le mostraba—. Papel carbón.
Cintas para máquina. Creo que es todo lo que necesita. Ah, y por supuesto, también borradores y
lápices.
—Sí —era insuficiente, pero Julie no pudo decir nada más en ese momento.
—No tiene que abrir estos cajones —le informó el escritor—. Están bajo llave y su contenido no
tiene importancia para usted.
—No pensaba hacerlo, señor Edwards —se defendió Julie.
—Claro que no —Rhys se incorporó y clavó la mirada en el rostro indignado de la muchacha.
Ella apartó los ojos—. Ahora, en lo que se refiere a plan de trabajo, usted tomará el dictado por la
mañana, lo pasará a máquina por la tarde y yo podré leerlo durante la noche, para decidir si hay que
hacer modificaciones —hizo una pausa y luego, como ella no decía nada, agregó—: ¿Le parece
razonable?
Julie asintió con la cabeza.
— ¿Quiere preguntar algo, señorita Wood?
—No —la joven levantó la mirada hacia él—. Hay una cosa. .
— ¿Sí? —Rhys se volvió para mirarla.
—Se trata de. . William, en realidad. ¿Le molestaría si. . si como con él?
El escritor frunció el entrecejo.
— ¿Ha hablado con William esta mañana?
Julie se sintió incómoda bajo esa mirada acusadora.
—Sí. Oh, sí. Pero, por favor, no se enfade con él. Vino a mi cuarto. Quería darme la bienvenida a
El Baluarte del Diablo. Usted se lo impidió anoche.
—Contra lo que pueda imaginarse, señorita Wood, no está aquí para hacerle compañía a mi hijo
—Rhys se mostraba serio.
—Nunca pensé que. .
—Le sugiero que lo piense dos veces antes de comprometerse en una situación que la deje en un
compromiso.
— ¿Qué quiere decir?
—Ya ha visto a William. Sabe cómo es y de lo que es capaz. ¿No teme que le exija más tiempo y
atención de la que usted esté dispuesta a darle?
Julie reaccionó comprensiva.
—Se siente solo, eso es todo —dijo. Luego le miró de frente—. ¿Cuánto tiempo le dedica usted,
señor Edwards?
Nada más decirlo Julie se arrepintió de haberlo hecho. ¿Qué derecho tenía ella de entrometerse
en los asuntos familiares de su jefe? se dijo.
La mirada de Rhys parecía penetrar en su misma alma, despojándola de toda defensa, haciéndola
consciente de su error. Ella no tenía derecho a criticarlo.. sobre todo sin conocerle. Pero, alguien
debía de salir en defensa de William, se dijo a sí misma.
Rhys, en contra de lo esperado, contestó con tranquilidad pero con firmeza.
—Veo que por fin ha encontrado mi hijo una defensora —dijo—. ¿Qué poder habrá ejercido
sobre usted para que se sienta inclinada a protegerlo de esa manera?
Julie movió la cabeza.
—Cuando.. cuando los niños son.. difíciles. .
— ¡Usted es poco más que una niña, señorita Wood!
—. . normalmente hay una razón para ello. Creo que William no es un niño.. feliz —
terminó casi sin aliento.
— ¿Le parece? —había impaciencia en la voz de Edwards.
—Sí —la joven tenía que terminar lo que había empezado—. Me dijo que le han expulsado de
tres escuelas. ¿Nunca se ha preguntado por qué?
— ¡Ahórreme el psicoanálisis, señorita Wood! —replicó él tajante—. Le pago por sus servicios
de secretaria y no por consejera familiar.
Julie estaba abatida.
—Usted. . me ha dicho que. . si tenía algo que decir.
—No.. Le he dicho que si tenía algo que preguntar. . y con respecto al trabajo —la corrigió Rhys
secamente—. Y debo de seguirle recordando, señorita Wood, que está usted aquí no para ocuparse
de William, sino para ayudarme en mi trabajo.
Julie se sentía ridicula.
—Lo siento —murmuró desangeladamente.
—No, no lo siente. Habla herida en su orgullo —Rhys se aproximó al escritorio y Julie se
preguntó qué pretendía hacer. Pero él se limitó a coger unos papeles y dijo—: Le sugiero que
empecemos con éstos.
Julie cogió cuaderno y lápiz. Parecía claro que su conversación había terminado.
Mordió la punta del lápiz. Se había equivocado al defender a William, pensó. Lo único que había
logrado era empeorar las cosas. . y por otro lado, no había obtenido el permiso para comer con el
chico.

CAPÍTULO 5

JULIE ENTRÓ en su habitación y cerró la puerta, apoyándose en ella fatigada. Había terminado
su primer trabajo de mañana y, aunque le dolían los dedos de tanto escribir, era s u mente, sus
sentimientos, los que sentía más alterados por la apabullante narrativa de Edwards.
No tenía experiencia de trabajo con un escritor y, por consiguiente, sus ideas sobre alguien que
escribiera una novela eran las impuestas por las películas sobre poetas y escritores de otros tiempos.
La realidad era muy diferente. Rhys Edwards no tenía que esperar la llegada de la inspiración, ni
siquiera tenía que buscar las palabras adecuadas para expresarse. Sabía lo que quería decir y cómo
quería decirlo, y las casi tres mil palabras que le había dictado esa mañana habían ya formado un
cuadro que torturaba la fértil imaginación de la muchacha.
Hasta ahora, no había pensado mucho en el tipo de libro que su jefe planeaba escribir.
Además, como al parecer no había escrito ninguna novela antes, no parecería poco razonable
suponer que lo que escribía no fuese aceptable. Pero incluso sin la carta del editor confirmando su
interés por el proyecto, Julie sabía que la historia que Rhys Edwards estaba relatando sería
magnífica. Era una obra imaginativa que tenía mucho de realidad, con la suficiente información y
empleo de nombres conocidos como para convertir el argumento en algo ambiguo y seductor.
Todavía no habían llegado al núcleo del relato, pero sus descripciones sobre las condiciones de
una prisión política de un país de África Central, agobiado por la guerra civil, eran aterradoras. El
hombre que, según había explicado Rhys, debería ser el personaje principal de la novela era cogido
como prisionero por los soldados del dictador y el trato que recibía a manos de ellos despertó la
indignación y la piedad en Julie. Había riqueza de sentimiento en las palabras que utilizaba Rhys y,
al anotarlas en su cuaderno, Julie se sentía parte de la creación del libro.
Se apartó de la puerta y se adentró en el cuarto. Pudo ver su figura reflejada en el gran espejo del
guardarropa. Estaba agotada y ligeramente desaliñada. Pero lo que le llamó más la atención fue su
cara, que mostraba un aspecto demasiado llamativo. Casi como si acabase de presenciar alguna
escena emocional devastadora. ¿Era así como la había visto Rhys Edwards? ¿Sabía él que, de alguna
manera, la había seducido con sus palabras?, se preguntó.
Se quedó sorprendida de su propio pensamiento. Aquello pareció demostrar que la imagen que
tenía de él estaba cambiando debido a su talento literario.
Entró en el cuarto de baño y se empapó el rostro con el agua del grifo para refrescarse las
ardientes mejillas. Se estaba cepillando el pelo cuando alguien llamó a la puerta.
Respirando profundamente, fue a abrirla, esperando encontrarse con William, pero para su
sorpresa, fue a la señora Evans a la que encontró en el umbral. El ama de llaves no parecía muy
contenta y dijo tajantemente:
—El señor Edwards me pidió que le avisara de que su comida está servida en el cuarto del
señorito William.
Julie estaba asombrada y contenta. Al menos eso l e permitiría evitar un nuevo encuentro con su
jefe hasta estar segura de que había recuperado su normal control.
—Gracias por avisarme —dijo con una sonrisa.
No fue difícil encontrar el cuarto de William. Su puerta estaba entreabierta y cuando el muchacho
oyó los pasos de Julie, grito:
— ¡Aquí, Julie, estoy aquí!
Julie empujó la puerta para entrar en una habitación muy parecida a la suya. La cama de William
era un simple diván y él estaba sentado en ella, mirando hacia la puerta. A su lado, había un carrito
de servicio con platos y cubiertos.
—Entre —dijo William, cuando la chica se asomó vacilante.
Julie suspiró y cerró la puerta para que el calor que había en la habitación no se fuera.
—No recuerdo haberte dicho que me llamaras Julie.
—Pero no puedo llamarla señorita Wood todo el tiempo —protestó el chico mientras la miraba
con expresión suplicante—. Es decir. . Bueno, después de todo, usted sólo tiene cuatro años más que
yo.
—A tu edad, cuatro años es un tiempo considerable —repuso Julie.
—Ahora se parece a mi padre —gruñó—. Oh, siéntese, puede utilizar esa silla —e indicó una
silla de mimbre—. Debe de tener apetito después de haber trabajado durante toda la mañana.
—Sí —Julie acercó la silla a la mesa improvisada y se sentó—. Ha sido agotador.
—Lo sé —William sonrió con malicia—. A Dulcie la mandaron a freír espárragos.
— ¿Qué quieres decir? —Julie frunció el ceño.
—Bueno, ha ido a la biblioteca, ¿no? Pues vino aquí gimoteando, quejándose de que mi papá la
echó fuera.
—Oh, entiendo, sí —Julie recordó el momento en que ella había entrado mientras Rhys le
dictaba, y cómo le había dicho que se fuera.
—Me ha dicho que no le gustaba usted —comentó William dispuesto a despertar el enfado de
Julie, la cual lo mantuvo oculto.
—Dulcie sólo tiene seis años de edad —dijo, valiéndose de las mismas palabras que Rhys había
empleado en defensa de la chiquilla—. Imagino que vivir aquí, tan lejos de todo, rodeada sólo de
adultos, le impide relacionarse con extraños.
— ¡No ha vivido aquí tanto tiempo como para que le haya afectado de alguna forma,—
William habló con ira.
Julie había estado quitando las tapas de las fuentes, descubriendo un delicioso guisado de carne y
verduras, además de una tarta de manzana. Pero levantó la vista ante las palabras de William.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó—. ¿No era ésta.. es decir, no es ésta?. . —titubeó, pero luego
prosiguió llena de curiosidad—. ¿No es ésta la casa de Dulcie?
—Supongo que ahora lo es —asintió William con amargura, mientras se servía el guisado para
pasar luego el cazo a Julie—. Pero no le gusta, como tampoco a su madre.
Julie s e sirvió guisado y, empezó a comer. N o era asunto d e ella, s e decía con impaciencia,
consciente de que las palabras de William resultaban ser una tentación para su curiosidad. No
convenía que se involucrara en las cuestiones personales de los ocupantes de El Baluarte del Diablo.
De cualquier manera, la curiosidad la hostigaba.
Haciendo un esfuerzo para desviar la conversación por otros derroteros, dijo:
—Está delicioso el guisado, ¿verdad?
William asintió.
—La señora Evans es una buena cocinera —concedió a regañadientes—. Pero es buena sólo en
eso. Los sirvientes no la aguantan. Pero quizá eso se deba a que la gente de por aquí no le tiene
simpatía. Viene del norte, ¿sabe?
— ¿Del norte? —Julie lo miró con incredulidad-
Tiene un acento gales típico.
—Lo sé. Pero es de Bangor. Para esta gente, eso es el norte.
— ¡No seas tan condescendiente, William!
—Pero es cierto —no estaba dispuesto a dejarse vencer—. Hemos tenido chicas trabajando aquí,
chicas del pueblo. Pero realmente tampoco nos quieren, de modo que posiblemente no es sólo culpa
de la señora Evans.
—Creo que estás exagerando, William —replicó Julie, con cierta aspereza, mientras dejaba el
plato en un lado—. Quizá tienes el complejo de que la gente no te quiere.
Quizá no te esfuerzas lo suficiente para hacerte querer.
—Papá dice que la gente a veces confunde sus inclinaciones. Parece que a él no le importa si la
gente lo quiere o no. Pero a mí, sí.
Julie suspiró, se estaba poniendo nerviosa.
— ¿Por qué supones que la gente del pueblo no os quiere?
—A causa de mi tío Richard.
Parecía imposible no hablar de otro tema.
— ¿Quieres un trozo de tarta de manzana? —preguntó Julie mientras cortaba la tarta.
— ¿No quiere saber algo de mi tío Richard? —preguntó.
—No especialmente, William. Creo que preferiría oír algo sobre ti. ¿Hace cuánto tiempo que…
dejaste la escuela?
— ¿La última vez, quiere decir? —William sopesó la pregunta—. Oh.. unos cinco meses,
supongo.
— ¡Cinco meses!
__Bueno contando las vacaciones de verano; de modo que en realidad serán sólo dos meses.
— ¿Y vas a volver? —preguntó Julie.
—No puedo. No me dejan. Le pidieron a papá que me llevara al terminar el último año.
La pregunta: ¿Por qué?, estaba en la mente de Julie pero prefirió callar. Los problemas de
William eran tan personales como los de cualquiera de la familia. Pero esta vez William siguió con
su explicación.
— ¿Sabe? Cuando mataron a mi tío Richard, supe que papá vendría a casa. Nerys se encargaría
de hacerlo venir. Y él siempre dijo que quería abrir otra vez El Baluarte del Diablo y no podía
arriesgarme a que le persuadiera de que se quedara en Londres cuando yo tenía tantas ganas de venir
aquí..
Julie le interrumpió.
—¡ William, por favor! Todo eso no me incumbe. No me interesan las cuestiones familiares. Sólo
quería saber cuánto tiempo has perdido de tu educación.
William se encogió de hombros. Fuera o no deliberado, William podía adoptar una actitud
patética que despertaba el instinto protector de Julie.
—Pensaba que con usted sí que podría hablar—murmuró con expresión desolada—.
Pensaba que estaría interesada. Pero supongo que sólo vino aquí por curiosidad.
— ¡Eso no es cierto! —Julie le miró con impaciencia—. Sabes perfectamente por qué vine aquí.
—Pero podía no haber aceptado el trabajo, ¿verdad? Quiero decir, cuando supo que yo había
mentido, pudo haberlo rechazado ¿Qué la hizo cambiar de idea? ¿El conocer a mi padre? A las
mujeres les gusta. Es por eso por lo que quería a una mujer mayor para el empleo. ¡Para que Nerys
no se opusiera!
— ¡William! —Julie empezó a recoger los platos—. Cualquiera que fuera la razón para que tu
padre me empleara, estoy aquí y. . no me arrepiento.
— ¿No? —William la miró.
—No. Pero me arrepentiré s i persistes e n utilizarme como una persona que sólo escucha tus
quejas. Quiero que seamos amigos. ¡Pero no para chismorrear sobre todos los miembros de la
familia!
— ¿De qué más se puede hablar?
__Pues, de miles de cosas. En cuanto estés bien, podremos ir a pasear, explorar la costa, ir al
pueblo.. —hizo una pausa—. ¿Cuáles son tus aficiones? ¿Te gusta la música. . o leer? ¿Tocas algún
instrumento? — ¿Usted toca alguno?
Julie movió la cabeza.
—Estamos hablando de ti. Pero, sí, en realidad, toco la guitarra. No muy bien, pero lo suficiente
como para divertirme.
— ¿La ha traído?
Julie rió divertida.
—Debes de estar bromeando. ¿Qué diría tu padre si me viera llegar a El Baluarte del Diablo con
una guitarra? Vine a trabajar como secretaria, no como artista de variedades.
William sonrió y sus delgadas facciones revelaron un poco del encanto de su padre.
Julie sintió una profunda compasión por él. De alguna forma, quizá los domingos, debería dedicar
tiempo al muchacho y se dio cuenta que por ello tendría poco tiempo libre en El Baluarte del Diablo.
Cuando volvió a la biblioteca para pasar a máquina las notas que había tomado a taquigrafía esa
mañana, su jefe no estaba allí. No le había dicho cuántas copias quería y Julie titubeó antes de poner
dos papeles de calco. Había terminado más de la mitad de la copia cuando Nerys entró.
La mujer estaba vestida con un suéter de lana y una falda lisa, en tonos lila, que hacía juego con
las sombras de los ojos y el lápiz de labios. Entró en la biblioteca sin llamar y miró por encima del
hombro la página que estaba en la máquina de escribir.
— ¿Trabajando mucho, señorita Wood? —preguntó.
Julie sintió el deseo de cubrir la página con las manos. No sabía si Rhys aprobaría que alguien
leyera su novela antes de que fuera publicada. Con un rápido movimiento de la mano, sacó la página
del carro y, haciéndola una bola, la tiró al cesto de los papeles.
Después mientras
sacaba tres hojas en blanco y ponía papel de calco entre ellas, pudo cubrir las páginas que ya
había pasado a máquina con una hoja en blanco.
—Qué descuido —dijo, con fingido disgusto—. Es tan importante ser. . preciso.
La expresión de Nerys reveló que no se había dejado engañar por la conducta de la joven
secretaria.
—Qué eficiente —comentó mientras se dirigía hacia la ventana—. Debo de felicitar a Rhys por
la mecanógrafa que escogió.
El utilizar la palabra mecanógrafa había sido deliberado, pero a Julie no le importó.
—Gracias —dijo, como si aceptara el sarcasmo de Nerys como un elogio.
—Dígame, señorita Wood —Nerys todavía no se daba por vencida—. ¿Qué atrajo a una
jovencita como usted a un lugar como éste?
Julie vaciló.
—Es. . diferente —respondió por fin—. Tenía ganas de cambiar de ambiente.
—Pero tengo entendido que usted vivía en Londres. —En las afueras, para ser exactos.
—Pero trabajaba en el centro. —Sí.
— ¡Y cambió eso, por esto!
—No entiendo lo que me quiere decir, señora Edwards.
—Quizá sepa usted que mi marido era el marqués de Llantreath, señorita Wood.
Aunque debo admitir que ahora que mi esposo está muerto Rhys no pretende emplear el título, yo
me considero todavía Lady Llantreath, ¿comprende?
Julie apretó los labios. Luego asintió:
—Sí. . milady —dijo con fingida humildad.
Nerys esbozó una media sonrisa.
—Entonces, ¿no cree que hay una diferencia entre trabajar aquí y hacerlo en Londres?
—No dije eso exactamente. Es sólo que. . bien, mi trabajo en Londres era aburrido.
Trabajaba en la oficina de un abogado y era muy monótono. Trabajar para.. el señor Edwards. .
es interesante.
—Entiendo —Nerys cruzó los brazos—, ¿Y William? Creo que se ha hecho muy amiga de él. —
Me agrada, en efecto.
__ ¿Se da cuenta de que es un chico problemático?
Otra vez lo mismo, pensó Julie con resignación. —Creo que cualquier criatura que sufre algo tan
terrible como el asma, merece un poco de compasión, señora.. quiero decir, milady. —Pero William
la recibe—dijo Nerys impaciente—. Demasiada, en mi opinión. Siempre ha sido el mismo. No
soporta que no le tengan en cuenta, así que provoca los ataques para llamar la atención.
—Supongo que le hace falta una madre —-dijo Julie suavemente. — ¡Una madre! —
Exclamó Nerys—. La madre de William nunca s e preocupó un ápice por él. Le abandonó en la
puerta del orfanato cuando apenas tenia cinco días de vida. ¡Así lo quería!
Julie se puso triste al escuchar eso. ¿Cómo podía una mujer hacer eso con su hijo? ¿Por qué no se
lo había impedido su padre? ¿Cómo era que William había llegado a vivir con Rhys?, se preguntó.
Vio a Nerys observándola y se percató de que quizá ella también estaba sufriendo. El deseo de
decir confidencias era irresistible. — ¿Dónde está su jefe? —preguntó Nerys y Julie movió la
cabeza. —No lo he visto desde antes de la comida. —Aja —Nerys se encaminó hacia la puerta—.
Supongo que habrá salido a comprar provisiones —hizo una pausa—. La dejaré seguir con sus
labores, señorita Wood. No se preocupe por cenar con nosotros esta noche. Supongo que después de
trabajar tan arduamente durante todo el día querrá disfrutar un poco de tiempo a solas.
La puerta se cerró antes de que Julie pudiera pronunciar una negativa, pero más tarde se preguntó
si no sería conveniente, el tener la oportunidad de estar a solas. Realmente merecía un poco de
tiempo libre. Sin embargo, había cuestiones que debía considerar.
William había tenido razón respecto al interés de su tía por Rhys. Y si Nerys estaba
acostumbrada a vivir en Londres, como resultaba evidente, su cuñado debería de tener una gran
atracción para ella si dejaba esa ciudad para venir a un desolado paraje de Gales, en pleno invierno,
a una casa sin diversiones y en un evidente estado de deterioro.
Todavía había luz natural cuando Julie terminó su trabajo e, impulsivamente, tomó su abrigo y sus
botas de agua y salió fuera de la casa.
El viento empezaba a arreciar y la chica se alegró de llevar su larga bufanda. Su pelo pronto se
soltó y le cubrió el rostro mientras bajaba los escalones de piedra y llegaba al sendero. Rodeó la
casa, entusiasmada por la fuerza del viento y el intenso olor a mar.
Se acercó ¡o más que pudo al mar y se quedó contemplando las olas que rompían contra los
riscos.
Pero no era suficiente. La playa estaba oculta bajó los peñascos y un poco imprudentemente se
aproximó a Ja orilla. El viento era mucho más fuerte allí y para que no la empujara, se arrodilló y se
asomó por el farallón.
Una pronunciada rampa dejaba ver al fondo un sendero abrupto que conducía a las rocas situadas
más abajo. En días tranquilos sería fácil llegar a él, y junto a William podrían recorrerlo, pensó
Julie.
El sol convertía el mar en una gran plancha de oro; la visión era maravillosa y Julie se extrañó
por su propia fascinación ante el mismo. Se extrañaba de que una chica de ciudad, como ella, harta
de la vida inquieta que vivía allí, y en busca de nuevas emociones, pudiera encontrar tanta plenitud
en ese lugar, en esa costa remota. Pero más fascinante que esa vista, que la casa o que su trabajo, era
la gente que habitaba El Baluarte del Diablo, y aunque se decía a sí misma que era la compasión por
William la que la hacía percibir tan intensamente la presencia de su padre, reconoció, en un momento
de absoluta franqueza, que había algo más. Y esa era la nueva emoción que había encontrado.

CAPÍTULO 6

JULIE CENÓ con la familia esa noche. Si bien había decidido no acudir y disfrutar de unos
momentos de soledad, William tenía
otra idea.
Él la estaba esperando cuando regresó de su paseo. Insistió en que tomaran el té juntos y no tuvo
corazón para negarse.
La sala era bastante cómoda. Los sillones de cuero estaban también deteriorados. La temperatura
resultaba agradable gracias al fuego de la chimenea y Julie decidió acercar sus manos al mismo.
—Siéntese —William dio una palmadita sobre el sofá, y después empezó a servir el té
—. ¿Lo toma con azúcar?
—No, gracias.
Al poco rato Dulcie entró en la habitación. Se mostraba muy contenta pero al ver a Julie se quedó
parada.
— ¿Qué quieres?
William reaccionó de forma agresiva. Dulcie se quedó mirando a los dos de forma arrogante.
—Hola, Dulcie —Julie estaba de buen humor y decidió ser indulgente—. ¿Qué has hecho durante
todo el día?
Dulcie la miró con actitud insolente.
—Usted no debería estar aquí.. Usted es sólo una empleada.
La manera en que lo había dicho provocó la ira de Julie, que no pudo controlarse.
— ¡Si no puedes decir nada amable, mejor cierra la boca!
Dulcie s e quedó desconcertada, y William aprovechó l a situación para hacer un comentario
hiriente.
—Es difícil para ella —comentó de modo sarcástico—. Quizá se deba a que es sólo una niña.
Julie intentó controlarse y suavizar la situación.
—Calla, William —dijo rápidamente, y luego añadió—: ¿Por qué no me quieres, Dulcie? No sé
que puede importar el que yo esté aquí.
Dulcie miraba a William con abierta antipatía después del ataque verbal de éste. Pero al oír las
palabras de Julie volvió su atención hacia ella.
— ¡Mamá dice que eres una entrometida! —Exclamó Dulcie—. Ella dice que viniste aquí por mi
tío Rhys.
—Pues. . así es —dijo Julie confusa—. Vine para servirle de secretaría..
—Mi mamá no se refiere a eso. Dice que nos quieres quitar a tío Rhys.
-¿Qué?
Julie se quedó horrorizada ante tal comentario. No entendía muy bien cómo Nerys hablaba de
esas cosas con la niña.
— ¡No seas estúpida! —William se había puesto de pie y avanzaba amenazador hacia su prima
—. Julie está aquí sólo porque yo quería que viniera. Vino por mí. Ella y papá ni siquiera se agrá..
—Espera un momento. . —Julie no podía aceptar tampoco eso pero sintió admiración al ver que
Dulcie defendía tan valerosamente su posición—. Estoy aquí para hacer un trabajo. Está bien,
William..
Quizá hayas influido en mi decisión. Pero yo solicité el empleo.
—Pero no iba aceptarlo, ¿recuerda? —William la miró.
—Eso es algo que nunca sabremos —comentó una voz masculina detrás de ellos.
Julie se volvió y pudo ver a su jefe junto a la puerta. Se preguntaba cuánto tiempo habría estado
allí, escuchando la discusión. William también parecía desconcertado.
Sólo Dulcie parecía contenta de verlo y se acercó a él con alegría, sin aparente rencor por lo que
había sucedido por la mañana.
— ¿Dónde has estado, tío Rhys? —preguntó—. No te he visto en toda la tarde.
—He tenido que. . hacer una visita —replicó Rhys evasivamente. — ¿Ha salido, señorita Wood?
—Volvió su atención bruscamente hacia William—. Espero que tú no.
—No..
—Por supuesto que no ha salido —Julie estaba aún nerviosa por los comentarios de Dulcie—.
¡No soy ninguna tonta!
—Nunca he pensado que lo sea —dijo Rhys con engañosa suavidad. Hizo una pausa antes de
agregar—: ¿Ha disfrutado de su paseo?
Julie se pasó una mano por el pelo.
—Simplemente quería.. tomar un poco el aire, eso es todo.
Rhys se apartó de la puerta sin hacer caso de las resentidas súplicas de Dulcie en busca de
atención, una expresión irritada marcaba sus facciones oscuras.
—No la estoy acusando de nada, señorita Wood. Sólo quería saber cuál había sido su impresión
sobre lo que la rodea:
Julie casi no sabía cómo responderle.
—No tengo quejas, señor Edwards —respondió un poco desconcertada.
Con evidente irritación, Rhys se volvió para alejarse, con Dulcie de la mano, pero antes añadió:
—Os veré más tarde a los dos. . en la cena.
Julie se mostró reticente.
—Preferiría cenar en mi habitación, señor Edwards —dijo.
Tal comentario hizo que Rhys se detuviera. William apuntó con rapidez:
— ¡No puede hacerlo! —exclamó consternado—. ¡No puede pasarse toda la tarde en su cuarto!
—La señorita Wood es libre de tomar sus propias decisiones, William —comentó su padre de
modo indiferente—. No puede exigirse a una secretaria que trabaje durante todo el día y que luego su
jefe decida lo que puede hacer por la noche, ¿verdad, señorita Wood?
Julie abrió la boca para hablar, dispuesta a defender su derecho a decidir qué hacer con su
tiempo libre, cuando William la interrumpió y aparecieron en su voz los habituales síntomas de
dificultad respiratoria.
— ¡La noche es el peor momento! —Exclamó con lágrimas de frustración—. Pensaba que. . que
podríamos. . jugar a algo. .
— ¡William! ¡Basta!
Su padre estaba perdiendo la paciencia y Dulcie empezó a canturrear:
—Willie va a llorar. . Willie va a llorar. . Willie es un llorón..
Julie intercambió una intensa mirada de acusación con Rhys y luego abrazó a William por los
hombros.
—Está bien William, está bien —le consoló—. Cálmate. Podemos hablar sobre ello.. —
Julie miró a Rhys y le preguntó airada—: ¿No puede callar a esa niña?
—Yo podría decirle lo mismo respecto a William —replicó él.
— ¡Merece que la ponga en sus rodillas y le dé una buena tunda! — exclamó Julie, perdiendo
todo su control. Luego se horrorizó de su propia audacia.
Pero en ese preciso momento apareció Nerys por la puerta, atraída sin duda, por el ruido, y la
forma en qué miró a Julie fue señal inequívoca de que la había escuchado.
Con los labios apretados, se dirigió a Julie:
—Se está usted sobrepasando, señorita Wood. Dulcie es mi hija y soy yo quien debe decidir si
merece o no castigo.
Dulcie, percibiendo la creciente hostilidad, corrió hacia su madre.
—No dejes que me pegue, mamá —gritó suplicante, y Julie sintió indignación por la hipocresía
de la niña.
Era una niña demasiado lista para su edad, había comprendido las consecuencias de la situación
y se valía de ellas para sus propios fines.
—Por supuesto que nadie te pegará, mi amor —consoló Nerys a su hija y luego se volvió otra vez
a Julie—. ¿Cómo se atreve a inquietar a la niña de este modo? ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué le ha
dicho?
Para asombro de Julie y de William, Rhys intervino.
—Ha habido un malentendido, Nerys. Nada para alarmarse. De todas formas, Dulcie no ha tenido
nada que ver, sólo se puso un poco insoportable.
Dulcie adoptó una expresión sumisa.
— ¿Por qué se porta tan mal conmigo el tío Rhys, mamá? No he hecho nada.
Nerys controló su ira con evidente dificultad.
—Me parece una vergüenza que una niña no pueda comportarse como quiera en su propia casa
—dijo ásperamente la mujer y Rhys inclinó la cabeza como si asintiera—.
Quizá cometí un error, quizá no entendí cuál era la posición de la señorita Wood en esta casa.
Pensaba que era tu secretaria, Rhys, no la guardiana de William.
—Como has dicho, Nerys, es una lástima que un niño no pueda comportarse como quiera en su
propia casa —concedió Rhys y una leve sonrisa empezó a dibujarse en los finos labios de su cuñada,
pero desapareció cuando él prosiguió—: Y ésta es también la casa de William, ¿no crees?
Se hizo un silencio y poco después, con una maldición, Nerys salió del salón, con Dulcie de la
mano, dejando a Julie más avergonzada que nunca. Rhys miró a su hijo y durante un momento
parecieron entenderse.
Después dijo pausadamente:
—Te sugiero que dejes que la señorita Wood que decida por sí misma respecto a la cena,
William, o podría dejarnos definitivamente.
Pero cuando Rhys se fue, Julie aceptó.
No por la actitud terca de William sino porque no podía permitir que fuese víctima de la malicia
de Dulcie, como sucedería seguramente si ella no aparecía. Sin duda Dulcie ya le había dicho a su
madre lo que había pasado y debería mostrarse firme ante Nerys.
En la cena reinó un clima tenso. Rhys se mostraba aparte, indiferente; William y Dulcie se
pasaron toda la cena haciéndose gestos cuando sus padres no los veían, y Nerys se mostraba fría.
Julie se sentía fuera de lugar.
Cuando terminó la comida, Julie salió rápidamente. Cuando se disponía a subir la escalera
William la detuvo.
— ¿Puedo ir a su cuarto, Julie?
Aunque no muy dispuesta, Julie aceptó.
—Yo.. bueno, está bien —contestó y William la siguió hacia su habitación.
Después de llevar una semana en El Baluarte de El Diablo, Julie sentía como si hubiese vivido
siempre allí. Era algo extraño, pero su relación con los habitantes de esa casa hacía que su vida en
Londres la viera como si hubiera pasado mucho tiempo.
Cada mañana, excepto el sábado y el domingo, trabajaba con Rhys durante casi cuatro horas, en
la biblioteca. La capacidad de trabajo de él parecía inagotable y ella le seguía a la perfección,
prestando gran atención al relato que había desarrollado en ella un gran interés.
El argumento era muy crudo y brutal. No sería un libro de entretenimiento. Estaba lleno de acción
y misterio y sin embargo el personaje principal, Barrabás, exhibía un extraño sentimiento
humanitario, rara vez encontrado en este tipo de novela. Julie nunca se aburría mientras Rhys dictaba;
siempre estaba ansiosa de saber l o que sucedería después. Y cuando se veía mirando con fijeza al
rostro del escritor, se decía a sí misma que era una atracción de naturaleza puramente estética.
Cuando estaban trabajando, Rhys era como un extraño para ella y con frecuencia se preguntaba si se
percataba de su presencia, si no la consideraba sólo como una especie de máquina útil sobre la que
verter sus pensamientos. Pero ella siempre sentía la presencia del escritor, y más cuando l a herida
que l e hacía caminar con cierta dificultad provocaba un espasmo de dolor en su rostro y buscaba
alivio en el cigarro.
Casi toda la tarde se la pasaba escribiendo a máquina lo que le había dictado por la mañana.
Pero cuando William se recuperó lo suficiente para salir fuera de la casa, empezaron a dar paseos a
la hora del crepúsculo. William le explicó que Nerys tenía su propio cuarto de estar y que, hasta la
llegada de Julie, él había tomado casi siempre solo su té.
Antes de venir a El Baluarte de el Diablo, Julie y William no habían pasado mucho tiempo en un
lugar tan inhóspito. Pero ese lugar empezaba a fascinarles y después de interesarse por los diversos
tipos de conchas y formaciones rocosas que se encontraban bajo los riscos, empezaron a ir a la
biblioteca por las noches, buscando entre los gruesos
.libros algo sobre fósiles. Encontraron suficientes datos para hacer interesante su investigación.
Dulcie había salido la peor parada a causa de los estudios. Hasta ahora, el mundo de William
había estado tan restringido como el de ella. La niña no asistía a la escuela tampoco, pero William le
contó a Julie que su prima había ido a una escuela privada en Londres, hasta que se mudaron a
Abernath. Sabía leer, no muy bien, pero lo suficiente, y también escribía un poco. Julie pensó que
debía de hacer algo. Nerys no parecía el tipo de madre que pasara mucho tiempo jugando con su hija.
Bajo la guía de Julie, William estaba entrando en un campo de estudios más amplio y Julie misma
estaba sorprendida de la facilidad con que aprendía. Después de todo, su padre era un hombre
brillante y culto. ¿Por qué no debía su hijo lograr tanto como él, o más, si tenía las mismas
oportunidades?, se decía.
La única persona que estropeaba el clima de estudio de los dos era Dulcie. Solía entrar a
incordiar en la biblioteca con bastante frecuencia.
Una noche, Julie y William habían colocado sobre el escritorio de la biblioteca las conchas que
habían recogido esa tarde. Algunas tenían formas muy raras y William las había escogido
entusiasmado. Estaban intentando conocer los distintos moluscos que las habrían habitado, cuando
Dulcie irrumpió bruscamente en la sala.
La niña nunca llamaba. Esa noche sus mejillas estaban muy sonrojadas, como si hubiese sufrido
algún reproche.
En esta ocasión, sin embargo, Dulcie observó la tarea de su primo y Julie con cara enfurruñada.
Se acercó hacia ellos.
— ¿Qué hacéis? —preguntó y Julie puso una mano sobre el brazo de William para tranquilizarle.
—Estamos identificando conchas —explicó Julie—. ¿Quieres verlas?
Dulcie los miró desdeñosa.
— ¿Por qué no te largas? —exclamó William, perdiendo la paciencia.
—Basta, William —le recriminó Julie—. Esta vez Dulcie podría ayudarnos.
— ¿Cómo?
—Bueno.. —Julie escogió con cuidado sus palabras—. Dulcie podría poner las conchas en las
cajas y colocarles las etiquetas que tú vayas escribiendo, William.
—No podría..
— ¿Por qué no?
Lo enredaría todo.
—No, no lo enredaría..
—Lo podría hacer —exclamó Julie, tratando de ser justa—. No es una labor difícil.
—No quiero que nos ayude —murmuró William y Julie se sintió solidaria con él, aunque quería
ganarse la amistad de. Dulcie.
—Mira —dijo, volviéndose hacia la chica y mostrándole un espécimen de color amarillo—. Un
caracol diminuto.. un molusco muy pequeño vivía aquí. Aquí adentro.
¿No es precioso?
Dejó que Dulcie tomara la concha entre sus dedos.
— ¿Todavía está aquí el animalito? —preguntó Dulcie.
—No. Se cambió a otra casa —sonrió la muchacha. Julie cogió otra concha de delicados matices
azul y verde.
—Mira ésta. Es mucho mayor que la otra. ¿No te parece preciosa?
Dulcie tomó la concha de manos de Julie y aunque ésta podía sentir la tensión de William a sus
espaldas, le agradaba la idea de que la niña pareciera interesarse.
—Nunca había visto una así —dijo maravillada, y metió el dedo en el hueco—. ¿Dónde la
encontrasteis?
—La cogimos esta tarde —respondió Julie, que había acercado la mano para recuperar la concha
—. Entre las rocas es raro encontrar una así. Es muy exótica.
— ¿De veras? —Dulcie frunció el ceño y después levantó la mirada—. Entonces no es de usted,
¿verdad? — ¿Qué quieres decir?
—Mamá dice que tanto las rocas como la playa son privadas. Eran de mi papá antes, pero ahora
son de tío Rhys.
— ¿Y eso qué? —preguntó William con aspereza.
—Entonces, esa concha es de tío Rhys. Le diré que me la regale.
— ¡Le vas a pedir un cuerno!
William se puso de pie antes de que Julie pudiera detenerlo y de un tirón .arrancó la concha de
manos de su prima. Dulcie se quedó inmóvil, apretando los puños con furia.
Luego, sin previo aviso, extendió un brazo y barrió con él la colección de conchas, para
pisotearlas después antes de salir rápidamente del cuarto.
William se quedó tan sorprendido que sólo pudo mirar fijamente las conchas esparcidas por el
suelo.
No se habían llegado a romper pero el trabajo de catalogarlas no había servido para nada.
Julie se puso de pie, sin saber qué debía de hacer primero. ¿Debería consolar a William, cuya
respiración se había tornado entrecortada y ruidosa, o debería limpiar los destrozos para mostrarle el
poco daño que la niña había causado? Vio las lágrimas correr incontrolablemente por las mejillas
del chico y se acercó a él y le abrazó; el chico apoyó la cabeza sobre el pecho de la mujer.
Se encontraba en esa situación cuando Rhys entró.
— ¿Ahora qué ha pasado? —preguntó irritado—. ¿No puede haber paz en esta casa? —
Eso debería de preguntárselo a otra persona —replicó Julie mientras se apartaba.
Rhys examinó las conchas que estaban en la alfombra. Hizo intención para agacharse y apareció
de entre su camisa una medalla que Julie nunca le había visto. Su pecho velludo se dejó entrever.
Había algo vulnerable en él también en ese momento y el deseo de tocarlo, de consolarlo como había
consolado antes a su hijo, provocó en la chica una extraña sensación, que no resultaba ser
desagradable. Luego, Rhys se volvió y la miró. Julie no pudo evitar esa expresión de su cara. Parecía
que el se había dado cuenta y se creó un clima de intriga entre los dos. Poco después Edwards salió
del cuarto sin volver la vista atrás mientras ella seguía pensando en lo que había sucedido.
— ¿Cree. . cree. . que papá sabe. . quién lo hizo?
La angustiosa voz de William la hizo volver a la realidad.
—Parece claro —respondió y agregó—: Vamos, empecemos a limpiar. Las ordenaremos otra
vez.
— ¡Pero algunas están rotas! —exclamó William.
—Ya encontraremos más —dijo Julie, con más confianza de la que sentía en ese momento—. Al
menos la concha que tenías en tus manos sigue perfectamente, cosa que no sucedería si se la hubieras
dado.
— ¡Pero no tenía por qué dársela! Es mía, Julie. Yo la encontré. . Julie no estaba segura de lo que
debía pensar, pero asintió.
—No culpes sólo a Dulcie, los niños, y más los pequeños, reflejan la actitud de sus padres.
— ¿Quiere decir. . cree qué?. .
—No sé lo que quiero decir —dijo rápidamente Julie, y se agachó a recoger las conchas.
Julie trató de concentrarse en la tarea. Pero sus pensamientos volvían hacia el padre del
muchacho. Se despreciaba a sí misma por recordar con insistencia ese fugaz momento en que sus
miradas se cruzaron, ya que él con seguridad no era un novato en materia de seducción. Ya tenía un
hijo ilegítimo en su haber y su propia cuñada le asediaba, si es que no compartía ya su lecho. Se
sentía furiosa consigo misma y con él, y no se apaciguó ante la llegada de Rhys junto a la culpable
del destrozo.
Entró en la biblioteca, con Dulcie agarrada a su mano. La niña tenía la cabeza gacha y no quería
mirar a Julie o a William, pero Rhys no estaba dispuesto a ser desobedecido.
— ¿Bien? —dijo y la movió un poco La niña levantó la cabeza.
—Lo.. siento —dijo entrecortadamente, con voz casi inaudible. —Quiero oír lo que dices, Dulcie
—le dijo Rhys y el tono engañosamente suave era más atemorizador que una riña furiosa.
—Lo siento —dijo la niña otra vez, mirando a William, y Julie sintió compasión por ella
—. Perdóname, Willie.
William se sentía incómodo y turbado. Se incorporó y musitó: —No importa —dijo con voz
ronca.
Al poco rato apareció Nerys. Julie estaba sorprendida de que ella no hubiese aparecido antes
pero ella misma lo explicó.
—Estaba llamando por teléfono, Rhys, y oí los gritos de Dulcie — comentó y miró a su hija—.
¿Qué le ha pasado? ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto loco?
Había apartado a Dulcie de su tío y, fiel a su modo de ser, la niña empezaba a aprovecharse de la
situación. Pero Rhys la agarró firmemente del brazo y habló con toda calma a su madre:
—Dulcie acaba de destruir la colección de conchas de William, Nerys —le explicó, con cierto
tono de amenaza—. Le he dado un leve castigo y ella se ha disculpado.
Nerys no supo qué decir, pero sus ojos se desviaron hacia Julie a modo de acusación.
Nerys abrazó con fuerza a su hija y se volvió a mirar a su cuñado.
— ¿Cómo sabes que Dulcie lo hizo? —miró los destrozos que Julie trataba de ordenar
—. ¿Ella te lo ha dicho?
—No ha tenido que hacerlo —Rhys se cruzó de brazos—. A menos que insinúes que William ha
destruido su propia colección tan sólo para acusar a tu hija.
—No lo dudaría de él.
—Yo vi lo que ha pasado —intervino Julie en defensa de William—. Dulcie quería una de las
conchas de William. Como no se la daba, se enfureció. Ya ha sido castigada. No veo ninguna razón
para que no olvidemos el incidente.
— ¿De veras, no ve ninguna razón? —dijo Nerys sarcásticamente—.
Es tranquilizador saberlo. Supongo que estará satisfecha con los resultados, ¿verdad?
— ¡Nerys!
Rhys estaba enfadado, pero Julie no se amedrentó.
_Se ha disculpado, Lady Llantreath. Creo que no le hará ningún bien a la niña que dramatice
usted la situación.
__ ¿Cómo se atreve?
—. . y, además, si de verdad Dulcie quiere algunas conchas, no veo por qué no ha de
acompañarnos en uno de nuestros paseos.
— ¿De veras?
Todavía con la cabeza metida en la falda de su madre, Dulcie se atrevió a preguntar.
—No creo.. —empezó a decir Nerys en tono despreciativo, pero Rhys la interrumpió para
dirigirse a la niña.
—No es una mala idea, Dulcie —dijo secamente—. Si yo fuera tú, la aceptaría.
La barbilla de Dulcie todavía temblaba cuando miró a Julie.
—No lo dice en serio, ¿verdad? —murmuró con evidentes muestras de interés.
—Por supuesto que lo digo en serio —Julie se sentía muy contenta por su éxito. No porque fuera
tan ingenua para suponer que ganar una batalla era ganar la guerra. Pero aquello suponía algo, pensó
—. Vamos todas las tardes a la playa, si el tiempo lo permite. La próxima vez que vayamos podrás
venir con nosotros, si prometes no tener envidia si William recoge más conchas que tú.
—Oh, vamonos, Dulcie —Nerys ya había tenido bastante. Se volvió hacia Rhys—. ¡No se a qué
estás jugando, querido, pero me niego a que mi hija vaya a buscar conchas a la playa con una
muchacha que apenas sí acaba de salir de la escuela!
— ¡Mamá! —dijo la chica.
Dulcie parecía indignada, pero Nerys no le prestó atención. Cogiéndola de la mano, la sacó del
cuarto y los que permanecieron allí pudieron oír las protestas de la niña y las respuestas tajantes de
su madre hasta poco tiempo después.
El silencio en la biblioteca se hizo abrumador.
Julie se percató de que Rhys la estaba mirando y se apresuró a hablar, ansiosa de disipar la
tensión.
—Supongo que. . que la culpa es. . es mía —tartamudeó—. Yo in. . invité a Dulcie a venir con
nosotros. Le empecé a enseñar las conchas. Si no lo hubiera hecho no habría pasado nada.
—No fue culpa suya —dijo William, pero su padre le interrumpió.
—Tenía razón respecto a Dulcie —dijo, mientras miraba a Julie—. Necesita más disciplina..
debí darme cuenta antes. Pero me temo que estaba demasiado ocupado en otros asuntos —hizo una
pausa—. Estoy seguro de que Dulcie disfrutará en la playa igual que usted y William. Todos los
niños disfrutan de ese tipo de cosas.
Julie pensó que el emplear la palabra niños había sido deliberada.
—Pero no entiendo —murmuró—. Su. . madre. . ha dicho..
—Déjeme a Nerys a mí —replicó Rhys lacónicamente y Julie vio que William apretaba la boca
al oír eso—. Diré a Haggar que limpie esto por la mañana. Ya es hora de que te vayas a la cama,
William, ¿no es así?
—Si tú lo dices —dijo el muchacho sin alzar la mirada y Julie se sintió frustrada.
Todo había salido mal y sólo deseaba correr a su habitación para esconderse hasta que sus
traicioneras emociones se apaciguaran.
—Entonces. . buenas noches —dijo Rhys tranquilamente—. Hasta mañana.
Una vez que su padre se fue, William se hundió en el sillón, enfadado.
— ¿Ha oído eso? —preguntó—. Tendremos que aguantar a Dulcie todo el día. ¿Por qué diablos
la ha invitado?
—Hablaremos de eso mañana —dijo Julie más calmadamente.
No le preocupaba lo de Dulcie pero sí la relación que podía existir entre Nerys y Rhys.
CAPÍTULO 7

DURANTE UNOS días, William y Julie tuvieron que prescindir de sus paseos vespertinos con
los que tanto disfrutaban, debido a las lluvias y tormentas.
Una noche, Julie se despertó al oír un ruido atronador bajo su ventana. La joven se incorporó
rápidamente, tratando de entender qué había pasado. No estaba asustada a pesar de que su corazón
latía a gran velocidad, sin embargo la idea de bajar a enterarse la atemorizó.
Se puso la bata y las zapatillas y atravesó el cuarto en dirección a la puerta. Ya fuera de su
habitación, en el balcón que daba al oscuro vestíbulo, no había ruido alguno y se preguntó si lo
habría soñado todo. Pensó volver a su habitación, pero, por otra parte, se dijo que podría haberse
roto una ventana y que si seguía lloviendo, el comedor estaría totalmente mojado por la mañana.
El viento soplaba afuera mientras bajaba las escaleras. Su vivaz imaginación transformó la casa
en un castillo sajón de los tiempos heroicos y a ella en la princesa del mismo, sola e indefensa, que
afrontaba una invasión vikinga.
Se acercó al pie de la escalera. La luz de la luna iluminaba la escalera a través de una de las
ventanas.
Se detuvo bruscamente al oír un ruido. El miedo se apoderó de ella ¿Y si se había equivocado?
¿Quizá lo que había oído no era el viento?
En ese momento las nubes ocultaron la luna, sumiendo el vestíbulo en tinieblas, pero cuando se
abrió la puerta del comedor, pudo ver la silueta de un nombre recortada sobre la luz de la ventana
del cuarto contiguo. La figura era alta y corpulenta, llena por una bata larga. La joven dejó escapar un
suspiro. Tragó saliva y se volvió para correr, pero se quedó quieta cuando el vestíbulo fue inundado
otra vez por la luz.
— ¡Por amor de Dios, Julie! ¿Qué hace aquí abajo?
Julie se volvió para encontrarse con su jefe. La bata que había supuesto se trataba en realidad de
un poncho de delicada confección. Tenía dos aberturas laterales que dejaban ver que él no llevaba
nada debajo.
Julie se sonrojó al darse cuenta de ello. Rhys sin embargo mostraba una actitud tranquila.
— ¿Bien? —Preguntó con impaciencia—. Supongo que ha oído el ruido.
Julie asintió con la cabeza.
—Pensé que se había roto una ventana.
—Así fue —Rhys señaló hacia la habitación que estaba a sus espaldas. La lluvia se está colando.
— ¡Oh! ¿Está lloviendo?
Era una conversación un poco tonta para esas horas de la madrugada, pero a Julie no se le ocurría
hablar de otra cosa. Aún no estaba recuperada de la impresión y le costaba trabajo despegar los ojos
de él. Se sentía atraída por la insólita sensualidad de su atavío. Ahora él la miraba con impaciencia.
—Puede volver a acostarse —le dijo con calma—. No hay nada que pueda hacer.
Pero mientras hablaba, soltó un grito al pisar un trozo de cristal que estaba en el suelo.
Julie se percató enseguida de lo que había pasado y bajó rápidamente las escaleras.
—Déjeme ayudarle.
—No —la detuvo con la mano y Julie lo miró.
— ¿Por qué no? Usted podría romperlo. Será mejor que yo le ayude.
—Le digo que no hace falta —volvió a insistir él mientras contemplaba con curiosidad cómo la
figura de la joven se veía ensalzada por su ajustada bata—. Vuelva a la cama, señorita Wood. ¡Usted
no es Androcles!
Julie se agarró las solapas de su bata a la altura del cuello. —Y yo podría decir que usted no es
ningún león, señor Edwards —declaró.
—Yo no estaría tan seguro de eso —replicó él con cierta aspereza—. Y si yo fuera usted, me iría
de inmediato a la cama, antes de que pescara una pulmonía.
Él se acercó a uno de los pomos de la escalera e intentó quitarse el cristal. Pudo desprender un
trozo pero aún se quedó algo. Mientras, la sangre seguía brotando de la herida.
Miró a Julie con expresión poco alentadora, casi como si la culpara por lo que había ocurrido.
—Me temo que tendré que aceptar su ofrecimiento, señorita Wood __dijo bruscamente
—. Espero que tenga más suerte.
Al ver que la sangre estaba manchando el suelo, Julie se sintió molesta.
— ¿Hay. . algún lugar donde podamos hacerlo?
—La cocina —comentó Rhys.
—Por aquí tiene que haber algún botiquín —murmuró Rhys, mientras abría las distintas puertas
del armario.
—Escuche —dijo Julie—. ¿No tiene alcohol de algún tipo? Yo juraría que usted. . es decir,
bueno. . pues, no todo el mundo tiene un botiquín adecuado.
Rhys la miró extrañado.
— ¿Qué le ha contado William de mí? —preguntó—. ¿De qué hablan durante esos paseos que
tiene con él? Con razón se oponía a que Dulcie los acompañara.
— ¡No se ponga así! —Replicó acaloradamente la joven—. ¡William y yo tenemos temas de
conversación más interesantes!
Rhys se volvió del estante donde buscaba algún antiséptico y Julie se dio cuenta de que estaba
más cerca de lo que imaginaba. La chica dio un paso atrás, asustada por su propia temeridad, y vio
que el escritor apretaba los labios.
—Quizá deberíamos de tener todas nuestras conversaciones por la noche, señorita Wood. Al
menos así podría saber la verdad sin tapujos.
—Lo siento —se sonrojó Julie.
Rhys meneó la cabeza furiosamente.
—No lo sienta. Me lo merezco—se volvió de nuevo al estante—. No hay nada aquí.
Usted busque algo con qué sacar el cristal y yo iré a por alcohol.
Rhys fue por una botella al estudio y, después de un momento de vacilación, Julie salió de la
cocina para subir a su habitación para recoger su equipo de manicura.
Rhys ya la estaba esperando en la cocina cuando ella volvió, y sus ojos se entrecerraron al verla
entrar, sofocada.
— ¿Dónde estaba?
Julie le mostró el estuche de manicura. Él asintió antes de preguntarle dónde debería sentarse.
—Lo mejor será que lo haga sobre la mesa —sugirió la joven, mientras miraba hacia la lámpara
que colgaba del techo—. La luz es mejor aquí.
Rhys se encogió de hombros y se sentó en la mesa, mientras Julie destapaba la botella de whisky
y aplicaba un poco para limpiar el pañuelo que había sacado de su bolsillo.
—No tengo que recostarme, ¿verdad? —preguntó Rhys, en tono divertido, lo que provocó que
Julie se ruborizara.
—Si. . si pudiera apoyar el pie sobre la rodilla —sugirió ella.
Julie s e daba cuenta d e l a cercanía del escritor y cuando inclinó l a cabeza para examinar la
herida, el olor del cuerpo masculino la perturbó. El pañuelo enseguida se llenó de sangre. La cara de
Rhys era fiel reflejo del dolor que le estaba produciendo el alcohol sobre la herida pero no emitió
ningún grito. Resultaba una extraña sensación, tocarlo de esa manera y más aún sabiendo que apenas
si llevaba ropa.
El cristal estaba bastante profundo y la sangre manaba abundantemente cada vez que ella trataba
de extraerlo. Julie se concentraba en su tarea, pero de todos modos la invadía una sensación de
incapacidad. Si empleaba las pinzas era probable que el cristal se volviera a romper.
—Tendrá que usar un cuchillo —dijo Rhys secamente y Julie se quedó sorprendida.
— ¿Qué?
—Es la única manera —dijo él—. Tendrá que abrir la piel.
Julie bajó la cabeza para que él no pudiera ver su expresión, pero una sensación de nausea la
invadía ante la idea de utilizar un cuchillo para abrirle la piel. No podía hacerlo, pensó.
— ¿Qué pasa? —Había un asomo de irritación en la voz del escritor—. Nunca habría pensado
que tendría escrúpulos ante la idea de tener que abrirme la piel. ¿O es que la idea le disgusta?
— ¡No es justo! —Julie retorció entre sus dedos el pañuelo—. Nun.. nunca hice algo así en mi
vida.
—Sólo piense en las muchas veces que he sido cruel con William—comentó él burlonamente—.
Eso le facilitará las cosas.
Había estado cerca de otros hombres antes, pero ninguno la había inquietado como ese hombre
.Despertaba en ella los pensamientos más impúdicos y sus fantaseos respecto del vikingo de su
imaginación no eran nada comparados con lo que ahora estaba experimentando.
Como si se percatara del Deseo de la muchacha por tocarlo, Rhys la acercó una mano y sus
firmes dedos se cerraron sobre los de ella.
-¿Qué sucede Julie? Ó ¿Es usted delicada después de todo?
Yo…pues…¡no!
La chica respiraba con rapidez y bajó los ojos ante la intensa mirada de los ojos de él. El
contacto de su mano no la Dejaba Pensar-Estaba temblando y al darse cuenta de que él se Percataría
de ello, trató de apartar la mano. Pero Rhys no la soltó y sin darse cuenta de lo que hacía, la chica
apretó las dos manos contra su pecho .Sintió como los dedos de él Presionaban su seno y se
estremeció cuando uno de sus dedos se deslizo entre las solapas de la bata hasta alcanzar uno de sus
pechos. De modo sorprendente rhys apartó su mano y exclamó:
¡Váyase a dormir Julie!
-Yo.. pero…su pié -tartamudeó Julie débilmente.
-Yo puedo hacerlo le dijo con frío énfasis— . ¡Váyase a la cama, Julie, y nunca deje que un
hombre le vuelva a hacer eso, a menos que lo que él intente sea algo mas que utilizarla egoístamente!
Julie no se podía ir sin saber la verdad-
— ¿Y. . ésa era su intención? —preguntó trémula.
— ¿Mi.. Intención? —Rhys pasó ante ella para coger un cuchillo—. Soy un hombre, Julie, y
durante años he cogido siempre lo que he querido. Usted debe saber. ., o al menos suponer, que yo he
vivido según unas normas muy distintas a las de usted.
Usted tiene un cuerpo hermoso y es atractiva. ¿Cuál supone que era mi intención?
Julie temblaba sin poder controlarse.
Rhys se detuvo frente a ella con el cuchillo en una mano. Lo primitivo de su atuendo junto con lo
bronceado de su piel recordaban a la joven los exóticos parajes donde él había vivido, pero la
excitación en su interior no provenía sólo del miedo.
— ¿Bien? —Preguntó Rhys—. ¿Qué espera? Ya habrá oído bastante sobre mí para saber que
guardo poco respeto por nada o por nadie. —No he oído nada sobre usted —se apresuró a decir
Julie.
— ¿No? Y nunca ha investigado —sonrió—. Permítame que no la crea.
— ¿Qué es lo que se supone que debí oír sobre usted? —Pregúntele a Nerys. Ella estará más que
dispuesta a informarle —luego dirigió una mirada irónica al techo—. Lo cual me recuerda qué se
estará preguntando ante mi tardanza.
Julie no era capaz de reaccionar. Las palabras del escritor y el brillo burlón de sus ojos, rompió
el manto de intimidad que ella había estado tejiendo alrededor de ambos. El viento que soplaba
afuera, el calor de le cocina, el curarle el pie. . todo eso había hecho que se sintiera más cerca de él
y que despertara un sentimiento del cual se avergonzaría a la mañana siguiente. Y ahora él había
plasmado en palabras la sospecha que ella había abrigado durante las pasadas tres semanas, y le
odiaba por ello.
Retrocedió bruscamente para apartarse de él y se chocó contra la mesa.
—Entonces, quizá deba de pedirle a ella que le quite el cristal del pie —dijo ella por fin.
—Nerys no se ensuciaría las manos —replicó Rhys—. Oh, váyase, Julie, antes de que cambie de
opinión. — ¿Que cambie de opinión?
—Sí —masculló él—. Cambie de opinión. . respecto a. . esto. . Y soltando el cuchillo, extendió
las manos y las puso sobre la cintura de la chica, obligando a su cuerpo a ceñirse al de él.
Las manos de Julie contra el pecho masculino no eran una barrera muy difícil de vencer y cuando
los muslos de la chica se encontraron con la firme dureza de los del escritor, su propio cuerpo la
traicionó. Si hubiese sido brutal con ella, se hubiese resistido durante todo el tiempo, pero en vez de
ello la besó con suavidad y delicadeza.
La estrechó con firmeza y la sujetó cuando se sintió débil y sus piernas ya no pudieron sostenerla.
Rhys aprovechó el momento para besarla con fuerza. Se estaba ahogando en un mar de sensualidad,
ajena a todo, con el único deseo de aferrarse a él, abrazándole con pasión por el cuello. Por primera
vez no sentía el deseo de resistirse. — ¡Julie! —
murmuró Rhys excitado. Estaban en esa situación cuando William entró por la puerta.
Julie le vio primero, y algo en su interior se quebró ante la mirada desolada del muchacho.
. — ¡William! —exclamó con voz ahogada, cuando la boca de Rhys estaba a punto de poseer la
suya.
Apartándola de él casi con brusquedad, Rhys se volvió, con el nombre de su hijo en los labios,
pero el muchacho ya se había ido.
-¿Está?. .
— ¿. . segura? Claro, estoy completamente segura —dijo ella sofocada, mientras se ajustaba la
bata—. ¡Estaba allí!
— ¡Dios mío!
Rhys atravesó cojeando el cuarto y Julie dio unos pasos de modo indeciso, tras él.
— ¿Adonde va?
La mirada que le dirigió por encima del hombro fue suficiente.
—Su. . pie. . —empezó a decir la joven.
— ¡Al diablo con mi pie! —replicó Rhys furioso y salió de la cocina.
Una vez en su habitación, Julie se metió en la cama. Sentía frío ahora, frío y desolación.
Estaba angustiada al darse cuenta de lo que había hecho. Para ella no había duda de que era la
culpable. . de todo. Si se hubiera ido a su cuarto cuando él se lo había dicho, nada de eso habría
sucedido, se dijo. Julie nunca había sentido esa atracción tan fuerte que la había obligado a no pensar
en nada más. Hundió la cabeza en la almohada, en un intento por apartarse del mundo.
Aunque no podía cerrar los oídos ni ocultarse del desprecio que sentía por sí misma y por el
hombre que podía salir del lecho de una mujer y se mostraba capaz de seducir a otra. Nunca había
estado tan cerca de un hombre en su vida e incluso ahora, avergonzada por su propia debilidad, no
podía disipar por completo los traicioneros deseos que había despertado en ella.
¡Oh, Dios!, pensó dándose la vuelta, si William no hubiese aparecido en ese momento,
¿qué habría sucedido?
El viento empezaba a amainar y la suave luz de la mañana empezaba a entrar por su ventana antes
de que Julie pudiera dormirse. Pensaba que tenia que levantarse y comportarse como si nada hubiera
sucedido. No por ella.. sino por William.
No se atrevía a conjeturar sobre cuál sería su reacción por la escena que había presenciado. ¿Qué
le habría dicho su padre? ¿Qué explicación le había dado y qué posible excusa podía haber para su
conducta? ¿Que sucedería si Rhys decidía que debía de coger a una mujer de mayor edad como era
su intención en un principio? ¿Por qué esa posibilidad la llenaba de tal abatimiento? No hacía más
que hacerse preguntas pero sabía que todo era debido a que la idea de separarse de William le
resultaba casi insoportable.
Desayunó sola. Alguien había quitado los cristales que había en el suelo y colocado una tabla en
la ventana que el viento había roto la noche anterior.
Mientras comía su tostada y bebía su café, la joven trataba de pensar en lo que le diría a Rhys
cuando le viera otra vez. Se preguntaba qué posible explicación le habría dado a Nerys cuando se
reunió con ella y eso, más que cualquier otra cosa, hizo que Julie afrontara la realidad. De alguna
forma debía demostrar a Rhys que lo que había sucedido no tenía importancia para ella, que nunca
volvería a suceder y, luego, tratar de convencer de lo mismo a William.
Cuando ocupó su lugar habitual en la biblioteca, a las nueve, Rhys no estaba allí y, a pesar del
fuego que Haggar había encendido en la chimenea, un frío húmedo se apoderó de ella. Rhys siempre
había llegado allí antes que ella. Su ausencia hacía más factible la posibilidad de que la fuera a
despedir.
Negándose a aceptar tal posibilidad, sacó punta a sus lápices y abrió su libreta, lista para
empezar su labor. Dieron las nueve y media, y Julie pensó que quizá había ido a ver a William. Se
levantó del sillón y fue hacia la ventana. Se volvió bruscamente cuando Rhys entraba en la
biblioteca. Julie deseó haber estado sentada, haciendo algo, en vez de parecer nerviosa por su
retraso. Pero permaneció allí, junto a la ventana, esperando con incertidumbre a que el escritor
pronunciara las palabras de despido, que según ella eran inevitables.
—Me he retrasado —dijo el escritor, mientras se acercaba al escritorio—. Lo siento pero he
tenido que llamar al cristalero para que viniera a arreglar la ventana.
Julie no podía creer muy bien lo que estaba escuchando, pero se encaminó al escritorio y se sentó
en su sillón.
__No importa —logró decir, y tomó su libreta de apuntes.
Rhys miró la cabeza inclinada de la joven durante algunos momentos y luego dijo, casi
airadamente:
—No tengo intención de disculparme, ¿entiende?
Julie levantó la cabeza.
—No he pretendido que lo hiciera —dijo ruborizada.
— ¿Y usted, no está dispuesta a presentarme su renuncia?
Julie soltó un suspiro.
— ¿Es lo que usted desea?
La miró con ojos entrecerrados.
—No —hizo una pausa—. No tengo quejas de su trabajo.
—Entonces. . entonces, ¿empezamos?
—Muy bien —comentó Rhys—. No volverá a suceder.
-No.
— ¿Le parece bien?
—Claro —Julie se sentía ahora un poco decepcionada—. ¿Está. .bueno.. William está bien?
—Sólo el tiempo lo dirá —replicó Rhys con tranquilidad—. Entonces, sigamos, ¿quiere?
Deseo modificar las dos últimas páginas del relato.
Julie dejó atrás sus sentimientos y se concentró en su trabajo. Al poco rato apareció Nerys.
— ¡Rhys! —Le llamó desde el umbral de la puerta—. El cristalero está aquí. ¿Quieres hablar con
él?
Rhys se encaminó hacia la puerta después de soltar una maldición.
— ¿Dónde esta?
—En el comedor, querido. Se llama Gavin Meredith.
—Sé como se llama, Nerys —replicó él.
Después de que Rhys se fuera, Nerys se quedó al lado de la puerta, mirando a Julie.
—Me extraña que esté de tan mal humor esta mañana, ¿a qué se deberá? —murmuró.
—No sé. . —Julie deseaba que la mujer se fuera.
—Qué tormenta tuvimos anoche, ¿verdad? —dijo suavemente _, Qué mala suerte lo de la ventana
del comedor. ¿Oyó alg0 señorita Wood?
Julie fingió que corregía algo en su dictado.
—Sí, oí que se rompía el cristal —respondió sin levantar la vista.
—Debió de ser espantoso —comentó Nerys—. Me alegro de no dormir en esa parte de la casa
—hizo una pausa—. William también se asustó algo. Rhys bajó a investigar.
—Bueno.. yo.. l a s tormentas n o m e asustan —dijo a l darse cuenta d e q ue su interlocutora
esperaba algún comentario.
—Bueno, a mí no me gustan —convino Nerys—. ¡Cristales rotos! ¡Ventanas rotas! ¡Qué
peligroso! Rhys se clavó anoche un cristal en el pie.
Julie deseaba que Nerys se callara. No quería acordarse de lo que había sucedido la otra noche.
No quería preguntarse si Nerys estaba jugando con ella, si la estaba tanteando, y sabía la verdad de
lo ocurrido. ¿Y si Rhys se lo había contado? ¿Y si había hecho alarde de que casi la hizo suya? ¿Y si
se habían reído ambos de la situación?, no pudo evitar preguntarse Julie.
—El cristal puede ser peligroso —seguía diciendo Nerys—. Haggar ha tenido que quitárselo con
un cuchillo, esta mañana. Yo no podría haberlo hecho, ¿y usted?
Julie movió de forma negativa la cabeza y en ese momento, Edwards ia llamó:
— ¡Señorita Wood! ¡Señorita Wood! ¿Puede venir un momento? Soltando un suspiro de alivio,
Julie se puso de pie y se apresuró a salir del cuarto. No pensaba que la mujer supiera la verdad sobre
lo sucedido la noche anterior, pero era bastante astuta para suponer que Julie habría bajado también a
investigar después del ruido.
El escritor estaba en el comedor junto a un joven alto y rubio, vestido con un mono azul. El
extraño miró con interés a Julie y a ésta le gustó su rostro bien parecido y sus ojos azules.
—Gavin Meredith —le presentó Rhys, interrumpiendo su intercambio de sonrisas—.
Mi secretaria, la señorita Wood.
—Julie Wood —dijo la muchacha y la sonrisa del joven se hizo más grande.
—Hola, Julie.
La expresión de Rhys se endureció.
__Cuando terminen con su intercambio, me gustaría que fuera a decirle a la señora Evans que hay
una persona más para la comida. Quiero que vea todas las ventanas mientras, por si descubriera
alguna falla. No quiero que se repita lo de anoche.
Julie se encontró con la dura mirada de su jefe y bajó la cabeza.
—Sí, señor Edwards.
Su uso deliberadamente formal del apellido del escritor le diferenció de ella y el joven vidriero,
pero no pudo evitarlo. Después de su reciente conversación con Nerys, se sentía inexperta y
vulnerable y por alguna razón tenía que comprobarse a sí misma que Rhys no era tan indiferente
como parecía. Pero no despertó ninguna reacción visible y, con un sentimiento de impotencia, se
alejó de ellos.
Cuando regresó, Rhys había desaparecido y sólo Gavin Meredith estaba allí, abriendo la caja de
herramientas.
Sonrió ampliamente al verla.
—No la había visto aquí antes —dijo mientras se incorporaba.
El deseo de mostrarse amistosa se había disipado, en cierta forma, ahora que Rhys no estaba allí
para ser provocado, pero Julie rara vez era descortés y dijo:
—No. Sólo llevo aquí unas semanas.
—Tampoco la he visto por el pueblo —dijo el joven, de forma agradable.
—Es cierto, no he ido al pueblo todavía —admitió Julie y al hacerlo, se percató de que desde su
llegada a El Baluarte del Diablo no había tenido tiempo ni ganas de visitar el pueblo.
— ¿No tiene tiempo libre? —preguntó él.
—Sí, pero no creo que haya mucho que hacer por aquí, ¿verdad?
—Hay, si sabe buscar dónde —replicó el cristalero, que la miraba con gran admiración
—. Tengo una motocicleta. ¿Le gustaría pasear conmigo alguna vez?
—No pierde usted el tiempo, ¿verdad? —dijo la muchacha y soltó una carcajada.
—No —la miró fijamente—. Podría no tener otra oportunidad en varios meses.
—Entonces tendré que romper otro cristal, ¿no es cierto? — comentó Julie.
—No hace falta que lo haga —Gavin la miraba intensamente—Mi número está en la guía. Tienen
teléfono aquí, ¿no es cierto? —Supongo que sí.
Julie sonrió. Estaba acostumbrada a que siempre trataran de salir con ella los muchachos. No era
una situación extraña. Lo único singular era que le consideraba demasiado joven, inmaduro, un chico
en lugar de un hombre.
— ¿Cuánto tiempo más piensa estar aquí, señorita Wood?
La fría voz de Rhys se oyó detrás de ella. Julie volvió a ponerse en tensión. Se dio la vuelta para
contestar:
—Lo siento —murmuró torpemente y Gavin volvió a agacharse.
Pero mientras seguía a su jefe a la biblioteca, sintió los ojos del joven clavados sobre su espalda.

CAPÍTULO 8
LLEGÓ LA HORA de la comida y Julie se dio cuenta de que las cosas entre ella y William
empezaban a no andar bien. Desde su recuperación, el chico había comido siempre en el comedor. La
mayoría de las veces, Nerys y Dulcie comían con él, y en ocasiones también lo hacía Rhys, aunque él
prefería tomarse un bocadillo sin salir de su estudio. Pero esta vez sólo Dulcie vino a sentarse con
Julie a la mesa del comedor y la ausencia de todos los demás no les dejó otra opción que conversar
entre ellas.
Cuando resultaba evidente que nadie más comería con ellos, Julie sugirió que empezaran.
—Mamá fue a Llantreath —comentó, mientras comían—. ¿Ha estado usted allí?
—No. ¿Tú sí? —respondió Julie automáticamente.
—Sólo una vez—respondió l a niña—. Pero hoy no pude ir. Mamá va a i r a la peluquería y yo
detesto esperar.
Julie no tenía muchas ganas de hablar y sólo hizo un gesto afirmativo.
—La lluvia ha cesado —dijo Dulcie, momentos después—. ¿Irán William y usted a pasear por la
tarde?
En el fondo de esa pregunta se dejaba entrever una súplica que Julie captó y trató de responder a
ella. Después de todo, no era culpa de Dulcie en esta ocasión que William se encontrara mal, y que
ella se sintiera confusa no era razón para que no cumpliera la palabra que había dado a la niña.
—Yo.. es posible que vayamos —logró decir por fin.
— ¿Puedo ir con vosotros? —preguntó Dulcie, con ojos alegres.
Julie suspiró.
—No veo por qué no. Si tu madre no se opone.
—Oh, tío Rhys habló con ella. Me dio permiso —dijo la niña e hizo una pausa—. ¿Pero dónde
está William? —la duda ensombreció el rostro de la pequeña—. No se habrá ido con mamá y el tío
Rhys, ¿verdad?
—Yo.. pues. . ¿el tío Rhys se ha ido con tu mamá? —Sí, a Llantreath —la niña se mostraba
mohína. Julie dejó sobre la mesa el tenedor y el cuchillo.
—Pues, quizá William se ha ido con ellos —dijo Julie aunque no lo creía.
— ¡Eso no es verdad! —Dulcie frunció el ceño—. ¡Tío Rhys no le llevaría a él sin llevarme a
mí!
—Pero acabas de decir que tú mamá iba a la peluquería y que a ti no te gusta esperarla
—señaló Julie con paciencia.
—Lo sé, lo sé. Tío Rhys ha dicho que tendría algunos asuntos que atender y no dispondría de
tiempo para cuidarme. Pero si William ha ido, no estará esperando en la peluquería, ¿verdad?
—Tú tío Rhys es el padre de William, Dulcie —dijo Julie—. ¿No crees que a lo mejor quieran
estar algún tiempo a solas?
¿Por qué? ¿Por qué? Yo no tengo papá —exclamó la niña. —William no tiene mamá —
le recordó Julie—. Estoy segura de que a William no le importa compartir contigo a su papá,
pero tú tratas de que sólo se fije en ti, tratas de monopolizarlo.
—Mi tío Rhys no quiere a William.
—Eso no lo sabes.
— ¡Lo sé, lo sé! —Dulcie levantó la cabeza insolente—. Siempre se está quejando de él y
diciendo que debería estar en la escuela. — ¡Eso no significa que no le quiera! Dulcie miró a Julie
con petulancia. —Mi tío Rhys nunca me dice cosas así.
—Porque eres mucho más pequeña, Dulcie. Todavía eres una niña. William es un adolescente.
Naturalmente, su padre le trata de forma diferente, pero eso no quiere decir que le quiera menos. Si
le regaña es precisamente porque le quiere. Dulcie no parecía creerla.
—Pues, mamá dice que tío Rhys no tiene tiempo para William. Dice que lo sacó de casa de su
mamá, porque ella podría haber tratado de sacarle dinero después.
Julie no podía entender cómo la niña podía conocer la situación tan a fondo. Le daban pena tanto
Dulcie como William.
—Bueno, quizá mamá se equivocó. La gente se equivoca, ¿sabes?
Dulcie se encogió de hombros.
— ¿Por qué tuvo que morirse mi papá? —murmuró triste—. ¡Quiero a mi papá!
Julie destapó una fuente en la que había un postre delicioso.
— ¡Mira! —Exclamó, con deliberado énfasis—. ¡Fruta, mermelada y nata. . y muchas,
muchísimas nueces y pasas por encima!
Dulcie levantó la cabeza, las lágrimas inciertas se secaban en sus mejillas.
— ¡Es un postre de reyes! —dijo, aún no recuperada.
— ¿Sí? ¿Eso es lo que es?
—Ya habrás comido un postre así alguna otra vez.
Julie frunció el ceño.
—Sí, supongo que lo he comido. Oh, bien, ¿qué haremos con él? Dulcie ahora parecía sonriente.
—Pues, nos lo comeremos —afirmó la niña. —Pero no podríamos comernos todo eso
—exclamó Julie y Dulcie sonrió.
—No nos lo tenemos que comer todo—dijo la niña—. Lo echas en un plato.
—Enséñame —pidió Julie, mientras señalaba la cuchara para servir.
La niña dejaba caer el rico manjar fuera del plato pero Julie no la regañó. Ella estaba contenta y
Julie no era capaz de impedir a la niña que disfrutara.
Cuando terminaron de comer el postre era bastante tarde, y aunque Julie había pensado buscar a
William antes de ir a su sesión vespertina de mecanografía, pensó que ya no tenía tiempo de hacerlo.
Dulcie la acompañó a la biblioteca y allí se quedó, mientras Julie abría la puerta para entrar.
— ¿Irá.. bueno, quiero decir. . piensa ir de paseo? —preguntó tímidamente la chiquilla.
— ¿Más tarde, quieres decir? —dijo Julie.
—Pues. . sí.
—Si el tiempo sigue así —asintió Julie, preguntándose en qué se estaba metiendo.
Si William había ido a Liantreath con su padre y su tía, ¿qué reacción podría tener al llegar y
descubrir que Julie estaba haciendo migas con su prima, durante su ausencia?
Y si no había ido a Liantreath. .
— ¿A qué hora tengo que estar lista? —preguntó emocionada Dulcie y Julie hizo a un lado sus
dudas.
—Terminaré como a las tres y media —dijo y Dulcie se alejó dando saltos.
Julie terminó de mecanografiar poco después de las tres. El retraso para empezar esa mañana, el
deseo de Rhys de cambiar parte del relato que había mecanografiado el día anterior, aparte de la
interrupción causada por el cristalero, había contribuido a que el trabajo fuera menor, por lo que
terminó antes de lo habitual.
Al salir de la biblioteca, se encaminó hacia la cocina y encontró a la señora Evans sentada en el
sillón junto al fuego. Estaba tomando té junto a l cristalero. Ambos parecieron sorprendidos ante la
aparición de Julie y la señora Evans dijo:
— ¿Quiere que le traiga algo, señorita?
Julie, percatándose de la intensa mirada de los azules ojos de Gavin puestos sobre ella, se sintió
un poco cohibida. Sonriendo en actitud de disculpa, dijo:
—Realmente, señora Evans, quería preguntarle si sabe si William ha ido a Liantreath con su
padre.
La señora Evans movió la cabeza.
—Oh, no, señorita. William no ha salido, que yo sepa. Le he llevado su comida a las doce y
media y el señor Edwards ya había salido.
—Entiendo —Julie se estremeció. Había sospechado eso, por supuesto, pero tenía la esperanza
de otra cosa—. Pues, gracias, señora Evans.
— ¿No quiere quedarse a tomar una taza de té, ya que está aquí, señorita? —Sugirió
amistosamente el ama de llaves—. Para mí no es ningún problema. .
—Oh, no. Gracias. —Julie movió la cabeza y se dio cuenta de que los ojos de Gavin no se habían
apartado de su rostro.
—Dulcie me ha dicho que la llevará de paseo esta tarde —dijo la señora Evans, cuando Julie se
encaminaba hacia la puerta.
—Sí —Julie se volvió.
—Lo disfrutará—prosiguió el ama de llaves y Gavin se levantó de su asiento y dejó su taza vacía
sobre la mesa.
— ¿Y quién no? —comentó en tono divertido.
Julie salió rápidamente. El joven la había puesto nerviosa. Subió las escaleras rápidamente y se
dirigió a la puerta de William. Llamó dos veces y sin esperar la respuesta entró.
William se encontraba cerca de la ventana armando un aeroplano de madera y al oír que alguien
entraba se dio media vuelta. Miró a Julie con ojos hostiles y en ese momento la joven se dio cuenta
exactamente de cuáles eran sus sentimientos hacia ella.
—No tiene derecho a entrar así, sin ser invitada —declaró el chico.
Julie cerró la puerta y se apoyó en ella.
— ¿No lo tengo? —Hizo una pausa—. ¿Por qué no has bajado a comer, William?
—No tenía hambre.
—Eso no es cierto. La señora Evans te ha subido la comida.
—Ah, ya entiendo. Me está espiando.
Julie soltó un suspiro de impaciencia.
—No seas tonto, William. Quería saber dónde estabas. Pensaba que te habrías ido a Liantreath
con tu padre.
—Entonces él le dijo que me lo iba a pedir, ¿no? Es lógico. ¿De quién fue la idea. . de usted o de
él?
Julie le miró sorprendida.
—No sé de qué hablas. Pero deduzco que tu padre te ha pedido que fueras con él.
William se cruzó de brazos.
— ¿Eso la sorprende? No debería sorprenderla. Ha sido como un soborno.. para conseguir mi
silencio por lo que vi anoche.
— ¡William!
El muchacho se sonrojó.
—Pues. . es la verdad —dijo a la defensiva.
—No es cierto.
— ¿No? —en su amargura, el chico se parecía mucho a su padre—. Entonces, ¿por qué me ha
invitado?
—Como tu tía iba también, difícilmente lo haría con la intención de ocultar algo, ¿no crees?
William frunció el entrecejo.
— ¿También iba Nerys? —se encogió de hombros y desechó su duda momentánea—.
Oh, bueno, supongo que sabría que yo no iba a decir nada.
—Al fin de cuentas, tú lo que quieres es quejarte, ¿verdad? William permaneció en silencio un
momento y luego añadió: —Eso no le da derecho a entrar sin ser invitada.
¿Qué quiere? Estoy ocupado.
Julie se apartó de la puerta, sin dejarse apabullar por la insolencia del muchacho.
— ¿Vas a venir conmigo de paseo? —preguntó tranquilamente.
— —No. Ya se lo he dicho, estoy ocupado. Julie suspiró.
—William, estás portándote de forma tonta. . — ¿De veras?
—Sí —Julie se estaba poniendo nerviosa—. Escucha, déjame explicarte. .
— ¡No! —Exclamó el chico—. ¡Váyase! No quiero hablar con usted.
—Muy bien. Si insistes en portarte como un niño, que no te sorprenda si la gente te trata como tal.
— ¿Un niño? —William se tornó cínico—. Ojalá lo fuera, ¿sabe? Ojalá no me diera cuenta. .
— — ¡No te das cuenta de nada!
—Me doy cuenta de que con que mi padre chasque los dedos tiene a cualquier mujer en sus
manos. Julie aspiró profundamente. —Las cosas no fueron así. — ¿No? Así me lo pareció.
—Se lo que pudo parecerte, pero.. bueno, no fue su culpa, sino mía.
— ¿Cree que eso me consuela? Julie hizo un gesto de desesperación.
—Pensaba que eso cambiaría algo las cosas. Estas cosas pasan, William. Cuando seas un poco
mayor lo comprenderás. A veces los hombres y las mujeres hacen cosas que pueden parecer
incomprensibles a un chico de tu edad —titubeó—. No volverá a suceder.
— ¿Cómo lo sabe?
—No dejaré que suceda.
—No parecía usted muy a disgusto—murmuró el chico.
Julie se dio cuenta en ese momento de algo muy importante. William estaba celoso, y no de ella
precisamente, sino de su padre.
— ¡Oh, William! —exclamó, con el corazón en la mano mientras se acercaba a él, pero el
muchacho dio un paso atrás.
—Déjeme solo —imploró roncamente—. Sólo.. sólo quiero estar a solas.
—William, ven conmigo a pasear.
— ¿Con usted?
—Por supuesto, conmigo —Julie acercó una mano—. Por favor, no dejes de ser mi amigo.
William se pasó la lengua por los labios, con ojos recelosos, el rubor de su rostro delataba su
desazón. La miraba fijamente y Julie se preguntó por qué nunca se había preguntado lo que el chico
pensaba de su relación. No se había dado cuenta de que el muchacho ya no era tan pequeño. Un
sentimiento de ternura casi maternal la invadió y se asomó a sus ojos al responder a la mirada del
adolescente, pero el sentido común le advirtió que cualquier muestra de afecto en ese momento
podría precipitar fácilmente una situación más compleja de la que nunca hubiera imaginado.
William bajó la cabeza y arrastró la punta de un pie por la alfombra.
—Dulcie ha venido aquí —dijo en voz baja—. Me ha dicho que iría a pasear con usted.
La creí. Lo siento Julie.
Julie se sentía mal.
— ¿Dulcie. . te ha dicho eso?
—Sí. Estaba jactándose de ello, diciendo que usted la había invitado. ¡Yo. . me puse furioso!
— ¡Oh, William! —Julie dejó caer los brazos. ¡Qué chico tan inseguro, pensó!—.
William, Dulcie me pidió si podía venir con nosotros y. . no pude negarme.
William alzó la mirada, mostraba una expresión de desconfianza.
— ¿La ha invitado?
—Sí —suspiró, tratando de encontrar palabras para justificarse—. William, se lo había
prometido. Tú lo sabes. —¡Nerys la eximió de eso!
—No, no lo hizo, William. ¿No comprendes? Dulcie es como es, porque es tan insegura..
Se detuvo, pero el chico era lo bastante astuto como para adivinar lo que estaba a punto de decir.
— ¿Tan insegura como yo? —Inquirió con amargura—. No lo niegue. Sé que eso es lo que iba a
decir. Bueno, ahora sé cuál es mi lugar, ¿no?
—William. .
—No me diga nada más. No me hace falta. Julie. No necesito su compasión. No necesito a nadie.
—William, escúchame. .
—Creo que ya ha dicho bastante.
Se mostraba absurdamente adulto y la joven deseó poder abrazarle para consolarlo como sabía
que podría hacerlo. Pero suscitaría otra situación más peligrosa. Con un sentimiento de fracaso, se
volvió hacia la puerta. Nada podía decir en ese momento para confortarle sin que pareciera
compasivo.
Cuando llegó a la puerta y puso la mano sobre el picaporte, las palabras del muchacho
provocaron un fuerte sentimiento de dolor.
— ¡Que disfrute de su paseo, señorita Wood!

CAPÍTULO 9

JULIE LOGRÓ un cierto alivio al salir de la casa. Había estado encerrada durante varios días y
era agradable soltarse el pelo y permitir que la suave brisa lo moviera mientras ella y Dulcie bajaban
hacia la playa por el sendero del risco. Dulcie estaba muy contenta y Julie decidió no mencionarle el
enfrentamiento con William causado por ella.
Recogieron conchas, piedras planas y Julie l e mostró los distintos peces que se acercaban a la
orilla. La chiquilla nunca había parecido tan entusiasmada y Julie deseó que William estuviera allí
también para compartir la alegría.
Cuando volvían a la casa, con los bolsillos llenos de conchas, Julie mencionó de forma casual la
conducta que Dulcie había tenido con respecto a William. Le hizo ver a la niña que si quería
compartir otros paseos debería de mostrar otra actitud con respecto a William. Si no hubiera sido
por ella el chico había venido con ellas, le recordó.
Una vez en casa, era evidente que Rhys y Nerys habían regresado ya. En el vestíbulo había cajas
con el nombre de algunas tiendas de Llantreath y se percibía el aroma de perfume caro. Julie se
preguntó con cinismo si su jefe había estado apaciguando a Nerys por el retraso de la noche anterior.
Miró en el cuarto de estar, esperaba que William estuviera allí, pero aunque no estaba, el carrito
de servicio de té sí estaba y el olor a galletas calientes resultaba muy apetitoso.
Dulcie se había escapado en busca de su madre, ansiosa de mostrarle las conchas que había
encontrado. Julie entró en el cuarto de estar y cerró la puerta.
Se quitó el abrigo y se encaminó hacia el sofá para sentarse ante el fuego. El cuarto estaba
iluminado a medias por l a chimenea y s e sobresaltó cuando del sofá se incorporó una persona. Se
trataba de Rhys y Julie se tranquilizó un poco al verle.
—Siento haberla asustado —dijo él—. No ha sido mi intención. —Es. . está bien —Julie cruzó
los brazos sobre su pecho—. Yo.. bueno.. nosotros, el servicio de té. .
—Ya sé. Usted y William toman habitualmente el té aquí —su tono era fríamente controlado—.
Es precisamente de William de quien quisiera hablar con usted.
—Pensaba que. . que estaría aquí..
— ¿Sí? Pero no la acompañó en su paseo, ¿verdad?
—No.
—Pero Dulcie sí.
—Sí —Julie se puso a la defensiva, pero él se encogió de hombros.
— ¿No quiere sentarse? —le indicó el sofá.
Julie aceptó agradecida y, después de un momento, Rhys se sentó junto a ella. Acercó el carrito
de servicio de té y Julie tomó una de las galletas. Rhys no comió nada, pero se sirvió una taza de té a
la que puso leche y dos cucharadas de azúcar.
—Cuando volvimos estuve hablando con William —dijo Edwards por fin—. Usted sabe lo que
le pasa. Julie estaba a punto de ruborizarse. —Está. . está trastornado por. .
lo que vio anoche. —Es algo más que eso —Rhys hablaba con sinceridad—. William siempre la
ha considerado más de su propiedad que de la mía. Lo que sucedió anoche, le pareció una traición.
—¡Ya le dije que nunca volvería a suceder! — ¿De veras? —Rhys la miró—. ¿Y está usted
segura de eso? Julie casi se atragantó con el último trozo de galleta; tomó una servilleta y ocultó su
rostro con ella.
—Eso pienso —respondió sofocada. Una leve sonrisa apareció en el rostro de Rhys. —
Discúlpeme si estoy equivocado, pero, ¿estaba usted poniéndose de acuerdo con Meredith para
quedar con él, esta mañana?
—Sólo estaba conversando con él ¡ negó ella—. Quizá no lo habrá notado usted, pero desde que
llegué aquí no he tenido tiempo libre. El escritor no parecía sorprendido.
— ¿Quiere decir que le estoy haciendo trabajar demasiado?
—Bueno.. no, no exactamente.
—-Entonces, ¿qué quiere decir?
Julie bajó la cabeza. Era injusta, y lo sabía. Su trabajo no era excesivo y tenía bastante tiempo
desocupado. De lo que hablaba era del tiempo que dedicaba a William y hasta ahora no se había
quejado de ello.
—Lo que usted haga en las horas en que no trabaja, es asunto suyo, señorita Wood —
declaró Rhys tajantemente y Julie se sintió pequeña. . y tonta—. Si ha dedicado a mi hijo más
tiempo del que a usted le conviene, le sugiero que aproveche esta oportunidad para dejar de hacerlo.
— ¿Cuál oportunidad?
Julie le miró temerosa y se estremeció al ver la expresión de la cara de él.
— ¡El chico está enamorado de usted! —Dijo el escritor ásperamente, y se levantó del sofá para
dirigirse hacia la ventana—. No finja no haberse dado cuenta.
Julie se puso de pie.
— ¿Me está culpando?
Edwards se volvió para mirarla y durante un momento sus ojos se fijaron en los de ella.
Luego, con su habitual franqueza, negó con la cabeza.
—No —dijo—. No, supongo que no. Pero eso no cambia la situación.
Julie hizo un gesto de negación.
—Lo siento.
El escritor movió la cabeza con impaciencia.
—Sí. Yo también lo siento —suspiró—. Entonces, ¿qué voy a hacer?
Julie se sentía mal por lo que estaba pasando.
—Podría decirme que. . me vaya —musitó con voz trémula.
—Lo sé —Rhys se acercó a la chimenea y permaneció allí de pie, contemplando el fuego—. He
pensado en eso.
— ¿Y? —musitó Julie con voz casi inaudible.
—No creo que ésa sea la solución —comentó más tranquilo Rhys—. Además —
prosiguió Rhys—, trabajamos bien juntos y no quiero tener que buscar a otra secretaria
—hizo una pausa—. Usted no quiere irse, ¿verdad?
Julie sabía que ese era el momento que tanto había esperado. Que fácil sería decirle: sí, que ya
había tenido bastante, que quería irse. . Per0 no pudo hacerlo.
—Yo.. ¿y si le dijera que sí deseo irme? —aventuró la joven.
— ¿Lo desea? —la expresión del escritor se ensombreció.
—Le he hecho una pregunta. Rhys empujó con el pie un tronco hacia las llamas. —No está usted
prisionera aquí. —Pero no es como yo hubiera querido. — ¿Qué quiere decir? —El.. anuncio.. era
engañoso.
—Yo no lo escribí, fue mi abogado, Thomas. Sabía que yo necesitaba a alguien eficiente, lejos
de lo decorativo.
—Pero, la forma en que estaba redactado.. era más bien para atraer. .
—Thomas está acostumbrado a tratar con Ja gente. Confié en él para que hiciera un buen anuncio.
Todas las que entrevisté eran muy competentes.
Julie movió una de sus manos.
—Pero.. debe admitir que esta no es la casa de un hombre rico. — ¿Le disgusta?
—No me refiero a eso. Sabe de lo que hablo.
Rhys vaciló durante un momento y luego, encogiéndose de hombros, dijo:
—Mi hermano nunca utilizó esta casa. Prefería vivir en Londres. Cuando.. murió, decidí venir a
vivir aquí. Me doy cuenta de que necesita muchas reparaciones y que hace falta alguien que ayude a
la señora Evans en el cuidado de la casa. Espero que el adelanto que me han ofrecido mis editores
me permitirá realizar algunas reparaciones.
—Pero.. pero.. —Julie no encontraba las palabras. ¿Cómo preguntarle sobre la herencia que su
hermano le había dejado? ¿En el anuncio no decía que era un hombre rico? se preguntó.
Como si adivinara sus pensamientos, Ja expresión del escritor se tornó más severa.
—No tengo intención de utilizar el dinero de mi hermano, aunque sea legalmente mío.
Es obvio que usted sabe quién era. No obstante yo, tengo mi propio orgullo. El dinero de Richard
permanecerá intacto hasta que Dulcie tenga edad suficiente para controlarlo. En cuanto a mí, no estoy
en la ruina. Tengo algo de dinero propio. Pero esta casa fue mi hogar. . la adoro y tengo la intención
de conservarla.
Julie se daba cuenta que se había metido en un terreno difícil.
—Com. . comprendo —murmuró titubeante.
Rhys parecía dolido
—Usted no debería quejarse de las condiciones de este lugar. Vino a la entrevista con una serie
de expectativas falsas y, no obstante, aceptó el puesto.
—Seguramente para usted fue. . mortificante tener que aceptarme.
Rhys frunció el ceño.
— ¿Trata de buscar elogios, señorita Wood?
La chica estaba a punto de estallar.
—No —levantó la cabeza—. Y. . y me quedaré.
Durante un momento una extraña expresión se reflejó en el rostro de su interlocutor.
Un toque de ternura y un cierto brillo en los ojos desconcertaron a la joven. Estaba loca, pensó
agitada, mientras él aceptaba su consentimiento con una inclinación de cabeza.
No habría sino problemas para ella en ese lugar y era una tonta al no reconocerlo, se dijo.
—Muy bien —dijo el escritor, e indicó el sofá de nuevo—. Por favor. . siéntese. No ha
terminado su té.
Julie s e sentó obedientemente e n e l enorme sofá. Si n embargo, Rhys n o l o hizo, permaneció
delante de la chimenea, con la vista perdida en las llamas.
—Dígame —dijo por fin—. ¿Le habló alguna vez William sobre su madre?
Julie movió la cabeza.
—No hablamos de. . cuestiones personales.
—Por indicación de usted, supongo. Estoy seguro de que William sería mucho menos discreto —
Julie no comentó nada y él prosiguió—: Quizá eso es lo que necesita. La influencia maternal, en
contraposición a la. . sexual, ¿hmm?
Julie sintió como si una mano helada apretara su estómago. ¿Qué vendría ahora?
¿Estaba apunto de decirle que había decidido casarse? ¿Que había pedido a Nerys que fuera su
esposa? Su mente no dejaba de trabajar.
— ¿Bien? —la apremió—. ¿Usted no tiene nada que decir? —No.. Es asunto.. mío. .
— ¿No lo es? ¿No sabe que en todas las buenas novelas éste sería el preámbulo para pedirle que
se case conmigo? Aunque sólo de nombre, claro.
Julie lo miró atónita y la taza tembló en el plato que sostenía. Boquiabierta, estupefacta, se puso
de pie y se encontró con la mirada irónica de su jefe.
— ¡Tranquilícese! —le aconsejó con voz más fría que de costumbre—. Yo no tengo ese tipo de
autocontrol. ¡Si me casara con usted, no me podría sacar de su cama!
El tono burlón de su voz resultaba muy doloroso en la de pronto vulnerable situación de la joven.
Apretando las palmas de sus manos, ésta dijo:
—Creo que esta conversación ha ido demasiado lejos, señor Edwards. Siento lo que le sucede a
William, pero creo que, con el tiempo, se le pasará cualquier encaprichamiento que tenga por mí —y
se encaminó decidida a la puerta.
—Me alegra oírla decir eso —la burla era maligna ahora—. Está bien. Huya, señorita Wood.
Perdone si mis palabras la ofendieron. Me he olvidado y la estaba tratando como. . a una persona
adulta.
La lluvia volvió a hacer su aparición durante varios días y Julie no podía decir con sinceridad
que lo lamentaba, aunque las horas que pasaba sola en su cuarto le daban demasiado tiempo para
pensar.
Al menos el trabajo con Rhys le proporcionaba una cierta forma de escape. La mañana siguiente
a su viaje a Llantreath con Nerys, Julie descubrió que su jefe había reemplazado el viejo sillón que
utilizaba ella por una silla d e oficina, d e asiento giratorio, y el saber que no había olvidado su
promesa le provocó un tonto orgullo.
El trabajo en la novela tenía sus compensaciones intrínsecas. Enfrascado e n las complicaciones
laberínticas del relato, Rhys se había convertido otra vez en el extraño de antes, impersonal y ajeno,
atento sólo a satisfacer a sus potenciales lectores. La historia había pasado de los horrores de un
golpe militar en África y sus consecuencias lógicas, a los más complicados forcejeos por el poder
tras las máscaras impersonales del gobierno. Julie, que había limitado sus lecturas a revistas y a
novelas históricas, la encontraba fascinante. El relato no se desarrollaba tan rápidamente por el
momento.
Había muchas palabras que la chica tenía que pedirle que le deletreara y partes que el mismo
Rhys no encontraba satisfactorias. Era como asistir a un parto, pensó la muchacha en uno de sus
momentos más imaginativos.
Desde su llegada a El Baluarte del Diablo, la chica había escrito un par de cartas
tranquilizadoras para su madre, que Rhys había llevado al correo junto con su correspondencia. Pero
una tarde, habiendo terminado antes de lo habitual su labor de mecanografía y con otra carta que
enviar, Julie decidió acercarse al pueblo para echarla ella misma. Todavía no conocía el pueblo,
sólo lo había visto de pasada la noche de su llegada, y le parecía ridículo no aprovechar esa
oportunidad para comprar algunos artículos personales que necesitaba.
No hacía una tarde agradable. Durante todo el día había llovido tempestuosamente, y ahora una
fina niebla se apoderaba del lugar. Eran apenas las tres de la tarde y había suficiente luz para ver el
camino que tenía que recorrer.
Se puso sus botas altas, su abrigo de lana y una bufanda, y salió de la casa. Se daba cuenta de que
era la primera vez que había salido sola desde que llegó a El Baluarte del Diablo.
En un recodo del camino pudo vislumbrar el pueblo, sus tejados eran tan grises como la pequeña
bahía debajo del mismo. Pudo ver la torre de la iglesia y las cabañas apiñadas alrededor de la plaza
y, sin darse cuenta, aceleró el paso.
La plaza estaba rodeada por los establecimientos comerciales del pueblo, dos tabernas, un centro
comercial, una panadería y la oficina de correos. También allí había poca gente.
Julie decidió llevar primero la carta al correo y, como no tenía sellos, entró a la pequeña oficina
de correos. Al entrar, dos mujeres hablaban con la encargada de la oficina, pero sus voces se
desvanecieron cuando se volvieron para mirar a la recién llegada.
Recordando lo que William le había dicho, esperaba ver hostilidad en sus rostros, pero todo lo
que pudo descubrir fue una ligera curiosidad.
Se aproximó al mostrador, esperó a que terminaran de arreglar sus asuntos, pero una de las
mujeres hizo a un lado a la otra y dijo: —Está bien. No tenemos prisa.
Julie sonrió y pidió a la encargada unos sellos. Se percató de que las dos mujeres la miraban y,
sintiéndose obligada a decir algo, comentó:
—Qué día tan espantoso, ¿verdad?
—Terrible —asintió la mujer que había hablado primero—. Toda la semana hemos tenido un
tiempo espantoso.
— ¿Es usted extranjera? —preguntó la otra mujer. Julie había estado esperando esa pregunta.
—Sí —hizo una pausa—. Soy la secretaria del señor Rhys Edwards.
— ¿En El Baluarte del Diablo? —exclamó la segunda mujer.
Julie pegó uno de los sellos en la carta. Las mujeres seguían mirándola y era difícil no hacerlo
con torpeza. Pero lo pegó por fin y guardó el resto de los sellos en su bolso.
— ¿No le parece este un lugar solitario? —Preguntó la primera mujer—. La casa estuvo vacía
varios años. Oí que la iban a vender.
—Bueno, puedo asegurarle que el señor Edwards no tiene intención de venderla —dijo Julie con
firmeza.
— ¿No? —las tres mujeres se mostraron sorprendidas—. Eso es interesante.
Julie se encaminó hacia la puerta.
—Debo irme. Tengo algunas compras que hacer antes de que oscurezca.
—Entonces, conocerá a Lady Llantreath, ¿no? —volvieron a preguntar.
—Sí —Julie se volvió.
— ¿Vive en la casa?
Julie se sintió algo impaciente.
—Sí.
— ¡Vaya! Y siempre dijo que detestaba esa casa —las tres mujeres movían ahora la cabeza en
señal de comprensión—. Estuvo cerrada durante varios años. Después de que murió la anciana dama.
Algo en el tono de voz de las mujeres la hizo titubear. Era obvio que para la gente de Abernath,
El Baluarte del Diablo era un tema habitual de conversación. Esa gente debía de conocer a la familia
desde hacía mucho tiempo; era muy posible que sus familiares hubiesen servido allí, en los tiempos
en que se consideraba un gran mérito servir en una casa grande. Y desconfiaban de cualquier cambio
e n el status quo. William le había dicho que la gente del pueblo no los quería, pero si existía el
rumor de que se iba a vender El Baluarte del Diablo, podría explicar un cierto sentimiento de
traición, se dijo la joven.
—Al señor Edwards le gusta la casa —dijo Julie—. Por desgracia, le es difícil encontrar quien
quiera trabajar allí.
Las tres mujeres se intercambiaron miradas.
— ¿Chicas, quiere decir? —preguntó una.
—Una muchacha, quizá —respondió Julie.
— ¿Quiere decir alguien que haga la labor de la casa? —preguntó otra.
—Pues. . sí.
—Sé que Mavis Jones anda buscando trabajo —sugirió la empleada de correos.
—Yo podría hablar con su madre —propuso la mujer que había hablado primero—.
Buena chica, esa Mavis, fuerte y trabajadora.
Julie se preguntaba lo que opinaría la mencionada Mavis si se enteraba de que la describían en
esos términos, pero otras consideraciones la hicieron sentirse un poco temerosa. Una cosa era que
Rhys Edwards le dijera que la señora Evans necesitaba ayuda y otra muy diferente que Julie se
tomara el derecho de ofrecer el puesto en la oficina de correos del pueblo. Pero ya lo había hecho y
si Rhys se enfadaba con ella, no sería la primera vez.
—Quizá yo debería decir su nombre al señor Edwards, primero — sugirió la joven—.
Después podríamos ponernos en contacto con la señora Jones.
—Estoy segura de que la señora Jones. . y Mavis también. . estarán interesadas —
asintió la empleada de correos.
Mientras se encaminaba hacia la casa, los pensamientos de Julie estaban ocupados en encontrar
la forma más sencilla de darle la noticia a Rhys. No sería difícil explicar cómo había llegado a
hablar sobre la casa, en primer lugar. Él supondría que había estado chismorreando y e n cierta
manera Julie suponía que así lo había hecho.
Casi había llegado a la cima de la montaña cuando oyó el ruido de un vehículo detrás de ella y, al
volverse para mirar, descubrió una motocicleta que se aproximaba a ella.
No tuvo que esperar a que el motociclista se quitara las gafas y la bufanda para saber que se
trataba de Gavin Meredith, y cuando éste se detuvo a su lado, ella se volvió hacia él sin entusiasmo.
Había sido divertido flirtear con él, intercambiar el tipo de bromas que gastaba a los chicos de
Londres, pero no quería crear más complicaciones en su relación con Rhys.
—Me he imaginado que sería usted —exclamó el joven, mientras se quitaba el casco—.
Tenía que haber pasado a visitarme. Julie sonrió con indiferencia. —No habría sabido dónde
buscarlo, ¿no cree? —Podría haberle preguntado a cualquiera por la casa de Meredith. Mi padre
tiene su propio negocio, ¿sabe? Pintura, decoración, fontanería; lo que sea, él lo hace.
—Ah, vaya —Julie encogió los hombros al sentir el aire frío. Hacía mucho más frío en ese lugar
que en el pueblo y estaba ansiosa de llegar a la casa.
—No parece muy contenta de verme —comentó secamente el muchacho—. Pensaba que
podríamos fijar una cita. ¡Ahora que ha demostrado que puede salir de la casa!
Julie bajó la cabeza para mirar la bolsa de plástico con las pocas cosas que había comprado en
las tiendas del pueblo.
—Le agradezco que me invite, Gavin, pero..
—No es necesario que vayamos en la motocicleta, ¿sabe? Mi padre tiene un coche. Me lo podría
dejar.
—No es eso, Gavin.
—Entonces, ¿qué es? No parecía tan remisa a la idea la semana pasada.
Julie suspiró. —Es difícil. .
—Oh, entiendo —Gavin adoptó una expresión perspicaz—. Es difícil, ¿verdad? Ahora lo
comprendo. — ¿Qué comprende? Gavin adoptó un aire cínico.
—Su secretaria, ¿no? Vaya, pues no es original la situación.
— ¡Está usted muy equivocado! —exclamó Julie, enfadada.
—Le estaba provocando celos, ¿verdad? Siento no haberme dado cuenta del letrero de:
Propiedad Privada.
Julie no alcanzaba a entender. Si Gavin empezaba ese tipo de rumores en Abernath, Rhys se
pondría furioso.
— ¡Usted no comprende! —exclamó y luego se sobresaltó al oír unos pasos.
Los dos miraron en dirección a la casa. La figura de William apareció entre la niebla.
Sólo llevaba unos pantalones y un suéter y la humedad ya había empapado su pelo y ropa.
— ¡William! —exclamó Julie y el chico se detuvo al momento.
— ¡Julie! —gritó, y se acercó incrédulo a ellos—. ¡Oh, Julie!
¿Dónde estaba?
Julie miró a Gavin y luego al chico, e indicó la bolsa.
—He ido.. al pueblo —explicó, y agregó con más firmeza—: Pero, ¿qué estás haciendo tú?
¡Pescarás una pulmonía por salir de la casa sin abrigo!
Gavin se puso otra vez el casco.
—Ya me voy —dijo.
—Adiós —dijo ella con indiferencia cuando William llegó hasta donde estaban ellos y, con un
leve gesto, se encaminaron hacia la casa—. ¿Bueno? —inquirió—. ¿Qué haces?
¿A dónde ibas?
—Iba a.. buscarla.
— ¿A buscarme? —Julie estaba perpleja—. Pero..
—La he visto salir. Pensaba que iría a pasear por la playa, así que decidí seguirla. Pero al llegar
allí, no había señales de usted. De modo que regresé a la casa. Dulcie me dijo cuando estaba en la
casa que usted aún no había vuelto y me preocupé.
— ¡Oh, William! —Julie sintió deseos de abrazarlo pero no se atrevió a hacerlo. Luego suspiró
—. Pero eso no explica lo que hacías ahora.
William se estremeció y Julie aceleró el paso, mientras él decía:
—Tenía que ir por ayuda. Pensaba que las olas la habrían arrastrado lejos de las rocas.
No hay nadie en la casa, excepto Nerys, y no podía esperar a que mi padre regresara.
Julie le cogió las manos entre las suyas.
—Vamos —dijo—. Corramos. Estás helado y es por mi culpa.
—No, no lo es —dijo él—. No.. Debía de haberla permitido salir en un.. día como éste.
He estado esperándola para.. decirle que. . que lo siento, Julie.
Julie no se atrevía a responderle y se sintió aliviada al verlas luces de la casa aparecer en medio
de la bruma.
Dulcie los esperaba en el vestíbulo cuando llegaron y sus ojos se abrieron con curiosidad cuando
Julie insistió en que William subiera a su cuarto a darse un baño.
Ha olvidado tu abrigo Willie - le acusó la niña—. Tío Rhys se va a enfadar muchísimo.
Pero no se lo dirás ¿Verdad Dulcie? dijo Julie mientras se quitaba el abrigo- Ya no haces ese
tipo de cosas, ¿verdad, cariño?
—Mamá dice que algunas veces hay que ser malo por el bien de los demás —comentó la niña y
Julie controló el deseo de decirle que se ocupara de sus propios asuntos. En vez de ello, replicó:
—Mi mamá siempre decía que lo que el ojo no ve el corazón no lo siente. ¿Quieres meter a
William en problemas?
Dulcie se mostraba remisa.
—No me ha llevado a recoger más conchas —se lamentó. —Y no lo haré si sigues con esa
actitud Dulcie, No trates de sobornarme, porque no te servirá de nada.
No la entiendo —la niña parecía enfadada.
—Sí me entiendes.
Ahora, sube a bañarte, William. Yo diré que te suban té caliente dentro de quince minutos.
William sonrió. Aquello suponía un nuevo acercamiento y Dulcie volvía a quedar en un segundo
plano
Está bien —asintió con agrado y subió la escalera de dos en dos.

CAPÍTULO 10

POR LA NOCHE, Julie oyó a William toser. Hacía una noche apacible en comparación con las
tormentas de la semana anterior. La joven recordó rápidamente el incidente de la tarde. Como Dulcie
no había mencionado lo que había sucedido, Julie no había podido explicar lo sucedido a la hora de
la cena, aunque sabía que, tarde o temprano, tendría que decirle a Rhys lo de Mavis Jones.
Se puso una bata de noche, salió de su cuarto y caminó silenciosamente hacia la habitación de
William, el cual tosía con más fuerza.
La luz de la habitación del chico estaba encendida y Julie se detuvo. Era consciente de lo escaso
de su vestimenta y de la interpretación que Rhys pudiera dar a su ayuda.
Pero cuando William volvió a toser, dejó de pensar en ello.
Sin embargo, William no estaba solo. Su padre estaba de pie junto a su lecho, con una taza de té
caliente.
— ¡Oh! —Exclamó Julie involuntariamente— Oí a William toser. ¿Está.. está bien?
William asintió desde la cama, con una débil sonrisa.
—Estoy muy bien.
—No lo está —dijo Rhys mientras le acercaba la taza—. Tiene escalofríos. Se ha resfriado. No
entiendo cómo ha podido pasar.
Julie no quería hablar, consciente de la mirada de advertencia del muchacho. Pero no sirvió de
nada. No podía dejar que Rhys creyera que su hijo se había resfriado porque sí.
—Ha sido culpa mía —empezó a decir la chica y no hizo caso de William cuando trató de
intervenir—. Yo salí ayer por la tarde y él salió a buscarme creyendo que me había perdido.
—Entiendo —Rhys volvió a mirar a su hijo—. ¿Es cierto eso? —William asintió con una
inclinación de cabeza, reacio—. ¿Por qué no me lo has dicho?
—Porque creyó que usted se enfadaría —intervino Julie, ya dentro de la habitación—.
Lo lamento, no me di cuenta de lo que podía pasar.
Rhys asintió con la cabeza y la miró otra vez; sus ojos grises se encontraron con los de la joven
antes de que ella mirara a otro lado. Su mirada era intensa. Luego dijo:
—Sólo por curiosidad. . ¿Adonde fue usted?
—Fui al pueblo —suspiró Julie.
— ¿Al pueblo? ¡Pero hacía muy mal tiempo!
—No me importó —se defendió Julie—. Tengo derecho a salir, ¿no?
Edwards entrecerró los ojos.
—El famoso tiempo libre —se burló—. Si quería ir al pueblo, debió de habérmelo dicho. Habría
ordenado a Haggar que la llevara en el coche.
—Me gusta caminar.
— ¿De veras?
William volvió a toser y Rhys se vio obligado a dejar de conversar para atender a su hijo.
William parecía encontrarse muy mal y vomitó parte de la cena.
Su padre soltó una exclamación y Julie se aproximó a la cama. — ¿Sabe dónde guarda las
sábanas limpias la señora Evans? —preguntó ella con una sonrisa.
—Creo que sí —contestó Rhys.
—Bien, vaya por ellas, mientras quito las de la cama.
Cuando Rhys regresó, con las sábanas, Julie había cogido un pijama limpio para William, que se
estaba cambiando cerca del fuego.
Después de limpiar el suelo con las sábanas sucias Julie puso las nuevas. Al poco rato Rhys
llevó una cubeta con agua y jabón. Limpiaron lo que quedaba sucio y metieron a William de nuevo en
la cama.
—Gracias —dijo Rhys a disgusto pero Julie no le hizo caso y añadió:
—William salió sin su abrigo. ¡Despídame si quiere, pero no la tome con él!
Rhys la miró y la chica se dio cuenta que ese comentario no le había sentado bien.
—Sabe que no lo haré —dijo él roncamente y Julie se sintió confusa—. Despedirla, quiero decir
—explicó—. Ahora.. ¡váyase a dormir!
Julie no podía dormir esa noche. Estaba preocupada por William, temerosa de que el chico
sufriera algo más grave que un simple resfriado. Pero junto con esas preocupaciones, se juntaban
otras que ponían en peligro su normal quehacer en El Baluarte del Diablo. Y la principal de todas era
la referente a su relación con el propietario.
Desde que había llegado allí había sentido con fuerza la presencia de su jefe. Había
experimentado un sentimiento distinto hasta ahora. Su experiencia con los hombres no era muy
grande, pero estaba lo bastante familiarizada con el funcionamiento de su propio cuerpo como para
saber que ningún otro hombre había penetrado tan profundamente en la intimidad de sus emociones.
Y un hombre semejante, pensó afligida, un individuo amoral, que podía salir de la cama de una
amante para hacer el amor con otra mujer sin el menor escrúpulo.
Ese era realmente el problema que no la dejaba conciliar el sueño. Era a Nerys pensó Julie, a
quien guardaba lealtad, y eso nunca había estado en tela de duda. Había dejado la situación muy en
claro en más de una penosa ocasión y su sinceridad era difícil de soportar. Ella no pensaba como él,
o como su cuñada, pues era incapaz de participar en ese tipo de juegos sin resultar lastimada. Cada
día que pasaba se percataba más de la situación y lo que acababa de suceder en la habitación de
William le había aclarado algo que apenas si sospechaba. Estaba enamorada de Rhys Edwards,
enamorada de un hombre que le doblaba la edad.
A las siete y media ya estaba levantada y vestida y encontró a Haggar en el vestíbulo cuando
bajó. El viejo sirviente pareció sorprendido al verla y ella dijo:
—Estaba preocupada por William. Ha pasado una mala noche.
—Lo sé —Haggar llevaba un cubo de carbón y apuntó hacia el comedor—. Si quiere entrar allí,
señorita.
El fuego estaba ya encendido en el comedor y Haggar echó parte del carbón junto a los leños
encendidos.
— ¿Cómo está hoy? ¿Lo sabe usted? No he querido molestarlo.
—El señor Edwards mandó llamar a un médico, señorita. Pero por lo que sé ha podido dormir un
par de horas y eso le hará muy bien.
—¡Gracias a Dios! —Julie se alegraba de no haber entrado en el cuarto de William—.
Gracias Haggar. ¿Dónde está. . el señor Edwards?
—No lo sé, señorita. Tal vez en su estudio o durmiendo. Ha estado despierto casi toda la noche.
Julie asintió con un movimiento de cabeza y cuando Haggar se disculpó para proseguir sus tareas,
ella se quedó en el comedor, delante del fuego.
El estado de William no empeoró y en un par de días pudo levantarse para andar otra vez por la
casa. Pero su enfermedad había enseñado a Julie una lección que nunca olvidaría. Nunca volvería a
salir sin avisar a alguien.
Su entrevista con Mavis Jones estuvo en su mente durante esos días. Desde la noche en la
habitación de William, Rhys se había tornado casi inaccesible, sólo hablaba con ella cuando le
estaba dictando e, incluso entonces, se mostraba reservado.
William todavía no estaba l o bastante bien para acompañarla e n sus paseos vespertinos, pero
siempre la estaba esperando después para tomar con ella el té.
Procuraba no armar jaleo cuando Dulcie los acompañaba. La niña buscaba cada vez más su
compañía y había veces en que a Julie le parecía difícil relacionar a esa niña alegre, amistosa, con
aquella pequeña hostil y maliciosa que había conocido a su llegada. Todavía mostraba ante su madre
su faceta egoísta y exigente, pero con Julie y William sabía que no le convenía.
William parecía haberse recuperado de su arranque emocional y la relación con Julie se hizo más
estable. Julie sentía un gran afecto por el chico y ese sentimiento, más que nada, era lo que Je
permitía soportar el vacío que la actitud de Rhys dejaba en su corazón. William la necesitaba.. y era
el hijo de él. .
Una tarde en la que el tiempo era malo, después de terminar sus labores cotidianas, Julie fue a la
sala de estar, donde William la esperaba.
Aunque apenas si era media tarde, ya reinaba la penumbra en la casa.
—Ha venido pronto —dijo el chico y ella asintió.
—No he salido. Hay demasiada humedad. Cuando se despeje esta niebla, quizá podamos salir los
dos.
William asintió y le indicó un lugar del sofá a su lado y la chica se sentó. Todavía era demasiado
temprano para tomar el té, pero era agradable contemplar el fuego. Su trabajo del día estaba
terminado y con la expectativa de los deliciosos pastelillos de la señora Evans y una humeante taza
de té, Julie se encontraba muy a gusto.
Al oír la puerta de la habitación, William y Julie casi saltaron de sus asientos; William levantó la
mirada del libro de geología que estaba estudiando.
Rhys estaba de pie en el umbral de la puerta. Su rostro oscuro y enfadado parecía criticar la
escena que estaba contemplando. Entró en el cuarto, apoyó las manos sobre el respaldo del sofá y
Julie empezó a sentir un ligero temor. Estaba vestido de negro, color que le sentaba bien, pero le
daba una apariencia más intimidante.
William habló primero.
— ¿Pasa algo malo, papá? —preguntó, pero Rhys no respondió.
En vez de ello miró a Julie.
— ¿Qué ha estado diciendo? —preguntó fríamente—. ¿Qué ha estado diciendo exactamente. . en
el pueblo?
Julie se quedó sin aliento y William parecía estupefacto.
—Julie no ha estado en el pueblo, pa..
— ¡Tú no te metas, William! —Rhys no estaba de humor para portarse de modo amable con
nadie—. Bien —no apartó su mirada de, Julie—. ¿Va a decírmelo?
Julie se puso de pie. Tenía que habérselo dicho antes, pensó.
—Lo.. lo lamento —dijo—. Sé que debí consultar con usted antes, pero..
— ¡Por supuesto que debió hacerlo! —el escritor se mostraba muy irritado—. ¡Por amor de
Dios! ¿Por qué lo hizo?
William se puso de pie.
— ¿Qué hizo? —exclamó—. No conoce a nadie en el pueblo.
— ¿No? —Rhys desvió su atención hacia su hijo durante un instante—. ¿Qué sabes tú?
William se quedó desconcertado. —
-No creo que debas de hablarle de ese modo a Julie. ¿Qué derecho tienes a?. .
—¡William!—su padre golpeó el respaldo del sofá con el puño cerrado—. Esto nada tiene que
ver contigo. Es entre Julie y yo. Ahora, si quieres hacerle un favor, vete inmediatamente de aquí.
-¿Julie?
William se volvió indeciso hacia la chica y ella le dirigió una sonrisa.
—Creo que sé de lo que está hablando tu padre, William. Y. . sí, quizá sea mejor que nos dejes
solos—este tipo de escenas no eran convenientes para el muchacho, se dijo Julie.
Rhys cerró la puerta y luego la miró con fría intensidad.
—Bien —dijo, y se cruzó de brazos—. Estoy esperando. Julie respiró profundamente.
• —Yo estaba en la oficina de correos y esas mujeres estaban allí, hablando sobre la casa y. . y
de cómo había estado cerrada durante años y. .
—Un momento. ¿Cómo, supieron que usted vivía aquí? Julie suspiró.
—Yo se lo dije. Me. . me preguntaron si era extranjera. Yo tenía que decir algo.
-¿Y?
—Bien. . dijeron que existía el rumor de que la casa se iba a vender y. .
-¿Qué?
—Es cierto. Dijeron que. . que su. . que a su cuñada nunca le había gustado vivir aquí.
—Eso nunca ha estado en duda.
—No, bueno.. sólo que ellas creían que quizá Nerys le persuadiría para vender. .
—¡ Vaya!¡Entonces es por eso por lo que usted sugirió que teníamos un amorío!
Julie le miró horrorizada.
—Que yo.. que. . ¿qué dice?
Rhys soltó un suspiro de desesperación.
— ¡Fue una idea estúpida! —exclamó airado—. No tenía derecho ni siquiera a sugerirlo. Julie se
ruborizó.
— ¡No lo hice! ¡No lo hice! No sé de qué me está hablando. Rhys entrecerró los ojos y la
desconcertó todavía más al acercarse a ella.
—En realidad, supongo que debería sentirme halagado —murmuró en tono burlón—.
Nadie ha hecho por mi algo parecido en el pasado.
— ¡Le digo que está equivocado! —Gritó Julie, con la mirada puesta fijamente en el rostro
sombrío del escritor—. No.. No sé de qué me está hablando. ¿Qué. . qué tiene que ver todo esto con..
con Mavis Jones? - . -
El desconcertado ahora era Rhys.
— ¿Mavis Jones? —murmuró aturdido—. ¿Quién diablos es Mavis Jones?
Julie se llevó una mano a la cabeza.
—Mavis Jones —repitió con voz débil—. Usted debe saber quién es Mavis Jones.
—Le aseguro que no —Edwards la miró con curiosidad y luego puso un dedo bajo su barbilla
para levantarle la cabeza para que pudiera verle—. Será mejor que me lo diga usted.
Julie se esforzó para no ceder a la tentación de apartarse de él. Estaba demasiado cerca,
demasiado perturbador, sentía con demasiada intensidad su presencia para hablar con coherencia.
—Yo.. usted quería.. la señora Evans no puede con toda la casa. .
—Tómelo con calma —le aconsejó su jefe, con algo de impaciencia—. ¿Qué tiene que ver con
esto la señora Evans?
A Julie le costaba mantener la calma pero intentó hablar más despacio:
—Usted había dicho que la señora Evans no podía con el trabajo de la casa, que necesitaba a
alguien que la ayudara. De modo que. . yo lo mencioné en.. la oficina de correos.
— ¿Y esta Mavis Jones solicitó el puesto? ¿Por qué no me lo dijo?
—No, no lo solicitó —dijo Julie—. Esas mujeres. . las que estaban en la oficina de correos
cuando entré. . dijeron que la chica buscaba empleo, que quizá estaría interesada. Que se lo dirían a
su madre.
—Entiendo. ¿Es por eso por l o que inventó una relación conmigo?¿Para darse la autoridad de
poder emplear a esta sirvienta desconocida?—¡No! —Julie casi estaba llorando—. ¡No, no! Nunca
sugerí semejante cosa.
—Entonces, ¿de dónde surgió el rumor?
—No sé. . es decir. . —de repente, la muchacha recordó la escena con Gavin Meredith esa tarde.
Sus insinuaciones, hasta que apareció William. Apartando su barbilla de los dedos del escritor,
añadió—: Yo.. no estoy muy segura.. pero.. pero quizá fue. .
Gavin. . — ¿Gavin.. Meredith?
Ella asintió y percibió la irritación de su interlocutor. — ¿Se ha estado viendo con él? —
su voz era áspera. --No.. no —se movió incómoda bajo la mirada desdeñosa del escritor—. El
día que fui al pueblo le vi, eso es todo.
—¡Entonces, como él la molestaba demasiado, se libró de su asedio con la mejor forma que
encontró!
—No —Julie negó con la cabeza, casi desesperada, pero sabía que Rhys no la creía.
—Interesante —murmuró éste—. Entonces —dijo, y se acercó peligrosamente a ella—, si he de
ser utilizado como excusa, debo de aprovechar las ventajas que eso me concede
—le puso una mano detrás de la nuca y metió los dedos entre su pelo—. Si medio pueblo habla
ya de nosotros, ¿por qué no disfrutamos de ello?
—No sea.. tonto —exclamó Julie, e intentó apartarse de él—. Sabe perfectamente bien que yo
nunca. .
— ¿Lo sé? ¿La conozco tan bien? —la hostigó, mientras la ceñía por la cintura con la otra mano y
la atraía hacia él.
Julie no parecía tener fuerzas para oponerse. Rhys estaba haciendo eso con deliberación, se dijo
furiosa tratando con desesperación de mantenerse serena cuando la íntima presión d e l os muslos
masculinos la hizo ceder. Se estaba valiendo descaradamente de esa situación, deleitándose con el
poder que tenía sobre ella. Todo eso sólo era un juego para él, un juego sofisticado para pasar el
tiempo en una tarde un poco aburrida y aunque se había enfadado ante la idea de que alguien uniera
su nombre al de ella, ahora se aprovechaba de ello para divertirse.
Acercó la cara a la de ella y la joven empezó a mover la suya de un lado a otro para esquivar su
boca. Puso sus manos sobre su pecho en un último intento por separarlo, pero sólo logró excitarlo
más, hasta que el agotamiento la obligó a rendirse al beso de él.
Esa vez no fue un beso delicado. Ella había forcejeado y él había vencido sus intentos, se había
convertido en vencedor, en conquistador, con el poder de hacer con ella lo que deseara. Su boca se
mostraba exigente, su aliento se mezcló con el de ella en su boca.
Pero ella no pudo disimular más.
Julie se aferró a él porque no confiaba en que sus piernas la sostuvieran y sintió las manos de su
conquistador en su pelo, echándole la cabeza hacia atrás para poder besarla en la garganta.
—Has dejado de luchar, Julie —murmuró roncamente, mientras le cogía la cara entre sus manos
—. ¿Reconoces la derrota? —Sus ojos se ensombrecieron por la pasión—.
Porque si no, te aconsejo que no confíes en mí. En este momento te deseo intensamente y aunque
sé que después me detestaré, no sé si podré dejarte ir.
Los ojos de Julie parecían sumisos e inocentes al alzar la mirada hacia él. Durante algunos
segundos, sólo se miraron. Estudiaban sus rostros con una intensidad que les impidió oír que la
puerta se abría y la exclamación ahogada de Nerys al percatarse de lo que sucedía.
Pero nadie podía permitirse ignorarla y, con la suficiente dosis de sarcasmo en la voz, dijo:
—Cuando termines de halagar tu ego, Rhys, quisiera decirte algo.
Los dos se volvieron para mirar a la mujer. Julie no pudo evitar ruborizarse una vez más. Estaba
segura que de estar en el lugar de Nerys, se habría ido rápidamente, el hecho de que ella no lo hiciera
demostraba el singular tipo de relación que llevaba con su cuñado.
Pero antes de que pudiera hacer algo, Rhys la echó a un lado y se encaminó hacia Nerys.
— ¿Bueno? —dijo mirando a su cuñada.
Se mostraba sereno, como si lo que acababa de suceder no hubiera tenido importancia.
Nerys miró sonriente a Julie.
— ¿Nos haría el favor? —murmuró, y la chica salió rápidamente del cuarto de estar.
William andaba por allí cuando Julie empezó a subir la escalera. Julie se temía lo peor, pero el
chico asoció la situación a la conversación fuerte que habría mantenido con su padre.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó, y la siguió hacia su habitación.
—Oh.. nada importante —Julie deseaba estar sola.
— ¿No puede contármelo?
—Yo.. bueno. . contraté. . bueno, no contraté exactamente, sino que sugerí a alguien del pueblo
que tu padre necesitaba ayuda para llevar la casa.
— ¿Cuando estuvo en el pueblo?
—Sí.
Los ojos de William brillaron de alegría.
— ¿Y alguien quería el trabajo?
—Pues. . quizá.
— ¡Oiga, eso es maravilloso! Pensaba que nadie del pueblo quería trabajar aquí.
—No.. Bueno, existía el rumor de que tu papá quería vender la casa, ¿sabes? La gente del pueblo
no lo aceptaba.
—Oh —William asintió y añadió—: Creo que ya sé quién es responsable de eso.
— ¿Sí? Pues no quiero saberlo. Lo importante es que tu padre no tiene intenciones de vender la
casa, por lo que estoy segura de que podrá contratar a alguien del pueblo.
— ¡Bravo! —William parecía estar encantado—. Entonces, Nerys tendrá todavía menos razones
para quejarse de las condiciones de este sitio—suspiró—. No es que eso sea importante, la verdad.
No me gustaría que ella se quedara aquí.
—Escucha, William. .
—Bueno, es verdad —dijo William pero no prosiguió—. Oh, pero es una estupenda noticia el
que alguien quiera trabajar aquí, ¿no? —Frunció el ceño—. Pero, no entiendo.
¿Mi padre estaba enfadado por eso?
Julie empezó a destapar algunos frascos de cosméticos.
—Él. . supongo que le molestó que yo interviniera.. sin su permiso.
— ¿Eso es lo que le ha dicho? Julie cruzó los dedos.
—Más o menos.
¡Caray!
—Ahora, William, si no te importa, tengo un poco de jaqueca. .
—Pero, ¿qué hay del té? —el chico parecía interesado pero por primera vez ella no cedió.
—Lo lamento, pero creo que no podría tomar té en este momento —dijo—. Quiero descansar un
poco. Quizá estaré bien para la hora de la cena.
William no se atrevía a insistir por si ella no bajaba luego a cenar.
—Está bien —accedió por fin _. Supongo que tendré que to marlo solo.
— ¿Por qué no lo tomas en la cocina? Con la señora Evans —sugirió Julie—. . Tu tía. .
está con tu padre ahora.
— William asintió.
—Lo sé, la vi entrar. ¡Es una entrometida! En cuanto Dulcie le dijo que me había echado de la
sala de estar, fue averiguar qué pasaba.
Julie asintió c o n una inclinación d e cabeza. Nerys había estado protegiendo su propiedad,
después de todo, ¿quién podía culparla?, se dijo.
Julie se tomó una aspirina para el dolor de cabeza que le había provocado su confrontación con
Rhys y, después de descansar un rato, se sintió lo suficientemente bien como para tomar un baño. Se
había secado y estaba cepillándose el pelo ante el espejo cuando llamaron a la puerta. Creyendo que
se trataba otra vez de William, que venía a ver si ya se sentía mejor, dijo:
— ¡Entra! —y entonces sintió un escalofrío al ver que era Nerys la que entraba por 1a-puerta.
Estaba vestida para la cena, con un precioso vestido de terciopelo rojo oscuro, de cuello bajo y
mangas largas, con franjas de plata bordeado los puños. Si se había arreglado para hacer sentirse
inferior a Julie, lo había logrado. Julie se quedó mirando fijamente su imagen en el espejo y vio su
aspecto pálido. No sabía para qué había ido Nerys a verla, aunque adivinaba que tendría relación
con lo que la mujer había presenciado esa tarde pero suponía que no le daría importancia.
—William me ha dicho que le dolía la cabeza —Nerys miró con cierta arrogancia a su alrededor
—. ¿Ya se siente mejor?
—Gracias, ya casi no me duele —respondió cortésmente.
—Magnífico—Nerys sonrió—. Si hay algo que no puedo soportar es un dolor de cabeza.
Julie asintió y esperó a que su interlocutora continuara. Su indisposición no podía ser la única
causa para que la mujer se acercara a su cuarto y sintió temor.
—Realmente, señorita Wood, quería hablar con usted. . de mujer a mujer, por decirlo así —hizo
una pausa—. Pero para mí es muy difícil..
Julie respiró profundamente.
—Si es por lo de esta tarde, Lady Llantreath, entonces, por favor no diga nada. Lo que vio.. lo
que creyó ver. . no significa nada.
— ¡Ya lo sé, muchachita tonta! —Nerys parecía tranquila—. Como si no conociera ya los
pequeños caprichos de Rhys. No puede resistirse a una cara bonita, y más si sabe que está dispuesta
a complacerle. Julie tragó saliva. — ¿Qué quiere de?. .
—¡Oh, por favor, señorita Wood, no dramatice! Yo soy mujer también y con mayor experiencia
de la que usted pueda tener nunca, créamelo. No, su. . digamos, relación o escarceo con. . su jefe,
nada tiene que ver con lo que quiero decirle. O al menos no directamente. Julie se puso de pie.
— ¿Quiere ir al grano, por favor? Tengo que vestirme para la cena, Lady Llantreath.
Nerys apretó los labios.
—Muy bien. S é que ha intervenido usted e n asuntos d e l a administración d e El Baluarte del
Diablo, que se ha tomado el derecho incluso de contratar a una chica del pueblo. —No exactamente. .
—Bueno, lo que sea —Nerys hizo un gesto brusco—. ¿Se da cuenta de que accedí a venir aquí a
condición de que, una vez terminado el libro de Rhys volveríamos a Londres?
—No veo qué tiene eso que ver conmigo. — ¿No lo ve? ¿No? —Nerys dio un paso, llena de ira
—. Entonces se lo explicaré. Después de chismorrear sobre nuestros asuntos en el pueblo, se
vanagloria de su éxito con William, haciéndole abrigar la falsa creencia de que El Baluarte de el
Diablo seguirá siendo su hogar. . — ¡Pero lo es!
— ¡Usted qué sabe!
—Pero Rhys. . es decir, el señor Edwards, dijo.. —Lo que Rhys dice y lo que hace son dos cosas
diferentes. Una vez que termine s u obra, descubrirá que l a vida e n El Baluarte d e e l Diablo es
aburrida. Es un hombre de mundo, señorita Wood; no pertenece a su rústica generación, que parece
encontrar la destrucción más satisfactoria que convertir su vida en un éxito. Ama la aventura y la
emoción.. usted debe saberlo.
¿Qué puede ofrecerle la vida en un pueblucho gales?
—Todavía no entiendo por qué me dice todo esto.
— ¿No? Bueno, creo que todavía no he aclarado bien la situación. William, señorita Wood, es la
cruz con la que debo cargar, y usted me la está haciendo más pesada.
—Pero, ¿de qué manera?
—Usted conoce al chico. Sabe cómo se las gasta, cómo puede salirse con la suya fingiendo uno
de sus ataques. .
— ¡No los finge!
— ¡Claro que sí! Puede provocarlos a su antojo. Y con el apoyo de usted. . —se detuvo
bruscamente—. Quiero que se vaya usted de El Baluarte de el Diablo, señorita Wood.
No es una buena influencia aquí.
Julie la miró estupefacta.
— ¡No puede hablar en serio!
—Me temo que sí.
—Pero.. pero.. yo no quiero irme —Julie la miró con incredulidad—. Yo.. el. . el señor Edwards
me contrató.. Me iré cuando él me lo pida, no antes.
Nerys frunció el ceño.
—Supuse que diría eso.
—Entonces, no le cayó de sorpresa, ¿verdad?
Julie recuperó el valor al decir esas palabras. Después de todo, ¿qué podría hacer Nerys? No
tenía autoridad para despedirla y, en cierta forma, todavía creía lo que Rhys había dicho con
respecto a que no quería que se fuera. Además, estaba William..
Nerys suspiró. Estaba nerviosa.
—Sin embargo —dijo—, creo que se irá, señorita Wood. Si no lo hace, me veré obligada a decir
a William que Dulcie no es su prima, sino su hermana.

CAPÍTULO 11

SE HIZO UN terrible silencio en el cuarto después de que Nerys dijera eso. Julie poco después
afirmó: — ¡No lo creo! —su voz temblaba.
Nerys movió la cabeza con indiferencia y un extraño vacío invadió a Julie.
—Me parece que no importa si lo cree o no. William lo creerá.
— ¡Su padre lo negará! —exclamó sofocada Julie.
—Como negó el nacimiento de su propio hijo, sin duda.
— ¡Es usted. . perversa!
—No, sólo sincera, señorita Wood. No me diga que no lo había sospechado.
Pero no lo había sospechado. Jamás había cruzado por la mente de la joven semejante idea. Y,
sin embargo, ahora que. .
— ¿Por qué hace esto? —preguntó. Nerys seguía indiferente.
—No tengo la intención de soportar el tedio de El Baluarte de el Diablo mientras Rhys satisface
cierto deseo sentimental de revivir su juventud. Oh, sí, sé lo que está tratando de hacer Rhys. ¿Le ha
dicho por qué? Bien, supongo que no. Puede ser muy reservado cuando se trata de sus propios
asuntos. Pero yo no tengo sus inhibiciones. .
—Por favor, no tengo interés en saber nada.. —empezó a decir Julie, pero Nerys lo ignoró.
—Tiene que ver conmigo, por supuesto. Pero usted tal vez ya ha adivinado eso. Los dos
hermanos estaban enamorados de mí, pero Richard era el mayor. . él heredaría el título. Y yo era
ambiciosa. También era tonta. . ahora lo comprendo. Rhys siempre tuvo más categoría que Richard.
Además, a él fue a quien siempre amé. Sólo que pensé que podría tener a ambos.
— ¿Quiere salir de aquí, por favor? —Julie no sabia cuánto más podría soportar.
—Cuando me casé con Richard, hubo una terrible pugna entre los hermanos y, como
consecuencia de ello, el viejo Lord Llantreath echó a Rhys de la casa. Y él se fue, por desgracia, a
África. . la India y Vietnam; adonde hubiese guerra. ¡Vaya cosa! Que un hombre quiera que le maten
porque la mujer que amaba se casó con otro.
Sus labios se fruncieron con arrogancia.
— ¡Creo que. . que es. . repugnante! —exclamó Julie sin poder contenerse—. ¡Creo que usted es
repugnante!
— ¿Por qué? ¿Porque desbaraté todos sus sueños de adolescente? ¡Ciertamente no pensará que he
venido aquí por el tiempo que hace!
— ¡Realmente no me importa por qué ha venido! —replicó Julie trémula.
— ¿No? ¿De veras? Perdóneme si me cuesta trabajo creer eso. Usted se siente atraída por Rhys,
señorita Wood. Se ve a la legua. Y debo admitir que eso empieza a fastidiarme —hizo una pausa—.
Pero, déjeme terminar mi relato. .
— ¡Preferiría que no siguiera!
—. . cuando su padre murió, hace siete años, Rhys vino a casa para el funeral. Richard estaba. .
postrado por el dolor y se consolaba un poco con la botella de whisky que se tomaba diariamente y
yo.. bueno, necesitaba consuelo también.. — ¡No siga!
— ¿Por qué no? Por fortuna, Richard estaba casi todo el tiempo demasiado borracho para darse
cuenta de lo que Rhys y yo hacíamos. Rhys era. . es. . un hombre muy fuerte. Julie bajó la cabeza.
—Está bien. Está bien. Ya ha dicho bastante. La creo. —Como debe ser. Después de todo,
Richard y yo habíamos estado casados durante ocho años sin tener un heredero.
Rhys tuvo un hijo ilegítimo de una chica de Cardiff poco después de enterarse que me iba a casar
con su hermano. Julie levantó la cabeza.
—Dígame sólo una cosa, Lady Llantreath, ¿qué pasará si William hace un escándalo cuando sepa
que me voy? Nerys arqueó las cejas.
—Eso espero que usted lo arregle. Pero si quiere mi consejo —hizo una pausa—. . en su lugar,
arreglaría mis cosas y me iría. Puede escribirle una nota al chico. No hay mucho que hacer sobre
algo irremediable.
— ¿Lo tiene todo calculado?, ¿verdad?
—Sí, supongo que así es.
Julie no bajó a cenar esa noche. Ni siquiera el deseo de mitigar las sospechas de William podría
obligarla a bajar. Necesitaba estar sola.
Nerys no le había dejado mucha opción en el asunto. Sus amenazas eran demasiado claras y no
había nadie a quien Julie pudiera acudir en busca de consejo. Consideró la situación, pero, ¿podría él
hacer callar a Nerys? ¿O podía ésta hallar algún medio de hacer que William descubriera la verdad?
Era un riesgo que Julie no podía correr.
Apenas si había surgido una mejoría en las relaciones entre padre e hijo, pero la revelación que
la joven había escuchado esa noche podría desbaratar tan endeble unión.
Se preguntaba cuánto tiempo le daría Nerys. No mucho, estaba segura. Su llegada lo único que le
había traído eran complicaciones. Había demostrado con claridad que no le gustaba que la niña
pasara mucho tiempo con William y la secretaria, pero la presencia de Rhys le había impedido hacer
lo que ella hubiera querido.
A pesar de lo que le había dicho de Rhys, aún le amaba y, estaba segura de que nada alteraría su
amor por él.
Estaba haciendo un intento por ordenar sus cosas, cuando William entró por la puerta.
— ¡Julie!
—Entra.
El chico la miró asombrado cuando vio la ropa extendida sobre la cama.
— ¿Qué hace? —preguntó. Julie se encogió de hombros.
—Ordenando mi ropa.
—Pensaba que le dolía la cabeza. No ha bajado a cenar.
—No tenía apetito. Tú sabes lo que es eso. William la miró incrédulo y preguntó: —
¿Qué pasa, Julie? ¿Qué sucede?
Ella se sonrojó.
—Nada. Ya sabes qué pasa cuando se tiene jaqueca. William la miró no muy convencido.
— ¿Por qué ha venido a verla Nerys?
— ¿Nerys? —Julie se percató de la expresión de culpabilidad que reflejaba su rostro y deseó
que el chico no la interpretara erróneamente—. ¿Cómo sabes que Nerys ha venido a verme?
—La vi llamando a su puerta —él fue quien se sonrojó ahora—. Escuché por fuera durante un
momento pero no pude oír lo que decía.
Julie suspiró aliviada.
—Ya sabes lo que se dice de quienes escuchan detrás de las puertas.
—Lo sé. Pero.. en fin, normalmente no viene a visitarla.
—No —Julie buscó alguna excusa para la visita de Nerys—. Yo.. bueno. . alguien le había dicho
que me dolía la cabeza. Ha venido a ver cómo me sentía.
William no la creía.
—Y yo soy el conde Drácula ¡No creo eso!
—Pues, lo lamento.
— ¡Julie! —El chico la miró con reproche—. No soy tan ingenuo, ¿sabe? —sonrió—.
Pero supongo que ella se mostró así.
— ¿Qué quieres decir?
—Esta tarde. Estoy seguro de que le sentó mal descubrirles a usted y a mi padre en el cuarto de
estar.
— ¿Tú que sabes de eso?
—Usted sabe lo que sé. ¡Yo estaba allí! La vi entrar en la sala.
— ¿Quieres decir que. . estabas allí.. en el vestíbulo?
—Cuando abrió la puerta, sí —William movió la cabeza—. Sí. La vi con mi padre. No iba a
decírselo, ¿sabe?
— ¡Oh, William!
—Bueno, realmente no me importa —dijo el chico de forma pausada—. Al menos, no tanto como
antes. Quiero decir, prefiero que sea usted y no Nerys.
— ¡Oh, William, estás muy equivocado!
— ¿Por qué? Sé que usted le gusta a papá. Me lo dijo él mismo.
Julie habría querido indagar más sobre eso, pero estaba muy habituada a controlar ese tipo de
sentimientos. En vez de ello, dijo:
—Bueno, me alegra que así lo sientas, William, pero en lo referente a tu padre y Nerys. . debes
de saber que yo no cuento.
William frunció el ceño.
— ¿Nerys le ha dicho eso? Apuesto a que sí. Apuesto a que a eso ha venido. ¡Para decirle que se
aleje de él!
— ¡Creo que has leído demasiadas novelas, William! —exclamó Julie.
—No, no es eso. La conozco. Es malvada y rencorosa y. .
— ¡Basta, William! —Julie se puso las manos sobre los oídos—. Podría convertirse en tu
madrastra algún día y no conviene. .
— ¡No lo será! —La interrumpió rápidamente el muchacho—. Mi padre no la quiso hace años,
cuando tío Richard se casó con ella, así que estoy seguro de que no se casará ahora con ella.
—No sabes lo que dices, William —le recriminó Julie.
—Sí lo sé. ¿Usted cree que no sé nada sobre mi madre? Pues, sí, lo sé. Sé que me abandonó.
Dulcie me dijo eso hace tiempo. Y cuando le pregunté a papá sobre ello, hace poco, me dijo que era
el momento de que supiera la verdad —suspiró—. Ella era mucho mayor que papá, es decir, mi
madre. La conoció en Cardiff y supongo que. .
debieron amarse. . durante algún tiempo. Luego mi tío Richard se casó con Nerys y papá se fue al
extranjero y hasta que regresó y fue a buscarla no supo nada sobre mi nacimiento.
Julie sentía la garganta seca. La sinceridad de William era conmovedora y era más fácil creerle a
él que a Nerys. Pero, ¿quién estaba diciendo la verdad?
—Bueno.. papá me sacó del orfanato —decía el chico sin titubear—. Y encontró a alguien que
me cuidara mientras él estaba en el extranjero. Durante esos días no le veía mucho pero sabía que
existía y que me quería, o me hubiera dejado en el orfanato, ¿no es cierto?
—Claro, William.
—Pero cuando crecí, cuando quise irme al extranjero con él, me obligó a ir a la escuela.
Durante un tiempo estuvo bien pero nunca fui bueno en los deportes y algunas veces me fastidiaba
mucho no respirar bien. Fue entonces cuando descubrieron que se trataba de asma nervioso y me
temo que me valí de ello para mis fines.
— ¿Hiciste que te expulsaran?
—Sí —William asintió con la cabeza—. Supuse que si hacía que me expulsaran bastantes veces,
papá cambiaría de opinión y me llevaría con él.
—Pero.. ¿no andaba. . peleando en guerras y. . cosas así?
—Fue mercenario durante algún tiempo —confirmó William—. Pero después de que le hirieron
en África Central..
— ¿Le hirieron? —Julie no pudo evitar hacer la pregunta.
—Sí —William frunció el ceño—. Un africano le fracturó la columna con la culata de su fusil.
—Oh, pero yo.. —Julie se detuvo y se llevó la mano a la garganta—. Algo.. algo parecido sucede
en. . en el libro.
William no pareció asombrado.
—Supongo que así debe ser —comentó tranquilo—. Todo es cierto, ¿sabe? O al menos todo lo
que se atreva a publicar. Es la historia de papá la que está escribiendo. ¿No lo había adivinado,
Julie? ¡Por supuesto! Debió haberlo adivinado. ¡Había tanto en el libro que sólo si el protagonista
era el escritor podía entenderse! Y Barrabás, el protagonista, concordaba exactamente con la imagen
que ella hubiera querido tener de Rhys. .
—Lo he leído, ¿sabe? —Agregó orgullosamente William—. Mi padre me dijo que no se lo dijera
a usted hasta que estuviese terminado.
— ¡Oh, William!
—De modo que no haga caso de nada de lo que le haya dicho Nerys —concluyó—. Se está
hartando de vivir aquí y ahora que papá va a contratar más gente, creo que se estará dando cuenta de
que él no se irá a Londres aunque ella lo quiera—sonrió—.
Pero, quizá sea ella la que se vaya.
Julie no sabía qué pensar. ¿Sería posible que este nuevo William, este William más seguro de sí,
pudiera hablar así de su padre? ¿Podría encontrar en su corazón el perdón para algo que había
sucedido siete años antes? ¿O las revelaciones de Nerys destruirían todo? Y de ser así, ¿podría ella,
Julie, tomar el papel de árbitro de su destino? Julie no dejaba de hacerse preguntas.
Avanzada ya la noche, después de que William se fuera a la cama y la casa se sumiera en el
silencio, Julie todavía daba vueltas por su habitación. Nerys no había vuelto a verla, como esperaba
que hiciera, pero la joven sabía que el problema estaría resuelto por la mañana, de una u otra forma.
Pero la idea de irse sin avisar, de dejar a William y a su padre, le repugnaba.
Se dirigió hacia la ventana y miró a través de ella. Hacía una noche fría y clara. Una pálida luna
iluminaba las olas que se estrellaban contra la playa y, con tristeza, la joven comprendió que quizá
nunca más pasearía por esas playas.
Se quitó la bata y se puso unos pantalones y un grueso suéter de lana. Cogió su abrigo y una
bufanda, dispuesta a salir.
La casa estaba en silencio cuando bajó la escalera.
Haggar había echado el pestillo a la puerta y no le fue fácil quitarlo. Pero lo logró y salió por la
puerta principal.
Bajó ágilmente los escalones de piedra y dio una vuelta a la casa.
Al llegar al borde del risco, empezó a descender hacia la playa. Hacía un frío terrible y se alegró
de llevar la bufanda, que evitaba que se le congelaran las orejas.
Abajo, e n las rocas, hacía un poco menos d e frío. Permaneció allí u n rato, contemplando el
horizonte, aspirando el aire fresco, esperando que aclarara la confusión de su mente. Pero al menos
sabía una cosa, la razón por la que Rhys andaba de esa manera y la causa cruel que lo había
provocado.
Cuando oyó el caer de piedras por el risco, no lo relacionó inmediatamente con la proximidad de
nadie. Pero al presentir que ya no estaba sola y que alguien la observaba, miró hacia atrás y sintió el
corazón en la garganta al ver una figura que bajaba por el risco.
Tragando saliva, miró a su alrededor. No había escapatoria. La playa se extendía ante ella,
solitaria y vacía, pero terminaba en el alto muro de piedra que formaba el farallón.
— ¿Quien es? —preguntó trémula—. ¿Quién anda ahí?
—Pues no soy el conde Drácula —respondió con voz lacónica y la joven dejó escapar un
suspiro.
— ¡Rhys! —exclamó sin aliento.
Él bajó rápidamente, pero debió hacerse daño en la espalda porque soltó una exclamación.
— ¿Qué diantres hace? —preguntó deteniéndose ante ella, y Julie metió las manos en los
bolsillos de su abrigo para que él no pudiera ver que temblaban.
—Y. . yo podría preguntarle lo mismo —replicó y Rhys movió la cabeza.
—He venido a buscarla —dijo.
— ¿Cómo.. ha sabido?. .
— ¿. . que había bajado aquí? —no la dejó terminar—. La he visto desde la ventana del estudio.
— ¡Oh! —Julie lo miró estupefacta—. ¿Por qué ha dicho eso del.. conde Drácula?
Los labios de Rhys dibujaron una sonrisa.
— ¿No es lo que le ha dicho William cuando usted le dijo que Nerys había ido a su habitación?
Julie tragó saliva.
— ¿Will.. William le ha dicho eso?
—Claro.
La miró intensamente, parecía insensible al frío.
—Dígame —le dijo tranquilamente—. ¿Cree usted en lo que le ha dicho?
— ¿Lo que me ha dicho quien? —preguntó Julie, en un intento por ganar tiempo.
—William—entrecerró los ojos—.No juegue conmigo Julie. Quiero saber. ¿Ha creído lo que le
ha dicho él. . lo de Nerys?
— ¿Qué sabe respecto a ella?
Rhys suspiró.
—Bastante. Los suficiente como para saber que después de lo que le he dicho esta noche, no fue a
verla por razones filantrópicas.
Julie le miró con fijeza.
— ¿Q. . qué le ha dicho?
—Yo le he preguntado primero.
Julie se mordió el labio inferior.
—Me parece. . que William cree en lo que me ha dicho.
— ¿Y eso qué se supone que quiere decir?
—No se supone que quiera decir nada. Sólo que William no tiene dudas. .
— ¡Maldita sea! ¡No necesito que me asegure nada! —Rhys se había puesto nervioso—.
Conozco a mi hijo, Julie. Quizá no mucho mejor que usted, pero algo le conozco. Le he dicho la
verdad, nunca le he mentido.
Julie aceptó eso tranquilamente. Luego dijo con suavidad:
—No tiene que darme explicaciones.
Rhys masculló una maldición y Julie dio un paso atrás.
—Sé que no tengo que darle explicaciones, pero me da la gana. Tenga la educación de escuchar.
Julie intentaba no ponerse nerviosa a su vez.
—No son cosas que me importen —protestó, sabiendo que cada palabra que decía estaba
haciendo más profundo el dolor de tener que partir.
—No estoy de acuerdo —seguía insistiendo Rhys—. Usted debe de saber la verdad.
— ¿Qué puede importarme? —exclamó ella.
—Quiero que sepa por qué hice lo que hice.
—Sé lo que hizo, se fue de El Baluarte de el Diablo cuando Nerys decidió casarse con su
hermano y. . ¡Y se consoló dejando embarazada a una chica de Cardiff!
Perdió el control y ahora se arrepentía de haber dicho eso. Rhys soltó un profundo suspiro.
—De manera que eso fue lo que Nerys le ha contado —dijo tranquilamente—. Y usted la creyó.
— ¿No es verdad?
—Bueno los hechos son ésos; pero tengo que explicarlo un poco mejor —hizo una pausa—.
Supongo que Nerys la habrá dicho que yo no quería que se casara con Richard, ¿verdad? Julie afirmó
con la cabeza.
—Pues, es cierto —el corazón de Julie dio un vuelco—. Pero no porque estuviese celoso
—movió la cabeza—. Es demasiado fácil deformar los hechos. Es como uno de esos problemas
con más de una solución. Usted debe decidir cuál es la más lógica —se pasó una mano por el pelo—.
También podría decir que Nerys se casó con Richard por despecho. Decepcionada. Eso también se
ajusta a los hechos. Julie se estremeció. — ¿Y
la madre de William? Rhys inclinó la cabeza. —Oh, sí la madre de William. Ya llegaré a ella.
Pero primero, en caso de que tenga dudas acerca del relato de Nerys, debo decirle que estuve
comprometido con ella. . en una ocasión —Julie abrió los ojos con asombro y él hizo un gesto
desconsolado—. ¿La sorprende? No debería. Nerys siempre fue una mujer bella. Y yo era joven e
inexperto.. inmaduro, si prefiere. Pero pronto descubrí el tipo de mujer que era: egoísta, vanidosa,
calculadora y. . fría.
— ¿Fría?
—Sí. Fría —Rhys permanecía sereno—. Emocional y. . sexualmente. Creo que la palabra que se
usa hoy es frígida.
Julie estaba sorprendida.
—Pero.. pero..
—Después rompí el compromiso. Puede imaginarse el furor que eso causó. Ya se habían iniciado
los arreglos para la boda y mi padre se puso furioso. Dijo que me estaba burlando de él y de toda la
familia. Me exigió que cambiara de opinión o.. que me fuera de casa. Hice esto último.
— ¡Oh, Rhys!
Él prosiguió:
—Puede imaginar lo que sucedió después. Richard no era tan fuerte como yo. Mi padre podía
intimidarlo. Se casó con Nerys en mi lugar y se arrepintió durante toda la vida.
Julie recordó lo que Nerys le había contado sobre la tendencia a beber de su marido.
¿Era posible que hubiese otra razón para ello? Como había dicho Rhys, los hechos podían
deformarse según conviniera. Rhys se movía con torpeza, como si el frío se metiese en sus huesos y
Julie dijo:
—Creo que debemos volver a casa —pero Rhys la detuvo cogiéndola de una muñeca.
—Todavía no. Todavía está el asunto de la madre de William.
—No tiene que continuar. .
—No tengo que hacerlo, pero quiero seguir. Porque ella tampoco era ninguna inocente paloma.
Pero tenía más corazón que Nerys—hizo una pausa—. Podría mentir y contar que se trató de una
chica con la que pasé un poco de tiempo. Pero no te insultaré deformando los hechos para que todo
concuerde. Era camarera en un centro nocturno, Julie ¿Debo decir más? Pero tenía un corazón de oro
y, por alguna razón, parecía quererme. Lo suficiente como para no tomar las precauciones adecuadas.
—Entiendo —Julie se estremeció.
— ¿De veras? —la voz de Rhys era áspera—. Lo dudo. De cualquier manera ella tenía ciertas
creencias religiosas. . los restos de una educación confesional, supongo. Cuando se enteró de que
estaba embarazada, tuvo al niño, aunque hacía mucho tiempo que yo me había ido. Tú probablemente
sabes el resto. Lo dejó en un orfanato. Lo supe cuando regresé de Vietnam y. . lo rescaté —titubeó—.
Quizá pienses que debí casarme con ella.
Pero creo que ella no lo quería así. Era mayor que yo y muy aferrada a sus costumbres.
Fuimos simplemente dos extraños que se hicieron compañía durante un corto espacio de tiempo.
Julie no se atrevía a mirarle por temor a que pudiese descubrir en sus ojos la emoción que la
embargaba. De modo que William no había nacido del odio, como había sugerido Nerys y, si no del
amor, al menos de un deseo no egoísta.
Rhys le soltó la muñeca y Julie se sobresaltó.
— ¿Qué pasa? —Preguntó y Julie comprendió que había malinterpretado su silencio—.
¿Mi relato ha decepcionado esa romántica imaginación tuya? Oh, sí, he observado tu rostro
cuando estoy dictando. He visto en él el desencanto. Bueno, la vida no es un jardín de rosas. La gente
no anda en caballos blancos rescatando doncellas en peligro.
¡Los de hoy, son caballeros andantes en busca de causas más productivas! ¡Soy un mal caballero,
Julie, y es tiempo de que madures!
Julie levantó la cabeza para mirarlo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Ya he madurado —dijo trémula—. Crecí el primer día que me besó.
— ¿De veras? --la expresión de Rhys permaneció escéptica-Eso es un punto a mi favor,
¿no crees?
— ¿Qué quiere decir?
—Oh, Julie, ¿no entiendes nada? ¡Te quiero! Te quiero desde hace mucho tiempo. Pero soy
demasiado viejo para ti y, además, no quiero en mis brazos a una niña ingenua.
Julie tragó saliva. ¿Qué estaba diciendo él? ¿Sabía lo que decía? ¿Se había cansado de Nerys y
quería ponerla a ella, a Julie, en el sitio de la otra? "Oh, Dios", pensó, "¿habré de pasarme la vida
pensando en que me fui del paraíso?".
Retrocedió dos pasos, buscando inconscientemente el sendero detrás de ella y los ojos de Rhys
se ensombrecieron.
— ¿Ahora qué pasa? —preguntó—. ¿Qué más te ha dicho Nerys sobre mí?
— ¿Por. . por qué ha tenido que. . decirme más?
Rhys dio un paso hacia ella con los ojos entrecerrados.
—Porque creo que te conozco, Julie. Sé que te atraigo. De modo que, ¿que más se interpone entre
nosotros?
Pero Julie no podía hablar. Tenía las palabras en la punta de la lengua y no podía emitirlas. ¿Y si
fuera verdad?, se preguntaba.
Tenía que alejarse de él, antes que cediera a su pasión.
Con un sollozo ahogado, se volvió para alejarse y, sin obedecer la orden de Rhys de que se
detuviera, empezó a ascender por el sendero hacia la cima del peñasco. Trató de correr, pero tropezó
al hacerlo y oyó a Rhys venir tras de ella después de lanzar una exclamación.
A medio camino oyó que Rhys lanzaba una maldición y tropezaba, para caer sendero abajo; la
joven se volvió para mirar lo que había pasado. Se había caído desde las rocas hasta la playa y
desde donde estaba Julie, parecía que estaba arrodillado en la arena.
— ¿Rhys? —lo llamó vacilante. Se sentía culpable—.¿Rhys? ¿Está bien?
Él no respondió y Julie se sintió peor.
—Rhys —volvió a llamar—. Rhys, por favor, al menos dígame que está bien.
Pero no escuchó respuesta y decidió volver a la playa. Rhys estaba acostado de espaldas sobre la
arena y se dio más prisa en bajar.
— ¡Rhys! —gritó y corrió entre las rocas hacia él. Al llegar junto a él se arrodilló a su lado—.
Rhys —él tenía los ojos cerrados—. ¡Por favor, háblame!
—Te amo —dijo Rhys, y la abrazó.
Realizando un rápido movimiento logró besarla. La boca de Rhys era apasionada, se movía
suavemente sobre la de Julie. Un poco recuperada logró apartarse de él. Pero no fue lejos. . él no la
dejó ir. Había estado fingiendo y la cogió ágilmente colocando su cuerpo sobre el suyo.
—No te dejaré marchar—afirmó—. No, hasta que te diga todo lo que he venido a decirte.
—Pero.. tu espalda.. I
—No ha sido nada. Pero como parecías tan preocupada, he querido que vinieras a consolarme.
— ¡Eres un!. .
Quería enfadarse con él, pero realmente quería estar con él y no puso oposición.
Lágrimas de desesperación corrieron por las mejillas de la joven y se mezclaron con la humedad
de sus bocas. Rhys la volvió a besar.
—Ven, Julie. Te necesito mucho.
—Pero.. pero.. Nerys. .
— ¿Qué pasa con ella? —su tono se volvió áspero. Pero duró poco tiempo y añadió—: Claro..
creíste. . es decir, te hice creer que éramos amantes.
— ¿Me hiciste creer?
—Por supuesto —la voz de Rhys se endureció—. Julie, si hubiera otra cosa, te la diría.
Tienes que conocerme, Julie. Debes comprender que a veces puedo decir cosas que no te gustan
pero nunca te he mentido.
—Pero esa noche. . en la cocina. .
Rhys esbozó una sonrisa.
— ¡Por Dios! Oh, Julie, si supieras cómo me sentía esa noche. . Tenía que decir algo, tenía que
alejarte. Pero William lo hizo por mí.
—William. .
—. . amará a su nueva madre.
— ¿Su. . madre?
—Bueno, su madrastra, si prefieres —frunció el ceño—. Te casarás conmigo, ¿verdad?
Quiero decir. . ¡Oh, Dios mió! —La miró con fingida irritación—. ¿No creíste que?. .
Pero, sí, veo que sí lo pensaste. ¿Julie, cuántas veces debo repetirlo? Nerys estaba mintiendo..
Nunca la toqué después de que se casó con mi hermano! Y el matrimonio todavía significa algo para
mí. No te lo pido a la ligera.
— ¡Oh, Rhys!
Ya no podía tener nada contra él y cuando su boca poseyó la suya y su cuerpo se fundió con el de
su amado, supo que por fin creía en él que nada de lo que Nerys pudiera decir cambiaría eso. .
Cuando volvían a la casa, abrazados, Julie todavía tenía algo que preguntar.
— ¿Qué. . hará Nerys?
— ¿Quieres decir, cuando nos casemos? —Julie asintió con la cabeza y Rhys la ciño más
estrechamente—. Quizá no creas esto.. —Lo creeré —aseguró ella y Rhys sonrió.
—. . pero el día después de tu llegada, me puse en contacto con un agente de bienes raíces de
Llantreath que tiene representantes en Londres, para que consiguiera un apartamento para ella. No le
gusta vivir aquí y por fin la he convencido de que está perdiendo el tiempo conmigo, de modo que se
irá.
— ¿Eso es lo que le has dicho esa tarde?
—Sí —hizo una pausa—. La quería fuera de la casa antes de decirte que te amaba, pero su
intervención precipitó l a s cosas. Sabía que trataría d e crear u n conflicto entre nosotros y quise
evitarlo. Julie tenía que evitarlo.
—Me. . ha dicho algo más. Tengo que. . que decírtelo. No puedo dejar que se interponga entre
nosotros. — ¿Qué? —Rhys cambió de expresión. Julie se apartó un poco de él.
—Me. . ha dicho que. . que Dulcie es tu hija. . que cuando viniste a casa para el funeral de tu
padre. .
— ¿Qué —no podía creer lo que estaba escuchando—.¡Oh, Dios, lo que habrás pensado de mí!
Julie volvió a acercarse a él.
—Quería que. . que me fuera. Me ha dicho que debería irme. Sin avisarte a ti.
—Claro, eso le habría convenido —Rhys apretó el puño—. Pero no creas que habría sido el final
de todo. Te habría buscado en todas partes.
Julie lo miró. — ¿D. . de veras?
—Sí —Rhys frunció el ceño—. Pero, ven conmigo. Quiero enseñarte algo.
Entraron en la casa y fueron a la biblioteca. Rhys sacó de su bolsillo unas llaves y abrió los
cajones de escritorio que Julie nunca había abierto. Buscó una carpeta y sacó unos papeles.
—Mira —dijo, y Julie vio dos certificados; uno era el de defunción del padre de Rhys y el otro
pertenecía a Dulcie; contenía la fecha y el lugar de nacimiento de la niña.
—No tienes que hacer esto —protestó Julie. —Lee esto —le indicó Rhys, poniendo otro papel en
su mano. Julie leyó los informes médicos de su lesión durante una batalla en África Central. Los
detalles de sus heridas la hicieron sentirse mal y no quiso seguir, pero él insistió. Y entonces supo
por qué. Había estado en el hospital cuando murió su padre y era imposible que hubiese asistido al
funeral. El nacimiento de Dulcie, unos ocho meses después, confirmaba que no podía, de ninguna
manera, ser su padre.
— ¡Oh, Rhys! —Exclamó Julie con amargura—. No tenías que hacer esto.
—Sí, tenía que hacerlo —dijo él tranquilo—. Algunas veces es necesario probarse uno mismo
algo.
Julie comprendía. Sabía también que no podía temer nada por William. Nerys ya no podría
perjudicarlos más.
Seis meses más tarde Julie, Rhys y William estaban sentados alrededor del fuego, en el cuarto de
estar, compartiendo el té como William y Julie acostumbraban a hacer antes.
—Oh, es maravilloso teneros otra vez de vuelta —exclamó el chico con una sonrisa en la boca
—. Me alegro de que os lo pasarais bien. ¿Hacía mucho calor en Jamaica?
—Mucho —respondió Julie—. La próxima vez que vayamos, tú también vendrás.
Rhys estaba mirando con satisfacción a su encantadora y joven esposa y el rostro animado de su
hijo.
— ¿De modo que la escuela no está tan mal? —preguntó y William asintió con un movimiento de
cabeza.
Desde su matrimonio, tres meses antes, había asistido a una escuela de Llantreath y, ahora que
tenía un hogar al que volver cada noche, estaba estudiando con entusiasmo.
—Oh, por cierto —William se levantó para coger una carta que estaba sobre la repisa de la
chimenea y se la entregó a Julie—. Llegó hace unos días. Creo que es de Dulcie.
— ¿Dulcie? —sólo durante un instante Julie tuvo un mal recuerdo, pero Rhys acercó una mano y
la posó en su muñeca.
— ¿Quieres que yo la lea? —preguntó él, pero Julie negó con la cabeza.
—No. Está bien. Sólo me extraña que me escriba a mí.
La carta de Dulcie era conmovedora:
Querida tía Julie:
Espero que tú y tío Rhys hayáis tenido unas vacaciones de ensueño. Nosotras vivimos ahora en
Londres y ya voy a la escuela con otra amiguita que vive en el mismo edificio que nosotras. Me
gusta vivir aquí porque hay calefacción, o eso dice mamá. Tenemos dos alcobas; una para mí
sólita. Cuando vivía en casa de tío Rhys tenía que dormir con mamá porque hacía mucho frío.
Muchos besos de
Dulcie.
Julie le pasó la carta a Rhys cuando terminó de leerla y vio cómo él sonreía. La miró y Julie se
dio cuenta de que pensaba lo mismo que ella. Luego le pasó la carta a William.
William la leyó con el habitual cinismo en lo que concernía a Dulcie.
— ¡Oh, vaya —comentó—. Al menos ella es feliz.
— ¿No lo somos todos? —preguntó Julie, y acarició a un gato que pasaba cerca de donde ella
estaba.

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