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LA LLAMADA

DEL PASADO
CLAVES DE LA TEORÍA DE LA
HISTORIA

HERMAN PAUL
1. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA/TEORÍA DE LA HISTORIA

Qué es la historia y qué hacen las personas cuando describen el pasado son cuestiones que
intenta discernir la Teoría de la Historia. La reflexió n sobre la interpretació n, la
explicació n y la narració n de la historia, así como qué se recuerda y qué se olvida, son
tareas propias de esta disciplina. El concepto Teoría de la Historia puede confundirse con
el de la Filosofía de la Historia.

La filosofía de la historia surge en Francia a finales del S. XVIII, aunque ya en el S. XIX se


puso en duda debido a la ambigü edad que presenta el propio concepto de historia.

La palabra historia en latín tiene un doble significado. Por un lado, historia res gestae, el
devenir de los acontecimientos; por otro, historia rerum gestarum, es decir, los relatos que
se narran del devenir de los acontecimientos. La primera constituye una filosofía
“material” de la historia, mientras que la segunda ofrece una filosofía “formal”.

Hegel en el S. XIX se centra en la filosofía material. Inaugura el concepto de Proceso


histórico que observa la historia como una evolució n, un movimiento orgá nico coherente,
una visió n decimonó nica relacionada con la de Charles Darwin y marcada por el
“historicismo”, que interpretaba el mundo en términos de desarrollo. También Agustín de
Hipona había interpretado la historia como un proceso, en ese caso desde el punto de vista
bíblico.

Metodología histórica: reglas bá sicas utilizadas para realizar un aná lisis


crítico de una fuente o que habilidades especializadas requiere esa crítica
(codicología, paleografía, epigrafía).
Teoría de la Historia: muestra, por ejemplo, que el pensamiento histó rico
existe en virtud de diferentes relaciones con el pasado, que suele asumir forma
narrativa y que aborda intentos de dar explicaciones. Examina qué es el
pensamiento histó rico.

Un ejemplo de filó sofo “formal” es Heinrich Rickert (1863-1936), en su aná lisis entre los
estudios histó ricos y las Ciencias Naturales. La diferencia fundamental entre ambos es el
tipo de métodos; las CCNN emplean un método generalizador, que busca establecer leyes
vá lidas para todos los casos; los historiadores utilizan un método individualizador,
centrá ndose en las características de un acontecimiento, objeto, individuo, etc.

Surgen dos tipos de filosofía de la historia: 1) la que se centra en la “realidad histó rica”, y
que algunos denominan “especulativa”; 2) la que se fija en el “pensamiento histó rico”,
llamada “crítica”. La primera tiene su origen ya en Agustín de Hipona, mientras que la
segunda experimentó su auge en el S. XIX con el éxito de las CCNN y la promesa de
descubrir leyes, modelos y regularidades.

El S. XIX es el momento de crecimiento de todas las ciencias, incluida la Historia. Los


estados-nació n buscan sus “raíces” en el pasado y se conciben a sí mismos como entes
orgá nicos en desarrollo desde unos antiguos orígenes. Es una época de explosió n de libros
de historia, ediciones de fuentes, creació n de museos, etc.

La filosofía de la historia en el S. XIX toma un doble camino: por un lado, buscar leyes
universales del progreso social, buscar un “sentido” a la historia; por otro, realizar una
meticulosa investigació n en los archivos para descubrir lo que “sucedió realmente”, sin
buscar un sentido a los hechos.

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La filosofía “especulativa” de la historia floreció en el periodo de entreguerras y tras la
IIGM. No es casual, ya que en momentos de incertidumbre sobre el futuro de las culturas
es cuando má s se busca un “sentido” o “destino” del proceso histó rico.

La filosofía especulativa o material fue muy criticada, ya que muchos regímenes


totalitarios del S. XX se habían legitimado usando (y abusando) de la Historia y su
“sentido”, como culminació n de un proceso (Isaiah Berlin, Karl Popper o William H. Walsh
son algunos de los autores má s críticos).

A partir de los añ os 50 del S. XX se apuesta por una filosofía crítica de la historia,


desterrando a Hegel, Marx y otros de la ecuació n. Una filosofía que se ocupe del aná lisis
conceptual de “hechos”, “explicaciones”, “verdad”, “objetividad”, etc. La filosofía
especulativa se definirá como una rama de la metafísica (reflexió n sobre la naturaleza
fundamental del ser), mientras que la filosofía crítica se ocupa de la epistemología (qué es
el conocimiento y có mo se puede adquirir).

La filosofía “especulativa” continuó teniendo adeptos, como el claro ejemplo de Francis


Fukuyama y su tesis del “fin de la historia”, en la que la desintegració n de la URSS suponía
el fin de un proceso histó rico que tenía como destino el triunfo de la democracia liberal.

En los añ os 70 del S. XX se llegó al cuestionamiento de la distinció n entre filosofía


“especulativa” y “crítica” realizado por Hayden White y su libro Metahistoria. White señ aló
que los aspectos metafísicos son inevitables, que palabras como historia, evento, hecho o
explicación está n cargadas de supuestos que el historiador tiene sobre la realidad histó rica
y, por tanto, toda “historia” es también una “filosofía de la historia”. Las formas narrativas,
el aspecto estético de la escritura, las propias nociones de “verdad” y “objetividad”, etc.,
son aspectos que influyen al historiador a la hora de construir el relato histó rico.

El filó sofo David Carr argumenta que la distinció n entre ambas visiones, especulativa y
crítica, ha de ser plenamente superada, pues no es posible reunir bajo un mismo género a
autores como Agustín o Hegel, sin tener en cuenta sus particulares (y absolutamente
diferentes) puntos de vista a la hora de realizar sus trabajos.

Paul Herman se acerca a esta idea y propone el abandono de las dicotomías de la


generació n de Walsh, así como acuñ ar un nuevo término, Teoría de la Historia, para
quienes no quieren tomar partido entre filosofía “especulativa” y “crítica” de la historia. La
Teoría de la Historia no se dedica só lo al estudio del “pensamiento” histó rico, sino que
examina el “lenguaje”, el “discurso”, la “experiencia” y la “memoria” histó ricos. Se dedica al
aná lisis conceptual de la forma en que los seres humanos se relacionan con el pasado.

2. EL PASADO

Herman Paul defiende que existen varios tipos de pasado.

El “pasado” se refiere a la “realidad histó rica”, es decir, al mundo tal y como era en un
momento anterior. Pero, ademá s, para el autor existen otros: pasado cronológico, concluso,
extraño y presente.

A diferencia de la “realidad histó rica”, que existió con independencia de lo que crean o
sientan al respecto los hombres actuales, estos cuatro “pasados” existen en la medida que
son recreados por los historiadores. Todo lo que se afirma sobre el pasado deriva del
estudio del tiempo presente.

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 Pasado cronoló gico

El problema estriba en delimitar la línea que separa el pasado y el presente. Para ello, los
profesionales de la historia contemplan una serie de convenciones: el tiempo es
homogéneo (cada segundo, minuto, día…es idéntico); es discreto (se puede concebir
como un punto en una línea recta); es lineal; es direccional (fluye desde el pasado hasta
el presente); y es absoluto (no es relativo al espacio ni a la persona que lo mide).

Existe una regla informal que aplica “veinte añ os” como pasado reciente y, por tanto, no
objeto de aná lisis por parte de los historiadores.

También se considera que es necesaria una cierta “distancia histó rica” para identificar
correctamente un acontecimiento pasado. Existen varios tipos de distancia: la temporal, la
afectiva (implicació n má s o menos intensa con el acontecimiento) y la discursiva (no es lo
mismo la microhistoria que las evoluciones y estructuras a largo plazo).

 Pasado concluso

Término acuñ ado por el filó sofo estadounidense Preston King. Puede interpretarse de dos
maneras: como épocas homogéneas, periodos que se suceden unos a otros; o como capas
superpuestas y parcialmente complementarias.

Un ejemplo de la primera interpretació n sería el historicismo del S. XIX, liderado por


Ranke (1795-1886). Consideraba la historia como una sucesió n de épocas, cada una
caracterizada por una “idea” o “tendencia” diferente que sustituye a la anterior. Este tipo
de periodizaciones son muy ú tiles cuando se refieren a arquitectura, mú sica, pintura…
pero formula muchas cuestiones: ¿Una sociedad se plasma en una sola idea? ¿Estas ideas
se suceden de forma brusca? ¿Los cambios no son mucho má s complejos, habiendo
continuidades?

El segundo punto de vista intenta solventar esos problemas, señ alando que el pasado es
una acumulació n de capas que, mientras algunas ya han concluido, otras siguen en pie. El
mejor representante de esta visió n fue Fernand Braudel (1902-1985), que distinguía entre
procesos a largo plazo, a medio y a corto en la historia (longue durée, histoire
conjuncturelle, histoire événementielle). Los procesos tienen diferentes ritmos por lo
que en un nivel puede terminar una época (por ejemplo, en el plano político), pero
continuar en otro (por ejemplo, la economía). En este caso, esta visió n tiende a definir
campos o actividades en los que identificar los cambios que definan el pasado.

En ambos puntos de vista, el pasado está concluso, finalizado, terminado, es decir, su


contenido ya no forma parte del tiempo presente.

 Pasado extrañ o

Se trata del pasado que se distingue del presente por su alteridad, es decir, como algo
“extrañ o”.

El historiador estadounidense Constantin Fasolt define el pasado como lo que personas


con seguridad en sí mismas consideran “pasado”. El presente sería lo que nos resulta
familiar, lo que nos identifica, mientras que lo demá s sería historia.

Fasolt determina un ejemplo: Petrarca y Flavio Biondo fueron los primeros en hablar de
“tiempos oscuros” de la Edad Media, frente a su mundo, el Renacimiento.

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Otro autor, el teó rico de la historia Frank Ankersmit señ ala que el cará cter extrañ o del
pasado no surge de la autoafirmació n, sino de una automutilació n trá gica, es decir, de una
crisis de identidad en la que las personas se sienten extrañ as por su pasado, divididas
entre quiénes eran y quiénes son. Pone el ejemplo de Francesco Guicciardini (1483-1540),
quien aconsejó al papa Clemente VII que se pusiera del lado del rey francés Francisco I en
su conflicto con Carlos V. El triunfo de éste ú ltimo provocó el saqueo de Roma y la
autoinculpació n de Guicciardini, que separaba así presente y pasado.

Fasolt y Ankersmit afirman que lo ajeno del pasado es consecuencia de la acció n humana,
pero mientras uno afirma que la alteridad es consecuencia de las intenciones, el otro cree
que son las consecuencias indeseadas las que crean la cesura entre pasado y presente.

 Pasado presente

Este término se fundamenta en la idea de que no todo lo que pertenece cronoló gicamente
al pasado ha dejado de existir. El pasado puede haber terminado en sentido cronoló gico,
pero sigue presente en lo material (objetos, edificios) y en lo inmaterial (tradiciones),
puesto que los hombres, en parte, son un producto del pasado.

El filó sofo de la historia Dominick LaCapra utiliza el término transferencia que sería el
desplazamiento de sensaciones de un contexto a otro diferente, es decir, que la
implicació n en los problemas que uno estudia pueden llevar a la repetició n de fuerzas o
movimientos activos en dichos problemas.

El teó rico de la historia Eelco Runia habla de procesamiento paralelo y explica que los
historiadores estudian con tanta atenció n su objeto que llegan a adoptar, seguramente sin
darse cuenta, su lenguaje y sus metá foras.

El pasado, por tanto, nunca puede considerarse “concluso”. El pasado no es presente


cronológicamente, aunque gran parte de él sí lo es en esencia.

 La construcció n del pasado

El pasado como “realidad histó rica” no existe. Se argumentan dos motivos:

 Ese mundo ha desaparecido, no puede ser observado y se basa en hipó tesis e


inferencias, basadas en recuerdos o enraizadas en nuestros propó sitos. Es decir, es
una construcción del pasado desde el presente.
 El pasado no es ú nico, sino que se le otorgan diferentes adjetivos (“concluso”,
“extrañ o”). Por tanto, el pasado es únicamente la parte de historia que se
presenta “conclusa”, “extraña” o “diferente del presente”, desde un punto de
vista contemporá neo.

3. RELACIONES CON EL PASADO

¿Por qué nos atrae el pasado? Paul detecta una serie de motivos: econó micos, estéticos,
epistémica, políticos. Toda relació n con el pasado está determinada por un propó sito
concreto.

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El teó rico de la historia alemá n Jö rn Rü sen y el britá nico Mark Day distinguen 5 tipos de
relaciones, cada una asociada a un propó sito que se quiere lograr.

Epistémica → obtener conocimiento, comprensió n.


Moral → virtudes como el bien, la justicia, lecciones.
Política → reputació n, consolidació n, toma de decisiones.
Estética → Belleza, coherencia.
Material→ no tiene un propó sito concreto, relació n no teleológica, pues todas las personas
son productos del pasado. De hecho, la relació n material precede a todas las demá s.

Estas relaciones y propó sitos son muy amplios. Por ejemplo, la relació n epistémica tiene el
propó sito de conocimiento, pero este concepto es muy amplio. Puede referirse a
conocimiento como “saber el qué” o a comprensión como “saber el por qué”. É sta segunda
es mucho má s compleja que la primera, pues hay que averiguar causas, relaciones y
conexiones.

El modelo expuesto es un modelo de tipos ideales, y quien debe definir los propó sitos es el
usuario del modelo.

 Modelo heurístico

El modelo pretende ser universal. Se afirma que el pensamiento histó rico suele constar de
diferentes dimensiones, diferentes propó sitos a los que las personas aspiran al tratar con
el pasado. El modelo heurístico precisamente facilita el aná lisis de la realidad mediante
unas cuantas distinciones sencillas. Conocer los grandes trazos, nos permite identificar las
variantes má s complejas.

Se han planteado dos objeciones al modelo propuesto por Paul.

Por un lado, Reinhart Koselleck (1923-2006). Señ ala que la palabra alemana para
historia, Geschichte sufrió un cambio en la segunda mitad del S. XVIII; hasta ese momento,
la palabra Geschichten, en plural, designaba “historias”, relatos sobre una persona o
episodio pasado. Pero a partir del S. XVIII se empleó Geschichte como “proceso histó rico”.
Koselleck alude entonces que no tiene sentido aplicar el modelo a todo estudio anterior al
S. XVIII, pues el concepto de “Historia” no era el mismo.

Herman Paul rechaza esta hipó tesis por tres motivos:


1 Koselleck se centra en el “pasado extrañ o” que, si bien es posible que no se diera
antes del S. XVIII, el resto de pasados (concluso, presente) sí.
2 La distinció n conceptual entre esas dos concepciones de “historia” que hace
Koselleck es simplista y demasiado brusca.
3 Koselleck consideró que esa nueva concepció n del S. XVIII (impulsada por
pensadores como Kant, Goethe) suplantó a las demá s perspectivas, pero no fue así
y la acepció n de Geschichten, como historias de la vida humana, continuó .

Por otro lado, se objeta que resulta anacró nico diferenciar entre relaciones que solo han
adoptado una forma má s o menos gradual y que trazar límites entre moralidad, política y
religió n puede resultar imposible en sociedades premodernas. Paul admite que esto
sucede, pero señ ala que el modelo busca distinguir relaciones conceptualmente, para
servir como una herramienta para distinguir los objetivos que persiguen las personas en
su conexió n con el pasado y no realizar afirmaciones de peso sobre el pensamiento
histó rico en uno u otro periodo histó rico.

 Tipologías alternativas

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Existen otros modelos:

El teó rico francés François Hartog habla de tres “regímenes de historicidad”: pasado,
presente y futuro, caracterizado por un enfoque temporal distintivo:

1. Pasado: eclipsa al presente y al futuro, son normas del pasado que determinan lo
que es bueno, cierto y bello. Se denomina “régimen de historicidad premoderno”.
2. Futuro: pasado y presente son anticipaciones del futuro, por ejemplo las utopías.
Esta visió n anticipadora se denomina “régimen de historicidad moderno”.
3. Presente: no se puede aprender del pasado y se espera poco del futuro, por lo que
el presente es la medida de todas las cosas. Este presentismo se denomina
“régimen de historicidad posmoderno”.

Otro modelo es el de la teó rica ruso-estadounidense Svetlana Boym, que distingue entre
nostalgia romántica y nostalgia reflexiva. La primera es ingenua, tiene la esperanza de
poder regresar al pasado, restaurarlo o vivirlo de nuevo. La segunda asume que el pasado,
en cuanto a realidad histó rica, ha pasado, aceptando la fugacidad de las cosas.

El filó sofo del lenguaje John L. Austin distingue entre tres aspectos de acción:

1. Locución: la acció n individual (El acto en sí)


2. Ilocución: la acció n pretendida. (La primera situació n que se pretende con el acto)
3. Perlocución: el efecto pretendido de la acció n pretendida. (lo que el acto tiene
como finalidad).

Las personas no son plenamente individuales. Tienen relaciones con otras personas.
Todas estas relaciones influyen en las relaciones que los historiadores mantienen con el
pasado, los influencian. Las personas está n inmersas en multitud de relaciones cruzadas.

Todas las distinciones son compatibles con el modelo de Herman Paul, por lo que se
pueden detectar dimensiones epistémicas, morales y políticas en el presentismo de
Hartog. Igualmente, dentro de la relació n moral con el pasado podemos distinguir tres
enfoques temporales:

- Lecciones extraídas del pasado.


- Normas morales del presente que dominan el estudio del pasado.
- Ideales morales utó picos para el futuro.

4. LA RELACIÓ N MATERIAL: ARRAIGADOS EN EL PASADO

 Sujeto histó rico

El historiador es un sujeto histórico que presenta una relació n material con el pasado.
Como señ ala M. Day: “El historiador es un producto del pasado, incluida esa parte del
pasado que decide estudiar”.

Kant, por su parte, insistía en la estructura intemporal del pensamiento humano: el sujeto
debía estar por encima de las particularidades del tiempo y el lugar, sujeto
trascendental.

Por el contrario, la idea de que el sujeto está marcado por su relació n material con el
pasado se vincula a Wilhelm Dilthey (1833-1911). Aporta dos ideas: 1) Las personas (y,

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por tanto, los historiadores) no pueden abandonar su relació n material con el pasado ni
trascender su contexto histó rico. 2) Sujeto y objeto está n interrelacionados, forman parte
del mismo proceso histó rico, se influyen en distintos aspectos y está n expuestos a las
mismas fuerzas.

Por tanto, sujeto y objeto van de la mano y, principalmente, somos “seres histó ricos” y
luego todo lo demá s.

 Ansiedad cartesiana

Esto puede conducir al relativismo y sus peligros, puesto que, si los historiadores no son
capaces de superar su relació n con material con el pasado, ningú n conocimiento tendría
validez. Esto es lo que el filó sofo estadounidense Richard J. Bernstein denominó “ansiedad
cartesiana”, basá ndose en la forma paradigmá tica de pensamiento de Descartes: o bien/o.
Viene a decir que o bien muestro conocimiento es vá lido, independientemente del
momento y el lugar, o es completamente dependiente del contexto.

Para Bernstein, este paradigma no es tan inevitable y exige un requisito extremo: que el
conocimiento sea “absoluto”, intemporal, invariable y libre de todo influjo de la relació n
material con el pasado. Tomando esto, no existiría ningú n conocimiento, pues todo el
mundo tiene una existencia histó rica y finita.

Tanto este relativismo, como la bú squeda de un “punto de Arquímedes” invariable sobre el


que construir el conocimiento que propugnan Kant o Descartes, son demasiado tajantes.
Para Bernstein, la relació n sujeto-pasado no supone una limitació n, sino una potencia. No
basta reconocerla, sino que esa relació n debe valorarse positivamente.

 Modelo hermenéutico

Para esta valoració n es preciso recurrir al filó sofo alemá n Hans-Georg Gadamer y la
hermenéutica. La hermenéutica es la “ciencia de la interpretació n”. Es empleada para
interpretar la Biblia, textos legales o literarios. En filosofía, se encarga de la interpretació n
y estudio de los textos para comprender a las personas y al mundo. Miembros de esta
escuela son, ademá s de Dilthey y Gadamer, Friedrich Schleiermacher, Martin
Heidegger (1889-1976) y Paul Ricoeur (1913-2005).

Gadamer se centra en la noció n de prejuicio que para los objetivistas serían repulsivos,
pues no son verdades invariables e indiscutibles, ademá s de no emplear la razó n y, a
menudo, provenir del pasado.

Sin embargo, Gadamer considera el prejuicio como algo indispensable. Toda


interpretació n tiene que empezar en alguna parte, un primer pensamiento, una conjetura.
Allí estriba la importancia del prejuicio. Reconoce que no es correcto, que no hay que
obstinarse en los prejuicios. É ste debe ser puesto a prueba, pulido y adaptado. El prejuicio
es parte fundamental del proceso y ayudan a interpretarlo correctamente. Es decir, tanto
el sujeto (historiador), como el proceso son histó ricos.

Los Ilustrados demonizaban los prejuicios y los relacionaban con el principio de autoridad
y con la tradició n, que intentaban racionalizar y superar. Bajo su visió n, las tradiciones no
eran má s que colecciones de prejuicios que atribuían autoridad a lo que otras personas
habían hecho en el pasado. Gadamer reevalú a los conceptos de “autoridad” y “tradició n” y
argumenta que los prejuicios y la tradició n desempeñ an un papel importante en el proceso
interpretativo. Son tanto una barrera, como una puerta, pero fundamentalmente ubican en
el mundo al sujeto.

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 Posiciones de sujeto

El historiador norteamericano Dominick LaCapra amplía estas concepciones. La posició n


del sujeto-historiador no es pasiva, sino que se relaciona con esas tradiciones, con esos
contextos y también con la realidad histó rica que estudia. Igualmente influye la visió n que
tengan de la naturaleza humana: animal racional (Kant), juguete en manos de deseos
inconscientes (Freud), individuo independiente (Humanismo), sujeto modelado por las
estructuras sociales, políticas y lingü ísticas (Foucault).

Las posiciones de sujeto no son está ticas, sino cambiantes. Son el resultado (provisional)
de interacciones entre la relació n material, que antecede a las demá s, y las otras relaciones
(estética, política, epistémica y moral) con el pasado. Por lo tanto, para tener una visió n
clara de la relació n entre sujeto (historiador) y objeto (el pasado), debemos analizar todo
el conjunto de relaciones diferentes que éste puede tener con el pasado.

5. LA RELACIÓ N ESTÉ TICA: NARRATIVAS HISTÓ RICAS

La “clausura narrativa” (narrative closure) es la coherencia de significado que ofrece un


texto. Cuando un relato quiere transmitir un significado, crear suspense, valorar la vida
humana, etc., es inevitable que exista clausura narrativa.

También la historia la presenta, en lo que se conoce relación estética con el pasado: las
formas de relato, los patrones narrativos que modelan la forma en que las personas miran
al pasado y, en parte, conforman el pensamiento histó rico.

 Patrones narrativos

Segú n la teó rica de la literatura Jill Ker Conway, cuando escribimos un relato empleamos,
de forma consciente o no, un arquetipo o modelo determinado. A partir de Conway, el
teó rico de la historia Hayden White distingue cuatro formas de relato arquetípicas en el
trabajo de los historiadores:

- Comedia: su clausura narrativa se centra en la reconciliació n de fuerzas opuestas,


la armonía restaurada. Un ejemplo sería el patró n empleado por Ranke.

- Tragedia: se centra en la divisió n creciente, la caída del héroe, la lecció n para el


pú blico. Un ejemplo es Alexis de Tocqueville.

- Romance: busca expresar la liberació n, la autorrealizació n, la victoria del bien


sobre el mal. Un ejemplo es Jules Michelet.

- Sátira: se expresa sin esperanza de redenció n, la repetició n de lo mismo, los seres


humanos como juguetes del destino. Un ejemplo es Jacob Burckhardt.

Por lo tanto, todas las personas estamos mediadas narrativamente de una u otra forma.
Los historiadores se ven influidos a la hora de “recopilar hechos”, puesto que lo que se
considera un hecho depende de la historia que se quiera escribir, así como de la
experiencia previa que se haya vivido, de los conocimientos aprendidos, del relato
escuchado o de las expectativas que se tengan. No existen hechos sin interpretació n.
Otro tipo de mediació n narrativa comú n es la narración maestra, definida por A. Megill.
Se trata de los relatos que pretenden ofrecer un testimonio acreditado de algú n segmento
de la historia particular. Son relatos sencillos y lineales de progreso y regresió n, que
buscan crear orden y coherencia en el caos la historia, pero lo hacen a través de la

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selecció n interesada y sin sentido de la complejidad. Son ejemplos de narraciones
maestras la “democratizació n” (antes o después, todo el mundo se convierte en
demó crata), la “secularizació n” (la marginalidad de la religió n en las sociedades
modernas) o el “crecimiento econó mico” (crecimiento de los precios y salarios).

 Relato y realidad

La pregunta ahora radica en si existe la distinció n entre historia res gestae (la realidad
histó rica) e historia rerum gestarum (los relatos que se cuentan sobre esa realidad). Para
los llamados “narrativistas”, H. White o Louis O. Mink, la distinció n es fundamental entre
la vida vivida y la vida narrada. Con esto señ alan que los historiadores cuentan con
diferentes formas de relato arquetípicas que no coinciden con la realidad en sí. La realidad
se reescribe y reinterpreta.

Esto no significa que relato y realidad deban separarse. Los relatos tienen un aspecto
referencial, pues se refieren a una realidad e intentan interpretarla, y una dimensió n
performativa, ya que intervienen en la realidad y ofrecen a las personas marcos de
referencia en los que pensar y actuar.

David Carr, crítico de los narrativistas, añ ade que la vida, en general, tiene forma de relato
y realizamos acciones con propó sito narrativo (principio, nudo y desenlace).

White, por su parte, admite que contar relatos no es una actividad que flota por encima de
la realidad, sino que es un modo de prá ctica que sirve como la base inmediata de toda
actividad cultural. Por ello, cabe la posibilidad de cambio, es decir, que si existe una
construcció n de la narració n de relatos, las personas tienen libertad para elegir una forma
arquetípica en la que encajar sus historias.

En resumen, la historia res gestae es inconcebible sin la historia rerum gestarum. Al mismo
tiempo, es erró neo sostener que las personas está n atrapadas en relatos.

Respecto a esto ú ltimo, White descarta que las personas puedan vivir sin relatos, só lo
pueden cambiarlos. Parte de sus postulados se fijan en la necesidad de narrar relatos que
hagan justicia a la complejidad de la vida. Este gusto por la complejidad y los cambios
de perspectiva se relacionan con el “posmodernismo” o má s bien el modernismo de
comienzos del siglo XX que incide en mostrar la tensió n entre la vida vivida y la vida
narrada. El llamamiento de White a los historiadores es que escriban historia como en la
novela modernista y dejen atrá s sus patrones clá sicos.

Por ú ltimo, Paul señ ala el nuevo paradigma que se abre en el aspecto estético de la
historia: la Historia Digital1, es decir, los nuevos formatos web o la interacció n entre
autores diversos (por ejemplo, una entrada de Wikipedia sobre un hecho histó rico
realizada por varias manos), pueden tener consecuencias en nuestro concepto de
pensamiento histórico.

6. LA RELACIÓ N POLÍTICA: CONSTRUIR HISTORIA

 Guerras por la historia

Existe una continua lucha por el pasado, muy relacionada, por ejemplo, con la identidad de
los Estados-nació n. Gran parte de los debates sobre el pasado está n animados e
influenciados por temas de actualidad, por la posició n de los afectados y por la política. En

1
Tesis señaladas por Tessa Morris-Suzuki y Ann Rigney.

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realidad, el debate se centra en un “pasado imaginado” o “presente-pasado”, donde tan
importantes son los temas y los textos que los expresan, como los subtextos que subyacen
detrá s.

El conocimiento histó rico parece ser un medio en lugar de un fin y gran parte de la
investigació n histó rica está dominada por la política y su intenció n de utilizar el pasado
para conservar o cambiar el statu quo.

Los historiadores participan de la política cuando se identifican con su nació n o


comunidad, cuando utilizan unos determinados métodos histó ricos o cuando narran
relatos con un tipo de clausura narrativa.

 Historia en primera persona del plural

Algunos historiadores utilizan la primera persona del plural “nosotros” en sus estudios. Es
una forma de incluir como sujeto colectivo de la historia a un grupo de població n, un
Estado-nació n o una entidad política. Este uso apunta a una relació n política con el pasado
porque conecta el pasado con un “nosotros” del presente. Es, a la vez, incluyente y
excluyente y pone en cuestió n la identidad (“¿Quién es ese nosotros y quién forma parte de
él?”).

Este uso se identifica, sobre todo, con la historia de los “grupos subalternos” y surgió a raíz
de las disculpas pú blicas que algunos gobernantes realizaron a comunidades indígenas
por motivo de la colonizació n y el imperialismo.

Esta tendencia de la historia de las personas subalternas se generalizó , por ejemplo,


cuando se intentó implantar el “canon histórico”, a comienzo del S. XXI, por parte de
algunos Gobiernos europeos. Se trata de un guion de la historia nacional para fines
educativos que reforzara la conciencia histó rica o el sentimiento nacional. Este canon fue
ampliamente rebatido por los historiadores: 1) El Estado no debía dictar la enseñ anza de
la historia; 2) un canon es expresió n de una visió n instrumental del pasado que atiende a
fines políticos; 3) tiende hacia una historia whig, es decir, una historia que pretende dar
lecciones desde el presente hacia el pasado; 4) los cá nones son está ticos y sin
ambigü edades, algo que choca con el “debate sin fin” que es la historiografía.

 Implicaciones políticas

La dimensión política del pensamiento histó rico también influye en el sujeto que eligen,
en las preguntas que plantean, en los métodos que aplican y en sus formas de relato.

Por ejemplo, en cuanto a los métodos o normas que los historiadores utilizan en su
trabajo, crea controversia el uso de la historiografía oral. Muchos historiadores consideran
que carece de fiabilidad (“sin documentos, no hay historia”2), sin embargo, no es menos
cierto que habría muchas culturas que, de otra forma, estarían excluidas de la historia por
carecer de escritura.

La dimensió n política de los historiadores también se aprecia en las concepciones que


tienen de la naturaleza humana. Por ejemplo, los historiadores presentan una imagen del
pasado en el que las personas son los ú nicos seres activos y responsables, sin tener en
cuenta espíritus o dioses. Desechar esto es una actividad política.

2
Charles-Victor Langlois y Charles Seignobos (1899).

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Finalmente, la influencia política de la forma literaria de la obra histó rica. Hayden White
apunta dos aspectos. El primero es que los relatos concretos tienen implicaciones políticas
también concretas, es decir, pueden dar lugar a decisiones políticas. Ademá s, los relatos en
sí tienen carga política, nunca son asépticos, ya que presentan una clausura narrativa. En
este caso, siempre se tiende a realizar relatos que resalten lo gradual y predecible, frente a
lo repentino e impredecible, por lo tanto, las formas de relato tradicionales estarían
caracterizadas por cierto conservadurismo.

En resumen, la política siempre anda cerca de los historiadores. No obstante, como señ ala
Herman Paul, hay diferencia entre los compromisos inevitables e incrustados en el
lenguaje o las costumbres y las posturas políticas claramente partidistas o que buscan
legitimar histó ricamente un manifiesto político.

 Compromiso político

En los añ os 60 y 70 del S. XX, algunos historiadores hicieron llamamientos en pro del


compromiso político de la profesió n. Howard Zinn (1922-2010) defendía que es una
ingenuidad que los historiadores estudien el pasado sin tener motivaciones políticas de
base. La cuestió n es a qué intereses políticos sirven.

Un motivo para el compromiso político nació de la insatisfacció n con la naturaleza política


de los estudios histó ricos. Pretendía, deliberadamente, romper con la tradició n
historiográ fica conservadora y construir un relato de “izquierda”.

Se añ ade el sufrimiento, el hambre, la guerra y la injusticia que hay en el mundo. La idea


que defiende Zinn es que los historiadores deben trabajar y tener como objetivo construir
un mundo mejor.

El compromiso político puede asumir formas diferentes. En primer lugar, puede orientar al
escoger el tema de estudio. También puede hacer que el historiador adopte una postura
política a favor o en contra de un grupo o tendencia. Por ú ltimo, puede legitimar opiniones
políticas a través de medios histó ricos.

A este respecto, todos los historiadores y teó ricos de la historia aceptan que el
pensamiento político siempre está presente. Pero hay diferentes opiniones sobre lo
deseable que es ese compromiso político, la postura explícita en determinadas cuestiones
o el grado en el que tales posiciones son compatibles con la ética de los estudios histó ricos
profesionales.

Los debates historiográ ficos, como las “guerras por la historia” sobre el pasado colonial de
Australia o la Historikerstreit de Alemania, son “metadebates” sobre las reglas de la labor
del historiador y las normas que definen la investigació n histó rica só lida, sobre qué es en
sí la interpretació n de la historia y cuá les son los requisitos exigibles.

7. LA RELACIÓ N EPISTÉ MICA (I): HIPÓ TESIS HISTÓ RICAS

 Relació n epistémica

La relació n epistémica con el pasado es la relació n que se centra en el conocimiento y


comprensió n del pasado. Los historiadores suelen considerar estos propó sitos como la
razó n de ser de su disciplina. El objetivo es aumentar el conocimiento y la comprensió n
que tenemos del pasado, por lo que el peso que tiene es innegable.
Los historiadores adquieren conocimiento del pasado a partir de fuentes, desarrollando
una hipó tesis sobre el tema que estudian.

11
 Historia científica

El historiador y filó sofo de la historia britá nico Robin G. Collingwood (1889-1943) define
la historia científica, una forma só lida de hacer historia y que se separa de la “historia de
corta y pega”. É sta consiste en la repetició n mecá nica, por parte de los historiadores, de lo
que dicen las fuentes. La historia científica es una investigació n que interroga las fuentes,
que les añ ade contenido y que las utiliza como un material sin valor por sí mismo.

Es decir, el historiador, por medio de preguntas fundadas, debe analizar


concienzudamente las fuentes en busca de esas respuestas, como si se tratase de un
detective que interpreta las pistas halladas en el lugar del crimen. A partir de esas
preguntas só lidas, debe encontrar patrones y formular una hipó tesis. No se trata tano de
analizar críticamente las fuentes, sino de cuestionarlas de forma ló gica.

Toda investigació n comienza con una pregunta. É sta determina qué tipo de fuentes
deberá n consultar los historiadores, qué deberá n buscar en ellas. El proceso, segú n
Collingwood, es de la pregunta a la respuesta, de la hipó tesis a la verificació n, del
problema a la solució n.

 Deducciones

La inferencia es un argumento que no repite mecá nicamente las fuentes, sino que añ ade
algo nuevo a los que ellas afirman. Existen varios tipos de inferencias:

1. Inferencias estadísticas: deducir a partir de datos (por ejemplo, calcular las


probabilidades de que un niñ o muriera antes de los 2 añ os en la Francia del S.
XVII).
1. Inferencias fácticas: reconstruir un hecho histó rico (por ejemplo, conocer los
detalles de la vida un personaje histó rico).
2. Inferencias generalizadoras: establecer patrones generales para un determinado
tipo de hechos (por ejemplo, las causas de las revueltas obreras).
3. Inferencias de síntesis: caracterizar un amplio periodo de tiempo (por ejemplo,
describir el S. XIX como “el siglo de la ciencia”).

Este variado tipo de inferencias también requieren diferentes capacidades por parte de los
historiadores, al igual que persiguen diferentes tipos de conocimiento o comprensió n (no
es lo mismo reconstruir un ú nico hecho histó rico que caracterizar un largo periodo en el
que suceden miles de hechos).

 El mundo detrá s del texto

El historiador puede intentar mirar “al otro lado del texto”, es decir, qué mundo hay al otro
lado de la fuente histó rica, el mundo en el que vive el creador de la fuente.

Esto suscita dos preguntas:

- ¿Hasta qué punto es deseable centrarse en el mundo que hay detrá s del texto?
- ¿Hasta qué punto pueden los historiadores decir algo significativo sobre ese
mundo?

Para la primera pregunta, hay expertos que afirman que no es deseable y que ese “mundo”
ú nicamente consigue desviar la atenció n del contenido del texto.

12
En cuanto a la segunda pregunta, má s interesante para la Teoría de la Historia, los
escépticos responderían que, en realidad, no es posible adentrarse en él. Esto, en parte, es
positivo, pues hace frente a las afirmaciones fantasiosas y pone en entredicho
identificaciones carentes de crítica de los historiadores de generaciones anteriores.

Sin embargo, los escépticos pasan por alto dos aspectos:


a. la esencia de la profesió n consiste en decir algo sobre el mundo que ya no
existe, basá ndose en evidencias observables en el presente.
b. Las afirmaciones sobre el pasado son siempre hipótesis, inferencias hechas
a partir de fuentes, que el historiador deberá verificar.

 Propuestas de interpretació n

De todo esto se desprenden dos consecuencias:

1) el conocimiento histó rico es siempre una construcción. Esta característica se comparte


con otros tipos de conocimiento y con el conocimiento en general. En cuanto nos
formamos una idea de la realidad, utilizamos conceptos que no cubren la realidad, sino que
iluminan uno de sus aspectos.

2) tales construcciones nos permiten interpretar el material de fuente, es decir, ayudan a


entender las fuentes má s que la realidad histórica.

Algunos teó ricos de la historia afirman que las inferencias son explicaciones del material
de fuente, orientadas a la mejor explicació n de lo que podemos extraer de las fuentes. El
conocimiento histó rico consta de inferencias elaboradas a partir de fuentes y que se
formulan a la luz de una pregunta de investigació n. Los historiadores estudian las
fuentes, no la realidad histórica.

8. LA RELACIÓ N EPISTÉ MICA (II): EXPLICACIONES HISTÓ RICAS

Durante mucho tiempo, se ha debatido sobre si el pasado se debe explicar mediante leyes
con validez universal, que sirvan a su vez, para predecir el futuro, lo que se conoce como
el “modelo de cobertura legal”. Frente a esta idea, han surgido otros modelos oponentes,
como el “modelo intencional” y el “modelo comparativo”.

 El modelo de cobertura legal

Fue desarrollado por el filó sofo alemá n Carl Gustav Hempel (1905-1997), en su artículo
“La función de las leyes generales de la historia”. Para Hempel, los acontecimientos
sucedían como consecuencia ló gica de determinadas condiciones previas o “causas”. De
esta forma, estableció el modelo de cobertura, es decir, si se produce un acontecimiento
de tipo C (“causa”) en un momento y lugar determinados, se producirá un acontecimiento
de tipo E (“efecto”) en ese lugar. Este es un modelo “nomoló gico-deductivo”.

Estas “leyes” aparecen de forma implícita en las explicaciones histó ricas (los historiadores
no enuncian explícitamente “por la «ley de X» se ha producido este acontecimiento”), por lo
que Hempel afirma que, conscientes o no, los historiadores siempre utilizan un modelo de
cobertura legal. Propone que, por tanto, hagan explícitas dichas leyes. Esto facilitaría
mucho má s la aplicació n de los conocimientos histó ricos.

El mayor crítico de Hempel fue el filó sofo William Dray (1921-2009). Señ ala que los
historiadores, a diferencia de los agentes políticos, no suelen estar interesados por lo
general, sino por aspectos particulares de los acontecimientos histó ricos. Por ejemplo, el

13
que todas las revoluciones sean precisamente reconocidas como tales, sugiere que
comparten algunas características generales, pero para Dray todas ellas son “algo único” y
es en eso en lo que los historiadores fijan su mirada.

 El modelo intencional

Dray y sus partidarios defendían el modelo intencional, que otorga un peso especial a las
decisiones tomadas por individuos concretos. Se aparta del otro modelo en 4 puntos:

I. No descansa en las causas, sino en las intenciones. Se centra en la “ló gica de las
acciones” de los participantes. Esas intenciones conducen a efectos. No es un
modelo aplicable a todos los tipos de acontecimientos, solamente a las acciones
intencionadas del ser humano.
II. No se orienta a aspectos generales de los acontecimientos, sino a sus aspectos
particulares.
III. Pretende responder má s el “cómo ocurrió”, que el “por qué ocurrió ”. A menudo,
los historiadores muestran los acontecimientos como inevitables, necesarios e
inexorables, mientras que Dray apuesta por un modelo del “có mo fue posible”.
IV. Exige que el historiador recurra a la empatía y a la imaginación, que “se ponga en
la piel” del protagonista, se identifique con él y se proyecte en su situació n. Esto se
conoce como “comprensió n imaginativa” o Verstehen3).

De todas formas, y consciente de sus limitaciones, el propio Hempel matizó el “modelo de


cobertura”, afirmando que no es una ley sin excepciones, sino una norma que es verdadera
en muchos casos, es decir, que hay una gran probabilidad de que suceda, emitiendo un
segundo modelo, el “modelo probabilístico”. Este modelo tiene el inconveniente de no
poder ofrecer una explicació n convincente de acontecimientos concretos (lo “probable” no
siempre es lo “real”).

 El modelo comparativo

El modelo comparativo fue elaborado, entre otros, por el filó sofo John J. Mackie (1917-
1981) y matizado por el teó rico de la historia Chris Lorenz. Este modelo no pone ninguna
objeció n a la atenció n a los aspectos generales de los acontecimientos de Hempel, pero se
manifiesta en contra de que las explicaciones histó ricas deban basarse en regularidades.

En primer lugar, parte de la idea de que a las personas les intrigan los acontecimientos
“fuera de lo normal”, es decir, por qué suceden unos acontecimientos en uno u otro
momento y lugar y no otros. La presencia de una diferencia es lo que contribuye a crear el
concepto de causalidad y no la repetició n de casos similares.

En segundo lugar, la diferencia entre “normal” y “extraordinario” depende de lo que


alguien experimente como “normal”. Esa concepció n sirve como motivo para preguntar el
“por qué” y ayuda a decidir “qué” se explica exactamente. Para Lorenz, toda explicació n
presume una clase de diferencia, otro devenir de los acontecimientos con los que se
compara el acontecimiento en cuestió n, que permite comprenderlo y explicarlo mejor.

3
Concepto elaborado por Heinrich Rickert, a partir de la idea de su antecesor Wilhelm Windelband, de
que las humanidades y las ciencias hacen cosas diferentes. Mientras que las ciencias son “nomotéticas”
(buscan leyes), las humanidades son “ideográficas” (buscan la cualidad típica de un individuo, idea o
acontecimiento).

14
En tercer lugar, Las diferencias y semejanzas no ofrecen respuestas directas, pues a veces
coinciden en los dos casos, pero criban, al declarar falsas las hipó tesis inverosímiles y
limitar el rango de respuestas posibles.

El cuarto rasgo se centra en que los historiadores no solo comparan el explanandum (el
caso de estudio) y su clase de diferencia. Si no también las posibles explicaciones entre sí,
para reducir el rango de explicaciones posibles.

El modelo comparativo no hace hincapié en una ley o en las acciones deliberadas de los
individuos, sino en lo que Lorenz denomina “el desvío de explicaciones causales rivales”
(“inducció n eliminativa” o eliminació n de otros candidatos a la causa). Una explicació n no
só lo se puede hacer con pruebas positivas, sino también ex negativo, descartando
explicaciones poco verosímiles.

Este modelo comparativo se relaciona muchas veces con la historia contrafactual, que
emplea argumentos del tipo “si hubiera sucedido X…”. Aunque los historiadores prefieren
evitar este tipo de experimentos mentales, las explicaciones histó ricas tienen siempre de
forma inevitable cierto componente contrafá ctico, pues la explicació n se ve con má s
claridad cuando se contrasta con lo que podría haber sucedido.

La mayor parte de libros histó ricos mezclan los tres modelos de explicació n: intencional,
comparativo y, quizá en menor medida, de cobertura legal. Se trata de tipos ideales que nos
ayudan a analizar a los autores, qué tipos de explicaciones elaboran y en qué premisas se
basan esas explicaciones.

9. RELACIÓ N EPISTÉ MICA (III): VERDAD Y VEROSIMILITUD

En los combates nacionalistas, los argumentos histó ricos son armas importantes, sobre
todo a la hora de encontrar los orígenes de uno u otro símbolo. Pero se plantea la cuestió n
filosó fica sobre la naturaleza de la verdad en los argumentos histó ricos y sobre la forma en
que se puede determinar esa verdad.

 Verdad y esclarecimiento de la verdad

El concepto de “verdad”, aunque muy utilizado, es complejo. “Verdadero”, en sentido


ló gico, significa que esa idea se corresponde con la realidad. Por tanto, en historia, algo
verdadero se correspondería con la realidad histó rica. Esto en filosofía se denomina
teoría de la verdad como correspondencia.

Pero es necesario distinguir entre lo que entendemos por verdad y la forma en que
podemos determinar la verdad de una afirmació n. Es decir, distinguir entre verdad y
esclarecimiento de la verdad. La teoría correspondentista no tiene en cuenta el hecho de
que no es posible inspeccionar la realidad histó rica, sino ú nicamente hipótesis sobre la
realidad histó rica elaboradas a partir de fuentes. Esto supone que nunca se podrá afirmar
la veracidad partiendo de esta teoría.

Otra teoría redefine el concepto de verdad. La teoría de la verdad como coherencia


señ ala que una afirmació n es verdadera si encaja en un sistema coherente de convicciones.
Esta teoría subraya que la verdad no es una propiedad que las personas atribuyan a
afirmaciones, sino que solamente aceptan como verdaderas las convicciones coherentes
con sus demá s convicciones. Esto obliga a revisar las convicciones existentes, rechazar
nuevas perspectivas o mezclar ambas, hasta lograr una conexió n entre sus convicciones y
el resto del mundo. Estos “sistemas de creencias” desempeñ an un papel decisivo en los
procesos de esclarecimiento de la verdad.

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Sin embargo, esta teoría no tiene en cuenta que esa verdad puede provenir de convicciones
equivocadas. Por lo tanto, habría que separar la “verdad” de la “exactitud”, la “correcció n”
o la “verosimilitud”. Transformado así, el concepto de “verdad” se vuelve inservible para el
historiador.

Ambas teorías presentan puntos débiles. La correspondentista tiene su punto fuerte en la


definición de verdad, mientras que la coherentista sirve para la determinar la verdad de un
argumento histó rico.

Otra teoría que pretende evitar los problemas de las anteriores es la Aletheia, definida por
Martin Heidegger como la verdad como revelació n de la naturaleza de las cosas o de la
esencia de la realidad. Otros autores, como Bernhard Schlink, señ alan que una novela es
“verdad”, tanto en cuanto revela algo sobre la condició n humana. Por su parte, Frank
Ankersmit, indica que en un texto histó rico puede haber frases verdaderas sobre el
pasado, pero que el texto en su conjunto también es un tipo de verdad (Aletheia).

 Verosimilitud relativa

Actualmente, se presta má s interés a la operacionalización del concepto de verdad, es


decir, establecer bajo qué criterios algunas afirmaciones resultan má s verosímiles que
otras.

El teó rico de la historia Noël Carroll ha llamado la atenció n sobre criterios como
exactitud, precisió n y amplitud, para determinar la verosimilitud relativa de las
afirmaciones histó ricas. Es probable que las afirmaciones a las que se concede un alto
grado de exactitud, precisió n y amplitud sean verdaderas. Carroll se adscribe a una teoría
de la verdad como correspondencia, pero pone el acento en la bú squeda de la verdad por
parte de los historiadores.

El filó sofo de la historia Mark Bevir, en su obra The Logic of the History of Ideas (1999)
establece 6 criterios para evaluar los argumentos histó ricos: exactitud, amplitud,
coherencia, originalidad, fecundidad y transparencia.

1.º. Exactitud: que las fuentes no lo contradigan.


2.º. Amplitud: que las proposiciones generales, prevalezcan sobre las
individuales.
3.º. Coherencia: que la argumentació n sea só lida y sin contradicciones
internas.
4.º. Originalidad: que introduzca nuevas perspectivas en el debate.
5.º. Fecundidad: que obtenga respuestas críticas y de consenso.
6.º. Transparencia: que argumente de forma clara y verificable.

Bevir no valora la “calidad de la verdad”, sino su “capacidad de convicció n” frente a otras


afirmaciones en competencia. El autor utiliza criterios de comparación, por lo que la
verosimilitud de una afirmació n histó rica se valora compará ndola con otras afirmaciones
y eliminando las afirmaciones que sean menos competentes en lo que respecta a exactitud,
amplitud, coherencia, originalidad, fecundidad y transparencia.

Tanto Carroll como Bevir no centran sus reflexiones en las definiciones de verdad, siempre
rodeadas de complejidades, sino en los criterios que permiten distinguir las afirmaciones
verosímiles de las menos verosímiles. Si bien llegar a LA VERDAD es imposible, el
historiador cuenta con criterios para esclarecer LA VEROSIMILITUD.

 Representaciones histó ricas

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Los historiadores suelen emplear constantemente conceptos como Renacimiento, Gran
Despertar, Revolución Francesa, Guerra Fría, etc. El filó sofo William H. Walsh los
denominó “conceptos coligadores”, ya que amalgaman distintas personas, acontecimientos
y estados de cosas. No es un tipo ideal aplicable a todos los tipos de campos de
investigació n, sino el nombre propio de una propuesta de ordenamiento del pasado que
los historiadores distinguen en una zona y periodo determinado.

El debate surge en si estos “conceptos coligadores” son “verdad” o “falsedad”. Para el


teó rico de la historia Frank Ankersmit4 no son ni una cosa ni otra, puesto que no tienen
referente en el pasado y, por tanto, atendiendo a la teoría correspondentista, no se puede
aplicar el concepto de verdad. El orden que introducen estas representaciones históricas
se debe situar en el nivel del pensamiento histó rico y no en el de la realidad histó rica. Por
supuesto, eso no supone decir que estas representaciones estén completamente
infundadas. Para Ankersmit se puede valorar su verosimilitud aplicando criterios como
los vistos anteriormente y añ adiendo otro como la “maximizació n de alcance”, es decir,
cuanto má s amplio es el alcance de una representació n má s convincente resulta.

Ankersmit, al igual que Carroll y Bevir, hace un desplazamiento de “verdad” a


“verosimilitud” y subraya que una separació n de la verdad como concepto filosó fico no
supone rendirse al relativismo del “todo desaparece”.

Por ú ltimo, Ankersmit apunta, al igual que Bevir, que es necesaria una comparación con
ensayos competidores para determinar la capacidad de convicció n relativa de un estudio
histó rico.

10. LA RELACIÓ N MORAL: LECCIONES DEL PASADO

 Historia magistra vitae

En la Antigü edad (Grecia, Roma, China), la historia se consideraba “maestra de vida” y


materia fundamental en la formació n moral. Por medio de los exempla histó ricos, se
intentaba instruir y mostrar los errores del pasado que debían evitarse. Estas obras
primaban la utilidad didá ctica y mostraban una excesiva despreocupació n por la
correcció n histó rica.

La necesidad de extraer ejemplos morales del pasado sigue siendo muy fuerte hoy, pero es
cierto que ha crecido el escepticismo sobre los exempla en los círculos profesionales. Esta
objeció n se centra en 4 puntos:

Uno. Si el pasado es “diferente” del presente, las perspectivas morales del pasado no se
pueden aplicar sin má s al presente.
Dos. Cada generació n o cada ser humano resuelve sus propias cuestiones morales, no
existen lecciones universales.
Tres. Esto convierte a las lecciones del pasado en arbitrarias y, por tanto, irrelevantes
para el historiador.
Cuatro. Se corre el riesgo de distorsionar el pasado al dividir el mundo en buenos y
malos, o al reducir los complejos desarrollos histó ricos a meras simplificaciones.
Es lo que el historiador Herbert Butterfield (1900-1979) denomina historia
whig.

Los 4 puntos admiten reservas:

4
Su libro Narrative Logic (1983).

17
Uno. Los dos primeros argumentos dan por sentado que algo solo puede ser aprendido
si el sujeto que aprende y el objeto aprendido está n emplazados en las mismas
circunstancias. Sin embargo, precisamente son las diferencias entre pasado y
presente las que permiten aprender algo del “entonces” en el “ahora”.
Dos. Las lecciones en cuestió n no son generalizaciones que trascienden en el tiempo y
el espacio, sino experiencias que contribuyen al saber del historiador.
Comprender có mo actú an los seres humanos con determinados caracteres o en
determinadas circunstancias, sus objetivos, los obstá culos que encuentran, las
consecuencias de sus actos, etc.
Tres. Las lecciones no deben suponerse como proposiciones unívocas. La existencia de
interpretaciones diferentes sobre un mismo pasado no tiene por qué ser malo.
Cuatro. El estudio del pasado debe respetar las diferencias entre entonces y ahora,
y hacerle justicia al cará cter distintivo de los agentes histó ricos.
Cinco. El pensamiento histó rico no solo ofrece lecciones histó ricas (explícitas), sino que
también tiene implicaciones morales (implícitas). El método histó rico que
propugna la contextualizació n de las fuentes y la atenció n a có mo sus autores
interpretaban el mundo, empuja a conocer qué mensajes morales transmiten.

La crítica de las lecciones morales es vá lida mientras dichas lecciones se identifiquen con
la posició n propia de una persona que se proyecte al pasado o que sirva como norma para
medir ese pasado.

Sin embargo, existe un tipo de relació n moral con el pasado en la que los historiadores
buscan ser puestos en cuestió n, definida por Herman Paul como “conversación
histórica”.

 La conversació n histó rica

Herman Paul se inspira en el teó rico de la literatura Wayne C. Booth (1921-2005) y en la


filó sofa Martha C. Nussbaum. Presenta 7 principios:

1. Todo admite algú n tipo de reflexió n moral. No hay persona, ni acontecimiento ni


situació n del pasado o del presente carente de moralidad.
2. Los historiadores no deben hacer una evaluación de la moral del pasado, sino
imaginar có mo era ese universo moral.
3. La conversació n histó rica plantea preguntas como “¿Qué era moralmente
importante para otras personas de otros tiempos?” “¿Qué era para ellos una buena
vida?” “¿Có mo se traducía esa perspectiva en sus patrones de vida?”. Por lo tanto,
presupone una relació n epistémica con el pasado, con la mirada puesta en la
investigació n só lida, el conocimiento y la comprensió n, y dejando de lado la
antigua historia magistra vitae.
4. La conversació n histó rica quiere aprender sobre prácticas e ideales morales del
pasado y traer lecciones para el pasado a partir de ellos. Al contrario que la
historia whig, no proyecta valores morales contemporá neos hacia el pasado, sino
que es una “puesta en cuestió n”: ¿Nuestras convenciones morales son irrefutables?
¿Qué fuentes morales hemos abandonado, consciente o inconscientemente?
¿Podemos aprender algo de la forma en que otras personas de otros tiempos
concebían la buena vida?
5. Las lecciones morales del pasado no son imperativos atemporales, sino que vienen
a aumentar las experiencias morales de las personas, el conjunto de valores con los
que las personas definen sus vidas.
6. La conversació n histó rica permite realizar juicios morales comparativos, mediante
unidades de comparació n histó ricas. Emitir juicios, positivos o negativos, desde el

18
pasado. No enaltece el pasado, sino que amplía el repertorio de experiencias
morales que las personas llevan consigo.
7. Los historiadores, al acercarse a un pasado extrañ o, diferente y desconocido para
aprender a partir de él en el presente, introducen implicaciones morales en su
investigació n, como el respeto al otro, el aprecio por la diversidad cultural, la
empatía, etc.

En resumen, la conversació n histó rica intenta hacer explícitas las implicaciones morales
de la investigació n histó rica e invitar al lector de estudios histó ricos a conversar con
perspectivas morales venidas de tiempos y lugares diferentes, aventurarse a salir de su
zona de confort y ampliar su esfera de reflexió n moral.

11. GESTIÓ N DE RELACIONES: LA É TICA DE LA INVESTIGACIÓ N HISTÓ RICA

Las cinco relaciones que se pueden establecer con el pasado (material, estética, política,
epistémica y moral) no existen nunca aisladas y suelen aparecer entremezcladas en los
trabajos académicos. La cuestió n que puede abordarse es si tienen todas estas relaciones
la misma importancia o hay alguna a la que se debe prestar un mayor peso. Es lo que
podría llamarse la “gestió n de relaciones”.

 La ética de la investigació n histó rica

Existen 3 respuestas que pueden darse a la “gestió n de relaciones”.

1. Los historiadores deben mantener exclusivamente una relació n epistémica


con sus fuentes. Si mezclan esta relació n con otras, ya no estará n haciendo
una verdadera investigació n académica.

2. Los historiadores son seres humanos y establecen relaciones epistémicas,


morales, políticas, psicoló gicas, estéticas, religiosas y econó micas con sus
fuentes. Por lo tanto, no tiene má s peso la orientació n epistémica.

3. Todas las relaciones está n presentes en toda obra histó rica, pero no todas
tienen el mismo peso. En la investigació n histó rica, la relació n epistémica
es la má s importante y el resto deben ser conocidas y estar “controladas”.

La primera respuesta es la que se podría denominar positivista que defiende la idea de


que la investigació n debe ser “pura” y “libre de contaminació n”, no admitiendo la idea de
que la investigació n tenga aspectos morales, políticos, estéticos, religiosos o econó micos.
El problema es que este planteamiento es altamente “ideal” e inalcanzable.

La segunda sería la respuesta relativista, segú n la cual todas las relaciones está n siempre
presentes y, por tanto, toda investigació n debe incluir todas esas relaciones. Lo que este
argumento pasa por alto es que hay relaciones má s importantes que otras.

Ambas respuestas utilizan implícitamente la ló gica de “una cosa u otra”.

La tercera respuesta, la “tercera vía”, corresponde a la posició n hermenéutica, que


combina la idea de que no existe un acercamiento monomaníaco al pasado, con el deseo de
diferenciar entre géneros distintos como la investigació n académica y la literatura.
Siguiendo al filó sofo Michael Oakeshott (1901-1990), se habla de “jerarquía de actitudes
hacia el pasado” o “jerarquía de propósitos” que los historiadores tienen cuando miran
al pasado.

19
Los historiadores sitú an el conocimiento y la comprensió n en lo má s alto de su jerarquía
de propó sitos, dando primacía a la relació n epistémica. La investigació n histó rica es una
prá ctica orientada a adquirir conocimiento y comprensió n sobre el pasado. Esto no
significa que deban abandonar ni reprimir sus relaciones no epistémicas con el pasado.

En este “equilibrio de relaciones”, la vía hermenéutica nos lleva al á mbito de la ética


profesional, es decir, la forma en que los historiadores gestionan sus relaciones para
desempeñ ar un trabajo académico responsable. La ética señ ala actitudes a evitar
(invenció n, falsificació n y plagio), pero Herman Paul añ ade 3 aspectos que debe implicar el
trabajo académico:

a. Los historiadores procuran hacer preguntas relativas al conocimiento y la


comprensió n del pasado, aunque no siempre está n de acuerdo en lo que son el
conocimiento y la comprensió n ni en có mo se adquieren.

b. Los historiadores procuran ampliar su conocimiento por medio de hipó tesis que
someten a constante corrección, aunque es probable que estén en desacuerdo
sobre el tipo de inferencias que permiten hacer las fuentes.

c. Los historiadores procuran mantener cierta distancia de los propó sitos no


epistémicos, aunque es probable que estén en desacuerdo sobre lo que constituye
una amenaza y sobre cuá nta distancia crítica se requiere.

Estos 3 aspectos apelan a:

o Las capacidades ascéticas de los historiadores, es decir, su capacidad para negarse


ciertas cosas a fin de conseguir mejores resultados profesionales. Una
autodisciplina que les permita renunciar al idealismo, asimilar las malas noticias,
descartar interpretaciones complacientes, suspender impresiones propias y
sumergirse en perspectivas ajenas.

o Esta capacidad ascética es relativa, no absoluta. No se pide a los historiadores que


renuncien a sus relaciones no epistémicas, sino que procuren subordinarlas a la
relació n epistémica, para obtener una investigació n histó rica ética.

 Objetividad

La “objetividad” fue la base de la ética en la investigació n histó rica hasta los añ os sesenta
del siglo XX. Pero resulta necesario concretar su significado. El historiador Allan Megill
distingue 4 tipos de objetividad.

1. Objetividad absoluta. Sería la posició n de sujeto de alguien que ve la realidad


como “es”, desconectada de perspectivas mundanas, sin obstá culos de la
subjetividad humana, imparcial y atemporal. Este tipo de objetividad es ingenua e
imposible de concebir, como ya se ha señ alado.

2. Objetividad procedimental. Supone superar las inexactitudes y prejuicios


humanos mediante el uso de técnicas, métodos y procedimientos impersonales.
Por ejemplo, el método científico, la investigació n histó rica, la periodística o
reglamentos parlamentarios.

20
3. Objetividad disciplinar. Se logra a partir de largos procesos de crítica y debate
entre diferentes miradas “expertas”, donde se alcanza un consenso má s o menos
objetivo acerca de algo. Es lo que se denomina “Paradigma”5.

4. Objetividad dialéctica. Parte de la idea de que la subjetividad no es un obstá culo,


sino una condició n necesaria para construir el conocimiento y la comprensió n del
pasado. Se produce una interacció n entre historiadores y de éstos con sus fuentes,
en una relació n de igualdad y reciprocidad (E.H. Carr). Los historiadores ponen su
subjetividad en la palestra y la abren a correcció n a través de la confrontació n
crítica con sus fuentes. Para Paul, este tipo de objetividad es el nú cleo de la ética
de la investigació n histó rica.

 Virtudes epistémicas

El có digo ético de la American Historic Association (AHA) obliga a los historiadores a


comprometerse con los propó sitos epistémicos en sus trabajos. Otros có digos van en la
misma línea: reforzar las virtudes epistémicas del historiador.

En cuanto al término “virtud”, presenta 4 características:

o Se refiere a una cualidad que las personas cultivan y practican a fin de


conseguir un propó sito determinado.
o La virtud persigue un objetivo. Las virtudes epistémicas persiguen el
conocimiento y la comprensió n, las morales, la bondad y la justicia, las
políticas, el ejercicio de poder y la toma de decisiones. La virtud necesita de
un propó sito y está influenciada por dicho propó sito.
o Las virtudes difieren de las normas por su grado de realización, es decir,
mientras las normas se acatan o se incumplen, las virtudes se practican en
cierto grado, hasta cierto punto, y normalmente son inalcanzables en
términos absolutos.
o Nunca existen aisladas, sino que se requiere una multiplicidad de
virtudes. Por ejemplo, los historiadores necesitan precisión, pero también
curiosidad, empatía o valor para proponer inferencias o hacer
generalizaciones.

En resumen, Herman Paul señ ala que las virtudes epistémicas (empatía, exactitud, valor,
curiosidad y objetividad dialéctica) ayudan al historiador a dedicarse al conocimiento y
comprensió n del pasado, su propó sito principal. Se deben descartar las tres primeras
variantes de “objetividad” y escapar de la dicotomía entre positivismo y relativismo.

Por ú ltimo, el historiador debe ser consciente de la atracció n que ejercen los propó sitos no
epistémicos. Pero, aunque sean omnipresentes, no deben convertirse en omnipotentes. Y
no debe dudarse en hacer explícitas esas relaciones que el individuo establece con el
pasado de forma honesta, logrando así una investigació n íntegra y ética.

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Definido por el filósofo Thomas S. Kuhn (1922-1996) como los supuestos, problemas, métodos y
técnicas que comparten generaciones enteras de estudiosos de un campo científico.

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