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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Corazón arriesgado
Sharon Kendrick

Argumento

Hacía seis años que Verity Summers se había enamorado del joven cirujano
Benedict Jackson. Aunque intensa, su relación no duró mucho, y él aceptó un
trabajo en otra ciudad, sin saber que Verity estaba embarazada.
Pero ahora Benedict iba a volver a Londres, al hospital St. Jude, donde Verity
trabajaba como enfermera. Ella estaba segura de poder controlar los
sentimientos que aún latían en su interior por él. ¿Pero sería capaz de ocultarle la
verdad sobre su hija?

Corazón arriesgado (1997)  


Título Original: Taking risks ()
Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Médicos y enfermeras 28
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Benedict Jackson y Verity Summers

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

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—Supongo que era inevitable —Verity suspiró mientras miraba el espejo que
supuestamente añadía luz y profundidad al diminuto cuarto de estar que tanto las
necesitaba. Pero, por algún motivo, el espejo nunca había logrado cumplir su
objetivo.
Unos rizos de color dorado se agitaron cuando una cabecita se alzó y un par de
grandes ojos azules se abrieron como platos.
—¿Qué es inevitable, mami? —la niña se concentró en la nueva palabra
mientras tiraba con la manita de la minifalda de Verity.
Verity se apartó del espejo y sonrió al mirar los interesados ojos de su hija,
olvidando momentáneamente sus problemas mientras pensaba por enésima vez en
lo adorable que estaba Sammi con su nuevo uniforme.
—Nada, querida —dijo. ¿Por qué transmitir a Sammi temores que tal vez
quedaran en nada?—. Sammi no tiene por qué preocuparse.
Pero no era fácil hacer desistir a Sammi. Era posible que no se pareciera a su
padre, pensó Verity irónicamente, ¡pero estaba claro que había heredado su
tenacidad!
Los ojitos azules se entrecerraron mientras Sammi trataba de recordar la
palabra utilizada por su madre.
— ¡Nevitable! —repitió, curvando la boquita en una sonrisa de triunfo—. ¿Qué
es nevitable, mami?
Verity se debatió entre un intenso orgullo maternal por el vocabulario de su
hija de cinco años y la preocupación de cómo evitar que se enterara de la decisiva
noticia.
Que Benedict estaba a punto de volver a entrar en su vida.
Benedict Jackson; el obstetra y ginecólogo que podía conquistar cualquier
mujer que quisiera con su irresistible mezcla de arrogancia, talento y atractivo.
¿Pero cómo decirle a una niña de cinco años que creía no tener padre que sí lo
tenía? Y también que el hombre en cuestión era uno de los mejores cirujanos en
su campo, una nueva estrella de la obstetricia y la ginecología, con innumerables e
importantes publicaciones.
Y que aquella mañana ella iba a estar frente a él en la sala de operaciones,
asistiéndolo como enfermera.
Verity había pasado la última semana preguntándose cómo diablos iba a
arreglárselas para trabajar codo con codo con el padre de su hija. Sobre todo
teniendo en cuenta que él no sabía que tenía una hija.
Verity también se había preguntado a menudo por qué habría aceptado
Benedict el puesto de médico jefe en el hospital St Jude. Desde luego, no había
duda de que se hallaba en una de las zonas más bonitas de Londres y era un

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hospital muy conocido. Pero también lo era el hospital en el que los dos habían
hecho sus prácticas, Benedict como médico y Verity como enfermera; el
prestigioso St. Thomas, al otro lado de Londres, donde varias generaciones de los
Jackson habían dominado en el campo de la cirugía. Benedict encajó muy bien en
aquel hospital; casi todas las enfermeras se enamoraron locamente de él y los
médicos lo mimaron por la reputación de su padre como decano del colegio
médico.
Entonces, ¿por qué había elegido el St Jude?, se preguntó Verity,
desesperada.
Aquella situación parecía sacada de su peor pesadilla, que empezó la semana
anterior, cuando vio en la hoja de horarios el nombre del nuevo médico jefe.
Benedict Jackson.
Podía haber estado escrito en letras de fuego, porque dejó caer la hoja como
si le quemara, y la enfermera jefa Saunders la miró con gesto de extrañeza.
Si Jamie Brenan no se hubiera ido de vacaciones... Verity suspiró mientras se
aplicaba un poco de barra de labios color melocotón. Ella siempre solía asistir al
popular médico, lo que significaba que las enfermeras más jóvenes solían tener el
dudoso placer de tratar con los nuevos cirujanos. No ella.
Si Jamie al menos le hubiera mencionado el nombre del nuevo médico antes de
irse a Florida, no le habría pillado tan desprevenida. ¿Pero por qué iba a hacerlo?,
razonó. Jamie no solía mencionarle a todos los miembros del equipo médico que
pasaban por el hospital bajo su tutela. Y no se le habría ocurrido mencionar a
Benedict en particular, a pesar de su cercana relación con Verity, ya que no sabía
que el nuevo médico era el padre de su hija.
Nadie lo sabía. Aunque muchos se lo preguntaban. Lo mismo que se
preguntaban cuál era la relación que mantenía aquella delgada y rubia enfermera
con el especialista Jamie Brenan.
Verity y Jamie eran amigos tanto dentro como fuera del hospital, y aquello era
de dominio público. Habían trabajado juntos durante los cuatro años que Verity
llevaba en el St Jude. Jamie siempre decía que era la mejor enfermera que había
tenido, aparte de Kathy, por supuesto, ¡y se casó con Kathy y le prohibió volver a
trabajar!.
Kathy y él tuvieron una hija, Harriet, que era un año mayor que Sammi, y Jamie
y Verity solían pasar horas haciendo comentarios sobre sus respectivas hijas
mientras operaban. Y aunque, a pesar de su relativa juventud, Jamie era un
hombre bastante convencional, nunca hizo un comentario ni juzgó a Verity por su
condición de madre soltera, cosa que ella siempre le agradeció. Y entonces Kathy
murió. Debido a un tumor cerebral. Verity recordaba a Jamie, pálido y
tembloroso, cuando la llamó a su consulta para comunicarle que el tumor era
maligno; recordaba cómo se desmoronó ante ella, hundiendo el rostro entre las
manos mientras sus hombros se agitaban convulsivamente.

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Kathy tardó dos largos años en morir y Verity vio cómo desaparecía parte del
ánimo de Jamie con ella.
Como amiga, hizo todo lo que pudo. La ayuda más práctica que pudo ofrecerles
fue ocuparse de Harriet los fines de semana, cuando Kathy sufría la peor parte
del tratamiento. La quimioterapia le sentaba muy mal y, aparte de otros terribles
trastornos, se quedó rápidamente calva. Verity lloró a menudo al ver cómo se
marchitaba ante sus ojos aquella bella y vibrante mujer.
Pero no permitió que Kathy o Jamie vieran su pena; en lugar de ello se
concentró en tratar de que, dadas las circunstancias, Harriet lo pasara lo mejor
posible. Sammi y Harriet se hicieron muy amigas, y tras la muerte de Kathy,
Jamie empezó a incluirse en las salidas al zoo, al parque y al cine. Verity
sospechaba que aquellas salidas resultaban tan catárticas para él como para su
hijita.
Y ahora, dos años después de la muerte de su mujer, Jamie se había sentido lo
suficientemente fuerte como para llevarse a Harriet de vacaciones. Una tarde,
después de haber comido en una hamburguesería y mientras las niñas jugaban,
Jamie invitó a Verity y a Sammi a acompañarlos.
— ¡Sobre todo, ahora que ya tienes tu pasaporte! —bromeó, pero Verity se
negó de inmediato.
—¿Por qué? —preguntó él con suavidad.
Verity contestó lo primero que se le vino a la cabeza, porque no había querido
enfrentarse a la creciente certeza de que los sentimientos de Jamie hacia ella
estaban cambiando.
—La gente hablará.
Jamie sonrió con tristeza.
—¿Y eso te importa? —fue una pregunta cargada de significado.
—Por supuesto que me importa —contestó Verity con ligereza, aunque dándose
cuenta de que estaba evadiendo la verdadera cuestión: si quería a Jamie lo
suficiente como para empezar a mantener con él una relación de otro tipo.
El reloj irrumpió en su mente al hacer sonar la media, recordándole que, si no
se daba prisa, corría el riesgo de llegar tarde al trabajo; ¡y ya tenía suficiente
encima como para, además, enfadar a la enfermera jefa Saunders! Ser amiga del
especialista en obstetricia y ginecología del hospital no la eximía de ser puntual,
y Saunders era una maniática de la puntualidad.
—Ven aquí, Sammi —Verity tomó un cepillo para el pelo, se sentó en el sofá y
tiró suavemente de su hija, sentándola en su regazo antes de empezar a peinar su
rizado cabello.
Samantha se agitó inquieta, demostrando como siempre el desagrado que le
producía aquella operación, pero Verity la sostuvo con firmeza.
—Por favor, querida —rogó—. Estate quieta o mamá llegará tarde al trabajo.
Es hora de que te lleve a casa de la niñera.

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—No me gusta ir —murmuró la niña. Verity terminó de atarle la cinta azul del
pelo y se apartó un poco para contemplar a su hija. Sabía que no era imparcial...
¡pero Sammi era la niña más preciosa que había visto en su vida!
—Es una niñera muy agradable —dijo—. Por supuesto que te gusta —frunció el
ceño, sintiendo una mezcla de pena y remordimientos por tener que dejar a
Samantha todas las mañanas—. No ha sido desagradable contigo, ¿verdad?
Samantha era muy sincera; a veces, dolorosamente sincera.
—No, Margaret es buena —dijo la niña, y Verity respiró, aliviada—. ¡Es ese
William Browning! — añadió, indignada—. ¡Siempre me quita mis galletas!
Verity contuvo una sonrisa.
—William es un chico, querida, y los chicos son diferentes —no estaba segura
de que aquella fuera una afirmación políticamente correcta, pero en aquellos
momentos no le importaba—. Además, sólo pasas ahí una hora antes de ir al
colegio.
— ¡Ojala me llevaras tú al colegio!
—A mí también me gustaría poder llevarte, querida. Pero tengo que ganar
dinero para que podamos vivir.
—Echo de menos a Harriet —dijo Sammi de repente—. Y a Jamie.
Aquel era uno de los temores permanentes de Verity; que Sammi empezara a
sentirse demasiado apegada a Jamie y a su hija. Y que las cosas entre ella y
Jamie se encaminaran hacia un momento decisivo. Cobardemente, apartó aquel
pensamiento de su cabeza. Ya tenía suficientes preocupaciones como para
inquietarse por algo que tal vez no llegara a suceder. Sonrió a su hija con ternura.
—Yo también los echo de menos —dijo sinceramente—. ¡Ya está! —añadió,
dando un último toque a los rizos de Samantha—. Y ahora... ¿te he oído decir que
querías unas cerezas en tu bolsa de comida?
— ¡Oh, mami! ¿Puedo?
Verity rió. Tal vez fuera duro ganarse el sueldo, pero siempre se aseguraba de
tener abundante fruta fresca.
— Por supuesto que puedes —dijo indulgentemente, recogiendo el abrigo de
Samantha y ayudándole a ponérselo antes de descolgar su propia chaqueta.
También tomó un paraguas por si acaso; aquel mes de abril estaba haciendo honor
a su reputación de lluvioso.
Luego agarró la manita de Samantha y se encaminaron hacia la casa de la
niñera a paso más lento del habitual. Inconscientemente, Verity quería retrasar
todo lo posible el momento de enfrentarse cara a cara con Benedict Jackson tras
casi seis años sin verse.

El poderoso deportivo de color verde oscuro se detuvo con un chirrido en el


aparcamiento para los empleados del hospital. La puerta del coche se abrió y una
larga pierna asomó tras ésta, seguida de otra, y a continuación, un espectacular y

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musculoso ejemplar masculino irguió por completo su metro noventa de estatura.


Benedict hizo una pausa, volviendo un poco su oscura cabeza cuando un
movimiento en el otro extremo del aparcamiento llamó su atención. Sus ojos
verdes se entrecerraron al fijarse en la chica que subía a toda prisa las escaleras
de entrada al hospital.
Había algo muy salvaje y libre en sus atléticos movimientos, pensó. Y también
algo muy atractivo en sus esbeltas piernas con medias de lana, apenas cubiertas
por una minifalda.
Captó un destello de pelo rubio pálido bajo un bonito sombrero de terciopelo
verde cuando la chica bajó el paraguas y se detuvo un instante para agitarlo
vigorosamente antes de entrar. El corazón de Benedict latió más deprisa cuando
un recuerdo distante agitó su subconsciente. Pero en aquel momento se ocultó el
sol y el recuerdo desapareció.
Mientras se inclinaba para cerrar el coche, una enfermera uniformada pasó a
su lado, lanzándole una apreciativa y cándida sonrisa, pero Benedict apenas se
fijó en ello. Estaba acostumbrado a que las mujeres le sonrieran así desde que
era un adolescente. Al parecer, los dioses habían decidido ser generosos con él y,
consecuentemente, nunca había tenido que esforzarse demasiado. Las mujeres
acudían a él. Siempre había sido así. Durante años, había disfrutado de aquella
sensación... hasta cierto punto. Pero últimamente...
Suspiró. ¿Qué solía decirse? Demasiada comida hace añorar el ayuno...
Últimamente incluso había probado el ayuno; no aceptaba ninguna de las
invitaciones que le surgían al paso, y le surgían muchas.
¿Pero por qué no acababa de desaparecer aquella sensación de hastío que
experimentaba? ¿Por qué seguía endureciendo sus labios el cinismo? ¿Qué
necesitaba para volver a sentir aquella chispa de vitalidad que parecía haberlo
abandonado?, se preguntó.
Su boca se curvó brevemente al fijarse de nuevo en la chica de la minifalda,
que acababa de entrar en el hospital, contoneando ligeramente su trasero.
Benedict agitó la cabeza. Había algo más en la vida que un cabello rubio y una
atractiva figura. Con aquel aspecto, decidió con un pesimismo típicamente
machista, lo más probable era que su coeficiente intelectual no alcanzara las tres
cifras.
Otros hombres parecían encontrar sus compañeras del alma. ¿Por qué no él?
Suspiró y guardó las llaves en el bolsillo de su chaqueta mientras se
encaminaba hacia la entrada del hospital.

— ¡ Si no tienes cuidado vas a llegar tarde, Verity! —la enfermera jefa


Saunders observó a Verity mientras ésta trataba de pasar junto a su despacho
sin que la viera, pero todas las enfermeras del hospital sabían que su ladrido era
peor que su mordisco, y también sabían que sentía cierta debilidad por Verity o,

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más específicamente, por la hija de ésta.


Verity asintió y su ancha boca se curvó en una mueca de disculpa a la vez que
se detenía.
—Lo sé. Lo siento, Saunders. Sammi se ha agarrado una rabieta cuando hemos
llegado a casa de la niñera. Y luego, para arreglarlo, el autobús setenta y cuatro
ha sido cancelado.
La expresión del rostro de Saunders se suavizó, aunque no por mucho rato.
— ¡Y estás empapada! —dijo en tono acusador—. Aunque, para serte sincera,
Verity, es un auténtico milagro que no tengas neumonía doble llevando esas
falditas tan cortas. ¡No entiendo por qué no te pones algo más discreto! —gruñó
—. ¡Por ejemplo, unos buenos pantalones y un jersey grueso!
— Sí —contestó Verity automáticamente, sonriendo levemente. Su vestimenta
era el pequeño signo de rebelión que le quedaba. Cuando te quedabas embarazada
a los veintiuno y el padre se iba con otra no había muchas oportunidades de
rebelarse de otra forma. Tener un bebé y poco dinero dejaba muy pocas
oportunidades para salir por la noche.
Así que Verity compraba patrones de costura y se hacía ella misma la ropa,
sabiendo que tenía una figura lo suficientemente bonita como para ponerse
algunas prendas bastante escandalosas.
¡A fin de cuentas, era una afición inofensiva y no adictiva! Y aunque
últimamente salía más, con Jamie, seguía cosiendo como una loca.
— ¡Vete de una vez! —dijo Saunders—. Sécate y lávate. Te he puesto en el
quirófano dos con el nuevo muchacho. Jackson.
Verity corrió por el pasillo hacia el vestuario de las enfermeras mientras las
últimas palabras de Saunders resonaban en su mente. «¿El nuevo muchacho?»
Casi podría haber reído en alto en otras circunstancias.
Benedict ya tendría treinta años, tres más que ella, y no se le podía considerar
un muchacho. Lo conoció cuando él tenía veinticuatro, recién salido de la facultad.
Tampoco era un muchacho entonces.
El corazón de Verity se aceleró con el recuerdo. Benedict Jackson siempre
había parecido más maduro que los demás médicos jóvenes. Más hombre que
cualquiera de los que ella había conocido. Más alto y fuerte... y más
experimentado que los demás. «Oh, sí», pensó Verity. Más experimentado, sin
duda...
— ¡Eh! Alto, enfermera —exclamó una voz, y Verity se detuvo. Había estado a
punto de chocar con el carrito de sandwiches de Ethel.
—Lo siento, Ethel.
Ethel movió la cabeza, aunque su peinado no se movió lo más mínimo.
—No importa, cariño —dijo animadamente—. No ha pasado nada —tras dudar
un momento, añadió—. ¿Sabes que mañana tengo cita?
—¿Para una operación? —preguntó Verity, sorprendida. Ethel llevaba veinte

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años trabajando allí; era como parte del mobiliario—. No sabía que estabas
enferma.
Ethel se encogió de hombros.
—En realidad no estoy enferma. ¡No hay por qué preocuparse! —bajo la voz al
añadir—: Creo que debe de ser el cambio, enfermera. Ya sabes. Tengo el periodo
más a menudo de lo debido... ¡Cómo si no hubiera tenido ya suficientes problemas
con los partos! Vi al doctor Brennan la semana pasada y me reservó hora para una
exploración. Es una lástima que esté de vacaciones —suspiró—. Me gusta el
doctor Brennan.
—Estoy segura de que el doctor Jackson, el nuevo, es igual de bueno —dijo
Verity de inmediato, sonriendo para tranquilizar a Ethel.
—¿De verdad lo crees? — Ethel se animó de inmediato.
—Lo sé —afirmó Verity—. Ahora será mejor que me vaya, Ethel, o la
enfermera jefa me echará a los perros.
—¿Quieres que te aparte un sándwich?
—¿Tienes alguno de atún y tomate?
Ethel negó con la cabeza.
—¿Atún y pepino? —sugirió.
—De acuerdo.
—Lo dejaré en la sala de enfermeras. Puedes pagarme luego.
Verity entró a cambiarse, esperando que la confianza de Ethel no se viera
defraudada. Sabía que las mujeres de cincuenta años a veces sufrían cambios en
sus ciclos menstruales que achacaban a la menopausia, sin molestarse en ir al
médico. Desgraciadamente, en algunas ocasiones aquellos cambios podían ser
síntomas de alguna enfermedad latente, como el cáncer.
Por fortuna, Ethel había tenido suficiente sentido común como para acudir a
Jamie, pensó Verity, haciendo un esfuerzo para dejar de preocuparse. Todo el
mundo sabía que las enfermeras, sobre todo las que trabajaban en los quirófanos,
siempre tendían a mirar el lado más oscuro de las cosas.
Tras quitarse la ropa y ponerse su uniforme de enfermera, pantalones azul
claro con camisola a juego, zuecos y un gorro bajo el que llevaban recogido el
pelo, Verity fue a comprobar la lista de operaciones que estaba colgada fuera del
vestuario.
La hojeó rápidamente, alegrándose al ver que el anestesista era Russell
Warner, alguien lo suficientemente experimentado y relajado como para no
dejarse asustar por ningún nuevo cirujano, por brillante que éste fuera.
La lista no era precisamente ideal, pero Verity tenía la suficiente experiencia
como para que no le provocara ninguna ansiedad. ¡Afortunadamente! Aparte de
dos esterilizaciones de rutina, había una operación de útero seguida de una
simple histerectomía. Si iba a tener que enfrentarse a Benedict, prefería hacerlo
con el piloto automático puesto. Ya le iba a costar bastante concentrarse como

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para encima tener que hacer frente a alguna operación complicada.


Aunque era posible que Benedict hubiera cambiado, pensó, esperanzada. Tal
vez había engordado a lo largo de aquellos años y tendría barriga. Pero Verity
estuvo a punto de sonreír; ¿Benedict Jackson gordo? ¡Sería más fácil conseguir
la paz mundial!
Mientras entraba en la sala de instrumental para cerciorarse de que el equipo
nocturno había dejado todo en orden, se preguntó por qué se sentía de pronto
casi relajada ante la idea de verlo.
Tal vez se debía a que todo parecía tan irreal... Como si no estuviera
sucediendo. Como si alguien fuera a decirle en cualquier momento que sólo era
una broma.
Tomó un par de guantes y una bata, fue al lavabo que se hallaba junto al
quirófano, se mojó los brazos hasta el codo y se los cubrió con un jabón
antiséptico de color rosa intenso, dejándolo actuar tres minutos para que
cumpliera totalmente su función.
Una estudiante de enfermería entró en la sala, saludó y ató la parte trasera de
la bata de Verity. Cuando ésta estuvo lista, entró en la habitación de
instrumental, donde Anna Buchan la esperaba. La joven estudiante de segundo
año de enfermería sólo llevaba quince días trabajando en el hospital, pero Verity
ya se preguntaba cómo habían logrado arreglárselas hasta entonces sin ella.
Tenía un talento natural para aquel trabajo, con todos los atributos necesarios
para ser una buena enfermera de quirófano: habilidad manual, capacidad para
pensar por sí misma, y, sobre todo, una personalidad nada asustadiza.
—Hola, Verity —saludó Anna—. Esta mañana me ha tocado ser tu «corredora».
Lo que significaba que Anna ayudaría a Verity durante las operaciones,
incluyendo en aquella ayuda las carreras que tendría que darse de un lado a otro
del quirófano para añadir cualquier instrumental o suturas que necesitara el
cirujano.
—Mis ruegos han sido escuchados —murmuró Verity indulgentemente—. ¿Todo
listo?
—Sí.
Verity empujó el carrito de instrumental hasta el quirófano y luego alzó el
paño verde que cubría el instrumental, las gasas y el algodón.
—He oído decir que tenemos un nuevo cirujano —comentó Anna.
Verity siguió contando y agrupando el instrumental sin levantar la cabeza.
—Eso creo —contestó neutralmente.
Por suerte, Anna estaba mucho más interesada en su próxima boda que en los
nuevos miembros de la plantilla.
—¿Crees que he perdido peso? —preguntó en tono serio.
Verity alzó la cabeza y sonrió.
—No consigo comprender por qué las futuras esposas os compráis vestidos

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demasiado pequeños, de manera que luego necesitáis pasar varias semanas


haciendo dieta y yendo a un gimnasio hasta que llega el gran día. ¡Pobrecitas!
Anna sonrió y pareció a punto de decir algo, pero cambio de opinión y se centró
en ajustar la intensidad de la luz del quirófano.
Y Verity supo por qué. Sabía que ella era una especie de bicho raro en el
trabajo. Soltera pero con una hija. La gente tendía a sacar conclusiones sobre las
mujeres que estaban en aquella situación. Especialmente los hombres. De manera
que Verity había desarrollado una amable pero firme barrera contra ellos. Ni
siquiera Jamie había llegado a verla con la guardia totalmente baja. Verity
enloqueció por un hombre en una ocasión y sufrió las consecuencias, y no tenía
intención de que aquella situación volviera a repetirse.
Anna encendió la poderosa luz circular del quirófano y el murmullo de voces
que se aproximaba hizo ver a Verity que el resto del equipo médico se estaba
reuniendo.
Un sexto sentido la avisó y alzó el rostro. Vio a Benedict entrando en el cuarto
contiguo.
Estaba hablando con Ted Lyons, su interno. Su voz profunda y autoritaria
invadió el quirófano. Verity se mordió el labio, escuchando lo que decía mientras
trataba de decidir cuál sería la mejor manera de recibirlo.
—Ha sido un trayecto endiablado —decía Benedict—. Sólo había un carril
abierto en la autopista.
—Me he fijado en tu coche cuando he llegado —dijo el interno en tono
reverente—. Es de lo mejor, ¿no?
—Uh—huh —dijo Benedict en tono poco serio, y Verity sintió deseos de
advertir a Ted, que era joven y ambicioso y deseaba agradar a toda costa, que
aquel no era el mejor camino para tratar a Benedict.
«¡No seas adulador! ¡No lo reverencies!», sintió deseos de gritarle. «Yo hice
ambas cosas y fue una terrible metedura de pata. No te respetará si lo haces».
—¿Qué tal se conduce? —insistió el interno.
— Como un sueño —contestó Benedict lentamente y Verity supo sin mirarlo que
los bordes de sus ojos se habrían arrugado como siempre que algo le producía
placer...
Su voz adquirió un timbre íntimo y profundo mientras hablaba de su coche y,
de pronto, Verity supo lo que debía ser sentir celos de un trozo inanimado de
metal y cromo.
Benedict se interrumpió y Verity supo sin mirar que acababa de verla. Aquellos
ojos verdes estarían interesados y alerta, su atención captada por la presencia
de una mujer atractiva y joven. A menos que hubiera cambiado mucho...
¿Qué hacer? La mascarilla ocultaba todo menos sus ojos, de manera que, si
mantenía la vista baja, no había razón para que Benedict se diera cuenta de que
era ella. Al menos, no de momento.

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Pero ese comportamiento sería demasiado revelador. ¿Por qué molestarse en


evitar a alguien que no significaba absolutamente nada para ella? Y antes o
después iba a tener que enfrentarse a él. ¿Por qué no mostrarse civilizada,
tranquila y fría al respecto?
¡Civilizada, tranquila y fría! No se sentía ninguna de aquellas cosas mientras
Benedict cruzaba el quirófano hacia ella, eclipsando con su elegante paso y su
impresionante altura todo lo que lo rodeaba.
Caliente, avergonzada y acosada habrían sido adjetivos más adecuados para
describir el estado de ánimo de Verity, pero se mantuvo firme en su sitio.
Después de todo, él era el extraño allí, no ella. De manera que, al menos
psicológicamente, ella tenía todas las ventajas. Él sería el sorprendido por el
encuentro, no ella.
Estaba casi encima. Verity se obligó a relajarse, esperando que el lenguaje de
su cuerpo le hiciera el favor de contar un montón de mentiras.
—Hola —saludó con fría amabilidad, alzando la vista—. Tú debes de ser
nuestro nuevo ginecólogo.
Él no respondió de inmediato, pero Benedict nunca había tenido por costumbre
seguir las normas convencionales de comportamiento. En lugar de ello, deslizó sus
ojos despreocupadamente de la cabeza a los pies de Verity, sin hacerlo el tiempo
suficiente como para llegar a resultar ofensivo, pero sí para dejar clara su
poderosa presencia masculina.
— Sí, soy yo —contestó—. Soy Benedict Jackson.
—Lo sé —Verity vio que sus ojos se entrecerraban—. He visto tu nombre en el
tablón —dijo a modo de explicación.
Él le dedicó una lenta sonrisa.
—Entonces estoy en desventaja. Tú sabes quién soy yo, ¿pero quién eres tú?
«¡Soy la madre de tu hijo!», estuvo a punto de gritarle Verity, pero su instinto
de protección la detuvo. ¿Y cuál era el motivo de aquel tonto dolor que había
empezado a tirar de las cuerdas de su corazón? ¿Por qué iba a recordar Benedict
una aventura que sucedió seis años antes? Sobre todo sabiendo que ella sólo
había sido una de las muchas chicas que pasaron por su cama en aquella época.
A pesar de todo, agradeció a algún dios benevolente que la máscara que llevaba
puesta ocultara en gran parte el rubor que cubrió sus mejillas.
— Soy tu... —Verity tragó y vio que Benedict ocultaba una sonrisa; darse
cuenta del motivo sólo sirvió para añadir combustible a su enfado. ¡Pensaba que
se había quedado sin habla por lo atractivo que le parecía! ¡Cómo le habría
gustado arrojarle a la cara un cubo de agua fría para que se le bajaran los humos!
— ... enfermera asistente —concluyó.
—Ah —murmuró él—. Y supongo que tienes un nombre, ¿no?— añadió en tono
ligeramente burlón.
Era ahora o nunca.

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—Me llamo Verity —contestó ella, tensa—. Verity Summers.


—Hola, Verity —dijo Benedict automáticamente, asintiendo amistosamente con
la cabeza. Luego empezó a volverse hacia el joven médico interno, pero de pronto
frunció el ceño y se detuvo.
Verity pudo verlo repasando mentalmente la interminable lista de sus ex—
conquistas, y de no haber estado incluido en ésta, tal vez incluso le habría
parecido divertido. De todas formas, no quería estar frente a él cuando la
recordara.
—Discúlpame —dijo, apartándose de él.
— ¡Espera! —Benedict la miró sin dejar de fruncir el ceño—. ¿Verity? —
murmuró, abriendo los ojos de par en par a la vez que daba un paso hacia ella.
—Discúlpeme, señor Jackson —dijo Verity con frialdad, alzando las manos ante
sí para indicarle que ya estaba enguantada y esterilizada—. Aún no he terminado
de preparar los instrumentos para el primer caso.
—Verity, yo...
—¿Prefieres algún tipo de instrumental?
Benedict la miró atentamente unos momentos antes de contestar.
—No.
—¿Tamaño de los guantes? —preguntó Verity secamente y vio un destello
malicioso en los ojos de Benedict.
—¿No lo recuerdas? —preguntó él con voz sedosa.
— ¡Nunca he trabajado contigo en un quirófano! —espetó ella, furiosa por su
insinuación sexual.
— No me refería a eso —contestó Benedict, riendo suavemente.
No. Verity sabía con exactitud a qué se refería. La memoria era algo extraño.
Había podido recordar durante años cada detalle del bello cuerpo de aquel
hombre, incluyendo sus maravillosas manos y aquellos largos y fuertes dedos,
capaces de hacer magia con...
Una oleada de tristeza se apoderó de ella. Si al menos supiera la verdad,
pensó. Si al menos supiera que tenía una preciosa hija de cinco años sentada en el
pupitre de la escuela aprendiendo a leer en aquel mismo momento.
¡Y nunca lo sabría!, se prometió con fervor. No iba a permitir de ninguna
manera que aquel Casanova entrara en su vida de nuevo, y menos aún en la de
Sammi.
—¿Tamaño de los guantes? —repitió en tono helado, y su actitud debió
alcanzar su objetivo, porque Benedict la miró con cierta cautela.
— Ocho —contestó, y luego añadió en voz baja—. ¿Y de quién era la cama de la
que has salido esta mañana con el pie equivocado?
— ¡De la tuya no, desde luego! —siseó Verity con una total falta de lógica.
Benedict la miró con gesto divertido.
—Se nota —dijo—, porque de lo contrario estarías mucho más relajada.

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Si Verity no hubiera estado enguantada y esterilizada le habría abofeteado la


cara, pero no le quedó más remedio que contenerse. Al ver que Ted, el interno, se
acercaba a ellos, miró a Benedict con el gesto más despectivo que pudo y luego se
alejó con el carrito del instrumental al fondo del quirófano, a esperar la llegada
del primer paciente.

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El primer caso no era más que una esterilización rutinaria, nada por lo que
ponerse nerviosa para una enfermera de la experiencia de Verity. Sin embargo, a
pesar de mostrarse exteriormente tranquila y segura de sí misma, su corazón
latía como si estuviera a punto de estallar.
La sensación de irrealidad que la había protegido de los pensamientos sobre
Benedict toda la semana había desaparecido repentina y brutalmente, dejándola
indefensa y vulnerable.
Y aunque la idea de volver a ver a Benedict le había causado alguna inquietud,
ésta no había sido nada comparada con el devastador efecto que le produjo verlo
en persona. Se había sentido dolida porque no la había reconocido y luego
indignada por su intento de flirtear con ella, pero aquellos sentimientos no eran
más que fruslerías.
Porque el poderoso y primitivo sentimiento que sí le había llegado al fondo del
corazón era que en el otro extremo de aquella habitación se hallaba el padre de
su hija. Como si aquello lo atara a ella de alguna manera.
Pero no era así, se repitió una y otra vez.
Y necesitó hacer acopio de todo su autocontrol para mirar con tranquilidad
aquellos ojos verdes cuando se iluminaron ante dos enfermeras que trataban de
llamar su atención, casi luchando a brazo partido para decidir cuál iba a ser la
afortunada que le atara la bata.
El tiempo pasó más despacio que nunca, y Verity estuvo a punto de llorar de
alegría cuando Russell Warner, el anestesista, entró en la sala con la paciente,
una mujer de veintidós años que debía ser esterilizada.
Russell era un hombre atractivo, tenía cerca de cuarenta años y estaba casado
con una doctora, ¡aunque eso no le impedía flirtear con cualquier mujer deseable
que tuviera cerca!
Sin embargo, aquella mañana su gesto era más serio de lo normal mientras
conectaba a aquella mujer a los tubos que conducían los gases de la máquina de
anestesiar.
Y Benedict lo notó.
—¿Va todo bien, Russell? —preguntó.
Russell se encogió ligeramente de hombros.
—Nada por lo que preocuparse. Espero. Parecía un poco débil cuando le hemos
dado la primera dosis, así que le he suministrado un poco de anestesia extra; ese
es el motivo de que su ritmo cardíaco haya bajado un poco. Dale un par de
segundos para ajustarse, ¿de acuerdo, Benedict?
—Por supuesto —Benedict asintió y miró la máquina de anestesiar—. ¿Qué le
ha pasado a esta mujer?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Russell estaba mirando cómo se grababa el electrocardiograma de la paciente


y tardó unos segundos en contestar.
—Tenía una pequeña tos cuando la han subido; supongo que ha estado fumando
a escondidas y no se ha molestado en decírmelo. He estado a punto de suspender
la operación y enviarla de vuelta abajo, pero... —Russell apartó la vista de la
máquina y miró a Benedict—... ya han tenido bastantes problemas para conseguir
que la operaran.
—Así es, según el parte —dijo Benedict con voz grave—. Como ya sabes, Jamie
Brennan la vio en la clínica antes de irse de vacaciones.
—¿Por qué van a esterilizarla a los veintidós años? —preguntó Verity,
frunciendo el ceño—. ¿Y los niños?
—Ya tiene cuatro a los que apenas puede mantener —contestó Benedict—.
Esta parece la mejor solución, dadas las circunstancias.
Si hubiera sido otro, Verity habría estado de acuerdo. Pero le fue imposible
considerar imparcial la opinión de Benedict, que le pareció típicamente machista.
—¿La mejor solución para quién? —preguntó, y vio que Russell se sorprendía
ligeramente—. ¡Ya sabes que hacen falta dos para tener un bebé! Si su compañero
también se hubiera responsabilizado de tomar medidas, ella no tendría que verse
privada de su fertilidad cuando ni siquiera ha cumplido los veinticinco años. Pero
supongo que siendo un hombre se libra uno del problema, ¿no?
Benedict la miró, sorprendido.
—Por supuesto que no. Y por supuesto que un hombre debe ser lo
suficientemente responsable como para no traer niños no deseados al mundo.
Pero resulta que esta mujer no tiene pareja. Cada uno de sus hijos es de un padre
diferente.
—Vaya, vaya —dijo Verity irónicamente—. Así que estamos hablando de moral.
—No estamos hablando de moral —replicó Benedict, arrugando la frente al
observar la tempestuosa reacción de Verity —. De hecho, estoy de acuerdo
contigo, al menos en teoría. Sin embargo, en la práctica, y en este caso concreto,
no funciona —miró a Russell—. ¿Ya está lista?
—Sí. Adelante —dijo Russell, sonriendo mientras giraba un botón de la
máquina. No estaba acostumbrado a los fuegos artificiales en el quirófano, al
menos, no el lunes a primera hora de la mañana, y desde luego, no por parte de
Verity Summers, que normalmente estaba de buen humor.
Benedict limpió la piel de la mujer y volvió a fruncir el ceño mientras extendía
la mano enguantada hacia Verity. ¿A qué habría venido todo aquello?, se
preguntó.
Verity le alcanzó una gasa, aún enfadada, pero más consigo misma que con
Benedict. Si iba a utilizar cada caso que surgiera para atacarlo por haberla
dejado embarazada, más valía que abandonara su trabajo de inmediato. Además,
él sí se molestó en tomar medidas. Siempre. Incluso la primera vez, cuando ella

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

perdió la cabeza hasta el punto de que no le habría importado que utilizara algo o
no.
De manera que no había sido culpa de él que no funcionara. ¿Qué era lo que
solía decirse?, pensó, arrepentida. Que el único método totalmente seguro de
contracepción era la abstinencia total. ¡Desde luego, ellos no la habían practicado!
Se produjo un largo silencio en el quirófano, sólo interrumpido por el regular
sonido del ventilador que respiraba por el paciente, y el primer caso pareció
terminar casi antes de haber empezado.
La esterilización se hizo a través de una pequeña incisión en el ombligo, y hasta
que llegó el siguiente caso, una histerectomía realizada a través de la pared
abdominal, con todos los riesgos consiguientes, Verity no pudo observar
adecuadamente la técnica operatoria de Benedict.
Cirugía de libro de texto, admitió de mala gana mientras observaba sus rápidos
y hábiles movimientos. La incisión que hizo en el abdomen de la paciente fue
mínima; apenas quedaría señal cuando cicatrizara. Las mujeres operadas por
Benedict eran muy afortunadas en aquel aspecto.
También era uno de esos cirujanos que hablaban del caso mientras operaban, y
Verity admiraba eso; hacía que el paciente se convirtiera en alguien vivo,
concreto.
Cuando metieron en el quirófano a una mujer de cincuenta años que necesitaba
someterse a una operación conocida como Marshall Marchetti, un procedimiento
para curar la incontinencia urinaria, Benedict dijo de repente:
—Esta dama bailaba en Windmill, sin ninguna prenda de vestir, excepto un
elaborado despliegue de plumas rojas.
Y todos rompieron a reír, incluso Verity.
Porque en los quirófanos, sobre todo las enfermeras, que sólo veían a los
pacientes unos segundos cuando estaban conscientes, corrían el riesgo de
distanciarse en exceso del aspecto humano de la cirugía. Pero Benedict parecía
ser consciente de ello y lo compensaba charlando desenfadadamente mientras
trabajaba.
Y aquello también tenía su propio propósito. En los quirófanos siempre podía
darse una potencial situación de vida o muerte. Los equipos experimentados
siempre tendían a mantener el ambiente tan ligero como fuera posible, excepto
en casos de extrema gravedad. Y ese era el motivo de que la reputación de los
cirujanos por hablar sobre sus partidos de golf mientras operaban fuera a
menudo un hecho y no un mito.
Verity hizo un pequeño asentimiento de sorprendida aprobación mientras
observaba a Benedict y luego se preguntó por qué. Después de todo, si no hubiera
madurado profesionalmente a lo largo de aquellos años significaría que algo había
ido mal.
Ella había cambiado, ¿así que por qué no iba a haber cambiado él?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Lo que sucedía era que, tras años de pensar en él como «el malo», le costaba
reconocer que tenía sus cosas buenas. Aunque siempre debió tenerlas, se
reprendió, ¡o de lo contrario no se habría colado por él como lo hizo!
Sería mucho más fácil que le desagradara si fuera un mal cirujano, pensó
Verity. Pero cuando alguien era tan bueno como él, costaba no admirarlo, al menos
desde un punto de vista profesional.
Se obligó a actuar como si fuera cualquier cirujano y a demostrarle la misma
clase de cortesía.
—¿Está todo a su gusto, señor Jackson? —preguntó educadamente.
— Sí, gracias —se limitó a contestar Benedict, sin aprovechar la oportunidad
para hacer algún comentario con segundas.
Pero la lista de operaciones parecía interminable. Verity veía pasar los
segundos en el reloj de la pared de enfrente, preguntándose cómo era posible
que su percepción del tiempo se hubiera alterado por el mero hecho de que
Benedict estuviera en el quirófano.
Entre cada operación, Benedict se quitaba la bata e iba al cuarto de la
anestesia a escribir el parte antes de prepararse para la siguiente. Entre tanto,
Verity retiraba el instrumental utilizado y sacaba uno limpio.
El procedimiento general funcionaba como una maquina eficiente y bien
engrasada. Los pacientes entraban uno tras otro, eran operados y se les enviaba
de vuelta a sus habitaciones.
El último caso no era tan sencillo como los otros. Se trataba de un gran quiste
en un ovario que debía ser extraído sin dañar el órgano, pero Benedict logró
hacerlo sin ninguna complicación.
Apenas había pasado el mediodía cuando terminaron la lista de operaciones y
Benedict se quitó los guantes con un audible suspiro de alivio. Por sencilla que
fuera, la primera lista en un trabajo como aquél siempre resultaba inquietante.
Uno quería, o más bien necesitaba, causar una buena impresión.
Luego, Benedict miró a Verity y de pronto su corazón dio un incompresible
vuelco. Sonrió.
—Me alegro de que hayamos terminado —dijo en tono desenfadado, pero no
pudo evitar fijarse en que Verity volvía a ponerse tensa, como había sucedido
aquella mañana cada vez que él había abierto la boca. ¿Qué diablos le pasaba a
aquella mujer?
El lado más masculino de su naturaleza consideró la cuestión literalmente. Por
lo que veía desde donde estaba, que no era mucho, no creía que le pasara nada
malo. La camisola azul y los pantalones, que eran visibles ahora que se había
quitado la bata, no revelaban mucho de su figura. Benedict siempre había
considerado aquel uniforme poco favorecedor; hacía que las mujeres parecieran o
muy gordas o excesivamente delgadas, y Verity no era ninguna de las dos cosas.
No. Ella era una seductora combinación de largos y atléticos miembros y

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

suaves y redondeadas curvas que eran una delicia de observar y tocar. Eso sí lo
recordaba.
De pronto, todo empezó a volver a su mente; la breve e intensa aventura, y la
insatisfactoria conclusión que tuvo.
Benedict entrecerró los ojos mientras la miraba más atentamente. Verity no
parecía haber engordado ni un gramo en los últimos años. Pero sus senos sí
parecían más grandes y llenos. Mmm. Mucho más llenos.
Sintió el pulso latiendo rápidamente en su sien y se volvió de inmediato; no
estaba preparado para la repentina excitación que sintió ante el recuerdo del
largo y suave pelo de Verity extendido sobre la almohada.
Fue a lavarse, trasladando incómodamente el peso de su cuerpo de un zueco a
otro para tratar de aliviar la erección que le había provocado involuntariamente
Verity.

Verity se sentía enferma.


Violentamente enferma.
Pálida y temblorosa, se dejo caer en el banco del vestuario y se rodeó el
estómago con los brazos. Gisela Buxton, una de las enfermeras que se había
incorporado recientemente al equipo, la miró con gesto preocupado.
—¿Va todo bien, Verity?
Verity abrió los ojos y logró sonreír brevemente.
—Sí —mintió—. Sólo me siento un poco mareada, eso es todo. Se me pasará.
Gisela asintió, mirándola con gesto comprensivo.
—Es la regla, ¿no? Voy a hacer un poco de té para las dos —dijo, alejándose sin
esperar una respuesta—. Así te sentirás mejor. Ven al cuarto de estar dentro de
cinco minutos, cuando esté listo, ¿de acuerdo?
Verity asintió, pensando en la ironía de las palabras de Gisela. La regla...
Aquello le hizo recordar con escalofriante claridad lo asustada que se sintió al
descubrir que estaba embarazada de Benedict.
Ni siquiera necesito hacerse una prueba para confirmarlo. Su periodo, que
normalmente era tan regular como un reloj, se había retrasado más de un mes,
pero se había alterado tanto por su ruptura con Benedict que ni siquiera se fijó al
principio. Trató de convencerse de que era la tensión la causante del retraso,
pero de todas formas fue a la farmacia a comprase el test del embarazo.
Después permaneció sentada en el baño, mirando el tubo y esperando que la
ciencia negara lo que ella sentía como una certeza en el fondo de su corazón.
Abstraída en sus pensamientos, se sobresaltó ligeramente al oír que alguien
golpeaba la puerta y se levantó para abrirla. Era Benedict, que la miró con una
amplia sonrisa curvando su preciosa boca.
— Será mejor que comamos algo, ¿no? —dijo sin preámbulos.
Verity apartó mentalmente el deseo de aceptar, como un toro agitando la

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

muleta de un torero.
—No tengo hambre —contestó.
Benedict se fijó en la firme línea de su boca, en la palidez de su rostro, que
resaltaba el brillo de sus ojos, y asintió lentamente.
—No —dijo—. Supongo que no. ¿Un café entonces?
Verity no sabía qué decir. Tal vez lo mejor sería mostrarse sincera. Alzó sus
azules ojos hacia él.
—¿Por qué te molestas?
Benedict pareció ligeramente sorprendido por su pregunta, como si no
estuviera acostumbrado a que cuestionaran sus deseos.
—¿No es evidente por qué quiero hablar contigo? —preguntó.
Verity suspiró.
—Por supuesto que es evidente, Benedict —dijo en tono indiferente—, pero te
aseguro que no pretendo darte la lata mientras estés aquí.
Él frunció el ceño.
—No me refería a eso.
—¿No? —preguntó ella fríamente.
—No —cambiando repentinamente el tono de voz, Benedict dijo—: Has
cambiado de corte de pelo —era la primera vez que la veía sin el gorro de
enfermera y pudo apreciar la rubia y sedosa melena que caía en una curva hasta
la mandíbula de Verity. Le sentaba bien; le hacía parecer mucho más sofisticada
que las dos trenzas hasta la cintura que había llevado años atrás.
—Así que te acuerdas —replicó Verity antes de poder detener las estúpidas
palabras.
Un gesto de irritación contrajo los labios de Benedict.
— ¡Por supuesto que me acuerdo! Nosotros...
Verity agitó la cabeza. Oh, no. Eso no. Por favor. No podría soportar que le
contara mentiras; que tratara de convertir lo que sucedió entre ellos en algo que
no era.
—Tuvimos una breve aventura, Benedict. Nada más. Fue bonito mientras duró,
pero no creo que tenga ningún sentido remover el pasado.
Benedict le dedicó una sonrisa, aunque era evidente que aún seguía irritado.
—¿Eres igual de dura con todos tus ex amantes?
¡Cómo se reiría si supiera que él había sido el único hombre que tuvo aquel gran
honor!, pensó Verity.
—Normalmente no son tan persistentes —replicó en tono irónico,
sorprendiéndose de su repentina habilidad como actriz.
A modo de respuesta, los despiertos ojos de Benedict observaron de
inmediato la mano izquierda de Verity, buscando la única razón lógica para su
rechazo.
Al ver que no llevaba anillo se sintió desproporcionadamente aliviado.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—¿No estás casada? —preguntó, tratando de reprimir una sonrisa.


Verity sintió deseos de mentir. Después de todo, podía haber varios motivos
por los que no llevaba el anillo puesto, como por ejemplo, la necesidad de estar
lavándose las manos todo el día. Muchas enfermeras no lo llevaban por ese
motivo. Pero al mirar los perspicaces ojos de Benedict se sintió incapaz de
mentir.
—No, no estoy casada.
¿Imaginó el brillo de satisfacción que vio en sus ojos o fue un simple intento
de su ego herido para satisfacer su resentimiento por lo mucho que Benedict
había tardado en reconocerla?
— Entonces, ¿por qué no quieres tomar un café... ?
Afortunadamente, en ese momento llegó hasta ellos la voz de Gisela Buxton.
— ¡El té ya está listo, Verity! —dijo a la vez que se oía el sonido de una puerta
cerrándose, un momento antes de que apareciera ante ellos—. Vamos a... ¡oh! —la
enfermera se interrumpió en medio de la frase al ver al nuevo médico en la
entrada del vestuario—. Hola, señor Jackson —saludó animadamente, con un
intenso brillo de curiosidad en la mirada.
Benedict asintió.
—Gisela —dijo amablemente, con una sonrisa—. ¿He oído mencionar un té?
— ¡Por supuesto! — contestó Gisela con un evidente afán por complacerlo—.
¿Le apetece una taza?
—Me encantaría —aceptó Benedict, mirando a Verity con gesto divertido,
aunque esta no se molestó en reaccionar ante su sonrisa.
Gisela parecía radiante.
—Entonces vamos. Está en el cuarto de estar... ¡y recién hecho! ¡Tú también,
Verity!
Verity sintió que el corazón se le hundía. A menos que hiciera una escena, no le
quedaba más remedio que seguir a Gisela al cuarto de descanso, con Benedict
pegado a sus talones.
Y no podía dejar de preguntarse todo el rato si aparecería alguien lo
suficientemente perspicaz como para hacer la conexión entre Benedict y Sammi.
Incluyendo al propio padre. Todo el mundo sabía que ella tenía una hija. Pero eso
era todo lo que sabían. Ni siquiera a Jamie le había dado más información de la
imprescindible. Y todo lo que solía decirles a los que tenían el valor necesario
para preguntarle era que las cosas no habían ido bien entre el padre de Sammi y
ella. Lo que, por supuesto, era cierto.
El cuarto de descanso estaba vacío, aunque no era de extrañar, porque no era
habitual que a esa hora ya hubieran terminado las operaciones en los quirófanos.
En el centro de la mesa había una tetera con todo lo necesario a su lado,
además de una pequeña pila de sandwiches dejados por Ethel.
—Estupendo —dijo Benedict, sonriendo y sentándose en una silla en actitud

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

relajada—. ¡Estoy muerto de hambre! —añadió, mirando a Gisela.


Gisela, una mujer felizmente casada y cercana a los cuarenta, aún era lo
suficientemente joven como para responder coquetamente a los indiscutibles
encantos de Benedict, y asumió de inmediato el papel de anfitriona.
—¿Le has comprado algo a Ethel, nuestra proveedora de sandwiches?
Benedict negó con la cabeza.
—Entonces toma éste —dijo Gisela, alcanzándole uno—. No tiene ningún
nombre apuntado. Es de atún y pepino y está buenísimo.
—Gracias —Benedict desenvolvió el sándwich y le dio un bocado mientras
Verity se sentaba en la silla más lejana que encontró.
—¿Cómo prefiere el té, señor Jackson? —preguntó Gisela, solícita.
— Benedict —corrigió él—.Con leche y sin azúcar. Bastante flojo. Gracias —
terminó de masticar y luego alzo una ceja en dirección a Verity—. ¿No vas a
comer nada?
¡Verity no iba a decirle que él estaba devorando su sándwich! Sonrió
débilmente y negó con la cabeza.
—No se siente bien —explicó Gisela, como si Verity no estuviera en la
habitación con ellos.
—¿Oh? —Benedict sonrió levemente—. Espero que no sea nada contagioso.
Verity apretó el puño en su regazo.
—Espero que no —dijo de mala gana. ¿Por qué no la dejaba en paz de una vez?
Benedict siempre había tenido la seguridad en sí mismo y el ego de un coloso, lo
que no era sorprendente, dados sus encantos. ¿Estaría haciendo aquello para
mimar su ego? ¿Disfrutaba avergonzando a sus ex novias despertando recuerdos
que habría sido mejor dejar en el olvido? ¿Y haciéndolo con sólo alzar la comisura
de su sensual boca?
Aunque lo irónico era que Verity tenía algo más importante de Benedict que
unos simples recuerdos de viajes en su coche deportivo, seguidos de suntuosas
cenas y de interminables noches en su habitación.
Él era el padre biológico de su hija.
Y tal vez tenía derecho a saberlo.
Tomó la taza de té que le ofrecía Gisela y le dio un largo sorbo, sintiendo que
los latidos de su corazón se aceleraban mientras consideraba sus opciones.
No había forma de saber cómo reaccionaría si se lo decía, pero corría un
riesgo muy claro de que su vida y la de Sammi cambiaran desde ese momento.
¿Pero tenía derecho a no decírselo? ¿Era moralmente correcto? Aunque había
pasado seis años sin preocuparse demasiado por aquello, ahora que tenía a
Benedict delante, el asunto le parecía más complicado.
En cualquier caso, no era algo que pudiera decidir en aquel momento, sobre
todo teniendo a Benedict enfrente y mirándola con un gesto inquietantemente
especulativo.

21
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Y le dijera o no lo de Sammi, ¿tenía algún sentido enfrentarse a él sólo porque


una vez le hizo daño? Pasara lo que pasara, tendría que seguir trabajando con él.
Tenía responsabilidades... y una hija que mantener. No podía permitirse el lujo de
irse del hospital, por mucho, que le apeteciera en esos momentos.
Tras dar un nuevo sorbo a su té, hizo un esfuerzo por sonreír amablemente.
—¿Y qué te ha hecho aceptar este trabajo en el St Jude? —preguntó.
Benedict la miró, divertido por el repentino cambio de conversación.
—Admiro a Jamie Brennan y el trabajo que ha estado haciendo sobre la
esterilidad femenina.
—Oh, sí — Verity se dio cuenta de que apenas había pensado en Jamie en toda
la mañana.
—Ha leído algunos de mis artículos —dijo Benedict, y sus ojos se iluminaron de
entusiasmo—. Y parece que le han gustado. Incluso parece dispuesto a dejarme
hacer algunas pruebas clínicas aquí... — su voz se fue apagando mientras
recordaba el artículo que acababa de escribir.
Le había costado un gran esfuerzo darle la forma que quería, pero lo había
conseguido. Y el día anterior había sabido que se iba a publicar en la revista
British Journal of Obstetrics and Gynaecology. Sonrió inesperadamente.
Verity parpadeó. Había olvidado lo hipnótica que podía ser su sonrisa.
—¿Así que esa es la razón por la que estás aquí? —preguntó.
Benedict pareció sorprendido.
—¿No es suficiente? Este hospital tiene una reputación excelente en Londres
—dijo, encogiéndose de hombros.
—También el St Thomas —el tono de voz de Verity sonó ligeramente acusador.
—Es cierto —dijo Benedict, sonriendo—. ¿Pero por qué iba a haber ido al St
Thomas?
— ¡Porque hiciste las prácticas en él! ¡Porque tu familia construyó la mitad del
hospital! —dijo Verity exaltadamente, olvidando por completo que había decidió
dejar de enfrentarse a él—. Se supone que eso debería garantizarte un
recibimiento con los brazos abiertos.
«Al contrario que aquí», podría haber añadido. La sonrisa de Benedict se
acentuó; no era la primera vez que Verity se mostraba apasionada aquel día, casi
tanto como lo hizo durante su breve e intenso romance.
—Ah, así que te acuerdas —dijo con suavidad, repitiendo deliberadamente las
palabras de Verity.
—Por supuesto que me a... —Verity se interrumpió al notar la curiosidad con
que los miraba Gisela.
—¿Os conocíais ya? —preguntó.
—¡No!
—¡Sí!
Verity y Benedict hablaron exactamente al mismo tiempo, haciendo que se

22
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

acrecentara la confusión de Gisela. Había llegado el momento de cortar en seco


cualquier especulación, pensó Verity, mirando a Benedict con un claro gesto de
advertencia mientras hablaba.
— Sí, nos conocemos —dijo en tono desenfadado—. Un poco. Hicimos las
prácticas juntos en el mismo hospital, ¿verdad, Benedict?
Los ojos de Benedict destellaron.
— ¡Junto con otros cinco mil! —continuó Verity en tono sarcástico, destilando
en sus palabras toda la rabia que tenía acumulada—. ¡Dios santo! — dijo, girando
exageradamente los ojos hacia arriba—. Ya deben de haber pasado casi cinco
años, ¿no?
De pronto había dejado de ser divertido. Los ojos de Benedict se
entrecerraron ante la equivocación voluntaria de Verity. ¿Por qué diablos él
parecía desagradarle tanto?,
—Casi seis años —corrigió, irritado.
«Al muy arrogante le molesta que no recuerde con exactitud la fecha y, la
hora», pensó Verity, disfrutando.
—¿De verdad? —dijo, simulando estar sorprendida—. Hay que ver cómo pasa el
tiempo cuando te diviertes.
—Desde luego —asintió él burlonamente.
Gisela había empezado a moverse incómoda en el asiento. Tal vez no fuera la
persona más perspicaz del mundo, pensó Verity, pero tendría que haber sido de
piedra para no captar la atmósfera que había entre Benedict y ella.
Gisela se puso en pie.
—Tengo que salir a hacer una llamada —dijo.
—Gracias por el té —murmuró Benedict, y fue recompensado con una sonrisa
ruborizada.
—De nada —contestó Gisela, dirigiéndose hacia la puerta.
Sintiendo cómo se esfumaba su enfado, Verity decidió aprovechar la
oportunidad para levantarse. Desafortunadamente, Benedict la imitó de
inmediato.
—Es hora de que me vaya —dijo ella.
—Tonterías —Benedict miró su reloj de pulsera—. Aún nos quedan veinte
minutos antes de volver. ¿Por qué no bajamos a dar una vuelta para respirar un
poco de aire puro?
Verity negó con la cabeza y su cabellera se agitó.
—Nunca salgo del hospital durante la hora del almuerzo.
—Haz una excepción.
«¡Qué hombre tan arrogante!», pensó Verity. ¿Cuándo se le metería en la
cabeza que no estaba interesada en él?
—¿Sólo por ti? —preguntó en tono mordaz.
—Mmm. Sólo por mí —los ojos de Benedict sonrieron silenciosamente, y Verity

23
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

sintió una oleada de pesar al imaginar cómo podrían haber sido las cosas. Si él la
hubiera querido tanto como ella lo quiso a él...
—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó en tono retador.
—¿Porque te apetece, tal vez? —sugirió él.
—No me apetece —replicó Verity con frialdad. Cuando iba a volverse, Benedict
murmuró su nombre en el tono íntimo y sensual que sólo un ex amante podría
haber utilizado.
—Verity... ¿No te das cuenta? Si tu intención es mantenerme alejado, has
elegido la peor táctica.
Verity abrió sus grandes ojos azules con genuina confusión.
—¿Qué quieres decir con eso?
Benedict encogió sus anchos hombros.
— Sólo que, como a la mayoría de los hombres, me estimulan los retos. Tu afán
por apartarme de ti produce exactamente el efecto contrario. ¿Es esa tu
intención?
— ¡Por supuesto que no! —replicó Verity, sintiendo que la histeria acumulada en
su interior a lo largo de la mañana empezaba a subir inexorablemente hacia la
superficie—. ¡Y no deberías hablarme así! ¡No tienes derecho a hacerlo!
—¿No? —preguntó Benedict insolentemente—. ¿No me da ningún derecho el
haber sido tu amante?
— ¡No! ¡Por supuesto que no! —dijo Verity, furiosa—. Eras tú el que estaba a
punto de irse a otro hospital sin ni siquiera molestarte en decírmelo. ¿O acaso te
falla la memoria?
Benedict le dedicó una ligera sonrisa.
— Según recuerdo, tuvimos una pelea bastante espectacular y dijimos muchas
cosas debido al enfado... De hecho, fuiste tú la que se marchó, Verity.
—No tuve elección, dadas las circunstancias — replicó ella con frialdad.
—Tal vez no —concedió él con lentitud. Porque pudo detenerla; pudo ir tras
ella, y Verity habría vuelto con él al instante. Pero no lo hizo. Era joven. Se alegró
de tener una excusa para acabar una relación que había empezado a volverse
demasiado seria para un médico recién titulado. Sólo con el paso del tiempo se
dio cuenta de lo que había perdido, pero entonces ya era demasiado tarde para
volverse atrás.
Benedict se pasó una mano hacia atrás por el oscuro cabello y aquel gesto hizo
que Verity recordara vividamente el aspecto que solía tener a primera hora de la
mañana. Y aquello también le dolió.
—Pero no vamos a negarnos otra oportunidad sólo porque no funcionara
entonces, ¿no? —añadió él, retándola con la mirada a negar la atracción larvada
que aún existía entre ellos—. Entonces éramos mucho más jóvenes.
Verity no podía creer lo que estaba oyendo. De hecho, estaba tan sorprendida
que, a pesar de haber abierto la boca para responder adecuadamente, fue

24
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

incapaz de hablar.
Benedict no apartó la mirada de ella. Se fijó en su reacción primero con
interés y luego con intensa curiosidad. Había algo en el comportamiento de Verity
que le confundía y que no podía descifrar. Se había encontrado con ex novias en
otras ocasiones, pero ninguna le había demostrado tanta hostilidad. Muy al
contrario. Pero tampoco recordaba haberse sentido tan atraído por una ex novia
como por Verity. El paso de los años le había sentado muy bien, y estaba aún más
bella que entonces.
—Pero incluso si ya no estás interesada en mí como hombre, Verity —insistió—,
¿es necesario que haya tanta tensión entre nosotros en el trabajo? Después de
todo, somos colegas y hemos tenido seis años para madurar. No tenemos por qué
enzarzarnos en una pelea cada vez que nos veamos sólo porque en el pasado
tuvimos una tempestuosa aventura.
Benedict alzó las cejas burlonamente y Verita estuvo a punto de desmayarse
del susto, anonadada al reconocer aquella familiar expresión. Tragó con esfuerzo.
Sammi no se parecía a su padre, no. Era rubia y él moreno, suave y llenita y él
duro y esbelto. Pero aquella expresión que acababa de ver... Verity comprendió
que acababa de ver a su hija reflejada en el rostro de Benedict Jackson.
Un escalofrío recorrió su piel al darse cuenta de que lo sucedido en el pasado
carecía de importancia en el presente.
Benedict tenía derecho a saber la verdad, pero ese derecho no tenía nada que
ver con el hecho de que fuera su ex amante. El derecho que tenía provenía de sus
innegables lazos de sangre con Sammi, y todo lo demás carecía de importancia.
¡Era el padre natural de Sammi!
Y, antes o después, tendría que decírselo...

25
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

3
Benedict frunció el ceño. Olvidando momentáneamente su disputa, alargó
instintivamente una mano hacia Verity. Estaba convencido de que había estado a
punto de desmayarse. ¿Qué le había dicho?, se preguntó, preocupado y
confundido. ¡Parecía que acababa de ver un fantasma!
—¿Te encuentras bien? —preguntó solícitamente, y luego asintió al recordar—.
¡Por supuesto! Gisela ha dicho que no te sentías bien... siéntate, por favor. Voy a
traerte un vaso de agua.
— ¡No! —exclamó Verity. Había tomado una decisión. Tendría que hacerlo,
¡debía hacerlo! Más por Sammi que por Benedict. ¿Acaso no tenía derecho su hija
a empezar a conocer a su padre? Y cuanto antes mejor. No se podía pasar la vida
mintiéndole—. Benedict... —empezó con voz ronca, pero en ese momento se abrió
la puerta y entraron varias enfermeras charlando.
Algo en la voz de Verity hizo que Benedict se pusiera rígido.
—¿Qué?
Ella agitó la cabeza impacientemente, lanzando una mirada de frustración
hacia el grupo de mujeres que empezaban a sentarse en torno a la mesa
mirándolos con curiosidad.
—No es nada —dijo, y volvió a mover la cabeza a la vez que fruncía el ceño—.
Quiero decir... Escucha, ven a mi apartamento...
Por un momento, Benedict creyó haber oído mal.
—¿Qué? —preguntó, incrédulo.
—Ven a mi piso —repitió Verity, consciente de que las otras enfermeras
estaban a punto de caer de sus sillas debido al esfuerzo por escuchar su
conversación—. Luego hablaré contigo al respecto — dijo abruptamente y se
dirigió hacia la puerta, pero Benedict se movió con la agilidad de una pantera y la
sujetó por una muñeca.
—¿Cuándo? —preguntó de inmediato.
La habitación había quedado en completo silencio. Las enfermeras seguían
sentadas, simulando comer sus sandwiches. Disimuladamente, Verity se soltó de
Benedict. «¡Por Dios santo!», pensó, desesperada. Era posible que a él no le
importara su reputación, ¡pero al menos debía tener en cuenta la de ella! Salió de
la habitación de descanso y él la siguió por el pasillo hasta colocarse frente a ella
para obligarla a detenerse.
—¿Cuándo? —insistió. Por su tono de voz, parecía pensar que tal vez había
imaginado la invitación de Verity.
¿Cuándo?, se preguntó Verity, suspirando interiormente ¿Por qué retrasarlo?
Cuanto más tiempo pasara trabajando junto a él, más le costaría decírselo.
—Esta noche.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Benedict hizo una mueca exagerada.


—Esta noche no me viene bien —dijo—. Estoy de guardia.
Verity reprimió un suspiro. No era un buen momento. Pero la alternativa era
pasar otro día horrible imaginando cómo se tomaría Benedict la noticia. ¿Y si otra
persona le decía que ella tenía una hija? ¿Y si el inteligente Benedict deducía la
verdad por su cuenta? ¿Qué sucedería entonces?
Echó atrás sus estrechos hombros con decisión.
—No vivo lejos del hospital —le informó—. Podrías estar de vuelta en unos
minutos si surgiera una urgencia.
—Entonces, de acuerdo —susurró Benedict—. Esta noche.
Verity vio la instintiva luz de deseo que iluminó sus ojos y sintió que el
estómago se le encogía. Tragó saliva, a punto de cambiar de opinión, pero algo en
su interior le impidió hacerlo.
—No te crees falsas esperanzas, Benedict —dijo en tono cortante—. No es lo
que estás pensando.
Benedict no movió una pestaña. Ninguna mujer le había hablado así hasta
entonces; estaba disfrutando bastante con aquello.
—¿Y en qué estoy pensando, Verity?
—¡En que vamos a retomar el asunto donde lo dejamos! —dijo ella con
franqueza—. ¡Y los dos sabemos perfectamente dónde fue!
De hecho, Benedict no había pensado en aquello. Muy al contrario, lamentaba
no haberse dado más tiempo para conocerla antes, que su mutua atracción física
los hubiera llevado a la cama a las pocas horas de conocerse. Por algún motivo, y
con el beneficio de la madurez, sospechaba que Verity Summers tenía facetas
ocultas que no había llegado a conocer.
—¿Por qué no nos vemos mañana en lugar de esta noche? —sugirió con una
sonrisa—. No tendré guardia y podríamos cenar juntos. Debe de haber muy
buenos restaurantes por aquí.
Verity dudó un momento. Contarle aquello en el ambiente neutral de un
restaurante podría ser buena idea. Pero al día siguiente era martes y no podría
contar con la mujer que vivía abajo y cuidaba a Sammi cuando ella estaba de
guardia. Y conseguir otra canguro de confianza sería casi imposible. Pero no
quería mencionarle aquello a Benedict porque éste empezaría a hacerle toda clase
de preguntas.
—Será mejor que hablemos esta noche —dijo finalmente.
—¿A qué hora? —preguntó él con calma.
— ¿A las nueve te parece bien? —a esa hora Sammi ya estaría en la cama,
pensó Verity, tratando de mostrarse tan tranquila como él.
—De acuerdo. Dime dónde vives.
Verity le dio las señas y el asintió, sin molestarse en apuntarlas.
—Entonces, hasta luego —dijo Benedict, dedicándole una breve sonrisa antes

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

de dirigirse al ascensor.
Verity lo observó en silencio, dándose cuenta de que su despedida no había
sido muy precisa.
Aún tenía que pasar la tarde operando con él antes de que llegara la hora de
contarle la verdad.
Cuando terminaron las operaciones de la tarde Verity estaba agotada.
Benedict salió del quirófano un rato después que ella. Su expresión revelaba la
tensión que acababa de pasar, aunque ésta empezó a remitir rápidamente. Había
abierto a una mujer de cuarenta años que presentaba vagos síntomas de molestia
abdominal y había descubierto que tenía cáncer de ovario. La enfermedad se
había extendido hasta tal punto que Benedict no tuvo más opción que volver a
cerrarle el abdomen.
El depresivo ambiente del quirófano mientras suturaba en silencio casi se
había podido palpar; todos los presentes habían comprendido con horror que
aquella madre relativamente joven de tres niños moriría antes de que acabara el
año.
Y, hasta entonces, Verity nunca había trabajado tan instintivamente con
ningún cirujano, ni siquiera con Jamie; parecía anticiparse a todo lo que Benedict
necesitaba incluso antes de que él mismo se diera cuenta. Aquella última
operación también le hizo pensar que sus problemas eran minucias comparados
con lo que le aguardaba a la paciente y a su familia.
Mientras se acercaba, Benedict vio de repente la larga y esbelta línea del
cuello de Verity y sintió que su pulso se aceleraba.
—Hola —dijo con suavidad.
Ella se volvió, repentinamente avergonzada, comprendiendo que la tenue
camaradería que pudiera existir entre ellos en aquellos momentos no sobreviviría
al encuentro de aquella noche.
—Hola —contestó.
—Gracias por tu ayuda ahí dentro —dijo Benedict.
Ella negó con la cabeza.
—Sólo he...
—No —interrumpió él con una sonrisa, la más genuina que Verity había visto en
todo el día—. No ha sido «sólo he...». La operación ha sido muy dura.
—Las de esa clase siempre lo son.
—Lo sé —Benedict dudó, deseando decirle algo agradable, algo que hiciera que
Verity dejara de mirarlo con enfado o miedo cada vez que lo veía. Quería volver a
ver aquella boca curvada por la sonrisa que tan bien recordaba—. Eres una
enfermera ayudante magnífica, Verity.
Aquel comentario fue demoledor para Verity, haciéndole ruborizarse
intensamente. Significaba demasiado; ese era el problema. Unas pocas palabras
de aprecio profesional implicaban un respeto que nunca existió mientras sólo fue

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

su compañera de cama.
—Gra... gracias —balbuceó, relajándose a continuación los suficiente como para
sonreír—. Un buen cirujano siempre hace que todo resulte más fácil —dijo con
sinceridad.
La sonrisa de Verity aturdió a Benedict, haciendo que su corazón latiera como
no lo había hecho en muchos años.
—Escucha —dijo con voz ronca—. ¿Estás segura de que no quieres cambiar de
opinión sobre lo de cenar conmigo.
Verity se sintió tentada a aceptar. Si acabaran de conocerse no habría dudado
un instante en hacerlo. Pero la situación era muy distinta.
—No, gracias.
—¿Tienes coche? —preguntó Benedict, sin molestarse en insistir.
Ella negó con la cabeza y rió.
—¿Con mi sueldo de enfermera? ¡Debes de estar bromeando!
—Entonces permite que te lleve a casa. Aún está lloviendo.
—Tengo paraguas...
—Lo sé.
Verity alzó las cejas inquisitivamente.
—Te he visto llegar esta mañana —la voz de Benedict se volvió más profunda—.
Con una falda de cuadros y un sombrero de terciopelo verde. Estabas...
estupenda.
—Estaba empapada —contestó Verity con desconfianza.
—Mmm. Lo sé —asintió él, entrecerrando los ojos y mirándola como si aquella
idea le pareciera el colmo de la sensualidad—. Entonces, ¿te parece bien que te
recoja fuera dentro de veinte minutos? —añadió tras mirar su reloj.
Verity negó con la cabeza.
—Ya te lo he dicho; mi casa no está lejos del hospital —lo que era cierto. Lo
que Benedict no sabía era que tenía que volver a casa pasando antes por la de la
niñera para recoger a Sammi. Desgraciadamente, era la única niñera que le había
gustado para su hija y vivía en dirección contraria al hospital. El viaje resultaba
pesado, pero le compensaba saber que Sammi estaba en buenas manos.
Verity miró su reloj y al ver la hora dio un gritito ahogado.
—No, gracias —dijo sin aliento—. Tengo... tengo que pasar por el supermercado
antes de ir a casa —al ver que Benedict estaba a punto de ofrecerse a llevarla, le
dedicó una breve sonrisa y añadió—: Discúlpame — y se encaminó rápidamente
hacia el vestuario, pensando que era mucho más difícil tratar con él cuando era
agradable con ella.
Acabó siendo «uno de esos días». El autobús llegó tarde y Sammi estaba de
mal humor cuando la recogió. Consecuentemente, arrastró los talones durante
todo el trayecto a casa y, cuando Verity abrió finalmente la puerta, las dos
estaban empapadas y disgustadas.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

La rutina normal de dibujos animados, té, juegos, baño y cuento antes de


dormir no siguió su suave proceso habitual.
El tiempo pasaba, y cada vez que Verity trataba de que Sammi se diera prisa,
la niña respondía haciéndolo todo más despacio.
—Cómete las zanahorias, querida.
—No me apetecen.
—Entonces cómete los guisantes.
— ¡Tampoco me apetecen!
—No habrá postre si no te comes los vegetales —dijo Verity automáticamente,
y Sammi reaccionó con una rabieta, arrojando su tenedor sobre la mesa.
— ¡Tú tampoco estás comiendo tu cena, mami! —protestó entre sollozos.
—No tengo ganas de comer —contestó Verity, que estaba tan inquieta
pensando en la visita de Benedict que sentía náuseas.
— ¡Y yo tampoco! —gritó Sammi.
Verity decidió ceder por esa noche y recogió los platos antes de bañar a la
niña.
Pero ni siquiera el baño sirvió para hacer su magia habitual, o tal vez Sammi
estaba demasiado cansada para disfrutar de lo que quedaba del día. Verity
terminó más mojada que su hija y ni siquiera intentó lavarle el pelo. Se limitó a
ponerle el camisón y a ayudarla a limpiarse los dientes.
Le leyó el cuento de Pigling Bland, pero Sammi lo oyó entero y al final seguía
con los ojos abiertos de par en par, de manera que su madre se vio obligada a
leer Jemina Pudáleduck y luego The Patty Pan antes de que la niña se quedara
dormida.
Verity permaneció un momento sentada en el borde de la cama,
contemplándola.
Era extraño, pero desde su reencuentro con Benedict, podía ver con total
claridad las similitudes faciales entre padre e hija. Su falta de parecido era sólo
superficial. Aunque Sammi fuera rubia y de ojos azules y Benedict moreno y de
ojos verdes, el labio inferior ligeramente sobresaliente y la firme mandíbula...
Oh, no había duda de que tenían rasgos parecidos si uno se molestaba en
buscarlos... Pero hasta entonces, Verity no había encontrado ningún sentido en
buscarlos, de manera que había olvidado el tema.
El sonido del timbre de la puerta la sorprendió y miró horrorizada su reloj de
pulsera, comprobando que ya eran las nueve. Benedict había sido muy puntual.
Mientras encendía la luz nocturna del cuarto de la niña, sintió un escalofrío al
pensar en el estado en que había quedado la casa en su lucha por meterla en la
cama.
¡Oh, Dios santo! Las cosas del té seguían en la mesa y había juguetes por todo
el suelo del cuarto de estar. Y ni siquiera había vaciado la bañera.
Se miró en el espejo. Al desorden reinante había que añadirle su pelo revuelto,

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

los vaqueros y la camisa arrugada tras el baño; no tenía el aspecto de calma


requerido para comunicarle a Benedict la trascendental noticia.
El timbre de la puerta volvió a sonar; ni siquiera iba a tener tiempo de
esconder los juguetes de plástico que había esparcidos por la alfombra.
Irritada, Verity fue hacia la puerta. Era una persona limpia y ordenada por
naturaleza, y sabía que las primeras impresiones contaban. Cuando Benedict
mirara a su alrededor deduciría que era una dejada. Y no lo era.
«Pero tampoco estás tratando de impresionarlo», le advirtió una voz interior.
«Al menos, no debería ser así».
Abrió la puerta y encontró a Benedict en las escaleras con los brazos cargados
de bolsas, los ojos sonrientes y el pelo ligeramente mojado por la lluvia.
— Hola —saludó, alcanzándole una bolsa de nueces, una caja de bombones
belgas y un paquete de café cuyo intenso aroma pudo percibir Verity desde
donde estaba.
Agarró los paquetes torpemente, desarmada por el detalle de Benedict.
—Oh, gracias. No deberías haberte molestado en traer nada.
—Al contrario. No quisiste aceptar mi invitación a cenar. Estoy de guardia y no
podía traer vino. Esto era lo menos que podía hacer. A menos que no pienses
invitarme a pasar —añadió en tono de broma.
—Lo siento —Verity abrió la puerta, conteniendo la respiración y esperando a
oír las primeras palabras de Benedict cuando entrara en la casa. Por algún motivo,
eran terriblemente importantes para ella.
Al menos no empezó a hacer una serie de falsos cumplidos; eso habría sido
demasiado. El piso era pequeño y el mobiliario barato, pero eso era todo lo que se
podía permitir. Y aunque esa noche parecía una pocilga, estaba relativamente
limpio y esperaba que Benedict se diera cuenta de ello.
Vio cómo tomaba aire, al fijarse en los juguetes.
Se volvió hacia ella, sorprendido.
—¿Tienes un hijo? —preguntó.
Al menos había ido directamente al grano.
—Sí, tengo una hija.
— ¡Pero me dijiste que no estabas casada! Verity estuvo a punto de sonreír.
—No estoy casada —contestó con suavidad—. No es obligatorio.
—No —era evidente que Benedict estaba teniendo dificultades para imaginarla
como madre—. ¿Así que no hay un marido?
Verity negó con la cabeza.
—No. No hay marido. El padre de Sammi no... se casó conmigo.
Algo inquietó a Benedict. Algo que no encajaba. ¡Verity madre! Parecía
demasiado joven, demasiado delgada, demasiado inocente. Buscó algo neutral que
decir.
—¿Y cuántos años tiene tu hija? —preguntó educadamente—. Sammi, ¿no?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Aún sujetando las bolsas que le había entregado, Verity supo que aquello no iba
a ser fácil. Nunca llegaría el momento adecuado porque no lo había. ¿Por qué
molestarse en dejarle instalarse con sus nueces, su chocolate y su café?
¿Aplacaría eso el golpe?
—Tiene cinco —dijo, con voz extrañamente calmada.
Él asintió.
—Es una bonita edad —murmuró, tratando de recordar desesperadamente el
tipo de comentarios que sus hermanas casadas siempre sabían hacer sobre los
hijos de otras mujeres—. Será un diablillo, ¿no?
Y entonces se quedó helado.
No fue el silencio de Verity; fue la calculada manera en que le había dicho la
edad de la niña, la expresión de sus ojos mientras esperaba su reacción.
Verity rogó para obtener fuerzas.
— Benedict... —empezó, pero no pudo continuar.
Benedict torció el gesto desagradablemente.
—¿Qué tratas de decirme, Verity? —preguntó con aspereza.
Las palabras surgieron de los labios de Verity en una ráfaga. Tal vez esa fuera
la única forma posible.
—Que Sammi es tu hija —dijo con voz ronca.
Las palabras parecieron derramarse en la mente de Benedict como un jarro de
agua fría. Se sintió extrañamente impotente, como si los dioses hubieran
decidido jugar al póquer con su futuro. Y allí estaba Verity, con su bello rostro
pálido y calmado y sus firmes y azules ojos, como si no acabara de darle la
sorprendente noticia de que era el padre de la niña.
La boca de Benedict se contrajo mientras miraba a su alrededor como
buscando algo, y pareció encontrarlo, porque se acercó de dos zancadas a la
repisa que había sobre la falsa chimenea y tomó la fotografía enmarcada que
había en ella.
La miró intensamente. Se encontró observando a una desconocida. Una
desconocida de pelo rubio y rizado con los ojos tan azules como un jacinto. Si
alguien le hubiera pedido que dibujara un retrato de su supuesta hija, aquella
habría sido la antítesis. Su sensación de alivio y su rabia no encontraron
barreras. Dejó la foto sobre la repisa con mano temblorosa y se volvió hacia
Verity.
—¿Es esta tu idea de una broma? —preguntó, furioso—. ¿Qué o quién diablos
crees que soy, Verity? ¿Alguna especie de payaso? ¿Un idiota? ¿Te parezco la
clase de hombre que aceptaría tranquilamente la paternidad de la hija de una
mujer a la que no ha visto en años? ¿Alguien con quien sólo tuvo una breve
aventura? —sus ojos destellaron mientras hacía una pausa—. O puede... puede que
no sea el único amante al que has tratado de encasquetar esto. ¿Te sirve
cualquiera? —sugirió con crueldad—. Tal vez has seguido una larga lista antes de

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

llegar a mí.
Verity empezó a temblar violentamente al escuchar aquellas palabras y los
paquetes que sostenía cayeron al suelo.
—¿Qué esperabas? —preguntó él con aspereza—. ¿Alguna especie de apoyo
financiero? —deslizó la mirada con gesto despectivo por la habitación—. ¡Está
claro que te vendría bien algo de dinero!
La pasividad de Verity pareció irritarlo aún más.
—Déjame darte un consejo, Verity, ¿de acuerdo? La próxima vez que intentes
atrapar a un hombre deberías hacerlo con más delicadeza. ¡Al menos recoge un
poco! Unas luces suaves y algo de música son el ambiente tradicional para
acompañar esa clase de complots, ¡no una especie de pocilga que ni siquiera te has
molestado en recoger un poco!
La rabia seguía consumiendo a Benedict como una llama. No podía parar.
Se vio atrapado en la luz azul de los aturdidos ojos de Verity, pero deslizó la
mirada hacia abajo, observando su arrugada vestimenta. No podía creer que
aquella fuera la misma mujer que había visto esa mañana en el aparcamiento, con
la minifalda y el sombrero verde.
—Unos vaqueros pueden resultar sexys, pero no son prácticos para la
seducción —dijo con dureza—. Y supongo que eso es lo que tenías pensado, ¿no?
—se detuvo para respirar, sintiendo que la sangre le latía furiosamente en los
oídos. En ese momento empezó a sonar su busca, haciéndole recuperar el sentido
—. ¿Dónde está el teléfono? — preguntó con brusquedad.
—Ahí —Verity señaló el teléfono, que había sido elegido por Sammi y tenía la
forma del pato Donald.
Pero Benedict no sonrió cuando se acercó y marcó furiosamente el número del
hospital.
—Soy el doctor Jackson —dijo, y se produjo un tenso silencio—. ¿Qué presión
sanguínea en estos momentos? —preguntó, asintiendo mientras escuchaba.
A pesar de su angustia, Verity supo por la expresión de su rostro que el caso
era grave.
—En seguida voy —Benedict colgó el teléfono y respiró profundamente, como
tratando de calmarse antes de salir. Debía practicar una cesárea a una mujer que
estaba teniendo un parto prematuro. Las matronas estaban preocupadas por ella
y por el bebé; al parecer, ambos corrían peligro. Miró a Verity como si acabara de
verla por primera vez y su boca se curvó en un gesto de desagrado—. Me
necesitan en la sala de partos.
Verity no dijo nada mientras Benedict se acercaba a la puerta. Antes de salir,
se volvió hacia ella y añadió:
—Si insistes en acusarme de ser el padre de tu hija...
—¿Acusarte? —balbuceó Verity, consternada.
¿Acaso había habido un tono acusatorio en sus palabras? Creía habérselo dicho

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

con bastante suavidad y sin tratar de culparlo. Se sintió indignada, y con la


indignación recupero parte de su ánimo habitual.
— ¡No te he acusado de nada, Benedict!
Él le dedicó una mirada dura y fría, como si no hubiera hablado.
— Si insistes —repitió suavemente—, tendrás que probarlo en un juzgado.
Luego se volvió, abrió la puerta y salió del apartamento.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

4
En cuanto Benedict salió para atender la urgencia, Verity empezó a moverse
por el piso, agachándose a recoger los juguetes del suelo y guardando los más
grandes en la gran caja de plástico que estaba oculta tras el sofá. Trató de no
ver la casa a través de los ojos de Benedict. Desordenada y revuelta... una
auténtica pocilga. Había utilizado aquella palabra para describirla.
Y también trató de no profundizar en cómo la veía a ella; una madre soltera lo
suficientemente desesperada como para intentar cualquier cosa con tal de
cargarle con la responsabilidad de su paternidad.
Empezó a ordenar los muebles de la casa de muñecas de Sammi, algo que no
había hecho en mucho tiempo. No dejaba de repetirse una y otra vez que, si se
mantenía ocupada, no tendría tiempo de pensar, de centrarse en la horrible
reacción de Benedict ante la noticia de su paternidad.
Tras guardar los juguetes, recogió del suelo las bolsas con los chocolates, las
nueces y el café que había llevado Benedict y las llevó a la cocina, donde las
guardó con un gesto de enfado en la despensa. Luego, llenó el fregadero de agua
y empezó a fregar, casi como si estuviera tratando de castigarse de alguna
oscura manera. Porque normalmente odiaba fregar, pero esa noche casi agradecía
la tediosa tarea.
Tardó una hora en dejarlo todo limpio, y luego se dedicó a pasar los muebles
con un paño. Incluso dio cera a la mesa de pino de la cocina. Cuando terminó de
limpiar, el piso estaba reluciente.
Verity miró a su alrededor e hizo un pequeño asentimiento de aprobación. Si
Benedict pudiera verlo en esos momentos no sería tan crítico, pensó
orgullosamente. De pronto, sintió que las rodillas le fallaban. Se sentó en la silla
más cercana y empezó a llorar.
No fue un llanto ruidoso. No se atrevió; no quería despertar a Sammi. Las
lágrimas se deslizaron continua y silenciosamente por su rostro, hasta que no le
quedó ninguna. Entonces se levantó, se sonó la nariz, se cepilló el pelo y preparó
una taza de té.
Sintió la tentación de echar un poco de whisky en la taza, pero eso sólo le
garantizaría un dolor de cabeza por la mañana. Además, el alcohol podía
atontarla, y necesitaba tener los sentidos alerta mientras decidía qué hacer a
continuación.
No debería haberle dicho nada a Benedict; era tan sencillo como eso.
No se había detenido a pensar en ello adecuadamente antes de hacerlo. Y,
siendo sincera, ¿qué otra reacción podía haber esperado de él? ¿Que aceptara su
paternidad sin dudarlo? ¿Que empezara a llevar a la niña al zoo los sábados y al
parque los domingos?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Verity dejó la taza sobre la mesa con mano temblorosa. Y Benedict había
dicho... había dicho...
Eso había sido muy doloroso... la forma en que había implicado que él
simplemente era uno más en una larga lista de amantes.
Pero...
¿Acaso no había hecho ella lo mismo con él? ¿No había dado por supuesto que
había habido cientos de mujeres en su vida?
Cuando lo cierto era que ninguno de los dos sabía apenas nada sobre el otro. Su
aventura fue corta y apasionada... aunque el final fue inevitablemente amargo.
Verity suspiró. Parecía que todo había sucedido hacía mucho tiempo, como si le
hubiera pasado a otra persona.
Se conocieron en una discoteca improvisada en la sala de descanso de los
médicos en el hospital. Las enfermeras de la promoción de Verity habían recibido
aquella mañana los resultados de sus exámenes. ¡Ella había aprobado! Para
celebrarlo, decidieron organizar aquella fiesta.
Verity estuvo bailando desenfadadamente, celebrando su aprobado. Apenas
había bebido algo más que un vaso de vino, pero con el estómago vacío y tras una
dura semana de guardia en el geriátrico. Algunos de los pacientes estaban muy
enfermos y otros terriblemente solos y asustados.
Había sido una semana deprimente, la más deprimente desde el comienzo de su
carrera de enfermera, y tal vez era eso lo que la había animado a lanzar su
cautela al viento. Esa noche sentía que estaba celebrando su juventud, su
vitalidad y su buena salud. Nunca había asistido a una fiesta de aquellas, ¡aunque
había oído toda clase de rumores sobre lo salvajes que eran!
Verity era la única hija de unos padres muy estrictos y tremendamente
anticuados. Les encantó que eligiera la profesión de enfermera, aunque se
mostraron reacios a dejarla irse de casa a los dieciocho años. Pero no hubo otra
alternativa, porque en donde vivían no había un hospital cercano en el que hacer
las prácticas.
El médico de la familia fue una influencia decisiva. Sabía que, si se les
permitía, los padres de Verity no le concederían a su hija ninguna libertad
personal. Fue él quien la animó a intentar hacer las prácticas en alguno de los
mejores hospitales de Londres, a pesar de que la ciudad se hallaba a bastante
distancia del pueblo en que vivían.
Y así fue como Verity acabó en el St Thomas, emocionada y también
acobardada por hacer sus estudios en aquel hospital de renombre internacional.
Pero sus temores se demostraron infundados; se adaptó al duro trabajo físico
y a los estudios adicionales de anatomía y fisiología como un pez al agua. Y se
mantuvo apartada de las muchas actividades sociales que la tentaban, prefiriendo
estudiar o disfrutar de los numerosos museos que había en la ciudad.
Hasta aquella noche.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

A pesar de que normalmente vestía vaqueros y jersey, Verity tomó prestado


un vestido de una compañera para aquella ocasión. Corto, brillante y plateado, era
lo último que habría elegido normalmente. Aunque cuando se vio en el espejo de
su habitación con él puesto, pensó que eso podría cambiar en el futuro.
No era una chica vanidosa, pero no pudo evitar darse cuenta de que aquel
vestido plateado le sentaba de maravilla con su larga y rubia melena flotando
libremente por la espalda. Fue muy consciente de que los miembros del sexo
opuesto nunca la habían mirado como aquel día cuando entró en la discoteca. Pero
ninguno de ellos llamó su atención.
Hasta que se fijó en que todas las mujeres que había por allí parecían gravitar
hacia un rincón de la sala.
Entonces fue cuando vio por qué.
Él estaba de pie, sonriendo, bebiendo una cerveza y rodeado por miembros de
ambos sexos que trataban de llamar su atención, como si fueran cortesanos
rodeando a un rey. Era alto, muy moreno y muy, muy atractivo. Asombrosamente
atractivo.
Verity supuso que sería inaccesible, de manera que se dio la vuelta y siguió
bailando sin prestarle atención, sin saber que Benedict había observado su
movimiento con interés. Tenía suficiente experiencia como para darse cuenta de
que Verity no estaba siendo intencionalmente provocativa, y sin embargo,
también era lo suficientemente joven como para experimentar aquel insoportable
deseo que despertó en él, haciendo que desapareciera cualquier otro pensamiento
de su mente que no fuera el de llegar a conquistarla.
Porque hasta entonces, ninguna mujer había sometido a Benedict a una fría
mirada para luego volverle la espalda.
Benedict era un maestro instintivo en lo que se refería a las mujeres. Por ese
motivo no fue directamente a por ella ni trató de captar su atención. Siguió
escuchando y hablando ocasionalmente, y de vez en cuando deslizaba la vista
hacia la deslumbrante belleza de cabello pálido como la luna que seguía bailando
en la pista.
Y, por supuesto, Verity, con toda su inexperiencia, fue rápidamente consciente
de que sus ojos parecían estar manteniendo una especie de conversación con el
hombre más atractivo que había en la habitación.
De manera que cuando, finalmente, Benedict se acercó a ella y le dijo con su
devastadora sonrisa, «pareces demasiado acalorada como para seguir bailando...
Ven a beber algo conmigo», Verity fue incapaz de resistirse. Permitió que le
invitara a una copa y la presentara a sus amigos, y pareció pasar una eternidad
antes de que pusieran una pieza lenta y Benedict la tomara entre sus brazos y
enterrara la cabeza en la fragancia de su precioso pelo, como había deseado
hacer toda la tarde.
Benedict resistió la urgencia sexual más fuerte que había sentido en su vida y

37
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

no hizo ningún intento por seducirla aquella noche. Decidieron quedar en verse al
día siguiente.
Pero una noche sin dormir y el calor del verano sumado al tormento que
estaban experimentando, fue demasiado para ambos, y Verity acabó en la cama
de Benedict, incapaz de resistir la tormenta interior que terminó por convencerla
de que se había enamorado de él.
Por primera vez en su vida Benedict se salió de su terreno. Antes, sus amantes
habían sido una parte agradable de una vida muy agradable, y había disfrutado
mucho de sus aventuras. Pero había algo diferente en Verity. Sentía un impulso
irracional y primitivo de dejar su huella de dominio en ella. Quería hacerle el
amor constantemente, y apenas salían de su habitación.
Consecuentemente, su trabajo se vio afectado, y Benedict era un joven muy
ambicioso. En sus momentos más irracionales, culpó a Verity de ello, y al
irresistible hechizo que ejercía sobre él. Se hallaba en una situación que no
controlaba y, si no físicamente, al menos mentalmente trató de retirarse.
Y mientras todo ese torbellino interior tenía lugar, Verity recibió una
«amistosa» advertencia de otra enfermera sobre la fama de Benedict de ser el
tipo de hombre que dejaba a las mujeres con la misma facilidad con que las
seducía. Verity se quedó petrificada al pensar que también pudiera hacerlo con
ella, y empezó a interrogarlo cuando llegaba tarde, convencida de que había
empezado a ver a otra. Se enfrentaba a él, discutían y la discusión terminaba
apasionadamente en la cama, pero cada enfrentamiento estropeaba un poco la
relación.
No pudo asimilar la noticia de que Benedict se iba del St Thomas. La misma
enfermera que le había advertido sobre su reputación decidió comunicárselo.
—Supongo que ya te habrás enterado. ¡Benedict se va al Manchester General!
Verity estuvo a punto de atragantarse con el café. ¿Manchester? ¡Eso estaba
muy lejos!
La enfermera debió darse cuenta de su sorpresa, pero eso no la detuvo.
— ¡No me digas que no se ha molestado en decírtelo!
No, pensó Verity, intensamente dolida. Benedict no se había molestado en
decírselo.
Tenía la llave de su habitación. Cuando Benedict terminó su turno esa noche,
Verity lo estaba esperando, pálida y temblorosa.
Las dos noches anteriores Benedict había estado de guardia y apenas había
dormido. Había visto morir a una niña de nueve años y se sentía destrozado y
agotado. Al ver la expresión acusadora de Verity dejo escapar un gruñido. Lo
último que necesitaba en esos momentos era una pelea con ella.
—¿Por qué no me has dicho que te ibas? —preguntó Verity en cuanto cerró la
puerta.
Ni siquiera un beso, pensó él agriamente. O la oportunidad de perderse en la

38
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

magia de su abrazo. Suspiró, sacó una lata de cola de la nevera y dio un trago
antes de contestar.
— Supongo que ya sabías que mi periodo de prácticas está terminando —dijo,
preguntándose porque evadía la cuestión. ¿Por qué no lo había hablado antes con
ella? ¿Era porque su obsesión por Verity se estaba convirtiendo en una molestia?
—¿Por qué no me lo dijiste? —explotó Verity, furiosa, con más vehemencia de
la que pretendía mostrar.
Benedict reprimió un bostezo. Lo que necesitaba por encima de todo era
dormir. Dormir mucho. Lo que menos le apetecía en esos momentos era aguantar
una sucesión de tópicas acusaciones.
—Verity, cariño —dijo, encogiéndose de hombros—. Necesito meterme en la
cama...
Ella malinterpretó sus palabras.
— ¡Seguro que sí! —espetó—. Eso parece ser lo único que quieres hacer, ¿no?
Divertirte mientras puedas, ¿no, Benedict? ¿Es por eso por lo que no me has
dicho que te ibas? ¿Tienes otra amante esperándote en tu próximo hospital?
Benedict acabó por estallar y dijo lo que no debería haber dicho.
—Todavía no —contestó, dejando la lata sobre la mesa—. La próxima vez voy a
ser más cuidadoso; no quiero liarme con ninguna mujer que crea tener derecho a
interrogarme como si estuviéramos casados o algo....
Verity no se detuvo a pensar. Tomó la lata de cola y se la tiró a la cabeza.
Benedict se agachó instintivamente y la lata golpeó contra la pared, aunque su
contenido se esparció por la habitación, mojando sobre todo a Verity. Lo absurdo
de la situación hizo que Benedict rompiera a reír. Estaba a punto de estrecharla
entre sus brazos y besarla, pero Verity sólo oyó su risa burlona y sólo pudo
pensar en que se iba y que no se lo había dicho.
— ¡Te odio, Benedict Jackson! —gritó, y se oyeron unos enfadados golpes en la
pared del vecino.
Benedict torció la boca en un gesto de enfado y cansancio.
—No grites —advirtió secamente—. Puede que tú hayas dormido tus ocho
horas, pero la mayoría de los que estamos aquí no. Incluyéndome a mí. Y ahora, si
no te importa, estoy muy cansado...
Verity lo miró fijamente, sintiendo que el corazón se le rompía en pedazos y
que lo único que le quedaba era su orgullo.
— Y yo estoy cansada de esta relación —dijo, temblorosa—. Y eso, si es que
alguna vez puede haberse considerado una relación, cosa que dudo.
Se permitió una última mirada a aquellos ojos verdes que tanto le habían
gustado y luego salió de la habitación, sin molestarse en cerrar la puerta a sus
espaldas...

El sonido del timbre de la puerta interrumpió los torturados recuerdos de

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Verity, sobresaltándola. Miró la hora y vio que eran más de las dos de la mañana.
Había estado sentada mucho rato, mirando al vacío, recordando...
El timbre volvió a sonar.
Fue un timbrazo breve y seco, pero sólo podía ser él. Se levantó con desgana y
fue a abrir.
El aspecto de Benedict la conmocionó. Estaba pálido, tenía el pelo revuelto y
sus ojos verdes estaban casi completamente oscurecidos. Una gota de brillante
sangre, que sin duda procedía de la urgencia que acababa de atender, adornaba
extrañamente su frente.
—Quiero verla —dijo.
—No puedes. Está dormida.
— Quiero verla —repitió Benedict obstinadamente.
Verity suspiró. Tenía vecinos a ambos lados y eran las dos de la mañana.
—Será mejor que pases.
No pudo evitar darse cuenta de cómo rehuyó Benedict su contacto cuando sus
brazos se rozaron, como si le repugnara tocarla. Y tal vez era así... ¿aunque quién
podía culparlo por ello? ¿Acaso había tenido derecho ella a ocultarle todos
aquellos años que tenía una hija?
Benedict permaneció de pie en medio del pequeño cuarto de estar, con el ceño
fruncido.
—¿Dónde está? —preguntó, mirando a su alrededor como si esperara ver a
Sammi en el sofá.
—Sammi está dormida y mañana tiene colegio —dijo Verity en voz baja y
protectora—. Si se despierta en medio de la noche viendo a un completo... — se
mordió el labio al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir con tanta
falta de tacto.
—¿Desconocido? —concluyó Benedict mordazmente—. Puede que tenga poca
experiencia en lo que se refiere a los niños, Verity, pero no soy estúpido. No
tengo intención de despertarla y asustarla. Sólo quiero verla — enfatizó cada
palabra de su última frase como si estuviera hablando en otra lengua.
Fue una petición totalmente franca que Verity no pudo ignorar. De hecho,
aquello la animó un poco. Era mejor que Benedict se preocupara y se sintiera
amargado a que se mostrara indiferente.
—Muy bien —asintió, señalando con la cabeza—. Ven conmigo.
La diminuta habitación de Sammi estaba al final del corto pasillo que llevaba al
cuarto de estar. Verity abrió la puerta y entró silenciosamente, seguida de
Benedict. Se inclinó para comprobar que Sammi dormía, estiró innecesariamente
el edredón y luego se apartó de mala gana para que él se acercara.
Benedict permaneció de pie un rato, sin moverse, tan silencioso, que Verity ni
siquiera pudo oír el sonido de su respiración mientras miraba a la niña.
Algo que no pudo descifrar, algún instinto, la impulsó a dejarlo a solas con

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Sammi. Salió de la habitación y fue directamente a la cocina a preparar café.


Después, llevó una bandeja con dos tazas al cuarto de estar y se sentó a esperar.
En la habitación, Benedict miró a la niña con una mezcla de temor reverencial y
maravilla. Estaba acostumbrado a tratar con bebés recién nacidos, y,
ocasionalmente, con sus sobrinos y sobrinas.
Pero aquello era distinto.
Sammi era... Casi tembló de emoción al reconocerlo en lo más profundo de su
alma.
Era suya.
Parecía tan pequeña y tan perfecta. Contempló su delicada piel rosada,
iluminada por la luz nocturna, las oscuras pestañas rubias que acariciaban sus
deliciosas mejillas, la mata de sedosos rizos dorados que caía sobre la almohada...
Y algo se agitó en su corazón al comprobar el parecido que tenía aquel pelo con el
de su madre.
No se le pasó ni por un momento por la cabeza que Verity le estuviera
mintiendo. Supo sin ninguna duda que era el padre de Sammi.
Giro bruscamente y salió de la habitación, encaminándose al cuarto de estar.
Vio a Verity sentada en el borde del sofá, con una bandeja de humeante café
sobre la mesa que había frente a ella.
Qué pálida estaba, pensó desapasionadamente. Unas oscuras sombras
enmarcaban sus ojos color aguamarina, y su rubia melena necesitaba
urgentemente un cepillado. Aún llevaba puestos los vaqueros y la camisa arrugada
con la que se había mostrado tan crítico unas horas antes. Y sin embargo, ella
debía haber supuesto que volvería.
Sin ninguna lógica, el evidente descuido de su aspecto lo afectó mucho más que
el deseo que había sentido por ella aquella mañana, en el hospital.
¿Cuándo había sido la última vez que había estado en compañía de una mujer
que no pasara todo su tiempo libre arreglándose? Las mujeres con las que solía
salir llevaban vestidos que probablemente costaban lo que Verity ganaba en un
mes en el hospital. ¿Cómo diablos se las arreglaba para criar a una niña con aquel
sueldo?, se preguntó con repentina furia. ¿La ayudarían sus padres?
—¿Te apetece un café? —preguntó Verity, nerviosa al reconocer el enfado en
la mirada de Benedict, sin saber muy bien cómo iba a reaccionar.
La incongruencia de la amable pregunta hizo que una sonrisa asomara
brevemente a los labios de Benedict, pero, de inmediato, la realidad de la
situación le golpeó de lleno como un puño cerrado. ¿Qué iba a hacer al respecto?
—Gracias —dijo, asintiendo—. Creo que me vendría bien.
—Tienes... tienes sangre en la frente —dijo Verity—. Parece arterial —añadió,
aunque no supo por qué.
Benedict fue hasta el espejo que colgaba sobre la repisa de la chimenea y
frunció el ceño. La visión de la sangre le hizo recordar el horror de la operación

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

por la que acababa de pasar. Llegó al hospital a los pocos minutos de salir de casa
de Verity y comprobó que la cesárea no sólo era conveniente, sino esencial.
Suspiró. En todas las operaciones había riesgos, y las cesáreas no eran una
excepción. Los peligros de aquella operación en particular eran la anestesia, en
concreto la aspiración del vómito en un paciente no preparado, la hemorragia y la
trombosis o la embolia que podía suceder a ésta, provocando la muerte.
Una edad maternal avanzada implicaba que los peligros se acentuaban, y la
paciente que Benedict había operado tenía treinta y cinco años.
Para cuando logró sacar al bebé, éste registraba un cero en la escala Apgar,
que indicaba el estado de los recién nacidos. Tenía la piel de color azulado por
falta de oxígeno, débil tono muscular y el corazón apenas latía. Lograron que
volviera a respirar y en aquellos momentos estaba en la unidad de cuidados
especiales para recién nacidos. Su vida pendía de un hilo.
Cada segundo que sobreviviera contaba considerablemente. Llegaría hasta la
mañana con un poco de suerte y ayuda del Todopoderoso... dependiendo de que
creyeras o no en Dios. Benedict conocía a muy pocos cirujanos creyentes.
Entretanto, la madre del bebé se encontraba en la unidad de cuidados
intensivos.
Saliendo de sus pensamientos, Benedict se frotó sin éxito la mancha de
sangre.
—¿Te importa si me lavo? —preguntó, volviéndose hacia Verity.
—Por supuesto que no —contestó ella con rapidez, percibiendo su inquietud.
Supuso que la urgencia había sido bastante desagradable—. El baño está junto a
la habitación de Sammi.
—Gracias.
Al cabo de unos segundos, Verity oyó el ruido de los grifos. Resultaba extraño
y falsamente íntimo tener a un hombre allí. Su mano tembló de repente ante la
ironía de que fuera precisamente Benedict. El único hombre con el que había
tenido una relación íntima... En realidad, era triste que nunca se hubiera
recuperado emocionalmente de aquella relación.
El sonido del agua corriendo se interrumpió y, al cabo de un momento, Benedict
volvió a la habitación. Era evidente que también se había humedecido el pelo, y
que, al no tener peine, se había pasado los dedos por él. Siempre había hecho eso,
recordó Verity. Su pelo también solía estar revuelto cuando lo llamaban en medio
de la noche mientras estaban en la cama.
Solía salir de la cama tambaleándose, tratando de vestirse en la oscuridad,
hasta que ella le decía que no se preocupara, que estaba despierta, y observaba
cómo alisaba las oscuras ondas de su pelo con la mano.
Y permanecía despierta esperándolo, por mucho que tardara en operar. Cuando
él volvía a la cama, siempre lo recibía con los brazos abiertos.
Benedict vio la mirada que le dirigía Verity y él también recordó. Pero

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

recordar era un gran error, pensó, sintiéndose momentáneamente distraído por


el erótico empuje de la lujuria. Y lo último que necesitaba en aquella situación era
distraerse.
Pero el sentimiento fue más fuerte que la razón y no pudo evitar recordar lo
maravilloso que fue poder tener a Verity entre sus brazos en aquella época.
Siempre que surgía alguna urgencia por la noche, por muy tarde que volviera,
Verity lo esperaba despierta, y entonces hacían el amor y aquello calmaba como
el mejor de los bálsamos la tensión de su mente y su cuerpo. De pronto, se
encontró anhelando aquella incomparable liberación.
Se movió incómodo, tratando de apartar aquella idea de su mente y se sentó en
una silla frente a Verity.
—¿Sigues tomando el café solo y con azúcar? —preguntó ella.
—Sí —Benedict no pudo evitar mirarla con cierta sorpresa.
Verity sirvió el café y le alcanzó la taza. Luego, agarró la suya, le dio un sorbo
y se apoyó contra el respaldo del sofá, esperando a que él hablara.
Pero Benedict no habló. Bebió su café, esperando que aplacara en parte el
cansancio y la confusión que sentía, pero no fue así. Lo que sí notó fue una
punzada de hambre en el estómago, y recordó que no había comido nada desde el
sandwich del almuerzo.
Verity reconoció su aturdida mirada por lo que era. Benedict estaba emocional
y físicamente agotado.
—¿Has comido, Benedict? —preguntó con suavidad,
— No, a menos que cuente como comida el sandwich que me dio Gisela a la hora
del almuerzo.
Verity se puso en pie.
—Voy a prepararte algo.
Benedict no trató de disuadirla. Agradeció quedarse a solas en la habitación
con sus pensamientos, que giraban en su mente como si estuvieran metidos en una
secadora.
Verity buscó algo rápido y fácil de preparar en la cocina.
Volvió diez minutos después, con una bandeja de pasta fresca con queso y
tomate, un pequeño cuenco con ensalada y pan.
Benedict tomó la bandeja con una sonrisa agradecida, olvidando
momentáneamente el problema de su hija mientras su cuerpo se preparaba para
recibir el combustible que tanto necesitaba.
Comió muy deprisa, pensó Verity, como todos los cirujanos de guardia, que
nunca sabían cuándo los iban a llamar. Cuando terminó, Verity se llevó la bandeja
a la cocina y preparó más café. Estaba segura de que iban a necesitarlo.
Fregó mientras esperaba a que el café saliera y luego volvió con la bandeja al
cuarto de estar. Pero cuando entró se sorprendió al encontrar a Benedict
tumbado en el sofá y completamente dormido.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Dudó, sabiendo que debía despertarlo, pero reacia a negarle un descanso que
tan evidentemente necesitaba.
—Benedict —susurró con suavidad.
—Mmm —murmuró él, girando sobre sí mismo ciento ochenta grados y
encarando el respaldo del sofá.
La compasión pudo sobre el sentido común y Verity se acercó a él. «Le quitaré
los zapatos y los calcetines», decidió, «y si sigue dormido, es que se lo merece».
Hizo lo que había decidido, sorprendiéndose ante el impulso que sintió de
deslizar un dedo por su pie desnudo. Luego tomó una manta del armario y la
colocó sobre él con tanta ternura como si se tratara de un paciente.
«Me pondré el despertador a las seis», pensó mientras apagaba la luz. Así
Benedict podría irse antes de que se despertara Sammi.
—Buenas noches, Benedict —murmuró antes de salir, pero él no pudo oírla.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

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Benedict se puso rígido al despertar en una cama dura y desconocida, hasta
que se dio cuenta de que no era su cama y de que no había ninguna mujer a su
lado. Y entonces se preguntó si habría enloquecido por completo por no haber
tenido relaciones con ninguna mujer desde hacía más de un año. De hecho, casi
dos.
No. Estaba en un sofá. En el sofá de Verity.
Bajó la mirada y parpadeó, moviendo los dedos de los pies experimentalmente.
Tenía los pies desnudos, y alguien, evidentemente Verity, lo había tapado con una
manta.
Sintió la imperiosa necesidad de darse un baño, afeitarse y tomar un café, por
ese orden. Se sentía hecho un asco, pero al menos había dormido unas horas.
Alzó la muñeca y entrecerró los ojos para comprobar en su reloj que eran las
seis de la mañana. Entonces se dio cuenta de que había una pequeña figura en el
umbral de la puerta.
Parecía una niña sacada de un cuento, toda rosadita y limpia en su camisón, con
un osito colgando de una mano. Lo miró sin ningún temor, como sólo un niño podía
hacerlo.
—¿Quién eres tú? —preguntó, como si estuviera acostumbrada a ver a
hombres desconocidos durmiendo en su casa cada día de la semana.
¿Sería así?, se preguntó Benedict, furioso.
—¿Eres amigo de mamá?
«Sí», pensó el irónicamente. «Supongo que podría decirse eso». Algo lo impulsó
a sentarse en el sofá y alargar las manos hacia la niña. Y, sorprendentemente, ella
se acercó y las agarró, mirando a los verdes ojos de Benedict con evidente
interés. Él supo que nunca podría mentir a aquella dulzura de criatura. «Así que
no vuelvas a preguntármelo», rogó. «Todavía no».
—¿Lo eres? —insistió la niña—. ¿Eres amigo de mamá?
— Sí —contestó Benedict, sin poder evitar sonar indeciso. Puesto de aquella
forma, le hacía sentirse como uno más en una lista de cientos. Y Sammi tampoco
parecía convencida.
—¿Por qué estás durmiendo en nuestro sofá? — preguntó.
—Porque estaba cansado.
La sencilla lógica de aquella respuesta pareció interesar a la niña.
—Mamá no deja que Jamie duerma en el sofá — objetó—. Y él es un amigo.
Benedict sintió que la piel se le helaba. ¿Jamie? ¿Jamie qué? ¡No se referiría a
Jamie Brennan! ¿Mantendría relaciones Verity con su jefe?
—Así que debes de ser un amigo bastante especial —continuó Sammi.
La mención de Jamie Brennan fue la causante; aquello activó la respuesta de

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Benedict. Y la respuesta salió de muy dentro, de algún profundo estrato de sí


mismo que nunca había explorado.
—Soy tu padre.
Se oyó un grito ahogado y Benedict aferró protectoramente las manos de
Sammi, pero el sonido no había provenido de ella, sino de la pálida figura de
Verity, que los observaba desde el umbral de la puerta con gesto horrorizado.
Parecía tan frágil, pensó Benedict. El cinturón de su bata estaba firmemente
sujeto en torno a su delgada cintura. Daba la sensación de que podría romperse
con solo tocarla.
Verity le dedicó una mirada fría y condenatoria. ¿Cómo había podido hacerlo?
¿Cómo se había atrevido?
Al ver a su madre y al sentir la hostil atmósfera reinante, la niña corrió hacia
ella para que la tomara en brazos, mientras los ojos de Verity enviaban mensajes
de silenciosa furia hacia Benedict.
— ¡Mami, ese hombre dice que es mi padre! ¡Oh, mami! ¿Lo es? —cuando Verity
miró el rostro de su hija y vio cómo florecían en él millones de fantasías
infantiles, no tuvo valor para hacer otras cosa que asentir. Trataría sobre ello
con Benedict más tarde.
¿Pero cómo se lo iba a explicar a Sammi? Besó a su hija y volvió a dejarla en el
suelo.
—Ahora tienes que ir a ponerte el uniforme, bonita —dijo, sonriendo.
—¿Tengo que ir hoy a la escuela, mamá?
— Sí, tienes que ir —dijo Benedict con voz profunda, acercándose a ella y
mirándola con un alegre brillo en los ojos que a Sammi le pareció irresistible—.
Como mamá y yo tenemos que ir al trabajo.
Sammi inclino a un lado su rubia cabecita.
—¿Trabajas con mamá? —preguntó, interesada.
—Ahora sí. Me uní a su equipo ayer.
—¿Eres médico?
— Sí —Benedict sonrió.
—¿Qué clase de médico?
Verity se dio cuenta de repente de que la niña nunca le había preguntado
aquello a Jamie.
— Soy ginecólogo y obstetra —contestó Benedict—. Dos por el precio de uno.
—¿Que es un te... tetra?
—Cuido a las mujeres que van a tener bebés. Y les ayudo a tenerlos; esa es la
parte del ginecólogo.
— Oh —Sammi arrugó el rostro—. ¿Entonces tienes muchos niños como yo?
Verity sintió que el corazón se le rompía en dos al percibir la desolación que
había en la vocecita de Sammi. Y se encontró observando a Benedict con la misma
atención que la niña, conteniendo la respiración mientras aguardaba su respuesta.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Benedict sintió la expectación que había mientras negaba con la cabeza. Le


resultó más fácil mirar a los ojos de Sammi que a los de Verity.
— No, Sammi —contestó, y entonces se atrevió a mirar los ojos color
aguamarina de Verity—. Tú eres la única hija que tengo en el mundo —podría
haber añadido un acusador «que yo sepa», si hubiera estado a solas con Verity.
Habría hecho un montón de cosas si hubiera estado a solas con ella.
Pero no era así.
Verity percibió la tensión y se aclaró la garganta, nerviosa.
—Ve a vestirte, querida —dijo—. Luego desayunaremos juntas. ¿Qué te
parece?
Sammi alzó la mirada, incapaz de ocultar el anhelo en su voz.
—¿Él va a desayunar con nosotras?
—No —dijo Verity con firmeza.
—Sí —dijo Benedict en el mismo tono.
Como había sucedido el día anterior en el hospital, los dos respondieron al
mismo tiempo, y Sammi parpadeó confundida mientras miraba de uno a otro,
como había hecho Gisela.
Tratando de mantener a Sammi lo menos traumatizada posible, Verity tomó
una rápida decisión. No quería que la niña se saliera de su rutina habitual, lo que
significaba que tendría que incluir a Benedict Jackson en el desayuno.
Maldiciendo el bondadoso impulso que la había llevado a dejarlo dormir en el
sofá en lugar de echarlo a patadas del apartamento, como se merecía, le dedicó
una fría sonrisa sin tratar de ocultar su irritación.
—Ahora voy a ducharme —dijo, deseando no tener que mirar aquellos
atractivos y sonrientes ojos verdes.
Benedict olvidó el secreto que ella le había ocultado tanto tiempo; olvidó a
Jamie Brennan. Lo olvidó todo. En lo único en lo que podía pensar en esos
momentos era en besar a Verity. No recordaba haber deseado nunca tanto besar
a una mujer, ni siquiera a la propia Verity en la época de su juvenil pasión. Sus
labios parecían tan suaves, tan dulces... tan extrañamente inocentes. Y sin
embargo había tenido una niña. Algo primitivo y posesivo despertó a la vida en su
interior.
—¿De verdad? —murmuró con voz ronca, diciéndole con la mirada lo mucho que
le gustaría compartir la ducha con ella.
¡Incluso en un momento como aquél era capaz de pensar en el sexo!, pensó
Verity, furiosa.
— ¡Sí! —espetó, contrayendo los labios y alejándose de él con un porte tan
digno como el de cualquier enfermera jefe.
Pero ningún hospital tenía una enfermera jefe que despertara el deseo de
Benedict como ella. Suspirando, éste fue a la cocina, puso agua a calentar,
encendió la radio y trató de escuchar las noticias, pero sólo pudo pensar en cómo

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

estaría Verity bajo la ducha.


En cuanto al desayuno, fue un auténtico desastre. Las tostadas se quemaron,
los huevos revueltos quedaron demasiado hechos y el yogur de fresa de Sammi
cayó al suelo de tal manera que se esparció en todas direcciones.
— ¡Yo no he sido! —gritó Sammi.
— ¡Yo no he dicho que hayas sido tú! —contestó Verity, enfadada—. ¡Pero
acabas de pisarlo con el talón de tu zapatilla! —cuando alzó la vista vio que
Benedict las observaba con los ojos entrecerrados y enmascarando su reacción a
la comedia que estaba teniendo lugar en la cocina,
«Al menos ya sabe que no estoy hecha para ser una buena esposa», pensó
irónicamente. Y desde luego, no la esposa que querría un hombre tan ambicioso
como él. Pero aquel pensamiento le dolió más de lo que había imaginado.
Verity fue a agarrar un trapo para limpiar el suelo, pero Benedict se le
adelantó agarrando el del fregadero.
—Permíteme —dijo con suavidad.
Verity negó con la cabeza.
—No, en serio. No podría...
—No tienes por qué hacerlo —interrumpió él, y aclaró el trapo bajo el grifo
con manos expertas—. Que te dediques a limpiar lo que ensucio en el quirófano no
quiere decir que también tengas que hacerlo cuando no estás trabajando.
Verity se puso rígida. ¡No tenía por qué hablar de ella como si fuera una
especie de sirvienta!
—¡Qué benévolo por tu parte!
Los ojos de Benedict brillaron al ver su irritación.
—Yo también lo he pensado.
Dándose cuenta de que estaba reaccionando en exceso a todo lo que Benedict
decía, Verity miró el rosado yogur extendido por el linóleo del suelo y se encogió
de hombros mientras trataba de imaginar sin conseguirlo al elegante señor
Jackson de rodillas y limpiándolo. Le dio una última oportunidad para negarse a
hacerlo.
—¿Estás seguro de que no te importa?
—Muy seguro —se burlo él. Lo cierto era que sentía la necesidad de hacer algo
para mantener ocupada su mente y sus manos.
Normalmente, por las mañanas solía pensar en los casos que le aguardaban en
el quirófano. Pero aquella mañana en particular sólo podía pensar en Sammi, la
hija sobre cuya existencia acababa de enterarse, y en Verity, la mujer que le
había ocultado deliberadamente aquella información. Pensó que debería odiarla.
Pero el odio no le serviría de nada; ni a él, ni a Sammi.
Y mientras contemplaba a Verity con sus ajustados vaqueros y su camisa de
algodón se dio cuenta de que quería hacer mucho más que odiarla. Se suponía que
el algodón era un material fuerte y funcional, de manera que, ¿por qué hacía

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

resaltar aquellas deliciosas curvas con tanta claridad como si llevara puesto un
ligero camisón?
— ¡Qué desastre! —murmuró Verity, bajando la vista, sin saber muy bien si se
refería al suelo o a la situación en que se encontraban.
Benedict sonrió.
—Lo sé. Es como la sangre; siempre hay más cuando se te cae al suelo que la
que contenía la jeringa. ¿Tienes papel de cocina y un recipiente?
No había duda de que era un hombre acostumbrado a dar órdenes. Verity le
dio lo que había pedido y observó cómo se agachaba y recogía el yogur del suelo
mientras ella echaba agua caliente en la tetera.
Entretanto, Sammi observaba a Benedict atentamente, como un antropólogo
habría observado a una tribu recién descubierta.
— ¡Sangre! ¡Puaj! —dijo la niña en tono familiar—. ¿Ves mucha sangre en tu
trabajo?
—Oh, mucha, mucha —contestó él benignamente.
—Mamá nunca habla de la sangre.
—Yo tampoco, normalmente.
—¿Cuándo fuiste mi padre? —Sammi juntó sus delicadas y rubias cejas y
Verity dejó escapar un silencioso gemido mientras observaba cómo trataba de
comprender su hija las complejidades del comportamiento de los mayores.
¡Condenado Benedict!, pensó amargamente mientras le pasaba una taza de té.
—Cómete el desayuno, Sammi —dijo con rapidez—. Hablaremos sobre eso más
tarde. Ahora será mejor que te des prisa, o llegarás tarde a la escuela.
Benedict no sabía mucho sobre las costumbres de los niños, pero había
aprendido lo suficiente de sus hermanas como para saber que las clases de sus
hijos no empezaban tan temprano. Frunció el ceño.
—¿A qué hora empieza el colegio?
—A las nueve. Pero yo entro a trabajar a las siete y media. Hasta esa hora la
dejo a cargo de una niñera — Verity vio que Benedict entrecerraba los ojos, vio
que Sammi adoptaba una actitud beligerante y decidió no permitir que ninguno de
los dos empezara a poner objeciones—. Así que date prisa, Sammi —añadió
rápidamente—, o de lo contrario perderemos el autobús.
Benedict pensó que no había oído bien y volvió a fruncir el ceño.
—¿Autobús? —preguntó, como si Verity hubiera dicho una excentricidad.
Verity supo lo que se avecinaba y decidió resistir. Tenía que dejarle claro que
no podía tomar a la ligera sus decisiones, fueran cuales fueran las circunstancias.
— Sí —contestó con frialdad—. Sammi y yo siempre tomamos el autobús. A ella
le gusta y a mí tam...
—Pero tú siempre protestas cuando llega tarde —interrumpió Sammi, abriendo
los ojos con perplejidad.
—Los coches se estropean a veces y te dejan en la estacada —dijo Verity

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

enseguida—. Además, es importante respirar un poco de aire puro.


—Estoy de acuerdo —asintió Benedict—. Pero no creo que hoy sea el día más
adecuado para hacerlo.
— ¿Por qué no? —preguntó Verity testarudamente.
Benedict señaló con la cabeza hacia la ventana con un gesto ligeramente
malicioso. La lluvia caía con regularidad contra los cristales.
—Está lloviendo.
— Me encanta la... —empezó a decir Verity, pero una mirada a los rostros de
Sammi y Benedict la hizo desistir de seguir por aquel camino. De pronto, tuvo una
inspiración—. ¡Pero conduces un coche deportivo! —dijo en tono triunfante.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Benedict.
Verity se ruborizó.
—Una de las enfermeras lo mencionó; ya sabes lo excitada que se pone alguna
gente cuando un nuevo médico se une al equipo.
—Pero tú no, ¿verdad, Verity?
Ella alzó la barbilla orgullosamente.
—No. Yo no.
—Mi coche deportivo tiene un pequeño asiento en la parte trasera, y tú estás
lo suficientemente delgada como para encajar en él. Sammi puede sentarse
delante y tú puedes ocupar su lugar cuando la dejemos con la niñera.
Verity decidió arrojar la toalla y aceptar el ofrecimiento.
—De acuerdo —dijo, sin ninguna muestra de agradecimiento—. Pero tenemos
que salir en veinte minutos, así que si quieres ducharte será mejor que te des
prisa.
Mientras se duchaba, Benedict se esforzó en no pensar en Sammi creciendo
sin conocerlo, o en elucubrar sobre cuál sería la verdadera relación entre Jamie
Brenan y Verity.
En momentos como aquél, era mejor no pensar en nada.

Después de dejar a Sammi con la niñera, Verity se puso el cinturón de


seguridad y miró al frente mientras Benedict arrancaba el coche, asiendo el
volante con una fuerza exagerada.
—¿Por qué has tenido que decírselo? —preguntó en cuanto el coche se puso en
marcha.
El corazón de Benedict latió aceleradamente en su pecho mientras trataba de
controlar su genio.
—¿Por qué no me dijiste tú a mí que tenía una hija? —replicó.
—No había motivo para hacerlo... ¡Benedict! — gritó Verity cuando el coche se
desvió bruscamente a la izquierda, deteniéndose en seco cuando estaba a punto
de subirse a la acera— ¿Qué crees que estás haciendo?
— Evitar añadir una operación más a la lista de la mañana —espetó Benedict

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

mientras bajaba la ventanilla y llamaba a un adolescente que lo miraba con gesto


aterrorizado desde su bicicleta—. Ven aquí —dijo con suavidad, y cuando el joven
se acercó, le echó una reprimenda que lo dejó escarmentado. Verity supo con
certeza que nunca volvería a conducir su bicicleta en una carretera transitada sin
prestar la atención debida—. ¡Y en el futuro utiliza un casco! —añadió finalmente.
—Sí... sí, señor —balbuceó el adolescente. Cuando Benedict puso de nuevo en
marcha el coche, la tensión volvió a apoderarse del ambiente.
Verity se pasó una mano por el pelo, más revuelto de lo habitual aquella
mañana, debido a las prisas y a que había tenido que compartir el baño. Había
tanto que decir que no sabía por dónde empezar. Y una discusión no les llevaría a
ninguna parte.
—Escucha, Benedict...
— ¡No pienso escuchar nada! —interrumpió él, furioso—. Tengo que operar
dentro de un rato y ya me has puesto bastante tenso.
—¿Yo te he puesto tenso? —preguntó Verity, incrédula.
—Eso es lo que acabo de decir —gruñó él—. Hay un recién nacido en peligro en
la unidad de cuidados intensivos; no necesito problemas adicionales.
—¿Como tenerme a mí de enfermera ayudante? —preguntó Verity
retadoramente, sintiendo que el corazón se le encogía al anticipar la respuesta
de Benedict. Si la rechazaba como ayudante, se vería relegada a algún oscuro
destino en el hospital.
—No se me ocurriría hacer esa tontería —dijo él con frialdad—. Eres
excelente en tu trabajo y eso es todo lo que me preocupa cuando estoy en el
quirófano.
—¿Y qué pasará fuera del quirófano?
Benedict contrajo los labios.
—Supongo que te refieres a mi hija.
El corazón de Verity volvió a contraerse dolorosamente al oír el tono posesivo
con el que se había referido a Sammi.
— Sabes que sí.
—Como ya te he dicho, no tengo intención de hablar sobre ese tema mientras
conduzco hacia el trabajo. Ese es el tipo de cosas que provoca accidentes.
Se acercaban a la calle en la que estaba el hospital y Verity ya había visto a
dos personas conocidas. Afortunadamente, ellos no la habían visto, pero alguien lo
haría en cualquier momento.
—Benedict... —susurró.
Las manos de Benedict se tensaron sobre el volante. Cuando Verity hablaba
con aquella sensual suavidad, sabía que corría el peligro de acceder a cualquier
cosa que le pidiera.
—¿Qué? —preguntó; tratando de mostrarse tan poco comunicativo como pudo.
—¿Puedes parar el coche aquí?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Él levantó el pie del acelerador de inmediato.


—¿Aquí? Pero aún estamos lejos del hospital y sigue lloviendo —sus ojos se
entrecerraron cuando comprendió a qué se debía su petición—. ¡Oh, ya veo! No
quieres que nadie del hospital nos vea juntos.
Algo en su tono de voz hizo que Verity se pusiera inexplicablemente nerviosa.
—Sólo me parecía lo más razonable.
—¿En serio? —dijo él, volviendo a acelerar—. ¿Y también te pareció lo más
razonable ocultarme la existencia de Sammi?
Verity pensó que así era; en su momento, le pareció lo más razonable. Pero una
mirada al duro perfil de Benedict le indicó que no era el momento adecuado para
darle explicaciones.
—Has dicho que no querías hablar de eso de camino al trabajo —respondió con
calma—. Lo haremos en algún otro momento.
Benedict detuvo el coche en el aparcamiento de los médicos y se volvió hacia
ella.
—¿Cuándo?
—¿Mañana por la noche?
Él negó con la cabeza.
—Esta noche.
—No, por favor.
—¿Por qué iba a complacerte? —preguntó él, tratando de no perderse en los
preciosos ojos de Verity.
Verity suspiró.
—¿Y si te dijera que estoy cansada; que tú estás cansado; que Sammi está
cansada? Todos estamos emocionalmente agotados. Aparte de cualquier
recriminación que quieras hacerme, tenemos importantes decisiones que tomar. Y
esa clase de decisiones es mejor tomarlas estando descansado.
Benedict dejó escapar una frágil risa.
—¿Y crees que eso es lo que conseguiremos posponiéndolo? ¿Ocho horas
ininterrumpidas con los ojos cerrados?
— Aunque nosotros no lo consigamos, puede que Sammi sí —dijo Verity con
calma—. Además, necesitó estar un rato a solas con ella.
Benedict permaneció totalmente quieto un momento. Luego, asintió y se inclinó
para abrir la puerta de Verity, rozándole las rodillas con el brazo al hacerlo. Ella
no pudo evitar el violento temblor que recorrió su espalda debido a aquel breve
contacto.
Benedict sintió su reacción y vio que sus labios se entreabrían sensual e
involuntariamente. Conocía lo suficiente a las mujeres como para saber que si la
hubiese besado en esos momentos no se habría resistido. Pero sospechó que si la
besaba perdería el control de la situación, y ya era demasiado mayor como para
andarse con jueguecitos, sobre todo en el aparcamiento de los médicos.

52
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Además, hacerle el amor a Verity podría complicar más aún una situación ya
compleja de por sí.
—Entonces, quedamos mañana —dijo con sequedad, abriendo finalmente la
puerta.
Mientras salía del coche, Verity fue consciente de la decepción que acababa
de sentir. ¿Había deseado de verdad que él la besara? Sí, lo había deseado,
reconoció, decepcionada consigo misma.
—Pero nos veremos en el quirófano, ¿no?
— Sí —confirmó Benedict de mala gana.
Verity percibió su renuencia y se alejó rápidamente bajo la lluvia mientras él la
observaba desde el coche, como hizo el día anterior.
En ese momento salió el sol, transformando las gotas en un caleidoscopio de
colores que formaron un arco contra el cielo gris.
Pero para Benedict, el espectáculo del arco iris era una insignificancia
comparado con el destello amarillo pálido del pelo de Verity.
—¡Maldita sea! —murmuró en alto—. ¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! —y
sacó violentamente las llaves del encendido.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

6
—¿Te he visto salir del coche del doctor Jackson hace un momento? —
preguntó Julia Morris.
Verity suspiró mientras se sujetaba el pelo en una cola de caballo. Si la
enfermera estudiante Morris dedicara tanta energía y curiosidad a su trabajo en
el quirófano como a las vidas amorosas de los que la rodeaban, llegaría a ser una
magnífica enfermera jefe.
Pero Verity no era de esas personas a las que gustaba dejar patente su rango,
de manera que se limitó a asentir.
— Sí —dijo brevemente, lo que habría bastado para que alguien con un mínimo
de sensibilidad hubiera dejado el tema.
Pero no Julia Morris. Julia estaba en el mismo grupo que Anna Buchan, y no
podía haber dos enfermeras más distintas. Sus ojos brillaban de curiosidad
mientras miraba a Verity.
—¿Vive cerca de tu casa?
Verity cayó en la trampa sin darse cuenta.
—No —contestó, frunciendo el ceño—. Creo que vive en la residencia de
Médicos.
—Oh —los ojos de Julia se abrieron de par en par de pura excitación—. De
manera que ha pasado casualmente cerca de tu apartamento, ¿no?
A esas alturas, a Verity ya no le importaba lo que cotillearan en el hospital.
Tenía cosas más importantes de las que preocuparse que su reputación.
—Exacto —mintió, cruzando disimuladamente los dedos mientras lo hacía.
—¿En serio? —preguntó Julia insolentemente.
Negándose a dejarse liar, Verity sonrió exageradamente y repitió en tono
burlón:
—¿En serio?
—¿Y no le importará al doctor Brennan? —preguntó Julia maliciosamente.
Verity la miró a los ojos.
—¿Y por qué iba a importarle al doctor Brennan?
Fue evidente que aquella no era la reacción que Julia esperaba, de manera que
buscó otro camino.
—La verdad es que es guapísimo, ¿no te parece?
Verity no tuvo más remedio que reconocer la tenacidad de la joven.
—¿Quién? —preguntó inocentemente mientras se ponía los zuecos—. ¿El
doctor Brennan?
Julia frunció el ceño.
— ¡El doctor Jackson! — corrigió—. ¡Y está soltero!
—Entonces te deseo toda la suerte del mundo — dijo Verity tranquilamente, y

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

fue recompensada con una atónita expresión por parte de Julia, que después de
aquello permaneció en silencio hasta que se fue a la habitación de descanso.
Lo que dejó a Verity preguntándose qué hacer a continuación. Gracias a
Benedict, había llegado al hospital antes de la hora. Normalmente, todo el equipo
tomaba un café en el cuarto de descanso antes de empezar.
Normalmente.
Pero todo aquello no era normal y Verity no se sentía normal. Sería un infierno
sentarse frente a Benedict simulando que entre ellos no existía aquel secreto.
De manera que no iría. Averiguaría qué lista le tocaba e iría a limpiar el...
— ¡Verity!
Verity se volvió al oír la familiar voz de la enfermera jefe Saunders, que la
miraba con expresión radiante.
—Me alegra ver que tomaste nota de mi pequeña charla de ayer —dijo la
mujer, sonriendo.
Verity parpadeó, confundida.
—¿Charla?
—Sobre llegar al trabajo en él último minuto. Esta mañana has llegado
temprano, con tiempo suficiente para estar perfectamente preparada antes de
empezar. Ven a tomar un cafecito conmigo; Gisela ha asumido su habitual papel
maternal y ha preparado café para todos —dijo, riendo.
—La verdad es que no creo que...
—Aunque esta mañana está especialmente entusiasmada —interrumpió la
enfermera Saunders—. Ayer, Benedict trajo un paquete del mejor café que he
probado en mi vida.
¿Sería una costumbre?, se preguntó Verity. ¿Habría llevado también
chocolates belgas y nueces? Y ella que creía que había sido un detalle muy
especial...
—Creo que no me apetece —dijo, pero la enfermera Saunders negó con la
cabeza con su firmeza habitual.
— ¡Tonterías! ¡No pienso aceptar una negativa por respuesta! —dijo
enfáticamente—. ¡Si estuviera tan delgada como tú, me pasaría comiendo todo el
día! Y probablemente esa sea la causa de que no lo esté —añadió, palmeándose
con un suspiro su amplio estómago—. Y ahora dime, Verity —susurró mientras se
acercaban al cuarto de descanso—. ¿Qué puntuación le das?
Verity parpadeó.
—¿A quién?
—¡Al doctor Jackson!
Verity tardó un momento en comprender que la enfermera jefe lo preguntaba
desde un punto de vista profesional.
—Parece muy concienzudo —contestó con sinceridad—. Rápido y efectivo. Pero
aún no lo he visto en una situación de emergencia, así que no sé cómo reaccionaría

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—pero dudaba que lo hiciera con pánico; los cirujanos no solían llegar a su nivel a
menos que fueran capaces de enfrentarse a las situaciones más horrendas.
Saunders la miró con exasperación.
—¡No me refería a eso!
—¿Ah, no? —preguntó Verity inocentemente.
—¡Me refería a qué puntuación le das como hombre!
Verity sonrió ante la incansable actividad casamentera de la enfermera
Saunders.
— Oh, las enfermeras más jóvenes ya le han dado las calificaciones más altas
—contestó desenfadadamente.
—Supongo que te refieres a Julia Morris —bufó Saunders—. Esa jovencita se
pone a agitar las pestañas en cuanto ve a cualquiera con un cromosoma Y en el
cuerpo. ¡Y habla demasiado! —parpadeó inocentemente antes de añadir—. ¿Has
sabido algo de Jamie?
Verity se preguntó qué pasaría si su vida íntima fuera realmente íntima.
—Llamó hacer un par de noches.
—¿Lo está pasando bien?
—Dijo que Disneylandia es todo lo que se dice y más, y que a Harriet le ha
encantado —también le dijo que la echaba de menos, y que a Sammi le habría
encantado Disneylandia, cosa que Verity no dudó ni por un momento. Le hizo
sentirse un poco culpable el haber negado a Sammi algo que era el sueño de un
niño.
La enfermera Saunders abrió la puerta del cuarto de descanso y Verity se dio
cuenta de que no iba a haber manera de evitar a Benedict sin que todo el
departamento se pusiera a cotillear. De manera que se preparó mentalmente para
reaccionar con calma cuando lo viera.
Benedict estaba hablando por teléfono, gesticulando con una mano mientras
hacía una serie de preguntas. Luego asintió varias veces y colgó el auricular. Al
volverse, vio a Verity.
Sus miradas se encontraron un largo y silencioso momento y Verity se dio
cuenta de que algo fundamental había cambiado entre ellos. Tal vez no hablaran
de su secreto durante las horas de trabajo, pero era un secreto compartido. Y, la
culpara o no Benedict por haberle ocultado la existencia de Sammi, no había duda
de que existía un lazo especial entre ella y el padre de su hija. Y aquel lazo no iba
a desaparecer así como así.
Sirvió dos tazas de café, una para ella y otra para Saunders, y se sentó en una
silla junto a la ventana, tratando de mostrarse interesada cuando Barney Ficher,
uno de los anestesistas, empezó a hablarle de un nuevo restaurante vegetariano
que estaba cerca del hospital.
—Deberíamos ir todos una noche —dijo Barney, empujándose las gafas con un
dedo—. ¿Le parece buena idea, enfermera Saunders?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Saunders sonrió.
—Id vosotros, los jóvenes. Yo ya estoy demasiado acostumbrada a otras cosas.
Estoy segura de que a Gisela y a Verity les encantará probar las lentejas, o lo que
haya en el menú.
Gisela asintió animadamente y Verity no se molestó en decir nada, ya que
sospechaba que aquella comida nunca llegaría a tener lugar.
—¿Y tú, Benedict? —preguntó Barney—. ¿Te apetece venir, o no te gusta la
comida vegetariana? No sé por qué, pero te imagino comiendo un gran filete.
—Supongo que te refieres a que parece un tipo duro y viril —dijo Julia Morris
efusivamente, ruborizándose al ver el breve pero inconfundible gesto de
irritación con que la miró Benedict.
—Me encanta la comida vegetariana —contestó, mirando a Barney con una
sonrisa—. Cuenta conmigo.
—¡Ooh! ¡Y conmigo! —respondieron a coro dos enfermeras. Verity se levantó y
fue al fregadero a dejar su taza. ¡No quería ver a cada mujer del hospital
apuntándose a aquella comida sólo porque también iba a asistir el atractivo
doctor Jackson!
Justo cuando estaba dejando su taza sonó el teléfono y oyó que Benedict
contestaba. Sus respuestas en monosílabos le hicieron comprender que se
trataba de algo grave. Al cabo de unos segundos, colgó y salió de la habitación.
Verity esperó un par de minutos para irse.
Fue al quirófano en busca de algo que hacer, y al cabo de un rato encontró dos
carritos con restos de polvo en las ruedas. Las limpió concienzudamente antes de
comprobar el instrumental que iba a necesitar para las operaciones de la mañana.
Era un trabajo aburrido pero necesario; y la mantenía ocupada.
Su ánimo se hundió ligeramente cuando entró Julia Morris y dijo:
—Hoy me ha tocado ser tu ayudante ¡Fíjate que suerte tienes, Verity!
Verity se preguntó cómo podía mostrarse tan despreocupada después de
haber sugerido descaradamente que había pasado la noche con el nuevo médico.
Barney asomó la cabeza por la puerta.
—Ya están subiendo al primer paciente. ¿Dónde está el cirujano?
—Aquí —respondió Benedict, entrando en aquel momento en el quirófano.
Verity se sorprendió al ver su expresión.
Supo de inmediato que debía haber recibido malas noticias, menos por la
palidez de su rostro que por la postura decaída de sus hombros. Sintió un
irresistible impulso de acercarse a él, de estrecharlo entre sus brazos y aplacar
la tensión que lo embargaba.
De pronto, olvidó su firme intención de no mezclar su trabajo con su vida
privada. Se apartó del carrito y fue hacia Benedict, sin ni siquiera fijarse en la
mirada que les lanzó Julia Morris.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con suavidad.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Benedict se frotó las sienes distraídamente.


—¿Recuerdas esa urgencia que tuve ayer por la noche?
Verity asintió, muy consciente de la expresión de Julia cuando ésta se dio
cuenta de las implicaciones de aquel comentario.
—Dadas las circunstancias, la madre no estaba evolucionando mal —dijo
Benedict con tono decaído—. Hasta hace media hora, cuando empezó a quejarse
de que le dolían las pantorrillas. Estaba con un goteo de heparina... Y de pronto ha
muerto delante de nosotros —su voz tembló ligeramente—. No hemos podido
hacer nada...
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Verity, conmocionada.
—Lo más probable es que haya sufrido una embolia masiva... tal vez de alguna
vena pélvica. Pero no sabremos la causa exacta hasta después de la autopsia. Su
marido estaba esperando fuera. Acababa de venir de cuidados intensivos. Al
menos, el bebé parece estar bastante bien —los ojos verdes de Benedict
parecían desolados cuando miró a Verity sin verla—. No hemos podido hacer nada
por ayudarla —dijo con amargura—. Nada.
Julia tenía los ojos abiertos de par en par.
— ¡Vaya, doctor Jackson! —dijo con total falta de tacto—. ¿Siempre se implica
tanto con sus pacientes?
Por la forma en que Benedict miró a la joven enfermera, Verity supo que debía
intervenir antes de que estallara una riña.
—Cállate y deja que el doctor Jackson se prepare para operar, Morris. ¿Qué
te parece si haces algo útil y vas al cuarto de la anestesia a ver si el paciente ha
sido intubado? —preguntó en tono autoritario. Cuando Julia salió, se volvió hacia
Benedict y le lanzó una larga y comprensiva mirada—. ¿Puedo hacer algo por ti?
Benedict contempló el rostro oval de Verity, tan sereno y poco exigente. Había
olvidado lo agradable que podía ser su compañía.
—¿Cualquier cosa? —preguntó con gesto interrogativo.
Verity sonrió.
—Dentro de lo razonable.
—Esa enfermera tenía razón; normalmente no reacciono así cuando muere uno
de mis pacientes, por inesperada o traumática que sea su muerte —Benedict
frunció el ceño y entrecerró los ojos—. No quiero esperar hasta mañana para que
hablemos, Verity —dijo con franqueza—. Quiero dejar esto resuelto cuanto
antes. Esta noche, sea prudente o no. No me importa.
Y Verity podía comprenderlo. Ella también había estado lamentando su decisión
anterior. ¿Qué tranquilidad iban a conseguir esperando?
—De acuerdo, Benedict —asintió—. Quedamos esta noche. Pero quiero que
Sammi esté en la cama antes de que vengas.
Antes de que Benedict pudiera responder, se abrieron las puertas de la
habitación de la anestesia y reapareció Julia, cuyos ojos marrones se deslizaron

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

rápidamente de uno a otro, casi como si esperara encontrarlos besándose, pensó


Verity, divertida.
—El paciente ya está listo —anunció la enfermera.
Benedict abrió el grifo y se mojó los brazos hasta los codos antes de darse el
jabón antiséptico.
—Gracias —dijo brevemente, en voz tan baja que sólo Verity pudo oírlo.
El paciente ya estaba tumbado en la camilla cuando entró Benedict con las
manos enguantadas en alto y la bata abierta.
Julia acudió de inmediato a su rescate.
—¿Le ato la bata, doctor Jackson?
Él miró a su alrededor con gesto burlón.
—A menos que baje mi hada madrina de algún sitio para hacerlo, creo que será
mejor que sí —dijo sarcásticamente, y Julia se ruborizó.
Verity alzó la mirada de la bandeja en la que estaba ordenando el instrumental.
Era posible que Julia fuera muy irritante, y que Benedict estuviera disgustado,
pero éste no tenía derecho a hablarle a la joven así.
Benedict sintió que lo observaba y alzó la vista. Sus ojos se toparon con la
acusadora mirada de Verity y se encogió ligeramente de hombros mientras
recibía su silenciosa reprimenda.
Aquello era lo último que necesitaba; Verity actuando como su conciencia. ¡Pero
no había duda de que el reproche de aquellos ojos era irresistible! Se volvió hacia
la estudiante de enfermera, que de inmediato metió el estómago. ¡Benedict no
quería que se muriera allí por falta de oxígeno!
—Discúlpame por haberme metido contigo, enfermera...
— ¡Morris! —dijo Julia de inmediato, alegrándose de no haber desayunado
aquella mañana. Puede que no estuviera tan delgada como Verity Summers, pensó
triunfalmente, pero tenía cinco años menos y no tenía un hijo en casa.
—Morris —repitió Benedict benévolamente—. La falta de sueño siempre me
pone un poco nervioso.
—No tiene importancia —contestó Julia—. ¿Ha tenido una noche ajetreada? .
Benedict lanzó una burlona mirada por encima de la camilla.
—Algo así —contestó.
Verity sintió que se le calentaban las mejillas. ¿Por qué no dejaba de mirarla
Benedict de aquella manera? ¡Y le estaba dando a Julia toda la munición que
necesitaba para que a la hora del almuerzo todo el hospital se enterara de que
había pasado la noche en su piso! Podría haber llorado... porque aquel sí que era un
caso de humo sin fuego. ¡Benedict ni siquiera la había tocado!
La primera paciente era una joven mujer de veinticuatro años que había
abortado a las dieciséis semanas. Había que hacerle un raspado.
—Este es su tercer aborto espontáneo —dijo Benedict, frunciendo el ceño—.
Está desesperada por tener un hijo. Habrá que ayudarla con un tratamiento

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

especial para que lleve su próximo embarazo a buen término.


La siguiente paciente era Ethel, la mujer que surtía al hospital de sandwiches y
bebidas. Había que hacerle una histeroscopia, que consistía en introducirle por la
vagina hasta el útero un instrumento parecido a un telescopio delgadísimo.
Aquella exploración solía hacerse con anestesia general, y en el caso de Ethel era
para descubrir las irregularidades de una menstruación que le venía cada dos o
tres semanas.
Verity volvió la mirada hacia la puerta mientras Barney y su enfermera
entraban con la paciente anestesiada.
—¿Cómo está Ethel? —preguntó.
—Duerme como un bebé —dijo Barney, sonriendo—. ¡Es una mujer encantadora!
Siempre me da los sandwiches que le han sobrado al final del día.
— ¡Así que ella es la responsable de que nos estén ensanchando las caderas! —
bromeó la enfermera anestesista.
Los ojos de Benedict brillaron mientras contemplaba la parte baja del cuerpo
de Verity. ¿En serio?, pensó burlonamente, pero entonces recordó la sonriente
expresión de Ethel cuando ésta le informó la tarde anterior de que él se había
comido el sandwich de su enfermera favorita y olvidó el flirteo.
Él no había examinado a Ethel personalmente; había sido Jamie. Pero Benedict
sabía cuál era el diagnostico que sospechaba Brennan. «Que no sea lo que me
temo que es», pensó mientras esperaba a que Julia colocara las piernas de la
paciente en la posición adecuada para que él pudiera acceder a su vagina.
Benedict insertó cuidadosamente el histeroscopio a través de la vagina hasta
el útero y, tras examinar visualmente la zona, pasó un delgado instrumento por el
histeroscopio que le permitió tomar unas muestras de tejido.
—Envíen enseguida esta biopsia a Histología — dijo.
A continuación tuvo dos operaciones de prolapso de útero, una de las cuales
resultó mucho más complicada de lo esperado. Para cuando llegó la hora del
almuerzo, Benedict estaba agotado.
No le apeteció ir a comer su sandwich a la habitación de descanso; quería
estar a solas con sus pensamientos.
Compró una lata de cola y un sandwich en el vestíbulo del hospital y salió al
jardín. Teniendo en cuenta que estaba en medio de Londres, aquel jardín era un
oasis de paz y sosiego. Tenía arbustos y árboles plantados a lo largo de los
doscientos años de historia del St Jude. Un grupo de voluntarios dedicaba
regularmente su tiempo a cuidar las perfectas extensiones de césped, y era
parte de la política del hospital que los pacientes en rehabilitación recibieran lo
que se conocía como «prácticas fisioterapeúticas», que consistían en sencillas
tareas de jardinería.
Aquel día los narcisos agitaban sus amarillas trompetas bajo el azul cielo y la
cálida brisa. El sol brillaba sobre la oscura cabeza de Benedict y, mientras

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

paseaba, éste recordó un verso de un poema que aprendió de joven, Todo bajo el
inmaculado azul del cielo... Entonces se preguntó qué le habría hecho recordar la
romántica historia de Tennyson de Lady of Shalott.
Pero tal vez eso era lo que provocaba el descubrimiento de ser padre. Le hacía
a uno más consciente de su mortalidad, de manera que los sentidos se afinaban.
No recordaba haber vivido el momento como lo estaba haciendo en ese instante.
Miró su sandwich sin entusiasmo.
¿Hasta qué punto estaría dispuesta Verity a compartir a Sammi con él?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

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Sammi ya estaba acostada y Verity acaba de cambiarse cuando Benedict llamó
a la puerta.
Echó una última y satisfecha mirada en torno al cuarto de estar antes de ir a
abrir la puerta. De una cosa estaba segura; esa noche Benedict no podría hacer
ningún comentario irónico sobre el estado en que se encontraba la casa. No había
un solo juguete a la vista, ni ningún libro o taza sobre las relucientes superficies
de las mesas.
Verity incluso había tenido tiempo de pasar por el mercado después de
recoger a Sammi para comprar flores. Las había arreglado artísticamente en
floreros de la cristalería color azul que coleccionaba, distribuyéndolos por el
cuarto de estar.
Abrió la puerta y allí estaba Benedict, con expresión seria. En esa ocasión no
llevaba regalos en los brazos.
—Hola —saludo.
—Hola.
—Pasa.
—Gracias.
En cuanto entró, Benedict miró en todas direcciones, ridículamente
decepcionado al no ver a la niña.
—¿Está Sammi acostada?
Verity jugueteó con el anillo de plata que llevaba en el dedo, sintiendo una
punzada al observar la reacción de Benedict.
—Por supuesto. Siempre se acuesta a las siete. Bueno —corrigió con una ligera
sonrisa—, casi siempre. ¿Te apetece un café?
—¿Tienes cerveza?
—Creo que sí.
—Entonces prefiero una cerveza.
Mientras Verity iba a la cocina, Benedict se sentó en una de las sillas y miró a
su alrededor. Le divirtió y enterneció el evidente trabajo que se había tomado
Verity por ordenar y limpiar el piso; apenas parecía el mismo que la noche
anterior. Y las flores eran preciosas.
Verity le llevó una botella de cerveza y un vaso, que él no quiso usar, pero no
estaba preparada para su siguiente pregunta.
—¿Quién te ha comprado las flores?
—Las he comprado yo.
Benedict dio un largo trago a su cerveza directamente de la botella, como si
fuera un vaquero. No apartó los ojos de Verity mientras se pasaba la lengua por
el labio superior para quitar un resto de espuma.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Una mujer no tendría por qué comprar sus propias flores —comentó
deliberadamente.
Verity consideró que aquel comentario no venía a cuento. Además de parecerlo,
Benedict actuaba como un vaquero. Y lo último que quería en esos momentos era
sentir que las rodillas se le debilitaban ante tan descarada masculinidad. No
contestó, limitándose a sentarse frente a él y a dar un sorbo a su zumo de
frutas.
—¿Jamie no te compra flores?
—Eso no es asunto tuyo.
—¿No?
—No.
Benedict estaba descubriendo una nueva emoción. Los celos. Sintió que una
oscura nube invadía su mente, y la sensación no le gustó lo más mínimo.
Se produjo un largo silencio hasta que miró a Verity con gesto especialmente
serio, olvidando por completo las flores y a Jamie. Sólo había una cosa
importante, se recordó a sí mismo. Sólo una.
—¿Vas a contármelo? —preguntó.
—¿Cuánto quieres saber?
—Todo. Cuéntamelo todo.
Verity se dio cuenta de que estaban hablando con la misma clase de
sobreentendidos que utilizaría una pareja que llevara años viviendo unida. Y cosas
como aquella podían despertar vanas esperanzas en el corazón de una mujer.
—Es casi imposible saber por dónde empezar... —miró a Benedict
esperanzadamente, pero éste no dijo una palabra. Ya era bastante difícil hablar
sobre algo que había mantenido oculto tantos años como para encima tener que
hacerlo frente al otro protagonista de la historia y con su verde mirada fija en
ella—. Después de que te fuiste del St Thomas seguí haciendo mi vida normal —
dijo, aunque su comportamiento habría ampliado el concepto de normalidad de la
mayoría de la gente. Sin embargo...
No había necesidad de contarle lo mucho que lloró durante muchas noches. O
el hecho de que se había sentido tan desgraciada, que achacó el retraso de su
periodo a su ruptura con él. Pero cuando sus senos empezaron a crecer y a
volverse más sensibles, ya no pudo ocultarse la verdad por más tiempo.
—Entonces descubrí que estaba embarazada.
—Eso debió de ser bastante traumático —Benedict habló casi para sí mismo.
—Sí, supongo que puede decirse algo así.
Benedict dejó la botella de cerveza en la mesa al oír a Verity hablando con
aquella vocecita. Su rostro revivió repentinamente, adquiriendo una expresión
acusadora.
—¿Y por qué diablos no te pusiste en contacto conmigo? ¡Explícamelo! —dijo
acaloradamente.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Verity eligió sus palabras cuidadosamente.


—¿Qué sentido habría tenido? Habíamos roto. No había amor entre nosotros...
La boca de Benedict se endureció.
—El sentido era que, como padre — enfatizó lentamente—, tenía ciertas
responsabilidades hacia...
Verity alzó repentinamente la barbilla en un gesto desafiante.
—¡Pero yo no quería ser tu responsabilidad! —replicó orgullosamente—. ¡Por
eso!
—No deberías haberme apartado así como así —objetó Benedict, recuperando
la calma—. Debería haber compartido la situación contigo. ¿No se te ocurrió
nunca pensar que tenía derecho a saberlo?
El secreto, el segundo secreto que Verity había guardado en su interior
durante seis años, empezó a clamar por salir a la luz hasta que ya no pudo
ignorarlo.
—Intenté ponerme en contacto contigo —dijo con voz ronca.
Benedict se quedó helado al percibir algo oculto en la voz de Verity.
—¿Lo hiciste? —preguntó suspicazmente.
Verity recordó por qué había tratado de olvidar deliberadamente aquello.
Porque le dolió. Le dolió mucho. Aún le dolía.
—Viajé hasta Manchester para hablar contigo — dijo, bajando la mirada—. Iba
a hacer que te localizaran con el busca pero uno de lo médicos dijo que estabas
en la residencia. Pensé que tal vez sería bueno ver tu reacción inmediata e
instintiva ante la noticia de mi embarazo. El médico me dijo cuál era tu
habitación. De manera que subí...
Verity miró a Benedict y éste sintió que se le helaba la piel al leer la verdad en
sus ojos.
—Verity, no... Por favor, no...
—Subí —continuó ella con firmeza, como si cada palabra no le atravesara el
corazón como un cuchillo—, y llamé. Pero no hubo respuesta. De manera que
supuse que no había nadie dentro —añadió animadamente— . Pero volví a llamar y
oí que alguien respondía, de manera que entré.
Benedict se vio atrapado en la intensa mirada de reproche que le lanzó Verity.
Avergonzado, movió la cabeza para evitar que siguiera adelante.
—Por favor, Verity. No... .
—Entré —interrumpió ella bruscamente—, y vi que estabas en la cama. Pero no
estabas solo —añadió, sintiendo que el estómago se le encogía.
Benedict agachó la cabeza, horrorizado al imaginar cómo debió sentirse Verity
en aquel momento. Él ni siquiera la vio.
—Lo siento tanto, Verity...
—¡No! —exclamó ella—. No me pidas disculpas, Benedict. No es necesario.
Después de todo nuestra relación había terminado hacía unos meses, así que ¿por

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

qué no ibas a tener una nueva novia?


Benedict dejó escapar un débil suspiro. Recordaba bien a la otra chica; una
médico en prácticas que parecía tener todo lo que él pensaba que quería en una
mujer. Pero carecía de la habilidad de Verity para hacerle reír. Y en sus brazos
nunca encontró la paz que le dio Verity, pero entonces era demasiado joven y
testarudo como para aceptarlo.
—¿Y esa fue la única vez que trataste de decírmelo? —preguntó.
Verity lo miró con gesto irónico.
—¿Qué diablos esperabas, Benedict? ¿Qué montara un puesto de vigilancia
tras tu puerta hasta que no hubiera moros en la costa? No. Era evidente que en
tu vida no había lugar para mí, y no parecías preparado para enfrentarte a
pañales, sonajeros, y un bebé que se despertaría cada dos horas durante la
noche.
—Comprendido —aceptó él con calma, y permaneció un momento en silencio
antes de continuar—. ¿Y entonces qué hiciste?
—Fui a ver a mi médico y me preguntó si había pensado en abortar. Lo cierto
es que esa idea no se me había pasado ni por un momento por la cabeza. Cuando
se lo dije, me envió a una especie de agencia...
—¿Qué clase de agencia?
Verity sonrió.
—Oh, al parecer, la sociedad ha dado un giro de trescientos sesenta grados en
ciertos aspectos. Las chicas que se quedan embarazadas sin estar casadas ya no
son mal vistas y repudiadas; las animan a tener sus bebés y les dan el apoyo
necesario para hacerlo. ¡Al menos en teoría! Me ofrecieron un lugar al que ir, en
Cornwall.
Verity cerró un momento los ojos soñadoramente mientras recordaba. En
cierta manera, su embarazo la protegió contra la realidad de sus circunstancias,
y a pesar de no tener ni marido ni dinero, fue una época maravillosa de su vida.
—Lo cierto es que fue una buena época —continuó—. Y muy tranquila. La
residencia estaba junto al mar y solía sentarme horas y horas sobre las rocas,
escuchando el sonido de las olas, sintiendo a mi bebé creciendo en mi interior.
El recuerdo se volvió tan real como el momento presente. Instintivamente,
Verity se llevó las manos al estómago, como lo habría hecho una mujer
embarazada. Pero el profundo arrepentimiento que vio en la mirada de Benedict
le hizo apartarlas de inmediato. No había pretendido herirlo haciéndole una lista
de sus fallos.
—Eso fue hace mucho tiempo, Benedict —susurró con suavidad.
Benedict tragó con esfuerzo, tratando de que la amargura que empezaba a
sentir por haberse visto excluido de la vida de Sammi no se apoderara de él. La
forma en que Verity había dicho «mi bebé» fue lo que realmente le hizo
comprender.

65
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Así que lo sobrellevaste todo sola —dijo, tratando de mantener la voz


calmada.
—Sí.
—¿Y tus padres? ¿No te ayudaron?
Verity sonrió con tristeza.
—Mis padres no quisieron saber nada de mí cuando les dije que estaba
embarazada y que no contaba con la opción de casarme —dijo, pensando en lo
ridículamente melodramático que sonaba aquello, como algo sacado de un folletín
del siglo anterior—. Por eso acudí a la agencia.
Benedict se quedó conmocionado al oírla.
—¿Y entonces qué? —preguntó, reprimiendo el deseo de maldecir a los padres
de Verity por su estrechez mental.
Verity se colocó un mechón de cabello suelto tras la oreja.
—Me quedé en Cornwall hasta que Sammi cumplió un año. Ayudé a llevar la
guardería del centro, pero aquello sólo fue algo temporal; no estaban en posición
de ofrecerme el puesto permanentemente. Además, decidí que no podía
permitirme perder mi práctica y conocimientos como enfermera, o no tendría
ninguna seguridad de cara al futuro. Me encantaba el campo y el mar, pero el
trabajo estaba en Londres. Y por eso volví. Elegí cirugía porque era una de las
pocas opciones estimulantes y que me daba la posibilidad de trabajar con una
horario fijo. Y aquí estoy —concluyó en tono poco serio, porque esa era la única
actitud tras la que sentía que podía ocultarse.
—Pero no volviste al St Thomas —dijo Benedict.
—No.
—Elegiste un hospital en el que nadie te conociera.
—Exacto —Verity agarró su zumo y le dio un sorbo antes de continuar—. No
quería que la gente me juzgara o sintiera lástima de mí, o que se entrometiera en
mi vida.
—Aparte de Jamie Brennan, por supuesto.
Verity recibió con ecuanimidad la mirada injustamente acusadora que le dirigió
Benedict.
— Por supuesto —dijo, sin preocuparse por la furia que ensombreció el rostro
de Benedict al oírla. «Que piense lo que quiera», se dijo. «Y que se enfade».
¿Cuántas mujeres había tenido él a lo largo de los años? ¿Acaso se suponía que
ella debía haberse metido a monja?
Benedict hizo un esfuerzo por apartar los celos que se habían enroscado a la
boca de su estómago como una oscura serpiente. En lugar de ello, pensó en lo
preciosa que estaba Verity mientras cruzaba los brazos sobres sus pequeños y
altos senos en un gesto inconsciente de auto protección. Llevaba puesta una
sencilla camisa blanca y una falda sorprendentemente corta que le llegaba a
medio muslo. Con el rostro casi completamente libre de maquillaje y su brillante

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

pelo cayéndole en torno a la barbilla, parecía tan joven, tan... pura, que era difícil
creer que hubiera dado a luz una niña en unas circunstancias tan difíciles. Su
hija, pensó Benedict.
—¿Y lo sabe alguien en el St Jude?
Verity alzó las cejas interrogadoramente, nada dispuesta a ayudarlo.
—¿Saber exactamente qué?
Benedict percibió el reto que destelló en su mirada y le pareció
irresistiblemente atractivo, pero se reprimió de inmediato. En aquellos
momentos, tenía en la mente cosas mucho más importantes que el sexo.
—Sobre Sammi —contestó.
—Desde luego, no he mantenido oculta a mi hija durante todos estos años.
Ya había dicho de nuevo «mi hija», pensó Benedict. ¿Acaso no se daba cuenta
de lo mucho que le dolía oír aquello?
—Si te refieres a si saben quién es el padre... — continuó Verity,
ruborizándose y bajando la vista al pronunciar aquella palabra—... no. Nadie lo
sabe.
Benedict cerró los ojos y se frotó las sienes, como hacía siempre que se
concentraba en algo. Cuando volvió a abrirlos, se inclinó hacia delante como si
tratara se salvar el profundo abismo de incomprensión que los separaba.
—¿Por qué me lo dijiste, Verity? ¿Por qué ahora, después de tantos años?
Verity eligió sus palabras cuidadosamente. La noche anterior, mientras
Benedict dormía en el sofá, había tenido mucho tiempo para pensar una respuesta
para aquella pregunta.
—Porque te vi —dijo con sencillez, y se mordió el labio.
Benedict esperó, dándose cuenta de que Verity estaba a punto de llorar. Su
instinto lo empujaba a estrecharla entre sus brazos, pero sabía que debía tener
cuidado; los dos se hallaban sumergidos en un torbellino emocional.
—¿Y qué pasó cuando me viste? —preguntó.
—Te parecías tanto a ella. Bueno... en realidad no es una cuestión de parecido.
Es la forma que tenéis de alzar las cejas. Los dos. Eso fue lo que me hizo
comprender. ¡Las cejas! Ahora parece una tontería, pero eso hizo que me diera
cuenta de que estaba moralmente obligada a decírtelo. Parece una tontería... —
repitió impotentemente, rompiendo a llorar.
Benedict se acercó al sofá al instante, tomándola en sus brazos, y Verity apoyó
la cabeza en su hombro de inmediato, como si sólo su hombro pudiera librarla de
la insoportable carga que sentía en su corazón.
Y Benedict sintió como si se partiera en dos mientras la acunaba entre sus
brazos. Nunca se había sentido demasiado afectado por las lágrimas de ninguna
mujer, tal vez porque no había amado a ninguna como ellas lo habían amado a él.
Pero aquellas lágrimas... Dios santo, pensó desesperado, muy afectado por el
dolor de Verity. Aquellas lágrimas eran tan diferentes...

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—No es ninguna tontería —murmuró contra la perfumada dulzura de su pelo—.


Oh, no. Ninguna tontería, mi... —había estado a punto de decir «mi amor», pero se
interrumpió a tiempo. Dadas las circunstancias, no habría sido adecuado decir
aquello y, si Verity lo hubiera abofeteado al oírlo, su acción habría estado
justificada.
Sumergida en su pena, Verity no oyó nada; en lugar de ello, lloró hasta que no
le quedaron lágrimas; lágrimas que no se había permitido derramar desde que
supo que estaba embarazada. Y cuando se convirtieron en suaves sollozos, se dio
cuenta de que estaba sola en el sofá con un montón de pañuelos en la mano.
Verity oyó que él andaba por la cocina y, al cabo de un rato, volvió al salón,
sonriente y con una bandeja con tazas y una humeante tetera. ¡Y sólo él debía
saber a qué venía aquella sonrisa!
—¿Qué te divierte tanto? —preguntó Verity.
Benedict dejó la bandeja en la mesa y alargó hacia ella uno de los dibujos de
Sammi. Era el dibujo de unos tulipanes amarillos en un florero azul, tosco pero
muy imaginativo. Estaba sujeto a la puerta de la nevera con uno osito de imán.
— ¡Es maravilloso! —dijo, entusiasmado—. ¡Absolutamente maravilloso!
Verity sonrió con suavidad ante el indisimulado placer que percibió en la voz de
Benedict.
—Yo también creo que lo hace bien —dijo—. Pero me temo que no soy lo
suficientemente imparcial.
—Ni tú ni yo —dijo Benedict indulgentemente—. Mi padre era un brillante
pintor aficionado, aunque ahora no puede pintar debido a la artritis. Puede que
Sammi haya salido a él.
Se miraron en silencio.
—Sammi nunca ha conocido a ninguno de sus abuelos —dijo Verity, a punto de
volver a llorar.
Benedict le alargó una taza de té, más para distraerla que por otro motivo.
—Eso puede arreglarse —dijo con suavidad—. Al menos por el lado paterno. Y
si eso es lo que quieres.
Verity bebió su té en silencio, sin saber si era aquello lo que quería. Cuando
alzó la mirada, vio la confusión que había en los ojos de Benedict mientras ella
trataba de imaginar la reacción de sus padres cuando supieran que eran abuelos.
—Me has explicado por qué me dijiste que era el padre de Sammi, pero no me
has dicho qué esperabas que hiciera cuando lo averiguara —dijo Benedict
lentamente—. No esperarías decírmelo y que me fuera como si nada, ¿no?
—No lo sé —admitió ella sinceramente—. Lo cierto es que no lo medité
demasiado —su voz tembló mientras encontraba el coraje para expresar sus
pensamientos—. ¿Qué quieres hacer tú, Benedict?
Benedict esperó unos segundos antes de contestar, momentáneamente
sorprendido por la generosidad con que Verity le había hecho aquella pregunta.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Quiero llegar a conocer a Sammi y que ella me conozca a mí —dijo


cuidadosamente— Y me gustaría presentarla a mis padres.
—Pero todavía no, por favor —rogó Verity.
Benedict movió la cabeza.
—Eso depende por completo de cuándo consideres que ella y tú estáis listas.
Puede que aún falten meses para que llegue ese momento, pero estoy dispuesto a
esperar lo que sea necesario —su expresión era muy intensa cuando miró a Verity
para añadir—: Lo cierto es que en cuanto conocí ayer a Sammi y pude saborear la
sensación de ser su padre, me quedé totalmente enganchado.
Verity lo miró burlonamente.
—¿Así de repente?
Benedict asintió.
—Así de repente. Y si esperas que vuelva a irme y desaparezca, me temo que
vas a llevarte una decepción.
Verity debía hacerle otra pregunta. Sabía que debía hacerlo.
—Y, aparte de tus padres, ¿hay alguien más que deba saber lo de Sammi?
Benedict alzó sus oscuras cejas.
—Me temo que no te sigo.
Verity se las arregló para convencerse de que lo preguntaba pensando en su
hija, pero la pregunta volvió a atragantarse en su garganta como una espina de
pescado.
—¿Estás... tienes alguna relación especial? — preguntó—. ¿Estás casado? —vio
que Benedict fruncía el ceño—. ¿Hay una esposa? —insistió, sabiendo que se
estaba excediendo, pero sin importarle. Quería oír la respuesta de Benedict. Si
había alguna mujer, novia o esposa, quería saberlo de inmediato.
—¿Una esposa? —repitió él. Las palabras de Verity parecían haberlo
disgustado, porque su mirada se endureció repentinamente—. ¡Por supuesto que
no! —espetó, y Verity se sorprendió del intenso alivio que sintió al oírlo—. ¿En tan
mal concepto me tienes? —continuó Benedict—. Te pedí que salieras a cenar
conmigo antes de saber nada de Sammi. ¿Crees que es así como trataría a mi
esposa? ¿Tratando de ligar con las enfermeras más atractivas en mi primer día
de trabajo en un nuevo hospital?
Benedict se interrumpió al percibir algo en la mirada de Verity y rompió a reír
a la vez que asentía.
—Oh, ya veo. Estás basando tu suposición en cómo me comportaba en el
pasado, ¿no?
Verity se dio cuenta de que tal vez no estaba siendo justa con él. Era posible
que hubiera cambiado.
Y como había tratado de convencerse una y otra vez a lo largo de aquellos
años, era cierto que Benedict y ella habían roto mucho antes de que lo encontrara
en brazos de otra mujer. Contempló los duros planos de sus mejillas, la curva de

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

su firme mandíbula, tan parecida a la de Sammi, e hizo algo que no había hecho
hacía mucho tiempo.
Flirteó con él.
—¿Es eso lo que hiciste? —preguntó con suavidad—. ¿Tratar de ligar conmigo?
La boca de Benedict perdió parte de su dureza; aquel era un juego en el que se
consideraba un maestro. Se inclinó hacia delante.
—Yo tendría más cuidado si fuera tú, Verity — advirtió con suavidad—. Si me
lanzas esas sensuales y veladas invitaciones, es posible que las acepte.
—Benedict... —susurró ella, protestando sin convicción.
Habría sido lo más fácil del mundo tomarla en sus brazos en aquel mismo
instante y besarla. Benedict sabía muy bien cuánto lo deseaba ella. Y lo haría.
Pero todavía no. Aquello era demasiado precario como para ser precipitado por la
pasión. Por primera vez empezó a replantearse las reglas por las que se había
guiado toda su vida. Su respuesta fue un burlón murmullo.
—¿Qué?
Verity tragó, maldiciéndolo, odiándolo, deseándolo. Se sintió indefensa,
expuesta, como si hubiera desnudado su corazón para que él lo viera. Y reconoció
su deseo. Llevaba seis áridos años reprimiendo su sexualidad y sus deseos. Y allí
estaba el hombre que había despertado ambas cosas, el único hombre con el que
se había acostado. Y habían tenido una hija. ¿Acaso estaría mal hacerlo? ¿Estaría
tan mal?
—Ya sabes a qué me refiero —dijo, enfadada, y fue a levantarse, pero él la
detuvo con un decidido gesto de su oscura cabeza.
—Oh, sí, ya lo sé —susurró—. Quieres que te bese.
La frustración de Verity era tan fuerte que dijo lo impensable.
—¿Entonces por qué no lo haces? No voy a impedírtelo —dijo, sin ser
consciente de que el ronco tono de su voz tenía un matiz invitador que a Benedict
le pareció irresistible. Sin pensarlo dos veces, éste se acercó a ella, tomó su
rostro entre sus manos y la miró un largo momento, perdiéndose en el maravilloso
tono aguamarina de sus ojos.
Verity creía que sus sentimientos por él habían desaparecido con los años,
pero en aquel instante descubrió que simplemente habían permanecido dormidos.
¿Corría el peligro de sufrir la misma terrible decepción por segunda vez en su
vida?
Trató de apartarse, pero Benedict la retuvo entre sus brazos, reacio a dejar
pasar la oportunidad de hacer lo que había deseado desde el momento en que la
vio el día anterior.
Bajó la cabeza y la besó, sin prisas, tanteando el terreno, rozando apenas con
su boca la plenitud de sus labios.
Fue tan lento y sin embargo tan completo... Verity sintió que el mundo se
inclinaba sobre su eje mientras él continuaba con su sensual exploración. Dando

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

un suave gemido, abrió su boca bajo la de él, permitiendo que su lengua la


penetrara con dulzura, que entrara y saliera y la lamiera hasta que se sintió
ligeramente mareada por la agradable sensación que la embargó. Alzó las manos
hasta sus hombros y sintió que sus senos se endurecían mientras permitía que él
la tumbara sobre los cojines del sofá.
Y Benedict la cubrió con su cuerpo sin dejar de besarla ni un instante.
Al sentir el abultamiento de los senos de Verity contra su pecho dejó escapar
un gemido de tentación. ¡Cuánto la deseaba...! Hubiera querido arrancarle la ropa
y poseerla allí mismo, en aquel instante. Pero también le habría gustado tomarse
todo el tiempo del mundo, desnudarla poco a poco, hacerle el amor despacio, muy
despacio...
Sintió el anhelante empuje de las caderas de Verity mientras su cuerpo
respondía instintivamente a la creciente tensión de su entrepierna, y la realidad
de lo que estaba a punto de hacer lo apabulló. Tomarla en aquel momento,
después de todo lo que había pasado, cuando más débil y vulnerable se sentía...
¿Qué clase de hombre era?
Y si hacían el amor ahora, si empezaban una relación que podía acabar en
nada... ¿qué traería aquello para Sammi excepto complicaciones y confusión?
Por el bien de todos, debía desistir.
Haciendo el mayor esfuerzo de voluntad que recordaba haber hecho en su
vida, dejó de besar a Verity y se levantó bruscamente, acercándose a la repisa de
la chimenea con la excusa de examinar una foto de Sammi, pero concentrándose
en realidad en calmar su agitada respiración. Pensó en duchas de agua fría y en
baños de cubitos de hielo, un truco que no había tenido que utilizar desde sus
años de colegio.
Y no se volvió hacia Verity hasta que estuvo seguro de que al hacerlo no se
sentiría tentado a tomarla en brazos y llevarla a la cama más cercana.
Verity vio cómo se volvía, buscando en su rostro alguna clave de lo que pudiera
haber motivado aquel apasionado beso, pero todas sus esperanzas se esfumaron
al ver la impasible expresión de su rostro. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Benedict no hizo ningún comentario al respecto. Necesitaba salir de allí. Y
rápidamente. Antes de cambiar de opinión.
—Va siendo hora de que me vaya —dijo con frialdad, y añadió—: ¿Tienes alguna
fotografía de Sammi que puedas darme?
—¡Por supuesto! —dijo Verity. Sintiéndose ridículamente complacida, fue hasta
la cómoda, abrió un cajón y rebuscó en él hasta que encontró la foto de aquel año
del colegio de Sammi.
—Gracias —Benedict la tomó, sonrió, y la guardó en su cartera—. Y ahora,
respecto a Sammi... — alzó las cejas interrogadoramente, poniendo aquella misma
expresión que le había hecho recordar a Verity a su hija.
—¿Respecto a Sammi? —repitió Verity sosamente, como una niña aprendiendo

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

las tablas de sumar.


—¿Qué te parece el próximo fin de semana? No estoy de guardia. ¿Tú estás
libre?
Verity tragó. Sí, estaba libre. Asintió, sin fiarse de decir algo con sentido si
abría la boca.
—¿Te parece bien el sábado? Podría venir temprano a recogeros para pasar el
día juntos. Si a Sammi le parece bien —añadió Benedict.
Verity asintió de nuevo. Si al menos ella se sintiera tan imparcial hacia él como
él parecía sentirse hacia ella, todo iría bien. Asintió una vez más.
Benedict frunció el ceño, irritado por aquellos ojos que parecían dolidos y casi
desproporcionadamente grandes en el rostro repentinamente pálido de Verity.
¿Por qué lo miraba de repente como si fuera una especie de ogro malo? Suspiró y
adoptó la que esperaba fuera una actitud conciliadora.
—Escucha, Verity —dijo—. Lo que acaba de suceder ha sido un error. El calor
del momento, lujuria, hormonas... como quieras llamarlo...
—Sexo —dijo ella abiertamente, satisfecha al ver que Benedict se sorprendía
ligeramente—. Eso es todo.
«Y eso es todo lo que siempre fue», deseó añadir, pero no lo hizo. Hacerlo
habría sido devaluar la existencia de Sammi. Y lo cierto era que para ella nunca
fue sólo sexo. Verity amó mucho a Benedict, y sospechaba que aquel amor estaba
a un solo paso de volver a despertar.
De manera que sería mejor apagar la llama cuanto antes. Por ella misma, pero
sobre todo por Sammi.
Benedict se dirigió hacia la puerta, sintiendo que la dulzura que le había dejado
el beso de Verity se transformaba en repentina amargura. Antes de salir se
volvió hacia ella con ojos velados.
—Entonces, hasta el sábado —dijo.
Pero Verity negó con la cabeza.
—Querrás decir hasta mañana. Aún tenemos que trabajar juntos.
Benedict asintió brevemente. Aquel era otro motivo por el que debía
mantenerse emocionalmente alejado de ella.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

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—¡Fórceps! Fórceps, por favor, enfermera ayudante —gruñó Benedict, y,
horrorizada, Verity se dio cuenta de que estaba totalmente distraída.
—Lo... lo siento —balbuceó, entregándole precipitadamente el instrumento.
Se produjo un tenso silencio y Benedict dijo en tono helado:
—Te he pedido unos fórceps, Verity. ¡Esto es un retractor!
— ¡Oh, lo siento! —dijo Verity sin aliento, y le entregó los fórceps, aunque por
la tensa expresión de Benedict cualquiera habría pensado que acababa de
entregarle una bomba de mano.
Un par de ojos verdes la taladraron por encima de su máscara.
—Si tienes otra cosa que hacer, dímelo, por favor —dijo Benedict
sarcásticamente—. De lo contrario, te agradecería que prestaras más atención a
lo que te traes entre manos.
Verity lo miró fijamente mientras colocaba una gasa frente a él. ¡Bestia
sarcástica! Se había comportado como un oso con dolor de cabeza desde aquel
beso en su sofá, cuando decidieron, o más bien él decidió, pasar el día fuera con
ella y con Sammi.
Mañana.
Pero si iba a estar de aquel humor, prefería cancelar la cita.
Aunque no podía cancelarla. No era una cita sujeta a la voluntad de los
participantes en ella. Era una oportunidad para que padre e hija empezaran a
conocerse. Y no era el padre el único que había vuelto loca a Verity toda la
semana. Sammi tampoco se había quedado corta. Cada frase que decía parecía
contener una pregunta o referencia a «mi papá». Había aceptado la idea de que
Benedict era su padre con una facilidad asombrosa.
Verity no pudo dejar de preguntarse si habría cometido un error excluyendo a
Benedict de la vida de la niña todos aquellos años. ¿No debería haberse
comportado con más madurez una vez que pasó el enfado inicial de encontrarlo en
brazos de otra mujer? Pudo haberlo buscado en cualquier otro momento para que
conociera a su hija.
—Succión, por favor, enfermera —dijo Benedict y vio que Barney, el
anestesista, miraba a su enfermera con un gesto expresivo. Pudo interpretar
aquel gesto semidivertido con total precisión. Querían saber por qué estaba de
tan mal humor el cirujano.
Y Benedict podía decirles exactamente por qué. La razón era una increíble
rubia con unos maravillosos ojos color aguamarina y un cuerpo escultural que se
hallaba a escasos centímetros de él, provocando peligrosos cambios a su tensión
arterial.
Además, se había pasado el día evitando mirarlo, y no sabía si eso era bueno o

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

malo.
¿Por qué diablos se había comportado como un caballero la otra noche y se
había detenido? ¿Por qué no le había hecho el amor loca y apasionadamente? ¿Por
qué no había dejado su sello en su mente y en su cuerpo para que no volviera a
mirar a otro hombre?
«Serás arrogante», se dijo mientras una sonrisa arrepentida curvaba
imperceptiblemente su boca bajo la máscara.
Cerró el peritoneo pélvico sobre la vulva vaginal, esperó a que la ayudante de
Verity succionara la sangre y empezó a coser.
Suspiró mientras cerraba la capa de músculos. Había sido un caso largo. Un día
largo. Una semana larga.
La mujer que estaba sobre la camilla tenía treinta y dos años y acababa de
someterla a una histerectomía. Una enfermedad venérea mal tratada en su
juventud había afectado a sus órganos reproductores, dejándola estéril. El día
anterior, Benedict se había sentado con ella media hora mientras la mujer
lamentaba sus errores del pasado y se angustiaba ante el futuro. Temía que su
novio la dejara ahora que ya no iba a poder tener hijos.
Terminó de suturar cuidadosamente. Al menos, la mujer tendría una cicatriz
limpia, se dijo, aunque era un consuelo mínimo. La gente en general pensaba que
los cirujanos eran personas frías y sin sentimientos, que consideraban a sus
pacientes trozos de carne a los que debían operar. Como si los cirujanos no
pudieran verse afectados por la tragedia que formaba parte de la vida diaria de
un hospital.
Y la verdad no podía ser más diferente; al menos para Benedict. Nunca veía a
los pacientes exclusivamente en términos de su enfermedad y de la solución
quirúrgica requerida. Veía al paciente como una persona completa; para el no
había otro camino. Esa era una de las razones por las que había escogido la doble
especialidad de obstetricia y ginecología.
Porque cuando trataba el aspecto de la obstetricia, del embarazo, casi siempre
trataba con mujeres jóvenes y saludables. Los casos como el de la otra noche, de
muerte materna, eran muy escasos, afortunadamente. Y Benedict encontraba una
satisfacción ocupándose de los nacimientos de los niños que equilibraba el
aspecto más deprimente de su trabajo.
Cuando la operación concluyó definitivamente, Benedict se quitó los guantes.
—Gracias a todo el mundo —dijo, fijándose en que Verity tenía la cabeza
agachada y simulaba contar el instrumental de la bandeja.
¿Por qué diablos ni siquiera lo miraba?, se preguntó Benedict mientras salía del
quirófano con el tópico estilo arrogante de casi todos los cirujanos.
Verity observó como se iba, odiándolo y deseándolo al mismo tiempo. Temiendo
la cita del día siguiente y a la vez contando los segundos para que llegara. Y
recordando el beso de la otra noche. Se preguntó hasta dónde habría sido capaz

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

de llegar si no se hubieran detenido.


No. Se corrigió precipitadamente. No se habían detenido. Fue Benedict el que
se detuvo. No quiso hacerle el amor; ella sí quería. Y haría bien recordándolo.
Empujó su carrito hacia la salida, mirando el reloj del quirófano mientras lo
hacía y pensando en Jamie y en Harriet por primera vez en muchos días. Con la
diferencia horaria entre Inglaterra y Estados Unidos, lo más probable era que
acabaran de levantarse, pensó, sonriendo afectuosamente.
En aquellos momentos los echaba mucho de menos.

— ¡Más! —exclamó Sammi, encantada.


—¿Más? —rió Benedict, dejando escapar un exagerado suspiro de fatiga—. ¿En
serio?
Sammi saltó arriba y abajo en el agua color turquesa, agitando sus bracitos
como un molinillo.
— ¡Sí, sí! —insistió y empezó a reír excitadamente cuando Benedict la agarró y
la colocó de pie sobre sus anchos hombros.
—Deja descansar a Benedict de una vez —protestó Verity sin mucha
convicción. El estómago le dolía de tanto reír. Hacía años que no se reía tanto.
Benedict se había presentado a recogerlas a las ocho y media, media hora
antes de lo esperado, y aunque Sammi y Verity ya estaban vestidas para
entonces, ninguna de las dos había desayunado. De hecho, Verity estaba a punto
de hacer unos huevos revueltos.
—¿Te apetecen? —preguntó con una mezcla de nerviosismo y amabilidad. No
sabía cómo actuar con Benedict en una situación como aquella.
—No —contestó él y le quitó la caja de los huevos de las manos y la puso a un
lado—. Es tu día libre, así que ya podéis ir recogiendo los abrigos.
—¡Pero tenemos hambre! —objetó Sammi.
El sonrió con expresión repentinamente juvenil.
—Vosotras y yo, cariño. ¡Y si os portáis bien puede que os invite a desayunar!
A Verity le pareció bastante decadente salir a desayunar, especialmente en el
Hotel Grantchester, en el centro de Londres. Les dieron una mesa en medio de
unas exuberantes plantas tropicales, junto a una gran piscina, y las camareras los
atendieron solícitamente, riendo todas las gracias de Sammi.
— ¡Esto es ridículo! —dijo Verity, enfadada.
—¿Qué es ridículo?
—Desayunar aquí... ¡Debe de costar una fortuna!
Los verdes ojos de Benedict la miraron con genuina caballerosidad.
—Deja que me preocupe yo del precio, Verity. Por favor.
Puesto de aquella manera, ¿cómo podía negarse? Verity miró el menú, que era
tan largo como su brazo y luego alzó la vista hacia Benedict, que la observaba con
expresión extrañamente satisfecha.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—¿Qué te gustaría tomar? —preguntó con suavidad.


—¿Huevos? —dijo Verity, encogiéndose de hombros—. ¡Pero no sé como elegir
entre huevos de gallina, de pato, o de codorniz!
Benedict negó con la cabeza.
—No elijas. Primera regla: nunca comas en un restaurante lo que ibas a comer
en casa.
¿Acaso pensaba que ella comía huevos de codorniz en casa?, se preguntó
Verity.
—Así que ahora me estás poniendo reglas — dijo, sonriendo.
—Sólo para el desayuno —Benedict le dedicó una de sus irresistibles sonrisas
—. Sugiero que tomemos frambuesas y arándanos. Y pastelillos —dijo, mirando a
la camarera—. Y sorbete de mango y café. Oh, y capuchino helado para la damita.
— ¡Ooh! ¡Gracias, Benedict! —exclamó Sammi, lanzando una mirada de envidia
al hombre que nadaba de un lado a otro de la piscina.
Benedict captó su mirada y la interpretó correctamente.
—¿Te gusta nadar? —preguntó, y Sammi asintió vigorosamente—. ¿Quieres que
después volvamos a la piscina? —Sammi manifestó su alegría con unos agudos
grititos.
—Parece que está claro —dijo Verity—. Pero esto es un hotel; ¿cómo vamos a
utilizar sus instalaciones?
—Oh, aquí hay un club deportivo del que soy miembro.
Verity supuso que aquello explicaba el magnífico estado de forma en el que se
encontraba Benedict. Aunque sólo Dios sabía lo que costaría pertenecer a un club
como aquél.
—Pero no hemos traído nuestros bañadores — dijo.
—Hay una boutique en el vestíbulo.
Verity imaginó lo que costaría un bañador allí. Abrió la boca para decirlo, pero
Benedict se anticipó a su objeción.
—¿No me vas a permitir mimar a mi hija, Verity? —preguntó—. Y no sería justo
que la llevara a ella a nadar y a su madre no, ¿verdad?
—Supongo que no —murmuró ella.
—Bien. Entonces quedamos en eso.
Mientras daba un sorbo a su zumo de frutas, Verity miró disimuladamente a
Benedict. Y ella no fue la única. Era la clase de hombre que atraía las miradas
tanto de hombres como de mujeres, incluso en un lugar en el que un aspecto
saludable y atractivo era algo común. Llevaba unos pantalones de pana verde
maravillosamente cortados y una camisa de lino de un tono verde más pálido. Su
corbata de seda era una mezcla de azules y verdes que le sentaban muy bien.
Benedict notó que lo observaba.
—¿Te gusta? —preguntó burlonamente.
Verity alzó su vaso hacia él.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

— ¡Es el mejor zumo que he saboreado en mi vida! —replicó y él rió.


Para satisfacción de Verity, el desayuno fue seguido de un paseo por Hyde
Park, donde dieron de comer pan a los patos. Había temido que Benedict tuviera
planeado para Sammi un día tan caro y lleno de sorpresas que ésta se quedara
totalmente apabullada. Y lo que quería era que Sammi llegara a conocerlo y que le
gustara como persona, y no por lo que podía regalarle.
Benedict había planeado llevarlas a comer a un restaurante, pero cuando lo
sugirió, Verity negó con la cabeza.
—Hace un día tan maravilloso —dijo—. No tenemos muchos parecidos. ¿No
podemos comprar unos sandwiches en algún lugar y hacer un picnic?
—Por supuesto —contestó Benedict, pero frunció el ceño.
—Aunque si lo que quieres es comer en un restaurante... —empezó Verity, pero
él la interrumpió.
—No es eso. Es sólo que...
Verity se puso rígida.
—¿Qué?
Benedict se encogió de hombros, tratando de no mostrarse preocupado, pero
el tono de su voz era serio cuando habló.
—Cuando has mencionado los sandwiches me he acordado de Ethel. Ayer por la
noche llegaron los resultados de Histología. Por desgracia, tiene lo que me temía;
adenocarcinoma de útero. Voy a tener que practicarle una histerectomía
Wertheim el lunes.
Verity contuvo la respiración cuando Benedict mencionó el adenocarcinoma, un
tipo especialmente virulento de cáncer. Y la operación Wertheim era peligrosa.
De pronto, le pareció muy importante animar a Benedict, hacerle olvidar lo que le
esperaba.
—Vamos a pasear —dijo de repente.
Sus miradas se encontraron comprensivamente.
—De acuerdo —dijo él.
Caminaron casi una hora sin apenas hablar, con Sammi correteando feliz ante
ellos. El viento revolvió el pelo de Verity y confirió a sus mejillas un tono rosado.
Placenteramente ensimismada, empezó a tararear sin darse cuenta de que lo
hacía.
—¿Estás disfrutando? —preguntó Benedict.
Su profunda voz irrumpió en el ensueño de Verity, recordándole cómo eran las
cosas, no cómo le gustaría que fueran. Benedict caminaba lo suficientemente
cerca de ella como para que hubiera enlazado el brazo con el suyo. Y eso era lo
que habría hecho si hubieran sido una auténtica familia.
Pero no lo eran.
Y, tal vez, cuando Sammi se sintiera totalmente cómoda con su padre,
convendría que cada uno saliera con ella por separado.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Porque, antes o después, Benedict encontraría una mujer a la que amar y con la
que vivir, y si seguían teniendo días como aquél, Verity podría acabar
desarrollando una dependencia emocional de él sin ningún futuro.
Pero sus buenas intenciones se fueron al garete más tarde, cuando, después de
nadar, Benedict las llevó al cine. Verity aún estaba sin aliento después de haber
visto a Benedict sin nada más que un breve bañador negro, y más aún después de
la descarada forma en que él la admiró al verla con el bañador rosa que había
elegido en la boutique, aunque con reservas. El corte en la ingle era demasiado
alto como para resultar decente, pero también era el único que había en la tienda
de su tamaño.
—¿Ha visto Bambi ya? —preguntó Benedict mientras miraban la cartelera del
enorme complejo de cines al que habían ido.
—No. Tenemos el libro.
—¿Crees que le gustará?
—Creo que le encantará —pero Verity no estaba segura sobre sí misma.
Recordaba haber llorado mucho la última vez que la vio... ¡hacía quince años!
En la oscuridad del cine, trató de comer inútilmente las palomitas que había
comprado Benedict, pero se encontró sorbiendo por la nariz en más de una
ocasión y, cuando llegó la parte de la muerte de la madre de Bambi, pensó en
Kathy, Jamie y Harriet y en todo y empezó a soltar un reguero de lágrimas.
Benedict no hizo nada, excepto pasarle silenciosamente un pañuelo que Verity
agradeció.
Para cuando terminó la película había logrado recuperar la compostura, aunque
cuando las luces de la sala se encendieron le pareció ver un sospechoso brillo en
los ojos de Benedict y lo miró con curiosidad.
—Disney era un maestro manipulando a la audiencia —dijo él lacónicamente.
Verity ocultó una sonrisa.
—¡Cínico! —respondió.
Tomaron un taxi de vuelta a la casa de Verity y Benedict miró su reloj. Sólo
eran las siete y Sammi se había quedado dormida en su regazo. Su corazón latió
de placer cuando apartó un rizo de la mejilla de su hija. ¿Sería siempre tan fácil
quererla? ¿Tan sencillo?
Miró de reojo a Verity, que observaba la ciudad por la ventanilla del coche.
Cuando llegaran, la invitaría a cenar fuera, y si no podía conseguir una canguro
para la niña, encargaría algo de cenar en su casa. Se sentía tan nervioso y
excitado como un adolescente en su primera cita.
Tras pagar el taxi, Benedict llevó a Sammi hasta la casa en brazos y esperó en
el cuarto de estar mientras Verity le ponía el pijama y la acostaba.
— ¡Uf! —dijo ella al volver—. ¡Menuda batalla! Me temo que he tenido que
meter en la cama a Sammi sin que se limpiara los dientes, y con todo el azúcar
que ha tomado hoy en el cine...

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Verity... —empezó a decir Benedict en tono indeciso, pero el teléfono se


puso a sonar en ese momento, interrumpiéndolo.
—Discúlpame —dijo Verity rápidamente, alegrándose de tener un respiro.
Sabía lo que había decidido hacer: no alimentar sus esperanzas y mantenerse
distante. Pero temía que si Benedict le pedía que saliera esa noche con él, como
sospechaba que estaba a punto de hacer, lo más probable era que aceptara.
—Por supuesto —contestó él. Se acercó a las estanterías y simuló no escuchar,
aunque, lógicamente, podría haber repetido palabra por palabra lo que dijo
Verity.
—¿Verity? ¡Hola!
— ¡Jamie! —exclamó ella, encantada—. ¡Ya tienes acento norteamericano!
—Supongo que sí —contestó Jamie, arrastrando exageradamente las palabras.
Verity rió.
—¿Cómo estás?
—¡Agotado! ¡Y con los pelos de punta! Harriet ha insistido en arrastrarme a
todos los aparatos más infernales del parque de atracciones, incluyendo los que
no recomiendan para las personas con predisposición a ponerse nerviosas.
—Pero tú no tienes predisposición a ponerte nervioso —comentó Verity.
— ¡Ahora sí! —replicó Jamie, y ella volvió a reír—. Harriet quiere saludar a
Sammi. ¿Está ahí?
Verity tragó, poniéndose repentinamente seria.
—Está en la cama.
—Es un poco pronto, ¿no?
—Lo sé... —la voz de Verity se apagó. De pronto se sintió invadida por un
intenso sentimiento de culpabilidad—. Jamie... —dijo, y no notó que los hombros
de Benedict se ponían tensos.
—Escucha —dijo Jamie, como si no la hubiera oído—. Vuelvo a casa el lunes.
— ¿El lunes? —repitió Verity, sorprendida—. ¿Tan pronto?
—He estado fuera casi quince días —dijo él con suavidad—. ¿No me has echado
de menos?
—Por supuesto que te he echado de menos —repitió ella sinceramente.
Benedict dejó el libro que había agarrado como si estuviera contaminado.
—¿Puedes venir a recogerme al aeropuerto? —preguntó Jamie—. ¿Hacia las
siete?
—¿Cómo?
—Utiliza mi coche. Mi secretaria te dará las llaves.
—¿Quieres que conduzca tu Jaguar? —preguntó Verity, incrédula—. ¿Te fías
de mí lo suficiente?
—Fui yo el que te enseñó a conducir, ¿recuerdas? —dijo él—. Simplemente ten
cuidado con el acelerador, ¿de acuerdo? Y trae a Sammi. ¿Podrás hacerlo?
—Por supuesto —contestó Verity con suavidad.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Gracias —Jamie hizo una pausa, como si estuviera a punto de decir algo más,
pero cuando habló, sólo dijo—: Hasta pronto.
—Adiós —respondió Verity pensativamente. Tras colgar el auricular, se volvió
hacia Benedict y vio que éste la miraba con expresión helada.
—Será mejor que me vaya —dijo bruscamente.
—Oh —Verity trató de no mostrar su decepción—. ¿No quieres quedarte a
beber algo? ¿O a cenar?
Benedict negó con la cabeza, tratando de ahogar la oscura marejada de celos
que recorría sus venas como una droga prohibida.
—No, gracias —agarró su chaqueta del respaldo de la silla—. Estoy escribiendo
un artículo para el Lancet y voy retrasado.
—Ha sido un día precioso, Benedict...
Benedict apenas pudo soportar recibir las formales declaraciones de gratitud
de Verity mientras lo más probable era que estuviera pensando en qué ponerse
para recibir a Jamie en el aeropuerto.
—Sí —replicó en tono igualmente formal—. Lo he pasado muy bien, y espero
que Sammi también. Hablaremos durante la próxima semana para volver a salir
con ella. Puede que se sienta lo suficientemente relajada como para venir sola
conmigo; así tendrás un poco de tiempo libre. Si te parece bien.
Verity asintió, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener una
expresión serena. Esperaba que Benedict quisiera salir a solas con Sammi, pero
no tan pronto.
—Por supuesto —dijo, animadamente.
—Bien. Buenas noches —Benedict giró sobre sus talones y salió del piso sin
volver la vista atrás.
Consternada, Verity observó cómo se alejaba.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

9
El quirófano estaba abarrotado y en él reinaba una gran tensión. La operación
conocida como histerectomía Werheim era lo suficientemente poco habitual
como para llamar la atención de varios miembros del hospital, que aprenderían
mucho más viéndola en persona que leyendo sobre ella en los libros y revistas
especializadas. Por tanto, había varios médicos residentes y unos cuantos
estudiantes presentes.
El hecho de que la paciente trabajara en el hospital y fuera apreciada por
todos hacía que las circunstancias resultaran especialmente conmovedoras.
Verity se sentía nerviosa cuando comenzó a lavarse y cerró los ojos para hacer
algo que casi nunca hacía antes de una operación.
Rezó.
Cuando abrió los ojos, vio a Benedict a su lado, serio y concentrado. El asintió
comprensivamente al ver que la mirada de Verity carecía de su habitual brillo.
—Lo haré lo mejor que pueda —prometió, deseando haber tenido el suficiente
sentido común para no haber dejado a Verity cuando lo hizo.
—Sé que lo harás.
Ethel ya estaba lista en la camilla cuando Benedict entró en el quirófano. Los
estudiantes e internos presentes se apartaron para dejarle pasar a la vez que se
producía un intenso silencio.
Verity le alcanzó una gasa para limpiar la zona en la que iba a cortar, y,
mientras agarraba el bisturí, Benedict se dirigió a los asistentes.
—Estoy seguro de que todos saben que ésta es una operación mucho más
extensa que una histerectomía completa. Es mucho más difícil, lleva más tiempo y
los porcentajes de mortalidad son mucho más altos —se produjo un tenso silencio
cuando hizo la primera incisión —. ¿Alguna idea de por qué?
—La disección de la pelvis es muy ancha —contestó Ted Lyons, el interno—. La
paciente puede perder mucha sangre; debido a ello, las complicaciones posibles
son la conmoción, hemorragia y fístula.
—Esperemos evitar las tres cosas —dijo Benedict mientras cortaba la primera
capa del abdomen.
Verity sólo había asistido a una operación como aquélla, con Jamie como
cirujano. Ambos hombres eran grandes especialistas, aunque sus técnicas fueran
muy distintas. Benedict tenía la brillantez instintiva del cirujano nato, y su toma
de decisiones a menudo podía resultar excéntrica a ojos de un novato; pero casi
nunca se equivocaba, si es que alguna vez lo había hecho. Era uno de esos
cirujanos que operaba por el tacto tanto como por la vista.
Jamie, por su parte, era más pausado, aunque también sabía recurrir a su
instinto cuando era necesario. Ningún buen cirujano podía salir adelante si no

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

sabía correr riesgos cuando era necesario. La diferencia era que Benedict
disfrutaba corriendo riesgos, y sin embargo, Jamie prefería pasar sin ellos.
Los minutos transcurrieron lentamente. Benedict estaba malhumorado; Verity
nunca lo había visto así. Le gritó dos veces. Una por alcanzarle las pinzas
incorrectas. Sólo que no eran las pinzas incorrectas. Eran las que habría utilizado
normalmente. Pero ese día quería unas pinzas que Verity ni siquiera sabía si
tendrían, y envió rápidamente a buscarlas a Anna Buchan, su ayudante.
—¡Y dése prisa! —gritó Benedict.
Verity miró el reloj. Eran casi las cinco en punto. Debería haber terminado de
trabajar hacía media hora, y si no se iba pronto, no llegaría a tiempo al
aeropuerto a recoger a Jamie.
Mientras esperaban a Anna, Benedict vio que Verity miraba el reloj y estuvo a
punto de estallar.
—Si tiene que ir a algún otro sitio, enfermera — dijo fríamente—, haga el
favor de buscar a alguien que la sustituya de inmediato. ¡Prefiero contar con una
enfermera menos experimentada a mi lado que con alguien que sólo se concentra
a medias en su trabajo!
Verity no se lo tomó personalmente. Sabía la tensión a la que estaba sometido
Benedict.
—No será necesario, doctor Jackson —contestó con calma—. Me quedaré
hasta que acabe. Enfermera Morris —dijo, volviéndose de mala gana y pensando
que era absolutamente típico que tuviera que darle aquel recado a la mayor cotilla
del hospital.
—¿Sí, enfermera?
—¿Puede hacer que alguien llame a la terminal de llegadas internacionales de
Heathrow y deje un mensaje diciendo que Verity Summers no podrá ir a recoger
a Jamie Brennan y que se disculpa por ello?
—¡Sí, enfermera! —contestó Julia Morris con expresión ansiosa.
Benedict se obligó a desconectar de lo que estaba diciendo Verity, aunque su
frente se llenó de pequeñas gotas de sudor, hasta que una enfermera tuvo la
amabilidad de secárselas. Aquella operación ya era bastante complicada como
para encima permitir que sus sentimientos lo distrajeran.
Anna volvió con las pinzas requeridas y todos los presentes dejaron escapar un
suspiro colectivo de alivio.
Para las seis y media, Benedict ya estaba terminando de coser, y la operación
parecía haber transcurrido sin problemas, pero cuando una de las enfermeras
volvió a tratar de secarle el sudor de la frente, negó impacientemente con la
cabeza.
—Aún no estamos pisando terreno firme —dijo—. Pueden pasar días o semanas
antes de que podamos decir con certeza que no se han producido daños debido a
una interferencia con el aporte de sangre al uréter. Además, esta mujer tendrá

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

que enfrentarse a un duro tratamiento de quimioterapia. Pero al menos, la


enfermedad no estaba tan extendida como me temía. Gracias a todo el mundo —
dijo seriamente, y se quitó los guantes.
Ya eran las siete y media cuando Verity salió del vestuario de enfermeras.
Benedict la estaba esperando en el pasillo, serio y pensativo mientras caminaba
de un lado a otro.
Verity pensó, al parecer tontamente, que tal vez quería disculparse por su
abominable comportamiento con ella en el quirófano, pero no era así.
—He notado que no has podido esperar a enviar un mensaje a tu querido
Brennan —dijo él en tono crítico—. Sin embargo, no he notado la misma
preocupación hacia tu hija.
Verity se quedó helada, como si no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¿Disculpa?
—¿Dónde está Sammi?
Verity hizo amago de apartarlo a un lado.
—¡Eso no es asunto tuyo! —exclamó, dolida. Benedict la detuvo. Literalmente.
Sujetándola por la chaqueta.
—¡En eso estás equivocada, Verity! —replicó—. Por supuesto que es asunto mío.
Hiciste que lo fuera cuando me dijiste que era el padre de Sammi; ¡y lo habría
sido hace años si hubieras tenido el valor de decírmelo antes! —concluyó con
crueldad.
Verity miró las manos que la sujetaban.
—¿Te importaría soltarme? —dijo en voz baja y tensa.
—¿Dónde está Sammi?
—¿Dónde diablos crees que está? —preguntó Verity, estallando—. Está con la
niñera, una niñera a la que conozco y en la que confío. Y ella me conoce a mí. Lo
suficiente como para explicarle a Sammi que, si llego tarde, cosa que no sucede
casi nunca, es porque estoy en el hospital. Y para tu información, Benedict
Jackson, la enfermera a cargo de la planta tiene el teléfono de la niñera y sabe
que debe llamarla si me retraso por algún motivo —sus ojos centellearon cuando
añadió—: ¡Y el hecho de que hayas vuelto a la vida de Sammi no te da ningún
derecho a criticarme! ¡Y menos cuando fuiste tú el que nos dejó!
Benedict la miró con dureza.
—En eso estás muy equivocada, Verity —dijo—. No fui yo el que os dejó. Esa
decisión la tomaste tú.
Los ojos de Verity se llenaron de lágrimas.
—Quítame las manos de encima —susurró.
Benedict negó con la cabeza.
—Sólo si me dejas llevarte a casa de la niñera.
—¡Ni hablar! ¡Suéltame, Benedict Jackson!
Benedict se mostró imperturbable ante sus protestas.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—No estás en condiciones de ir a ningún sitio sola, y si tomas cualquier


transporte público, llegarás innecesariamente tarde. Y supongo que eso no sería
justo para Sammi, ¿no?
¿Cómo se atrevía a decirle lo que era o no era justo para Sammi? ¿Dónde había
estado él durante su embarazo? ¿Y durante su largo y doloroso parto? ¿Y
después, cuando dormir era un premio y en las frías tardes de invierno tenía que
meterse en la cama a las ocho para ahorrar calefacción?
Demasiado dolida como para razonar, trató de herir a Benedict utilizando el
único medio que tenía a su alcance.
—¡Puedo utilizar el Jaguar de Jamie! —espetó, sacando las llaves del bolso y
agitándolas frente al rostro de Benedict.
Él se las arrebató de inmediato.
—No en ese estado —la contradijo con calma—. Ahora mismo no te dejaría
conducir ni en los coches de choque de una feria, y menos aún uno de los coches
más potentes que existen.
—¡Te odio! —exclamó Verity.
—¡Ahorra tu energía para tu hija! —replicó Benedict, sintiendo que se le
agotaba la paciencia, y Verity cayó en un dolido e indignado silencio.
Finalmente se calmó lo suficiente como para mostrarse relativamente normal
ante la niñera, pero cuando Benedict la llevó a casa con Sammi, se sentía tan
débil como un gatito.
— Siéntate —dijo él, y fue a la cocina. Volvió al cabo de unos minutos y puso
una humeante taza de café frente a ella—. Bébetelo.
Verity hizo lo que le decía obedientemente, apenas consciente de que Benedict
parecía tener todo bajo control y había dado de comer a Sammi y la había bañado
incluso antes de que se diera cuenta. Cuando se levantó del sillón y fue a la
habitación de la niña, Benedict le estaba leyendo el final de Bambi y Sammi tenía
los ojos cerrados y una satisfecha expresión en el rostro.
Benedict le lanzó una mirada para que no hiciera ruido y Verity asintió,
volviendo al cuarto de estar, donde Benedict se reunió con ella al cabo de unos
momentos. Una mirada a su rostro bastó para hacerla volver a la dura realidad.
Pues, además de enfermera y madre, Verity era una mujer. Y en ese momento
reconoció que parte de la amargura y resentimiento de Benedict era justificada.
Ella fue la que lo excluyó. Fue su decisión.
No le dio la opción de elegir.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Benedict...
—¡No! —la boca de Benedict se tensó desagradablemente mientras sacaba las
llaves del Jaguar de su bolsillo y las dejaba con desprecio sobre la mesa—. Aquí
están las llaves del coche de tu novio. Ni se te ocurra acercarte esta noche a ese
coche. Si me entero de que lo has hecho, tendrás que vértelas conmigo —sus ojos

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

brillaron de rabia—. ¡Y te aseguro que no será una experiencia agradable!


Sin añadir nada más, salió de la casa dando un portazo.
Verity se dejó caer en el sofá y empezó a llorar. Poco después, sonó el
teléfono y se levantó a contestar, rogando que fuera Benedict.
—¿Hola? —preguntó la preocupada voz de Jamie al no recibir respuesta—.
¿Verity? ¿Estás ahí?
—¡Oh, Jamie! —dijo ella entre sollozos—. ¡Jamie!
—Enseguida voy —dijo él seriamente.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

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Cuando Jamie llegó, Verity se las había arreglado para recuperar la
compostura tras la marcha de Benedict. Se lavó la cara, se cambió de vestido y
cepilló su pelo hasta que relució. Porque no habría sido justo caer histérica en
brazos de Jamie después del largo viaje que éste acababa de realizar.
Cuando abrió la puerta, le llevó unos segundos reconocer que era Jamie
Brennan el que estaba ante ella. Sólo habían pasado quince días, pero por un
momento se sintió como si estuviera frente a un desconocido.
Para empezar, Jamie estaba ligeramente moreno y ese color realzaba el azul
de sus ojos. Y también se había cortado el pelo. Algún peluquero californiano
había decidido dejárselo más corto de lo habitual, y lo cierto era que le quedaba
bien.
También era evidente que había estado de compras, porque llevaba un traje
que Verity no reconocía. Ella era bastante experta en moda, ya que se hacía su
propia ropa, y de un vistazo supo que el traje era de alguno de los mejores
diseñadores del mundo.
En conjunto, Jamie tenía un aspecto sensacional.
—Hola —saludó él tranquilamente, sintiendo que el enfado que empezaba a
acumularse en la boca de su estómago empezaba a disiparse al ver a Verity.
Estaba muy pálida, tanto que parecía transparente, como si por sus venas no
circulara sangre, sino alguna solución transparente; probablemente lágrimas,
pensó. Llevaba un vestido corto de color verde que ya conocía, y que normalmente
hacía resaltar el tono de sus ojos, pero era evidente que esa noche estaban rojos
debido al llanto.
Y si Benedict Jackson hubiera aparecido en ese momento, Jamie, que no era un
hombre dado a la violencia, supo que lo habría golpeado.
—Hola —replicó Verity, sintiendo una insoportable y repentina tristeza.
Jamie la miró un largo momento y luego asintió imperceptiblemente,
murmurando algo que sonó como un «sí». Sus ojos parecían sorprendentemente
azules, pero les faltaba algo, y Verity no estaba segura de qué era mientras él
decía:
—¿No vas a invitarme a pasar?
La siguió al interior, mirando a su alrededor en busca de señales de lo que más
temía, pero no vio ninguna. De manera que Benedict no se había trasladado,
pensó. Todavía no.
—¿Quieres que prepare algo de beber? —preguntó Verity con voz insegura.
Jamie asintió.
—Creo que sí, pero tengo una idea mejor. Yo me encargo de preparar la bebida.
Tú siéntate antes de que te desmorones.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Verity lo observó mientras desaparecía en dirección a la cocina en busca de


hielo. Jamie conocía bien el piso; había estado allí a menudo. Y nunca lo había
sentido como un intruso. No era como tener al lado una bomba sin explotar...
como Benedict.
Jamie encajaba tan bien en su vida; siempre había sido así. Tenían los mismos
gustos y el mismo sentido del humor. Sus hijas se llevaban muy bien. Si se
sentaba y escribía una lista de las cosas buenas y malas de Jamie, sabía que
tendría muchas dificultades para poner algo en la columna negativa.
Verlo ahora, después de aquellos días de ausencia, hizo que Verity
comprendiera por primera vez lo maravilloso que era. Alto, fuerte y atractivo,
pero lo que más acentuaba su buen aspecto era el inmenso instinto protector que
desprendía su persona.
¿Por qué no se había fijado nunca en todas aquellas cosas?
Jamie le alcanzó una ginebra con tónica, hecha exactamente como a ella le
gustaba, con mucho hielo y una rodaja de lima flotando en la superficie.
Dio un sorbo. Perfecta.
—¿De dónde has sacado la lima? —preguntó.
—La he traído —Jamie sonrió, y hacerlo en aquel momento le resultó más duro
que la operación más dura que había ejecutado en su vida—. Tú nunca...
— ¡Tienes lima! —terminó Verity por él, sintiendo un nudo en la garganta por lo
bien que la conocía y al pensar que era un hombre demasiado valioso como para
renunciar a él. Quería amarlo.
Jamie alzó las cejas interrogadoramente.
—¿Y?
—Háblame de tus vacaciones.
Pero Jamie negó con la cabeza.
—No, Verity —dijo seriamente—. Ese no es el motivo por el que estoy aquí. Ni
el motivo por el que estabas llorando desconsoladamente hace un rato. Ojalá
pudiéramos volver a estar como antes, pero no podemos. Algo ha sucedido, y
quiero que me lo cuentes.
En cierto modo, fue un alivio poder hablar de ello y Verity tenía mucha
confianza con Jamie. Nunca la había juzgado y sabía que ahora tampoco lo haría.
—He visto al padre de Sammi —dijo, sin saber cómo reaccionaría Jamie,
aunque tampoco esperaba que siguiera sentado tranquilamente, dando un sorbo a
su bebida. Se limitó a mirarla con sus sorprendentes ojos azules mientras
esperaba a que continuara—. Es Benedict Jackson —continuó Verity, y al ver que
Jamie no reaccionaba, añadió—: Tu nuevo médico asistente.
—Ya veo —dijo Jamie, aún tan relajado como si acabaran de darle un masaje,
aunque por dentro se sintiera como si le estuvieran destrozando las entrañas con
un cuchillo.
Verity dejó su vaso en la mesa y lo miró, sintiendo que había algo inquietante

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

en la reacción de Jamie.
—No pareces sorprendido —comentó.
Jamie se encogió de hombros.
—A estas alturas hay muy pocas cosas que me sorprendan.
—Pero hay algo más, ¿no, Jamie? ¿Es...?
—¡No! —Jamie interrumpió a Verity con una brusquedad inesperada. Jamás le
había alzado la voz y, sin embargo, en aquellos momentos parecía estar haciendo
un gran esfuerzo por contener su rabia—. Antes de que me preguntes nada, deja
que yo te pregunte algo a ti, Verity. ¿Lo amas?
Verity no dudó, aunque a Jamie le habría gustado que al menos hubiera
simulado cierta duda.
—Sí. Pero él no me ama a mí.
—¿No? —preguntó Jamie reflexivamente —. ¿Estás segura?
Verity lo miró con suspicacia. Jamie solía ser bastante imperturbable, pero no
tanto.
—¿Lo sabías? —preguntó.
—¿A qué te refieres con exactitud, Verity?
—Lo de Benedict. Que era el padre de Sammi.
Jamie se arriesgó a que lo odiara, pero era un riesgo que debía correr, pues,
por encima de todo, era un hombre honesto.
—Sí —vio que Verity abría los ojos de par en par y dejó su vaso junto al de ella
en la mesa—. Lo descubrí hace meses. De hecho, el año pasado, íbamos a patinar.
¿Te acuerdas? Y olvidamos el sombrerito de Sammi. Me pediste que volviera al
piso a por él. Dijiste que lo habías dejado encima de la cómoda —Jamie hizo una
pausa antes de continuar—. Encontré el sombrero, pero habías dejado el cajón
superior de la cómoda abierto y dentro vi el vaciado en plata que habías
encargado del primer zapatito de Sammi. Supongo que fue algo sentimental por
mi parte, pero lo saqué porque Kathy había hecho uno igual para Harriet —sus
brillantes ojos azules parecían apesadumbrados —. Y vi la foto debajo.
Verity lo miró un momento y luego asintió comprensivamente.
—De Benedict —dijo con lentitud.
—De Benedict —asintió Jamie.
Era la única foto que Verity guardaba de él, con su morena cabeza echada
hacia atrás mientras reía, sacada en una dorada tarde durante su aventura. La
guardó como uno de sus tesoros más preciados, con la intención de mostrarle un
día a Sammi la foto de su padre.
Jamie sonrió con tristeza.
—No necesité un detective para deducir que Benedict Jackson era el padre de
Sammi.
—¿Lo conocías? —preguntó Verity de inmediato—. Profesionalmente, quiero
decir.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Sí, lo conocía —contestó Jamie con calma—. Y averiguar aquello explicó


muchas cosas. De pronto tuvo sentido tu renuencia a hablar del padre de Sammi,
dada la reputación de Jackson.
—¿Su re... reputación? —tartamudeó Verity.
Jamie podría haberse abofeteado; Verity era la última persona del mundo a la
que quería hacer daño. Pero no era ninguna estúpida y tampoco una ingenua.
—Ha vivido intensamente... pero supongo que eso ya lo sabes.
Verity asintió.
—Sí, lo sé —contestó. Y entonces, una idea empezó a formarse en su mente;
una idea loca que una vez plantada se negó a dejar de crecer.
—Jamie... cuando viste la foto de Benedict, el hospital no había puesto todavía
el anuncio buscando un nuevo médico asistente...
—No —incluso en medio de su tristeza y decepción, Jamie no pudo contener
una sonrisa al reconocer la sagacidad de Verity.
—¿Aceptaste a Benedict porque era el padre de mi hija?
—¡No! —contestó él de inmediato—. Acepté a Benedict sabiendo que era el
padre de tu hija. Hay una diferencia. Era el mejor preparado para el trabajo; no
tengo ninguna duda al respecto.
—¿Pero por qué no me dijiste que iba a venir al St Jude?¿Porqué...?
—No te lo dije porque quería que te enfrentaras a la verdad. Era importante
para mí. Sé que no era asunto mío, pero como padre, sentía que él tenía derecho a
conocer la existencia de su hija. También pensé que debías enfrentarte a tus
propios sentimientos por Benedict, que debías averiguar si aún lo querías. Pero si
hubieras sabido que iba a venir, habrías tenido tiempo de construir barreras a tu
alrededor. Has sido demasiado tiempo una princesa en su torre de marfil, y esa
torre debe desaparecer en algún momento.
Verity parpadeó, confundida.
—¿Pero por qué? ¿Por qué era tan importante para ti?
—Porque mis sentimientos por ti habían cambiado y me preguntaba si los tuyos
hacia mí cambiarían alguna vez —contestó Jamie con sencillez—. Y yo mismo
estaba confundido. Primero fuiste amiga de Kathy y luego nuestra amiga. Y
entonces, cuando ella... —se inclinó hacia delante y dio un sorbo a su ginebra,
preguntándose si llegaría algún día en que pudiera mencionar el nombre de su
esposa sin desear maldecir a un dios de cuya existencia dudaba—. Cuando Kathy
murió —continuó—, te convertiste en mi amiga y en la de Harriet. Y yo quería que
dieras el paso y te convirtieras en mi amante. Pero los dos estábamos demasiado
atados al pasado. Por eso tomé mis vacaciones cuando Benedict estaba a punto de
empezar; pensé que así mataría dos pájaros de un tiro. Que si me iba, tal vez me
echarías de menos...
—¡Pero te he echado de menos, Jamie! —afirmó Verity—. De verdad.
Jamie negó con la cabeza.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—No como yo habría querido —sonrió con tristeza—. Y, por supuesto, esperaba
que descubrieras que ya no amabas a Benedict.
Verity lo miró fijamente.
—Te arriesgaste mucho —dijo con lentitud.
Jamie se encogió de hombros.
—Soy cirujano. En este negocio hay que correr riesgos. A veces se gana; a
veces se pierde. Aunque nunca fuiste realmente mía como para perderte...
Siempre has estado enamorada de Benedict.
—¡Pero no quiero estar enamorada de él! —gimió Verity con impotencia—.
¡Quiero quererte a ti!
Jamie rió, sinceramente conmovido.
—Es una pena que en el amor no se pueda elegir. Lo importante es que decidas
lo que vas a hacer al respecto.
Verity se pasó las manos distraídamente por el pelo.
— Ya te lo he dicho. No tiene sentido hacer nada. Él no me quiere...
—No dejas de decir eso —interrumpió Jamie, incapaz de imaginar que alguien
no pudiera amar a aquella dulce y cálida criatura—, ¿pero le has preguntado lo
que siente por ti?
—¡Por supuesto que no se lo he preguntado!
—Llega un momento en que uno debe olvidar el pasado —dijo Jamie
pacientemente—. De lo contrario, no es posible avanzar. Deja de pensar en lo que
Benedict o tú hicisteis en el pasado. Piensa en el presente. En cómo es él contigo.
Y en Sammi. Si no le das una oportunidad a Benedict, nunca abandonarás tu torre
de marfil. Y puede resultar muy solitario estar ahí arriba —Jamie se levantó—. Y
ahora me voy.
Verity lo miró como si lo hiciera por última vez. Algunas mujeres habrían hecho
cualquier cosa por retener a Jamie Brennan, pero ella lo respetaba demasiado
como para mentirle. Y no lo amaba; no como él se merecía.
Pero sí amaba a Benedict Jackson, y no sabía con certeza lo que él sentía por
ella.
Permaneció un rato sentada tras la marcha de Jamie. Finalmente, descolgó con
decisión el teléfono y marcó el número de la canguro.
Ya era hora de empezar a correr algunos riesgos.

90
Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

11
Benedict terminó de repasar el artículo que acababa de concluir, asintió con la
cabeza y lo dejó sobre la mesa para enviarlo por correo al día siguiente. Miró por
la ventana, reprimiendo un bostezo. El cielo aún conservaba el tono ligeramente
azulado amarillento del atardecer.
No se sentía bien después de su riña con Verity, y quedarse allí sentado sólo le
iba a servir para pensar en lo que estaría pasando entre ella y Jamie Brennan.
Hacía un agradable atardecer primaveral; debía salir a dar un paseo parar tratar
de olvidarla.
Acababa de ponerse el jersey color esmeralda que le había regalado su
hermana favorita porque decía que hacía juego con sus ojos, cuando oyó que
llamaban a la puerta.
La abrió y allí estaba Verity, pálida y con los ojos más grandes que nunca.
Benedict examinó su boca atentamente. No parecía roja y brillante, como si
Brennan hubiera pasado el último par de horas besándola. Dejó escapar un
suspiro de alivio. Reprimió el impulso de hacerlo él mismo, en aquel instante. En
lugar de ello, alzó una ceja con expresión poco amistosa.
—¿Qué puedo hacer por ti, Verity?
Verity trató de sonreír, pensando que el inicio no parecía muy prometedor.
—¿Puedo pasar?
—¿Para qué?
Verity estaba a punto de darse la vuelta e irse cuando pensó en torres de
marfil y en correr riesgos.
—Para hablar, por supuesto.
Benedict abrió del todo la puerta, haciendo un gesto para que pasara.
—¿Cómo has venido? —preguntó tras cerrar—. ¿Has traído el coche de tu
novio?
—He venido en taxi —contestó Verity con firmeza, pero enseguida sintió que
le abandonaba el valor y se preguntó qué hacía en la habitación de un hombre que
la miraba como si quisiera estrangularla.
Benedict sintió que en su corazón prendía una leve esperanza, pero desconfió
de ello. Porque era muy consciente de lo que había encontrado en Verity y en
Sammi y no podía enfrentarse a la idea de perderlas.
Tal vez tuviera que hacerse a la idea de perder a Verity, pero no a Sammi. Si
Verity iba a casarse con Jamie Brennan, tendría que aceptarlo. Tal vez no le
gustara, pero era la forma civilizada de hacer las cosas.
Verity respiró hondo.
—Quiero que sepas que no hay nada entre Jamie y yo.
—¿Y? —preguntó Benedict, aunque su corazón se puso a latir aceleradamente.

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Verity empezaba a preguntarse si habría cometido una terrible equivocación.


Entonces vio la foto de Sammi que le había dado a Benedict, colocada en un lugar
preferente sobre su escritorio. Había hecho que la enmarcaran en un intrincado
marco de plata.
—Sólo he pensado que... te gustaría saberlo. Eso es todo.
—¿Eso es todo? —murmuró Benedict, como si acabara de plantearle algún
acertijo intelectual, y Verity perdió el control.
—¡No, eso no es todo! —gritó—. Siento haberte mantenido alejado de Sammi
todo este tiempo. Me equivoqué y quiero recompensarte...
—¿Cómo? —preguntó él de inmediato.
Verity se encogió de hombros.
—No sé...
—Yo sí —dijo Benedict—. Ven aquí, por favor.
Ella fue a por el beso de su vida, que se prolongó hasta que ambos tuvieron que
esforzarse por no perder la cabeza. Verity se apartó de los brazos de Benedict,
temiendo terminar en su cama antes de terminar de decir lo que quería.
—No sé lo que sientes por mí, y en este momento no me importa. Me temo que
tengo ese problema contigo, Benedict Jackson. Siempre has eclipsado a todos los
demás hombres que hay a mi alrededor, y como no...
Benedict la hizo callar poniéndole un dedo sobre los labios.
—¿No sabes lo que siento por ti? —repitió lentamente.
—No importa —murmuró Verity, deseando borrar sus palabras y volver a estar
entre sus brazos, porque sólo estando allí parecían capaces de no hacerse daño
mutuamente.
—¡Maldita sea! ¡Por supuesto que importa! — exclamó Benedict, haciéndola
sentarse con firmeza en una silla junto al escritorio—. Te quiero, Verity
Summers...
—¡Pero no puedes quererme! —protestó ella—. Sólo has vuelto hace una
semana...
Benedict frunció el ceño.
—¿Recuerdas que Harold Wilson dijo una vez que una semana era mucho
tiempo en política?
Verity arrugó la nariz y trató de bromear.
—No, no lo recuerdo; soy demasiado joven.
Benedict ignoró su comentario.
—Piensa en lo largo que puede ser un día en el hospital. Nacimientos, muertes,
alegría, dolor... cada día. Creo que un día puede ser mucho tiempo. Y a mí me
bastó un minuto para darme cuenta de lo estúpido que fui en cierta ocasión.
Quiero protegerte, cuidarte y amarte el resto de mi vida —dijo, y, para asombro
de Verity, le agarró la mano y añadió seriamente—: ¿Quieres redimirme de mi
error y casarte conmigo, Verity?

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Era demasiado bueno para ser cierto.


—¡No! —protestó Verity—. No pienso casarme contigo a causa de Sammi...
Benedict estuvo a punto de estallar.
—¡No te lo estoy pidiendo por Sammi, mujer testaruda! ¡Te lo pido por amor!
¡Por amor!
En ese momento, se oyeron unos fuertes golpes en la pared, seguidos de una
voz apagada que gritaba:
—¿Quieren hacer el favor de callarse? ¡Algunas personas tratamos de dormir!
Verity y Benedict se miraron un momento en silencio y un segundo después
rompieron a reír al unísono.
De pronto, Benedict la tomó en brazos y la colocó sobre el centro de la cama.
—¡Hey! ¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Verity.
—Sólo hay una forma de convencerte, señorita Summers —dijo él con
excitante intensidad mientras se tumbaba junto a ella.
—¿Oh? —Verity tembló de anticipación.
—¿Quieres que te demuestre cómo? —murmuró Benedict.
—Sí, por favor.
—Sólo si aceptas casarte conmigo...
—Sólo lo haré si me demuestras que me amas.
—¿Y cómo te lo puedo demostrar?
—Prueba.

Verity metió los pies en los zapatos de cuero color crema y se dejó caer en un
sillón frente al espejo, agotada.
—¡No te sientes, mami! —protestó una vocecita, y Verity se volvió para mirar a
Sammi, resplandeciente en su traje de tafetán color crema y con una preciosa
corona de rosas en lo alto de sus dorados rizos, que ya le llegaban a media cintura
—. ¡Sabes que tía Sarah ha dicho que no debes arrugar tu vestido!
—¿Qué ha dicho tía Sarah? —preguntó una voz desde la puerta y la hermana
menor de Benedict entró en la habitación con un precioso traje esmeralda. A los
veinticuatro años, era un auténtico cúmulo de energía... ¡incluso superaba a
Sammi!
—¡Mamá está arrugando su vestido! —protestó la niña.
—Tranquila, cariño; vete a dar la lata a tu padre —dijo la tía, dando un
indulgente beso en la cabeza a Sammi—. Está en la habitación contigua,
maldiciendo a una pobre e inocente pajarita.
—¡Papá no puede maldecir! —dijo Sammi con evidente alegría, y las dos
mujeres rompieron a reír.
En cuanto la niña desapareció, Verity miró a Sarah en el espejo.
—¿Qué tal va?
—Va mejorando. Tu padre ha aceptado finalmente una bebida...

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

—Dios santo —dijo Verity fervientemente—. ¿Y mamá?


—Oh, ella está bien. Le parece maravilloso que Benedict vaya a hacer de ti una
mujer decente —Sarah movió un dedo en señal de reprimenda a su futura cuñada
—. Aunque mi hermano me asegura que te ha pedido que te casaras con él a diario
durante los dos últimos años. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Verity se ató el collar de perlas que le había regalado la madre de Benedict y
se echó hacia atrás para admirar el contraste de las joyas con su piel.
—Me he quedado sin excusas.
Sarah la miró entrecerrando los ojos.
—No. Te lo pregunto en serio.
Verity ocultó una sonrisa. Sarah era tan tenaz como su hermano.
—Lo que me ha decidido finalmente ha sido el ascenso de Benedict a jefe de su
especialidad —explicó—. ¡No me pareció bien que el nuevo pilar de la sociedad
siguiera viviendo en pecado!
Sarah sonrió, orgullosa.
—¿No es maravilloso? Y además en el St Thomas, donde los dos hicisteis las
prácticas... ¡qué romántico! —dudó antes de añadir—: Ben nunca me ha explicado
por qué os trasladasteis del St Jude a Escocia cuando él apenas llevaba un mes
trabajando en el hospital.
—Surgió una oferta mejor —contestó Verity alegremente, pensando en lo
comprensiva que fue la directiva del St Jude cuando ambos presentaron su
renuncia. Pero habría sido insoportable para ella, Benedict y Jamie seguir
trabajando juntos, a pesar de que los dos hombres se habían estrechado la mano
y que ella siempre tendría un lugar en su corazón para Jamie y Harriet.
—¿Sabes algo? —dijo Sarah—. Podría jurar que me estás ocultando algo...
—¡Hora de desaparecer, hermanita! —dijo una voz profunda desde el umbral
de la puerta y Verity se volvió para mirar a Benedict, alto y magnífico con su frac
negro y la camisa blanca. Oh, y la díscola pajarita... finalmente en su sitio. Sus
ojos verdes la contemplaron con tal ternura, que Verity sintió el cosquilleo de
siempre en el estómago.
—¡Oh, diablos! —protestó su hermana—. No irás a empezar a besarla otra vez,
¿no?
—Puede que sí —dijo él, arrastrando la voz—. ¡Si pudiera conseguir un poco de
intimidad en esta casa infernal!
—¡Tenéis que salir para la iglesia dentro de una hora! —les recordó Sarah
antes de cerrar la puerta.
Benedict se colocó tras Verity y apoyó las manos en sus hombros.
—¿Te he dicho alguna vez lo preciosa que eres?
—¡No en la última media hora!
—Date la vuelta y deja que vea a mi prometida adecuadamente. En la iglesia no
podré hacerlo —Verity hizo lo que le pedía y él admiró el sencillo corte de su

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

traje de boda de seda, que había insistido en confeccionar ella misma—. Ni esto
—añadió, inclinando la cabeza para besarla.
—Benedict... —susurró ella cuando por fin se separaron para tomar aire.
—Te quiero, Verity —dijo Benedict—. ¿Me crees ahora?
—Mmm —Verity lo creyó después de que le hiciera el amor en la estrecha cama
de su habitación en el anochecer más bello de mayo que podía recordar, la misma
noche en que él lloró al saber que no había habido ningún otro hombre para ella
durante aquellos años. Entonces lamentó parte de su pasado, pero no podía hacer
nada por cambiarlo, y los dos hicieron la solemne promesa de olvidar el pasado—.
Por eso he accedido a casarme contigo — murmuró—. Por amor.
—¿En serio? —preguntó él con suavidad, y Verity se ruborizó levemente
cuando agarró un sobre que se hallaba sobre la cómoda y se lo entregó.
—Es de Jamie —explicó—. Le escribí para decirle que nos íbamos a casar.
—Dime lo que dice.
—¿No quieres leerlo tú mismo? —preguntó Verity, sorprendida, y él negó con la
cabeza.
—Confío en ti, cariño. Y también confío en Jamie Brennan. ¿Qué dice?
—Sólo que va a dejar el St Jude. Siente que ha llegado el momento de
renovarse. Le han ofrecido la posibilidad de dirigir un equipo de investigación en
el hospital de Southbury y va a aceptar. Está muy ilusionado y piensa que es un
lugar muy agradable para que crezca Harriet.
—Lo es.
—Al parecer, un amigo suyo trabaja allí, así que al menos conoce a alguien. Un
tal Leander le Saux.
—He oído hablar de él —dijo Benedict—. Es un pediatra de buena reputación. Y
ahora... —dijo, alzando con la mano la barbilla de Verity para mirarla a los ojos—...
ibas a decirme...
—¿Qué?
—La verdadera razón por la que has aceptado casarte conmigo.
—Primero, porque te quiero —dijo Verity, poniéndose de puntillas para besarlo.
—¿Y segundo?
Verity miró a los ojos del hombre al que adoraba más y más cada día que
pasaba a su lado.
—La respuesta llegará más o menos en navidades —dijo, y al ver que los bordes
de los ojos de Benedict se arrugaban ligeramente debido a una traviesa sonrisa,
exclamó—: ¡Benedict Jackson! ¡Lo sabías! ¡Traidor! ¡Lo sabías!
Abajo, metiéndose un sandwich de salmón ahumado en la boca, Sarah alzó los
ojos al cielo mientras oía unos gritos apagados y luego el largo silencio que los
siguió.
—¡Dios mío! —dijo resignadamente—. ¡Ya han empezado otra vez!

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Sharon Kendrick – Corazón arriesgado

Fin

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