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Análisis de la definición:
1. Se destaca la naturaleza del contrato al decir que el contrato es un acto jurídico (acto
voluntario licito que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o extinción de
relaciones o situaciones jurídicas, art 259).
2. Se habla de partes y no de personas: si bien en un contrato siempre intervienen
personas, lo importante (más que hayas personas) es que haya un centro de interés. “Parte” es un
centro de interés y cada parte puede estar compuesta por una o por varias personas (ejemplo:
copropietarios de una casa la venden; o son varios los compradores).
3. Se pone en evidencia que lo importante es que exista el consentimiento y no solo una
declaración de voluntad, pues esta puede comprender distintas situaciones más allá de los
contratos. El consentimiento es un elemento esencial del contrato; no hay contrato si no hay
consentimiento.
4. La finalidad del contrato no se limita a “reglar los derechos”, sino que es más amplia: el
contrato puede tener como finalidad crear, regular, modificar, transferir o extinguir relaciones
jurídicas patrimoniales.
5. Se destaca el aspecto patrimonial del contrato: la construcción jurídica elaborada por las
partes debe referirse a relaciones jurídicas patrimoniales.
La definición dada por el Código Civil y Comercial hace hincapié en dos aspectos
importantes: por un lado, el acuerdo de voluntades manifestado en el consentimiento tiende a
reglar relaciones jurídicas con contenido patrimonial. Por otro lado, recepta un contenido amplio
del contrato, desde que abarca no solo la creación de tal relación jurídica, sino también las
diferentes vicisitudes que ella puede tener, como por ejemplo la trasferencia a terceros de las
obligaciones y derechos que nacen del contrato y hasta la extinción misma del contrato por
acuerdo de voluntades.
La naturaleza jurídica del contrato: es el acto jurídico (art 259), que es el acto
voluntario lícito que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o extinción de
relaciones o situaciones jurídicas. El acto jurídico es el género y el contrato la especie. Y tiene
las siguientes características específicas:
a. Es bilateral, requiere el consentimiento de 2 o más partes.
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b. Es un acto entre vivos.
c. Tiene naturaleza patrimonial.
El interés puede o no ser patrimonial, pero la prestación es patrimonial. (En clases)
Para que nazca debe ser bilateral, pero una vez que nace puede ser unilateral. (en clases)
Todo contrato es una convención, pero no toda convención es un contrato. (en clases)
Para precisar la naturaleza del contrato, hay que ver sus puntos de contacto y diferencias
con la ley, el acto administrativo y la sentencia:
La ley: ley y contrato tienen un punto de contacto: ambos constituyen una regla jurídica
a la cual deben someterse las personas. El art. 4 dispone que las leyes son obligatorias para todos
los que habitan el territorio de la Republica, mientras que el art. 959 establece que todo contrato
válidamente celebrado es obligatorio para las partes. En cuanto a las diferencias: la ley es una
regla general a la cual están sometidas todas las personas; ella se establece teniendo en mira un
interés general o colectivo. El contrato en cambio, es una regla solo obligatoria para las partes
que lo han firmado y sus sucesores; se contrae teniendo en mira un interés individual. De ahí que
los contratos estén subordinados a la ley; las normas imperativas no pueden ser dejadas de lado
por los contratantes, quienes están sometidos a ellas, no importa lo que hayan convenido en sus
contratos. Además, la ley no requiere de prueba y difiere del contrato en sus efectos y vigencia.
Con el acto administrativo: son actos administrativos los que emanan de un órgano
administrativo en el cumplimiento de sus funciones; son pues de la más variada naturaleza y en
principio, no exigen el acuerdo de voluntades propio del contrato, aunque hay actos
administrativos de naturaleza contractual. Normalmente, los actos administrativos tienen efectos
análogos a la ley, siempre que se dicen ajustándose a ella y a la constitución.
Si se trata de actos administrativos de naturaleza contractual, hay que distinguir entre
aquellos en los cuales el Estado actúa como poder público, esto es, como poder concedente (por
ejemplo, la concesión a un particular de la prestación de un servicio público) y aquellos otros en
los que actúa como persona de derecho privado. En el primer caso, Estado y concesionario no se
encuentran en un plano de igualdad: el Estado como poder concedente, mantiene la totalidad de
sus prerrogativas inalienables; y en cualquier momento, sin que haya extinguido el termino
contractual, puede ejercitar su derecho de intervención, exigir la mejora del servicio, su
ampliación o modificación. En el segundo caso, o sea, cuando el Estado actúa en calidad de
persona de derecho privado, los contratos que celebra están regidos supletoriamente por el
derecho civil, es decir, en aquello que no está específicamente regulado, se aplicaran las normas
del derecho común. Por ejemplo, cuando el Estado toma en alquiler la casa de un particular con
destino a sus oficinas, escuelas, etc., en cuyo caso el contrato se rige por las normas
administrativas y en subsidio, por las de locación establecida en el CC y C (art 1193).
Con la sentencia: tanto la sentencia como el contrato definen y precisan los derechos
de las partes. Pero hay entre ellos profundas diferencias: 1) el contrato es un acuerdo de dos o
más personas; la sentencia es la decisión del órgano judicial y por lo tanto un acto unilateral; 2)
el contrato señala generalmente el comienzo de una relación jurídica entre dos o más personas
(aunque también hay contratos extintivos); la sentencia da la solución a las divergencias nacidas
de ese contrato; 3) la sentencia tiene ejecutoriedad, es decir, puede pedirse su cumplimiento por
medio de la fuerza pública; el contrato carece de ella, para que tenga ejecutoriedad es preciso que
previamente los derechos que surgen de él hayan sido reconocidos por una sentencia; 4) la
sentencia resuelve cuestiones patrimoniales y no patrimoniales, el contrato solamente tiene como
objeto el que sea susceptible de valoración económica.
Hay sin embargo una hipótesis de aproximación entre contrato y sentencia: la
transacción que pone fin a un pleito por acuerdo de voluntades de los propios litigantes. La
transacción, como la sentencia, pone fin a un pleito, define los derechos de las partes y una vez
homologada judicialmente, tiene ejecutoriedad. Subsiste empero una diferencia sustancial: que la
transacción no emana, como la sentencia, de un órgano judicial.
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Libertad de contratación:
Art 958: las partes son libres para celebrar un contrato y determinar su contenido, dentro de
los límites impuestos por la ley, el orden público, la moral y las buenas costumbres.
Esta libertad de contratación implica que las personas tienen la libertad de decidir
contratar o no, elegir con quien contratar y además, de determinar el contenido del contrato (tipo
de contrato, modalidades, plazos, etc.).
Esta libertad deriva del principio de la autonomía de la voluntad, previsto en la CN art
19 in fine, por el cual ningún habitante de la nación puede ser privado de lo que la ley no
prohíbe, ni obligado a hacer lo que ella no manda.
Sin embargo, esta libertad tiene límites que el propio art 958 señala:
1. Límites impuestos por la ley:
En algunos casos, la ley obliga a celebrar un contrato (ej.: el que tiene un auto debe
contratar un seguro de responsabilidad civil. Los empleadores deben contratar con una ART,
Aseguradora de Riesgos de Trabajo).
En otros casos, la ley determina el contenido de la relación contractual (ej.: en el
contrato de trabajo: horarios, sueldos, vacaciones, indemnizaciones, etc.).
O regula de forma especial determinadas relaciones contractuales (para evitar abusos)
tal el caso de los contratos de adhesión y los contratos de consumo.
2. Límites impuestos por el orden público: en razón del orden público, el Estado regula
y limita las relaciones contractuales de los particulares (ej.: leyes de emergencia económica,
leyes cambiarias, leyes impositivas, etc.) ya que “las convenciones particulares no pueden dejar
sin efecto las leyes en cuya observancia está interesado el orden público (art 12 CCyC).
3. Límites impuestos por la moral y las buenas costumbres: la moral y las buenas
costumbres, si bien son conceptos variables a través de los años, también son un límite que, en
general sirve para que la libertad de contratar no sea puesta al servicio de algo indecente o
inmoral (ej.: contrato en que los participantes de un programa de TV se obligan a mantener
relaciones sexuales en vivo).
Función social: no solo sirve para la satisfacción de necesidades individuales, sino que es
además medio de cooperación o colaboración entre los hombres. Se relaciona con el principio de
buena fe.
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Convención jurídica: se refiere a todo acuerdo de voluntades de carácter no patrimonial,
pero que goza de coacción jurídica, como puede ser el acuerdo sobre la forma de ejercer la
denominada responsabilidad parental respecto de los hijos convenidos por sus padres divorciados
(art. 439).
Tutela constitucional:
Existe un proceso de constitucionalizacion del Derecho Civil y una comunicación
creciente de las esferas de lo público y lo privado y dentro de este fenómeno hay una clara
relación entre Constitución y contrato, que el Código Civil y Comercial ha desarrollado de
manera plena.
Esto presenta varios campos de interés:
1. Intervención de orden público por razones de emergencia económica: el legislador
modifica, directa o indirectamente lo dispuesto por las partes, en razón de una situación de
emergencia económica, lo cual plantea el problema de determinar hasta qué punto el contrato
puede ser intervenido.
2. Influencia de los derechos fundamentales sobre el contrato: los derechos
individuales como la discriminación, el derecho a las prestaciones de salud, al respeto de la
dignidad de la persona, tienen influencia en los contratos.
3. Influencia sobre el objeto y la causa: el texto constitucional es susceptible de una
lectura moral, en la medida en que consagra valores y principios, los que tienen una clara
influencia sobre la consideración del objeto y causa.
4. Protección de la capacidad y voluntad: ha tomado potencia a partir de la aprobación
de tratados de derechos humanos que se refieren a los niños, personas con problemas de salud
mental, etc.
5. Protección constitucional del consumidor: la mayoría de las constituciones, entre
ellas la argentina, reciben los derechos de los consumidores y varios de ellos se refieren a los
contratos, lo que ha sido regulado sistemáticamente en el CCyC.
6. Contratos sobre bienes colectivos: la constitución respeta los bienes de incidencia
colectiva, estableciendo una prioridad de la esfera social, lo cual influye sobre los contratos que
tienen por objeto estos bienes.
7. Tutela de la autonomía privada: la pregunta fundamental es si el contrato tiene una
tutela constitucional y en su caso de que tipo, lo que permite responder con más claridad a la
intervención admisible.
8. La argumentación constitucional en casos contractuales: se asiste a un proceso de
materialización de la regla contractual, que la coloca en el contexto de principios y valores de
rango constitucional, de gran importancia para el razonamiento legal.
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protege al emisor de la declaración de voluntad: el error, dolo, violencia y lesión responden a
este propósito.
Esta garantía protege también al receptor: el principio de confianza o buena fe-lealtad
ha llevado a la elaboración de nociones como reconocibilidad del error, consentimiento presunto.
En este sentido la voluntad se conforma cada vez menos en base a las intenciones no
comunicadas, dándole prevalencia a la declaración.
Son normas que modifican la voluntad en estado puro, ya sea porque protegen al emisor
o porque siendo recepticias, se ocupan del destinatario. Ello es así, porque en el consentimiento
contractual ambas voluntades se implican mutuamente, se integran, cada una tiene lo que le falta
a la otra.
El código adopta un sistema innovador, dividiendo las reglas de los contratos en dos
títulos: por un lado los contratos entre iguales, y por otro, aquellos que se celebran dentro de las
relaciones de consumo. De esta manera, el orden público de protección de la parte débil es
generalizado y se extiende a todo aquel que celebra un contrato de consumo.
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Este orden público se refiere al objeto y a la causa, no al proceso de formación del
consentimiento.
El orden público de coordinación contiene normas prohibitivas de las reglas de
autonomía privada que no se ajustan a los valores del ordenamiento jurídico. En el CCyC
identificamos disposiciones de este tipo:
Cuando se protegen los atributos de la persona, su dignidad, la moral y las buenas
costumbres, a través del instituto de la ilicitud del objeto del acto jurídico (279) del contrato
(1004 y 1097).
Cuando se regula el patrimonio, como atributo de la persona, por ejemplo, prohibiendo
la donación de todos los bienes presentes (1551).
Cuando se excluye el libre comercio de algunos bienes (234).
Acto jurídico: es un acto voluntario lícito, que tiene por fin inmediato crear, modificar,
transferir o extinguir relaciones o situaciones jurídicas (art. 259). El acto jurídico puede ser
unilateral, bilateral o plurilateral, en el sentido de que se forma con la voluntad de una parte, de
dos o más. Puede ser entre vivos o mortis causa, porque su eficacia depende del fallecimiento de
aquel de cuya voluntad emana (art 2462).
El contrato es un acto jurídico bilateral entre vivos. El código trae numerosas
disposiciones para esta categoría que son aplicables a los contratos: simulación, fraude, formas,
instrumentos públicos, privados y particulares, nulidad de los actos jurídicos.
Acto jurídico plurilateral: ¿Qué sucede cuando hay más de dos partes? Estamos en
presencia de un acto jurídico plurilateral. Hay contratos plurilaterales, como la sociedad y los
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contratos asociativos. El CCyC establece que las normas de los contratos bilaterales se aplican
supletoriamente (y en cuanto compatibles) a los contratos plurilaterales (960). A su vez, en una
norma específica sobre la formación del consentimiento, el art. 977 dispone que si el trato ha de
ser celebrado por varias partes y la oferta emana de distintas personas o es dirigida a varios
destinatarios, no hay contrato sin el consentimiento de todos los interesados, excepto que la
convención o ley autoricen a la mayoría de ellos para celebrarlo en nombre de todos o permitan
su conclusión solo entre quienes lo han consentido.
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•Contrato de consumo: El celebrado entre un consumidor o usuario final con una persona
humana o jurídica que actúe profesional u ocasionalmente o con una empresa productora de
bienes o prestadores de servicios, pública o privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o
goce de los bienes o servicios por parte de los consumidores o usuarios para su uso privado,
familiar o social.
Una de las partes es considerada consumidor y la otra proveedor.
Consumidor directo: Es aquel que genera el vínculo con el proveedor en forma directa.
Consumidor equiparado: Son miembros del grupo familiar o social que se constituyen en
beneficiarios del bien o del servicio adquirido por el consumidor y serán considerados con los
mismos derechos que el consumidor directo.
Gratuita
Dada en soporte físico: excepto en el que el consumidor opte por usar otro medio
alternativo de comunicación que el proveedor ponga a disposición.
La carga de prueba está en el proveedor, que es quien debe demostrar que ha cumplido.
La publicidad debe ser regulada en algunos aspectos para que no se convierta en
abusiva. La publicidad es considerada incluida en el contrato y obligan al oferente, es decir, tiene
efecto vinculante respecto del contrato (Art. 1103).
Se considera publicidad ilícita a la cual contenga indicaciones falsas que induzcan o
puedan inducir a error al consumidor, cuando recaigan sobre elementos esenciales del producto o
servicio; efectúe comparaciones de bienes o servicios cuando sean de naturaleza tal que
conduzcan a error al consumidor y; sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a
comportarse de forma peligrosa para su salud o seguridad.
Contra la publicidad ilícita están legitimados para iniciar acciones tanto el consumidor
afectado, como otros legalmente legitimados: Asociaciones de protección de los derechos del
consumidor, el Ministerio Público Fiscal y los órganos de aplicación de la Ley de Defensa del
Consumidor.
Prácticas comerciales agresivas: Son las que vulneren la libertad de elección del
consumidor forzándolo a tomar decisiones bajo acoso, coacción o influencia indebida. A la hora
de valorar la agresividad de una práctica hay que tener en cuenta: la naturaleza, duración y lugar
de la práctica, el empleo de un lenguaje amenazador, la explotación de una circunstancia para
influir en la decisión del consumidor y cualquier condición no contractual desproporcionada
impuesta al consumidor que quiere ejercitar sus derechos contractuales.
La celebración de un contrato bajo estas condiciones, traerá al consumidor la
posibilidad de revisar el contrato.
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Trato digno: Los proveedores deberán garantizar condiciones de atención y trato digno y
equitativo a los consumidores y usuarios. Deberán abstenerse de desplegar conductas que
coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias. No podrán
ejercer sobre los consumidores extranjeros diferenciación alguna sobre precios, calidades
técnicas o comerciales o cualquier otro aspecto relevante sobre los bienes y servicios que
comercialice.
El incumplimiento del proveedor a brindar un trato digno, acarreará el deber de reparar
todos los perjuicios patrimoniales y extra patrimoniales causados al consumidor.
Modos especiales de los contratos de consumo.
Contratos celebrados fuera del local comercial: Es el que resulta de una oferta o
propuesta sobre un bien o servicio concluido en el domicilio o lugar de trabajo del consumidor,
en la vía pública, o por medio de correspondencia, los que resultan de una convocatoria al
consumidor o usuario al establecimiento del proveedor o a otro sitio, cuando el objetivo de dicha
convocatoria sea total o parcialmente distinto al de la contratación, o se trate de un premio u
obsequio. La nota característica de estos contratos está dada porque el bien o servicio lo
sorprende en su casa, en la vía pública o en su buena fe, invitándolo a concurrir a un evento para
luego instarlo a la suscripción de un contrato. Esta situación de "invasión" al consumidor ha
llevado al legislador a concluir que violenta la libertad de elección del consumidor, en tanto, no
ha tenido este tiempo suficiente para reflexionar respecto de la conveniencia de la contratación.
Es por ello, que a los fines de contrarrestar los efectos de estas técnicas de comercialización, se
le ha concedido al consumidor el derecho a revocar el contrato.
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Plazo para el ejercicio de la revocación: El plazo es de diez días corridos, el cual se
computa o bien desde la celebración del contrato, o bien desde la recepción del bien; lo que
ocurra después. Si el plazo concluye un día inhábil, se extiende hasta el próximo día inhábil. Este
plazo no puede ser renunciado, ni reducido por las partes, en tanto es de orden público.
Asimismo, se establece el deber del proveedor de notificarle al consumidor su derecho a revocar
el contrato. Si no cumpliere, no se extinguirá el derecho a revocar una vez cumplidos los diez
días.
Forma y plazo para ejercer la revocación: El Código señala que la revocación se efectúa
notificando por escrito o por medios electrónicos al proveedor de la voluntad de ejercer la
opción; o bien "devolviendo" la cosa. Pero el artículo 34 establece que el consumidor ejerce su
derecho poniendo la cosa a disposición del proveedor. No es lo mismo "devolver" que "poner a
disposición", ya que la primera es más gravosa para el deudor, porque le exige una serie de
actividades y molestias. En esta contradicción, debe primar la solución del artículo 34, en tanto
es la norma más favorable y el consumidor se liberará notificando al proveedor de su voluntad de
ejercer el derecho y poniendo la cosa a disposición de éste.
Efectos de la revocación: Una vez efectivizada la revocación, las partes quedan liberadas,
debiéndose devolver mutuamente las prestaciones recibidas. La situación se retrotrae pues al
momento anterior a la celebración del contrato.
• Contratos conexos: Art 1073. Hay conexidad cuando dos o más contratos autónomos
se hayan vinculados entre sí por una finalidad económica común previamente establecido, de
modo que uno de ellos ha sido determinante del otro para el logro del resultado perseguido. Ésta
finalidad puede ser establecida por la ley, expresamente pactada, o derivada de la interpretación,
conforme con o que se dispone en el art. 1074.
1074: Los contratos conexos deben ser interpretados los unos por medio de los otros,
atribuyéndoles el sentido apropiado que surge del grupo de contratos, su función económica y el
resultado perseguido.
1075: Efectos: Según las circunstancias, probada la conexidad, un contratante puede
oponer las excepciones de incumplimiento total, parcial o defectuoso, aún frente a la inejecución
de obligaciones ajenas a su contrato. Atendiendo al principio de la conservación, la misma regla
se aplica cuando la extinción de uno de los contratos produce la frustración de la finalidad
económica común.
En este caso, existe una pluralidad de contratos donde se conserva la individualidad del
negocio, pero en las cuales las vicisitudes (serie de circunstancias cambiantes) de uno de ellos
puede repercutir en el otro u otros. Estos contratos tienen como característica: a) la coexistencia
de dos o más contratos autónomos. b) conexión relevante entre ellos, a partir de la existencia de
una finalidad económica común, que encontrará en la causa fin su principal sustento; donde
intervienen más de dos sujetos (personas físicas o jurídicas) pero uno de ellos (parte o tercero)
ejerce una posición dominante.
La finalidad común habilita a uno de los contratantes a oponer la excepción de
incumplimiento contractual, aún frente a la inejecución de obligaciones ajenas a su contrato e
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incluso podrá requerir la extinción del contrato por él celebrado, si la extinción de otros de los
contratos conexos produce la frustración de la finalidad económica común (1075).
Hipercentros de consumo:
SEGÚN CODIGO DEROGADO:
El desarrollo de estas nuevas situaciones de asociación de empresas tal como se da, es
una cuestión de investigación en que no nos encontramos preparados desde la órbita del derecho,
ya que nos enfrentamos a un fenómeno económico distinto y nuevo.
Tenemos la obligación de escribir sobre estos temas, formulando teorías que surjan de
la observación directa de estas nuevas situaciones, sin pretender ajustar la realidad a moldes de
las concepciones teóricas prevalecientes y sin recurrir a lo que podríamos denominar "mitología
del desarrollo" (todo es aceptable porque necesitamos crecer) y sólo poner el acento en
el crecimiento económico (por necesidad histórica de desarrollo). La experiencia enseña que,
dentro de un sistema económico de empresa privada, las oscilaciones de la economía no tienen
autorregulación (la competencia es imperfecta), sobre todo en los países subdesarrollados. Por
ello es necesario poner en movimiento "factores que compensen o nulifiquen", evitando daños
irreparables en los "seres humanos aislados o por sectores", que no poseen poder en la
contratación.
Estas empresas con su asociación (v.gr., hipermercados shopping-center) pretenden, a
partir de la oferta de productos en apariencia competitivos, incentivar el consumo, ampliando su
mercado por efecto de la complementariedad de cosas y servicios, propendiendo a aumentar
su tasa de ganancia por concentración de funciones, o dicho de otra forma, realizar un ahorro en
costos, por ejemplo, servicios unificados, edificio único, etcétera.
El efecto es que la demanda de bienes y servicios crece a ritmo acelerado (en
comparación con negocios individuales), y simultáneamente con este beneficio comercial
comienzan a aparecer los problemas jurídicos (en relación simétrica al aceleramiento); así,
primero fueron los laborales, luego los impositivos, ahora podemos señalar los contractuales
civiles y comerciales, por ejemplo, responsabilidades de pequeñas empresas que carecen de
decisión en la asociación, vicios redhibitorios o responsabilidades por productos alimenticios
elaborados.
Debemos entonces analizar la situación a distintos niveles, y el negocio económico debe
tomar en cuenta otras circunstancias que también son trascendentes —v.gr., sociales—, para
evitar consecuencias que puedan resultar irremediables.
Los hombres de negocios se distinguen fundamentalmente del hombre común porque
toman decisiones, y como consecuencia de ello emprenden actividades a las que asignan
determinados recursos, de los cuales pretenden obtener una rentabilidad, con el menor riesgo
posible. Art. 902 del Cód. Civil y los estándares objetivos de profesionalidad comercial).
Esta decisión es un acto de elección entre situaciones posibles y no es ejercida en absoluta
libertad, ya que la comunidad determina ciertas pautas de "ordenación" y aún más, hay ciertas
circunstancias en donde determinados derechos individuales sólo pueden ser dejados de lado —
en el campo patrimonial— con su debida contraprestación, por ejemplo, la expropiación.
Cuando se determina una asociación de empresas —hipermercado—, la acción no se
concreta por el azar.
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En tal circunstancia se mide cada paso, desde el "ambiente diferente" que se genera —a
veces real, otras por la mera publicidad creativa o imaginativa— pasando por el nivel o categoría
de empresas participantes, hasta la selección del grupo o sectores consumidores.
Toda esta conducta de deliberación cuidadosa en la planificación, tiene una finalidad:
recoger las ganancias del negocio en concreto y además generar futuras consecuencias
económicas, dentro de la misma situación o en relación con acontecimientos exteriores (v.gr.,
posiciones de predominio).
No pretendemos realizar un análisis profundo y puntilloso del tema, pero tratamos de
transmitir un "realismo económico". Este tipo de asociación tiene por mira una "clarificación" de
expectativas, de forma de mensurar estadísticamente los riesgos negóciales, angostamiento de
espacios, costos, etc. Tal "acontecimiento económico" —la asociación de empresas— no puede
ser como una "esquina ciega" (como la llama el economista inglés Shackle), es decir, sólo por sí
y sin visión para los demás problemas que ella genera, creando una incertidumbre jurídica.
De este modo, debe desecharse la explicación de que dada la importancia de la
inversión no debe tener riesgos, más allá de la finalidad que fija el propio negocio (pensando en
rendimiento de valores y no de desarrollo como objetivo final), porque de lo contrario no se
haría.
Las empresas como tales producen sus bienes en lugares distintos (desde el punto de
vista de la fabricación) de tal forma que estas fases de los procesos están o pueden estar
dispersas, y ni siquiera están coordinadas entre sí; son, pues, verdaderamente autónomas.
Ello implica que carecen de un plan común para su elaboración, lo cual indica que
existe capital individual ligado con el desarrollo de cada empresa.
Esta es la situación real de la elaboración de los bienes; sin embargo, diferente es la
situación para la comercialización, pues allí aparecen ligados en una serie de aspectos y
pretendemos probar que también lo están mediante un capital de afectación.
Sin duda, se presenta un sinnúmero de dificultades para el estudio de esta
"concentración o asociación de capitales" que nacen, en primer lugar, por pretender mantener el
concepto expuesto de capital individual o autónomo.
Cuando señalamos lo que aquí denominamos "capital de afectación" (como algo nuevo
y distinto de los capitales autónomos) significa que mediante aquél se constituye un centro de
disposición de flujo de bienes en circulación.
Este proceso apunta a la creación debocas de expendio para los consumidores, con un
ingrediente importante, la segmentación de la actividad elaboradora y la integración con otras
empresas en la comercialización.
De esta manera, se incrementa en escala el proceso de acceso al público (incluso con
acceso gratuito al estacionamiento).
Esta reagrupación de capitales, que va a constituir este nuevo capital —autónomo— de
afectación, debemos regularlo, ponerle orden normativo, establecer el alcance para las empresas
o entidades que lo constituyen y la tipología de esta asociación (concentración horizontal o
vertical), etcétera.
El primer paso viene dado de lo económico, y es admitir que esta asociación de
capitales intenta incrementar la comercialización de bienes, de tal forma que sería imposible
hacerlo para cada capital individua l.
Se puede presentar de diversas maneras: como concentración simple de capitales, es
decir, mediante el aporte —en distintas proporciones— para la formación del centro de compras
o hipermercado (esto puede disfrazarse como alquileres adelantados, aportación de espacios o
usufructo de locales a noventa y nueve años, etc.) con adjudicación de partes;
como concentración compleja de capitales, que a lo ya expuesto se le suma
una cuota de poder, si el aporte es superior al porcentaje preestablecido, etcétera.
Puede también ser de integración inmediata o discontinua, en función del tiempo de
distintos segmentos de aportes, que constituirán posteriormente el capital. A veces, está también
en relación con los procesos de construcción y puesta en marcha del centro.
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Lo concreto, y para no extendernos demasiado en esta introducción, es que con
esta asociación de capitales, absorbidos de diversos modos, se genera un nuevo capital de
afectación, distinto de los individuales, reagrupados para buscar una nueva forma de desarrollo.
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Por esta razón nos interesa hablar fundamentalmente de la idea de ligazón por
el multicontrato, quebrando así la visión tradicional del aporte de dinero como accionista (aun
cuando luego se encubra mediante esta especie jurídica, al establecer los valores proporcionales).
Decimos que este nuevo ente (que podría revestir cualquier forma jurídica) es una
"nueva esfera de afectación", con poder jurídico concreto, con la consiguiente gama de derechos
y obligaciones, no todas de análisis claro y definitorio, pero que intentaremos esbozar.
Las empresas pequeñas; medianas o los comerciantes unipersonales —incluso sin
participación de capital en la nueva empresa— se establece una relación de locación de
inmuebles, con todas las implicancias jurídicas que ello determina, además del franchising y
otras.
La pregunta que surge rápidamente es: ¿esta "relación locativa" limita todos los efectos
para los terceros a esa situación? La responsabilidad —en sus diversas formas— se expande para
la empresa por situaciones que puedan presentarse, por ejemplo, despidos en el ámbito laboral o
intoxicaciones en la rama alimenticia.
Una segunda situación que suele presentarse es la que reviste el carácter jurídico
de usufructo, típico caso de las empresas multinacionales que invierten sumas importantes y la
figura de la locación con las características legales no les interesa, pues tiene límite de diez años
y no les permite amortizar la inversión, y el carácter de locatario no las autoriza a ser parte
importante en el nuevo ente.
Las mismas preguntas que hemos formulado respecto de la locación, caben aquí.
Por último, también es asidua la figura jurídica del franchising.
La situación desde la óptica jurídica es compleja, sin que aún hayamos adicionado
ciertas variantes, como son la posibilidad de cesión del derecho de locación, de usufructo e
incluso sucesivas ventas de locales o franchising. Se trata de nuevas fórmulas económico-
jurídicas, distintas de los moldes tradicionales.
Son unilaterales, por ejemplo, la donación (art. 1542), el comodato (art. 1533).
Se denominan bilaterales, sinalagmáticos o con prestaciones recíprocas los contratos
que a partir de su perfeccionamiento engendran obligaciones recíprocas para todas las partes
intervinientes. Las obligaciones son recíprocas cuando existe correspondencia entre una y otra,
interdependencia entre ellas. Ejemplo: la compraventa (art. 1123), la permuta (art. 1172), el
suministro (art. 1176), la locación (art. 1187).
Contratos plurilaterales: Son los contratos celebrados por más de dos partes. Las
obligaciones no son correlativas para las partes, sino que cada una adquiere derechos y
obligaciones respecto de todas las demás. A su vez, las obligaciones de las partes pueden ser de
objeto diferentes que confluyen en un fin común; admite el ingreso de nuevas partes o el retiro
de alguna de ellas y el incumplimiento de unas de las partes no acarrea inexorablemente la
resolución del contrato ni permite oponer la excepción de incumplimiento. Ejemplo: contrato
de juego o contrato de creación de una sociedad.
Art. 967 Contratos a título oneroso y a título gratuito. Los contratos son a título
oneroso cuando las ventajas que procuran a una de las partes les son concedidas por una
prestación que ella ha hecho o se obliga a hacer a la otra. Son a título gratuito cuando aseguran a
uno o a otro de los contratantes alguna ventaja, independiente de toda prestación a su cargo.
En los onerosos ambas partes afrontan y obtienen sacrificios y ventajas. En los gratuitos,
una sola de las partes afronta un sacrificio, mientras que la otra recibe una ventaja. La
clasificación enunciada en esta norma no debe confundirse con la del artículo anterior, pues en
este caso no se tiene en cuenta el número y reciprocidad de las obligaciones, sino exclusivamente
las ventajas comparadas con los sacrificios. Todo contrato bilateral es oneroso, porque cada una
de las partes se obliga para que el otro dé o haga algo, en ello radica la onerosidad, criterio
adoptado para la diferenciación.
En los contratos plurilaterales la onerosidad tiene en consideración la finalidad común
que surge de la sumatoria de las contribuciones del conjunto y no puntualmente la valoración de
las prestaciones a cargo de cada uno de los sujetos.
No todo contrato unilateral es gratuito. La gratuidad es, por definición, una liberalidad o
beneficio; se da algo sin tener en consideración una contraprestación (donación).
Art. 968 Contratos conmutativos y aleatorios. Los contratos a título oneroso son
conmutativos cuando las ventajas para todos los contratantes son ciertas. Son aleatorios, cuando
las ventajas o las pérdidas, para uno de ellos o para todos, dependen de un acontecimiento
incierto.
Dentro de la categoría de los contratos a título oneroso, que surge de la distinción
contenida en el artículo anterior, se diferencian los contratos conmutativos —identificándolos
como aquellos en los que las obligaciones a cargo de cada una de las partes pueden ser
determinadas con cierto grado de certeza cualitativa y cuantitativa al tiempo del
perfeccionamiento del consentimiento— de los aleatorios, caracterizados como aquellos en los
que las pérdidas o las ventajas para una o para todas las partes involucradas dependen de un
acontecimiento incierto.
Solo los conmutativos están sujetos a resolución o reducción de las prestaciones
excesivas por causa de lesión. En los aleatorios, las partes asumen deliberadamente el riesgo de
que el contrato pueda resultar desventajoso, especulando en la posibilidad contraria; nadie puede
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quejarse, por tanto, de falta de equilibrio económico entre las contraprestaciones definitivamente
resultantes. Por excepción, puede admitirse la aplicación de la lesión en los aleatorios, cuando la
diferencia de las contraprestaciones sea de tal carácter que ni el alea mismo pueda justificarla.
Tampoco es aplicable a los aleatorios, en principio, la teoría de la imprevisión, cuando
el desequilibrio ha resultado del alea normal del contrato. Se admite una excepción si la
prestación se torna excesivamente onerosa por causas extrañas a su alea propia.
Art. 969 Contratos formales. Los contratos para los cuales la ley exige una forma para su
validez, son nulos si la solemnidad no ha sido satisfecha. Cuando la forma requerida para los
contratos, lo es sólo para que éstos produzcan sus efectos propios, sin sanción de nulidad, no
quedan concluidos como tales mientras no se ha otorgado el instrumento previsto, pero valen
como contratos en los que las partes se obligaron a cumplir con la expresada formalidad. Cuando
la ley o las partes no imponen una forma determinada, ésta debe constituir sólo un medio de
prueba de la celebración del contrato.
El Código establece la categoría de los contratos formales, como excepción al régimen
general de libertad de formas enunciado en el artículo 1015. Los contratos son formales
cuando la ley exige una determinada forma, ya sea para la validez del acto, para que produzca
sus efectos propios o para su comprobación.
Las formas y solemnidades de los actos jurídicos, su validez o nulidad y la necesidad de
publicidad, se juzgan por las leyes y usos del lugar en que los actos se hubieren celebrado,
realizado u otorgado (art. 2649).
Los no formales son aquellos cuya validez no depende de la observancia de una forma
establecida en la ley; basta el acuerdo de voluntades, cualquiera sea su expresión (escrita, verbal,
tácita).
2) Por el tiempo en que deben cumplirse (momento único o continuado, desde que
comienza hasta que termina) pueden ser:
2. Elementos naturales: son aquellas consecuencias que se siguen del negocio, aun ante
el silencio de las partes; así, la gratuidad es un elemento natural de la donación; las garantías por
evicción y por vicios redhibitorios, un elemento natural de los contratos a título oneroso.
La doctrina moderna:
Se distinguen:
1. Presupuestos o requisitos extrínsecos: son aquellos requisitos que influyen en el
contrato pero que existen independientemente de él, son extrínsecos y anteriores, inclusive
subsisten después de el para cualquier otra negociación (ej, la capacidad, la aptitud del objeto y
la legitimación).
2. Elementos o requisitos intrínsecos del contrato: son aquellos requisitos constitutivos
del contrato. El contrato puede ser analizado desde dos perspectivas:
a. Como obra, es el producto de la actividad de las partes y puede ser analizado, en su
contenido o lo que prescribe en las clausulas y en su forma o como lo prescribe. Las clausulas
pueden ser: esenciales (sin cuya mención el contrato carece de contenido o no tiene un contenido
determinado), naturales (las que la ley pone en el contrato) y accidentales (si las introducen las
partes). La diferencia con la doctrina clásica es que tanto el objeto como la causa, si bien forman
el contenido del contrato, lo hacen como cláusula que alude a ellos, solamente en el sentido de
cita, de referencia.
b. Como una actividad humana, como un acto, es un quehacer humano al que al
consentimiento corresponde agregar los 3 elementos internos del acto voluntario valido, la
voluntad, que es el franco interno del consentimiento.
3. Circunstancias: las circunstancias como los presupuestos son extrínsecos al contrato,
pero no se valoran antes, se valoran durante la aparición o ejecución, influyendo en su destino.
Circunstancia es el contorno, el “medio ambiente” en que surge y se desenvuelve el contrato. Las
circunstancias pueden ser de tiempo, lugar y modo.
Consentimiento:
El consentimiento es un elemento esencial del contrato, fundante de su existencia.
Concepto: es una declaración de voluntad, que resulta de manifestaciones intercambiadas
por las partes (entrelazamiento de una oferta y una aceptación, con aptitud para producir
obligaciones).
Resultan aplicables las normas que regulan la manifestación de la voluntad.
La voluntad puede manifestarse de manera expresa o tácita: es expresa cuando se
exterioriza de manera oral o por escrito o por signos inequívocos o por la ejecución de un hecho
material (art 262); es tacita cuando resulta de actos que permitan conocer la voluntad con
certidumbre y siempre que la ley no exija una manifestación expresa (art 264). Incluso, en
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limitados casos, el silencio puede importar una manifestación de voluntad; ello ocurre cuando se
opone el silencio a un acto o una interrogación y existe un deber de expedirse que resulta de la
ley, de la voluntad de las partes, de los usos y prácticas, o de una relación entre el silencio actual
y las declaraciones precedentes (art 263). Es uno de los elementos esenciales junto con el objeto
y la causa, es decir, sin ellos el contrato no puede existir.
Requisitos de la oferta:
Según el art 972, para que haya oferta valida es necesaria:
1. Que se dirija a persona o personas determinadas o determinables. Por ello es que la
oferta al público, no es en principio obligatoria, sino que debe más bien considerarse como una
invitación a oír ofertas, a menos que se trate de la excepción del art 973. El ofrecimiento público
de mercaderías, hecho por los comerciantes con indicación de precio en vidrieras u otros medios,
constituye una oferta cuya aceptación obliga a vender. Es un típico caso de contrato de consumo.
¿Cuándo la oferta es dirigida a persona determinable? Cuando la oferta contenga un
procedimiento claro para la determinación de la persona a la cual se dirige, en cuyo caso es
obligatoria para el oferente; tal como ocurre con la promesa de recompensa a quien encuentre y
devuelva un objeto.
2. Que tenga por objeto un contrato determinado, con todos los antecedentes
constitutivos de los contratos. O con palabras del CCyC, que tenga las precisiones necesarias
para establecer los efectos que debe producir de ser aceptada. Es decir, la propuesta debe
contener todos los elementos necesarios como para que una aceptación lisa y llana permita tener
por concluido el contrato. Por ejemplo, si se trata de una compraventa, será necesario que la
oferta contenga la determinación de la cosa y el precio; faltando cualquiera de estos, no habrá
oferta valida, pues ellos son esenciales en dicho contrato.
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3. Que exista intención de obligarse: todo acto jurídico (y la oferta lo es) requiere que
sea ejecutado con intención para ser válido (art 260). Por ello si no hay verdadera intención de
obligarse, no hay oferta. Es el caso de la oferta hecha con espíritu de broma o sin entender
obligarse, por ejemplo, las palabras pronunciadas en una representación teatral.
Duración de la oferta:
¿En qué medida queda obligado el oferente por su sola oferta? La regla primaria es que
la oferta obliga al proponente. Quien emite una oferta se está obligando a cumplir con las
prestaciones prometidas si la destinataria de ella, la acepta. Esto puede tener limitaciones, que
nacen de los términos de la oferta (límite de vigencia), de la naturaleza del negocio (oferta
contractual que tiene por objeto una cosa que está sujeta a un riesgo) o de las circunstancias del
caso (cuando se ofrece, un hacer que importa una obligación intuiti personae).
El código civil y comercial (art 974) distingue entre la oferta con y sin plazo de
vigencia. A su vez, en este último caso, diferencia entre ofertas hechas a persona presente o
formulada por un medio de comunicación instantánea, y a personas que no están presentes.
Si en la oferta se establece un plazo de vigencia, la oferta valdrá solo por ese plazo, el
que comenzara a correr desde la fecha de su recepción, excepto que contenga una previsión
diferente.
Si en la oferta no se establece un plazo de vigencia y ella es hecha a persona presente o
se la formula por un medio de comunicación instantáneo, solo puede ser aceptada de inmediato.
Si ello no ocurre, la oferta caduca.
Si la oferta se hace a una persona que no está presente, sin que se haya fijado un plazo
para su aceptación, el oferente queda obligado hasta el momento en que puede razonablemente
esperarse la recepción de la respuesta, expedida por el aceptante por los medios usuales de
comunicación.
Hay que tener en cuenta que si la oferta es dirigida a una persona determinada, ella
puede ser retractada. Para ello es necesario que la comunicación del retiro de la oferta sea
recibida por el destinatario antes o al mismo tiempo que la propia oferta (art. 975).
Finalmente existen supuestos de caducidad de la oferta, pierde su fuerza obligatoria. Ello
acaece cuando el proponente o el destinatario de la oferta fallecen o se incapacitan, antes de la
recepción de su aceptación. Se le reconoce un derecho a quien acepto la oferta ignorando la
muerte o incapacidad del oferente: si a consecuencia de su aceptación ha hecho gastos o sufrido
pérdidas, tiene derecho a reclamar su reparación (art. 976). La indemnización se limita al daño
emergente y no comprende el lucro cesante, o sea lo que el aceptante hubiera podido ganar de
haberse concluido válidamente el contrato. Si la caducidad se produce por la muerte del oferente,
la acción debe ser dirigida contra sus herederos (art. 1024).
Aceptación:
Concepto: la aceptación de la oferta consuma el acuerdo de voluntades. Para que se
produzca su efecto propio (la conclusión del contrato) es preciso:
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a. Que sea lisa y llana, es decir, que no esté condicionada ni contenga modificaciones de la
oferta.
b. Que sea oportuna, no lo será si ha vencido ya el plazo de la oferta, que puede ser
expreso o resultar de los usos y costumbres o de un tiempo que pueda considerarse razonable
para recibir la respuesta.
La aceptación debe referirse a todos los puntos de la propuesta; basta el desacuerdo con
uno solo de ellos, aunque sea secundario, para que el contrato quede frustrado.
Hay aceptación cuando existe una declaración o acto del destinatario que revela
conformidad con la oferta. Incluso el silencio, si bien como regla o puede ser tenido como una
aceptación, si lo será si existe el deber de expedirse, el que puede resultar de la voluntad de las
partes porque así lo han pactado, de los usos o de las practicas que las partes hayan establecido
entre ellas, o de una relación entre el silencio actual y las declaraciones procedentes (art. 979).
Modificación de la oferta: si la oferta se aceptara con modificaciones, el contrato no
queda concluido y la aceptación se reputa como una nueva oferta (llamada contrapropuesta o
contraoferta) que debe considerar el oferente originario. Sin la aceptación de este, no hay
contrato. El art 978 añade que las modificaciones hechas por el aceptante pueden ser admitidas
por el oferente si lo comunica a aquel de inmediato. En verdad poco importa que la aceptación
del oferente sea de inmediato.
Tratativas contractuales:
La regulación de las llamadas tratativas contractuales constituyen una novedad en el
código Civil unificado. Existen contratos que por su complejidad o mayor importancia de tipo
económico requieren una negociación o tratativa preliminar para llegar a concretar (o no) su
celebración (ejemplo, la compra de un inmueble, la construcción de un edificio, etc.).
Cartas de intención:
Son instrumentos mediante los cuales una parte o todas ellas, expresando un
consentimiento para negociar sobre ciertas bases, limitado a cuestiones relativas a un futuro
contrato. No es una oferta, por ende, no tiene fuerza obligatoria aunque podría reclamarse la
reparación del daño sufrido por la ruptura abusiva de negociaciones surgidas en una carta de
intención.
Minutas:
Son acuerdos que también pueden celebrarse durante las tratativas, donde las partes hacen
un resumen del resultado de las tratativas y detallan que ciertos temas han sido tratados y otros
son dejados para tratar más adelante. No tiene fuerza obligatoria porque hay temas que deben ser
tratados más tarde y consentidos por las partes.
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Consentimiento entre presentes:
Se comprende el caso de que ambas partes se encuentran juntas o una frente a la otra.
También comprende el caso de que las partes estén separadas, pero una o ambas actúen por
medio de un representante (los actos del representante se consideran como realizados
personalmente por el mandante). La doctrina moderna también incluye en esta clasificación a los
contratos celebrados por teléfono, fax, e-mails, y videoconferencias porque por estos medios
cuando se haga una oferta se puede obtener de inmediato la aceptación o rechazo de la misma.
Cuando el contrato es entre “presentes” la aceptación debe hacerse de inmediato: si hay demora
se considera que la oferta ha sido rechazada. El art 974 dice: “la oferta hecha a una persona
presente o la formulada por un medio de comunicación instantáneo, sin fijación de plazo, solo
puede ser aceptada inmediatamente…”
Acuerdos parciales:
La teoría de la punktation: postula que debe considerarse que un contrato se ha
concluido, cuando las partes han acordado los aspectos principales del negocio, aun cuando no
hayan alcanzado una conformidad total sobre todas las cuestiones. La teoría de la punktation le
da fuerza vinculante a los acuerdos parciales que se van generando en la formación progresiva de
un negocio y que se van documentando, por lo que constituyen verdaderos contratos, aunque
queden puntos secundarios por acordar, los cuales podrán ser fijados por el juez de acuerdo a la
naturaleza del negocio, a los usos y costumbres o utilizando los métodos de interpretación e
integración del contrato que ofrezca el cuerpo normativo que los regula.
Contratos preliminares:
El contrato preliminar es el que contiene un acuerdo sobre elementos esenciales
particulares que identifiquen el contrato futuro definitivo (art 994). Como surge del concepto
dado, las partes han alcanzado un acuerdo sobre las bases esenciales de la negociación, pero falta
conformidad sobre clausulas secundarias u ocurre que ellas necesitan un estudio mas profundo
de todas las implicancias del contrato para dar el consentimiento definitivo.
Ahora bien si las partes han celebrado un contrato preliminar, es claro que ya han
dejado atrás las tratativas preliminares y han avanzado sobre la etapa contractual. Esto produce
un cambio respecto del derecho a abandonar la negociación. Si hay un contrato preliminar,
desaparece tal derecho, porque se ha ingresado en el campo contractual.
El art. 994 dispone que las promesas previstas en esta sección, que abarca los contratos
preliminares, las promesas de celebrar un contrato y el contrato de opción, tienen un plazo de
vigencia de 1 año, o el menor que convengan las partes, sin perjuicio de reconocer que ellas
pueden renovarlo a su vencimiento.
Requisitos:
La ley exige que las clausulas generales predispuestas sean comprensibles y
autosuficientes. También exige que la redacción sea clara, completa y fácilmente legible. Por
ello se tienen por no convenidas aquellas cláusulas que efectúan un reenvío a textos o
documentos que no se facilitan a la contraparte del predisponente, previa o simultáneamente a la
conclusión del contrato (art. 965).
Clausulas particulares:
Se llaman clausulas particulares a aquellas que, negociadas individualmente, amplían,
limitan, suprimen o interpretan una clausula general (art 986). Añade la norma que en caso de
incompatibilidad entre clausulas generales y particulares, prevalecen estas últimas.
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Sin embargo hay casos en que esta disposición resulta inaplicable, esto ocurre cuando la
condición general resulta más beneficiosa para el adherente que la particular. La debilidad en que
generalmente se encuentra el adherente, justifica la solución.
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g) El fallido para realizar actos de administración o de disposición sobre los bienes de la
quiebra que son objeto de desapoderamiento resultando ineficaces los que celebre en
contravención de esta prohibición.
h) Los directores de la sociedad anónima no pueden celebrar con la sociedad contratos que
no sean de la actividad en que ésta opere ni tampoco aquellos que aun siendo de la actividad de
la sociedad no se concierten en condiciones de mercado. Si no se obtiene la aprobación del
directorio o la conformidad de la sindicatura, los contratos son nulos (art. 271, Ley de
Sociedades).
El alcance de la prohibición se mantiene también en los casos en que la persona
inhabilitada se valga de la intervención de otro sujeto que en apariencia actúe como titular del
interés. El fenómeno de la interposición ficticia de persona es expresamente comprendido en la
definición de simulación del artículo 333, resultando en estos casos ilícita.
Art. 1000 Efectos de la nulidad del contrato. Declarada la nulidad del contrato celebrado
por la persona incapaz o con capacidad restringida, la parte capaz no tiene derecho para exigir la
restitución o el reembolso de lo que ha pagado o gastado, excepto si el contrato enriqueció a la
parte incapaz o con capacidad restringida y en cuanto se haya enriquecido.
Los efectos de la nulidad del contrato celebrado por la persona incapaz de ejercicio o
con capacidad restringida se diferencian de la regla general en materia de nulidad de los actos
jurídicos que establece que vuelven las cosas al mismo estado en que se hallaban antes del acto.
Con sentido protectorio hacia la persona incapaz de ejercicio —y a fin de posibilitar la
interposición de la acción de nulidad— la parte capaz, para obtener la restitución del bien
entregado en razón del contrato o el reembolso de lo pagado, debe acreditar la existencia de
enriquecimiento por parte de la persona incapaz. Esta regla no se aplica a los supuestos de
inhabilidades para contratar.
Claro está, que cuando todavía el incapaz, o la persona con capacidad restringida, tiene
en su poder lo que recibió lo hubiera transformado de tal modo que su provecho fuera
manifiesto, no podría negarse acción a la parte capaz de reclamar la cosa o su valor, pues de lo
contrario se vendría a convalidad un enriquecimiento sin causa, lo que es injusto, tanto más
cuanto que, incluso, la parte capaz puede haber contratado de buena fe, ignorando la incapacidad
que pesaba sobre la otra.
El privilegio reconocido a las personas con incapacidad o capacidad restringida no
funciona cuando el acto se ha originado en dolo o violencia ejercida por ella sobre la otra parte.
El artículo 388 dispone que la parte que obró con dolo, no puede alegar la nulidad. Se
trata de un principio general que tiene un contenido moralizador evidente: si el incapaz ha
obrado con dolo, no debe concedérsele acción de nulidad.
Inhabilidades especiales:
Art. 1002 Inhabilidades especiales. No pueden contratar en interés propio:
a) los funcionarios públicos, respecto de bienes de cuya administración o enajenación están
o han estado encargados;
b) los jueces, funcionarios y auxiliares de la justicia, los árbitros y mediadores, y sus
auxiliares, respecto de bienes relacionados con procesos en los que intervienen o han
intervenido;
c) los abogados y procuradores, respecto de bienes litigiosos en procesos en los que
intervienen o han intervenido;
d) los cónyuges, bajo el régimen de comunidad, entre sí.
Los albaceas que no son herederos no pueden celebrar contrato de compraventa sobre
los bienes de las testamentarias que estén a su cargo.
Los funcionarios públicos tienen inhabilidad para contratar sobre bienes cuya
enajenación o administración tienen encargada. Corresponde entender que la inhabilidad
comprende a quienes tienen potestad decisoria para conformar válidamente la voluntad estatal.
Los jueces, funcionarios y auxiliares de justicia, como así también los árbitros y mediadores, no
pueden contratar sobre bienes relacionados con los procesos en que han intervenido. Para que un
bien se relacione con el proceso tiene que haber recaído sobre él decisión sobre su situación
jurídica en la etapa declarativa o de ejecución. En cuanto a los abogados y procuradores se
requiere que el bien en sí mismo haya sido objeto del litigio. En cuanto a los cónyuges bajo el
régimen de comunidad corresponde adoptar un criterio hermenéutico finalista y sistemático para
limitar el alcance de la inhabilidad a aquellos supuestos en que el acto posibilita la transmisión
de un bien.
Objeto:
Art. 1003 Disposiciones generales. Se aplican al objeto del contrato las disposiciones de la
Sección la, Capítulo 5, Título IV del Libro Primero de este Código. Debe ser lícito, posible,
determinado o determinable, susceptible de valoración económica y corresponder a un interés de
las partes, aun cuando éste no sea patrimonial.
El objeto de los contratos es la prestación prometida por las partes, el bien o el hecho
sobre los que recae la obligación contraída.
Las disposiciones sobre los actos jurídicos contenidas en la Parte general del Código
(Libro Primero, arts. 279 y 280) son directamente aplicables a los contratos. Los requisitos del
objeto del contrato enumerados (licitud, posibilidad, determinación y patrimonialidad) deben
concurrir al momento de la celebración. En caso de que no se verifique alguno de estos requisitos
el acto será nulo.
Las disposiciones previstas en el Capítulo 5 sobre el objeto del contrato ratifican la
consolidada corriente de pensamiento en la doctrina nacional que ubica entre los elementos
esenciales o estructurales del contrato al objeto, juntamente con el consentimiento y la causa.
El artículo 1003 efectúa una remisión a las disposiciones sobre el objeto del acto
jurídico. Encontrándose contenida la regulación sobre los actos jurídicos en la Parte general
del Código y siendo el contrato una especie de acto jurídico, la coordinación orgánica que
dispone el artículo bajo comentario es necesaria. El precepto legal que establece los requisitos
del objeto del acto jurídico en el artículo 279 presenta importantes puntos de contacto con lo que
se dispone en materia de objeto del contrato, sin perjuicio de lo cual se advierte una regulación
más detallada en sede del objeto del contrato.
Como regla, toda prestación puede ser objeto del contrato. Sin embargo, el Código Civil
y Comercial ha establecido, de manera expresa, aquellas prestaciones que no pueden ser objeto
de contrato. Ellos son el hecho imposible o prohibido por la ley, o que sea contrario a la moral y
al orden público, o que sea lesivo de los derechos ajenos o de la dignidad de la persona humana.
Tampoco puede serlo un bien que por un motivo especial se haya prohibido que lo sea.
Requisitos:
Para ser válido el objeto del contrato tiene que adecuarse a los requisitos establecidos
por el artículo 1003. El objeto debe ser lícito, posible, determinado o determinable y susceptible
de valoración económica.
La enumeración de los requisitos del objeto del contrato es coincidente con la
concepción construida dogmáticamente por la doctrina en el régimen anterior. Que estos
requisitos constituyan en el Código una enumeración legal clarifica el alcance de la noción de
objeto y su trascendencia práctica.
b) Posible: Nadie puede ser obligado a pagar o hacer algo imposible. Pero la imposibilidad
que anula el contrato debe ser absoluta. No basta que sea sólo para un deudor determinad, por
falta de aptitudes o capacidades personales o por otras razones circunstanciales. Es necesaria una
total imposibilidad, física (por ejemplo, tocar el cielo con la mano) o jurídica (por ejemplo,
prendar una cosa inmueble). Si una persona que carece de condiciones artísticas se obliga a
realizar un retrato o una escultura, no podrá alegar más tarde la ineficacia de la obligación por
una imposibilidad de cumplir la tarea, porque en términos absolutos, hacer un retrato es
perfectamente posible; la obligación no será nula sino que se resolverá en el pago de daños
causados.
Un supuesto de imposibilidad es la inexistencia de la cosa prometida en el contrato: el
contrato es nulo, no producirá efecto alguno. Sin embargo, si el que ha prometido la cosa sabía
que ya no existía, ha obrado con mala fe, con dolo (art. 1724) y, si bien el contrato será nulo,
deberá reparar los daños sufridos por la otra parte.
Por último, el Código plantea un supuesto de imposibilidad inicial, pero de posibilidad
sobreviniente, el art 280 dispone que “el acto jurídico sujeto a plazo o condición suspensiva es
válido, aunque el objeto haya sido inicialmente imposible, si deviene posible antes del
vencimiento del plazo o del cumplimiento de la condición”. Esto quiere decir que lo relevante es
que sea posible al tiempo del cumplimiento del plazo o condición. El contrato que inicialmente
era imperfecto, es convalidado por el hecho sobreviniente que hace posible el objeto previsto por
las partes.
c) Determinado o determinable: Otro requisito del objeto es que de sus términos sudan
las indicaciones para identificar adecuadamente cuál será el alcance de las obligaciones asumidas
por las partes y sobre qué bienes y hechos ha de recaer la conducta debida. En los artículos 1005
y 1006 se explicitan los alcances del requisito de determinación del objeto del contrato.
Determinación:
Art. 1005 Determinación. Cuando el objeto se refiere a bienes, éstos deben estar
determinados en su especie o género según sea el caso, aunque no lo estén en su cantidad, si ésta
puede ser determinada. Es determinable cuando se establecen los criterios suficientes para su
individualización.
Los bienes objeto de un contrato deben estar determinados o ser determinables. La
determinabilidad se da cuando de los propios términos del contrato surgen los criterios para su
individualización. Cuando los bienes sobre los que se contrata son identificados por su
género o especie, la cantidad podrá ser determinada con posterioridad.
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El requisito se explica por la seriedad que se pretende de la figura del contrato en orden
a que su cumplimiento revista posibilidades de ser exigido según el programa establecido al
momento de su celebración. Asimismo, la exigencia de determinación se corresponde con la
regulación establecida en materia de oferta del contrato (art. 972).
La determinación de los bienes que sean objeto del contrato puede consistir en la
identificación de su especie o de su género. En el caso de que la determinación de las cosas sea
por su género o especie el Código admite que pueda no estar precisada su cantidad si ésta es
determinable. En materia de suministro el Código establece una regla de notable flexibilidad a la
hora de determinar la cantidad remitiendo a las necesidades normales del suministrado al tiempo
de la celebración del contrato (art. 1178).
Si el objeto del contrato no está determinado, pero es determinable, los criterios para
llegar a tal individualización pueden provenir de los mismos términos del contrato o de la
actuación de un tercero. No es admisible que la determinación corresponda a una de las
partes.
En cuanto a la falta de determinación en materia de hechos, el artículo 1253 en el
contrato de locación de obra confiere amplio margen de elección a la parte contratista. Sin
embargo, esta potestad no puede entenderse supeditada a su puro arbitrio debiendo considerarse
subsistente el criterio que refiere al precio como parámetro de medición de la calidad de los
trabajos debidos.
Art. 1006 Determinación por un tercero. Las partes pueden pactar que la determinación
del objeto sea efectuada por un tercero. En caso de que el tercero no realice la elección, sea
imposible o no haya observado los criterios expresamente establecidos por las partes o por los
usos y costumbres, puede recurrirse a la determinación judicial, petición que debe tramitar por el
procedimiento más breve que prevea la legislación procesal.
Las partes pueden acordar que la determinación del objeto del contrato corresponda a un
tercero. Esta determinación puede comprender a los bienes que serán objeto del contrato o a la
cantidad de estos bienes.
Al tercero puede corresponder la determinación de los bienes que habrán de ser objeto
del contrato siempre que las partes hayan al menos identificado su género; la determinación de la
cantidad de estos bienes o la determinación del precio. El tercero a quien puede encargarse la
determinación puede ser una persona física o una persona jurídica.
El vínculo que une a las partes con el tercero es el mandato (art. 1319). Si el tercero no
cumple con el cargo de manera imputable a él, deberá responder por incumplimiento. No
obstante, se prevé en la norma que las consecuencias de la falta de determinación por parte del
tercero tanto sean voluntarias como involuntarias (muerte o incapacidad) dan paso a la
posibilidad de determinación judicial del objeto del contrato.
Una vez efectuada la determinación del objeto por el tercero, el contrato queda
integrado en todos sus elementos y se completa la condición necesaria para su exigibilidad plena.
Las partes deben atenerse a la decisión que encomendaron a este tercero. Podría suceder que la
determinación del tercero resulte cuestionable por haberse apartado de los criterios que las partes
fijaron para que lleve a cabo su tarea o porque lo decidido por el tercero haya constituido un
apartamiento de los usos y costumbres. En el primer caso, cabe entender que ha mediado
también incumplimiento por parte del tercero de la labor que se le encomendó, razón por la cual
podrá cualquiera de las partes acudir a la determinación judicial del objeto.
El otro supuesto ante el cual se establece la posibilidad de determinación judicial es
aquel en que lo fijado por el tercero se haya apartado de lo que indican los usos y costumbres en
la materia. En defecto de que las partes hayan acordado pautas que en forma expresa autoricen a
superar los criterios de práctica y de plaza para la determinación del objeto, el ordenamiento
establece como límite de actuación del tercero aquellos criterios que son de uso corriente en el
lugar.
El ordenamiento integra de este modo la voluntad de los contratantes considerando que
a falta de indicación expresa lo que ellas esperaban del tercero es la determinación de los bienes
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a entregar o del precio de conformidad a lo que puede suceder en la práctica habitual de los
negocios en consonancia con lo dispuesto por el artículo 964, inciso c.
La determinación judicial en estos casos debe ser oportuna y satisfacer el principio de
celeridad en razón de que la decisión permitirá que se cumpla el recaudo necesario para
comenzarse a ejecutar los efectos del contrato. De allí que el Código remite al proceso
declarativo más breve previsto en la legislación procesal, el que por lo general será el juicio
sumarísimo.
Casos especiales:
Bienes ajenos
Art. 1008 Bienes ajenos. Los bienes ajenos pueden ser objeto de los contratos.
Si el que promete transmitirlos no ha garantizado el éxito de la promesa, sólo está
obligado a emplear los medios necesarios para que la prestación se realice y, si por su culpa, el
bien no se transmite, debe reparar los daños causados. Debe también indemnizarlos cuando ha
garantizado la promesa y ésta no se cumple.
El que ha contratado sobre bienes ajenos como propios es responsable de los daños si no
hace entrega de ellos.
Se regula en forma unitaria la posibilidad de contratar sobre cosas ajenas como tales,
manteniéndose las dos modalidades que permitía el sistema anterior: sin garantizar el éxito de la
promesa, con lo cual el vendedor queda obligado a proveer los medios necesarios para que el
dueño la transmita, o garantizando el éxito de la promesa, con lo cual queda obligado como si
fuese el dueño de la cosa, asumiendo ante la falta de entrega todas las consecuencias
indemnizatorias que deriven del contrato.
El Código establece la posibilidad de que las cosas ajenas sean objeto de los contratos
en general (art. 1008), adoptando idéntico criterio en materia de compraventa al disponer que la
venta de la cosa total o parcialmente ajena es válida. Esta solución descansa en la exigencia de
que las partes hayan considerado la contratación sobre un bien ajeno como ajeno, es decir, a
sabiendas de que el referido bien no pertenecía a quien pretende disponer de él.
Excepcionalmente el artículo 1551 prohíbe que la donación recaiga sobre cosas ajenas.
La contratación sobre un bien ajeno puede celebrarse bajo dos modalidades:
a) obligándose quien promete transmitir la cosa a emplear los medios a su alcance para que
el verdadero dueño la transmita, o
b) garantizando el éxito de la promesa.
En el supuesto en que no se garantizó el éxito de la promesa, el promitente asume una
obligación de medios, obligándose a desplegar la conducta diligente para que la prestación se
realice. La actividad del promitente tiene que orientarse a lograr que el dueño de la cosa la
transfiera. La obligación es de medios, lo que quiere decir que el promitente tiene que desplegar
una conducta diligente para que la transmisión desde el verdadero dueño al adquirente se pueda
lograr. En caso de omisión de una conducta diligente por parte del promitente deberá responder
por el daño generado a la contraparte.
Si se garantizó el éxito de la promesa, el solo hecho de la no concreción de la
transferencia del bien a la fecha acordada justifica la responsabilidad por daños del promitente,
lo que comprenderá las consecuencias determinadas en el artículo 1728.
En los supuestos en que se contrató sobre un bien ajeno como propio, el Código
simplifica las consecuencias de tal situación, estableciendo que el vendedor será responsable de
los daños que se generen a quien compró de buena fe.
Herencia futura:
Art. 1010 Herencia futura. La herencia futura no puede ser objeto de los contratos ni
tampoco pueden serlo los derechos hereditarios eventuales sobre objetos particulares, excepto lo
dispuesto en el párrafo siguiente u otra disposición legal expresa.
Los pactos relativos a una explotación productiva o a participaciones societarias de
cualquier tipo, con miras a la conservación de la unidad de la gestión empresarial o a la
prevención o solución de conflictos, pueden incluir disposiciones referidas a futuros derechos
hereditarios y establecer compensaciones en favor de otros legitimarios. Estos pactos son
válidos, sean o no parte el futuro causante y su cónyuge, si no afectan la legítima hereditaria, los
derechos del cónyuge, ni los derechos de terceros.
La ley prohíbe los pactos sobre herencia futura o sobre los objetos contenidos en ella,
excepcionando a los que se refieren a entes productivos cuando se persiga con ello la
conservación de la unidad de gestión o la prevención o solución de conflictos.
Como norma general una herencia futura no puede ser ni aceptada ni repudiada ni
objeto de contratos. Tampoco los derechos eventuales sobre objetos particulares.
La aceptación de la herencia es el acto jurídico mediante el cual el llamado a suceder
asume los derechos y las obligaciones emergentes de la sucesión mortis causa.
Si bien la vocación nace en el momento de la muerte del causante, es su aceptación la
que confirma la calidad de heredero. La renuncia, en cambio, es la declaración de voluntad de no
asumir tales derechos y deberes. Por ella el renunciante es considerado como que no ha sido
nunca heredero, como si nunca hubiese sido llamado a la herencia (art. 2301).
Desde el momento en que la sucesión ha sido deferida, lo que supone la reunión de los
dos primeros elementos de la transmisión, o sea la apertura de la sucesión y la vocación del
sucesor, éste puede otorgar su aceptación o interponer su renuncia. La alternativa entre ambos
términos, opuestos en su consecuencia, se manifiesta como un derecho de opción.
Este derecho de opción sólo existe eficazmente desde que la sucesión ha sido deferida.
Antes de ese momento no puede haber ni aceptación ni renuncia ni pacto sobre ella. Si en vida de
aquel a quien se tratara de suceder después, alguien hubiera aceptado o renunciado la herencia o
el legado para los cuales se creía con vocación suficiente, o hubiese efectuado convención sobre
ella o sobre cualquiera de los objetos que la componen, tal acto no lo obligaría al cumplimiento
regular de lo que de ello suda. Lo cual no obsta a que deba responder por los daños que su
obrar ilegítimo cause.
La prohibición de realizar contratos que tengan en mira una herencia futura, posee
excepciones previstas en el Código Civil y Comercial como a) son válidas las donaciones hechas
con la condición de que las cosas donadas se restituyan al donante si éste sobrevive al donatario,
su cónyuge y sus descendientes (art 1566); b) es legítima la partición hecha en vida por los
ascendientes (art. 2411 y siguientes); son válidas los contratos de seguros con cláusula de que la
muerte del asegurado se pagará la indemnización a la persona designada en el contrato. En este
última no hay contrato sobre una herencia futura, ya que esa indemnización no integra el acervo
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hereditario, pero es un contrato vinculado estrechamente con la sucesión desde que esa
indemnización es uno de los bienes que el asegurado dejará a su muerte.
La tesis anticausalista:
Esta tesis se presentaba contra la teoría clásica, sosteniendo que la causa no era un
requisito esencial y que se trataba de una noción inútil y funesta, ya que así como la planteaba
Domat, se confundía con el objeto o con el consentimiento. Por ejemplo, en el caso de los
contratos onerosos, si la causa es lo que cada una de las partes debe a la otra, se estaría
confundiendo con el objeto y en el caso de contratos gratuitos la causa es una liberalidad, lo que
se confunde con el consentimiento o la voluntad.
La tesis anticausalista está hoy en franca derrota.
Neocausalismo:
Causa es el fin inmediato y determinante que han tenido en mira las partes al contratar,
es la razón directa y concreta de la celebración del acto y precisamente por ello se destaca para la
contraparte, quien no puede ignorarla. Resulta necesario añadir que considerar exclusivamente la
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función económica y social que el negocio es idóneo a realizar por si, como concepto de causa,
no es suficiente pues se prescinde de los aspectos moralizadores del contrato. Por ello también
habrá que tenerse en cuenta los fines mediatos, subjetivos, siempre que integren (expresa o
implícitamente) la declaración, o sean conocidos por la otra parte. Los motivos no forman parte
de la causa. La causa falta cuando la obligación no nace y/o cuando la otra parte no cumple. No
se confunde con el objeto.
Esta tesis neocausalista, calificada como dualista ha sido sostenida por Borda y Videla
Escalada.
Causa ilícita:
Establecía el art 502 del Código de Vélez que la causa era ilícita cuando fuera contraria
a las leyes o al orden público. Si bien la norma no refería expresamente a la moral y a las buenas
costumbres, se consideraba que los contratos que fueran contrarios a ellas quedaban excluidos en
la ilicitud.
El art 1014 en su inciso a) ha recogido esa corriente doctrinaria y ha consagrado la
nulidad del contrato cuando su causa sea contraria a la moral, al orden público o a las buenas
costumbres. La causa, debe ser entendida como el fin inmediato y determinante que han tenido
en mira las partes al contratar, la razón directa y concreta de la celebración del acto.
¿Quedan fuera de la norma los fines mediatos, subjetivos, cuando integran (expresa o
implícitamente) la declaración? No, pues la primera parte del inciso b) del art 1014, también
dispone la nulidad del contrato cuando ambas partes lo han concluido por un motivo ilícito o
inmoral común.
¿Qué sucede si solo una de las partes ha obrado por un motivo ilícito o inmoral? Ella no
tendrá derecho a invocar el contrato frente a la otra, pero esta podrá reclamar lo que ha dado, sin
obligación de cumplir lo que ha ofrecido. Quien ha obrado lícitamente no se ve afectado; por el
otro, quien lo hizo de manera ilícita no puede obtener provecho alguno de su acto.
Escritura pública:
La escritura pública es el instrumento matriz extendido en el protocolo de un escribano
público o de otro funcionario autorizado para ejercer las mismas funciones, que contienen uno o
más actos jurídicos (art 299).
Prueba:
Concepto: Se encuentra tan estrechamente vinculada con la forma, que se ha hecho
clásico tratar una a continuación de la otra. La forma hace a la manifestación de voluntad, es un
requisito de la formación del contrato. La prueba, en cambio, se vincula con los medios de
demostrar la existencia del contrato, cualquiera que haya sido su forma.
La vinculación tan estrecha entre ambas deriva sobre todo de la circunstancia de que las
formas en el derecho moderno están principalmente instituidas con el objeto de facilitar la
prueba, sea a las partes, sea a terceros.
Hay dos sistemas probatorios: el de la prueba legal y el de la libre convicción. Según el
primero, sólo puede admitirse como prueba suficiente la que indica la ley; de acuerdo con el
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segundo, el juez puede admitir todo género de pruebas y tendrá como suficientes aquellas que
según su ciencia y conciencia, sean suficientes para tener por acreditados los hechos.
En el derecho moderno, el sistema imperante es de la libre convicción; las limitaciones
al libre arbitrio judicial para la apreciación de la prueba tienen carácter excepcional. Sin
embargo, las excepciones son importantes y numerosas. Tal es, por ejemplo, la formalidad
exigida por el artículo 1552; la ley no admite otra prueba que la escritura.
Medios de prueba:
Según el artículo 1019, los contratos pueden ser probados por todos los medios aptos
para llegar a una razonable convicción según las reglas de la sana crítica, y con arreglo a lo que
disponen las leyes procesales, excepto disposición legal que establezca un medio especial.
Los contratos pueden probarse por todos los medios aptos, a menos que una ley
disponga un medio especial. En general, los contratos pueden probarse:
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Por los libros y demás registros contables: Las personas jurídicas privadas y quienes
realizan una actividad económica organizada o son titulares de una empresa o establecimiento
comercial, industrial, agropecuario o de servicios deben llevar determinados libros y registros
contables. Son registros indispensables, entre otros, los libros diario y de inventario y balances.
Modos de prueba:
a) Prueba documental. Esta prueba abarca todos los instrumentos, a los que nos hemos
referido con anterioridad.
b) Prueba confesional. La confesión es la prueba decisiva y plena. Esta prueba abarca
diferentes tipos de confesión. La confesión judicial, donde por lo general se la provoca, llamando
a la parte contraria a absolver posiciones bajo juramento de decir verdad; pero puede también ser
espontánea. La confesión extrajudicial tiene el mismo valor que la judicial siempre que se la
acredite fehacientemente.
c) Testimonial. En las sociedades de cultura popular poco desarrollada, la prueba
testimonial ha tenido siempre una importancia de primera línea. La extensión del analfabetismo
hacía inaplicable la prueba escrita para los negocios ordinarios de la vida.
Hoy se nota una marcada desconfianza por esta prueba. Las personas que quieren
vincularse entre sí por un contrato, tienen a su disposición un medio de prueba cómoda y
excelente que es el instrumento privado. Es lógico, pues, que por una razón de seguridad
jurídica, la ley exija que los contratos que sean de uso instrumental no puedan ser probados
exclusivamente por testigos.
Pero se admitirá todo género de pruebas, inclusive la de testigos si se trata de contratos
formales probatorios, y mediara imposibilidad de obtener la prueba de haber sido cumplida la
formalidad, o si existe principio de prueba instrumental o hubiere comienzo de ejecución.
d) Presunciones legales o judiciales. Las presunciones son indicios que permiten inferir
con un cierto grado de certeza, la verdad de un hecho o un contrato.
Las presunciones pueden ser legales o judiciales. Las primeras consisten en que la ley,
dados ciertos hechos, infiere consecuencias también determinadas. Estas presunciones pueden
admitir prueba en contrario, o no admitirla. Pero no son más que reglas que invierten la carga de
la prueba.
Las presunciones judiciales constituyen indicios que, apreciados libremente por el juez,
forman su convencimiento de la verdad de un hecho o acto jurídico. Por lo general, no basta un
solo indicio; deben ser varios y coincidentes. Estas presunciones si merecen ser calificadas como
medios de prueba.
e) Otros modos de prueba. Entre ellos, el reconocimiento judicial o inspección ocular, es
decir, el examen directo hecho por el juez de ciertos hechos o del lugar en que se desarrollaron;
la prueba pericial, consistente en el dictamen de peritos o expertos en diferentes áreas; o la
prueba de informes, que pueden dar instituciones públicas y privadas sobre cuestiones atinentes
su actividad o funciones.
Firma digital:
Al aplicar la criptografía asimétrica se obtienen dos claves que forman conjuntamente la
Firma Digital sobre un documento. En principio solo la firma digital se trasforma y no el texto,
permitiendo a la parte que lo recibe identificar al firmante, el texto o mensaje no guarda
confidencialidad alguna en el proceso de Firma Digital, para ello se deberá además encriptar el
mensaje por medio de algún proceso alternativo de encriptación de datos. En comparación, la
Firma Electrónica no permite la trasformación ni del texto ni de la firma que identifica el origen
del mensaje. Este tipo de firma permite ser escaneado, o trazable a través de un Pin o Código
Alfanumérico, asignado a la firma electrónica que se crea en la base de datos y se guarda en la
misma tal como se ha ingresado originalmente. Por su parte la Firma Ológrafa y su texto son
redactados y suscriptos sin transformación en el proceso de escritura de puño y letra por el
escribiente.
La Firma Digital, posee dos tipos de claves: una privada y otra pública, con la finalidad
de proteger el texto resguardándolo de posibles modificaciones. Permite reconocer de donde
proviene el documento y con ello la autoría, en cambio la Firma Electrónica, no permite
identificar al autor, ni su integridad.
La Firma Digital no es una representación gráfica de un autógrafo sino, la criptografía
asimétrica de una serie de cifras que nada condice con una signatura caligráfica, como
representación de la personalidad. No se vincula con otra tecnología por no ser necesario en base
a su naturaleza al igual que la Ológrafa.
La prueba de autenticidad, en caso de ser desconocida la Firma Electrónica, es
responsabilidad de quien invoca acreditar su validez, por su parte la Firma Digital es una
presunción IURIS TANTUM, se presume salvo prueba en contrario, al igual que la Firma
Ológrafa.
Se puede afirmar que la forma es un elemento externo del contrato o del acto jurídico
y prueba es el medio para demostrar que ha sido celebrado.
Teoría de la imprevisión:
Artículo 1091: Imprevisión. Si en un contrato conmutativo de ejecución diferida o
permanente, la prestación a cargo de una de las partes se torna excesivamente onerosa, por una
alteración extraordinaria de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración,
sobrevenida por causas ajenas a las partes y al riesgo asumido por la que es afectada, ésta tiene
derecho a plantear extrajudicialmente, o pedir ante un juez, por acción o como excepción, la
resolución total o parcial del contrato, o su adecuación. Igual regla se aplica al tercero a quien le
han sido conferidos derechos, o asignadas obligaciones, resultantes del contrato; y
al contrato aleatorio si la prestación se torna excesivamente onerosa por causas extrañas a su área
propia.
Se regula aquí la figura de la imprevisión mediante una tipificación que, aunque
partiendo del régimen derogado, busca superar los conflictos habidos en orden a su ámbito de
aplicación y principales efectos, en particular el concerniente a las acciones reconocidas a favor
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del perjudicado. Sobre este aspecto clausura el debate al colocar a la imprevisión como un
instrumento de adecuación o extinción. Acepta también la legitimación a favor del tercero a
quien le han sido conferidos derechos, o asignadas obligaciones, resultantes del contrato
afectado.
Lesión:
Artículo 332. Lesión. Puede demandarse la nulidad o la modificación de los actos
jurídicos cuando una de las partes explotando la necesidad, debilidad síquica o inexperiencia de
la otra, obtuviera por medio de ellos una ventaja patrimonial evidentemente desproporcionada y
sin justificación.
Se presume, excepto prueba en contrario, que existe tal explotación en caso de notable
desproporción de las prestaciones.
Los cálculos deben hacerse según valores al tiempo del acto y la desproporción debe
subsistir en el momento de la demanda.
El afectado tiene opción para demandar la nulidad o un reajuste equitativo del convenio,
pero la primera de estas acciones se debe transformar en acción de reajuste si éste es ofrecido por
el demandado al contestar la demanda.
Sólo el lesionado o sus herederos pueden ejercer la acción.”
La prueba de los dos elementos subjetivos y del elemento objetivo recae sobre quien
invoca la lesión. Sin embargo, se presume que existió explotación cuando la desproporción entre
las prestaciones surja notoria, es decir, pueda apreciarse a simple vista.
La desproporción debe verificarse al tiempo de celebrar el acto y subsistir al momento
de la demanda.
La víctima puede iniciar acción de nulidad o de reajuste. Si promueve la primera y el
demandado ofrece reajustar equitativamente la pretensión, la acción se transformará en acción de
reajuste. La demanda solamente puede ser intentada por la víctima o sus herederos.
A diferencia del error, el dolo- y la violencia física y moral que son vicios de la
voluntad, la lesión es un vicio propio del acto jurídico.
De este modo se termina con el amplio debate doctrinario en cuanto a su naturaleza
jurídica. En efecto, el negocio afectado por el vicio de lesión se realiza con discernimiento,
intención y libertad, esto es, con todos los elementos internos de la voluntad sanos.
La conformación de la lesión exige la concurrencia de tres elementos: uno objetivo y
dos de naturaleza subjetiva.
a.1) Una situación de necesidad. Se refiere a un estado de peligro que pueda poner en
riesgo la vida, la salud, el honor o la libertad de la persona afectada, o incluso sus bienes o cosas,
siempre y cuando la amenaza tenga aptitud o idoneidad para determinarla a celebrar el negocio.
a.2) Debilidad psíquica. Se vincula con el estado patológico en que se halle el
damnificado, que le impide tener una dimensión plena o cabal de las consecuencias del acto que
realiza. Se advierte que la amplitud del precepto permite contener a todos aquellos estados
psíquicos que generan una situación de desventaja para una de las partes con relación a la otra y
que la hubieran expuesto a una situación de aprovechamiento o explotación. Obviamente, no
cualquier situación de debilidad en esa órbita será relevante para provocar la nulidad del acto. Es
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preciso que genere un estado de inferioridad que incida directamente sobre la voluntad del sujeto
y que sea captada por la parte que lesiona y se aprovecha.
a.3) Inexperiencia. Se ha definido a la inexperiencia como la falta de conocimientos que
se adquieren con el uso y la práctica.
Se asocia este elemento con personas de escasa cultura o por falta de experiencia de
vida en razón de su menor edad.
El elemento objetivo:
El elemento objetivo es la obtención de una ventaja patrimonial evidentemente
desproporcionada y sin justificación. El Código no indica en qué medida dicha desproporción es
jurídicamente relevante para ser considerada una "ventaja", sino que deja librado ese extremo a
la apreciación judicial. Una vez verificada, incumbe al demandado probar que se encuentra
justificada, esto es, que tiene un motivo valedero —verbigracia: la intención de realizar una
liberalidad— que descarta el aprovechamiento que configura la lesión.
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La acción para solicitar la nulidad o el reajuste por vicio de lesión prescribe a los dos
años, contados desde la fecha en que la obligación a cargo del lesionado debía ser cumplida (arts.
2562 y 2563, inc. e).
Los requisitos para el ejercicio de esta acción han venido delineándose en la doctrina
y en la jurisprudencia, y ahora aparecen específicamente regulados en los artículos 1794 y
1795. Éstos son:
1. Enriquecimiento del demandado: Se requiere el incremento del activo o la
disminución del pasivo patrimonial del accionado, mediante el ingreso de bienes, el aumento de
su valor, la eliminación de gastos que él hubiera debido realizar, la falta de remuneración de
servicios, etcétera.
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2. Empobrecimiento del actor: Consiste en el menoscabo económico consecuente, que
afecta al titular de la acción.
3. Relación causal entre el enriquecimiento y el empobrecimiento: Es preciso que exista
una relación de causa-efecto adecuada entre estos dos extremos.
4. Ausencia de justa causa: No debe haber una causa fuente que legitime el
enriquecimiento. Es decir, el aumento en el patrimonio del demandado no debe fundarse en un
contrato, en una donación, etcétera.
5. Inexistencia de otra acción más útil. Subsidiariedad: No debe tener el empobrecido
otra acción o vía de derecho a su disposición para obtener la debida indemnización de su
perjuicio
(Art. 1795).
Sucesores universales: el heredero o sucesor universal es aquel a quien pasa todo o una
parte indivisa del patrimonio de otra persona a raíz de la muerte de esta última (art 2278). La
herencia comprende todos los derechos y obligaciones del causante que no se extinguen por su
fallecimiento, lo que implica que los efectos de los contratos que han tenido al causante como
parte, se transmiten a los sucesores universales.
El art 1024 establece que los efectos del contrato se extienden activa y pasivamente a
los sucesores universales, a menos que las obligaciones que el contrato genere sean inherentes a
la persona o que su trasmisión sea incompatible con la naturaleza de la obligación o este
prohibida por una cláusula del contrato o de la ley.
Todo lo dicho responde al principio establecido por el art 2280, que dispone que el
heredero, desde la muerte del causante, tiene todos los derechos y acciones de este, de manera
indivisa, con excepción de los que no son trasmisibles por sucesión. Y en principio, responde por
las deudas del causante con los bienes que recibe o con su valor en caso de haber sido
enajenados.
Esta regla, no es aplicable en todos los casos. La primera excepción está informada por
el art 2280, en cuanto impide su aplicación cuando se tratase de derechos no trasmisibles por
sucesión. ¿Cuáles son? Los que respondieran a obligaciones intuiti personae, o que la
transmisión fuere incompatible con la naturaleza de la obligación, o estuvieran prohibidas por la
ley o por el mismo acto (art 1024).
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Son obligaciones inherentes a la persona o intuiti personae, aquellas en donde se tiene
particularmente en cuenta habilidades propias del deudor, como es el caso de la pintura
encargada a un artista.
Un típico ejemplo de un derecho intrasmisible por estar prohibido por la ley es el nacido
de un pacto de preferencia convenido en una compraventa.
Otros dos supuestos de derechos intrasmisibles por vía sucesoria son: los derechos
nacidos de las relaciones de familia (responsabilidad parental) y los derechos personalísimos (el
derecho al honor o a la vida).
Terceros: concepto:
Dentro de un concepto amplio, puede decirse que tercero es toda persona que no es
parte en el acto. La norma legal no brinda un concepto general.
A menos que la ley disponga lo contrario, los contratos no tienen efecto respecto de
los terceros, porque justamente estos no han celebrado el contrato (art 1021).
El art 1022 establece que el contrato no hace surgir obligaciones a cargo de terceros, ni
los terceros tienen derecho a invocarlo para hacer recaer sobre las partes obligaciones que estas
no han convenido, excepto disposición legal.
El art 1022 no clasifica a los terceros, pero del mismo pueden inferirse dos especies bien
definidas: los terceros interesados y los terceros no interesados o penitus extranei. El llamado
tercero interesado incluye a los herederos de cuota, los sucesores a titulo singular y los
acreedores quirografarios.
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La nulidad obligara a resarcir los daños y perjuicios a quien obra sin representación, o
excediéndose de la oportunamente extendida.
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3. Una relación directa entre el promitente y el tercero beneficiario: el tercero tiene
acción directa contra el promitente para obtener el cumplimiento de su obligación (art 1027). De
esta relación surgen importantes consecuencias:
a. La quiebra del estipulante no afecta al beneficiario y los acreedores de aquel no podrían
pretender derecho sobre la prestación adeudada por el promitente.
b. En caso de muerte del estipulante, el beneficio es adquirido por el tercero por derecho
propio y no a título de herencia o legado.
El derecho del tercero a exigir el cumplimiento de la prestación debida importa, a su
vez, conferirle la facultad de promover las acciones que le permitan proteger su crédito, exigir la
ejecución forzosa de la prestación y reclamar los daños que le pueda causar el incumplimiento o
demora en cumplir. Por su parte, el promitente podrá consignar la prestación debida, si el tercero
rechaza injustificadamente el ofrecimiento de pago.
Además el promitente puede oponer al tercero todas las excepciones que tiene contra el
estipulante, derivadas de la relación de cobertura y todas las excepciones que tuviera
personalmente contra el tercero, fundadas en otras relaciones.
La intrasmisibilidad del beneficio: el art 1027 plantea que las facultades del tercero
beneficiario de aceptar la estipulación y de prevalerse de ella luego de haberla aceptado, no se
trasmiten a sus herederos, excepto que haya clausula expresa que lo autorice.
Tutela preventiva:
Antes: no existía.
Ahora: incorpora un supuesto no legislado y reconoce la institución. Es temporal de
suspensión de los efectos hasta que la otra parte cumpla o de seguridades de que el
cumplimiento se llevara a cabo.
Art 1032: una parte puede suspender su propio cumplimiento si sus derechos sufriesen
una grave amenaza de daño porque la otra parte ha sufrido un menoscabo significativo en su
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aptitud para cumplir o en su solvencia. La suspensión queda sin efecto cuando la otra parte
cumple o da seguridades suficientes de que el cumplimiento será realizado.
El texto reconoce expresamente la existencia de otras situaciones de suspensión del
contrato, diversas de aquellas que motivan la interposición de la excepción de incumplimiento
contractual, pero que se juzgan igualmente merecedoras de tutela jurídica en protección del nexo
de interdependencia existente entre las obligaciones surgidas de los contratos bilaterales.
Así ocurre con la llamada “excepción de caducidad de plazo” que posibilita al
demandado por cumplimiento resistirse a cumplir la propia prestación por hallarse el reclamante
en estado de insolvencia, aunque este se encuentre beneficiado por un plazo para el
cumplimiento de su obligación.
Otro supuesto es cuando la contraparte “haya sufrido un menoscabo significativo en su
aptitud para cumplir”.
Señala Lorenzetti que el fundamento debe situarse en el acreedor: es una acción
preventiva que se concede a la parte cumplidora, puesto que no tendría sentido obligarla a seguir
cumpliendo cuando es seguro que la parte contraria no lo hará.
Una regla de este tipo puede ser vista de dos modos:
1. Un derecho del acreedor a anticipar la resolución frente a la amenaza de
incumplimiento.
2. Un deber del deudor de comportarse de buena fe, en el sentido especifico de no poner
en riesgo la expectativa de cumplimiento que tiene el acreedor.
El último párrafo del art 1032 afirma que la suspensión concluye si el incumpliente
brinda seguridades suficientes para su ejecución.
Señal o arras:
Art 1059: la entrega de señal o arras se interpreta como confirmatoria del acto, excepto
que las partes convengan la facultad de arrepentirse; en tal caso, quien entrego la señal la pierde
en beneficio de la otra y quien la recibió, debe restituirla doblada.
Art 1060: como señal o arras pueden entregarse dinero o cosas muebles. Si es de la
misma especie que lo que debe darse por el contrato, la señal se tiene como parte de la prestación
si el contrato se cumple; pero no si ella es de diferente especie o si la obligación es de hacer o no
hacer.
En la práctica de los negocios es frecuente que los contratantes exijan una garantía de la
seriedad de las intenciones de la otra parte. Un recurso muy empleado es la entrega de una suma
de dinero en concepto de seña, aunque no hay inconveniente legal en que la seña consista en una
cosa mueble que no sea dinero, pero en la práctica es poco frecuente.
El nuevo código no contiene una definición de la figura. Antes de la reforma se entendía
que la señal o arras suponía la dación o entrega de una cosa que una de las partes contratantes
realiza a favor de la otra para asegurar el cumplimiento del contrato o admitir el arrepentimiento.
Este concepto podría entendérselo subsistente, en tanto siguen siendo elementos caracterizantes:
Entrega de una cosa, una seña de dinero o cosas muebles.
Finalidad de asegurar el cumplimiento, lo que ha pasado a ser la regla, o posibilitar
excepcionalmente el arrepentimiento de las partes.
La seña, tal como ha sido regulada en el CCyC, importa algo más que dar una
seguridad, significa darle principio de ejecución al contrato celebrado. Es la llamada seña
confirmatoria.
A la par de esta seña, existe otra, llamada penitencial que desempeña un doble papel:
por una parte, es una garantía de la seriedad del acto y tiene el carácter de un adelanto del pago
del precio; por otra, importa acordar a los contratantes el derecho de arrepentirse, perdiendo la
seña el que la ha entrego y devolviéndola doblada el que ha recibido.
La regla en nuestro derecho es la seña confirmatoria, pero nada obsta que las
partes la pacten como penitencial, para lo que no se exige términos sacramentales.
Se trata de una cláusula que puede insertarse en todo contrato en el que quedan
pendientes de cumplimiento ciertas obligaciones.
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Obligación de saneamiento:
Art 1033: sujetos responsables. Están obligados al saneamiento:
a. El transmitente de bienes a título oneroso.
b. Quien ha dividido bienes con otros.
c. Sus respectivos antecesores, si han efectuado la correspondiente transferencia a título
oneroso.
Art 1034: el obligado al saneamiento garantiza por evicción y por vicios ocultos
conforme a lo dispuesto en esta sección, sin perjuicios de las normas especiales.
La doctrina siempre interpreto que el saneamiento constituía el género de otras dos
garantías que eran las especies: la evicción (que apunta a garantizar la existencia y legitimidad
del derecho que se transmite) y la garantía por vicios redhibitorios (que procura cubrir los
defectos ocultos que, por ser tales, no pudieron ser advertidos por el adquirente).
El saneamiento viene a constituir una suerte de parte general de la evicción y de los
vicios ocultos, en el que se establecen una serie de normas que son aplicables a ambos institutos.
La norma delimita también el ámbito objetivo de actuación de dicha obligación, el cual
queda integrado por los contratos que tienen por objeto la transmisión de bienes a título oneroso,
donde actuara como efecto natural a fin de preservar el equilibrio prestacional inherente a esta
especie de negocios, ingresando también la partición en tanto acto jurídico del cual, resulta la
adjudicación de derechos. La obligación de saneamiento excepcionalmente existirá en los
contratos gratuitos, sustentada por la autonomía privada o en los despliegues de la buena fe
contractual o en la cuota de onerosidad presente en el acto.
Sujetos responsables:
El art 1033 establece quienes son los sujetos que están obligados al saneamiento.
En primer lugar, responde por saneamiento quien haya transmitido el bien a título
oneroso (art 1033 inciso a). En caso de muerte del enajenante responderán sus sucesores
universales, porque a ellos se le transmite la herencia, que comprende todos los derechos y
obligaciones del causante que no se extinguen por su fallecimiento, en el límite de los bienes
recibidos. No responden los legatarios particulares, a menos que la sucesión sea insolvente, en
cuyo caso el acreedor tiene acción hasta el límite del valor de lo recibido (art 2319). La
expresión genérica empleada en el texto ha de entenderse como comprensiva de aquellos
contratos que implican la enajenación de toda especie de derechos patrimoniales, reales,
personales o intelectuales.
En segundo lugar, también responden los antecesores del enajenante, si han transferido
el bien a título oneroso (art 1033 inciso c), y desde luego siempre que el vicio no sea posterior a
la respectiva transferencia.
El actual adquirente puede dirigir su acción por saneamiento contra su enajenante a
título oneroso, y/o contra cualquiera de sus antecesores en el dominio que hubiera enajenado la
cosa también por título oneroso. Más allá de este derecho que tiene el adquirente, todos los que
deben responder por saneamiento en virtud de enajenaciones sucesivas son obligados
concurrentes (art 1042), esto es, se trata de varios deudores que deben el mismo objeto en razón
de causas diferentes, gozando el deudor pagador del derecho a exigir a los demás que
contribuyan con el pago hecho (art 850 y 851).
No solo el adquirente es titular del derecho por saneamiento. El saneamiento puede ser
reclamado también por los sucesores del adquirente en el dominio de la cosa enajenada. El titular
de la acción es por tanto, el adquirente a título oneroso y sus sucesores universales y/o
particulares.
En tercer lugar se enuncia también, como obligados, a quienes han dividido bienes con
otros, es decir, que la responsabilidad emergente de la obligación de saneamiento alcanza a los
comuneros, copropietarios o coherederos que efectúan la partición de bienes de los que son
cotitulares. Se busca resguardar el mantenimiento de la ecuación económica considerada por los
copropietarios al tiempo de efectuarse la partición. Si alguno de tales bienes carga con un vicio
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en el titulo (evicción) o en la cosa (vicio redhibitorio) quien lo haya recibido está facultado para
reclamar de sus ex condominios o coherederos la parte proporcional. De lo contrario, el
comunero afectado por el saneamiento puede quedarse sin nada, mientras los restantes
mantendrían intacto su patrimonio, alterándose el equilibrio tenido en cuenta al momento de la
división.
¿Qué ocurre si el adquirente es a título gratuito? Este no tiene acción contra su
enajenante pero se le reconoce el derecho a ejercer en su provecho las acciones de
responsabilidad por saneamiento correspondientes a su antecesor (art 1035).
Art 1035: el adquirente a título gratuito puede ejercer en su provecho las acciones de
responsabilidad por saneamiento correspondientes a sus antecesores.
El supuesto legal es el siguiente: A vende la cosa a B, este a su vez la dona a C o se la
vende con una cláusula por la cual C renuncia a la garantía de evicción. En tal caso C, no tiene
acción por saneamiento contra B, pero sí la tiene contra A. El derecho del donatario a reclamar el
saneamiento del antecesor no inmediato se justifica plenamente, pues debe reputarse que el ha
recibido del donante todas las acciones vinculadas con la cosa que le ha sido transmitida; de lo
contrario, el que enajeno a título oneroso una cosa sujeta a saneamiento, vendría a quedar exento
de responsabilidad por la mera circunstancia de que ulteriormente el comprador haya donado a
un tercero, lo que importa una consecuencia inadmisible.
Alcances de la obligación de saneamiento: el régimen del código muestra una
concepción distinta en torno a la obligación de saneamiento en comparación con el código
derogado. En cuanto a su contenido, le otorga alcances genéricos expresando que “el obligado al
saneamiento garantiza por evicción y vicios ocultos”. Esto significa que el adquirente de bienes a
título oneroso se encuentra amparado tanto frente a aquellos defectos atinentes al derecho
transmitido como también ante la existencia de defectos ocultos en la materialidad de la cosa
objeto mediato del contrato. Y los alcances de las garantías por evicción y vicios ocultos se
hallan determinados en los arts. 1044 y 1051.
Acción de saneamiento:
Los cambios introducidos por el nuevo código en esta materia reconocen al acreedor, en
primer término, la facultad de requerir el saneamiento del título cuando exista un vicio de índole
jurídica que afecte el derecho transmitido o la subsanación del defecto material existente en la
cosa objeto mediato del contrato, según corresponda. Esas acciones constituyen expresiones de
la tutela satisfactoria en la medida que otorgan al adquirente la posibilidad de obtener la
corrección del cumplimiento, a la vez que preservan el mantenimiento del vínculo contractual.
En cuanto la facultad que se le otorga al acreedor del saneamiento a reclamar un bien
equivalente, si fuese fungible; es una acción novedosa que resulta de particular utilidad en los
vicios que recaen sobre la materialidad de la cosa, en razón del alto nivel de fungibilidad de los
bienes producidos de manera estandarizada, tomándose en consideración la posibilidad de
reemplazo de dichos productos como otra herramienta idónea para obtener la satisfacción del
interés del acreedor.
Acción de resolución:
La norma autoriza también al acreedor de la obligación de saneamiento a declarar la
resolución. Pero se ubica como último recurso, de carácter subsidiario, con las limitaciones
impuestas en los arts. 1050 y 1057.
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Responsabilidad por daños:
Art 1040: el acreedor de la obligación de saneamiento también tiene derecho a la
reparación de los daños en los casos previstos en el art. 1039, excepto:
a. Si el adquirente conoció, o pudo conocer el peligro de la evicción o la existencia de
vicios.
b. Si el enajenante no conoció ni pudo conocer el peligro de la evicción o la existencia de
vicios.
c. Si la transmisión fue hecha a riesgo del adquirente.
d. Si la adquisición resulta de una subasta judicial o administrativa.
La exención de responsabilidad por daños prevista en los incisos a) y b) no puede
invocarse por el enajenante que actúa profesionalmente en la actividad a la que corresponde la
enajenación, a menos que el adquirente también se desempeñe en esa actividad.
Como regla general la obligación de saneamiento comprende la tutela resarcitoria, por
la cual el obligado debe reparar los daños y perjuicios irrogados. A fin de precisar el contenido
de la pretensión de daños y perjuicios, será menester distinguir si el adquirente obtiene el
saneamiento del título, la subsanación de los defectos, la sustitución o resolución del contrato,
habida cuenta de que mientras en los primeros supuestos el vínculo contractual se preserva, en el
último caso se produce su extinción, de lo cual se desprenden diferencias apreciables:
a. Subsistente el contrato, no se da en ningún caso el nacimiento de las obligaciones
restitutorias, que tradicionalmente han sido vistas como el primer rubro al que puede pretender el
adquirente. El mantenimiento de la relación contractual obligara al adquirente a demostrar las
consecuencias dañosas en su persona o en otros bienes de su patrimonio, resultantes de los vicios
en el titulo o de los defectos de la cosa y que exigieron su saneamiento, reparación o sustitución.
b. Extinguido el contrato, la resolución tampoco impedirá la acumulación de los daños,
aunque la indemnización y los efectos restitutorios tendrán las matices de los arts 1080, 1081 y
1082.
Evicción sin sentencia judicial: la exigencia de la sentencia judicial que privaba total o
parcialmente del derecho adquirido, se constituía en el código derogado como uno de los
requisitos de funcionamiento de la garantía de evicción. Sin embargo el mismo código flexibiliza
esa imposición cuando admitía supuestos excepcionales en los cuales la evicción quedaba
configurada aun en ausencia de sentencia judicial. Las elaboraciones posteriores de la doctrina y
jurisprudencia condujeron a generalizar el fundamento subyacente en los supuestos de evicción,
a fin de reconocer que puede haber evicción sin sentencia cuando el tercero esgrime frente al
adquirente un derecho indiscutible o irrefutable de modo que no cabe razonablemente oponerle
resistencia; ello sin perjuicio de que le corresponderá a este último acreditar tales extremos. Lo
expuesto muestra una importante transformación operada en la conformación de esta garantía,
que hoy encuentra sustento normativo en el nuevo código.
Recaudos:
Para que funcione esta garantía es indispensable:
a. Que se trate de una turbación de derecho, de la cual resulte una pérdida total o parcial de
la propiedad o posesión. Se debe tratar de una perturbación de derecho, es decir, fundada en una
causa jurídica, el enajenante no garantiza jamás contras las turbaciones de hecho de los terceros.
Contra ellas, el adquirente tiene a su disposición remedios policiales y judiciales pero el
enajenante no puede asumir el papel de defensor del nuevo propietario contra las agresiones de
hecho de que sea víctima.
La turbación de derecho queda típicamente configurada por toda pretensión, excepción
o defensa deducida en juicio por un tercero y que de prosperar determinaría la pérdida total o
parcial del derecho adquirido; excepcionalmente, sin embargo, se admite evicción sin sentencia
ni procedimiento judicial. Pero el simple temor de sufrir el reclamo de un tercero, por
fundado que sea, no da origen a la evicción. La turbación puede fundarse en un derecho real
(propiedad, condominio, usufructo, servidumbre, uso o habitación, prenda, hipoteca) o personal
(arrendamiento) o intelectual que pretenda un tercero sobre el bien.
La responsabilidad por evicción no comprende las turbaciones de derecho provenientes
de una disposición legal, como sería el ejemplo de una servidumbre real y forzosa.
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b. Que el tercero invoque un título anterior o contemporáneo a la adquisición. El
adquirente no podrá invocar la garantía de evicción sino en el caso de que el tercero que pretenda
derecho sobre la cosa, ostente un título anterior o contemporáneo a la adquisición (art 1044
inciso a). El enajenante, solo puede garantizar la bondad del derecho que ha transmitido pero no
asegura al adquirente contra la eventualidad de que alguien con posterioridad adquiera un
derecho mejor, como ocurriría si lo adquiere por prescripción. El caso más frecuente es el de la
reinvidacion de la cosa por un tercero, en cuyo caso el adquirente tendrá derecho a reclamar la
garantía de evicción y ejercer las acciones derivadas de la venta de la cosa ajena. Otro caso
frecuente es el acreedor hipotecario o prendario del vendedor que hace ejecución por falta de
pago.
Citación a juicio: el enajenante debe ser citado a juicio por el adquirente, bajo pena de
eximir de responsabilidad al primero, si no lo hiciere, o lo hiciere vencido el plazo que establece
la ley procesal. Esta citación importa una verdadera excepción dilatoria. La citación del
enajenante no significa excluir al adquirente del proceso; por el contrario, este puede seguir
actuando en el proceso y sigue siendo el demandado y tiene todos los derechos de parte
(contestar demanda, producir prueba, etc.), sin perjuicio de su facultad de abandonar la defensa
de sus derechos en el enajenante y de pedir que en atención a ello se lo excluya del proceso.
Cesación de la responsabilidad:
Art 1048: en los casos en que se promueve el proceso judicial, la responsabilidad por
evicción cesa:
a. Si el adquirente no cita al garante o lo hace después de vencido el plazo que establece la
ley procesal.
b. Si el garante no comparece al proceso judicial y el adquirente, actuando de mala fe, no
opone las defensas pertinentes, no las sostiene o no interpone o no prosigue los recursos
ordinarios de que dispone contra el fallo desfavorable.
c. Si el adquirente se allana a la demanda sin conformidad del garante, o somete la
cuestión a arbitraje y el laudo le es desfavorable.
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Sin embargo, la responsabilidad subsiste si el adquirente prueba que, por no haber
existido oposición justa que hacer al derecho del vencedor, la citación oportuna del garante por
evicción, la interposición o sustanciación de los recursos, eran inútiles, o que el allanamiento o el
laudo desfavorable son ajustados a derecho.
El legislador precisa 4 causas de cesación, todas las cuales suponen una acción u
omisión del adquirente:
1. omitir la citación de evicción o hacer fuera de término. En tal caso, se trata de un caso
típico de caducidad de derecho.
2. Obrar con negligencia o imprudencia cuando el garante no comparezca al proceso
judicial o con mala fe. Ello puede darse por no oponer las defensas pertinentes; por no sostener
las opuestas; por no interponer o proseguir los recursos ordinarios de los cuales se disponía para
atacar el fallo desfavorable.
3. Allanarse a la demanda, sin lograr conformidad del garante.
4. Someter la cuestión a arbitraje.
Efectos en general:
Si es mínimo, hay que darle la posibilidad de reparar.
Si es grave, se puede resolver el contrato.
Siempre la carga es contra del garante.
Exclusiones:
Art 1053: la responsabilidad por defectos no comprende:
a. Los defectos del bien que el adquirente conoció o debió haber conocido mediante un
examen adecuado a las circunstancias del caso al momento de la adquisición, excepto que haya
hecho reserva expresa respecto de aquellos. Si reviste características especiales de complejidad y
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la posibilidad de conocer el defecto requiere cierta preparación científica o técnica, para
determinar esa posibilidad se aplican los usos del lugar de entrega.
b. Los defectos del bien que no existían al tiempo de la adquisición. La prueba de su
existencia incumbe al adquirente, excepto si el transmitente actúa profesionalmente en la
actividad a la que corresponde la transmisión.
Las normas precedentes determinan el contenido legal de la responsabilidad por vicios
ocultos.
Supuestos que tornan operativa la responsabilidad por vicios ocultos: el artículo
comienza por delimitar el contenido de la garantía por defectos ocultos trazando una distinción
entre defectos ocultos y vicios redhibitorios. Se establece entre ambas figuras una relación de
género a especie confiriendo mayor amplitud a la responsabilidad formulada que en el régimen
anterior.
Los vicios redhibitorios: por su parte, dentro del universo de defectos ocultos, el art 1051
inciso segundo, califica de vicios redhibitorios a aquellos defectos caracterizados particularmente
por presentar cierta gravedad. Expresa la disposición: “hacen a la cosa impropia para su destino
por razones estructurales o funcionales, o disminuyen su utilidad a tal extremo que, de haberlos
conocido, el adquirente no la habría adquirido, o su contraprestación hubiese sido
significativamente menor.”
La noción de vicio redhibitoria adoptada, al igual que sucedía en el código derogado,
pone énfasis en la entidad del defecto para comprometer el destino o la utilidad del bien, aunque
en la nueva redacción legal se contempla ahora de modo expreso que la afectación del destino
pueda deberse a causas estructurales o funcionales, lo cual otorga mayor precisión a la hora de
determinar el surgimiento de la responsabilidad en estudio.
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Vicios redhibitorios convencionales: al igual que sucedía en el régimen derogado, la
actuación de la autonomía privada posibilita que los contratantes incorporen previsiones de
diverso tenor relativas a la existencia de defectos específicos, o a la ausencia de ellos, o afirmen
ciertas calidades en la cosa objeto del contrato. Tales estipulaciones constituyen hipótesis de
ampliación convencional de la garantía pues tienen el efecto de hacer vicio redhibitorio de un
defecto que por su naturaleza no lo es, en tanto no reúne los requisitos normativos del art 1051
para asignarle tal calificación. La norma contempla diferentes supuestos que conducirán a
producir el ensanchamiento de la garantía:
a. En el primer inciso, el artículo parece referir a una previsión expresa relativa a la
existencia de ciertos defectos específicos a los cuales se les ha querido atribuir el carácter de
vicio redhibitorio, no obstante que fueron aparentes o fácilmente desechables para el adquirente,
de modo tal que si se presentaren el transmitente resultara responsable.
b. En el segundo inciso, se contemplan dos situaciones próximas: que la cláusula
garantice la inexistencia de defectos o bien que afirme cierta calidad de la cosa transmitida, sin
perjuicio de que la existencia del defecto o la falta de calidad hubiere sido cognoscible para el
adquirente. Respecto del último supuesto, es decir, cuando se garantice de manera expresa, cierta
calidad de la cosa, cabría entender que cualquier disconformidad con lo convenido habría actuar
la responsabilidad emergente de la garantía por vicios redhibitorios.
c. El último inciso regula el supuesto en el cual existan garantías voluntarias otorgadas
por el fabricante o comercializador de la cosa, correspondiendo entender que en este caso la
existencia de un defecto de cualquier índole se asimila a un vicio redhibitorio. Se concede al
adquirente la facultad de optar por ejercer los derechos resultantes de la garantía conforme a los
términos en que fue otorgada, o ejercer las acciones propias de los vicios redhibitorios.
Defecto subsanable:
Art 1057: el adquirente no tiene derecho a resolver el contrato si el defecto es subsanable,
el garante ofrece subsanarlo y él no lo acepta. Queda a salvo la reparación de daños.
Reglas de interpretación:
Constituyen un sistema de reglas obligatorias e imperativas que gobiernan el contrato,
considerado en su totalidad. Esto último (considerado en su totalidad) importa que no sólo se
procura interpretarlo, sino que también deben interpretar todas las normas (convalidantes,
supletorias o rectificatorias) que sean aplicables a ese contrato.
Las reglas tienen particular importancia para los jueces, quienes tendrán la
responsabilidad de resolver el conflicto planteado, conforme a ellas. Pero también estas reglas
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tienen como destinatario a las mismas partes contratantes, y a los terceros que puedan ser
beneficiados por el contrato, y aquellos otros a los cuales el contrato les impone una obligación.
La intención común
“Artículo 1061.-Intención común. El contrato debe interpretarse conforme a la intención
común de las partes y al principio de la buena fe.”
La intención común de las partes presume la libertad contractual, es decir, la facultad
que ellas tienen de determinar el contenido del contrato. La norma pone de relieve la importancia
de desentrañar esa intención común, que es más que la intención individual de cada contratante.
Es importante interpretar el contrato de acuerdo con la intención común de los contratantes, la
común intención de obligarse y de adquirir derechos, y no la intención individual o su particular
finalidad personal. La idea de una intención común implica que la voluntad de las partes va más
allá de la finalidad individual perseguida.
Los Principios Unidroit establecen que: 1) el contrato debe interpretarse conforme a la
intención común de las partes. Si esa intención no puede establecerse, el contrato se interpretará
conforme al significado que le habrían dado en circunstancias similares personas razonables de
la misma condición que las partes, 2) las declaraciones y demás actos de cada una de las partes
se interpretarán conforme a su intención, siempre que la otra haya conocido o no haya podido
ignorar. 3) el estándar de una persona razonable apunta a un esperado entendimiento usual en
personas de la misma condición, es decir, con los mismos conocimientos y experiencia técnica
en los negocios.
La búsqueda de desentrañar la intención común debe ser cuidadosa de no perjudicar a
los terceros, quienes podrían verse afectados por manifestaciones culposas de los contratos.
Interpretación restrictiva
El artículo 1062, primera parte, dispone que “cuando por disposición legal o
convencional se establece expresamente una interpretación restrictiva, debe estarse a la
literalidad de los términos utilizados al manifestar la voluntad.”
Es lo que se ha dado en llamar “interpretación auténtica”, que incluye no sólo la
hipótesis de que la ley haya dado a los términos un significado determinado, sino también a las
definiciones que las partes hayan establecido de ellos. De esta forma, se aclara la terminología
que pueda generar dudas.
Esta interpretación se fija en el propio contrato; sin embargo, no existe problema que en
ella se asiente uno nuevo. Pero en este caso, el nuevo contrato, éste no puede afectar los derechos
adquiridos por los terceros como consecuencia del primero.
Esta disposición no es aplicable a las obligaciones del predisponente y del proveedor en
los contratos por adhesión y en los de consumo; ello en consideración a la protección que debe
darse a adherentes y consumidores.
Interpretación contextual
Las cláusulas contractuales no pueden ser interpretadas aisladamente sino unas por
medio de las otras, y atribuyéndoles el sentido apropiado al conjunto del acto (art. 1064). El
contrato es un todo inescindible e inevitable, además, son las mismas personas que se obligaron,
por lo que resulta absurdo pensar que se pueda separar cada idea, toda vez que las cláusulas están
encadenadas unas con otras. La pretensión de hacer prevalecer una palabra o frase aislada, que
no guarda coherencia con el resto del contrato, altera su sentido y espíritu que es uno solo, y
constituiría una clara arbitrariedad, violatoria a su vez del principio general de la buena fe. Las
partes no pueden ampararse en cláusulas que las favorecen y desechar las perjudiciales.
Cada cláusula agarrada del conjunto y tomada en sí misma pueden tener un significado
inexacto; solamente la correlación armónica de cada una de las otras y teniendo en cuenta la luz
que proyectan armónicamente permite desentrañar el significado efectivo de cada una y de todas
formas en conjunto.
Esta interpretación sistemática no es aplicable a los contratos con cláusulas
predispuestas, porque el grueso de contrato responde al querer de uno solo de los contratantes.
Por ello, estos casos, prevalece la cláusula especial sobre lo predispuesto. Cabe recordar que el
artículo 987 establece que las cláusulas ambiguas predispuestas por una de las partes se
interpretan en sentido contrario a la parte predisponente.
Fuentes de interpretación
Art. 1065 Fuentes de interpretación. Cuando el significado de las palabras interpretado
contextualmente no es suficiente, se deben tomar en consideración:
a) las circunstancias en que se celebró, incluyendo las negociaciones preliminares;
b) la conducta de las partes, incluso la posterior a su celebración;
c) la naturaleza y finalidad del contrato.
Cuando el título del artículo 1065 refiere a las fuentes de interpretación, está aludiendo
a la materia sobre la que recae el acto interpretativo, constituidas por el lenguaje utilizado, el
texto escrito, la naturaleza y finalidad del acto y los comportamientos.
Sobre el texto escrito y las palabras en él contenidas, se expiden los artículos 1063 y
1064. De ellos se desprenden algunas ideas básicas, a saber: a) los términos empleados en un
contrato se entienden con el sentido que les da el uso general, salvo que lo contrario resulte de la
ley, del pacto o de los usos del lugar de celebración. Este criterio es extendido para los
comportamientos y otros signos no verbales. La solución es coherente con otras disposiciones
del nuevo Código, en cuanto supone entender inicialmente a los términos contractuales con el
alcance razonable que resulta del acuerdo, de la ley o del mercado;
b) las cláusulas deben ser interpretadas las unas por medio de las otras. Esta perspectiva
contextual se amplía en el ámbito de los contratos conexos.
El texto constituirá la fuente principal de referencia, más no la única, puesto que el
legislador continúa enunciando a otras. Así debe ser leído el acápite del artículo 1065, en cuanto
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sostiene que "Cuando el significado de las palabras interpretado contextualmente no es
suficiente, se deben tomar en consideración... (Otras fuentes). En tal supuesto, el marco de las
fuentes se amplia, sin que de la enunciación deba inferirse un orden o secuencia rígidamente
estructurado.
Finalmente emergen como fuentes de consulta para la tarea interpretativa, la naturaleza
y finalidad del contrato, presente parcialmente en el código de comercio derogado. También aquí
el reenvío resulta concordante con otras soluciones del nuevo Código, caracterizado por
potenciar a la causa como una de las estructuras sobre las cuales se asienta la teoría del negocio
jurídico, con sus correspondientes efectos.
En tal sentido se ha dicho que "...para conocer el sentido del contrato es preciso indagar
el sustrato económico que lo sustenta, el juego de intereses de las partes y la práctica que éstas
han dado a dichos intereses".
Principio de conservación
El artículo 1066 dispone que si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de alguna de
sus cláusulas, debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Y añade que si esto resulta de
varias interpretaciones posibles, corresponde entenderlos con el alcance más adecuado al
objeto del contrato.
Resulta absurdo pensar que las partes han celebrado un negocio jurídico tendiente a que
no produzca efectos, como resultaría de la nulidad posible. Lo razonable es que han querido
producir efectos jurídicos, y de allí la validez que debe presumirse. Lo mismo cabe decir de
ciertas cláusulas convenidas; sería un sinsentido pensar que han sido pactadas para no darle valor
alguno.
La norma avanza también en otra interpretación: si hay varias interpretaciones posibles,
deberá preferirse aquella que se adecue mejor al objeto contractual.
Protección de la confianza
Artículo 1067: Protección de la confianza. La interpretación debe proteger la confianza y la
lealtad que las partes se deben recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con
una conducta jurídicamente relevante, previa y propia del mismo sujeto.
La norma contiene una protección de la confianza, referida a la hermenéutica del
contrato. Aunque no se la define legalmente, existe consenso en entender a la confianza como la
exigencia que se impone a "todo aquel que con sus conductas o sus manifestaciones de voluntad,
suscite en otro una razonable creencia con respecto a ellas", estando "obligado a no defraudar esa
expectativa”.
Se insiste en que "no se trata de honrar cualquier expectativa, sino aquella que sea
objetivamente justificada conforme los antecedentes generados..." Aplicando el estándar en la
interpretación del contrato, el intérprete deberá apreciar la intención común de voluntad de
acuerdo al sentido que "razonablemente" pudieron haberle conferido.
Aquí se observa el punto inevitable de contacto con la buena fe, a la que se aludiera al
comentar el artículo 1061. Ello explica el porqué de la referencia efectuada en el texto en orden a
que la interpretación debe proteger "la lealtad que las partes se deben recíprocamente".
Por lo demás, la convergencia entre tutela de la confianza y buena fe, se proyecta en lo
concerniente al acto propio, explicitado ahora en la última parte del artículo 1067, en cuanto se
juzga "inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente relevante, previa y propia
del mismo sujeto". La tipificación resulta acertada y se vincula con las justificaciones con las
cuales tradicionalmente se ha sustentado, tanto en la buena fe, como en la confianza, o en ambos
estándares del Derecho Privado.
Expresiones oscuras
Finalmente, si a pesar de las reglas interpretativas vistas, persiste la dudas, habrá que
diferenciar según si el contrato es a título gratuito u oneroso. En el primer caso, se debe
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interpretar en el sentido menos gravoso para el obligado; en el segundo, en el sentido que
produzca un ajuste equitativo de los intereses de las partes (art, 1068).
Se ha superado así, el problema que planteada el código de comercio. No es justo
favorecer al deudor, a quien debe favorecerse es al débil jurídico. Muchas veces el deudor es el
contratante fuerte, por eso es necesaria la distinción que la norma hace. Sólo en los contratos
gratuitos corresponde interpretarlos a favor del deudor, esto es a favor de su liberación, o al
menos, a favor de la menor transmisión de derechos, justamente porque nada ha recibido a
cambio; en tanto en los contratos onerosos, debe prevalecer la idea de mantener la equivalencia o
reciprocidad de las prestaciones.
Prelación normativa
Art. 963 Prelación normativa. Cuando concurren disposiciones de este Código y de
alguna ley especial, las normas se aplican con el siguiente orden de prelación:
a) normas indisponibles de la ley especial y de este Código;
b) normas particulares del contrato;
c) normas supletorias de la ley especial;
d) normas supletorias de este Código.
La prelación normativa es aplicable para el supuesto de colisión entre disposiciones del
Código y las de leyes especiales.
La primera conclusión a la que cabe arribar es que el artículo 962 del Código confirma,
si es que ello era necesario, la especial prelación asignada a la autonomía de la voluntad en orden
a la libertad de las partes para dotar de contenido a los contratos (art. 958). Y ello presupone,
como principio, que las normas legales sólo suplen la voluntad de las partes, a menos que del
modo en que se hallen redactados los textos, resulte su carácter imperativo o indisponible. La
importancia que adquiere el carácter de las normas y la prelación normativa de las mismas, nos
obligan a una sistematización que nos auxilie a comprender, simultáneamente, ambas cuestiones
dadas su especial vinculación.
El nuevo código incorpora dos normas orientadoras (e imperativas) sobre cómo
debemos integrar el contrato frente a la tarea de interpretar sus cláusulas y disposiciones
contractuales. Estos dispositivos normativos son obligatorios para jueces, pero también para
quienes tienen la tarea de redactar acuerdos contractuales.
En efecto, el artículo 963 a continuación del 962 que regula el carácter supletorio del
código en las relaciones contractuales dispone expresamente que “cuando concurren
disposiciones de este código y de alguna ley especial, las normas se aplican con el siguiente
orden de prelación…”. Por su parte el artículo 964 nos dice que “el contrato se integra con…” O
sea, ambos dispositivos normativos buscan orientar al intérprete sobre prelación del derecho
positivo e integración del derecho contractual. Ambos apuntan, siempre al contrato, esto quiere
decir a orientar la autonomía negocial y de configuración contractual.
El artículo 963 nos dice que si concurren normas del código civil y de otra ley especial
se aplica el siguiente orden de prelación: 1) normas indisponibles de la ley especial y, en su caso,
del código civil; 2) normas contractuales privadas, 3) normas supletorias de la ley especial y por
último, normas supletorias del código. Es importante destacar que el legislador otorgó a la “ley
de contrato” un rango de prelación importante pues colocó al derecho contractual entre las
normas indisponibles y las normas supletorias.
La duda que tenemos, luego de repasar el código, es cómo descifrar cuáles son aquellas
normas que califican como “indisponibles” y cuáles las “supletorias”. El nuevo texto carece de
una definición y es más, la redacción luce bastante confusa para el intérprete pues el nuevo
código no explica cuáles califican como tal y cuáles no. Descifrar esta fórmula será tarea del
intérprete quien al final del día deberá descubrir (según su leal saber y entender) qué norma
califica como indisponible y cuál como supletoria. El propio código nos enseña que la principal
tarea del intérprete consiste en averiguar la “finalidad” de la norma (más allá de su texto literal);
sin embargo, conocer la finalidad de la norma, para luego concluir si es indisponible o supletoria
dependerá de factores netamente subjetivos o interpretativos. Podemos entender e interpretar que
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una misma norma del código podría tutelar intereses muy diferentes y por ende discrepar sobre la
finalidad tuitiva de la norma.
Doctrina y jurisprudencia pacífica (tanto en el fuero civil como comercial) han
entendido que las normas indisponibles son aquellas que tutelan derechos irrenunciables para las
partes. En el derecho de sociedades se las llama normas tuitivas de derechos irrenunciables para
los socios. Esas normas buscarían tutelar un interés superior al interés privado y patrimonial de
las partes de un contrato, buscando tutelar intereses superiores: la moral, las buenas costumbres y
el orden público. O sea, las normas indisponibles serían aquellas normas tuitivas de un interés
superior al interés contractual, privado y patrimonial. Recordemos que el mismo código
expresamente dispone que “los derechos reconocidos en un contrato forman parte del patrimonio
de las partes”. Reconocer, sin vueltas, que los derechos y obligaciones incorporados a un
contrato integran el fuero patrimonial y privado de los cocontratantes, y por ende, no estarían
alcanzados por normas indisponibles. El código pone al derecho contractual entre las normas
indisponibles y las supletorias del código o de la ley especial ¿cuáles son entonces las
supletorias?
Este clase de normas, las supletorias, serían aquellas que podrían ser sustituidas por
voluntad de las partes; o sea, aquellas que regulando aspectos que hacen al derecho privado y
patrimonial las partes podrían suplir con su sola voluntad contractual. Aquí no hay orden público
involucrado. El propio código pone al derecho contractual por encima del derecho supletorio;
esto significa en otras palabras que el contrato sigue siendo en el nuevo código “ley para las
partes”, tal como lo sostuvo Vélez en su artículo 1197.
El problema es que será un verdadero problema descifrar cuáles normas califican como
supletorias y cuáles como indisponibles; y aquí anida la incertidumbre negocial o contractual.
Aun cuando el nuevo código reconozca al derecho contractual ubicándolo entre las normas
imperativas (indisponibles) y las normas supletorias (disponibles), deja un gran vacío respecto de
saber cuál son unas y cuáles otras para construir el contrato ejerciendo la opción de
configuración contractual.
En cuanto a la integración del contrato, el artículo 964 dispone que el contrato se integra
con las normas indisponibles en primer lugar y, en segundo orden, por las normas
supletorias. Dicho esto, el juez tendría la facultad de: (i) derogar una cláusula contractual o
modificar su contenido con el objetivo de adecuarlo al derecho imperativo o supletorio, o (ii)
integrar el contrato aplicando una norma imperativa o supletoria.
La "teoría del contrato" admite, junto a los elementos esenciales generales, otros propios
de cada figura contractual, que permiten diferenciarlos entre sí. Habitualmente los elementos
esenciales particulares o tipificantes resultan de la definición legal relativa al contrato respectivo.
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Esto es lo que acontece en el Código, que mejora los conceptos expresados en el artículo 1493
del código derogado. Para su reemplazo, el artículo 1251 establece que "Hay contrato de obra o
de servicios cuando una persona, según el caso el contratista o el prestador de servicios, actuando
independientemente, se obliga a favor de otra, llamada comitente, a realizar una obra material o
intelectual o a proveer un servicio mediante una retribución. El contrato es gratuito si las partes
así lo pactan o cuando por las circunstancias del caso puede presumirse la intención de
beneficiar". Agrega luego el artículo 1252 que "Si hay duda sobre la calificación del contrato, se
entiende que hay contrato de servicios cuando la obligación de hacer consiste en realizar cierta
actividad independiente de su eficacia. Se considera que el contrato es de obra cuando se
promete un resultado eficaz, reproducible o susceptible de entrega. Los servicios prestados
en relación de dependencia se rigen por las normas del derecho laboral. Las disposiciones de
este Capítulo se integran con las reglas específicas que resulten aplicables a servicios u obras
especialmente regulados".
Dichas normas ratifican, aunque con mayor precisión técnica, los elementos
independientes o autónomos de una obra, sea ésta material o intelectual, o de un servicio o
actividad; y el pago, de una retribución. Por excepción, se admite que el contrato sea gratuito
"...si las partes así lo pactan o cuando por las circunstancias del caso puede presumirse la
intención de beneficiar. Parece que la gratuidad prevista en el artículo 1251 ha sido pensada para
el contrato de servicios, dado que toda obra va acompañada de traslaciones de riesgos y
responsabilidades, que difícilmente pueden justificarse en el ámbito de una liberalidad.
Asimismo, los textos superan las disposiciones derogadas, en tanto explicitan criterios
legales a fin de diferenciar los contratos de obra, de servicios y de trabajo. En relación con los
primeros, se propone como pauta diferenciadora el hecho de que la actividad prometida
comprenda o no a un resultado, que puede reproducirse o ser susceptible de entrega (parte final
del primer párrafo del artículo 1252). De este modo, el opus califica la actividad del contratista,
que no se agota en sí misma sino que debe expresarse en el resultado eficaz convenido. Por el
contrario, la mera actividad caracteriza al débito del prestador. Las soluciones resultan
coherentes con las distinciones que el Código propone en ocasión del tratamiento de las
obligaciones de hacer. Se sigue aquí la postura mayoritaria de nuestra doctrina y jurisprudencia.
Respecto del contrato de trabajo, se enfatiza que la obra o servicios sólo puede
considerarse como tal, siempre que el contratista o el prestador actúen con independencia o
autonomía. Para tal calificación se juzga relevante la Ley de Contrato de Trabajo, y
concordantes. De este modo, el nuevo Código apunta a impedir que la subsunción en los
contratos de obra o servicios intente burlar los efectos del orden público estatutario que protege a
los trabajadores.
Art. 964 Integración del contrato. El contenido del contrato se integra con:
a) las normas indisponibles, que se aplican en sustitución de las cláusulas incompatibles
con ellas;
b) las normas supletorias;
c) los usos y prácticas del lugar de celebración, en cuanto sean aplicables porque hayan
sido declarados obligatorios por las partes o porque sean ampliamente conocidos y regularmente
observados en el ámbito en que se celebra el contrato, excepto que su aplicación sea irrazonable.
La integración del contrato hace a la determinación de su contenido. Ella debe realizarse
cuando la regulación adoptada por las partes por vía de las normas particulares de autonomía no
es suficiente para abarcar los distintos aspectos funcionales. E interpretativo que exige el vínculo
entre los contratantes.
Lo establecido en el art. 964 CCC guarda correlato lógico con la jerarquía normativa
enunciada en el art. 963 CCC. De acuerdo a la estipulación normativa, lo determinado por las
partes por vía del ejercicio de su libertad negocial se integra:
Con las normas indisponibles, que desplazan la aplicación de cualquier regulación
adoptada por los contratantes que resulte incompatible con ellas; las normas supletorias, que han
sido especialmente diseñadas para poder actuar como complemento de las disposiciones de
78
autonomía que no se les contrapongan; porque a diferencia de lo que ocurre con las normas
indisponibles, nada obsta a que las partes, en ejercicio de su libertad contractual, adopten una
solución normativa distinta de la contenida en una norma supletoria del Código. A diferencia del
artículo 963, aquí no se distingue entre normas supletorias de una ley especial y normas
supletorias del Código, aunque una adecuada interpretación sistemática indica que también en
este caso se apliquen en ese orden; y, los usos y prácticas del lugar del lugar de celebración, que
deberían ser aplicados: cuando así lo hubieran dispuesto las partes; cuando sean ampliamente
conocidos y regularmente observados en el ámbito en que se celebra el contrato, salvo que su
aplicación resulte irrazonable en miras de la obtención de la finalidad perseguida por las partes o
quiebre la relación de onerosidad tenida en consideración, dando lugar a un ejercicio abusivo.
La remisión de los usos y prácticas tiene una fuerte impronta de “lexmercatoria”. La
norma derogada, el art. 219 CC, proveía la aplicación del los del lugar de ejecución, lo que había
generado críticas doctrinarias que la nueva norma supera. Esta disposición ha de tener amplia
aplicación en áreas como la bursátil, en la que los usos y prácticas tienen amplia difusión y
aceptación por parte de los operadores. Debe considerarse prerrogativa implícita de la función
jurisdiccional cuando se requiere que el juez conozca acerca de alguna práctica concreta.
Principio de la buena fe
La buena fe es un concepto de difícil definición y aprehensión, que no puede ser
simplemente definido como el comportamiento opuesto a la mala fe, por ello, se debe comenzar
a distinguir entre las llamadas buena fe subjetiva y buena fe objetiva.
La primera, también llamada buena fe en sentido psicológico o buena fe creencia,
consiste en la creencia nacida de un error excusable, de que su conducta no va contra derecho.
Este concepto engloba un doble campo de acción: en primer lugar consiste en creer que no se
está dañando un interés ajeno tutelado por el derecho, o en ignorar que se estaba produciendo tal
daño; en segundo lugar, en la creencia o error de una persona con la que otro sujeto, que se
beneficia, se relaciona (ej., el pago de lo que no se debe).
La segunda, también llamada buena fe en sentido ético o buena fe lealtad, consiste en la
creencia y confianza que tiene un sujeto en que una declaración surtirá en un caso concreto los
mismos efectos que ordinaria y normalmente ha producido en casos iguales. Es decir, son las
reglas objetivas de la honradez en el comercio o en el tráfico, que llevan a creer en la palabra
empeñada y en que el acto sea concertado lealmente, obrando con rectitud.
Sentado lo precedentemente expuesto, puede sostenerse que el principio general de la
buena fe es una norma jurídica que impone a las personas el deber de comportarse lealmente en
el tráfico jurídico, ajustando el comportamiento al arquetipo de conducta social reclamada por la
idea ética vigente. Importa exigir a los sujetos una conducta de cooperación de despertar la
confianza en las propias declaraciones, manteniendo la palabra empeñada. Como consecuencia
de ello, opera como límite al ejercicio del derecho subjetivo. Por lo tanto, el principio de la
buena fe, significa que el acreedor no debe pretender más que lo que es debido, conforme a la
honesta inteligencia de las cláusulas contractuales y habida cuenta de la finalidad de ellas.
Como la buena fe implica ajustarse a lo convenido en el contrato, ello incluye no solo el
cumplimiento fiel de lo pactado sino también de los deberes accesorios de conducta, tales como
los de información, cooperación, diligencia, seguridad y garantía, que se fundan en deberes de
convivencia y solidaridad social, que va más allá de lo expresamente pactado, pero que impide
toda acción u omisión que pueda dañar al otro contratante, con fundamento en el art. 19 de la
Constitución Nacional. Este principio ha sido destacado por el Código Civil en diferentes partes:
lo recepta en su artículo 9, el artículo 961 y el artículo 1061.
Interpretar un contrato de buena fe, significa interpretarlo teniendo en cuenta que los
contratantes han debido comportarse frente al otro lealmente, de manera sincera y sin reservas,
descartando hacer uso de las facultades obtenidas con un innecesario rigor que pueda provocar
un daño injusto a la contraparte. La interpretación de la buena fe, no puede agotarse en el
contrato, sino que debe extenderse al tiempo anterior a su celebración, a las negociaciones
79
previas (art. 991) y hacia el futuro. El valor del principio de la buena fe es tan importante que
constituye el fundamento de una gran cantidad de reglas interpretativas.
2. Contrato de consumo
Art. 1093 Contrato de consumo. Contrato de consumo es el celebrado entre un
consumidor o usuario final con una persona humana o jurídica que actúe profesional u
ocasionalmente o con una empresa productora de bienes o prestadora de servicios, pública o
privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por parte de los
consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social.
El contrato de consumo determina los límites dentro de los que el sistema brindará
protección a los consumidores en el marco de los acuerdos que éstos celebren con los
proveedores. Si bien el Derecho del Consumidor regula las relaciones de consumo, muchas de
ellas se desenvuelven dentro de vínculos de naturaleza contractuales, los cuales, por sus
particularidades, merecen un tratamiento específico. El Código se propone definir al contrato de
consumo como aquel celebrado entre un consumidor y un proveedor, por lo que quedarán
abarcados todos los acuerdos que involucren relaciones de consumo.
80
Noción de proveedor
El proveedor constituye la relación de consumo junto con el consumidor o usuario;
haciendo referencia a todo el sector oferente de productos y servicios, en la medida en que la
actividad se realice en el marco de dicho vínculo jurídico.
Puede afirmarse que la noción de proveedor es deliberadamente amplia para incluir a
todos los sujetos que actúan del lado de la oferta en el mercado. En tanto la relación jurídica de
consumo se asienta en el acto de consumo, es claro que este elemento distribuye los polos
activos según los que ofrecen y los que consumen bienes. La noción de proveedor se separa de
las tradicionalmente utilizadas en el Derecho Privado: comprende a todos los que ofrecen.
El texto legal argentino se encuentra en sintonía con la noción amplia de proveedor, ya
que no sólo hace referencia a quienes resulten ser personas físicas o jurídicas que actúen
profesionalmente o empresas productoras de bienes o prestadoras de servicios, de naturaleza
pública o privada, sino que también se señala a todo aquél que obre aun "ocasionalmente",
siempre que tengan por "objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por parte de
los consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social. Es decir que lo que
determinará que un oferente sea calificado como proveedor será definido con el foco puesto en el
destinatario, que deberá ser un consumidor o usuario.
Por lo expresado, sin perjuicio de la pretensión abarcativa del precepto, debe dejarse en
claro que no todos los que ofrecen son jurídicamente proveedores, ya que la oferta para el
consumo excluye una amplia categoría de sujetos que ofrecen al sector empresario. De esta
manera, la noción de proveedor es una calificación transversal al Derecho Público y Privado, con
lo cual puede haber proveedores en el sector público como en el privado, siempre que lo hagan
con destino al consumo.
Consumidor:
El Código Civil y comercial sustituyó la definición de consumidor que daba el art. 1° de
la ley 24.240, por otra que repitió casi textualmente el art. 1092 “Se considera consumidor a la
persona humana o jurídica que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o servicios
como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social.” La definición citada
se sostiene claramente en una posición finalista de las relaciones de consumo, en tanto, el
consumidor para ser tal debe vincularse con el proveedor para la satisfacción de necesidades
privadas suyas. Así caemos en el ejemplo de considerar consumidor a aquel que compra harina
para cocinar en su casa, pero no al panadero que lo hace para producir el pan en su comercio.
Esa finalidad privada, dice la norma, no necesariamente debe ser la de aquel que
adquiere el producto, por cuanto, si la adquisición se hace para algún miembro del grupo familiar
o social (por ejemplo, comprar harina para dárselo al padre), también se la tendrá por cumplida.
Surge además del texto legal, la designación de categorías de consumidor:
Consumidor directo: Es el definido en el primer párrafo del art. 1092; es aquel que genera
el vínculo con el proveedor en forma directa.
Consumidor “equiparado”: Los miembros del grupo familiar o social que se constituyan en
beneficiarios del bien o del servicio adquirido por el consumidor, serán considerados con el
mismo derecho que el consumidor directo, gozando entonces de las mismas acciones y
legitimaciones. Su regulación se extrae del segundo párrafo del art. 1092.
Consumidor “expuesto”: suprimido por la reforma de la ley 24.240. Borda página 271.
Trato digno:
Art. 1097 Trato digno. Los proveedores deben garantizar condiciones de atención y trato
digno a los consumidores y usuarios. La dignidad de la persona debe ser respetada conforme a
los criterios generales que surgen de los tratados de derechos humanos. Los proveedores deben
abstenerse de desplegar conductas que coloquen a los consumidores en situaciones vergonzantes,
vejatorias o intimidatorias.
Las relaciones de consumo están signadas por un régimen tuitivo que apunta a
establecer un cierto equilibrio en el vínculo que por su naturaleza resulta ser genéticamente
desigual. Pero no sólo se trata de establecer derechos y obligaciones para los intervinientes, sino
también de garantizar que durante su decurso se brinde un marco de respeto hacia el consumidor
que no lo coloque en situaciones colisionantes con su dignidad.
Cabe recordar que en el derecho de los consumidores, el trato digno aparece
expresamente protegido con rango supralegal (art. 42 de la CN). En consonancia con ello, el
artículo 1097 contiene tres preceptos estrechamente vinculados:
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a) Los proveedores deben garantizar condiciones de atención y trato digno a los
consumidores y usuarios.
b) La dignidad de la persona debe ser respetada conforme a los criterios generales que
surgen de los tratados de derechos humanos.
c) Los proveedores deben abstenerse de desplegar conductas que coloquen a los
consumidores en situaciones vergonzantes, vejatorias o intimidatorias.
Las nociones de trato digno y de prácticas comerciales abusivas posibilitan enmarcar
situaciones que muchas veces no se encuadran claramente en las regulaciones consumeristas. Lo
que se pretende de este modo es garantizar un tratamiento para el consumidor que evite la
existencia de prácticas que limiten o nieguen sus derechos. En Argentina, si bien la noción se
incorpora formalmente al ordenamiento jurídico con la ley 26.361 con el agregado del artículo
8° bis a la Ley de Defensa del Consumidor, existieron precedentes jurisprudenciales que
insinuaron el camino. Ya en el año 2006 el Superior Tribunal, de Justicia de Río Negro
menciona ciertas conductas del proveedor como inaceptables. También se plantearon situaciones
en las que si bien no se refiere a la cuestión con la terminología que surge del texto del Código,
se rechazan prácticas que colocan a personas frente a situaciones repudiables en cuanto al trato
brindado".
La norma persigue custodiar la forma en que el contratante será tratado ya que "la
existencia del derecho a la dignidad humana es uno de los principios fundamentales del hombre
que debe ser tutelado por cualquier Estado moderno, y una de sus más eficaces funciones es la de
poner coto, límite a eventuales excesos de proveedores de bienes y/o servicios básicos.
De manera de brindar al intérprete claras premisas acerca del standard mínimo que debe
brindar el proveedor, se hace referencia a los "criterios generales que surgen de los tratados de
derechos humanos", de los que surgen nociones como dignidad, no discriminación, entre otros El
establecimiento de un standard de protección basado en los tratados de derechos humanos
establece con claridad los criterios que deben orientar las nociones de trato digno del
consumidor, quien se ve expuesto de manera cotidiana a situaciones que no encuentran sustento
ni justificación alguna.
Publicidad:
Art. 1101 Publicidad. Está prohibida toda publicidad que:
a) contenga indicaciones falsas o de tal naturaleza que induzcan o puedan inducir a error al
consumidor, cuando recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio;
b) efectúe comparaciones de bienes o servicios cuando sean de naturaleza tal que
conduzcan a error al consumidor;
c) sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a comportarse de forma perjudicial
o peligrosa para su salud o seguridad.
El artículo establece supuestos de publicidad ilícita, determinándose su carácter
prohibido. Se trata de un mecanismo tendiente a garantizar que el consumidor reciba la
información de manera clara, condenándose las situaciones que puedan llevar a tomar decisiones
de consumo basadas en presupuestos falsos o inexactos.
La publicidad es toda forma de comunicación realizada en el marco de una actividad
comercial, industrial, artesanal o liberal con el fin de promover el suministro de bienes o la
prestación de servicios, incluidos los bienes inmuebles, los derechos y las obligaciones, la que
por el hecho de enmarcarse en una actividad comercial posibilita establecer limitaciones para los
emisores de mensajes publicitarios, sin caer en limitaciones a la libertad de expresión, lo que
sería calificado de inconstitucional. Debe recordarse que "el mercado de bienes y servicios se
caracteriza por la utilización de instrumentos, como la publicidad, con los que los empresarios
aproximan sus ofertas a los consumidores. Estos instrumentos cuando acogen la forma de
comunicaciones comerciales pueden quedar acogidos dentro del concepto de publicidad. Es
sabido que la publicidad tiene una incidencia en el comportamiento económico y negocial de los
consumidores en el mercado y en el tráfico jurídico, y en un mercado de libre competencia la
publicidad incita al consumidor y promueve la contratación de bienes y servicios".
85
La ilicitud de ciertas formas de publicidad puede apreciarse en el Derecho Comparado y
partir de la entrada en vigencia del Código, en el Derecho local. El texto legal veda los anuncios
que contengan "indicaciones falsas o de tal naturaleza que induzcan o puedan inducir a error al
consumidor, cuando recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio, como forma de
publicidad engañosa consistente en intentar de cualquier manera, incluida su presentación,
inducir a error a sus destinatarios, pudiendo afectar a su comportamiento económico, o
perjudicar o ser capaz de perjudicar a un competidor. Es posible que se configuren también casos
de publicidad engañosa por omisión cuando se silencien datos fundamentales de los bienes,
actividades o servicios cuando dicha omisión induzca a error a los destinatarios.
Pueden existir ciertas circunstancias sobre las que puede versar el engaño publicitario,
no debiendo considerarse que se trate de una lista cerrada: las características de los bienes,
actividades o servicios, el precio completo o presupuesto o modo de fijación del mismo,
condiciones jurídicas y económicas de adquisición, utilización y entrega de los bienes o de la
prestación de servicios, motivos de la oferta, naturaleza, cualificaciones y derechos del
anunciante y servicio de posventa".
También se proscriben los casos en que se efectúen "comparaciones de bienes o
servicios cuando sean de naturaleza tal que conduzcan a error al consumidor", lo que se
denomina publicidad comparativa. La ilicitud radica en no apoyarse en características esenciales,
afines y objetivamente demostrables de los productos o servicios, o cuando se contrapongan
bienes o servicios con otros no similares o desconocidos, o de limitada participación en el
mercado.
En la economía de mercado la publicidad constituye una herramienta primordial de la
competencia y siendo todo acto de publicidad un acto de competencia es lógico que también
quede sujeto a las reglas de lealtad concurrencial, por lo que la regulación de la publicidad
comparativa como parte de los actos de deslealtad en el plano del mercado es coherente con un
sistema que pretende una competencia sana y transparente. En virtud de ello podemos agregar
otros supuestos que encuadran en los principios que regula el precepto comentado:
Publicidad denigratoria.
La que por su contenido, forma de presentación o difusión provoca el descrédito,
denigración o menosprecio directo o indirecto de una persona, empresa o de sus productos,
servicios o actividades.
Publicidad parasitaria.
La que induce a confusión con las empresas, actividades, productos, nombres, marcas u
otros signos distintivos de la denominación, siglas, marcas o distintivos de otras empresas o
instituciones y, en general, la que sea contraria a las normas de corrección y buenos usos
mercantiles.
Finalmente, el artículo se refiere a la publicidad que sea "abusiva, discriminatoria o
induzca al consumidor a comportarse de forma perjudicial o peligrosa para su salud o seguridad''.
Se ha dicho al respecto que los "derechos fundamentales determinan el estatuto jurídico de los
ciudadanos tanto en su relación con el Estado como en sus relaciones mutuas, teniendo, por lo
tanto como fin fundamental tutelar la libertad, autonomía y seguridad de las personas no sólo
frente al poder estatal, sino, también, frente a los abusos procedentes de los demás ciudadanos.
De ahí que toda actividad procedente tanto de los poderes públicos como de los
particulares ha de respetar estos valores y derechos fundamentales reconocidos" en la
Constitución. De esta manera, "el fundamento de la ilicitud de esta publicidad contraria a la
dignidad de la persona y a los valores y derechos reconocidos en la Constitución, se encuentra en
un hecho tan evidente como que toda actividad publicitaria contraria a esos valores es ilícita por
carácter inconstitucional. En estos supuestos el elemento determinante de la ilicitud de la
publicidad se encuentra no sólo en el contenido del mensaje, sino también en la forma utilizada
para comunicar ese mensaje publicitario".
86
Modalidades especiales:
Celebrados fuera de los establecimientos comerciales:
Art. 1104 Contratos celebrados fuera de los establecimientos comerciales.
Está comprendido en la categoría de contrato celebrado fuera de los establecimientos
comerciales del proveedor el que resulta de una oferta o propuesta sobre un bien o servicio
concluido en el domicilio o lugar de trabajo del consumidor, en la vía pública, o por medio de
correspondencia, los que resultan de una convocatoria al consumidor o usuario al
establecimiento del proveedor o a otro sitio, cuando el objetivo de dicha convocatoria sea total o
parcialmente distinto al de la contratación, o se trate de un premio u obsequio.
La nota característica de estos contratos está dada por el hecho de que no es el
consumidor quien concurre hacia al bien o servicio, sino que es a la inversa: el bien o servicio lo
sorprende en su casa (mediante publicidad que lo insta a consumir en forma inmediata), en la vía
pública o en su buena fe, invitándole a concurrir a un evento para luego instarlo a la suscripción
de un contrato. Esta situación de “invasión” al consumidor ha llevado al legislador a concluir que
violenta la libertad de elección del consumidor, en tanto, no ha tenido éste tiempo suficiente para
reflexionar respecto de la conveniencia de la contratación. A los fines de contrarrestar los efectos
de estas técnicas de comercialización, se le ha concedido al consumir el derecho a revocar el
contrato.
Constituye una evolución de los “contratos entre ausentes” de los contratos paritarios,
en tanto, son aquellos que se concluyen a través de medios de comunicación que no requieren la
presencia física de las partes entre sí. El empleo de medios electrónicos para la celebración de
estos contratos es válido, siempre y cuando la norma no exija que el contrato sea celebrado por
escrito (art. 1116). Además, el proveedor debe informar respecto del derecho de revocación que
goza el consumidor, modos de empleo del medio electrónico y asunción de riesgos (art. 1107).
Art. 1106 Utilización de medios electrónicos. Siempre que en este Código o en leyes
especiales se exija que el contrato conste por escrito, este requisito se debe entender satisfecho si
el contrato con el consumidor o usuario contiene un soporte electrónico u otra tecnología similar.
El Código, como expresión de un Derecho moderno que necesariamente debe operar en
un mundo cuyo desarrollo tecnológico avanza de forma vertiginosa, desarrolla fórmulas que
posibiliten incorporar eficazmente nuevas herramientas al universo de las relaciones
patrimoniales. Por esta razón es que el contrato escrito, que siempre se relacionó con el soporte
papel, tiene de ahora en adelante una connotación mucho más amplia al extenderse a los soportes
electrónicos o de tecnologías similares.
El Código establece una regla a partir de la cual equipara el requisito de instrumentación
por escrito de un contrato de consumo a otro medio que importe "un soporte electrónico u otra
tecnología similar", de manera de poder adoptar las redacción de normas vigentes con
anterioridad al estado de la tecnología actual y futura.
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Se trata de supuestos que surjan del propio Código como de cualquier otra norma
aplicable a los contratos de consumo, lo que resulta apropiado en función del carácter estatutario
del régimen tuitivo de los consumidores. Es decir que cuando una estipulación legal ordene que
cierto contrato se instrumente por escrito, dicho requisito quedará cumplimentado también
mediante la utilización de los recursos que de forma equiparada brinda este cuerpo legal.
La norma analizada no hace más que darle certeza a una práctica extendida que va
haciendo que lo escrito se implemente cada vez más en diversos recursos tecnológicos para ir
dejando de lado la alternativa del papel, no sólo por cuestiones ambientales, operativas y de
costos, sino también por la facilidad que estos medios modernos otorgan para contratar a
distancia.
Art. 1107 Información sobre los medios electrónicos. Si las partes se valen de técnicas
de comunicación electrónica o similares para la celebración de un contrato de consumo a
distancia, el proveedor debe informar al consumidor, además del contenido mínimo del contrato
y la facultad de revocar, todos los datos necesarios para utilizar correctamente el medio elegido,
para comprender los riesgos derivados de su empleo y para tener absolutamente claro quién
asume esos riesgos.
Cuando el consumidor contrata a través de medios electrónicos no sólo sufre la especial
vulnerabilidad de las operaciones realizadas fuera de los establecimientos comerciales, sino
también el desconocimiento propio de la herramienta empleada para concretar la contratación,
razón por la cual el Código exige que se le brinde información específica relativa a la utilización
del medio elegido, los riesgos involucrados y quién asume los mismos.
Art. 1108 Ofertas por medios electrónicos. Las ofertas de contratación por medios
electrónicos o similares deben tener vigencia durante el período que fije el oferente o, en su
defecto, durante todo el tiempo que permanezcan accesibles al destinatario. El oferente debe
confirmar por vía electrónica y sin demora la llegada de la aceptación.
La oferta es una proposición unilateral que una persona dirige a otra (determinada o
determinable) con la intención de obligarse, por lo que existirá cuando baste la aceptación para
producir los efectos pretendidos (ver arts. 972 y 973). Por su parte, cuando la proposición sea
dirigida a eventuales consumidores, deberá reunir ciertos requisitos, tales como fecha precisa de
comienzo y finalización; modalidades y condiciones, las que deben entenderse incluidas en la
exigencia de los aspectos principales y los secundarios de importancia, sin poder el oferente
abstenerse de informar ninguno de ellos, y limitaciones, como manera de evitar que se ofrezcan
condiciones muy ventajosas que luego no se configuran en la realidad.
Si bien la regla general en el derecho civil es que si la oferta no reúne los elementos
sustanciales del contrato no puede ser considerada tal, en el marco del derecho del consumidor
debe entenderse que "si lo que faltan son elementos referidos a las limitaciones, condiciones,
etcétera, que no hacen a la existencia de un contrato, sino a la comprensión del consumidor,
habrá oferta y contrato con incumplimiento del deber de informar", ya que de interpretarse en un
sentido distinto y considerarse la inexistencia de oferta se estaría premiando al proveedor
incumplidor al no quedar éste obligado frente a los consumidores potenciales.
Conforme al criterio general adoptado para las ofertas públicas en el derecho del
consumidor, el Código exige que el proveedor explicite el término en el que su propuesta se
mantendrá vigente, quedando obligado por dicho lapso. Pero para el supuesto de haberse omitido
la especificación del período de duración de las ofertas, las mismas existirán "durante todo el
tiempo que permanezcan accesibles al destinatario" (Comp. art. 974, 3er párr.).
88
prestación. Ese lugar fija la jurisdicción aplicable a los conflictos derivados del contrato. La
cláusula de prórroga de jurisdicción se tiene por no escrita.
El artículo rige tanto para los contratos celebrados fuera del establecimiento comercial
como para los contratos a distancia y con utilización de medios electrónicos o similares
Conforme a esta norma se considera lugar de cumplimiento del contrato aquel donde el
consumidor recibió o debió recibir la prestación, que también determina la jurisdicción aplicable
a los conflictos derivados del contrato.
Por lo tanto, cuando el contrato se celebra mediante estos procedimientos de formación, se
modifica favor debilis— la regla supletoria del artículo 874 (según la cual, en caso de silencio de
las partes, las obligaciones se cumplen en el domicilio del deudor) por el lugar de entrega de la
prestación.
Ese lugar además —dice la norma— fija la jurisdicción aplicable a los conflictos
derivados del contrato. Al respecto, cabe realizar algunas precisiones. Si el contrato tiene alcance
internacional, regirán las reglas del artículo 2644, en cuyo caso, el consumidor tendrá, además de
la aquí prevista, otras opciones que pueden resultarle más conveniente a la hora de tener que
radicar una pretensión procesal. Si el contrato, en cambio, no se halla bajo la égida del derecho
internacional privado, habrá que estar, en este tema, a los términos de este artículo 1109 y, por lo
tanto, el lugar en el cual el consumidor recibió o debió recibir la prestación determina la
jurisdicción aplicable.
Por último, cabe recalcar que el artículo comentado establece en consonancia con lo
dispuesto en el artículo 2644, que la cláusula de prórroga de jurisdicción se tendrá por no escrita,
pues en esta materia no se admite el acuerdo de elección de foro.
Art. 1112 Forma y plazo para notificar la revocación. La revocación debe ser notificada
al proveedor por escrito o medios electrónicos o similares, o mediante la devolución de la cosa
dentro del plazo de diez días computados conforme a lo previsto en el artículo 1110.
En sintonía con los principios de interpretación que orientan el Derecho del
Consumidor, las opciones que brinda la norma son facultativas del sujeto tutelado, toda vez que
consisten en medios eficaces para expresar la voluntad.
El ordenamiento prevé por un lado, la notificación escrita o a través de medios
electrónicos o similares (equiparados por el art. 1106) y, por el otro, la devolución de la cosa,
cualquiera de ellas dentro del plazo legal (art. 1110).
Con relación a la posibilidad de entregar la cosa como manifestación del ejercicio de la
facultad revocatoria, se insiste en que no es un modo obligatorio para el consumidor en los
supuestos en que el contrato verse sobre bienes, ya que podrá notificarse al proveedor, quedando
éste a cargo del retiro del objeto del domicilio en que se encuentre.
Art. 1113 Efectos del ejercicio del derecho de revocación. Si el derecho de revocar es
ejercido en tiempo y forma por el consumidor, las partes quedan liberadas de sus obligaciones
correspectivas y deben restituirse recíproca y simultáneamente las prestaciones que han
cumplido.
El Código define que el sujeto tutelado puede igualmente ejercer la facultad revocatoria
estableciendo que deberá asumir a su cargo el valor de la prestación, estando obligado a pagar el
valor de mercado de la misma fijada al momento en que haga efectiva la revocación. Sólo
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abonará un precio menor cuando dicho valor de mercado esté por encima del precio de
adquisición, supuesto en el que se desobligará mediante la suma que corresponda a éste último.
Art. 1115 Gastos. El ejercicio del derecho de revocación no debe implicar gasto alguno
para el consumidor. En particular, el consumidor no tiene que reembolsar cantidad alguna por la
disminución del valor de la cosa que sea consecuencia de su uso conforme a lo pactado o a su
propia naturaleza, y tiene derecho al reembolso de los gastos necesarios y útiles que realizó en
ella.
El ejercicio del derecho que consagra el Código puede presentar la ocasión de que el
proveedor pretende aprovecharse de la asimetría del vínculo a través de la imposición de gastos o
cargos inexistentes. La normativa establece con claridad, como regla general, que el consumidor
no debe asumir ningún gasto vinculado con el derecho de revocación, aunque existen dos
aspectos que merecen especial consideración.
Por una parte debe tenerse en cuenta que de lo que se trata es de un supuesto de
extinción de un contrato que pudo haber tenido principio de ejecución, lo que no obsta a la
vigencia del derecho de revocar. Esto es parte del "escenario" que el proveedor tiene en cuenta al
comercializar bienes o servicios, razón por la cual asume sus consecuencias. De esta manera, el
consumidor pudo haber usado la cosa y haber decidido ejercer su facultad porque la misma no
satisfizo sus expectativas. Por esta razón es que, siempre que se haya utilizado "conforme a lo
pactado o a su propia naturaleza", no hay gastos que asumir.
También corresponderá analizar la noción de aquello "pactado", en la medida en que no
se le imponga al contratante condiciones abusivas, vedadas de manera expresa por el
ordenamiento. En su caso, cumplirá acreditando haberla utilizado conforme a su naturaleza,
máxime si se tiene en cuenta que en materia contractual rige el principio de interpretación más
favorable para el consumidor (art. 1095). Por otro lado, en sintonía con lo expresado,
corresponderá también el reembolso de los gastos realizados por el consumidor, ya que es usual
que la utilización de ciertos bienes o servicios lo requieran y esto no debe obstaculizar un
transparente ejercicio de sus derechos.
Art. 989 Control judicial de las cláusulas abusivas. La aprobación administrativa de las
cláusulas generales no obsta a su control judicial.
Cuando el juez declara la nulidad parcial del contrato, simultáneamente lo debe integrar, si
no puede subsistir sin comprometer su finalidad.
La forma en que se la ha legislado respecto de las cláusulas abusivas y la lectura de la
norma en una forma armoniosa con lo que se considera sus fuentes, permite diseñar un sistema
de regulación de las cláusulas abusivas, tanto para los contratos de consumo, como los contratos
en general. Encontramos fundamentos en darle carácter expansivo al artículo 988 en tres
argumentos: 1) la referida fuente de la norma establece supuestos de aplicación a los contratos
paritarios y a los contratos de consumo. 2) la aplicación de principios del derecho del consumo a
la teoría general del contrato ha sido aceptada por parte de la doctrina nacional siendo
recomendada por unanimidad en la Comisión de contratos de las XXIV Jornadas Nacionales del
Derecho Civil que “hay principios de los contratos de consumo que se aplican a todos los
contratos. 3) El artículo 1117 señala que las normas del artículo 988 son aplicables a los
contratos de consumo.
El régimen de las cláusulas abusivas de los arts. 988 y 989. El artículo 988 establece las
cláusulas abusivas insertas en un contrato de adhesión. Luego de enumerar en forma no taxativa
los supuestos de cláusulas abusivas, el Código brinda pautas de interpretación en el artículo 989.
La regla referida remite a la potestad judicial de integrar el contrato cuando se encontraren
cláusulas abusivas y establece la posibilidad de revisión por parte del juez, del contenido de la
cláusula aún cuando hubiere existido autorización administrativa. A partir de las reglas
señaladas, podemos efectuar un análisis de la aplicabilidad del sistema a los contratos de
consumo.
Cláusulas abusivas en los contratos de consumo. Éste régimen se complementa con los
artículos 988, 989, 1117 a 1122 del CCC y el artículo 37 de la ley 24.240. Se denota también en
esta regulación una fuerte influencia del BGB alemán, en tanto la redacción de las normas sigue
criterios que allí se exponen con claridad. El artículo 1119 es más claro que el artículo 988, en
cuanto pone el acento donde corresponde para determinar la abusividad de una cláusula; se
considera que una cláusula es abusiva cuando por aplicación de la misma se generen
desequilibrios “significativos” en los derechos y obligaciones de las partes. La nota
“significativo” es el elemento a ponderar por el magistrado a la hora de evaluar si una cláusula es
abusiva o no. En efecto, el desequilibrio que no es “significativo” es parte del normal acontecer
de los contratos, lo que redunda en ventaja para las partes, situación que es lícita. La
abusividad requiere de una ruptura del equilibrio contractual; la obtención de una de las partes
de beneficios desproporcionados en función de los compromisos asumidos a cambio.
Entendemos que en la regulación de las cláusulas abusivas se encuentra comprometido
el orden público, en tanto su incorporación al contrato vulnera el principio general de la buena
fe. Esta conclusión queda de manifiesto con el texto del artículo 1118 en el que se autoriza la
revisión de las cláusulas contractuales aun cuando su incorporación en un determinado contrato
se haya efectuado con la conformidad expresa del consumidor. Ello denota la sustracción de la
aprobación de su esfera de autonomía de la voluntad. Esta caracterización del problema de la
cláusula abusiva en los contratos de consumo como una cuestión al “orden público”, trae
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consecuencias prácticas, en tanto habilita a los magistrados a intervenir de oficio conforma las
facultades que le confiere el artículo 960.
Remedios contra las cláusulas abusivas. Detectada la existencia de una cláusula abusiva en
el contrato, el juez deberá integrarlo conforme lo establece el artículo 964 y el artículo 37 de la
ley 24.240. Este ejercicio importa que el juez deberá tener por no escrita la cláusula abusiva y
rellenar su lugar con los efectos que manda la ley si ésta lo estableciera.
Imposibilidad de cumplimiento:
Art. 955 Definición. La imposibilidad sobrevenida, objetiva, absoluta y definitiva de la
prestación, producida por caso fortuito o fuerza mayor, extingue la obligación, sin
responsabilidad. Si la imposibilidad sobreviene debido a causas imputables al deudor, la
obligación modifica su objeto y se convierte en la de pagar una indemnización de los daños
causados.
Sabido es que el incumplimiento de las obligaciones es generador de responsabilidad
civil, y a priori, genera en quien incurre en él el deber de reparar las consecuencias disvaliosas
emanadas de esa falta de cumplimiento. Sin embargo, si el incumplimiento obligacional se
produce por una causa sobreviniente no imputable a la conducta del deudor, la obligación se
extingue sin que éste deba reparar daño alguno al acreedor. En el primer supuesto, la obligación
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se extingue sin provocar responsabilidad alguna, es el caso de que se haya prometido la entrega
de una cosa y ésta se pierda o destruya por causa de la naturaleza. En el segundo supuesto, la
norma citada dispone que la obligación no se extingue sino que se modifica su objeto,
convirtiéndose en la obligación de pagar una indemnización por los daños causados.
En los contratos de consumo, el consumidor puede aceptar otro producto o prestación
de servicio equivalente; opción que adquiere mayor relevancia cuando existe una verdadera
imposibilidad de cumplimiento. En este caso, también conserva el derecho a reclamar los daños
que corresponden (art. 10 bis, ley 24.240).
Finalmente, Si la imposibilidad de cumplimiento es temporaria, el contrato no se
extingue, sin perjuicio de que corresponda o no indemnizar los daños sufridos, según que tal
imposibilidad responda a un supuesto de caso fortuito o fuerza mayor, o a otro de culpa del
deudor. Debe resaltarse que la imposibilidad temporaria puede tener los mismos efectos que la
imposibilidad definitiva, cuando el plazo de cumplimiento es esencial o cuando se frustra el
interés del acreedor de manera irreversible (art. 956).
Nulidad:
La nulidad es una sanción prescripta en la ley; que priva a los contratos de sus efectos
normales en razón de un vicio originario, es decir, anterior o concomitante con la celebración del
acto. El principio general en materia de nulidades, es que la nulidad de una causa no extraña la
nulidad de todo el acto, si las cláusulas fueran separables (art. 389 párr. 2). Se trata de un
supuesto de nulidad parcial. En este caso, el juez deberá integrar el contrato, de acuerdo a su
naturaleza y los intereses que razonablemente puedan considerarse perseguidos por las partes
(art. 389 párr. 3). El deber del juez de integrar el contrato sólo existe si es necesario para la
finalidad del contrato. Así, una tasa de interés fijada en valores usuarios puede ser anulada lisa y
llanamente, lo que resulta importante en los contratos por adhesión, para evitar abusos del
predisponente. Pero si las disposiciones no son separables, porque el acto no puede subsistir sin
cumplir su finalidad, debe declararse la nulidad total del contrato (art. 389 párr. 2)
Entre los casos de cláusulas separables, cuya nulidad no invalida todo el acto, cabe citar:
a) El de las cláusulas nulas sustituidas de iure por normas indisponibles. b) El de la cláusula
accesoria, cuando resultare evidente de una interpretación contextual, que aún sin ella, el
contrato se habría celebrado de todas maneras. c) La parte afectada por la nulidad de una
cláusula tiene derecho a mantener la validez del resto del contrato si le conviniera: en ese caso,
nada justificaría la nulidad total. Debe tratarse siempre de cláusulas separables, como dice el art.
389, porque si se trata de una cláusula fundamental relativa al objeto, la causa, es inconcebible la
nulidad parcial.
Prescripción y caducidad:
La prescripción liberatoria es una figura jurídica que considera dos cuestiones: la
inacción del titular de un derecho y el transcurso del tiempo fijado por la ley. La prescripción no
extingue el contrato, pero si extingue la acción derivada de él, extinción que se produce si ha
transcurrido el plazo legal y el titular del derecho no lo ha reclamado. Como se puede advertir,
por esta vía se hace perder eficacia jurídica al contrato. Ello no obsta a que si se cumple
voluntariamente una obligación prescripta, el cumplimiento queda firme y es irrepetible (art.
2538).
La caducidad tiene efectos más radicales: no sólo hace perder la acción, extingue
también el derecho no ejercido (art. 2566). Así, la caducidad por defectos ocultos en un
inmueble, caduca a los 3 años de recibido (art. 1055, inc. a), y ya no podrá reclamarse aun
cuando el vicio se haga evidente más tarde.
Rescisión:
Art. 1076 Rescisión bilateral. El contrato puede ser extinguido por rescisión bilateral.
Esta extinción, excepto estipulación en contrario, sólo produce efectos para el futuro y no afecta
derechos de terceros.
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Es un acuerdo de voluntades por la cual se deja sin efecto un contrato, por ello también
se llama distracto, puesto que el acuerdo de voluntades ha querido crear un vínculo jurídico,
puede también aniquilarlo o extinguirlo.
Los efectos de la rescisión bilateral dependen de las partes, aunque si nada se conviene,
solamente produce efectos para el futuro (art. 1076). En otras palabras, las partes pueden acordar
que el contrato quede sin efecto retroactivamente, con obligación de las partes de restituirse
mutuamente todo lo que hubieran recibido la una de la otra; o pueden acordar que el contrato
deja de producirse sus efectos, quedando firmes los efectos ya producidos. La retroactividad
resultante de una rescisión bilateral no puede perjudicar nunca los derechos que los terceros
hubieran adquirido en el ínterin como consecuencia del contrato originario (art. 1076 in fine).
Art. 1077 Extinción por declaración de una de las partes. El contrato puede ser
extinguido total o parcialmente por la declaración de una de las partes, mediante rescisión
unilateral, revocación o resolución, en los casos en que el mismo contrato, o la ley, le atribuyen
esa facultad.
La rescisión unilateral no importa un acuerdo de voluntades, sino que una sola parte por
voluntad propia, está facultada a poner fin a las relaciones contractuales, total o parcialmente.
Esta facultad es reconocida por la ley en ciertos contratos como en el contrato de trabajo (art.
1261), de locación (art. 1221). Esta rescisión pone término a las relaciones contractuales a partir
del momento en que la voluntad se ha manifestado; pero no afecta los efectos anteriores del
contrato, no tiene retroactividad, salvo pacto en contrario (art. 1079).
También es posible que las partes hayan pactado la posibilidad de rescindir el contrato
de manera unilateral; en este caso la facultad rescisoria no puede ser abusiva, desconsiderada o
desmedidamente, y ninguna de las partes está autorizada para hacer cesar abruptamente la
relación, salvo que un “casus” le imponga hacerlo o hubiera acaecido una actividad culpable o
dolosa de una de las partes. En ese caso los efectos son solo para el futuro salvo estipulación en
contrario (art. 1079, inc. a).
La ley nada dice de la situación de los terceros ante un caso de rescisión unilateral, legal
o convenida. La omisión quizá se deba a que se prevé como regla que los efectos solo se
producirán para el futuro. Sin embargo la propia norma deja a salvo la posibilidad de convenir
que los efectos se retrotraigan hacia el pasado; en este caso, parece claro que no pueden afectarse
los derechos de los terceros.
Revocación:
En su significado estricto, la idea de revocación está unida a la de liberalidad: se revoca
una donación, un testamento. Importa un acto de voluntad por la cual se deja sin efecto la
liberalidad. Limitándonos al campo de los contratos, la revocación exige una causa jurídica que
la justifique; así, por ejemplo, será necesario que medie ingratitud del donatario o
incumplimiento por éste de los cargos que le fueron impuestos (art. 1569). El motivo que da
lugar a la revocación no opera ipso iure (de pleno derecho); es menester que el donante, fundado
en su causa, pida la revocación. Y ningún inconveniente hay en que, a pesar de mediar una justa
causa de revocación, el donante mantenga la donación.
La revocación deja sin efecto retroactivamente; ésta regla es absoluta entre las partes.
En cambio, los terceros que hubieran adquirido derechos sobre las cosas transmitidas, quedan
protegidos. La regla es que el donatario deba resarcir al donante el valor de las cosas donadas al
tiempo de promoverse la acción de revocación, y con sus intereses. Sin embargo, si se trata de un
incumplimiento de cargos, y el tercero fuera de mala fe, deberá restituir al donante la cosa, a
menos que ejecute la obligación a cargo del donatario, siempre que tal prestación no deba precisa
y personalmente por ésta última (art. 1579).
Resolución:
La resolución no es resultado de un nuevo contrato, sino que supone la extinción del
contrato por virtud de un derecho posterior a la celebración, hecho que a veces imputable a la
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otra parte, o que es extraño a la voluntad de ambos. L a resolución del contrato puede operar ipso
iure, o bien puede requerir la manifestación de voluntad de la parte interesada en ella.
La resolución deja sin efecto el contrato entre las partes de manera retroactiva (art.
1079, inc. b); su consecuencia es volver al estado en que se encontraban antes de la celebración
del contrato. Sus efectos son semejantes a los de nulidad; pero se diferencia de ésta en que el
hecho que provoca la resolución es siempre posterior al contrato, en tanto que el que da lugar a la
nulidad debe ser anterior o concomitante con la celebración. Respecto de los terceros, deberá
diferenciarse según se trata de adquirentes a título oneroso o gratuito, y si son de buena o mala
fe. La norma antes citada solo protege el derecho adquirido a título oneroso por terceros de
buena fe.
En los contratos de consumo, ante el incumplimiento del cocontratante, el consumidor
tiene derecho a resolver el contrato, pudiendo exigir la restitución de lo pagado, sin perjuicio de
los efectos producidos, considerando la integridad del contrato. Además está facultado para
accionar contra los daños y perjuicios que correspondan (art. 10 bis, ley 24.240).
Art. 1079 Operatividad de los efectos de la extinción por declaración de una de las
partes. Excepto disposición legal en contrario:
a) la rescisión unilateral y la revocación producen efectos sólo para el futuro;
b) la resolución produce efectos retroactivos entre las partes, y no afecta el derecho
adquirido a título oneroso por terceros de buena fe.
Art. 1080 Restitución en los casos de extinción por declaración de una de las partes. Si el
contrato es extinguido total o parcialmente por rescisión unilateral, por revocación o por
resolución, las partes deben restituirse, en la medida que corresponda, lo que han recibido en
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razón del contrato, o su valor, conforme a las reglas de las obligaciones de dar para restituir, y a
lo previsto en el artículo siguiente.
La idea primaria es la restitución de lo recibido; si ello no fuere posible, por ejemplo por
su destrucción, deberá entregarse a su valor. Asimismo, deberán entregarse frutos y accesorios.
Art. 1083 Resolución total o parcial. Una parte tiene la facultad de resolver total o
parcialmente el contrato si la otra parte lo incumple. Pero los derechos de declarar la resolución
total o la resolución parcial son excluyentes, por lo cual, habiendo optado por uno de ellos, no
puede ejercer luego el otro. Si el deudor ha ejecutado una prestación parcial, el acreedor sólo
puede resolver íntegramente el contrato si no tiene ningún interés en la prestación parcial.
En el viejo régimen la figura no tenía un reconocimiento general, e incluso, algunas de
sus soluciones conspiraban para su admisión. Un caso paradigmático se presentaba en ocasión de
la evicción. Aunque no se dudaba que la evicción total provocaba la resolución del contrato —de
lo cual se derivaban los efectos restitutorios y resarcitorios propios—, las normas derogadas eran
refractarias a su reconocimiento tratándose de una evicción parcial; así, el artículo 2125 del
código de Vélez disponía que "En caso de evicción parcial, el comprador tiene la elección de
demandar una indemnización proporcionada a la pérdida sufrida, o exigir la rescisión del
contrato, cuando la parte que se le ha quitado o la carga o servidumbre que resultase, fuere de tal
importancia respecto al todo, que sin ella no habría comprado la cosa". Sin embargo, la doctrina
aceptaba la lógica de la resolución parcial al abordar los límites del efecto retroactivo, toda vez
que se entendía que cuando se habían ejecutado de modo equivalente prestaciones divisibles en
el marco de un contrato bilateral de ejecución única, la extinción no debía afectar las
prestaciones ya cumplidas.
El nuevo Código, siguiendo esa experiencia y los criterios más modernos del Derecho
Comparado, explicita ahora la figura, que aproximándose al instituto de la nulidad parcial,
encuentra su sustento más relevante en el principio de conservación del contrato.
De modo concordante con las soluciones establecidas en el artículo 1078 en orden al ius
variandi y sus límites, el segundo párrafo del artículo 1083 afirma que los derechos de declarar la
resolución total o parcial son excluyentes, por lo cual, habiéndose optado por uno de ellos, no
puede ejercerse luego el otro. La consideración sistemática de todas esas normas conduce a
pensar que el legislador ha querido admitir que la pretensión de cumplimiento pueda variar hacia
la resolución —sea total o parcial—, mas ejercida esta última, en cualquiera de sus variantes, ha
preferido rechazar los eventuales cambios de pretensión.
El último párrafo del artículo 1083 dispone que "Si el deudor ha ejecutado una
prestación parcial, el acreedor sólo puede resolver íntegramente el contrato si no tiene ningún
interés en la prestación parcial". La norma tiende a evitar abusos en el ejercicio de la pretensión
resolutoria. Aunque quien ha aceptado una prestación parcial no renuncia a la facultad de
resolver el contrato, ello no impide que luego, frente a la inejecución, deberá demostrar que
dicho cumplimiento no satisface —de modo alguno— su interés, dado que de lo contrario no
tendrá habilitada la resolución total del contrato. La solución no sorprende, porque se inscribe
dentro de las aplicaciones concretas del abuso del derecho ya efectuadas en el régimen anterior,
consolidado mediante la generalización de dicho estándar en el Título Preliminar (art. 10).
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c) el incumplimiento priva a la parte perjudicada de lo que sustancialmente llene derecho
a esperar;
d) el incumplimiento es intencional;
e) el incumplimiento ha sido anunciado por una manifestación seria y definitiva del
deudor al acreedor.
Incluso cuando el incumplimiento sea parcial, es posible invocar la cláusula resolutoria
implícita. Lo que se necesita es que tal incumplimiento prive sustancialmente de lo que
razonablemente la parte tenía derecho a esperar en razón del contrato (art. 1088 inc. c). Además
es necesario que el incumplidor haya incurrido en mora, la que como regla se produce por el solo
transcurso del tiempo fijado.
Ocurrido el incumplimiento y la mora de una de las partes, el acreedor debe emplazar al
deudor, bajo apercibimiento expreso de resolver total o parcialmente el contrato, a que cumpla
con la obligación a un plazo no menor de 15 días, a menos que de los usos o de la índole de la
prestación, la norma no lo mencione de manera expresa, el acreedor también está facultado a
exigir la reparación de los daños derivados de la demora. Transcurrido el plazo sin que la
prestación haya sido cumplida, la resolución se produce de pleno derecho al vencimiento de
dicho plazo (art. 1088 inc. c).
En otras palabras, cuando la cláusula resolutoria no ha sido pactada expresamente, es
necesario el requerimiento, es decir, se brinda al deudor una ocasión de cumplir. Vencido el
plazo fijado en el requerimiento, la obligación se resuelve por el mero cumplimiento del plazo y
sin necesidad de otra actividad ulterior al acreedor. Por lo tanto, si el acreedor requiere el
cumplimiento, pero sin ánimo de resolver el contrato, ella se producirá automáticamente.
La ley no establece ningún requisito formal para el requerimiento, que por lo tanto,
podrá hacerse incluso verbalmente. Pero será siempre aconsejable hacerlo por un medio
fehaciente, para evitar luego los inconvenientes de la dificultad de la prueba.
Responsabilidad contractual:
La responsabilidad contractual presupone el incumplimiento de una obligación nacida
del contrato. Esto se connota con las siguientes cuestiones liminares: a) debe existir un
contrato; b) un contrato válido; c) del cual nació la obligación incumplida y d) incumplida por un
contratante en perjuicio del otro contratante.
a) Debe existir un contrato: Si éste no ha sido celebrado, por faltar el animus negotii
contrahendi (por ejemplo en el transporte desinteresado de personas o cosas) no puede generarse
responsabilidad contractual. Lo mismo ocurre cuando el contrato ha dejado de existir, por
haberse extinguido. A veces será difícil precisar el momento en que nace el contrato y en otras
oportunidades la dificultad fincará en conocer el momento de la terminación de la relación
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jurídica contractual; así en el transporte oneroso de personas, se discute si la terminación se
produce en el momento en que el viajero desciende del vehículo o en el momento en que
franquea la puerta de salida de la estación o terminal.
b) Un contrato válido: No debe tratarse de un contrato nulo, pese a parecer superfluo, por
las cuestiones que planteara Ihering y que se vinculan con la responsabilidad precontractual. El
contrato anulable funciona como un válido hacia ser declarado nulo, pudiendo dar origen a la
responsabilidad contractual.
c) Del cual nació la obligación incumplida: No siempre será sencillo conocer cuáles son
las obligaciones emergentes del contrato; el contrato obliga a lo que las partes expresamente
estipularon, pero se integra también con lo implícitamente convenido, con las normas previstas
por el legislador (en caso de contratos típicos) o por las costumbres (en situaciones no regladas
legalmente) y con los deberes que imponen la buena fe lealtad y la buena fe creencia. La doctrina
se ha ocupado con motivo de la “obligación de seguridad en cuanto a la persona” o “deber de
indemnidad”, frente a determinados contratos: transporte oneroso, espectáculos públicos,
enseñanza intelectual o deportiva, etc. La mera existencia de de un contrato entre víctima y
victimario no permite llegar a la conclusión de que la responsabilidad, ante un daño causado, es
siempre contractual
d) Incumplida por un contratante en perjuicio del otro contratante: El autor del
comportamiento antijurídico debe ser uno de los contratantes, por sí mismo, por representante o
bien por medio de sus auxiliares o dependientes. En caso de imputarse el incumplimiento a lo
auxiliares o dependientes del contratante, estaríamos frente a un supuesto de responsabilidad
contractual indirecta, siendo la noción de garantía el instrumento mental más apto para fundar
esta responsabilidad del principal. Si el incumplimiento fuera atribuible a un tercero no
dependiente, habría que analizar si actúa o no en complicidad con el deudor: si fuera cómplice la
responsabilidad de la parte es contractual; la del tercero (sea cómplice o no) se origina en un acto
ilícito.
Responsabilidad precontractual:
En el periodo de formación del contrato, cualquiera de los tratantes puede incurrir en
responsabilidad civil. Varias son las cuestiones que esa responsabilidad, in contrahendo, al decir
de Ihering, precontractual en la denominación de Faggella, plantea al estudio, siguiendo un
método similar al usado para tratar la responsabilidad contractual.
a) Extensión del período precontractual: Para Ihering, el período previo a la formación
del lazo contractual comienza con la oferta; es la oferta, a su juicio, el primer paso hacia el
contrato, luego los deberes de diligencia in contrahendo nacen con ella. El tema fue examinado
con amplitud en las V Jornadas Bonaerenses del Derecho Civil, Comercial, Procesal e
Informático, celebradas en Junín en 1992, por la comisión N°1. El despacho mayoritario
recomendó “la responsabilidad precontractual se extiende desde el comienzo de las tratativas
hasta la formación del consentimiento y comprende los supuestos de nulidad. Quedan excluidas
del marco de la responsabilidad precontractual la resolución, la rescisión y la frustración del fin.
Para Faggella la etapa precontractual se inicia antes de la oferta, en el momento en que las partes
“discuten, preordenan, cambian ideas, proyectan el contrato y elaboran las cláusulas, los pactos y
las condiciones, analizándolas y sintetizándolas”. Divide el período precontractual en dos etapas:
la primera abarca las tratativas realizadas antes de la oferta, y la segunda comienza con la
emisión de la oferta y termina con el perfeccionamiento del contrato, con la formación del
consentimiento o con la sensación definitiva de las negociaciones por desacuerdo.
En la primera etapa se ven dos momentos: 1) el de las negociaciones preliminares o
tratativas propiamente dichas, y 2) el que tiene por objeto concretar la oferta.
Para Faggella, la conducta de las partes en ambas etapas, puede generar responsabilidad;
la diferencia radica en que siendo en una y otra distinta la intensidad de la relación que los une,
será distinta la obligación de resarcir las consecuencias dañosas.
El periodo precontractual en nuestro derecho, se extiende desde las meras tratativas o
pourparles hasta el cierre de las negociaciones con el logro del acuerdo de voluntades o el
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fracaso de las mismas. Estando presentes los presupuestos de la responsabilidad civil, no hay
razón para limitar el periodo al momento de la emisión de la oferta o a otro cualquiera.
c) Presupuestos de la responsabilidad:
Antijuridicidad: Quien se aparta en forma arbitraria e intempestiva de las tratativas, o quien
retracta una oferta sin permitir a la otra parte su diligente consideración, se comporta de un modo
contrario al Derecho. Es innegable que los precontratantes o tratantes son libres de llegar o no a
la formación del contrato; que aún sobre la base de comportamientos diligentes y prudentes las
tratativas pueden frustrarse, o quien emitió una oferta no vinculante retractarse de ella sin
responsabilidad alguna.
Los partidarios de la tesis contractualista postulan el nacimiento de diversos deberes:
explicación, colaboración, confianza, cuya violación o incumplimiento acarrea la
responsabilidad precontractual. No existiendo contrato, ni expreso ni tácito, para celebrar
tratativas no puede admitirse que se originen deberes jurídicos calificados u obligaciones. La
tesis extracontractualista o aquiliana califica al comportamiento culposo o doloso, durante el
periodo precontractual, como verdadero acto ilícito recurran o no a los deberes, ahora de origen
legal, de confianza, explicación y colaboración. No hay acto ilícito, que la negativa a contratar
no importa sino el ejercicio de una prerrogativa jurídica, que resulta una pura construcción
teórica la mención de supuestos deberes legales, cuya violación vuelve ilícito el comportamiento.
Para quienes ven un abuso de derecho de no contratar en la separación intempestiva y
arbitraria de las tratativas, tal figura configuraría un acto abusivo, un acto antifuncional, que no
puede quedar impune. La separación es una facultad de ambas partes, pero ha de usarse teniendo
en cuenta el principio que veda el ejercicio antifuncional de las prerrogativas individuales.
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Imputabilidad: La doctrina se encuentra dividida acerca de si la imputabilidad que
presupone la responsabilidad precontractual es subjetiva, imputabilidad moral, o meramente
objetiva, material o física.
Ihering considera como elemento de la responsabilidad in contrahendo la culpa
(imprudencia, negligencia, etc.) de una de las partes, cometida en el período previo a la
formación del contrato. El ejemplo expuesto por Ihering, error-obstáculo, que impide la
formación del consentimiento, nos muestra responsabilidad al margen de los factores subjetivos:
culpa o dolo, puesto que la obligación de resarcir existe aun cuando quien yerra sea de buena fe.
Faggella, en cambio, prescinde del elemento culpa, afirmando que la violación del
acuerdo precontractual puede existir sin que haya dolo o negligencia: basta una separación
arbitraria, sin causa, para que la responsabilidad nazca. Tanto Faggella como Saleilles se basan
en la idea de un contrato tácito, que hace que “la determinación contraria e imprevista de la
voluntad (de apartarse) sea en cierto modo arbitraria, opuesta al precedente consentimiento a la
elaboración del diseño contractual”. Saleilles agrega a las conclusiones de Faggella acerca de la
existencia de una responsabilidad independiente de toda idea de culpa, por la mera separación o
abandono de las negociaciones, sin esperar que éstas tengan un término natural: sea el
desacuerdo por intereses económicos, sea la constitución de la relación jurídica.
Sobre la base de una concepción objetiva del acto abusivo, no es condictio sine qua non
para que se origine la responsabilidad precontractual que se demuestre la existencia de culpa o
dolo en quien produce la ruptura intempestiva o arbitraria de las tratativas. Spota apunta la
aplicación del principio del riesgo creado a dar nacimiento a esos actos negociales.
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