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DEL PASADO
CLAVES DE LA TEORÍA DE LA
HISTORIA
HERMAN PAUL
1. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA/TEORÍA DE LA HISTORIA
Qué es la historia y qué hacen las personas cuando describen el pasado son cuestiones que
intenta discernir la Teoría de la Historia. La reflexió n sobre la interpretació n, la
explicació n y la narració n de la historia, así como qué se recuerda y qué se olvida, son
tareas propias de esta disciplina. El concepto Teoría de la Historia puede confundirse con
el de la Filosofía de la Historia.
La palabra historia en latín tiene un doble significado. Por un lado, historia res gestae, el
devenir de los acontecimientos; por otro, historia rerum gestarum, es decir, los relatos que
se narran del devenir de los acontecimientos. La primera constituye una filosofía
“material” de la historia, mientras que la segunda ofrece una filosofía “formal”.
Un ejemplo de filó sofo “formal” es Heinrich Rickert (1863-1936), en su aná lisis entre los
estudios histó ricos y las Ciencias Naturales. La diferencia fundamental entre ambos es el
tipo de métodos; las CCNN emplean un método generalizador, que busca establecer leyes
vá lidas para todos los casos; los historiadores utilizan un método individualizador,
centrá ndose en las características de un acontecimiento, objeto, individuo, etc.
Surgen dos tipos de filosofía de la historia: 1) la que se centra en la “realidad histó rica”, y
que algunos denominan “especulativa”; 2) la que se fija en el “pensamiento histó rico”,
llamada “crítica”. La primera tiene su origen ya en Agustín de Hipona, mientras que la
segunda experimentó su auge en el S. XIX con el éxito de las CCNN y la promesa de
descubrir leyes, modelos y regularidades.
La filosofía de la historia en el S. XIX toma un doble camino: por un lado, buscar leyes
universales del progreso social, buscar un “sentido” a la historia; por otro, realizar una
meticulosa investigació n en los archivos para descubrir lo que “sucedió realmente”, sin
buscar un sentido a los hechos.
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La filosofía “especulativa” de la historia floreció en el periodo de entreguerras y tras la
IIGM. No es casual, ya que en momentos de incertidumbre sobre el futuro de las culturas
es cuando má s se busca un “sentido” o “destino” del proceso histó rico.
El filó sofo David Carr argumenta que la distinció n entre ambas visiones, especulativa y
crítica, ha de ser plenamente superada, pues no es posible reunir bajo un mismo género a
autores como Agustín o Hegel, sin tener en cuenta sus particulares (y absolutamente
diferentes) puntos de vista a la hora de realizar sus trabajos.
2. EL PASADO
El “pasado” se refiere a la “realidad histó rica”, es decir, al mundo tal y como era en un
momento anterior. Pero, ademá s, para el autor existen otros: pasado cronológico, concluso,
extraño y presente.
A diferencia de la “realidad histó rica”, que existió con independencia de lo que crean o
sientan al respecto los hombres actuales, estos cuatro “pasados” existen en la medida que
son recreados por los historiadores. Todo lo que se afirma sobre el pasado deriva del
estudio del tiempo presente.
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Pasado cronoló gico
El problema estriba en delimitar la línea que separa el pasado y el presente. Para ello, los
profesionales de la historia contemplan una serie de convenciones: el tiempo es
homogéneo (cada segundo, minuto, día…es idéntico); es discreto (se puede concebir
como un punto en una línea recta); es lineal; es direccional (fluye desde el pasado hasta
el presente); y es absoluto (no es relativo al espacio ni a la persona que lo mide).
Existe una regla informal que aplica “veinte añ os” como pasado reciente y, por tanto, no
objeto de aná lisis por parte de los historiadores.
También se considera que es necesaria una cierta “distancia histó rica” para identificar
correctamente un acontecimiento pasado. Existen varios tipos de distancia: la temporal, la
afectiva (implicació n má s o menos intensa con el acontecimiento) y la discursiva (no es lo
mismo la microhistoria que las evoluciones y estructuras a largo plazo).
Pasado concluso
Término acuñ ado por el filó sofo estadounidense Preston King. Puede interpretarse de dos
maneras: como épocas homogéneas, periodos que se suceden unos a otros; o como capas
superpuestas y parcialmente complementarias.
El segundo punto de vista intenta solventar esos problemas, señ alando que el pasado es
una acumulació n de capas que, mientras algunas ya han concluido, otras siguen en pie. El
mejor representante de esta visió n fue Fernand Braudel (1902-1985), que distinguía entre
procesos a largo plazo, a medio y a corto en la historia (longue durée, histoire
conjuncturelle, histoire événementielle). Los procesos tienen diferentes ritmos por lo
que en un nivel puede terminar una época (por ejemplo, en el plano político), pero
continuar en otro (por ejemplo, la economía). En este caso, esta visió n tiende a definir
campos o actividades en los que identificar los cambios que definan el pasado.
Pasado extrañ o
Se trata del pasado que se distingue del presente por su alteridad, es decir, como algo
“extrañ o”.
Fasolt determina un ejemplo: Petrarca y Flavio Biondo fueron los primeros en hablar de
“tiempos oscuros” de la Edad Media, frente a su mundo, el Renacimiento.
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Otro autor, el teó rico de la historia Frank Ankersmit señ ala que el cará cter extrañ o del
pasado no surge de la autoafirmació n, sino de una automutilació n trá gica, es decir, de una
crisis de identidad en la que las personas se sienten extrañ as por su pasado, divididas
entre quiénes eran y quiénes son. Pone el ejemplo de Francesco Guicciardini (1483-1540),
quien aconsejó al papa Clemente VII que se pusiera del lado del rey francés Francisco I en
su conflicto con Carlos V. El triunfo de éste ú ltimo provocó el saqueo de Roma y la
autoinculpació n de Guicciardini, que separaba así presente y pasado.
Fasolt y Ankersmit afirman que lo ajeno del pasado es consecuencia de la acció n humana,
pero mientras uno afirma que la alteridad es consecuencia de las intenciones, el otro cree
que son las consecuencias indeseadas las que crean la cesura entre pasado y presente.
Pasado presente
Este término se fundamenta en la idea de que no todo lo que pertenece cronoló gicamente
al pasado ha dejado de existir. El pasado puede haber terminado en sentido cronoló gico,
pero sigue presente en lo material (objetos, edificios) y en lo inmaterial (tradiciones),
puesto que los hombres, en parte, son un producto del pasado.
El filó sofo de la historia Dominick LaCapra utiliza el término transferencia que sería el
desplazamiento de sensaciones de un contexto a otro diferente, es decir, que la
implicació n en los problemas que uno estudia pueden llevar a la repetició n de fuerzas o
movimientos activos en dichos problemas.
El teó rico de la historia Eelco Runia habla de procesamiento paralelo y explica que los
historiadores estudian con tanta atenció n su objeto que llegan a adoptar, seguramente sin
darse cuenta, su lenguaje y sus metá foras.
¿Por qué nos atrae el pasado? Paul detecta una serie de motivos: econó micos, estéticos,
epistémica, políticos. Toda relació n con el pasado está determinada por un propó sito
concreto.
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El teó rico de la historia alemá n Jö rn Rü sen y el britá nico Mark Day distinguen 5 tipos de
relaciones, cada una asociada a un propó sito que se quiere lograr.
Estas relaciones y propó sitos son muy amplios. Por ejemplo, la relació n epistémica tiene el
propó sito de conocimiento, pero este concepto es muy amplio. Puede referirse a
conocimiento como “saber el qué” o a comprensión como “saber el por qué”. É sta segunda
es mucho má s compleja que la primera, pues hay que averiguar causas, relaciones y
conexiones.
El modelo expuesto es un modelo de tipos ideales, y quien debe definir los propó sitos es el
usuario del modelo.
Modelo heurístico
El modelo pretende ser universal. Se afirma que el pensamiento histó rico suele constar de
diferentes dimensiones, diferentes propó sitos a los que las personas aspiran al tratar con
el pasado. El modelo heurístico precisamente facilita el aná lisis de la realidad mediante
unas cuantas distinciones sencillas. Conocer los grandes trazos, nos permite identificar las
variantes má s complejas.
Por un lado, Reinhart Koselleck (1923-2006). Señ ala que la palabra alemana para
historia, Geschichte sufrió un cambio en la segunda mitad del S. XVIII; hasta ese momento,
la palabra Geschichten, en plural, designaba “historias”, relatos sobre una persona o
episodio pasado. Pero a partir del S. XVIII se empleó Geschichte como “proceso histó rico”.
Koselleck alude entonces que no tiene sentido aplicar el modelo a todo estudio anterior al
S. XVIII, pues el concepto de “Historia” no era el mismo.
Por otro lado, se objeta que resulta anacró nico diferenciar entre relaciones que solo han
adoptado una forma má s o menos gradual y que trazar límites entre moralidad, política y
religió n puede resultar imposible en sociedades premodernas. Paul admite que esto
sucede, pero señ ala que el modelo busca distinguir relaciones conceptualmente, para
servir como una herramienta para distinguir los objetivos que persiguen las personas en
su conexió n con el pasado y no realizar afirmaciones de peso sobre el pensamiento
histó rico en uno u otro periodo histó rico.
Tipologías alternativas
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Existen otros modelos:
El teó rico francés François Hartog habla de tres “regímenes de historicidad”: pasado,
presente y futuro, caracterizado por un enfoque temporal distintivo:
1. Pasado: eclipsa al presente y al futuro, son normas del pasado que determinan lo
que es bueno, cierto y bello. Se denomina “régimen de historicidad premoderno”.
2. Futuro: pasado y presente son anticipaciones del futuro, por ejemplo las utopías.
Esta visió n anticipadora se denomina “régimen de historicidad moderno”.
3. Presente: no se puede aprender del pasado y se espera poco del futuro, por lo que
el presente es la medida de todas las cosas. Este presentismo se denomina
“régimen de historicidad posmoderno”.
Otro modelo es el de la teó rica ruso-estadounidense Svetlana Boym, que distingue entre
nostalgia romántica y nostalgia reflexiva. La primera es ingenua, tiene la esperanza de
poder regresar al pasado, restaurarlo o vivirlo de nuevo. La segunda asume que el pasado,
en cuanto a realidad histó rica, ha pasado, aceptando la fugacidad de las cosas.
El filó sofo del lenguaje John L. Austin distingue entre tres aspectos de acción:
Las personas no son plenamente individuales. Tienen relaciones con otras personas.
Todas estas relaciones influyen en las relaciones que los historiadores mantienen con el
pasado, los influencian. Las personas está n inmersas en multitud de relaciones cruzadas.
Todas las distinciones son compatibles con el modelo de Herman Paul, por lo que se
pueden detectar dimensiones epistémicas, morales y políticas en el presentismo de
Hartog. Igualmente, dentro de la relació n moral con el pasado podemos distinguir tres
enfoques temporales:
El historiador es un sujeto histórico que presenta una relació n material con el pasado.
Como señ ala M. Day: “El historiador es un producto del pasado, incluida esa parte del
pasado que decide estudiar”.
Kant, por su parte, insistía en la estructura intemporal del pensamiento humano: el sujeto
debía estar por encima de las particularidades del tiempo y el lugar, sujeto
trascendental.
Por el contrario, la idea de que el sujeto está marcado por su relació n material con el
pasado se vincula a Wilhelm Dilthey (1833-1911). Aporta dos ideas: 1) Las personas (y,
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por tanto, los historiadores) no pueden abandonar su relació n material con el pasado ni
trascender su contexto histó rico. 2) Sujeto y objeto está n interrelacionados, forman parte
del mismo proceso histó rico, se influyen en distintos aspectos y está n expuestos a las
mismas fuerzas.
Por tanto, sujeto y objeto van de la mano y, principalmente, somos “seres histó ricos” y
luego todo lo demá s.
Ansiedad cartesiana
Esto puede conducir al relativismo y sus peligros, puesto que, si los historiadores no son
capaces de superar su relació n con material con el pasado, ningú n conocimiento tendría
validez. Esto es lo que el filó sofo estadounidense Richard J. Bernstein denominó “ansiedad
cartesiana”, basá ndose en la forma paradigmá tica de pensamiento de Descartes: o bien/o.
Viene a decir que o bien muestro conocimiento es vá lido, independientemente del
momento y el lugar, o es completamente dependiente del contexto.
Para Bernstein, este paradigma no es tan inevitable y exige un requisito extremo: que el
conocimiento sea “absoluto”, intemporal, invariable y libre de todo influjo de la relació n
material con el pasado. Tomando esto, no existiría ningú n conocimiento, pues todo el
mundo tiene una existencia histó rica y finita.
Modelo hermenéutico
Para esta valoració n es preciso recurrir al filó sofo alemá n Hans-Georg Gadamer y la
hermenéutica. La hermenéutica es la “ciencia de la interpretació n”. Es empleada para
interpretar la Biblia, textos legales o literarios. En filosofía, se encarga de la interpretació n
y estudio de los textos para comprender a las personas y al mundo. Miembros de esta
escuela son, ademá s de Dilthey y Gadamer, Friedrich Schleiermacher, Martin
Heidegger (1889-1976) y Paul Ricoeur (1913-2005).
Gadamer se centra en la noció n de prejuicio que para los objetivistas serían repulsivos,
pues no son verdades invariables e indiscutibles, ademá s de no emplear la razó n y, a
menudo, provenir del pasado.
Los Ilustrados demonizaban los prejuicios y los relacionaban con el principio de autoridad
y con la tradició n, que intentaban racionalizar y superar. Bajo su visió n, las tradiciones no
eran má s que colecciones de prejuicios que atribuían autoridad a lo que otras personas
habían hecho en el pasado. Gadamer reevalú a los conceptos de “autoridad” y “tradició n” y
argumenta que los prejuicios y la tradició n desempeñ an un papel importante en el proceso
interpretativo. Son tanto una barrera, como una puerta, pero fundamentalmente ubican en
el mundo al sujeto.
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Posiciones de sujeto
Las posiciones de sujeto no son está ticas, sino cambiantes. Son el resultado (provisional)
de interacciones entre la relació n material, que antecede a las demá s, y las otras relaciones
(estética, política, epistémica y moral) con el pasado. Por lo tanto, para tener una visió n
clara de la relació n entre sujeto (historiador) y objeto (el pasado), debemos analizar todo
el conjunto de relaciones diferentes que éste puede tener con el pasado.
También la historia la presenta, en lo que se conoce relación estética con el pasado: las
formas de relato, los patrones narrativos que modelan la forma en que las personas miran
al pasado y, en parte, conforman el pensamiento histó rico.
Patrones narrativos
Segú n la teó rica de la literatura Jill Ker Conway, cuando escribimos un relato empleamos,
de forma consciente o no, un arquetipo o modelo determinado. A partir de Conway, el
teó rico de la historia Hayden White distingue cuatro formas de relato arquetípicas en el
trabajo de los historiadores:
Por lo tanto, todas las personas estamos mediadas narrativamente de una u otra forma.
Los historiadores se ven influidos a la hora de “recopilar hechos”, puesto que lo que se
considera un hecho depende de la historia que se quiera escribir, así como de la
experiencia previa que se haya vivido, de los conocimientos aprendidos, del relato
escuchado o de las expectativas que se tengan. No existen hechos sin interpretació n.
Otro tipo de mediació n narrativa comú n es la narración maestra, definida por A. Megill.
Se trata de los relatos que pretenden ofrecer un testimonio acreditado de algú n segmento
de la historia particular. Son relatos sencillos y lineales de progreso y regresió n, que
buscan crear orden y coherencia en el caos la historia, pero lo hacen a través de la
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selecció n interesada y sin sentido de la complejidad. Son ejemplos de narraciones
maestras la “democratizació n” (antes o después, todo el mundo se convierte en
demó crata), la “secularizació n” (la marginalidad de la religió n en las sociedades
modernas) o el “crecimiento econó mico” (crecimiento de los precios y salarios).
Relato y realidad
La pregunta ahora radica en si existe la distinció n entre historia res gestae (la realidad
histó rica) e historia rerum gestarum (los relatos que se cuentan sobre esa realidad). Para
los llamados “narrativistas”, H. White o Louis O. Mink, la distinció n es fundamental entre
la vida vivida y la vida narrada. Con esto señ alan que los historiadores cuentan con
diferentes formas de relato arquetípicas que no coinciden con la realidad en sí. La realidad
se reescribe y reinterpreta.
Esto no significa que relato y realidad deban separarse. Los relatos tienen un aspecto
referencial, pues se refieren a una realidad e intentan interpretarla, y una dimensió n
performativa, ya que intervienen en la realidad y ofrecen a las personas marcos de
referencia en los que pensar y actuar.
David Carr, crítico de los narrativistas, añ ade que la vida, en general, tiene forma de relato
y realizamos acciones con propó sito narrativo (principio, nudo y desenlace).
White, por su parte, admite que contar relatos no es una actividad que flota por encima de
la realidad, sino que es un modo de prá ctica que sirve como la base inmediata de toda
actividad cultural. Por ello, cabe la posibilidad de cambio, es decir, que si existe una
construcció n de la narració n de relatos, las personas tienen libertad para elegir una forma
arquetípica en la que encajar sus historias.
En resumen, la historia res gestae es inconcebible sin la historia rerum gestarum. Al mismo
tiempo, es erró neo sostener que las personas está n atrapadas en relatos.
Respecto a esto ú ltimo, White descarta que las personas puedan vivir sin relatos, só lo
pueden cambiarlos. Parte de sus postulados se fijan en la necesidad de narrar relatos que
hagan justicia a la complejidad de la vida. Este gusto por la complejidad y los cambios
de perspectiva se relacionan con el “posmodernismo” o má s bien el modernismo de
comienzos del siglo XX que incide en mostrar la tensió n entre la vida vivida y la vida
narrada. El llamamiento de White a los historiadores es que escriban historia como en la
novela modernista y dejen atrá s sus patrones clá sicos.
Por ú ltimo, Paul señ ala el nuevo paradigma que se abre en el aspecto estético de la
historia: la Historia Digital1, es decir, los nuevos formatos web o la interacció n entre
autores diversos (por ejemplo, una entrada de Wikipedia sobre un hecho histó rico
realizada por varias manos), pueden tener consecuencias en nuestro concepto de
pensamiento histórico.
Existe una continua lucha por el pasado, muy relacionada, por ejemplo, con la identidad de
los Estados-nació n. Gran parte de los debates sobre el pasado está n animados e
influenciados por temas de actualidad, por la posició n de los afectados y por la política. En
1
Tesis señaladas por Tessa Morris-Suzuki y Ann Rigney.
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realidad, el debate se centra en un “pasado imaginado” o “presente-pasado”, donde tan
importantes son los temas y los textos que los expresan, como los subtextos que subyacen
detrá s.
El conocimiento histó rico parece ser un medio en lugar de un fin y gran parte de la
investigació n histó rica está dominada por la política y su intenció n de utilizar el pasado
para conservar o cambiar el statu quo.
Algunos historiadores utilizan la primera persona del plural “nosotros” en sus estudios. Es
una forma de incluir como sujeto colectivo de la historia a un grupo de població n, un
Estado-nació n o una entidad política. Este uso apunta a una relació n política con el pasado
porque conecta el pasado con un “nosotros” del presente. Es, a la vez, incluyente y
excluyente y pone en cuestió n la identidad (“¿Quién es ese nosotros y quién forma parte de
él?”).
Este uso se identifica, sobre todo, con la historia de los “grupos subalternos” y surgió a raíz
de las disculpas pú blicas que algunos gobernantes realizaron a comunidades indígenas
por motivo de la colonizació n y el imperialismo.
Implicaciones políticas
La dimensión política del pensamiento histó rico también influye en el sujeto que eligen,
en las preguntas que plantean, en los métodos que aplican y en sus formas de relato.
Por ejemplo, en cuanto a los métodos o normas que los historiadores utilizan en su
trabajo, crea controversia el uso de la historiografía oral. Muchos historiadores consideran
que carece de fiabilidad (“sin documentos, no hay historia”2), sin embargo, no es menos
cierto que habría muchas culturas que, de otra forma, estarían excluidas de la historia por
carecer de escritura.
2
Charles-Victor Langlois y Charles Seignobos (1899).
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Finalmente, la influencia política de la forma literaria de la obra histó rica. Hayden White
apunta dos aspectos. El primero es que los relatos concretos tienen implicaciones políticas
también concretas, es decir, pueden dar lugar a decisiones políticas. Ademá s, los relatos en
sí tienen carga política, nunca son asépticos, ya que presentan una clausura narrativa. En
este caso, siempre se tiende a realizar relatos que resalten lo gradual y predecible, frente a
lo repentino e impredecible, por lo tanto, las formas de relato tradicionales estarían
caracterizadas por cierto conservadurismo.
En resumen, la política siempre anda cerca de los historiadores. No obstante, como señ ala
Herman Paul, hay diferencia entre los compromisos inevitables e incrustados en el
lenguaje o las costumbres y las posturas políticas claramente partidistas o que buscan
legitimar histó ricamente un manifiesto político.
Compromiso político
El compromiso político puede asumir formas diferentes. En primer lugar, puede orientar al
escoger el tema de estudio. También puede hacer que el historiador adopte una postura
política a favor o en contra de un grupo o tendencia. Por ú ltimo, puede legitimar opiniones
políticas a través de medios histó ricos.
A este respecto, todos los historiadores y teó ricos de la historia aceptan que el
pensamiento político siempre está presente. Pero hay diferentes opiniones sobre lo
deseable que es ese compromiso político, la postura explícita en determinadas cuestiones
o el grado en el que tales posiciones son compatibles con la ética de los estudios histó ricos
profesionales.
Los debates historiográ ficos, como las “guerras por la historia” sobre el pasado colonial de
Australia o la Historikerstreit de Alemania, son “metadebates” sobre las reglas de la labor
del historiador y las normas que definen la investigació n histó rica só lida, sobre qué es en
sí la interpretació n de la historia y cuá les son los requisitos exigibles.
Relació n epistémica
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Historia científica
El historiador y filó sofo de la historia britá nico Robin G. Collingwood (1889-1943) define
la historia científica, una forma só lida de hacer historia y que se separa de la “historia de
corta y pega”. É sta consiste en la repetició n mecá nica, por parte de los historiadores, de lo
que dicen las fuentes. La historia científica es una investigació n que interroga las fuentes,
que les añ ade contenido y que las utiliza como un material sin valor por sí mismo.
Toda investigació n comienza con una pregunta. É sta determina qué tipo de fuentes
deberá n consultar los historiadores, qué deberá n buscar en ellas. El proceso, segú n
Collingwood, es de la pregunta a la respuesta, de la hipó tesis a la verificació n, del
problema a la solució n.
Deducciones
La inferencia es un argumento que no repite mecá nicamente las fuentes, sino que añ ade
algo nuevo a los que ellas afirman. Existen varios tipos de inferencias:
Este variado tipo de inferencias también requieren diferentes capacidades por parte de los
historiadores, al igual que persiguen diferentes tipos de conocimiento o comprensió n (no
es lo mismo reconstruir un ú nico hecho histó rico que caracterizar un largo periodo en el
que suceden miles de hechos).
El historiador puede intentar mirar “al otro lado del texto”, es decir, qué mundo hay al otro
lado de la fuente histó rica, el mundo en el que vive el creador de la fuente.
- ¿Hasta qué punto es deseable centrarse en el mundo que hay detrá s del texto?
- ¿Hasta qué punto pueden los historiadores decir algo significativo sobre ese
mundo?
Para la primera pregunta, hay expertos que afirman que no es deseable y que ese “mundo”
ú nicamente consigue desviar la atenció n del contenido del texto.
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En cuanto a la segunda pregunta, má s interesante para la Teoría de la Historia, los
escépticos responderían que, en realidad, no es posible adentrarse en él. Esto, en parte, es
positivo, pues hace frente a las afirmaciones fantasiosas y pone en entredicho
identificaciones carentes de crítica de los historiadores de generaciones anteriores.
Propuestas de interpretació n
Algunos teó ricos de la historia afirman que las inferencias son explicaciones del material
de fuente, orientadas a la mejor explicació n de lo que podemos extraer de las fuentes. El
conocimiento histó rico consta de inferencias elaboradas a partir de fuentes y que se
formulan a la luz de una pregunta de investigació n. Los historiadores estudian las
fuentes, no la realidad histórica.
Durante mucho tiempo, se ha debatido sobre si el pasado se debe explicar mediante leyes
con validez universal, que sirvan a su vez, para predecir el futuro, lo que se conoce como
el “modelo de cobertura legal”. Frente a esta idea, han surgido otros modelos oponentes,
como el “modelo intencional” y el “modelo comparativo”.
Fue desarrollado por el filó sofo alemá n Carl Gustav Hempel (1905-1997), en su artículo
“La función de las leyes generales de la historia”. Para Hempel, los acontecimientos
sucedían como consecuencia ló gica de determinadas condiciones previas o “causas”. De
esta forma, estableció el modelo de cobertura, es decir, si se produce un acontecimiento
de tipo C (“causa”) en un momento y lugar determinados, se producirá un acontecimiento
de tipo E (“efecto”) en ese lugar. Este es un modelo “nomoló gico-deductivo”.
Estas “leyes” aparecen de forma implícita en las explicaciones histó ricas (los historiadores
no enuncian explícitamente “por la «ley de X» se ha producido este acontecimiento”), por lo
que Hempel afirma que, conscientes o no, los historiadores siempre utilizan un modelo de
cobertura legal. Propone que, por tanto, hagan explícitas dichas leyes. Esto facilitaría
mucho má s la aplicació n de los conocimientos histó ricos.
El mayor crítico de Hempel fue el filó sofo William Dray (1921-2009). Señ ala que los
historiadores, a diferencia de los agentes políticos, no suelen estar interesados por lo
general, sino por aspectos particulares de los acontecimientos histó ricos. Por ejemplo, el
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que todas las revoluciones sean precisamente reconocidas como tales, sugiere que
comparten algunas características generales, pero para Dray todas ellas son “algo único” y
es en eso en lo que los historiadores fijan su mirada.
El modelo intencional
Dray y sus partidarios defendían el modelo intencional, que otorga un peso especial a las
decisiones tomadas por individuos concretos. Se aparta del otro modelo en 4 puntos:
I. No descansa en las causas, sino en las intenciones. Se centra en la “ló gica de las
acciones” de los participantes. Esas intenciones conducen a efectos. No es un
modelo aplicable a todos los tipos de acontecimientos, solamente a las acciones
intencionadas del ser humano.
II. No se orienta a aspectos generales de los acontecimientos, sino a sus aspectos
particulares.
III. Pretende responder má s el “cómo ocurrió”, que el “por qué ocurrió ”. A menudo,
los historiadores muestran los acontecimientos como inevitables, necesarios e
inexorables, mientras que Dray apuesta por un modelo del “có mo fue posible”.
IV. Exige que el historiador recurra a la empatía y a la imaginación, que “se ponga en
la piel” del protagonista, se identifique con él y se proyecte en su situació n. Esto se
conoce como “comprensió n imaginativa” o Verstehen3).
El modelo comparativo
El modelo comparativo fue elaborado, entre otros, por el filó sofo John J. Mackie (1917-
1981) y matizado por el teó rico de la historia Chris Lorenz. Este modelo no pone ninguna
objeció n a la atenció n a los aspectos generales de los acontecimientos de Hempel, pero se
manifiesta en contra de que las explicaciones histó ricas deban basarse en regularidades.
En primer lugar, parte de la idea de que a las personas les intrigan los acontecimientos
“fuera de lo normal”, es decir, por qué suceden unos acontecimientos en uno u otro
momento y lugar y no otros. La presencia de una diferencia es lo que contribuye a crear el
concepto de causalidad y no la repetició n de casos similares.
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Concepto elaborado por Heinrich Rickert, a partir de la idea de su antecesor Wilhelm Windelband, de
que las humanidades y las ciencias hacen cosas diferentes. Mientras que las ciencias son “nomotéticas”
(buscan leyes), las humanidades son “ideográficas” (buscan la cualidad típica de un individuo, idea o
acontecimiento).
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En tercer lugar, Las diferencias y semejanzas no ofrecen respuestas directas, pues a veces
coinciden en los dos casos, pero criban, al declarar falsas las hipó tesis inverosímiles y
limitar el rango de respuestas posibles.
El cuarto rasgo se centra en que los historiadores no solo comparan el explanandum (el
caso de estudio) y su clase de diferencia. Si no también las posibles explicaciones entre sí,
para reducir el rango de explicaciones posibles.
El modelo comparativo no hace hincapié en una ley o en las acciones deliberadas de los
individuos, sino en lo que Lorenz denomina “el desvío de explicaciones causales rivales”
(“inducció n eliminativa” o eliminació n de otros candidatos a la causa). Una explicació n no
só lo se puede hacer con pruebas positivas, sino también ex negativo, descartando
explicaciones poco verosímiles.
Este modelo comparativo se relaciona muchas veces con la historia contrafactual, que
emplea argumentos del tipo “si hubiera sucedido X…”. Aunque los historiadores prefieren
evitar este tipo de experimentos mentales, las explicaciones histó ricas tienen siempre de
forma inevitable cierto componente contrafá ctico, pues la explicació n se ve con má s
claridad cuando se contrasta con lo que podría haber sucedido.
La mayor parte de libros histó ricos mezclan los tres modelos de explicació n: intencional,
comparativo y, quizá en menor medida, de cobertura legal. Se trata de tipos ideales que nos
ayudan a analizar a los autores, qué tipos de explicaciones elaboran y en qué premisas se
basan esas explicaciones.
En los combates nacionalistas, los argumentos histó ricos son armas importantes, sobre
todo a la hora de encontrar los orígenes de uno u otro símbolo. Pero se plantea la cuestió n
filosó fica sobre la naturaleza de la verdad en los argumentos histó ricos y sobre la forma en
que se puede determinar esa verdad.
Pero es necesario distinguir entre lo que entendemos por verdad y la forma en que
podemos determinar la verdad de una afirmació n. Es decir, distinguir entre verdad y
esclarecimiento de la verdad. La teoría correspondentista no tiene en cuenta el hecho de
que no es posible inspeccionar la realidad histó rica, sino ú nicamente hipótesis sobre la
realidad histó rica elaboradas a partir de fuentes. Esto supone que nunca se podrá afirmar
la veracidad partiendo de esta teoría.
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Sin embargo, esta teoría no tiene en cuenta que esa verdad puede provenir de convicciones
equivocadas. Por lo tanto, habría que separar la “verdad” de la “exactitud”, la “correcció n”
o la “verosimilitud”. Transformado así, el concepto de “verdad” se vuelve inservible para el
historiador.
Otra teoría que pretende evitar los problemas de las anteriores es la Aletheia, definida por
Martin Heidegger como la verdad como revelació n de la naturaleza de las cosas o de la
esencia de la realidad. Otros autores, como Bernhard Schlink, señ alan que una novela es
“verdad”, tanto en cuanto revela algo sobre la condició n humana. Por su parte, Frank
Ankersmit, indica que en un texto histó rico puede haber frases verdaderas sobre el
pasado, pero que el texto en su conjunto también es un tipo de verdad (Aletheia).
Verosimilitud relativa
El teó rico de la historia Noël Carroll ha llamado la atenció n sobre criterios como
exactitud, precisió n y amplitud, para determinar la verosimilitud relativa de las
afirmaciones histó ricas. Es probable que las afirmaciones a las que se concede un alto
grado de exactitud, precisió n y amplitud sean verdaderas. Carroll se adscribe a una teoría
de la verdad como correspondencia, pero pone el acento en la bú squeda de la verdad por
parte de los historiadores.
El filó sofo de la historia Mark Bevir, en su obra The Logic of the History of Ideas (1999)
establece 6 criterios para evaluar los argumentos histó ricos: exactitud, amplitud,
coherencia, originalidad, fecundidad y transparencia.
Tanto Carroll como Bevir no centran sus reflexiones en las definiciones de verdad, siempre
rodeadas de complejidades, sino en los criterios que permiten distinguir las afirmaciones
verosímiles de las menos verosímiles. Si bien llegar a LA VERDAD es imposible, el
historiador cuenta con criterios para esclarecer LA VEROSIMILITUD.
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Los historiadores suelen emplear constantemente conceptos como Renacimiento, Gran
Despertar, Revolución Francesa, Guerra Fría, etc. El filó sofo William H. Walsh los
denominó “conceptos coligadores”, ya que amalgaman distintas personas, acontecimientos
y estados de cosas. No es un tipo ideal aplicable a todos los tipos de campos de
investigació n, sino el nombre propio de una propuesta de ordenamiento del pasado que
los historiadores distinguen en una zona y periodo determinado.
Por ú ltimo, Ankersmit apunta, al igual que Bevir, que es necesaria una comparación con
ensayos competidores para determinar la capacidad de convicció n relativa de un estudio
histó rico.
La necesidad de extraer ejemplos morales del pasado sigue siendo muy fuerte hoy, pero es
cierto que ha crecido el escepticismo sobre los exempla en los círculos profesionales. Esta
objeció n se centra en 4 puntos:
Uno. Si el pasado es “diferente” del presente, las perspectivas morales del pasado no se
pueden aplicar sin má s al presente.
Dos. Cada generació n o cada ser humano resuelve sus propias cuestiones morales, no
existen lecciones universales.
Tres. Esto convierte a las lecciones del pasado en arbitrarias y, por tanto, irrelevantes
para el historiador.
Cuatro. Se corre el riesgo de distorsionar el pasado al dividir el mundo en buenos y
malos, o al reducir los complejos desarrollos histó ricos a meras simplificaciones.
Es lo que el historiador Herbert Butterfield (1900-1979) denomina historia
whig.
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Su libro Narrative Logic (1983).
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Uno. Los dos primeros argumentos dan por sentado que algo solo puede ser aprendido
si el sujeto que aprende y el objeto aprendido está n emplazados en las mismas
circunstancias. Sin embargo, precisamente son las diferencias entre pasado y
presente las que permiten aprender algo del “entonces” en el “ahora”.
Dos. Las lecciones en cuestió n no son generalizaciones que trascienden en el tiempo y
el espacio, sino experiencias que contribuyen al saber del historiador.
Comprender có mo actú an los seres humanos con determinados caracteres o en
determinadas circunstancias, sus objetivos, los obstá culos que encuentran, las
consecuencias de sus actos, etc.
Tres. Las lecciones no deben suponerse como proposiciones unívocas. La existencia de
interpretaciones diferentes sobre un mismo pasado no tiene por qué ser malo.
Cuatro. El estudio del pasado debe respetar las diferencias entre entonces y ahora,
y hacerle justicia al cará cter distintivo de los agentes histó ricos.
Cinco. El pensamiento histó rico no solo ofrece lecciones histó ricas (explícitas), sino que
también tiene implicaciones morales (implícitas). El método histó rico que
propugna la contextualizació n de las fuentes y la atenció n a có mo sus autores
interpretaban el mundo, empuja a conocer qué mensajes morales transmiten.
La crítica de las lecciones morales es vá lida mientras dichas lecciones se identifiquen con
la posició n propia de una persona que se proyecte al pasado o que sirva como norma para
medir ese pasado.
Sin embargo, existe un tipo de relació n moral con el pasado en la que los historiadores
buscan ser puestos en cuestió n, definida por Herman Paul como “conversación
histórica”.
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pasado. No enaltece el pasado, sino que amplía el repertorio de experiencias
morales que las personas llevan consigo.
7. Los historiadores, al acercarse a un pasado extrañ o, diferente y desconocido para
aprender a partir de él en el presente, introducen implicaciones morales en su
investigació n, como el respeto al otro, el aprecio por la diversidad cultural, la
empatía, etc.
En resumen, la conversació n histó rica intenta hacer explícitas las implicaciones morales
de la investigació n histó rica e invitar al lector de estudios histó ricos a conversar con
perspectivas morales venidas de tiempos y lugares diferentes, aventurarse a salir de su
zona de confort y ampliar su esfera de reflexió n moral.
Las cinco relaciones que se pueden establecer con el pasado (material, estética, política,
epistémica y moral) no existen nunca aisladas y suelen aparecer entremezcladas en los
trabajos académicos. La cuestió n que puede abordarse es si tienen todas estas relaciones
la misma importancia o hay alguna a la que se debe prestar un mayor peso. Es lo que
podría llamarse la “gestió n de relaciones”.
3. Todas las relaciones está n presentes en toda obra histó rica, pero no todas
tienen el mismo peso. En la investigació n histó rica, la relació n epistémica
es la má s importante y el resto deben ser conocidas y estar “controladas”.
La segunda sería la respuesta relativista, segú n la cual todas las relaciones está n siempre
presentes y, por tanto, toda investigació n debe incluir todas esas relaciones. Lo que este
argumento pasa por alto es que hay relaciones má s importantes que otras.
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Los historiadores sitú an el conocimiento y la comprensió n en lo má s alto de su jerarquía
de propó sitos, dando primacía a la relació n epistémica. La investigació n histó rica es una
prá ctica orientada a adquirir conocimiento y comprensió n sobre el pasado. Esto no
significa que deban abandonar ni reprimir sus relaciones no epistémicas con el pasado.
b. Los historiadores procuran ampliar su conocimiento por medio de hipó tesis que
someten a constante corrección, aunque es probable que estén en desacuerdo
sobre el tipo de inferencias que permiten hacer las fuentes.
Objetividad
La “objetividad” fue la base de la ética en la investigació n histó rica hasta los añ os sesenta
del siglo XX. Pero resulta necesario concretar su significado. El historiador Allan Megill
distingue 4 tipos de objetividad.
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3. Objetividad disciplinar. Se logra a partir de largos procesos de crítica y debate
entre diferentes miradas “expertas”, donde se alcanza un consenso má s o menos
objetivo acerca de algo. Es lo que se denomina “Paradigma”5.
Virtudes epistémicas
En resumen, Herman Paul señ ala que las virtudes epistémicas (empatía, exactitud, valor,
curiosidad y objetividad dialéctica) ayudan al historiador a dedicarse al conocimiento y
comprensió n del pasado, su propó sito principal. Se deben descartar las tres primeras
variantes de “objetividad” y escapar de la dicotomía entre positivismo y relativismo.
Por ú ltimo, el historiador debe ser consciente de la atracció n que ejercen los propó sitos no
epistémicos. Pero, aunque sean omnipresentes, no deben convertirse en omnipotentes. Y
no debe dudarse en hacer explícitas esas relaciones que el individuo establece con el
pasado de forma honesta, logrando así una investigació n íntegra y ética.
5
Definido por el filósofo Thomas S. Kuhn (1922-1996) como los supuestos, problemas, métodos y
técnicas que comparten generaciones enteras de estudiosos de un campo científico.
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