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La fascinante historia de las palabras –984–

LECHUZA
Atenea era la diosa más sabia del panteón griego y, por eso, tenía como mascota
una especie de lechuza, el mochuelo. También la ‘polis’ de Atenas usaba como
divisa de su bandera una lechuza. Es evidente que, en las culturas antiguas,
dominadas por el miedo a la oscuridad, los animales nocturnos eran asociados
a astucia, más también a malos augurios. Eran animales prohibidos para el
consumo por la ley mosaica (Lv 11,13-19).
Ovidio describe así a la lechuza: “Cabeza grande, ojos fijos, pico apto para la
rapiña; canicie en las plumas, sus uñas son un garfio. Se llaman ‘striges’.” Sor
Juana Inés de la Cruz habla de la lechuza que se roba el aceite de la capilla y
apaga la luz del Santísimo. Por su parte, de la ‘sabiduría’ de la lechuza Hegel
sacaba la conclusión de que la filosofía no alza el vuelo al amanecer ni por la
tarde sino al final del día, cuando ya todo ha sucedido y hay que interpretarlo.
En portugués se la llama coruja (coruya) y en gallego: curuxa. Entonces, ¿el
nombre de lechuza? Lo más probable es que proceda del latín popular ‘noctua’
(ave nocturna) y que se recibió como ‘nechuza’. El cambio de la sílaba inicial en
‘le’ suele explicarse como una leyenda de que la lechuza busca leche.
Escribe García Márquez: “Su piel tenía el color mortecino de la atrabilis
rebosada… Al médico le bastó una mirada para ver su destino. «Te está
cantando la lechuza, hija mía», le dijo.” (Del amor y otros demonios)

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