Ciencia Política Introducción a la Ciencia Política Castro-Gómez Santiago. (2005). “Lugares de la Ilustración”. La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816). U. Javeriana, Bogotá, pp. 20-65 Reseña de la lectura El autor narra sobre un ensayo de 1774 del filósofo Immanuel Kant, donde afirma que la Ilustración es "la salida del hombre de la minoría de edad", es decir, "la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la dirección de otro". También creía que la madurez todavía estaba incompleta en la Europa de su tiempo, era negativo aceptar la autoridad de la tradición y someter toda creencia ante el tribunal supremo de la razón, para que allí fueran juzgadas de acuerdo a los principios de la misma razón, los pueblos y los individuos que se resistieran a seguir este camino para Kant eran como "auto culpables" y merecedores de su propia miseria, ya que las condiciones están ya dadas para que a finales del siglo XVIII la humanidad saliera de la ignorancia. En ese mismo año, pero al otro lado del mundo, el virrey de la Nueva Granada, don Manuel de Guirior, encargó al fiscal Francisco Moreno y Escandón redactar un plan de estudios que sirviera de base a la organización de una universidad que formara a la élite criolla en los principios científicos de la Ilustración. Dos años más tarde, el abate holandés Cornelius de Paw publicó en la Enciclopedia un artículo en el que sostuvo que ningún ser nacido en América era capaz de ilustrarse, pero a los cinco años, una coalición de criollos, indios y mestizos, neogranadinos, se rebeló contra las autoridades ilustradas para protestar contra el aumento de impuestos ordenado los borbones para financiar su guerra imperialista contra los ingleses. Un optimista filósofo prusiano, se atrevió a tomar la palabra en nombre de la humanidad entera para anunciar la llegada de una "época de ilustración" en la que todos podrían utilizar su entendimiento sin servirse de autoridades exteriores, pero un sacerdote afirmó que los habitantes de América eran incapaces de "servirse de su propio entendimiento", mientras que al otro lado del Atlántico, una "autoridad exterior" americana hizo propio el programa de la ilustración y ordenó la creación de una universidad pública, pero un sector de la élite criolla local no estaba de acuerdo porque veían la Ilustración como una amenaza directa a sus privilegios tradicionales. Al mismo tiempo, una coalición de personajes nativos de América, apelaron a conocimientos y certezas locales para organizar la oposición tanto a la élite blanca contra ilustrada, como al despotismo ilustrado de los virreyes. El autor afirma que la Ilustración no era un fenómeno europeo que se "difundía" luego por todo el mundo, sino simplemente un conjunto de discursos con diferentes lugares de producción y enunciación que en el siglo XVIII tenía gran circulación mundial. La hipótesis de lectura descrita por el autor era que el escenario de la Ilustración fue la lucha imperial por el control de los territorios claves para la expansión del naciente capitalismo y de la población que habitaba esos territorios.
1.1 El proyecto de Cosmópolis
El filósofo Stephen Toulmin argumentó que hacia mediados del siglo XVII una nueva y extraña visión de la naturaleza y de la sociedad empezó a emerger en el seno de la intelectualidad europea. Durante los siglos XV y XVI reinaba en Europa una concepción "práctica" del conocimiento, donde las cuestiones filosóficas estaban vinculadas con problema relativos a la experiencia de la vida humana. El conocimiento debía concentrarse en asuntos circunstanciales, en lugar de dirigirse hacia cuestiones generales y escolásticas, desligadas de la experiencia vital, pero a lo largo del siglo XVII las cosas cambiaron radicalmente. La utilización de precisos instrumentos para observar los astros y calcular sus movimientos, el desarrollo de las matemáticas y la física, los nuevos asentamientos coloniales de Europa y la concomitante expansión de la economía capitalista, transformaron la mirada sobre el mundo social y natural. Toulmin sintetizó en cuatro puntos este "cambio de mentalidad" que empezó a operarse en la comunidad intelectual europea desde el siglo XVII: a) La lógica y la retórica, que hasta entonces habían sido vistas como campos legítimos de la ciencia se consideraron irrelevantes. En lugar de la argumentación oral se instauró la prueba escrita, como forma única de validar y transmitir conocimientos. b) La teoría jurídica y moral fueron reemplazadas por la ética como especulación orientada al estudio de principios universales de comportamiento. c) Las fuentes empíricas de conocimiento utilizadas por los humanistas fueron vistas como causas de error y confusión. La única fuente confiable de conocimiento eran las operaciones internas del entendimiento. d) El tiempo y el espacio, variables esenciales en la reflexión de los pensadores renacentistas, se descartaron como objetos dignos de la especulación filosófica. Toulmin concluyó que, bajo esta nueva configuración epistémica, el conocimiento sobre la vida humana intentaba reunir dos aspectos simbolizados por las palabras griegas cosmos y polis, donde Cosmos era la naturaleza ordenada, regida por leyes fijas y eternas, descubiertas por la razón, mientras que polis era la comunidad humana y las prácticas de organización. Desde la ciencia, apareció la pretensión de elaborar un tipo de conocimiento que tomara al hombre y a la sociedad como objetos de estudio sometidos a la exactitud de las leyes físicas, desarrollado por Newton; desde la política, apareció la pretensión de crear una sociedad racionalmente ordenada desde el poder central del Estado. Lo que permitió formular este proyecto mismo era la idea de que la sociedad podía ser observada desde un lugar neutro de observación, no contaminado por las contingencias relativas al espacio y el tiempo, René Descartes logró expresar con tanta claridad semejante pretensión. Además, expuso la certeza en el conocimiento científico sólo era posible si el observador se deshacía previamente de todas las opiniones ancladas en el sentido común. Había que eliminar toda fuente de incertidumbre, porque la causa principal de los errores en la ciencia provenía de la excesiva familiaridad que tenía el observador con su medio ambiente social y cultural. Además, recomendó que las "viejas y ordinarias" opiniones de la vida cotidiana debían ser suspendidas, con el fin de encontrar un punto sólido de partida desde el cual sea posible construir de nuevo todo el edificio del conocimiento. Ubicarse en el punto cero equivalía a tener el poder de instituir, de representar, de construir una visión sobre el mundo social y natural reconocida como legítima y avalada por el Estado. Se trataba de una representación en la que los "varones ilustrados" se definían a sí mismos como observadores neutrales e imparciales de la realidad. La construcción de Cosmópolis no solo era una utopía para los reformadores sociales en el siglo XVIII, sino también una obsesión para los imperios europeos que en ese momento se disputaban el control del mundo. 1.1.1 El plano de la trascendencia El autor menciona a Michael Hardt y Antonio Negri, que decían que la Ilustración ponía en marcha un aparato de fundación trascendental, con el objetivo de establecer mediaciones racionales para todos los ámbitos de acción humana. La política, el conocimiento y la moral quedaron sometidas a un orden pre-constituido que, sin reproducir los viejos dualismos de la Edad Media, sí postulaba un nuevo ordenamiento metafísico del mundo. No era ya Dios sino la naturaleza humana el garante de que las leyes del cosmos tuvieran correspondencia con las leyes de lapolis. Quizás en el Tratado de la naturaleza humana, escrito por David Hume en 1734, se formuló sistemáticamente el proyecto de una ciencia fundada en el plano trascendente de la naturaleza humana, que sirviese de base racional para la construcción de Cosmópolis. Al igual que Descartes, Hume propuso "un sistema completo de las ciencias, edificado sobre un fundamento casi enteramente nuevo, el único sobre el que las ciencias puedan basarse con seguridad". Para Descartes, la objetividad de la ciencia provenía de un método en el que se busca en la conciencia una certeza primaria estrictamente matemática y deducir de ella todas las verdades científicas, en cambio Hume pensaba que todas las ramas de las ciencias parecían ocuparse de objetos que se encuentran fuera de la conciencia, en realidad eran los hombres mismos quienes juzgaban acerca de la verdad o falsedad de las proposiciones que utilizan para estudiar esos objetos. En otras palabras: del mismo modo como la física logró establecer las leyes que gobernaban el mundo celeste, la ciencia del hombre debía aplicar el mismo método para establecer las leyes que gobernaban el mundo terrestre de la vida social. Tanto Hume como Descartes, ubicaban a la ciencia del hombre en un punto cero de observación, capaz de garantizar su objetividad. Sólo que, a diferencia de aquel, ese punto cero era alcanzado mediante la aplicación del método experimental, con el objetivo de establecer una analogía entre el universo newtoniano y el universo político-moral. Para Hume, como para Hobbes, las leyes de la sociedad no existían antes de que los individuos acordaran ser un grupo social. Para el pensador escocés, lo que les llevó a establecer tal acuerdo no fue la inseguridad resultante de la guerra de todos contra todos, como suponía Hobbes, sino la necesidad de satisfacer el impulso natural de adquirir bienes y posesiones para las personas y sus amigos más cercanos. En suma: la ciencia del hombre establece que en el origen de la sociedad humana se encuentra la creación de un mecanismo regulador de la economía, que permita a los individuos satisfacer sus necesidades naturales, pero sólo hasta el punto de no perjudicar lo que todos valoran como interés público: la auto-conservación. Entonces este "gran descubrimiento" de la ciencia del hombre proclamado por Hume en la primera mitad del siglo XVIII, fue recogido y desarrollado por el pensador escocés Adam Smith. Al igual que Hume, Smith estaba convencido de que la ciencia del hombre debía sustentarse en el modelo de la física señalado por Newton. El orden social, al igual que el natural, era regido por un mecanismo que actuaba separado de las intenciones humanas. La división del trabajo y la propensión al comercio mediante el intercambio de bienes eran, entonces, fenómenos universales que no dependían de la conciencia individual de nadie ni de la cultura a la que alguien pertenecía, sino que se hallaban reguladas por un mecanismo impersonal que, precisamente, constituyó el objeto de estudio de la ciencia del hombre. Tanto Hume como Smith se preguntaron cómo potenciar la búsqueda del propio beneficio, de tal manera que los intereses egoístas de los individuos pudieran ser armonizados con los intereses de la colectividad. Mientras que Hume creía que era necesario reprimir el deseo natural de satisfacer lo cercano por encima de lo remoto para asegurar la convivencia pacífica, en cambio Smith pensaba que cualquier tipo de coacción sobre la naturaleza humana era perjudicial. Antes que reprimir, era mejor potenciar las tendencias egoístas que movilizaban las acciones de los hombres. La trascendentalidad del mercado mundial se fundamentaba en las leyes de la naturaleza humana, descubiertas por la economía política. Por eso, la ciencia que estudia esta naturaleza debía liberarse de cualquier opinión pre-científica y ubicarse en el plano de la trascendencia, en el punto cero desde el cual podrá ganar una mirada objetiva y totalizante sobre su objeto de estudio. La tradición marxista ha señalado que ese lugar de poder es el de la pujante burguesía comercial inglesa, con su escala de valores centrada en la ética del trabajo, el mercantilismo y el utilitarismo. Castro-Gómez analiza, el programa de Smith y Hume como una expresión que se oponía a los valores de la aristocráticos centrados en el ocio, la economía de subsistencia y la inutilidad del conocimiento. Sin embargo, y aun reconociendo el vínculo obvio que existe entre la Ilustración y la burguesía europea, el locus enuntiationis de Smith y Hume posee una dimensión que va más allá de su condición de "clase" en el marco del capitalismo inglés. Para esa época, Inglaterra, Holanda y Francia se encontraban disputando el control del circuito del Atlántico, que había estado en manos de España desde el siglo XVI. Estas potencias sabían que era necesario generar enclaves comerciales en las colonias de ultramar, con el fin de aprovechar la mano de obra no europea. Inglaterra en particular decidió fundar colonias estables en la ruta hacia las Indias, para que los trabajos productivos de los nativos pudieran abrir nuevos mercados, subir las ganancias de las compañías de comercio. El acceso a nuevas fuentes de riqueza dependía entonces de la interacción asimétrica entre colonos europeos y poblaciones nativas. Y es aquí donde el proyecto ilustrado de Cosmópolis, ejemplificado por Smith y Hume, puede ser visto como un discurso colonial. Una de las tareas centrales de la ciencia del hombre era mostrar, que no todas las poblaciones del planeta se encontraban en el mismo nivel de la evolución humana y que esta asimetría obedecía a un plan maestro de la naturaleza. La ciencia del hombre procurará dar cuenta no sólo del origen de la sociedad humana, sino que intentará reconstruir racionalmente su evolución histórica, con el fin de mostrar en qué consiste la lógica inexorable del progreso. Una lógica que permitirá a Europa la construcción ex negativo de su identidad económica y política frente a las colonias, y que ayudará a los criollos de las colonias a fortalecer su identidad racial frente a las castas. 1.1.2 La negación de la simultaneidad Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el proyecto ilustrado de una ciencia del hombre buscó reconstruir la evolución histórica de la sociedad humana, pero este enfrentaba un serio problema metodológico: ¿cómo realizar observaciones empíricas del pasado? Si la observación científica se basa en el "método experimental de razonamiento" que le garantiza ubicarse en el punto cero, la solución a este dilema se apoyaba en el simple razonamiento que ciertamente no era posible tener observaciones científicas sino de sociedades del presente; pero sí era posible defender racionalmente la hipótesis de que algunas de esas sociedades han permanecido estancadas en su evolución histórica, mientras que otras han realizado progresos ulteriores. La hipótesis de fondo es entonces la siguiente: como la naturaleza humana es una sola, la historia de todas las sociedades humanas puede ser reconstruida a posteriori como siguiendo un mismo patrón evolutivo en el tiempo. Bastará con observar y comparar con el método analítico, para determinar cuáles de esas sociedades pertenecen a un estadio inferior (o anterior en el tiempo) y cuáles a uno superior de la escala evolutiva. Este procedimiento fue ensayado por John Locke y Thomas Hobbes en el siglo XVII, cuando intentaban explicar el origen histórico del Estado, En su segundo Ensayo sobre el gobierno civil, Locke investiga el tránsito de la sociedad humana desde el estado de naturaleza hacia el estado civil. Pero este "estadio primitivo" de la sociedad humana empieza a quedar atrás cuando la densidad poblacional crece y aparece la competencia de unos pueblos con otros por la apropiación de los recursos, estableciéndose así la necesidad del comercio y la división racional del trabajo. La observación comparativa de Locke estableció que entre las sociedades contemporáneas europeas y las americanas existe una relación de no simultaneidad. Mientras que las sociedades europeas han logrado desarrollar un modo de subsistencia basado en la división especializada del trabajo y el mercado capitalista, las sociedades americanas se encuentran ancladas en una economía perteneciente al "pasado de la humanidad". Para el punto cero, todas las sociedades aparecen como regidas por una ley inexorable que les conducirá, más tarde o más temprano, hacia el pináculo de la economía capitalista moderna. Pero quizás Anne-Robert-Jacques Turgot expresó de mejor manera la pretensión de reconstruir científicamente las leyes que rigen el desarrollo de la historia humana, donde la mirada científica sobre el pasado debía quedar libre de la narrativa cristiana de la "historia de la salvación". Ya sin ese lastre metafísico, la historia pasa a ser vista como el resultado de la lucha feroz entablada por el hombre para dominar la naturaleza mediante el trabajo; lucha que no es producto del azar, sino que está gobernada por las mismas leyes mecánicas que estudió Newton. El filósofo debe dar cuenta de esas leyes, que son las mismas para cada sociedad, porque todos los hombres están dotados con los mismos órganos, sus ideas se forman obedeciendo a una misma "lógica" y sus necesidades, inclinaciones y reacciones frente a la naturaleza son las mismas. La reconstrucción racional de Turgot labora sobre el supuesto de que la naturaleza humana es una sola y, por tanto, de que en el comienzo de la historia todos los hombres eran iguales en la escasez y la barbarie. En la "primera época de la humanidad" los hombres vivían sumergidos en el caos de las sensaciones, el lenguaje no era capaz de articular ideas abstractas y las necesidades básicas eran suplidas mediante una economía de subsistencia. De esta situación se logró salir cuando cuando el lenguaje se tornó más complejo, pues sólo entonces la escritura, las ciencias y las artes tendrán oportunidad de desplegarse. Así, los hombres aprendieron a dominar las fuerzas de la naturaleza, a organizar el trabajo, y la economía pasó de ser doméstica de subsistencia, a ser una economía de producción sustentada en el mercado. Tenemos entonces que, al igual que Hume y Smith, Turgot consideró la dimensión económica de la vida humana como la clave para una reconstrucción racional de la historia de los pueblos. Y al igual que Locke, pensaba que los "salvajes de América" tenían que ser colocados en la escala más baja de esa historia, puesto que en ellos se observa el predominio absoluto de la doxa en materia cognitiva, y de la escasez en materia económica. Aparece de nuevo el argumento de la no simultaneidad temporal entre las sociedades indígenas americanas y las sociedades ilustradas europeas. Observadas desde el punto cero, estas dos sociedades coexisten en el espacio, pero no coexisten en el tiempo, porque sus modos de producción económica y cognitiva difieren en términos evolutivos. Para Turgot la evolución de la humanidad parecía conducir necesariamente, con la misma necesidad de las leyes naturales, a la "ilustración" observada en las sociedades europeas de su tiempo. El capitalismo y la nueva ciencia de la Europa moderna es mirada como el criterio a partir del cual es posible medir el desarrollo temporal de todas las demás sociedades. Lo que no explicó del todo Turgot es por qué razón, si todos los hombres son iguales en cuanto a sus facultades naturales, el pensamiento científico y la economía de mercado surgieron precisamente en Europa y no se desarrollaron primero en Asia, África o América. 1.1.3 Razas inmaduras El autor retomó a Kant para establecer la relación entre el proyecto de las ciencias humanas y el concepto de "inmadurez", para mostrar de qué forma el pensamiento de Kant se vinculó con ese proyecto ilustrado, aunque sus escritos sobre antropología y geografía son vistos tradicionalmente como "obras menores" por la comunidad filosófica Como los demás pensadores europeos considerados hasta el momento, Kant estaba convencido de que el hombre debía ser mirado como parte integral del reino de la naturaleza y, por tanto, como un objeto de estudio de la “historia natural”. Sin embargo, pensaba que, además de ser parte de la naturaleza física, había algo en el hombre que escapaba al determinismo de las leyes naturales y que no podía ser estudiado por la historia natural, de ahí nace la naturaleza moral del hombre, cuyo estudio debía fundarse en un método diferente al utilizado por las ciencias empíricas. se dividía en dos grandes sub-disciplinas: la "geografía física" y la "antropología pragmática" Kant otorgó a la antropología pragmática una clara preeminencia metodológica sobre la geografía física debido, básicamente, a su concepción dualista de que el alma posee una mayor dignidad que el cuerpo y que, por tanto, el estudio de la naturaleza moral es superior al estudio de la naturaleza física. No es que Kant despreciara los avances que habían realizado las ciencias físicas de su tiempo, pero consideraba un despropósito aplicar, como quería Hume, el método de la experimentación en la moral. En lugar de tomar como objeto de estudio los aspectos de la vida humana que cambian con el tiempo, la antropología pragmática se concentró en aquello que no cambia nunca y que puede ser observado siempre del mismo modo: el "punto cero" de la moral. En cuanto al estatuto de cientificidad de la geografía física es el modo como Kant abordó el problema de las razas. El concepto de "raza", no tiene correspondencia alguna en la naturaleza. En opinión de Kant, su utilidad científica radicaba en que permitía establecer diferencias entre grupos que pertenecen ciertamente a una misma especie, pero que han desarrollado características hereditarias diferentes. Kant distinguió cuatro razas según la geografía y el color de la piel, introduciendo una variante con respecto a su taxonomía anterior, las cuales eran: la blanca, (Europa), la amarilla (Asia), la negra (África) y la roja (América). En otras palabras, Kant dijo que la raza, y en particular el color de la piel, debía ser vista como un indicativo de la capacidad o incapacidad que tiene un pueblo para "educar" la naturaleza moral inherente a todos los hombres. La ciencia del hombre defendida por Kant planteaba la existencia de una jerarquía moral entre los hombres basada en el clima y el color de la piel. Así como Turgot y Condorcet negaban la simultaneidad de los conocimientos y las formas de producción al establecer una jerarquía temporal en donde la nueva ciencia y la economía de mercado aparecen como instituciones vanguardistas del progreso humano. 1.2 El paradigma de la modernidad/colonialidad Castro-Gómez examinó el proyecto ilustrado de una “ciencia del hombre” desde dos perspectivas complementarias: una, epistemológica o hybris del punto cero y la otra perspectiva, donde las ciencias del hombre construyen un discurso sobre la historia y la naturaleza humana en la que los pueblos colonizados por Europa son el nivel más bajo de la escala de desarrollo, mientras que la economía de mercado, la nueva ciencia y las instituciones políticas modernas son presentadas, respectivamente, como fin de la evolución social, cognitiva y moral de la humanidad. 1.2.1 La orientalización del oriente El autor menciona la teoría poscolonial y el modo en que ésta fue desarrollada en Estados Unidos establece la relación estructural entre colonialismo y ciencias humanas, en específico, en el trabajo de Edward Said y, particularmente, en el más conocido de sus libros: Orientalismo, donde planteaba de una forma clara que el proyecto ilustrado de la ciencia del hombre se sustenta en un imaginario geopolítico que postula la superioridad de la raza blanca europea sobre todas las demás formas culturales del planeta, donde su argumento central era que la dominación imperial de Europa sobre sus colonias de Asia y el Medio la Oriente supuso institucionalización de una cierta imagen o representación sobre "el oriente" y "lo oriental". Las representaciones y "concepciones del mundo", así como la formación de la subjetividad al interior de esas representaciones son elementos fundamentales para el establecimiento del dominio colonial europeo. En opinión de Said, el colonialismo moderno no era tan solo el ejercicio arbitrario de un poder económico y militar, sino que posee una dimensión cognitiva que de aquí en adelante llamaremos la colonialidad. Castro-Gómez destaca el papel que Said otorga a las ciencias humanas en la construcción de este imaginario colonial. El orientalismo, ya desde el siglo XIX, encontró su lugar en la academia metropolitana con la creación de cátedras sobre "civilizaciones antiguas", en el marco del gran entusiasmo generado por el estudio de las lenguas orientales. La civilización "empieza" ciertamente en Asia, continuaron Grecia y Roma, que constituyen el referente cultural inmediatamente anterior de la Europa moderna. Como diría Hegel, la civilización recorre el mismo camino del sol: aparece en Oriente, pero se desplegó y terminó en Occidente. El orientalismo mostraba que el presente de Asia nada tenía que decir a Europa, puesto que sus manifestaciones eran viejas y habían sido ya "rebasadas" por la civilización moderna. De las culturas asiáticas tan solo interesaba su pasado, en tanto que momento "preparatorio" para la emergencia de la racionalidad moderna europea. Al relacionar el nacimiento de las ciencias humanas y el nacimiento del colonialismo moderno, Said deja en claro el vínculo ineludible entre conocimiento y poder señalado por autores como Michel Foucault que se concentró en el análisis de microestructuras de poder, Said amplió este análisis hacia las relaciones imperiales de poder, lo cual se ubica en el terreno de las geopolíticas del conocimiento. Para Said, el nexo geopolítico entre conocimiento y poder que ha creado al oriental es el mismo que sostiene la hegemonía cultural, económica y política de Europa sobre el resto del mundo a partir del Siglo de las Luces. De hecho, uno de sus argumentos más interesantes es que la colonialidad es un elemento constitutivo de la modernidad, ya que se representaba a sí misma, desde un punto de vista ideológico, sobre la creencia de que los centros y periferias se funda en una división ontológica. 1.2.2 La destrucción del mito de la modernidad La crítica al colonialismo tiene gran tradición en la teoría social latinoamericana. Sin embargo, y con algunas notables excepciones, son pocos los estudios que han hecho énfasis en la dimensión propiamente epistémica del colonialismo. Como era de esperarse, es desde la filosofía latinoamericana que empieza a delinearse una crítica al colonialismo que hace énfasis en su núcleo epistémico. Me refiero concretamente a los trabajos del filósofo argentino Enrique Dussel, y en particular a aquellos que tienen como centro de atención su crítica al eurocentrismo. Ya desde los setenta, propuso demostrar que, entre las grandes producciones teóricas de la filosofía moderna y la praxis colonial europea, existía una relación estructural. Partiendo de la crítica de Heidegger a la metafísica occidental, Dussel afirmaba que la filosofía moderna de la conciencia, desde Descartes hasta Marx, desconoció que el pensamiento no está descorporizado, sino que echa sus raíces en la cotidianidad humana. Por ello, la civilización europea ha mirado todo lo que no pertenece a ella como "barbarie", es decir, como naturaleza en bruto que necesita ser "civilizada". A partir de los años noventa, Dussel ha venido reformulando de manera creativa su teoría de la colonialidad. La tesis de Dussel dice que, a partir del siglo XVIII, el pensamiento ilustrado desarrolló una visión de sí mismo, un discurso sobre sus propios orígenes según el cual, la modernidad sería un fenómeno exclusivamente europeo originado desde finales la Edad Media y que luego, a partir de experiencias puramente intra-europeas como el Renacimiento italiano, la Ilustración, la Revolución Científica y la Revolución Francesa, no fueron fenómenos europeos sino mundiales y, por lo tanto, no pueden ser pensados con independencia de la relación asimétrica entre Europa y su periferia colonial. 1.2.3 El discurso de la limpieza de sangre La filosofía de la liberación de Dussel realiza un diálogo crítico con el análisis del sistema-mundo de Wallerstein, buscando integrar la crítica al colonialismo en una perspectiva globalizante. Sin embargo, el punto central de divergencia entre uno y otro proyecto, a saber, el planteamiento de Dussel sobre el surgimiento de una geo cultura moderna de corte hispano-católico antes de la Revolución Francesa, es algo que merece una reflexión más profunda. Esta labor fue realizada en gran parte por el semiólogo argentino Walter Mignolo, quien desarrolló una crítica explícita a las tesis de Wallerstein, asumiendo las reflexiones de Dussel en torno al surgimiento de una subjetividad moderno/colonial en el mundo hispánico. Aunque Wallerstein acertó en señalar que el sistema-mundo moderno comienza alrededor del año 1500, su perspectiva es todavía eurocéntrica, en opinión de Mignolo, Wallerstein continúa prisionero del mito construido por los filósofos de la Ilustración. En polémica con Wallerstein, Mignolo argumentó que los discursos universalistas que validaban la expansión mundial del capital no surgieron durante los siglos XVIII y XIX sobre la base de la revolución burguesa en Europa, sino que aparecieron ya desde el largo siglo XVI y coincidiendo con la formación del sistema mundo moderno/colonial. El primer discurso universalista de los tiempos modernos no está vinculado con la mentalidad burguesa liberal sino, paradójicamente, con la mentalidad aristocrática cristiana. En tanto al esquema cognitivo de clasificación poblacional, el discurso de la limpieza de sangre no es producto del siglo XVI. Echa sus raíces en la división tripartita del mundo sugerida por Heródoto y algunos de los más importantes pensadores de la antigüedad, donde Europa ocupaba el lugar más eminente, ya que sus habitantes eran considerados más civilizados y cultos que los de Asia y África, tenidos por griegos y romanos como “bárbaros”, los intelectuales cristianos de la Edad Media se apropiaron de este esquema de clasificación poblacional, no sin introducir en él algunas modificaciones. Asimismo, el cristianismo reinterpretó la antigua división jerárquica del mundo. Por razones ahora teológicas, Europa seguía ocupando un lugar de privilegio arriba de África y Asia. 1.2.4 La colonialidad del poder Los aportes del sociólogo Aníbal Quijano estuvieron en la construcción de una teoría crítica de la colonialidad, Quijano planteó que las tensiones culturales del continente debían ser estudiadas tomando como horizonte las relaciones coloniales de dominación establecidas entre Europa y América. Sin embargo, amplió su perspectiva y afirmaba que el poder colonial no se reducía a la dominación económica, política y militar del mundo por parte de Europa, sino que envolvía también, y principalmente, los fundamentos epistémicos que sustentaron la hegemonía de los modelos europeos de producción de conocimientos. Para Quijano, la crítica del poder colonial debía pasar necesariamente por un cuestionamiento de su núcleo epistémico, es decir por una crítica del tipo de conocimientos que legitimaron el dominio colonial europeo y de sus pretensiones universales de validez. Al igual que Mignolo, Quijano afirmaba que el colonialismo hunde sus raíces epistémicas en la clasificación jerárquica de las poblaciones realizada ya desde el siglo XVI, se trataba de aquellas taxonomías que dividían a la población mundial en diversas "razas", asignándole a cada una de ellas un lugar fijo e inamovible al interior de la jerarquía social. Aunque la idea de "raza" venía gestándose ya durante las guerras de reconquista en la península ibérica, es apenas con la formación del sistema-mundo en el siglo XVI era la base epistémica del poder colonial. La idea de que "por naturaleza" existen razas superiores y razas inferiores, actuó como uno de los pilares sobre los que España consolidó su dominio en América durante los siglos XVI y XVII y sirvió como legitimación científica del poder colonial europeo en los siglos posteriores. Para dar cuenta de este fenómeno, Quijano desarrolla su noción de colonialidad del poder, siendo una categoría de análisis que hace referencia a la estructura específica de dominación implementada en las colonias americanas desde 1492. La colonialidad del poder hacía referencia a la manera en que la dominación española intentó eliminar las "muchas formas de conocer" propias de las poblaciones nativas y sustituirlas por otras que sirvieran a los propósitos civilizatorios del régimen colonial. Apunta, entonces, hacia la violencia epistémica ejercida por la modernidad primera sobre otras formas de producir conocimientos, imágenes, símbolos y modos de significación. Sin embargo, la categoría tiene otro significado complementario. Aunque estas otras formas de conocimiento no fueron eliminadas por completo sino, a lo sumo, despojadas de su legitimidad ideológica y sub-alternizadas, el imaginario colonial de Europa, sí ejerció una continua fascinación sobre los deseos, las aspiraciones y la voluntad de los subalternos. Castro-Gómez concluye que Dussel, Quijano y Mignolo han ampliaron considerablemente la noción de discurso colonial introducida por Said hacia finales de los años setenta. De la mano de Foucault, el intelectual palestino había mostrado que el discurso colonial es un sistema de signos a partir del cual las potencias coloniales impusieron un tipo específico de conocimientos, disciplinas, valores y formas de comportamiento a los grupos colonizados. Los teóricos latinoamericanos mostraron que, el discurso colonial no sólo recibía legitimación por parte de la ciencia moderna, sino que juega un papel importante en la configuración del imaginario científico de la Ilustración. Es decir, si la modernidad y la colonialidad son dos caras de una misma moneda, entonces es posible reconstruir los vínculos entre el proyecto colonial y el proyecto científico de la Ilustración