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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
Helen Bianchin
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
Contenido
Argumento
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
Argumento:
¿Cómo podría ella amar a ese diablo?
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
Capítulo 1
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Sumida en sus reflexiones había perdido la noción del tiempo. –Mamá,
¿estás segura de que deseas seguir con esto hasta el final? –preguntó por
enésima vez–. Sería menos doloroso si nos mantuviéramos fuera de este
asunto y esperásemos escuchar los resultados a través de los canales
oficiales.
Dios Santo, ¿qué podía responderle? Forzó una sonrisa, con una mezcla
de firmeza y fatalismo, y cogió a su madre del brazo.
–Entonces, vamos.
Sara deseaba gritar a los cuatro vientos que todo había sido un error.
Deseaba creer que todo era parte de una pesadilla, y que pronto
despertaría.
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Sara oyó esas palabras y se volvió hacia su madre.
Minutos más tarde se alegró de que el destino hubiera sido tan generoso,
porque no tuvo necesidad de emplear ningún subterfugio.
–Señor Savalje.
–¿Sí?
–Tan sólo he venido a una subasta –respondió él, arqueando una ceja
cínicamente–. ¿Es esto un crimen?
–¿No tiene suficientes propiedades ya? –el enfado dio brillo a sus ojos y la
hizo sonrojarse–. ¿Por qué esta casa, señor Savalje... si no para añadir sal
a la herida?
–Reciba mi más sentido pesar –expresó él, sin importarle lo más mínimo.
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–¡Guárdeselo! –exclamó Sara más enfadada por la aparente indiferencia
masculina–. ¡Por su culpa, Blair está muerto!
–No he tenido nada que ver con la muerte de su padre, señorita Adams –
endureció la mirada y ella experimentó un estremecimiento.
– ¿Ha terminado ya, señorita Adams? –el único signo visible del enfado
masculino era que apretaba los labios.
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durante un instante en sus oscuros ojos, pero en seguida se borró, y él
preguntó:
–¿Se siente ahora mejor? –la ironía restó importancia a la victoria de Sara.
–Hija, has tardado tanto que pensé que habías tenido algún problema –
dijo Selina ansiosamente, mientras Sara se acomodaba detrás del
volante.
–Una idea fabulosa –asintió Selina–. Podríamos comentar las noticias que
tengo.
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–Me temo que mañana no –repuso Sara frunciendo el ceño–. Debo asistir
a un seminario en Southport, y por la tarde a una reunión de padres de
familia.
No era una perspectiva muy agradable, ya que John Peterson había sido
un admirador persistente durante varios meses, y ante el mínimo detalle,
podría creer que ella estaba dispuesta a ofrecerle algo más que su
amistad.
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–Buenos días, hija. ¿Has dormido bien? –Selina se inclinó en su silla frente a
la mesa, mientras Sara entraba en la cocina para prepararse el
desayuno: café y pan tostado.
–Lo mismo –respondió la mujer con una sonrisa, y Sara evitó una mueca.
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–No va a salir todo tan mal, mujer –trató de consolarla–. Sea cual sea el
resultado, no nos van a meter en la cárcel –y sonrió
despreocupadamente para matizar la situación de buen humor–. Se
acordará un tiempo límite, en el cual deberemos pagar la cantidad
pendiente –le apretó la mano–. Trabajando ambas podremos pagar
cualquier deuda sin hacer demasiados esfuerzos.
–Te pareces mucho a Blair –replicó la madre con una sonrisa triste–. Debió
vivir desesperadamente durante meses, sin embargo, nunca lo demostró.
Prométeme que serás sincera conmigo –suplicó.
–Te lo prometo –declaró Sara a ia ligera. Selina había nacido para ser
mimada y protegida de los problemas de la vida. Parecía una figura de
porcelana.
Una ligera capa de carmín dio color a sus labios. Seguidamente, buscó su
carpeta y revisó su contenido. Se colgó el bolso al hombro y fue a la
cocina, donde se encontró a Selina y a John charlando.
–Gracias, querida.
–Es más fácil tener todo junto –replicó Sara mientras se sentaba, después
de colocar la carpeta en el asiento trasero del coche.
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–Espero que dure. Ocurre rara vez –agregó él, mirándola de soslayo–. Uno
tiende a cansarse un poco con el paso del tiempo.
–Esperaba que dijeras eso. Tengo un tío que posee una casa fabulosa
frente a la playa, no muy lejos de aquí. Me tomé la libertad de llamarle
anoche y nos invitó a cenar a los dos. Nada formal –se apresuró a añadir,
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al percatarse de que la joven fruncía el ceño–. Simplemente, una
barbacoa. Y hay piscina.
–La reunión de padres de familia empieza a las siete y media –le recordó
Sara–. ¿Nos dará tiempo?
–No te preocupes, tengo una hija que debe ser de tu estatura y tu talla.
Debe valerte alguno de ella.
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Minutos más tarde Sara se miraba en el espejo con un gesto de
resignación. Mostraba más de lo que hubiera deseado; el minúsculo bikini
blanco, apenas le tapaba nada. Apresuradamente, la chica cogió un
albornoz y se lo puso.
–No estarás hablando en serio –rió él–. Tener invitados es algo normal
para ellos. Mi tío trata la mayor parte de sus negocios en reuniones
sociales, como la que va a haber ahora. La tía está tan acostumbrada a
recibir invitados inesperadamente, que la llegada de dos no le afecta en
absoluto. Tranquilízate –ordenó John, recorriendo con una mirada casi
hambrienta la silueta femenina–Disfruta.
Una cabeza oscura emergió junto a ella segundos más tarde, y la joven
se volvió y empezó a nadar con brazadas rítmicas hacia un lado y otro
de la piscina con la intención de salir después. En el momento de
hacerlo, una mano le asió el pie izquierdo y la hundió; cuando emergió,
tosía sin cesar e intentaba coger aire.
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De pronto, un extraño cosquilleo la hizo volver la mirada hacia la casa, y
un segundo después experimentó un verdadero impacto cuando se
encontró con un par de ojos oscuros que la recorrían burlona y
cínicamente.
Sin darse por aludida, se volvió para ir hacia los vestuarios. Se dio una
ducha y luego se vistió.
–Oh, vamos, Sara –protestó él, riéndose–. Te tomas las cosas demasiado
en serio.
–Señor Savalje.
–Me gustaría presentarte a uno de los socios de mi tío –dijo John–. Sara
Adams... Rafael Savalje.
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–Señor Savalje –respondió fríamente.
Sara sintió su mirada fija en ella durante un instante, y forzó una sonrisa
algo sarcástica, para volverse después hacia John, como si el otro
hombre no existiera.
–¡Cielos! –Refunfuñó John, segundos más tarde, al llegar junto a ella–. ¿Te
das cuenta de tu actitud al ignorarle por completo?
–¡Qué... desagradable!
–Las mujeres hacen lo que sea por una sonrisa suya... –prosiguió John con
una mueca de desagrado–, y no se diga, por otra cosa.
–Tiene demasiado para conseguir cualquier mujer que desee... aun sin su
talonario de cheques –recalcó John lleno de envidia, y añadió como si
fuera un reto– ¿No te inquieta?
–No tengo mucho apetito –dijo de repente, y sintió calor a pesar del
agradable aire vespertino. Segundos después se disculpó, dejando el
plato, y miró el reloj para recordar a John– Son más de las siete, John.
Debemos irnos.
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Él accedió, y Sara suspiró aliviada cuando cinco minutos después
estaban ya en la carretera.
–Supongo que será mejor que unamos nuestras fuerzas –comentó John–.
Nuestro estimado director deseará escuchar todos los detalles –suspiró y
sonrió sarcásticamente–. Ya le estoy oyendo: «La educación es un asunto
serio, Peterson».
–Como tú digas –repuso él con voz afectada–. ¿Algo más que agregar?
¿Quizá debería detener el coche para tomar notas?
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Capítulo 2
– ¡Cielos, qué calor hace! –Exclamó, al mismo tiempo que abría varias
ventanas para refrescar la atmósfera de una de las habitaciones y
después, se dirigió a la cocina–. Hace demasiado calor para guisar. ¿Te
apetece una ensalada? Podríamos comer jamón de york enlatado y
algo de fruta –sacó dos vasos del armario de la cocina, y los llenó con
zumo de naranja, luego regresó al vestíbulo–. Aquí tienes... justo lo que te
ordenó el médico –ofreció sonriente, pero le extrañó la expresión de
angustia de su madre–. ¿Qué ocurre? –preguntó en voz baja,
dirigiéndose apresuradamente al lado de Selina.
Sin decir nada, le dio una carta a Sara, quien la leyó en voz baja y con los
labios apretados.
–No pueden sacar de donde no hay –repuso con una falsa sonrisa, a la
vez que miraba a Selina por encima de la hoja de papel– Hemos vendido
prácticamente todo lo que teníamos; estamos viviendo en un piso
pequeño, que aunque es cómodo, no es nada del otro mundo, y por si
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fuera poco, ambas estamos trabajando. Me pondré en contacto con el
señor... –buscó en la carta el apellido de la firma– Shearer, mañana a
primera hora. Concertaré una entrevista con él. Estoy segura de que no
hay motivos para preocuparse. «Bonitas palabras», pensaba Sara
escépticamente, mientras salía de las elegantes oficinas de los abogados
Sutcliffe, Tripp y Finnegan, al día siguiente por la tarde. El señor Sutcliffe
había sido amable, pero se había mantenido firme ante su decisión. Sara
le preguntó directamente si su cliente era Rafael Savalje. La joven tuvo
que hacer todo lo posible por mantenerse serena, cuando recibió una
respuesta afirmativa por parte de aquel hombre. Salió de la oficina, y
bajó en el ascensor hasta la planta baja.
–El señor Savalje –dijo Sara con voz firme, a lo que la secretaria respondió
que su jefe no estaba–. ¿Cree que vendrá? –preguntó Sara, armándose
de paciencia.
–Por favor –insistió Sara–. Es importante. Llamaron por teléfono, pero allí les
dijeron que el señor Savalje había salido y no sabían donde podía estar. –
¡Maldición! –exclamó Sara.
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instrucciones de intentarlo sólo en casos de urgencia –terminó aún más
indecisa, y Sara decidió aprovechar la oportunidad.
–Hay algo que debemos discutir –comenzó a decir sin preámbulos, y notó
que él arqueaba una ceja con expresión divertida. Esto la incitó a no
sentirse en desventaja y le miró fijamente–. ¿Siempre atiende los negocios
en el despacho de la secretaria?
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La mirada que Sara le lanzó habría intimidado a cualquier otro hombre,
pero no causó ningún efecto en él, que en aquel momento, le señalaba
un pasillo hacia la izquierda.
Ella pasó rápidamente frente a él, y sintió una sensación extraña cuando
Rafael cerró la puerta dé la oficina.
–Tome asiento –era una orden, lo cual, irritó aún más a la joven.
–Desde luego.
–Sus intenciones son loables, pero poco realistas –opinó Rafael sin dejar
de mirarla–. ¿Puedo preguntarle si su madre está de acuerdo con usted?
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–Selina sería la última persona capaz de abandonar una obligación –
declaró Sara firmemente. Él arqueó una ceja.
–¿Qué quiere decir? –Ella alzó la voz–. ¿No le basta con haber dejado a
mi madre deshecha emocionalmente?
–Es una idea sugestiva –contestó Rafael Savalje con burla y sarcasmo, y
sin más, la mano femenina golpeó su rostro.
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–¿Qué ocurriría si le dijera que su madre volviera a su antigua casa, sin
pagar nada de alquiler durante el resto de su vida?
–Todo lo contrario –una sonrisa curvó los labios de Rafael–. Ana sólo
necesita una dosis razonable de cariño materno.
–Será mejor que las diga –pidió Sara con un tono exigente.
–Para serlo, tendría que casarme con usted –dijo Sara en voz baja, y
palideció al verle asentir con la cabeza.
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–Veo que lo entiende –él seguía empleando el tono sarcástico y burlón.
–No puede estar hablando en serio –musitó perpleja, y vio cómo sonreía.
–La amaba –gimió ella, sintiéndose herida por la crítica masculina–. Ella
era su vida, la única razón de su existencia.
–Amo a mi hija.
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–Tal vez –concedió Sara ásperamente–. Pobre pequeña, siento lástima
por ella. ¡Si se parece en algo a su padre, mi tarea resultará imposible!
–Entonces, ¿acepta?
– ¡Sí…maldito!
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–Tan sólo ha empleado una sutil persuasión –repuso ella irónicamente, y
notó que Rafael sonreía. –Hay una diferencia.
–¿Quieres mi pésame?
Alzó una mano, pero ésta nunca llegó al blanco, porque él la asió la
muñeca con gran fuerza, y ella gimió de dolor.
Todo intento de escapar fue inútil, y se quedó sin aliento por el esfuerzo
de oponerse, y por la presión del beso masculino.
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sin lograr descifrar su expresión–. ¿Cómo es posible que espere que su hija
crea en algo tan falso?
–Me han dicho que soy capaz de complacer a una mujer... cuando me
lo propongo –comentó él y la cogió de los hombros para atraerla hacia
sí.
–¡Es un... bruto! –un instante después sintió el impacto de los labios de
Rafael sobre los suyos. Los labios masculinos fueron cálidos y acariciantes.
Sin darse cuenta, respondió en medio de una sensación que corrió como
fuego por sus venas.
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–No somos tan incompatibles como pensabas –dijo Rafael con una
mueca, mientras la soltaba.
–Lo atribuyo a... sus... –se calló deliberadamente, y luego prosiguió con
una tenue sonrisa–:... talentos superiores –seguía sonriendo
maliciosamente–. Convertirme en tu esposa podría depararme
momentos interesantes.
–Cena conmigo.
–No puedo –se negó. Más que una petición le había parecido una
orden–. Selina me espera en casa.
–Es importante que Ana te conozca, ¿no estás de acuerdo? –su expresión
era indescifrable–. Cenar en mi casa te brindaría la oportunidad.
–¿Tiene que ser esta noche? –esa perspectiva resultaba inquietante, ella
habría preferido afrontarla con más de quince minutos de anticipación.
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–Cuanto antes, mejor, si se supone que debo anunciarle nuestro
inminente matrimonio.
–No deseo cenar contigo... De hecho –le miró llena de rencor.– eres para
mí un ser despreciable.
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–No tienes corazón –Sara no pudo disimular su amargura.
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Capítulo 3
–Llama a tu madre.
–Tiene línea directa –le indicó, sin dejar de mirar hacia la carretera. La
joven contuvo una sonrisa y marcó el número.
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–Estamos a menos de diez minutos de mi casa –le informó– Creo que no
necesito recordarte tu comportamiento en presencia de mi hija. Una
palabra fuera de lugar, Sara –le advirtió–, y es a mí a quien deberás
darme cuentas.
–Me agrada que me hayas llamado por mi nombre, así a Ana le causará
mejor impresión.
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–Mi hija ya te conoce –contestó Rafael, y se colocó junto a ella.
–Ana fue invitada a una fiesta de niños a la que asististe hace varias
semanas –sonrió sarcásticamente–. Desde entonces, has sido alabada
con frecuencia.
–Fue en casa de los Albertson –declaró él, y la asió del codo con fuerza,
señalándole una enorme puerta–. ¿Vamos?
El disminuyó la presión sin disculparse, y Sara dudó que alguna vez Rafael
fuera capaz de pedir disculpas a alguien.
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delicada, de ojos marrones y pelo castaño. Llevaba puesto un vestido
estampado en tonos alegres.
–Qué tal, Ana. Espero que te guste que haya venido a cenar.
–Estoy seguro de que Tomás le habrá dicho que he traído una invitada –
replicó Rafael con voz solemne, y al momento le preguntó
cariñosamente– ¿Cómo te ha ido hoy en el colegio?
–Bastante bien, papá –la niña contestó a la vez que miraba a Sara de
reojo–. La hermana Monique está muy contenta con los resultados de mis
exámenes, y hoy, ya he hecho los deberes –acabó precipitadamente.
Rafael sonrió y le acarició la punta de la nariz.
–¡ Muy bien, cariño! Por lo tanto, no hay razón para no dejarte levantada
esta noche media hora más, así podrás ayudarme a entretener a la
señorita Adams, ¿no es cierto?
–¿Y tú qué tal día has tenido, papá? –era una pregunta cariñosa y
sincera, y Sara no pudo evitar sentir simpatía hacia la hija de Rafael
Savalje.
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Sara se maravilló ante el enigmático rostro masculino, y se estremeció al
contemplar la reacción que había tenido con su hija, el hombre con
quien se iba a casar.
Silvia Savalje resultó ser todo lo contrario a la mujer de rostro severo que
Sara había imaginado. Poseía facciones finas y modales exquisitos, y
aunque al principio la dama se mostró algo intimidada, después de
quince minutos de conversación, acompañada de un excelente vino,
Sara comenzó a sentir que los miembros de la familia Savalje eran
estupendos.
Clara, la esposa de Tomás, fue quien sirvió la cena. Entre plato y plato,
charlaban casi continuamente. Se preguntó cuántas mujeres, amigas de
Rafael, habrían tenido el privilegio de cenar con aquella familia, pero
inmediatamente descartó ese pensamiento, ya que las amistades
femeninas de Rafael probablemente habían cenado con el en lugares
más discretos.
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–Ya te había dicho que la señorita Adams era muy guapa, ¿verdad,
papá?
–Felices sueños, cariño –le acarició una mejilla–. Sara nos visitará muy
pronto, te lo prometo.
Era una criatura encantadora, lo cual, dio pie a Sara para inclinarse
favorablemente hacia la propuesta que le había hecho Rafael,
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–¿Necesidad? –él arqueó una ceja y sonrió–. No estoy de acuerdo
contigo. Ni Ana ni mi madre me perdonarían si, por desgracia, te
ocurriera algo
–Veo que vuelves a ser la mujer agresiva de hace unas horas–observó él.
–Del mismo modo que tú, un bárbaro –agregó ella con simulada dulzura.
–Nunca.
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–Ana se muestra deseosa de convertirse en una devota esclava. Es una
criatura encantadora –repuso ella sinceramente, tratando en vano de
descifrar la expresión masculina en la penumbra. A diferencia de su
padre, ¿no es cierto? No deja de sorprenderme que venga de...
–¿Mi sangre?
–¿Y no era eso lo que querías? –interrogó. El sólo hecho de imaginar ese
viril cuerpo desnudo, era más que suficiente para acelerar el pulso de la
joven y hacerla sonrojar.
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–¡Sabes a lo que me refiero! –la chica comenzaba a ponerse nerviosa.
–Tienes una idea muy desacertada del tipo de hombre que soy –dijo él
suavemente.
–Pobre Sara. ¿Valen tanto tus alumnos, como para que les dediques
tanto de ti misma?
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El enfado la cegó, y golpeó con los puños, primero un hombro y después
el pecho masculino.
–¡Vete al infierno!
En una súplica silenciosa, agitó las manos como pidiendo que le soltara, y
luego, al sentir que los labios masculinos se deslizaban por su cuello,
abandonó la lucha.
La tensión entre ambos se atenuó poco a poco. Por fin, Rafael la soltó
con un gesto de desagrado. Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas,
lo cual le impidió hacer frente a la mirada de él
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En silencio, Sara cogió la llave de la mano masculina y pasó frente a él,
hacia el recibidor. Después, se volvió para cerrar la puerta, dejando al
otro lado de ésta a Rafael.
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Capítulo 4
–Tengo una fuerte jaqueca, Suzy, eso es todo –respondió, forzando una
sonrisa.
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–Entra, Sara.
–Voy a casa –dijo fríamente, evitando mirarle a los ojos. Oprimió con
fuerza la carpeta, mientras intentaba seguir su camino–. El auto llegará
en cualquier momento. Lo perderé si no me apresuro.
–¿Como qué?
–¡Quisiera hacerlo!
–Entra, Sara. No estaría bien que alguno de tus amados alumnos te viera
en un arranque de mal humor.
–¿Adonde vamos?
–Confía en mí.
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Pasaron Beenleigh y llegaron a Sothport. Sara le miró interrogante.
–Debo pasar por mi oficina –le informó Rafael–. Te prometo que sólo serán
cinco minutos –el coche disminuyó la velocidad al entrar en el
aparcamiento.
Tal y como había dicho, cinco minutos después, Rafael volvía a ponerse
detrás del volante. Centró toda su atención en ella, a la vez que le
colocaba un pequeño estuche sobre el regazo.
–¡Ni en un millón de años! –estaba casi histérica. Los sucesos de los días
anteriores, empezaban a causar efecto en ella.
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Rafael redujo la velocidad frente a un edificio hexagonal de
apartamentos, y entró en un aparcamiento subterráneo.
–¿Insinúas que si inclino la cabeza ante tus deseos, tendré una vida
dichosa? –La incredulidad de ella se transformó en amargura–. Tú y yo
somos como el agua y el aceite.
–Tienes una sola opción, si deseas contar con mi ayuda para terminar
con las deudas de tu difunto padre, y reinstalar a Selina en casa –declaró
él cruelmente.
–No deberías odiarme a mí, sino a las circunstancias que nos han hecho
encontrarnos.
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–¿A quién podría desagradarle? ¿Pasas mucho tiempo aquí?
–Alguna que otra noche –la miraba de frente–. Ana acepta mi ausencia
debido a las presiones de los negocios.
–Ah, los negocios –dijo Sara con un sutil énfasis, y le vio son reír
cínicamente.
–No finjo seguir la vida de un monje –aclaró él, al mismo tiempo que se
encogía de hombros.
–¿Qué quieres beber? –él se dirigió hacia el mueble bar, y San suspiró.
¿Relajarse? ¡Debía estar bromeando!. Sara eligió una silla y tomo asiento.
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–¿Se lo has dicho? –Sara abrió los ojos desmesuradamente.
–Ya entiendo –musitó ella, y dio un gran trago para infundirse valor. ¡Era
algo que necesitaba mucho!
–Lo que sea... Todo lo que consideres que debo conocer –replicó ella
llena de impotencia. El alcohol empezaba a subírsele a la cabeza, y
tenía la sensación de estar flotando.
–La madre de Ana murió al dar a luz –empezó él sin ninguna emoción
aparente–. Beatriz estaba embarazada de ocho meses cuando tuvo un
accidente automovilístico. Sólo pudieron salvar a la criatura, aunque,
durante un tiempo, su vida estuvo pendiente de un hilo. Gracias a Dios,
sobrevivió –su expresión mostró cierto sarcasmo–. ¿Satisface eso tu
curiosidad?
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Para consternación de la joven, él le rodeó los hombros con un brazo y le
lanzó una cálida sonrisa.
–Espero que sepas arreglártelas con él, querida. Es todo un hombre –la
insinuación era muy directa, y la joven sintió un tenue rubor en las
mejillas–. Qué pena, Rafael, la hemos hecho sonrojarse.
Durante las dos horas siguientes, una modelo de la firma, exhibió una
interminable colección de trajes. Sara se inclinó hacia Rafael para
murmurarle escandalizada:
La selección del vestido de novia, se redujo tan solo a elegir entre dos. Y,
al final, Rafael le pidió a Margarita su experta opinión Sara contuvo una
sonrisa ante este hecho.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
Eran algo más de las siete cuando salieron de la tienda para dirigirse al
apartamento de Rafael.
–Llama desde arriba –dijo él–. Serviré algo de beber mientras le das las
noticias –su expresión era sarcástica, pero se borró inmediatamente–.
Imagino que desconoce nuestro inminente matrimonio.
Selina le haría.
–Creo que primero tomaré esa copa –decidió la joven minutos más
tarde, y cruzó el alfombrado recibidor para admirar la vista que se
divisaba desde una de las ventanas.
–Es un placer.
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La llamada fue breve; aparte de decir a su madre que no la esperara
levantada, Sara fue muy concisa.
–¿Dudas de mí?
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–Podrías incluso darme de comer como si fuera una niña pequeña –se
aventuró a decir sarcásticamente.
–¿Una cena íntima para dos? –preguntó Rafael con la misma ironía.
–¡Qué... comodidad!
–Mis padres se fugaron siendo muy jóvenes –prosiguió él con una sonrisa–.
Son de Andalucía, españoles, abandonaron sus respectivas familias para
ir primero a Italia y luego a Grecia –se encendió un brillo diabólico en sus
ojos oscuros–. Yo llegué a este mundo en un barco que cruzaba el
Atlántico con destino a Sudamérica, y tenía diez años cuando salimos de
Argentina rumbo a Australia –sonreía reflexivamente.
–Y eres tan duro y despiadado como uno de ellos –dijo ella, y vio cómo
Rafael apretaba los labios.
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–La intimidación es un arma que empleas envidiablemente –replicó la
joven.
–¿Piensas eso?
–Entonces come un poco de este otro –recorrió con los ojos facciones
sonrojadas, y curvó los labios en una sonrisa–. No ganaras nada
comportándote como una niña mal educada. Bebe un poco más de
champán –y procedió a llenarle la copa–. Te ayudará a recuperar el
apetito.
Fue cuando terminó de cenar, cuando empezó a sentir los efectos del
champán.
–¿Más champán?
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¿Se atrevería? Quizá una más, decidió. Probablemente, la ayudaría a
sentirse más tranquila; además, no debía preocuparse por conducir.
Asintió con la cabeza, y alargó el brazo con la copa; después dio un
buen sorbo.
–¿Por qué no? –Se puso de pie y anduvo sobre la alfombra teniendo la
sensación de que estaba flotando. De pronto, se volvió hacia Rafael
para decirle–: No he visto el apartamento
Era pequeño, pero muy agradable. Tenía todas las comodidades que
alguien podía desear.
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Suavemente, la boca de Rafael buscó la suya y después, la delineo a
continuación deslizó los labios lentamente por su mejilla.
Sin una sola palabra, Rafael la atrajo hacia sí, y terminó de arreglarle la
ropa.
¿Era su propia voz? Tal vez aquel suceso había sido sólo una pesadilla, y
en cualquier momento se despertaría. Sin embargo, la mano que le
sostenía el mentón era real, al igual que el hombre que la obligaba a
mirarle.
–No –musitó Sara con un evidente rechazo. Sus ojos, llenos de lágrimas,
tenían una expresión suplicante–. ¡Por favor!
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Sara se limitó a mirarle, cuando una lágrima inoportuna brotó hasta llegar
a la comisura de su boca, haciéndola sentirse humillada.
–No vaciles, querida –dijo él con una sarcástica advertencia, que la joven
captó.
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–No te lo aconsejaría –dijo él suavemente.
–Ah querida –dijo él con una sonrisa–, sea lo que sea lo que sientes por
mí, estoy seguro de que no es odio.
Rafael sólo esperó hasta verla abrir la puerta, y segundos más tarde, el
Porsche salió disparado.
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Capítulo 5
que reflejaba la pequeña Ana. La niña iba vestida con un traje igual que
el de la novia, Daba la impresión de que estaba viviendo un cuento de
hadas. Su boca dibujaba una sonrisa perenne en el rostro. No había
ninguna duda de lo feliz que se sentía ante el matrimonio de su padre.
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–No perderé el conocimiento junto a ti –replicó ella, y deliberadamente
alzó la copa de champán para darle otro sorbo.
– ¿Qué insinúas?
–¿Para la charla de último momento entre madre e hija? ¡Creo que estás
demasiado anticuado, si crees que necesito consejos sobre todo eso!
–¿Puedo ayudar?
–Llegas justo a tiempo –dijo Sara, a la vez que intercambiaba una sonrisa
con Clara y extendía una mano hacia la niña–. No he decidido aún qué
ponerme. Venga, ayúdame.
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había un vestido que me gustó más que ninguno. Es verde, del color de
tus ojos –terminó casi sin aliento, y corrió hacia el espacioso armario.
–Me parece muy bien –le aseguró la joven suavemente, mientras cogía
una mano de la pequeña.
–Me alegro mucho que papá se haya casado contigo –decían Ana con
sinceridad–. Hasta la abuela está de acuerdo.
–En efecto.
Sara sintió un vacío en el estómago, al oír una ronca voz varonil, e hizo un
esfuerzo para volverse y sonreír.
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–Por supuesto, pequeña –sonrió él indulgentemente–. Bajaremos juntos.
–¿Qué te ha retenido?
Sara miró el rostro varonil que le sonreía, mientras le rodeaba los hombros
con un brazo.
–¡Eres insufrible! –le dijo a Rafael, una vez en el coche. – ¿No tienes
ninguna otra maldita cosa que decir?
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–¡Sí... maldito tú! ¡Maldita tu fingida arrogancia! ¡Cómo te has atrevido a
besarme de esa forma delante de todos!
–¡Te odio! Lo sabes. ¿Qué esperas? ¿Qué me derrita por el simple hecho
de mirarte?
–Sal, Sara.
–¡Auch... duele!
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–Ni la mitad de lo que vas a sentir dentro de nada –dijo Rafael
amenazador, por lo que la joven reanudó sus esfuerzos para liberarse,
con tal frenesí, que acabó gimiendo, casi sin aliento,
Sara sintió que sus pies tocaban el suelo, y luchó para liberarse de los
poderosos brazos.
–Cómo te atreves a cogerme así, como si fuera una... una. –no encontró
la palabra adecuada.
–Tengo una deuda que cobrar –la joven se estremeció de pies a cabeza.
–Y yo soy esa deuda –dijo furiosa–. ¡Un objeto innecesario adquirido para
un propósito específico!
–¿Y lo eres?
–Respóndeme.
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–Me incitas a que me porte así contigo, ¿y después me haces esa
pregunta? –le cogió el mentón para obligarla a mirarle–. ¿No tienes ni
idea de lo que puedes provocar con esa beligerancia desenfrenada,
criatura?
–Me gustaría pasar las próximas diez horas borracha –declaró ella,
mientras miraba su amplia espalda llena de resentimiento.
–Pobre chiquilla –se burló, y ella le lanzó una mirada que habría hecho
mella en cualquier otro hombre, pero no en él–. Bebe esto –le ordenó
suavemente momentos más tarde–. Te calmará los nervios.
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–Te encargarás de eso, ¿no es cierto? –no intentó ocultar su amargura de
su voz. Sintió deseos de llorar al contemplar aquellas morenas y
enigmáticas facciones.
Sara hubiera querido gritar que lo lamentaba, que retiraba todo lo que
había dicho, pero ninguna súplica habría sido escuchada. Rafael la
besaba posesivamente.
Oh, Dios, pensó ella, nada podría ser peor que esto. En un momento de
desesperación, dejó de resistirse. No podía hacer otra cosa con aquel
hombre.
Sin oponerse, se dejó arrastrar por el sueño mientras las horas nocturnas
transcurrían. Una especie de letargo le impedía siquiera moverse.
Sin embargo, algo o alguien le hizo reaccionar por medio de una caricia.
–¡Oh!
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–Por fin te despiertas –dijo él lentamente, y los oscuros ojos parecían
ausentes mientras la observaba.
–¿Es muy tarde? –fingió un tono de voz normal, pero sentía un profundo
rubor en las mejillas.
–¿Tienes prisa por levantarte, Sara? –preguntó con un tono de broma Una
suave sonrisa curvó sus labios, mientras el rubor se acentuaba en la joven.
–Me gustaría darme una ducha –dijo entonces, sin poder ignorar el brazo
que había junto a ella, al mismo tiempo que Rafael se inclinaba.
–Más tarde –él le besó en un hombro y el cuello con tal sensualidad, que
la chica trató de huir.
–Shh, querida –sugirió él con voz ronca–. Siento una necesidad imperiosa
de poseerte.
–Ya es de día –protestó ella, intimidada por los oscuros ojos, y le vio
sonreír.
–No hay horario para hacer el amor, querida mía. Además, quiero sentir
el placer de tu respuesta.
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–He contemplado cada centímetro de tu cuerpo –le recordó
suavemente–. No tienes por qué sentirte avergonzada.
–Al menos, podrías darte la vuelta –pidió ella con voz insegura.
–Es mi turno –repuso Rafael tranquilamente, a la vez que corría una de las
puertas de la ducha para entrar.
–Si no te importa –dijo ella entre dientes–, ¡aún no he terminado! –le tenía
demasiado cerca, y retrocedió.
–¡No lo haré! –declaró furiosa, y él sonrió. Sin pensarlo, Sara le golpeó con
los puños.
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–¡Suéltame! –se estremecía enfurecida mientras trataba deliberarse. Le
sostuvo la mirada, pero cuando se percató de la parte de su cuerpo que
atraía la atención de él, instintivamente, se cubrió el pecho, al mismo
tiempo que gritaba–. ¡No! –pero Rafael ya la había atrapado para
besarla. Su resistencia resultó inútil.
Al cabo de unos instantes, fue la propia Sara quien se colgó del cuello
masculino y se arqueó contra Rafael, como si hubiera perdido el sentido.
Un fuego abrasador le recorría el cuerpo y le hacía perder toda noción,
excepto el deseo de entrega.
–Abrázame.
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Una vez que la depositó sobre la cama, Rafael comenzó a acariciar, con
suaves y sinuosos movimientos, cada centímetro de la delicada piel
femenina.
–Si permaneces así mucho tiempo, estaré tentado a iniciar una sesión
más de amor.
–¡Bruta! –Gruñó él, y le apretó la muñeca con fuerza–. Crees que has sido
maltratada, ¿eh? Quizá deba demostrarte lo considerado que he sido
hasta ahora –los ojos oscuros centelleaban, mientras se inclinaba hacia
ella para besarla brutalmente. Y después, sin ningún preámbulo, procedió
a poseerla sin contemplaciones.
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Después, Rafael se separó de ella con un brusco movimiento y se levantó
de la cama. Estaba de pie, en el centro de la habitación cuando le dijo:
–Me gustaría serlo –declaró Sara con tono sombrío–. ¡Te dejaría marcado
para toda la vida!
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–La mayoría de las mujeres darían cualquier cosa por poder
abandonarse al acto sexual.
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–Has sido tú quien lo ha insinuado –respondió trivialmente, mientras
sonreía.
–Me consideras un salvaje sin principios, muy lejano del adorado que soy
para mi hija, ¿verdad?
Sara no supo qué contestar. El pensar en ser amada por un hora por un
hombre como él, le alteraba los sentidos. Tragó saliva y respondió:
–Recogeré la mesa y fregaré los platos –dijo ella con voz cansada, y
también se levantó. Empezó a juntar los platos sucios, pero Rafael le
advirtió:
–El apartamento tiene servicio, Sara –le informó él. La joven se encogió
de hombros.
Aunque Rafael trataba de ser amable con la joven, Sara no se sentía feliz.
Se sentía demasiado sensibilizada, hasta el punto, de que cualquier cosa
la afectaba desmedidamente.
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Al caer la tarde, sobrevino la oscuridad, y con ello, la noche. Rafael no
aceptó ninguna reacción negativa ante sus impulsos amorosos, y Sara,
aunque luchó fieramente, lo único que consiguió fue despertar aún más
los instintos de su marido. La chica terminó llorando amargamente,
pensando que el destino había sido injusto, al haberla atado a un
hombre como él.
–¿Te importa?
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Toowoomba se encontraba a pocos kilómetros al oeste de Brisbane, en
una planicie alta. Rafael resultó ser un estupendo guía, y mientras el día
iba transcurriendo, la joven se iba sintiendo cada vez más relajada en su
compañía.
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Capítulo 6
intentar lograr una fuerte amistad con la hija de Rafael. Esta tarea resultó
bastante fácil, ya que Ana era encantadora. Era admirable en ella, que
hubiera aceptado con tanta tranquilidad las segundas nupcias de su
padre. Por otro lado, Silvia, la abuela, resultó también muy agradable,
aunque en ocasiones, algo reservada. Dedicaba interminables horas a
hacer colectas, por lo que Sara la veía rara vez, fuera de las horas de
comida.
–Estás encantadora.
–Si estás lista, vámonos –indicó Rafael, al mismo tiempo que se subía el
puño de la impecable chaqueta oscura, para mirar la hora Él parecía ser
el símbolo de la elegancia masculina, su silueta musculosa ataviada con
un elegante traje de noche, no escondía lo más mínimo, la innegable
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virilidad que poseía, y, de repente deseó que la velada hubiera
terminado. Nunca antes, le había molestado asistir a cenas de caridad,
pero aquella noche, sentía una extraña apatía.
–Le prometí a Ana que iría a verla para que pudiera ver mi vestido nuevo
–dijo con voz suave, y él sonrió.
–Es una chiquilla muy cariñosa. Resultaría difícil no sentir cariño por ella.
–Ten cuidado, Sara –dijo Rafael entre dientes–. La mecha que enciende
mi enfado es inagotable.
Sara soportó las caricias con rabia por dentro. ¿Cómo la podía utilizar
para una farsa como esa? Le sonrió con simulada dulzura y se separó de
él para sentarse en el borde de la cama de Ana. ¿Te gustaría que te
contara un cuento, o ya te lo ha contado Clara? Pregunto a la chiquilla.
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¿Te importa, papá? ¿Por qué habría de importarme? –respondió Rafael,
con una sonrisa de resignación.
–Cuéntame algo gracioso que hayan hecho tus alumnos –pidió–Ana; con
una sonrisa, Sara procedió a relatarle un incidente que había ocurrido.
Rafael las observaba paciente, con expresión divertida; después con una
sonrisa de pesar, se aproximó a la cama y arropó a la niña,
–Ya es hora de que Sara y yo nos vayamos, pequeña –se inclinó para
besarle en una mejilla–. Mañana iremos a Nooroobunda, Estoy seguro
que te encantará venir, ¿verdad?
–Oh, te adoro –los ojos de Ana irradiaban felicidad; después miró a Sara y
le sonrió con cierta timidez–. A ti también Sara. Ahora somos una
verdadera familia –suspiró, y agregó en seguida con la espontaneidad
de los niños–: Ya tengo sueño; buenas noches, papá. Buenas noches,
Sara. Que os divirtáis.
–¡Cielos! –musitó ella, sin desear hacerlo en voz alta, pero Rafael ya se
había vuelto a mirarla con una sonrisa burlona.
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–Dudo que alguna persona de las asistentes diga algo referente a
aquello.
–¿Lo dices para que me sienta mejor? –preguntó, mienta abría la puerta
del coche. Después Rafael cerró el coche y juntos se dirigieron a la
entrada principal.
–Será difícil –declaró ella, sólo para escuchar la divertida respuesta de él.
–¡Rafael... querido!
Ante el sonido de una voz femenina, Sara se dio la vuelta, y tuvo que
reconocer que la mujer que se dirigía hacia ellos era muy atractiva. Iba
elegantemente vestida. Sin duda, su vestido azul de seda, debía ser
creación de un modista famoso.
–Renée –dijo Rafael con tono formal, y Sara tuvo la extraña sensación de
que la presencia de la recién llegada no le había gustado–. Renée
Laquet... mi esposa Sara –él enfatizó las dos primeras palabras, al mismo
tiempo que elevaba la mano femenina para besarla lentamente. Había
tal expresión de intimidad en los ojos oscuros, que Sara se sintió un poco
cohibida.
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Rafael –dijo Renée casi con un puchero–, estás gastándome una broma –
le miraba con una avidez casi enfermiza, y Sara contuvo la respiración en
espera de la respuesta masculina.
–Vaya, vaya –musitó Sara sin que pudiera ser escuchada más que por él–
Debiste informar a tus antiguas amiguitas de nuestro matrimonio. ¡Ésa, en
particular, ha quedado desolada!
–No tengo que rendir cuentas a ninguna mujer, Sara –dijo a secamente–.
Y a Renée, menos que a ninguna.
–Cielo santo –exclamó Sara con voz enronquecida y abriendo los ojos
con exageración y burla–. No necesito que me des ninguna explicación,
querido –le vio entrecerrar los ojos para mirarla–. Des pues de todo, te has
casado conmigo, ¿no es cierto?
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–Eres perversa, Sara –la mirada oscura parecía divertida–. El camarero
está a punto de conducirnos a nuestra mesa –agregó en seguida–. Quizá
sea el momento de mostrar tu sonrisa más cautiva dora para beneficio
de los presentes, ¿no crees?
Vio varios rostros conocidos, cuya presencia indicaba que la cena era un
acontecimiento de gran prestigio; también se percató de algunas
miradas interrogantes al verla sentada en compañía de Rafael Savalje.
Sin duda, antes de que terminara la cena, todos estarían informados de
su nuevo estado civil.
Ante aquellas palabras, Sara alzó el rostro y se topó con una expresión
apasionada en los oscuros ojos, lo que le produjo un estremecimiento.
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–Rafael –preguntó suavemente, animada por la presencia de tanta
gente–. ¿Qué pensarán todos?
–¿Cómo has podido ser tan cruel? –Prosiguió ella con aparente dulzura–.
La pobre mujer está desolada por tu rechazo.
–No estás siendo muy convincente, amada mía –se mofó, y ella estuvo a
punto de insultarle.
–Te odio –musitó por fin, y en seguida la boca de él ya sobre la suya con
un ademán de posesión; en ese momento, le odió con todas sus fuerzas.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
–Podría pegarte hasta que cada hueso de tu cuerpo resonara –le
amenazó, y ella sollozó.
–No sería la primera vez –y se esforzó por liberarse, pero descubrió que
estaba inmovilizada por sus fuertes brazos.
–Estás siendo muy posesivo, Rafael –declaró Renée con una ligera
mueca, al mismo tiempo que sacaba los cigarrillos de su bolsillo y se
colocaba uno entre los labios–. ¿Tienes mechero, querido? , parece que
he extraviado el mío.
–He visto algunas propiedades –empezó a decir Renée con voz suave,
después exhaló una espiral de humo, pero su atención solo estaba
centrada en Rafael–. Me agradaría conocer tu opinión. ¿Qué te parece
mañana?
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–Llama a mi oficina por la mañana y ordenaré a uno de mis empleados
que vaya al lugar –convino él.
–Por desgracia, estaré ocupado la mayor parte del día–se negó él–, Jake
Edwards es un empleado muy eficiente.
–Ya veo –los ojos de Renée centelleaban por la cólera, y Sara sintió un
miedo instintivo ante la antipatía de la otra mujer–. Aguardaré
impaciente a la próxima semana, cuando estés libre. Te llamaré por
teléfono –se puso de pie con un rápido movimiento y, después de una
sonrisa fingida, regresó a su sitio, que estaba al otro lado del salón.
–Eres todo un conquistador –dijo Sara con énfasis y una seca sonrisa, al
mismo tiempo que trataba de convencerse de que no le aportaba.
–¡No claro que no! –miró los ojos oscuros, penetrantes, y se las ingenió
para encogerse de hombros indiferentemente. ¿Te creo, mujer –afirmó él
con voz suave–. ¿Un poco más de vino?
–¿Por qué no? –Vio cómo Rafael le llenaba la copa, y luego dijo con
mofa– Por Renée y todas las que la antecedieron.
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–¡Qué solícito! –dijo enfáticamente–. ¡Qué afortunada soy al tenerte por
marido!
Rafael se puso de pie y cogió una mano para hacerla levantar después,
la sostuvo con firmeza entre las demás parejas de la pista pero en el
rostro masculino había una expresión de dureza.
–Rafael, ¿cómo puedes decir eso? ¿Debo suponer que golpearas a una
pobre mujer indefensa?
–Por Dios –replicó ella con voz escandalizada–. ¡Pensé que eras un
verdadero caballero!
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–Resulta evidente que Renée te considera algo extraordinario–insistió la
joven burlonamente.
–Lo lamento –musitó Sara, y su voz casi se perdió por el ruido producido al
encenderse el poderoso motor.
–Sal.
–Rafael...
–Por Dios Santo, ¿no estás llevando esto demasiado lejos? –había
desesperación en la voz de Sara, y vio temerosa cómo él daba la vuelta
para abrirle la puerta.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
–Te odio –dijo ella envalentonada mientras la puerta del piso se cerraba
tras ellos.
–No.
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llevó hasta el baño, donde abrió la ducha, y se bañaron juntos bajo el
cálido y reconfortante chorro de agua. Luego se secaron y se vistieron, y
abandonaron el apartamento cuando aún no había amanecido, para
dirigirse a casa.
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Capítulo 7
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–Ha pasado mucho tiempo desde que monté la última vez– confesó con
una sonrisa–. Tal vez, si hay alguna yegua mansa y más bien vieja, podría
atreverme a intentarlo.
–Hay ocasiones en que papá me deja montar con él y Bart – reveló Ana
mientras aguardaba a que su padre abriera la puerta y colocara la
escalerilla–. Aquí siempre nos vestimos de modo informal las comidas
solemos hacerlas al aire libre.
–Viene Bart –anunció Ana con una sonrisa afectuosa, y cogió a Sara de
la mano mientras se alejaban del avión–. ¡Oh, vamos a tener un fin de
semana estupendo! Me fascina venir aquí, igual que a papá –agregó la
pequeña–. Creo que le gustaría vivir aquí todo el tiempo.
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terrenos verdes. Detrás de la verja de entrada, había árboles frondosos y
una gran variedad de flores que daban un glorioso colorido a la casa.
Era de una sola planta, y estaba construida con ladrillos y con madera. El
camino de entrada, cubierto de grava, era delimitado por pequeños
arbustos y plantas de la región, y cuando la furgoneta disminuyó la
velocidad y giró para acercarse a la casa, vio una piscina. – ¿Te gusta?
Sara volvió la cabeza ante la voz varonil y se topó con los ojos de Rafael,
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– Pero esta también Benjamín –agregó Ana, porque detrás del pequeño
había un enorme pastor alemán, cuyo tamaño hizo que Sara moviera la
cabeza incrédulamente.
–¿Son amigos?
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–Sí –repuso sin mirarle, y después se sobresaltó cuando él le levantó el
mentón con un dedo, para no dejarla esquivar su mirada.
De pronto Sara tuvo dificultad para tragar saliva, y se recorrió los labios
con la lengua con gesto nervioso.
–Nada –musitó Rafael y entrecerró los ojos para mirarla–. No andes con
rodeos, Sara. Si tienes algo que decirme, hazlo.
–Pareces toda ojos –musitó él, al mismo tiempo que se acercaba a ella.
Con una ternura desusada, le colocó la copa en los labios–. Bébelo
despacio, Sara.
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–¡Dios Santo...! ¿Qué es?
–Coñac. Es fuerte, pero excelente para calmar los nervios. Toma un poco
más... te ayudará.
Sus ojos parecieron oscurecerse aún más, y después él dijo con gran
lentitud:
–Lo único que hice fue lograr que te desinhibieras sexualmente –explicó
él pacientemente, sin embargo, ella no logró controlar el rubor.
–No fue el odio lo que te hizo responder, perdida entre mis brazos, con tal
apasionamiento.
–Tontita. Eres más niña que mujer –Sara intentó luchar para librarse–.
¡Haces que un hombre dude entre darte una tunda o amarte! Tal vez
debería hacer ambas cosas.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
–Eso parece demasiado tiempo, querida –musitó él–. ¿Estás segura de
que podrás hacerlo?
–Ni siquiera te he besado –contestó Rafael, y le besó las sienes con sumo
cuidado, después deslizó su boca hasta la suya, para detenerse en la
base del delicado cuello–. ¿Sabías que eres muy atractiva? –musitó,
mientras le bajaba los tirantes del camisón. La joven lanzó un gemido
cuando la boca masculina descendió lentamente hasta su pecho.
«Deseo algo más que eso», pensó Sara. «Deseo que me quieras, que me
necesites, me ames... por completo. Lo que soy, lo que siento, hasta el
fondo de mi alma. No solamente mi cuerpo. Veo la devoción que sientes
por Ana, la ternura y el cuidado, y moriría por una sola mirada de esas o
por una caricia; por saber que poseo tu corazón, al igual que ella.»
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–No, Rafael –suplicó estremecida–. Por favor, esta noche no. Creo que no
podría soportarlo.
Sara daba lentos sorbos al café y miraba a Rafael. Parecía muy distinto
del poderoso hombre de negocios de la ciudad. Iba vestido con unos
pantalones de montar, y con una camisa de algodón, de manga corta.
Daba la impresión de que en ese momento, se movía con la misma
facilidad que en sus negocios de la ciudad.
Sara tenía sus dudas respecto a eso, sin embargo, sonrió y terminó el
café. Rafael se puso de pie y se dirigió hacia la puerta. Pero se detuvo un
instante y habló con cierta mofa:
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pantalones de montar; tú deberías hacerlo también. ¿Has traído
algunos?
–Sí –le aseguró la joven–. Estaré lista dentro de cinco minutos, ¿de
acuerdo?
–Eres estupenda, Sara –dijo por fin Ana–. Estoy contenta de que papá se
haya casado contigo. Recé mucho para que lo hiciera, porque me
gustabas mucho.
–¡Oh, Ana! –Sara sintió que las lágrimas amenazaban con brotar y las
contuvo–. Tu padre es un hombre muy afortunado al tenerte.
–Al tenernos –corrigió Ana seriamente–. Ahora, somos una familia. Tú,
papá y yo –oprimió la mano de Sara– Quizá muy pronto tendrás un hijo, y
eso sería maravilloso de verdad. Me encantaría un hermano, o una
hermana... o quizá ambos, algún día.
¡Santo Dios! ¿Qué podía decir a eso? ¿Gritar que no deseaba un hijo de
Rafael? Sería un vínculo que la uniría a él para el resto de su vida. Si
hubiera amor entre ellos, el hijo sería amado y bienvenido; pero ¡Rafael
era incapaz de amar a cualquier mujer, y a ella menos que a ninguna!
–Te has quedado callada –comentó Ana–. ¿He dicho algo malo?
–No, claro que no –se apresuró a asegurarle Sara–. ¿Dónde están los
establos? – y la niña señaló con una mano a la derecha–. ¿Son aquellos?
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un tranquilo galope, lo que le permitió relajarse después de los primeros
kilómetros.
El cálido sol les daba de lleno y secaba el aire, provocando que el sudor
mojara sus ropas. Sara recibió con alivio la decisión de los hombres de
descansar un rato. Se detuvieron junto a unos árboles.
–¿Aburrida?
–Vosotros dos –se escuchó la alegre voz de Bart–. ¿Vais querer compartir
la cantimplora o la terminamos Ana y yo? –Sara se reunió con ellos, y se
sentó bajo un árbol, junto a Ana
–No, pequeña –le respondió Ana, al mismo tiempo que se quitaba las
oscuras gafas de sol–. Sólo disfruto de la belleza de los alrededores.
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–Todo esto es precioso, ¿no crees? –comentó Ana con una sonrisa de
satisfacción.
–Te gusta estar con tu padre, ¿no es cierto? –era una declaración más
que una pregunta, y Ana no se apresuró a responder.
–¿Qué discutís vosotras dos? –preguntó con suavidad el que era objeto
de sus pensamientos, y Ana comenzó a reír.
–¿De veras? –él sonrió con una especie de mueca–. ¿Puedo preguntar
por qué?
–Dije que lo que más me gustaba era estar contigo –reveló la chiquilla
con una sonrisa–. Sara estuvo de acuerdo conmigo.
–A ver si te sirve de algo –le dijo Sara con una dulce sonrisa, en el
momento en que él extendía un brazo para ayudarla.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
–Qué entusiasmo tan desbordado –comentó Rafael–. Parece que las dos
mujeres de mi vida son muy fáciles de complacer.
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Helen Bianchin “Todo Por Amor (Fuego Fatuo)” (Wildfire Encounter)
–¿No tienes ningún respeto? –Dijo ella enfadada, y en seguida gimió
incrédulamente al verle meterse en la bañera–. ¡No puedes hacerlo!
–¿Así que quieres jugar, eh? –dijo él con voz ronca, y con suma facilidad
la atrajo, hasta que el rostro femenino quedó a pocos centímetros del
suyo–. Si ya has terminado de jugar, puedes frotarme la espalda –dijo
Rafael con ojos brillantes ante la impotencia femenina.
–¡Ni loca!
–¿Por qué es tan terrible compartir el baño conmigo, Sara? –musitó él.
–¿Preferirías que fuera de otra forma? –los ojos verdes centelleaban–. Sin
duda alguna, Renée sabe mucho más que yo de esto; ¡Quizá debería
preguntarle qué debo hacer–para proporcionarte placer!
–Y nadie dudará del motivo –se mofó él, y se rió a carcajadas al ver que
ella volvía a ruborizarse.
Sara miró a los toros sementales con mucho respeto, a pesar de que
consideró que su aspecto no era exactamente de fiereza.
–¿Preferirías que me diera igual? –se mofó él, mientras cerraba la puerta
de una patada.
–¿Un hijo? –los oscuros ojos brillaban al mirarla–. ¿Te importaría mucho
darme un hijo?
–Tienes una predisposición natural hacia los niños. ¿Por qué no tener uno
nuestro?
–¿Y por qué no toda una tribu? –preguntó agresivamente–. Soy joven y
estoy sana, sin duda, resultaría una buena matrona.
–Sé por qué lo has hecho. ¡Creo que jamás podré olvidarlo!
–Sara –le advirtió él–, en cualquier momento puedo darte esa tunda que
tanto te mereces.
–¿Y qué esperabas que hiciera contigo, querida? –levantó una mano
hacia el rostro femenino, y de pronto, Sara tuvo dificultad para tragar
saliva.
Capítulo 8
El Mercedes Benz avanzó por la carretera Gold Coast conducido por las
expertas manos de Tomás. Cuando llegaron a la fiesta, fueron recibidos
con cierta reticencia. En seguida se dieron cuenta que la causa era Sara.
Eran más de las cinco cuando se fueron. Ana estaba sentada junto a
Sara en el asiento trasero, y se mostraba feliz porque todo había salido de
acuerdo con sus planes.
–Sí, pero no puedo estar pegada a él como una lapa toda la noche –
explicó Sara; la niña pareció pensar algo antes de preguntar.
–No lo dudo, pequeña –Rafael sonreía divertido, y rodeó a cada una con
un brazo para dirigirse a la entrada principal–. Tu abuela te espera en el
vestíbulo –agregó él–. Mañana me contarás lo de la fiesta, ¿de acuerdo?
–Estás guapísima.
–Pobre Sara –se burló suavemente–. Con esos ojos y ese genio, te hubiera
pegado más tener el pelo oscuro.
Sara no volvió a decir una palabra hasta que llegaron a la casa de los
anfitriones, que resultó una mansión palaciega.
–¿Debería estarlo?
–Deberíamos comer juntos algún día, Sara –Renée se dirigió a ella como si
fuera una gran deferencia, y le sonrió–. Te llamaré.
–Tenemos tanto de qué hablar –musitó Renée, después lanzó una risita
que terminó casi en una muecas–. Por ejemplo, cómo lograste atrapar a
Rafael. Yo lo intenté durante varios años.
–¡Dios mío! –Exclamó Sara, y abrió los ojos con deliberada sorpresa–. Lo
hice sin el menor esfuerzo –y dirigió la mirada al aludido, para lanzarle
una dulce sonrisa–. ¿No es cierto, querido?
Sara no podía dejar de mirarle, y él se inclinó hacia ella, con una suave
sonrisa, para rozarle los labios con su boca.
–Ya estamos en casa –dijo ella, mientras abría los ojos. Rafael le había
subido en brazos a su habitación.
–Qué bien –musitó Sara, y rodeó con los brazos el cuello masculino–. ¿Vas
a besarme, Rafael?
–Veo que tienes algo que decirme –replicó Sara, y escuchó a Renée
inhalar con fuerza.
–Rafael es mío, ¿lo oyes? Mío. ¡Nos conocemos desde hace muchos
años! –Se apreció rencor en la voz de Renée–. Supongo que te imaginas
que lo tienes muy seguro. Pobrecita –añadió vengativa–. Rafael puede
ser cualquier cosa, menos fiel. ¿Sabías que me invitó a comer la semana
pasada? –Lanzó una risita–. ¿Sorprendida, Sara? Te daré otra sorpresa,
¿puedo? Hoy también lo veré –hizo una pausa, esperando la reacción de
Sara, y al no obtenerla, prosiguió lentamente–: Si no me crees ve a Fiorini's
sobre las doce.
–¡No seas tan ingenua, Sara! –La voz de Renée subió de tono–. Rafael es
demasiado hombre, querida, y tiene un saludable apetito sexual –su risa
sobresaltó a Sara–. Aunque supongo que no necesito decírtelo, ¿no es
cierto? –y prosiguió revelándole a la joven más detalles. Por fin, concluyó
con tono serio–. El apartamento de la zona de Surfer's vale la pena,
¿estás de acuerdo? Pensé que cambiarías de mobiliario, pero no lo has
hecho, ¿O me equivoco, Sara?
–Yo me inclinaré por algo más sustancioso –declaró Selina y pidió cordero
asado. Cuando el camarero se alejó, miró a su hija y le preguntó
sonriendo–: Te veo... pensativa. ¿Te preocupa algo?
Sara dejó las llaves del coche en una mesita, después, aceptó la copa
de jerez que Rafael le ofrecía.
–En cierto modo, ¿y tú? –y sonrió–. Oh, discúlpame... sin duda el esquiar
es una más de tus numerosas facetas. Se te da bien casi todo –y agregó
en silencio: «incluyendo verte con otra mujer a mis espaldas».
–Explícate, niña –era una orden que ella prefirió ignorar, y evadió la
intimidante mirada masculina–. ¿Sara? –la suave voz resultaba
amenazante.
–¿Y qué demonios se supone que quieres decir con eso? –elevó la voz,
enfadada–. ¿Qué debo tolerar que estés con otra mujer? –Los ojos de
Sara echaban chispas, y tenía el rostro encendido–. ¡Si eso es la madurez,
no me interesa!
–No–... ¡Sí, maldición! –dijo sofocada–. ¡Si quieres tener una aventura, ten
al menos la decencia de hacerlo discretamente!
–Renée fue muy clara al contarme todos los detalles. Citas, lugares...
incluso la hora precisa en cada ocasión –reveló ella, y notó que el rostro
de Rafael cambiaba de expresión.
–Entonces, ya sois dos los que debéis dar explicaciones –dijo Sara
amargamente.
–¡Por Dios! –Exclamó Rafael–. Mi relación con Renée acabó mucho antes
de que tú salieras del colegio –la miraba como si quisiera traspasarla–. Las
Renées de este mundo son como aves en jaulas de oro... requieren
atención y admiración constantes. Son tan falsas como su propia
existencia –concluyó despiadadamente.
–Qué triste –declaró Sara con frío cinismo–. Mi corazón sufre por ella.
–Sara, haz lo que te digo, ¿vale? –Le acarició el cuello con un gesto
extraño–. Me gustaría sacarte por ahí. Podríamos ir a bailar o a ver algún
espectáculo. ¿No te gustaría? –le besó el pelo fugazmente y después las
sienes.
Capítulo 9
La cuestión era... ¿adónde? Con Selina, no. Sería el primer lugar donde él
la buscaría. Tampoco al apartamento, porque ocurriría lo mismo. Tendría
que marcharse a un pequeño hotel que él no conociera.
Su mayor preocupación era salir de la casa sin ser vista y, al no ver por
ningún lado a Tomás ni a Clara, descendió las escaleras y se dirigió
silenciosamente hacia la puerta. Ya, sólo tenía que meter la maleta en
cualquiera de los coches que Rafael hubiera dejado en el garaje. Metió
la maleta, se sentó detrás del volante y lo puso en marcha. Minutos
después, conducía rumbo a la carretera del sur.
Tugan, Bilinga, Coolangatta... pasó por todos esos sitios sin percatarse
siquiera.
–Hay una clienta, querida, pero sólo está curioseando. ¿Qué pasa?
–He decidido pasar sola unos días –empezó a decir Sara sin preámbulos–.
Rafael no lo sabe y olvidé dejarle una nota.
–No lo parece, querida. ¿No sería mejor que me dijeras dónde estás?
–No tiene sentido; quizá me vaya de este sitio dentro de pocas horas –la
situación se ponía más difícil–. Escucha, debo irme. Te llamaré de nuevo
mañana –y colgó el auricular cuidadosamente.
–¿Sara?, ¿dónde estás? –su voz era áspera y parecía contener una feroz
rabia. Ella parpadeó y alejó un poco el auricular.
–Oh, no, Rafael –se negó ella con una sonrisa–. Si te lo digo, vendrás a
buscarme –se le hizo un nudo en la garganta, pero después prosiguió– La
intención de todo esto, es alejarme de ti.
Echó un vistazo a su reloj de pulsera y vio que apenas eran las nueve; no
obstante, el largo recorrido en el coche la había cansado.
Durante sus horas de insomnio, vio una cosa con claridad: amaba a
Rafael. Sólo el amor podía ser responsable de aquella necesidad
dolorosa, que era casi una obsesión. Él formaba ya parte de ella. Vivir sin
él, sería como estar muerta.
–Como si aún flotara –contestó, pero sintió que todavía estaba mal–.
¿Estoy herida? No me lo parece, sin embargo, tampoco creo que pueda
levantarme de la cama.
–Su marido lleva aquí muchas horas. Espera afuera para verla.
–Hola, Sara.
–Has estado inconsciente durante varias horas –le reveló él con una
extraña sonrisa; después se puso de pie–. Descansa, pequeña –sus ojos se
oscurecieron con una emoción indefinible–. Estaré aquí, si me necesitas –
se inclinó para rozarle una mejilla con los labios, después se incorporó
para dirigirse a la puerta.
–¿Qué es?
Fue una caricia casi fugaz, y cuando se separó de él, notó una mirada
rara en los ojos oscuros que brillaban mientras la miraba.
–Gracias por las flores –murmuró, y miró también a Selina–. Son muy
bonitas –curvó los labios con una sonrisa–. Vais a echarme a perder.
–Dentro de unos cuantos días –le dijo Rafael–. Lo dejaremos a criterio del
médico.
Esos cuantos días transcurrieron para ella con suma lentitud a pesar de
que la visitaban por la mañana y por la tarde. Incluso llegaron más flores,
y la habitación empezó a parecer un exótico invernadero. Una de las
enfermeras le comentó a Sara, bromeando, que les costaba trabajo
encontrarla entre tantas flores.
Rafael la visitaba más de una vez al día, y por las tardes se quedaba
bastante rato a su lado. Su presencia causaba un gran alboroto entre las
enfermeras, y su dedicación y cuidados serían de comentario entre todas
ellas.
–¿Te duele?
–Fue una suerte que llevaras puesto el cinturón de seguridad –dijo la niña
con voz grave–. ¿Cuándo volverás a casa?
–Para todos será un alivio que Sara regrese al hogar donde pertenece –
dijo él y la joven desvió la mirada.
–Bien, pequeña, es hora de irnos, ¿eh? –Dijo Rafael, y acarició con una
mano el brillante cabello oscuro de su hija–. No es aconsejable que
fatiguemos a Sara.
–¿Estás lista?
–Pensé que sería mejor que esperara en casa –Rafael se inclinó a recoger
la maleta.
–Ha habido ocasiones en que te has comportando como tal –Sara se reía
por la ocurrencia.
–Somos muy diferentes, Rafael –dijo ella con cierta amargura–. Y aunque
viviera cien años nunca podría igualar esa personalidad tan particular
que tienes.
–Pero no te das cuenta que irte de aquella forma fue una locura.
–Estabas enfadado.
–No, supongo que no –asintió ella con voz débil, a punto de llorar, lo que
la hizo volverse hacia la ventanilla como si se interesara por el paisaje.
–¡Por Dios! –exclamó él con voz enronquecida–. Eres muy oportuna, Sara.
¿En medio del tránsito de la carretera, deseas una detallada explicación
de mis sentimientos al respecto?
Capítulo 10
L a llegada de Sara a la elegante mansión fue recibida con gran
entusiasmo por parte de Ana y Silvia. Habían estado mirando desde una
ventana, hasta que el coche se detuvo en la entrada.
A las ocho, Rafael discutió un poco con la niña para que se fuera a
dormir, y, una hora después, comentó que sería mejor que Sara se retirara
a descansar.
–No tienes por qué arroparme. Puedo hacerlo muy bien yo sola –si la
tocaba estaría perdida.
–Rafael...
–Tienes suerte de estar viva –replicó él con una dureza innecesaria, por lo
que ella retrocedió.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de la joven, y necesitó todas sus
fuerzas antes de volver a enfrentarse a él.
–Tienes que tomar unas pastillas –recorrió con la mirada la esbelta silueta
enfundada en un ligero camisón. Sin responder, ella fue hacia él para
cogerlas, y a su vez, el vaso de agua que sostenía.
–¿Estás cómoda?
Sara deseó gritar que no, y reprocharle que tenía un horrible dolor en el
corazón.
–Gracias –cerró los ojos para no verle; escuchó el sonido del interruptor al
apagarse la luz, y casi en seguida, la puerta de la habitación que Rafael
cerraba al salir.
Fue entonces cuando volvió a llorar. Era un llanto suave y silencioso que
hacía rodar las lágrimas hasta su barbilla.
Justo una semana después de que Sara regresara a casa, Silvia cogió a
Rafael por su cuenta durante la cena.
–Sí, papá –intervino Ana con un júbilo que fascinó a Sara–. Debe ser muy
aburrido para ella estar metida todo el día en casa. Ahora está mucho
mejor –aseveró la chiquilla, y se volvió a preguntarle a Sara–: ¿No es
cierto, Sara?
–Como a la cenicienta –Sara sonrió con una mueca, al igual que Silvia y
Ana–, te ves en el deber de traerme a casa antes de medianoche.
Diez minutos más tarde, Sara iba sentada en el coche mientras Rafael
conducía hacia Surfer's Paradise.
Rafael eligió una sala de fiestas muy distinguida. Y con un gesto nervioso,
la joven se palpó la cicatriz que casi había desaparecido de su frente.
–Ya.
–Parece que no te agrada mucho la idea –había una sonrisa en los labios
masculinos–. ¿Es cierto?
–¿Vendrías si te lo pidiera?
–Oh, es muy sencillo –se burlaba de ella suavemente–. Hasta Ana podría
responder a eso.
–¡Rafael!
–¿De verdad?
La pelirroja lanzó una breve mirada a Sara, y luego se volvió hacia Rafael
con una amplia sonrisa.
–Por supuesto –repuso él, pero Sara notó un cierto enfado en él, y le
agradó.
–Gracias, ya estoy bien –replicó Sara con una dulce sonrisa, para seguir el
juego de la otra mujer.
–Qué insolente –musitaba Basil, ruborizado hasta las orejas y Sara sintió
pena por él. El pobre hombre debía sentirse totalmente fuera de lugar.
Sara tomó aliento y cogió su copa. Dio un sorbo generoso antes de volver
a dejarla sobre la mesa.
–Comprendo.
–Eres bastante duro, ¿no es cierto? –respondió, y vio que los ojos de él se
oscurecían.
–Oh, Sara, qué extraña criatura eres –se burló Rafael suavemente–. Hay
ocasiones en que me desespera tener dos chiquillas –le cogió la barbilla
con los dedos–. Vamos, querida regresemos a casa, ¿eh? Creo que ya
has tenido suficiente por esta noche.
Con suma ternura, Rafael le rozó la frente con los labios, acariciando la
parte donde tenía la herida, después, le levantó la cabeza para mirarla
tan apasionadamente, que ella se ruborizó.
–Te agradezco tu comprensión –se las ingenió para esbozar una sonrisa, y
después se recorrió los labios con la lengua con un gesto nervioso–. Gozó
al comentarme que le extrañaba que no hubiera cambiado el mobiliario
de tu apartamento.
–Por favor... permíteme terminar –le pidió ella. Una risa ronca brotó de su
garganta–. Quizá no volveré a tener el valor. Intenté explicártelo, después
del accidente –prosiguió con voz trémula–. Si me hubieras cogido entre
tus brazos tan sólo una vez, creo que no habría resistido más. Pero no lo
hiciste –terminó desolada. Él había dejado de besarla, y creyó que
moriría en ese instante.
–Bueno, en ese caso creo que haré algo al respecto –cubrió la boca
femenina con la suya y la besó de una manera tan dulce que Sara no
logró contener el llanto–. ¿Lágrimas, querida? –preguntó él tiernamente.
Sara sintió que él le desabrochaba el sostén sin ninguna prisa elevó los
brazos para rodearle el cuello.
Fin
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