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Estilos de crianzas

Padres Autoritarios

Los padres son inflexibles, exigentes y severos cuando se trata de controlar el comportamiento.
Tienen muchas reglas. Exigen obediencia y autoridad. Están a favor del castigo como forma de
controlar el comportamiento de sus hijos. Entonces los niños tienden a ser irritables,
aprensivos, temerosos, temperamentales, infelices, irascibles, malhumorados,vulnerables al
estrés y sin ganas de realizarse.

Padres con Autoridad

Los padres son cariñosos y ofrecen su apoyo al niño, pero al mismo tiempo establecen límites
firmes para sus hijos. Intentan controlar el comportamiento de sus hijos a través de reglas,
diálogo y razonamientos con ellos. Escuchan la opinión de sus hijos mismo sin estar de acuerdo.
Entonces los niños tienden a ser amistosos, enérgicos, autónomos, curiosos, controlados,
cooperativos y más aptos al éxito.

Padres Permisivos

Los padres son cariñosos, pero relajados y no establecen límites firmes, no controlan de cerca
las actividades de sus hijos ni les exigen un comportamiento adecuado a las situaciones.
Entonces los niños tienden a ser impulsivos, rebeldes, sin rumbo, dominantes, agresivos, con
baja autoestima, auto-control y con pocas motivaciones para realizarse con éxito.

Padres Pasivos

Los padres son indiferentes, poco accesibles y tienden al rechazo; y a veces pueden ser
ausentes. Entonces los niños tienden a tener poca autoestima, poca confianza en sí mismos,
poca ambición y buscan, a veces, modelos inapropiados a seguir para sustituir a los padres
negligentes.
Tipos de Apego y sus implicaciones psicológicas
Hay personas a las que catalogamos de «cariñosas, frías o pasotas». La Psicología explica que
esta clasificación depende de los apegos: los vínculos que generamos en la infancia con
nuestros progenitores o cuidadores y que condicionan la forma que tenemos de interactuar y
relacionarnos con los demás en el futuro. Cada tipo de apego puede generar distintas
patologías o trastornos psicológicos, por lo que es importante saber cómo nos relacionamos
con los demás.

La personalidad, el modo de actuar y relacionarse, el modo de gestionar y expresar las


emociones e incluso la futura elección de pareja, están íntimamente relacionados con el tipo de
apego que se ha desarrollado en la infancia entre los padres y el infante.

A continuación, mostraremos qué es el apego, qué tipos hay según la teoría de John Bowlby,
qué implicaciones tienen en la vida posterior de la persona, cuáles son los comportamientos de
cada estilo de apego y cómo influyen en las relaciones íntimas.

¿Qué es el apego?Apego

El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la
madre y el recién nacido o la persona encargada de su cuidado. Su función es asegurar el
cuidado, el desarrollo psicológico y la formación de la personalidad.

El establecimiento del apego desde la infancia más temprana se relaciona principalmente con
dos sistemas: el sistema exploratorio, el cual permite al bebé contactar con el ambiente físico a
través de los sentidos; y el sistema afiliativo, mediante el cual los bebes contactan con otras
personas.

Según López (2009), el apego se compone de tres componentes: la construcción mental que
permite establecer la relación de pertenencia e incondicionalidad, la unión afectiva que
proporciona sentimientos de alegría y bienestar, y el sistema de conductas de apego focalizado
en mantener un contacto privilegiado.

¿Cómo se establece el apego?

En el transcurso del primer año, se establece un vínculo de apego con la persona con quien
tiene más contacto y aparece el miedo ante los desconocidos.

El apego es el encargado de proporcionar seguridad al niño en situaciones de amenaza. El


apego seguro permite al pequeño explorar, conocer el mundo y relacionarse con otros; bajo la
tranquilidad de sentir que la persona con quien se ha vinculado va a estar allí para protegerlo.
Cuando esto no ocurre, los miedos e inseguridades influyen en el modo de interpretar el
mundo y de relacionarse.

La teoría de John Bowlby

John Bowlby (1907-1990), psiquiatra y psicoanalista infantil. Se dedicó a estudiar los efectos de
la relación entre el cuidador principal y el menor, en la salud mental de los menores y en su
vida adulta.Para ello, Bowlby retoma los trabajos de la psicóloga estadounidense Mary
Ainsworth, con la que había trabajado. Ainsworth observó distintas interacciones entre madres
e hijos bajo un procedimiento estandarizado que se conoce como la Situación Extraña.

Bowlby después de realizar estudios con niños institucionalizados por robo, y con niños que
habían sido separados de sus madres a edades tempranas. Bowlby concluyó que la capacidad
de resiliencia de los menores estaba influenciada por el vínculo formado en los primeros años
de vida. En este sentido, el tipo de relación que se establece entre el bebé de pocos meses y su
cuidador es determinante en la conducta y desarrollo emocional posterior. El estilo de apego
establecido durante la infancia puede ser visible en los miedos o inseguridades del adulto, y en
la manera de afrontarlos.

Los 4 tipos de apego

A continuación, veremos en qué consiste cada uno de los tipos de apego propuestos por
Bowlby, así como algunas manifestaciones en niños y adultos.

1. Apego seguro

Este tipo de apego está caracterizado por la incondicionalidad: el niño sabe que su cuidador no
va a fallarle. Se siente querido, aceptado y valorado. De acuerdo con Bowlby, este tipo de
apego depende en gran medida de la constancia del cuidador en proporcionar cuidados y
seguridad. Debe tratarse de una persona atenta y preocupada por comunicarse con el recién
nacido, no sólo interesada en cubrir las necesidades de limpieza y alimentación del bebé. Desde
luego, el inconveniente es que esto supone una entrega casi total de parte del cuidador o
cuidadora, lo cual puede resultar complicado para algunas personas.

Los niños con apego seguro manifiestan comportamientos activos, interactúan de manera
confiada con el entorno y hay una sintonía emocional entre el niño y la figura vincular de apego.

No les supone un esfuerzo unirse íntimamente a las personas y no les provoca miedo el
abandono. Es decir, pueden llevar a una vida adulta independiente, sin prescindir de sus
relaciones interpersonales y los vínculos afectivos.

2. Apego ansioso y ambivalente


En psicología, “ambivalente” significa expresar emociones o sentimientos contrapuestos, lo
cual, frecuentemente genera angustia. Por eso, en el caso de un apego ansioso-ambivalente el
niño no confía en sus cuidadores y tiene una sensación constante de inseguridad, de que a
veces sus cuidadores están y otras veces no están, lo constante en los cuidadores es la
inconsistencia en las conductas de cuidado y seguridad.

Las emociones más frecuentes en este tipo de apego, son el miedo y la angustia exacerbada
ante las separaciones, así como una dificultad para calmarse cuando el cuidador vuelve. Los
menores necesitan la aprobación de los cuidadores y vigilan de manera permanente que no les
abandonen. Exploran el ambiente de manera poco relajada y procurando no alejarse
demasiado de la figura de apego.

De adultos, el apego ansioso-ambivalente provoca, una sensación de temor a que su pareja no


les ame o no les desee realmente. Les resulta difícil interaccionar de la manera que les gustaría
con las personas, ya que esperan recibir más intimidad o vinculación de la que proporcionan.
Un ejemplo de este tipo de apego en los adultos es la dependencia emocional.

3. Apego evitativo

Los niños con un apego de tipo evitativo han asumido que no pueden contar con sus
cuidadores, lo cual les provoca sufrimiento. Se conoce como “evitativo” porque los bebés
presentan distintas conductas de distanciamiento. Por ejemplo, no lloran cuando se separan de
cuidador, se interesan sólo en sus juguetes y evitan contacto cercano.

Lo constante han sido conductas de sus cuidadores que no han generado suficiente seguridad,
el menor desarrolla una autosuficiencia compulsiva con preferencia por la distancia emocional.

La despreocupación por la separación puede confundirse con seguridad, en distintos estudios


se ha mostrado que en realidad estos niños presentan signos fisiológicos asociados al estrés,
cuya activación perdura por más tiempo que los niños con un apego seguro. Estos menores
viven sintiéndose poco queridos y valorados; muchas veces no expresan ni entienden las
emociones de los demás y por lo mismo evitan las relaciones de intimidad.

En la edad adulta, se producen sentimientos de rechazo de la intimidad con otros y de


dificultades de relación. Por ejemplo, las parejas de estas personas echan en falta más
intimidad en la interacción.

4. Apego desorganizado

Es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo en que el niño presenta comportamientos
contradictorios e inadecuados. Hay quienes lo traducen en una carencia total de apego.
Lo constante en los cuidadores han sido conductas negligentes o inseguras. Se trata del
extremo contrario al apego seguro. Casos de abandono temprano, cuya consecuencia en el niño
es la pérdida de confianza en su cuidador o figura vincular, e incluso puede sentir
constantemente miedo hacia ésta.

Los menores tienen tendencia a conductas explosivas, destrucción de juguetes, reacciones


impulsivas, así como grandes dificultades para entenderse con sus cuidadores y con otras
personas.

Evitan la intimidad, no han encontrado una forma de gestionar las emociones que esto les
provoca, por lo que se genera un desbordamiento emocional de carácter negativo que impide
la expresión de las emociones positivas.

De adultos suelen ser personas con alta carga de frustración e ira, no se sienten queridas y
parece que rechacen las relaciones, si bien en el fondo son su mayor anhelo. En otros casos,
este tipo de apego en adultos puede encontrarse en el fondo de las relaciones conflictivas
constantes.

¿Se puede cambiar el estilo de apego?

Sí, el apego no es inmutable ni se mantiene en la misma medida en todas las personas a medida
que el desarrollo progresa. Además, el comportamiento de todo individuo en una relación se ve
mediado por la conducta del otro. Las relaciones de amistad, laborales y de pareja también
influyen en el tipo de apego y el rol que se mantienen con las nuevas figuras de apego.

Todo esto es necesario interpretarlo desde un prisma integrador; lo cual implica que todas las
interrelaciones que se producen desde el nacimiento hasta la edad adulta marcan el
comportamiento del momento actual. Una persona con un estilo de apego inseguro en la
infancia puede “aprender” de a las conductas de apego seguro que le proporcionan su pareja u
otras personas queridas, como puede ser un grupo de amigos íntimos psicológicamente
saludables. En todo caso, lo importante es desarrollar las estrategias convenientes para generar
seguridad, con los recursos que tengamos disponibles.

Actualmente existen múltiples factores psicosociales que tienen consecuencias importantes en


la formación de vínculos primarios. Por ejemplo, la falta de conciliación laboral donde los
cuidadores (madres/padres) trabajadores se ven obligados a dejar a sus pequeños con otras
personas, así como la ausencia de esas otras personas para ayudar con el cuidado de los hijos o
de servicios sociales que compensen. Esto deja ver que la tarea de formar estilos de apegos
seguros compete a distintos actores, no sólo a las madres, los padres o las figuras vinculares
cercanas.
6 consecuencias en los adultos de la falta de amor y
cariño en la infancia.
Algunos adultos se quejan de una niñez sin cariño y eso hace que, al ocupar ellos el lugar de
padres, sientan que no saben cómo transmitir ese afecto que no recibieron. Así nos
encontramos con dos tipos de padres: los que se paralizan y no saben cómo ser cariñosos con
sus hijos (aunque sin duda, los quieran y se desvivan por ellos), y los que se vuelcan en no tener
ese mismo trato con sus hijos y se convierten en padres emocionales y afectivos. Y es que
somos el eslabón amoroso entre nuestros padres y nuestros hijos.

Así pues, superar las carencias afectivas de nuestra niñez se convertirá en el objetivo principal
para evitar consecuencias en el desarrollo emocional de nuestros hijos. Tales consecuencias por
la falta de padres afectivos, pueden conllevar:

1. Agresividad

Adultos que siempre están a la defensiva, esperando a que se les recuerde que no son valiosos
o que no se merecen sentirse acompañados.

2. Inseguridad a la hora de establecer relaciones

Miedo a sentirse traicionado, ignorado o abandonado. Desconfianza generalizada.

3. Dependencia emocional

Si alguien me da un poco de cariño, me quedo con esa persona aunque sea la que no me
conviene, pues estará cubriendo esa necesidad afectiva que no se tuvo en la niñez.

4. Establecer relaciones tóxicas

Buscando lo que en casa no obtuvo, pueden entrar en núcleos sociales no deseables.

5. Conductas autodestructivas

Patrones de apego insanos.

6. Inmadurez cognitiva
La carencia afectiva también puede desembocar en una falta grave de maduración cognitiva,
física, emocional y social. 'Abrazar, consolar y atender no es malcriar, es cuidar y educar en el
amor'.

5 consejos para relacionarse, cultivar la amistad y pasar


más tiempo en familia.
Cuando los hijos llegan a la edad adulta, las relaciones con sus padres tienden a variar. La clave
es encontrar puntos de coincidencia sin rebasar los límites. Surgen interrogantes como cuánto
tiempo se debería pasar con ellos y cómo se debería pasar ese tiempo, cuánta información
personal se debería compartir, qué batallas se debería librar y cuándo sería mejor dar la otra
mejilla. Además qué consejos se debe ofrecer y cuándo sería mejor el silencio.

Pero aun una buena relación con los hijos ya crecidos puede tener sus escollos. Los padres
podrían ceder a la tentación de ofrecerles consejos sin que ellos lo pidan, hacer lo que fuese
necesario para protegerlos de todo daño e incluso recordarles que saquen seguro de automóvil.
Y los hijos adultos podrían mostrarse más indiferentes, no devolver las llamadas, cancelar las
citas a último momento o enviar mensajes de texto a sus amigos cuando cenan con la familia.
Justo cuando piensas que estás tratando con un igual, podrías llevarte una sorpresa.

Los hijos adultos necesitan un tipo de intimidad diferente a la que tenían cuando eran
pequeños. Necesitan apoyo emocional para desenvolverse en la vida y que sus padres valoren
la capacidad de sus hijos de resolver sus asuntos, aun si hay reveses o contratiempos en el
camino.

1. Acata límites respetuosos

Para los hijos proteger su privacidad es una parte esencial del proceso de desarrollar una
identidad independiente, adquirir confianza en su capacidad de tomar decisiones y aprender a
defenderse solos. Los padres que valoraban la cariñosa relación que tenían con sus hijos
pequeños podrían sentirse heridos si notan que, de grandes, empiezan a alejarse. De repente,
no quieren volver a casa para las vacaciones o no tienen tiempo para largas conversaciones por
teléfono. Aunque es natural extrañar la intimidad de antes, ayuda el comprender que la
necesidad de distanciarse es apropiada para esta fase de su vida y que no se debe tomar como
una afrenta personal.

2. Escucha más de lo que hablas


El saber contenerse es la difícil virtud que se nos exige en esos momentos, para así evitar
ofrecer demasiados consejos o hacer demasiadas preguntas. Después de años de cuidar
diligentemente a tus hijos, es posible que te sorprendas de la cantidad de veces que deberás
morderte la lengua cuando los veas tomar decisiones que a veces son sabias, a veces
insensatas. Es posible que luches con tu deseo de resolverles todas las dificultades, pero si te
lanzas demasiado rápido a solucionar los dilemas de tus hijos adultos, estos no aprenderán a
solucionarlos por sí solos.

Sin embargo, cuando los hijos son jóvenes, hay ocasiones en que sí tienes que expresar lo que
te preocupa e involucrarte (aun si ellos no lo quieran y si tú tampoco quisieras inmiscuirte). Si
no estás seguro de que debes decir algo, pregúntate si el comportamiento que te preocupa es
grave, peligroso o desagradable. Por ejemplo, si tu hijo se aparece a la reunión familiar
desaliñado y sin afeitarse, eso puede resultar incómodo, pero no es nada grave. Pero si tu hija
da muestras de que fuma marihuana todos los días, ese hábito puede ser peligroso. Tienes que
abordarlo directamente con ella y estar preparado con recursos profesionales externos.

3. Participa en actividades que les guste hacer

Cuando los niños eran pequeños pasar tiempo en familia era algo normal. Pero ahora, para
pasar un rato con un hijo que tiene muchas cosas que hacer, hay que ser creativo.

La mayoría de los padres se desviven por encontrar tiempo y actividades que funcionen para los
hijos adultos. Por ejemplo, consiguen entradas a juegos de fútbol y reservaciones a
restaurantes, organizan paseos en bicicleta, planifican viajes y hasta se preparan para hacer
competencias culinarias en familia o ir a conciertos de música.

Los rompecabezas funcionan para los menos atléticos, según una madre de tres varones de
entre 18 y 25 años. Charlas íntimas acompañan la búsqueda de las piezas. "Yo acepto lo que me
ofrezcan, nunca los ataco y casi nunca saco un tema que ellos mencionaron una vez en otra
conversación". Además, respeta el estilo de conversación de los muchachos. "Son breves y al
grano.

4. Establece reglas sobre cómo discrepar

Muchos de los beneficios que los padres cosechan en esta etapa se deben a que los hijos se
pueden comunicar mejor. A diferencia de cuando eran niños, los hijos adultos normalmente
manejan mejor los desacuerdos que tienen con sus padres. Además, pueden ver mejor el punto
de vista de la otra persona. El córtex frontal les está madurando como el vino se pone añejo, y
eso significa tener mejor juicio, ser menos impulsivo y pensar antes de hablar.
Si en algún momento empieza a escalar el conflicto, baja tú el tono escuchando al joven sin
interrumpir. Entonces, ofrece tus comentarios en un tono de voz neutro. Si no resulta, toma un
descanso hasta que ambas partes se tranquilicen. Deja el asunto para el día siguiente o permite
que se enfríen los ánimos caldeados. Es tan buena estrategia para usarla con los hijos adultos
como con las parejas y los amigos.

5. Abre las puertas a la pareja de tu hijo

Quizás quisieras que la novia de tu hijo tuviera menos tatuajes o que el novio de tu hija tuviera
un trabajo mejor. Pero a menos que observes un comportamiento verdaderamente
perturbador, haz lo posible por aceptar a la persona que quiere tu hijo. Y cuando este
finalmente se decida por una pareja, acepta que es natural que ponga a esa persona primero.
Cuando se trata de importantes decisiones, planes o el manejo de dificultades, el hijo optará
más por apoyarse en su pareja.

Como padre o madre, tu objetivo es “renunciar a ese trabajo” cuando los hijos crezcan, así que
alimenta tus propios sueños a la vez que cultivas una estrecha amistad con ellos.

Tu hija adulta es irrespetuosa contigo, ¿qué puedes


hacer?
Las relaciones madres e hijas no siempre son sencillas, pero es necesario trabajar con ellas para
que las cosas marchen bien y se pueda tener una relación armoniosa. Cuando se es madre se es
para toda la vida, lo mismo que cuando se es hija... por lo que trabajar en la relación madre e
hija es fundamental desde siempre.

Si has criado siempre a tu hija con todo tu cariño y de repente, cuando es adulta se comporta
de manera irrespetuosa contigo, lo primero que debes tener en cuenta es que no es culpa tuya.
No es culpa tuya el comportamiento que tiene en estos momentos. Lo único que puedes hacer
es buscar soluciones para mejorar la situación, tanto por su bien como por el tuyo.

Las relaciones entre padres e hijos adultos no siempre son fáciles. Si tu hija adulta lo trata
irrespetuosamente, podría ser el momento de abordar la situación de frente. En lugar de
involucrarse en una lucha continua o ignorar el problema, siéntate y habla el problema con
todo el respeto mutuo.

MEJORAR LA COMUNICACION

La primera regla de comunicación entre padres e hijos adultos es sentarse y hablar sobre lo que
te molesta. No esperes que tu hija adulta entienda lo que te molesta a menos que digas algo.
En cambio, siéntate y pregúntate cuál es el problema y cómo podéis hablar sobre él y encontrar
una solución juntos.

Si hablar cara a cara es difícil, comienza escribiendo todo lo que tengas en mente y pídele a tu
hija que haga lo mismo. Luego siéntate para hablar esos temas. Asegúrate de que tu hija quiere
encontrar una solución también, así no tendréis que pelear ni discutir de malas maneras.

INTENTA ENTENDER SU PUNTO DE VISTA

Intenta entender su punto de vista pero sin dejar de lado lo que tú sientes en cada momento.
Como padre, puede ser difícil aceptar que tu hijo haya crecido y que ahora sea un adulto con
sus propias opiniones, valores y pasiones.

Aprender a respetar el hecho de que pueden ser diferentes a los tuyos puede ayudar a sanar la
relación. Es esencial hacerle saber a tu hija adulta que sus sentimientos y opiniones son válidos,
incluso si tú no estás de acuerdo con ellos; los adultos pueden aceptar las diferencias de los
demás sin necesidad de estar de acuerdo.

El juego de roles a veces ayuda a comprender el punto de vista de la otra persona. Comienza
una conversación donde cada uno interprete a la otra persona: la madre retrata a la hija y
viceversa. Esto a menudo ofrece una idea de los sentimientos y procesos de pensamiento de la
otra persona.

TENER LA MENTE ABIERTA AL COMPROMISO

Especialmente si no estás de acuerdo con los puntos y creencias básicos, podría funcionar
sentarse y discutir cada punto de vista. En lugar de acusar a tu hija de ser irrespetuosa,
pregúntale por qué se comporta de la manera que lo hace y si hay algo que ambos puedan
hacer para solucionar la situación. Por ejemplo, si has sido exigente y ella se siente presionada,
es posible que pueda encontrar un punto medio donde ambos se sientan cómodos y se sientan
apreciados.

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