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Nuestro CC regula en el art. 1263 la capacidad para prestar consentimientos. Sin embargo, no
se trata de que el consentimiento pueda ser o no prestado, sino de que el contrato generado
por ese consentimiento sea válido y eficaz.
Por ello, más que de la capacidad para consentir, debe hablarse de capacidad para contratar.
Según dicho art., no pueden prestar consentimiento las siguientes personas:
1. Los menores no emancipados.
2. Los incapacitados: es la sentencia que declara la incapacitación la que establecerá su
extensión, supliendo, en su caso, esa incapacidad por la actuación de su representante
legal.
Son capaces para contratar todas aquellas personas quien la ley no declare expresamente
incapaces para ello.
Un fenómeno distinto de la incapacidad para contratar es el de la existencia de una
prohibición legal que impide a determinadas personas celebrar determinados tipos de
contratos (son casos de prohibición los de los arts. 1459 y 1677).
El autocontrato surge cuando una persona, que puede afectar con su actuación a más de un
patrimonio, crea por su sola voluntad relaciones jurídicas entre ellos, obrando dentro del
círculo de facultades que tiene.
Ejemplo típico es el del representante que, encargado de enajenar una finca, la compra para sí.
Es evidente que, además del poder que ostenta sobre su propio patrimonio, puede obrar con
eficacia directa para el del mandante, y lo ha hecho relacionando ambos con su actuación
unilateral.
Se detecta en el CC y en el de comercio una prohibición de la autocontratación, dado que se
tiende a evitar el conflicto de intereses entre los propios y personales del afectado por la
prohibición y los de los otros por los que hay que velar.
Por lo que respecta a la jurisprudencia, considera que, si bien el CC parece rechazar el
autocontrato, lo hace con la finalidad de prevenir toda colisión de intereses que ponga en
riesgo la imparcialidad del autocontratante, pero sin que en la hipótesis contraria haya razón
legal suficiente para negarle eficacia, como forma lícita y simplificadora del comercio jurídico.
- El problema de la invalidez o validez del autocontrato estriba en determinar si en los
supuestos de hecho en que aquél puede plasmarse hay o no colisión de intereses.
- Si hay colisión de intereses y pese a ello se contrata, la sanción procedente por la que
se inclina la jurisprudencia es la nulidad de pleno derecho.
Posibilidad dice el art. 1272 que no pueden ser objeto de contrato las cosas o
servicios imposibles.
La imposibilidad es la originaria, la existente al celebrarse el contrato, la cual hace al contrato
inexistente o radicalmente nulo.
- Pero la imposibilidad puede ser relativa, o sea, la cosa o servicio es posible, pero el
obligado no puede realizar la prestación a ella atinente.
Por ello, el que se obliga debe cerciorarse si puede cumplir o no la prestación, la
diligencia debe serle exigida ante todo y sobre todo.
Llegado el momento del cumplimiento, no puede alegar que la prestación era
imposible para él desde un principio, porque equivaldría a invocar su falta de diligencia
para excusarse del cumplimiento.
- La posibilidad no excluye la futuridad. Dice el art. 1271 que pueden ser objeto de
contrato las cosas futuras, entendiéndose por ella todo bien inexistente en el
momento de la celebración del contrato, pero que puede existir según el curso normal
de los acontecimientos.
Por último, el art. 1271 excepciona la posibilidad de que las cosas futuras sean objeto
de contrato a la herencia futura.
Licitud este requisito se expresa en el art. 1271 de distinta forma, según se refiera a
las cosas o a los servicios. Para las cosas se exige que no estén fuera del comercio de
los hombres; para los servicios, que no sean contrarios a las leyes y buenas
costumbres.
- Problema distinto es el de las cosas cuyo comercio se encuentra prohibido en
determinadas circunstancias. Un contrato sobre las mismas no supone que le falte un
presupuesto. Podrá recibir las sanciones administrativas o penales correspondientes, o
considerarse como un contrato con causa ilícita o un contrato prohibido, pero nunca
como un contrato al que le falte su objeto.
Determinación a tenor del art. 1273, el objeto de todo contrato debe ser una cosa
determinada en cuanto a su especie. La indeterminación en la cantidad no será
obstáculo para la existencia del contrato, siempre que sea posible determinarla sin
necesidad de nuevo convenio entre los interesados.
- El objeto puede estar perfectamente determinado en un principio, o relativamente
indeterminado, como cuando se señala el género al que la cosa pertenece. En suma, el
objeto puede ser determinado o determinable.
- La determinación del objeto del contrato dentro del género señalado por las partes, la
fijación del quantum de la prestación o de su calidad puede quedar confiada al arbitrio
de un tercero. La falta de equidad de éste determina que la decisión sea impugnable.
Si las partes no han fijado a qué tipo de arbitrio ha de someterse el tercero, habrá que
estimar que será el de equidad.
C. LA CAUSA
El art. 1275 establece que los contratos sin causa, o una causa ilícita, no producen efectos. Es
ilícita la causa cuando se opone a las leyes o a la moral.
Sin embargo, el concepto de causa no se ha elaborado con la precisión que requiere.
Según el art. 1274:
- En los contratos onerosos se entiende por causa la prestación o promesa de una cosa
o servicio.
- En los remuneratorios, el servicio o beneficio que se remunera.
- Y en los de pura beneficencia, la mera liberalidad del bienhechor.
Esta definición se revela limitada y, además, no dice cuál sea la causa del contrato oneroso,
sino la de cada una de las obligaciones de las partes.
Las teorías sobre la causa siempre se han empeñado en distinguirla adecuadamente de los
propósitos empíricos de las partes. La voluntad de éstas se dirige hacia un fin abstracto, típico
y constante, o hacia un fin socialmente útil.
- Situándonos en el terreno de los propósitos empíricos de las partes es posible dar
adecuada respuesta al tema de la causa y comprender por qué hay causas ilícitas que
anulan el negocio.
- Permaneciendo anclados en los fines abstractos, en cambio, se nos escapa la esencia
del problema.
En tal sentido, la causa puede ser definida como el propósito de alcanzar un determinado
resultado empírico con el negocio.
El propósito ha de ser común a las partes o, por lo menos, si una de ellas lo ha tenido, ha sido
reconocido y no rechazado por la otra.
Cuando no exista un propósito específico, la causa se encuentra simplemente en el propósito
de alcanzar la finalidad genérica del negocio.
- La jurisprudencia del TS ha separado constantemente la causa del contrato de los
motivos o móviles que impulsan a las partes a su celebración.
Acoge siempre la concepción más radicalmente subjetiva de la causa, que la equipara
a los móviles de las partes, cuando se persigue con el contrato un fin ilícito o inmoral.
También ha ensanchado el art. 1274, al acoger como causa las obligaciones morales o
de conciencia, considerando válidas y eficaces las obligaciones civiles que se contraen
para cumplir aquéllas.
Según el art. 1270, para que el dolo produzca la nulidad de los contratos, deberá ser grave y no
haber sido empleado por las dos partes contratantes.
- El dolo grave es el que da causa al contrato.
- Y el dolo incidental es aquel que recae sobre circunstancias de orden secundario, el
cual sólo obliga al que lo empleó a indemnizar daños y perjuicios.
Pero no toda conducta positiva u omisiva dolosa tiene trascendencia jurídica, pues existe el
dolus bonus, que es el margen de maniobras dirigidas a conseguir que se contrate, tolerado
por la conciencia social porque se trata de valores entendidos, es decir, maniobras que
cualquier persona puede fácilmente reconocer (propaganda).
F. LA ABSTRACCIÓN DE LA CAUSA
Se permite en nuestro ordenamiento jurídico civil, sin que ello signifique ausencia de causa ni
admisión de contratos puramente abstractos.
- Negocio jurídico abstracto es el que produce sus efectos jurídicos desvinculados de la
causa.
La causa podrá no existir por ser absolutamente simulada, pero no por eso dejan de originarse
los efectos negociales.
La doctrina del negocio jurídico abstracto hay que examinarla en nuestro CC en relación con el
art. 1277, según el cual aunque la causa no se exprese en el contrato, se presume que existe u
que es lícita mientras el deudor no pruebe lo contrario.
No obstante, nuestro sistema jurídico rechaza la posibilidad de una transmisión abstracta de la
propiedad y demás derechos reales sobre los bienes.
El contrato es aquí la justa causa de la entrega. Una tradición que no esté vinculada a un
contrato traslativo de dominio (compraventa) no transfiere éste.
La conditio iuris:
Supone la subordinación de la eficacia del negocio jurídico, por disposición de la ley, al
cumplimiento de un acontecimiento futuro e incierto.
B. EL TÉRMINO
Indica el momento temporal en que finalizan o se inician los efectos del negocio jurídico. Se
refiere a un momento futuro, pero cierto.
Ese momento puede designarse con la mención de un día, pero también por la fijación de un
evento que se producirá necesariamente. De ahí la fundamental distinción entre término
certus an et quando (se sabe que el momento llegará y cuándo) y certus an et incertus quando
(se sabe que el momento llegará, pero no cuándo).
Término inicial marca el comienzo de los efectos.
Término final marca la extinción de los mismos.
Término esencial el negocio jurídico ha de cumplirse necesariamente con su
llegada, pues la prestación ejercitada fuera de ese término no satisface el interés.
C. EL MODO
Implica una carga o gravamen que acompaña siempre a una liberalidad o a una institución de
heredero y legado.
El gravado con el modo está obligado a cumplir una determinada conducta. Esta obligación
que asume al aceptar la libertad no es su contraprestación, pues la atribución sigue siendo
gratuita, sino que lo que ocurre es que en su causa (liberalidad) se causaliza también el
propósito de obtener un determinado resultado.
El modo, pues, es una prestación que ha de cumplir el destinatario de una atribución gratuita,
impuesta por el que la realiza (disponente). El ordenamiento jurídico sólo consiente su juego
en la donación y en la institución de heredero o legatario.