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Desilusión

Charlotte Lamb

Desilusión ()
Título original: A family affair (1974)
Editorial: Harmex
Sello / Colección: Jazmín
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Dan Woodham y Elizabeth Seaton
Argumento:

Elizabeth siempre había amado a Dan Woodham, y cuando creciera, parecía inevitable que se comprometieran.

Así que recibió un tremendo golpe cuando por casualidad se enteró de que Dan estaba enamorado de Karen, su mejor
amiga. No había nada que pudiera hacer, excepto aceptar la situación con dignidad. Así que rompió el compromiso.

Pero desgraciadamente eso no significaba de ninguna manera que todo terminaría allí.

Capítulo 1

Después de una primavera bastante fría, el verano llegó de pronto a mediados de junio, sin
previo aviso. Los cielos grises se tornaron de un azul intenso, el sol brilló sin tregua día tras día, los
capullos de las rosas se abrieron y las abejas comenzaron a volar por todas partes en el aire
perfumado.
Elizabeth Seaton cerró la biblioteca de la aldea a las seis de la tarde y bajó por el sendero que
llevaba hasta la escalera que bajaba a Three Elms Field.
Un par de aves volaban por encima del estanque de la aldea y su silueta se dibujaba de manera
dramática contra el azul del cielo. Elizabeth permaneció en la escalera por un momento para
observar sus acrobacias. El regreso de aquellas aves cada año formaba parte del placer que el
verano significaba para ella.
El sonido del motor de un automóvil se escuchó por encima de los dulces cantos de las aves.
Volvió la cabeza con pereza a tiempo para reconocer el auto y comenzó a agitar las manos con
violencia. El conductor miraba directamente hacia adelante. Como un rayo de color azul metálico el
vehículo dio vuelta en la esquina y desapareció. Ella se quedó mirando en dirección al punto donde
éste había desaparecido y se sintió desilusionada como una niña, después se encogió de hombros.
Dan no la había visto o si no se hubiera detenido, además era una tarde perfecta para caminar por el
campo. Vería a Dan más tarde cuando él viniera a buscarla para ir al cine.
Volvió a subir por las escaleras y comenzó a caminar hacia su casa, teniendo cuidado de
mantenerse dentro del estrecho sendero que bordeaba el campo sembrado de cebada que se mecía
plácidamente bajo la brisa de la tarde.
Dan había estado preocupado últimamente. Tenía muchas cosas en la cabeza ahora que era el
director de Woodhams Electronics, sobre todo porque Jonás Woodham, el recién retirado presidente
del consejo y su abuelo, todavía estaba muy presente manteniendo un ojo avizor sobre la manera
como Dan administraba las cosas. Jonás era un trabajador muy duro. Un error y Dan se iba a
encontrar en problemas. Jonás se había retirado de manera oficial, pero todavía mantenía un control
muy fuerte sobre el manejo de la firma.
Apenas ayer su padre riendo se había quejado en la insistencia de Jonás de conocer cada detalle
de los movimientos diarios de la firma.
—Lo siento por Dan, pero el viejo está encima de él veinticuatro horas al día —había dicho él
—. El resto de nosotros por lo menos podemos alejarnos fuera de las horas de trabajo. Dan lo tiene
encima todo el día, todos los días.
El corazón de Elizabeth se había acelerado cuando James Seaton la había mirado sonriendo y le
había dicho:
—Cuando Dan y tú estén casados yo trataría de mantener al viejo alejado lo más posible.
A ella todavía le parecía increíble que se fuera a casar con el gran Dan Woodham. Cada mañana
se despertaba sobresaltada por aquella idea.
Desde que la sociedad original fue establecida siempre había existido un lazo estrecho entre los
Seatons y los Woodhams. Jonás Woodham tenía algunas ideas brillantes acerca-de la construcción dé
equipos electrónicos y aunque Thomas Seaton fue quien puso casi todo el capital inicial, Jonas había
sido siempre el socio dominante.
Thomas murió de un ataque al corazón cuando tenía cuarenta años y dejó a Jonás solo al mando
de la firma. El hijo de James Seaton heredó las posesiones de su padre, pero también su manera de
ser tranquila y moldeable. El, al igual que lo había hecho su padre, había estado más que dispuesto a
dejar el manejo del negocio en las manos de Jonás.
—Yo no tengo madera de empresario —le había dicho él a su esposa en más de una ocasión. Se
sentía contento de sacar una buena cantidad de dinero de la empresa, dedicándole una pocas horas
nominales de trabajo a la semana.
El enojo que su esposa sentía hacia él se había visto temperado últimamente por el compromiso
de su hija con Dan. Mary Seaton tenía ambiciones para sus hijos. Elizabeth la había hecho feliz con
la noticia.
Por supuesto que las dos familias se habían criado juntas y cuando los padres de Dan murieron en
un accidente automovilístico él era muy pequeño, el hogar de los Seaton por mucho tiempo había
sido el único lugar donde él había podido disfrutar de una vida familiar.
Arrogante y dominante como su abuelo, Dan había gobernado a los niños Seaton con la misma
confianza con la que ahora gobernaba la fábrica. Elizabeth con los ojos verdes era más parecida a su
madre que a su padre, por algo tenía los cabellos rojos, brillaban con enojo cuando Dan dictaba las
leyes y buscaba todas las maneras de desafiarlo a pesar de la diferencia de edad de diez años que
había entre ellos. Ella recordaba muy bien que cuando tenía seis años se había trepado a un árbol y
se había negado a bajar cuando su padre vino a buscarla. Recordaba que él le había pegado con
fuerza y que ella, a su vez, le había mordido la mano en venganza. Dan había gritado, entonces la
miró y comenzó a reír. Ella también lo había mirado con los hombros encogidos como un gato
enojado antes de comenzar a reír también. Dan se la había llevado cargada bajo el brazo a comprar
unos helados y la pequeña escena había terminado felizmente.
Cuando él comenzó a salir con muchachas, Elizabeth, quien sentía un poco de celos, se había
burlado de él criticando a sus seleccionadas. Entonces Dan se fue a la universidad y más tarde
Elizabeth dejó la escuela y se fue a Londres a entrenarse como bibliotecaria. En un principio Londres
le llamó la atención, pero pronto comenzó a aburrirle. Era demasiado grande y remoto. Cuando
terminó su entrenamiento regresó a la aldea de Abbot’s Mili para hacerse cargo de la pequeña
biblioteca que se localizaba en una cabaña prefabricada cerca de la iglesia y rechazó todas las
oportunidades de mejorar sin pensarlo.
Su madre, cuyas ambiciones para sus hijos se habían intensificado ante la desilusión que sentía
por su esposo, no la había podido comprender.
—¿Por qué vienes a enterrarte aquí, Lis? Tú puedes trabajar en cualquier parte.
A Mary Seaton la vida en el campo se le hacía aburrida. Deseaba vivir en una población y sólo
su amor medio impaciente y medio protector hacia su esposo la mantenía atada a la rutina tranquila
de Abbot’s Mili.
Elizabeth se volvió a encontrar con Dan poco después de su regreso. Y había sido toda una
revelación. El instinto posesivo que lo había hecho ser un tirano en su niñez ahora se encontraba
cubierto por encanto y seguridad, pero como la roca que se esconde debajo de una cama de flores,
todavía apoyaba cada una de sus palabras. Este se volvió hacia Elizabeth y sin saber cómo se
encontró comprometida después de seis cortas semanas.
El compromiso había sorprendido y encantado a las dos familias. Jonás inclinó su viejo rostro
para besar a Elizabeth y dijo:
—Nunca pensé que el muchacho tuviera tanto sentido común. ¿Tú no vas a dejar que él sea quien
gobierne todo, no es así? No con esos cabellos rojos —y una sonrisa irónica se apareció en los
labios—. Tú siempre fuiste una bolita de fuego. Sigue mi consejo y mantén a Dan siempre a la
expectativa. El está demasiado seguro de sí mismo.
Elizabeth lo había sorprendido cuando dijo:
—¿Te gustaría verlo descender uno o dos peldaños, Jonás?
Nadie lo llamaba jamás por otro nombre a pesar de su edad avanzada, y el tiempo le había dado
al nombre una cierta dignidad, casi como si se tratara de un título.
Así que ahora él le dijo mirándola con sus ojos muy brillantes:
—¿El viejo resiente a su joven sucesor, eh? Bueno, quizá. Quizá eso sea parte del asunto, pero
también sería bueno que alguien sacudiera a Dan acerca de la impresión que tiene de sí mismo como
el hombre del toque de oro, el irresistible e invencible Daniel Woodham.
Ella había reído con afecto.
—Todos sabemos que él es una astilla de la madera original, Jonás. ¿En su momento tu esposa te
puso a ti en tu lugar? ¿Resultó ella buena para tu alma?
El suspiró.
—No, no querida. La pobre era demasiado delicada para mí. Por eso me alegro de que Dan se
case contigo. Un poco de vida en una mujer hace que un matrimonio sea muy diferente. A Dan no le
convendría casarse con una chica que fuera como un tapete de bienvenida.
Dan había querido un compromiso corto y Elizabeth, a pesar de su deseo de comportarse de una
manera razonable, estaba demasiado enamorada de él como para poder pensar con claridad. Por lo
tanto para ella fue toda una sorpresa cuando su padre, por primera vez en su vida, se mostró firme
con ella e insistió en que esperara un año antes de casarse.
Dan se mostró sorprendido, impaciente y finalmente molesto.
—¿Qué caso tiene? —preguntó él—. ¡No somos precisamente extraños! ¡Dios sabe que nos
conocemos desde hace muchísimo tiempo!
James había sonreído amablemente y dijo:
—Lo sé, mi querido Dan, pero Elizabeth es diez años más joven que tú y quiero estar seguro de
que ésta es la decisión correcta.
Dan lo había mirado con frialdad y se preguntó si James Seaton estaría utilizando a Elizabeth
como un arma en contra de él. A pesar de la aparente falta de ambición de James, Dan siempre había
sospechado que aquel hombre guardaba algún resentimiento escondido. Después de todo él había
estado con la firma durante treinta años y había sido ignorado para el puesto de director cuando se
podía esperar que Jonás le hubiera cedido el lugar. Dan no podía creer que algún hombre pudiera
aceptar aquella situación con total indiferencia. Su propia energía y ambición lo cegaban ante la
pasividad de James.
Elizabeth había tratado de hacer que su padre cambiara de opinión, pero lo había encontrado
inamovible. Se le ocurrió que Jonás y James se habían puesto de acuerdo, pero después desechó la
idea. Jonás estaba tan encantado con la idea de que no le parecía lógico que él tratara de poner
obstáculos en su camino.
Elizabeth no podía pensar en seguir adelante en contra de los deseos de su padre. Cuando Dan se
calmó lo convencieron de que esperara un año y los dos se dispusieron a dejar pasar el año lo más
pacientemente posible.
Ahora sólo faltaban tres meses para la boda y la señora Seaton ya se encontraba trabajando muy
duro en los planes para el evento. Algunas veces Elizabeth sentía miedo cuando pensaba en el futuro.
Las ideas de su madre parecían crecer cada día. La lista de invitados era enorme.
El único rayo de esperanza era la idea de convertirse en la esposa de Dan y en algunas ocasiones
le parecía que aquella lucecita era bastante opaca. Dan estaba muy ocupado últimamente. Ella casi
no lo veía. La fábrica estaba abrumada con tantos pedidos. Dan trabajaba hasta tarde casi todas las
noches. Cuando lograban verse él parecía distraído e impaciente, como si le costara trabajo poner su
mente al nivel de ella. Estaba muy irritable. Algunas veces ella se preguntaba si él todavía la amaba.
El parecía estar en otra parte y en ocasiones hasta se le olvidaba darle un beso de buenas noches.
Ella se detuvo, perdida en sus pensamientos, y se quedó mirando un manojo de flores que se
mecían bajo la fuerza del viento.
Aquel compromiso tan largo los estaba poniendo muy nerviosos, se dijo ella. Eso era el
problema. Aquello los había puesto tensos e impacientes uno con el otro. Una vez casados, todo
estaría bien.
Ella saltó por encima de la pared del jardín de la casa de los Seaton y caminaba a través del
jardín de los vegetales cuando escuchó un leve ronquido.
Su hermano Tom estaba acostado en la vieja hamaca del jardín, con un libro abierto sobre el
rostro y un brazo colgando hasta el piso. Encima de él el manzano estaba cargado de pequeñas
manzanas verdes y una sombra del mismo color le cubría el cuello y los brazos desnudos.
Tom, quien trabajaba en el departamento de ventas en Woodham’s, era un verdadero Seaton,
deseoso de disfrutar de los placeres tranquilos de la vida en lugar de gastar energía buscando el
éxito.
Le levantó el libro y le pellizcó la nariz con cariño.
El levantó los párpados y sonrió.
—¡Hola Liz! Otro día muy caliente. ¿Quién quiere trabajaren un día como este? ¿Viniste
caminando otra vez?
Tom era muy parecido a su padre, con los cabellos y los ojos color café y con un rostro
agradable y ligeramente redondo. Era un año mayor que Elizabeth y después de salir de la escuela se
había ido directamente a trabajar en la firma y era ya un héroe local del cricket.
Con algo de amargura oculta, su madre había tenido que admitirse a sí misma que él jamás iba a
hacer nada espectacular. Se había asentado en Woodhams, de la misma manera como lo había hecho
en la meta del cricket, firme, confiable y alejado de lo espectacular.
Elizabeth lo quería mucho y ahora le sonrió con afecto:
—¡Haragán! ¿Has estado ahí todo el día?
—No —respondió él—. Solamente una hora. ¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Podríamos jugar
scrabble?
—Lo siento, pero Dam me va a llevar al cine en Canterbury—informó ella con alegría—. Tengo
que apresurarme y cambiarme antes de la cena.
Tom la observó entrar en la casa y después se volvió a acomodar en la posición anterior con un
suspiro de alivio. Algunas moscas volaban a su alrededor. El aroma de las rosas pasó junto a él.
Tom se durmió.
Elizabeth encontró a su madre en la cocina cortando en pedacitos unos huevos cocidos y unas
cebollitas antes de mezclarlas con la mayonesa.
La señora Seaton levantó la mirada y sonrió. La cocina era una habitación larga y llena de sol que
tenía las ventanas abiertas hacia el jardín. Un gato gordo se estaba asoleando en los escalones de la
entrada y ronroneó de gusto cuando Elizabeth le acarició las orejas.
—Salomón se ve contento —comentó ella viendo cómo éste cerraba sus ojos verdes de gusto
cuando ella le acarició la cabeza.
—Se acaba de robar media lata de sardinas —le informó su madre.
—Chico malo —lo regañó Elizabeth.
Salomón le regresó una mirada ofendida y apartó la cabeza de la mano de ella.
—¿Viste eso? —Le preguntó Elizabeth a su madre—. Estoy segura de que él entiende todo cuanto
le digo.
La señora Seaton le lanzó una mirada indulgente.
—Te ves acalorada, querida. ¿Por qué no subes a darte un baño antes de la cena?
—Eso pensaba hacer—asintió Elizabeth tomando un tallo de apio.
Lo mordisqueó mientras subía por las escaleras pensando. De pronto decidió darle un pequeño
jalón a Dan aquella noche. Quizá él la tomara como algo de diario, pensó ella, por lo que iba a tratar
de verse lo mejor posible para hacer que él se fijara en ella una vez más.
Fresca y relajada después del baño, escogió un vestido nuevo que acaba de comprar,
confeccionado en algodón color verde oscuro, tan delgado que casi resultaba transparente bajo una
luz fuerte. El cuello era bajo y muy sencillo. Sus cabellos largos y rojos destacaban sobre éste como
una llama y cuando se hubo recogido los cabellos en un moño, los aseguró en su lugar con un lazo de
terciopelo verde.
La cena casi había terminado cuando sonó el teléfono. La familia levantó la mirada, pero evitaron
verse a los ojos cuando Elizabeth palideció y se levantó a contestarlo con una premonición
instantánea.
La voz de Dan cortante y desinteresada le dijo:
—Lo siento, pero tengo que regresar a la fábrica esta noche. Un problema inesperado en el
departamento de los transistores. Tendremos que dejar la película hasta la próxima semana.
—Entiendo —respondió ella.
Hubo una pausa y entonces él preguntó con calma:
—¿Qué vas a hacer?
—Pues me voy a lavar la cabeza —respondió ella sin ciarle mucha importancia—. No te
preocupes por mí, Dan. Yo sabré entretenerme.
Otra vez hubo una pausa y de pronto él dijo de manera un tanto brusca:
—Sí, estoy seguro de que así es.
Con enojo y asombro a la vez ella se dio cuenta de que él había colgado el teléfono después de
aquella última frase extraña. Ella se quedó mirando el teléfono durante un momento y después lo
colgó de golpe. ¡En realidad él se estaba poniendo imposible!
Cuando se volvió se encontró con su madre que la observaba ansiosa e hizo un esfuerzo por
sonreír.
—Era Dan —habló ella—. Tiene que trabajar hasta tarde.
La señora Seaton frunció el entrecejo.
—¿Otra vez? Parece que eso es lo único que él hace últimamente. Tienes que ponerte enérgica
ahora, Liz. Yo conozco a los Woodham… para ellos el trabajo es como una enfermedad.
Ahora Elizabeth sonrió de verdad.
—Ay, Mamá, pero si tú siempre te estás quejando porque Tom no se parece más a ellos.
Su madre se ruborizó.
—Sí, bueno, pero siempre existe un punto medio ideal. Los Woodham siempre llevan todo a los
extremos —comentó y se encogió de hombros—. Pero si no tienes nada que hacer esta noche,
querida, quizá quieras llevarle a tu tía Kate el libro que le prometí prestarle. Pensé dárselo hoy pero
se me olvidó.
—Claro, por supuesto que sí. Yo se lo mucho que a la tía Kate le gusta leer los libros de
misterio. ¿Me pregunto por qué a las viejecitas encantadoras a menudo las fascinan las historias de
crímenes y de horror?
—Tía Kate te mataría si escucha que la llamas viejecita encantadora —aclaró la señora Seaton.
Elizabeth rió y se puso en marcha con el libro bajo el brazo. Atravesó el jardín una vez más y dio
vuelta a la derecha para tomar el atajo que llevaba a la casa de los Woodham.
Jonás y Thomas Seaton habían construido sus casas cerca una de la otra, sobre las laderas de un
valle verde y a algunas millas de la fábrica.
Jonás, ambicioso en esto como en todo lo demás, había construido una casa grande y muy
elegante, sólida como una montaña y que debía albergar a la familia grande que pensaba tener. Pero
su esposa murió de parto poco después y como Jonás estaba demasiado ocupado como para un nuevo
matrimonio, su hijo creció solo en aquella enorme casa, criado por Kate, la hermana de Jonás quien
nunca se casó.
Thomas Seaton había sido más modesto en su construcción. Su agradable casa de cuatro
dormitorios era del tamaño ideal para una familia pequeña y en ésta había una sensación de calor de
hogar que faltaba en Whitebriars, la casa de los Woodham.
Cuando Elizabeth tenía diez años se sintió muy emocionada por la llegada de otros dos niños a
Whitebriars. Alice Harris, la sobrina de Jonás quien quedó viuda cuando se esposo Bill murió de
repente, se vio obligada a buscar ayuda con su tío. El la invitó a que fuera a vivir con él y con la tía
Kate. Alice había aceptado muy agradecida y trajo consigo a su hijo Toby, quien entonces tenía doce
años y a su hija Karen de ocho.
La tía Kate recibió con mucho gusto a los niños. Dan se encontraba en la universidad y la casa le
ocupaba muy poco de su tiempo por lo que se sintió encantada de escuchar voces jóvenes en aquel
lugar una vez más.
El camino que llevaba de Whitebriars a Meadowsweet, la casa de los Seaton, estaba muy gastado
ya que Toby, Karen y los dos chicos Seaton lo recorría constantemente atravesando el pequeño seto
de avellanas sembrado por Jonás cuando construyó la casa y que servía como una barrera natural
entre los dos jardines.
Aquel había sido su lugar de juegos favorito. Entonces les había parecido como un bosque
cargado de zarzamoras en el otoño.
Liz recordaba haberse escondido allí con Toby un caluroso día de verano, riendo en silencio
entre los helechos, mientras que Dan recorría el camino de arriba abajo, buscándolos para regañarlos
por haberle roto su raqueta de tenis nueva.
Cuando éste por fin se marchó, ellos se recostaron sobre sus espaldas, abanicándose con unos
helechos y observando el cielo azul a través de las ramas. Aún ahora Elizabeth podía sentir la
sensación de felicidad total que había experimentado entonces. A su alrededor había sentido un
aroma dulce a tierra, el olor de los helechos aplastados y el sonido de los pájaros que cantaban.
Elizabeth había sido la primera que sintió a Dan que se acercaba a ellos en silencio. Ella saltó y
le gritó a Toby para que corriera, pero Dan lo alcanzó y comenzó a darle de nalgadas.
Ella regreso jadeante y se lanzó furiosa sobre Dan, golpeándolo con sus puños.
—¡Déjalo, abusador! —y cuando Dan se detuvo sorprendido ella gritó—: ¡Fue un accidente!
¡Nosotros no queríamos romper tu tonta raqueta! Dijimos que lo sentíamos.
Dan había soltado a Toby y mirándola a ella comenzó a reírse y se alejó.
Toby había sido siempre el principal aliado y compañero de Elizabeth. Los dos eran niños llenos
de vida y muy imaginativos. Karen era más bien gordita, dormilona y con tendencia a llorar
fácilmente cuando la picaba algún insecto o se tropezaba con algo. Por lo general ella se quedaba
con Tom jugando algo más tranquilo como el ajedrez o las damas chinas mientras que los otros dos
niños se trepaban a los árboles y se dejaban caer sobre los paseantes desprevenidos como la tía Kate
cuando caminaba lentamente a través del jardín para ir a visitar a la señora Seaton.
Elizabeth suspiró cuando se detuvo á observar a una urraca parada sobre el tronco caído de un
árbol. La niñez parecía tan lejana.
Se volvió para seguir su camino, pero entonces se detuvo cuando escuchó la voz de Dan muy
cerca.
Se dio cuenta de que se encontraba en el límite del jardín de Whitebriars. Podía ver al sol brillar
más allá de los últimos árboles. Avanzó lentamente pensando sorprender a Dan, pero entonces se
quedó petrificada cuando escuchó lo que éste decía.
—No, mi amor —murmuró él y ella sintió un fuerte dolor cuando se percató de la ternura que
había en su voz.
Ella podía verlo a través de los árboles. El estaba allí, de perfil hacia ella y mirando a
Karen.‘Elizabeth se sintió atolondrada, herida e incrédula cuando se dio cuenta de que Dan tenía
abrazada a Karen y le sostenía la cabeza sobre su hombro.
—Lo siento —se disculpó Karen—. He tratado de no llorar, pero me siento muy infeliz.
—Lo sé, querida, lo sé —dijo Dan y pasó su mejilla lentamente sobre los cabellos castaños de
Karen—. ¿Pero cómo podemos decirle a ella la verdad? Yo no puedo hacerle frente, Karen. De
veras no creo que ella pueda soportarlo y no creo que tengamos el derecho a aligerar nuestro dolor
haciéndole daño a ella. Tenemos que ser valientes. Yo se que duele mucho, pero sería mucho más
doloroso tener que decírselo a ella, ¿no te parece querida?
—Sí, supongo que tienes razón —aceptó Karen con un sollozo en la garganta—. Es sólo que…
me siento tan culpable… sabiendo… viéndola todos los días y no diciéndole nada. Tengo miedo de
que lo lea en mi rostro. ¿Y si ella lo adivina sin que nosotros le hayamos dicho nada?
—Estoy seguro de que ella no ha sospechado nada —concluyó Dan con delicadeza—. Ahora
sécate los ojos. Sonríe. Debemos regresar a la casa o alguien va a empezar a hacer preguntas.
Ellos comenzaron a alejarse. Karen seguía susurrándole algo. Elizabeth permaneció allí con los
ojos en blanco y sin poder moverse de aquel lugar.
¡Dan y Karen! Jamás se le había ocurrido que pudiera haber algo entre ellos excepto una relación
afectuosa de hermanos. Ellos se habían criado bajo el mismo techo.
Ahora sabía el por qué de tantas citas rotas, los pretextos, el comportamiento tan distraído que a
ella le había preocupado últimamente.
Un atolondramiento doloroso le llenó la mente durante algún rato. No podía pensar con claridad.
Lo único que podía ver era el rostro moreno de Dan inclinado sobre Karen y escuchar su voz
murmurando aquellas palabras tranquilizantes.
¿Cómo podían ellos hacer eso? ¿Desde cuándo había existido aquel amor secreto? Ella miró
hacia atrás, hacia todas aquellas semanas de mentiras y secretos. La humillación siguió al dolor.
¿Cuándo había Dan dejado de amaría a ella y comenzado a amar a Karen? Ella pensó en las ternuras
del pasado y se estremeció. ¿Cuántas veces la habría besado a ella deseando que fuera Karen?
Siempre hubo una parte de Dan oculta a ella. Casi había parecido como si él hubiera evitado que
ella se acercara demasiado. Aún durante las primeras semanas después que se enamoraron, jamás
supo plenamente qué era lo que él estaba pensando cuando la miraba directamente al rostro. El la
había observado, manteniéndose siempre bajo control aun cuando demandaba y recibía muestras de
pasión y ahora ella se sentía enferma cuando recordaba sus generosas entregas de amor. No estaba en
ella el comportarse de manera fría y despegada. Se había enamorado con un total abandono de sí
misma. Claro que había bromeado y también discutido con él en diferentes ocasiones porque, tal y
como Jonás lo había dicho, ella no era del tipo sumiso. Pero no había ocultado ninguna parte de su
corazón ni de su mente, no le había escondido nada, sin sentir pena de que él viera que ella lo amaba
con toda la pasión de su naturaleza.
¿Había sido aquello lo que Jonás le había querido decir?
Elizabeth siempre supo que Dan era ambicioso, seguro, pertinaz en la búsqueda de lo que quería.
¿Había perdido Dan el interés en ella una vez que estuvo seguro de su amor?
Una vez más la realidad de la traición le llegó de golpe. ¡Dan y Karen! De alguna manera le
pareció peor que se tratara de Karen, su amiga íntima, a quien más quería después de Tom y Toby.
Elizabeth siempre había preferido la compañía de los tres chicos a la de Karen. Su carácter activo e
impulsivo la alejaban un poco del mundo sedentario de Karen. Pero Elizabeth sentía que se habían
convertido en muy buenas amigas cuando crecieron. Cuando dejó de trepar a los árboles y comenzó a
gustar de la ropa bonita, Elizabeth se había acercado mucho más a Karen y a ella le había parecido
que Karen había recibido su amistad con gusto.
Ahora las lágrimas le corrían por el rostro y se sentó en el suelo, mordiéndose el labio para tratar
de controlarse.
Una y otra vez repasó mentalmente lo que había escuchado y poco a poco se dio cuenta de que no
estaba siendo justa con ellos. Era obvio que los dos estaban muy lejos de sentirse felices. Por lo que
ellos habían dicho la estaban protegiendo más que traicionando. Ellos no podían evitar el haberse
enamorado. Eso le ocurría a la gente sin que ellos se dieran cuenta. Quizá un día ellos se dieron
cuenta de cómo se sentían y sus sentimientos los habían tomado por sorpresa.
Se pasó la mano por los ojos para secarlos y tragó saliva. Sintió la garganta tan seca como si
fuera de polvo.
—Por supuesto que yo no puedo permitir que esto continúe —se concluyó con amargura—. No
puedo dejar que ellos se sacrifiquen de esa manera. Tengo que poner fin a esto de inmediato.
Un dolor muy fuerte la agobió. ¿Perder a Dan? se preguntó ella. Entonces levantó el mentón en un
gesto de orgullo. “Sí”, pensó ella, “no se puede perder lo que se tiene y yo ya no tengo a Dan. Ahora
lo único que puedo hacer es dejarlo ir con dignidad. Mañana iré a verlo, le diré que escuché todo y
que lo dejo libre”.
Se puso de pie y comenzó a caminar de regreso, pero se detuvo de pronto. ¿Cómo podía decirle
que había escuchado lo que él le decía a Karen? Aquello sólo iba a hacer que ellos sintieran una
enorme culpabilidad.
De alguna manera ella tenía que romper el compromiso sin mencionar que sospechaba lo que
había entre él y Karen.
Todavía no podía enfrentarse a su familia. Necesitaba tiempo para pensar, así que caminó por los
campos, con los ojos ya secos pero fijos en una mirada dura. Casi no se daba cuenta hacia donde iba
y se sorprendió cuando vio que llegaba a un angosto camino rural a varias millas de distancia.
Comenzó a caminar a lo largo del límite del pasto, observando cómo el cielo se iba oscureciendo
lentamente sobre ella. El coro nocturno de las aves tenía un dejo triste para ella aquella noche. En los
arbustos las flores se movían como fantasmas con el viento.
De pronto se sobresaltó cuando un auto deportivo rojo se detuvo con fuerza. Cuando se volvió un
tanto alarmada una voz alegre la llamó:
—¿A dónde va mi preciosa doncella a esta hora?
Ella se relajó cuando lo vio.
—¡Toby, que tonto!
Unos ojos cafés y risueños le devolvieron la mirada.
—¿Es esa tu manera de ser amable? Heme aquí, el joven Lochinvar en persona, luchando por
rescatar a una doncella en peligro y tú me llamas tonto. ¡Súbete!
Ella obedeció con una sonrisa y el auto se puso en marcha una vez más a la misma velocidad
vertiginosa.
—¡Oye, baja la velocidad! —protestó—. ¡Quiero llegar viva!
El la miró de lado con un gesto de burla en los ojos.
—Miedosa —le acusó, pero de todas maneras bajó la velocidad.
Toby era delgado, moreno, muy bronceado por el sol. Sus cabellos se enroscaban alrededor de su
cabeza angosta. Sus orejas le daban un aspecto de pícaro cuando se reía. Era alegre, encantador,
dado a los impulsos del momento, pero con un corazón muy bondadoso. Como en la niñez, él era el
aliado más cercano de Elizabeth y ella sabía que Toby sería capaz de leerle el pensamiento así que
trató de mostrarse muy alegre.
Pero no tuvo mucho éxito. El la estaba observando y le preguntó: —¿Qué sucede?
Las mejillas de ella se llenaron de color, pero trató de sonreír.
—¡Nada!
El la siguió observando.
—¿Dan te volvió a dejar plantada?
Los ojos de ella se movieron hacia un lado para tratar de leer la expresión de él. ¿Sospecharía
algo? Después de todo el vivía en la misma casa que Dan y Karen. Toby tenía una mente muy alerta.
No era fácil de engañar.
—Sí —asintió ella con calma— tuvo que trabajar hasta tarde esta-noche.
—Dan está obsesionado —comentó Toby—. El vive, come y bebe Woodhams. A mí me gusta mi
trabajo, pero no voy a permitir que domine toda mi vida —los ojos risueños se encontraron con los
de ella una vez más— sobre todo con una pajarita como tú esperando afuera.
Liz rió sin muchas ganas.
—Gracias.
El rostro de Toby se puso serio de inmediato.
—¿Qué sucede, Liz? —preguntó él con voz seria—. Vamos, puedes confiar en mí.
Ella lo miró con afecto.
—Yo sé que así es, Toby, pero no tengo nada que decirte.
—Comprendo —dijo él con calma y después de una pausa dijo con más alegría—: Yo sé lo que
tú necesitas, un buen vaso de sidra. Justo lo que hace falta al final de un largo día.
El se salió del camino y entró en el cortijo de un bonito pub antiguo y los dos bajaron del auto.
Bebieron la sidra en el jardín, debajo de una sombrilla de colores brillantes, mientras que la
oscuridad se cerraba alrededor de ellos. En los árboles habían foquitos de colores-que parecían
joyas en contraste con la oscuridad del cielo.
Toby la miraba pensativo mientras hablaba., —¿Te has enterado de los últimos planes? Dan me
envía a Italia por un año. El quiere tener un ejecutivo de enlace entre Woodhams y la firma italiana
con la cual nos estamos asociando. Tenemos grandes planes para extendernos a Europa—dijo él y
después sonrió—. Mejor debo decir que Dan tiene grandes planes.
Elizabeth sintió que el corazón se le desplomaba.
—¡Te voy a extrañar mucho Toby! Pero será muy divertido para ti —ella le sonrió— con todas
esas encantadoras signorinas de ojos negros.
—Lo voy a disfrutar —estuvo de acuerdo él—. Claro que vendré para tu boda. Será la boda del
año. ¿Quién podría perdérsela?
La sonrisa de ella se marchitó en sus labios.
—Sí —habló ella sin emoción.
Los ojos de Toby se achicaron.
—¿Qué ocurre Liz? —Preguntó con delicadeza—. ¿Puedo ayudarte?
Ella levantó la mirada y sacudió la cabeza.
—No.
El dejó el vaso sobre la mesa y se puso de pie.
—Bueno, será mejor que regresemos ahora.
Regresaron por la carretera a una velocidad moderada. Ella permaneció en silencio con los ojos
fijos en los árboles que pasaban junto a ellos. El corazón le dolía. Las lágrimas comenzaron a
escurrirse por sus mejillas. Volvió la cara para que Toby no las viera y a escondidas se secó los
ojos.
El auto se detuvo de golpe frente a su casa. Ella trató de abrir la puerta y Toby se inclinó para
abrírsela y la miró de cerca.
—Por el amor de Dios —dijo él con emoción—, ¿qué es lo que te sucede?
—Estoy cansada —respondió ella—. Eso es todo.
El le puso una mano debajo del mentón y le levantó la cara. Ella lo miró con cautela.
—Eres una mentirosa, amiga —comentó él con delicadeza. Entonces la besó en la nariz—.Bueno,
si no quieres confiar en tu tío, entonces vete a la cama para que olvides todo con el sueño. Buenas
noches.
Tom abrió la puerta de la casa un tanto confundido. Ella entró con una sonrisa forzada en los
labios y se detuvo en seco. Primero palideció y después las mejillas se le oscurecieron cuando vio a
Dan detrás de éste. El corazón le dio un vuelco y después continuó latiendo con mucha fuerza. Tom
se alejó discretamente hacia las escaleras.
—¿Dónde demonios has estado?—preguntó Dan—. Tu madre me dijo que habías ido a
Whitebriars, pero jamás llegaste allí.
—Lo siento —se disculpó ella con calma, haciendo acopio de los últimos restos de su
autocontrol—. Me encontré con Toby y él me llevó a dar un paseo —ella extendió el libro que había
estado cargando todo el tiempo— toma, será mejor que te lleves esto. Es para tía Kate.
Dan lo tomó lentamente mientras la observaba. Ella le regresó la mirada, dolida de amor por él.
Era bastante más alto que ella, moreno y de construcción recia, sus facciones poderosas y sus ojos
azules parecían pedazos de hielo bajo sus cejas finas y oscuras.
Era un hombre que sobresalía en una muchedumbre. Su cabeza arrogante, sus amplios hombros y
su aspecto de fuerza y auto control lo hacían peligrosamente atractivo para las mujeres y un reto para
los hombres.
“¿Cómo puedo dejarlo ir?”, pensó sintiéndose miserable. Pero entonces su orgullo vino a
rescatarla. Ella no se iba a aferrar a un hombre que deseaba ser libre.
—Pensé que ibas a trabajar hasta tarde esta noche —comentó ella sin darle mucha importancia.
—Así fue —respondió él—. Sabrás que ya son las once de la noche. Llevo una hora esperándote.
Pensé visitarte camino a casa y así fue como descubrí que habías desaparecido.
Liz se dio la vuelta y bostezó.
—Oh… lo siento. Tengo mucho sueño. Pasear en auto al aire libre siempre me da sueño y Toby
traía el auto descubierto.
—¿A dónde te llevó?
—Al Golden Hind. Bebimos sidra y conversamos sentados en el jardín. Hacía demasiado calor
como para estar adentro. Había luces de colores en los árboles y dentro un hombre tocaba valses de
Strauss en el piano. Lo podíamos escuchar a través de una ventana abierta—. Estaba hablando
demasiado pero no podía soportar la idea de que él pudiera adivinar la miseria que estaba
experimentando por dentro. —Muy romántico—comentó él con sarcasmo.
Ella lo miró sorprendida y entonces un brote de enojo la hizo responder:
—Sí, mucho.
Hubo una larga pausa. Dan la miró fijamente, con las cejas juntas y los ojos azules fríos como el
acero.
—¿Te dijo Toby que lo voy a mandar a Italia? —demandó él.
En aquel momento ella sintió un fuerte resentimiento. No le bastaba con romperle el corazón, sino
que además tenía que apartarla de su mejor amigo en el momento en que más lo necesitaba.
—Sí —respondió ella, molesta—. Me lo dijo. Yo creo que podías haber esperado hasta después
que estuviéramos casados. Voy a extrañarlo y… —sintió cómo las lágrimas le llenaban los ojos. Ya
no sabía qué era lo que estaba diciendo. Se volvió hacia la puerta cegada por las lágrimas y se
tropezó.
Dan le agarró el brazo con su mano muy fuerte.
—Sigue—exigió él fríamente—.Sigue…
Ella sacudió la cabeza.
—Estoy cansada, me voy a acostar —aseguró ella con tono infantil mientras que la
autocompasión la llenaba por dentro de una manera que más tarde le iba a parece humillante.
Dan la sacudió y se inclinó para mirarla a la cara, con su propio rostro crispado por el enojo.
—Termina de decir lo que estabas diciendo —demando él.
Ella se sintió indefensa y sacudió la cabeza una vez más, sintiéndose débil y vacía.
—Por favor, Dan, quiero irme a la cama.
—Muy bien —aceptó él— lo dejaremos. Quizá sea eso mejor.
¿Había estado él a punto de decirle la verdad? Conociendo a Dan como lo conocía, ella sabía
que cuando éste perdía el control era como estar en un terremoto. El muy bien podría olvidarse de
sus buenas intenciones y gritar la verdad desde la azotea. El compromiso entre ellos no debe terminar
así o las relaciones entre las dos familias se agriarían durante años. El que ella rompiera el
compromiso iba a causar ya bastantes problemas de por sí. Si Dan lo rompía para casarse con Karen,
hasta Jonás se iba a sentir muy molesto con él.
Camino hacia la puerta con él rezando porque no la besara. No podría soportarlo. Aquel beso de
Judas le iba a doler como la quemadura de un hierro candente.
El no la besó. La miró una vez, después le dio las buenas noches de manera brusca y se fue.

Capítulo 2
Los jueves la biblioteca permanecía cerrada todo el día. A Elizabeth siempre le había gustado
tener aquel día libre en medio de la semana. Eso le daba la oportunidad de ir de compras cuando las
tiendas no estaban tan llenas y además era agradable estar libre cuando la mayoría de la gente estaba
trabajando.
Pero aquel jueves ella no tenía humor para salir a recorrer las tiendas y se limitó a poner una
expresión de disgusto cuando su madre le sugirió que fuera a comprar varias cosas que necesitaba
para su ajuar.
—Pero ya no tenemos mucho tiempo, Liz —protestó la señora Seaton—. Quizá tres meses te
parezcan mucho tiempo pero créeme que necesitamos cada minuto si queremos que esta boda sea tan
perfecta como yo siempre he soñado que lo sea.
—Lo sé, Mamá. Lo siento, pero hoy no —reiteró Liz. Mentalmente ella había decidido romper el
compromiso lo más pronto posible. Si se demoraba mucho más, las consecuencias iba a ser
demasiado tremendas como para considerarlas. Tenía que hacer lo adecuado antes que el enojo se
evaporara.
—Ni siquiera has escogido el diseño para tu traje de novia —comentó su madre, sin darse cuenta
de lo que estaba ocurriendo dentro de su hija.
Elizabeth caminó hacia la puerta de la cocina sintiéndose agitada.
La señora Seaton se detuvo y frunció el entrecejo. Elizabeth salió al jardín.
—¿Qué le pasa? —Se preguntó su madre—. ¿Qué es lo que anda mal con ella?
Elizabeth vagó sin rumbo por el jardín y se sentó en un viejo banco bastante desvencijado, y miró
por encima de los arbustos hacia la aldea que estaba más abajo. Un grupo de olmos ocultaba la
iglesia y la cúpula apenas alcanzaba a verse. Una bruma provocada por el calor flotaba en el
horizonte. Era una escena muy apacible y parecía burlarse del tumulto que había dentro de ella.
Escuchó la voz de Karen dentro de la casa y se puso tensa. ¿Cómo se le iba a enfrentar sin
traicionar el hecho de que conocía el amor secreto que existía entre Dan y aquella chica a quien
siempre había considerado como su mejor amiga?
Los pasos de Karen fueron silenciados por el pasto y ella apareció de pronto, sonriendo. Ella era
pequeña, todavía un tanto llenita, pero ahora era una generosa redondez que la beneficiaba y le daba
una cierta belleza a su rostro. Llevaba los cabellos castaños muy cortos y éstos se adherían a su
cabeza formando suaves ondas. Sus ojos cafés, muy parecidos a los de Toby, irradiaban calidez.
—Dan me trajo hasta aquí y Tom me va a llevar el resto del camino —comentó ella con una
sonrisa—. ¡La manera fácil de llegar al trabajo en dos pasos!
La sonrisa de Elizabeth pareció un tanto tensa, pero su voz sonó normal, gracias a Dios.
—¿Dan no va a ir a trabajar esta mañana?
Karen la miró de manera extraña.
—No —dijo ella lentamente—. Hoy te va a llevar a Canterbury, ¿no es así?
—Oh —exclamó Elizabeth y miró a Karen—. Ese es un vestido muy bonito. El amarillo te sienta
bien.
—Gracias —agradeció Karen con una sonrisa forzada—. Tom dijo que me veía como una taza de
mantequilla.
—Pues que poco tacto tiene —indicó Elizabeth—, pero supongo que lo dijo como un cumplido.
Karen se encogió de hombros.
—Lo que él quiso decir estuvo muy claro. Soy inteligente y aniñada. Tom siempre me ha visto
como una niña —las curvas redondas de su rostro se alargaron—, pero no lo soy —añadió para sí
misma.
Elizabeth la observó. Sí, pensó ella, Karen no era feliz. Podía ver manchones oscuros debajo de
sus ojos color café. La boca tenía una expresión de cansancio que no había estado allí antes. La
compasión la inundó. Pobrecita Karen, pensó ella. Los dos años de diferencia de edad que había
entre ellas siempre había parecido mucho más. Ella y Tom siempre habían visto a Karen como a una
niña. ¿Por qué tenía que ser tan complicado el amor?
Tom llamó desde la casa y Karen se dio la vuelta para alejarse, despidiéndose de Elizabeth con
un gesto de mano. Entonces el jardín se quedó muy tranquilo una vez más. Las aves cantaban desde
los árboles y los techos. En alguna parte un grillo cantaba. De pronto Elizabeth sintió pasos detrás de
ella. Se dio la vuelta y se encontró con los ojos azules y fríos de Dan. Ella sintió cómo el rostro se le
ponía blanco de manera involuntaria y trató de sonreír, pero el movimiento de su boca resultó duro e
inexpresivo.
El se metió las manos en los bolsillos y la observó, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos
azules medio cerrados.
—Estás muy pálida —comentó él.
—No dormí muy bien —respondió ella con calma.
—¿Por qué no? —las palabras brotaron duras por lo que ella se sorprendió y los párpados se
abrieron por completo, dejando ver una mirada fiera que hizo que los ojos azules de pronto se vieran
mucho más brillantes.
Se levantó sintiéndose tremendamente nerviosa y caminó por el sendero que llevaba hasta el
matorral. Sintió que él la seguía. Su pulso le latía con fuerza. Tenía que hacerlo ahora, pero no
encontraba las palabras. Parecía tonto que fuera ella quien se sintiera culpable, como si ella fuera la
equivocada.
Se detuvo en el borde del matorral, mirando hacia el horizonte verde.
Respiró profundamente y dijo:
—Dan, lo siento… creo que estaba equivocada acerca de… No .puedo casarme contigo, Dan —
había pensado decirlo de una manera mucho más elocuente pero llegado el momento sólo pudo decir
algunas palabras claves.
Hubo un largo silencio. Por fin ella levantó la mirada esperando ver alivio, sorpresa, duda en el
rostro de él, pero se encontró con que él la observaba tan falto de emociones como un día de
invierno.
—¿Puedo preguntar cuál es la razón? —preguntó con cortesía helada. Ella se quedó sorprendida
y fría. ¿Sería posible que ella se hubiera equivocado después de todo? ¿Había llegado a una
conclusión equivocada? Entonces ella recordó la angustia que había en las voces de ellos, el
sufrimiento en sus rostros mientras se tomaban uno al otro, y la leve llama de esperanza que había
surgido un momento para desaparecer de inmediato.
Sabía que Dan tenía un fuerte sentido del deber. En aquellos momentos debía de estarse
preguntando si ella había descubierto lo que él sentía por Karen. Iba a estar enojado consigo mismo
por haberla herido. Aquella mirada no podía significar otra cosa.
Ella reunió todas sus fuerzas. El no debería sospechar nada. Aquello sólo destruiría la
oportunidad que él tenía de ser feliz con Karen. La culpa podía envenenar el amor y ella no quería
ser responsable por la ruina de las vidas de ellos. Era preferible que una persona se sintiera infeliz a
que las vidas de tres personas se desgarran sobre las rocas afiladas de la posesividad y los celos.
Elizabeth sabía que no sería capaz de extinguir la pequeña llama de celos que se había encendido
dentro de su corazón, pero preferiría morir antes que dejar que Dan o Karen se dieran cuenta.
Entonces ella dijo de inmediato:
—Papá tenía razón al hacernos esperar. Tú me impactaste de una manera Increíble, Dan, pero en
realidad yo no estaba enamorada de ti… ahora lo sé. Yo sentía cariño por ti, por supuesto que sí,
pero confundí esa antigua sensación con el amor. Fue… —ella se detuvo para encontrar las palabras
que lo pudieran convencer—, fue una locura temporal. El rostro de él estaba muy tranquilo, como si
se hubiera convertido en piedra. Ella deseó que él no la mirara así. Jamás le había sido fácil leer sus
pensamientos, pero ahora su expresión parecía completamente encubierta. El estaba evitando que las
emociones se reflejaran en sus ojos al Igual que lo estaba haciendo ella. Ella se obligó a sonreírle.
—¿Eso es lo que fue, no es así Dan? Creo que también para ti. Simplemente un error, una locura
de verano.
—¿De veras? —preguntó él sin ninguna emoción. “Qué más quiere”, pensó con desesperación.
Ella le había dado la libertad tan deseada. El no había tenido que decirle nada. ¿Qué era lo que él le
había dicho a Karen? ¿Que no podía enfrentarse a la idea de tener que decírselo a ella? Y sin
embargo, ahora que ella le había hecho el trabajo, él parecía molesto y no dispuesto a ceder, como si
estuviera enojado con ella.
Ella tiró de su anillo y de alguna manera logró sacárselo. El se quedó mirándolo sin moverse
cuando ella se lo acercó.
“¿Qué es lo que sucede?”, pensó Elizabeth comenzando a sentirse enojada ella también. Aquella
entrevista no se estaba desarrollando como lo había anticipado.
La boca dura de él se abrió y entonces preguntó:
—¿Por supuesto que se trata de Toby?
Liz se quedó mirándolo con los ojos tan abiertos que los músculos le dolieron. ¿Qué quería
decir? Entonces comprendió, por supuesto que él quería reasegurarse a sí mismo y creer que ella
amaba a otro. El era demasiado orgulloso como para poder aceptar un sacrificio, aun cuando ella no
hubiera hecho ninguna acusación. Dan, siendo como era, no podía creer que una chica lo pudiera
rechazar sin tener una buena razón. Si ella no sabía nada acerca de Karen entonces él pensaba que
ella tenía que estar enamorada de otro.
Entonces ella pensó por qué no, si aquello lo hacía más fácil para él.
—Sí —aceptó ella—, es Toby.
Los ojos azules brillaron una vez más. Pero ni aun ahora podía ella leer la expresión de él. ¿Se
trataba de felicidad, alivio, deleite? Fuera lo que fuera, se trataba de una emoción muy fuerte. Ella
vio como el rostro de él se ponía tenso.
—¿Entonces por qué no decirlo desde el principio? —propuso él—. ¿Para que tantos rodeos?
¿Crees que yo estaba completamente ciego? Yo lo sospechaba desde hace tiempo, pero pensé que me
estaba imaginando cosas. Yo se lo íntimos que Toby y tú han sido siempre. Pero yo no me permitía
creer lo que cada día era más y más obvio.
—Lo siento Dan —se disculpó en voz baja. Quizá la ironía de aquello se le hiciera obvia más
adelante, pero ahora lo dijo con toda seriedad.
—¿Lo siento? —él repitió las palabras con un énfasis muy extraño. De pronto, con un gesto que
la hizo saltar, le arrebató el anillo y lo lanzó con furia hacia el matorral.
—¡Oh! —Gritó ella con pena y horror cuando vio el brillo de la piedra que volaba por el aire—.
¿Por qué hiciste eso? ¡Mi precioso anillo! Nunca más lo volveré a encontrar. Todo el dolor que ella
había estado sofocando de pronto afloró y las lágrimas le saltaron en los ojos.
—Todo mundo tiene su límite —gritó él con voz gruesa— y yo he llegado al mío. El
comportamiento que llaman civilizado es como una camisa de fuerza. Yo puedo soportarlo por algún
tiempo, pero no emplees conmigo palabritas hipócritas como lo siento, o puede que yo rompa mi
camisa de fuerza y haga algo que después nos pese a los dos. Entonces él se dio la vuelta en redondo
y se alejó, dejándola desconcertada y enojada.
¿Por qué había hecho eso? Ella se sentó sobre el pasto para pensar. Dan no había mostrado
ninguna de las reacciones que ella había estado esperando. Ella ni siquiera había sabido cuál había
sido su reacción. El no había intentado discutir con ella. No se había mostrado ni triste ni alegre. Lo
único que ella sabía de seguro era que él había arrojado lejos su precioso anillo y lo había hecho con
una frialdad en el gesto que la había herido.
Después de aquella escena tan dolorosa, decirle todo a su familia le había resultado muy fácil. Se
los comunicó aquella noche, durante la cena.
Por unos segundos hubo un silencio total después de su anuncio. Entonces su madre dejó escapar
un alarido.
—¡No puedes hablar en serio! —Pero entonces vio el rostro de su hija y comprendió que así era,
continuó—: ¡Estás loca! Dan y tú… la ambición de mi vida. Siempre lo había deseado. Llevo
planeando esta boda durante meses. Todas mis amistades… Seré la burla de todo el condado —la
respiración se le atoró—. ¡Jonás jamás te va a perdonar! Rechazar a su nieto. El viejo siempre estará
en contra nuestra.
—Lo siento —dijo Elizabeth aturdida y pensó si alguna vez iba a dejar de repetir aquellas
palabras.
—¿Que lo sientes? —La señora Seaton la miró con una mezcla de incredulidad y desesperación
—. ¿Cómo pudiste hacer tal cosa? Dan Woodham es el soltero más apetecible en muchos kilómetros
a la redonda. ¿Por qué? ¡No entiendo por qué!
James Seaton puso una mano sobre el brazo de su esposa. Ella lo miró y él sacudió la cabeza en
un gesto de advertencia. Entonces se mordió los labios y contuvo su torrente de palabras.
Elizabeth se volvió hacia su padre esperando su comentario. El le sonrió con indulgencia.
—Bueno, querida, acabas de poner al gato en medio de las palomas y no lo dudes —su rostro
mostraba curiosidad—. ¿Cómo lo tomó Dan? Espero que como un troyano.
Ella lo miró fijamente, sintiendo que había algo detrás de aquellas palabras que la turbaban. Era
casi como si su padre se sintiera divertido ante aquella noticia.
—No dijo mucho —habló ella con calma—. Por supuesto que aceptó mi decisión.
—Como un caballero —asintió su padre con una sonrisa y una vez más aquella sensación le
recorrió el cuerpo. ¿Sería que su padre en realidad no sentía aprecio por Dan? Ella sabía cuál era su
punto de vista acerca de Jonás. ¿Sería posible que su resentimiento se extendiera a Dan también?
—Yo pienso que él debe de estar furioso —exclamó su madre de golpe—. Después de todos los
beneficios no eran todos para nosotros. Tú le ibas a proporcionar una buena cantidad de acciones de
la compañía. Tus acciones le hubieran dado el control total. Lo siento por Dan.
Elizabeth miró a su madre con total incredulidad. Ella jamás había pensado en el lado financiero
del matrimonio. ¡Por supuesto, pensó ella, por supuesto! ¿Había sido aquella la verdadera razón por
la cual él había querido casarse con ella? ¿Había sido la única enamorada todo el tiempo? Ella sí
podía creer que Dan fuera capaz de casarse por una razón así. El tomaba a Woodhams demasiado en
serio.
Aquello pudiera muy bien explicar la reacción de él cuando ella rompió el compromiso. Si él
había pensado en casarse con ella simplemente por razones de negocios, él se iba a sentir molesto al
ver que sus planes se le venían abajo, aun cuando estuviera enamorado de Karen. Dan era más que
capaz de poder mantener separados a las emociones y a los negocios. El siempre había sido un
enigma, con una mente muy despejada, duro, ambicioso. No en balde se había sorprendido cuando se
enamoró de Karen. Casi podía sentir pena por él. Podía imaginarse cómo debió retorcerse cuando se
encontró atrapado en aquella red de amor.
Por alguna razón aquello hacía que ella pudiera verlo con mayor claridad. Le dolía mucho menos.
Si él nunca había estado enamorado de ella, entonces ella había estado viviendo en un paraíso falso y
a pesar de todo lo que estaba sufriendo ahora, más tarde se sentirá agradecida de que el destino
hubiera cortado el lazo y la hubiera liberado de un trato tan desigual. ¿Que tal si ella se hubiera
casado con Dan para descubrir más tarde que él no la amaba? Ella se estremeció ante la idea.
Más tarde Tom fue a buscarla y sin hablar le puso un brazo por encima de los hombros. Ella se
sonrió como para tranquilizarlo.
—Ya pasará la tormenta —le indicó él con delicadeza.
Ella sintió.
—Sí, aunque me hubiera gustado no tener que molestar tanto a mamá.
Su sonrisa era amarga.
—No te preocupes por mamá. Eres tú quien me preocupa. Te vez como la misma muerte, Liz.
Nunca fuiste de mejillas muy rosadas, pero ahora estás tan pálida como un fantasma.
—Todo esto resulta muy interesante —admitió ella—, pero mejorará con el tiempo, Tom. Me
siento más tranquila en mi mente.
Tom asintió y después de una pausa preguntó:
—¿Porqué terminaste, Liz?
Ella sonrió.
—Muy sencillo. Simplemente cambié de parecer.
El la miró con el entrecejo fruncido.
—Me gustaría creerte, mi amor. De veras me gustaría.
Aquel sábado Toby llegó de manera inesperada y la invitó a cenar con él en un club campestre al
cual pertenecía. —Se trata de baile del cricket—-le informó él—. ¿Irá Tom?
Al parecer Tom sí iba a ir. Con los cabellos muy relamidos se reunió con ellos vestido de
manera muy formal con un traje oscuro y les guiñó un ojo.
—Estoy listo para conquistar a varias doncellas —informó—. Me alegro de que vengas, Liz.
¿Vas a cenar con Toby antes?
Toby y él intercambiaron unas miradas silenciosas de complicidad. Ella se preguntó si ellos
habían conspirado acerca de aquella noche. Era extraño que Tom no hubiera mencionado que iba a
un baile en el club. Todos ellos eran miembros de éste ya que ofrecía muy buenas instalaciones
deportivas y era un centro social muy útil para toda la comarca.
Si Tom la hubiera invitado, ella se habría negado. Se sentía más bien sensible y con tendencia a
llorar, situación que la alarmaba mucho.
Ella subió para cambiarse y se vistió con mucho cuidado, esperando impresionar a su familia y
tratar de controlar todas las preguntas curiosas y un tanto maliciosas que sabía que iba a recibir
aquella noche.
Tuvo la satisfacción de ver parpadear a Toby cuando ella se reunió con él. El vestido azul oscuro
que llevaba era muy liso, brillante y ajustado y las curvas de su cuello y hombros quedaban
descubiertas por encima del corpiño. Se había enredado una cinta plateada a través de sus cabellos
rojos los cuales tenía recogidos en la parte de atrás de la cabeza en un moño sencillo.
—Te ves fabulosa —le dijo Toby con sinceridad.
—¿Dónde está Tom? —preguntó ella sonriéndole.
—El se adelantó —le respondió mientras la tomaba por el codo para guiarla hacia el auto.
Durante la cena en el comedor poco iluminado, Toby le dijo a ella que Dan ya le había anunciado
a la familia el rompimiento de su compromiso.
—Lo siento, Liz —añadió él observándola.
Ella se encogió de hombros.
—Es una de esas cosas que pasan. ¿Está muy molesto Jonás?
—¡Lívido! Creo que le gustabas para sí mismo. Mañana vendrá como un lobo sobre un ave.
Cuídate de los ventarrones.
—Yo no le tengo miedo a Jonás —aventuró ella.
—No — estuvo de acuerdo él— y por eso es por lo que tú le agradabas tanto. No es muy común
que se encuentre con personas que estén dispuestas a enfrentársele —la miró directamente—. Ni
tampoco Dan.
Liz bajó los ojos hacia el mantel. Suspiró. ¿Sería Karen los suficientemente fuerte como para
poder enfrentarse a Dan? ¿O sería aquella suave maleabilidad lo que la atraía? ¿Estaría Jonás
equivocado al pensar que Dan necesitaba a una chica de mucho carácter? Después de todo él mismo
había admitido haberse casado con una mujer delicada.
—¿Qué vas a hacer ahora? —Le preguntó Toby—. ¿Te das cuenta de lo penoso que va a ser para
ti ahora? Me refiero a que verás a Dan todo el tiempo.
Ella asintió.
—Quizá vuelva a tomar un trabajo en Londres —habló sin el menor entusiasmo.
—¿Y por qué no en Italia? —sugirió Toby.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Italia? —preguntó ella riendo—. ¿Por qué Italia?
—Porque yo voy a estar allí —respondió él.
Ella rió.
—Toby, eres un tonto —entonces algo le vino a la mente y se puso muy roja. Sus ojos se
encontraron con los de él—.Toby, ¿te ha dicho Dan algo sobre…?
—Mucho —respondió él de inmediato—, sobre todo sobre el tema de que me va a romper el
cuello si no te hago feliz.
—¡Oh, Toby! —ella lo miró horrorizada—. Lo siento mucho. Te usé como un pretexto. Dan lo
sugirió y yo acepté la idea.
Los brillantes ojos de él bailaron.
—¿Me estoy quejando? Claro que podías haberme dado un aviso. Yo podía haberlo echado todo
a perder sin darme cuenta. Afortunadamente Dan me tomó tan de sorpresa que no tuve tiempo de
meter la pata.
—¿Entonces tú no lo negaste? —preguntó ella con un poco de ansiedad.
El negó con la cabeza. Después mirándola directamente preguntó: —¿Me vas a decir la
verdadera razón? Unos hoyuelos aparecieron en las mejillas de ella. —¿Entonces tú piensas que no
eres la verdadera razón? Por un momento la sonrisa de él desapareció, pero de inmediato volvió a
sonreír.
—Yo no soy un tonto, mi querida niña, aun cuando sé que lo parezco. Tú no estás enamorada de
mí. Te conozco demasiado bien como para creerlo. Yo te inspiro tanto romanticismo como la
ensalada que te acabas de comer.
Ella rió.
—Tienes mucha razón.
—¿Entonces cuál es la verdadera causa? —insistió él.
—Algo acerca de lo cual no puedo hablar —dijo ella.
El se encogió de hombros.
—Bueno, no hay problema conmigo. ¿Pero, qué hay con Italia? Sabes que puedo conseguirte un
trabajo con Perini. Tú estudiaste algo de italiano en la escuela, ¿no es así?
—Dos años —estuvo de acuerdo ella—, pero soy muy mala con esa lengua. Puedo leerlo, pero
no lo hablo muy bien.
—¿Crees poder escribir pequeñas notas en italiano acerca de descripciones del comercio inglés?
Yo voy a necesitar un asistente que haga eso. Estoy seguro de que tú podrías arreglártelas con la
ayuda de un buen diccionario.
—¿Pero, tú crees que ellos me aceptaran? —preguntó ella con duda.
Toby guiñó un ojo.
—Mira. Me han dado carta abierta para escoger a mi propio personal. Se trata de un
departamento nuevo y muy pequeño el que voy a organizar. Tú estarás directamente bajo mis
órdenes. Si yo estoy satisfecho nadie más tendrá el derecho de quejarse.
—Eres muy bondadoso, Toby —habló ella con afecto—. ¿Me das algo de tiempo para pensarlo?
El asintió.
—Pero apresúrate. Me voy la semana próxima y tú deberías viajar junto conmigo.
—¿La semana próxima? —repitió ella sorprendida—. ¿Tan pronto?
—Liz, ¿estás segura acerca de tu rompimiento con Dan?—preguntó él como respuesta—.
¿Todavía sientes algo por él?
“¿Algo?”, se preguntó ella por dentro con amargura, pero en voz alta dijo:
—No, Toby, jamás me casaré con Dan.
—Entonces te alegrarás de poder escapar a Italia —señaló él—. Dan es un enemigo peligroso.
Tú sabes que él jamás se da por vencido. Si él todavía te quiere va a esperar un tiempo y después
regresará al ataque cuando piense que yo estoy ya fuera de combate —él la miró directamente—.
¿Me pregunto si esa será la razón por la cual me manda a Italia? La decisión me llegó de sorpresa.
Yo pensé que simplemente me estaba alejando un poco de él. Quizá haya tenido razones más
personales.
Ella sonrió.
—No, Toby —negó ella—. Dan no te habría alejado por mí.
—¿No? Bueno, tú lo sabes mejor que yo.
Ellos llevaban bailando cerca de una hora cuando Dan y Karen entraron en el salón. Elizabeth,
quien se encontraba dando vueltas en los brazos de Toby y riendo porque él se burlaba de su mal
italiano, de pronto escuchó los comentarios en voz baja que cesaron cuando ella miró a su alrededor.
Cuando vio a Dan atravesar el salón se dio cuenta de que las chismosas ya se había puesto a
trabajar.
La noticia del rompimiento entre ellos era ya muy bien conocida y los presentes observaron con
mucha curiosidad cuando Dan inclinó su cabeza con cortesía muy impersonal.
Elizabeth y Toby le devolvieron el saludo de la misma manera. Elizabeth tembló ligeramente y
sintió como Toby la acercaba hacia él.
—¿Todo bien, mi amor? —preguntó él mirándola con delicadeza.
Ella sonrió.
—¡Perfecto!
—Todos están muy atentos —asintió él—. ¿Por qué no les damos un espectáculo a cambio de su
dinero? —propuso y bajando la cabeza el pasó su boca a lo largo del cuello y los hombros de ella.
Sorprendida, se apartó y él la miró, sonriendo.
—¡Oye, se supone que debes desmayarte!
Ella tenía las mejillas muy rojas y los ojos muy brillantes.
—Toby, por favor, no. Ya me siento suficientemente conspicua de por sí.
Hablando muy bajo, él dijo:
—Ah, pero ese es el secreto. Nunca dejes que la gente se de cuenta de nada. Entre peor te sientas
más debes fingir que nunca te habías sentido mejoren tu vida. Siempre llueve cuando no llevamos un
paraguas y los bancos jamás le prestan dinero a los pobres.
—Gracias, Shakespeare y buenas noches —respondió ella enojada.
El sonrió.
—Eso está mucho mejor. Vamos, mejilla con mejilla—y la acercó hasta que su cara quedó
pegada a la de ella. Por encima de los hombros de él ella se encontró momentáneamente con los ojos
azules y fríos de Dan. El se veía completamente inexpresivo, pero ella tuvo la sensación de que
estaba muy enojado.
Probablemente estaba pensando en que si ella se casaba con Toby entonces su paquete de
acciones quedaría totalmente fuera de su control, infirió ella con cinismo.
Cuando el baile terminó Toby le puso el brazo alrededor de la cintura y la guió hacia su hermana
y Dan.
—Se han perdido de la mitad de la diversión —comentó él sin darle mucha importancia.
Karen estaba muy pálida. Sus ojos miraron a Elizabeth con intensa curiosidad.
—Hola Karen —saludó Elizabeth con calma.
Karen dudó durante uno o dos segundos que resultaron muy obvios y después respondió con un
suspiro:
—Hola. ¿Se están divirtiendo? ,
Dan interrumpió con sarcasmo.
—¡Obviamente!
Las mejillas de Elizabeth se ruborizaron todavía más. La mano de Toby se cerró sobre su cintura.
El se quedó mirando a Dan de manera desafiante y por un momento los dos hombres se enfrentaron
con hostilidad. Entonces Dan se volvió para otro lado y Toby siguió en silencio.
Karen miró a su hermano indignada.
—Toby, ¿has estado bebiendo?
El se rió todavía más ante aquello.
—Por supuesto que no, mi querida niña. Simplemente me siento feliz.
Karen pareció no poder soportar el espectáculo de la felicidad de su hermano. Bajó la mirada
hacia sus manos y su rostro se puso todavía más pálido.
Elizabeth sintió pena por ella. No le daba ningún gusto ver a Karen tan acabada e incómoda.
—¿Bailamos una vez más? —le preguntó ella a Toby.
Dan se pudo de pie de manera abrupta y los otros tres lo miraron sorprendidos.
—No, —dijo él de manera cortante—. Es mi pieza, creo.
Toby se puso nervioso visiblemente.
—Creo que no —habló él con énfasis.
Dan miró directamente a Elizabeth.
—¿Por que crees que vinimos aquí? —preguntó él—. De todas maneras van a haber muchos
chismes, pero si ven que nos llevamos bien como amigos, entonces los chismes desaparecerán muy
pronto.
—Oh —exclamó ella muy conmovida—. Muchas gracias.
Toby se sentó junto a su hermana. Elizabeth caminó hacia la pista de baile con Dan y puso su
manos sobre el hombro de él. El le rodeó la cintura y cuando sus dedos apretaron los de ella.
Elizabeth sintió una fuerte sensación de placer muy dentro de su cuerpo. Se sentía muy bien.
Ellos bailaron en silencio por un momento. Siempre habían bailado bien y ahora ella se preguntó
con angustia cómo iba a poder soportar el no volver a bailar con él jamás.
El apretó su abrazo y ella lo miró.
—Di algo —murmuró él—. Sonríe. Aparenta estar contenta. Todos nos están observando.
Ella se esforzó por sonreír.
—Esto me parece muy considerado de tu parte, Dan.
—Si, ¿no es así? Yo. No me había dado cuenta de que era tan tonto —comentó y le dedicó una
sonrisa encantadora y completamente falsa que no llegó a sus ojos.
—Me voy a Italia con Toby —le informó ella movida por un deseo de regresar el golpe, de
hacerle daño.
La sonrisa de él permaneció fija en sus labios.
—Me alegro por los dos.
Elizabeth sonrió con una sonrisa igualmente falsa, aunque comenzaba a sentirse muy cansada y le
costaba trabajo mantener aquella mueca idiota en su rostro.
—Sí —asintió ella—. Creo que lo vamos a disfrutar mucho.
—¿Te vas a casar con él antes de ir? Eso será un golpe duro para tus padres. Tendrá que ser una
boda civil pues no hay tiempo para organizar una boda religiosa
Ella rió alegremente, echando para atrás la cabeza.
—Oh, no tenemos tanta prisa. Vamos a esperar a que regresemos a Inglaterra.
Los ojos de él la atravesaron como puñales.
—Toby debería aprender con mi experiencia. Haría mejor en casarse contigo de inmediato, antes
que vuelvas a cambiar de opinión. Quizá conozcas a algún italiano muy guapo y te enamores de él.
Ella le dirigió una mirada dulce y paciente.
—Lo dudo, Dan, pero ¿y qué hay contigo? Quizá te cases mientras estamos en Inglaterra —ahora
tendrá que hablarme acerca de Karen, pensó ella. Le he dejado la puerta abierta. Si tiene algo de
decencia me lo dirá y dejará de seguir fingiendo que es él quien resultó abandonado.
El bajó sus ojos azules y fríos sobre el rostro de ella con la sonrisa todavía en la boca.
—Quizá tengas razón. Ciertamente no pienso dejarme morir por amor a ti. La próxima vez
encontraré a alguien quien comprenda el significado de la palabra fidelidad.
Una ira que quemaba le llenó el cuerpo. Ya no podía fingir estar sonriendo. Sus ojos verdes
brillaron con amargura.
—Pobre muchacha, lo siento por ella, quienquiera que sea —“Pobre Karen” pensó. “Espero que
nunca se entere de la clase de bestia sin corazón que puede ser Dan cuando está enojado. Mi madre
debió de tener razón acerca de los motivos que tenía él para querer casarme conmigo. Sólo la ira
podía hacerlo decir semejantes cosas. Soy yo quien me salvé por un pelo. ¡Dios mío, qué hipócrita!
¿Cómo se atreve a representar esta escena? Cuando recuerdo cómo aplacó a Karen fingiendo que
tenía el corazón demasiado suave como para hacerme daño, cuando en realidad él nunca tuvo la
intención de romper nuestro compromiso por su propio bien. Después que nos casáramos quizá él
intentara convencerla a ella de que se convirtiera en su amenté. Yo no lo duraría de él. ¡Cómo lo
aborrezco y lo detesto!”
Ella le sonrió y una vez más cobró dominio de sí misma y vio que su dardo había dado en el
blanco. El estaba muy pálido y tenía los labios apretados. La sonrisa falsa había desaparecido.
—Siempre fuiste una criatura venenosa, Liz —habló junto al oído de ella—. Debería darte una
bofetada.
—Inténtalo —susurró ella y rió—. Inténtalo.
El permaneció en silencio un momento y después rió también. Sus labios se cerraron suavemente
sobre el lóbulo de la oreja de ella. Ella se puso tensa, pero no dijo nada.
—Esta ha sido toda una tarde para ti —murmuró él—. Toby te besó el hombro y yo te mordí la
oreja. Liz, la mujer fatal. ¿De veras resulta emocionante causar tanto revuelo?
—Devastador —respondió ella en el momento en que terminaba la música. El la soltó de
inmediato y los caminaron hacia Karen y Toby, uno al lado del otro y sonriendo.
Dan le lanzó a Toby una mirada fría.
—Te regreso a tu pareja intacta —dijo él.
—Gracias —respondió Toby y miró a Elizabeth levantando la ceja en señal de curiosidad.
Ella le devolvió una sonrisa tranquilizadora. Toby vio el brillo de enojo en sus ojos, el mentón
levantando y el ángulo de la cabeza. Leyó aquello signos correctamente. No sabía qué era lo que Dan
le había dicho, pero ahora ella estaba todavía más determinada en su decisión. El gesto triste de los
labios había desaparecido. La ira había desplazado a la pesadumbre.

Capítulo 3
Sus padres se mostraron sorprendidos y molestos cuando se enteraron de los planes que ella tenía
para el futuro. —Me niego a permitir que lo hagas —le dijo su padre mirándola directamente como si
nunca la hubiera visto antes—. Irte a Italia con Toby. ¡Qué idea tan absurda!
La señora Séaton estaba roja de furia cuando comenzó a hablar justo en el momento en que su
esposo pronunció las últimas palabras.
—¿Estás decidida a provocar los chismes? ¡Toby! ¿Es eso lo que sucedió? ¡Estás decidida que
estás enamorada de Toby! —Los ojos de ella brillaron con la condena—. ¿Cómo es posible, Liz?
Cuando Alice Harries me lo insinuó yo le dije que era absurdo. Yo no creía que tú pudieras ser tan
tonta.
Elizabeth respondió indignada:
—¿Por qué tiene que ser una tontería? ¿Qué tiene de malo Toby? Hace muchos años que lo
conozco. A ti siempre pareció caerte muy bien. ¿Por qué de pronto lo tienes en tu lista negra?
James Seaton habló antes que su esposa pudiera explotar, con calma y con voz suave:
—Mi querida niña, ¿te has dado cuenta de que Toby siente celos de Dan? Siempre los ha
tenido… y si tú piensas que se trata de algo personal, olvídalo. Toby resiente a Dan por su posición
dentro de la firma.
Tú no tienes nada que ver en ese caso. El simplemente te está utilizando como un arma en contra
de Dan.
Ella lo miró sorprendida y con los ojos muy brillantes.
—¡Qué tontería! Yo conozco a Toby mucho mejor que tú, papá. El no es así.
—No —sonrió James Seaton—. El es un joven muy ambicioso e inteligente.
El sarcasmo que había en su voz la hirió.
—No voy a escuchar esto, papá —dijo ella dándose la vuelta—. Siento que están siendo injustos
con Toby. Se que todos ustedes están molestos porque… porque yo rompí el compromiso con Dan
pero, por favor… no traten de confundir los hechos. Toby no tuvo nada que ver con mi decisión. El
no sabía nada al respecto. Yo tomé la decisión sola.
La señora Seaton rió con amargura.
—¿Crees que vamos a creer eso? En un momento estabas tremendamente feliz porque te ibas a
casar con Dan y al siguiente minuto ya todo había terminado.
Cansada hasta el límite Elizabeth respondió llena de amargura:
—¿Tremendamente feliz? Yo estaba viviendo en un falso paraíso. ¿Ya se han olvidado de todas
las citas canceladas, de todas las veces en que a Dan se le olvidó llamarme o que existía? ¿Es lo que
ustedes llaman una relación feliz? Mamá, tú misma me dijiste que yo debería ser firme.
Sorprendida, la señora Seaton dijo:
—¡Pero yo no quise decir eso! ¡No tenías que arruinarlo todo!
—¿Es posible arruinar algo que no existe? Dan nunca me quiso. Tú prácticamente lo admitiste
cuando dijiste que él quería casarse conmigo para poder obtener el control de la firma tanto de hecho
como de derecho.
James Seaton le lanzó una mirada fría a su esposa.
—¿Por qué tuviste que decirle eso?
—Perdí el control —respondió ella evitando su mirada. . Elizabeth se encogió de hombros.
—Qué importancia tiene eso ahora. Todas estas recriminaciones sólo están empeorándolo todo.
Yo ya tomé una decisión.
Su padre se le acercó, le puso un brazo alrededor de los hombros y la miró a la cara.
—Tienes razón, Liz. Estamos permitiendo que perdamos el control. Siento haber dicho algo que
te haya herido. Toby siempre ha sido tu amigo, eso lo sé. Tienes razón al defenderlo. Todo lo que te
pido es que pienses muy bien lo que estás haciendo —él hizo una pausa y después continuó con
delicadeza—: Dan jamás te perdonará si te vas a Italia con su primo. ¿Te das cuenta de eso? Es
probable que él malinterprete tus motivos.
—Dan ya lo sabe —habló ella con calma—. Yo ya se lo dije y les aseguro que él sabe
perfectamente cuáles son mis motivos para ir.
El la miró fijamente y frunció el entrecejo. Después dijo:
—Ya veo.
—Odio tener que desafiarte, papá —aseguró mirándolo con una súplica en los ojos—. ¿No te vas
a oponer, no es así?
El levantó los hombros y suspiró.
—No, supongo que no.
—¡James! —Gritó su esposa—. Tú no puedes permitir que ella arruine su vida de esta manera.
¿Cómo es posible que una chica prefiera a Toby por encima de Dan? Háblale y haz que entre en
razón.
Liz parpadeó ante aquello. ¿En realidad, cómo era posible que alguien prefiriera a otro hombre
por encima de Dan? Tenía los ojos febriles por el dolor y la desilusión cuando se alejó y su padre
que la observaba parecía satisfecho.
—Querida —comentó él con delicadeza— deja que la chica haga lo que quiere hacer. Es su vida.
Debemos estar de su lado.
La señora Seaton le lanzó una mirada fiera.
—Debí suponer que tú ibas a tomar esa actitud. A ti no te importa que ella esté desperdiciando la
oportunidad de su vida. Yo me lavo las manos de todo este asunto.
Si Elizabeth pensaba que ya había pasado lo peor, pronto se iba a dar cuenta de que se
equivocaba. A la mañana siguiente, mientras desayunaba con tranquilidad, Jonás llegó sin previo
aviso.
Ella levantó la mirada, sorprendida, cuando él hizo su entrada con gran pompa, vestido como de
costumbre con un traje muy formal y apoyado en un bastón con empuñadura de oro.
Había un parecido muy fuerte entre Jonás y su nieto. Ella lo miró con un golpe de dolor, viendo a
Dan como iba a ser algún día, con los ojos azules y penetrantes, hundidos detrás de unas cejas
oscuras, la nariz dominante y puntiaguda, las mejillas descarnadas y el mentón firme.
El la miró con las cejas muy juntas.
—¿Y bien? ¿Qué quiere decir con todo esto? ¿Se atreve a plantar a mi nieto?
El mentón de ella se alzó de inmediato y los ojos se tornaron desafiantes.
—Lo siento, pero eso es asunto mío.
—¡Tonta! —gruñó él—. Tu padre opina que debemos mantenernos fuera de este asunto —los
ojos de él le escudriñaron el rostro—. ¿Es verdad que estás involucrada con Toby? El no es hombre
para ti. Es encantador pero sin peso.
—Toby es bondadoso, considerado y generoso —protestó ella, molesta por el tono de él.
Jonás se encogió de hombros como haciendo a un lado aquello.
—¿Qué tiene eso que ver? Esas no son cualidades que hagan latir más fuerte el pulso. ¡Y tú
tampoco eres una chica que se sienta satisfecha con ellas!
—Yo le tengo mucho cariño a Toby —espetó ella sintiéndose herida.
—¡Cariño! —bufó él—. ¡Qué palabra más tonta! Soy un pájaro demasiado viejo como para
dejarme atrapar en tu red, chiquilla. Tú te aburrirías de Toby muy pronto. El fuego de tus cabellos es
una señal —él la miró desde debajo de sus cejas—. Vamos, ¿cuál es la verdad? ¿Tuviste una pelea
con Dan? Yo sé que a veces él se comporta como un bruto. ¿Te ha descuidado? Tú sabes que nos
estamos expandiendo muy rápido y Dan tiene muchos asuntos que le roban el tiempo. No puedes
culparlo por eso. Tú tienes que comprender que un hombre muy ocupado no siempre tiene tiempo
para la vida privada.
—Me niego a discutirlo con usted —concluyó ella con firmeza—. Ya he tomado una
determinación… no puedo casarme con Dan. No hay más nada que decir. Siento mucho si usted se
siente desilusionado, pero es nuestro asunto.
El la miró con rencor. Ella se veía muy bonita, pensó él, fresca y radiante con su vestido azul
oscuro, con los ojos reservados pero una promesa de fuego en los cabellos rojos que llevaba
recogidos en la parte de atrás de la cabeza.
A él le había dado mucho gusto cuando anunciaron su compromiso. Ella era perfecta para Dan…
Una pequeña fierecilla genio como para presentarle pelea a Dan, en lugar de dejar que éste la
pisoteara a su gusto.
Jonás estaba orgulloso de su nieto. Dan había hecho mucho más de lo que él había pedido. Hacía
funcionar a la compañía con la exactitud de un reloj. Era inteligente, confiable, imaginativo.
Y sin embargo, como no tenía oposición en los negocios, se estaba rápidamente convirtiendo en
un autócrata.
Resultó toda una sorpresa cuando Dan anunció que su compromiso había terminado.
Jonás lo había buscado observando una señal ya fuera de dolor o de ira en el rostro de Dan. La
única señal de alguna emoción escondida había sido un leve temblor de los dedos cuando Dan se
preparó un trago. Concentrándose en aquello Jonás había preguntado de manera brutal:
—¿La perdiste? Supongo que se trata de otro hombre.
Dan había probado su trago con calma y después respondió que aquello no era asunto de su
abuelo.
Más tarde, parado junto a la ventana de su estudio, el viejo había escuchado un breve intercambio
de palabras entre Dan y Toby que lo había orientado mucho.
El tono helado de la voz de Dan y su rostro pálido habían sido suficientes como para delatarlo.
Toby se había mostrado con los ojos brillantes y un tanto impertinente. Mientras los observaba Jonás
había sentido deseos de darle una patada al muchacho y suponía que Dan había tenido que hacer un
gran esfuerzo para no hacerlo.
El miró a Elizabeth, irritado.
—¡Por Dios, niña, yo confiaba en ti! Dan te necesita.
—Tendrá usted que encontrarle otra chica —dijo ella con amargura—. Alguien más adecuada
que yo.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó él con voz aguda.
Ella se encogió de hombros.
—Estoy segura de que usted encontrará a alguien que sea adecuada para Dan.
El rió con amargura.
—¡Dan no acepta ninguna interferencia de mi parte! El buscará a sus propias chicas en el futuro.
Ella se volvió rápidamente. ¿Qué quería decir con aquello? ¿Había sido por consejo de él por lo
que Dan se había comprometido con ella de manera tan rápida?
¿Había sido todo aquello sólo para complacer a su abuelo?
—Quizá sea mejor si así lo hiciera —habló ella con calma.
Jonás la miró directamente y sus ojos se achicaron.
—Hmm… —gruñó él.
Elizabeth estuvo muy ocupada el resto de aquella semana. Anunció su renuncia al comité de la
biblioteca que de inmediato le envió a una asistente quien se iba a hacer cargo en cuanto ella se fuera
y que resultó ser rápida y eficiente. Toby le hizo todos los arreglos para el viaje, le consiguió
papeles de trabajo y después de muchas llamadas por teléfono logró reservarle una habitación en el
mismo edificio de apartamentos donde iba a estar él. El se mostraba muy alegre siempre que se
reunían y como la familia de ella se mostraba muy regañona cuando estaba en casa, Liz pasaba casi
todo el tiempo en compañía de
Toby.
Durante su último día en la biblioteca la tía Kate vino a verla. Liz pensó que se veía muy
delicada y se sintió preocupada.
Siempre había existido un fuerte parecido entre la tía Kate y Jonás. Tenían la misma estructura
ósea y los mismos ojos azules. Pero la tía Kate había sido siempre una mujer delicada y amorosa,
contenta de poder dedicarse al hogar y a la familia, de buen corazón y un poco tímida.
Se acercó para besar las mejillas arrugadas, respirando con amor el perfume de lavanda muy
particular de la tía Kate. Jonás a menudo había criticado a Kate por su pasión por la lavanda. En el
verano ella secaba las flores que cortaba en el jardín y llenaba pequeñas bolsitas con éstas para
después colgarlas en todos los closets y meterlas en todos los cajones. Toda su ropa llevaba aquel
perfume.
—Truco característico de las solteronas —solía decir Jonás.
La tía Kate solía parpadear nerviosa ante él y después suspiraba.
—A mamá siempre le gustó la lavanda, ¿recuerdas?
A pesar de su delicadeza, ella tenía una manera muy especial de manejar a su hermano sin ningún
esfuerzo. Liz siempre la había admirado por eso.
Ahora la tía Kate la miró con tristeza.
—Así que no te vas a casar con Dan —habló ella y su suspiro fue lo suficientemente fuerte para
hacer que Liz se sintiera avergonzada—. Lo siento mucho, querida, de veras lo siento —los ojos
azules se alzaron una vez más—. El lo está sobrellevando bastante bien. Dan es muy bueno para
ocultar sus sentimientos.
Un rayo de dolor y enojo iluminó los ojos de Elizabeth.
La tía Kate se dio cuenta y miró más de cerca a Liz.
—¿Estás segura de que estás haciendo lo correcto? Yo estaba segura de que amabas a Dan.
—Lo odio y lo detesto —confesó Elizabeth y se sorprendió al escucharse.
—Yo pensaría que a Dan no le hubiera importado eso —dijo la tía Katie.
Elizabeth rió.
-¿No?
La tía Katie sonrió.
—Dan no es un hombre que despierta emociones tibias. Se sentiría impotente ante la indiferencia,
pero el odio sólo lo estimula.
—¡Qué cosas dices, tía Katie! —exclamó Elizabeth y rió una vez más.
—Ah, pero es que yo lo conozco al igual que tú, querida. Esos hombres son raros. Ellos nacen
para mandar y necesitan a mujeres iguales que ellos a su lado.
Elizabeth dudó un momento y después cuestionó:
—¿Estás segura de eso?
El tono de ella llamó la atención de la tía. Entonces observando a la chica, ella preguntó:
—¿Qué quieres decir?
—Me pregunto si alguna vez se te habrá ocurrido que puede haber alguien más adecuada para él
—dijo Elizabeth abiertamente. Sólo a la tía Katia podía atreverse a insinuarle la verdad. Ella sabía
que su confianza sería respetada.
Los ojos azules se achicaron.
—¿Quién es ella, mi niña?
Elizabeth la miró suplicante.
—¿Me juras que no dirás ni una palabra?
—Por supuesto, si así lo deseas.
Elizabeth lo dudó y después habló de golpe:
—¡Karen!
La tía Katie la miró fijamente con la boca abierta. Después frunció el entrecejo y dijo:
—¿Karen?
Elizabeth esperó. Podía ser que su insinuación había abierto un nuevo camino de pensamientos.
La tía Katie buscó una silla y se sentó mirando alrededor de la pequeña biblioteca.
—Ahora que lo mencionas —dijo ella— sí ha habido algo… no puedo decir exactamente qué.
Miradas entre ellos, silencios extraños. Yo lo noté sin darme cuenta.
Elizabeth sintió un fuerte golpe de emoción. ¿Así que alguien más había comenzado a sospechar?
Sus sospechas no habían sido infundadas. Inconscientemente comenzó a acomodar un montoncito de
libros. Ayudaba estar ocupada.
—Jonás siempre quiso que Dan se casara contigo —le comentó la tía Katie más tarde—. Me
pregunto si él habrá empujado al chico para que se declarara. Ahora él cree que te vas a casar con
Toby —ella la miró esperando una respuesta y Elizabeth sonrió.
—Toby es encantador, yo le tengo mucho cariño.
—¿Pero?
—Sí —estuvo de acuerdo Elizabeth— pero… y se trata de un pero muy grande, él es demasiado
parecido a mi hermano. Yo sólo lo utilicé como una cortina de humo para beneficio de Dan.
—Por supuesto, Dan está celoso de él —comentó la tía de manera casual.
—¿Celoso? —el color rojo cubrió el cuello y la cara de Elizabeth. Su corazón se estremeció—.
¿Dan celoso?
La tía Katie estaba jugueteando con su bolso de mano y con la cabeza inclinada.
—Oh, sí, querida. Siempre lo ha estado. Tú sabes que Toby fue un niño muy inteligente y
encantador. Yo recuerdo cuando él y tú solían jugar juntos en el matorral —ella se rió—. Ustedes
siempre buscaban asustarme. Bandidos o Robín Hood, siempre preparando algún truco. Y Dan sentía
celos desde entonces.
—¿De mí? —Preguntó Elizabeth—. Yo tenía la mitad de los años que él ¡Era una niñita! El tenía
muchas amigas.
—Sí, por supuesto, pero tú eras su mascota cuando eras pequeña. ¿No te acuerdas de eso? Se
trataba de tu carácter fuerte. A él le divertía mucho ver cómo perdías el control.
—Creo que todavía es así —aceptó Elizabeth.
—Dan es muy posesivo. El se aferra a lo que tiene al igual que siempre lo ha hecho Jonás. Y él te
veía como algo de su propiedad. Dan se resintió mucho cuando al regreso de la universidad se
encontró con que Toby siempre andaba detrás de ti —ella rió suavemente y se inclinó hacia adelante.
—¿Qué te pasa? —preguntó Elizabeth y se agachó junto a ella al ver que el rostro se le ponía
pálido.
—Oh, sólo un poco de reumatismo en el pecho. Hace tiempo que lo tengo. Se me pasará en un
momento.
—¿Estás segura? —Elizabeth la estudió con ansiedad. Se veía tan delgada y frágil. La edad
comenzaba a notársele.
Un tanto irritada, la tía Kate dijo:
—Estoy perfectamente bien, querida. No te preocupes —se puso de pie—. Tengo que irme.
Diviértete en Italia, Liz, pero no tomes ninguna decisión apresurada. Ustedes los jóvenes siempre
piensan que lo saben todo, pero en realidad son los viejos los que ya están fuera del juego, quienes
saben realmente qué es lo que está ocurriendo.
Elizabeth la besó con cariño.
—Gracias, querida. Te escribiré. Cuídate mucho.
La noche antes de partir para Italia Elizabeth caminó por los matorrales buscando su anillo de
compromiso. Lo había estado tratando de encontrar desde que Dan lo arrojó allí. No podía soportar
la idea de que éste estuviera allí tirado, oxidándose, la piedra perdiendo brillo y el delicado trabajo
del metal llenándose de tierra.
Aquella mañana había estado lloviendo. El olor a lluvia estaba por todas partes. La tierra tenía
un aroma fresco y todavía había gotas de agua en los tallos y en el extremo de las hojas de los
helechos. Un tordo saltó bajo la maleza y un pájaro dejó escapar un torrente de notas al cielo.
Ella estaba tan concentrada en la búsqueda que sólo el ruido de una rama que se quebraba bajo el
peso de un pie la hizo volver sorprendida para encontrarse con Dan, quien se había acercado sin
molestarla.
El la miró de aquella manera fría y velada que siempre la había desconcertado. Elizabeth sintió
enojo en contra de él. ¿Qué derecho había tenido de hacer que ella se enamorara cuando él no sentía
nada por ella?
—¿Buscas algo? —preguntó él.
Ella se ruborizó y sacudió la cabeza. No le iba a admitir que había estado buscando el anillo que
él había arrojado.
El se metió las manos en los bolsillos. El silencio se hizo entre ellos. El estaba observando las
ramas verdes por lo que ella podía mirarlo sin peligro mientras que la garganta se le cerraba por el
amor.
Entonces él volvió la cara de pronto y ella se ruborizó y bajó la mirada bajo la fuerza de la de él.
—¿Cómo está Karen? —preguntó ella y de inmediato se arrepintió de hacerlo.
Dan pareció sorprendido pero entonces sus ojos se achicaron.
—Ella está muy bien —respondió él lentamente— aunque quizá un poco herida.
Los ojos de ella se enfocaron en el rostro de él.
—¿Herida?
—Ella esperaba que tú la llamaras para despedirte.
—Oh —exclamó y apretó la boca. ¿Así que Karen se sentía herida? Lo dudaba. Lo más probable
es que Karen se sintiera demasiado feliz y aliviada como para importarle si la volvía a ver o no.
Dan la estaba observando y levantó las cejas.
—¿Ningún comentario?
—¿Qué esperas que diga?
—Podías manifestar un leve arrepentimiento por haber traicionado a una de tus mejores amigas
—murmuró él.
—La hubiera llamado si no hubiera estado tan ocupada —mintió ella—.
—Ella no se ha estado sintiendo bien —comentó él— de otra manera hubiera venido a verte.
—¿Se trata de algo grave?
—No, sólo un poco de gripe de verano —los ojos de él se veían helados mientras la miraba—.
Yo le expliqué la probable razón de tu olvido.
El corazón le latió con fuerza contra las costillas.
—¿Oh? —pudo escuchar la inseguridad de su voz y trató de dominarla—. ¿Qué… qué es eso?
—Un deseo subconsciente de no verme —contestó él de manera incisiva.
Liz apartó la mirada, se encogió de hombros y comenzó a caminar hacia su propio extremo del
matorral. Dan la siguió, ella se detuvo y lo miró.
—No hay necesidad de que me acompañes —aseguró ella con frialdad—. Yo conozco el camino.
El murmuró algo inaudible y palideció. Ella vio cómo la boca se le retorcía por la tensión.
—¿No crees que lo indicado sería algún tipo de escena de despedida? —preguntó él.
—No tenemos nada que decirnos uno al otro, Dan —advirtió ella con tono tenso—. Yo ya me
despedí de ti hace varios días.
Las manos de él se lanzaron hacia adelante y la agarraron por los hombros, haciéndola
tambalearse y retorcerse por el dolor.
—No puedes hacerme a un lado como si se tratara de un insecto molesto —dijo él.
—¿No? Entonces obsérvame.
Ellos se miraron fijamente, con los rostros muy cerca uno del otro. Una polilla voló entre los dos
rozando la mejilla de ella quien apartó la cara hacia atrás de manera brusca.
El siguiente instante ella se encontraba atrapada en los brazos de Dan, con la cabeza inclinada
hacia atrás sobre el brazo rígido de él mientras que la besaba de una manera cruel y llena de enojo
que era muy diferente a cualquier cosa que ella hubiera enfrentado antes. Ella luchó con furia,
lanzando la cabeza hacia atrás y él la soltó de inmediato.
Por un momento él la miró con los ojos fríos y con una burla que la hizo enojarse más que nunca.
—¡Sacúdete eso! —indicó él, se dio la vuelta y se alejó de prisa.
Ella lo miró y se estremeció violentamente. ¿Cómo se atrevía? ¡Era un salvaje después de todo!
En aquel beso no había habido más que odio y ahora ella estaba segura de que él jamás la había
amado. Ella había sido el medio para alcanzar un fin y cuando ella se había negado a dejarse usar, él
se había enfurecido. Esa era la simple realidad.
—Pobre Karen —habló ella en voz alta y su voz sonó muy débil y delgada. Caminó muy
lentamente hacia la casa, temblando como si se hubiera visto envuelta en una tormenta.

Capítulo 4

Aun en septiembre el sol brillaba en Aveni y después de dos meses Elizabeth ya se había
acostumbrado al calor y pasaba la hora de la comida en la playa, nadando y después comiendo
algunos emparedados antes de regresar a la oficina por la tarde. Al principio había tenido que tomar
una siesta a mediodía, pero una vez terminado el calor de agosto cada día se fue sintiendo más y más
en casa en el clima cálido y no sólo podía disfrutar más de su tiempo libre sino que también se le
hacía más fácil trabajar.
Pasaba varias noches a la semana mejorando su pobre italiano con un maestro que Toby le había
buscado, un joven de ojos oscuros y cabellos negros cuya admiración primero la había apenado pero
después la había hecho sentirse bien. Este le insistía constantemente en que quería salir con ella.
Toby la embromaba acerca de su admirador y ella se burlaba de él mencionándole la bonita
secretaria que buscaba toda clase de pretextos para entrar en su oficina y parpadear con sus pestañas
negras delante de Toby.
Después de varias semanas de tomar el sol ella ya estaba completamente bronceada y llena de
vitalidad. En los fines de semana ella y Toby pasaban el día en la playa que estaba a sólo unos pasos
de la fábrica. Claro que aquella no era la parte elegante de la ciudad. Los turistas jamás llegaban
hasta allí. Pero para ellos aquella era otra de las ventajas de Aveni. Podían tomar el sol con calma,
rodeados de gente local quienes, al igual que ellos, deseaban evitar a los turistas.
La fábrica era pequeña, una firma de familia al igual que Woodhams y el señor Perini conocía el
nombre de todos sus empleados. La mayoría de ellos lo querían mucho. Era de baja estatura, un tanto
gordo y con ojos negros muy brillantes y se pasaba el día recorriendo el edificio, supervisando el
trabajo. Tenía una actitud paternal y abrazaba ajos hombres cuando los felicitaba por el cumpleaños
de un hijo, un matrimonio o cualquier otra celebración familiar. Para Elizabeth era un misterio cómo
él siempre estaba al tanto de estas cosas.
A Elizabeth le había caído bien desde el primer momento y él, levantando sus ojos negros le
había dicho:
—¡Jovencita, cuantos problemas me va a traer! Esos cabellos rojos, esos enormes ojos, sus
bonitas piernas… ¡Santa Madre de Dios, veo fuego en el futuro!
Ella se había ruborizado intensamente y había mirado a Toby con indignación indefensa.
Entonces el señor Perini le había guiñado un ojo.
—Pero me había olvidado de que es usted inglesa. Usted se congelará cuando mis jóvenes
pierdan la cabeza y ellos recordarán sus modales. ¿No?
—¡Sí! —le había asegurado ella con seguridad y él se había reído con evidente gusto.
—Bien, bien —entonces él miró a Toby—. ¿Y usted cuidará de ella, mi querido amigo?
Toby la había rodeado con su brazo con gesto posesivo y miró al otro hombre directamente a los
ojos.
—¡Eso no lo dude! —aseguró.
—¡Ah, ya veo! ¡Todavía mejor! ¿Están ustedes comprometidos?
—Todavía no —había dicho Toby con calma— pero… —y su sonrisa fue lo suficientemente
segura como para hacer que el señor Perini sonriera de vuelta.
—¡Entonces no necesito preocuparme! Eso me parece muy bien. Me gusta que mi pequeña familia
sea feliz.
Una noche él los invitó a cenar y fueron recibidos por su esposa que era morena y regordeta.
Elizabeth se enfrentó a un enorme plato de rísotto espolvoreado con queso parmesano y respiró
profundamente, pensando en lo que aquello le iba a hacer a su cintura. Mientras comía sintió como
los dos pares de ojos estaban fijos en ella y expresó su gusto con una sonrisa.
—¿Le gusta? —había preguntado la señora con ansiedad.
—Sí, mucho —respondió Elizabeth con sinceridad.
El señor Petrini había asentido.
—Mi esposa es muy buena cocinera. Tiene que probar sus canelones.
Después de la cena la señora la llevó a ver a los tres niños de la casa que dormían como
angelitos. Elizabeth había tocado con mucho cuidado las mejillas del más joven, de cuatro años de
edad, y un suspiro escapó de sus labios.
“Los hijos de Dan van a verse exactamente como estos niños”, pensó ella, apartando un mechón
de cabellos oscuros de la frente del niño.
La señora Perini la había observado con agradable sorpresa.
—¿Le gustan los niños?
—Sí, mucho —asintió Elizabeth.
—Algún día usted tendrá unos propios —le había dicho la señora, aparentemente leyendo su
expresión correctamente.
—Eso espero —confesó Elizabeth con una sonrisa.
El trabajo que Elizabeth tenía que hacer era bastante sencillo. Básicamente se trataba de mantener
todo en orden cuando Toby estaba ausente. Los nuevos lazos entre Perini y Woodhams todavía eran
recientes. Los arreglos de trabajo tenían que ser pulidos, los problemas del lenguaje resultaban
complicados y Elizabeth se sentía agradecida porque bajo la guía de su maestro poco a poco se iba
volviendo más fluida en el idioma.
Su afecto por Toby aumentó cuando lo vio bajo tensión en varias ocasiones. El manejaba
maravillosamente el temperamento latino muy emocional, explicando y calmando y jamás perdiendo
su propio control. Ella se daba cuenta de que su carácter alegre era sólo superficial. Tal como su
padre lo había dicho, en el fondo él era un joven ambicioso y muy inteligente. Dan había hecho una
buena elección al enviarlo a él para este trabajo en particular. Toby lo manejaba a la perfección.
—¿Qué vas a hacer mañana por la noche? —le preguntó él una tarde de septiembre. « —Tengo
una cita —respondió ella con una sonrisa.
—¿Con tu maestro?
—Sí, con Antonio. Me va a llevar a un nuevo restaurante. Allí tienen un nuevo trío que dice que
es muy bueno.
—¿Un grupo pop?
—A la Italiana —estuvo de acuerdo ella—. Más musical que pop supongo, pero ellos cantan
canciones populares italianas.
Toby la miró pensativo.
—No quiero representar el papel de papá pesado. Le dije a Petrini que estábamos casi
comprometidos, pero lo hice por tu propia protección. ¿No vas a dejar que ese Antonio se ponga
serio, verdad?
Ella le sonrió.
—No soy una niña, Toby. Por supuesto que no.
—Bueno, tú sabes cómo son los italianos… con la sangre muy caliente.
—Bueno, ellos no utilizan tácticas de fuerza —comentó un tanto divertida—. Muy románticos y
ardientes, pero con modales perfectos.
El levantó una ceja.
—¿Hablas por experiencia propia?
—Sí —aseguró ella con firmeza.
—Bueno, siempre y cuando sepas lo que estás haciendo. ¿Todavía puedo hacer citas contigo o
prefieres a los italianos?
Elizabeth lo miró de inmediato pues le pareció percibir un leve tono de resentimiento.
—¡No seas tonto! ¡Por supuesto que me encantaría una cita!
El sonrió y el aspecto lúgubre desapareció.
—Eso es lo tranquilizante. ¿Cuándo?
—Estoy libre el miércoles —indicó ella—. Antonio me da una clase el día siguiente a nuestra
cita.
—Sólo espero que sus lecciones sean sólo de lingüística—comentó él a la ligera.
Ella retorció la nariz.
—Lo son, no te preocupes. El toma su trabajo muy en serio y es muy bueno como maestro.
La siguiente tarde ella se encontraba guardando su trabajo cuando la puerta se abrió y al volverse
se quedó sorprendida al ver a Dan en la habitación.
El color desapareció de su rostro y después lo llenó una vez más. Se enderezó de inmediato.
—¿Dónde está Toby? —preguntó él con frialdad, como si fueran apenas conocidos.
—Está con el señor Perini —respondió ella haciendo uso de todo su autocontrol para evitar que
la voz le temblara.
El caminó hacia adelante y miró a su alrededor con calmado interés.
—¿Cómo van las cosas? Toby me envía un informé todas las semanas pero pensé que debería
verlo.
—Me parece que todo va muy bien —contestó continuando su labor de ordenar su escritorio.
—Qué bien —él se volvió y la observó con los ojos a medio cerrar, lo que hizo que ella se
ruborizara por el enojo—. Estás muy bronceada. ¿Vas mucho a la playa?
—Sí, muy a menudo —respondió.
—Jamás te había visto con un bronceado tan intenso. Yo pensaba que tu piel no resistía el sol.
—Empecé con mucho cuidado —comentó—. Supongo que poco a poco uno se va aclimatando.
El asintió.
—¿Cómo te llevas con los demás trabajadores? ¿Hay buenas relaciones?
—Muy buenas —contestó tomando su bolso de manos y preparándose para salir.
—¿No sienten resentimiento hacia ti porque eres una extranjera?
—No que yo sepa, más bien lo opuesto, diría yo. He encontrado que los hombres son muy
amistosos.
La mirada de él resultó deliberada y sarcástica.
—Te creo.
Elizabeth se ruborizó cuando aquellos ojos azules y duros la recorrieron y se volvió hacia la
puerta para salir.
—Voy a buscar a Toby para decirle que estás aquí. El no te estaba esperando, ¿o sí?<
—No —respondió él reuniéndose con ella—. Quería sorprenderlo.
Ella lo miró por encima del hombro.
—Creo que así va a ser —dijo ella y pensó: “Yo casi pierdo el equilibrio por su llegada. ¿Sería
eso intencional? ¿Por qué habrá venido? Ella lo miró, tratando de mantener una expresión indiferente.
—Si esperas aquí, yo iré a buscar a Toby.
—¿Ya te vas a casa? —preguntó Dan de inmediato—. Pensé que podríamos cenar juntos.
Ella se puso tensa.
—Gracias, pero ya tengo una cita.
¿Cómo se atrevía él a invitarla a cenar de aquella manera tan fácil, como si fueran extraños que
se habían encontrado por casualidad? El tenía la insolencia del diablo. Entonces una idea le vino a la
mente y lo miró con decisión. ¿Sería posible que él hubiera venido hasta allí para anunciar su
compromiso con Karen, para decírselo a Toby?
—¿Hay alguna noticia de casa? —preguntó ella con ligereza, observándolo.
Los ojos de él no revelaban nada.
—Te iba a decir todo eso durante-la cena. ¿Por qué no cambias de parecer? ¿Es muy urgente tu
cita? ¿Puedes cancelarla?
La puerta se abrió y apareció Antonio, muy elegante, vestido con un traje azul claro y una camisa
blanca muy bien planchada, con la piel bronceada que rebozaba salud y los ojos negros llenos de
ansiedad.
—Elizabeth —saludó él con su suave voz latina—. Me estaba preguntando dónde te habías
escondido. Te estaba esperando, querida.
Ella se ruborizó cuando sintió la mirada fría e insolente de Dan sobre su perfil. Entonces le
sonrió a Antonio y dijo:
—Lo siento mucho. Voy de inmediato, pero antes debo encontrar a Toby.
—Aquí estoy —se escuchó la voz de Toby detrás de Antonio.
—Oh, Toby —comenzó a tartamudear Elizabeth, pero se detuvo cuando vio su rostro.
Estaba furioso y sus ojos cafés se veían duros y fríos.
—¿Qué es todo esto, Liz? —comenzó a decir él pero se detuvo cuando vio a Dan—. Vaya, ¿qué
estás haciendo aquí? —demandó él.
Dan torció ligeramente la boca como si se sintiera divertido.
—Volé hasta acá para revisar cómo van nuestras inversiones —informó él con frialdad.
Antonio los miró a los dos y después hizo un gesto de cortesía.
—Quizá sea mejor que te espere en el auto, Elizabeth. ¿Te vas a tardar demasiado?
—No —prometió ella—. Lo siento, Antonio. Iré en cuanto pueda.
Cuando él se hubo retirado Toby quitó la mirada de Dan y la miró a ella.
—¿Puedo hablar contigo un momento en privado antes que te vayas? —la voz de él sonó
extrañamente dura y ella lo miró alarmada.
—Por supuesto.
El la sacó al pasillo y mirando hacia Dan dijo sin sonreír:
—No te haré esperar, Dan.
Dan se encogió de hombros.
Cuando la puerta se cerró, Toby se volvió hacia ella muy enojado.
—Estamos en problemas, Liz. Cometiste un error de traducción y un gran número de transistores
tienen la etiqueta equivocada. Perini está furioso. El me culpa a mí pues es mi departamento.
—Oh, lo siento mucho, Toby —se disculpó ella horrorizada—. Iré a verlo para decirle que fue
por culpa mía.
—¡No seas ridícula! Yo no soy un niño y no necesito ocultarme detrás de ti. Sólo asegúrate de
que no vuelva a ocurrir. No me gusta perder mi puesto por un error que yo no cometí.
Ella le puso la mano sobre el brazo y lo miró ansiosa.
—Toby, de veras lo siento mucho. Quizá deba renunciar. En realidad mi italiano no es muy bueno
y tú lo sabes.
—¡No seas tonta! —exclamó él y después sonrió—. Te perdono por esta vez. Yo también lo
siento. Me exalté demasiado. No debí culparte a ti. Yo te hice venir y me alegro de que lo hayas
hecho.
Ella lo besó en la mejilla de manera impulsiva y él la rodeó en sus brazos. Ella lo miró
sorprendida y se encontró con los ojos cafés de él muy cerca de los suyos. En éstos había una ternura
que la sorprendió.
—Querida Liz —dijo él con suavidad—. Gracias por ser tan tolerante. Acabo de comportarme
como una bestia contigo. ¿Crees que pueda estar celoso de tu admirador latino?
Ella se recargó en él sintiéndose reconfortada por su afecto.
—Toby tonto —habló ella en broma.
El bajó la cabeza y la besó levemente en la boca. Ella se sorprendió demasiado como para
responder o apartarse y se quedó allí de manera pasiva.
La puerta se abrió y Toby miró por encima de la cabeza de ella. El tono de su voz fue alegre y
ligeramente insolente.
—Lo siento, Dan. ¿Te cansaste de esperar? Creo que ya resolvimos nuestro pequeño problema
—él la soltó y le sonrió—. Vete ahora, cariño. Te veré mañana.
Ella asintió y evitó la mirada de Dan. Entonces escuchó como Toby decía:
—Vaya, Dan, esta sí que es una sorpresa. ¿Me estás supervisando?
El restaurante estaba abarrotado pero la comida resultó excelente y la música romántica. Ellos se
sentaron ante una pequeña mesa, bebiendo vino local y hablando en voz baja mientras la música
vibraba en el fondo.
—Te ves muy bonita esta noche —dijo Antonio observando a Elizabeth por encima del borde de
su copa.
Ella le sonrió de manera ausente. Sus pensamientos estaban en tal confusión que se le hacía
difícil comportarse con la menor cortesía. La llegada inesperada de Dan había sido un impacto
demasiado fuerte. Ella no pudo evitar preguntarse por qué habría venido… y qué noticias traía. De
alguna manera le había parecido diferente, más calmado, más ausente, como si ya hubiera aceptado
por completo la ruptura del compromiso. ¿Se sentiría contento de poder casarse con Karen aunque
eso significara tener que abandonar sus planes para obtener el control de la compañía?
Antonio dejó a un lado su copa, se inclinó sobre la mesa y su mano buscó la de ella.
Elizabeth pestañeó y salió de sus pensamientos.
—Querida Elizabeth —habló él con su delicioso acento—. ¿Te molesta que te llame querida? Es
muy bonito. Mi inglés es bueno. Me gusta Inglaterra. Yo viví en Londres durante un año.
—Sí, lo sé —dijo ella dejando que su mano descansara inerte en la de él—. Tú me lo dijiste.
Los ojos de él le acariciaron el rostro.
—Las voces inglesas son muy lentas y frías. Me gusta escucharte hablar. ¿Sucede algo? Esta
noche estás muy callada. Por lo general hablas mucho. ¿Te he ofendido?
Ella sacudió la cabeza.
—Por supuesto que no. Estaba pensando en mi trabajo —aquello era una mentira pero no podía
decirle la verdad.
El se encogió de hombros de manera generosa.
—El trabajo. ¡Demasiado aburrido para una noche como esta!
Ella miró a su alrededor y sonrió.
—Sí, es una noche encantadora, ¿no es así?
El cielo tenía un color morado muy cálido. El aire fresco le acariciaba los brazos y los hombros,
refrescándola después del calor del día.
—¿Te gusta bailar? —le preguntó él—. ¿Por qué no bailamos ahora y tomamos el café después?
Al centro del restaurante había un espacio libre y algunas personas bailaban allí. Liz miró hacia
ellos y dudó un momento, pero después se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
Se pusieron de pie y entraron en la bien iluminada habitación. La mano de Antonio se apoyó con
orgullo sobre el hombro de ella e inclinó su cabeza de manera atenta. Había un espejo detrás del bar,
al otro lado de la habitación. Ella alcanzó a verse a sí misma y a Antonio su acompañante reflejados
en éste. Casi no se reconocía, con la piel bronceada y brillante, su vestido blanco y sencillo.
Entonces sus ojos se abrieron por completo cuando en el espejo vio reflejada una cabeza conocida.
¡Dan! ¿Qué estaba haciendo allí? Ella observó su reflejo con amargura. El se inclinó para encender
un cigarrillo y ella vio que estaba acompañado por Toby quien se lo encendió. ¡Así que Toby había
llevado a Dan hasta allí! El sabía muy bien que ella iba a estar allí esa noche. ¿Por qué lo había
hecho?
El brazo de Antonio se deslizó lentamente por la espalda de ella y le apretó la cintura.
Ella se volvió hacia él y le sonrió.
La música los rodeó y los dientes blancos de Antonio brillaron en contraste con su piel morena.
—Bailas muy bien. Yo también soy buen bailarín.
“Vaya que es modesto”, pensó ella divertida. El notó la sonrisa de ella y sonrió también,
satisfecho consigo mismo.
—¿Estás de acuerdo?
—Sí —aceptó ella con sinceridad—. Bailas muy bien —a ella le pareció que él tenía una cierta
gracia, como un lobo encantador.
Cuando terminó la música caminaron de regreso a su mesa. Toby se puso de pie y saludó con la
mano. Antonio se detuvo y frunció el entrecejo por un momento, entonces sonrió y la miró a ella.
—¡Son tus amigos! ¿Quieres hablar con ellos? Sus ojos suplican.
—No —dijo ella—. Los veo bastante en el trabajo.
Aparentemente Toby leyó sus expresiones ya que hizo para atrás su silla y caminó hacia ellos,
con su habitual sonrisa en el rostro.
—Liz, debes venir y hablar unas palabras con Dan —miró a Antonio sin sonreír—. Siento
interrumpir, pero se trata de un asunto de familia.
Antonio abrió las manos de mala gana.
—¡La familia! Comprendo. Los asuntos de familia son importantes.
El dudó un momento considerando si debería seguirlos. Toby le dio la respuesta cuando le dijo:
—Liz se reunirá con usted más tarde. ¿Por qué no toma una copa mientras espera? —entonces,
antes que el hombre pudiera responder, él la tomó a ella del brazo y la llevó hacia Dan.
Ella murmuró en voz baja:
—¿Qué estás haciendo, Toby? ¿Cómo te atreves?
—Lo siento, amor, pero estaba diciendo la verdad. Dan tiene malas noticias.
El corazón le dio un vuelco. ¿Malas? ¿Se refería Toby al compromiso de Dan con su hermana, o
habría otra cosa?
Dan se puso de pie cuando ellos llegaron junto a él. Toby la empujó a una silla y se sentó él
también. Ella miró a Dan al otro lado de la mesa y trató de demostrar seguridad.
—¿Cuáles son las noticias? —preguntó ella con frialdad.
Dan miró a Toby.
—¿No se lo has dicho?
—No tuve tiempo —respondió Toby.
Dan se volvió hacia ella con una expresión suave en el rostro.
—Se trata de la tía Kate, Liz…
Ella interrumpió, ansiosa:
—¡Lo sabía! Se veía muy frágil la última vez que la vi. ¿Está enferma? El asintió.
—Me temo que sí. Y no hay… esperanzas. Ha estado enferma por meses pero no quería
admitirlo. Ahora tiene que enfrentarse a la realidad, pero todavía cree que se va a curar —su rostro
se contrajo en un gesto de mezcla de dolor y enojo—. Por supuesto que no es así, pero no seré yo
quien se lo diga. Tú y Toby deben regresar a casa. Ustedes querrán verla, pero ella sabe que Toby
vino acá para quedarse un año así que pudiera sospechar algo si él regresa a casa tan pronto.
Tenemos que inventar una buena razón para que ustedes dos vuelen a casa.
—¿Unas vacaciones? —sugirió ella.
El miró a Toby.
—Demasiado irreal —dijo él—. Ella se daría cuenta.
—Nosotros le hemos estado comentando —dijo Toby poniéndole el brazo encima de los
hombros a ella—.Liz, ¿si tú y yo nos comprometiéramos, entonces regresaríamos a casa para darles a
todos la buena noticia, no es así?
Ella se enderezó y el rostro se le llenó de color por el enojó.
—¿Así que ustedes lo estuvieron discutiendo? —Cuestionó ella con trabajo—. ¡Qué bueno! ¿Me
están consultando o ya está todo decidido?
Dan encendió otro cigarrillo. A través del humo los ojos de él se fijaron en ella.
—Tienes otra opción —habló él con sarcasmo—. Toby o yo. La tía Kate es una romántica. Con
mucho gusto ella creería que yo te seguía hasta aquí para convencerte de que cambiaras de parecer y
que te casaras conmigo después de todo.
Ella lo miró y sus ojos verdes lanzaron chispas de hostilidad.
—¿Fingir que estamos comprometidos una vez más? Prefiero morir.
Las oscuras cejas de él se levantaron.
—Melodramático, pero comprendo tu punto. Entonces es Toby —sus labios se retorcieron—. Ya
había pensado que iba a ser así —los ojos azules se burlaron de ella—. ¿Y quién sabe, quizá
descubras que te gusta estar comprometida con él?
Toby se ruborizó.
—Gracias. No hay necesidad de sonar tan dudoso acerca de eso.
Dan ni siquiera miró en dirección a él. Sus ojos tenían cautivos a los de Elizabeth y los dos se
retaban con sus expresiones.
Lentamente ella dijo:
—Me parece que la idea es ridícula. ¿Por qué no nos llevas a casa sin crear toda esta
pantomima? Dile a la tía Kate que sentimos nostalgia, o que estábamos haciendo muy mal nuestra
trabajo.
—Tía Kate no es una tonta—aclaró Dan—. En estos momentos lo que ella necesitaba es sentir
seguridad y confort —sus ojos se habían tornado burlones y había frío en su voz—. ¿Le quieres negar
ese último favor? ¿Acaso tu orgullo es más importante que la felicidad de ella?
Elizabeth levantó la cara, herida por el desprecio que había en la voz de él.
—¡Muy bien, voy a jugar el juego de ustedes! —Le lanzó una mirada larga y fría a él— pero sólo
por tía Kate.
El sonrió de manera irónica.
—Por supuesto, ¿por qué otra razón?
—No me gusta ser manipulada, Dan —aclaró ella—. Yo sé cómo funciona tu mente
maquiavélica. No confío en ti.
Los ojos de él se burlaron de ella otra vez.
—¿No, Liz?
La voz lenta y cálida de él hizo que ella se sintiera débil y mareada. Hacía mucho que él no
utilizaba aquella voz íntima con ella.
Toby se movió, incómodo, mirando a uno y a otra.
—Bueno, ¿entonces ya está decidido? —preguntó él un tanto molesto.
Ella se volvió sorprendida cuando recordó que él estaba allí.
—Sí —tartamudeó—. Así es.
El sonrió y los ojos le bailaron.
—Vaya, vaya, vaya, así que estamos comprometidos —él se inclinó y la besó levemente sobre
los labios. Voy a disfrutar mucho todo esto.

Capítulo 5
El señor Perini se mostró muy interesado cuando escuchó las noticias.
—¿Su tía? ¡Qué triste! Sí, por supuesto que deben irse. Estos asuntos de familia son más
importantes que los negocios —él besó la mano de Elizabeth con un gesto algo exagerado— y
estaremos esperando el momento cuando regresen. Ya nos hemos acostumbrado a ver a nuestra bonita
inglesa. Mis empleados se van a sentir solos cuando no vean esos cabellos rojos cada mañana —sus
ojos negros brillaron y le sonrió a Dan quien estaba parado al fondo—. Ella es muy popular, como
podrá usted ver.
—Me lo puedo imaginar—murmuró Dan.
Elizabeth le lanzó una breve mirada fría. Ella no dejó captar la nota de sarcasmo en la voz de él.
Toby estaba ocupado en su oficina, tratando de adelantar la mayor cantidad de trabajo antes de su
partida, así que Dan se ofreció para llevarla de regreso al edificio donde Toby y ella tenían sus
habitaciones.
Dan ya había reservado los vuelos de regreso. El estaba hospedado en un hotel de lujo, junto al
mar. Al día siguiente muy temprano iban a salir para el aeropuerto, por lo que Elizabeth tenía que
empacar sus cosas aquella misma noche.
—¿Quieres cenar conmigo? —preguntó Dan mientras conducía su auto rentado.
—No —objetó ella a secas—. Tengo mucho que hacer.
El detuvo el auto frente al edificio. Ella se volvió para abrir la puerta. Dan se inclinó y jaló el
picaporte. Sus brazos quedaron encima de ella evitándole la salida.
—¿Hay alguna razón por la cual debamos ser enemigos? —le preguntó él—. Pensaría que soy yo
el afectado, pero tú actúas como si yo te hubiera hecho algo horrible. A menudo he escuchado decir
que la gente nunca puede perdonar a aquellos a quienes han herido, aun cuando estén dispuestos a
perdonar a quienes los hieren a ellos. Supongo que eso se refiere a las mujeres.
Ella lo miró con frialdad a través de sus pestañas.
—Creo que nunca tuvimos mucho que decirnos uno al otro, Dan. Quizá lo pensé cuando estaba
fascinada contigo, pero ahora se que no es así.
El rió de una manera irritante.
—¿Cuándo estabas fascinada conmigo? Estás hablando como un melodrama Victoriano.
—Y tú actúas como uno —dijo ella, furiosa, empujando el brazo de él—. ¿Me puedo bajar?
El apartó el brazo y ella se bajó de inmediato, azotando la puerta. Mientras subía corriendo por
las escaleras ella sintió como el motor arrancaba y alcanzó a ver el auto que se alejaba.
Empacó sus cosas y las dejó encargadas con el gerente del edificio para que se las guardaran
mientras ella estaba ausente. Iba a llevar consigo muy poca ropa y algunos recuerdos que había
comprado para la familia: unos animalitos de cristal para su madre que los coleccionaba, una
bufanda de seda para su padre y un llamativo suéter para Tom. Ella había salido a comprar todo
aquello esa mañana y también había comprado un chai de encaje para la tía Kate.
Se sentó en la cama y lo acarició con sus dedos mientras se preguntaba cuánto tiempo iba a estar
allí la tía Kate para usarlo. Le parecía imposible concebir un mundo en el cual no estuviera presente
la tía Kate para reírse de sus chistes. Para ella las dos familias habían sido casi como una sola pues
casi siempre estaban juntos. Cuando Dan no estaba en su casa ella había estado en la de él y la tía
Kate siempre había estado allí, en el fondo, observándolos mientras jugaban.
Elizabeth se estremeció cuando empacó el chai en una capa de papel de china. ¿Por qué envejecía
la gente? Se sentía como si alguien estuviera caminando por encima de su propia tumba. Un frío
súbito la invadió y ella fue a pararse junto a la ventana para contemplar el tranquilo cielo italiano.
El vuelo resultó cómodo pero hacia el final se encontraron con una tormenta eléctrica y Elizabeth
se puso tensa al ver la luz de los relámpagos tan cerca de ella.
Estaba sentada junto a Toby. El se había quedado dormido poco después del despegue. Había
trabajado hasta muy tarde la noche anterior y se veía pálido y agotado cuando se reunió con ella en el
auto de Dan. Lo miró, esperando que se despertara, pero su rostro tenía la inexpresividad del sueño y
no se movió. Apretó los dientes para poder controlar el pánico que la estaba amenazando.
—No voy a sentir miedo —se dijo con firmeza—, pero aquello era como chillar en la oscuridad.
Las tormentas siempre la habían aterrado.
Entonces Dan se inclinó hacia adelante y la miró. El estaba sentado al otro lado de Toby y había
estado leyendo una revista desde la partida. Sus cejas indicaron una pregunta y sus labios formaron
las palabras:
—¿Estás bien?
Liz trató de sonreír, pero su boca tembló de manera involuntaria.
—Sí —respondió ella.
El extendió una mano por encima del cuerpo inconsciente de Toby. Ella la contempló por un
momento y después puso su propia mano dentro de aquellos dedos morenos y largos con un gesto de
gratitud. Dan le apretó la mano ligeramente, después relajó su propia mano y ella se recostó hacia
atrás cerrando los ojos. El contacto humano hacía más fácil soportar la tormenta.
Ella siempre había odiado volar y sobre todo cuando hacía mal tiempo. Su estómago se estaba
revolviendo como una lavadora y tenía la piel fría y pegajosa.
Entonces, de la misma manera como habían entrado en la tormenta, salieron de ésta y ella retiró
su mano de la de Dan y le dio las gracias con una sonrisa.
El asintió y regresó a su revista. Ella miró a su alrededor y vio a una chica que estaba
observando a Dan con interés y aprobación. Algo en aquel interés hizo que Elizabeth volviera a
mirar a Dan. No era de extrañar que una extraña lo encontrara atractivo. Era ese tipo de hombre,
delgado, seguro y bien parecido.
El levantó la mirada y se encontró con la de ella. Por unos segundos se miraron uno al otro,
directamente y sin ninguna expresión. Entonces Elizabeth miró hacia otra parte.
Había conocido a Dan toda su vida y ahora le resultaba un desconocido, pensó ella mientras
miraba hacia afuera por la ventanilla. ¿Qué pensaba él detrás de aquella máscara? ¿Qué tipo de
hombre era en realidad?
Se dio cuenta de que ella se había confundido cuando se encontró con él a su regreso de Londres
y había tomado al hombre adulto por una versión mayor del muchacho que había bromeado y jugado
con ella de niños. Pero la gente cambia. El niño puede ser el padre del hombre, pero había una gran
diferente entre los dos. La experiencia de toda una vida había separado al muchacho Dan del hombre
con el cual ella se había vuelto a encontrar y de quien se había enamorado locamente.
La tía Kate se encontraba recostada sobre los almohadones y se veía tan pequeña, pálida y frágil
que Elizabeth sintió como si una mano enorme le apretara la garganta. Pero en los ojos de la anciana
todavía se veía la misma preocupación y dulzura cuando ella besó a Elizabeth.
—¡Comprometida con Toby! ¿Tan pronto?—entonces ruborizándose levemente la tía Kate
tartamudeó: —No te estoy criticando, querida. Los jóvenes deben seguir su camino. Pero yo había
esperado que… —ella se interrumpió y suspiró—. Bueno, así está la cosa. Es tu vida después de
todo.
Elizabeth la miró con cariño.
—Te traje un regalo, querida.
—¡Un regalo! —latía Kate pareció encantada—. Eres muy amable, Liz —ella tomó el paquete y
lo miró con ojos iluminados—. ¿Qué podrá ser? —lo apretó con delicadeza y después comenzó a
desenvolverlo con cuidado, enrollando la cinta de seda roja que Elizabeth había utilizado para
amarrarlo.
Elizabeth se sentó en el borde de la cama y la observó con ojos tristes.
—¡Oh! —con un suspiro la tía Kate sacudió los dobleces y alisó el encaje con sus manos
arrugadas—. ¡Es precioso! ¡Voy a parecer una reina con esto!
Elizabeth la ayudó a colocárselo alrededor de sus delgados hombros. Entonces le alcanzó un
espejo de mano y la tía Kate se miró con ojos ansiosos.
—Puedes celebrar esta tarde —le dijo Liz acariciándole la mano—. Toby quiere venir a verte a
la hora del té.
—Deben venir los dos —estuvo de acuerdo la tía Kate—. Eso será muy agradable. Me va a dar
mucho gusto —ella se recostó con un suspiro de alivio como si se cansara de sólo enderezarse por un
momento.
—¿Quieres dormir? —Preguntó Elizabeth—. ¿Deseas que me vaya?
—No, querida, quédate y habla conmigo. Me aburro mucho aquí sola. Tú sabes que Alice está
muy ocupada. En realidad esta casa es demasiado grande. Karen es muy buena, pero ella tiene su
propio trabajo —la tía Kate se acomodó—. Mi madre tenía algunos chales muy bonitos cuando yo
era joven. Venían de la India, tú sabes… de seda con largos remates y qué colores. Uno de ellos era
negro y tenía pavo-reales bordados en rojo y verde. Yo solía mirarlo con envidia.
Elizabeth sonrió.
—Las mujeres llevaban ropas muy bellas durante las épocas victorianas y eduardianas, ¿no es
así?
—¡Muy bellas, querida! ¡No puedes imaginártelo! Pero aunque eran muy bonitas, resultaban muy
incómodas y restringían los movimientos de las personas.
—Uno siempre se imagina a las mujeres paseando con calma, con sombrillas sobre sus cabezas y
guantes blancos… —dijo Elizabeth.
—Las sombrillas. ¡Esa era una moda encantadora! Me pregunto por qué nunca ha vuelto a
aparecer. Mamá tenía uno japonés, confeccionado con seda encerada, con un dragón que le daba la
vuelta. Cuando ella caminaba bajo el sol una podía ver al dragón a través de la seda… como si
estuviera vivo y se moviera—. Los ojos de la tía Kate estaban fijos en la ventana y tenía una
expresión soñadora.
Ella siguió hablando acerca del pasado durante algún tiempo, su voz se fue haciendo cada vez
más soñolienta hasta que por fin dejó de hablar y se quedó muy quieta y los párpados se le cerraron.
Elizabeth le cubrió los hombros con las sábanas, después salió de puntitas de la habitación y
cerró la puerta con mucho cuidado. Cuando bajo al salón se encontró a Dan y a Jonás sentados y
mirándose uno-al otro en silencio. „ Jonás la miró por debajo de su espesas cejas.
—Ah, eres tú Liz, ¿cómo está ella?
—Muy débil —respondió con tristeza.
—Eso lo sé —dijo él con voz irritada—. Me refiero a cómo está ella en sí misma. ¿Está
animada?
—Parece estar muy animada —estuvo de acuerdo Liz—. Estuvo hablando acerca del pasado casi
todo el tiempo.
—¿Qué hay de animado acerca de eso? —rugió él—. Kate siempre fue muy sentimental —se
levantó con algo de dificultad, respirando con fuerza mientras se apoyaba en su bastón—. Bueno, voy
a caminar alrededor del jardín. Debo cuidar mi salud. No tiene caso enfermarme yo también.
Dan se puso de pie.
—¿Quiere que camine con usted, señor?
Jonás se volvió hacia él, enojado.
—¡No, claro que no! ¡Todavía no estoy senil! No necesito una enfermera —miró a Elizabeth—.
Trata de hacer que esta niña tonta vea la realidad. Si ella se casa con ese tonto de Toby, pronto se va
a arrepentir.
Elizabeth se puso tensa pero no respondió. Por encima de sus modales groseros ella podía ver
que la enfermedad de su hermana lo había afectado.
Cuando él salió de la habitación Dan señaló una silla.
—Toby se encuentra en la fábrica esta mañana —informó—. Estará de regreso para la comida.
Será mejor que te quedes.
—Tía Kate se ve muy frágil —dijo ella dejándose caer en una silla.
El asintió.
-Sí.
—Me parece que ella aceptó la historia acerca del compromiso —le comentó ella después de un
silencio—. Al principio parecía un poco sospechosa, pero parece que en realidad sólo estaba
preocupada por ti. Tenía la idea de que tú habías volado a Italia por mí.
—Lo sé—dijo él.
Elizabeth lo miró.
—¿Estás seguro de que ella cree que se va a curar? Ella parece estar viviendo en el pasado,
como si ya hubiera abandonado el presente.
—Ella tiene mucho miedo de morir—aseveró él—. Me lo comentó en una ocasión cuando se
rompió una pierna hace algunos años. Estaba en un estado de pánico. Yo me quedé con ella toda la
noche. No me gustaría volver a verla así otra vez.
—No —estuvo de acuerdo Elizabeth—. Ella es tan gentil y tan bondadosa. Yo siempre la he
querido mucho.
—Ella ocupó el lugar de mi madre en mi vida —comentó él__ Yo le debo mucho más de lo que
jamás pudiera pagarle. Hizo que mi niñez fuera mucho más feliz de lo que pudo haber sido. Jonás fue
muy bueno conmigo, pero no tenía la menor idea de cómo tratar a un niño. El gritaba y amenazaba la
mayor parte del tiempo. Para mí fue una suerte haber tenido a la tía Kate.
Ella lo miró pensativa. Para él debió haber sido bastante triste el haberse quedado sin padre a
una edad tan temprana. Entonces ella no lo conocía. Había entrado en su vida cuando él ya pasaba de
los quince. El ya tenía diez años cuando ella nació. El primer recuerdo que ella tenía de él databa de
su tercer cumpleaños. Ella le había arrojado un pedazo de pastel y él le había hecho una mueca entre
divertido e indulgente.
¿Cómo la recordaría él?, se preguntaba ella. En realidad había sido una relación extraña aquel
lazo entre un quinceañero y una niña muy pequeña. El había sido amigo, protector y enemigo, todo en
uno, siempre a la mano cuando ella necesitaba ayuda y siempre disponible cuando ella quería jugar.
Bajo sus modales a veces burlones siempre había existido un cierto aspecto caballeresco que
emergía cuando ella estaba en problemas. Pero todo aquello había terminado ya hacía bastante
tiempo. ¿Cuándo?, se preguntaba ella. ¿Habría sido cuando él se marchó a la universidad? ¿O cuando
Toby apareció en la escena, con una edad mucho más cercana a la de ella y allí cerca, mientras que
Dan estaba muy lejos?
La comida resultó un evento silencioso. Jonás se encontraba en uno de sus momentos
desagradables, con las cejas fruncidas todo el tiempo. Dan también estaba igualmente ausente y sólo
la tía Alice parecía ser la de siempre.
Alice estaba muy bien conservada para su edad, con los cabellos color café ligeramente grises en
algunos lugares, pero con el cutis todavía lozano y liso. Sus ojos cafés eran tan cálidos como los de
su hijo, pero no tenían el destello de picardía que hacían que los de Toby fueran tan atractivos.
Trató a Elizabeth como siempre lo había hecho, sonriéndole cuando ella le pasó el recipiente de
la ensalada.
Elizabeth sabía que Toby era la fascinación de su madre. Cualquiera que amara a Toby era
bienvenido por Alice Harris y ella no podía saber que aquel compromiso no era más que un truco
para engañar a la tía Kate y darle un poco de tranquilidad.
Elizabeth la ayudó a limpiar después de la comida. La cocina era muy clara y estaba bien
planeada. Dan había insistido en modernizarla pocos años antes y las superficies brillantes y la
pintura amarilla la hacían encantadora y práctica.
—Esta es la cocina más bonita que jamás he visto —le comentó ella a la tía Alice mientras
secaba los platos.
—Dan la diseñó solo —dijo la tía Alice—. Es tan bueno y tan inteligente. Me hizo trabajar aquí
durante media hora mientras me observaba para así poder planear el diseño más funcional. Las
alturas son todas perfectas —ella sonrió mientras miraba a su alrededor—. Y por supuesto que los
colores son muy agradables en las mañanas lluviosas. Una se siente contenta trabajando aquí.
Siempre da la ilusión de un día soleado.
—Dan es un hombre muy capaz —habló Elizabeth de manera un tanto seca.
. La tía Alice la miró sorprendida y Elizabeth se ruborizó. No había querido sonar tan brusca.
—Querida —dijo la tía Alice—. ¿De veras estás segura acerca de Toby? —sus mejillas se
llenaron de color y ella miró a Elizabeth un tanto insegura y como disculpándose—. Quiero decir que
es tan pronto después de… bueno, en realidad, no quiero parecer muy crítica. Yo me sentiré muy
feliz de verte a ti y a Toby casados, pero…
—¿Después de Dan? —Elizabeth la miró a los ojos con franqueza—. Comprendo tus dudas. Te,
prometo una cosa y eso es que… no me casaré con Toby a menos de que esté completamente segura
de que lo amo.
La tía Alice suspiró.
—¿Y todavía no estás segura?
Elizabeth dudó. Aquel compromiso fingido estaba resultando mucho más embarazoso de lo que
ella se lo había imaginado. Cuando Dan y Toby planearon aquel complot, a ellos se les olvidó que la
tía Kate no era la única persona a quien iba a afectar aquella historia. Nada ocurre en el vacío.
—Todavía no estoy segura —respondió ella después de un momento muy largo.
—¿Toby sabe eso? —la tía Alice sonó dura y un tanto molesta.
Elizabeth asintió.
—Oh, sí, él comprende.
—Bueno, pues eso es más de lo que comprendo yo —asentó la tía Alice cerrando de golpe la
puerta de una alacena.
Elizabeth la miró con resentimiento.
—Lo siento. Sé cómo suena todo esto.
—La gente joven jamás deja de sorprenderme —dijo la tía Alice—. Se que no tiene caso pedir
explicaciones. Ni tú ni Toby me dirían la verdad. Pero todo esto me parece muy equivocado.
Elizabeth suspiró.
—Lo siento.
Más tarde con Toby ella trató de explicarle su sensación de incomodidad.
—Tu madre ahora me considera como completamente desconfiable. Me sentí muy mal.
—Oh, ella ya se tranquilizará —dijo él sin darle mucha importancia—. Deja de sentirte tan
miserable, ojos verdes —la sonrisa de él brilló sobre ella—. Lo más importante es que la tía Kate sí
lo creyó. Esta tarde me preguntó si nos íbamos a quedar en Inglaterra por mucho tiempo, que si
vamos a tener una fiesta por el compromiso. A ella parece gustarle mucho la idea… dice que
podemos tener una cuando ella se levante de la cama.
—Oh, no —sollozó Elizabeth muy angustiada—. ¡Pobrecita!
Toby la envolvió con un brazo.
—No llores, querida. Ella parece muy feliz. Creo que nosotros nos estamos preocupando más que
ella.
—Porque ella piensa que se va a recuperar —señaló Elizabeth.
La expresión de él se endureció.
—Sí, supongo que sí. Y en realidad nosotros no podemos quedarnos por mucho tiempo. Tenemos
que regresar a Italia dentro de una semana más o menos. Si no regresamos eso si va a despertar sus
sospechas —él la miró buscando una reacción—. Te das cuenta de que quizá tengamos que seguir
con esta farsa durante algún tiempo.
—Dan piensa que no tardará mucho —suspiró ella—. Los médicos piensan que es un asunto de
pocas semanas.
Permanecieron en silencio por un rato. Karen llegó caminando lentamente y Elizabeth pudo ver la
expresión de miseria que había en el rostro de la chica y que desapareció en cuanto los vio a ellos.
Sonriendo con demasiada intensidad Karen se acercó y dijo:
—¡Hola, Liz! Me da gusto verte otra vez.
Elizabeth le sonrió.
—¿Cómo estás tú?
—Oh, yo estoy muy bien —la voz de Karen resultó un tanto demasiado fuerte, pero miró a
Elizabeth directamente y sin la menor huella del sentimiento que Elizabeth estaba segura existía
debajo de aquella fachada.
Sorprendida y enojada Elizabeth se preguntó por qué Dan estaría jugando así con Karen ahora
que ya estaba libre para casarse con ella.
¿Cuál era el problema? ¿Sería que Dan no deseaba casarse con su prima porque ella no le sería
de mucha utilidad en su carrera? Karen no le iba a proporcionar mucho dinero. Ella no había
heredado una gran cantidad de acciones de Woodhams y no tenía nada que aportar excepto amor.
El desprecio le quemaba el pecho. ¡Qué despreciable era y cómo la había engañado!
Ella miró directamente a Karen y vio las sombras reveladoras debajo de los ojos de ella, así
como el vacío en sus mejillas. Karen había perdido bastante peso, pensó ella. Se veía muy diferente
a la chica regordeta y sonriente que ella había visto con Dan la última vez. Sus manos se veían
delgadas y delicadas, su cintura muy pequeña. Pero a pesar de su aspecto, Karen tenía una nueva
belleza. Su figura delgada la hacía verse mucho más impactante.
—¿Cómo está Tom? —le preguntó Karen de pronto.
Elizabeth parpadeó.
—Oh, él está muy bien —ella miró a la otra chica con curiosidad—. ¿No lo has visto en la
fábrica?
Karen se ruborizó.
—No —respondió ella a secas.
Elizabeth se quedó intrigada por un momento pero después comprendió. Por supuesto que Karen
era demasiado culpable como para visitar a la familia de una chica a quien ella había desplazado.
¡Pobre Karen! Su amor secreto por Dan le había hecho mucho daño. Era obvio que aquello le pesaba
en la conciencia, haciendo que se sintiera nerviosa e infeliz. ¿Cómo pudo Dan permitir que aquello
sucediera?
Toby se alejó para admirar unos crisantemos cuyos colores óxido y bronce se mezclaban
armoniosamente en los bordes.
Kate observó de lado a Elizabeth.
—Liz, yo… hay algo que he querido decirte pero que, no he tenido el valor de hacerlo.
Elizabeth sintió que la garganta se le apretaba. ¡Había llegado el momento! Por fin Karen le iba a
decir la verdad. Sintió un dolor fuerte y en seguida una sensación de alivio. Cualquier cosa era mejor
que la incertidumbre. Aquella tortura de la sospecha y la desconfianza era devastadora
emocionalmente.
—¿Sí, Karen? —preguntó ella con dulzura, asintiendo con la cabeza como para darle valor.
Karen temblaba de una manera visible y los dedos los movía tanto que tuvo que entrelazarlos
sobre el regazo.
—Yo… se trata de un problema personal y no estaba segura de cómo ibas a reaccionar tú —por
un momento ella fijó la mirada en la de Elizabeth pero de inmediato la apartó una vez más—. Tú
estás segura de ti misma, eres tan segura y tienes tanta confianza. Tú y Dan… —la voz se le quebró y
por un momento ella permaneció allí, sentada, sin decir nada.
Elizabeth le puso una mano sobre el brazo.
—Continúa —la animó ella—. ¿Dan y yo?
—Ustedes… ustedes eran tan parecidos, tan buenos para manejar sus vidas —Karen sonrió con
amargura— mientras que yo soy tímida y más bien tonta. Hasta logré hacer un desastre al
enamorarme… —ella volvió a interrumpirse, mordiéndose el labio. Entonces dijo muy rápido y casi
sin respirar—: Eso es. Quiero decir que eso es lo que yo quiero que sepas. Cuando rompiste tu
compromiso con Dan, no podías saber lo que eso significaba para mí… por supuesto que siento que
te haya ocurrido a ti. Yo no estaba siendo egoísta, Liz, pero si supieras el alivio que eso fue para mí.
Con calma Elizabeth dijo:
—¿Sí, Karen?
La otra chica rió de una manera cortada y molesta.
—Suena egoísta de la manera como lo estoy diciendo y en realidad sentí mucha pena por ti. Pero
me hizo sentir menos inadecuada. Hasta tú podías cometer un error, así que entonces yo no tenía por
que sentirme tan inútil —ella miró suplicante a Elizabeth—. ¿Te parezco terriblemente dura y
egoísta?
—Por supuesto que no —asintió Elizabeth—. ¡Simplemente humana! Además estabas equivocada
a cerca de mí de todos modos. Creo que por lo general tendemos a pensar que las demás personas
son más eficientes que nosotros porque no podemos ver debajo de la fachada que nos muestran. Ellos
representan un papel y nosotros nos lo creemos.
—¿Era una representación? —Kate la miró con duda—. ¿Tu aire de confianza siempre fue
fingido, Liz?
—La mayor parte del tiempo.
—Pero no puedo imaginarte a ti tan llena de dudas como me encuentro yo —los ojos de Karen
estaban muy abiertos—. Ser gorda hace que te sientas muy insegura de ti misma.
—Pues ciertamente ya no estás gorda ahora —comentó Elizabeth riendo—. Te ves muy delgada y
elegante. Lo estaba notando hace unos momentos. ¿Has estado a dieta?
Karen hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No —ella miró si figura con un aire de sorpresa— pero sí estoy mucho más delgada.
Elizabeth la contempló por un momento y después cuestionó:
—¿Y me vas a hablar acerca de él?
Karen se ruborizó intensamente.
—¿El?—preguntó ella.
Elizabeth la miró un tanto burlona.
—Del hombre del que estás enamorada, por supuesto.
Detrás de ella escucharon la voz de Dan quien le hablaba a Toby. El había salido de la casa sin
que ninguna de las dos se diera cuenta.
Karen le lanzó una mirada nerviosa.
—Oh, no —se dirigió ella muy rápido a Elizabeth—. No puedo… no a ti.
—¿Por qué no? —Le preguntó Elizabeth con frialdad—. Pensé que eso era lo que pensabas
hacer. Ibas a hablarme acerca de él, ¿no es así?
Karen se mordió el labio.
—Me olvidé que… Además era una idea tonta. ¡Tú eres la última persona con la cual puedo
hablar!
Ella se puso de pie de un salto y entró en la casa sin decir otra palabra.
Capítulo 6

¿Por qué Kate sigue insistiendo en la idea de una fiesta de compromiso? —inquirió Jonás,
irritado—. Cualquiera pensaría que es ella quien se va a casar.
—Ciertamente tiene la idea muy metida en la cabeza —estuvo de acuerdo Elizabeth y suspiró—
pero si eso la hace feliz entonces supongo que podríamos hacer algo al respecto. .
—No —dijo Dan de manera cortante—. Ni pensarlo. No queremos que la noticia de este
compromiso vaya más allá de la familia.
Jonas lo miró sin comprender.
—Hmm, ¿porqué es eso?
—Sí —apoyó Toby entrando en la habitación y sentándose en el brazo de la silla de Elizabeth
con una sonrisa—. ¿Por qué?
Dan se enfrentó a los ojos saltarines de Toby con una mirada fría. Su voz sonó hostil.
—Tú sabes perfectamente por qué.
—Yo no lo sé —indicó Jonás—. ¡Díganmelo!
Hubo un silencio. Elizabeth, con el rostro pálido y muy enojada interrumpió:
—¡Porque todo es una farsa!
Jonás se rió.
—¡Por Dios! ¿Tú lo dices?
Ella lo miró interrogante. Los ojos de él brillaron.
—Tú lo sabías —acusó ella.
—Lo sospechaba —estuvo de acuerdo Jonás, inclinando la cabeza—. Había algo como de
movimiento escénico acerca de todo el asunto. Eso de que de pronto Dan se fuera a Italia y volviera
con ustedes dos y con una rara historia acerca de un compromiso matrimonial.
—¿No se lo irás a decir a la tía Kate? —preguntó alarmada.
Jonás pareció ofendido.
—¡Por supuesto que no! ¿Pero cuál es la razón detrás de todo esto? —preguntó y miró a Dan.
—Tenía que traerlos de regreso —explicó Dan—. No podía dejar que la tía Kate muriera sin
verlos otra vez, pero si ellos se apresuraban a regresar demasiado pronto ella iba a comprender que
su enfermedad es más grave de lo que ella piensa.
—Para empezar no debiste enviar a Toby a Italia —le hizo notar Jonás.
—Cuando tomé esa decisión no sabía que la tía Kate estaba tan enferma. Cuando lo supe ya era
demasiado tarde para cambiar los planes —su voz se detuvo de pronto y frunció el entrecejo como si
estuviera guardando algo.
—¿Qué cosa los hizo inventar ese compromiso falso? —demandó Jonás.
Dan miró a Elizabeth, con una sonrisa de burla en su boca.
—Nos pareció una buena idea en aquel momento. Por lo menos le ha dado a la tía Kate algo en
que pensar para que quite su mente de cosas más oscuras.
—Todos tenemos que morir —comentó Jonás—. Kate tiene que enfrentarse a eso. No tiene caso
huir de la verdad.
—¿Cómo puedes ser tan duro? —Explotó Elizabeth—..El que tú seas lo suficientemente fuerte
como para soportar la verdad no te da el derecho a criticarla. Algunas personas son más vulnerables
que otras y a menudo eso las hacer ser más humanas.
Jonás pareció muy divertido.
—¿Ese dardo está dirigido a mí o a Dan?
Ella se ruborizó pues se dio cuenta de que había dicho más de lo que debía. . —Es sólo una
generalización, pero si la camisa queda…
Toby rió.
—Tú te lo buscaste, Jonás. ‘
Los viejos ojos lo miraron enojados.
—¡Cállate, muchacho! Te has comportado como un completo irresponsable. Tú no tenías derecho
de robarle la chica a Dan mientras él estaba de espaldas.
Toby se ruborizó y miró al viejo con enojo.
—Espera un momento… —comenzó a decir acalorado.
Dan se puso de pie y exigió con voz fría e incisiva:
—¡Basta! Los pleitos de familia no van a ayudar a la tía Kate. Mientras debemos brindarle
tranquilidad. Quizá ella sea débil y poco realista como tú dices, Jonás, pero todos la queremos
mucho, según creo —sus ojos azules y fríos pasaron de un rostro a otro con una ceja levantada como
preguntando.
—Si —asintió Elizabeth con vergüenza—. Estoy de acuerdo con Dan. La tía Kate es lo más
importante.
—Muy bien —aceptó Jonás—. ¿Entonces, qué hay de la fiesta de compromiso? ¿Cómo la van a
desalentar?
Elizabeth lo miró sin expresión.
—No lo vamos a intentar —dijo Dan—. Le vamos a decir que vamos a dar esa fiesta.
Organizaremos una fiesta familiar aquí abajo. Ella escuchará la música y las voces y eso la hará
feliz.
Jonas rezongó.
—Hagan lo que quieran. Yo me lavo las manos de todo ese asunto tan ridículo —se puso de pie
—. Dame el brazo, Toby. Voy a dar una vuelta por el jardín.
Toby lo obedeció y lo ayudó a caminar hacia la puerta. El llegar junto a ésta Jonás se volvió y
miró a Elizabeth por debajo .de sus cejas.
—La tía Kate se hubiera sentido más feliz si te hubieras casado con Dan. Eres una tonta,
muchachita, una niña tonta.
Después que él se fue hubo un largo silencio. Elizabeth se revolvió incómoda en su asiento,
preguntándose qué estaría pensando Dan.
Por fin levantó la mirada y vio que él tenía los ojos fijos en la ventana. Parecía estar
reflexionando y no darse cuenta de que ella estaba allí.
—¿Qué te estaba diciendo Karen ayer? —preguntó de pronto, dándose la vuelta para enfrentarse
a ella.
Elizabeth sintió que las mejillas se le calentaban.
—¿Karen? —tartamudeó ella, tratando de pensar en una respuesta.
—Sí —repitió él—, Karen —los ojos fríos y azules de pronto se llenaron de interés—. Ustedes
dos estaban en medio de grandes confidencias cuando las vi. ¿Te estaba ella contando la historia de
su vida, o eras tú quien se estaba confesando con ella?
—Ella estaba hablando acerca de un asunto privado —respondió, mirándolo a él directamente
con un gesto de disgusto.
El esperó y como ella no dijo nada más, él se inclinó y comentó:
—Las dos se veían muy sospechosas.
—¿De veras? —ella trató de mantener la voz y la cara inexpresivas.
—Karen ha estado muy preocupada por la tía Kate —habló él después de una larga pausa—. Ella
siempre la ha querido mucho y me temo que descubrió lo enferma que está la tía Kate mucho antes
que todos nosotros. El doctor Flint se lo dijo —una expresión de tristeza le cruzó el rostro y se quedó
mirando hacia la nada.
Elizabeth sólo conocía al galeno de nombre. A sus padres no les gustaba. El era joven, imperioso
y un tanto brusco. Su padre siempre decía que no tenía modales para con los enfermos. El Dr. Flint
era demasiado moderno como para considerar que eso tenía importancia.
—Me sorprende que el Doctor no haya sido sincero con la tía Kate —dijo ella ahora—. Mi
padre dice que él es demasiado directo cuando trata con los pacientes. Tiene fama de ser demasiado
agudo y altanero.
—El puede ser demasiado sincero —estuvo de acuerdo Dan— pero no con ancianitas como la tía
Kate. Me sorprendió la manera tan delicada como la trató. Fue él quien me dijo que la dejara seguir
teniendo esperanzas. Me comentó que la esperanza era la única medicina que le quedaba a ella.
—Eso suena muy comprensivo y humano —comentó Elizabeth en voz baja—. Quizá su reputación
no le hace justicia. Por supuesto que mi padre resulta anticuado en su concepto de cómo debe de ser
un médico. El prefiere los buenos modales y una cierta cantidad de azúcar para endulzar la píldora.
—Yo no siento ningún cariño por Flint—asentó Dan un tanto tenso—. No me simpatiza ese
hombre.
Elizabeth lo miró sorprendida.
—¿No? ¿Por qué no?
Dan dudó un momento.
—Por razones personales —respondió él de manera cortante.
Aquella noche Elizabeth se ofreció para recoger y lavar los trastes y preparar el café mientras
que la tía Alice acompañaba a la tía Kate, arriba. Por el momento ella estaba tomando todas sus
comidas en Whitebriars para que la tía Alice pudiera alejarse por algunos momentos de la habitación
de la enferma.
Dan entró en la cocina para ayudarla y cuando terminó se recargó en la pared y la observó cómo
preparaba el café.
A ella le resultó difícil concentrarse sintiendo la mirada burlona de él. Se veía demasiado
atractivo.
Ella acababa de colocar las tazas sobre la bandeja y estaba a punto de llevar todo el salón
cuando Dan se movió con rapidez y la interceptó. Liz levantó la mirada, sorprendida y se encontró
con el rostro de él a pocos centímetros del de ella.
Los ojos de él resultaban burlones.
—Liz encantadora—murmuró él—. ¿Sabes lo que me haces? —Ella se estremeció cuando la
boca de él le recorrió el cuello—. ¡Mi encantadora y deseable pelirroja!
Puso su mano sobre el pecho de él para alejarlo.
—¡Déjame, Dan! ¿Qué crees que haces?
El rió y deslizó su mano alrededor de la cintura de ella y la mantuvo prisionera, apretada entre su
cuerpo y la puerta de una alacena.
—Lo que debí de haber hecho hace mucho tiempo —contestó él con voz cálida que la hizo
sentirse llena de amor y deseo por un momento terrible.
Entonces ella recordó a Karen y sus ojos se tornaron agresivos.
—¡Déjame ir o te doy una patada!
El se acercó más, la luz de sus ojos azules la cegó. Se encontró mirando directamente la boca de
él y comprendió que si permanecía un instante más en sus brazos, sus rodillas iban a ceder.
La punta del pie lo alcanzó en el tobillo y él bajó los brazos y se quejó. Ella se apartó y tomando
la azucarera la colocó sobre la bandeja.
—¡Bestia! —Gritó él detrás de ella—. Debí de haber sabido que ibas a hacer exactamente lo que
habías dicho. ¿Cuántas veces me has atacado de manera inmisericorde en el pasado? Tan pronto
como pudiste caminar te lanzaste sobre mí como un pequeño ejército.
—Te mereces cada bofetada —dijo ella echando la cabeza hacia atrás.
—Pero de todas maneras tú no me engañas, Liz. Querías que yo te besara. Estabas temblando
como una hoja.
Ella sintió deseos de patearlo otra vez, pero con voz fría dijo:
—Tu desfachatez es apabullante. Si estaba temblando era de pura rabia.
El se robó un cubito de azúcar, lo mordisqueó y una sonrisa de diversión apareció en su boca.
—¿De veras?
—Sí —le respondió de la manera más incisiva que pudo—. Puedes tacharme de tu lista, Dan. No
tengo la menor intención de coquetear contigo en los rincones.
Los ojos azules se helaron.
—Estás tomando una posición muy virtuosa, Liz. Perdóname si se me hace un poco sospechosa.
Estos principios morales tuyos no impidieron que coquetearas con Toby mientras estabas
comprometida conmigo, ¿no es así?
—¿Y qué hay de ti? —lo acusó ella.
—¿Yo?—pareció desconcertado.
—¡Sí, tú! —La voz de ella sonó muy enojada—. Parece que piensas que las reglas se hicieron
para las demás personas, pero no para ti.
—¿De qué rayos estás hablando?
Ella se contuvo mordiéndose el labio y se dio la vuelta. Tomó la bandeja y caminó hacia la
puerta.
—Olvídalo, no tiene importancia. No vale la pena perder el tiempo contigo.
El caminó hacia ella, pero cuando ella se dio la vuelta alarmada por la mirada de él, en ese
momento Toby abrió la puerta.
—¿Qué sucede? —preguntó.
Dan pasó junto a ellos sin decir una palabra y Elizabeth se relajó.
—Nada, Toby —habló ella con un suspiro.
Al día siguiente ella se fue en su auto hasta la aldea para comprar algunos comestibles para la tía
Alice y algunas otras cosas que su madre necesitaba.
La señora Bembridge, la dueña de la tienda, le hizo muchas preguntas acerca de la tía Kate, de
Toby y de Dan. Era obvio que las noticias acerca del fingido compromiso ya se habían filtrado hacia
afuera, pero que la señora Bembridge todavía no estaba lo suficientemente segura como para hacer
una pregunta directa. Las miradas llenas de curiosidad de ella hicieron que Elizabeth se sintiera muy
apenada.
Le fastidió tanto que al final ella interrumpió sus compras y se alejó sin haber adquirido todos los
encargos.
Al salir corriendo de la tienda de manera descuidada tropezó con un joven bastante corpulento
que hizo que las bolsas rodaran por el pavimento. Los huevos y los tomates se estrellaron y una
botella de juego de tomate rodó lentamente hacia el camino.
—¡Dios mío! —Murmuró el hombre y se agachó para ayudarla a recoger las cosas—. Lo siento
mucho—se disculpó él— mientras le alcanzaba el jugo.
—Yo tuve la culpa —aceptó ella a secas—. No miré el camino. Ella lo miró y le pareció
reconocerlo—. ¿Usted es el doctor Flint, no es así?
El asintió. De pronto una sonrisa iluminó sus facciones más bien duras.
—Y usted es Elizabeth Seaton. Ya la había visto por aquí.
Ella se puso de pie, sosteniendo sus bolsas una vez más. El observó los huevos y tomates sobre
el pavimento.
—No hay la menor posibilidad de recuperar esos —comentó apenado pero con una leve sonrisa
—. ¿Me permite reponérselos?
—No, gracias —contestó con firmeza—. En realidad no es necesario. Sólo dos huevos se
rompieron y llevo varias docenas aquí.
—Bueno, por lo menos permítame acompañarla a su auto —caminaron a lo largo de la calle hasta
donde ella había dejado su auto.
—¿Cómo se encuentra la señorita Woodham? —le preguntó él cuando se detuvieron junto al auto.
—Está muy bien —respondió como lo había dicho ya media docena de veces aquel día.
Entonces ella vio la extraña mirada en los ojos de él y comprendió que aquella respuesta vaga
que había estado utilizando todo el día no funcionaba con él.
—Lo siento —se disculpó ella de inmediato—. Se me había olvidado… que usted sabe la
verdad. Creo que la tía Kate está mucho más débil. Se siente contenta, pero cada día se ve más y más
etérea.
El asintió.
—Sí. Yo la vi ayer. Ahora ya no puede haber cambios, pero yo me refiero a su estado mental.
Parecer estar mucho más contenta desde que ustedes regresaron de Italia. Ayer habló todo el tiempo
acerca de la fiesta de compromiso.
Elizabeth se mordió el labio.
—¿De veras? ¡Caramba!
El levantó una ceja con curiosidad.
—¿Pasa algo?
—No, no —respondió Elizabeth de inmediato.
Pareció satisfecho con aquella respuesta.
—¿Cómo está Karen? —preguntó él—. Hace algún tiempo que no la veo. La vi desde lejos hace
una semana y se veía bastante apagada.
—Quizá la enfermedad de la tía Kate la esté preocupando —comentó ella.
El hizo un gesto.
—Sí, me temo que fue un error de mi parte el haberle dicho la verdad a Karen —él dudó un
momento—. Nosotros… yo… en un tiempo Karen y yo fuimos buenos amigos. Me temo que pequé en
contra de la ética médica al decirle a Karen qué tan seria era la enfermedad de su tía.
—Supongo que Dan se lo habría dicho de todas maneras —comentó Elizabeth.
El doctor Flint sacudió la cabeza.
—No, aparentemente no. Dan me dijo que Karen era la última persona en la cual yo debí de
haber confiado… es demasiado vulnerable como-su tía. La noticia la afectó mucho.
“Dan se está comportando de manera protectora”, pensó Elizabeth con amargura. “Karen debe
importarle mucho para que se preocupe por ella de esa manera”.
El doctor Flint continuó diciendo con calma:
—Casi no he visto a Karen desde entonces —y se ruborizó cuando Elizabeth lo miró
directamente—. Yo… solía disfrutar de su compañía.
“¡Dios mío!”, pensó Elizabeth. “¡Que enredo! Es obvio que el doctor Flint está interesado en
Karen y que no sospecha que Karen ama a Dan”.
“Ahora comprendo por qué Dan frunció en entrecejo cuando se mencionó el nombre del galeno”
pensó ella. “Por supuesto que el tenía que ser sensible a las atenciones que cualquier otro hombre
pudiera prestarle a Karen. ¿Estaría celoso?”
Puso las compras en la parte de atrás del auto y abrió la puerta.
—¿Puedo llevarlo a alguna parte, doctor? —preguntó con una sonrisa.
El sacudió la cabeza.
—No, gracias, tengo mi propio auto. ¿Quizá la vuelva a ver cuando visite a la señorita
Woodham?
Se subió al auto.
—Sí —le dijo ella—. Estoy pasando mucho tiempo en Whitebriars ahora que la tía Kate me
necesita.
Condujo despacio de regreso con la mente preocupada. Ella no había permitido los avances de
Dan la noche anterior, pero el recuerdo de aquello le seguía viniendo a la memoria, haciendo que se
ruborizara a cada rato.
“Es típico de un hombre el querer tener su pastel y comérselo” pensó ella enojada. “Supongo que
él esperaba que yo me sintiera halagada. ¡Pues que lo piense una vez más!”
Parecía que un hombre no necesitaba estar enamorado para poder disfrutar hacer el amor. Eso la
había desconcertado a menudo, sobre todo en el pasado, cuando era más joven y se encontraba sola
en Londres, lejos de su casa. Cada joven que la sacaba una noche parecía esperar que se lo pagaran
con amor. Varios la habían acusado de frigidez, cuando ella congelaba sus proposiciones. Ella había
llegado a pensar si sería cierto ya que había sentido muy poco placer al recibir caricias sin
significado de parte de un conocido.
Entonces había regresado a casa, se había enamorado de Dan y su primer beso lo había aclarado
todo, Todo su cuerpo había parecido despertar. Se había sentido falta de aire e increíblemente feliz.
Al responder con pasión había comprendido por qué había deseado esperar hasta estar realmente
enamorada.
Todavía no había cambiado de opinión. El amor era demasiado importante como para ser puesto
a un lado por una moneda falsa. ¡Era por eso por lo que ella se había sentido tan enojada y humillada
la noche anterior cuando Dan la beso! El le había estado ofreciendo un amor falso mientras guardaba
sus verdaderas emociones para otra chica.
Aquello había sido un insulto. Y lo peor era que su cuerpo traicionero había reaccionado con
gusto. Afortunadamente ella había conservado suficiente control. Se hubiera muerto de vergüenza si
hubiera traicionado sus verdaderas emociones. Su primer estremecimiento instintivo al contacto con
él había sido suficientemente provocador y sus mejillas ardían de enojo al recordar las palabras de
él.
El engreimiento de aquel hombre no tenía nombre. Ella sintió pena por Karen, quien lo amaba
tanto que la estaba haciendo sentirse mal. ¿Por qué Dan no abandonaba sus ambiciones y se casaba
con la chica?
Elizabeth se detuvo delante de su casa y miró por la ventana la sombra fresca de los árboles del
jardín.
“Ojalá Dan se apresurara a casarse con Karen para entonces poder sentirme libre y olvidarme de
él”, pensó ella.
Su madre se encontraba ocupada en su dormitorio cuando ella entró en la casa. Se escuchaba el
sonido de la aspiradora y la señora Seaton se volvió sorprendida cuando Elizabeth la llamó.
—¡Hola, querida! ¿Conseguiste todo?
Elizabeth se disculpó.
—Ya no podía soportar más preguntas curiosas así que me retiré. Mañana compraré lo demás.
—La vida en una aldea es muy restrictiva —dijo la señora Seaton con una mueca—. A la gente le
gusta saber todos los detalles acerca de la vida de sus vecinos. Por eso odio vivir en el campo.
—Por primera vez me siento inclinada a estar de acuerdo con usted —comentó Elizabeth—.
También me encontré con el doctor Flint. Me pareció bastante agradable.
La señora Seaton hizo un ruido.
—¿Agradable? ¡Es abominable! Vino a verme una vez cuando yo padecía de migraña y se portó
muy grosero. Parece que pensó que yo era una mujer tonta que siempre está exagerando las cosas.
Todos estos médicos jóvenes de mal carácter son iguales… se creen que lo saben todo.
Elizabeth le sonrió para calmarla. Se sintió divertida ante aquello y su opinión acerca del galeno
volvió a mejorar. Su madre siempre sufría un dolor de cabeza cada vez que alguien hacía algo con lo
que ella no estaba de acuerdo. Era una de sus armas en contra de su esposo y sus dos hijos. Elizabeth
era demasiado inteligente como para dejar que alguna de aquellas ideas se reflejara en su rostro. Ella
quería a su madre, pero eso no evitaba que ella comprendiera los motivos extraños que a veces
motivaban el comportamiento de la señora Seaton.
—Parece ser que al doctor Flint le faltan modales—habló ella con calma.
—¿Modales? ¡Tiene los modales de un hipopótamo!
Elizabeth rió pero se detuvo de inmediato cuando su madre la miró.
—Sí —dijo ella—. Estoy de acuerdo en que es demasiado directo.
—Querrás decir grosero —intervino la señora Seaton.
Aquella tarde Elizabeth sintió que necesitaba tiempo para estar sola y pensar. Dio un paseo por
el campo siguiendo a lo largo de los senderos que bordeaban los terrenos donde hasta hace poco
habían crecido el centeno y la avena.
Se lamentó al ver huellas de nidos abandonados. Cada año la quema del rastrojo significaba la
muerte de muchas criaturas pequeñas. Ratones, pájaros e insectos, todos morían en el holocausto y a
menudo los setos también resultaban quemados.
Su humor era más bien pesimista cuando entró en un campo bajo, cerca del camino. Se detuvo
cuando escuchó un ruido extraño y entonces salió corriendo cuando se dio cuenta de lo que era. Dos
niños pequeños, de espaldas a ella, estaban pateando a un perrito que gritaba junto a la cerca.
Elizabeth llegó junto a ellos antes que se dieran cuenta de su llegada y con sendos manotazos los
hizo gritar a ellos de dolor.
—¿Por qué hace eso? —preguntó uno de ellos.
Ella le lanzó una mirada fiera.
—¡Pequeña bestia despiadada! ¡Haciéndole daño a un animalito indefenso! Te mereces mucho
más que eso. Debería llevarte con tus padres y demandar que te azoten.
El más pequeño de los dos comenzó a llorar, pero el mayor con una mirada de hostilidad dijo:
—A ellos no les importa. Dijeron que no podíamos quedarnos con el perrito porque es
demasiado trabajo. Ellos no lo quieren.
Elizabeth lo miró sorprendida.
—¿Me quieres decir que ellos les dijeron que abandonaran al cachorrito?
—Sí—respondió de mala manera—. Ellos nos dijeron que nos deshiciéramos de él. Que no les
importaba cómo… porque era una molestia.
—¿De dónde vino el perrito? —demandó ella.
—Alguien me lo regaló en la escuela —respondió el niño.
Elizabeth sintió que el enojo la hacía arder por dentro. ¡Aquello era una negligencia criminal!
Dejó ir a los niños y se agachó para recoger al animalito, acurrucándolo contra su pecho.
—Yo cuidaré de él —aseguró ella.
Los niños la miraron fijamente.
—¿Qué va a hacer con él? ¿Ahogarlo? —preguntó el niño más pequeño con voz temblorosa.
—No —respondió ella indignada—. Me voy a quedar con él. Además ustedes no merecen tener
un perrito. Son crueles y poco cariñosos. Si vuelvo a verlos haciendo algo así los voy a reportar a la
policía. Eso va contra la ley.
Los niños intercambiaron una mirada y después se alejaron corriendo. Elizabeth salió al camino y
comenzó a caminar, acariciando al cachorrito. Este estaba temblando y sus ojos cafés daban vueltas y
vueltas.
—Pobrecito —le dijo ella para calmarlo—. Ahora ya estás a salvo. Yo no te voy a hacer daño.
Un poco más tarde Toby detuvo su auto junto a ella y le sonrió cuando ella se subió.
—Vine a buscarte, mi amor. ¡Te extrañé! —Declaró él y después vio al perrito—. ¿Dónde
encontraste eso? —ella se lo explicó y él se mostró enojado—. ¡Pequeños monstruos!
—Ellos siguen el ejemplo de los padres —comentó ella. ‘
—¿Y qué vas a hacer con él? —preguntó Toby.
—Supongo que conservarlo —dijo Liz dándole un beso al animalito sobre la cabeza.
Toby sonrió con indulgencia.
—Tienes demasiado buen corazón —siguió conduciendo por un rato y después la miró—. A
propósito, hoy me felicitaron por el compromiso. Me temo que la noticia ya se difundió.
—Lo sé —dijo ella—. Cuando estuve en al aldea me di cuenta de que algún tipo de rumor anda
circulando.
—Supongo que lo han de encontrar fascinante. Una especie de juego de matrimonio en el cual las
parejas cambian a cada rato.
Liz se ruborizó. - —¡Cállate! ¡Suena espantoso!
—Enfréntate a la realidad, Liz. Así es como la gente lo va a ver. ¡Primero Dan y ahora yo! Y
cuando tú rompas nuestro compromiso eso va a hacer que todos se revuelquen de la risa.
—Lo sé. Fue una idea tonta —gruñó ella—.Decir mentiras siempre trae consecuencias
desastrosas, cualquiera que sea el motivo.
—Mira, aférrate al motivo —convino él— eso es lo importante. Lo hicimos por la tía Kate y dio
resultado. Ella se siente tan feliz como un conejo en su madriguera allá arriba en su habitación,
planeando nuestra fiesta de compromiso y sin sospechar por qué regresamos a casa con tanta prisa.
Elizabeth suspiró.
—Sí, lo se.
El la miró con el entrecejo fruncido.
—Se que es duro para ti, querida. Sobre todo con Dan junto a ti todo el tiempo.
El rostro de ella se puso tenso. No respondió. Toby la observó por el rabillo del ojo.
—¿Qué estaba haciendo Dan anoche en la cocina? ¿Todavía anda tras de ti? Te dije que era un
hombre peligroso. Dan es como un perro bulldog. Jamás suelta la presa una vez que logra clavarle
los dientes. Eso es lo que lo hace tener tanto éxito. En los negocios esa actitud de no rendirse paga
muy buenos dividendos.
—Tampoco resulta tan mala en el amor —confesó ella con amargura.
Los ojos de Toby se cerraron.
—Entonces él te estaba abordando. ¡Me gustaría romperle el cuello! ¿Por qué no te deja sola? —
él la miró—. Me encantaría conocer la verdadera razón por la cual tú rompiste el compromiso,
querida. Tengo la sospecha de que todavía encuentras atractivo a Dan. ¿Y si es así… por qué?
Elizabeth cerró los ojos, cansada.
—Por favor, Toby, no averigües —pidió ella—. Estoy muy cansada.
El se encogió de hombros.
—Como quieras.
Después de un silencio, él preguntó:
—Te has fijado en Karen últimamente. Parece enferma. Yo traté de hacerle algunas preguntas y
obtuve la misma respuesta —le sonrió a Elizabeth—. Debe ser mi responsabilidad. La gente me hace
a un lado siempre que trato de ayudarlos.
Ella le sonrió con afecto.
—¡Tonto! Karen te quiere mucho. Supongo que ella siente igual que yo que algunas cosas son
demasiado complicadas como para hablar acerca de ellas.
—¿Tú sientes cariño por mí, Elizabeth? —preguntó él con delicadeza, mirando directamente al
camino adelante.
Ella lo miró sorprendida.
—¡Claro, por supuesto que sí, loco! Siempre ha sido así.
Un toque de color apareció en las mejillas de él y se volvió para mirarla.
—Ojalá yo supiera lo que quieres decir con eso —dijo él—. Yo… yo te encuentro muy atractiva,
Liz.
Ella se quedó demasiado sorprendida como para poder responder por un momento.
—¡Toby! —ella miró por la ventana hacia el verdor del campo. Una pequeña parvada de
gorriones voló por debajo de las ruedas cuando ellos avanzaron evitando la muerte por pocos
centímetros.
—¡No hay respuesta! —preguntó Toby con voz suave.
Ella se volvió lentamente para verlo.
—No se qué decir, Toby… yo… simplemente no sabía.
—¿Quieres pensarlo? —le preguntó él tentativamente—. No espero una respuesta llena de éxtasis
ahora mismo. Simplemente deja que la idea de mí se sume en tu subconsciente —la expresión de él
era medio de esperanza y medio de auto burla—. Quizá llegue a gustarte.
—Ojalá yo pudiera… creer eso —habló ella de pronto—. De veras me gustaría poder amarte,
Toby. Eres muy bueno y serías muy bueno para amar.
El hizo un gesto.
—No lo digas así, amor. Eso es pensar de manera negativa. Todos los días cuando te despiertes
dite a ti misma: Toby es adorable. Yo puedo amar a Toby —le guiñó un ojo—. Pudiera funcionar.

Capítulo 7

¿Como lo vas a llamar?—preguntó Dan mientras sus largos dedos jugaban con las orejas del
cachorro. —Todavía no he pensado en un nombre —respondió Liz. —Estate quieto, tonto —murmuró
Dan apartándole la cabeza y miró a Elizabeth, divertido—. A Salomón no le va a gustar la llegada de
ese perrito.
—No —dijo ella con una sonrisa, olvidándose del disgusto que sentía por él durante un momento
—. Salomón odia a los perros y tiene un sentido muy alto de su propia importancia. Me estremezco
de sólo pensar en cual va a ser su reacción.
—¿Todavía no lo ha visto?
—No. Salomón pasó la noche fuera. Yo me llevé al perrito a mi cuarto porque lloraba cada vez
que lo dejábamos solo —ella sonrió—. Sin embargo no me cabe la menor duda de que Salomón sabe
ya que hay un perro en la casa. El siempre sabe todo lo que ocurre. Es demasiado listo.
Los ojos azules de Dan bailaron hacia ella.
—Supongo que el cachorrito pronto sabrá congraciarse. Míralo —dijo y levantó al animalito
para que ella pudiera ver el brillo de sus ojos.
Liz se inclinó para besar al perrito en la nariz.
—¡Es adorable! ¿Quién pudiera hacerle daño?
—¿Cuál fue la reacción de tu madre ante la llegada de él? Supongo que se horrorizó. Nunca le ha
gustado tener animales a su alrededor.
Ella hizo una mueca.
—No se mostró exactamente encantada. Ella ya está acostumbrada a Salomón y claro que éste es
completamente auto suficiente y muy limpio. Afortunadamente el perrito parece estar entrenado a
estar en una casa. Ella se molestó un poco cuando él comenzó a llorar anoche, pero eso cesó cuando
yo lo llevé a mi habitación.
—No debes dejar que él continúe haciendo eso —opinó Dan frunciendo el ceño—. Los perros
necesitan disciplina. El debe dormir abajo Liz. No seguirá llorando por mucho tiempo si lo ignoras.
Ella le sonrió.
—¡No has escuchado el ruido que hace! ¡Suena como una trompeta! Dan sacudió la cabeza,
sonriendo.
—¡Lo vas a malcriar! —Se recostó en la silla acariciando la cabecita café—. Tía Kate pasó una
mala noche —comentó más serio.
—¡Oh, no! ¿Está peor?
—Yo diría que bastante. Se ve tan frágil que un soplido podría hacerla desaparecer —él suspiró
—. Sin embargo parece muy contenta. Habló acerca de su niñez casi todo el tiempo.
Liz le lanzó una mirada.
—¿Pasaste toda la noche con ella?
El rostro de él permaneció sin expresión.
—Sí —respondió él. .
—¿Toda la noche? —insistió ella.
Los ojos azules se mostraron vagos. El murmuró algo que ella no escuchó, pero que a ella le
pareció ser una afirmación.
—No en balde tienes ojeras esta mañana —lo regañó ella—. ¿Piensas ir a trabajar hoy?
—Como verás me he tomado la mañana —dijo él—. Toby está defendiendo el castillo por mí y
tu padre está allí en caso de una emergencia. Entre los dos pueden arreglárselas.
—Debiste irte a la cama y quedarte allí todo el día —comentó ella.
Dan la miró con los ojos muy abiertos y directos.
—Me dio miedo hacerlo —aceptó.
—Por si acaso… la tía Kate… —la voz se le quebró en la última palabra y las manos de Dan se
adelantaron para apretar las de ella.
—Sí —dijo él con brusquedad.
Se miraron en silencio. El pulgar de él se movió lentamente por encima de la parte de atrás de la
mano de ella y el pulso de ella se aceleró como respuesta.
—La vamos a extrañar, ¿no es así, Liz? Va a quedar un gran vacío en nuestras vidas.
—Sí —asintió ella con los ojos nublados— y yo desearía… —sus palabras se detuvieron de
pronto. “Desearía no haberla hecho sufrir al romper nuestro compromiso”, había pensado decir. Ella
sabía que la tía Kate se había sentido mal por aquello. Era triste haber hecho algo que hubiera
entristecido los últimos días de la tía Kate. Si ella hubiera sabido…
Dan se inclinó y sus ojos buscaron los de ella con expresión cálida y gentil.
—¿Tú desearías qué cosa, Liz?
Ella no podía apartarse de aquella mirada. Se sentía débil y desamparada bajo la magia de
aquellos ojos azules. El esperó, con una ceja levantada pero sin impaciencia, como si pudiera leer
sus pensamientos y sólo estuviera esperando que ella los admitiera.
Alguien tosió detrás de ellos y los dos se volvieron. El doctor Flint estaba parado en la puerta,
con su maletín negro en la mano y sonriendo.
—Siento molestarlos —habló él alegremente—. Hice sonar el timbre pero no obtuve respuesta,
así que di la vuelta por detrás. Pensé que quizá todos estuvieran en el jardín.
Elizabeth se puso de pie de inmediato.
—¡Vaya, el timbre debe de estar descompuesto! ¡Qué bueno que vino usted hasta aquí!
—Estaba seguro de que alguien tenía que estar en casa —comentó él—. Sabía que no iban a dejar
sola a la señorita Woodham.
—Mi tía está con ella —informó Dan poniéndose de pie con el perrito en sus manos.
El galeno extendió una mano para tocar la cabeza del animalito.
—¡Qué bonita criaturita! ¡Es usted muy valiente al traer a un perrito a la casa ahora que tienen
aquí a un enfermo!
—Es mi perro —indicó Elizabeth tomando al cachorro, el cual de inmediato comenzó a
acariciarla y a tratar de lamerle la cara.
—No debe permitir que él le pase la lengua —dijo el médico—. Eso es muy antihigiénico.
Dan le lanzó una mirada desdeñosa.
—Lo acompañaré hasta la habitación de mi tía—habló con frialdad.
Cuando ellos se alejaron Elizabeth entró en la cocina y preparó café. Dan se reunió con ella unos
minutos más tarde. El perrito se había acurrucado en el tapete junto a la puerta y estaba bien
dormido. Dan lo miró con curiosidad.
—¿Me pregunto qué sueña? ¿Ves como mueve la nariz?
—¿Por qué no te cae bien el doctor Flint, Dan? —preguntó ella—. Me parece bastante agradable
a pesar de su reputación. Yo sé que mamá tampoco lo quiere, pero es que él no la consecuencia. Es
uno de esos médicos que no tiene tiempo para enfermedades imaginarias y mi madre siempre ha
usado sus dolores de cabeza para obtener todo cuanto desea.
Dan asintió.
—Sí, yo recuerdo esos dolores de cabeza cuando era joven. Tu madre siempre odió vivir en el
campo. Ella es una citadina de corazón.
—Lo ha soportado por papá —señaló Liz—. Ella nunca ha tratado de convencerlo de que vivan
en otra parte.
—Porque ella esperaba que algún día él se hiciera cargo de la firma —comentó Dan con
frialdad.
Elizabeth se ruborizó.
—¿Y eso qué tiene de malo? Por supuesto que ella quería que él triunfara.
—¿Y qué es lo que él quiere? —los ojos de Dan se achicaron—. Eso me lo he preguntado a
menudo. ¡El me desprecia, siempre lo ha hecho! Debajo de esa fachada de bondad, tu padre tiene
ambiciones propias.
—Estás equivocado —respondió ella de inmediato—. Papá se siente muy feliz —sin embargo no
pudo evitar recordar la extraña reacción de su padre cuando ella le dijo que había roto su
compromiso. El había parecido casi divertido, como si le agradara la idea de que por fin Dan fuera a
fallar en algo. ¿Sentía su padre envidia por Dan?
—¿De veras? —cuestionó Dan con un gesto—. Me lo pregunto. ¿Sabemos realmente lo que hay
dentro de la mente de las personas?
Ella se volvió para mirarlo a la cara con un reto en la mirada.
—Yo ciertamente no sé qué hay dentro de la tuya.
Los ojos azules de él sostuvieron la mirada de ella.
—¿De veras quieres saberlo?
Ella sintió una sensación de pánico. Dan siempre había producido aquello en ella, amenazándola
con subyugarla y dominarla.
Ella dio un paso hacia atrás, temblando ligeramente.
—No —negó ella de inmediato—. No, creo que no.
El sonrió.
—¿Seguro? —preguntó él, burlándose.
Ella se volvió y tropezó con sus propios pies en su intento por romper el hechizo que los
envolvía a los dos. Pero Dan la tomó por los hombros y la hizo girar para quedar frente a frente una
vez más.
—Oh, no —exclamó él con una mueca—. No puedes zafarte tan fácil. Tú provocaste esta
situación. Tú hablaste acerca de no saber qué es lo que hay dentro de mi mente. ¿Alguna vez has
entendido la tuya propia? Empiezo a pensar que estás tan ciega acerca de ti misma como lo estás
acerca de mí.
—No estoy ciega —respondió Liz, enojada—. Te conozco mejor de lo que crees. Lo único que
me desconcierta es cómo tienes el valor de coquetear conmigo mientras que tú… —ella se detuvo en
seco. No iba a mencionar a Karen. Si él se enteraba de que ella sabía la verdad acerca de Karen,
entonces llegaría a la conclusión de que ella estaba celosa.
“Como en realidad lo estoy”, pensó ella sintiéndose miserable: “¡Como en realidad lo estoy!”
—¿Mientras que yo qué? —preguntó él, impaciente—. Me estoy cansando de tus insinuaciones,
Liz. Si hay algo, entonces dímelo, por amor de Dios.
—Por favor—pidió ella fingiendo indiferencia—, déjame ir. A Toby no le gustaría verte
manipulándome así.
El rostro de Dan se puso tenso y se llenó de un color rojo.
—¡Toby! —Gritó él con la fuerza de un cañón—. ¡Al diablo con Toby! —entonces él la atrajo
hacia sí, provocándole dolor en los hombros con sus manos y su boca se fue hacia los labios de ella
con hambre.
Al principio Elizabeth luchó, golpeándolo en el pecho y empujándolo, pero él resultó tan sólido
como una roca y poco a poco el cuerpo de ella fue cediendo, a pesar del rechazo racional de su
mente.
Ella sintió que se relajaba. Sus manos se aplanaron lentamente sobre el pecho de él, sintiendo el
calor de su cuerpo a través de la camisa y después se movieron de manera involuntaria hasta el
cuello de él y comenzaron a acariciar el cabello oscuro en la parte de atrás de la cabeza. El deslizó
sus manos por la espalda de ella, apretándola contra su cuerpo y ella se derritió, respondiendo a los
besos con un calor que igualaba al de él.
—Liz —murmuró él hundiendo su cara en la garganta de ella—. Preciosa y deseable Liz, yo
sabía que no podías ser tan indiferente como pretendías.
El orgullo le dio a ella la fuerza para apartarse. Sin aliento y con el rostro lleno de color, ella lo
miró.
—No te vanaglories sólo porque dejé que me besaras. ¿Eso qué quiere decir? Eres despreciable,
Dan. Quieres conservar el pastel y comértelo al mismo tiempo. Bueno, pues yo no estoy lista para
jugar tu doble juego. Yo soy de las que creo que si no estás enamorada de alguien, no debes
coquetear con él.
—Tú estabas coqueteando conmigo —habló él con voz tan áspera como la de ella.
—Me entendiste mal —respondió ella—. Sabes, Dan, tú eres el tipo de hombre que sólo desea
algo cuando esta fuera de su alcance. Ahora me deseas porque pertenezco a Toby. Cuando estaba
comprometida contigo, entonces casi no te veía. Me dejaste ir sin decir nada porque en realidad no
me querías. Después te sentiste agraviado porque pensaste que habías perdido algo que podía haberte
divertido.
El la miró fijamente.
—¿De qué estás hablando? Admito que nos vimos muy poco cuando estábamos comprometidos…
pero eso era en parte porque yo estaba muy ocupado en la fábrica y en parte porque… —él se
detuvo.
Ella esperó, levantando una ceja en un gesto irónico.
—¿Y en parte por qué, Dan?
El la miró directamente con la boca muy apretada.
—En parte porque evitaba verte con demasiada frecuencia —admitió él.
Aquello le dolió aunque ella ya lo sabía.
—Entonces yo tenía razón —concluyó agobiada.
—¡Por supuesto que no! —Repuso él con fuerza—. Yo evitaba verte porque cuando estaba
contigo no podía mantener mis manos apartadas de ti y ese maldito padre tuyo nos obligó a esperar
un año antes de casarnos. Yo sabía que me iba a resultar insoportable esperar tanto tiempo, pero
había dado mí palabra. Así que tenía que andar con cuidado.
Ella bajó los ojos antes de mirarlo y después exclamó débilmente:
—¡Oh! —ella no dudó acerca de lo que él decía ni por un instante. Sus ojos eran demasiado
directos. ¿Habría sido por eso por lo que él se enamoró de Karen? ¿Porque se había sentido
frustrado y solo?
El se recargó en el fregadero y la observó.
—Sé .que en esos días a menudo yo estaba malhumorado y hosco. Ahora ya sabes por qué. Me
sentía muy mal —él se encogió de hombros—. Quizá sea diferente para una mujer. El hombre no está
hecho para esperar durante meses cuando está locamente enamorado.
Elizabeth miró al piso como si le interesara mucho.
—¿De veras lo estabas, Dan?
—¿Estaba qué?
—Enamorado.
Hubo un largo silencio. Ella levantó la mirada y se encontró conque los ojos de él estaban fijos
en el techo y su rostro era una máscara fría.
Después de un momento, él dijo:
—Esa es la pregunta más dolorosa que podías haberme hecho. Me siento como si jamás te
hubiera conocido, Liz. ¿Cómo puedes hacerlo? ¿Obtienes algún placer especial abofeteándome así?
—los ojos de él la miraron llenos de desprecio. ¡Haces que me sienta arrepentido de siquiera haberte
conocido!
Ahora ella se sentía desconcertada y ansiosa. ¿Se habría equivocado después de todo? Ella lo
miró, pero antes que pudiera hacer la pregunta que más le interesaba saber, la puerta se abrió y el
doctor Flint entró sonriendo.
—¡Hola! Vine sólo para decirles que me marcho.
Dan se “enderezó y le hizo un gesto frío con la cabeza.
—¿Cómo está la tía Kate?
El hombre joven se encogió de hombros con la expresión un tanto, sombría.
—Bueno, ustedes saben cuál es la situación. No hay cambios. Pero puede suceder en cualquier
momento. - —Comprendo —dijo Dan a secas.
El galeno dudó un momento.
—Trataré de regresar esta noche.
Dan asintió.
—Lo acompañaré hasta la puerta —convino él y lo condujo hacia el pasillo.
El doctor le sonrió a Elizabeth.
—Su tía estaba preguntando por usted. ¿Quiere subir? Ella parece estar muy emocionada con esa
fiesta… me invitó a venir—sus ojos grises la miraron a ella, suplicantes—. ¿Está bien?
Elizabeth se ruborizó.
—Sí, por supuesto —aceptó ella, esperando que a la tía Kate no se le ocurriera invitar a nadie
más.
Ellos habían planeado tener la fiesta aquella noche ya que aquello se había vuelto como una
obsesión para la anciana, como si ella sintiera que la fiesta tuviera algún significado personal.
Elizabeth se preguntó si la tía Kate pensaba que de alguna manera el sentir la vida transcurriendo
como de costumbre a su alrededor le iba a renovar las fuerzas a ella. Delante de ella era difícil
mantener una conversación normal y hablar y reírse de las tonterías de la vida, como si ella no
estuviera tan enferma. Sin embargo todos mantenían aquella fachada a pesar del esfuerzo que aquello
significaba.
El médico la miró esperanzado.
—¿Lo dice en serio? ¿No voy a ser un intruso?
—Por supuesto que no —protestó ella.
Cuando subió a ver a la tía Kate, llevó consigo el café y dejó un poco para Dan en la cocina.
Pasó junto a él en el pasillo y le dijo que tomara el café mientras estaba caliente. El asintió con la
cabeza sin responder.
La tía Alice estaba sentada junto a la cama, tejiendo un suéter color azul claro para Karen,
mientras que la tía Kate dormitaba con la cabeza recargada en las almohadas. Elizabeth le sonrió
desde el otro lado de la habitación y puso la bandeja sobre la mesita de noche junto a la cama.
Al escuchar el ruido de la loza, la tía Kate abrió los ojos y se estiró.
—Ya viniste, Liz querida—dijo ella—. ¿Viste a mi buen doctor? ¿No es muy agradable? Un
joven muy amable y considerado. Me trajo la última novela de misterio —informó e indicó un libro
que estaba sobre el cubrecama blanco.
La tía Alice recogió su tejido.
—Si te vas a quedar un rato con ella entonces voy a bajar a comenzar a preparar la comida —le
comentó Liz.
—¿No quieres tomar un poco de café antes? Traje una taza para ti.
—No, gracias, querida. Prefiero una taza de té.
La tía Alice le sonrió y salió de la habitación. Elizabeth suspiró, Alice se había mostrado muy
reservada desde que ellos regresaron a Italia. Elizabeth se imaginaba era porque ella resentía el que
estuvieran utilizando a Toby para mantener contenta a la tía Kate. Si su madre adivinara que Toby en
realidad estaba enamorado de ella, entonces aquel compromiso falso le iba a parecer como una
especie de traición.
—¿Estás muy entusiasmada con la fiesta? —preguntó la tía Kate con un interés casi infantil.
Elizabeth le respondió con una sonrisa, emocionada por el inacabable gusto por la vida-de la
anciana. Ella no estaba cediendo ante la enfermedad que le estaba comiendo la energía y la fuerza.
Trataba de mantener un aspecto de vida normal, leyendo sus libros favoritos, esperando regalitos,
riendo y respondiendo con el mismo calor a quienes la rodeaban. Aquello hacía que Elizabeth se
sintiera avergonzada. ¿Cómo podía negarle a la tía el sacrificio de unos pocos días de su vida? Quizá
habría sido mejor una tontería más sencilla para justificar el regreso inesperado de Italia. Pero
después de todo, ¿qué importaba todo aquello si a cambio podían darle felicidad a la tía Kate?
Se sentó y habló acerca de la fiesta por un rato. La tía Kate le preguntó acerca de la comida que
iban a servir, de la gente que iba a venir y suspiró por no poder bajar para la ocasión.
—Pero sí lo haré para tu boda, querida. ¡Oh, sí, voy a estar presente en tu boda! No me la
perdería por nada —y los pálidos ojos azules se cerraron lentamente cuando el sueño la venció.
La mano de Elizabeth se cerró sobre los dedos delgados y retorcidos.
—Sí—asintió ella en voz baja—.Tú estarás allí.
La tía Kate sonrió media dormida.
—Querida Liz, tú sabes que yo nunca me casé. Por lo tanto siempre he estado muy interesada en
que ustedes los jóvenes se casaran. Las bodas son ocasiones encantadoras. Siempre lloro. No puedo
evitarlo —dijo y bostezó.
—Sí, tía Kate —convino Elizabeth.
—Dan será un esposo excelente —añadió la tía Kate casi dormida.
La mano de Elizabeth se puso tensa. Se hizo para atrás y se quedó mirando el pequeño rostro
arrugado. Los labios de la tía Kate se abrieron. Se escuchó un leve sonido. Era la suave respiración
del sueño.
“Por supuesto”, pensó Elizabeth. Ella se había olvidado por un momento. Su mente había
regresado a los días cuando Elizabeth se iba a casar con Dan. Afortunadamente nadie más había
escuchado aquella frase ni visto el rubor que ésta había provocado.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos. ¿Por qué todo había salido mal? ¿Por qué se había tenido
que enamorar Dan de Karen? Si hace unos momentos él había sido sincero, entonces él sí había
estado enamorado de ella antes. El temor de que él había deseado casarse con ella sólo por motivos
de negocios había sido infundado y tonto. Dan había sido sincero al decir que había sido aquel largo
noviazgo lo que había provocado el cambio. Ahora ella no lo dudaba. Ella no era un hombre. Ella no
sabía cómo funcionaban la mente y el corazón de ellos. Pero podía imaginarse que la frustración
provocada por el noviazgo tan largo había resultado tal y como Dan lo había dicho, haciéndolo
irritable, impaciente e inquieto.
Y por supuesto, Karen había estado en la fábrica todos los días y en su casa todas las noches. La
dulce y gentil Karen, siempre dispuesta a relajar su frente fruncida.
Atravesó caminando la habitación con mucho cuidado para no despertar a la tía Kate y se miró a
sí misma en el espejo del tocador. Sus cabellos rojos, su piel bronceada y esbelta figura destacaban
perfectamente en contraste con el sencillo vestido blanco que llevaba puesto.
“Yo podría recuperar a Dan”, pensó ella de pronto, apretando la boca. “El no me hubiera hecho
el amor de esa manera si todavía no me encontrara atractiva”.
El corazón le dio un vuelco, el pulso se le aceleró y vio sus propios ojos brillando con la
esperanza. Observó aquella imagen reveladora viendo una vena en la base del cuello que latía como
loca.
¿No sería fácil? Dan había sido muy diferente desde que ella regresó de Italia. Tal y como ella se
lo había dicho, era obvio que él la encontraba tentadora ahora que ya estaba fuera de su alcance.
Su cara se levantó de manera agresiva. “Yo podría quitárselo a Karen fácilmente” pensó ella.
“Después de todo, ella me lo quitó a mí. Estaría justificado que yo luchara para recuperarlo”.
Entonces el brillo desapareció de sus ojos y ella se alejó del espejo dejando caer los hombros.
“No”, pensó ella con frialdad. “No puedo hacerlo. Karen lo ama demasiado”.
Ella recordó la angustia pálida en el rostro de Karen y la confesión que la otra chica le había
hecho en una ocasión. ¿Qué le había dicho?
“Y con mucha razón”, pensó Elizabeth con frialdad. Después de todo, ¿que clase de hombre era
Dan? ¿No tenía integridad? Había que obligar a Dan a que cumpliera su parte del trato. El había
hecho que Karen se enamorara de él. Ahora tenía que casarse con ella.
Regresó junto a la cama y se sentó tomando el libro de la tía Kate.
Cuando la anciana despertó, Elizabeth se ofreció para leerle y las dos pasaron una hora muy feliz,
tratando de desenredar los hilos de una trama bastante emocionante.
Entonces Dan entró con el perrito bajo el brazo y la tía. Kate hizo una exclamación de gusto.
—¡Qué encantador! ¿De dónde vino? ¿Es tuyo, Dan?
—No —respondió Dan sonriéndole—. Le pertenece a Elizabeth.
Dan puso el perrito sobre la cama y éste se metió debajo de las manos de la tía Kate y comenzó a
lamerle los dedos.
—Va a convertir la cama en un desastre —comentó Elizabeth inclinándose para levantarlo.
—¿Qué importa? —dijo Dan, retirándola a ella con sus manos.
La tía Kate estaba demasiado entretenida con el cachorrito como para darse cuenta de la mirada
que intercambiaron ellos dos, una mirada de hostilidad y de disgusto.
Sonriendo y feliz, la tía Kate levantó una de las orejas del perrito.
—¿Cómo se llama?
—Todavía no le he puesto un nombre —respondió Elizabeth—. Quizá a ti se te ocurra uno.
—Yo tuve un perro cuando era niña —aseguró la tía Kate, recordando—. Se llamaba Charlie.
Murió en un accidente.
Ellos la observaron sonriendo con indulgencia. Ella tenía una vez más aquella mirada distante
como si estuviera viendo otros tiempos y a otras personas. De vez en cuando ella se remontaba al
pasado, reviviendo recuerdos olvidados. El largo espacio entre la niñez y la vejez parecía haberse
acortado para ella. En algunas ocasiones hablaba como si la vida estuviera apenas comenzando para
ella. Elizabeth pensó con dulzura que quizá así era.
La tía Kate los miró a los dos.
—Charlie es un nombre muy bonito para un perrito, ¿no les parece? —preguntó ella.
Elizabeth asintió.
—¡Me gusta! ¿Te parece que lo llamemos Charlie, tía?
Los ojos azul pálido regresaron al cachorrito.
—Charlie —dijo ella tomando la carita del perro entre sus dos manos—. ¡Hola, Charlie!
El jadeo con la lengua afuera y dio una especie de ladrido.
La tía Kate rió.
—¿Ven? El sabe que ese es su nombre—. Entonces ella se recostó y el rostro se le puso muy
pálido—. Creo que voy a dormir otro ratito ahora.
La tía Alice entró en silencio y se sentó junto a la cama. Dan tomó el perrito y él y-Elizabeth
salieron de la habitación.
La comida estaba servida sobre la mesa del comedor: un gran recipiente lleno de ensalada mixta,
un platón con jamón, queso, huevos cocidos con mayonesa, pan con mantequilla, jugo de fruta y una
ensalada de frutas frescas.
Dan y Jonás comieron en silencio, con la mirada fija en sus platos. A cada rato Elizabeth miraba
a uno y después al otro y pensaba en lo muy parecido que eran los dos. Dan iba a ser igual a su
abuelo cuando fuera viejo. Aun ahora, su guapa figura de alguna manera reflejaba el perfil de halcón,
la nariz dominante y los ojos brillantes del viejo.
Jonás levantó la cara e interceptó la mirada de ella. Le sonrió.
—¿Estás entusiasmada con la fiesta de esta noche? Me han dicho que habrá baile para complacer
a Kate.
—Todo esto la está haciendo muy feliz —comentó Elizabeth.
El asintió.
—Sí, lo sé. Es tremendamente sentimental —dijo a secas, pero a su voz le faltaba convicción y
ella pensó que debajo de aquella apariencia en realidad él quería mucho a su hermana y estaba muy
apenado por su enfermedad.
—Ella quiere que Toby y yo subamos a verla—informó Elizabeth como tratando de darle poca
importancia.
Dan levantó la mirada y sus ojos se afilaron. ¿Para qué? ¿Algún tipo de bendición familiar?
—Se supone que estamos comprometidos —señaló ella con realidad.
—Se supone, sí —se burló él.
Jonás rió y miró a las dos caras enojadas y tensas.
—Nunca se sabe, Liz. Quizá a Toby y a ti les llegue a gustar el estar comprometidos. ¡Quizá
decidan llevarlo a cabo! —le lanzó a su nieto una mirada burlona—. Después de todo, Liz es una
chica muy bonita. Toby pudo haber hecho una elección mucho peor.
—Gracias, Jonás —dijo Elizabeth.
Los ojos de Dan se fijaron en los de ella.
—¿Es eso posible? —preguntó él y su voz sonó dura y fría.
Ella se encogió de hombros y le desafió la mirada.
—Como Jonás lo dijo, nunca se sabe —respondió ella.
Dan rió con cinismo.
—Debí de advertir a Toby. Tengo la idea de que él no piensa atarse todavía.
Ella le sonrió con dulzura.
—¡Te equivocas! ¡A Toby le gusta estar comprometido conmigo!
Dan dejó a un lado su cuchara y apartó el plato con la ensalada de frutas a medio comer.
—Debo ir a la fábrica —se dirigió a Jonás—. Tengo un montón de trabajo que resolver.
Jonás lo vio alejarse y se sonrió. Entonces miró a Elizabeth con un brillo en los ojos.
—¡Lo disfruté mucho!
Ella sacudió la cabeza de manera reprobatoria y le dijo:
—No sé qué quieres decir.
—Tienes a Dan acorralado —dijo él muy divertido—. Yo solía preguntarme si el chico sería
capaz de meterse en un lío emocional —su rostro se tomó casi serio y continuó hablando lentamente
—: Las personas que no son capaces de sentir profundamente jamás están realmente vivas, querida.
Madura sólo a base de cometer errores y aprender de ellos. Dan ha sido demasiado bueno en todo. El
no cometió errores en los negocios. Ha sido frío, inteligente y confiado. A menudo me preocupaba.
Por eso me dio gusto ver que se enamoraba de ti. Si él hubiera escogido a una mujer pasiva o a una
mujer fría y a la moda, yo lo habría odiado.
—¿Por qué estás tan seguro de que él está enamorado de mí? —preguntó Elizabeth con calma.
El la miró.
—Soy demasiado viejo como para que me engañen. Al principio yo no estaba muy seguro de que
ibas a poder controlarlo. Era tan obvio que estabas loca por él. Dan te enloqueció en pocos días.
Ella se ruborizó, molesta.
—¿Era tan obvio?
Los ojos viejos y fríos sonrieron.
—Me temo que sí, querida. Era obvio para todo el mundo. Tu padre y yo lo comentamos.
—¿Mi padre? —ella se enderezó en la silla con los ojos muy atentos—. ¿Qué fue lo que ustedes
hablaron?
—Tu relación con Dan —respondió él—. Estuvimos de acuerdo en que si te casabas con Dan de
inmediato te iban a comer viva. Dan es demasiado duro y dominante como para dejar que una mujer
lo gobierne. Y tú, querida, estabas tan enamorada que hubieras cedido a todo lo largo de la línea. Así
que decidimos que una espera de un año sería buena para los dos.
Ahora Elizabeth estaba muy quieta y con el rostro tenso por la ira.
—¡Así que fue idea tuya después de todo!
El asintió.
—Pero tu padre estuvo de acuerdo conmigo. James está un poco celoso de Dan, siempre lo
estuvo. Pero tuvo razón en esta ocasión. Dan necesitaba aprender algo y tú eras la persona adecuada
para enseñárselo. ,
—¿Y qué era lo que se supone que yo le iba a enseñar? —preguntó ella con mucha calma, con las
manos cruzadas sobre las piernas para evitar que temblaran.
—Que él no es Dios —habló Jonás a la ligera—. Que no podía simplemente estirar la mano y
tomar la mejor manzana del árbol a su antojo.
—Así que entonces yo fui el instrumento que tú y mi padre escogieron para domar a Dan.
El le lanzó una mirada de sorpresa.
—¡Pareces muy enojada, querida!
—¿Enojada? ¡Estoy furiosa! ¡Maldita sea!
—Bah —exclamó él divertido—. No me gusta escuchar a una chica decir groserías.
—Entonces será mejor que cierres tus oídos —espetó ella con furia—, porque la verdad es que
siento deseos de usar muchas palabras de ese tipo. ¿Alguna vez se les ocurrió a alguno de los dos
que eran ustedes quienes estaban jugando a ser Dios? ¿O que podía ser yo y no ser Dan quien
resultara herida en el proceso?
El la miró sorprendido.
—¿Qué quieres decir, mi querida niña?
Ella abrió la boca y las palabras le quemaban la lengua, pero la volvió a cerrar.
—¡Oh, no! —exclamó ella—. ¡No voy a volver a soltar mis palabras para ti, Jonás! Tú manipulas
a todos los que sé te acercan. ¡De ahora en adelante me voy a mantener muy lejos de ti! Y si quieres
mi consejo, no le digas a Dan que fuiste tú quien sugirió la idea de que esperáramos un año. Quizá él
sea menos tolerante que yo. ¡Es probable que tu edad no te proteja!
Ella se puso de pie de un salto y salió de la habitación, dejándolo a él mirándola muy
sorprendido.

Capítulo 8

Elizabeth caminó hasta su casa para cambiarse para la fiesta y se encontró a Tom tirado en el
pasto en actitud de una relajación total, con los brazos estirados por encima de su cabeza.
—¡Flojo! —exclamó, tocándolo levemente con su pie.
El abrió un ojo a medias para sonreír.
—Acabo de cortar el pasto y eso me dejó exhausto.
Ella miró a su alrededor y vio el aspecto de mesa de billar que tenía el pasto.
—¡Increíble! ¡Sigue tomando las pastillas! —entonces dejándose caer junto a él, preguntó—:
¿Vas a venir a la fiesta?
Tom la miró con una expresión ilegible.
—¿A esa fiesta de compromiso fingida? ¿Qué caso tiene?
—¿Lo sabes? —suspiró ella—. Comprendo, Jonás.
—¿Pensabas que él iba a guardar el secreto? —Tom rodó sobre sí mismo y apoyó la barbilla
sobre sus manos—. El se quedó como muerto cuando tú regresaste aparentemente comprometida con
Toby. Eso de veras sacudió el palomar familiar. Cuando Jonás descubrió que todo era una farsa en
beneficio de la tía Kate corrió a darle la noticia a los padres.
Elizabeth hizo una mueca.
—¡Me lo puedo imaginar! Debí de haberme quedado callada, pero perdí el control.
Tom miró de lado.
—Con Dan, por supuesto.
—¿Porqué por supuesto?
—Porque a pesar de haber roto el compromiso sigues enganchada a él—comentó Tom con calma.
Ella arrancó una hoja de hierba y la enredó en su dedo.
—Esa es una manera de verlo —repuso ella con calma.
—¿Por qué rompiste el compromiso?
Liz miró hacia el cielo y observó el lento pasar de las nubes con ojos que nada veían.
—Descubrí que él estaba sosteniendo un romance con Karen —confesó ella.
Tom se sentó de un golpe y la miró.
—¿Qué dijiste?
Liz se sorprendió por el tono de Tom y lo miró desconcertada. Repitió sus palabras y vio cómo
el rostro de él se convertía en una máscara pálida.
—¡Por Dios! ¡Yo nunca lo hubiera creído! ¡La pequeña Karen! Ella debe de estar loca… Dan
jamás sería adecuado para ella —Tom se inclinó hacia adelante—. ¿Estás segura de eso?
—Los vi juntos —continuó Elizabeth— y escuché lo suficiente como para estar muy segura—.
Estaban hablando acerca de mí… decían que les dolía tener que hacerme daño y que esperaban que
yo jamás me enterara de la verdad. Como podrás imaginarte, yo me sentí muy mal. Me alejé, lo pensé
bien y decidí romper el compromiso sin dejar que ellos supieran que yo los había descubierto.
—¿Entonces ellos no saben que tú lo sabes? —preguntó Tom.
—No. Pensé que eso sólo iba a hacer que ellos se sintieran muy mal al saber que yo había
resultado herida. Supuse que ellos se iban a casar muy pronto.
—Pero no lo han hecho —señaló él— y yo los veo a diario en la fábrica. Si están enamorados,
entonces lo ocultan muy bien. Yo jamás he visto ninguna señal de ello.
Liz suspiró.
—Dan es muy buen actor.
—De acuerdo —accedió Tom—. El es un maravilloso jugador de poker. ¿Pero por qué no han
dicho nada ahora que tienen toda la libertad para hacerlo? ¿Por qué seguirse escondiendo?
—Yo sospechaba que Dan quería casarse conmigo por las acciones de la familia —comentó ella
—. Mamá lo sugirió. Dijo que a Dan le gustaría tener control sobre mi parte de las acciones de
Woodham, para poder así ser el socio mayoritario —ella lo miró—. Entonces me pareció posible.
—¿Pero ahora? —preguntó Tom.
—No estoy tan segura. El… el quizá lo haya tenido en mente. Sin embargo creo que él de veras
estuvo enamorado de mí. Fue el noviazgo tan largo lo que lo echó todo a perder… él se aburrió,
Karen estaba allí y el resto es obvio.
—Entonces regresamos al asunto de por qué no hay un anuncio del matrimonio entre él y Karen.
—Sí —estuvo de acuerdo ella—, y no sé cuál es la respuesta, a menos de que sea que Dan no
esté seguro de sus sentimientos y Karen sí —ella lo miró con franqueza—. Tom, Karen está
irremediablemente enamorada. Ella me lo admitió a mí, aunque no mencionó al hombre. Me resulta
fácil poder odiar a Dan pero no podría odiar a Karen. ¡Ella ha sufrido mucho con esto!
—Pobre Karen—opinó él frunciendo el ceño.
Liz se puso de pie y estiró su falda blanca, quitándose la hierba suelta.
—Es una pena que ella no se haya enamorado del doctor Flint —comentó ella a la ligera.
Tom se reunió con ella y preguntó:
—¿Por qué Flint, por el amor de Dios?
—Oh, sólo una idea que se me ocurrió. El me preguntó por ella y me dio la impresión de que le
gusta.
—Ni él ni Dan son para ella —dijo Tom—. Cualquiera de los dos la harían pedazos y Karen está
hecha de un material mucho más suave que el de la mayoría de las chicas. Ella necesita ser tratada
con mucho cuidado.
Elizabeth lo miró con curiosidad. La voz de él había contenido una cierta dureza, como si
estuviera molesto. Era difícil que el flojo de Tom se emocionara por algo. El solía aceptar la vida
como se presentaba.
Entraron en la casa y se encontraron a sus padres conversando en la cocina. James Seaton miró a
su alrededor y se calló de inmediato. Elizabeth lo miró con frialdad.
—Hoy tuve una plática por teléfono. Me parece que te calentaste un poco.
—¿Un poco? ¡Estaba furiosa!
Tom se recargó en la pared y los observó con una sonrisa. Elizabeth se enfrentó a su padre con la
cara en alto en un gesto beligerante y sus ojos verdes brillaron hacia él. Muy relajado, James Seaton
la observó a su vez, con una leve sonrisa en la boca.
—Estás siendo poco razonable, querida —hizo notar él con calma—. Los dos hicimos lo que
creíamos que era lo mejor para ti. Admito que lo que más me importaba era tu bienestar.
—¡Mi bienestar! —Las palabras le fueron lanzadas a él como regaño—. Ustedes estaban tratando
de golpear a Dan utilizándome a mí como garrote.
—Yo pensé, y Jonás estuvo de acuerdo conmigo, en que Dan no estaba listo para el matrimonio
todavía —respondió él con facilidad—. Se supone que el matrimonio es una sociedad, un
compromiso entre dos gentes y con dos personas como tú y Dan eso significaba mucho. Los dos son
muy inteligentes, muy testarudos y decididos a lograr lo que se proponen. Uno de los dos hubiera
tenido que ceder o resultar herido en el proceso —él le dirigió una mirada prolongada y pensativa—.
Tanto Jonás como yo pensamos que quien tendría que ceder iba a tener que ser tú, Liz. Tú eras la más
débil de los dos en aquellos momentos.
—¿Lo era? —preguntó ella, todavía enojada.
—Sí —respondió él con delicadeza—. Tú estabas muy enamorada de Dan. Claro que él también
te amaba, pero era mucho mayor y mucho más seguro de sí mismo. El hubiera utilizado tu amor como
un arma en contra de ti misma. Si tu no hubieras sido-tan fuerte de carácter quizá eso no hubiera sido
tan desastroso. Poco a poco tú te hubieras convertido en el eco de Dan.
El rostro de ella ardía de rabia.
—¡Yo jamás hubiera sido la esclava de nadie, papá! ¡Si piensas así entonces tú no me conoces!
—Pero sí te conozco —objetó él con calma—, por eso yo sabía que una demora de un año te iba
a dar la oportunidad de aprender cómo tratar a Dan, permitirte ver a qué te enfrentabas. Yo sabía que
tu propia voluntad te iba a permitir enfrentarte a Dan y ganar en ocasiones —él rió mirando divertido
el rostro de ella—. Además hubiera hecho que Dan se volviera mucho más manejable. Te iba a
valorar mucho. Más porque habría tenido que esperar por ti.
Ella también rió pero con ironía amarga.
—Pero no funcionó así, ¿no es verdad? Jonás y tú jugaron a ser
Dios y lo único que lograron fue enredar nuestras vidas.
El sacudió la cabeza.
—No… Teníamos razón. Admito que me sorprendió mucho cuando rompiste el compromiso pero
después vi que Dan todavía te importaba y estuve dispuesto a esperar. Pensé que se iban a volver a
reunir y la próxima vez el balance sería más parejo. Dan habría aprendido a ser paciente.
Elizabeth lo miró muy seria.
—Debiste dejárnoslo a nosotros, papá. No debiste intervenir.
Entonces salió de la habitación dejando un silencio muy incómodo detrás de ella.
La señora Seaton miró a su esposo.
—¡Así que de eso se trató todo! ¿Cómo pudiste, James? ¡Arruinaste sus vidas!
—Tonterías —repuso él muy calmado—. Les he dado la oportunidad de ser muy felices juntos.
Si ella se hubiera casado con Dan de inmediato todo hubiera terminado en un divorcio. Dan era
demasiado dominante.
—Ella tiene razón —dijo la señora Seaton con amargura—. Utilizaste a tu propia hija como un
arma en tu lucha contra Dan. Siempre te ha molestado. El siempre ha sido lo que tú nunca pudiste
ser… exitoso, inteligente, ambicioso. Algún día Dan será un millonario. El tiene el toque mágico. Tú
siempre has dicho que te sientes satisfecho de estar como estás pero ahora me empiezo a preguntar.
—Querida —habló él con un gesto—. Me siento satisfecho, te lo aseguro. Eres tú la que no está
contenta. Lo siento mucho si no llené tus expectativas. Yo nunca quise ser un magnate. Todo lo que yo
quería era una vida de familia feliz —él extendió las manos en un gesto de impotencia—. Yo sabía
que tú tenías ambiciones más altas, pero por ese éxito se paga, querida. Por eso yo no quería que Liz
pagara por las ambiciones de Dan.
Mary Seaton lo observó en silencio. Entonces se mordió el labio.
—Yo… yo he sido muy feliz, James, y no podría amarte más, por muy exitoso que fueras. Por
supuesto que deseaba que subieras hasta la cumbre. ¿Qué mujer no desea eso para su hombre? Pero
yo no podía dejar de quererte porque tú no fueras tan ambicioso como a mí me hubiera gustado —la
voz se le quebró—. Tú sabes muy bien que yo siempre te he amado a pesar de todo.
Tom salió en silencio de la habitación pero alcanzó a escuchar a su padre que decía con cariño:
—Mi querida Mary. ¡Por supuesto que yo lo sé!
Mary Seaton corrió hasta él y enterró su cara en el hombro de su esposo.
James le levantó la cara y le sonrió.
—Y tú créeme cuando te digo que lo que hice al retrasar la boda de Liz lo hice con las mejores
intenciones.
Ella suspiró.
—Sí, supongo que sí. Pero me temo que no funcionó.
—Eso lo veremos —le dijo el esposo dándole un beso—. ¡Eso lo veremos, querida!
Los Seaton llegaron juntos a Whitebriars con mucho estilo. Tom se veía especialmente elegante
con un traje oscuro de corte muy moderno.
Elizabeth llevaba el vestido de noche azul que había llevado a la fiesta del club de críquet. Se
había cepillado el cabello hasta que éste brilló como oro rojo y después lo recogió en la parte de
atrás de la cabeza en un moño.
Dan les abrió la puerta y sonrió amablemente. Sin embargo su rostro se contrajo cuando Elizabeth
pasó junto a él.
—Te ves muy bien esta noche —habló él un tanto cortante y ella sintió como el pulso se le
aceleraba de placer.
Entonces Toby salió a recibirlos con ojos brillantes.
—¡Hola, amor! ¿Cómo está el perrito? La tía Kate me dice que se va a llamar Charlie. Me parece
muy adecuado.
—¡No menciones a ese animal! —Gruñó la señora Seaton—. Esa noche se comió una de mis
zapatillas además de tres papas, un manojo de vegetales y parte del tapete de la cocina.
Todos rieron.
—A los perritos les gusta una dieta variada —bromeó Toby.
—El-no es un perrito —dijo la señora Seaton haciendo una mueca—. Es una aspiradora.
Cualquier cosa que no esté clavada es tragada entera.
—Pronto lo vas a querer —le aseguró Elizabeth con una sonrisa—. Sabes que así será.
—No quiero hacerlo —protestó su madre—. Los perros me parecen un estorbo. Ellos demandan
demasiado cariño y atención.
—¿No lo hacemos todos? —cuestionó su esposo.
Ella lo miró y suspiró.
Toby puso un disco de música española dé guitarra y comenzó a servir tragos para todos. Jonás
entró en la habitación apoyado en su bastón y tan elegante cómo Toby con un traje algo anticuado
pero de muy buen corte.
Elizabeth se dio cuenta de que él la miraba con un aire medio desafiante y medio propiciatorio y
el corazón se le ablandó. Ella se le acercó y besó las mejillas descarnadas, susurrando:
—Debes haber sido peligrosamente guapo cuando eras joven, Jonás. ¡Eres el hombre más guapo
de la reunión esta noche!
El le puso un brazo alrededor y la miró a los ojos.
—¿Ya me has perdonado? —preguntó él con voz dura pero mirada tierna.
—Supongo que sí —asintió ella.
Tobby se acercó a ellos.
—Oye, Jonás, se supone que soy yo quien le susurro cosas al oído, no tú.
Dan rió de manera áspera.
—Se supone—repitió él.
Se hizo el silencio. Después todos comenzaron a hablar a la vez y Toby se ruborizó.
Jonás lo miró con sarcasmo.
—¿Ningún comentario, Toby?
Los ojos cafés de Toby se veían duros como piedras de río. El no respondió nada y se limitó a
rodear a Elizabeth con su brazo.
—Vamos a subir a ver a la tía Kate. Lleva horas esperándonos con impaciencia, pero no creo que
pueda permanecer despierta por mucho tiempo. No debemos permanecer con ella más de unos
momentos. Hablar la agota mucho.
Karen estaba sentada junto a la cama de la tía Kate, sosteniendo los dedos pequeños y secos en
los suyos. Ella levantó la mirada y sonrió.
—¡Aquí están! Te dije que subirían en un momento.
La tía Kate pareció brillar. Sus ojos se veían muy nublados y vagos aquella noche.
—Dan y Liz —habló ella con voz suave—. Me siento muy complacida, mis queridos niños.
Toby abrió la boca pero se contuvo cuando Elizabeth le pellizcó el brazo. Ella se acercó a la
cama y con una sonrisa besó el rostro soñoliento de la tía Kate.
—¿Cómo estás esta noche? ¡Te ves mucho mejor! —Aquello no era verdad, la tía Kate se veía
apagada y exhausta.
—¿De veras? —los ojos opacos y azules se iluminaron un poco—. Eso es bueno. Te ves
preciosa mi querida Liz. Disfruta tu fiesta. Me gusta escuchar cómo se divierte la gente. Me gustaría
poder bajar para estar con ustedes pero me siento un poco soñolienta.
—Será en otra ocasión —asintió Elizabeth.
—Sí, en otra ocasión… —los ojos de la tía Kate se cerraron de pronto y ella comenzó a respirar
con el ritmo regular del sueño.
Karen se levantó y suspiró.
—Ella se queda dormida así a cada rato. Me parece que las pastillas que está tomando le dan
mucho sueño.
—Estas detienen el dolor —dijo Elizabeth—, y eso es lo más importante —ella miró con afecto
hacia el rostro dormido—. Me alegro de que no tenga dolores en estos momentos.
La tía Atice entró en silencio.
—Karen, baja y reúnete con los demás. Yo me quedo con ella.
—¿Estás segura, mamá? —preguntó Karen como dudando.
Su madre hizo un gesto afirmativo. Ella miró a Elizabeth con frialdad. Toby frunció el ceño.
Cuando Iban bajando por las escaleras él tomó a Elizabeth de la mano.
—Mamá no pretende ser grosera contigo, pero me parece que nuestra pequeña charada la
molestó.
Ella asintió.
—Lo comprendo, Toby. Ahora ella debe saber la verdad. Supongo que Jonás ya se la habrá
dicho. Parece que ya se lo ha dicho a todo el mundo.
Karen se volvió y los miró a ellos.
—Creo que fue injusto con mamá, Toby. Ella está molesta porque le mintieron.
—Lo hicimos por la tía Kate —interrumpió Toby—. Quizá fue una tontería pero la intención fue
muy buena.
—Famosas últimas palabras —dijo Karen.
—¡Por favor! —Suplicó Elizabeth—. ¿Qué caso tiene seguir peleando? Ya está hecho.
Karen se encogió de hombros y no dijo más. Llegaron al salón donde se estaba desarrollando la
fiesta y se encontraron al doctor Flint conversando con James Seaton mientras que la señora Seaton
los observaba con una mueca.
Karen se ruborizó cuando vio al doctor y se alejó al otro lado de la habitación y se detuvo
cuando Tom se levantó del sillón más cómodo y la saludó.
Toby cambió la música y puso un disco de valses románticos. Entonces se volvió a Elizabeth y la
invitó a bailar. Ella se metió entre los brazos extendidos de él y los dos se movieron hasta el extremo
de la habitación en donde habían levantado la alfombra y apartado los muebles, dejando el piso de
madera libre para bailar.
—¿Dejamos a un lado la edad por un rato, querida? —Le preguntó James Seaton a su esposa
—.Hace mucho tiempo que no bailamos —él le sonrió al médico—. Los bailes modernos no son de
mi estilo. La idea de bailar con la pareja sin tocarla. Me parece abominable.
—Y más bien son como una barrera para las relaciones más íntimas —estuvo de acuerdo el
doctor. Entonces miró a Karen de manera significativa.
Tom tomó la mano de Karen.
—¿Les mostramos cómo se hace? —le preguntó a ella.
Ella se ruborizó intensamente pues hasta la garganta y los hombros cobraron un color rosado.
—Si… si tú lo deseas —tartamudeó ella—, pero no soy muy buena. Quizá prefieras bailar con
alguien más.
Tom rió.
—¿A quién sugieres?
Ella miró hacia otro lado.
—¡Qué tonta soy! Por… por supuesto que no hay nadie más aquí.
El galeno se aclaró la garganta.
—Dado que es la única chica sin compromiso usted va a tener mucha demanda —dijo él—. Nos
vamos a tener que turnar.
Tom lo miró.
—Oh, no, Flint. Yo no voy a compartir a Karen con todos los demás hombres.
Karen lo miró sorprendida y Elizabeth, dándose cuenta de lo que él había dicho lo miró
directamente y después miró a Dan. El estaba sentado junto a Jonás, hablando con éste, con la cabeza
inclinada para escuchar bien lo que su abuelo le estaba diciendo. Parecía no darse cuenta de la
pequeña escena que se estaba representado al otro lado de la habitación.
Elizabeth miró a su hermano por encima del hombro de Toby. Tom se enfrentó a su mirada con
estoicismo. ¿Qué se proponía Tom?, se preguntó ella nerviosa. ¿Estaría él tratando de mantener tanto
a Dan como al doctor Flint alejados de Karen? Eso no serviría de nada. Quizá hubiera sido una
buena idea empujar a Karen a la compañía de Flint, pero si ella estaba con Tom, entonces no iba a
poder ver la admiración que el médico estaba demostrando por ella.
Molesta, ella se preguntó si Tom estaría haciendo aquello a propósito. El había dicho que el
doctor Flint no estaba bien para Karen. De seguro que él podía comprender que lo que estaba
haciendo ahora era tan malo como lo que Jonás y James Seaton habían planeado en contra de ella y
Dan. Nunca daba resultado el interferir en la vida de las demás personas.
Entonces se vio a sí misma. ¿Qué estaba haciendo ella sino interferir o al menos desear hacerlo?
Quería que Karen se sintiera atraída hacia el médico porque quería apartarla de Dan.
Tom y Karen pasaron junto a ellos, ella con la cabeza muy cerca del hombro de Tom y los largos
pliegues de su vestido flotando a su alrededor. Tenía un aspecto antiguo y bastante atractivo. Su
vestido estaba diseñado para hacerla ver como un personaje de una novela de Jane Austen. Un
medallón colgado de una fina cadena de oro brillaba sobre su cuello.
Elizabeth la observó por encima del hombro de Toby. Ella suspiró Toby la miró.
—¿Qué te pasa? Pareces muy deprimida.
Ella le sonrió.
—¿De veras? No lo estoy. Quizá un poco triste por la tía Kate.
Los ojos brillantes de Toby la observaron.
—¿Has pensado en mi sugerencia, Liz? ¿Te has estado diciendo a ti misma lo encantador que
soy?
—No necesito hacerlo —le dijo ella—. Siempre te he apreciado mucho, Toby… eso tú lo sabes.
—Apreciado —el retorció la nariz—. Eso no es suficiente, mi amor. Yo exijo una pasión eterna.
Su tono era ligero pero sus ojos no sonreían.
Ella volvió a suspirar.
—Bueno, en realidad eso es mucho pedir, ¿no te parece? —ella se encontró con la mirada de Dan
al otro lado de la habitación. El se veía totalmente impasivo, con la mirada fría. Ella volvió la
cabeza para otro lado y le dijo en voz baja a Toby—: Me temo que yo nunca podría darte esa clase
de amor, Toby.
—¿Estás segura de que no podría nacer poco a poco de ti?
—¡No sigas, Toby! —exclamó ella de pronto—. Me dolería mucho hacerte daño. Daría cualquier
cosa por poder verte de esa manera. Siempre hemos estado muy cerca uno del otro. Demasiado
cerca, Toby. Demasiado como hermanos.
El rostro de duende de él la observó detenidamente. La sonrisa había desaparecido de sus labios
al igual que de sus ojos.
—No te preocupes, amor. No voy a decir que tengo destrozado el corazón. Creo que en realidad
soy del tipo del alegre trovador… ámalas y déjalas.
—¡Tonto!
—Tú siempre dices eso —comentó él—. Algún día voy a encontrar a una chica que me adore y
que no se fije en lo tonto que soy.
—Claro que sí. Cientos probablemente.
—Pero tú no —dijo él.
Ella suspiró y colocó su mejilla junto a la de él.
—Me temo que no, mi querido Toby.
El volvió la cabeza para besarla levemente sobre los labios y tan rápido que ella no tuvo tiempo
de responder.
—Bueno, supongo que todo es parte del patrón de la vida.
El disco llegó a su fin y Toby la soltó y caminó hacia el otro lado de la habitación para
cambiarlo. El doctor permanecía junto a Karen y Tom, hablando con ellos. Karen lo observaba con
una sonrisa nerviosa, jugando con las cintas de su vestido que caían desde el cuello hasta la cintura.
—Te pareces a la pequeña Bo Peep, el personaje de un cuento infantil que es una pastora.
¿Dónde están tus ovejas?
Elizabeth se apiadó de Karen cuando vio la expresión de su rostro y se unió al grupo.
—Ven a ayudarme a la cocina, Karen —sugirió ella.
El galeno la miró disgustado.
—Vaya, eso nos va a dejar sin ninguna chica bonita.
—No nos tardaremos —le informó Elizabeth con amabilidad y una sonrisa. Karen y ella se
fueron a la cocina y comenzaron a juntar los diferentes platillos que habían preparado con
anterioridad: el risotto, que había sido mantenido caliente en el horno, con camarones y pollo
mezclado con el arroz, las carnes frías ya rebanadas, el queso y la ensalada mixta. Pensaban ponerlo
todo sobre la mesa del comedor para que cada quien se sirviera cuando lo deseara.
Elizabeth observó a Karen mientras trabajaban.
—El doctor Flint me agrada —dijo ella a la ligera—. Parece ser muy agradable.
El rostro de Karen se puso muy rojo y ella le lanzó a Elizabeth una mirada extraña.
—¿De veras? —ella tomó un recipiente lleno de aceitunas rellenas y lo colocó sobre una de las
bandejas.
—¿No te parece? —preguntó Elizabeth determinada a insistir en el asunto a pesar de la reticencia
de Karen a discutirlo.
—El… él es muy bondadoso—opinó Karen.
—¿Pero a ti te cae bien? —insistió Elizabeth.
—No es eso —era obvio que Karen se sentía incómoda, pero aquella situación hizo que la otra
chica decidiera averiguar qué había detrás de aquella antipatía por el doctor.
—¿Entonces qué es?—preguntó ella.
Karen dudó un momento.
—El… yo… nosotros salimos juntos un par de veces. Creo que… yo - le gusto.
—Estoy segura de que así es —convino Elizabeth de inmediato—. ¿Y por qué no iba a ser así?
Tú eres bonita y muy agradable. Me parece muy natural.
—Sí —admitió Karen—, pero él nunca podría atraerme tanto como quiere.
Elizabeth continuó arreglando los diferentes platos sobre las bandejas, listas para ser llevadas al
comedor. Tenía el corazón frío.
—¿Por qué no, Karen? —preguntó ella con calma. Ya era tiempo de ventilar todo el asunto.
Karen miró desesperada a su alrededor, como si buscara ayuda. Sus mejillas brillaban y sus ojos
parecían febriles. Elizabeth comprendió que iba a tener que empujarla aún más.
—Creo saber por qué, Karen —infirió ella.
—¿De veras? —Karen la miró con esperanza y susto.
—Tú amas a otro, ¿no es así?
Kate sonrió nerviosa y asintió.
—Sí—murmuró—, así es.
Elizabeth respiró profundamente. Sentía como si le estuvieran retorciendo el corazón pero estaba
decidida a hacer que Karen le dijera toda la verdad. Ya no más sospechas. La simple y descarnada
verdad.
—¿Quién, Karen?
Karen la miró con una sonrisa tímida.
—Tú ya debes de haberlo adivinado. No hay nadie más —suspiró ella—. Por supuesto que él
jamás se ha fijado en mí. Hasta esta noche —los ojos ella se iluminaron con una emoción muy cálida
—. Pero creo que por fin esta noche, él se fijó en mí.
Elizabeth estaba atónita. Se quedó mirándola con los ojos muy abiertos.
¿Hasta esta noche? Ese no podía ser Dan. El casi no se había fijado en Karen durante toda la
noche. A menos de que lo hubiera hecho antes de que ella llegara. Pero aún así, ¿qué había acerca de
aquella conversación que ella había escuchado?
—¿Qué me quieres decir, Karen? —Preguntó ella de manera directa—, ¡Yo pensaba que se
trataba de Dan!
Karen la miró completamente sorprendida y la boca se le quedó abierta.
—¿Dan? —Repitió ella con una risita—. ¿Pensaste que yo estaba enamorada de Dan? Pero sí él
tiene la suficiente edad para ser mi tío, o hasta mi padre —sus ojos se tornaron muy grandes y
curiosos—. ¿Oh, Liz, no será por eso por lo que…?
Liz se ruborizó.
—Olvídate de eso. ¿Por el amor de Dios, de quien estás enamorada, Karen?
—De Tom, por supuesto—respondió Karen.

Capítulo 9

Elizabeth dejó caer un tazón lleno de ensalada de papa con un gran estruendo. Entonces miró al
piso, confundida. —¡Dios mío, que desastre! ¡Latía Alice me va a matar!
Karen se arrodilló y comenzó a limpiar el desorden, con la cara hacia abajo por lo que Elizabeth
no podía ver su expresión.
—¿Eso es la verdad, Karen? —demando Elizabeth, arrodillándose a su lado para ayudarla a
recoger la ensalada con dedos temblorosas.
—Sí —admitió Karen, todavía negándose a levantar la mirada—. No se lo vas a decir, ¿verdad,
Liz? Yo no podría soportar verlo si él lo supiera. Me sentiría muy humillada.
—Por supuesto que no le diré ni una palabra —prometió Elizabeth de inmediato—. ¡Ni lo
pensaría! —entonces el corazón se le levantó en la garganta como una burbuja y comenzó a reír.
—Pero… Tom. ¡Yo jamás lo sospeché ni por un momento! Guardaste muy bien tu secreto, Karen.
—Me alegro —dijo Karen poniéndose de pie después de terminar el trabajo de limpiar y de
poner la ensalada y los pedazos del tazón en un papel que después arrojó a la basura.
Los pensamientos de Elizabeth eran una mezcla de emociones confusas y rápidos pensamientos.
¡Tom y Karen! Ella no dudaba de lo que le había dicho la otra chica ni por un momento, pero aquella
revelación lo había cambiado todo.
Se puso muy pálida. Se volvió y miró a Karen con ojos aterrados
—¡Karen! Tengo que preguntarte algo. Hace algunos meses yo escuché una conversación entre
Dan y tú en el jardín. Tú estabas llorando —ella se ruborizó y apartó la mirada de la de Karen—.
Dan… Dan te estaba abrazando y te estaba tranquilizando. Ustedes estaban diciendo algo acerca de
no querer herir a alguien, de mantener en secreto la verdad para que nadie lo adivinara —ella se
detuvo y se estremeció violentamente. Revivió toda la escena una vez más con toda la vivacidad de
la primera ocasión.
—¿Y? —preguntó Karen y cuando Elizabeth la miró en el rostro de ella no vio culpa ni miedo,
sólo una leve curiosidad.
—¿De quién estaban hablando ustedes? —preguntó Elizabeth, consciente de que su corazón se
había detenido en espera de una respuesta.
—De la tía Kate, por supuesto —respondió Karen de inmediato y después suspiró—. El doctor
Flint acababa de decirme la verdad. Nosotros sabíamos que la tía Kate no estaba muy bien pero no
nos dábamos cuenta de lo seria que era la situación. El médico acababa de enterarse. El me lo dijo y
después se lo dijo a Dan y a Jonás.
Elizabeth cerró los ojos.
“¿Qué he hecho?, Dios mío”, pensó ella.
Karen vino hacia ella y la abrazó.
—Liz, te ves muy mal. ¿Qué te pasa? —entonces comenzó a entender—. Oh, no. Tú no habrás
pensado que… —ella se detuvo para analizarlo—. Rompiste tu compromiso porque pensaste que
Dan y yo… ¡Liz, qué horrible!
Elizabeth comenzó a reír un tanto histérica.
—Sonaba muy sospechoso. ¿Recuerdas lo que dijeron ustedes? No mencionaron nombres… sólo
hablaron acerca de sentirse culpables e infelices al ocultarse la verdad a ella. ¿Qué iba yo a pensar?
¡Dan se veía tan sobre protector y tierno! ¡Llegué a la conclusión obvia!
Karen la miró desconcertada.
—¿Pero por qué no se lo preguntaste a Dan, Liz? ¿Por qué no te aseguraste antes de actuar?
Elizabeth se volvió para el otro lado, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo se lo iba a preguntar? Yo pensé que si él sabía que yo lo había averiguado ustedes dos
se iban a sentir muy culpables. ¡Yo me sentía horrible, pero no quería hacer eso! —ella se volvió y
le sonrió a Karen abiertamente—. Después de todo, todos crecimos juntos. Yo te aprecio mucho
Karen, y yo… amaba mucho a Dan.
—¡Cuánto debes de haber sufrido, Liz! —Exclamó Karen—. ¡Qué valiente y generosa fuiste!
Pensar en nosotros después de lo que pensaste haber visto. No sé cómo pudiste ser tan comprensiva.
Elizabeth sacudió la cabeza e hizo una mueca.
—El sentimiento del noble auto sacrificio no duró mucho. Después sentí que los odiaba a los dos.
No pienses que yo estaba siendo una santa porque no es así.
—Me sorprende que hayas podido ser amable conmigo —dijo Karen con franqueza—. Creo que
yo no hubiera podido ser tan generosa.
—Me sentía como una hipócrita —admitió Elizabeth—. Mis pensamientos estaban llenos de
veneno y sin embargo mantuve un aspecto de calma y control.
Karen se sentó en una silla y la miró fijamente.
—¿Pero nunca se te ocurrió que estabas equivocada? Quiero decir… Dan y yo nunca hemos
estado tan cerca. Yo siempre lo he visto como a un hermano mayor. ¡Casi me dobla la edad!
—Me temo que pensé que la aparente indiferencia que había entre ustedes era la peor de todo. Y
cuando un día me confesaste que habías hecho todo un lío al enamorarte y después me dijiste que a
mí era a quien menos podías hablarle de eso… pensé que te referías a Dan.
Karen rió.
—Por supuesto… eso lo entiendo. Y yo estuve pensando en Tom todo el tiempo, deseando que él
no se diera cuenta y temiendo que si te lo decía, tú se lo ibas a indicar a él de alguna manera.
Elizabeth se llevó las manos a sus mejillas que estaban muy calientes.
—¡Oh, Karen! —de pronto recordó que ella le había comunicado a Tom sus sospechas acerca de
Dan—. ¡Hice algo mucho peor!
Karen la miró sorprendida.
—¿Qué cosa?
—Yo le hablé a Tom acerca de Dan y tú.
Karen se puso completamente blanca.
—¡Oh, no! ¡Me va a odiar!
—¡Lo siento mucho, Karen! ¡Qué desastre he hecho… con la mejor de las intenciones!
—¿Qué fue lo que dijo Tom? —preguntó Karen con una vocecita casi inaudible.
—El se quedó sorprendido… y no muy contento, ahora que lo pienso. Pareció más bien molesto y
dijo que tú debías de estar loca para involucrarte con Dan, porque él no era para ti.
—¿Me pregunto qué quiso decir? —preguntó Karen y la miró mientras que un leve color volvía a
apreciar en sus mejillas blancas.
—No estoy segura —admitió Elizabeth—, pero su actitud hacia ti esta noche te da ciertas
esperanzas, ¿no es así?
Karen suspiró y dejó caer los hombros.
—Eso pensé en el momento, pero ahora veo que probablemente era la manera como Tom trataba
de ayudarte. Lo más probable es que él haya estado tratando de mantenerme alejada de Dan, para
protegerte a ti.
Elizabeth sintió que no podía negar aquello. A ella también se le había ocurrido. Tom era muy
capaz de hacer eso.
Karen esbozó una sonrisa en su boca todavía pálida.
—¡Bien, al menos algo bueno ha salido de todo esto! Ahora puedes ir a buscar a Dan y contarle
toda la verdad y reanudar el compromiso.
Elizabeth la miró con pesar.
—No, Karen, yo no puedo hacer eso.
—Pero ahora que te has dado cuenta de que estabas equivocada, de seguro… —protestó Karen,
sorprendida.
—¡Ponte tú en el lugar de Dan! El estaría furioso —dijo Elizabeth sacudiendo la cabeza—. No,
no puedo decírselo. Sería como una petición para que me aceptara de nuevo.
—¿No quieres casarte con él? —preguntó Karen abiertamente.
Elizabeth suspiró.
—No es tan sencillo. Karen, prométeme que no le dirás ni una palabra a él ni a nadie más.
—Pero Elizabeth…
—Prométemelo —repitió ella con firmeza.
Karen suspiró.
—No puedo negarme. Muy bien, te lo prometo, pero estoy segura de que estás cometiendo un
error.
—Karen, yo rompí mi compromiso con Dan porque interpreté mal algo que escuché. Si ahora yo
voy a ver a Dan y se lo digo, antes que nada él se pondrá furioso porque yo no le tuve la suficiente
confianza como para preguntárselo abiertamente. Después él tendría la oportunidad de escoger entre
pedirme que me case con él o negarse a hacerlo. Pero en cualquiera de los dos casos él se vería
presionado, ¿no lo ves?
Para mí sería muy humillante si él me dijera que me marchara y si me pide que nos casemos, yo
nunca estaría segura de si lo había hecho porque sintió que era su obligación.
Karen la miró sin expresión.
—Haces que todo suene tan complicado. ¿No crees que le debes a Dan el decirle la verdad?
Elizabeth se sobresaltó, pensó que aquello era cierto. Ella había juzgado mal a Dan, causándole
un mal imperdonable.
—¿Es tú orgullo, Liz? —Preguntó Karen—. Yo lo entiendo si así es… yo también tengo mi
orgullo. Siempre me he aferrado a él como a un escudo cada vez que veía a Tom o pensaba en él.
—Supongo que el orgullo tiene mucho que ver—comentó Elizabeth con calma—, pero también
hay otros aspectos. Yo… yo quiero estar segura de que Dan me ama. Yo quiero que él regrese
libremente a mí, sin sentirse presionado.
Karen la miró insegura.
—¿Y qué hay de Toby, Liz?
—¿Toby? —Liz pareció sorprendida y desconcertada.
Karen le observó el rostro tratando de ver cuáles eran las emociones que estaban detrás de sus
ojos verdes.
—Sí —asintió ella lentamente—. ¿Tú sientes algo por Toby?
La puerta se abrió a media pregunta y Dan apareció y las miró con aire cínico.
—Sí —repitió él en tono de burla—. ¿Sientes algo por él?
Ella se ruborizó y se apresuró a tomar una de las bandejas llenas de comida.
—¿Viniste a ayudarnos a llevar las bandejas? Qué bueno. Toma, lleva esta —dijo ella y le puso
la bandeja en las manos.
El la miró por encima de ésta y su boca firme se levantó en las comisuras formando una sonrisa
íntima y divertida.
—Muy pronto vas a tener que responder a esa pregunta, Liz. Huye mientras puedas.
Cuando él se alejó Karen miró a Elizabeth.
—No creo que necesites tu orgullo por mucho más tiempo, Liz. Dan no es un hombre que necesite
ser forzado a nada. El siempre ha sabido lo que quiere y lo ha buscado sin importarle nada.
—El me dejó ir sin una palabra —indicó Liz.
Karen frunció el ceño.
—¿Lo hizo? Me pregunto por qué.
Ellas siguieron a Dan, caminando despacio con las bandejas muy cargadas y después de arreglar
la comida de manera muy elegante sobre la mesa, regresaron a la fiesta para informarle a los demás
que el buffet frío ya los estaba esperando.
—¡Por fin! —Gruñó Jonás—. ¡Vaya que les tomó tiempo!
Dan lo ayudó a ponerse de pie. El doctor Flint se reunió con Karen y la miró directamente.
—Espero que podamos bailar más adelante —pidió él—. Casi no te he visto esta noche.
Ella bajó la mirada y sus pestañas bajaron sobre sus mejillas rosadas.
Tom llegó por detrás de ella y la tomó del codo. El miró al otro hombre de manera cortés.
—¿Permites que te acompañe a cenar, Karen? Tú puedes ayudarme a llenar mi plato. ¿Preparaste
tu famoso rísotto esta noche? A mí me encanta. Siempre trato de servirme muchos camarones…la
combinación de camarones con arroz me encanta.
El galeno frunció el entrecejo cuando Tom separó a Karen y la sacó por la puerta. Entonces él
salió tras ellos.
Elizabeth los observó, divertida. Karen iba a pasar una velada muy agradable atendida por dos
jóvenes encantadores. Quizá la posibilidad de un opositor por fin había hecho que Tom
comprendiera el valor de Karen.
Era bastante revelador el que él estuviera dispuesto a pasar por tantos trabajos por ella. Su
temperamento tranquilo y apacible casi había quedado a un lado aquella noche. Claro que ellos
siempre habían estado tan cerca. Sin lugar a dudas Tom no le había prestado mucha atención. Ahora
se iba a dar cuenta de que si no se movía rápido la iba a perder.
La sola idea de que Tom se moviera rápido fue suficiente para hacer que Elizabeth se riera. ¡Lo
que la gente era capaz de hacer por el amor! Toda su naturaleza podía cambiar, al menos
temporalmente.
Se sobresaltó cuando Dan entró en la habitación y la miró con frialdad, con una ceja levantada.
—¿No vienes a comer?
—Sí —respondió ella de inmediato—. Ya voy.
El la agarró por la muñeca cuando ella trató de pasar apresuradamente junto a él y la mantuvo a
la distancia de un brazo para mirarla a los ojos.
—¡Todavía no! —él se inclinó y echó a andar el aparato de sonido, todavía sosteniéndola con
una mano: Una melodía lenta y dulce llenó el aire.
Dan se volvió. Su mano se deslizó lentamente alrededor de la cintura de ella y la otra subió por
el brazo hasta el hombro.
—No hemos bailado en mucho tiempo —comentó él.
Ella permaneció como si estuviera clavada en el mismo lugar.
—Desde el baile en el club de cricket— asintió ella y levantó los ojos.
—Cuando Toby te besó —le recordó él con voz fría.
Las mejillas de ella se tornaron rojo brillante.
—¡Sí!
—¿Quieres bailar conmigo, Liz? —preguntó él medio suplicando y medio como reto, levantando
una ceja.
Ella dejó que él le tomara la mano. El corazón le latía tan rápido que estaba segura de que él lo
iba a escuchar y a darse cuenta de la emoción que la estaba consumiendo.
De pronto ella recordó lo que su padre y Jonás habían dicho acerca de Dan. ¿Sería verdad que
Dan siempre la había dominado e impuesto su propia voluntad?
“Sí”, pensó ella, “por supuesto que tienen razón. Dan es muy arrogante e imperioso y hubiera
tratado de gobernarme como lo ha hecho siempre con la fábrica, con una mano de hierro. Me hubiera
dado cuenta de todo eso hace mucho tiempo si el guante de terciopelo no hubiera sido tan atractivo”.
Vio que la conversación que ella había escuchado entre él y Karen sólo había sido la última gota.
Ella ya había sido llevada hasta el punto de no poder resistir más por el comportamiento arbitrario
de él. No era justo culpar a su padre por el noviazgo tan largo. Si ella se hubiera casado con Dan de
inmediato ellos hubieran llegado al mismo punto tarde o temprano, ya que la naturaleza de él estaba
hecha para la tiranía. El verdadero problema era que él jamás se había enfrentado a una oposición
fuerte excepto la de Jonás y el viejo estaba tan encantado al verse reflejado en su nieto que jamás lo
hubiera frenado seriamente hasta que fue demasiado tarde.
“Pero yo amo a Dan de todas maneras”, pensó sintiéndose indefensa. “¿Qué puedo hacer? El
amor me hace débil”. Su orgullo se alzó en rebelión. “Sigue el consejo de Jonás. Enfréntate a Dan
antes que sea demasiado tarde. Si de veras te ama, él cederá. El amor es la respuesta a la vez que el
problema”.
El la miró y sonrió de manera triunfal.
—¿Comenzamos de nuevo, Liz? ¿Nos olvidamos del pasado?
Ella lo miró a través de las pestañas.
—¿Qué quieres decir?
El le lanzó una larga mirada de deseo.
—Estoy dispuesto a olvidar tu pequeño romance con Toby.
—¿De veras, Dan? —preguntó ella en voz muy baja.
El puso su mano debajo del mentón de ella y le inclinó la cabeza hacia atrás. Una chispa brilló en
el fondo de sus ojos azules cuando la observó.
—Eres muy bonita, Liz —dijo él de manera abrupta—. Sí, yo puedo olvidarme de Toby… quizá
yo tuve un poco de culpa. Te dejé sola demasiado tiempo. Tú estabas aburrida y Toby siempre estaba
allí—sus labios se retorcieron en un gesto de enojo—. Yo debí de haberle hundido la cara cuando
comencé a sospechar lo que él estaba haciendo, pero me daba mucho coraje pensar que tú te
estuvieras fijando en él.
—¿De veras? —preguntó ella en el mismo tono dulce.
El la miró y frunció el entrecejo.
—¡Yo tengo mi orgullo, Liz!
—Sí —estuvo de acuerdo ella—. ¡Sin lugar a dudas!
—El rostro de él se puso tenso y sus ojos se achicaron.
—¿Te estás burlando de mí?
Levantó la mirada hacia él con una expresión de inocencia.
—No me atrevería a hacerlo, Dan.
—¿Todavía te importa Toby? —demandó él—. ¿Es eso lo que está detrás de esa expresión tuya?
Cuando volé a Italia yo quería averiguar cuál era exactamente la situación… pronto me di cuenta de
que si había habido algo entre ustedes, eso ya no existía. Tú estabas coqueteando con los italianos y
Toby parecían incapaz de manejar la situación. Me di cuenta de que él estaba celoso. Tú lo tenías
atado al final de la cuerda. Pero tú habías perdido el interés o por lo menos eso me imaginé.
—Yo pensé que habías ido a Italia por la tía Kate.
El se encogió de hombros.
—Sí, por supuesto, pero esa fue una razón secundaria.
—Matando dos pájaros de un tiro, Dan. ¡Qué económico de tu parte!
Los ojos azules estaban fijos en el rostro de ella.
—Suenas muy poco interesada. ¿Qué quieres que yo diga? Ya he admitido que todavía quiero
casarme contigo, que todavía te encuentro atractiva. Que fui a Italia a buscarte a ti. ¿Qué todo eso no
significa algo?
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—Sí —asintió ella lentamente, con la voz llena de ironía—. Quiere decir que tú jamás sabes
cuando estás vencido, Dan. Pero eso yo ya lo sabía.
El apretó los labios.
—¿Por qué me estás agrediendo de esta manera? ¿Qué es lo que te pasa? Tú no estás enamorada
de Toby —aseguró él pero después la miró y preguntó—: ¿O sí?
Ella sacudió la cabeza con calma.
—No y jamás lo estuve. Me he comportado de una manera abominable con Toby. Lo usé para mi
beneficio sin la menor vergüenza ni remordimiento.
El sonrió y dejó escapar un largo suspiro de alivio.
—¡Lo sabía! —las manos de él cayeron sobre los hombros de ella y se inclinó hacia adelante
sonriéndole con todo su encanto.
—¡Yo te deseo, Liz, tú lo sabes! —él se inclinó y la besó fuerte pero brevemente y levantando la
cabeza le volvió a sonreír—. Y tú me amas… no puedo creer que no sea así.
Ella dio un paso hacia atrás y las manos de él cayeron. El la miró y frunció el ceño.
—¿Alguna vez te has escuchado a ti mismo, Dan? ¿Alguna vez escuchas lo que estás diciendo?
Me dices que me deseas. Fíjate en la palabra. ¡Deseas! Y entonces tienes el valor de insistir en que
yo te amo y dices que no puedes creer que yo no te ame —los ojos de ella lo miraron con desprecio
—. Hay todo un mundo entre esas dos palabras, Dan. Desear y amar no es lo mismo. Y me temo que
hasta que tú puedas entender la diferencia entre las dos y puedas ofrecerme algo más que ser un
objeto de tus necesidades, yo no quiero tener nada que ver contigo —cuando terminó de hablar, ella
giró sobre los tacones y salió de la habitación.
Ella se reunió con los demás, con el rostro muy rojo y se sirvió una gran cantidad de comida que
no tenía el menor deseo de probar.
Jonás, sentado en una silla de respaldo alto, la miró con interés y le hizo un gesto para que se
acercara, mientras comía algunas rebanadas de jamón.
Elizabeth se acercó, levantando una ceja.
—Y bien, Jonás, ¿qué quieres ahora conmigo?
El le lanzó una mirada aguda.
—Esta noche tienes un aspecto regocijante, querida. ¿Qué está pasando? —la mirada de él pasó
por encima de ella para escudriñar a Dan, quien acababa de entrar en la habitación y estaba
observando a Elizabeth con rostro duro.
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro de Jonás.
—¿Escondiéndote, Liz? ¿Jugando a la zorra y los perros con Dan? ¡Me parece muy bien!
Ella lo miró con afecto e ironía.
—Tienes todos los instintos del sádico, Jonás. ¡Me avergüenzo de ti!
—Tonterías —habló él alegremente—. El chico se lo estaba buscando —él le tomó la mano y se
la besó con un gesto cortesano—. ¡No me importa admitir que lo envidio! Tú no sólo eres muy
bonita, sino que además eres una criatura llena de energía. ¡Hazle pagar caro, Liz! ¡Hazle pagar caro!
Ella le sonrió y sacudió la cabeza.
—Gracias por el consejo, Jonás, pero permíteme manejar mis propios asuntos. ¡Ya soy una chica
grande!
El doctor Flint estaba junto a Karen cuando ella miró hacia el otro lado de la habitación. Karen,
nerviosa, probaba la comida con los ojos muy brillantes, como si fuera una ardilla. Tom hablaba con
ella ignorando al doctor, pero Elizabeth se dio cuenta de que Karen casi no comprendía lo que él le
decía por lo nerviosa que estaba.
James Seaton, con la curiosidad reflejada en el rostro, caminó hasta donde se encontraba
Elizabeth y alabó la comida.
—El risotto estaba muy bien preparado.
—Debes decírselo a Karen y no a mí, papá. Yo no soy la responsable. Pero sí está bueno,
¿verdad? Karen es muy hábil —ella miró a su padre y se preguntó cuál sería la reacción de él si Tom
se casara con Karen. ¿Le agradaría? Con gusto ella pensó ahora que por primera vez los hombres de
la familia se encontraban todos en la oscuridad. Ninguno de ellos tenía la menor idea del secreto de
Karen y cuando éste saliera a la luz, todos se iban a quedar sorprendidos.
Toby apareció y le sonrió. Aparentemente ya había vuelto a la normalidad. Ella le devolvió la
sonrisa contenta de ver que era el mismo de siempre otra vez. Ella temía haberlo herido
profundamente, pero cuando vio el gesto de él, desechó aquella idea. Toby era demasiado ligero de
corazón. Sin lugar a dudas lo que él había sentido por ella no había sido muy profundo. Una atracción
superficial, complicada con una amistad muy larga, eso había sido todo.
—No estás comiendo mucho. ¿No tienes hambre? Entonces ven a bailar —la invitó él—. La
noche todavía es joven. ¿O crees que deberíamos subir a visitar a la tía Kate?
—No —respondió ella sin dudarlo—. Ella ya debe de estar profundamente dormida. No la
volveremos a molestar esta noche. Vamos a bailar, Toby.
El la tomó de la mano, puso el plato de ella sobre la mesa y la llevó hasta la otra habitación. Dan,
quien estaba apoyado sobre la pared, los vio pasar y su rostro se convirtió en una máscara fría. Toby
l lanzó una mirada provocativa cuando pasó junto a él y Elizabeth vio cómo, por un instante, en los
ojos de Dan apareció un destello de enojo que desapareció de inmediato.
Cuando estuvieron en la otra habitación, Toby la miró con un sonrisa y después torció el cuello
como tratando de ver su propia espalda.
—¿Puedes verlo? —preguntó él,
—¿Ver qué cosa? —preguntó ella, desconcertada.
—El puñal que Dan acaba de clavarme entre las costillas —contestó él fingiendo seriedad.
—¡Tonto! —respondió ella, riendo.
Ahora Toby la miró a ella con seriedad.
—Algún día me llamarás así con demasiada frecuencia.
Ella también se puso seria.
—¡Lo siento! Por supuesto que no volveré a decirlo, pero la Intención era de mucho cariño,
Toby.
Los ojos color café de él le sonrieron.
—Lo sé. No me hagas caso. En realidad me gusta la manera como lo dices… de veras —él
corrió a poner un disco sobre la tornamesa, regresó y-le extendió los brazos—. ¡Baila, baila! —
exclamó él riendo y ella se metió entre sus brazos.

Capítulo 10

A la mañana siguiente Elizabeth se despertó para encontrarse con un día fresco y soleado.
Permaneció acostada, sonriendo y mirando al techo. Una sensación de excitación la llenó cuando se
puso a repasar los eventos del día anterior. Había logrado evadir a Dan por el resto de la noche,
pero él había estado permanentemente en el fondo, mirándola directamente mientras ella bailaba con
Toby o con el doctor Flint.
Entonces su sonrisa desapareció. .
—¿Y si él no me ama? —se preguntó—. ¿Y si sólo se trata de una necesidad física? —saltó de la
cama y corrió a la ventana para borrar aquellos pensamientos pesimistas.
El verde comenzaba a desaparecer de los árboles y un oro pálido estaba tomando su lugar, con
algunos toques de café y algunas llamaradas de maple. Las telarañas se mecían suavemente bajo la
brisa de la mañana, brillantes con el rocío, como si fueran diamantes atrapados en un encaje. El cielo
estaba despejado y muy azul, pero a lo lejos algunas nubes se movían como si fueran ovejas
caminando sobre un terreno desigual.
Fue al baño, regresó y se vistió muy rápido. Vestida con una blusa color verde vivo y una falda
sencilla bajó cantando a desayunar.
Tom estaba terminando de comer cuando ella llegó junto a él. Tom se levantó, sonriente.
—Se me hizo tarde. Debo apresurarme. Mamá, no voy a venir a cenar esta noche. Voy a llevar a
Karen al cine.
La señora Seaton asintió sin prestar mucha atención, pero Elizabeth miró a su hermano.
El le guiñó un ojo y salió. Muy pensativa Elizabeth se comió su media toronja y mordió una
tostada. La señora Seaton estaba preparando una lista de compras con expresión abstracta.
Unos minutos más tarde el teléfono sonó y la señora Seaton dijo:
—Contesta por favor, Liz. Estoy ocupada.
Era Jonás, con la voz un tanto quebrada pero bastante tranquilo.
—¿Liz? Kate murió anoche mientras dormía. Pensé que les gustaría saberlo.
Ella cerró los ojos un momento.
—¡Oh, no!
—Creo que fue lo mejor —dijo él—. Se veía muy tranquila. ¿Tu padre todavía está ah í?
—No, ya se fue a la fábrica. ¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudar, Jonás?
—No querida, nada, gracias. Podemos arreglárnosla. ¿Crees que puedas hablarle a tu padre por
mí? Dile lo que ocurrió y dile que no voy a ir hoy. Ni tampoco Dan, por supuesto.
—Por supuesto —aceptó ella—. Lo llamaré de inmediato.
La señora Seaton levantó la mirada cuando Elizabeth regresó a la habitación.
—¿Qué pasa? ¿Kate?
Elizabeth asintió.
—Mientras dormía. De manera muy tranquila, dijo Jonás. Yo le hablé a papá y se lo informé.
Jonás y Dan no van a ir a trabajar hoy así que papá tendrá que quedarse hasta tarde esta noche.
La señora Seaton se quedó mirando fijamente la mesa de la cocina. Una lágrima le corrió
lentamente por la mejilla—. ¡Conocí a Kate Woodham por mucho tiempo! —dijo ella—. ¡Siempre
fue mi mejor amiga!
Elizabeth le puso un brazo alrededor de los hombros y la acarició.
—Lo sé, mamá. Todos queríamos mucho a la tía Kate.
—Pobre Jonás. La va a extrañar mucho —comentó Mary Seaton.
Elizabeth la miró con una expresión de duda.
—¿De veras lo crees? Jonás siempre me ha parecido muy auto suficiente.
—Probablemente él ni siquiera se da cuenta de lo mucho que siempre ha dependido de Kate. Tú
sabes que su esposa fue una mujer muy negativa. Le tenía terror a Jonás. Tengo entendido que él era
amable con ella, pero de una manera muy especial. Entonces Kate tuvo que encargarse de la casa y a
pesar de su delicadeza, ella siempre tenía el valor de decirle a Jonás cuando estaba equivocado.
Elizabeth se sentó y miró pensativa hacia el jardín. Las cortinas se movieron levemente con la
brisa. Ella podía ver las copas de los árboles, las últimas rosas del verano, con las hojas exteriores
ya oscuras, pero todavía reteniendo su color interior.
¿Sería aquello lo que Jonás había deseado para Dan? ¿Una mujer que le dijera cuando estaba
equivocado?
Tom regresó temprano como de costumbre. Le dijo que Karen había tenido que cancelar la cita.
Estaba ayudando a su madre con los arreglos necesarios. Jonás había decretado que no se llevara
luto por Kate, excepto hasta el funeral que tendría lugar dentro de tres días.
Una semana más tarde, Toby atravesó el campo para visitar a Elizabeth con una mirada decidida
en los ojos. Ella estaba arrodillada junto a unos crisantemos que estaba atando a unas estacas. La
noche anterior había llegado una tormenta. Esta había soplado durante horas, causando estragos en
las flores, arrancando una rama de un árbol y manteniendo despierta a toda la familia por varias
horas.
Elizabeth levantó la mirada cuando Toby llegó a su lado.
—¿Dormiste bien? ¿No te pareció terrible el viento?
—Me alegro de no haber estado en altamar —estuvo de acuerdo él—. Vine a despedirme, Liz.
Ella se puso tensa y sus dedos se quedaron quietos sobre los pedazos de cuerda verde que estaba
utilizando como amarras.
—¿A despedirte? —repitió ella lentamente.
—Regreso a Italia —informó él.
Ella lo miró sentándose en sus talones.
—¿Solo?
Los ojos de él se mostraron amables.
—¿No vas a regresar conmigo, verdad Liz?
—¿Eso es una pregunta o una aseveración?
—Lo qué tú prefieras.
Ella dudó un momento.
—¿Quién decidió que ya era tiempo de que regresaras?
El se metió las manos en los bolsillos y se balanceó, con los labios apretados.
—¿Tú quién crees?
—¿Dan?
El la miró al rostro con una sonrisa amarga en los ojos.
—¿Quién más?
—¿Y él también decidió que yo no me iba contigo? —el enojo de ella comenzó a aumentar.
Mantuvo su voz calmada, pero sus ojos arrojaban chispas.
—¿Había alguna duda al respecto? —inquirió Toby.
Elizabeth dejó caer el manojo de cuerdas verdes y se puso de pie.
—Yo no voy a dejar que nadie me diga lo que tengo que hacer —exclamó ella—. Me toca a mí
tomar mis propias decisiones. Dan no me preguntó qué era lo que yo quería hacer… él simplemente
arregló todo sin consultarme. Ya es tiempo de que el gran Dan Woodham se dé cuenta de que él no es
Dios Todo Poderoso.
Toby se quedó allí, observándola mientras ella caminaba de prisa sobre el pasto hasta
desaparecer entre los arbustos.
Algo que se movió a sus pies le llamó la atención. El perrito salió del escondite que había
descubierto detrás del cobertizo del jardín, moviendo la cola.
—¡Hola, Charlie! —Murmuró Toby, agachándose para acariciarle las orejas—. Tu ama acaba de
irse corriendo para enfrentarse al gran Dan Woodham. Me temo que tú y yo somos unas víctimas
dentro de la gran batalla.
El perrito lo miró y comenzó a lamerle las manos.
—Vaya, tú puedes reconocer a un compañero en desgracia —le comentó él y dándole una
palmada se puso de pie—. Bueno, Charlie, me temo que es hola y adiós. Debemos buscar el consuelo
que podamos, tú en tu rinconcito y yo en el mío —entonces él se alejó y dejó al cachorrito
persiguiéndose su propia cola hasta que se tambaleó y se quedó dormido.
Elizabeth entró en el jardín de Whitebriars a toda velocidad, con la cara en alto, lista para la
batalla.
Dan se encontraba sentado en el patio, sobre una silla de mimbre, leyendo el periódico. Al verla
llegar él lo dejó a un lado y se recargó hacia atrás.
—¿Le dijiste a Toby que yo no iba a regresar a Italia? —demandó ella cuando llegó junto a él.
—Así es—respondió Dan con calma.
Los ojos de ella brillaron.
—¿Cómo te atreves? Yo tomo mis propias decisiones y si quiero ir a Italia, lo haré. ¿Quién te
crees que eres para pasar por encima de la gente y gobernar sus vidas como si fueras Dios, sin
importarle nunca lo que ellos piensan o quieren…?
Dan se puso de pie y la agarró del brazo, jalándola hacia él con una sonrisa de burla.
—¡Deja de hablar, pequeña arpía!
Ella le empujó el pecho, indignada pero entonces cuando la boca de él cubrió la suya con un beso
duro y demandante, sus palabras murieron en sus labios.
Los brazos de ella rodearon el cuello de él, ella se relajó y se entregó al enorme placer de sus
besos. ‘
Cuando él se apartó y la miró, los ojos de ella se mostraban soñadores y sus labios se abrieron
para dejar escapar un suspiro de felicidad.
—Te odio —le dijo ella.
—Ya me di cuenta —murmuró él con malicia—. Me estaba preguntando si alguna vez ibas a
venir a mí. Al final tuve que ser tan falto de escrúpulos como tú y utilizar a Toby como mi aguijón.
Ella levantó la mirada y después juntando las cejas, exclamó:
-¿Qué?
—Yo estaba seguro de que cuando le dijera a Toby que tú ya no ibas a ir con él, él te lo iba a
decir de inmediato —comentó Dan con una sonrisa desvergonzada—. Yo lo vi caminar hacia tu casa
y me senté aquí a esperar. No tomó más de cinco minutos. Y déjame decirte que fueran los cinco
minutos más largos de mi vida.
—Tú… tú… —las palabras le fallaron, ella levantó la mano para abofetearlo, pero él la atrapó y
la sostuvo con fuerza.
—Nada de violencia, mi amor. Dos podemos jugar el mismo juego. Tú exiges igualdad. Está bien
pero… eso quiere decir que si tú me golpeas entonces yo haré lo mismo. Yo ya aguanté muchos
castigos físicos de parte tuya en el pasado sin hacer nada. ¡De ahora en adelante, cuidado! Ya no
habrá misericordia, te lo prometo.
Ella lo miró ahogada por el enojo.
—Fue muy en serio lo que te dije la última vez, Dan. No basta con desearme. Yo no soy un objeto
como un jarrón antiguo o un auto nuevo. Soy una persona.
La mirada de él se paseó sobre ella llena de apreciación.
—Así es —murmuró él— y una persona muy bonita, si me permites decírtelo.
—¿Por qué no me tomas en serio? —gritó ella.
—¿Qué quieres que diga? —Respondió él todavía sonriendo pero con una llama en el fondo de
los ojos que hizo que ella contuviera la respiración—. ¿Qué estoy locamente enamorado de ti y que
no puedo vivir sin ti? ¿Qué me encuentro subyugado, dispuesto a correr tras las ruedas de tu
carruaje? ¿Crees que todo eso satisfaría tu vanidad y tu orgullo?
—Dan —habló ella ya más calmada—. Lo único que yo quiero es que tú me digas que me amas.
No que me deseas o que me encuentras atractiva. Simplemente que me amas… es muy sencillo.
El tomó las manos de ella, las volteó hacia arriba y las analizó con interés. Entonces las alzó
lentamente y le besó las palmas, con la cabeza inclinada en un gesto de humildad tan poco
característico en él que ella se quedó sin aliento.
—Te amo, Liz —declaró él con delicadeza—. Te he amado desde hace tanto tiempo que no me
parecía necesario tener que decírtelo. Yo pensaba que tú sabías lo que sentía, lo que siempre he
sentido por ti. Hay tantas cosas encerradas dentro de mi amor. Yo te amé como una bebita regordeta
que me arrojó el pastel de cumpleaños. Te amé como una chiquilla pecosa de ocho años que hacía
trampas cuando jugábamos a los policías y ladrones. Pero te amé más que nunca cuando regresaste de
Londres, tan bella que yo casi no podía apartar la mirada de ti. Si yo me apresuré fue por el terror
que sentía que alguien pudiera llegar primero.
Ella se desplomó hacia él, débil por el alivio y el amor y él la atrapó y la sostuvo contra su
cuerpo.
—Mi amor, mi amor —susurró ella, acariciándole la parte de atrás de la cabeza con sus dedos
—. ¡Yo no hubiera podido soportarlo si tú no me amabas!
—No sé cómo pudiste dudarlo —dijo él, besándole la oreja y la mejilla entre palabras.
Ella dudó por un momento y después le contó acerca de la conversación que había escuchado, su
creencia en que él amaba a Karen y su decisión de no comentar aquello y de romper el compromiso.
El la escuchó, observándola impasivo. Entonces tomó el rostro de ella entre sus manos y le
pellizco el mentón, queriéndosela comer con los ojos.
—¡Tontita! Quienes escuchan lo que no deben, jamás escuchan cosas agradable, ¿qué no sabías
eso? Podías haber arruinado nuestras vidas por llegar a conclusiones infundadas —entonces él rió—.
¡Karen! ¡La pequeña Karen, quien era incapaz de asustar a un ganso! ¿Cómo pudiste imaginar tal
cosa? Debería darte unas nalgadas.
—Tú me dejaste ir con tanta facilidad —protestó ella—. Admito que me sorprendió el que tú no
mostraras ningún alivio, pero tu actitud todavía me sorprende. Si me amas, ¿por qué dejarme ir sin
siquiera un murmullo?
El rostro de él estaba tenso por los recuerdos amargos. —Yo soy un hombre muy posesivo y
celoso, Liz. Yo sabía que tú le gustabas a Toby, veía lo mucho que él te agradaba a ti. Ustedes
estaban juntos a menudo mientras yo estaba ocupado y entonces comencé a sospechar… —él se
encogió de hombros—. Cuando me di cuenta del peligro pensé que ya era demasiado tarde. Tú
habías cambiado. Nuestra relación era frágil, discutíamos a menudo y nos irritábamos fácilmente. A
mí me daba miedo presionar el asunto por temor a precipitar el final. Decidí deshacerme de Toby
enviándolo a Italia… pensaba que eso iba a ayudar. Una vez que él estuviera lejos, todo iba a volver
a la normalidad. Entonces tú rompiste el compromiso y yo pensé que te había perdido. Yo te amaba.
Al principio estaba demasiado sorprendido como para poder pensar con claridad. Tenía que dejarte
ir con Toby si eso era lo que deseabas.
Ella le tocó la mejilla con un dedo y sintió lo tenso de sus músculos. El le tomó la mano y la
sostuvo contra su boca, pasando sus labios sobre la palma.
—¿Y entonces cambiaste de parecer? —preguntó ella.
El asintió.
—Una vez que pasó la primera impresión, yo ya no podía descansar hasta averiguar si era
posible recuperarte. Volé a Italia, de inmediato vi que entre Toby y tú no había casi nada y desde ese
momento tuve esperanzas de que volvieras a mí.
—Tu modestia es pasmosa —comentó ella en tono de burla.
El sonrió.
—Tus reacciones hacia mí eran demasiado violentas como para que fingieras indiferencia, mi
amor. Yo podía luchar contra la hostilidad. Podía vencer el disgusto. Confieso que en un principio no
tenía muchas esperanzas. Tú me mantuviste apartado por un buen rato. Pero entonces sentí que
comenzaba a romper las barreras. Después que te besé ya estuve seguro… todo tu cuerpo te
traicionó.
Ella le sonrió y sus ojos se llenaron de alegría y de pasión.
—Lo sé. Me di cuenta de que me había delatado a mí misma. Estaba furiosa entonces.
—Tú estabas furiosa todo el tiempo —enfatizó él—. Liz, yo te amo más cuando tus ojos verdes
brillan como los de un gato y me miras con tus cabellos rojos parados casi de puntas. Quizá no nos
espere una vida muy pacífica, pero de seguro que va a estar llena de emociones.
Ella lo miró por entre las pestañas.
—¿Y tú ya no tratarás de mandarme, o de ignorar mis protestas o de dictar las leyes a pesar de lo
que yo desee?
Los ojos de Dan se mostraron divertidos y llenos de humor tierno.
—Dudo mucho de que me convierta en un hombre reformado de la noche a la mañana, querida.
Soy un Woodham, el nieto de Jonás. Está en mi sangre. Pero sí te prometo esto… si alguna vez
quieres detenerme, cuentas con un arma infalible.
Los ojos de ella se llenaron de alegría.
—¿Oh? ¿Cuál es esa?
Dan inclinó la cabeza y la besó. Primero con delicadeza y después con una pasión que la
sorprendió y encantó. Con un suspiro ella abandonó todos los pensamientos y se entregó a la dureza
de los brazos de él sin ninguna otra preocupación.

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