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Un amor sin precio

Emma Darcy

Un amor sin precio (1990)


Título Original: A priceless love (1988)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 756
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Liam Shannon y Gina York

Argumento:
—Soy capaz de cualquier cosa —le dijo Liam Shannon a Gina el día que él
irrumpió de nuevo en su vida.
Hacía seis años que no veía a Liam, desde que Gina se casó con su mejor
amigo. Ahora ese hombre se encontraba en Sydney, con el propósito de que
ella perdiera su trabajo, y exigiendo una compensación por el dolor que le
había causado en el pasado. Por desgracia, Jim, el marido de Gina, estaba
muerto y nadie podía ayudarla.
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Capítulo 1
—Gina…
Alguien la golpeó suavemente en el hombro pero no consiguió despertarla.
Otro día más que soportar y más trabajo que realizar. Y apenas tenía tiempo. Gina
emitió un gemido de protesta y hundió el rostro en la almohada. Estaba demasiado
cansada.
—¡Gina!
La insistencia de la voz le hizo abrir los ojos. Se dio la vuelta y vio a Esme. Poco
a poco su mirada se clavó en aquel rostro, que no era ninguna maravilla, pero sí un
reflejo de todas las cosas positivas de la vida. Le sonrió, comprensiva.
—Es hora de ponerse en movimiento. Te he traído una taza de café.
—Gracias —Gina respiró hondo y se obligó a levantarse.
—¿Te acostaste tarde anoche? —en la pregunta había una nota de
preocupación, a la cual Gina le restó importancia al encogerse de hombros.
—No demasiado —respondió, ante lo cual Esme movió la cabeza.
—Tendrás que renunciar a esto. Tres empleos es demasiado, incluso para ti. Y
empezar el día sin desayunar… ¡te ha convertido en un esqueleto!
Una sonrisa irónica apareció en la boca de Gina. Con su estatura de poco más
de uno ochenta, Esme tenía el aspecto de una autoritaria amazona, pero poseía un
gran corazón. Desde que tomó a Gina y a Debbie bajo su protección, siempre
protestaba por su precaria alimentación.
—Anoche cené muy bien —la consoló Gina—. Y no voy a renunciar, Esme.
Haré lo que sea necesario para salvarle la vista a Debbie.
—El hecho de que tú enfermes, no le ayudará en lo más mínimo —gruñó Esme,
al tiempo que se dirigía hacia el guardarropa para sacar lo que Gina se pondría ese
día.
Ésta bebió un sorbo de café e hizo caso omiso del comentario.
—¿Tuviste algún problema?
—¿Con qué? —inquirió Gina, sorprendida.
—Con los italianos que acompañaste anoche.
Gina negó con la cabeza.
—Por supuesto que no. Esme, deja de preocuparte. El señor Vincente habla un
inglés muy bueno, a pesar de que aquí en Australia se habla con demasiada rapidez
y a veces tiene dificultades para comprender. Yo ni siquiera tuve necesidad de usar el
italiano.
—Hmmm —expresó Esme—. Debes ser muy cuidadosa con los latinos,
recuerda que ya hubo uno que se atrevió a proponerte matrimonio.

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—Quizá había bebido demasiado, mas no fue difícil manejar la situación.


—El problema es que eres muy bonita y llamas la atención de cualquier
hombre.
—¿No acabas de decir que me había convertido en un esqueleto?
—Sí, pero armado de una forma muy artística —replicó Esme con una cariñosa
sonrisa.
—Arte —comentó Gina con sequedad—. Es de todo lo que habló el señor
Vincente. Las glorias de Florencia, Roma y Venecia. Sentía nostalgia por su patria y le
hacía falta alguien que se prestara a escucharle.
Dirigió una mirada de triunfo hacia su amiga y confidente, y prosiguió:
—Y quedó tan agradecido conmigo, que me dio cincuenta dólares de propina.
En mis otros trabajos no gano tanto.
—De eso no puedo hacer objeciones —admitió Esme.
A pesar de sus protestas, ésta comprendía muy bien a Gina y su afán por tratar
de salvar a su pequeña hija, a quien le habían diagnosticado una enfermedad ocular
que poco a poco le hacía perder la vista.
Aunque los médicos le habían advertido a Gina que la operación, que debía
llevarse a cabo en Los Ángeles, podría ser un fracaso, ella recurría a cualquier
sacrificio para reunir el dinero necesario. Trabajaba en una oficina de lunes a viernes,
los fines de semana era camarera y aceptaba cualquier tarea nocturna que le ofreciese
la compañía.
—Ojalá supiera hablar japonés —suspiró—. La empresa tiene más clientes
japoneses que de cualquier otra nacionalidad. Esme, ¿podré tomar un…?
—¡Gina! Ya no puedes hacer más cosas.
Esme protestó con vehemencia, ante lo cual Gina levantó la cabeza con actitud
de arrogancia y desafío.
—Ya sé que piensas en el bien de Debbie —continuó Esme—, pero a la niña
también le hace falta ver a su madre de vez en cuando. Tú eres muy importante en su
vida.
Ése era el meollo del asunto. Ella salía tanto de casa, que Debbie empezaba a
considerar a Esme como su madre… Gina bebió más café y parpadeó para evitar las
lágrimas.
—¿En dónde está Debbie?
—En la cocina, mirando la TV.
Ambas mujeres permanecieron pensativas durante un rato.
—Algún día venderé una pintura —declaró Esme.
—Sí, estoy segura de ello.

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Se trataba de una antigua broma entre ellas. Esme nunca perdía las esperanzas
de vender un cuadro. Gina reconocía que eran horribles, pero no estaba dispuesta a
admitirlo en público y menos ante su generosa amiga.
—¿Por qué será que sólo cuando un artista ha muerto se reconoce su talento?
—Quizá debido a que así los comerciantes obtienen una ganancia mayor. No te
preocupes, Esme, tú tienes un gran talento —Gina dejó la taza sobre la mesita de
noche y se puso de pie para darle un cariñoso abrazo a su amiga.
—Mejor apresúrate, o perderás el autobús.
Gina se dirigió al cuarto de baño y, mientras se lavaba la cara y se peinaba, se
preguntó qué habrían hecho durante ese año sin Esme. Era excéntrica, de una
franqueza exagerada y carente por completo de inhibiciones, mas poseía una
generosidad tan grande que sofocaba cualquier crítica que surgiese en su contra.
Conocerla había sido lo mejor que pudo haberle sucedido, pensó Gina al aplicarse
algo de colorete en su pálido rostro.
Se conocieron en el hospital donde Esme acudía a entretener a los niños con sus
historias. En una ocasión acorraló a Gina y, preocupada, le preguntó qué pensaba
hacer respecto a la enfermedad de Debbie. Gina, que se sentía muy triste y sola desde
la muerte de Jim, se desahogó con aquella comprensiva mujer y le habló acerca de la
tragedia en que se había convertido su vida después del fallecimiento de su esposo.
Eso había sucedido dos años atrás, de manera inesperada. Al principio superó
fácilmente la situación, pues contaba con la presencia de Debbie, quien era una buena
niña. Sin embargo, la pequeña enfermó y nadie quiso ayudarlas. Excepto Esme.
Aquella buena mujer no se limitó a unas cuantas palabras de consuelo, sino que
les ofreció tanto su enorme corazón como su casa.
A Gina le hacían falta cincuenta mil dólares para llevar a Debbie a los Estados
Unidos de América para que le practicasen la operación que necesitaba. Gina apeló a
todos los recursos posibles, incluso la beneficencia pública, pero no había logrado
nada. Gracias a la invaluable ayuda de Esme, ahora podía ahorrarse lo
correspondiente a la renta de una vivienda.
Ni siquiera contaba con la opción de encontrar ayuda familiar. Jim había sido
huérfano; ella misma fue hija única de padres divorciados, educada por su abuela
italiana mientras su madre trabajaba. Tanto su progenitora como su abuela
fallecieron en el accidente ferroviario de Granville, el cual había costado muchas
vidas. De su padre no sabía nada, ni siquiera dónde vivía. Fue la persona más sola
del mundo, hasta que Jim apareció con sus promesas de amor eterno.
Y él sí la había amado con sinceridad. Gina nunca lo puso en duda, a pesar de
que en algunos aspectos de su relación conyugal se sentía frustrada e insatisfecha…
De cualquier manera ambos se sintieron muy felices cuando nació Debbie…
Jim siempre se negó a hacerse un seguro, y durante su matrimonio, cualquier
cantidad extra de dinero, la invertía en la persecución de su sueño… el cual terminó
por costarle la vida.

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Si no hubiera sido por la bondadosa Esme… Esme era mayor, pero no le


importó ocuparse de Debbie; sin embargo, tenía tal vitalidad, que la niña nunca la
había tratado como abuela, sino que la consideraba una compañera de juegos más
crecida que sus otras amigas.
Si no existiese la presión económica… Gina sofocó un suspiro, se aplicó un poco
de carmín en los labios y se apresuró a volver al dormitorio.
Cinco minutos después ya se encontraba con la blusa blanca y la falda negra
que constituían su uniforme de trabajo en la agencia de bolsa en la que la
contrataron. Una mirada al reloj le demostró que apenas tenía tiempo para
despedirse de Debbie antes de correr hacia la parada de autobús. Bajó a toda prisa
hacia la pequeña cocina y cogió en brazos a su hija de cuatro años.
—Tengo que irme, cariño —dijo sin aliento.
—Hueles muy bien, mami —expresó Debbie con una sonrisa de deleite.
Gina sintió un nudo en la garganta al acariciar la negra y rizada melena y ver
aquellos ojos verdes sin vista. Debbie era igual que su madre cuando tenía esa edad.
Al dejar a la niña de nuevo en el suelo, Gina aceptó a regañadientes la manzana
que le entregó Esme, y salió de la casa a toda velocidad. Logró alcanzar el autobús y,
mientras éste avanzaba con lentitud a través del denso tráfico hacia Paddington, ella
tuvo tiempo de comer la manzana y volver a aplicarse lápiz labial.
Las oficinas de Jepherson and Potts, Corredores de Bolsa, estaban situadas en
un prestigiado edificio cercano a la Bolsa de Valores. A Gina le gustaba trabajar allí
como secretaria recepcionista. A diferencia del restaurante en que era camarera, allí
imperaba la tranquilidad; y, además, podía permanecer sentada todo el día, lo cual
era aún mejor. No le iba mal, pero a ese paso… ¿cuándo lograría reunir lo necesario
para la operación de la niña?
Dos horas después, Gina estaba dedicada a las labores de oficina. Sería un día
sencillo, sin problemas.
—¡Vaya, vaya! Miren a quién tenemos aquí.
Aquella insolente voz hizo que a Gina se le pusiesen los pelos de punta. Ella
sabía de quién era esa voz. Hacía años que no lo escuchaba, mas el reconocimiento
fue instantáneo. Aun antes de levantar la mirada, podía visualizarlo en su mente.
Liam Shannon. El mejor amigo de su esposo. El héroe del orfanato donde él y
Jim habían crecido. El hombre que no podía equivocarse, según palabras de Jim. Más
Gina estaba mejor enterada. ¡Ningún amigo verdadero habría actuado como Liam lo
hizo!
¿Por qué había ido a la oficina en la que ella trabajaba? Seguramente estaba
tramando algo que no le iba a gustar a ella.
Él salió de sus vidas el día que ella se casó con Jim… después que provocó
aquella terrible escena. Liam Shannon no podía significar nada bueno. Su aparición
era un mal augurio.

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Gina respiró hondo y trató de controlar la hostilidad que sentía en su interior.


Lentamente alzó la vista y miró a aquel hombre a los ojos.
En los seis años transcurridos no había cambiado mucho. Aún era tan apuesto
como el mismo demonio: su espeso pelo negro, alborotado sus rebeldes mechones
sobre la frente y sus sensuales labios le hacían parecer realmente atractivo.
El traje gris oscuro de tres piezas era una muestra de la informalidad de ese
hombre. La corbata de seda de un tono escarlata constituía un reflejo más fiel de su
personalidad… ¡de un rojo vibrante que expresaba peligro!
En lo que a Liam Shannon concernía, nada era seguro ni sagrado. Gina no sabía
por qué ese hombre provocaba en ella emociones tan fuertes. Ni tampoco había
tratado nunca de analizarlo por considerarlo irrelevante.
Debido a tantos años de férreo control de sí misma, Gina pudo demostrar un
estudiado desdén en la forma en que levantó una de sus delineadas cejas.
—¿En qué puedo servirte, Liam? —preguntó con un tono desprovisto de
cualquier cosa que no fuese cortesía profesional, y como si lo hubiese visto la víspera.
Liam entró en la oficina de recepción con el mismo aire mayestático que a Gina
le parecía ofensivo. La tremenda arrogancia de ese hombre le provocaba náuseas. A
Liam Shannon no le importaba nada ni nadie, excepto él mismo.
—Te has acordado de mí —expresó él al apoyarse contra el escritorio y dirigirle
una sonrisa de efecto tan devastador como el de la bomba de neutrones.
Gina hizo un esfuerzo sobrehumano por mostrar tranquilidad. Él trataba de
perturbarla y de provocar en ella reacciones que alimentasen su monumental ego,
para lo cual aprovecharía cualquier fisura de su ecuanimidad.
Gina contó hasta diez; luego hasta veinte. «Frialdad, mucha frialdad», se decía
después de cada número. Quince… dieciséis… diecisiete… Necesitaba conservar su
trabajo, y si perdía la calma, también perdería el empleo. Tenía que ser muy
cautelosa; si le daba a Liam la menor oportunidad, él la devoraría como una piraña.
De algún modo, Gina hizo suficiente acopio de valor para dominar sus
emociones e incluso logró una sonrisa forzada más o menos convincente.
—Imposible olvidarte, Liam —dijo, y trató de dar a sus palabras cierto desdén.
Él la miró con una irónica sonrisa.
—Nunca olvidaré lo que hiciste el día de mi boda —prosiguió ella con
frialdad—. Dudo que alguna vez te perdone.
Liam no dio ninguna señal de haber captado el significado de esas palabras, ni
de sentir algún indicio de bochorno. Eso desde luego era de esperar. Siempre se
colocaba en primer lugar, reconociendo sólo sus necesidades y sentimientos. Los de
ella nunca habían contado ante él. Tampoco los de Jim, a pesar de su supuesta
amistad.

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Para su propia paz mental tenía que deshacerse de ese hombre, con tanta
rapidez como fuese posible. Si el señor Jepherson aparecía y se daba cuenta de que
ella perdía el tiempo con ese individuo, podría llegar a unas conclusiones erróneas.
—Liam, estoy muy ocupada y… —empezó a decir, deseosa de dejar de mirarlo,
pero incapaz de interrumpir la batalla de voluntades que le impedía apartar la vista.
La sonrisa se borró del rostro de Liam, quien se inclinó sobre el escritorio y
cogió las manos de ella entre las suyas. El impulso de retirarse fue demasiado fuerte
e inmediato para que Gina lo contuviera. Intentó liberar sus manos, para lo cual tuvo
que levantarse de su asiento. Sin embargo, él la obligó a sentarse de nuevo.
—Ha pasado demasiado tiempo, Gina. ¡Demasiado!
Ella volvió a sentir las oleadas de violencia que había percibido en Liam
Shannon en cada uno de sus encuentros.
—Haz el favor de soltarme, si llegara un cliente…
Gina hizo un nuevo esfuerzo por liberarse y él la sostuvo con más fuerza,
aunque con una exasperante calma que a Gina le pareció semejante a la quietud que
sobreviene a la mitad de un destructivo huracán. Dejó de luchar, pues su orgullo
innato la obligó a aceptar la derrota con dignidad.
La libera sonrisa en el rostro de Liam carecía por completo de autenticidad.
—¿Y cómo está Jim? —preguntó con burlona cortesía.
—Mi esposo murió hace dos años —Gina hizo una significativa pausa—.
Mientras realizaba lo que tú le enseñaste.
La sonrisa de él se desvaneció en la nada… y Gina sintió que un escalofrío la
recorría. Al observarle, se dio cuenta de que algo estaba pasando.
En los ojos de Liam relució una indescriptible emoción.
—Háblame de ello —no había escape posible hacia aquella austera orden.
Ella no quería hablar acerca de Jim, y menos con Liam Shannon; aunque tenía
que deshacerse de él y no le quedaba otra opción que ceder a su mandato. Por lo
tanto, hizo un resumen, lo más breve posible, de los hechos.
—Jim trataba de alcanzar una marca de distancia. Pero en el diseño había un
error. Los cables de las alas tenían demasiada tensión y… Jim se estrelló contra una
colina.
Aquellas palabras estaban impregnadas de un amargo dolor. Todos sus
problemas empezaron después de la muerte de Jim. Liam Shannon era el culpable y
ella esperaba haber traspasado esta vez su duro caparazón de autosuficiencia.
—Y ahora, haz el favor de retirarte —silbó Gina entre sus apretados dientes.
Él no se movió. Ella le desafió con su furiosa mirada, no obstante, Liam ni
siquiera abrió los labios, sólo la estudió en silencio, por un largo instante.

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Gina quiso gritarle que no la hiciera, mas sus cuerdas vocales parecían
paralizadas. Ni siquiera podía respirar. Sus oídos con vaguedad percibían el sonido
del tránsito, pues el ensordecedor ruido de los latidos de su corazón era más potente.
La mirada de Liam viajó con lentitud primero para abajo y luego hacia arriba,
hasta detenerse en las curvas de los labios femeninos. Ella los apretó por sentirse
vejada. Cuando él por fin le soltó las manos, Gina se sintió agradecida.
—¿Acaso no tienes sentimientos? —exclamó, airada, y cuando notó que se
curvaba una de las comisuras de la boca de Liam, no pudo contenerse—. No creo que
haya nadie que me desagrade más que tú, Liam.
La expresión de él se endureció y entonces apretó los puños, como si fuera a
explotar en cualquier momento.
—Tengo sentimientos —aseguró él con un evidente énfasis en cada palabra—, y
son tan intensos como los tuyos. ¿No te parece curioso, Gina?
Ella perdió su último vestigio de control.
—¡Sal de aquí, Liam! Vete y déjame en paz. No quiero volver a verte.
—Cuánto lo lamento —se burló él—. Porque yo sí quiero verte; y ahora,
desaparecido Jim, no hay nada que me detenga —su cara era parecida a la de un
tiburón cuando huele la sangre. Se acercó a la puerta y leyó la inscripción en voz
alta—. Jepherson y Potts, Corredores de Bolsa. Bien, unas cuantas acciones y valores
no me vendrán mal. Compraré algunas, sólo para verte a ti, Gina.
Ella sintió que el estómago le daba un vuelco. ¡Él no podía hacerle eso! Su
garganta emitió una risa forzada. Su mejor defensa sería fingir que no le importaba
su amenaza.
—Esto no es para ti, Liam. Tú no puedes costear lo que nosotros vendemos.
Liam Shannon nunca había tenido dinero. Lo gastaba en una locura tras otra. Y
era de extrañar que hubiese podido pagar el traje que llevaba.
—Puedo pagar lo que me dé la gana —declaró al inclinarse hacia ella.
«Le daré cuerda para que él solo se ahorque», pensó Gina, con el deseo de
hacerlo pagar por su arrogancia.
—Entonces solicitaré que te reciban de inmediato —manifestó con tono agrio,
decidida a deshacerse de él de uno u otro modo.
Fijó la mirada en la de ella, con expresión desafiante.
—Por favor que sea con el señor Jepherson, el mayor. Quizá decida comprar
este negocio. Me gustaría ser tu jefe, Gina.
Tan fanfarrón como siempre, aun cuando no tenía un centavo.
—Veré si está desocupado —en los ojos de Gina brilló una chispa de malicia al
descolgar el auricular del intercomunicador.

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El mayor de los señores Jepherson tenía más de sesenta años y era, quizá, el
más conservador de los corredores de bolsa en Australia. Le daría a Liam Shannon
una merecida lección.
Era tan extraño que en esos días de escasez hubiese nuevos clientes, que la voz
del señor Jepherson reflejaba satisfacción al comunicar que él saldría a recibir a Liam.
Gina se volvió hacia éste.
—Te verá de inmediato.
Liam extrajo de su billetera una tarjeta de presentación.
—Ésta es la dirección de mi oficina —le informó a Gina con una mirada de
malicia—. Para asuntos de placer, mi domicilio es otro.
Gina suponía cuál sería el placer, pues la mala fama de ese hombre era del
dominio público.
Al salir el señor Jepherson, un hombre obeso, de corta estatura y enorme
papada, de su oficina privada, Gina hizo de mala gana las presentaciones necesarias.
Liam le dirigió una mirada de satisfacción antes de entrar en el santuario del gran
jefe.
—Señorita Gina —dijo fingiendo que era la primera vez que la veía—, ¿tiene
usted alguna recomendación para mí sobre valores hipotecarios que adquirir?
Pensando sólo en que debía intentar destruir a ese hombre y sin considerar lo
que hacía, se apresuró a responder.
—NECSEC, señor Shannon.
La venganza era dulce. Él compraría y perdería su dinero, si es que de verdad
tenía algo.
—Señor Shannon —expresó el señor Jepherson con una belicosa mirada hacia
Gina—, de ninguna manera puedo recomendarle NECSEC. Mi secretaria no sabe de
lo que habla.
Después que ambos estuvieron dentro de la oficina del señor Jepherson, y que
éste cerró la puerta, Gina se reprochó su absurdo comportamiento. Invertir en esa
compañía de exploración sería lo peor. Su jefe se había disgustado, y ella había
quedado mal ante sus ojos. Además, pendía sobre sus hombros la amenaza de las
visitas diarias del odioso Liam Shannon.

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Capítulo 2
En un esfuerzo por tranquilizarse, Gina se frotó las sienes. Una sucia jugada del
destino había llevado a Liam Shannon a esa oficina y ella había empeorado las cosas
al perder el control de la situación.
Desperdiciar tanta energía en un hombre como él era el colmo de la estupidez,
se dijo al recordar que Liam Shannon carecía de honor y decencia.
Había provocado en ella emociones explosivas desde el primer momento en
que la vio. Aun cuando Jim le había advertido que Liam era un demonio con las
mujeres, ella no esperó que se comportara con… con tal falta de respeto. Ese hombre
no se había contenido ni siquiera porque ella era la prometida de su mejor amigo,
quien le quería como si se tratara de un hermano favorito.
La avergonzó y la hizo enfurecer al desnudarla con la mirada, sin siquiera
disimular su lujurioso interés. Después se interpuso entre Jim y ella y exigió que
bailara con él; y cuando lo hizo, movió el cuerpo contra el suyo de una forma que…
expresaba una inexistente intimidad.
Jim jamás se dio cuenta de quién era Liam Shannon en realidad. Fue tan
indecente, que se atrevió a hacerle una proposición indecorosa cuando faltaba una
semana para que su prometido y ella se casaran. ¡Y luego se presentó borracho a la
ceremonia nupcial en la que él era el padrino! Durante ese tiempo y en el transcurso
del banquete de bodas, Gina temió que dijera o hiciera algo que los avergonzara.
¡Y así fue! Cuando llegó el momento de besar a la novia, movió su boca con
sensualidad sobre la de ella, forzando sus labios a abrirse y… aun ahora, al
recordarlo, sentía asco y repulsión. Fue como una violación a sus sentidos, un penoso
ataque a todo lo que ella era y respetaba. Sin importarle la reacción de los invitados,
ella le dio una sonora bofetada.
Jim trató de restarle importancia al incidente e intentó llevar a Liam hacia otro
lado, mas éste escapó bruscamente y, sin disculparse ante nadie, salió de sus vidas
para siempre.
Jim nunca perdió la fe en él, aunque sí llegó a desilusionarle su ausencia.
—Algún día él será alguien importante, Gina —solía decir Jim con gran
admiración.
Jim no deseaba enfrentarse a las cosas desagradables de la vida y confiaba en
que todo saliese bien. Si en ocasiones ella se sentía ignorada o insatisfecha con su
relación, a Jim le bastaba dirigirle una tierna mirada para que perdonase todas sus
carencias.
Su marido había sido siempre una persona de una gran generosidad, siempre
contento de prestar su ayuda en cualquier cosa, sin tener nunca la intención de
causar daño. Era completamente diferente a Liam Shannon.
Gina apretó los labios al decidir que Liam no iba a interponerse en su vida. Lo
que ahora importaba era acabar a tiempo su trabajo para no provocar la ira del señor

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Jepherson. El problema consistía en que se sentía muy cansada. Tal vez Esme tenía
razón.
En ese momento salió Liam de la oficina del señor Jepherson, mas se detuvo en
el umbral de la puerta y se volvió hacia el jefe de Gina.
—Señor Jepherson, ¿me permite unas palabras con su secretaria? —preguntó,
sabiendo por supuesto que el permiso no sería negado.
—También yo tengo que hablar con ella —comentó muy serio el señor
Jepherson.
Gina levantó la vista muy preocupada, y Liam le sonrió.
—He seguido su consejo, señora York, y he comprado acciones de NECSEC.
Ella sintió que se le hundía el corazón.
—Yo… bueno… espero que no se arrepienta, señor Shannon. Esas acciones
pueden darle una agradable sorpresa.
—He comprado veinticinco mil, y estoy seguro de que no me arrepentiré —
comentó él, con voz tan alegre, que ella sospechó que tras aquella compra se ocultaba
una trampa de la peor clase.
Gina efectuó un cálculo rápido. A dos centavos la acción, el total ascendía a
quinientos dólares. En realidad no era demasiado, y con seguridad el señor
Jepherson así lo consideraría y la perdonaría por su pequeña indiscreción.
—Muy bien, señor Shannon. Veinticinco mil acciones es una pequeña inversión.
—Dólares, señora York —intervino el señor Jepherson con énfasis—. Dólares.
No acciones.
El hombre parecía al borde de la histeria.
—Haga el favor de presentarse en mi oficina en cuanto el señor Shannon se
vaya —añadió con sequedad.
Gina se sintió enferma al oír que su jefe cerraba la puerta de golpe. Perdería su
empleo, eso era obvio. Liam Shannon había actuado pensando en lo que hacía. ¿Y si
era sólo un alarde y no contaba con esa suma? Sería peor para ella, pues el señor
Jepherson sentiría que le habían engañado.
Gina le había dado suficiente cuerda a Liam… ¡pero la ahorcada había sido ella!
¡Maldición!
¿Cómo había tenido el descaro de presentarse de ese modo ante ella? ¿Qué era
lo que en realidad se proponía?
—¿Qué tal si sales conmigo esta noche para celebrar nuestra pequeña
inversión?
Aquella bestial audacia dejó a Gina sin habla a causa de la furia que la invadió.
—¿A qué hora quieres que pase a recogerte?

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¡Y todavía se atrevía a dar por hecho su aceptación! Gina sintió ganas de sacarle
los ojos, pero de algún modo logró cierto control.
—Estaré ocupada, Liam.
—¿En qué?
Debbie necesitaba todo su tiempo libre. Por supuesto que no iba a decirle eso a
Liam, así que hizo un esfuerzo por encontrar algún motivo que él no pudiese
rebatirle, algo que aplastara su enorme egolatría.
—Saldré a cenar con mi… amante —fue difícil pronunciar esa palabra, y aún
más difícil forzar en su rostro una provocativa sonrisa de satisfacción… para dar la
impresión de que esperaba con ansia el momento de reunirse con ese hombre.
Liam ni siquiera parpadeó.
—¿Entonces después? —preguntó, dando a entender que sabía perfectamente
que ella estaba mintiendo.
Gina se sintió derrotada, pero respondió al desafío.
—Después de cenar, pasaremos juntos toda la noche. En mi vida no hay lugar
para ti. Ni hoy ni…
—¿Nos vemos mañana por la noche?
—Ni la noche de mañana, ni la siguiente, ni ninguna. Mi compromiso es total.
¿Comprendes, Liam? ¡Nunca tendré tiempo para ti! ¡Nunca!
La chispa en los ojos de Liam se esfumó, mas el fugaz triunfo de Gina también
desapareció.
—Gina, uno de estos días tu mente dejará de mandar en tu corazón —expresó él
con voz impregnada de peligro—. Y tu hermoso cuerpo será mío.
Levantó la mano para tocarle el rostro, pero Gina se retiró de inmediato.
—Pregúntate con franqueza, Gina, qué es lo que tanto temes —sugirió Liam,
riendo.
—Te odio, Liam Shannon —declaró ella, con voz temblorosa a causa de la
intensidad de su emoción.
Él frunció el ceño en un gesto irónico y con lentitud se alejó del escritorio.
—Mis sentimientos hacia ti también son muy fuertes —aseguró con una sonrisa
burlona antes de salir de la oficina.
¿Por qué provocaría en ella reacciones tan violentas?, se preguntó Gina
mientras le observaba retirarse. No era correcto, no estaba bien que su ecuanimidad
desapareciera en presencia de Liam Shannon. Ojalá nunca le volviera a ver.
Entonces él se volvió hacia ella, notó que le miraba y una amplia sonrisa de
triunfo apareció en su rostro.
—Regresaré mañana, si no es antes. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan
animado.

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Gina se quedó tan anonadada, que durante varios segundos no pudo moverse y
cuando reaccionó, él ya se había ido.
Con un suspiro, se puso de pie para enfrentarse a la ira del señor Jepherson.
¿Qué explicación podía darle?
Era extraño, pero Liam la había dejado tan extenuada, que ni siquiera su
empleo le importaba.
El señor Jepherson no le dio oportunidad de explicaciones, sino que con
evidente autoritarismo le dijo que no permitiría que su secretaria usurpase sus
funciones al recomendar acciones a los clientes y que era mejor que buscase trabajo
en otro lado, pues desde ese momento prescindía de sus servicios, entregándole un
cheque de indemnización que cubría con creces cualquier cantidad que se le
adeudara.
Mientras Gina retiraba de su escritorio todos sus artículos personales, pensó
que, en lugar de perder, saldría ganando, ya que así desaparecería de la vida de Liam
Shannon, quien no podría localizarla nunca. Además, si conseguía pronto otro
empleo, también en el aspecto económico obtendría beneficios. Lo único malo era
que el señor Jepherson no le extendió una carta de recomendación, ni ella se atrevió a
pedírsela.
Todo su optimismo se evaporó al salir al vestíbulo y ver que Liam Shannon la
esperaba.
Con tanta rapidez como un resorte, Liam se apresuró a ponerse de pie y
acercarse a Gina para impedirle el paso.
—No has tardado mucho —aseguró al cogerla del brazo y sonreír, satisfecho—.
Me gusta que la gente actúe como yo digo. Para mí fue más barato comprar esas
acciones que el negocio del señor Jepherson. Y ahora que me he asegurado de que
cuentes con suficiente tiempo libre, te llevaré a comer.
—¡Suéltame, maldito! —exclamó Gina, a la vez que hacía infructuosos esfuerzos
por liberarse. Ante su incapacidad, levantó el otro brazo en dirección al rostro de
Liam, mas él la detuvo.
—Tú empezaste esta guerra, Gina. ¡Ahora vas a verme ganarla!
—Liam, me sueltas en este preciso instante o voy a armar un escándalo del cual
te…
Para que no prosiguiera, él bajó su boca hacia la de ella, mientras con fuerza la
atraía hacia su musculoso cuerpo.
Sorprendida y avergonzada, Gina notó que su propio cuerpo despertaba a una
oleada de necesidades sexuales casi olvidadas. Y, después del primer impacto de
aquella boca masculina, empezó a sentir cierto placer. Tuvo que hacer un gran
esfuerzo para mantener los dientes apretados y no permitir que la lengua de él
explorara el interior de su boca. Por desgracia, esa acción no impidió que él se
posesionara de sus labios y removiese sentimientos que abrían un tenebroso pozo de
vulnerabilidad.

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Gina sintió un pequeño estremecimiento que no pudo evitar. Deseó abrir la


boca, pero su fuerte orgullo se lo impidió.
—Haz lo que quieras, pero algún día serás mía —expresó Liam al levantar la
cabeza—. Ahora puedes armar el escándalo del que hablabas hace un momento.
El pecho de ella bajaba y subía por los jadeos de su respiración. Se sentía tan
agitada, que casi no podía pensar, mas las palabras salieron solas.
—Eres el hombre más despreciable y odioso que he…
—Ya me lo habías dicho —hizo una mueca de ironía—. Al verte en la oficina,
tenía la intención de actuar con calma, pero tú me has provocado hasta los límites de
mi paciencia. Has ido demasiado lejos, Gina. No permitiré que me rechaces, así que
no pierdas el aliento tratando de engañarme como te engañas a ti misma. La única
paz que obtendrás de mí, será en mi cama. Después de que haya obtenido de ti lo
que quiero.
—¡Estás loco! —musitó ella, asustada por la intensidad de sus emociones.
—¡Tú me vuelves loco! ¡Siempre ha sido así! —exclamó él con furor—. Digas lo
que digas, Gina, tu cuerpo no me odia, sino que responde ante el mío con el mismo
deseo que expresó hace seis años, ¡desde la primera vez que nos vimos!
—¡Mentira!
—¿Quieres otra demostración? —la amenazó él—. ¿O deberé pedirle a los
espectadores su opinión?
Una oleada de calor invadió las mejillas de Gina al mirar alrededor y percatarse
de que todos los miraban con obvio interés. Mientras ella se encontraba aún
pensativa, Liam la asió con firmeza por el brazo y la condujo hacia la puerta. Ya
habían dado varios pasos, cuando Gina logró reaccionar y con un esfuerzo se liberó.
—¡No voy a ninguna parte contigo! —se enfrentó a él, desafiante.
Liam suspiró, exasperado.
—Gina, tenemos una cita para comer, la cual no puede posponerse —alzó la
voz.
—¡De ninguna manera! —jadeó ella con resentimiento—. ¡No iré contigo a
ningún lado!
De pronto, Liam la levantó en brazos.
—¡Bájame! —gritó ella, a la vez que agitaba las piernas y le golpeaba con los
puños en el tórax.
—Una pequeña discusión de enamorados —explicó Liam a los testigos—.
Señor, ¿sería usted tan amable de abrirnos la puerta?
—¡No lo haga! —gritó Gina—. ¡Este hombre está a punto de secuestrarme!
—Quizá en lugar de llevarla a comer, debería llevarla a la cama —dijo Liam al
individuo que iba a abrir la puerta.
—¡Me va a violar! —gritó Gina con desesperación.

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—Bien, Gina, la última vez tú me violaste a mí; ahora es mi turno —dijo Liam,
en voz alta, para que cualquiera pudiera oírlo, y el hombre que sostenía la puerta, rió.
—¡Ayúdeme!
—Calma, calma, querida. Te gustará. Te lo aseguro.
—¡Te odio, te odio, te odio! —vociferó con toda la fuerza que pudo.
—¿Cómo es posible que digas eso si te quiero tanto? —le reprochó Liam.
A Gina se le llenaron los ojos de lágrimas de frustración. Nadie la ayudaría, y
ella no podía hacer nada sola. Al salir del edificio, fue conducida al asiento posterior
de un vehículo grande del que salió un chófer uniformado, y en seguida, Liam se
acomodó a su lado. Llena de pánico, Gina trató de abrir la otra puerta, pero no pudo.
Entonces empezó a golpear contra el cristal que los separaba de la parte delantera. El
conductor los ignoró y puso el automóvil en marcha.
—Relájate, querida —le aconsejó Liam con una voz de exagerada indulgencia—
. No tengo intención de violarte. Vamos a comer.

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Capítulo 3
Al considerar que ésa sería la mejor estrategia, Gina mantuvo un obstinado
silencio. De ahora en adelante ya no pelearía, sino que su arma sería una resistencia
pasiva. Liam no podría obtener mucha satisfacción de una estatua.
El automóvil se detuvo al llegar al muelle. Gina no pudo ver ningún
restaurante. El chófer abrió la puerta del lado de Liam, no la de ella. Gina no se
movió.
—Si tengo que llevarte en brazos hasta mi embarcación, lo haré —la amenazó
Liam con calma—. Tú dirás, Gina.
Liam descendió del coche y esperó a que ella le siguiese. Gina miró a su
alrededor. Había varias lanchas y algunas personas, por lo que ella se tranquilizó, ya
que podría llamar la atención de alguien, si era necesario. Manteniendo un pétreo
silencio y una obstinada dignidad, descendió del coche.
Liam la asió con firmeza por el codo. Gina lo soportó sin ningún comentario, y
caminó por el muelle con un aire de suprema indiferencia. Al llegar al final del
muelle, Liam tiró de la cuerda de un pequeño bote con motor.
—¿A dónde iremos? —preguntó sin poder contenerse, y él sonrió.
—Tengo mi yate anclado en la bahía. Allí encontraremos la intimidad que deseo
tener contigo.
Había sólo un yate anclado: un enorme crucero de elegantes líneas que parecía
una maravilla en diseño y tecnología modernos, muy propio de un millonario
acostumbrado a los lujos.
—¿Es el tuyo? —preguntó Gina con incredulidad.
—Es mío, y tuyo también si quieres compartirlo conmigo.
—¿Y si me niego a ir?
—El placer será mío.
Gina no supo qué había querido decir con eso, mas prefirió no investigar. El
orgullo la impulsó a no dejarse impresionar por algo que él dijese o hiciera. Así,
abordó la lancha y con rapidez tomó asiento. Liam también subió, largó las amarras
y, sin pronunciar palabra, puso a funcionar el motor.
Liam maniobró para alejarse del muelle y dirigirse hacia el yate. Mientras
navegaban a toda velocidad, Gina se sintió muy contenta por un momento y hasta
logró no pensar en el hombre que estaba a su lado.
Era un hermoso día. Las nubes blancas suavizaban el intenso azul del cielo, y el
calor que se sentía era muy agradable.
Hacía ya tanto tiempo que Gina no se fijaba en la belleza del paisaje, que respiró
a sus anchas aquel fragante aire que le hacía recordar los días en los cuales la única
misión de su existencia era vivir.

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Si tuviese como acompañante a un amigo y no a ese individuo. Pero nada más


lejano de la realidad que la idea de compartir alguna alegría con un hombre como
Liam Shannon.
Cuando se acercó al yate, Gina no pudo evitar pensar cuan injusto era que
hubiese alguien con dinero suficiente para costearse esa extravagancia, mientras que
Debbie se encontraba a punto de perder la vista por falta de cincuenta mil dólares.
Tal vez, si ella hubiese sido amable con él…
La cortesía resultaba imposible entre ellos, y cualquier palabra que cruzaban era
una sutil pulla hacia el otro. No obstante, él debía sentir una especie de deseo
compulsivo hacia ella, pues de otra forma no se explicaba su comportamiento de ese
día.
En el yate se encontraban los integrantes de la tripulación, y uno de ellos ayudó
a Gina a subir, mientras otro ataba las amarras de la lancha.
—Que preparen una comida fría —ordenó Liam—. Y que sea dispuesta en el
comedor. Nosotros mismos nos serviremos. Que no nos molesten.
—Sí, señor.
A Gina le asqueó ese servilismo y al mismo tiempo se preguntó cómo habría
adquirido Liam su fortuna; decidió no tratar de averiguarlo. Sin embargo, era difícil
no impresionarse al ver el lujoso decorado del interior del yate.
La gruesa alfombra era de un color beige claro y el tapiz de los divanes y
sillones en tonos pastel. Eran muebles muy cómodos, provistos de varios cojines en
tonos diferentes, que tenían el propósito de aumentar este efecto.
Gina no pudo evitar la comparación de todo ese lujo con su precaria existencia,
en la que cada centavo tenía que ser contado. ¡Qué ironía del destino que la única
persona que poseía la riqueza suficiente para ayudar a Debbie, fuera la única a quien
nunca se lo pediría!
Jim no hubiera titubeado en solicitar a Liam un préstamo por la cantidad que
necesitaban, mas si ella lo hacía, quedaría a completa merced de ese indeseable
hombre. Además, tal vez ni siquiera le proporcionaría esa suma. Era la guerra, y él
aprovecharía cualquier arma para utilizarla en contra de ella.
—Sí que has progresado, Liam —observó Gina con un dejo de burla.
Él no respondió, y cuando ella se volvió a mirarle, la observaba de un modo
especulativo. Ya se había despojado de su chaqueta, la cual había arrojado sobre uno
de los sillones, y sus dedos estaban ocupados en desabotonarse el chaleco. El corazón
de Gina dio un vuelco.
Ni por un momento sospechó que Liam tuviese la intención de forzarla a que
tuviera relaciones íntimas con él, pero sí de seducirla hasta que ella no opusiese
resistencia. Por supuesto que eso nunca iba a suceder; no obstante, su mirada se
dirigió hacia aquel musculoso tórax, y se apresuró a desviarla.
—¿Me has traído aquí para demostrarme que te has convertido en un hombre
muy importante? —con un ademán abarcó el lujo que los rodeaba, aunque de

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inmediato deseó haber mantenido la boca cerrada. De algún modo, el hecho de


hablar la ayudaba a tranquilizarse y a no pensar en que estaba a solas con Liam
Shannon.
—Gina, ¿acaso tratas de provocarme?
—¡Yo no pretendo nada! —exclamó, furiosa—. ¿Para qué me has traído aquí?
¿Qué es lo que realmente quieres, Liam?
Deliberadamente, él se despojó de la corbata y desabotonó la parte superior de
su camisa.
—Yo suponía que el motivo era obvio.
—¿Tan intensa fue la frustración de haberme deseado hace seis años sin poder
conseguirme? Liam, ¿he sido yo la única mujer que se ha atrevido a rechazarte? —los
ojos de Gina brillaban de furia—. Eso no puedes permitirlo tú, ¿verdad? Tu ego de
conquistador no lo permite. Eres el amo, el…
—¡No seas tonta! —exclamó él con una carcajada que la sorprendió—. ¿Eres tan
ciega que no comprendes? —torció la boca en una mueca al empezar a caminar hacia
Gina, quien al ver el maligno brillo de sus ojos decidió permanecer callada—. Quizá
tú seas la única mujer que me ha rechazado, pero yo no lo he notado —prosiguió
Liam con ironía—. Nunca he tenido suficiente interés en alguna para que me importe
si ella dice que sí o que no.
—Han sido tantas, que supongo que ya habrás perdido la cuenta…
—¡Silencio, Gina! ¡Cállate y déjame hablar! —hizo una pausa y luego añadió
con voz suave—. Yo te amaba, Gina, de verdad. ¿Sabes lo qué eso significa?
Gina sonrió irónicamente.
—Permíteme decirte que te amaba… con todo mi ser, pensamientos y acciones.
Más allá de la razón y el control. Estaba loco por ti. Nunca, ni antes ni después, me
ha sucedido lo mismo con respecto a otra mujer.
Gina tragó saliva, sin saber si creerle o no. Nunca había pasado por su
imaginación la posibilidad de que Liam la amase, pues siempre le había demostrado
lujuria.
Siempre la había molestado, aunque de manera sutil, pues Jim nunca se alejaba
de su lado. ¿No sería que por estar ella comprometida con su amigo, él no se había
atrevido a decirle con claridad lo que sentía?
Liam la observó con satisfacción.
—Lo que no puedo perdonarte es que no reconozcas que existió una posibilidad
para nosotros.
—Liam, yo estaba enamorada de Jim.
—¡No, eso no es cierto! —negó él con énfasis—. No puedo creerlo. Tú sentiste lo
mismo que yo aquella primera vez. Te miré, y nadie existía aparte de nosotros. ¡Tuvo
que ser lo mismo para ti!

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—¡No! —jadeó ella. En efecto, sintió una terrible inquietud al estar con él, pero
sólo por el modo en que la había mirado… Como si quisiera desnudarla.
—¡Sí! —insistía Liam, al tiempo que extendía las manos y las colocaba en el
cuello de ella para después deslizarías hasta sus hombros—. Al tenerte entre mis
brazos para bailar, tu cuerpo se estremeció al sentir el contacto del mío. Deseabas
sentirme, mas presionaste para que me alejara. ¿Por qué, Gina?
Porque… él la había excitado. Pero ella era leal a Jim, quien nunca le sería infiel.
¿Cómo podía sentirse atraída por otro hombre, que además era amigo de su novio?
—¡No estaba bien! —exclamó a la defensiva.
—Claro que sí —la abrazó con mayor fuerza—. ¡Era algo perfecto!
—¡Yo estaba con Jim! —gritó Gina—. ¡Con tu amigo! ¿No significaba eso nada
para ti?
—Lo que vi completamente claro, era que habías cometido un error —respiró
hondo, para contener el dolor—. Y sentí ganas de matarle, lo que me ocasionó un
gran conflicto. Jim era mi mejor amigo… desde nuestra niñez. Pero por ti, deseé
asesinarle.
Para gran alivio de ella, la soltó y se alejó. Entonces Gina, demasiado agitada
para permanecer de pie, se dejó caer sobre el sillón más cercano. Si Liam la había
amado, muchas cosas tenían explicación. Sobre todo, el hecho de no volver a buscar a
Jim después de la boda. Para él debió haber sido un terrible infierno el verla casarse
con otro… y tener que participar en la ceremonia. Parecía que ella había estado muy
equivocada.
—Gina —le dijo Liam con gran ansiedad al volverse de nuevo hacia ella—. ¿Por
qué no tuviste el valor de irte conmigo cuando te lo pedí?
Ella se sintió culpable y llena de compasión por todo el dolor que sin querer le
había causado.
—Sólo demostraste sentirte atraído por mí y el amor es algo más que sexo.
Liam movió la cabeza.
—Yo habría hecho cualquier cosa por ti.
—Lo lamento, pero no me di cuenta… —con la mirada rogó comprensión—.
Creí que… tú no eras la clase de hombre a quien podría confiarle mi vida.
—¿Y Jim sí lo era? —preguntó él con amargura.
—Al menos eso creí —respondió Gina con un suspiro.
Su matrimonio no había funcionado del modo que esperaba o deseaba, pues la
mayor parte del tiempo se había sentido más una madre que una esposa para Jim:
calmándolo, apoyándolo y organizando las cosas para él.
—¿Y cómo fue tu noche de bodas?
La crudeza de la pregunta la hizo ruborizar.
—No sé qué quieres decir.

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—Oh, sí, Gina, lo sabes —aseguró Liam acercándose a ella—. Esta mañana me
has dicho que recordabas lo que hice el día de tu boda, que era algo imposible de
olvidar. Y yo he estado de acuerdo contigo. Me ha sido imposible olvidar tu reacción
cuando te besé.
Se sentó sobre el amplio brazo del diván y le dirigió a Gina una mirada tan
amarga, que la obligó a permanecer quieta aun cuando él empezó a acariciarle con
lentitud el pelo. Ella sentía la garganta seca, y el pulso le latía con tanta fuerza, que
temió que Liam se diera cuenta.
—Durante la ceremonia eclesiástica permanecí detrás de Jim, con la esperanza
de que cuando llegara el momento de intercambiar votos, tu respuesta fuese
negativa. No puede hacerlo, me decía sin cesar. Ella debe darse cuenta de su error.
Pero tú lo aceptaste con voz clara y firme. Y yo te odié entonces, Gina —su voz se
volvió un murmullo, más un vibrante eco de pasión impregnada cada palabra—. No
obstante, no pude marcharme. No dejabas de mirarme, Gina, de dirigirme fugaces y
agitadas miradas, reflejo del torbellino en que se debatía su mente.
—Liam, tú estabas ebrio y a mí me aterrorizaba la posibilidad de que echases a
perder las cosas —explicó ella con voz ronca, y él negó con la cabeza.
—Yo estaba más allá de la embriaguez. Nada podía atenuar mi dolor.
—Ésa fue la razón por la que no dejaba de verte —insistió Gina—. No había
otra.
Él la contempló con fijeza, mientras sus dedos bajaban hacia las mejillas de ella
y luego trazaron el contorno de sus labios con torturante delicadeza.
—No te creo, Gina —musitó con suavidad—. Lo supe cuando te besé. Ella
vendrá conmigo ahora, pensé. No puede negar esto.
—¡Basta, Liam! —exclamó Gina, incapaz de soportar su versión de lo sucedido.
Recordaba muy bien las sensaciones que despertó ese beso. La consternación al
darse cuenta de que él la excitaba. En aquel momento se había sentido invadida de
pánico y lo odió por hacerla sentir cosas que debía provocar sólo su esposo.
—No debiste hacerlo —musitó, confusa—. ¡Yo ya era la esposa de Jim!
—¡Aún no era demasiado tarde! Como sabrás, los matrimonios no consumados
pueden anularse. Tú pudiste…
—¡No! ¡Nunca lo habría hecho! —gritó ella, horrorizada ante tal posibilidad—.
Hubiese significado un terrible sufrimiento para Jim… una agonía. ¡Las dos personas
a quienes él más quería!
—¿Crees qué yo no pensaba en eso? ¿Qué no sufría? —inquirió con voz ronca y
una mueca de reconocimiento—. Sé que te sentías atraída hacia mí, por lo menos en
el aspecto físico. ¡Espero que te hayas sentido tan frustrada como yo en tu noche de
bodas! —se puso de pie y se sentó en otro sillón. La violencia de sus emociones le
oscurecía el semblante—. Espero que cuando Jim te besara anhelaras la intensidad
que mi boca provocó en ti. Y espero que en el momento de la unión de sus cuerpos,
hayas recordado el mío. Espero que…

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—¡Basta! ¡Basta! —gritó Gina y se puso de pie para tratar de calmar la fuerza de
los latidos de su corazón—. ¿Cómo te atreves?
—Sí, Gina, me atrevo —en su boca se formó una sonrisa amenazadora—. ¡Me
atrevo a cualquier cosa! —dirigió una descuidada mirada a su alrededor—. Es el
motivo por el cual ahora tengo todo esto. Después que te convertiste en la esposa de
Jim, nada me importó y desafié miles de veces a la muerte, pues sin ti no tenía
ningún deseo de vivir —volvió a levantarse y empezó a caminar de un lado a otro
del salón.
Mientras tanto, Gina evocó turbadoras imágenes que le hicieron mirar a ese
hombre de otro modo.
—He realizado muchas cosas de las que me siento orgulloso, pero con otras no
sucede así. Desde aquellos días, me gané la reputación de atreverme a cualquier cosa,
de verdad a cualquier cosa. Por mis «comisiones» obtuve grandes recompensas, pero
siempre conservé la esperanza de alcanzar la muerte. Parecía que, a pesar de los
grandes riesgos que corría, algún ser superior me protegía, pues siempre salí bien
librado —rió con amargura y movió la cabeza—. En una ocasión en que un pequeño
barco llevaba a varias personas acaudaladas, que querían huir de Kampuchea en una
oscura noche en que soplaba un fuerte viento, la vela principal se zafó del mástil;
alguien tenía que subir a arreglar el desperfecto. Yo ascendí esos veinte metros, pues
en lo alto veía tu rostro —su mirada se perdió en la niebla del recuerdo—. Todos me
consideraron un héroe y me pagaron muy bien por haberlos salvado. De esa forma
empecé a acumular dinero —se detuvo durante un momento—. Con el tiempo
aprendí a eliminar tu recuerdo y entonces se apaciguó mi locura. Ya tenía un buen
capital, así que me dediqué a las finanzas. Con eso obtuve mejores resultados y
gracias a Dios he vuelto a encontrarte.
Ese relato la conmovió hasta el fondo de su alma y estuvo a punto de hacerla
llorar. Deseó acercarse a él, pero si ya nada sentía por ella…
—Liam, si ya no pensabas en mí, ¿entonces por qué no me has ignorado al
verme en esa oficina?
Él dejó de deambular de un lado a otro y la contempló con una sonrisa irónica,
mientras en sus ojos surgía algo parecido al odio y rencor.
—No he podido —sus palabras estaban llenas de desprecio hacia sí mismo—.
No he podido hacerlo, ni siquiera después de ese lapso.
Ella deseó dejar de mirarle, más fue incapaz de volverse hacia otro lado, a la vez
que se preguntaba qué habría sucedido si ella no hubiera sido la prometida de Jim
cuando conoció a Liam.
A pesar de que Jim y Liam se habían criado juntos en el mismo orfanato, los dos
eran muy diferentes. Jim siempre necesitó la seguridad emocional transmitida a
través de la dedicación de Gina. Por el contrario, Liam no requería de ninguna clase
de apoyo, por parte de nadie.
Al mirar el orgullo reflejo en el rostro de Liam, Gina suspiró. Había estado
equivocada en muchas cosas; sin embargo, eso no podía cambiar el pasado.

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—¿Qué truco del destino fue el que dictaminó que caminaras por ese pasillo y
me vieras sentada ante mi escritorio?
—¿Destino? —preguntó él con desdén, y Gina no supo si se burlaba de ella o de
sí mismo, y si de verdad su encuentro se habría debido a una casualidad. Entonces
Liam movió la cabeza y sonrió con sarcasmo—. Yo tenía una cita con un contable
cuya oficina está en el piso siguiente. Al darme cuenta de mi error, decidí subir por la
escalera. Cuando vi abierta la puerta de una oficina, la curiosidad me hizo volver la
mirada en esa dirección. Y allí estabas tú. El antiguo fantasma de mis sueños. ¡Pero
en vivo!
Liam no le dio tiempo a Gina para pensar en lo sorprendente de esa
coincidencia, y se acercó a ella.
—Después de convencerme de que no perdería nada si entraba a saludarte, he
decidido hacerlo —de súbito su brazo rodeó la cintura de ella y la atrajo con fuerza
hacia sí—. ¡Maldita sea tu fascinación!
Gina se sorprendió tanto, que no intentó oponerse. Dirigió hacia él una mirada
de asombro y por un momento se sintió víctima de una indescriptible emoción. Bajó
la vista; no obstante, la urgencia… la necesidad de quedarse donde estaba y
deleitarse con las sensaciones que él le provocaba fue muy tentadora para rechazarla.
La fuerza de tales sentimientos la atontaba, pues durante los dos años
transcurridos desde la muerte de Jim, había permanecido sorda a cualquier atracción
sexual y rechazaba de manera automática cualquier avance y los ocasionales intentos
de flirteo. Los encuentros casuales no le habían interesado, y su matrimonio no había
sido tan perfecto como para desear un próximo enlace. Además, su dedicación
absoluta se enfocaba al bienestar de Debbie y no tenía tiempo para frivolidades.
Sin embargo, no pudo librarse del impulso de saber más acerca de Liam… y de
lo que él sentía. Con cierta timidez, deslizó las manos hacia los hombros de ese
hombre, convencida de poder separarse de él antes de que fuera demasiado tarde.
—Liam, has dicho que eso ya había terminado —le recordó, mirándole
fijamente a la cara.
—Ya no te amo, Gina —aseguró él, sin dejar de mirarla—. Fui un tonto al
pensarlo alguna vez… Puedo vivir sin ti…
Su voz era ronca, fría, discordante… ¿estaría diciendo la verdad?
—Pero el asunto no ha acabado —apretó los dientes—. Todavía te deseo, más
de lo que he deseado a otra mujer. Y tengo que hacer algo para borrarte de mis
pensamientos; de otra manera, acabarás conmigo y me destruirás del mismo modo
que el mar desgasta las rocas. Es como un dolor que nunca se ha calmado y yo no
tengo la intención de seguir viviendo con ese dolor. Tienes que ser mía. Y lo serás —
la rodeó también con el otro brazo, para que el cuerpo femenino quedara contra el de
él—. Tú sientes lo mismo, Gina. No mientas. Ahora ya no puedes esgrimir tu lealtad
hacía Jim como argumento para separarnos, y yo voy a besarte hasta que pierdas el
sentido… hasta poseerte por completo.

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—Liam, por favor… —rogó ella, asustada por la intensidad de lo expresado por
él. El fuego amenazaba con convertirse en una conflagración imposible de controlar.
Bajó las manos hasta el tórax masculino y presionó para alejarlo—. No de ese
modo…
—Puedo sentir la forma en que tus muslos se estremecen contra los míos.
Tienes los nervios a punto de romperse por la excitación, porque en tu vida nunca ha
habido algo como esto. Dime que es así, Gina. ¡Habla con la verdad! —empezó a
besarla con pasión, mientras ella se retorcía para liberarse—. ¡Admítelo, maldita sea!
¡Admítelo! —pidió entre torturados jadeos.
—¡No! —gritó ella, aun reconociendo que él tenía razón.
—Me deseas tanto como yo a ti.
—¡No!
—Entonces demuéstramelo. Abre la boca y prueba que no despierto en ti un
deseo igual al mío.
—Yo…
No pudo continuar porque los labios de Liam lo impidieron, y entonces ella
cedió a la lucha, le rodeó el cuello con los brazos y correspondió a su beso,
desprovista de todas las inhibiciones en una salvaje búsqueda de la verdad. El juego
erótico de sus bocas se convirtió rápidamente en una íntima caricia que eliminó por
completo la idea anterior que Gina tenía acerca de lo excitante que puede ser el amor.
Su único amante había sido Jim, y él siempre había deseado darle placer a ella;
un hombre tierno y tranquilo que nunca había demostrado inclinación hacia la
pasión sin límite.
Jim rodeaba su alma. Liam la atacaba y exigía que le permitiese penetrar en ella.
Sí, ella deseaba a Liam Shannon, deseaba sentirle muy dentro de sí… Le
deseaba como nunca le sucedió con Jim, a pesar del amor compartido entre los dos.
Esto no era amor, sino un deseo incontrolable.
Su cuerpo se estremecía de placer al sentir la dureza de Liam contra ella, y su
necesidad de aceptarle era muy grande. La sumisión nada tuvo que ver con ello, sino
que se sintió presa de una agresividad tan violenta como la de él. Con los labios,
Liam le recorrió los hombros, el cuello y el rostro, en un preámbulo de la unión que
ambos anhelaban. Y aun cuando sus bocas se separaron para respirar, la excitó el
movimiento del pecho masculino contra sus senos.
—Gina, dime que me deseas.
—Sí —la palabra fue emitida en un violento suspiro y fue una admisión, a la
vez que expresaba rendición. Ella ni siquiera pensaba, no se daba cuenta de la
innegable verdad.
—Así que por fin lo has reconocido —murmuró Liam.
Él aflojó el abrazo con lentitud y luego sus labios subieron hasta el rostro de
ella. Al contemplarla, sonrió triunfante.

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—He esperado demasiado para que me miraras así —declaró sin poder evitar el
júbilo—. Durante noches enteras he soñado con esto. Y ahora, por fin… Voy a hacerte
el amor toda la tarde… y la noche… hasta que se cumplan veinticuatro horas. Y
después durante toda mi vida.
La estrechó entre sus brazos y rió con una intensidad, que hizo que Gina
recuperara la cordura y volviera a la realidad.
No podía quedarse con Liam. Necesitaba volver a casa, con Debbie. Su hija era
lo más importante para ella. De cualquier manera, la situación con Liam ni siquiera le
gustaba, y ella no era libre para hacer lo que le placiera.
Ser tomada como paliativo le parecía un abuso. A pesar de que su propio
cuerpo deseaba que le hiciera el amor, Gina logró controlarse, pues recordó que ese
momento de locura sería la capitulación de todos los principios que habían
gobernado su vida.
—Ven, querida —le dijo Liam en ese momento—. Iremos a donde estemos más
cómodos —la cogió de la mano para conducirla.
Gina se sintió débil ante aquella poderosa atracción. ¿Por qué no? No podría
quedarse toda la noche, aunque la perspectiva fuese muy tentadora, pero unas
cuantas horas… o aun toda la tarde, no tendrían importancia ni perjudicarían a
Debbie. Si hacía el amor con Liam, quizá se esfumaría la terrible tensión que siempre
había existido entre ellos.
¿Y si con esta sola vez no fuese suficiente para que él se librara de su obsesivo
deseo? Liam quería que todo se hiciera a su modo, y ella no podía aceptarlo. Sería
una locura sucumbir ante un hombre a quien hacía pocas horas creía odiar. Tenía que
impedir que ocurriese algo de lo que después se arrepentiría.
La imposibilidad de que Liam aceptase su cambio de idea, casi le paralizó la
mente. Otro rechazo sería demasiado para él, sobre todo después de haber
demostrado ella lo vulnerable que era a su sensualidad. ¡La guerra!, había dicho él, y
ella iba a necesitar de todo su valor para ganar esa batalla de voluntades.
Liam abrió la puerta y le indicó a ella que le procediera en la entrada al lujoso
dormitorio: las paredes estaban cubiertas de paneles de roble, y el lecho era muy
grande, cubierto con una colcha tejida y esponjosas almohadas que prometían un
descanso absoluto.
Al sentirse invadida por una confusión de sentimientos, Gina se detuvo en el
umbral.
—Liam, por favor espera un momento —trató de humedecerse los labios—.
Tengo… tengo… que ir al tocador. ¿En dónde puedo encontrarlo?
Él le dirigió una mirada interrogante. Lo que vio en los ojos de ella pareció
satisfacerle y señaló una puerta situada en uno de los extremos del salón.
—Al lado de la escalinata.

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—Gracias —ella emitió una sonrisa forzada—. ¿Por qué no pides mientras tanto
una botella de champán y unos vasos? Estoy… estoy nerviosa y necesito algo que me
relaje…
Él la contempló un instante y luego sonrió con regocijo.
—Si así lo quieres. Y tienes razón, es una ocasión que debemos celebrar.
Gina sintió un violento pesar por lo que estaba a punto de hacer, mas quedarse
no serviría de nada. Liam no la amaba, ni ella a él. La revelación de sus anteriores
sentimientos la había asombrado y conmovido hasta lo más profundo, pero ella no
estaba en deuda con ese hombre. Nunca lo había estado.
Liam la vio alejarse hacia la puerta que él le había indicado y Gina se volvió a
mirarle mientras sacaba una botella de champán y dos copas, las cuales levantó hacia
ella para después dirigirse de nuevo hacia el salón.
Abrumada por la culpabilidad, a pesar de todos sus razonamientos, Gina subió
por la escalera a toda prisa y cruzó la cubierta hacia el sitio donde estaba amarrada la
lancha; con dedos temblorosos la desanudó, sin que nadie tratara de detenerla.
Aprovechó el momento en que el oleaje acercó la pequeña embarcación, bajó por la
escalinata y subió al bote.
Para alivio de Gina, Liam había dejado la llave puesta. Gina la accionó, movió la
palanca de velocidades, y cayó de golpe sobre el asiento al avanzar la lancha
rápidamente. Oyó que alguien la llamaba desde el yate, mas ella no miró en esa
dirección. Lucho con los controles hasta que descubrió cómo manejarlos y luego se
encaminó hacia el mar.
Liam iba a odiarla, pensó Gina, y ella se odió a sí misma por huir así. Pero
Debbie la esperaba en casa. Debbie, que estaba a punto de quedarse ciega. Gina no
podía comprometerse con Liam ni con nadie. Lo primero de todo era la salud de su
pequeña hija.

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Capítulo 4
Gina se sentía exhausta a causa de la frustración que la invadía, mientras
caminaba con lentitud hacia la pequeña casa que Esme tenía en Paddington. Con el
ajetreo de su huida había dejado el bolso en el yate de Liam. Mas de ninguna manera
iba a regresar por él, pues no podía enfrentarse de nuevo con él, aun a pesar de que
éste lo encontrase… dentro estaba su billetera… con su dirección.
Las lágrimas corrían por sus mejillas al acercarse a la puerta delantera. Su llave
también se encontraba dentro del bolso, por lo que tuvo que pulsar el timbre para
que Esme le abriera. Mientras esperaba a su amiga, se apoyó contra el porche, sin
dejar de llorar.
Esme abrió la puerta y lanzó una exclamación al ver a Gina tan acongojada.
—¿Qué te sucede? —preguntó con evidente preocupación.
Fue demasiado para Gina, cuyas lágrimas empezaron a fluir con mayor
facilidad.
—He perdido el trabajo y también el bolso, dentro del cual tenía el cheque que
me han dado como compensación. Me he quedado sin dinero para el autobús y he
tenido que venir a pie. Me he caído y se me han roto las medias. Tendré que buscar
otro empleo y… y…
Esme le pasó un brazo por los hombros y se apresuró a conducirla al interior de
la casa.
—No llores, cariño, no es el fin del mundo —la consoló la maternal Esme—.
Venderé el cuadro que estoy a punto de terminar y le curarán los ojos a Debbie. Así
que tranquilízate. Lo que ahora te hace falta es un largo sueño.
—Sí, Esme, tienes razón —sollozó Gina, mientras hacía un esfuerzo por
recuperarse, ya que no podía permitirse el lujo de darse por vencida, sobre todo
cuando el tiempo era un enemigo implacable. Enderezó la cabeza y se enjugó las
lágrimas con el dorso de la mano—. Lamento haberme desahogado contigo. ¿En
dónde está Debbie?
—Duerme su siesta vespertina. Gina, haz el favor de subir a tu habitación y
acostarte un rato a dormir. No te preocupes por tu empleo, ya encontrarás otro. Y
unos cuantos días de descanso te vendrán bien.
—De nuevo tienes razón —accedió Gina—. Gracias, Esme —se sintió débil al
empezar a subir por la escalera, y tuvo que aferrarse a la barandilla para no perder el
equilibrio.
—Cuando bajes te enseñaré mi pintura. He adoptado un estilo por completo
nuevo —sonrió muy complacida—. Lo hemos ideado Debbie y yo esta misma
mañana.
Gina logró que sus labios formaran una insípida sonrisa.
—Esperaré con ansia el momento de verlo.

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Después de entrar en su dormitorio, Gina cerró la puerta sin hacer ruido, pues
no quería despertar a Debbie, que se encontraba dormida, mas no pudo resistir el
impulso de acostarse al lado de su hija, estrecharla entre sus brazos y acercarla a su
corazón.
—¿Mami? —preguntó la chiquitina.
—Sí, cariño —musitó Gina, quien sintió que en la garganta se le formaba un
enorme nudo.
Debbie suspiró antes de volver a quedarse dormida, y Gina reflexionó que éste
era su lugar, no el lecho de Liam para satisfacer un instinto físico. No obstante, al
cerrar los ojos y empezar a dormitar, en su mente apareció el recuerdo de ese hombre
hablándole de su amor…

Al despertar, Gina se sintió completamente desorientada. Se encontraba en la


cama de Debbie, vestida con su ropa de trabajo, emitió un gemido al recordar. ¡Liam
Shannon! ¿La buscaría, o la dejaría en paz? La duda la hacía sentir una mezcla tan
confusa de emociones, que se apresuró a olvidarlo.
Una rápida ojeada a su reloj le indicó que eran casi las cinco de la tarde. Podían
llamarla para un trabajo nocturno y ella tenía que estar lista, pues necesitaba ganar
dinero para la operación de Debbie.
Se levantó de la cama, se despojó de su ropa arrugada, se puso su bata de casa y
se dirigió hacia el cuarto de baño. La frescura de la ducha la animó un poco. Se pasó
un cepillo por el pelo y se apresuró a descender a la planta baja, ya que sentía un
gran apetito.
Al llegar al umbral de la cocina se detuvo en seco, pues ante su vista se
encontraba el caballete de Esme.
Su obra no se parecía a lo realizado con anterioridad. Eso era magia primitiva…
atrevidas pinceladas en color crudo, representando un exuberante y utópico jardín en
el cual asomaban los rostros de los más extraordinarios animales, que sonreían felices
tal y como si jugaran a escondidas.
Esme sostenía a Debbie entre los brazos y le señalaba todas las facetas de la
pintura, igual que si la chiquilla pudiese ver.
—Y ésta es la jirafa. ¿Ves cómo su largo cuello sobresale detrás del árbol? Le he
puesto unas pestañas tan rizadas como las tuyas…
Debbie trataba de distinguir los detalles.
—¿De qué color la has pintado? —le preguntó a Esme.
—De amarillo —Esme le hizo cosquillas a la niña y ésta se rió.
Tras ellas, Gina contemplaba extasiada el gigantesco avance de Esme en su
trabajo y, por primera vez, sus elogios fueron por completo sinceros.

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—Esme, eres un genio —declaró con suavidad, apreciando su manera de tratar


a Debbie, la bondadosa forma en que las apoyaba a ambas, y su imaginación de
artista que la había llevado a producir una pintura tan maravillosa.
Esme se volvió hacia ella, con el rostro radiante de felicidad, y frotó su mejilla
contra la de Debbie.
—Lo hemos hecho juntas, ¿verdad, cariño?
—Es nuestro jardín secreto, mami —estuvo de acuerdo Debbie, quien se
mostraba feliz.
—¡Es magia pura! —declaró Gina con convicción.
—¡Éste sí lo venderemos! —proclamó Esme con certeza, y luego se volvió hacia
la pintura con el ceño fruncido—. Aún no sé cuánto pedir, pero estoy segura de que
sí se venderá.
Debbie se bajó de los brazos de Esme para acercarse a su madre.
—¡Es lo mejor que ha hecho Esme, mami! —exclamó emocionada.
—¡Por supuesto que sí! —estuvo de acuerdo Gina al levantar a su hija en
brazos.
—¡Y eso no es todo! —anunció la triunfante Esme acercándose a la mesa y
cogiendo el bolso de Gina en una mano—. ¡Lo han encontrado y lo han devuelto! No
lo creerás, Gina —barbotó—, pero el hombre más apuesto que he visto en mi vida lo
ha traído mientras tú te encontrabas dormida.
El corazón de Gina dio un vuelco.
—¿A qué hora? —preguntó, preocupada por lo que pudo haber pasado si ella
hubiese abierto la puerta.
—Entre las tres y las cuatro —explicó Esme y procedió a datar la escena con su
don para lo dramático—. Yo le he dado la bienvenida con el aplomo que me
caracteriza, mas él pareció sorprendido, o más adecuado sería decir que anonadado.
¿Por qué será que a veces provoco esa impresión en la gente?
—¿Qué ha dicho? —preguntó Gina con ansiedad.
—Un momento, a eso voy —protestó Esme—. Él preguntó: «¿Vive aquí Gina
York? "Sí" respondí yo. «¿Podría verla?», preguntó ese hombre. «Deseo devolverle su
bolso». «¡Qué hombre tan maravilloso», exclamé yo, con ganas de besarle y abrazarle
por su bondad. ¡Y es muy guapo! Además, tan alto como para mirarme directamente
a los ojos, lo cual no muchos hombres pueden lograr.
—Y… ¿y no se ha enfadado? —preguntó Gina con cautela.
—Pues… frunció el ceño un instante, pero al explicarle el estado en que habías
llegado a casa y decirle que te encontrabas dormida y que no debía molestarte
porque estabas exhausta, me pidió que yo te entregara tu bolso.
—¿Y se fue sin decir nada más?
Esme exhaló un pesaroso suspiro.

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—Sí, y ni siquiera me dio tiempo de averiguar detalles tan importantes como su


identidad, ni de preguntarle si le interesaría comprar alguno de mis cuadros.
Gina no sabía si sentirse aliviada o desilusionada. Lo que sí sabía, era que no
deseaba hablar de Liam Shannon con Esme.
—Bien —dijo emitiendo una sonrisa—, gracias a Dios que he recuperado mi
bolso. Por lo visto, la suerte está de mi lado. Voy a preparar unos cuantos
emparedados para festejarlo. Estoy que me muero de hambre.
Ya que la comida era uno de los puntos débiles de Esme, el asunto del bolso fue
olvidado de inmediato. Gina terminó de comer sus emparedados y en ese momento
recibió una llamada de la empresa.
El señor Vincente aún tenía problemas con el acento australiano y con el
conocimiento de la ciudad de Sydney, por lo que apreciaría mucho contar de nuevo
con la compañía de Gina esa noche, pues deseaba ir a cenar a un buen restaurante
italiano. ¿Estaría disponible? El señor Vincente pidió que fuese ella en especial.
Gina sonrió al recordar la generosa propina de la noche anterior. Era obvio que
el pobre hombre se sentía solo, lo cual probaba una vez más que la riqueza no lo era
todo en la vida. Aunque, por el bien de Debbie, a Gina no le importaría tener algo de
dinero.
Se apresuró a aceptar el encargo y anotó los detalles. Tendría que reunirse con
el cliente a las ocho de la noche en el Regent Hotel. La empresa le sugirió Lucio's al
señor Vincente como el mejor de los restaurantes italianos. Un taxi pasaría a recoger
a Gina a las ocho menos cuarto.
Gina lamentó haber comido los emparedados. Al recordar que el señor
Vincente se dedicaba a la valoración de obras de arte, se preguntó si se atrevería a
pedirle que fuese a ver la pintura de Esme. Quizá no debiera hacerlo, ya que parte de
su trabajo era evitarle molestias al cliente, pero tal vez pudiera conducir la charla con
delicadeza y naturalidad hacia el tema del motivo de su estancia en Australia, pues
existía la posibilidad de que le interesase el arte local.
Al colgar el auricular, se oyó el timbre de la puerta, y Gina se puso tensa al
pensar en la posibilidad de que Liam hubiese decidido regresar. Esme acudió a abrir
y Gina respiró aliviada al oír una voz femenina; un momento después, sintió que la
puerta se cerraba y Esme volvió a la cocina con un ramo de hermosas rosas rojas
entre las manos.
—Son para ti —declaró con placer.
—¿Para mí? —preguntó Gina, pensando inmediatamente en Liam. ¿Por qué le
enviaría esas flores?—. ¿Traen alguna tarjeta? —la incredulidad dio paso a la
curiosidad.
—Creo que no —respondió Esme al quitarle el celofán al ramo.
La mujer tuvo tiempo de hacer varias románticas suposiciones mientras
arreglaba las rosas en el florero, aunque Gina no dejaba de insistir en que debía
tratarse de algún error. Debbie manifestó que tenían un aroma muy agradable y
Esme arrancó un aterciopelado pétalo para que la niña pudiera olerlo.

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Era indudable que el obsequio les había producido placer, pensó Gina con
pesar, más… ¿cuál habría sido la intención de Liam? Tenía que haber sido él quien lo
envió, pues ninguno de sus otros conocidos idearía tan extravagante gesto. Si es que
no se trataba de un error.
La duda permaneció en su mente mientras daba la merienda a Debbie, la
bañaba y le ponía un pijama. Las rosas rojas expresaban amor, pero Liam ya no la
amaba. Quizá pensaba que la seducción era un medio más seguro de conseguir lo
que deseaba. Si era él quien había enviado esas flores, el mensaje era claro… no iba a
dejarla en paz.
¿Y cómo se enfrentaría ella a eso? La pregunta era aún más espinosa que las
rosas. ¿Se conformaría Liam con un «no» como respuesta? ¿Y si el obsequio era una
manera irónica de decirle adiós a un amor que en realidad nunca llegó a cuajar y que
ahora estaba completamente muerto?
¿Y por qué esa idea la deprimía? ¿No había decidido ya que no podía
relacionarse con Liam Shannon? Totalmente confundida, Gina llevó a Debbie con
Esme y luego volvió al dormitorio a arreglarse para su trabajo de esa noche.
Como reacción contra el torbellino emocional del día, Gina seleccionó un
vestido rojo de crepé. De algún modo, el color era una declaración de agresividad. El
estilo resultaba tan conservador que podía considerarse respetable, de cuello alto y
muy ajustado al cuerpo antes que la falda partiese en un remolino de pliegues.
En un intento de probarse a sí misma que su apariencia era tan buena como
cuando se casó con Jim, Gina se aplicó un maquillaje más vivido de lo usual. Esa
noche necesitaba sentirse segura de sí misma. Se puso unas sandalias rojas de tacón
alto, y se marchó.
Un taxi la estaba esperando en la puerta. Era una ventaja de ese empleo, pensó
Gina con aprobación. La empresa era muy meticulosa con respecto al medio de
transporte. Bajó a toda prisa, le dio a Debbie un beso de buenas noches y se fue.
El trayecto de Paddington a la ciudad muy fue rápido y sin ningún problema de
tráfico, por lo que Gina llegó al hotel con diez minutos de adelanto.
El Regent Hotel era uno de los más prestigiados hoteles en Sydney; de hecho,
en todo el mundo. Edificado en lo alto de Circular Quay, tenía una vista magnífica de
la bahía. Las veces que Gina había acompañado allí a sus clientes o había acudido a
recoger a alguno, nunca dejó de asombrarse por las dimensiones del vestíbulo. Bajo
un centro de luces florecía un grupo de pequeños árboles y las macetas con plantas,
colocados alrededor de los balcones, suavizaban las líneas de la arquitectura. Una
enorme escalinata de caracol, hecha de granito australiano y con barandillas de
bronce, descendía hasta un lado de los árboles. Detrás de ellos se había instalado una
moderna cafetería; en el entrepiso había un bar y un lujoso restaurante.
Gina miró su reloj al entrar en el hotel. Llegaba a su cita con ocho minutos de
adelanto, por lo que decidió esperar un momento y sentarse en alguno de los
cómodos sillones.
—¡Gina!

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Ella volvió la cabeza.


—¡Liam!
Él se levantó del sillón donde estaba; y la sorpresa que había en su rostro
cambió al fijarse en su vestimenta. La miró con dureza y el brillo de sus ojos
desapareció de pronto.
Gina estaba tensa a causa del temor que sentía. Liam Shannon ya la había hecho
perder uno de sus empleos; si ahora provocaba un enfrentamiento… si le hacía una
escena… ¿Pero qué podría hacer ella?
La boca de Liam se torció en una mueca.
—Relájate, Gina. La guerra ha terminado. Me rindo y quiero hacer las paces
contigo.
La mente de Gina no podía aceptar lo que él le decía. Aquellas palabras no
podían ser sinceras si provenían del hombre que se encontraba frente a ella.
—¿Qué haces aquí, Liam?
¿Por qué la fatalidad la acosaba con dos encuentros casuales con él en el mismo
día? No creía que Liam mintiese, ¿cómo iba a saber que ella iría a ese sitio por la
noche? ¡Era imposible!
Él alzó los hombros, como si la pregunta que le hacía ella, careciera de
importancia.
—Aquí tengo una suite de varias habitaciones porque me conviene. En este
momento espero a un hombre de negocios con el que tengo un asunto que tratar.
Saldremos a cenar juntos.
La ligereza con que él hablaba aumentó la tensión que ella sufría. Liam era un
hombre acaudalado y era natural que frecuentase un lugar como éste, y, para su mala
suerte, se encontraba en el vestíbulo cuando ella entró.
—Yo… tenía la impresión de que esta noche no tenías nada que hacer —expresó
Gina con cautela, sin poder comprender el extraordinario cambio de actitud hacia
ella y, al mismo tiempo, preguntándose con temor si podría confiar en que él no le
causaría más problemas.
—Si te hubieras quedado conmigo… —respondió él con suavidad.
A Gina se le contrajo el corazón. Si no se hubiese apresurado a huir… El
recuerdo de la pasión que él había encendido con su beso le provocó una ola de calor
interior y un ligero estremecimiento. Bajó la mirada, para que sus ojos no reflejasen
vulnerabilidad; mientras mentalmente empezó a enumerar las razones por las cuales
las relaciones entre ella y Liam Shannon eran imposibles. Entonces se aferró a su más
inmediata línea de defensa.
—Tengo una cita aquí —explicó, dirigiéndole una mirada de desafío.
Liam entrecerró los ojos, mas le sostuvo a Gina la mirada y le respondió sin
ningún asomo de animosidad.

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—Sí, ya me lo habías dicho esta mañana —hizo una pausa mientras la


observaba con apremiante intensidad—. Espero que tu amante sepa apreciarte del
mismo modo que te aprecio yo.
Gina le contempló con incredulidad, y entonces recordó el pretexto que le había
dado a él aquella mañana en la oficina del señor Jepherson. Pero lo que más le
sorprendía ahora era el control que Liam parecía ejercer sobre sí mismo después de la
violencia de esta tarde. Y si ahora interpretaba mal la situación, quien tenía la culpa
era ella, no él. Por lo tanto, era imprescindible hacer una aclaración.
—Yo no tengo ningún amante —explicó, ruborizada de manera involuntaria—.
Te… te he mentido porque… parecía ser la única forma de… de…
—De librarte de mí —terminó él, quien respiró hondo y añadió—: Yo pensé…
Olvídalo, no importa ya.
Liam sonrió, con tanta autenticidad que Gina quedó sin aliento. No comprendía
lo que pasaba por la mente de él, pero su cambio la fascinaba. Ahora ya no presentía
ninguna clase de agresión. Era un Liam Shannon nuevo y de un atractivo
abrumador.
Él le cogió la mano, y Gina no pudo evitar un ligero temblor. Liam la miró a los
ojos y sonrió.
—Gina, no deseo lastimarte. Por favor créeme. Y no te culpo por haber huido de
mí esta tarde. He querido conseguir demasiado… en el momento menos oportuno.
—Liam… —ella tenía la garganta seca. Su mente le gritaba que «demasiado»
sólo significaba que él estaba dispuesto a esperar más tiempo para lograr sus
propósitos. En realidad, nada había cambiado. Gina retiró la mano y, como si hubiese
sufrido una quemadura se la frotó con ansiedad.
—Ya sé que he dicho que… —tragó saliva con fuerza—, sí te deseaba, pero no
puedo darte lo que quieres, Liam. La clase de relación que tú tienes en mente no
encaja dentro de mi estilo de vida.
—Ya me doy cuenta de ello —dijo él con suavidad, con lo que logró confundirla
de nuevo.
¿O sería un plan para hacerla bajar la guardia? Los ojos de Gina buscaron con
desesperación la sinceridad en los de él, deseando creer que a Liam de verdad le
importaban los sentimientos.
—¿Por qué me has enviado rosas? —preguntó, mientras se sentía al borde de un
precipicio profundo.
Pareció transcurrir una eternidad antes que se produjese la respuesta de Liam.
—Gina —dijo por fin—, te pido que me des otra oportunidad. Quisiera empezar
de nuevo. Desde el principio —su boca se curvó en una amarga mueca—.
¿Podríamos imaginar que acabamos de conocernos?
¿Hablaría en serio? ¿Serían sinceras sus palabras? La proposición parecía muy
atractiva, pero aun mientras consideraba y anhelaba esa posibilidad, supo que se

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trataba de un sueño imposible. Sin embargo, Gina se sintió invadida por una
multitud de arrepentimientos.
—No se puede. Han sucedido demasiadas cosas que no pueden borrarse de
repente, Liam. Tanto cosas que te han sucedido a ti como las que me ha sucedido a
mí.
—Lo pasado, pasado —aseguró él con evidente convencimiento—. Mi intención
es tener un largo futuro. Por favor, piensa en la posibilidad de compartirlo conmigo.
Una oportunidad, Gina. Es todo lo que te pido.
Ella anheló con toda el alma aceptar, pero no era completamente libre. ¿Qué
opinaría Liam de Debbie? Después de todo, la niña era hija de Jim. Y así como Liam
la odió a ella por amar a Jim, podría aborrecer a la niña por ser un continuo recuerdo
de su matrimonio. Quizá ahora la odiara por poner a su hija en primer lugar, pues
eso era lo que se proponía hacer. Tenía que pensar primero en ella, por lo menos
hasta que pasara la operación. Y si Debbie no recuperaba la vista…
—Liam, existen algunos problemas —contestó Gina, dispuesta a sincerarse—.
No estoy segura… necesito algún tiempo para pensarlo. ¡Tiempo! —aquella palabra
hizo recordar al señor Vincente. Miró su reloj. Eran las ocho y cinco—. ¡Tengo que
irme!
—¡Espera! —Liam extendió su mano hacia ella.
—¡No! —Gina dio un paso atrás—. ¡De verdad, no puedo! Por favor, Liam…
Tengo que cumplir con un trabajo, y ya voy con retraso. Si quieres, podemos hablar
mañana —al volverse, se encontró con que el señor Vincente la esperaba a unos
cuantos pasos de distancia, con los brazos abiertos y una sonrisa de placer.
—Mi querida Gina —se estrecharon las manos—. Me he sentido muy contento
al enterarme de que podías acompañarme de nuevo esta noche.
—Señor Vincente, lamento haberle hecho esperar —se disculpó ella, muy
consciente de la presencia de Liam.
—No importa, no te preocupes —aseguró el italiano, quien enseguida se dirigió
hacia Liam—. Señor Shannon, me doy cuenta de que tiene usted muy buen gusto
para la belleza.
—Vincente, yo aprecio muchas cosas.
El comentario hizo reír al italiano, quien asió a Gina por el codo para hacerla
volver hacia Liam.
—Gina, el señor Shannon nos acompañará a cenar esta noche.
Ella sintió que el corazón le daba un vuelco. Entre tantos hombres de negocios
que se encontraban ese día en Sydney, ¿por qué tenía que ser el señor Vincente con
quien Liam iba a reunirse? No deseaba sentarse frente a Liam durante la cena y verse
obligada a charlar de nimiedades, cuando entre ellos había tantas cosas trascendentes
por resolver.
Remisa, miró a Liam a los ojos y supo que también a él le molestaba la
situación.

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—La señora y yo ya nos conocíamos —aclaró Liam con voz casi fría—. De
hecho, ahora hablábamos de los viejos tiempos, ¿no es cierto, Gina?
—Así es —estuvo de acuerdo ella con una falsa alegría con la que trató de
cubrir su torbellino interior.
El italiano le acarició la mano.
—Gina y yo llegamos a conocernos muy bien anoche. Y usted, señor Shannon,
parece que siempre trae del brazo a una bella mujer, pero esta noche ha llegado mi
turno. Imagino que se siente celoso, ¿o no?
—Sí, claro —estuvo de acuerdo Liam—. Me siento tan celoso que dudo que
pueda hablar esta noche de negocios con usted. O cualquier otra noche, Vincente.
Nunca, a menos que… —hizo una pausa, durante la cual notó el temor que apareció
en el rostro del señor Vincente—, a menos que me ceda a la dama por esta noche.
—Liam, por favor… —intervino Gina al oír esas implacables palabras, pero él
hizo caso omiso.
—¿Y bien, Vincente? ¿Ya ha tomado la decisión? ¿Qué es más importante para
usted?
Cuando el italiano volvió a hablar, agitó mucho las manos.
—¿Qué puedo decir? ¡Es imposible que ceda lo que no es mío! Gina es
empleada de una empresa que se encarga de proporcionar diversos tipos de ayuda
para extranjeros: transporte, intérpretes y auxilio en los tratos de negocios… Gina me
hace un favor al aceptar ayudarme. Eso es todo.
—Ordene que le envíen a otra persona. Gina no perderá, se lo aseguro. Yo
pagaré la cuenta. Pero Gina es mía.
El pobre y confuso señor Vincente se volvió suplicante hacia Gina.
—Entonces cancelaré la salida. Así, no tiene objeto.
—Lo siento, señor Vincente —expresó ella con genuino pesar.
—Ha sido un infortunado error —aseguró él al mirar a Liam—. ¿Se pondrá en
contacto conmigo mañana?
—Tiene mi palabra —replicó Liam con frialdad.
El señor Vincente se apresuró a retirarse. Una vez que él se fue, Gina le dirigió a
Liam una mirada de reproche.
—Lo que has hecho ha sido una grosería.
Él sonrió irónicamente y añadió:
—¿Deseabas estar con él?
—No demasiado —aseguró Gina con sinceridad—. Sin embargo, el dinero me
hace mucha falta. Hoy he perdido un empleo por tu culpa y…
—¿Es el dinero lo que te preocupa? —preguntó Liam con sumo desdén—. Yo te
pagaré bien, Gina. Más de lo que te daría él. Así que no perdamos más el tiempo.

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La cogió del brazo y la condujo hacia los ascensores, con una impaciencia que
hirió la sensibilidad de Gina. Aunque comprendía la frustración de Liam ante la
evidencia presentada por el señor Vincente, no estaba de acuerdo con el modo en que
había tratado al pobre hombre, ni con que le impidiera a ella opinar en el asunto.
La manipulaba, igual que lo había hecho esa mañana. Y ahora ella nunca
tendría la oportunidad de hablar con el señor Vincente acerca de la pintura de Esme.
¡Liam era un verdadero déspota!
Sin embargo, había que resolver algo más que sus diferencias personales. Gina
estaba convencida ahora de que Liam sí podía ayudarla en lo de Debbie, pero ella no
podría tocar el tema si no surgía una mejor comprensión entre ellos.
Quizá lo mejor sería quedar con él al día siguiente y pedirle entonces un
préstamo que pudiera pagar fácilmente. Si de verdad le importaba ella, se mostraría
comprensivo hacia el grave problema de Debbie.
Algunas personas salieron de uno de los ascensores justo al llegar ellos, y Gina
entró en compañía de Liam, con la determinación de ser cuidadosa, pero también
sintiendo que era necesario fijar algunas reglas.
—Liam, si es que vamos a tu suite, quiero poner en claro que será sólo para
hablar —declaró con firmeza, y él le dirigió una extraña sonrisa.
—Podemos hacer algo mejor, Gina. Yo te pagaré lo que pidas.
Gina sintió que se le ponía la carne de gallina ante el cínico comentario.
—Liam, es posible que el dinero haya dejado de tener importancia para ti,
pero…
—No te preocupes, Gina. Si trabajas bien, te pagaré el doble. Debo recordar
darle mañana las gracias al señor Vincente por hacerme ver cuál era el problema —
de súbito, los ojos de Liam se llenaron de odio—. Y pensar que he sido tan ciego para
proponerte matrimonio. ¡He sido un idiota!
Al oírle hablar de ese modo, Gina se quedó sin habla un momento. ¿Cómo era
posible que Liam pensara que ella?… ¿Qué el caballeroso señor Vincente la había
contratado para?… Él tenía un concepto muy erróneo de su trabajo, y para colmo, la
forma en que ella había hecho mención del dinero… Mas ahora se encontraba
demasiado anonadada para coordinar cualquier pensamiento o acción.
Mientras Gina trataba de idear la manera de aclarar ese terrible malentendido,
el ascensor se detuvo y Liam la hizo salir y la condujo ante la puerta de entrada de su
suite; sacó la llave de uno de sus bolsillos y la metió en la cerradura. Gina deseaba
gritarle y negar lo que él parecía sugerir, mas eso sería poner en palabras lo
inexpresable. Deseaba estar equivocada, no haber entendido bien y que la intención
de Liam fuese diferente.
Él abrió la puerta y ambos entraron en la amplia y lujosa suite que incluía el
comedor y una espaciosa sala adornados con palmeras naturales. La habitación
estaba situada en una esquina y era obvio que desde allí se disfrutaba de una
fabulosa vista, mas las cortinas se encontraban cerradas. Gina alcanzó a ver de reojo

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la enorme cama colocada en el dormitorio y sintió que un escalofrío le recorría la


espina dorsal… sobre todo cuando oyó que Liam cerraba la puerta.
Gina permanecía sin moverse, mientras Liam iba por una botella de whisky y
vaciaba cierta cantidad en un vaso.
—Gina, no seas tímida y trátame igual que a cualquier otro cliente.
—¡Estás loco!
—¡Yo no acostumbro a acostarme con mujerzuelas! —exclamó con rudeza—. Ni
siquiera con las de alta categoría que contactan a sus clientes por teléfono. ¡Tú serás
la excepción de la regla! ¡Por ti, siempre estaré dispuesto a hacer excepciones!
El rostro de Liam adquirió de súbito una palidez mortal y, con un grito
inarticulado, él arrojó el vaso de whisky contra la pared.
—¿Por qué? —masculló con ansiedad al volverse hacia la joven con las manos
unidas en un apasionado ruego—. Gina, Gina, ¿por qué has tenido que llegar a esto?
¿Por qué? —aspiró con fuerza—. Convertirte en… una de tantas, era innecesario. Yo
te habría dado cualquier cosa que quisieras, Gina… ¡cualquier cosa!

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Capítulo 5
Una parte de la mente de Gina, aquélla que con obsesión se aferraba a la
necesidad de conseguir dinero para la operación de Debbie, llegó a albergar una
pequeña esperanza al oír las terribles palabras de Liam. Pero Gina no pudo hablar
del asunto.
—¿Cómo es posible que pienses eso de mí? —preguntó con voz temblorosa.
El dolor de él se convirtió en furia ante su negativa.
—¿De nuevo huyes de la verdad, Gina? —le dijo, y luego le dirigió una mirada
de desdén—. Te respetaría por lo menos un poco, si reconocieras lo que eres.
Ese golpe fue demasiado para Gina, quien entonces sintió que la ira ocultaba el
dolor producido por aquellas infundadas acusaciones. ¿Qué sabía ese hombre de su
frustración y angustia al no poder reunir con rapidez el dinero para Debbie?
Sin poder soportar más, y herida hasta el fondo de su ser, Gina se acercó a Liam
y empezó a atacarle con furia animal, golpeándole con los puños dondequiera que
podía, con el deseo de lastimarle tanto como su maligna lengua la había lastimado a
ella.
Él no intentó defenderse y soportó los golpes con tal indiferencia que terminó
por derrotarla. Gina dejó caer los brazos a los lados mientras jadeaba para recuperar
el aliento.
—Liam Shannon, te odio por hacerme esto. Te odio por pensarlo. ¡Te odio, te
odio, te odio!
—Eso no es cierto, Gina —aseguró él, con un cansancio que reflejaba el gran
vacío que sentía en su alma—. Y ésa es la causa del infierno en que vivimos ambos.
Ella movió la cabeza en una inútil negativa de lo que él pudiese querer decir.
—Yo no soy lo que tú crees. Nunca podría hacer algo así. Ni siquiera
contemplar esa idea. ¡Nunca! Ni soy…
—¡No! —el grito salió de su garganta y al siguiente instante sus brazos la
rodearon con aplastante fuerza—. No hablemos de ello. Fingiremos que… fingiremos
lo que tú quieras —una de sus manos le hizo una ruda caricia en el pelo y la obligó a
presionar la cabeza contra su hombro, mientras su voz de nuevo expresaba un
apasionado ruego—. Permíteme amarte como lo he soñado, Gina. Yo haré que
Vincente y los demás se esfumen de tu mente. Haré que…
—No… no… —un terrible dolor oprimió el pecho de Gina. ¿Cómo podría
lograr que la creyese?
—Te aseguro que… —anunció él en un torturado aliento—. ¡No me importa!
No me importa lo que has hecho, ni lo que eres… ¡nada! Te he deseado… te he
amado… desde hace tanto tiempo, que no puedo dejarte ir ahora, sin siquiera
demostrarte lo que pudo haber sido. Tú y yo, Gina… Nada parecido a lo que has

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tenido con los otros —su mano se deslizó a lo largo de la espalda de ella, obligándole
a estrecharle.
—¡No sigas, por favor! —imploró Gina al tratar de separarse de él—. Tú no me
amas, Liam. Si así fuera, sabrías que yo no podría ser… eso que dices. Lo sabrías…
—Lo único que sé es que estás en mis brazos, y que ése es el lugar al que
perteneces —declaró Liam con febril posesión—. Ámame, Gina. Ámame como
siempre has deseado hacerlo. Ámame como yo te amo a ti —empezó a cubrir el
húmedo rostro de ella con cálidos y urgentes besos.
Gina sintió que el corazón se le partía en dos.
—Liam… Liam, ¿es que no te das cuenta?…
—Lo único que veo es a ti. Sólo a ti. Igual que te he visto todas las noches a lo
largo de estos años. Sólo dame esta noche, Gina. Te daré lo que quieras… cualquier
cosa…
—¡No! ¡Oh, Dios! ¡No puedes hacerme esto! —gimió Gina.
—No puedes negarte. No cuando sé lo que ahora sé…
—¡No! ¡No! —gritó ella, mientras luchaba por librarse de ese insoportable
tormento.
Él la levantó en brazos, y de nada sirvió su pataleo. Al llegar ante la cama, Liam
se dejó caer junto con Gina, silenciando cualquier protesta con un lacerante beso.
—¡No! ¡No! ¡No! —volvió a gritar ella en cuanto pudo liberar su boca.
—Te lo daré todo —insistió él jadeante, a la vez que asía las manos de ella y las
sostenía con firmeza a los lados, mientras se acomodaba sobre ella, obligándola a
experimentar la intensidad de su pasión.
Hizo una pausa y luego añadió:
—Me deseas, Gina. Nunca has deseado así a otro hombre. Necesito saber eso.
—Por favor, Liam… no lo hagas —rogó ella al sentir que sus defensas
empezaban a derrumbarse contra la necesidad que él le transmitía con tanta fuerza.
—Gina… —musitó él en torturante jadeo, mientras apoyaba la frente contra la
de ella y su pecho oprimía los senos—. Necesito sentirte conmigo. Tengo que
estrecharte entre mis brazos y hacerte mía.
La intensidad de esa pasión la aterrorizó. Él parecía haber enloquecido; sin
embargo, Gina sabía que moriría si se entregaba a él en esas circunstancias.
—No saldrá bien, Liam. No funcionará —exclamó frenética—. No puede ser
como tú quieres.
Él la miraba, mas no entendía esa súplica.
—Eres mía, Gina. Te haré mía. ¡Para siempre!
Entonces le soltó las manos para estrecharle el cuerpo con los brazos y rodar
con ella por la cama una y otra vez en un salvaje anhelo de deseo. La besó, con tal

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pasión que esfumó de la mente de Gina cualquier pensamiento que no fuese el deseo
incontrolable que la hacía sucumbir.
Gina se aferró a él con miedo, locura, excitación y docilidad, imposibilitada
para luchar contra aquellos labios, contra aquel destino que la acosaba con
demasiada rapidez para escapar.
—Mi cariño… mi amor… mi corazón… mi vida…
Liam le hizo perder el sentido con aquellas ardientes palabras, al tiempo que la
despojaba de la ropa y depositaba febriles besos sobre su piel. Ella deseaba detenerse
pero fue completamente imposible.
Demasiado tarde… demasiado tarde… se decía aun cuando Liam la soltó
mientras se despojaba de su ropa. Aunque fuese una locura, Gina deseó aceptarle.
Él intentó poseerla con una urgencia que la hizo estremecerse. Gina nunca había
sentido algo semejante. Ese convulsivo deseo por provocar, excitar y estimular todas
las células de su compañero, de sentir su contacto, era nuevo para ella. Sus
inhibiciones desaparecieron cuando empezó a disfrutar de los juegos eróticos y a
alimentar una sensualidad que se volvió tan exigente, que al llegar a la cúspide se
convirtió en una exasperante e imperiosa necesidad.
—Gina… —musitó él con una voz apenas reconocible—. Dime que sí… di que
me deseas… Admite que me amas… sólo a mí…
—Sí, sí, sí —gritó ella, a la vez que le abrazaba con fuerza, pues ambos habían
llegado a la cumbre del éxtasis.
—Gina…
Estaba tan equivocada con respecto a Liam… Deseó dar marcha atrás en el
tiempo y gozar del placer que ese hombre le había hecho experimentar si hubiera
aceptado un compromiso con él.
Cerró los ojos y se odió por haber sido tan fiel a Jim. En realidad, ella nunca
perteneció a su esposo, no de esta manera tan absoluta. Liam había tenido razón
desde el principio. Él era su hombre… su pareja. Y sí, ella le deseaba.
Liam se deslizó a un lado de ella, sin dejar de rodearla con los brazos. Gina se
permitió entonces el tentador lujo de soñar que nada ni nadie podría separarlos. Si no
hablaran, si pudiesen permanecer abrazados, si el tiempo pudiese detenerse en ese
momento…
Él le acarició la espalda y el pelo con cariño, de una manera maravillosa. Gina
permaneció durante mucho tiempo con la cabeza apoyada en el pecho de él,
negándose a aceptar otra existencia que no fuese la suya. Ella le pertenecía y
viceversa. Quizá eso no fuese un final, sino el principio de un futuro que ambos
podrían compartir.
Gina no pudo contentarse con yacer a su lado. Si él no hablaba, ella tendría que
aclarar el terrible error en el que estaba acerca de ella. Y tendría que hablarle de la
enfermedad de Debbie.

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—Liam… —empezó a levantar la cabeza, pero la mano de él se apresuró a


impedir cualquier movimiento.
—No te muevas —le susurró.
Gina suspiró y sofocó su desesperada impaciencia. Liam entremetió los dedos
en el largo y sedoso pelo de Gina, tejiendo pequeños nudos.
—Formaremos un mundo propio donde nada pueda molestarnos —dijo Liam
con voz ronca.
Gina volvió a estremecerse. Si él estaba hablando de un futuro, lo cual esperaba
ella con desesperación, entonces tenía que saber todo lo relacionado con Debbie.
Tenía que aceptarla. Gina nunca hacía nada sin pensar en su hija. Hizo acopio de
valor, respiró hondo y trató de hablar.
—Liam, no puedo…
—¡No digas eso!
La cortante orden fue como una puñalada al corazón de Gina. ¿Era la intimidad
física todo lo que él necesitaba y no deseaba llegar a una armonía espiritual?
De pronto, Liam se inclinó hacia Gina, mientras en sus ojos ardía un intenso
propósito.
—Escucha, Gina. No me importa lo que hiciste ni tus motivos para ello. No me
encuentro en posición de culparte. Y no me importa. Todo esto quedará atrás. Nos
iremos de este país y viviremos donde tú quieras…
Gina sintió náuseas. Él aún estaba convencido de que… Su mente trató de
eliminar tan horrible idea y luchó contra ella. A pesar de su creencia, Liam la amaba
y de todas maneras deseaba compartir su vida con ella. A Gina le pareció que esa
grandeza de corazón compensaba el equívoco. Pero aún así, había muchas cosas de
las que él debía estar enterado…
Buscó su mirada, con la esperanza de que en su corazón también Debbie tuviese
cabida.
—Liam, yo tengo una hija.
El rostro de él se puso rígido.
—¿De Jim?
—¡Por supuesto! —esa pregunta la hirió todavía más. No obstante, si Liam la
ayudaba, cualquier sacrificio valdría la pena.
El tenso rostro de Liam se relajó poco a poco.
—Yo la adoptaré.
—Ojalá fuese tan sencillo —suspiró Gina.
En realidad, la reacción inicial de él no había sido mala, pero Gina era
consciente de los problemas inherentes a la situación. Lo que estaba a punto de decir
era vital para cualquier felicidad futura que pudiesen compartir, y observó a Liam
con sumo cuidado.

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—Liam, antes Debbie tiene que aceptarte a ti. Ya no es un bebé, tiene cuatro
años y es mucho más sensible que la mayoría de los niños hacia los sentimientos de
la gente que la rodea —advirtió Gina.
—No habrá ningún problema —declaró Liam, con una inmensa confianza en sí
mismo.
Gina rogó por que la última carga que ella estaba a punto de imponerle no fuese
demasiado pesada. Aceptar como hija a una niña pequeña era una cosa, pero otra
muy diferente compartir la responsabilidad de una chiquilla que tenía posibilidades
de quedar inválida para toda la vida.
—Eso no es todo… Liam, mi hija está a punto de quedarse ciega.
Los músculos alrededor de la boca de él se endurecieron y una arruga se formó
entre sus cejas. Gina no estuvo segura de si ese mínimo cambio era una muestra de
comprensión o algo más, pero ella tenía que decirle ahora toda la verdad. Si la amaba
tanto como aseguraba, tendría que responder a la angustia de su corazón.
—Si no la operan pronto, se quedará ciega para siempre. En la ciudad de Los
Ángeles, en California, existe una clínica en la que ha tenido éxito la extirpación de
esa clase de quistes, aunque los de ella son tan profundos que se albergan casi en el
cerebro. Por eso necesita ser operada por especialistas muy profesionales. Los
médicos del Camperdown Children's Hospital dicen que es la única oportunidad que
tiene Debbie —Gina respiró hondo antes de formular la pregunta crítica—. He hecho
todo lo que he podido para conseguir el dinero necesario. La seguridad social no
proporciona fondos para casos como el de Debbie. No poseo nada de valor para
venderlo o empeñarlo y así poder reunir los cincuenta mil dólares que necesito para
que Debbie pueda ser operada. El dinero no es fácil de conseguir, y por eso… Liam,
debes darte cuenta… Tengo que pedirte…
—Sí, me doy cuenta —aseguró él con una extraña voz. Su rostro se puso tenso y
Gina presintió un súbito alejamiento.
—Liam, ella es mi hija. Tengo que hacer cualquier cosa para que recupere la
vista. Es preciosa y muy buena… no puedo quedarme cruzada de brazos mientras
ella va perdiendo vista cada día. Cuento con tres empleos y utilizo el mínimo de
dinero para vivir… casi nada…
¿Por qué en los ojos de él habría tanta dureza? ¿Por qué estaba tan tenso? Ella
no podía comprender lo que le parecía una injustificada falta de comprensión.
—Por lo tanto, debes comprender que, independientemente de lo que
compartimos tú y yo, Debbie está primero —prosiguió Gina, con una necesidad cada
vez mayor del apoyo de Liam—. No puede ser de otro modo. De lo que ahora
consiga, dependerá su futuro.
—Sí, claro —dijo él, mas su voz sonaba hueca—. Has pasado momentos
terribles y angustiosos —se apoyó de nuevo en las almohadas y se separó de ella—.
No te preocupes más. Yo haré todo lo necesario. Me encargaré de cualquier cosa que
haga falta —las palabras parecían salir sin esfuerzo, mas tenía el puño apretado con
tanta fuerza, que los nudillos se le habían puesto blancos.

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Gina sintió pánico de nuevo. ¿Estaría celoso de su hija? ¿La odiaría por ser de
Jim? Quizá Liam nunca pudiese perdonarla por haberse casado con él, y Debbie sería
un recuerdo en vivo de ese matrimonio…
Tal vez se hubiese excedido en sus ruegos, pero la salud de su hija era lo que
más le importaba en ese momento. Para Liam, tanto la existencia de esa niña como su
ceguera, serían un gran obstáculo para sus propósitos. Quizá ella debía haber
esperado un poco más, hasta ganarse su total confianza.
Desesperada por no saber qué decir, Gina recorrió con la punta de los dedos la
cálida y sensible piel del brazo de él hasta la cintura. El estremecimiento que siguió a
aquel ligero contacto le dio una sensación de poder que la hizo sonreír; sobre todo
cuando Liam le asió la mano y la sostuvo con fuerza.
—No he querido decir que no vayamos a disponer de tiempo para nosotros,
Liam —dijo con suavidad—. Podríamos estar juntos, si eso es lo que quieres.
Él apretó su mano con fuerza, hasta lastimarla. Entonces bajó las piernas de la
cama y se puso de pie, soltándole la mano como si su contacto fuese algo indeseable.
Tenía tensos los músculos de la espalda y su expresión carecía de emoción.
—La carrera ha terminado y tú has conseguido lo que querías. ¿Sabes? Creo que
en el fondo toda la gente es igual, el veneno es el mismo. Debes perdonarme por ser
tan cínico.
Gina sintió que se le enfriaba la sangre y, boquiabierta, le vio rodear la cama y
recoger del suelo la chaqueta.
Liam se volvió a mirarla y en sus labios se formó una ligera sonrisa.
—No te preocupes, querida. El dinero no es problema. He dicho que te daría
todo lo que quisieras, y lo cumpliré. Me has dado lo que deseaba, incluidas las
palabras que anhelaba escuchar. Ha sido una gran representación —la sonrisa se
convirtió en una mueca de desprecio por sí mismo—. Soy un estúpido, Gina, pero tú
siempre has sido mi punto débil. Haría cualquier cosa por ti.
—¡No, Liam, no debes pensar así! —exclamó ella mientras se ponía de pie para
negar aquellos sentimientos que hacían que él convirtiese en rechazo lo que acababan
de compartir—. ¡No ha sido una farsa! —Gina levantó las manos para dar mayor
fuerza a sus palabras—. Cualquier cosa que he hecho o he dicho ha sido sincera.
Nunca he fingido, ni siquiera con Jim. Lo que viví con él de ninguna manera puede
compararse con lo que nosotros acabamos de experimentar. ¡Debes creerme, Liam!
¡Nadie podría haberme dado lo que tú acabas de darme!
Extrajo un talonario de cheques del bolsillo interior de su chaqueta y se
encaminó hacia el escritorio con movimientos tan rígidos como los de un autómata.
—¡Liam, te lo pido por el amor de Dios! ¡Escúchame! —imploró Gina—. ¡Estás
muy equivocado! Por favor, dime qué ha sucedido, por qué has cambiado de ese
modo. ¡Te juro que estás equivocado!
Liam no levantó la mirada ni dejó de escribir.

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—Yo también tengo necesidades, Gina. Éste es el dinero que te corresponde por
los servicios prestados. Mañana temprano podrás llevar el cheque al banco —Liam
hablaba con absoluta frialdad—. No tendrás ningún problema en el cobro, te lo
aseguro. Jamás permitiría que la hija de Jim se quedara ciega. Él fue mi mejor
amigo…
—No aceptaré tu dinero —a Gina le temblaba la voz. ¿Acaso él quería vengarse
de lo que creía que ella le había hecho?—. Ni siquiera por mi hija. Nunca me he
entregado ni me entregaré a un hombre por dinero. Si quieres, puedes acudir a la
Australian Interpreters' Company para constatar la veracidad de lo que te digo.
Como te ha dicho el señor Vincente, a quien tú ni siquiera has escuchado, se trata de
un servicio legítimo de auxilio a los hombres de negocios extranjeros que necesitan
ayuda, y no es… no es una red encubierta de… de mujerzuelas.
Él la contempló durante un momento.
—De algún modo he encontrado mi salvación —su respiración era agitada, y el
labio inferior le tembló un poco al añadir con calma—: Tú has hecho tu parte y yo
hago la mía. Pero nosotros somos muy diferentes, y no hay futuro. En realidad,
nunca hubo un principio. Sin embargo, podemos terminar con cierta dignidad.
—Liam, yo… yo te amo.
Él se puso tan rígido como si ella le hubiese dado una bofetada.
—Por favor no sigas. Ya no hay necesidad de fingir más. Me has dado… algo
más que un servicio por mi dinero. La catarsis que yo necesitaba para solucionar mi
vida. Te agradezco que me hayas entregado tu hermoso cuerpo, y espero que hayas
encontrado algún placer en el mío. Pero seremos sinceros, Gina. Ya no se requieren
más palabras —le entregó el cheque.
Gina movió la cabeza de un lado a otro y retrocedió unos pasos; los ojos se le
llenaron de lágrimas y éstas empezaron a correr por sus mejillas, mientras sentía en
el pecho un dolor tan agudo, que tuvo que rodearse con los brazos.
—Liam, esto que haces es injusto para los dos —suplicó—. Ahora que acabamos
de estar juntos por primera vez…
Él dio un paso hacia ella. Sus ojos eran como puñaladas de frustración y el
rostro se le contorsionó. Se alejó de ella y arrojó el cheque en el escritorio.
—Por tu bien… y el mío… ¡vístete! Ya tienes lo que querías, ¿no? ¡Pues ahora
vete! ¡Aléjate antes de que me destruyas por completo!
Se dio la vuelta y salió con furia, mientras sus explosivas órdenes resonaban en
los oídos de Gina.
Temblorosa a causa de la impresión recibida, Gina se dejó caer sobre la cama,
demasiado aturdida para intentar algo. Aunque… ¿qué podía hacer?
Escuchó el tintineo de una botella y un vaso; un par de puertas que se abrían y
cerraban; el ruido de ganchos para colgar ropa. Seguramente Liam se estaba
vistiendo. Poco después, el ruido de otra puerta que se cerraba puntualizó su partida.

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Todo había terminado; así se lo había dicho Liam. Pero también le había
confesado que en realidad nunca hubo un principio. ¿Y cómo podría existir algo con
tantos malentendidos, fuesen de parte de él o de ella? Ambos estaban marcados por
la mala suerte.
«Terminemos con cierta dignidad», habían sido casi sus últimas palabras. Pero
la dignidad era un terrible vacío que Gina no sabía cómo llenar. En un corto lapso
había encontrado y había perdido el amor, y no sabía, si podía, salir al campo de
batalla de tantas y tan tumultuosas emociones.
Su mirada se detuvo en una de sus sandalias rojas, la cual se encontraba al pie
de una pared. «Vístete y vete», repetía su mente como un eco. Se levantó de la cama y
cuidadosamente recogió sus prendas, una por una. Más difícil le fue ponérselas, pues
las manos le temblaban. Se sentía muy débil.
Al volver la vista hacia el escritorio, vio el cheque que cubría los gastos
generados por la operación de Debbie. Gina se dejó caer sobre la silla colocada ante el
escritorio, mientras contemplaba aquel trozo de papel que podría lograr que su hija
volviera a ver. Cincuenta mil dólares. Permaneció con la vista clavada en la firma de
Liam.
Gina sabía, sin ninguna sombra de duda, que si ella aceptaba ese cheque, estaría
condenada para siempre a los ojos de Liam, quien confirmaría el hecho de que se
había entregado a él por dinero… aunque fuese por el bien de Debbie, y de ninguna
manera por amor.
Si no lo cogía, ¿la volvería a buscar él? ¿Se daría cuenta de lo equivocado que
había estado y le pediría perdón? Y, aun cuando lo hiciera así, ¿le perdonaría ella por
su despiadada falta de fe?
El amor y el odio estaban enlazados de manera tan estrecha, que era difícil
separar uno del otro. Ella y Liam con sus falsas ideas de uno sobre el otro
provocaban el odio. Esa noche habían tenido la oportunidad de superar esa barrera,
mas ya era demasiado tarde para derribarla. Siempre era demasiado tarde para ellos.
Una profunda tristeza hizo que los ojos se le llenaran otra vez de lágrimas. Se
quedó pensativa durante un momento y después recogió el cheque, pues
representaba lo único bueno que podría resultar de ese sórdido asunto. Liam podía
desprenderse de ese dinero y a Debbie le era muy necesario. Por lo menos alguien
saldría beneficiado de esa absurda situación.
Gina dobló el cheque y lo guardó en su bolso, odiando la necesidad que la
impulsaba a hacerlo. Levantó el bolígrafo que Liam había dejado caer, ya que sintió
que por dignidad debería escribir algo… unas palabras de agradecimiento. Y, sin
pensar más sobre si era o no correcto, cogió una hoja y escribió:
Desearía que hubiese sido diferente.
No incluyó la firma. ¡Qué objeto tenía! Lo único que importaba ahora era
Debbie. Colocó el bolígrafo a un lado, se puso de pie y se obligó a caminar para salir
de la suite de Liam, abandonar el hotel, escapar de lo que pudo haber sucedido… si
las circunstancias hubieran sido diferentes.

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Capítulo 6
El cajero deslizó la libreta de banco bajo la rejilla, con una inquisitiva sonrisa.
Gina le dio las gracias en un susurro y se alejó para dar paso a la siguiente persona
de la fila.
La mano le tembló al abrir su libreta para constatar la cantidad acreditada. Los
números se encontraban estampados y ratificados, como una prueba absoluta de que
ella poseía ahora ese dinero.
Salió del banco, muy aturdida. En el hecho de tener ese dinero no había triunfo
ni ninguna sensación de logro. Su mente insistió en que el fin era lo único que
importaba. Si la operación de Debbie resultaba positiva, el costo para sí misma y para
Liam quedaría justificado. Si fracasaba… Ni siquiera debía pensar en esa posibilidad.
Debbie recuperaría la vista. De otro modo, el precio pagado sería demasiado alto.
Gina anduvo con más rapidez. Había muchas cosas que hacer, arreglos que
tenían que llevarse a cabo con tanta rapidez como fuese posible. No podía perder
tiempo ni darse el lujo de pensar en Liam o permitir que el dolor le nublara la mente
y la despojara de la voluntad de seguir adelante y cumplir con su obligación. Toda su
energía tenía que concentrarse en llevar a Debbie a Los Ángeles.
Más tarde… pero tampoco podría pensar en ello después. Cuanto más tardara
en pensar en Liam, mejor. Ya llegaría el momento en que pudiese recordar lo
sucedido entre ellos sin sentir el insoportable dolor que la invadía en ese momento.
Lo que ahora tenía que hacer, era tranquilizarse para actuar como era debido.
Al volver a casa, Gina encontró a Esme con una fiebre de inspiración. Su triunfo
artístico del día anterior en definitiva iba a ser superado por la obra de hoy, siendo
Debbie su consejera sobre la nueva composición. La charla era tan animada entre
ellas y demostraba tanta imaginación, que Gina casi logró olvidar la preocupación
que el cheque de Liam le había causado. No le había hablado de ello a Esme, pues en
su interior albergaba el temor de que Liam lo hubiese cancelado. Ahora ya no podía
posponer el momento.
—Esme, ya tengo el dinero para la operación —anunció con calma.
Un violento manchón color púrpura se extendió a lo largo del lienzo de Esme al
sufrir ella un sobresalto.
—Creo que no he oído bien —dijo, después de unos instantes de permanecer
con la boca abierta a causa del asombro.
—Sí, Esme, lo que has oído es cierto, y ahora tengo que ver al doctor Halston. Él
nos concertará una cita en Los Ángeles y arreglará los detalles pertinentes y
después…
—¿Qué ha pasado, Gina? —la interrumpió Esme, al tiempo que el asombro
cedía paso a una aguda preocupación—. ¿Has asaltado un banco?
Una pequeña sonrisa de dolor apareció en los labios de Gina.

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—No te angusties, Esme. Nadie va a venir a quitármelo. Ese dinero me… lo…
han regalado.
Esme palideció y sus alegres ojos perdieron el brillo en tanto estudiaban el
semblante de Gina: la dureza alrededor de su boca, las sombras bajo los ojos, la
desolación de su mirada llena de obstinación, mas vacía de todo sentimiento.
—¿Qué has hecho, Gina? —preguntó con suavidad—. Si conocieras a alguien
que pudiese disponer de esa cantidad de dinero, hace mucho que habrías recurrido a
esa persona.
Gina se aferró al control que con tanta dificultad había obtenido.
—Por favor, Esme, no me hagas preguntas —pidió—. No quiero hablar de ello,
ni ahora ni nunca. Limítate a creer que ya tenemos lo que se necesita para la
operación de Debbie.
—Gina…
Preocupación, comprensión, compasión… todo ello palpitó en la forma en que
pronunció su nombre; después de lo cual, se produjo un tenso silencio entre ellas.
—Es mejor que esos médicos de Los Ángeles estén dispuestos y sean capaces —
manifestó con alegría—. Empieza a hacer los trámites. Mientras tanto, Debbie y yo
prepararemos una magnífica cena para celebrarlo. Hoy es un gran día.
—Sí, un gran día —repitió Gina como un eco, al participar agradecida en el
juego de Esme.
Durante los días siguientes, Esme se encargó de que el ánimo de Gina no
flaquease. El único instante en que el optimismo no se interponía como un escudo
entre ella y los negros pensamientos que la asediaban, era por las noches, cuando la
depresión se apoderaba de ella.
Debbie se encontraba tan emocionada por la perspectiva de ver todas las
maravillas que Esme le había descrito, que su rostro estaba radiante de felicidad.
Verla así, era una recompensa para Gina y su paliativo a su dolor.
Se programó la fecha para la operación y se hicieron las reservas para el vuelo
hacia los Estados Unidos de América, aunque para consternación de Gina, debido a
la inflación, necesitó aún más dinero del previsto, así que de cualquier manera tuvo
que recurrir a la totalidad de sus ahorros para cubrir el resto. De hecho, disponía de
una cantidad muy reducida para los gastos de su estancia en Los Ángeles, mientras
Debbie permanecía en el hospital. Pero de algún modo se las arreglaría.
Esme las acompañó al aeropuerto Mascot y las despidió emocionada cuando
tuvieron que pasar a la sala de abordaje. Durante el largo vuelo, Debbie requirió de la
mayor parte de la atención de Gina, pues quería que le describiera todo. El interior y
exterior del avión, el uniforme de las amables azafatas, el aspecto de las nubes y
muchos detalles más.
Cuando llegaron a su destino, Gina tuvo muchas cosas que atender. Dar a
Debbie de alta en la clínica, hablar con los médicos, encontrar un alojamiento barato,

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idear el modo de prolongar el presupuesto. Cuando al fin se metió en la cama, se


quedó dormida inmediatamente.
Los días siguientes fueron una especie de pesadilla. Hasta que terminó la
operación de Debbie, no pudo relajarse lo suficiente para pensar en Liam.
Mientras permanecía a la cabecera de la cama de su hija, le acariciaba su
pequeña mano, esperando el momento en que la niña volviese en sí para hablarle y
tranquilizarla. La cabeza de Debbie se encontraba envuelta en vendajes, mas el
cirujano le había asegurado a Gina que, cuando esos vendajes fueran retirados, la
visión de la niña sería normal. Liam era quien había hecho eso posible.
Sin importar lo que despreciara a Gina, y a pesar de lo que pensaba acerca de
ella, le había dado lo que necesitaba. Lo menos que Gina podía hacer era escribirle
una carta y darle las gracias. De lo único que se le ocurría escribir era de otras cosas
que nada tenían que ver con su hija. Desahogar su ansiedad, intentar explicarle la
verdad y aclarar los terribles malentendidos que los habían separado.
El recuerdo de la última mirada que le dirigió Liam llenaba a Gina de
desesperación. Cualquier cosa que le escribiese, sólo serviría para revivir su desdén.
«Terminemos con alguna dignidad», había dicho él; no obstante, Gina se oponía a
obedecer ese edicto.
Exhaló un profundo suspiro. Liam había logrado sobrevivir sin ella durante seis
años. Con toda seguridad ella podría hacer lo mismo. Y tenía la ventaja adicional de
no estar sola; de contar con Debbie y con Esme. Liam no tenía a nadie en absoluto. A
nadie… Gina se estremeció al recordar cómo habría pasado él aquellos seis años.
Su hija se movió y sus pequeños dedos se aferraron a los de su progenitora.
—¿Mami?
—Sí, cariño —musitó Gina, con un nudo de emoción en la garganta—. Todo ha
salido bien, Debbie, y muy pronto, dentro de unos cuantos días, podrás volver a ver.
Tus ojos proseguirán su mejoría y dentro de un par de semanas serás capaz de
admirar todo.
Aquella dulce e infantil boca esbozó una sonrisa.
—¿Cómo dijo Esme? ¿Podré ver sus pinturas?
—Sí, mi amor. Podrás ver todas sus pinturas —le aseguró Gina con voz ronca.
Aquella misma noche, Gina le escribió una larga carta a Esme para hablarle
acerca de la operación y manifestar todo el cariño y gratitud que sentía hacia la mujer
que tanto había hecho por Debbie y por ella misma. Entonces, aún emocionada, y a
pesar de lo que Liam pudiese pensar, le escribió a él también, sin hacer mención de lo
sucedido entre ellos, sino dándole las gracias ya que su generosidad había hecho
posible la curación de Debbie.
No esperaba ni recibió ninguna respuesta de Liam, pero el placer de compartir
la recuperación de Debbie disminuyó el dolor de perder a Liam.
Los días inmediatos a aquél en que le quitaron las vendas a Debbie, fueron al
mismo tiempo terribles y emocionantes. Primero, la lenta y cuidadosa exposición al

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brillo de la luz; después el resplandor en los ojos de su hija; la maravillosa mañana en


que Gina pudo llevar a Debbie a dar un paseo por los jardines de la clínica. Todo fue
tan gratificante, que Gina se convenció de que el sacrificio había merecido la pena.
Debbie estaba a punto de ser dada de alta y Gina había empezado los arreglos
para el regreso a Sydney, cuando llegó una extraordinaria carta enviada por Esme.
Dentro de las hojas dobladas había… ¡un cheque por dos mil dólares! Casi sin poder
creer lo que veía, Gina se apresuró a leer la carta en busca de una explicación.
¡¡¡Vendí uno de mis cuadros!!!
Gina sintió que la risa surgía de su garganta al imaginar a Esme bailando de
alegría ante su triunfo y hablándole de su genialidad a cualquiera que se le pusiera
enfrente. Gina se sintió feliz de que por fin se hubiera reconocido el gran talento de
su amiga.
Este dinero es para que lleves a Debbie a Disneylandia, para que se divierta todo lo que
pueda. ¡Deseo que lo paséis bien! Nada podría alegrarme más que proporcionar este placer a
dos personas a quienes quiero tanto y que tienen un lugar muy especial en mi corazón.
A Gina se le llenaron los ojos de lágrimas y durante algunos minutos sollozó,
muy conmovida ante la inmensa generosidad de Esme. Pensar en un viaje a
Disneylandia era una idea que sólo se le podía haber ocurrido a Esme, y tenía razón,
mucha razón. Para Debbie sería una experiencia mágica y maravillosa, un festín de
colores y fantasías para celebrar el fin de la oscuridad. Esme era la mujer más buena e
inteligente del mundo, la que comprendía el arte de dar.
Gina se enjugó las lágrimas y cogió la carta de nuevo. Su corazón empezó a latir
con fuerza al recorrer las páginas con la vista y devorar cada una de las palabras
escritas por Esme.
¡Ahora vivo en el séptimo cielo! ¿Recuerdas que una o dos veces acompañaste a un
caballero italiano llamado Bruno Vincente? Es un hombre adorable que no sólo tiene unos
modales exquisitos, sino que posee la capacidad de apreciar mi arte y ha insistido en que
realice más pinturas con mi nuevo estilo. ¡Dice que mi arte es primitivo! ¡Un magnífico
exponente de esa «escuela»! Además, me mira con mucho interés. A mí me dan ganas de
abrazarle, pero no quiero asustarle. Es de estatura pequeña, pero su mente es maravillosa. ¡Un
individuo muy inteligente!
Nunca adivinarás cómo le conocí. ¿Recuerdas a un hombre llamado Liam Shannon, que
fue quien devolvió tu bolso? Él asegura que te conoció antes de que te casaras con Jim, ¿es
cierto? ¿Te acordabas de él? Bien, pues volvió a venir y, después que me explicó quién era, le
invité a pasar y le hablé de ti y de Debbie; así como de la muerte de Jim en tan mal momento y
de lo desesperada que tú estabas debido al problema de tu hija y de cuánto trabajabas por ella.
Se preocupó mucho, mas le aseguré que todo había salido bien. Por fin. ¡Y de un modo
maravilloso!
Al ver mi pintura del jardín colgada en la pared, la elogió, me preguntó si conocía al
autor y se sorprendió cuando le dije que era yo misma. Me felicitó y ofreció comprarla en ese
mismo momento, por cinco mil dólares. Claro que yo acepté de inmediato. Hizo un cheque por
la cantidad acordada y se llevó mi pintura. Se la enseñó a Bruno, y ahora éste no se aleja de mi
casa. Él opina que necesito un agente y me pidió que no vendiera nada hasta que tenga

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suficientes obras para integrar una exposición en una buena galería. Él se va a encargar de la
organización y me va a convertir en una pintora famosa. ¡¡¡Y acaudalada!!!
Así que, queridas mías, divertíos mucho en Disneylandia y gastaos hasta el último
centavo de la cantidad que os envío. Voy a trabajar más y nunca tendremos que preocuparnos
por el dinero. Bruno es un experto en arte y su opinión es muy apreciada en el medio, así que
sabe de lo que habla. ¿Verdad que lo sucedido es maravilloso? Claro que yo siempre he sido
consciente de mi genio, pero hasta que Bruno vio mi obra, pensé que nadie más lo reconocería.
Le comuniqué a Liam Shannon que volverías dentro de unas semanas. Es un hombre
muy misterioso y creo que alguien debería enseñarle a relajarse. Sabe apreciar la calidad de
mis pinturas, pero es obvio que no sabe gozar de la vida.
Dile a Debbie que todo mi éxito se lo debo a ella, y que cuando regrese a Sydney, tendré
listas para ella muchas pinturas para que las vea. Dale muchos besos y abrazos de mi parte.
Os quiere, Esme.
Gina leyó una y otra vez lo referente a Liam, e interpretó su comportamiento de
tantas maneras que la cabeza le dolió.
¿Para qué fue a ver a Esme? ¿De verdad habría apreciado la calidad de la
pintura del jardín o tendría un motivo oculto al ofrecer tanto dinero? A Gina le había
dicho que haría cualquier cosa por ella. ¿Sería éste un modo de asegurarse de que no
padeciera estrecheces? ¿Qué le habría contado Esme? ¿Habría hablado con el señor
Vincente para averiguar el tipo de trabajo que ella realizaba? ¿Por qué no se puso en
contacto con ella ni había contestado a su carta?
Se le ocurrían un sinfín de preguntas… y ninguna respuesta. Pero de la lectura
de la carta de Esme empezó a surgir una frágil esperanza que Gina alimentó de
continuo. ¿Qué otro motivo podía tener para ir a su casa? Al parecer, no todo había
terminado.
Ella hubiera querido regresar de inmediato, mas no podía privar a Debbie de la
oportunidad de conocer Disneylandia. Gina cogió una habitación en el Holiday Inn
de Anaheim, a sólo dos cuadras del parque de atracciones y que además contaba con
un servicio de transporte adecuado. Debbie y Gina pasaron allí cinco felices días.
Todas las mañanas acudían a Disneylandia y a pesar de las fabulosas
atracciones del lugar, a la hora de la comida se encontraban muy cansadas y
regresaban al hotel para dormir la siesta. Gina sentía un letargo casi constante, mas lo
atribuía a la tensión acumulada durante mucho tiempo. No obstante, era un alivio
pensar que en el futuro sólo necesitaría un empleo.
Debbie se emocionó y divirtió mucho durante el vuelo de regreso a Sydney,
donde fueron recibidas por Esme, lo cual constituyó la alegría final de ese viaje. Esme
estaba resplandeciente con un caftán estampado de loros y exóticas flores. Además,
se había adornado el pelo con peinetas y plumas de variados colores. Era una
maravillosa bienvenida… excepto que Liam no se encontraba allí.
Gina recorrió las instalaciones del aeropuerto con la mirada, esperanzada de
distinguir a Liam en algún lado. Su desilusión era irrazonable, se repetía. Si Liam

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deseaba verla de nuevo, no era probable que escogiera un atestado aeropuerto como
sitio de reunión.
Se preguntó si estaría bien ir a verle para darle las gracias, mas decidió que lo
mejor sería no hacerlo. Liam sabía dónde vivía ella y podría visitarla cuando quisiera,
si lo deseaba. Él sabía que sería bien recibido al menos por Esme.
Esme y Debbie charlaron como cotorras durante el trayecto en el taxi que las
llevó a casa. Gina notó que en los periódicos que se vendían en las calles, anunciaban
el descubrimiento de un nuevo yacimiento de petróleo.
En poco más de un mes que ella había estado ausente del país, había carecido
de noticias sobre Australia, así que se preguntó dónde estaría ese nuevo manto,
alegrándose por el hecho de que ahora podría nivelarse la economía nacional. Tal vez
el dólar australiano aumentara su valor, aunque eso ya no le atañía de manera
personal, pues su grave problema ya estaba solucionado.
Al llegar a casa, Gina se encontraba demasiado cansada para hacer algo más
que acostarse. A la mañana siguiente se sintió mal, y Esme le ordenó que se quedara
en cama todo el día. Se debía al viaje tan largo en el avión, pensó Gina; su organismo
estaba descompensado, pero con unas cuantas horas de sueño se sentiría bien.
Durante las dos mañanas siguientes volvió a sentir náuseas.
—Es agotamiento nervioso —declaró Esme—. Tal vez también sea anemia, pues
durante mucho tiempo has comido mal. Te daré una adecuada dieta de recuperación
y, con suficiente descanso, pronto estarás como nueva. Ah, pero por supuesto que no
vas a salir a buscar trabajo sino hasta que yo te dé permiso.
Gina obedeció, ya que se sentía desganada y no deseaba discutir con Esme. Era
mucho más fácil permitirle que la cuidara. Debió pescar algún virus en alguna de sus
visitas a Disneylandia, pues siempre había mucha gente. Por suerte Debbie no
parecía haberse contagiado. Gina se decía una y otra vez que pronto se aliviaría y
podría poner en orden su vida. ¿Volvería a ver a Liam?
Bruno Vincente a diario visitaba a Esme, quien pintaba con frenesí, tanto para
deleite de él como de Debbie. Era obvio que el hombre gozaba de la compañía de
Esme, como ella de la de él. Bruno nunca hacía mención de Shannon y Gina no le
hizo ninguna pregunta. El recuerdo de la ruda manera en que Liam trató al italiano
aquella fatídica noche en el Regent, constituía una vergüenza para todos ellos.
No fue sino hasta que Gina se dio cuenta de una extraña sensación en sus senos,
que una terrible sospecha se albergó en su mente y la obligó a contar las semanas
transcurridas. Eran demasiadas. Sí, demasiadas.
Con la angustia de la operación de Debbie, la tensión de los preparativos y la
excitación del viaje, ni siquiera notó la irregularidad en su periodo menstrual. Quizá
se trataba de una alteración en las hormonas debida a su estado de ánimo; ¿pero las
náuseas y el cosquilleo en los senos? Todo eso tenía una causa… ¿qué iba a hacer si
estaba embarazada?
Aquella noche con Liam, ni siquiera pensó en esa posibilidad. Él no le dio
tiempo, recordó con amargura, pues casi la había violado y ahora ya no quería saber

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más de ella. ¡Lo más probable era que ni siquiera creyera que el niño era suyo! ¡Qué
cruel ironía!
Gina sintió una gran desesperación. Con un recién nacido no podría trabajar y
tendría que recurrir a la beneficencia pública… o vivir de la caridad de Esme. Y eso
no sería justo después de todo lo que esa generosa mujer ya había hecho por ellas.
¡Qué injusticia de la vida! Ahora que Debbie ya se encontraba bien y ella estaba
a punto de rehacer su vida… y Liam… Liam… ¿en dónde estaría? ¿Por qué no la
buscaba? ¿Habría sido sólo la preocupación por la hija de Jim lo que le había hecho
acudir aquel día a la casa de Esme?
Ésta la encontró llorando en el baño y la obligó a meterse de nuevo en la cama
mientras murmuraba palabras consoladoras.
—Con llorar nada solucionas, Gina. Nada en absoluto, y sólo lograrás sufrir un
colapso nervioso. Voy a llamar a un médico para que vayas a verle esta tarde.
Necesitas ayuda, pues es obvio que algo te sucede. No sé qué, pero algo te pasa.
La esperanza de que se tratase de anemia o de algún virus se esfumó después
del examen.
—Embarazada —declaró el doctor con una sonrisa de benevolencia—. Yo diría
que de siete semanas.
—Sí, doctor —estuvo de acuerdo ella. En realidad no esperaba otra respuesta,
mas la confirmación la dejó destrozada.
—Necesita tomar hierro… —siguió hablando, mientras Gina asentía como un
autómata.
—Y dentro de un mes debe venir a revisión. Pase a recepción para que le anoten
su cita.
—Gracias.
Hizo lo indicado: fue con la enfermera para que le anotase la cita, llevó la receta
a la farmacia para conseguir las vitaminas y al pasar frente a una tienda de ropa
infantil, contempló con ternura las diminutas prendas.
No obstante, Gina se sentía derrotada. Hasta ahora había podido enfrentarse a
la tragedia de su vida… la muerte de Jim… la ceguera de Debbie… pero en esta
ocasión se sentía sin fuerzas y sin la voluntad que siempre la había sostenido.
Al caminar hacia casa, parecía una zombie con la mirada nebulosa y
movimientos automáticos y lentos. Era como si la nueva vida que se empezaba a
desarrollar dentro de ella la hubiese reducido a un estuche, una cosa sin importancia.
Ante la reja de la casa de Esme titubeó, reacia a enfrentarse a su amiga, mas no
tenía otro lado a donde ir, y no le quedaba más recurso que decirle la verdad.
Hundió los hombros y, resignada, abrió la reja y se encaminó hacia el porche
delantero, insertó la llave en la cerradura y abrió la puerta.
La aguda y emocionada voz de Debbie llegaba procedente de la cocina,
mientras describía las maravillosas cosas vistas en Disneylandia. Gina cerró la puerta

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y caminó por el vestíbulo, mas al llegar ante la puerta de la cocina se detuvo en seco
al sentir una especie de golpe contra el corazón.
En el interior de la cocina se encontraba… ¡Liam! Liam con Debbie sentada
sobre una de sus rodillas, su pequeño rostro levantado hacia el de él y radiante de
placer por la atención que obtenía. Liam, vestido con un costoso traje gris, sostenía
con un brazo a Debbie y en la otra mano tenía abierto un libro ilustrado para niños.
Sobre la mesa de la cocina se encontraban apilados más libros, algunos juguetes
y varias muñecas de hermosos vestidos. En el suelo estaban las cajas vacías y los
trozos de papel para regalo. Esme había dejado de pintar y parecía muy entretenida
con un rompecabezas. Al lado de su caballete había un árbol de Navidad, lleno de
bonitos adornos y brillantes y coloridas esferas, así como con la iluminación
proporcionada por varias series de intermitentes luces de colores. ¡Navidad en junio
para una niña que nunca había visto el color de la Navidad!
El corazón de Gina dio un vuelco, pero su mente se encontraba aún aturdida
para entender lo que Liam pretendía con todo eso. ¿Sería sólo compasión hacia una
niña que… era hija de Jim? Primero el dinero de la operación, después la compra de
la pintura de Esme para hacer posible la visita a Disneylandia, y ahora esta
Navidad…
Como si de súbito hubiese presentido su presencia, Liam levantó la vista hacia
ella.
—¡Mami ya está en casa! —exclamó la pequeña y en un instante Liam arrojó el
libro sobre la mesa y se puso de pie, con Debbie entre los brazos.
La pequeña reía y contemplaba a Liam con adoración.
—¡Mami! —dijo emocionada la niña—. Mira todo lo que me ha traído Liam. Y
dice que me va a llevar a pasear en un barco y me va a llevar al zoológico y… ¿y qué
más, Liam? —balbuceó la chiquilla, con los brazos alrededor del cuello de él.
En los ojos de Liam apareció un brillo de triunfo al depositar un beso en la
frente de la niña.
—A cualquier lugar que quieras, cariño —le prometió—. Yo te puedo llevar a la
parte del mundo que más desees. Todo lo que tienes que hacer, es decir la palabra.
—¿Cuál palabra? —chilló Debbie.
—Mmm… pues veamos… ¿cuál es la palabra mágica? —bromeó al llevar a
Debbie hacia Gina.
—¡Dímelo! ¡Dímelo! —rogó la chiquitina, presta a decir lo que él le sugiriese.
Al mirar a Liam a los ojos, Gina se dio cuenta de que en él no había ningún
cambio hacia ella. Por alguna despiadada y diabólica razón, usaba la inocencia de la
niña como un arma contra la madre.
Él se volvió hacia Debbie y alzó una ceja en un gesto inquisitivo.
—¿Me quieres? —le preguntó.
—¡Sí! —declaró Debbie, casi estrangulándole.

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—Ah, acabas de decir la palabra mágica —su mirada regresó a Gina, y la


contempló con frialdad—. ¿Qué otra prueba necesitas, Gina? —preguntó con la
fuerza de un latigazo—. Tu hija me ha aceptado sin reservas.
Debbie le aceptaba… Gina recordaba muy bien haberle dicho a Liam que no
bastaba con que adoptara a la niña. Mas el amor es algo más que abrumar a un niño
con regalos. Teniendo riqueza era muy fácil impresionar a cualquiera. ¿Sería él tan
generoso al día siguiente y el próximo?
—Y lo único que nos hace falta ahora es que tu mamá también diga la palabra
mágica y entonces todos podremos ser muy felices —dijo con persuasiva
indulgencia, con lo que se ganó de manera total a la pequeña, con la consumada
facilidad de un maestro.
—¡Mami, mami! ¡Di que sí! —le urgió la emocionada Debbie.
—¿A qué debo decir que sí, Liam? —preguntó Gina, quien deseaba tener otra
oportunidad con él, pero cautelosa ante la crueldad con la que ese hombre podía
actuar.
El brillo en los ojos de él se intensificó. Gina se sintió a punto de caer en una
trampa.
—Di que sí me amas, Gina. Di que sí te casarás conmigo.

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Capítulo 7
Liam aún la quería, pero esta vez no le ofrecía amor. Lo que le importaba era
tenerla, sin importarle el precio que debía pagar Debbie o cualquiera. El utilizar a la
niña en contra de ella para salirse con la suya demostraba la falta de escrúpulos de
ese hombre. Y Gina se vio forzada a olvidar sus estúpidos sueños. ¿No había ya
demostrado él, de manera clara y dolorosa, que para Liam Shannon sólo contaban
sus necesidades?
La mirada de Gina se enfrentó a la de él.
—Tú no me amas, Liam. Nunca lo has hecho ni lo harás. Lo que sientes hacia mí
es sólo deseo.
En la boca de Liam apareció una irónica sonrisa.
—Digamos que se trata de una obsesión.
—Lo que te impide tomar en cuenta cualquier otra cosa —le acusó ella.
—Eso no es cierto, Gina. Yo conozco los límites de lo que puede comprar el
dinero.
Era una pulla deliberada, y ella se sobresaltó tanto como si hubiese recibido un
golpe en el rostro.
—¡Basta! —gritó Esme—. Vosotros dos no debéis continuar con esto. Yo os
quiero a ambos y…
—¡No te entrometas, Esme! —replicó Liam con severidad y sin siquiera
parpadear—. Este asunto es demasiado complicado y tú no lo puedes comprender.
Esme cruzó furiosa la habitación y se enfrentó a Liam.
—¡No voy a soportar esta locura!
Liam no desvió la mirada de Gina ni un solo momento.
—¡Entonces déjanos, Esme! —le advirtió él, en tono amenazador.
Pero Esme no se asustó.
—Usas a Debbie como un señuelo para obtener lo que quieres, y yo…
—¡No es cierto! ¡Es Gina quien ha usado a Debbie! —declaró Liam con furia y
poniendo énfasis en cada una de sus palabras—. Dijo que si yo deseaba que nuestras
relaciones tuviesen futuro, antes tenía que ser aceptado por Debbie. Así que aquí me
encuentro, Esme. Con la niña que puede salvarnos o destruirnos —su boca se curvó
en una sonrisa maligna—. Ahora veremos si hay o no futuro para nosotros. Gina
podrá decidir que es para bien propio y de Debbie el fingir de por vida —su mirada
se volvió hacia Gina—. Querida, todos estamos pendientes de tu respuesta.
En un momento de cruda revelación, Gina se dio cuenta del modo tan profundo
en que le había lastimado. Primero, al escoger a Jim en lugar de él; después, cuando

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Liam pensaba que por fin era suya y creyó descubrir que el amor que habían
compartido era fingido por parte de ella… ¡para pagar la operación de Debbie!
No obstante, él se encontraba allí y aún luchaba por ella, atrapado en las garras
de una obsesiva necesidad que debía ser satisfecha.
Sin importar lo que dijera o hiciese ahora, Liam de ninguna manera creería que
le amaba. Era demasiado tarde. Siempre fue demasiado tarde para Liam. Sin
embargo, aun herido como estaba, no deseaba vivir sin ella. Y ella no quería vivir sin
él. Gina no se detuvo a pensar en las consecuencias. Sin temor alguno, levantó el
rostro hacia el hombre que había sido llevado hasta el borde de la locura por su
amor, y dijo con aparente sinceridad:
—Te amo, Liam. Ahora lo sé. Y sí, me casaré contigo.
El rostro masculino se endureció.
—Pensé que podrías decir algo semejante —sus tranquilas palabras destilaban
veneno, y sus ojos brillaban con intensidad—. Pero me preguntaré hasta morir si eres
sincera o no. Me casaré contigo, Gina. Mas existen unas condiciones que necesitas
cumplir.
La mente de Gina empezó a girar. ¿Se habría equivocado? ¿Había ido él allí sólo
para tratarla con el mismo desprecio de antes?
—¿Qué condiciones? —preguntó, incapaz de alejarse de él, sin importarle su
cruel comportamiento.
Liam se volvió hacia Esme y le entregó a Debbie.
—Lleva a la niña a la calle y cómprale un sorbete. Necesito hablar a solas con
Gina.
Esme estrechó a Debbie entre sus brazos como una leona a su cachorro,
mientras en sus ojos ardía una furiosa advertencia.
—¡Liam Shannon, eres un hombre terrible! ¡Y no me importan las razones que
puedas tener! Si lastimas a Gina, ¡yo misma te sacaré tu negro corazón!
Dicho ultimátum no causó mella alguna en Liam, cuyo semblante parecía
esculpido en piedra. Esme le dirigió una ansiosa mirada a Gina, quien con un
ademán la tranquilizó. Esme salió sin decir una palabra más, y Gina sintió un
profundo arrepentimiento por no haberle hablado a Liam y de lo que él había hecho
por Debbie.
Al cerrarse la puerta, Gina se sintió más sola y vulnerable que nunca. Sin
embargo, debía hacer algo. No sabía cómo, pero tenía que cambiar la opinión que él
tenía de ella.
De manera inesperada, Liam dio unos pasos hacia adelante y le pasó a Gina un
brazo por los hombros. Ella sintió que las piernas apenas la sostenían al ser
conducida por él hasta la mesa de la cocina. No podía hablarle de su embarazo en ese
momento, pues lo interpretaría como otro motivo calculado para aceptar su
proposición de matrimonio. O quizá hasta pensara que desde el principio ella había

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planeado que sucediese así. O hasta la acusaría de tratar de atribuirle a él la


paternidad del hijo de otro hombre.
—Siéntate, Gina —le ordenó al acercarla a una silla.
Ella le obedeció, agradecida. No sólo sentía las piernas débiles, sino que todo su
cuerpo temblaba debido a la mezcla de emociones.
Liam permaneció de pie, y Gina le observó con temor sacar un sobre del bolsillo
interior de su chaqueta. De ese sobre extrajo varias hojas de papel y luego volvió la
mano al bolsillo para sacar una pluma, todo lo cual colocó ante ella.
—Gina —le indicó un espacio con una cruz a lápiz—, quiero que firmes aquí.
Ella contempló la hoja sin comprender de qué se trataba, hasta que el nombre
NECSEC destacó ante Gina, quien avergonzada se ruborizó.
—No entiendo.
—Te voy a transferir la propiedad de estas acciones que tanto me
recomendaste. Si no hubiese sido por ti, nunca las habría adquirido —le recordó—.
Deseo que sean tuyas.
—Sabes que no valen nada —gimió ella, ruborizándose al sentir que los ojos se
le llenaban de lágrimas—. Y sabes que si te las recomendé fue por… una especie de
venganza. Siento mucho haberlo hecho. Yo… —movió la cabeza con preocupación,
demasiado avergonzada por haberle juzgado mal—. Creí que ibas a lastimarme de
alguna forma y quise lastimarte también. Ahora me doy cuenta de que sólo he
conseguido hacerme daño a mí misma. Lamento lo sucedido y espero que logres
recuperar por lo menos parte de tu dinero.
La carcajada emitida por Liam, la sorprendió.
—¿Acaso no estás enterada de que las acciones de NECSEC son las que más alto
se cotizan en la actualidad en el mercado de valores? Una de sus subsidiarias
descubrió petróleo. Este pequeño paquete que tienes ante ti, vale más de medio
millón de dólares.
Ella le contempló, anonadada.
—Ha salido publicado en los periódicos —le informó Liam después de una
pausa y con un dejo burlón por su aparente ignorancia.
Entonces Gina recordó los titulares que vio cuando iban a casa desde el
aeropuerto, aunque en el momento en que leyó esa noticia, ni de broma se le ocurrió
asociarla con acciones de NECSEC.
Liam volvió a reír, mas su risa carecía de humor.
—¿No te has dado cuenta de que cada vez que tratas de actuar en mi contra,
siempre me beneficias? ¿Imaginas qué sucedería si nunca te viera? ¡Me arruinaría de
la noche a la mañana!
—Gracias a Dios no has perdido dinero —musitó Gina, aliviada.
—¡Nunca me ha importado el riesgo! —exclamó él con sequedad—. Y si compré
esas acciones, fue sólo por una razón: pasar algún tiempo contigo. Pero ahora… —

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apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia Gina, mirándola con desafío—.
Ahora, Gina, lograrán mucho más. De uno u otro modo, ¡van a decidir el resto de tu
vida!
—Liam, no comprendo qué quieres de mí.
—Casi logras convencerme de que no estabas actuando —se burló él—. Pero
esto no es algo difícil de comprender, Gina —volvió a señalar la hoja que se
encontraba encima de la pila de papeles—. Firma la cesión de derechos. Es un
procedimiento muy sencillo. Toma la pluma y escribe tu nombre.
—¿Por qué lo haces? —insistió ella, pues sus argumentos carecían de sentido.
—Quiero que tengas una riqueza propia —le respondió Liam con aspereza.
—¿Para no verte de nuevo? ¿Se trata de eso, Liam? —preguntó Gina con
pesadez.
—Por el contrario. Dentro de sesenta días, empezados a contar desde hoy,
volveré y te preguntaré por última vez si aceptas casarte conmigo. La respuesta que
me des dependerá sólo de ti, ya que no tendrás ninguna presión económica. Después
de dos meses libres de preocupaciones, deberás ser capaz de contestar con sinceridad
y dejar que hable tu corazón. Entonces —dijo, y emitió una sonrisa irónica—, si
quieres, podrás tener el placer de mandarme al diablo. Eso no significará ningún
cambio para mí, pues el infierno es donde acostumbro vivir. O podrás aceptarme y
viviremos juntos el resto de nuestra vida, yo diría que muy felices. Tú tienes la
última palabra —su rostro parecía tenso—. La razón por la que hago esto es porque
así no viviré torturado con la idea de que sólo te casaste conmigo por el dinero que os
puedo dar a ti y a tu hija.
—¿Crees que acabo de aceptarte por eso? —al hablar la invadió la tristeza. Él
desconfiaba de ella, y sin embargo era generoso…
—El dinero suele cambiar a la gente —reflexionó Liam con amargura y una
mirada de reproche—. A menudo me he dado cuenta de ello. Incluso vi el caso de
una mujer que se entregó a un hombre para obtener el dinero necesario para evitar
que una niña quedara ciega…
—¡Yo no hice eso! —negó Gina con vehemencia, y entonces se asió a la
oportunidad de aclarar un malentendido—. Yo nunca me he ido a la cama con
alguien por dinero. Ya sé que no me crees, pero nunca lo he hecho. ¡Ni contigo ni con
otro!
Él le dio la espalda con lo que le pareció a Gina un gesto de desdén, y provocó
en ella el contraataque.
—Liam, sabes que me forzaste, y que yo… yo no pude detenerme. Lo sabes
muy bien.
Él se dirigió hacia el otro extremo de la mesa y, deliberadamente, cogió una de
las muñecas compradas para Debbie y la acomodó los brazos para que quedasen
extendidos hacia él.

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—Gina, cualquier cosa que he obtenido alguna vez de ti, ha sido forzada —
señaló.
Ella hizo un esfuerzo para recordar, mas no pudo encontrar ningún argumento
aceptable para rebatir tal afirmación. Exhaló un suspiro de derrota.
—Nunca por dinero —repitió sin esperanza de que sus palabras fueran creídas.
Liam colocó con cuidado la muñeca sobre la mesa y levantó su mirada
incrédula.
—Te has acostado con más de uno —sugirió con suavidad.
—Además de Jim, sólo contigo —aseguró ella con desesperación—. Y por amor,
no por dinero.
Durante un alentador momento Gina pensó que había logrado convencerle. La
necesidad de creer, hizo brillar los ojos de Liam, mas tan rápido como surgió, se
apagó.
—¡No! Esta vez tengo que estar seguro.
—¡Te lo probaré! —clamó Gina—. ¡Te demostraré cuáles son mis sentimientos
hacia ti! —cogió los papeles que tenía delante, los arrugó en una bola y los arrojó al
suelo—. Dices que valen una fortuna. Pues yo no los quiero. Ni un solo centavo.
Liam entrecerró los ojos.
—Sí, lo harás. No privarás a tu niña de las ventajas que pueden proporcionarle.
Jim hubiera deseado que su hija lo tuviese todo, y yo insisto en que por ella debes
aceptar el dinero. Aunque tú no lo quieras hacer.
—¡No seas hipócrita! —le gritó Gina poniéndose de pie y golpeando con las
manos la superficie de la mesa—. ¡Tú odiabas a Jim! ¡Tú me lo dijiste! ¡Deseabas
matarle!
Liam levantó la cabeza y en sus ojos se reflejó el desprecio.
—Gina, eso que te dije fue para demostrarte la intensidad de mi pasión por ti.
¿Crees que si se hubiera tratado de cualquier otro hombre le hubiera permitido que
se quedara contigo? Jim era para mí la persona más querida en el mundo, más que si
hubiese sido mi hermano, y su muerte no me produjo satisfacción alguna, aun
cuando así hayas quedado libre.
Debido a la agitación causada por sus emociones reprimidas durante tanto
tiempo, empezó a caminar de un lado a otro.
—Nunca podrías comprenderlo, a menos que hubieses padecido con nosotros
aquellos fríos hogares, o convivido con tantos niños abandonados por su madre, por
su padre, por su familia y que a nadie le importaban. A mí nunca me hizo falta una
familia verdadera, pero a Jim, sí. Él anhelaba la vida de hogar; tener a alguien que le
quisiera y a quien querer. Durante aquellos años lo compartimos todo: aventuras,
dinero, temores, esperanzas, sueños…

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La voz de Liam se desvaneció en un profundo silencio. Y ella de nuevo se sintió


avergonzada por haberle juzgado mal. Liam exhaló un profundo suspiro y movió la
cabeza.
—Yo habría jurado que nada ni nadie podría separarnos —su mirada se volvió
hacia ella con anhelo y pesar—. Pero tú tuviste la culpa, Gina. No soporté verte con él
y me marché. Por Jim y por mí mismo… no había otra cosa que pudiese hacer.
—Él te extrañaba —musitó Gina al recordar cuánto hablaba Jim de Liam—. Le
hacías falta.
Liam le dio la espalda con un gemido de angustia, y Gina se sintió más
apesadumbrada que nunca. Ella supuso que Liam era egoísta, falto de sentimientos y
que no le importaba nadie excepto él mismo. Parecía que nunca había comprendido
nada de lo referente a Liam. Nada en absoluto. Pero por lo menos desde ese
momento nunca volvería a juzgarle con dureza. Ella le había causado tantas heridas,
que podría decirse que era un milagro que la hubiese buscado de nuevo.
—Lamento haberme interpuesto entre vosotros —expresó Gina con suavidad—.
No era mi intención.
Liam se volvió hacia ella, y en su rostro había tal desolación, que Gina se sintió
conmovida.
—No fue culpa tuya. De eso no te culpo.
—¿Sabes? —dijo ella—. Yo también fui una especie de huérfana —deseaba que
él la entendiera por su elección de hacía años—. Mi madre y mi abuela murieron. Mi
padre nos abandonó cuando yo era pequeña. Cuando conocí a Jim me sentí muy
sola. Él supo quererme y comprenderme.
—Sí, lo imagino —murmuró Liam, lo que la alentó a seguir.
—El hecho de que Jim me amara significó mucho para mí. Me lo demostró de
muchas maneras y yo supe que él nunca me abandonaría, como mi padre había
hecho. Eso fue muy importante para mí en aquellos días. Sólo después de casarnos
me di cuenta de lo mucho que Jim dependía de mí.
—Lo sé, Gina —declaró Liam con calma, y por primera vez ella sintió que él la
comprendía—. Yo le ayudaba en muchos sentidos. No era muy hábil para
enfrentarse a todas las adversidades que se presentan en la vida, aunque él siempre
intentaba hacerlo —suspiró—. Jim y sus buenas intenciones.
—Sí —aceptó Gina con amargura, y entonces movió la cabeza—. Debido a su
afición de volar en esos… planeadores, Jim me había prometido sacar un seguro,
pues corría mucho peligro. En realidad, yo no debería culparle tanto por no haberlo
hecho, pues sabía que era negligente en cosas como ésa. Yo misma debí hacer los
trámites. Después de su muerte, el hecho de no tener un seguro no fue demasiado
importante, pues lo que yo ganaba en mi trabajo era suficiente para la manutención
de la niña y de mí misma. Pero entonces le detectaron a Debbie ese problema de la
vista, y…
Gina suspiró y dirigió una mirada de disculpa a Liam.

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—Lamento haberme comportado mal contigo en el yate. Pero es que ver todo
ese lujo, cuando yo necesitaba el dinero para Debbie, me provocó un sentimiento
muy grande de amargura, pues me di cuenta de que lo que yo necesitaba sería para ti
una minucia.
—Pudiste hablarme de Debbie aquel día que nos vimos en la oficina —declaró
Liam en tono de crítica—. Yo te hubiese dado el dinero necesario para la operación
en ese momento. Por la memoria de Jim, le hubiera proporcionado a su hija cualquier
cosa que estuviese dentro de mis posibilidades.
—¿Y cómo iba yo a saberlo? —Gina hizo un expresivo movimiento con las
manos.
A Liam se le endureció la mirada.
—Ahora sí lo sabes, Gina. Y todo lo que tienes que hacer, es firmar donde te he
indicado.
Se inclinó, levantó del suelo la arrugada hoja de papel y puso todo de nuevo
sobre la mesa, ante Gina, junto con el bolígrafo, listo para que ella firmase.
Gina se sintió en ese instante invadida por el pánico. Sospechaba que se trataba
de una trampa y que él pretendía ponerla a prueba. Si firmaba, le perdería para
siempre. Y eso no podía soportarlo.
—¡No! Nosotras saldremos adelante sin tu dinero, Liam. Debbie ya no está
inválida y yo puedo conseguir otro empleo y obtendré suficiente dinero para vivir —
manifestó con vehemencia.
Liam tenía el rostro tenso.
—¡No seas egoísta!
Aquella acusación enfureció a Gina, quien no creía que él tuviera razón.
—¡Nunca he sido egoísta con respecto a Debbie! ¡Nunca!
—Sólo tu orgullo impide que firmes ese papel —replicó él enfurecido—. Te doy
las acciones sin ninguna condición. Aunque te parezca imposible de creer, serán
tuyas sin importar lo que suceda después. Si no las aceptas, será un egoísmo de tu
parte hacia tu hija, pues a sabiendas, la privarás de muchas ventajas que podría
disfrutar. Y todavía dices que no eres egoísta. Piénsalo bien, Gina, y actúa con
sensatez. Olvídate de tu condenado orgullo y piensa en esa niña, quien no tiene la
culpa de nada.
Gina sintió que las lágrimas iban a traicionarla. Volvió a sentarse y se dispuso a
escribir.
—¡Maldito seas, Liam Shannon! ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! —gimió al
estampar su firma en el lugar indicado, después de lo cual arrojó la pluma hacia el
otro extremo de la habitación como una prueba de amarga derrota. Ahora él nunca le
creería que le amaba por sí mismo. Nunca la perdonaría. Nunca…
—Gracias —comentó Liam con una sonrisa al recoger los papeles—. ¡Anímate,
todos tus problemas están resueltos! Después de mañana podrás ponerte en contacto

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con el señor Jepherson. Todo lo que tendrás que hacer es informarle de cuántas
acciones te deseas desprender, para que se encargue de la venta.
Dobló los papeles, los metió con calma en un sobre y guardó éste en el bolsillo
de su chaqueta.
—Ahora me voy —dijo, con expresión divertida—. Después de haber sido
maldecido por ti, espero que en los siguientes sesenta días se produzca un cambio en
mi suerte.
—¿Sesenta días? —repitió ella, quien se sentía aturdida por el peso de la
desesperanza.
—¿Tan pronto lo has olvidado? —se burló él—. Al fin de ese lapso volveré aquí
por tu respuesta. Me dirás si te casarás conmigo. Mientras tanto goza de tu nueva
riqueza. Por favor despídeme de Debbie.
Ya se encontraba a punto de llegar ante la puerta del vestíbulo, cuando Gina
por fin pudo recuperarse lo suficiente para llamarle.
—¡Liam!
Él se volvió con una mirada de cinismo al preguntarle qué quería.
Gina se apresuró a tragarse su orgullo.
—¿Y… qué vas a hacer tú mientras tanto?
Él se encogió de hombros.
—Tal vez aproveche el reto que dejó Jim e intente obtener una marca en los
vuelos de larga distancia. Si me mato, por lo menos servirá para que tú quedes libre
de tomar una decisión.
—¡No! ¡Por favor, no! —rogó ella y se puso de pie.
Él hizo un mohín.
—¿Qué?
—Por favor no vueles en esos aparatos. Podrías… podrías morir. Igual que le
sucedió a Jim.
—¿Y tú lo deseas, Gina?
—¡No, no, no! —exclamó ella con impaciencia ante la burla de Liam.
El irónico gesto se convirtió en una sonrisa.
—Ése es el primer estímulo que he tenido de ti desde que te conozco. Así que
me dedicaré a otra cosa.
La contempló durante largo rato con intensidad, como si quisiera grabar sus
facciones en la memoria.
—¿Te has dado cuenta, Gina, de que en muchas cosas pensamos igual? —
preguntó con suavidad—. A mí me hace falta saber que no me abandonarás. Te
deseo lo mejor, Gina. Nos veremos dentro de sesenta días, querida.

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Levantó la mano en breve señal de despedida y entonces se encaminó hacia la


puerta delantera.

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Capítulo 8
Gina reprimió el impulso de correr tras Liam, pues con seguridad él
consideraría sospechoso cualquier intento de detenerle. Ella hizo todo lo que pudo
para convencerle de que se encontraba en un error con respecto a ella. Y había
fallado. Él no le dejó otra opción y tuvo que permitir que se marchara. Por el
momento.
Gina apretó los puños al sentirse invadida por una fiera determinación. Ella
haría que Liam volviese. No sabía cómo, pero lo lograría. Así fuera lo último que
hiciera en la vida, conseguiría que la amara de nuevo. Los sesenta días estipulados
por él le parecían como una condena de cadena perpetua; sin embargo, el tiempo
transcurría. Y entonces…
Entonces ella estaría embarazada de cuatro meses… y Liam pensaría que si le
aceptaba era por el bebé.
Gina gimió angustiada y se dejó caer de nuevo en la silla, a la vez que sentía
que la desesperación la despojaba de la energía que necesitaba. Extendió una mano y
cogió la muñeca que Liam había sostenido entre sus manos; una hermosa muñeca de
largo y sedoso pelo negro, con los brazos levantados… esperando… pidiendo…
deseando…
Las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas, pero Gina aún sostenía la
muñeca cuando la puerta delantera se abrió y Debbie se dirigió ansiosa hacia la
cocina. Al entrar, en su pequeño rostro apareció una expresión de tristeza.
—¿Ya se ha ido Liam? —preguntó con desaliento.
Gina hizo un gran esfuerzo y logró que en sus labios se formase una sonrisa.
—Sí, tenía que irse. Me ha dicho que no podía esperarte, pero que yo te diera un
beso en su nombre.
—¿Va a regresar pronto? —preguntó la niña con ansiedad.
Gina le pasó un brazo por los hombros para tranquilizarla, consciente de que la
tensa escena entre ella y Liam debió resultar muy perturbadora para la pequeña.
—Tardará un poco, Debbie. Tendremos que esperar sesenta días.
—Ya sé contar hasta sesenta —declaró la pequeña muy satisfecha y luego le
dirigió a Gina una sonrisa de felicidad—. Tienes la muñeca que Liam ha dicho que se
parece a ti, mami. Y él también ha dicho que yo soy tan bonita como tú, aun cuando
me hayan rapado.
Un enorme nudo de emoción dejó a Gina sin habla por el momento, mientras
con la mejilla frotaba la corta pelusilla negra que cubría la cabeza de su hija.
—El pelo te crecerá muy pronto, Debbie —le aseguró con voz ronca—. Cuando
Liam regrese, ya tendrás rizos.
Esme le puso a Gina una mano en el hombro y le dio un gentil apretón.

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—¿Te sientes bien?


—Sí —dirigió la vista hacia el ansioso rostro de Esme y trató de sonreír—.
Lamento haberte causado preocupaciones. Debí explicarte lo de Liam.
El rostro de Esme cambió con rapidez.
—Te confieso que yo me puse a atar algunos cabos y pensé que fácilmente
podría averiguar todo. Sin embargo, cuando hace un rato he salido de aquí, no me ha
parecido la cuestión tan sencilla.
—Quizá no —suspiró Gina—. Pero es la única posibilidad que nos queda. Yo le
amo y él no me cree. Aunque yo misma no lo supe sino hasta la noche en que… —el
agridulce recuerdo le produjo un nuevo acceso de lágrimas.
—Hasta la noche en que él te dio el dinero para la operación de Debbie —
terminó Esme por ella.
—Has adivinado.
Esme parpadeó.
—No fue difícil. Yo hubiera aceptado quinientos dólares por mi pintura, pero él
insistió en pagarme cinco mil. Y esta tarde… entre él y Debbie ha surgido el amor a
primera vista, y yo me he sentido feliz. Por eso no podía creer lo que he oído cuando
te ha hablado de ese modo tan… —movió la cabeza con dolorosa desaprobación.
—Esme, ésa es una larga historia —Gina señaló con discreción hacia su hija,
quien era todo oídos—. Creo que debemos esperar un mejor momento para que te la
cuente.
Con su habitual comprensión, Esme contuvo la curiosidad, pero no era fácil
distraer a Debbie, quien charlaba sin parar acerca de Liam. Éste le había hablado de
su padre, conocía muchos lugares y lo sabía todo. Cuando Gina por fin pudo meter a
su hija en la cama, tenía muy claro que Liam era una especie de semidiós a los ojos de
Debbie.
Gina volvió a la planta baja con una certeza incuestionable: Debbie aceptaría
con deleite a Liam como padrastro. Gina de nuevo se arrepintió de haber
subestimado el carácter de Liam. No sólo el carácter, sino la naturaleza misma del
hombre, la cual ella había distorsionado para justificar sus prejuicios contra él.
Mientras la relataba a Esme toda la historia, Gina sintió una mayor
comprensión hacia Liam, inducida por una parte, por los perceptivos comentarios de
su amiga, y por otra, provocada por el modo en que su conocimiento actual la hacía
considerar los hechos.
—¡Es un hombre extraordinario! —observó Esme con admiración y respeto
cuando Gina acabó de hablarle de los términos fijados por Liam para su última
propuesta de matrimonio. Le hizo a Gina una caricia en la mano—. No te preocupes,
querida. Sólo un hombre cuyo amor por ti es muy profundo llegaría a esos extremos.
—Según el mismo Liam, él está «obsesionado» conmigo —le recordó Gina con
sequedad. Inspiró con fuerza y exhaló el aire con lentitud para calmar sus nervios,

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antes de revelar la última e inevitable verdad—. Hay algo más. Y no sé cómo va a


reaccionar Liam. Esta tarde no… he podido decírselo.
—Gina, no creo que haya algo que puedas decirle y que sea peor de lo que ya
ha sufrido —la consoló Esme, con afecto.
—Esme, estoy embarazada —declaró Gina, angustiada—. Desde hace siete
semanas y tengo miedo de que Liam dude de que el niño es suyo. Podría pensar que
yo quiero casarme con él porque… porque deseo un padre para mi hijo.
Con su notable habilidad para absorber y enfrentar cualquier realidad, Esme se
dio cuenta del problema y fue directa al grano.
—¿No te las has arreglado sin un padre para Debbie? Con todo el dinero que él
te ha dado, no hay ninguna razón en el mundo que te obligue a casarte con Liam, a
menos que le ames —dijo con convencimiento—. Liam Shannon es demasiado
inteligente para no darse cuenta de eso. Y con respecto a que llegue a creer que ese
hijo no es suyo, ¡muy pronto yo me encargaré de que no sea así!
Gina se sintió animada ante la confianza de Esme, mas no podía compartirla
por completo. Liam tenía una opinión distorsionada de ella, y ni siquiera había
podido convencerle de que nunca se había acostado con ningún hombre, aparte de
Jim y él.
Levantó una mano y la colocó de manera protectora sobre su vientre. Tenía que
haber una forma de que las cosas salieran bien. Ella sabía que Liam querría mucho a
ese niño si aceptaba su paternidad, pues así lo demostraba su trato hacia Debbie.
Pero, ¿llegaría algún día a creer que Gina le amaba?
Los días transcurrieron con lentitud. El embarazo de Gina le produjo algunos
malestares y se alegraba de no tener que cumplir con un empleo, aunque ahora
disponía de demasiado tiempo libre, el cual dedicaba a pensar, arrepentirse y
preocuparse…
Se puso en contacto con el señor Jepherson y vendió las acciones de NECSEC
cedidas por Liam. El señor Jepherson la trató con mucho respeto, y su notable cambio
fue la primera prueba que tuvo Gina del poder del dinero. De súbito comprendió el
motivo por el que Liam hablaba de eso con tanto cinismo. Sin embargo, llevó a
Debbie a comprar ropa nueva, con el placer de no tener que aferrarse a un rígido
presupuesto.
Otro de los motivos por lo que se sentía contenta fue ver la felicidad de Esme al
lado de Bruno Vincente. El rechoncho italiano iba a verla todos los días, con el
ostensible propósito de supervisar cómo iban sus pinturas y hacer los arreglos
necesarios para montar una exposición en la galería de unos conocidos suyos. En su
charla se reflejaba la aprobación mutua y en los ojos de ambos había tanto
admiración como un profundo afecto.
Una tarde, Gina y Debbie llegaron a casa después de haber ido al supermercado
y encontraron a Esme eufórica por haber terminado la más extraordinaria de sus
pinturas.
—Se llama Pistache —le informó a Debbie.

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—¿Qué es eso? —preguntó la niña con curiosidad.


—Una clase especial de nieve al estilo italiano. Con muchas sorpresas —declaró
Esme con presunción.
Gina no pudo contener la risa y después de un instante de desconcierto, Esme
también empezó a reír, expresando su gran alegría de vivir.
—¡Él dice que me quiere! —le confió Esme a Gina después de que Debbie se fue
a acostar esa noche.
—Esme, a ti todo el mundo te quiere —le aseguró Gina.
—Dice que quiere llevarme a Italia a conocer a su familia —continuó Esme.
—Estoy segura de que ellos también van a quererte mucho.
—Le contesté que no me iría de aquí hasta que Debbie y tú quedéis bien
establecidas con Liam.
Gina suspiró.
—Ya has sido muy generosa con Debbie y conmigo y has hecho demasiado por
nosotras; por favor pon ahora tus intereses antes que los nuestros. Lo que suceda
entre Liam y yo es sólo problema nuestro.
—¡Tonterías! —declaró Esme—. Además, me niego de manera rotunda a no
estar presente en la boda. Y, después de todo, eso sucederá muy poco después de mi
exposición en la galería.
Esme no cambió aquella decisión, a pesar del hecho de que faltaban tan sólo un
par de semanas para la apertura de la exposición de pinturas.
La siguiente quincena transcurrió más rápidamente para Gina, debido a la
distracción que Esme y Bruno le proporcionaban. Ambos se encontraban inmersos en
una febril actividad relacionada con la Premier Mundial, como Bruno había insistido
en llamar a la introducción de Esme en el mundo artístico de Sydney.
A los principales posibles clientes les fueron enviadas invitaciones y
deslumbrantes catálogos; las pinturas fueron colgadas en la galería y se prepararon
varias cajas de champán francés para festejar la inauguración. Bruno predijo un
rutilante éxito para el evento y auguró que todas las pinturas se venderían con
rapidez y que Esme, muy pronto, sería famosa.
Por desgracia, cuando llegó el gran día, Gina distaba de sentirse bien. Las
náuseas matutinas no habían cedido, y lo mismo sucedía con los mareos. Deseaba
meterse en la cama y quedarse allí, mas no podía abandonar a Esme en su noche de
triunfo, y sólo esperaba que en la galería hubiese alguna silla para descansar.
Debbie tenía una apariencia maravillosa con su ropa nueva. El pelo ya le había
crecido hasta convertirse en una hermosa melena y los ojos le brillaban ante la
perspectiva de participar en una ocasión tan importante del mundo de los adultos.
Esme había insistido en que también era su noche, ya que había sido su inspiración la
que la había conducido a dar ese «gran paso de gigante».

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Cuando llegaron a la galería, fue evidente que el trabajo de Bruno había


despertado un gran interés en la obra de Esme, pues los diferentes salones estaban
llenos de gente. Todos los cuadros se encontraban bien iluminados, y a Gina le
pareció que todos debían reconocer el talento único de Esme.
—¡Liam! —gritó Debbie, al tiempo que corría entre la multitud y Gina parecía
enraizada en el sitio en el que se encontraba, mientras le buscaba con la mirada.
Gina le vio reír al levantar a Debbie en el aire; su apostura nunca fue tan
devastadora ni él tan deseable. Ella sintió que la cabeza le daba vueltas por el placer
de verle, y una profunda necesidad le alteró aún más su ya de por sí agitado
estómago. Con desesperación buscó dónde sentarse, mas en las cercanías no había
ninguna silla desocupada, y Liam se le acercaba, con Debbie entre los brazos,
sonriéndole a su hija y llamándola cariño.
—Gina… —musitó, mientras observaba con interés el vestido de seda verde
que ella se había comprado para la ocasión. Su estilo, no muy ajustado, era gracioso y
elegante, así como de un corte tan perfecto, que delineaba la figura de Gina, mas
disimulaba los centímetros adicionales de cintura.
La boca de Liam se curvó en una irónica sonrisa.
—La riqueza te sienta bien, querida.
—Me alegro de que estés aquí, Liam —las palabras de Gina eran sinceras, pero
fueron pronunciadas con debilidad. De pronto deseó haberse puesto un vestido
viejo.
—Me interesa el mundo artístico del momento —declaró él con indolencia.
Con demasiada indolencia, pensó Gina al indicarle su intuición que estuviese
alerta, pues Liam ocultaba sus verdaderos sentimientos como una medida protectora.
Alguna vez se mostró vulnerable ante ella, pero era poco probable que eso volviese a
suceder, sino hasta que estuviese por completo segura de ella.
—Acabo de prometer a Debbie que le compraré las pinturas de Esme que ella
escoja —le informó él con alegría—. ¿Deseas acompañarnos en nuestro recorrido o
prefieres esperarnos aquí?
A pesar de sus modales, Gina podía captar la tensión que emanaba de él, la cual
era reprimida gracias a un férreo control.
No estaba muy segura de lo lejos que podían llevarla sus piernas, mas no podía
darse el lujo de admitir alguna señal de debilidad. No sólo interpretaría Liam su
declinación como un rechazo personal, sino que Gina no quería perder la
oportunidad de estar con él.
—Os acompañaré —se apresuró a decir, con la esperanza de convencerle de su
amor.
Liam frunció el ceño.
—Te aseguro que Debbie se encuentra a salvo en mi compañía.

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—Lo sé —los ojos de Gina se enfrentaron directamente a los de él—. ¿No


quieres que vaya contigo? —preguntó ella con un gran sentimiento de desolación.
Liam se encogió de hombros.
—La decisión es tuya.
Se alejó con Debbie, y Gina empezó a caminar a su lado, aunque con piernas
temblorosas, mientras en su mente con desesperación buscaba las palabras
adecuadas que pudiesen ayudarla a atravesar la armadura de indiferencia de Liam.
Él le dirigió una de sus provocadoras sonrisas.
—¿Ya has pensado la forma de transmitirme tu negativa de matrimonio?
Gina se sintió más débil. Liam tenía motivos para su pesimismo, pero no se
daba cuenta de la sinceridad de los sentimientos actuales de Gina. ¿Le creería alguna
vez? Presintió entonces que tendría que hacer algún movimiento positivo para
convencerle de que estaba equivocado acerca de ella.
—Sé que fui una tonta al no enfrentarme durante tantos años a lo que sentía por
ti, pero por favor, Liam, no me hagas pagar por ello una y otra vez —imploró,
mientras con desesperación buscaba en los ojos de él alguna señal de comprensión—.
Te amo y no quiero esperar otros veinte días. Deseo estar contigo, te necesito.
Su voz había bajado hasta convertirse en un murmullo, mas Liam se detuvo a
medio paso para volverse hacia ella, sin que en su mirada hubiese dureza.
—Cuando me casé con Jim —prosiguió Gina al haber logrado ganar su atención
y ansiosa de no perderla, aunque él no estuviese muy dispuesto aún—, ¿compensó el
dinero lo que querías, Liam?
La expresión de él volvió a endurecerse y sus ojos parecieron oscurecerse con
una cautela que provocó a Gina un gran nerviosismo.
—¡Ya te he dicho que el dinero nunca me ha importado! —se apresuró a
exclamar él.
—¡Pues así es como yo opino! —arguyó Gina—. El dinero nada significa cuando
uno se ve obligado a vivir sin la persona a quien ama.
Al quedar desprovista de la última reserva de fuerza, a Gina no le quedó nada
con qué pelear. El rostro se le puso tenso y húmedo, al tiempo que palidecía. La
cabeza empezó a darle vueltas en círculos y el estómago se le contrajo con violencia,
además de que las piernas le flaquearon por completo. Se asió del brazo de Liam,
mientras con la mirada buscaba algún apoyo.
—¡Gina! —la urgencia en la voz de Liam resonó en los oídos de ella y uno de
sus brazos la detuvo con firmeza—. ¡Bájate, Debbie! ¡Rápido! Tengo que cuidar a tu
madre.
Gina apenas sintió el pequeño cuerpo de Debbie al deslizarse hacia el suelo.
—¿Le pasa algo a mamá? ¿Voy por Esme? —preguntó con su aguda vocecilla
impregnada de ansiedad.

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Gina no podía hablar, y apenas fue consciente de que al fin era estrechada por
Liam, que eran su cariño y su fuerza los que la sostenían, pues se encontraba
demasiado enferma para experimentar algún consuelo en esas circunstancias.
—¡Gina! ¡Dime qué sucede! ¿Qué tienes?
—Liam… —deseosa de llegar a él, Gina trató de recuperarse, mas el esfuerzo
requerido produjo el efecto contrario y se quedó inconsciente.
—…El bebé —la angustiosa voz de Esme penetró en lo más profundo de la
mente de Gina.
—¡Dios mío! —gritó Liam dolido y desesperado—. Esme, por favor, encárgate
de Debbie.
—¿Y Gina?
—¡La verá un médico tan pronto como… tan pronto… como consiga uno! Si es
necesario… ¡lo compraré!
Gina sintió que la trasladaban con mucho cuidado, ternura y amor… y de algún
modo no le importó. Liam la salvaría.

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Capítulo 9
—Gina… Gina… —los labios de Liam presionaban contra su frente y
calentaban la fría tez con el apasionado murmullo de su nombre y sus urgentes y
suaves besos.
La mano masculina le retiró con gentileza el pelo que le caía por las sienes,
mientras la sostenía sobre su regazo.
Al recobrar Gina con lentitud el conocimiento, se dio cuenta de que tenía las
piernas extendidas sobre el asiento de atrás de un automóvil y que el vehículo se
movía. Luchó contra las náuseas e hizo un esfuerzo para abrir los ojos. Le dio débiles
tirones a la chaqueta de él.
—Liam… —su voz era como un ronco graznido.
Al instante, la mano de Liam se movió para acariciarle con ternura la mejilla, y
sus ojos la contemplaron con fijeza para transmitirle confianza.
—Todo está bien. Yo te cuidaré y nunca volverás a preocuparte por nada.
Descansa, amor mío.
El corazón de Gina dio un salto. ¿Creería por fin Liam en su amor? ¿De verdad
estaría todo arreglado? Se apresuró a humedecer sus labios.
—Te amo, Liam.
Él aún parecía incrédulo.
—Vamos a tener un niño —añadió ella con suaves y esperanzadas palabras,
mientras el rostro de Liam se contorsionaba debido a la mezcla de emociones.
—¿Por qué no me lo has dicho antes, Gina? Esme me ha asegurado que tú ya lo
sabías la tarde en que fui a ver si todavía existía alguna oportunidad para nosotros.
¡Lo sabías, y no me hiciste partícipe de la noticia!
Las esperanzas de ella se hundieron en el cieno de malentendidos que los
habían acosado desde el principio.
—Nada de lo que yo hago está bien —suspiró, demasiado enferma para
soportar más acusaciones.
—¡No! —Liam la estrechó más y pasó la mejilla por el pelo de ella al hablar con
obvio dolor—. Tú no, Gina, sino yo. Yo, que te forcé una y otra vez. Aún lo hago,
aunque no desee hacerlo. Ni siquiera sé lo que digo, y tampoco sé cómo pedirte que
me perdones —en sus ojos había un torturante ruego—. Nunca me hubiera ido si tú
me lo hubieses dicho. No te habría dejado sin decirte cómo podías comunicarte
conmigo —añadió, abrumado por la culpa—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —susurró ella—. Pero si te lo hubiera confesado, lo habrías considerado
como una forma de chantaje emocional… para atraparte en un matrimonio en que
nunca estarías seguro de nada, Liam. Sabiendo lo que pensabas de mí… no quise
forzarte, ni que el bebé se interpusiera entre nosotros.

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—Has sufrido sola, mientras yo… —movió la cabeza en una amarga condena
de sí mismo—. Esme me ha contado lo enferma que has estado. Yo quería que me
confiaras tu vida… tu futuro… y también el de Debbie… y del peor modo posible he
comprobado que no te merezco. Tal vez esperabas con ansia un aborto espontáneo…
Ella cerró los ojos con fuerza y volvió la cabeza hacia otro lado, horrorizada
ante el hecho de que Liam hubiese imaginado tal posibilidad.
—Por favor… todo lo que te pido es que me digas qué quieres —jadeó él—. Si
no soportas la idea de tener un hijo mío, yo lo comprenderé, Gina. Estuve muy
equivocado acerca de tu trabajo, y tú me rogaste que no te hiciera el amor, pero mi
egoísmo me cegó. Te tomé por la fuerza y…
—¡No! —ella abrió los ojos, levantó una mano y tocó los labios de él para que
no siguiera—. Liam, tú no me obligaste a nada. Yo de verdad deseaba que tú… que
nosotros hiciéramos el amor —declaró, triunfante.
—No… no… ¿cómo podrías haberme amado entonces? Si te entregaste a mí,
fue sólo a causa de tu necesidad de dinero para la operación de Debbie —Gina movió
la mano para acariciarle la mejilla.
—Nuestro hijo fue concebido por amor… por lo menos de mi parte, Liam. Si al
principio luché en tu contra, fue porque pensabas que me vendía a otros hombres.
Pese a ello, me hiciste olvidar ese dolor… así como a Debbie. ¡Ni siquiera de mi hija
me acordé en esos momentos, Liam! ¡Sólo éramos tú y yo! ¡Y únicamente en ti
pensaba!
—Gina, por favor… Sé que dije cosas horribles… e imperdonables. Pero mi
amor por ti y la espera tan larga me habían vuelto loco. Te deseé durante mucho
tiempo.
Sus brazos la estrecharon por la necesidad de tenerla más cerca, y frotó su
mejilla contra el pelo de ella.
—Permíteme cuidarte, Gina. No pediré otra cosa de ti… nunca más. De ti, de
Debbie y… de nuestro hijo. Todo el amor que hay en mi corazón… es para ti… y para
cualquiera que lleva tu sangre…
El automóvil se detuvo al llegar al Regent Hotel y, aunque Gina aseguró que no
iba a volver a desmayarse, Liam insistió en llevarla en brazos hasta su suite. Una vez
allí, con mucho cuidado, la dejó sobre la mesa, la despojó de sus zapatos y la cubrió
con las mantas. Inmediatamente telefoneó para pedir a un médico, el mejor
ginecólogo, a la mayor rapidez posible… ¡sin importar el precio!
Gina no podía negar que no se sentía bien, pero no consideraba necesaria la
presencia de un especialista, y así lo declaró. No obstante, Liam se obstinó en hacer
las cosas a su modo, pues era obvio que estaba muy afligido.
—Tenemos que averiguar si sucede algo malo. Si… —dejó de caminar de un
extremo a otro de la habitación y se sentó al borde de la cama, al lado de Gina,
cogiéndole la mano y acariciándosela mientras le pedía perdón con la mirada—.
Gina, si no deseas a mi hijo… si lo que quieres es…
El corazón de ella se contrajo.

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—¿Es eso lo que tú quieres, Liam?


—No hay nada que quiera más que tener… —movió la cabeza a causa de la
angustia que la decisión le producía—. ¡Pero necesito tomarte en cuenta! En todo este
tiempo no he hecho otra cosa que obligarte a ceder a mis deseos…
—¡Eso no es cierto! —protestó Gina con vehemencia—. Le salvaste la vida a
Debbie y…
—¿A qué precio, Gina? —interrumpió él con gran desprecio por sí mismo—.
¿Al de dejarte embarazada?
—Te quiero, Liam —dijo ella emocionada—. Aunque nunca te cases conmigo,
tendré a tu hijo. Así, por lo menos conservaré una parte de ti.
—Gina… —la esperanza brilló a través de la oscura mirada de Liam.
—Te amo —replicó ella con toda la fuerza de su alma—. Por favor, Liam, debes
creerme.
—¡Oh, Dios!
Gina no estuvo segura de si la brusca exclamación fue una plegaria o una
maldición, mas tuvo poco tiempo para pensar en ello, pues Liam la estrechó entre sus
brazos, contra los tempestuosos latidos de su corazón.
—¡Dime que esto es real! ¡Dime que no se trata de otro sueño! —gritó con
torturante desesperación—. Durante toda mi vida he deseado esto…
—Te amo —musitó Gina mientras rodeaba la cintura de él con sus brazos para
manifestar su deseo de estar a su lado para siempre.
—Gina…
El pecho de Liam se ensanchaba y se contraía cada vez que respiraba, como si
no se atreviese a hacerlo bien por temor a alterar de alguna manera la magia de ese
momento.
—Liam, ¿podrías perdonarme por todos los años perdidos? —rogó con
suavidad.
Él rió y en sus ojos apareció un profundo brillo al hacer que Gina se apoyara de
nuevo sobre las almohadas.
—Sólo por esto he vivido. Y ahora es cuando mi vida empieza a tener sentido —
manifestó Liam con voz ronca, mientras la besaba con una ternura que rayaba en la
veneración.
Una y otra vez sus labios descendieron para encontrarse con los de Gina con
una profunda emoción que iba más allá de la pasión y de la necesidad física,
mientras con suavidad le acariciaba el rostro y después el pelo.
Esta asombrosa revelación de amor absoluto hizo que Gina se sintiera más
humilde que nunca. Ahora comprendía la explosiva violencia que siempre había
presentido en Liam. La violencia que él se había visto forzado a usar contra ella para
reprimir y sofocar lo que sentía. Por medio de la aceptación sin reservas de parte de

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Gina, la agobiante tensión por fin se esfumaba y daba paso a la desinhibida promesa
de un compromiso personal del cual Gina esperaba ser merecedora.
Al llegar el médico, le practicó a Gina un examen minucioso y después le hizo
un extenso interrogatorio acerca de sus malestares matutinos y de su dieta. Con
especial interés le preguntó si había estado bajo tensión nerviosa, haciendo una
mueca de incredulidad al negar Gina tal sugerencia.
—Sí, doctor —intervino Liam con presteza—. Ella ha tenido durante los últimos
meses una gran cantidad de preocupaciones. ¿Tiene algo que ver con sus problemas?
—Es posible, señor Shannon, pues en esas condiciones se altera el nivel
hormonal. Lo mejor sería que la señora guardara reposo y no realizara ningún
esfuerzo físico. Sin preocupaciones. Y si los problemas persistieran, su esposa
necesitará un tratamiento a base de inyecciones, lo cual preferiría evitar —se volvió
con seriedad hacia Gina—. Avíseme de inmediato si se presentara algo fuera de lo
usual. Por ejemplo si empieza a sangrar o sufre fuertes dolores.
—Sí, doctor —se apresuró ella a contestar, pues de ninguna manera quería
arriesgarse a un aborto.
—Gina no carecerá de ningún cuidado —aseguró Liam al médico.
Después de ser bien recompensado por sus servicios, el ginecólogo se fue.
Aunque Gina sentía alivio al saber que no existían problemas serios con su
embarazo, Liam no compartía la misma confianza.
—Prométeme que permanecerás aquí y no te preocuparás de nada —demandó
él con ansiedad al rodearla de nuevo con los brazos—. Le avisaré a Esme para que se
haga cargo de Debbie y para que la traiga a visitarte. Me encargaré de todos los
arreglos necesarios. Al lado de la cama y en el cuarto de baño hay teléfono. Sin
importar dónde te encuentres, en cualquier momento podrás pedir ayuda si es
necesario.
—¿Tú no te quedarás aquí? —inquirió Gina con el asombro que esas
instrucciones le producían.
—Mi amor, yo desearía estar a tu lado cada minuto del día, pero debo arreglar
algunas cosas ahora —sonrió—. Aparte de eso, lo primero que voy a hacer mañana
temprano es obtener licencia especial para casarnos.
Ella rió ante la impaciencia que él demostraba; entonces le rodeó el cuello con
los brazos, mientras con la mirada le prometía todo lo que anhelaba.
—En ese caso, haré lo que me digas.
Él emitió una nostálgica sonrisa.
—Querida, por favor, no me tientes ahora que acabo de cambiar una tortura por
otra; hasta que, por supuesto, el médico nos autorice.
Con los ojos aseguraba que era una tortura que no le importaba soportar. La
besó con suavidad, después con un poco más de urgencia, y por fin con una pasión
que los dejó a ambos jadeantes y deseosos de un contacto más íntimo.

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Liam se liberó de los brazos de Gina y tomó la lista del servicio a las
habitaciones.
—¡Comida! —ordenó con visos de desesperación—. Tengo que cuidar de ti y
del niño. Debe ser algo que no te haga daño y con lo que te sientas mejor…
Se concentró en la lista de alimentos y leyó en voz alta el nombre de cada uno
de los platos, a la vez que exageraba su valor nutritivo a tal extremo, que hizo reír a
Gina. Por fin suspiró y le sonrió.
—Necesito hacer algo para que te comportes con responsabilidad.
—Haré un gran esfuerzo para comer lo que tú me ordenes —le miró con ojos
brillantes.
Con su típica extravagancia, Liam ordenó todo un banquete y, para sorpresa de
Gina, su inquieto estómago cooperó muy bien y aceptó la comida que Liam la
convenció de que ingiriera. Después de comer, Gina se sintió mejor, mientras Liam la
contemplaba radiante de satisfacción.
—¿Ya ves? Te es muy útil contar conmigo. Me necesitas —declaró con seriedad.
—Sí —estuvo de acuerdo ella y sonrió satisfecha—. Yo también te amo.
—Gina… —entrelazó los dedos con los de ella y frunció el ceño mientras
buscaba con ansia las palabras adecuadas—. He hecho tantos movimientos
equivocados y me he portado tan mal, que… no merezco tenerte. Pero dentro de mi
corazón, en lo profundo de mi ser, nunca he dejado de creer que estábamos hechos el
uno para el otro… y que tenía que buscar un acercamiento.
En sus labios apareció una ligera sonrisa.
—Supongo que no fui educado para aceptar las cosas buenas de la vida. La
única forma que conocía para obtener lo que deseaba era a través de una lucha,
porque sabía que nadie iba a entregarme las cosas en bandeja de plata. Haces que me
sienta muy avergonzado con tu entrega, Gina, y te prometo que, desde este
momento, haré todo lo que esté dentro de mis posibilidades para merecerla.
—Liam, tú eres generoso por naturaleza —protestó Gina.
—No como tú —insistió él—. Pero una cosa que siempre he hecho, Gina… es
que cuando doy mi palabra, la cumplo. Puedes confiarme tu vida, Gina. Y, asimismo,
la de Debbie y la de los hijos que tengamos. Te juro que siempre os cuidaré y me
esforzaré para que seáis felices. Me crees, ¿verdad? Por favor dilo.
—Te creo —aseguró ella con una sonrisa, y con la certeza de que Liam hablaba
con absoluta sinceridad—. Confío en ti, Liam —insistió, a la vez que suspiraba con
felicidad y le atraía a su lado, sobre la cama.
La noche fue una bendición, aun cuando no hicieron el amor. Gina durmió muy
contenta en brazos de Liam, convencida de su amor y con la seguridad de que ese
hombre sería suyo durante el resto de su vida. Todo eso le proporcionaba una
completa satisfacción personal en la que no hacía falta la intimidad física para probar
que se pertenecían uno al otro, y que esa unión perduraría para siempre.

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Por primera vez en muchas semanas, Gina no se sintió enferma. No obstante,


Liam insistió en llevarle el desayuno a la cama. Le colocó varias almohadas a la
espalda para que pudiera sentarse con comodidad, cubierta con una de las gruesas
batas de felpa proporcionadas por el hotel. Le dirigió una alegre sonrisa al hombre
que la mimaba con tanto amor.
Las cortinas de las ventanas fueron descorridas, con lo que se podía ver un
fantástico panorama de la bahía. Era un día muy hermoso, con el cielo de un
deslumbrante color azul que destacaba los detalles con magnificencia: la extensión de
Harbour Bridge, las fulgurantes velas del techo del Opera House, los
transbordadores que cruzaban el agua hacia Circular Quay, las históricas almenas
del Fuerte Denison, la fascinación de todas las calas y ensenadas.
Gina no tuvo ningún escrúpulo en prometerle a Liam quedarse en cama cuando
él se fuera, mas fue evidente que no estaba muy convencido de que así sería. A los
pocos minutos de su partida, un miembro del personal del hotel llegó con una buena
cantidad de revistas y una selección de los actuales éxitos de librería.
El té matutino le fue enviado sin que ella lo solicitase. Enseguida llegaron las
rosas… un jarrón con dos docenas de preciosas rosas rojas. En ese momento, Esme y
Debbie llegaron charlando muy emocionadas.
—¡Nosotras también nos hospedamos aquí! —anunció Debbie, y apenas le dio a
Gina un beso de saludo antes de apresurarse a correr hacia los ventanales para
admirar el paisaje.
—Liam ha alquilado para nosotras las habitaciones adjuntas a ésta —informó
Esme, radiante de placer ante tanto lujo, al que no estaba acostumbrada—. ¡Y todas
mis pinturas se han vendido! —añadió, triunfal—. ¡Soy rica! ¡Soy rica! ¡Soy rica!
Durante la siguiente hora, Gina fue obsequiada por el relato completo del éxito
de la exhibición y venta de las pinturas de Esme en la galería; de la asombrosa
perspicacia de juicio que mostró Bruno Vincente; las maravillosas críticas publicadas
en los diarios; y por último, aunque era lo más importante, su felicidad ante el hecho
de que Gina y Liam hubiesen resuelto todas sus diferencias.
La conversación fue interrumpida por la llegada de una gran cantidad de cajas,
en las que había preciosa ropa interior y juegos de camisón y bata de satén; prendas
de suave seda con fabulosos adornos de encaje, y en casi todos los colores que
deleitaban la vista: blanco, durazno, verde pálido, azul, rojo y negro. Esme y Debbie
lanzaban suspiros de admiración al abrir cada una de las cajas.
—Gina, es evidente que está loco por ti —declaró Esme.
—Ponte el verde, mami —le urgió Debbie.
Gina hizo caso de la sugerencia de su hija y casi se sintió como una estrella
cinematográfica al vestirse con esa maravillosa ropa. Debbie aplaudió emocionada.
Al poco rato, llegó una exquisita comida para las tres.
—Creo que la idea es que estés contenta aunque permanezcas en cama —
manifestó Esme—. Y es mejor que te acuestes antes de que llegue Liam, o tendremos
problemas.

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—Liam me mima demasiado —comentó Gina al sentir que recuperaba el


apetito que desde hacía varias semanas había perdido.
—A mí me gusta que me mimen —declaró Debbie con entusiasmo.
—A mí también —la secundó Esme al contemplar con deleite la sabrosa
comida.
Después de comer, Esme insistió que Gina tenía que descansar por la tarde, así
que se llevó a Debbie a su habitación para que también la niña durmiera su siesta.
Gina no durmió, sino que despierta tejió maravillosos sueños sobre su futuro, y
cuando Liam por fin regresó, la bienvenida que ella le dio casi terminó con la
abstención que habían acordado por el bien de su hijo.
Liam le entregó una solicitud de matrimonio para que la firmara, y después
exigió un informe completo de todo lo que ella había hecho, y observó que el
camisón verde le quedaba muy bien. Pensó que había demostrado muy buen gusto
en su elección de ropa femenina. Por lo que en el futuro, con el mayor placer, la
ayudaría a seleccionar sus prendas. Algún día emprenderían un largo viaje, o varios
viajes, a cualquier lugar del mundo que a ella le llamara la atención… Roma, París,
Londres, Nueva York…
Debbie cenó con ellos en la suite, y el modo en que Liam trató a la pequeña le
demostró a Gina la razón por la que Esme se había conmovido aquella tarde que
llevó el árbol de Navidad. Fue maravilloso con Debbie, cariñoso, atento, divertido,
todo lo cual convencía a la niña de que era muy especial para él. Debbie le adoraba.
Más tarde, Esme pasó a recoger a la niña. Ella había cenado con Bruno en el
elegante restaurante Kable del primer piso, y el italiano la acompañó a la suite,
preguntó con cortesía por la salud de Gina y después, con tacto, se hizo a un lado
mientras Esme y Gina charlaban unos minutos.
Gina estaba dando el último abrazo a Debbie, cuando notó que los dos hombres
charlaban. El rostro de Bruno había perdido toda traza de cordialidad, y se
concentraba en lo que Liam decía. Éste hablaba en voz tan baja, que Gina no le oía,
pero su expresión había asumido el implacable aire de autoridad, que le recordó a
Gina su encuentro en el vestíbulo del hotel, tres meses atrás. Un contacto de
negocios, explicó entonces Liam, y ella se preguntó con indolencia de qué clase de
negocios se trataría.
—Mañana —dijo Bruno con una nota decisiva.
Liam asintió y enseguida modificó su expresión para sonreír a Esme, quien se
había acercado al italiano, cogiéndole del brazo con evidente placer. Liam fue a
separar a Debbie de Gina y se encargó de que todos saliesen de la suite. Cuando
regresó al lado de Gina, ésta olvidó hacerle alguna pregunta con respecto a sus
negocios con Bruno.
Gina no sabía cómo Liam lo había hecho, pero había conseguido que su
matrimonio tuviera lugar diez días después. Le dijo que su yate, el cual era también
de ella, se encontraba camino del Mediterráneo y que, si ella así lo deseaba, podrían

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tener una larga luna de miel al recorrer en el yate las hermosas islas de la región. Por
supuesto, si su salud lo permitía.
No fue sino hasta después de la mañana siguiente cuando Liam le dio la noticia.
—Tres días. Cuatro como mucho, te lo prometo. Y después no habrá nada que
pueda separarnos —le aseguró—. Pero por esta vez debo dejarte, Gina.
—¿Por qué tienes que irte? ¿Qué vas a hacer? —quiso saber Gina, cuyo instinto
le reclamaba conservarle a su lado a toda costa.
Con una sonrisa, él trató de restarle importancia al asunto.
—Se trata de un breve viaje de negocios, Gina. Nada de lo que debas
preocuparte.
Ella hizo una mueca.
—Es que todavía no me dices a qué te dedicas, Liam —levantó hacia él su
ansiosa mirada—. En realidad nada sé acerca de tu vida presente, ¿verdad?
—Tú eres mi vida presente —repuso Liam con una sonrisa socarrona—. Y en
cuanto a los negocios, mi negocio son las inversiones —su sonrisa se hizo más
amplia—. Como por ejemplo las acciones de NECSEC. Siempre he tenido muy buena
suerte, excepto en lo que más me importaba, mas ahora te tengo a ti y ya nada podría
salirme mal.
En su mirada había un atisbo de temor, lo que le produjo a Gina un
estremecimiento.
—Liam, ¿no estarás metido en algo peligroso, como?…
Él rió.
—No, mi amor, esos días ya han quedado atrás. Lo que hago es muy respetable.
Voy a ganar mucho dinero, mas tú no debes hacer preguntas. Todavía no, pues
quiero que sea una sorpresa para ti. A mi regreso te hablaré de ello.
—¿Regresar de dónde? —una horrible idea cruzó por su mente—.Liam, nunca
te perdonaré si vas a volar en…
Él la abrazó con fuerza.
—Tranquilízate, cariño, te aseguro que no se trata de eso. En realidad, es algo
sugerido por ti, algo que dijiste que te gustaría. No puedo arrepentirme ahora, ya di
mi palabra, y hay otras personas que dependen de mí para llevarlo a cabo, así que
debo ir. Por favor no te preocupes. Recuerda que tanto por ti misma como por el
bebé debes estar tranquila. Y recuerda que nada en el mundo podría evitar que yo
vuelva a tu lado.
—Prométeme que tendrás cuidado —insistió ella, aún preocupada, pues su
sexto sentido percibía algo alarmante, a pesar de las palabras de confianza de Liam—
. Si algo te sucede, me mataré.
—Ten confianza en mí —le ordenó él, estrechándola con fuerza y besándola con
ansiedad. Cuando se separó de ella, en sus ojos había un brillo intenso—. Ésta será la
última vez, Gina, mi último trabajo. El resto de mi vida lo voy a dedicar a

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proporcionarte todo el placer que se me ocurra. Pero antes tengo que hacer esto —
sonrió—. Espero que estés lista para mí, a mi regreso. Quiero que durante el resto de
tu vida tengas cualquier cosa que tu corazón desee.
Sin darle a ella más tiempo para preguntas o protestas, salió de pronto, dejando
a Gina con una abrupta sensación de abandono al perder la parte más importante de
su vida.
Habían estado juntos durante un tiempo demasiado corto, aunque lleno de
tantas cosas que Gina sabía que, si ahora perdiese a Liam, para ella la vida sería
insoportable. Él siempre había tenido razón, y ellos estaban hechos el uno para el
otro. Nada podía compararse con su amor.
Y por supuesto que no iba a perderle; por lo tanto, era una tontería albergar
siquiera esa idea. Liam sólo se ausentaría tres o cuatro días, y se trataba de un corto
viaje dedicado a un negocio respetable. Él le había pedido su confianza y por
supuesto ella se la daba. Preocuparse era una estupidez… y además perjudicaría al
bebé.
Gina emitió un suspiro de resignación y se apoyó de nuevo sobre su almohada.
Se trataba de una sorpresa para ella, había asegurado Liam. Algo que ella misma le
había sugerido. Sin embargo, por más esfuerzo que hizo, Gina no pudo recordar
haber hecho ninguna sugerencia. Sin duda, lo que a Liam se le había ocurrido sería
alguna extravagancia. Aunque fuera algo maravilloso ser mimada tanto por él,
tendría que hacerle comprender que nada significaba más para ella que el hecho de
estar juntos.

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Capítulo 10
Liam no volvió al tercer día. Gina estaba muy contrariada. No le había dicho a
dónde iba, así que ella no sabía dónde se encontraba ni qué hacía. Ni una sola vez le
había telefoneado durante ese tiempo, ni siquiera para averiguar cómo se sentía ella.
Por otro lado, Gina obedecía al pie de la letra las instrucciones de Liam y
permaneció en cama, sin realizar ningún esfuerzo… físico. Mental sí lo hacía, sobre
todo transcurrida aquella tercera noche, después de haber esperado durante varias
horas una llamada telefónica que nunca llegó. No comprendía qué clase de negocio
absorbería su tiempo hasta el punto de no permitirle unos cuantos minutos para
hacer aunque sea una llamada. ¿Acaso no pensaba tanto en ella como ella en él?
A quién no le gustaban las sorpresas. Pero ésta ya iba demasiado lejos. Gina se
daba cuenta de que Liam nunca había tenido nadie a quien darle cuenta de sus actos
y que para él sería difícil acostumbrarse a pensar en alguien cuando se encontrase
fuera de casa. No obstante, eso no excusaba su negligencia. Y así se lo diría ella al día
siguiente.
Cuando Gina despertó a una nueva y brillante mañana, los oscuros
pensamientos de la noche anterior se desvanecieron ante la emoción del inminente
regreso de Liam. Se dio una larga ducha, se puso un camisón color durazno y se
maquilló un poco. El pelo lo tenía aún brillante y dócil y se limitó a peinarlo.
Después de eso, se metió en la cama y se rodeó de revistas, para tener con
exactitud la apariencia que Liam quería. Esme y Debbie hicieron su aparición para
una breve visita matutina, pues ambas saldrían enseguida para el zoológico de
Taronga Park, situado al otro lado de la bahía, por lo que necesitarían tomar el
transbordador. Por supuesto que Gina estuvo de acuerdo.
Al oír una llamada a la puerta, el corazón le dio un vuelco hasta que pensó que
no podría tratarse de Liam. Él no llamaría, pues tenía llave. Quizá se trataba de uno
de los empleados del hotel que iba a preguntarle si se le ofrecía algo o a limpiar las
habitaciones. Pero al ver entrar a Bruno Vincente, se sorprendió mucho, pues él
nunca había acudido a visitarla sin la compañía de Esme.
El hombre estaba muy excitado, en sus ojos había un extraño fulgor y
gesticulaba mucho con las manos.
—¡No te preocupes, Gina! —le ordenó, triunfante—. ¡Todo está bien! Se ha
presentado un pequeño problemilla, que impide el rápido regreso del señor
Shannon, pero él llegará aquí sin falta para el día de la boda. Si es posible, vendrá
antes.
Gina movió la cabeza. ¿Liam se había puesto en contacto con Bruno Vincente y
no con ella? De súbito, recordó haber visto hablar juntos a los dos hombres, la noche
anterior a la partida de Liam.
—¿Tiene usted algo que ver con ese viaje de negocios?

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—El motivo de mi presencia en Australia —le informó Bruno muy


emocionado—. Todos estos meses hemos estado haciendo planes y ahora ya hemos
terminado. Ah… ¡un éxito completo! ¡Un completo éxito!
—¿De qué éxito me habla? —demandó Gina con impaciencia—. ¿Y por qué se
ha retrasado Liam?
Bruno hizo un esfuerzo por recuperarse.
—Gina, recuerda que debes estar tranquila. Lo único que el señor Shannon me
ha autorizado a decirte es que no te preocupes.
Esas palabras, que se suponía debían tranquilizarla, tuvieron un efecto
contrario, al cruzar por la mente de Gina todo tipo de temores.
—¿Cuál fue el problema que se le ha presentado? Usted acaba de decirlo hace
un momento.
—Está bien, te lo diré, pero recuéstate de nuevo sobre la almohada. Tú no debes
preocuparte.
Gina intentó tranquilizarse, mientras hacía lo que Bruno le había indicado y,
aunque se encontraba muy nerviosa, trató de demostrar una serenidad que distaba
mucho de sentir.
Al verla, Bruno sonrió.
—Antes de empezar, permíteme decirte que ahora ya no hay ningún peligro. Ya
lo están curando y no hay el menor problema.
—¡Curando! ¿Qué le ha pasado? —gritó Gina horrorizada, y Bruno le dirigió
una mirada de inquietud.
—Una pequeña herida de bala en el hombro y… y un golpe. Es mejor que por el
momento no viaje. Te aseguro que no es nada grave y te repito que no debes
preocuparte por él. Se encuentra en muy buenas manos, bajo los cuidados de un
médico de Florencia, a quien conocía desde hacía tiempo.
Una ráfaga de emoción borró la momentánea angustia del rostro de Bruno.
—¡Lo ha logrado, Gina! A mí me dijeron que él era el único hombre del mundo
que tenía la posibilidad de traerlo. ¡Y lo ha logrado! ¡Ha llevado a cabo lo imposible!
—Pero ha resultado herido —se quejó Gina, al tiempo que dentro de ella nacía
la furia al darse cuenta de que Liam le había mentido.
La gente que se dedica a los negocios respetables no es herido de bala. ¡Y eso de
acudir a un médico conocido! ¡Le había asegurado que aquellos días ya habían
terminado para siempre! Y, para colmo, ¡le había pedido que confiara en él!
—¿Por qué Liam aceptó correr ese riesgo? —inquirió con enojo—. ¡Haga el
favor de decírmelo de inmediato, Bruno!
—Las más maravillosa colección de pinturas Fauve y postimpresionistas que ha
sido sacada de Rusia. Casi todas se encontraban en Moscú y Leningrado, y estaba
prohibida tanto su exhibición como su reproducción. Pero el gobierno ruso quería
oro y así se ha conseguido llevar los cuadros a América del Sur.

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Él rió, casi delirante a causa del placer.


—Creyeron actuar con un plan muy inteligente y trataron de engañarnos, pero
el señor Shannon ya conocía sus intenciones y no cayó en la trampa. Fue entonces
cuando recibió el balazo. Y ahora… ¡ahora esas maravillosas obras de arte podrán sr
vistas y admiradas! Roualt, Matisse, Pissarro, Picasso, Dufy, Cézanne…
—¿Y adonde tuvo que ir Liam para realizar ese sucio trabajo? —demandó Gina,
sin que la mención de unas cuantas pinturas la impresionara, y más furiosa que
nunca por la hipocresía de Liam.
—¡Qué hombre! —exclamó Bruno con gran entusiasmo por su participación en
ese «negocio»—. Liam ha traído la colección a través de Chile, después en su yate,
por el canal de Panamá.
Gina sintió un ligero escalofrío.
—¿No hay revolución en Chile?
—Tienen problemas políticos —estuvo de acuerdo el italiano sin darle mucha
importancia—. Pero eso mismo es lo que permite la corrupción en ciertos lugares. Y
por supuesto que cuando hay conflictos no es fácil que las autoridades estén tan
pendientes de ciertos asuntillos. El señor Shannon ha podido entretejer una hábil red
con sus viejos amigos…
Mientras Bruno con orgullo revelaba los detalles del plan de Liam, Gina sintió
que su ira se incrementaba. ¿Un negocio respetable? ¡Bah! Y por supuesto que no le
había mencionado nada acerca de la corrupción, subversión o alguna liga con sus
antiguos compañeros de aventuras.
¡Y no había ido a volar en planeador por ser muy peligroso! Claro, era mucho
más inocuo colaborar en una revolución y en compañía de unos cuantos
contrabandistas para servir de blanco a los agentes rusos…
—Bruno, si todo fue tan bien planeado, ¿por qué Liam ha resultado herido? —
intervino Gina en tono irónico, lo que provocó que Bruno hiciera una mueca.
—Al momento de empezar a embarcar las pinturas en el yate, surgió un
inesperado altercado. Los rusos se dieron cuenta y trataron de impedir que el señor
Shannon se fuese. Creo que cuando recibió el balazo estaba ayudando a uno de sus
amigos a subir a bordo de la lancha de motor…
—¿Es muy grave su herida? —preguntó Gina, levantando la voz por lo que
Bruno se apresuró a hacer un ademán para apaciguarla.
—Se trata de un ligero rozón en un hombro. Pasó muy lejos del pulmón y de la
arteria. Una herida superficial…
—¿Y el golpe?
—Fue en… la cabeza. Pero un rasguño que quedó listo con unas cuantas
puntadas. Él está bien. Te lo aseguro.
¡Entonces habían sido dos balazos! Aunque Bruno no se lo hubiese dicho con
claridad, era evidente. Y su furia aumentó al pensar en que todos esos hombres

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habían arriesgado la vida, y sólo por conseguir unas cuantas pinturas que no le
hacían ninguna falta al mundo. La mirada que le dirigió a Bruno, fue veneno puro.
—Usted fue el instigador, ¿verdad? ¿Cree que ha merecido la pena arriesgar la
vida de Liam para lograr tan poca cosa?
Bruno estaba tan entusiasmado con su éxito que no notó la acidez en las
preguntas de Gina, sino que sonriendo con satisfacción, levantó las manos en un
gesto dramático.
—Esa colección tiene una gran importancia histórica. Yo mismo di el veredicto
de autenticidad hace muchos meses cuando fui a Bolivia en una misión secreta. Su
valor actual es de, por lo menos, cien millones de dólares.
La increíble cantidad mencionada hizo que Gina se quedase anonadada por un
momento, mas de pronto su ira resurgió. ¡Ninguna cantidad de dinero ni maravillosa
obra de arte valía tanto como la vida de Liam. ¡Su última misión pudo ser realmente
la última de su vida!
—¡Le mataré! —exclamó furiosa.
—¿Qué es lo que dices? —preguntó Bruno, con el rostro aún radiante de
triunfo.
Gina hizo a un lado las mantas y se puso de pie, furiosa.
—¡Hombres tenían que ser para pensar sólo en el poder y la gloria! ¡Ninguno de
los dos tiene un solo gramo de sentido común en la cabeza! ¡Y usted, Bruno Vincente,
es el peor por involucrar a Liam en esta loca aventura!
Él dio un paso atrás, alarmado por la actitud de la joven.
—Gina —dijo, asustado—, no debe alterarse así… todo está bien…
—¡Voy a preocuparme todo lo que me dé la gana! De hecho, tengo muchas
ganas de pelear —le amenazó con el puño cerrado—. ¡Voy a golpearle a usted por lo
que ha hecho!
Horrorizado y turbado, Bruno dio algunos pasos hacia atrás.
—Yo soy un comerciante de obras de arte. El señor Shannon era la persona
adecuada para esta misión, pero yo no le obligué a nada.
—Se siente feliz por haber alcanzado el triunfo, ¿no es cierto? —le reprochó ella.
—Él se encuentra a salvo, Gina. ¿Por qué usted se?…
—¿Y si hubiese muerto? ¿Ha pensado en esa posibilidad, Bruno? ¿Aun así haría
alardes de su preciosa colección de arte?
—Pero yo…
—¡Fuera! —gritó Gina perdiendo totalmente el control—. No merece la pena
malgastar el tiempo con los hombres. ¡Todos son iguales!
Él se dirigió hacia la puerta, y entonces volvió el ansioso rostro hacia ella.

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—Gina… tengo que pedirle un favor… Esto no debe ser divulgado. Nadie más
debe enterarse —le rogó.
—¡No se preocupe! —gruñó Gina con desdén—. Su estúpido secreto se
encuentra a salvo conmigo. Le aseguro que no voy a revelarle al mundo lo insensatos
que Liam y usted han sido en este asunto.
Al apresurarse a salir, Bruno hizo un gesto y Gina sintió ganas de arrojarle las
rosas de Liam… ¡con jarrón y todo! Rosas rojas que expresaban amor. Amar era estar
con una persona cuando aquella persona le necesitaba, ¡no arriesgarse por medio
mundo para complacer a un tonto traficante de arte!
Furiosa, Gina empezó a caminar de un lado a otro de la habitación. ¿No había
hecho Liam toda clase de locuras cuando era niño? ¿No había demostrado su
demencia después? La compra de aquellas acciones de NECSEC, la forma en que la
sacó a ella del edificio, la manera en que la obligó a tener relaciones íntimas con él…
bueno, en realidad no la había forzado, mas lo habría hecho si ella no hubiese
cedido… aquella fiesta de Navidad para Debbie en junio, el darle el dinero para la
operación, y llenarla después de regalos.
Esme estaba convencida de que Liam quería a Gina más que a nadie ni a nada
en el mundo, mas si en realidad la amara tanto, se habría olvidado de esa loca
aventura. ¿Y cómo podría ella amar a un hombre tan insensato? Estaría
constantemente desquiciada si le eligiera como esposo y padre de sus hijos. ¡Sería
una mala influencia! ¿Qué haría si uno de sus hijos resultaba igual que él?
Si Liam no regresaba antes del día que habían fijado para su boda, ¡nunca se
casaría con él! Eso le daría una lección inolvidable. Si de verdad la quería tanto como
clamaba, sería mejor que se apresurara a volver.
Hasta ese momento, era Liam quien dominaba en sus relaciones y quien
marcaba la pauta a seguir. Pero ya no sucedería eso, se juró Gina. Ella no soportaría
esa forma de vida, y si él quería convertirse en su esposo, tendría que aprender a
comportarse como un ser humano común y corriente.
Con aquella resolución, Gina esperó durante los siguientes días, fingiendo ser la
mujer más feliz de la tierra cuando estaba con Esme y Debbie.
El ginecólogo se presentó a verla hacia fines de la semana y su veredicto fue
satisfactorio. Todo iba bien, declaró el médico, y cualquier peligro de aborto ya había
pasado. Ella tenía un aspecto saludable después de aquella semana de descanso. Por
supuesto que no podía saber que el nivel de adrenalina de Gina se encontraba alto y
que el fulgor de sus ojos no se debía por completo a su maternidad. Gina no se
molestó en aclarárselo.
El mensaje llegó la víspera de la boda. «Estaré en casa esta noche», decía. «Con
todo mi amor, Liam». Ninguna disculpa, explicación u hora específica, sólo que estaría
en casa esa noche. Gina apretó los dientes y planeó su propia campaña.
Escogió el camisón rojo, y se cepilló bien el pelo. Pidió para ella una botella de
champán, una fuente de mariscos en frío, y después de ponerse el negligé rojo, se

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acomodó en uno de los sofás de cuero verde, colocado cerca de la ventana. ¡Y se


dispuso a esperar!
Ocho de la noche… las nueve… las diez… Gina utilizó el tiempo en planear
todo lo que le iba a decir a Liam, y ensayó su diálogo una y otra vez.
Cuando escuchó que la llave giraba en la cerradura, su corazón dio un vuelco y,
a pesar de la firme decisión que había tomado, tuvo que hacer un gran esfuerzo para
dominar el traicionero impulso de ponerse de pie y correr a darle la bienvenida a
aquel hombre que tantas censuras merecía. Tomó un gran sorbo de champán para
humedecerse la garganta, y cuando Liam cruzó el área del comedor, ella levantó su
vaso hacia él con un burlón brindis.
—¡Vaya, vaya! ¡Mira quién tenemos aquí! —exclamó ella con deliberada
parodia de las palabras usadas por él al verla en la oficina del señor Jepherson.
El semblante de él estaba pálido y tenso por la fatiga, mas su sonrisa era tan
devastadora como siempre.
—Gina… —murmuró Liam, recreando la mirada en ella.
—Te has acordado de mí —le espetó Gina de modo sarcástico.
—Te amo —declaró él, con un estremecimiento que casi logró conmoverla.
Gina depositó su copa de golpe, sobre la mesa de café que separaba los dos
sofás con forro de cuero, y miró a Liam con furioso resentimiento.
—Liam Shannon, tú no conoces el significado de la palabra amor. Y si crees que
la representación de héroe herido va a ablandarme el corazón, estás muy equivocado.
La sonrisa de él no se alteró.
—El rojo te sienta de maravilla.
—¡Eres un egoísta! —gritó Gina, desahogándose de su terrible frustración.
—Estás aún más guapa cuando te enfadas. Tus ojos relucen como el fuego y…
—avanzó hacia ella.
—¡No te atrevas a acercarte! Tengo mucho que decirte y vas a escucharme,
quieras o no.
Él se despojó de su chaqueta y la dejó sobre el sofá, a la vez que torcía los labios
en una mueca sardónica.
—Tú eres lo que yo quiero. Tú eres la única en quien he pensado durante estos
días.
Gina se sentía acalorada, no sabía si por la furia o por la mirada de él, por lo que
trató de evitarle.
—¡Esta vez no podrás obligarme, Liam Shannon! —le espetó ella—. Y no creas
que voy a estar a tu disposición cada vez que regresas de uno de tus insensatos viajes
en los cuales arriesgas la vida por tonterías. ¡No lo soportaré! Eso tiene que acabar
¡ahora!

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—Dime que me amas —murmuró él, mientras se desabrochaba la camisa de


una manera demasiado perturbadora.
—¡Jamás! —aseguró Gina con amargura—. Si hubieras querido, habrías podido
cancelar el último encargo, pero has disfrutado, ¿verdad? Te encanta andar por allí
arriesgando el pellejo.
Él emitió una sonrisa irónica.
—Mi amor, mientras me odiaste, siempre fui afortunado. Pero esta vez no he
tenido tanta suerte, lo que demuestra que me amas. Quería averiguarlo y lo logré.
Definitivamente.
Gina sonrió, pesarosa.
—Nunca madurarás, Liam Shannon. Eres tan salvaje como siempre. ¡Salvaje e
irresponsable! ¡Y me mentiste!
—¡No es cierto!
—Me dijiste que tu negocio era respetable.
—¿Qué puede ser más respetable que el proporcionar cultura al mundo?
—Serías un buen leguleyo. Cualquier cosa puedes distorsionarla a tu
conveniencia. ¡Nunca volveré a confiar en tu palabra!
Liam levantó las manos como declaración de su inocencia.
—¿Qué confianza he roto? Te prometí que volvería y aquí estoy, corazón mío.
—Sí, tu corazón —le amonestó Gina—. ¡Yo sé lo que es tu corazón! No puedes
alejarte del peligro, el cual te excita y…
—No podría estar más excitado de lo que estoy ahora. Ya sé que es peligroso,
pero mientras hagamos el amor, juro que no pensaré en otra cosa.
—¡No podríamos pasar el resto de nuestra vida en la cama!
—Vale la pena intentarlo.
Ella golpeó el suelo con el pie a causa de la frustración que sentía.
—Liam, no me escuchas.
—Te escucho, querida. Tu voz es música para mis oídos.
—¿Por qué lo hiciste?
La sonrisa de él contenía algo de burla hacia sí.
—Me pareció una buena idea en ese momento.
Se quitó la camisa, y la mirada de Gina fue atraída hacia el vendaje que le
cubría el hombro izquierdo, ante lo cual sintió un acceso de terror. Si la herida
hubiera sido unos cuantos centímetros más abajo… Ella tragó saliva antes de atacar.
—¡Podrías haber muerto! ¿Y para qué?
Liam frunció el ceño.

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—Debido a que calculé que veinte millones de dólares sería una bonita cifra.
—Veinte…
Gina se quedó anonadada y él casi logró atraparla, mas al darse cuenta a
tiempo, se puso de pie y escapó. Por alguna causa su respiración empezó a ser
pesada.
—¡Ésa no es una excusa! A nosotros no nos hace falta esa clase de dinero.
—Por supuesto que no —la calmó—. Pero… ¿recuerdas que mencionaste que
no existen fondos de ayuda pública para niños que se encuentran en situaciones
como la de Debbie? Cuando Vincente me expuso el asunto al día siguiente… —hizo
una mueca—, después de que yo me porté tan mal contigo, pensé que podía hacer
algo útil.
Los dos permanecieron en silencio durante unos segundos y después él añadió:
—Pensé que habría muchos otros padres que, como tú, no pueden costear el
tratamiento médico necesario para proporcionar a sus hijos la posibilidad de sanar.
¿Qué te parecería la creación del Fondo Gina Shannon para curar a niños con
problemas ópticos? Los médicos del Camperdown Hospital podrían administrarlo.
Gina no respondió y entonces Liam alzó los hombros.
—Bueno, pues en el momento que se me ocurrió, me pareció una gran idea.
Gina trató de calmar sus caóticos pensamientos.
—¿Has hecho… ese trabajo tan peligroso… por puro altruismo?
Él asintió con un movimiento de la cabeza.
—Para que nunca haya en Sydney un niño que quede ciego por falta de dinero.
Ella se quedó inmóvil en el sitio en que se encontraba, y Liam se le acercó con
lentitud y deslizó las manos alrededor de su cintura. Gina volvió la vista hacia él,
llorando de emoción.
—Gina, yo quería llevar a cabo algo que me hiciera digno de tu confianza —
declaró con tranquilidad.
—¿Digno? —ella movió la cabeza como muestra total de confusión—. No
comprendo, Liam.
—Tú permaneciste al lado de Jim cuando yo le abandoné. Realizaste enormes
sacrificios por el bien de Debbie. Y yo… yo vivía sólo para mí mismo. Aun en lo
tocante a ti… y tú tenías razón al decir que no conocía el significado del amor. Gina,
me sentí tan avergonzado por el modo tan egoísta y mezquino con que te traté, que
pensé en la posibilidad de dar algo, así como tú lo habías hecho. Ya sé que se trata
tan sólo de dinero…
—Pero has arriesgado tu vida con tal de obtenerlo —musitó ella, arrepentida.
—Querida, te aseguro que eso no entraba dentro del plan —enfatizó con gran
solemnidad.

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Gina se sentía tanto horrorizada como humillada ante ese gesto, tan
característico del extraordinario hombre que ella amaba.
—Liam, por favor… no vuelvas a hacer algo similar.
—Ha sido mi último trabajo, Gina. Te lo juro.
Ella le creyó. Le estrechó entre sus brazos y con suavidad presionó los labios
contra el hombro lastimado, agradeciendo al cielo que su gran amor se encontrase a
salvo.
—Te amo, Liam —jadeó con un prolongado y estremecedor suspiro—. Si
hubieras muerto, yo no lo habría soportado.
Liam sintió un ligero estremecimiento al estrecharla y recorrer con suavidad la
espalda de ella.
—Gina, tú eres para mí lo más importante y nunca volveré a dejarte.
—El hogar… —repitió Gina con satisfacción, mientras los labios de él se movían
cariñosos sobre su pelo.
—Alguna vez dije que sólo deseaba tu hermoso cuerpo, pero eso no es verdad,
Gina. Nunca lo fue. Amo tu forma de ser. Posees una fuerza interior y una capacidad
de resistencia que desafían cualquier cosa. Decides lo que es correcto y lo llevas a
cabo, sin importar que te lastime —suspiró, a la vez que le sonreía a ella—. Posees
una gran firmeza… y nos complementamos uno al otro. Necesitamos la fuerza del
otro para eliminar las debilidades. Unidos debemos permanecer, querida; así, somos
invencibles.
En su sonrisa apareció cierto atisbo de ironía.
—Imagino que en el fondo de mi corazón siempre supe que te quedarías con
Jim. Ya era demasiado tarde… pero yo tampoco deseaba herirle. Y, aunque te odié a
ti por ello, admiré la rígida lealtad que me obligó a permanecer al margen. Fue un
infierno… pero comprendo que Jim te amaba por las mismas razones que yo, y que
ambos reconocimos por instinto que tú eras la mujer que podría dar estabilidad a
nuestras vidas… ¡el complemento perfecto!
—Liam… —las palabras de él la habían hecho sentirse culpable—. Creo que le
fallé a Jim. Yo…
Él negó con la cabeza.
—Él no era el hombre adecuado para ti, Gina. No es necesario que me lo digas,
sé que hiciste lodo lo que pudiste. Y nadie podría haber hecho más. Era mi mejor
amigo y yo le quería mucho… pero reconozco que Jim no sabía cómo proceder y
necesitaba de un guía. Te dejó con toda la carga de las responsabilidades, ¿no es
cierto?
—Sí —musitó ella, amándole aún más por su comprensión.
—Yo no soy un irresponsable, Gina. No siempre he procedido con sensatez,
pero nunca he dejado de llevar mi parte de carga… y la de los demás cuando ha sido
necesario.

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—Lo sé —ella extendió la mano y en un impulso le acarició la mejilla—. Lo sé,


Liam.
Recordó que Bruno le había dicho que cuando Liam fue herido, ayudaba a un
amigo que ya había recibido un balazo. Gina supo que nunca le fallaría a nadie, si
podía ayudarle de algún modo.

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Capítulo 11
Jim había asegurado en una ocasión que Liam triunfaría y ahora Gina sabía que
era cierto. Ella se preguntó cuantas veces habría prestado él sus servicios sin recibir
remuneración alguna. Y el tráfico de armas… ella estaba segura de que habría sido
para pueblos que tenían derecho a sobrevivir y luchar por la justicia. De lo que Liam
decía, se podía deducir que no se enorgullecía de todas sus actividades anteriores,
pero Gina estaba seguía de que había mucha, mucha gente que le estaría agradecida
eternamente.
—Creo que debería llevarte a la cama y hacer que te quedes allí, pues es el
único sitio donde sé que te encuentras a salvo —le dijo Gina radiante de felicidad.
Él le correspondió con una sonrisa muy amplia.
—Me niego a permanecer tranquilo en cama. Allí sólo me puedo comportar con
salvajismo y… ¡oh, no! —la contempló con angustia—. ¿Qué te ha dicho el médico la
última vez que ha venido?
Ella rió feliz.
—El hijo parece ser más juicioso que su padre.
—Coopérame —prometió él con una expresión de picardía—. Es lo que más
deseo en este momento.
—¿Y qué pasa con tu hombro? —inquirió Gina con ansiedad al ser conducida
hacia la cama.
—Si me prometes no morderme ese lado, creo que resultará ileso.
—Tratare de recordarlo.
—De cualquier manera, de antemano estarás perdonada por lo que hagas.
Se volvieron uno frente al otro, y se fundieron en un abrazo, permaneciendo
aferrados durante un largo y silencioso momento.
Liam había vuelto a casa, y Gina juró que siempre mantendría el fuego
encendido para ese hombre. Sin importar lo que él hiciera, o lo exagerado y salvaje
que fuese, era el hombre que ella deseaba, necesitaba y amaba; y nunca, de ningún
modo, habría nadie que pudiese ocupar el lugar que él tenía en su corazón.

Liam insistió en llevarlas a ella y a Debbie de compras al día siguiente, y las


condujo a una de las más exclusivas boutiques especializadas en novias. Debbie se
encontraba en el séptimo cielo al probarse los más maravillosos vestidos para una
niña encargada de llevar las flores, y Gina abrumada con los elegantes y magníficos
trajes de novia.
—Pero, Liam —protestó en un murmullo al sentirse avergonzada—, ¿no vamos
a casarnos en una oficina de registro civil?

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—Por supuesto que no. Nos casaremos esta tarde, a las tres, en la capilla
Wayside. Ya he pedido las flores y tengo listo el traje que usaré. Y tú, mi amor, serás
la novia que he esperado durante toda mi vida.
¿Qué importaba que ella ya hubiese estado casada antes… o que estuviese
embarazada de tres meses? Esa boda era lo que habían esperado ambos durante
mucho tiempo, y Liam tenía razón, era merecedora de una gran celebración.
La ceremonia fue sencilla, siendo Esme y Bruno los únicos invitados, pero la
capilla estaba llena de flores, la pequeña que esparcía delicados pétalos a lo largo del
pasillo estaba radiante de dicha, la novia deslumbraba con una belleza muy especial
y el novio era el símbolo del triunfo del amor.
Gina y Liam intercambiaban sus votos matrimoniales con un fervor que hizo
que a Esme se le llenaran los ojos de lágrimas y tuviera que agarrarse del brazo de
Bruno para expresar parte de su emoción. Él le acarició la mano, mientras en su
interior sentía alivio ante el hecho de que Gina le hubiese perdonado, aunque era
obvio que ella no comprendía ni apreciaba el arte y más aliviado aún de que Esme no
lo hubiese creído un cretino. Su placer por la boda de Gina y Liam fue completado
por la promesa de Esme de que ahora sí iría a Italia con él.
Tan pronto como terminó la ceremonia, Debbie se volvió hacia Liam,
emocionada.
—Ahora ya eres mi padre, ¿verdad? —le preguntó llena de felicidad, y él la
levantó con su brazo sano.
—Por supuesto que sí, cariño. Desde este día en adelante y para siempre.
Debbie le echó los brazos al cuello y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Te quiero, Liam.
En ese momento, la mirada de él se encontró con la de Gina; ambos sonrieron, y
entonces, el dolor y el tormento del pasado se desvanecieron para siempre. Ellos
compartían un futuro en el que estarían juntos, y sus hijos recibirían su amor
incondicional.
A Gina le pareció que, por primera vez en su vida, no tenía por qué
preocuparse. Liam, Debbie y ella volaron hacia Atenas, donde abordarían el yate
para un largo y divertido crucero por las islas griegas. Y, a lo largo de dos meses, no
hicieron otra cosa que gozar y disfrutar como si se tratara de un viaje fantástico.
El embarazo de Gina no le proporcionaba problemas, mas al empezar a hacerse
obvio su estado, ella no pudo pasar por alto una duda que de vez en cuando la
atormentaba.
—Liam… —le miró a los ojos con ansiedad—, tú no tienes ninguna duda de que
el niño sea tuyo, ¿verdad?
La mirada de incredulidad que le dirigió fue muy reconfortante.
—Gina, no es posible que se te haya ocurrido pensar que… ¡Santo Dios! Yo no
tengo ninguna duda y estoy seguro de que soy el padre.

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Ella suspiró aliviada.


La boca de Liam se curvo en una pequeña sonrisa irónica, a la vez que movía la
cabeza.
—Creo que deberías leer los periódicos.
—¿Qué noticia me he perdido esta vez?
—En la actualidad ya se pueden probar la maternidad y paternidad por medio
de las pruebas del A.D.N., o sea el ácido desoxirribonucleico, que funcionan por el
mismo principio de las huellas dactilares. Si con eso te sientes más tranquila, Gina, lo
de menos sería pedir que mi paternidad sea certificada, pero debes creerme que yo
no tengo ninguna duda. Nunca la he tenido y nunca la tendré.
La estrechó entre los brazos y la besó con una elocuente convicción que
convirtió en algo sin sentido la preocupación de Gina.
—Qué afortunados somos en tenernos uno al otro, ¿no crees? —jadeó Gina,
extasiada—. Cuando pienso que podrías no haberte equivocado al presionar aquel
botón del ascensor…
—Bueno, pues… mmm… —Liam se aclaró la garganta y pareció turbado—.
Gina, tienes que comprender que el orgullo… Tú no me alentabas en ninguna forma
y…
—Liam Shannon, ¿insinúas que mentiste? —le contempló, implacable.
—Sólo en aquella ocasión —aseguró él—. Desde hacía tiempo estaba enterado
de que trabajabas para Jepherson; pero, por más que lo pensaba, no se me ocurría el
modo de abordarte y preguntarte si eras feliz con Jim, por eso inventé lo de la
equivocación de piso. Me había prometido que sólo hablaría contigo unas cuantas
palabras y luego volvería a desaparecer de tu vida. Pero no pude cumplir mi
resolución; no pude, ni podré nunca, mantenerme lejos de ti —sonrió y volvió a
besarla.
Fue varios minutos después, cuando Gina pensó preguntarle cómo supo que
ella trabajaba en ese despacho.
—Mi contable tiene sus oficinas en el mismo edificio —explicó Liam—. Cuando
te vio, le llamaste mucho la atención y, si no hubiera sido por la sortija matrimonial
que llevabas en el dedo, se habría acercado a ti.
Gina movió la cabeza con asombro.
—Así que, después de todo, no fue el destino.
—No, mi amor. Sólo fue cuestión de tiempo.
—Pues me alegro —suspiró ella con satisfacción—. Nunca me gustó la idea de
no ser favorecidos por la suerte.
—Gina, tarde o temprano yo habría recibido noticias sobre ti y Jim. Y una vez
enterado de su muerte…
—Habrías entrado en escena y me habrías obligado a abrir los ojos.

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Liam frunció el ceño.


—Gina Shannon, ¿es qué ahora vas a decirme que no te importó que te forzara?
—Creo que… algunas veces el fin sí justifica los medios —declaró mientras
pensaba en lo bien que sonaba su nuevo nombre al ser pronunciado por Liam.
Esme y Bruno los invitaron a pasar con ellos una temporada en la villa que
Bruno tenía en Capri. Una casa muy bonita edificada en una colina, y con vista hacia
prados llenos de flores, terrazas de viñedos y casas blanqueadas y de techo plano que
se extendían hacia la bahía.
—Éste es el lugar más romántico del mundo —les informó Esme con
entusiasmo—. Yo me siento tan inspirada…
Bruno les mostro con mucho orgullo las nuevas obras de Esme, las cuales eran
más asombrosas que nunca.
La villa era preciosa, fresca y elegante, con sus suelos de mármol, su encantador
mobiliario, los nichos en los que se exhibían algunas esculturas o bonitos jarrones, las
ventanas enmarcadas por buganvillas o adelfas y hermosos jardines exteriores. A
Gina y a Liam se les destinó una alcoba privada, y Debbie se sintió feliz de contar de
nuevo con la compañía de Esme.
Gina experimentó una especial felicidad al explorar la isla, pues su abuela habla
nacido allí y le había hablado de ese lugar con mucho cariño. Además, con el
conocimiento que Gina tenía del idioma italiano, no tuvo ningún problema en
comunicarse con los lugareños.
Pasaron allí dos maravillosas semanas, y cuando Gina sintió un poco la
añoranza por Australia y deseó que ella y Liam tuviesen una casa que pudieran
considerar como su hogar, su nuevo esposo le puso un gran sobre sobre el regazo.
—Esto es algo que pensé que podría ser bueno. Necesito que me des tu opinión
—le dijo, mientras los ojos le brillaban.
El sobre contenía varias fotos de una hermosa casa situada en la campiña, con
amplios establos y hermosos campos verdes en los que pastaban algunos caballos y
potrillos.
—Siempre quise dedicarme a la cría de caballos —explicó Liam—. Y vivir en el
campo es muy bonito para los niños.
—¡Me encanta! —exclamó Gina—. ¡Oh, Liam! ¡Es una maravillosa idea!
—¿Estás de acuerdo con que la compre y me establezca allí? —llena de amor,
ella le echó los brazos al cuello.
—En cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, seré muy feliz.
—Será muy conveniente tener un hogar —Liam sonrió y la besó con un fervor
que le dijo a ella más que mil palabras.
Se quedaron en Capri hasta acompañar a Esme y a Bruno en su ceremonia
nupcial, y Liam volvió a sorprender y deleitar a Gina al comprar una casa situada en
las cercanías de la villa de Bruno.

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—Tener una casa aquí —declaró Liam—, significa que podrás visitar a Esme
cuando quieras.
No existían palabras para expresar la satisfacción de Gina. Ahora podía
considerarse una mujer rica, pero no sólo en lo material, sino en cosas mucho más
importantes.
Tenía a Liam, esperaba un hijo suyo, Debbie le admiraba demasiado… y Esme
era feliz con Bruno… en efecto era rica, mucho más de lo que hubiese imaginado. No
cabía la menor duda de que sus sueños se habían convertido en realidad.
Una vez que regresaron a Australia, se sintieron cautivados por la propiedad
que el agente había encontrado para Liam. Era exactamente lo que deseaban: ideal
para la crianza de caballos, y situada a una cómoda distancia de Sydney, así como
una buena escuela para Debbie, en las cercanías.
Gina se sintió muy emocionada con la casa y, durante varios meses se entretuvo
en la decoración de la misma. Pero aún no la había terminado cuando se puso de
parto.
Debbie permaneció muy contenta en casa de una amistosa vecina mientras
Liam llevaba a Gina al hospital y la acompañaba durante el proceso del parto. No la
dejó sola ni un instante y le sostuvo la mano con fuerza en los momentos críticos.
Cuando por fin nació el bebe, Liam exhaló un enorme suspiro de alivio.
—Ésta ha sido la prueba más difícil por la que he pasado. Gina, no quiero que
tengas más hijos.
—Ya veremos —manifestó ella con una gran sonrisa al oír esas palabras en
labios de un hombre que tantas veces había arriesgado la vida.
—Es un niño —anunció el médico.
Liam le dio a Gina un cariñoso apretón en la mano.
—Un niño —repitió, rebosante de amor maternal, y Gina suspiró emocionada.
—Tenía que ser varón.
Liam la miró con ansiedad.
—¿Hubieras deseado una niña?
Gina sonrió.
—Quizá se entusiasme lo suficiente con los caballos y no ansíe volar en
planeador o dedicarse a…
Liam soltó una carcajada y la besó en la frente.
—También es hijo tuyo, mi amor. Así que alberga esperanzas.
Cuando el médico le puso a Gina a su hijo recién nacido entre los brazos, ella
advirtió la barbilla partida y movió la cabeza.
—No lo sé, Liam. Se parece mucho a ti.

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—Debbie lo hará entrar por el aro en poco tiempo —declaró Liam—. La


tranquilidad imperará en la familia.
Familia… algo de lo que Liam siempre había carecido… y que ella podría darle.
Y que le daría, aunque para él constituyese una terrible prueba presenciar cada uno
de los nacimientos. Tendría que acostumbrarse. El momento difícil pasaba pronto, y
la recompensa era un nuevo hijo. Gina sentía el corazón rebosante de felicidad,
mientras con amor desviaba la mirada del padre al hijo.
—Liam, te quiero con todo mi corazón —declaró con un suspiro.
—Gina…
Él no tuvo que decir nada más. Pues el modo en que pronunció su nombre fue
suficiente para saber lo que sentía por ella. Cuando sus labios se rozaron, se produjo
la unión de dos personas que con sinceridad lo habían compartido todo… y se
habían convertido en un solo ser.

Fin

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