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“Historia scribitur ad narrandum, non ad probandum”*: el debate en torno al método en

el Chile historiográfico del siglo XIX

Joseph Dager Alva**

En el presente artículo nos acercamos a la polémica desarrollada en Chile en 1844 y 1848 en


torno a cuál debería ser el método historiográfico adecuado para forjar la historia nacional. Andrés
Bello defendió la historia narrativa o ad narrandum en contra de los jóvenes José Victorino Lastarria y
Jacinto Chacón, que propugnaron la historia ad probandum o historia filosófica como el sistema
adecuado para encontrar la verdad.

Con el fin de contextualizar mejor aquel debate, en nuestro primer punto abordaremos las
nociones que sobre el método se manejaban en Europa, especialmente el caso francés, pues los
intelectuales chilenos acudieron constantemente a sus pares europeos. Asimismo, en nuestro segundo
acápite pretendemos una aproximación al método historiográfico de Andrés Bello manifestado por el
maestro antes de su polémica, para, de ese modo, entender en su real dimensión los conceptos que
después esgrimió. Luego, resumiremos las sugerentes tesis planteadas por Lastarria en sus
Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles en
Chile, que dio origen a los comentarios de Bello. A partir de ahí, nos ocuparemos de la polémica
propiamente dicha, procurando bosquejar los diferentes argumentos en discusión. Por un lado, Bello
postuló un método de paciente investigación del pasado que aclare primero -y antes que nada- los
hechos y que no abuse de las generalizaciones. Por su parte, Lastarria y Chacón, defendieron un
sistema que rescate el “corazón” de los hechos para rastrear su influencia y poder cambiar
radicalmente el presente. En el fondo hay implícito (y a veces muy explícito) un enfrentamiento entre
dos visiones distintas de construir el futuro de la república naciente.

Finalmente, como epígono de la polémica, aludimos a la noción que sobre la disciplina


histórica suscribieron Diego Barros Arana y Valentín Letelier, respectivamente. Ambos liberales como
Lastarria y Chacón, pero creyentes en un acopio laborioso de los datos, tal como quería don Andrés
Bello.

La historia “ad probandum” versus la historia “ad narrandum” en el contexto europeo

El siglo XIX ha sido llamado con razón el siglo de los historiadores. En efecto, la disciplina
produjo en cantidad y en calidad obras como en ninguna centuria precedente. Cierto es que desde el
siglo XVII y XVIII en Europa aparecieron una serie de obras eruditas y de edición de crónicas
medievales, por ejemplo, junto con propuestas omniabarcantes que pretendían ofrecer una imagen
global de la humanidad. Pero fue en el XIX cuando la disciplina histórica adquirió un rango
*
Frase originalmente de Quintiliano que el barón de Barante, Prosper de Brugière, colocó como epígrafe de su Historia de
los duques de Borgoña de la casa de Valois.
**
Licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Estudiante del programa de Doctorado de la
Pontificia Universidad Católica de Chile. El autor desea expresar su gratitud con el profesor Sergio Villalobos por su
motivación para realizar y publicar el presente artículo.
2

profesional y universitario, y los historiadores produjeron trabajos de gran aliento que procuraron
ofrecer la historia de sus respectivas naciones cuanto historias generales de Europa. Más aún, durante
aquella centuria abundaron las reflexiones teóricas sobre el método historiográfico. No pretendemos
ofrecer el panorama de las diversas corrientes que dominaron el XIX europeo, pero sí un breve
resumen de las dos formas de entender la investigación histórica desarrolladas en Alemania y Francia,
puesto que en el contexto historiográfico del Chile del siglo XIX puede notarse la influencia de ambas
corrientes. Nos referimos, por un lado, a la llamada “historia filosófica”, encaminada a construir la
“ciencia de la humanidad”, para la cual el objeto del conocimiento histórico no son los hechos del
pasado, sino sus relaciones, sus causas y efectos. Los “historiadores filósofos” pretendieron descubrir
las leyes o principios generales que estarían dándole forma a los hechos históricos. Por otra parte, la
“historia narrativa” proponía a la historia como una ciencia concreta, cuya función debía ser la de
resucitar los acontecimientos y hombres del pasado, y sostenía la imposibilidad de establecer las leyes
que guiarían el curso de la historia. Fueron las reflexiones filosóficas de Herder, Hegel y Voltaire las
que incitaron este debate historiográfico tanto en Alemania como en Francia. De hecho, la filosofía de
Herder ejerció gran influencia en el medio francés, y también en Chile a través de Francia, por lo que
vale la pena referirnos brevemente a sus postulados.

Johann Gottfried Herder, filósofo y teólogo alemán, nació en 1744 en la Prusia Oriental y
falleció en 1803 en Weimar. Su Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad, publicada
entre 1784 y 1791, aunque no es una obra histórica, sí contiene diversas consideraciones acerca de la
historia, entendida como devenir, y en especial sobre la marcha de la humanidad. El rasgo principal de
su argumentación, siguiendo a Fueter, es un optimismo racionalista que postula el progreso de la
humanidad como una marcha ascendente.1 Sin embargo, Herder, a diferencia del “humanismo
cristiano”, considera que todos esos pueblos que conforman la humanidad son distintos entre sí. Lo
que los distingue es lo que él llamó el “espíritu del pueblo” o el “genio del pueblo”, que hace a los
hombres de una misma nación similares entre sí, pero diferentes de los de otros pueblos. Para Herder
lo original en los pueblos se debe a condiciones “innatas”, a su propio carácter, y no tanto a las
circunstancias del medio físico. La originalidad de los pueblos les es interior a ellos mismos. Pese a lo
cual, Herder no renuncia totalmente a la idea de una comunidad en la humanidad, la que podría
alcanzarse gracias a la educación.2

Herder, pues, rechazó la idea de una “naturaleza” humana y por ello ejerció gran influencia en
el romanticismo alemán, caracterizado por pretender rescatar el color local de los pueblos, es decir el
“genio” del que había hablado Herder. Pero, junto con lo anterior, sostenía también una humanidad
que caminaría hacia la perfección, en lo que está anunciado el posterior planteamiento de Hegel. La
idea de evolución, entonces, se percibe claramente en las Ideas de Herder. Por eso comienza su
historia de la humanidad con la exposición del desarrollo cosmológico y geológico, el que lleva
finalmente a la vida animal, de la cual la humanidad es la especie suprema. El concepto de evolución
supone la creencia en leyes que regirían la marcha ascendente. Esas leyes no son históricas, pues no
son las condiciones históricas las que explican las diferencias entre los pueblos, sino ese elemento
innato a los pueblos, su genio. Son mas bien leyes equiparables a las leyes de la naturaleza, es decir
que la evolución ha de ocurrir necesariamente: “Toda la historia de los pueblos es para nosotros una
escuela de competición para alcanzar la más bella corona de la humanidad y dignidad humana”. 3 Así,

1
Eduard Fueter. Historia de la historiografía moderna. Tomo II. Buenos Aires: Editorial Nova, 1953, p. 82-83.
2
Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía moderna. Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 1974, p. 153-154.
3
Herder citado por Rudolf Bultmann. Historia y escatología. Madrid: Ediciones Studium, 1974, p.88.
3

la “humanidad” se convierte en el final del camino, en la meta a alcanzar a la que todos los pueblos
han de llegar. Dicha evolución estaría, finalmente, determinada y guiada por la acción de la
Providencia.

En la noción de la marcha de la humanidad hacia la perfección, Herder no alcanzó los niveles a


los que después llegaría Hegel. Georg Wilhelm Hegel, el gran filósofo idealista alemán, nació en 1770
y falleció en Berlín el año de 1831. Hegel tampoco elaboró una obra propiamente historiográfica, pero
publicó una Historia de la Filosofía que se empezó a editar en 1830, un año antes de su muerte.
Además, como profesor de la Universidad de Berlín dictó desde 1822 el curso Filosofía de la Historia,
que sus alumnos publicaron póstumamente en 1837. Allí, Hegel sostenía que la historia era el
desenvolvimiento del Espíritu, es decir que el Espíritu, o Razón Absoluta, se iba encarnando en la
historia. La historia universal no sería otra cosa que el progreso (necesario) en la conciencia de la
libertad, pues a medida que transcurrían las etapas históricas la libertad obtendría un mayor desarrollo.
La historia iría de Oriente a Occidente, desde donde sólo uno es libre hasta el momento en el que todos
son libres, tipificada esta última etapa en los pueblos germano-cristianos. Este progreso se encontraría
armonizado gracias al “ardid de la razón”.4 La marcha estaría encaminada entonces hacia “lo mejor”,
sería el progreso dialéctico de la Idea. Hegel lo planteó de una conocida manera: “La historia en
general es por lo tanto el desarrollo del Espíritu en el tiempo”. En esta visión poco importan las
individualidades y esto se relaciona con el hecho de que Hegel consideraba el campo histórico como
un “caos de pasiones”, nada orgánico, donde lo particular era entendido como totalmente dependiente
del gran proceso cósmico.5 Tan poco le interesaban las individualidades que estaba convencido de que
la forma “filosófica” era la mejor manera de considerar la historia, superior a la “inmediata” y a la
“reflexiva”. A través de la forma filosófica podría abarcarse la historia universal y el “alma” que
dirigía los acontecimientos, para lo cual se debía

renunciar de hecho a la expresión individual de la realidad y reducirse a abstracciones; no


sólo en el sentido que se ha de prescindir de ciertos acontecimientos y ciertas acciones,
sino en el otro de que el pensamiento es el más poderoso abreviador.6

En Alemania, historiadores como Wilhelm von Humboldt o Leopold von Ranke se opusieron
vigorosamente a las filosofías de la historia de Herder o Hegel. Humboldt, representante de la corriente
conocida como “ideología histórica”, es un fiel creyente de que la labor del historiador consistiría en
rastrear las “ideas” que dominan una época. Pero, en su ensayo El oficio del historiador, subrayó la
importancia de la investigación empírica de los hechos de una determinada época, de modo que ese
tipo de investigación permita encontrar esas ideas en esa época. Y es que Humboldt afirmaba que las
“ideas” no eran creaciones supraterrenas, sino que sólo podían ser reconocidas “en y por los
acontecimientos”. Ranke, uno de los más preclaros representantes de lo que después se llamaría
historia narrativa, afirmó, más específicamente aún que Humboldt, que las ideas son “instintos
concretos de la acción”7, y creyó que “sin investigación exacta, la concepción de lo universal
degeneraría hasta convertirse en fantasma”.8 Refutando directamente a Hegel, sentenció:
4
Karl Löwith. El sentido de la historia. Madrid: Aguilar, 1973, p. 82-85. Véase también Eduard Fueter. Historia de la
historiografía… p. 111-114.
5
Dichas afirmaciones de Hegel las hemos extraído del análisis que realiza Hayden White sobre la obra del filósofo alemán:
Hayden White. Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica,
1997, p. 119 y 112, respectivamente.
6
Hegel en Fritz Wagner. La ciencia de la historia. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1958, p. 222.
7
Ambas citas en Eduard Fueter. Historia de la historiografía... p 101.
8
Ranke citado por Hayden White. Metahistoria... p. 167.
4

La única diferencia entre la escuela filosófica y la histórica es que aquélla, partiendo de


un conocimiento mínimo, superficial, que resuelve todo, deriva con gran audacia
resultados forzados; mientras que ésta trata de entender las cosas en su esencia, sigue sus
movimientos y permite adivinar resultados más altos.9

En Francia, según Lefebvre, las ideas de Herder y Hegel ejercieron gran influjo. De hecho, a
finales de la década de 1820, Edgar Quinet tradujo la obra de Herder, y Víctor Cousin impartió clases
de filosofía de la historia. Pero Francia tenía en Voltaire, todavía anterior a Herder, a su propio filósofo
de la historia. Voltaire, nacido en 1694 y fallecido en 1778, publicó en 1769 la versión definitiva del
Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones. En esa obra, intentó reconstruir la historia
de la humanidad sin detenerse en los hechos o acontecimientos, sino extrayendo las ideas generales, es
decir elaborando lo que él mismo llamó “filosofía de la historia”. El libro comienza con una
introducción sobre los orígenes del hombre, pasando por Grecia, Roma, los pueblos del lejano Oriente,
la caída del Imperio romano, la Edad Media, en especial el gobierno de Carlomagno. Se ocupa con
atención de los siglos XV, XVI y XVII, en especial de la época de Carlos V, los descubrimientos
geográficos y sus consecuencias, el período del cardenal Richelieu. La obra se detiene en el reinado de
Luis XIV. En su trabajo, Voltaire dejó completamente al margen la acción de la Providencia y expuso
lo que consideró el hecho típico y dominante de cada período. Le interesó resucitar el espíritu de las
costumbres de cada época, con el fin de encontrar las causas profundas que explicarían el acontecer, la
historia de la humanidad como conjunto.10

Francois Guizot (1787-1874), autor de una Historia de la civilización en Francia en cuatro


volúmenes y de una Historia de la Revolución en Inglaterra, que publica entre 1826 y 1827, es uno de
los más importantes representantes de la historia ad probandum francesa. Él afirmó que el objeto de la
historia era el análisis y que el historiador debía descubrir las leyes que les daban forma a los hechos
externos. Entonces, la historia debía estar sustentada en una visión teórica y, por lo tanto, debía ser
filosófica. En efecto, de la obra de Guizot puede percibirse que lo más importante en la investigación
histórica sería acceder a los principios generales, lo que le significó –según cuenta Hayden White- ser
expulsado de la Universidad de La Sorbona por enseñar sólo “ideas” y no “hechos”.11 Pese a lo cual,
Guizot siguió convencido de que los “hechos morales” o los “hechos generales” o las relaciones que el
historiador extraía de los sucesos, pese a no ser “visibles”, eran también hechos, realidades tan
concretas como los tradicionalmente nombrados hechos históricos. En 1829, en su Historia de la
civilización en Europa, afirmó:

lo que se acostumbra llamar la porción filosófica de la historia, las relaciones de los


acontecimientos, el lazo que los unifica, sus causas y resultados, son hechos, es historia,
exactamente igual que los relatos de batallas y los sucesos visibles. La civilización es uno
de estos hechos.12

Por su parte, Víctor Cousin que dictó sus conferencias sobre la filosofía de la historia en 1828,
en el Collège de France, también postula la historia filosófica, y en sus opiniones puede rastrearse la
influencia de Voltaire y Hegel, pues también sostiene la marcha evolutiva de la historia. Pero, en sus

9
Ranke en Fritz Wagner. La ciencia de la historia... p. 247.
10
Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía…, p. 133-139.
11
Hayden White. Metahistoria... p. 141.
12
Guizot citado por Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía…, p. 183.
5

consideraciones está especialmente presente Herder, cuya obra vio como “el primer gran monumento
erigido a la idea del progreso perpetuo de la humanidad”. Asimismo, Cousin afirmó que “el estudio de
la historia es un estudio esencialmente filosófico” pues “la historia por excelencia, digna de ese
nombre, es la ciencia de la relación de los hechos con las ideas”.13 Edgar Quinet (1803-1875),
historiador un tanto posterior a Guizot, que empezó a publicar en 1845, escribió sobre la Revolución
Francesa, y afirmó que su objetivo era agrupar los hechos, ponerlos en relación para deducir de ellos,
los “caracteres esenciales”, pues la historia es la realización de las ideas.14

De modo que la historia ad probandum francesa sigue la tradición de Voltaire y bebió también
de Herder y Hegel. Para esta corriente, los hechos históricos aislados no importan. El objeto de análisis
debe ser el “rasgo dominante”, el “tipo” constante de cada época. Georges Lefebvre anota el caso de
un profesor de historia de la época, Lehuërou, que resume muy bien la aspiración de los historiadores
filósofos. Lehuërou escribió una tesis sobre el asentamiento de los francos en la Galia y afirmó que lo
fundamental, para el trabajo histórico, era hallar el rasgo esencial, las causas y consecuencias de las
victorias de los francos; “describirlas sería inútil”.15

En contrario, la historia narrativa o ad narrandum, representada por Barante y Thierry, apunta


a la narración de los hechos concretos y de los personajes concretos. Reclama a la escuela precedente
un carácter sumamente abstracto. A diferencia de la tendencia a veces excesivamente selectiva de la
anterior corriente, los historiadores narrativos tienen como ideal el agotar la totalidad de lo ocurrido en
una época determinada. Prestan, entonces, mayor atención al detalle, a la erudición y acuden
constantemente a los documentos originales. Están influidos por el romanticismo y por lo que Fueter
ha llamado la “doctrina del color local”, la que quiere reflejar con colorido la época, en especial la
vestimenta.16 No investigan el rasgo esencial, sino que narran cómo se desarrollaron los hechos en una
época concreta. Pretendieron una aproximación a la individualidad del momento histórico, para lo cual
adoptaron como modelo –no siempre cumplido- el método crítico-filológico, inaugurado por la
“escuela histórica alemana”, dos de cuyos miembros más destacados ya hemos mencionado,
Humboldt y Ranke, en la cual también destacó nítidamente Bartold Niebuhr.

Prosper Brugière, barón de Barante (1782-1866), publicó entre 1824 y 1826, su Historia de los
duques de Borgoña de la casa de Valois en la cual sigue muy de cerca las crónicas de la época. De los
diversos relatos que tuvo a su disposición escogió los que le parecieron más adecuados para revivir el
tiempo narrado, sin trabajar críticamente al cronista.17 Según Fueter no analizó ni intentó probar sus
hechos, sólo los narró.18 Independientemente de la valoración historiográfica que pueda hacerse de su
obra, lo que nos interesa destacar es la primacía que concedió Barante a la investigación empírica de
los hechos del pasado. Éstas son sus palabras: “Lo que se pide son hechos. Se quiere conocer lo que
era antes de nosotros, la existencia de los pueblos e individuos. Se exige que la historia los resucite a

13
Las citas de Cousin en Ana María Stuven y Jorge Myers. “La filosofía de la historia en la Francia de 1830: Cousin,
Michelet, Quinet y Lerminier”. En: Revista de Historia Universal, número 8, 1987, p. 75 y 82.
14
Citado por Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía…, p. 215-216.
15
Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía, p. 177.
16
Eduard Fueter. Historia de la historiografía..., p. 122.
17
Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía…, p. 192.
18
Eduard Fueter. Historia de la historiografía... p. 123. Barante colocó como epígrafe de su obra sobre los duques las
expresiones historia ad narrandum e historia ad probandum, prestadas de Quintiliano. La frase de Quintiliano, que Barante
hizo célebre y que utilizamos en el título del presente artículo, fue: “Historia scribitur ad narrandum, non ad probandum”.
6

nuestra vista”.19 Augustin Thierry (1795-1856), que en 1825 publicó su Historia de la conquista de
Inglaterra por los normandos, es calificado por Fueter como historiador romántico, sumergido en
mostrar las particularidades nacionales y locales. Debe tanto al romanticismo que sin el Ivanhoe
(1820) de Walter Scott, la obra de Thierry “no hubiera sido escrita”.20 Si bien en sus trabajos no
abunda la crítica a la fuente y en ocasiones cree fielmente al cronista, Lefebvre destaca en él su
erudición, característica de los historiadores narrativos.21 Thierry explicó su convicción de que el
método narrativo era el más adecuado para la investigación histórica, de la siguiente manera: “He
creído que aplicándome más a referir que a disertar podía dar una especie de vida histórica a las masas
de hombres como a los personajes individuales”. 22 Y, criticando el método filosófico, llegó a afirmar:
“con sus atrevimientos sintéticos, ese método aleja a la historia de la observación rigurosa y exacta de
los hechos pasados”.23

Por último debemos decir que aunque estos historiadores discreparon en la forma de entender
el método, todos coincidieron en la noción según la cual, la humanidad progresaba lineal y
ascendentemente, idea clave y típica del siglo XIX. La divergencia estuvo en creer o no si era posible
advertir las “leyes” que caracterizarían a ese progreso. Aquel debate surgió en Francia y Alemania
durante la década del veinte del siglo XIX, y se prolongó con matices en las siguientes. La posterior
llegada del positivismo significó insistir nuevamente en la determinación de las leyes que regirían la
evolución de la humanidad. El debate sostenido por Bello y Lastarria, a partir de 1844, es un claro eco
de las discusiones europeas, en el cual se utilizaron –como veremos- argumentos muy similares a los
allá expuestos. También en Chile la prolongación de la polémica implicó la adopción –al menos en
parte- de las doctrinas del positivismo historiográfico.

El método historiográfico de Andrés Bello

Don Andrés Bello López nació en Caracas en 1781.24 Aunque no fue en sentido estricto un
historiador, Bello se aproximó a la historiografía en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida: en su
juventud en Caracas, a través de sus intereses filológicos manifestados desde los años londinenses y
especialmente en los diversos comentarios sobre obras históricas que realizó en Santiago. En este
acápite nos interesa reflejar algunas precisiones metodológicas que Andrés Bello sostuvo, antes de su
polémica con José Victorino Lastarria y Jacinto Chacón. Cierto es que su método historiográfico no
quedó plasmado claramente sino en aquella discusión. Sin embargo, de algunos de sus trabajos
anteriores podemos aproximarnos a su visión sobre la historia como disciplina, lo que permite –
creemos- enfocar mejor sus posteriores sentencias.

En 1810, a los 29 años, Bello compuso su Resumen de la historia de Venezuela, que fue
publicado en el Calendario anual y guía universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810.

19
La anterior frase es a su vez citada por Andrés Bello. Véase: Andrés Bello. “Modo de escribir la historia”. En: Obras
completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 112.
20
Eduard Fueter. Historia de la historiografía... p. 122.
21
Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía…, p. 193.
22
La anterior frase también la hemos extraído de: Andrés Bello. “Modo de escribir la historia”… p. 112.
23
Thierry en Bernardo Subercaseaux. Historia de las ideas y de la cultura en Chile. Sociedad y cultura liberal en el siglo
XIX: J.V. Lastarria. Tomo I. Santiago: Editorial Universitaria, 1997, p. 66.
24
La biografía de Bello ha sido iluminada con solidez y muy recientemente por Iván Jaksic. Véase Iván Jaksic. Andrés
Bello: la pasión por el orden. Santiago: Editorial Universitaria, 2001, 323 p.
7

Estas guías de forasteros fueron muy comunes en la América hispánica durante la segunda mitad del
siglo XVIII e inicios del XIX. Auspiciadas por la Corona, indican el espíritu ilustrado por conocer
mejor el territorio. Ellas ofrecían un catálogo de los personajes notables de la región, un cuadro sobre
las ciudades, los productos naturales, etc. El caso que nos ocupa, además, incluyó esa breve historia de
la pluma de Bello. El Resumen es una apretada síntesis de unas cuarenta páginas, en las que se expone
rápidamente la historia de la Capitanía General desde la llegada de los conquistadores hasta la primera
década del siglo XIX. El Bello que escribe es obviamente un hombre de mentalidad aún colonial que –
como era esperable- hace resaltar la bondad del Rey, pero –como también fue común en otras colonias
hispanoamericanas- se permite criticar la mala administración o los abusos de los funcionarios
peninsulares.25 Guillermo Feliú Cruz ha señalado con acierto que en esta juvenil aproximación, se
vislumbra una serie de elementos de su concepción histórica que con el pasar de los años Bello irá
afinando.26

De hecho, Bello escribió su historia citando las fuentes existentes y por momentos
reproduciéndolas extensamente. El distinguido historiador venezolano Pedro Grases, quien descubrió
la obra en el Museo Británico, ha señalado que Bello siguió muy de cerca la Historia de la conquista y
población de la provincia de Venezuela de José de Oviedo y Baños.27 En efecto, el “descubrimiento” y
la “conquista” son los temas que se llevan el mayor número de páginas, porque para esos asuntos,
Bello contó con mayor cantidad de crónicas. Vemos, pues, a un Bello preocupado por acudir a la
fuente primaria con el interés de aproximarse a lo que ocurrió, en cuyo cumplimiento describe los
lugares, las gentes y sus costumbres, los productos del suelo, la manufactura, el estado del comercio,
las rentas públicas, etc. Pese a ser una obra auspiciada y controlada por la Corona no encontramos en
ella las típicas loas a la política colonial de la metrópoli. Incluso puede percibirse una tímida queja
cuando expresa: “Bien es verdad que el espíritu político de la España contribuía poco a favorecer los
países que no poseían metales o aquellos frutos preciosos que llamaron la atención de Europa en los
primeros tiempos del descubrimiento de la América”.28

Consideramos que la valoración realizada por Amunátegui sobre este trabajo es acaso un tanto
exagerada, en el sentido de que en el ensayo de Bello estarían ya explícitas sus excelentes condiciones
de historiador.29 Si bien el caraqueño se cuidó por presentar una interpretación equilibrada de lo
hechos, debe decirse –para entender la obra en su total dimensión- que por las circunstancias en las que
fue escrita, no contaba con plena independencia para reflejar otra postura. Además, un tema tan amplio
como la historia de tres siglos, volcado en tan breves páginas, tenía que ser presentado de modo
necesariamente sintético, por lo que la obra es forzosamente selectiva, cosa que curiosamente Bello
criticó de las memorias que años más tarde presentara Lastarria. Finalmente, Cristián Gazmuri ha
indicado que en las últimas diez páginas del texto, donde Bello intenta reconstruir “la época de la
regeneración civil” de Venezuela, se percibe un análisis interpretativo muy subjetivo. 30 En esta obra no
25
Domingo Amunátegui Solar reprodujo la última parte del texto de Bello en: Domingo Amunátegui Solar. “Don Andrés
Bello, historiador”. En: Revista Chilena de Historia y Geografía, número 88, 1936, p. 167-179. La reproducción aparece en
las páginas 168-177.
26
Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”. En: Revista Mapocho, volumen 12, número 3, 1965, p.
232.
27
Grases en: George Vásquez. “La historiografía latinoamericana del siglo XIX, el caso de tres historiadores ilustres: Andrés
Bello, Diego Barros Arana y Bartolomé Mitre”. En: Histórica, volumen XX, número 1, 1996, p. 134.
28
Bello en Amunátegui Solar, Domingo. “Don Andrés Bello, historiador”… p. 170.
29
Ibídem, p. 178.
30
Cristián Gazmuri. “Algunas influencias europeas en el método historiográfico de Bello”. En: Bello y Chile. Tomo II.
Caracas: Fundación La Casa Bello, 1981, p. 326-327.
8

están presentes las dotes del futuro metodólogo, fue un trabajo menor, el mismo Bello no demostró
demasiado interés en reeditarlo, cuestión que no hubiese sido complicada para el Rector. Pese a todo,
es necesario reconocer que el Resumen -al menos en las primeras treinta páginas- refleja a un joven
historiador que escribe por encargo de la Corona y que sin embargo no presenta un panegírico, lo que
hubiese sido muy del momento; refleja a un investigador medianamente circunspecto que acude a las
fuentes primarias en busca de los hechos, que fue lo que el sabio venezolano recomendó a sus
discípulos casi tres décadas después.

El Andrés Bello de Caracas no era el maduro humanista que llegó a Chile. Fue en Londres,
donde vivió diecinueve años, que se aproximó a la filología motivado por estudiar la historia de la
lengua castellana. Fue allí donde tomó contacto con un ambiente que consideraba al método crítico-
filológico como el adecuado para abordar la indagación histórica. Es conocido que pasó largo tiempo
en bibliotecas privadas y en la del Museo Británico, además descifró manuscritos de Jeremy Bentham,
corrigió una traducción de la Biblia y se dedicó a estudiar las primeras ediciones del Cantar del Mio
Cid. Iván Jaksic, que ha analizado con detenimiento los trabajos filológicos de Bello, afirma que ellos
son modelo de una investigación metódica, en especial los referidos al idioma castellano.31 Durante su
estadía en la capital británica se empapó de la obra de los historiadores que se convertirían en sus
predilectos.32 De manera que su experiencia filológica y el contacto con la producción histórica más
reciente hizo que se definiera su opción por la historia ad narrandum como el método más adecuado
para enfrentar la investigación histórica, en especial en los países jóvenes, como Chile, que tenían su
historiografía por hacer. Algunas de las nociones que Bello expresó en su polémica con Lastarria y
Chacón están presentes en reseñas que firmó para el Repertorio Americano, que nos permiten situar
mejor su visión historiográfica.

En 1825, Martín Fernández de Navarrete publicó en Madrid los dos primeros volúmenes de la
Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV.
Dos años después, Bello la comentó alentadoramente: “Basta el título de la obra para dar a conocer su
importancia”, en lo que el caraqueño expresaba el primordial valor que le otorgaba a la edición de
documentos. El espíritu del historiador crítico se hace también visible, pues le reprocha a Navarrete su
visión “ingenua” al creer el español en lo benéfico de las leyes de Indias, pese a que éstas no siempre
se cumplieron escrupulosamente.33 Ese mismo año, Bello reseñó la recientemente editada Historia de
la conquista de México por un indio del siglo XVI. El comentarista afirmó que esta obra era de una
gran utilidad para la historia de México y parecería sugerir la compulsa de documentos de distinto
origen como un método para poder aproximarse a lo verdaderamente ocurrido:

habiéndose historiado la conquista y el establecimiento de los españoles en el Nuevo


Mundo en un sentido favorable a las preocupaciones y a los intereses de la metrópoli, el
examen de las obras escritas con más inmediación a los hechos, y sobre todo de las que

31
Iván Jaksic. Andrés Bello: la pasión por el orden… p. 77-84. Jaksic ve en la intención de Bello de estudiar el idioma
castellano una clara fe optimista en la lengua como garantía de la unidad nacional en cada una de las repúblicas
hispanoamericanas, luego de la ruptura con la metrópoli.
32
Gazmuri asegura que en Londres leyó a Barante, Sismondi, Thierry, todos ellos citados a vía de ejemplo por Bello en la
polémica con Lastarria y Chacón, los que publicaron su obra antes de 1829, fecha en la que el futuro rector partió para Chile
(Cristián Gazmuri. “Algunas influencias europeas en el método historiográfico de Bello”… p. 328-329).
33
Andrés Bello. “Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV”.
En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 9 y 15-16.
9

se compusieron en América y por americanos, no podrá menos de presentar mucho de


nuevo y curioso.34

En esta misma reseña, Bello aseveró que todas las naciones cultas de Europa han demostrado
un gran esmero por publicar colecciones documentales con las cuales escribir su historia. La filosofía
de la historia es posterior, pues para que pueda actuar instructivamente debe primero realizarse esta
ardua tarea:

se ha sacado la historia de Europa del polvo y las tinieblas en que estaba sumida; se han
explorado los orígenes de los gobiernos, leyes y literatura de esta parte del mundo; se han
visto nacer, crecer y desarrollarse sus instituciones; la crítica ha separado el oro de la
escoria, (…) [presentándose] un espectáculo tan entretenido como instructivo a la
filosofía.35

Pero fue en una reseña de 1826 donde, creemos, Bello manifestó la más clara mención y
crítica frontal a la filosofía de la historia durante su estadía en Londres. El libro Estudios sobre Virgilio
de F. Tissot impresionó muy favorablemente a Bello quien lo glosó con aplauso. Alabó el meticuloso
análisis allí presente, el cual opuso a las “nuevas sendas” o “pasos inciertos” a los que podría llevar un
método especulativo como el de Voltaire, por ejemplo:

Un concierto unánime de elogios ha probado ya el reconocimiento del público ilustrado


hacia el docto profesor [se refiere a Tissot], laborioso émulo de Quintiliano. Las
semejanzas de la época en las que ambos parecieron, hace resaltar la suya. El primero
combatió la doctrina de los Sénecas, Lucianos y Estacios, que, empeñados en explorar
nuevas sendas, adulteraban el arte de los Lucrecios, Virgilios y Ovidios; y ahora que
nuestra literatura está amenazada de decadencia, las lecciones del Quintiliano moderno
guiarán los pasos inciertos de los sucesores de los Racines, Voltaires y Delilles.36

Por otra parte, es conocida y cierta la imagen de un Bello conservador, preocupado por el
orden, muy cercano al poder, amigo y compadre de Diego Portales y asesor de varios presidentes. 37
Las opciones políticas de Bello se relacionaron estrechamente con sus convicciones intelectuales y,
como suele suceder, probablemente una y otra se retroalimentaron. En todo caso, Andrés Bello vivió
la desintegración del imperio español y sufrió –desde lejos- la anarquía en la que quedaron sumidas
varias de las repúblicas independientes. Él fue un burócrata que sirvió a la corona española y también
preceptor del Libertador Simón Bolívar. La complicada transición de las naciones hispanoamericanas,
el tiempo de caos y de efervescencia política lo hicieron reafirmarse en su opción por el orden social
con el fin de construir las repúblicas nacientes.38 Jaksic lo presenta como un hombre que no estaba
34
Andrés Bello. “Historia de la conquista de México por un indio mexicano del siglo XVI”. En: Obras completas de don
Andrés Bello. Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 2.
35
Ibídem, p. 1.
36
Andrés Bello. “Estudios sobre Virgilio por F. Tissot”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VI. Santiago:
Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 444.
37
Cierto es que Lastarria abultó esa imagen y pretendió dibujarlo como un cerrado tradicionalista, opuesto a todo tipo de
cambios, “el campeón que los conservadores habían levantado”, lo llegó a llamar. José Victorino Lastarria. Recuerdos
literarios. Santiago: Ediciones LOM, 2001, p. 58.
38
El tema, aunque no centrado específicamente en Bello, está bien tratado en Ana María Stuven. La seducción de un orden.
Las élites y la construcción de Chile en las polémicas culturales y políticas del siglo XIX. Santiago: Ediciones Universidad
Católica de Chile, 2000, p. 29-54 y 61-74.
10

interesado en la política cotidiana y libre de todo corsé ideológico: conservador frente al liberalismo de
mediados del XIX y liberal frente al integrismo monárquico de corte francés. Interesado en construir la
república con sólidos cimientos, lo que no implicaba un quiebre abrupto con el pasado, sino la
asimilación de lo antiguo en un nuevo contexto.39 El fenómeno de cambio y continuidad, tan presente
en la generación que vivió los avatares de la Emancipación, puede quedar bien reflejado en la
personalidad de Bello, en su actuación política y en sus afanes intelectuales. Libertad con orden en el
sistema político, en la filosofía y también en la indagación del pasado. Dentro de este contexto se
entiende mejor su oposición a las memorias de Lastarria que presentaban un pasado decadente al
utilizar un método que no respetaba -lo que Bello entendía como- el orden metódico de investigación.
En 1835, por ejemplo, al comentar una obra del filósofo Ventura Marín afirmó:

Lo que para nosotros hace particularmente apreciable los trabajos de este ilustrado
profesor es la unión amigable y estrecha que en ellos se advierte constantemente de la
liberalidad de principios con el respeto religioso a las grandes verdades que sirven de
fundamento al orden social.40

En lo anterior queda expresada su convicción de integrar amistosamente la libertad con el


orden, el fenómeno del cambio y la continuidad. Otro ejemplo bastante claro de esta actitud, según la
cual no se niega el cambio ni tampoco la libertad, pero la noción de orden les pone un prudente freno,
lo encontramos en uno de sus comentarios sobre literatura, publicado en El Araucano en noviembre de
1841:

En literatura, los clásicos y románticos tienen cierta semejanza con lo que son en política
los legitimistas y los liberales. Mientras que para los primeros es inapelable la autoridad
de las doctrinas y prácticas que llevan el sello de la antigüedad, y el dar un paso fuera de
aquellos trillados senderos es rebelarse contra los sanos principios, los segundos, en su
conato de emancipar el ingenio de trabas inútiles, y por lo mismo perniciosas, confunden
a veces la libertad con la más desenfrenada licencia.41

Bello no se inscribió en ninguna de las dos corrientes y critica los excesos de ambas, las trabas
perniciosas de los primeros que impiden todo tipo de innovación, el libertinaje desmedido de los
segundos que no le dan el justo valor a la tradición. Bello fue, pues, hombre de pensamiento
moderado, creyente en un cambio gradual, nada amigo de las rupturas radicales, que sin embargo no
calza del todo con la imagen de conservador a ultranza que Lastarria, dolido por su “fracaso”, quiso
legar a la posteridad en sus Recuerdos literarios:

El ilustre rector proclamaba, a nombre de la Universidad, doctrinas que venían a


contrariar enérgicamente el efecto natural de esta evolución, el cual consistía en que la
sociedad se emancipara de las preocupaciones que, como dogmas, dominaban en la vieja
civilización colonial. El representante de la sabiduría entre nosotros ponía al frente de las
nuevas esperanzas las tablas de la antigua ley. Su magisterio en aquellos momentos era
una potencia que tomaba bajo su protección todas las tradiciones añejas que encadenaban
el espíritu humano, cuya independencia queríamos nosotros conquistar.42

39
Iván Jaksic. Andrés Bello: la pasión por el orden… p. 154.
40
Bello citado por Ana María Stuven. La seducción de un orden… p. 72.
41
Bello citado por Iván Jaksic. Andrés Bello: la pasión por el orden… p. 154.
11

La idea de progreso, que el siglo XIX sintió tal vez como ningún otro, traía aparejada la de
evolución. Sería incorrecto pensar que Bello no participó de ellas. De hecho, como hombre de su
tiempo, que además vivió largos años en el ambiente europeo, se adhirió a la suposición de una
marcha ascendente de la sociedad en consecución de la libertad. Al comentar la revolución de julio de
1830 en Francia, destacó el componente pedagógico que otorgaba estudiar los hechos del pasado y
frente al devenir humano afirmó que pese a “oscilaciones momentáneas, camina progresivamente a la
perfección del sistema social, esto es, al orden asociado con la libertad”.43 Nuevamente estos dos
conceptos ligados entre sí. La perfección de la sociedad, que será consecuencia de la evolución
progresiva de la humanidad, se alcanzará gracias a la asociación de la libertad con el orden. La garantía
de esta esencial ligazón la daría la educación, propiciada por el “estado docente”, dirigida a integrar en
un nuevo contexto los valores culturales heredados. Así se formarían verdaderos ciudadanos que
cuidarían la estabilidad de la República, lo que conllevaría a la “felicidad general”.44 Al interior del
pensamiento de Andrés Bello, la creencia en una evolución ascendente no significaba un desdén hacia
el pasado transcurrido, antes bien, debería asimilarse de éste las lecciones que ofrecía, de modo que la
“desenfrenada licencia” no fuese el norte a seguir.

El discurso de inauguración de la Universidad de Chile, pronunciado en 1843, es un muy


valioso documento pues en él quedan reunidas de modo sintético las nociones del pensamiento de
Bello que hemos venido rastreando en sus escritos anteriores. Además, sirve de excelente preámbulo a
las opiniones que después manifestó en su polémica con Lastarria y Chacón. Al referirse a la
orientación general que adquirirían los estudios en la Universidad, afirmó:

La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin
examen y por otra a la desarreglada licencia que se revela contra la autoridad de la razón
y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la
Universidad en todas sus diferentes secciones.45

Afirmó, además, que en la Universidad se fomentarían los estudios de las literaturas


extranjeras, que servirían de modelo, pero que en ningún caso sustituirían el análisis de la propia
realidad. Asimismo, es evidente su desconfianza respecto de la filosofía de la historia, como se la
entendió en la época. Dejó expresado que el método académico a seguir sería estudiar primero los
inmensos detalles que conforman la realidad pasada y luego las generalizaciones:

confieso que tan poco propio me parecería para alimentar el entendimiento, para educarle
y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones morales y políticas de
Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia antigua y moderna, como el adoptar los
teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectual de la demostración.46

La referencia a Herder hecha por el Rector no fue fortuita. Bien sabía Bello que la juventud a
la que se dirigía estaba entusiasmada por la llamada filosofía de la historia. Probablemente no se le
escapó que en la Sociedad Literaria de 1842, integrada –entre otros- por Francisco Bilbao, Jacinto
42
José Victorino Lastarria. Recuerdos literarios… p. 168. En otro pasaje se refiere al magisterio de Bello como una
“dominación” (p. 62).
43
Bello citado por Ana María Stuven. La seducción de un orden… p. 222.
44
Iván Jaksic. Andrés Bello: la pasión por el orden… p. 157-158.
45
Andrés Bello. “Discurso pronunciado por el Señor Rector de la Universidad Don Andrés Bello en la Inauguración de este
Cuerpo el día 17 de septiembre de 1843”. En: Anales de la Universidad de Chile, número 1, 1846, p. 152.
46
Ibídem, p. 150.
12

Chacón, José Victorino Lastarria y varios jóvenes universitarios se estudiaban las Ideas sobre la
filosofía de la historia de la humanidad del filósofo alemán en la traducción de Edgar Quinet. Los
miembros de la generación de 1842 leyeron a Herder y a Cousin con fruición y juvenil entusiasmo y
creyeron ver en los postulados de la filosofía de la historia la herramienta de cambio social. En los
Recuerdos literarios de Lastarria, el investigador de hoy puede acercarse al ambiente cultural que
respiró esa generación.47 De hecho, Diego Barros Arana en Un decenio de la historia de Chile también
ofrece un recuerdo, con tono crítico, de cómo en la década de 1840 la especulación filosófica de la
historia cautivó a la juventud.48 Además, desde que apareció el prospecto de la Historia física y
política de Claudio Gay, en algunos periódicos de la época, se la criticó justamente por carecer de un
planteamiento “filosófico”, de lo que Gay se quejó con pesadumbre en una carta a Manuel Mont. 49
Estudios modernos, como los de Stuven y Subercaseaux, han contribuido de excelente manera a
retratar las características de la “opinión pública” del momento y las ideas dominantes de buena parte
del que sería auditorio de Bello en la ceremonia del discurso inaugural.50

El Rector no rechazaba el planteamiento de Herder en su totalidad. Por el contrario suscribía,


por ejemplo, el papel que Herder otorgó a la Providencia, pero, para la realidad chilena, anteponía el
estudio específico de los hechos a la explicación global:

Yo miro, Señores, a Herder como uno de los escritores que más útilmente ha servido a la
humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los
designios de la Providencia, y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la
tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino
ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina, sino por medio de previos
estudios históricos.51

Bello estaba convencido de que si la investigación inductiva y escrupulosa de los hechos era
sustituida por deducciones o fórmulas generales, no se lograría resucitar el pasado con todo su
colorido, en lo que demuestra una preocupación propia de la escuela romántica francesa a cuyos

47
José Victorino Lastarria. Recuerdos literarios…, véase especialmente p. 74-167. Cierto es que la intención de
protagonismo de su autor está también muy presente, pero indudablemente el texto refleja bien las inquietudes intelectuales
de aquellos años.
48
Diego Barros Arana. Un decenio de la historia de Chile (1841-1851). Tomo I. Santiago: Imprenta y Encuadernación
Universitaria, 1905, p. 513-515. Una frase de Barros Arana resume bien la atmósfera: “La pretendida historia filosófica,
aunque impugnada por don Andrés Bello, con todo el poder de su prestigio y de su ciencia, tuvo entonces cierta boga entre la
juventud” (p. 515).
49
No es la ocasión de reproducir fragmentos de esa carta. Lo han hecho extensamente Diego Barros Arana, Guillermo Feliú
Cruz y Sergio Villalobos. La queja de Gay, en verdad amarga, basta por sí sola para dibujarnos un escenario muy favorable a
la “filosofía de la historia”. Sus críticos esperaban fervorosos una historia que se “elevase” por encima de los hechos. Véase
Diego Barros Arana. “Don Claudio Gay y su obra”. En: Anales de la Universidad de Chile, tomo 48, 1876, p. 5-227.
También, Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”… p. 235-238. Asimismo, Sergio Villalobos.
“Introducción para una nueva historia”. En: Historia del pueblo chileno. Tomo I. Santiago: Instituto de Estudios
Humanísticos, 1980, … p. 11-12.
50
Véase Bernardo Subercaseaux. Historia de las ideas y de la cultura en Chile…, especialmente las páginas 24-45.
Igualmente, Ana María Stuven. La seducción de un orden… p. 66-87 y 95-119. Cristián Gazmuri, como preámbulo al
análisis del “48 chileno”, también se ocupa de la cultura y de las ideas del período, comentando la recepción de literatura
europea. (Cristián Gazmuri. El “48” Chileno. Igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos. Santiago: Editorial
Universitaria y Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1999, p. 24-35).
51
Andrés Bello. “Discurso pronunciado por el Señor Rector de la Universidad Don Andrés Bello en la Inauguración de este
Cuerpo el día 17 de septiembre de 1843”… p. 150.
13

representantes citó en sus artículos posteriores. Si, por el contrario, se optara por lo genérico antes que
por lo específico, se ofrecería a la juventud

un esqueleto en vez de un traslado vivo del hombre social, sería darle una colección de
aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil de las instituciones, de las
costumbres. Se impone de este modo al entendimiento la necesidad de largos, es verdad,
pero agradables estudios.52

Al referirse específicamente a los estudios literarios, expresó una convicción que es tal vez el
telón de fondo de su método historiográfico: “Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero no veo
libertad, sino embriaguez licenciosa en las orgías de la imaginación”.53

Las Investigaciones sobre la influencia de la conquista de José Victorino Lastarria

José Victorino Lastarria nació en 1817. En 1843 fue nombrado miembro de la Universidad de
Chile y como tal estuvo presente en la ceremonia de inauguración en la que Andrés Bello pronunció el
famoso discurso. Dentro de la corporación tuvo una destacada trayectoria, siendo decano de la
Facultad de Filosofía y Humanidades y candidato a rector, hasta en dos oportunidades.54

Las Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los
españoles en Chile fue la primera memoria histórica presentada a la Universidad en cumplimiento del
artículo 28 de la Ley universitaria del 19 de noviembre de 1842. Dicho artículo reglamentaba las
diversas actividades que debían llevarse a cabo en la reunión anual de la Universidad. Una de ellas era
pronunciar un “discurso sobre alguno de los hechos más señalados de la historia de Chile, apoyando
los pormenores históricos en documentos auténticos y desenvolviendo su carácter y consecuencias con
imparcialidad y verdad”.55 El espíritu del corpus legal era fomentar la investigación del pasado, y fue
uno de los varios impulsos que desde el Estado recibió la disciplina histórica durante el XIX chileno.
Aquel discurso debía ser pronunciado por el académico que el Rector designase. Lastarria refiere que
Bello le pidió que él presentara la primera memoria pues como era “revolucionario” seguramente
expondría algo novedoso.56

En las Investigaciones son dos los temas cardinales. En primer lugar, y como marco que
justifica la intención principal de la obra, un propósito de aplicarle a la historia el método filosófico. En
segundo lugar, una interpretación muy negativa y con tono de reclamo sobre el carácter español y las
improntas pervivientes de la “mentalidad” colonial en el Chile de su tiempo, en lo que se trasluce el
objetivo fundamental del texto. Las Investigaciones, aunque se revelan apresuradas, cumplen con
requisitos académicos y anuncian la mente sintética de un pensador que realmente pretendió ser
original. Por otra parte, es también necesario afirmar que Lastarria en sus Recuerdos, motivado por la
sed de reconocimiento que acompañó su vida, engrandeció el verdadero valor de la obra. El joven de

52
Ibídem, p. 150-151.
53
Ibídem, p. 152.
54
Luz María Fuchslocher. “Lastarria en la Universidad de Chile”. En: Estudios sobre José Victorino Lastarria. Santiago:
Ediciones de la Universidad de Chile, 1988, p. 51-90.
55
“Ley orgánica del 19 de noviembre de 1842”. En: Anales de la Universidad de Chile (1843-1844), número 1, 1846, p. 9.
56
José Victorino Lastarria. Recuerdos literarios… p. 170.
14

veintisiete años no vislumbró el sistema de Bukcle ni el de Comte, como el adulto de más de sesenta
pretendió hacernos creer, pero sí confeccionó un trabajo sugerente que dio mucho de qué hablar.57

Lastarria, como algunos de los miembros de su generación, fue estudiante del Liceo de Chile,
donde José Joaquín Mora lo formó en los ideales liberales. 58 Pese a que su admirado maestro era
español, Lastarria –como los liberales más extremos- encontró en España a la culpable de los males de
su sociedad. Luis Oyarzún ha llegado a afirmar que el principal móvil del trabajo intelectual de
Lastarria fue un ataque sistemático a España, al régimen colonial y a los conservadores.59 Tal vez
resulte exagerado postular un interés monotemático en quien fue uno de los más prolíficos miembros
de la generación de 1842, pero indudablemente el rechazo a la etapa colonial y al legado español está
presente en las dos memorias históricas de Lastarria, e incluso antes, en su discurso en la Sociedad
Literaria de 1842. Allí afirmó:

Durante la colonia no rayó jamás la luz de la civilización en nuestro suelo. Y ¡cómo


había de rayar! La misma nación que nos encadenaba a su pesado carro triunfal
permanecía dominada por la ignorancia y sufriendo el poderoso yugo de lo absoluto en
política y religión (…) El Santo Oficio se dedicó a perseguir de muerte a los que
propalaban verdades que no eran las teológicas, entonces, señores, empezó también a
cimentarse en Chile el dominio del conquistador.60

Lo que Lastarria quiere probar en sus Investigaciones es, pues, una convicción suya previa: la
época colonial fue un tiempo oscuro, en el cual la cultura no alcanzó ningún desarrollo significativo.
Identifica a España con la servidumbre y por lo tanto con el atraso, por lo que el progreso sólo podría
alcanzarse con la “desespañolización” de Chile. Como ése era su fin, según explica, optó por penetrar
en el “santuario de la ciencia de la humanidad” para “poder apreciar sus influencias [de los hechos] en
la sociedad”. Busca, como los filósofos de la historia, el rasgo típico, esencial, por lo que su método
será necesariamente selectivo. Confiesa abiertamente: “No os presento, pues, la narración de los
hechos, sino que me apodero de ellos para trazar su influencia en la sociedad a la que pertenecen”, y
con la intención de alejarse de la historia ad narrandum, sentencia: “no pertenezco a aquellos
historiadores que se limitan a narrar los acontecimientos (…) absteniéndose de apreciarlos”. 61 Lo que
ocurre, según Lastarria, es que si se considera la historia “como un simple testimonio de los hechos
pasados, se comprime el corazón y el escepticismo llega a preocupar la mente, porque no se divisa

57
Ibídem, p. 168-178. En esas páginas, en las cuales Lastarria hace el recuerdo de la época que presentó su trabajo, puede
notarse cómo se atribuye ideas precursoras que no siempre se encuentran en la lectura de aquella primera memoria histórica.
Olga López se ha ocupado de decantar cuánto de lo que dijo Lastarria en sus Recuerdos se encuentra efectivamente en sus
Investigaciones. También ha rastreado la presencia de la doctrina de Herder en la obra de Lastarria. (Véase Olga López T.
Una polémica sobre los métodos históricos. Ensayo sobre la influencia de Bello y Lastarria en la concepción de la
historiografía tradicional… p. 28-41 y 43-77).
58
No es ocioso recordar que Mora y Bello, hacia 1830, en momentos que el primero era director del Liceo de Chile y el
segundo del Colegio de Santiago, enfrascáronse en una polémica sobre detalles muy precisos de gramática, cuyo fondo –cree
Jaksic- era en realidad político, pues estaban discutiendo la visión liberal frente a la conservadora en cuestiones educativas. La
polémica degeneró en epítetos ofensivos lanzados por Mora, y Bello la dio por terminada (Iván Jaksic. Andrés Bello: la
pasión por el orden… p. 130-132).
59
Luis Oyarzún. “El pensamiento de Lastarria”. En: Estudios sobre José Victorino Lastarria. Santiago: Ediciones de la
Universidad de Chile, 1988, p. 259.
60
José Victorino Lastarria. Recuerdos literarios… p. 83.
61
José Victorino Lastarria. Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema colonial de los españoles
en Chile. En: Miscelánea Histórica y Literaria. Tomo I. Valparaíso: Imprenta de la Patria, 1868. Las citas en las p.16 y 18.
15

entonces más que un cuadro de miserias y desastres”. En cambio, de qué distinta manera se revela la
historia cuando se la entiende como la ciencia de la humanidad,

entonces la filosofía nos muestra en medio de esa serie interminable de vicisitudes (…)
una sabiduría profunda que la experiencia de los siglos ha ilustrado; una sabiduría cuyos
consejos son infalibles, porque están apoyados en los sacrosantos preceptos de la ley a
que el Omnipotente ajustó la organización de ese universo moral.62

Como vemos, Lastarria se encuentra en la senda establecida por Herder, a quien llamó el “más
sabio y profundo historiador filósofo del siglo anterior”. El destino del mundo moral, de la sociedad,
estaría regido por leyes “irresistiblemente hacia su ventura”. Es, pues, la noción del progreso (que es
necesario, es decir que no puede dejar de ocurrir) hacia lo mejor. Sin embargo, critica la determinante
importancia que el filósofo alemán le otorgó a los designios de la Providencia, olvidando el libre
actuar de los hombres. Sin esta libertad, la historia –piensa Lastarria- se convierte en fatalista. La
divinidad no habría impuesto al hombre otros límites que los propios de su tiempo y de sus
facultades.63 Para nuestro pensador, la historia de Chile se presenta como un escenario inmejorable
para aplicar “estas verdades que la filosofía ha elevado a la categoría de dogmas”, en tanto es todavía
la de un país nuevo, cuyos orígenes están muy cerca, “no se han perdido todavía en las tinieblas de los
tiempos, y para hacer su estudio no necesitamos de la crítica que confronta y rectifica, a fin de separar
lo falso de lo verdadero, sino de la que califica y ordena los hechos conocidos”.64 Con lo anterior
demuestra su minusvaloración de la filología, del análisis exhaustivo del documento, método que
caracterizó a los miembros de la escuela histórica alemana, por lo que –precisamente- se opusieron a
los postulados de Herder.

Además, estaba convencido de que en su presente se debía desterrar todo germen colonial,
pues la monarquía española era sinónimo de la negación de la libertad, sujetando a los indígenas a la
“más humillante y grosera servidumbre” y manteniendo a los americanos en la “más brutal y
degradante ignorancia”.65 Según Lastarria, consecuencias de ese sistema administrativo eran haber
producido un pueblo “profundamente envilecido, reducido a una completa anonadación y sin poseer
una sola virtud social, a lo menos ostensiblemente, porque sus instituciones políticas estaban
calculadas para formar esclavos”.66 Y, como en Chile aún persistía la “funesta influencia del sistema
colonial”, correspondía a los gobernantes “apoderarse de esta reacción para encaminarla hasta destruir
completamente las resistencias que opone el sistema español antiguo encarnado en la sociedad”.67

El intelectual liberal avanza un paso más al afirmar que, para su objeto, la simple narración de
los hechos que forman la historia “no presenta interés verdadero alguno”. A él le concierne, por el
contrario, “descubrir las relaciones que ligan tales hechos para ver como conspiran todos ellos a la
realización de un gran acontecimiento de nuestra historia, la conquista y consiguiente establecimiento
del poder español en Chile”. Considera que no hubiera sacado real provecho si hubiese hecho la
descripción de los sucesos heroicos o de los varios episodios que conformaron la vida de Colocolo o

62
Ibídem, p. 9-10.
63
Ibídem, p. 6 y 8.
64
Ibídem, p. 13 y 14.
65
Ibídem, p. 33, 37 y 39.
66
Ibídem, p. 67.
67
Ibídem, p. 131 y 134.
16

Caupolicán, pues la magnitud del detalle le impediría “conocer filosóficamente los caracteres de la
época”, y es que el estudio de la historia de la conquista adquiere su real utilidad al “mirar en su
verdadero aspecto nuestra situación actual y dirigir nuestros negocios públicos de un modo favorable
al desarrollo de nuestra felicidad y perfección”.68 Entonces la “filosofía de la historia” se convertiría en
el método que permitiría el cambio social.

La polémica: Bello versus Lastarria y Chacón

Como es fácil intuir, en la memoria de Lastarria estaban presentes algunos conceptos que
perturbaban la cosmovisión, de Andrés Bello, interesada en la investigación minuciosa y en evitar una
ruptura radical con el pasado. El Rector se preocupó en comentar el trabajo del joven académico hasta
en dos artículos aparecidos en El Araucano el 8 y 15 de noviembre de 1844. Creemos que en las
respuestas de Bello junto con una defensa de la investigación concienzuda de los hechos, se encuentra
también una opción política que, aunque no legitima el pasado colonial, sí privilegia elementos de la
tradición heredada que es conveniente mantener. Ya hemos mencionado a Bello como un hombre de
pensamiento moderado, creyente en el cambio sí, pero al interior de una continuidad, combinación
que, como la ligazón del orden con la libertad, impediría la anarquía.69

Don Andrés empezó sus comentarios alabando el talento de Lastarria, “la copia de las ideas, el
orden lúcido, el estilo vigoroso, pintoresco y generalmente correcto”.70 Si bien no es difícil percibir en
el artículo de Bello un tono crítico, se cuidó en señalar los aspectos positivos de la obra. No por ello
dejó de mencionar lo que consideraba errado en el planteamiento general. Bello coincidió con
Lastarria en que la monarquía española encadenó las artes, cortó el vuelo al pensamiento, cegó la
fertilidad agrícola, pero su política –según el Rector- siendo de trabas y privaciones, no lo fue de
suplicios ni sangre. No niega el antiguo preceptor de Bolívar los abusos de la anterior metrópoli, pero
subraya que ellos no se debieron exclusivamente ni al “carácter” español ni a la “raza” hispánica, por
el contrario ésa habría sido la actitud que “los estados poderosos han manifestado siempre en sus
relaciones con los débiles”.71 El principal objetivo de Bello era desvirtuar las conclusiones de Lastarria
que presentó a un pueblo en todo empobrecido por ser heredero de una tradición decadente.72 La
deducción obvia de aquella denuncia, como el mismo Lastarria había indicado, era una ruptura radical
con el pasado, cambios inmediatos y nada graduales, lo que Bello no estaba dispuesto a suscribir. El
pueblo chileno de su tiempo era el resultado de la integración del legado hispánico en un contexto
68
Ibídem, p. 15-16.
69
Ana María Stuven piensa que la reacción de Bello expresaría principalmente el “temor” de los sectores más conservadores
respecto de que argumentos morales, como los expuestos por Lastarria, provoquen demandas en contra de la estructura de
poder y afecten a quienes detentaban “la autoridad heredada de la legitimidad hispánica”. Si el Rector no fue más enérgico en
contra del discípulo habría sido porque en la clase dirigente chilena, el recurso a la prudencia “normalmente actuaba como
marco delimitante al ámbito aceptado de la polémica” (Ana María Stuven. La seducción de un orden… p. 236 y 238). Jaksic,
quien matiza el conservadurismo de Bello, opina que el sabio procuraba una disciplina histórica libre de interpretaciones
ideológicas y fuertes compromisos políticos con el presente, orientada a la investigación, y que de esa forma no sirviera para
prolongar el conflicto civil “precipitado por la Independencia” (Iván Jaksic. Andrés Bello: la pasión por el orden… p. 174).
70
Andrés Bello. “Investigaciones sobre la influencia de la conquista y sistema colonial de los españoles en Chile. Memoria
presentada a la Universidad en la sesión solemne del 22 de septiembre de 1844 por don José Victorino Lastarria”. En: Obras
completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 71.
71
Ibídem, p. 78-79.
72
En esta intención a Bello se le escapa una afirmación que ha contribuido mucho a crear su imagen de hispanista y
conservador del statu quo: “Los débiles invocan la justicia: déseles la fuerza y serán tan injustos como sus opresores”
(Ibídem, p. 80).
17

nuevo, no se encontraba totalmente sumido en una vil descomposición y, aprovechando el hecho de


que el propio Lastarria no escatimó argumentos favorables a la Independencia, el Rector sentenció:

jamás un pueblo profundamente envilecido, completamente anonadado, desnudo de todo


sentimiento virtuoso, ha sido capaz de ejecutar los grandes hechos que ilustraron las
campañas de los patriotas, los actos heroicos de abnegación, los sacrificios de todo
género con que Chile y otras secciones americanas conquistaron su emancipación
política.73

El tono de censura de las Investigaciones de Lastarria molestaba al ya sexagenario sabio por


las razones antes expuestas y porque si las nuevas generaciones proseguían el modelo académico de
investigación planteado por el joven y entusiasta profesor, no se alcanzarían muchos progresos en el
tipo de método de indagación histórica que Bello juzgaba como el más correcto para un país en
nacimiento. Es por eso que se mostró contrario a las especulaciones generales comprometidas con
ideologías políticas:

La pintura que nos da el señor Lastarria de los vicios y abusos de los españoles, está
generalmente apoyada en documentos de irrefutable autenticidad. Pero en el cuadro se
han derramado con profusión las sombras: hay algo que desdice de aquella imparcialidad
que la ley recomienda, y que no es compatible con el tono enérgico de reprobación.74

Y es que aquel acento iría en contra del deber del historiador de “contar los hechos tal como
fueron”.75 También se opuso al desdén mostrado por Lastarria hacia la narración de las inmensas
vicisitudes que contiene el pasado, en lo que observamos, una vez más, la influencia de la escuela
romántica francesa, pues

Hay mil objetos parciales, pero no por eso indignos de fijar la atención, antes por eso
mismo susceptibles de aquellos tintes vivos, de delineación individual. Lo que se pierde
en la extensión de la perspectiva, se gana en la claridad y viveza de los pormenores.76

Finalmente, el Rector mostró su decisión por una historia fuertemente orientada a la


investigación, comprometida con la búsqueda de la verdad, y que por lo tanto –en aquel estado de
conocimientos- únicamente podía ser narrativa, ya que el

escritor sólo tiene delante los esqueletos de los sucesos; y el escritor, si quiere darnos una
pintura, y no una relación descarnada, tendrá que comprometer la verdad, sacando de su
imaginación, o de falibles conjeturas, lo que ya no le prestan sus desustanciados
materiales.77

Lastarria calló y en vida del Rector nunca le respondió directamente. Bello tampoco insistió
más y, como vemos, no se refirió específicamente a la “filosofía de la historia”, aunque sí hizo
explícita su opción por la historia narrativa. Además, procuró no criticar abiertamente a su antiguo
discípulo, tal vez para no desalentarlo, ni tampoco a los jóvenes académicos de modo que presentasen

73
Ibídem, p. 84.
74
Ibídem, p. 80.
75
Ibídem, p. 77.
76
Ibídem, p. 74-75.
77
Ibídem, p. 77.
18

en el futuro inmediato las memorias anuales. En varios de sus posteriores comentarios a obras
históricas, Andrés Bello tuvo presente las Investigaciones de Lastarria en su intención de aplaudir las
obras que consignasen el método narrativo. En un artículo publicado en El Araucano el 7 de marzo de
1845, al ocuparse de las críticas que recibió la segunda entrega de la Historia Física y Política de
Chile de Claudio Gay, condenó directamente a la filosofía de la historia:

En cuanto a la falta de ciertas miras filosóficas elevadas, que algunos imputan como un
defecto a la presente obra, estamos por decir que para nosotros es mas bien un mérito. El
prurito de filosofar es una cosa que va perjudicando mucho a la severidad de la historia;
porque en ciertas materias el que dice filosofía, dice sistema; y el que profesa un sistema,
lo ve todo a través de un vidrio pintado, que da un falso tinte a los objetos.78

Es necesario indicar que Bello comentó la primera entrega de la obra de Gay también en El
Araucano, el 6 de setiembre de 1843, es decir algún tiempo antes de publicarse el trabajo de Lastarria.
Allí alabó la claridad de la obra, el juicio del autor, su uso puro y elegante del lenguaje, pero con
lamento expresó: “Nos prometíamos de su pluma algo más que una simple reseña de los hechos”79.
Fue en su segundo comentario, como citamos líneas atrás, que se lanzó en contra de la filosofía de la
historia, pues para ese entonces ya había discutido la primera memoria de Lastarria y había advertido
los “peligros” que la práctica de ese sistema podría ocasionar. En este segundo comentario aplaudió lo
circunspecto de los juicios de Gay. En ambos, puede observarse la oposición decidida de Bello a la
utilización de la historia como herramienta del cambio social y a la especulación sin la previa
aclaración de los hechos.

Las opiniones que emitió Andrés Bello acerca de las posteriores memorias universitarias
contribuyen a aclarar el tipo de método historiográfico que quiso inculcar: paciente investigación de
los hechos e interpretación serena de un pasado que se proyectaba en el presente, por lo que ambas
condiciones servirían para construir con bases sólidas un futuro estable. La segunda memoria,
presentada a la Universidad en 1845, fue la de Diego José Benavente, titulada Primeras campañas en
la guerra de la independencia de Chile, la que cumplía con las normas exigidas por Bello, quien la
comentó de modo favorable, pues en ella aparecían hombres y ejércitos y no “principios e ideas”. La
memoria de Benavente estaba libre de “ese prurito de alta filosofía que corrompe a la historia
moderna”.80 La tercera memoria, de la pluma de Antonio García Reyes, fue también aplaudida por el
sabio venezolano porque gracias a la “soltura y viveza de la narración” ha logrado resucitar el
ambiente de la época que trata. El que Bello sea partidario de la doctrina del color local no significa
que suscriba los cuadros animados sin base documental, por eso se complace de que el autor haya
“comprendido el carácter austero de la historia moderna, que se ha separado completamente de la
poesía en todo lo que concierne a los hechos”.81 Al comentar la memoria de 1847, titulada El primer
gobierno nacional del académico Manuel Antonio Tocornal, destaca los ponderados juicios allí
presentes, es decir la interpretación serena que ha sabido unir “a la paciencia laboriosa que se
necesitaba para recoger noticias y documentos”.82

78
Andrés Bello. “Historia física y política de Chile por Claudio Gay”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen
VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 61.
79
Ibídem, p. 47.
80
Citado por Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”… p. 248.
81
Andrés Bello. “Memoria sobre la primera escuadra nacional, presentada a la Universidad en sesión solemne del 11 de
octubre de 1846 por don Antonio García Reyes”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago:
Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 89.
19

Por su parte, en 1847, la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad abrió por vez
primera un concurso anual que premiaría el mejor trabajo histórico presentado, como un incentivo más
a la investigación del pasado entre sus miembros. Nuevamente José Victorino Lastarria fue el pionero.
En julio entregó su Bosquejo histórico de la Constitución del gobierno de Chile, durante el primer
período de la revolución, que fue el único trabajo inscrito en el certamen. En octubre, la comisión
informante, pese a algunas objeciones, lo declaró acreedor al premio de ese año. En noviembre, el
Consejo acordó que las memorias premiadas por la Facultad podían ser publicadas, sólo si incluían el
informe de la comisión.83 La medida no era gratuita, pues debió de ser conocido que Lastarria pensaba
editar el Bosquejo en un folleto independiente y las autoridades del Consejo no quisieron que la
“opinión pública” asumiese que la Facultad suscribía totalmente la propuesta del autor. También han
debido de advertir que Lastarria pidió a Jacinto Chacón un prólogo para la obra y, previniendo lo que
aquel profesor liberal del Instituto Nacional pudiera exponer, optaron porque se publicitasen los
reparos esgrimidos por la comisión. En diciembre, Lastarria publicó su obra, junto con el informe de la
comisión y el prólogo de Chacón.

Tal vez no se ha insistido lo suficiente en el hecho de que el Bosquejo es sin duda un trabajo
más logrado que las Investigaciones. Esta obra revela a un académico más cauto y con un mayor
manejo de la investigación sistemática del pasado, si bien Lastarria insistió en su propuesta de estudiar
los “principios generales” antes que los hechos, y en su antiespañolismo. Lo que en esta oportunidad
se planteó Lastarria fue realizar un interesante trabajo de historia de las ideas políticas que rigieron la
creación de los primeros gobiernos del Chile independiente, lo que no se había hecho hasta ese
momento. Nuestro autor lo considera imprescindible, pues el origen de las instituciones liberales no ha
venido “de los campos de batalla, sino del gabinete del legislador o del político, que echaban los
cimientos de la República y combatían las preocupaciones y los intereses que se oponían a su
pensamiento”. Al estudiar la Constitución se podrá apreciar “la civilización de aquella época, las ideas,
los principios de los hombres que asistieron al nacimiento de esta República a que hoy
pertenecemos”.84

Lastarria persiste en su rechazo al pasado hispánico por sus “defectos y aberraciones”.85 Le


interesa, particularmente, demostrar que el pesado legado colonial fue la razón del fracaso de la Patria
Nueva (1810-1814). En aquel tiempo no hubo ideas sobre la organización del Estado, ni
“mancomunidad social ni política; en una palabra no había otra cosa en pie que los instintos
excéntricos y disolventes del sistema colonial de la España”.86 La anarquía y la división de los partidos
políticos, consecuente al período de la “revolución”, fue producto, entonces, de la nefasta influencia
del modo de ser colonial, con lo cual Lastarria ratifica la doctrina planteada en las Investigaciones.
Pero el tono de reprobación se atenúa, tal vez escarmentado por las observaciones que recibió su
anterior trabajo, y llega a afirmar que no puede culparse a esos primeros patriotas por haber actuado
así, pues eso sería “castigar al que obra un bien porque no hace más que lo que naturalmente puede
hacer”. Con un tono que pretende (y lo logra) ser comprensivo, resume la actuación de aquellos años
82
Andrés Bello. “Memoria sobre el primer gobierno nacional presentada a la Universidad en la sesión solemne del 7 de
noviembre de 1847 por don Manuel Antonio Tocornal”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago:
Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 150.
83
Luz María Fuchslocher. “Lastarria en la Universidad de Chile”… p. 71-72.
84
José Victorino Lastarria. Bosquejo histórico de la constitución del gobierno de Chile durante el primer período de la
Revolución, desde 1810 hasta 1814. En: Miscelánea Histórica y Literaria. Valparaíso: Imprenta de la Patria, 1868, p.
162-163.
85
Ibídem, p. 215.
86
Ibídem, p. 262.
20

como “la historia de los desaciertos y de los errores políticos de un pueblo nuevo que va a lanzarse en
una carrera desconocida, sin antecedente alguno que lo favorezca”. 87 En el párrafo final del Bosquejo
se dirige a sus lectores, invitándolos –otra vez- a no condenar aquella época histórica y, demostrando
una empatía ausente en las Investigaciones, exclamó: “No caigan jamás ni en el vituperio ni la
vergüenza sobre aquellos desaciertos: ellos fueron lógicos y más de una vez provechosos: en ellos
dejaron los padres de la patria vinculada su gloria y una lección de grande utilidad para el porvenir”.88

La comisión reconoció que el trabajo era de bastante interés “y de no poco mérito en la forma
con que lo ha desempeñado el autor”. Pero se abstuvo de pronunciarse sobre “la exactitud de los
hechos que le han ayudado a fundar su doctrina”. Por lo que prefirió no manifestar nada sobre las
razones que explicarían “el carácter y la tendencia de los partidos políticos que dividieron la república
en los primeros tiempos de su existencia”. Para poder emitir una opinión de tal calibre era necesario,
consideraba la comisión, “tener cabal idea de los actos que se han obrado bajo su dirección e influjo, y
conocer de un modo asertivo el resultado práctico que esos actos han producido en la suerte de
cosas”.89 Porque de lo contrario, no se podría confeccionar una historia con un mínimo grado de
verosimilitud. No es difícil leer en el informe de la comisión la influencia de las enseñanzas de Andrés
Bello. De hecho estaba suscrito por dos de sus antiguos alumnos, Antonio Varas y Antonio García
Reyes, éste último autor de una de las memorias anuales, elogiada por el Rector. Hacia el final la
comisión expresa un convencimiento que resume bien las aspiraciones de la historia ad narrandum, el
que parece haber sido primordial móvil para la reacción de Jacinto Chacón:

Sin ese conocimiento individual de los hechos, sin tener a la vista el cuadro en donde
aparezcan de bulto los sucesos, las personas, las fechas y todo el tren material de la
historia, no es posible trazar lineamientos generales sin exponerse a dar mucha cabida a
teorías, y a desfigurar en parte la verdad de lo ocurrido. (…) La Comisión se siente
inclinada a desear que se emprendan, ante todo, trabajos destinados principalmente a
poner en claro los hechos; la teoría que ilustra esos hechos vendrá enseguida andando
con paso firme sobre un terreno conocido.90

Jacinto Chacón (1820-1898), liberal y profesor del Instituto Nacional, fue el principal detractor
de la comisión informante. Lastarria y él, lo ha señalado Villalobos, fueron en especial reformadores
políticos, que veían en la historia las pruebas para su lucha social. 91 Su concepto de “filosofía de la
historia”, entonces, está muy ligado a la posibilidad de ofrecer un conocimiento verdadero, pero lo
suficientemente capaz de desterrar la herencia colonial, en función de acelerar el cambio social, el cual
–por cierto- necesariamente habría de ocurrir por el progreso de la humanidad. El prólogo que escribió
Chacón, aún más que el contenido del Bosquejo, desató la polémica historiográfica de 1848. Aquel
intelectual, antes inclusive de escribir su famoso prólogo, ya se había declarado seguidor de la filosofía
de la historia y creyente en el progreso indefinido, lo que fue sin duda la razón por la que Lastarria
acudió a él. En el discurso redactado, en 1846, con motivo del concurso de oposición para las cátedras
de historia y literatura en el Instituto Nacional, Chacón compuso un poema que tituló Historia
Moderna, una de cuyas estrofas declamaba:
87
Ibídem, p. 264-265.
88
Ibídem, p. 266.
89
“Informe de la Comisión nombrada por la Facultad de Humanidades de la Universidad”. En: José Victorino Lastarria.
Bosquejo histórico de la constitución del gobierno de Chile durante el primer período de la Revolución, desde 1810 hasta
1814…, p. 155 y 159.
90
Ibídem, p. 160.
91
Sergio Villalobos. “Introducción para una nueva historia”… p. 14.
21

Marchad nunca a ciegas mi Patria no ignorante en brazos


del pasado tu espíritu abandones
El libro de la Historia comprende y ve adelante,
la Europa lo descifra: escuchad sus lecciones.
Lo fataliza Vico, Bossuet lo profetiza
Guizot lo desarrolla y Herder lo profundiza.
Modernos inspirados que en ese Álbum divino
de un Dios ven los decretos, y nuestro gran
destino.92

En el prólogo, se percibe a Chacón interesado en mostrar las ventajas de estudiar la “historia


constitucional”. Afirma, en un evidente ataque al informe de la comisión, que el lúcido talento de
Lastarria fue lo que le impidió colocar primero “en claro los hechos”, reduciéndose así a ser un mero
cronista. Las facultades de investigador y el conocimiento de la ciencia constitucional, habrían llevado
a Lastarria a “examinar el corazón de los hechos, a analizar, no las multiplicadas ruedas de la máquina
social, sino el centro y el origen de todos sus movimientos”. Lo que la comisión no ha entendido es
que la historia constitucional es “el desenvolvimiento progresivo del orden de principios sobre que
descansa la sociedad”. La historia constitucional ha surgido luego de que la ciencia de la historia ha
pasado por todos sus estados sucesivos, desde el “simple” cronista hasta el filósofo. Y es que la
“filosofía de la historia”, según Chacón, ya ha demostrado que para conocer una sociedad debemos
estudiar el foco de los sentimientos que la constituyen, su modo de ser, “las causas de los movimientos
de todo género que en ella se verifican”.93

El profesor del Instituto Nacional era un convencido de la superioridad del “historiador


constitucional” frente al “historiador político”, pues el primero logra observar “con vista de águila el
cuadro entero de la vida de un pueblo”, mientras que el segundo sólo alcanza a ver “un rincón del
cuadro”. Por lo tanto, la historia meramente política “no puede absolutamente comprender ni apreciar
los sucesos, ni darnos de un modo completo y de raíz (…) la verdadera explicación de la cadena de los
hechos”. Entonces, el historiador político debe estudiar en la escuela del historiador constitucional.
Bajo esta certeza, expresa uno de los puntos centrales de su filosofía de la historia: “antes está fijar los
principios o las teorías, y después sus consecuencias o los hechos”. 94 Es en esto donde Chacón ve el
principal mérito de la doctrina de Lastarria, la cual es

hija de un pensamiento filosófico que penetra en el fondo de las cosas, de una ciencia
sólida que posee la teoría de las clasificaciones y distinciones, y de una inteligencia
aguda y fuerte que encuentra el verdadero método que nos dirige al descubrimiento de la
verdad.95

Don Andrés respondió al Bosquejo y en especial al prólogo que cuestionaba su visión sobre la
investigación histórica. La verdad es que de lo sostenido por Lastarria dijo poco. El 7 de enero de
1848, en El Araucano, al referirse al autor de la obra, afirmó que era:

92
Chacón citado por Bernardo Subercaseaux. Historia de las ideas y de la cultura en Chile…, p.51.
93
Jacinto Chacón. “Prólogo” a José Victorino Lastarria. Bosquejo histórico de la constitución del gobierno de Chile durante
el primer período de la Revolución, desde 1810 hasta 1814…, p. 139-140.
94
Ibídem, p. 146 y 149.
95
Ibídem, p. 144.
22

ventajosamente conocido por otras producciones literarias, que le colocaban entre los
más distinguidos y laboriosos miembros de la Universidad y del Instituto Nacional. El
presente no es el menos interesante de los trabajos que, desde la reorganización de la
Universidad en 1843, han ilustrado la historia de Chile, y a que dio principio el señor
Lastarria.96

Por el contrario, al prólogo dedicó sus mayores energías. Se declaró partícipe del informe de la
comisión y de su deseo de poner primero en claro los hechos, deseo que las pretensiones del prólogo
justificarían sobradamente. “Poner en claro los hechos -decía el Rector- es escribir la historia”. El
historiador político, continuaba Bello oponiéndose a Chacón, es capaz de llegar al fondo de las cosas y
tener un “profundo conocimiento del corazón humano”. De hecho, contrariando el método filosófico,
sentenciaba: “se aprende mejor a conocer al hombre y las evoluciones sociales en los buenos
historiadores políticos de la Antigüedad y de los tiempos modernos, que en las teorías generales y
abstractas que se llaman filosofía de la historia”. Mencionó a Tucídides, Tácito, Robertson, Gibbon,
Thierry, Thiers y Prescott, escritores que en sus historias privilegian los hechos acontecidos y de
quienes no puede afirmarse posean un talento reducido.97 A Bello le parece inconcebible proclamar
que primero deban fijarse las teorías y luego los hechos, que el historiador político deba aprender en la
escuela del historiador constitucional. El método enseña que la cuestión es mas bien al revés:

La erudición desentierra, del fondo de los archivos, materiales largo tiempo olvidados; y
de ellos es de donde se saca la historia política y hasta la novela histórica los pormenores
que dan vida e interés a sus cuadros; así como en los trabajos del historiador político es
donde el filósofo elabora sus inducciones.98

Jacinto Chacón no calló y publicó en El Progreso del 25 de enero un artículo titulado


“Cuestión sobre la ciencia histórica”. Allí habló por primera vez de los métodos ad narrandum y ad
probandum y acusó a la comisión de pretender imponer como método el primero: “Nuestro prólogo
no tiene más objeto –afirmaba el joven profesor- que protestar en contra de este exclusivismo
intolerante (…), contra el ejercicio intolerante de la autoridad universitaria, contra la libertad de
escribir la historia”.99 Pese a lo cual, no fue, en general, muy virulento. A este artículo respondió
Andrés Bello con su “Modo de escribir la historia”, publicado en El Araucano, el 28 de enero.
Creemos que éste es el artículo más contundente y sólido de Andrés Bello, que expresa mejor que
todos su noción acerca del método histórico, aunque es también en el que se percibe con mayor
claridad la fuerza de su autoridad. Al parecer, en el pensamiento de Bello, al menos en este escrito, no
prima el espíritu dialogante, sino la necesidad de establecer los parámetros dentro de los cuales debería
fijarse la investigación sobre el pasado. Fue allí donde citó largamente a los principales historiadores
pertenecientes a la escuela romántica francesa: Rozoir, Thierry, Sismondi y Barante, cuyo método
juzgaba como el adecuado.100 Apeló, pues, no sólo a lo que él mismo había intentado inculcar en esos
96
Andrés Bello. “Bosquejo histórico de la Constitución del Gobierno de Chile durante el primer período de la Revolución
desde 1810 hasta 1814 por don José Victorino Lastarria. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago:
Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 99.
97
Ibídem, p. 101-102.
98
Ibídem, p. 103.
99
Chacón en Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”… p. 253.
100
No vamos a detenernos en dar cuenta de las diversas citas que Bello reunió en este artículo, en verdad conocidas. Tal vez
la primera, perteneciente a Charles du Rozoir, que es la más breve, resuma bien el hilo conductor que atraviesa el trabajo: “No
hay peor guía en la historia que aquella filosofía sistemática que no ve las cosas como son, sino como concuerdan con su
sistema. En cuanto a los de esta escuela, exclamare con Juan Jacobo Rousseau: Hechos, hechos!”. (Andrés Bello. “Modo de
escribir la historia”…, p. 107). Cristián Gazmuri ha rastreado las improntas de aquellos historiadores franceses en el
23

años, sino a los “más reputados” historiadores. Afirmó que si en Europa es posible realizar una
filosofía de la historia es porque previamente se han descubierto los hechos, encontrado documentos,
escrito infinidad de crónicas, cosa que en Chile aún no habría sucedido suficientemente. Bello insistió
en que la filosofía general de la historia no conduce a la fisonomía particular de un pueblo y en la
necesidad de una prolija indagación de cómo ocurrieron las cosas, demostrando una continuidad con
lo dicho en aquel discurso inaugural de 1843:

Los trabajos filosóficos de la Europa no nos dan la filosofía de la historia de Chile. Toca
a nosotros formarla con el único proceder legítimo, que es la inducción sintética. La
filosofía de la historia de Europa será siempre para nosotros un modelo, una guía, un
método, nos allana el camino; pero no nos dispensa de andarlo.101

Chacón respondió en El Progreso del 28 de enero, con un tono próximo a lo mordaz, teñido de
ironía, que no duda en calificar a Bello como un sabio “enciclopédico” y “extranjero”. Enfatizó su
desacuerdo respecto de que Chile deba seguir todos los pasos que la investigación histórica ha
atravesado en Europa, pues lo que debería hacerse sería beneficiarse de esos progresos: “¿Qué se
pensaría de un sabio –se pregunta con un argumento que deja traslucir alguna ingenuidad- que dijera
que no debemos aprovecharnos del sistema de ferrocarriles europeos porque es necesario [empezar] la
carrera de los descubrimientos desde el simple camino carretero hasta el ferrocarril?”. Entonces, no
usufructuar las ventajas que otorgan los ferrocarriles es tan inadecuado como no aprovechar las
posibilidades que ofrece la filosofía de la historia europea. Pensar lo contrario, sería un descuido
imperdonable “digno de combatirse e importante de destruir”.102 El Rector hizo caso omiso a esas
afirmaciones y, en su “Modo de estudiar la historia”, publicado en El Araucano el 4 de febrero,
continuó su defensa del informe de la comisión. Notamos a un Bello menos impositivo, lo que no deja
de ser curioso por los ataques recibidos y el acento de su anterior artículo. Es probable que Bello
estuviese especialmente interesado en “aclarar” que su planteamiento no pasaba por censurar
totalmente la llamada filosofía de la historia, sino que lo inconveniente vendría a ser aplicarla en el
Chile de ese momento, dado que no se contaba con un conocimiento histórico suficiente:

No se trata de saber si el método ad probandum, como lo llama el señor Chacón, es


bueno o malo en sí mismo; ni sobre si el método ad narrandum, absolutamente
hablando, es preferible al otro: se trata de saber si el método ad probandum, o más claro,
el método que investiga el íntimo espíritu de los hechos de un pueblo, la idea que
expresan, el porvenir a que caminan, es oportuno relativamente al estado actual de la
historia de Chile independiente, que está por escribir.103

Chacón prefirió no responder y así finalizó la polémica pública. Andrés Bello prosiguió
comentando las memorias anuales presentadas a la Universidad, todas ellas habían adoptado el método
narrativo, por lo que recibieron el visto bueno del Rector. 104 En el discurso pronunciado en el
pensamiento de Bello (Cristián Gazmuri. “Algunas influencias europeas en el método historiográfico de Bello”…. p.
325-338).
101
Andrés Bello. “Modo de escribir la historia”..., p. 115.
102
Chacón en Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”… p. 254.
103
Bello, Andrés. “Modo de estudiar la historia”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago:
Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 119-120.
104
Ejemplos podrían ser los comentarios sobre las memorias de Salas y de Briceño (Véase Andrés Bello. “Memoria sobre el
servicio personal de los indígenas y su abolición presentada a la Universidad en la sesión solemne de 29 de octubre de 1848
por el presbítero José Hipólito Salas”. También “Memoria histórico-crítica del derecho público chileno, desde 1810 hasta
1833, presentada a la Universidad en sesión solemne del 14 de octubre de 1849”. En: Obras completas de don Andrés Bello.
24

aniversario de la Universidad de Chile, el 29 de octubre de 1848, Bello insistió en su reiterado


planteamiento, según el cual había que adaptar las ciencias, a la naturaleza física y a las circunstancias
sociales de la región en las que iban ser enseñadas. Ésa sería la única forma de aprovechar, de un
modo conveniente, las ventajas que ofrecían:

¿Estaremos condenados a repetir servilmente las lecciones de la ciencia europea, sin


atrevernos a discutirlas, a ilustrarlas con aplicaciones locales, a darles una estampa de
nacionalidad? Si así lo hiciéramos, seríamos infieles al espíritu de esa misma ciencia
europea, y le tributaríamos un culto supersticioso que ella misma condena.105

Diego Barros Arana, por otra parte, nos informa que la Facultad de Filosofía y Humanidades
había propuesto como tema, para los certámenes de 1848 y 1849, un estudio que abordase la manera
en la que debía enseñarse historia. No se presentó ningún trabajo en aquellos concursos, lo que
revelaría –según el autor de la Historia general- que los académicos habían aceptado el método
defendido por Bello.106 José Victorino Lastarria, muchos años después de las discusiones, en 1868,
decidió reeditar tanto las Investigaciones como el Bosquejo. En el prólogo que en ese año les agregó,
lamentó que no se hubiera hecho caso a sus enseñanzas y, en su decepción, percibimos que el gremio
historiográfico publicó obras que respetaban el método narrativo, aunque debemos hacer notar que tal
vez Lastarria exageró sus apreciaciones sobre el carácter de esas obras:

Los historiadores nacionales (…) entonces y después se han complacido, excepto uno
que otro, ya no en escribir nuestros anales, no la crónica de nuestros hechos, sino la
historia casera, por decirlo así, perdiéndose en la narración de consejas vulgares y de
detalles insignificantes, tales como si éste saltó una pared, si aquel escribió un papelito, si
el otro dijo o tornó y se fue; y de este modo han torturado la paciencia de los lectores.107

En 1878, Lastarria publicó sus Recuerdos literarios. Allí afirmó: “El fracaso de 1844, lo
confesamos, nos sobrecogió”. Y, otra vez, atacó a los historiadores narrativos, de quienes dijo
pertenecerían a la escuela de “la absolución y del aplauso”. Refirió, también, haber recibido una carta
de Edgar Quinet, la que reprodujo, en la cual el filósofo francés comentaba elogiosamente sus
Investigaciones.108

Los epígonos de la polémica: Barros Arana y Letelier

Sergio Villalobos ha planteado que el método crítico-filológico de Andrés Bello marcó la


historiografía chilena hasta –al menos- muy entrado el siglo XX.109 En efecto, en la obra de Diego
Barros Arana y también en la de Miguel Luis Amunátegui puede percibirse la opción confesa por la
historia ad narrandum, pese al claro pensamiento liberal y de crítica al conservadurismo que ambos
Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 151-163 y 165-174). Asimismo, en la reseña que hizo Bello
sobre la obra de William Prescott, destacaba cómo este autor se había preocupado, antes que nada, por establecer claramente
los hechos referidos a la conquista del incanato (Andrés Bello. “Historia de la Conquista del Perú por W. H. Prescott”. En:
Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 175-202).
105
Andrés Bello. “Discurso pronunciado por el Rector de la Universidad de Chile en el aniversario solemne de 29 de octubre
de 1848”. En: Obras completas de don Andrés Bello. Volumen VIII. Santiago: Impreso por Pedro G. Ramírez, 1884, p. 372.
106
Diego Barros Arana. Un decenio de la historia de Chile (1841-1851). Tomo II, 1906, p. 427.
107
José Victorino Lastarria. “Prólogo” a Miscelánea Histórica y Literaria. Tomo I. Valparaíso: Imprenta de la Patria, 1868,
p. XIV.
108
José Victorino Lastarria. Recuerdos literarios…, p. 178-180.
109
Sergio Villalobos. “Introducción para una nueva historia”…, p. 16.
25

autores compartieron. Guillermo Feliú, por su lado, ha afirmado que el triunfo de Bello se dio sin
contrapeso, pero tal vez debería considerarse que José Victorino Lastarria y Jacinto Chacón, una vez
fallecido Bello, continuaron su producción, aunque cada vez más lejanos de la práctica histórica, sí
propiciaron el “método filosófico”.110 Además, buena parte de la obra de Benjamín Vicuña Mackenna
no parece estar muy cercana al ideal defendido por el antiguo Rector.111 En todo caso, es cierto que en
Barros Arana se percibe una clara apuesta por la historia narrativa y un rechazo a la especulación
filosófica, aunque es también creyente en el progreso de la libertad. Valentín Letelier, ya no solamente
postuló un progreso indefinido de la humanidad sino, influido directamente por el positivismo
filosófico, creyó en “leyes” que regirían tal marcha, pero Letelier es también un convencido de la
importancia de la investigación, metódica e inductiva de los hechos, la cual permitiría alcanzar esas
leyes. En ambos, en el uno más y en el otro menos, está presente la influencia del método que
implantó Bello, y ambos llevaron adelante investigaciones que el sabio caraqueño hubiese disfrutado.
En este punto nos limitaremos a reflejar brevemente la noción que manejaron sobre la disciplina
histórica, como epígono y resultado de aquella polémica que empezó en 1844.

Diego Barros Arana y la historia narrativa

Diego Barros Arana nació el 16 de agosto de 1830. Fue sin duda el historiador de más peso en
el Chile del XIX y probablemente de la América del Sur. Su Historia general, en lo minucioso del
detalle y en el intento de ofrecer una visión de conjunto de una historia nacional, quizá no tenga
parangón.112

110
Guillermo Feliú Cruz. “Andrés Bello y la historiografía chilena”… p. 260.
111
El profesor Bradford Burns dedicó muchos años de su vida a estudiar con detenimiento la historiografía latinoamericana, y
planteó que los historiadores del siglo XIX, si bien estudiaron el pasado, se preocuparon tanto (o más) por construir el
presente y planear el futuro, lo que quedó plasmado en el tipo de obras históricas que escribieron. Para él, un muy buen
ejemplo de lo dicho es el caso de los historiadores chilenos. (Bradford Burns. “Ideology in Nineteenth-Century Latin
American Historiography”. En: Hispanic American Historical Review, volumen 58, número 3, 1978, p. 409-431, en
particular p. 409 y 420). En su verdaderamente contundente estudio, Allen Woll sigue la senda marcada por Burns. Tal vez
subraya mucho, como condición del modelo que postulaba Bello, la ausencia de la subjetividad del historiador, por lo que
afirma que el Rector no obtuvo la victoria en la polémica con Lastarria y Chacón. Según Woll, los historiadores venideros en
el discurso ensalzaron la objetividad del trabajo histórico, pero las historias escritas –incluyendo la de Barros Arana- fueron
hechas con intencionalidades políticas. Al pasado se le habría dado un uso funcional y se habría abandonado la objetividad.
Conclusión por demás sugerente. En efecto, la historiografía latinoamericana del siglo XIX presenta obras que se imponen
justificaciones muy diversas, en ocasiones alejadas del estricto propósito de “reconstruir” el pasado. Pero paralelamente a
ellas, existen también trabajos, que hoy denominaríamos eruditos, alejados del interés “publicista”, varios de los José Toribio
Medina, por ejemplo, sólo encaminados a la forja de la “construcción” de la nacionalidad. En todo caso, resulta difícil no
coincidir con Woll en su mirada general. Pero debería tomarse en cuenta que ésta es deudora, acaso, de la lectura de estudios
firmados por intelectuales como Lastarria y del prolijo análisis que hace de la obra de Benjamín Vicuña Mackenna (Allen
Woll. A functional past. The uses of history in nineteenth-century Chile. Louisiana: Louisiana State University Press, 1982,
véase especialmente las páginas 3 y 4, 29-48, 69-84, 127-149 y 189-192).
112
Como muchos de los liberales de su generación, Barros Arana estudió en el Instituto Nacional. Con el paso de los años
fue rector del Instituto y decano de la Facultad de Humanidades y Filosofía de la Universidad de Chile, además de ejercer
varios cargos públicos de importancia. La vida y obra de Barros Arana ha sido muy estudiada. El trabajo de Ricardo Donoso
tal vez siga siendo el más completo. (Ricardo Donoso. Diego Barros Arana. México: Instituto Panamericano de Geografía e
Historia, 1967, 412 p.). Sergio Villalobos se ha ocupado del hombre y del historiador en la introducción al primer tomo de la
reciente reedición de la Historia general que luego publicó como: Sergio Villalobos. Barros Arana. Formación intelectual
de una nación. Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros Arana y Editorial Universitaria, 2000, 73 p.
26

Tenía entre catorce y dieciocho años cuando el debate que acabamos de referir se desarrolló.
Ha debido de llamar su atención pues dedicó varias páginas de su Decenio a dar cuenta de él,
recordando que la historia filosófica logró ganar varios adeptos. Narra una anécdota que es muy
reveladora de su rechazo a aquella escuela. Cuenta que en 1859 intimó con Vicente Fidel López,
intelectual argentino que en el tiempo de la polémica había vivido en Chile, quien le confió que, a
propósito de una memoria que presentara a la Universidad, Sobre resultados generales con que los
pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la humanidad, lo buscaron tres jóvenes para
pedirle les hiciera clases de filosofía de la historia. Al preguntarles López –continúa el relato- si ellos
tenían nociones generales sobre historia universal, ellos habrían contestado que no, pues no querían
perder tiempo en esos “fatigosos y aburridos estudios”. Algún tiempo después –prosigue Barros
Arana- conoció a uno de ellos, quien cometería los “errores más inconcebibles” al conversar sobre la
historia nacional. Barros Arana le habría hecho las observaciones del caso, a lo que este individuo
habría contestado: “Yo no me ocupo nunca de estudiar hechos que no conducen a nada. Yo no
conozco más que la filosofía de la historia”.113

Aunque Barros Arana no fue discípulo directo de Andrés Bello, el método por él expuesto lo
convenció más que las especulaciones o interpretaciones generales porque su espíritu no era dado a las
abstracciones.114 El tipo de acercamiento que tuvo a la investigación histórica desde sus primeros años
debe tomarse muy en cuenta para entender su opción. Por ejemplo, siendo aún joven colaboró en la
búsqueda y clasificación de documentos de la importante Colección de historiadores de Chile.115
Además, desde 1848, se ocupó en traducir libros de Alejandro Dumas y de Eugenio Scribe.116 Luego,
a partir de 1851, publicó en El Araucano, algunos capítulos de variadas crónicas, entre otras dio a
conocer parte de las obras de: José Pérez García, Francisco López de Gómara, Agustín de Zárate,
Garcilaso, etc.117
113
Diego Barros Arana. Un decenio de la historia de Chile (1841-1851). Tomo I…, p. 514-515, véase especialmente la nota
25.
114
Guillermo Feliú Cruz. “Barros Arana y el método analítico en la historia. Un ensayo de interpretación”. En: Atenea, tomo
XXV, número 104, 1933, p. 371. No sobra recordar que Francisco Encina pierde objetividad al referirse a las “facultades
naturales” de Barros Arana. Por ejemplo, afirmó que “nunca pensó los problemas que rebasan el sentido común”. Además,
según Encina, en Barros Arana, la cultura no era “prisma que deforme ni luz que alumbre el fondo de su visión; sólo etiqueta
que cubre los errores” (Francisco Encina. La literatura histórica chilena y el concepto actual de la historia. Santiago:
Editorial Universitaria, 1997, p. 69). Excesos como éstos, no sólo de Encina, fueron los que causaron –creemos- que Feliú
matizara sus anteriores opiniones, en un artículo en el cual se percibe la intención de “defender” al meticuloso historiador,
véase Guillermo Feliú Cruz. “El juicio revisionista sobre Barros Arana”. En: Anales de la Universidad de Chile, números
109-110, 1958, particularmente las páginas 415 y 419-420.
115
Sergio Villalobos. “Prólogo” a Índice de la Colección de historiadores y de documentos relativos a la Independencia de
Chile. Santiago: Universidad de Chile, Instituto Pedagógico, 1956, p. VII.
116
Sergio Villalobos. Barros Arana. Formación intelectual de una nación…, p. 15.
117
Guillermo Feliú Cruz. Barros Arana, historiador. Tomo IV. Santiago: Ediciones de los Anales de la Universidad de
Chile, 1959, p. 63-65. A modo de ejemplo de su inclinación por establecer claramente los hechos, se encuentra su interés por
la crítica externa e interna al documento. En 1853 publicó un comentario sobre la obra de Garcilaso de la Vega, evaluando las
diversas ediciones y el tipo de información a la que se podía acceder. En 1873 dio a la luz un estudio sumamente erudito
donde analizaba los diferentes comentarios críticos sobre la primera y segunda parte de la Crónica de Pedro Cieza de León
(Ambos artículos en: Diego Barros Arana. Obras completas de Diego Barros Arana. Tomo VIII. Santiago: Imprenta
Cervantes, 1910, p. 142-150 y 151-158). En el primer tomo de su Historia general, al ocuparse de la civilización incaica, que
no es tema principal en el plan de la obra, demuestra un solvente conocimiento de las crónicas existentes en esos tiempos. Las
notas a pie de página de esta parte de su escrito, retratan a Barros Arana como un fiel realizador de esos “largos” estudios que
propugnaba Bello. (Diego Barros Arana. Historia general de Chile. Tomo I. Santiago: Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana y Editorial Universitaria, 2000, p. 53-64. Todas las notas brindan información, pero peculiarmente rica en este
sentido es la número diecinueve). Un ejemplo más de la importancia que concedía al hallazgo documental y a la paciente
elaboración histórica a partir de esos documentos, lo vemos en el hecho de que aplaudió, no sin observaciones críticas, la
27

En 1861, comentó la recientemente publicada Historia antigua del Perú de Sebastián Lorente,
la que juzgó de un mérito “tan sólido como sobresaliente”. Sin embargo, el estilo de Lorente,
recargado y por momentos audaz, hizo que Barros Arana lo criticara por confundir a veces la poesía
con la verdad, conceptos en los que ya se ve prefigurada el tipo de narración que usó en su Historia
general: “En nuestro tiempo, la historia no se contenta con descripciones hermosas en que la fantasía
tiene cierta participación: exige la severidad más verdadera y escrupulosa hasta en los más pequeños
detalles, y aún en el empleo de las palabras”.118 Al año siguiente, reseñó la Historia de la conquista del
Perú, también de Lorente. Si bien elogió la obra, consideró que no aportaba mayores novedades
respecto de la de William Prescott, y censuró severamente el hecho de que Lorente no incluyera notas
y referencias respecto de los documentos en que se apoyaba.119 En descargo de Lorente, debemos
afirmar que aquel historiador se mostró siempre interesado en la difusión de la investigación histórica
antes que en elaborar estudios eruditos. Pero, ese interés pronto lo acercó a la escuela ad probandum y
propició “aplicarle” a la historia la filosofía de la historia, cuestión por la que fue criticado por sus
contemporáneos.120 Resulta revelador de la postura defendida por Barros Arana que se haya sumado a
esa crítica. Y que, en contrario, se haya referido con comentarios alabadores al minucioso Diccionario
histórico-biográfico del general Manuel de Mendiburu, publicado a partir de 1874, esfuerzo notable
por acercarse, a través de la biografía de los “grandes hombres”, a la historia nacional del Perú.121

De modo que parece quedar claro que desde muy temprano Barros Arana optó por escribir una
historia que respetará escrupulosamente la investigación documental, para de ese modo “poner en
claro los hechos”. Entre 1854 y 1858 apareció su Historia general de la Independencia de Chile, en
cuatro tomos, la primera de sus obras de gran aliento, en la cual, al decir de Villalobos, puede
apreciarse el método narrativo “sin especulaciones y algo enmarañado por el afán de dilucidar
eruditamente los puntos controvertibles”.122 En 1866, al joven académico Barros Arana se le confió la
tarea de ofrecer el discurso de orden al cumplir la Universidad de Chile veintidós años de existencia.
El año anterior había fallecido don Andrés Bello, por lo que Barros Arana le dedicó la pieza oratoria.
publicación documental dirigida por el coronel Manuel de Odriozola en el Perú. Los dos artículos en los que se ocupa de los
Documentos históricos y literarios del Coronel en: Diego Barros Arana. Obras completas de Diego Barros Arana. Tomo IX.
Santiago: Imprenta Cervantes, 1910, p. 113-117 y 407-408.
118
Diego Barros Arana. “Historia Antigua del Perú por Sebastián Lorente”. En: Obras completas de Diego Barros Arana.
Tomo VIII…, p. 61. En efecto, Lorente gozaba escribiendo, lo que a veces afectaba a su credibilidad histórica. José Toribio
Polo, claro creyente en la historia ad narrandum y férreo crítico de Sebastián Lorente, afirmó que los lectores que gustaran de
la historia novelada, encontrarían en la obra de Lorente, “trozos galanes y pinturas de manos maestras” (Polo citado por
Joseph Dager Alva. Una aproximación a la historiografía del siglo XIX. Vida y obra de José Toribio Polo. Lima: Instituto
Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú y Banco Central de Reserva, 2000, p. 158).
119
Las palabras del crítico son: “Un historiador inglés que goza de alguna reputación, M. Alison, ha hecho a M. de Lamartine
una crítica que es enteramente aplicable al historiador del Perú: ‘Este defecto, dice, no sólo priva a su obra de todo valor como
libro de referencia, sino que le hace a él mismo un grave mal inclinando a sus lectores a que crean que todo cuanto dice es una
ficción, y que si no se señala autoridades es porque no las tiene’. Los que no conocen –concluye Barros Arana- los
documentos u otras historias, pueden abrigar las mismas dudas respecto de una obra tan estudiada y juiciosa como la del
señor Lorente”. (Diego Barros Arana. “Historia de la Conquista del Perú por Sebastián Lorente”. En: Obras completas de
Diego Barros Arana. Tomo VIII…, p. 105).
120
Joseph Dager Alva. Una aproximación a la historiografía del siglo XIX..., p. 135.
121
Barros Arana definió al Diccionario como un “libro de utilidad incuestionable para todos los aficionados a la historia
americana”. (Diego Barros Arana. “Mendiburu. Diccionario histórico biográfico del Perú”. En: Obras completas de Diego
Barros Arana. Tomo IX…, p. 282).
122
Sergio Villalobos. Barros Arana. Formación intelectual de una nación…, p. 15. Es curioso que Andrés Bello no haya
impulsado más decididamente al muchacho, pues sólo le dijo: “Escriba joven sin miedo, que en Chile nadie lee” (Ibídem, p.
17).
28

Si bien era un discurso de ocasión, ayuda a rastrear su noción acerca del método, pues no escatimó
elogios y destacó la principal labor que tuvo el ex-Rector en la mejora de la educación nacional y
principalmente en el cultivo de la historia patria.123 De las primeras obras, es en Elementos de retórica
y poética, publicado en 1867, donde se percibe más claramente su adhesión al método narrativo, pues
allí, siguiendo a Feliú, se dio ocasión para exponer brevemente en qué consistían los sistemas ad
probandum y ad narrandum, inclinándose ciertamente por el segundo.124 Además, en 1873, elaboró
un muy informado estudio donde mostró la vasta ilustración de Andrés Bello. Su admiración por el
método filológico del Maestro es verdaderamente notoria.125 En 1875 explayó sus observaciones
críticas a la filosofía de la historia, en una carta a su amigo Bartolomé Mitre, confesión abierta de su
opción historiográfica y que –a la vez- nos sugiere que por esos años el método de Bello, aún no era
totalmente practicado:

Siempre he creído que lo que se llama historia filosófica es el asilo de los que no quieren
estudiar la historia, de los que quieren hacer de esta ciencia, un conjunto de generalidades
y declamaciones vagas e inútiles. Yo no sé si usted recuerda la polémica que sobre este
punto sostuvo don Andrés Bello en 1847 con Lastarria y otros escritores chilenos,
combatiendo este género de historia filosófica. A pesar del prestigio de tan gran maestro,
los que en Chile nos hemos dedicado a estudiar y escribir la historia, sobre todo
Amunátegui y yo, hemos tenido que batallar largo tiempo para demostrar que la historia
sin hechos bien estudiados y sin documentos, es completamente inútil y absurda.126

En el Decenio volvió sobre el tema. Al referirse directamente al trabajo de Lastarria afirmo


que siendo “la obra de un hombre de talento, es sin embargo, la mejor demostración del error
fundamental de aquel sistema filosófico [pues] no da a conocer ni siquiera superficialmente nuestro
pasado ni suministra noción alguna apreciable de lo que fue la colonia”.127

Es en el prólogo a la Historia general donde mejor queda retratada la noción que sobre la
historia como disciplina manejó Diego Barros Arana. Los conceptos allí formulados son de sobra
conocidos, pero no podemos dejar de referirnos a ellos. Puede apreciarse que siguió el planteamiento
de los historiadores narrativos de la escuela romántica francesa, que Bello había citado casi cuatro
décadas atrás, en el sentido de que la llamada historia filosófica sería la última transformación de la
disciplina histórica, por lo que no podría existir si antes no se han investigado los hechos con la
prolijidad necesaria. Las opiniones allí escritas nos hacen recordar la carta que remitiera a Mitre, pues
aseveró que quien pretendiese hacer historia filosófica precisaba de un conocimiento cabal de lo
acontecido, dado que de lo contrario: “no llega a otro resultado que el de combinar una serie de
generalidades más o menos vagas y declamatorias, una especie de caos que no procura agrado ni
123
Diego Barros Arana. “Elogio del señor don Andrés Bello”. En: Obras completas de Diego Barros Arana. Tomo XIII.
Santiago: Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona, 1914, p. 235-249. En 1893 pronunció el discurso en la sesión
solemne que celebraba el quincuagésimo aniversario del Claustro, documento que nos aproxima a la visión universal que
sostenía sobre el quehacer universitario. Allí confesó que siendo niño asistió a la ceremonia inaugural de la Universidad,
presidida por Andrés Bello. Luego, sostuvo que la creación de la historia nacional y su adelanto se deben al empuje que
recibió en aquel tiempo (Diego Barros Arana. “Discurso de don Diego Barros Arana en el quincuagésimo aniversario de la
Universidad”. En: Anales de la Universidad de Chile, año VIII, tercer trimestre, 1930, p. 1161-1178).
124
Guillermo Feliú Cruz. Barros Arana, historiador. Tomo IV…, p. 116.
125
Diego Barros Arana. “La erudición de don Andrés Bello”. En: Obras completas de Diego Barros Arana. Tomo XIII…, p.
253-257.
126
El anterior fragmento de la carta está reproducido en: George Vásquez. “La historiografía latinoamericana del siglo XIX,
el caso de tres historiadores ilustres: Andrés Bello, Diego Barros Arana y Bartolomé Mitre”..., p. 149.
127
Diego Barros Arana. Un decenio de la historia de Chile (1841-1851). Tomo I…, p. 515.
29

instrucción, una obra fútil y de escaso valor, que sólo puede cautivar a los espíritus más
superficiales”.128 Ésa sería la principal razón por la que él optó “deliberadamente” por el método
narrativo.

Sin embargo, Barros Arana, al menos en el deseo expreso, no quiso conformarse con sólo
referir los hechos. Anunció, entonces, la fértil posibilidad de fundir la historia filosófica con la historia
narrativa. Por ejemplo, declaró: “la forma narrativa no excluye de la historia las aplicaciones del
género filosófico”. Es decir, si por historia filosófica se comprende a las generalizaciones que son
aplicables en todos los tiempos y en todos los lugares, abstracción hecha de las singularidades,
entonces no hay comunión posible. Pero muy distinto se presenta el panorama si por aquella se
entiende el “encadenamiento lógico de los hechos”,

la sucesión natural [de los hechos] explicada por medio de las relaciones de causas y
efectos, el estudio no sólo de los sucesos militares y brillantes, sino de todos los
accidentes civiles y sociales que pueden darnos a conocer la vida de otros tiempos, lo que
pensaban y sufrían las generaciones pasadas, así como su estado moral y material.129

Y es que las anteriores nociones, en el pensamiento de Barros Arana, pueden tener perfecta
cabida en el cuadro narrativo de los hechos, y “aún desprenderse sencillamente de éstos”. Para nuestro
autor, la historia de un pueblo “no es ya únicamente la de sus gobernantes, de sus ministros, (...) sino la
del pueblo mismo, estudiado en todas sus manifestaciones, sus costumbres, sus leyes, sus ideas, sus
creencias, su vida material y moral”.130 Barros Arana no se limitó al estudio monográfico, su
planteamiento de una historia general se lo impidió, puesto que suponía entender los hechos y sus
causas con el fin de obtener una visión de conjunto de la historia nacional. Ello explica los capítulos de
“síntesis” incluidos en la obra. Sin embargo, en el fondo, gustó de los hechos y de su descripción.
Siempre se negó a presentar interpretaciones que enfatizarán las fuerzas sociales en la historia, pese a
que creyó firmemente en la “ley” de la evolución social. Aunque esa última convicción no es fácil
hallarla en el desarrollo de su obra, en “Mi conclusión” se manifiesta con claridad meridiana, al definir
a las sociedades como “un agregado de fuerzas que se mueven según leyes especiales, tendientes todas
ellas a una obra común que la filosofía moderna ha caracterizado con el nombre de evolución”.131 Por
último, en gran parte gracias a su importante esfuerzo, el pasado chileno estaba siendo desenterrado, el
conocimiento histórico había alcanzado progresos que Bello no vio. Es decir se estaba cumpliendo el
primer paso, inexistente en la década de 1840, y utilizado como argumento para validar la no-
128
Diego Barros Arana. “Prólogo” a Historia general de Chile. Tomo I. Santiago: Centro de Investigaciones Diego Barros
Arana y Editorial Universitaria, 2000, p. 5.
129
Ibídem, p. 6.
130
Ibídem, p. 6 y 7. Sergio Villalobos ha puntualizado que estos conceptos reflejan una sorprendente actualidad, pero que no
siempre se ven plasmados a lo largo de la obra (Sergio Villalobos. Barros Arana. Formación intelectual de una nación…, p.
55). En todo caso, los traemos a colación porque en efecto son señal de un postulado original entre los defensores en Chile de
la historia ad narrandum.
131
Diego Barros Arana. “Mi conclusión”. En: Historia general de Chile. Tomo XVI. Santiago: Imprenta Cervantes, 1902, p.
381. George Vásquez ha señalado que Barros Arana entendió la expulsión de los jesuitas como el primer paso asegurado del
triunfo inevitable de la Independencia pues para él la historia actuaría siempre “en favor del progreso hacia la libertad”
(George Vásquez. “La historiografía latinoamericana del siglo XIX, el caso de tres historiadores ilustres: Andrés Bello, Diego
Barros Arana y Bartolomé Mitre”..., p. 141). En su Historia general, al explicar y narrar la expulsión de los jesuitas, afirmó
que éstos perdieron terreno “a medida que la civilización avanzó” (Diego Barros Arana. Historia general de Chile. Tomo
VI…, p. 192). La evolución y el progreso, en su pensamiento, tienen una estrecha relación con los logros de la ciencia “que
engrandece a los pueblos en el presente y les conquista para más tarde la gloria en los fastos históricos de la humanidad”
(Diego Barros Arana. “Discurso de don Diego Barros Arana en el quincuagésimo aniversario de la Universidad”…, p. 1178).
30

conveniencia de la historia filosófica. No obstante, don Diego desistió dar el segundo, a pesar de que
se haya declarado partícipe de la explicación causal de la historia.

Barros Arana en su obra fue, por lo general, circunspecto, aunque haya adjetivado en algunos
132
casos. Excepciones señaladas en el tono de su producción fueron sus ataques a la Iglesia y a todo lo
que supusiera una limitación a la libertad.133 Y es que exhibió, como Lastarria en su momento, una
buena dosis de antiespañolismo, en el sentido de asociar el supuesto atraso de su país al régimen
colonial. En el elogio que leyó sobre Andrés Bello, en 1866, afirmó que en la sociedad colonial, los
ramos del saber eran “plantas exóticas”134. Otro ejemplo, entre muchos, se encuentra en una carta de
febrero de 1873, cuando le decía a su buen amigo Miguel Luis Amunátegui: “Es indispensable que en
adelante cada cual contribuya a medida de sus fuerzas a combatir el reinado de la superstición y el
error”.135 La religión habría sido una de las principales causantes del retraso cultural, pues durante la
etapa hispánica se la enseñó como “un tejido de supersticiones, de milagros extravagantes y de
patrañas destinadas a producir el terror con los cuentos de apariciones sobrenaturales y de la
intervención directa y material del demonio en muchos de los accidentes de la vida”.136 Estos
conceptos se relacionan con su convencimiento ideológico y su preferencia política liberal, ideas en
que lo encontramos más cercano a Lastarria que a Bello. Sin embargo, en su obra académica, Barros
Arana no llegó a los extremos del autor de las Investigaciones, lo que tiene estrecha ligazón con lo
diferente del método que ambos utilizaron.

Luis Galdames ha revelado que en conversaciones privadas, Barros Arana le confió que su
autor predilecto era el historiador francés Francois-Auguste Mignet (1796-1884), lo que concuerda
muy bien con el sentido global de la Historia general.137 Mignet, estricto contemporáneo de Adolphe
Thiers, uno de los citados por Bello, fue aún más erudito y académico que el referido por don
Andrés.138 Además, Barros Arana elogió reiteradamente la forma de hacer historia de Fustel de
Coulanges, tal vez el historiador positivista francés de más alto renombre. Lo que alabó fue
precisamente el ideal propugnado por la historia ad narrandum: Fustel de Coulanges pertenecería a
ese número “muy reducido de sabios que no escriben sino cuando han estudiado a fondo una materia”;
132
Feliú ha sostenido que en la Historia general los adjetivos prácticamente no existen. (Guillermo Feliú Cruz. “Barros
Arana y el método analítico en la historia. Un ensayo de interpretación”…, p. 373). En efecto, la somera revisión que hemos
hecho señala que es difícil encontrarlos, pero ciertamente están presentes en su intento de comprender –por ejemplo- las
personalidades de los gobernantes coloniales. Al referirse a José Antonio Manso de Velasco, futuro conde de Superunda,
afirmó: “La suavidad de su carácter, la rectitud y la pureza de su administración y el interés que mostraba por el progreso de
la colonia, constituían al presidente Manso en un mandatario modelo, y le habían granjeado el amor universal de sus
gobernados”. En cambio, al presidente Manuel de Amat, quien luego también sería virrey del Perú, lo definió como:
“arrogante, altanero, voluntarioso, pretendía no oír los consejos de nadie, lo hallaba todo malo, mandaba con
descomedimiento, y una vez dada una orden no retrocedía ante ninguna consideración”. (Diego Barros Arana. Historia
general de Chile. Tomo VI…, p. 118 y 148). Es curioso que la impresión de Barros Arana sobre las gestiones de ambos
gobernantes, es coincidente con las de sus pares peruanos respecto del gobierno de los dos virreyes.
133
Sergio Villalobos. Barros Arana. Formación intelectual de una nación…, p. 62.
134
Diego Barros Arana. “Elogio del señor don Andrés Bello”…, p. 238.
135
Diego Barros Arana. “Epistolario. Cartas de don Diego Barros Arana a don Miguel Luis Amunátegui”. En: Revista
Chilena de Historia y Geografía, número 70, 1930, p. 70.
136
Diego Barros Arana. Historia general de Chile. Tomo VII…, p. 365. El sobrino de Barros Arana, Carlos Orrego Barros
ha pretendido matizar la fama de antirreligioso, ateo y perseguidor de la Iglesia que se le achacaba al historiador (Carlos
Orrego. “Barros Arana. La evolución de sus ideas”. En: Anales de la Universidad de Chile, números 109-110, 1958, p.
111-126).
137
Luis Galdames. “Diego Barros Arana”. En: Anales de la Universidad de Chile, año VIII, tercer trimestre, 1930, p. 1129.
138
Lefebvre caracteriza la obra de Mignet como “un modelo de documentación concienzuda, de relato bien redactado,
preciso, elegante, y de lenguaje límpido y neutral”. Véase: Georges Lefebvre. El nacimiento de la historiografía..., p. 191.
31

por lo que en sus escritos, el historiador francés “ha sabido transportarse a los tiempos cuya historia
narra”.139 Y, en esa reconstrucción del pasado, cree Barros Arana, situándose más cerca de la escuela
metódica que de la romántica del color local, no puede abusarse de los cuadros coloridos, cosa de la
que han pecado algunos reputados historiadores:

Se ha observado que una metáfora valiente y pintoresca que fascina al lector, puede
hacerlo concebir una idea inexacta del objeto o del hecho a que se aplica. La crítica ha
señalado inconvenientes de esta clase en historiadores de la talla de Michelet, Macaulay
y de Carlyle.140

Entonces el método histórico propugnado por Barros Arana consiste en una paciente y
laboriosa investigación que busque referir los hechos y también su “encadenamiento” lógico, junto con
un estilo de redacción ponderado y respetuoso de los documentos. Expresión magistral del modelo de
Bello, pero superación también por la monumental elaboración práctica, el tímido intento de encontrar
las causas y el más acentuado reconocimiento de la evolución social. Fue esta última convicción la que
llevó a don Diego a creer, no sin pesadumbre, que su historia sería reemplazada, pues cada época
busca en la historia “nuevas lecciones”, lo que implica que la historiografía deberá renovarse: “La
historia está destinada a rehacerse constantemente. Cada edad busca en ella una enseñanza que
corresponde a las nuevas ideas y a las nuevas aspiraciones, y de ahí proviene la necesidad de
reconstruirla, adaptándola a esa necesidad”. Esta idea expresada desde el prólogo, la repitió
textualmente dieciocho años después en la conclusión.141 La necesidad de rehacer periódicamente la
historiografía era entendida por Barros Arana como una “ley fatal” de la evolución, pero a ella no le
dedicó mayores reflexiones teóricas. Fue su alumno, Valentín Letelier, quien acometió dicha empresa.

Valentín Letelier, ¿el historiador filósofo?

Valentín Letelier nació en 1852. Estudió en el Instituto Nacional, donde recibió las lecciones
de Diego Barros Arana, de quien después fue colega en la Universidad de Chile, claustro en el que
llegó a rector entre 1906 y 1911.142 Aunque no se dedicó sistemáticamente a la investigación histórica,
se acercó a la disciplina en varios momentos de su vida. Abogado de profesión, siendo aún un
estudiante universitario enseñó historia antigua en el Instituto Americano de Santiago. Luego, desde
1886 a 1908, publicó en treinta y siete tomos las Sesiones de los cuerpos legislativos chilenos
1811-1845, impresionante colección documental, donde incluyó los debates, actas parlamentarias,
documentos oficiales, recortes periodísticos alusivos, etc. Tan verdaderamente rica fue la información
rescatada que Diego Barros Arana no le escatimó elogios.143 Finalmente, su mayor aporte al
139
Diego Barros Arana. “Fustel de Coulanges. Historia de las instituciones políticas de la antigua Francia”. En: Obras
completas de Diego Barros Arana. Tomo IX…, p. 268.
140
Diego Barros Arana. “Mi conclusión”. En: Historia general de Chile. Tomo XVI…, p. 383.
141
Diego Barros Arana. “Mi conclusión”. En: Historia general de Chile. Tomo XVI…, p. 385. Véase también el “prólogo” a
la obra. Historia general de Chile. Tomo I…, p. 10.
142
Una completa biografía del personaje en Luis Galdames. Valentín Letelier y su obra (1852-1919). Santiago: Imprenta
Universitaria, 1957, 806 p. Para nuestro tema es de imprescindible consulta el solvente artículo, aún no superado, de
Leonardo Fuentealba, en el que determina con precisión las variadas influencias filosóficas en la obra de Valentín Letelier:
Spencer, Stuart Mill, Littré, obviamente Comte y Buckle, pero también Bordeau, Labrioloa y Altamira. Aún más, logra
discriminar qué aceptó y qué rechazó Letelier de cada una de esas propuestas. (Leonardo Fuentealba. “La filosofía de la
historia en Valentín Letelier”. En: Revista Chilena de Historia y Geografía, número 127, 1959, p. 312-354).
143
Peter Sehlinger. “Valentín Letelier y la historiografía positiva en Chile durante el siglo XIX”. En: Revista Chilena de
Historia y Geografía, número 145, 1977, p. 117.
32

pensamiento historiográfico lo suscribió en 1900 con la aparición de La evolución de la historia, obra


en la que basaremos el análisis de este breve acápite, que presentamos con intención conclusiva del
presente artículo.144

En 1886, Letelier llegaba a Santiago luego de haber ejercido un cargo diplomático en


Alemania. Se encontró con que el Consejo de Instrucción Pública había abierto un certamen para
premiar el mejor trabajo histórico. A este concurso presentó su ¿Por qué se rehace la historia?, muy
interesante ensayo de sesenta y siete páginas que compuso gracias a las esmeradas y pacientes lecturas
efectuadas en su estadía alemana.145 La obra se hizo acreedora del premio correspondiente. En 1900, la
amplió a dos gruesos volúmenes con el ya mencionado título La evolución de la historia. Mayúsculo
esfuerzo, de una extraordinaria erudición, que podría definirse como un intento teórico por establecer
las pautas por las que evoluciona la historia, entendida como devenir, y, en consecuencia, los cambios
que ha experimentado la historiografía como disciplina que narra el acontecer. Esta aproximación,
para su tiempo, en Latinoamérica fue en verdad novedosa.

Tanto en la edición de 1886, como en la de 1900, Letelier dedicó su obra a Diego Barros
Arana, como un “homenaje de respeto y afecto de uno de sus discípulos”. El autor dividió su
Evolución en once capítulos. En los tres primeros trató sobre la tradición, la mitología y la leyenda.
Eximio conocedor de los aportes de la escuela filológica, destacó con ejemplos, principalmente de
historia griega y romana, pero también de historia moderna europea, la importancia de aplicarle a los
documentos la crítica interna y externa, a fin de que puedan ser realmente útiles.146 Si bien los casos
presentados pertenecen a otra realidad, Letelier afirmó que lo mismo debería ejecutarse al historiar el
pasado chileno, en lo que se encuentra muy lejano de Lastarria, quien creía que -recordémoslo- como
Chile tenía una historia “nueva” no era necesario acudir a este tipo de trabajo. El contenido de los
capítulos cuarto y quinto es, en lo esencial, lo que presentó en la memoria de 1886, aunque
razonablemente ampliado. En ellos, reflexionó sobre la historia como crónica y la filosofía de la
historia, recorriendo los postulados de Bossuet, Herder, Montesquieu y Buckle. Los capítulos sexto,
séptimo, octavo y noveno están destinados a ofrecer una clasificación de las fuentes de información
histórica, fundada en la naturaleza diversa de las mismas. Así, se ocupó de los testimonios presencial,
tradicional, actual y virtual. En los dos últimos capítulos analizó la historia como ciencia y la
sociología como teoría orgánica de la sociedad.

El libro fue muy bien acogido por Diego Barros Arana, quien habría dicho: “Valentín bien
pudo titular su obra Historia de la Historia”147, en lo que no le faltó razón. Además, el autor pretendió
dejar señaladas pautas metodológicas respecto de cómo llevar a cabo una investigación histórica.
Letelier asumió como suyo el postulado del positivismo filosófico, según el cual en la historiografía se
debía seguir un doble propósito: la indagación de los hechos históricos, y luego, descubrir en ellos sus
conexiones causales.148 Entonces, en esa tarea, era de principal importancia determinar primero cuáles
144
Valentín Letelier. La evolución de la historia. 2 tomos. Santiago: Imprenta Cervantes, 1900.
145
Peter Sehlinger. “Valentín Letelier y la historiografía positiva en Chile durante el siglo XIX”…, p. 119.
146
Valentín Letelier. La evolución de la historia. Tomo I…, p. 116-123.
147
Peter Sehlinger. “Valentín Letelier y la historiografía positiva en Chile durante el siglo XIX”…, p. 122. El libro de Letelier
tuvo una importante repercusión. En Estados Unidos fue reseñado por la American Historical Review y en Italia por la
Rivista Italiana di Sociología. (Loc. Cit.). Burns señala que en la Universidad de San Carlos, en Guatemala, fue muy
comentada la obra. (Bradford Burns. “Ideology in Nineteenth-Century Latin American Historiography”…, p. 415). Podemos
agregar que en el Perú también se conoció: en el periódico El Tiempo, en mayo de 1900, fue publicada una reseña que
aplaudía los conceptos allí esgrimidos.
148
R.G. Collingwood. Idea de la historia. México: Fondo de Cultura Económica, 1990, p. 130-132.
33

son, de la gran cantidad de hechos, los propiamente históricos. Para nuestro autor, el carácter distintivo
de éstos sería “la circunstancia de que el hombre los haya presenciado como autor, víctima o testigo y
haya dejado de ellos constancia fehaciente a la posteridad”.149 Estos hechos estarían divididos en dos.
Los sucesos, que pueden ser físicos, como los eclipses o los terremotos; o biológicos, como los
nacimientos y defunciones; o sociales, como las guerras. El otro tipo de hecho histórico es lo que él
llama, hechos sociales o estados sociales, tales como el Estado propiamente dicho, la propiedad, la
moralidad, las creencias religiosas, etc.150 La historia, entonces, tiene que ocuparse tanto de los sucesos
cuanto de los estados sociales, y como ejemplo coloca la Historia general de Barros Arana.151 Critica
tanto a la historia que pretende narrar sólo los sucesos cronológicos, como a aquella que sólo se ocupa
de la exposición de los estados sociales.152 Y es que

para tener un cabal conocimiento de un pueblo, debemos averiguar no sólo lo que en él


sucede, sino también lo que él es; el estudio dinámico debe ser completado y aún
precedido por el estudio estático; y la narración de los sucesos no debe empecer a la
exposición de los estados sociales.153

Una vez reunidos todos los sucesos y estados sociales que a la investigación específica
incumben, se podrá establecer sus conexiones causales, y por tanto, sus leyes. Para él: “determinar las
causas y los orígenes, descubrir leyes, generalizar: he ahí la labor propia de la ciencia”. 154 El problema
al que inmediatamente se enfrentó Letelier, fue el de la libertad humana. Pero, para nuestro autor, la
voluntad humana funciona como causa ocasional, perturbadora y nunca determinante. Por el contrario:
“hay una causa constante, cual es la sociedad, que actúa permanentemente en el orden superorgánico,
y que surte los mismos efectos siempre que se reúnen iguales circunstancias”.155 Es decir, Letelier
suscribe la ley de filiación histórica planteada por Augusto Comte. Dicho en otras palabras, todo
acontecimiento es respuesta a una tendencia y los grandes protagonistas de la historia ejecutan sus
obras llevados por esa tendencia. Los actores históricos, según Letelier, en ocasiones podrían matizar
el curso de las tendencias, pero -de algún modo u otro- terminarán siendo arrastrados por ellas. 156 Las
tendencias son leyes históricas o sociales, que ocurrirán necesariamente. Dicha evidencia fue la que lo
condujo a hacerse la siguiente pregunta:

¿Por qué los historiadores no habrían de hacer tentativas para escribir la historia con la
misma convicción con que los sismólogos escriben sus obras de sismología?, con la
convicción de que todos los fenómenos conocidos o cognoscibles están sujetos a leyes
que si ya no están descubiertas, se las descubrirá tarde o temprano.157

149
Valentín Letelier. La evolución de la historia. Tomo II…, p. 404.
150
Ibídem, p. 408.
151
Dice Letelier: “La eruditísima Historia de Chile de don Diego Barros Arana, con sus abundantes noticias sobre la
administración pública, sobre la fundación de nuestras ciudades, sobre la apertura de caminos, sobre la construcción de obras
públicas, sobre el establecimiento del servicio de correos y de policía, sobre el estado de la agricultura y el comercio, etc.; da
cabal idea de la enorme extensión que hoy abrazan las investigaciones históricas” (Ibídem, p. 413).
152
Critica a Lacombe, pues creía que “la historia debe eliminar en absoluto las narraciones de sucesos y concretarse a la
exposición de los hechos sociales; pues es ésta una paralogización ocasionada por el hecho de haber confundido la historia
con la sociología” (Ibídem, p. 409).
153
Loc. Cit.
154
Ibídem, p. 415.
155
Ibídem, p. 485.
156
Ibídem, p. 441.
157
Valentín Letelier. La evolución de la historia. Tomo I…, p. 271. Leonardo Fuentealba encuentra en esta frase de Letelier
un claro eco de la sentencia de Comte: “Aportaré la prueba efectiva de que el desarrollo del género humano se rige por leyes
34

Su largo estudio, entonces, estará centrado en descubrir las tendencias históricas y sociales.
Como ejemplo de esas supuestas leyes, Letelier mencionó que en las crisis agudas (políticas,
económicas y sociales) se multiplica el número de suicidas, o que el aumento o disminución de los
matrimonios de un momento determinado se debe fundamentalmente a condiciones económicas.158
Ahora bien, la ley principal que postula nuestro autor, que funciona como vértebra del trabajo, es que
si la historiografía (la disciplina que narra el devenir) ha variado, es porque la historia (el devenir
mismo) cambia permanentemente y porque los historiadores no la han tratado ni escrito –a la
historiografía- como ciencia: “en esta rama del saber humano la explicación de cada suceso forma
parte integrante de su relato, de manera que por necesidad cambia el relato, siempre que cambie la
explicación”.159 Entonces, si la explicación es científica, es decir, si presenta los hechos con sus
conexiones y los explica sobre la base de la ley que los rige, el conocimiento de esos hechos perdurará.
La ciencia histórica no variará más el relato de los hechos acontecidos en tanto sea capaz de descubrir
las leyes que los rigen. He aquí, para Letelier, el carácter científico que debe adquirir la historiografía.
En cuanto eso suceda dejará de cumplirse la “ley fatal” de la que hablaba su maestro, es decir la
necesidad de cada generación por rehacer el conocimiento histórico.

Letelier representa, según creemos, la fusión de los postulados de las escuelas ad narrandum y
ad probandum. Su experiencia en la recolección documental y su adhesión al positivismo
historiográfico lo acercaron a esa paciente indagación de los hechos postulada por Andrés Bello y
practicada por Diego Barros Arana. Y fue precisamente la adopción del positivismo, ahora como
filosofía, lo que lo aproximó a la tendencia ad probandum, en la necesidad de encontrar las leyes que
determinarían el acaecer histórico, otorgándole así cientificidad a la historiografía. Cierto es que el
postular leyes históricas supone siempre un grado de especulación, pero en esto, Letelier está muy
lejos de Lastarria y de Chacón, pues su razonamiento es inductivo. De los sucesos y estados sociales,
que se deben tenazmente investigar se extraerán las tendencias sociales, las leyes a las que consagró su
fe.

Apreciación final

Durante la primera mitad del siglo XIX, el Chile independiente se esforzó por construir las
bases materiales e intelectuales de la república. El fenómeno del cambio y la continuidad, la ligazón
del orden con la libertad, tan propios de los países latinoamericanos en nacimiento, puede percibirse
hasta en la metodología historiográfica que por esos tiempos se trató de implantar. El método de
Andrés Bello, su opción por la historia ad narrandum, tuvo mayor fortuna que el sostenido por
Lastarria y Chacón. Tal vez no fue un triunfo rápido y sin contrapeso, pero indudablemente marcó la
tan concretas como la caída de una piedra” (Leonardo Fuentealba. “La filosofía de la historia en Valentín Letelier”…, p. 321).
Recordemos por nuestra parte que Thomas Buckle, a quien Letelier leyó siempre con agrado, creyó que llegaría el momento
en el que se establecerían definitivamente las leyes que regirían el campo de lo histórico. En la introducción a su Historia de
Inglaterra expresó su convencimiento del modo siguiente: “antes de que transcurra otro siglo, la cadena de pruebas se habrá
completado y tan raro será el historiador que niegue la imperturbable regularidad del mundo moral, como es ahora el filósofo
que niega la regularidad del mundo material” (Buckle citado por Isaiah Berlin. Conceptos y categorías. Ensayos filosóficos.
México: Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 184).
158
Fuentealba y Sehlinger anotan en detalle varias de las leyes que Letelier propone (Leonardo Fuentealba. “La filosofía de la
historia en Valentín Letelier”…, p. 325-336; Peter Sehlinger. “Valentín Letelier y la historiografía positiva en Chile durante
el siglo XIX”…, p. 121-123).
159
Valentín Letelier. La evolución de la historia. Tomo I…, p. 351.
35

historiografía decimonónica. Diego Barros Arana fue quizás el mayor exponente. Sin embargo, su
extraordinaria Historia general es mucho más que la sola continuación de los ideales planteados por el
antiguo rector. Y es que, en el tiempo que escribió Barros Arana, el pasado chileno se había
“descubierto” en niveles que Bello tal vez ni imaginó, en buena parte por el esfuerzo de don Diego.
Por eso, en Barros Arana podemos percibir, aunque sea sólo a nivel del discurso expreso, una
intención por establecer el encadenamiento lógico que tendrían los hechos que él con tanto trabajo
reunió. Su discípulo Valentín Letelier, avanzó aún más. Se preocupó por establecer las “tendencias
sociales” (o leyes) que guiarían el destino de la historia, y los principios rectores del conocimiento
histórico. Ambos liberales y en los que se puede percibir un fuerte rechazo de la época colonial, pero
ambos creyentes también en la investigación metódica del pasado.

De la historia ad narrandum quedó como sello indeleble en la historiografía posterior, la


necesidad de recopilar con paciencia erudita los diversos sucesos históricos acaecidos. De la historia
ad probandum permaneció el propósito de vislumbrar las conexiones causales que explicarían el
devenir histórico. Barros Arana realizó brillantemente el primer paso e insinuó tímidamente la
posibilidad del segundo. Valentín Letelier procuró llevar a cabo ambos objetivos, tanto a nivel del
decurso como de la ciencia históricos. Pero en el método estuvo lejano de Lastarria y Chacón, quienes
quisieron establecer primero los principios y luego los hechos que por aquellos estarían regidos. En ese
sentido, el ideal metódico que Andrés Bello propició tuvo una evidente mayor prolongación en el
tiempo. En 1902, Diego Barros Arana, con más de setenta años de edad, decía con sosegada
complacencia: “Hoy cuando los principios sostenidos por Bello no encuentran ni pueden encontrar
contradictor razonable, esos escritos se leen en busca de buena y agradable doctrina literaria”.160

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