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¿Qué es el apego?

El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros


momentos de vida entre la madre y el hijo o la persona encargada de su
cuidado. Su función es asegurar el cuidado del recién nacido. El apego
cumple un rol clave en el desarrollo psicológico del niño y en la formación
de su personalidad.

El establecimiento del apego desde la infancia más temprana permite


que se den dos fenómenos que harán del niño un ser más o menos
dependiente y temeroso; nos referimos al sistema exploratorio y al
sistema afiliativo.

El sistema exploratorio permite al bebé contactar con el ambiente físico


a través de sus sentidos: tocan, miran e intentan introducirse en la boca
todo lo que encuentran. Además no tienen miedo de pasar tiempo con
otras personas; esto es debido al sistema afiliativo.

¿Cómo se establece el apego?

De este modo, desde el nacimiento, el bebé observa, toca y es reactivo a


todo le dice la figura principal de apego, que por lo general suele ser la
madre. Sobre los 6 meses de vida, o bien, en el transcurso del primer
año, se establece un vínculo de apego con la persona con quien tiene más
contacto y aparece el miedo ante los desconocidos.

El apego es el encargado de proporcionar seguridad al niño en


situaciones de amenaza. En concreto, un apego satisfactorio permite al
pequeño explorar y conocer el mundo bajo la tranquilidad de saber que la
persona con quien se ha vinculado va a estar allí para protegerlo.  

Cuando esto no ocurre, los miedos e inseguridades influyen en la manera


en que el niño se comporta, lo cual repercutirá en su forma de
relacionarse, en las reacciones que obtenga de los demás y en última
instancia en su forma de interpretar el mundo.
Los 4 tipos de apego (con ejemplos)
En la literatura sobre la crianza de los niños se encuentra gran cantidad de
estudios que analizan el apego y la influencia que tiene en la edad adulta.

Por el impacto que el apego tiene en la formación de los esquemas emocionales


durante todo el desarrollo, suele conocerse como “apego emocional”. No
obstante, abarca muchas otras áreas(aparte de las emociones) relacionadas
con la forma de vincularse y de enfrentar conflictos.

1. Apego seguro

Este tipo de apego está caracterizado por la incondicionalidad: el niño sabe que


su cuidador no va a fallarle. Se siente querido, aceptado y valorado. El
comportamiento de los niños con apego seguro es activo, e interactúan de
manera confiada con el entorno. Hay buena sintonía emocional entre el niño y la
figura vincular de apego, lo cual se expresa en las etapas de desarrollo
posteriores.

Por ejemplo, las personas que han tenido un apego seguro en la infancia suelen
interactuar con sus iguales de forma saludable en la edad adulta.

No les supone un esfuerzo unirse íntimamente a las personas y no les provoca


miedo el abandono. La dependencia es recíproca y no les preocupa estar solos.
Es decir, pueden llevar a una vida adulta independiente, sin prescindir de sus
relaciones interpersonales y los vínculos afectivos.

2. Apego ansioso y ambivalente

En psicología, “ambivalente” significa expresar emociones o sentimientos


contrapuestos, lo cual, frecuentemente genera angustia.  Por eso, en el caso de
un apego ansioso-ambivalente el niño no confía en sus cuidadores y tiene una
sensación constante de inseguridad (a pesar de que se esperaría lo contrario).

Las emociones que se presentan de manera más frecuente en este caso son el
miedo y la angustia exacerbada ante las separaciones, así como una dificultad
para calmarse cuando el cuidador vuelve. Durante la interacción con éste hay
ambivalencia: enojo y preocupación, aunque la ausencia del cuidador genera
ansiedad.
Es por ello que los pequeños con este estilo de apego necesitan la aprobación
de los cuidadores y vigilan de manera permanente que no les abandonen.
Exploran el ambiente de manera poco relajada y procurando no alejarse
demasiado de la figura de apego.

En los adultos, el apego ansioso-ambivalente provoca, por ejemplo, una


sensación de temor a que su pareja no les ame o no les desee realmente. Les
resulta difícil interaccionar de la manera que les gustaría con las personas, ya
que esperan recibir más intimidad o vinculación de la que proporcionan.

Así pues, podemos decir que un ejemplo de este tipo de apego en los adultos es
la dependencia emocional.

3. Apego evitativo

Los niños con un apego de tipo evitativo han asumido que no pueden contar con
sus cuidadores, lo cual les provoca sufrimiento. Se conoce como “evitativo”
porque los bebés presentan distintas conductas de distanciamiento. Por
ejemplo, no lloran cuando se separan de cuidador, se interesan sólo en sus
juguetes y evitan contacto cercano.

Esto ocurre porque el apego con el cuidado no ha generado suficiente


seguridad, con lo cual, el pequeño desarrolla una autosuficiencia compulsiva con
preferencia por la distancia emocional.  

Aunque la despreocupación por la separación pudiera confundirse con


seguridad, en distintos estudios se ha mostrado que en realidad estos niños
presentan signos fisiológicos asociados al estrés, cuya activación perdura por
más tiempo que los niños con un apego seguro.

Estos pequeños aprenden a vivir sintiéndose poco queridos y valorados; muchas


veces no expresan ni entienden las emociones de los demás y por lo mismo
evitan las relaciones de intimidad. Con frecuencia son valorados por los otros
como hostiles.

En el apego evitativo en la edad adulta, tal y como ocurre en la infancia, se


producen sentimientos de rechazo de la intimidad con otros y de dificultades
de relación. 
4. Apego desorganizado

Este tipo es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo en que el niño
presenta comportamientos contradictorios e inadecuados. En ocasiones se
conoce como “apego irresuelto” y hay quienes lo traducen en una carencia total
de apego.

Se trata del extremo contrario al apego seguro. Ocurre, por ejemplo, en casos
de abandono temprano, cuya consecuencia en el niño es la pérdida de confianza
en su cuidador o figura vincular, e incluso puede sentir constantemente miedo
hacia ésta.

En estos casos los niños tienen tendencia a las conductas explosivas. Un


ejemplo es la destrucción de juguetes, las reacciones impulsivas, así como
grandes dificultades para entenderse con sus cuidadores y con otras personas.

Buscan evitar la intimidad pero no han encontrado una forma de gestionar las
emociones que esto les provoca, por lo que se genera un desbordamiento
emocional de carácter negativo que impide la expresión de las emociones
positivas.

Los adultos que han tenido este tipo de apego de pequeños suelen ser personas
con alta carga de frustración e ira, no se sienten queridas y parece que
rechacen las relaciones, si bien en el fondo son su mayor anhelo. En otros
casos, este tipo de apego en adultos puede encontrarse en el fondo de las
relaciones conflictivas constantes.
ACTIVIDADES ENTRE PADRES E HIJOS

Dibujos en la piel 2-3 años:

Los juegos que implican contacto físico entre tu hijo y tú, como bien hemos
dicho, proporcionan no sólo diversión, sino que además una fuente de placer y
seguridad para tu hijo al reforzar los vínculos emocionales que existen entre
ambos.

Puedes practicarlos haciendo sencillos dibujos en su tripa y espalda para que


adivine de qué se trata. Procura que sean pocos trazos y cortos.

Cuando lo consiga, podéis cambiar los papeles pasando a ser él quien dibuje
sobre ti.

Con este juego tu hijo experimenta nuevas sensaciones y al final los mimos y
las cosquillas serán inevitables.

Lavar juguetes 2-3 años:

Un cubo de agua y una esponja vieja, serán elementos suficientes para que tu
peque disfrute jugando al aire libre un día de sol.

Podrá lavar los coches de juguete, las muñecas los bloques de plástico de la
construcción y hasta el triciclo.

Será una manera excelente de divertirse mientras ejercita sus habilidades


manuales.

El león 2-3 años:

A los niños pequeños les encanta ponerse a gatas jugando a ser un animal,
anímale a levantar sus patas delanteras y a rugir como un león.

Intenta que lo haga en silencio, sólo imitando los gestos del feroz animal,
gestos exagerados, sobre todo con la boca y la lengua, lo que supone un
excelente ejercicio para distendir los músculos de la cara.
Las hojas 2-3 años:

Cuando salgas al parque a pasear en otoño, algo que te aseguro por experiencia,
le va a encantar a tu hijo va a ser recoger las hojas secas que caen de los
árboles.

Permite que coja las que quiera, las puedes utilizar para decorar.

Ofrécele un folio blanco sobre el que pueda pegarlas haciendo una figura.

Es una actividad divertida con la que ejercita la psicomotricidad fina, además


del apego seguro al salir de casa.

El Zoo 2-3 años:

Recorta de una revista vieja todas las fotos de animales que encuentres, luego
pégalas en una cartulina y recorta sus siluetas.

A continuación córtale la cabeza a todos los animales y mezcla las piezas en una
caja.

Explícale a tu hijo que debe encontrar y encajar cada cuerpo con su


correspondiente cabeza.

Para hacerlo correctamente, debe realizar un proceso mental basado en la


concentración, la observación y la deducción.

Más que leer 2-3 años:

Leer a tu hijo durante unos minutos cada día es una excelente costumbre.

Cuando termines de leer juntos un libro, pueden jugar con las ilustraciones.

Cierra el libro y pide a tu hijo que busque entre los dibujos algo que ruede, algo
duro, algo que vuele, algo blando, algo comestible…él debe abrir el libro y
localizarlo.

Con esta actividad está reforzando sus aptitudes lingüísticas, fomentado en él


el placer por la lectura y ayudándole a asimilar nuevos conceptos.
Las piedras 2-3 años:

Reúne varias piedras pequeñas y lisas.

Mete la mitad en agua caliente y la otra mitad en el congelador.

Al cabo de un rato mézclalas todas encima de la mesa y deja que tu peque las
toque y diga cuáles están calientes y cuáles están frías.

Después de jugar un rato con ellas, pídele que las separe en dos grupos, según
su temperatura.

Está asimilando conceptos calor-frío a través de las sensaciones diferentes en


su cuerpo.

Limpiar el polvo 2-3 años:

A los niños pequeños les encanta ayudar en las tareas domésticas. Aunque, no a
todos.

Cuando tú estés haciendo la limpieza dale un plumero y un paño, para que pueda
hacer la limpieza en su habitación.

Deja que limpie sus juguetes y objetos que  no puedan romperse.

Con esta actividad aprenden a asumir responsabilidades.

Muy importante reforzar la autoestima de tu hijo elogiando siempre los


esfuerzos que realice.
Triste y feliz 2-3 años:

Recorta de una cartulina blanca tres círculos de un tamaño similar a la cara de


tu peque.

Dibuja en cada círculo una cara con una expresión distinta, una triste, otra
alegre y otra enfadada.

A continuación sienta al niño en tu regazo y comienza a leerle un cuento, cada


vez que en la lectura surja uno de los sentimientos reflejado en una de las
caras, enséñale la que corresponde e intenta describir con palabras sencillas la
emoción que expresa el dibujo.

A tu hijo le va a servir para ampliar su vocabulario y aprender a distinguir y


expresar emociones distintas.

De gran valor para cuando empiece a relacionarse con niños de su edad y sienta
alegría, tristeza o rechazo al estar con ellos. Al identificar sus emociones será
más fácil que pueda gestionarlas.

El explorador 2-3 años:

Invita a tu hijo a ser explorador  y ofrécele una linterna pequeña para


ayudarse.

Enséñale un juguete pequeño y dile que lo vas a esconder. Debe taparse los ojos
para no ver dónde lo escondes.

A continuación, le dices que lo busque ayudándose siempre de su linterna.

Puedes darle pistas si se acerca o aleja del objeto.

Elogia su habilidad cada vez que lo encuentre, así está fomentando su


autoestima, mientras tu hijo se divierte y se familiariza con los objetos que le
rodean.

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