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Tema 21. Grandes líneas de investigación histórica en los siglos XIX y XX.

Introducción:
La historiografía es la ciencia encargada del estudio bibliográfico de los escritos
sobre la Historia; se ocupa, por lo tanto, de estudiar la evolución en el tiempo
del conjunto de ideas, métodos y técnicas utilizadas en el estudio del pasado. Se
trata de una verdadera historia de la historia. Las escuelas historiográficas no se
suceden las unas a las otras de forma lineal, sino que son coetáneas en el
tiempo, conviven entre sí y se alimentan unas de otras. A lo largo de este tema
vamos a exponer sus líneas de investigación más importantes a lo largo de los
siglos XIX y XX.
1. EVOLUCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA HASTA EL SIGLO XIX
2. GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DEL SIGLO XIX
2.1. La historiografía liberal
2.2. La historiografía positivista
2.3. La historiografía historicista
2.4. La crítica marxista
3. GRANDES LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN HISTÓRICA DEL SIGLO XX
3.1. El organicismo de Spengler y Toynbee
3.2. La Escuela de los Annales
3.3. Las corrientes historiográficas marxistas
3.4. La historia cuantitativa
3.5. La crisis de los grandes paradigmas
3.6. La historiografía española contemporánea
4. SITUACIÓN DE LA HISTORIA EN EL SIGLO XXI

De acuerdo con el Decreto 83/2013, de 4 de julio, que establece el currículo en


la Educación Secundaria Obligatoria y en el Bachillerato en la Comunidad
Autónoma de Canarias, este tema contribuye al desarrollo de las asignaturas de
Historia del Mundo Contemporáneo en 1º de Bachillerato, de Historia de España
en 2º de Bachillerato y de Geografía e Historia en 2º, 3º y 4º de ESO.

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1. Evolución de la historiografía hasta el siglo XIX
John Elliott en el Oficio de historiador (2001) establece que la Historia, como
disciplina que trata “no solo de narrar los hechos históricos, sino también de
explicarlos” nace en la Antigua Grecia, en torno al siglo V a.C., de la mano de
Heródoto de Halicarnaso, cuyas Historias dan nombre a la disciplina. De la
misma época encontramos a Tucídides y su obra Historia de la Guerra del
Peloponeso (Elliott, 2001).
Podemos decir que, con estos primeros autores de los albores de la
historiografía, la Historia quedó constituida como una categoría racionalista que
busca la veracidad, frente a otras producciones basadas en los mitos y las
leyendas; si bien es cierto que abundan los anacronismos y relatos no del todo
fiables. Por su parte, en Roma se continuó con esta tradición griega con autores
como Tácito —Anales—, Polibio —Historias— o el propio Julio Cesar —Guerra
de las Galias—.
Tradición histórica que se pierde en la Edad Media al imponerse un
dogmatismo teológico que da lugar a una “historia providencialista” en la que
los fenómenos históricos son explicados como causa y consecuencia de la
voluntad divina. Como representante de este enfoque histórico destaca San
Agustín de Hipona con su obra La ciudad de Dios (410 d.C. aprox.). Sin embargo,
dentro del mundo islámico, en la segunda mitad del siglo XIV, destacó la figura
de Ibn Jaldún con su obra Historia de los árabes, la cual constituye un temprano
ensayo de filosofía de la historia y de sociología.
Por su parte, durante el Renacimiento, la Historia vuelve a recoger los
principios racionalistas de la tradición grecorromana bajo la óptica de los
llamados humanistas, sometiendo a crítica los documentos del pasado; destacó
Lorenzo Valla que puso al descubierto la falsedad de la Donación de Constantino
(1440). Las explicaciones racionalistas de los fenómenos históricos triunfaron
definitivamente durante la Ilustración. El barón de Montesquieu defendía el
empleo en la Historia de un método empírico alejado de las explicaciones
teológicas y morales. Finalmente, la publicación de la obra del italiano
Giambattista Vico, Una ciencia nueva (1725), marcó el punto de partida de la
Historia como ciencia moderna.
2. Grandes líneas de investigación histórica del siglo XIX
El siglo XIX está influido por la Revolución francesa, el ascenso de la
burguesía, la creación de los Estados nación y la Revolución industrial; pero,
también, por los periodos contrarrevolucionarios, y la aparición de un
proletariado aún más revolucionario. Toda la historiografía del XIX se

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caracterizó, en general, por una profunda vinculación entre Filosofía e Historia y
una palpable politización de esta última a pesar de las pretensiones de
objetividad científica.
Sin embargo, como establece Hervé Martin en Las escuelas históricas
(1992) es en el siglo XIX cuando se produce el nacimiento de la ciencia histórica,
entendida como una “disciplina constituida por unas bases teóricas y articulada
a través de unos procedimientos metodológicos que permiten constatar e
interpretar los hechos históricos, mediante el establecimiento de unos
paradigmas historiográficos” (Martin, 1992).
2.1. La historiografía liberal
En Francia e Inglaterra, a raíz de la revolución de 1789, apareció una familia
intelectual liberal integrada por pensadores como Adolphe Thiers, Thomas
Macaulay, Alexis de Tocqueville o François Guizot quienes escribieron una
historia con la que justificar el triunfo de la Revolución antimonárquica y
proburguesa.
Tomando de ejemplo a Guizot, considerado el historiador más
importante de esta corriente, en su obra Historia de la civilización en Europa,
interpreta toda la historia de Europa desde la óptica de la burguesía triunfante,
convierte al estado llano (burgués) en el protagonista de la historia y dicta que
esta culmina con la revolución de 1830 que significó el triunfo definitivo de la
burguesía y el fin de la “lucha de clases” (concepto introducido por esta
corriente, al igual que el de “clases sociales”).
2.2. La historiografía positivista
La filosofía positivista de Auguste Comte tuvo su reflejo en la historiografía. Este
autor establece que solo hay un método para alcanzar el conocimiento, el
método científico o hipotético deductivo, el cual debe de ser común a todas las
ciencias.
Comte, establece una concepción lineal de la historia, en el que las
sociedades humanas avanzan progresivamente por tres estadios de
conocimiento: el estado teológico, en el que el mundo se explica mediante lo
sobrenatural; el estado metafísico, con explicaciones basadas en conceptos
abstractos, y el estado positivo o científico, en el que el mundo se explica a
través del método científico, haciendo hincapié en la observación y clasificación
de datos.
La historiografía positivista convierte la erudición en la esencia de la
Historia y establecen que esta se hace con documentos (datos), el historiador
no debe de interpretarlos, solo ordenarlos para comprender los hechos. De esta

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manera se puede reconstruir la historia de forma real y objetiva; de hecho,
tenderán a explicar la causalidad de los procesos históricos mediante leyes
generales y universales. Pero a pesar de que predican la neutralidad (similar a
las ciencias naturales), lo cierto es que su historia es claramente nacionalista.
Esta corriente se extendió por toda Europa; en Francia estuvo
representada por la llamada Escuela de Chartres, con autores como Auguste
Comte o Jules Michelet; en Alemania, se aplicaron las teorías positivistas a la
Historia por historiadores como Theodor Mommsen o Berthol Niebuhr, quien
crea el método filológico, ejemplificado en su obra, Historia de Roma, la cual se
convertirá en un ejemplo de trabajo erudito por la crítica a la que somete a las
fuentes.
2.3. La historiografía historicista
Junto al positivismo, esta corriente historiográfica dominará el siglo XIX y su
influencia perdurará hasta los años 30 del XX. Entiende la realidad como el
producto de un devenir histórico (producto de hechos particulares
concatenados) y está inspirada en las ideas de Benedetto Croce y Leopold von
Ranke.
Sin lugar a dudas, Ranke, es el máximo exponente de esta corriente. Con
él, la Historia alcanzó su identidad como disciplina académica independiente,
dotada con su propio método crítico y de análisis. Seguidor del positivista
Niebuhr, desarrolló el método filológico de este, al tener en consideración las
circunstancias históricas del escritor, e hizo de la consulta de las fuentes
contemporáneas una ley de la reconstrucción histórica en la que el historiador
no es más que un mediador. Supuestos que recoge en su obra Historia de los
pueblos romanos y germánicos (1824), pero a pesar de estas pretensiones de
objetividad los cierto es que nos encontramos ante una historia nacional,
teológica y patriótica.
Finalmente, cabe destacar a Wilhelm Dilthey (seguidor de Ranke), quien,
en su obra, Introducción a las ciencias del espíritu (1883), rompe con el
monismo metodológico imperante y establece que no se puede afrontar del
mismo modo el estudio de las ciencias naturales que de las ciencias del espíritu
(sociales), por ello dota al historiador de protagonismo en la construcción del
relato histórico, dado que es él el que construye, selecciona, ordena e interpreta
los hechos históricos.
2.4. La crítica marxista
El marxismo surgió, en gran parte, como reacción frente a la historiografía
liberal, que defendía el orden social impuesto por la clase dominante, la

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burguesía. Está basado en las ideas de Karl Marx y de Friedrich Engels, quienes
formulan una nueva filosofía de la historia, el materialismo histórico, con la que
explicar los profundos cambios sociales y económicos que estaban viviendo en
el contexto de la industrialización europea.
El materialismo histórico parte de la idea de que las sociedades necesitan
bienes de primera necesidad (ropa, alimento, etc.) que deben de ser producidos
empleando las fuerzas productivas (maquinaria, trabajadores, etc.) con lo que
se generan relaciones sociales de producción. La combinación de las fuerzas
productivas y las relaciones sociales de producción constituyen la
infraestructura económica (o modo de producción) de una sociedad. Esta
infraestructura determina la morfología de la sociedad (aspectos políticos,
sociales, ideológicos, culturales, etc.) denominada como superestructura.
Por tanto, cuando cambia la infraestructura, cambia la superestructura.
Marx, partiendo del método dialectico de Hegel, establece que el cambio de
una infraestructura por otra se produce por las contradicciones entre las clases
oprimidas y las clases opresoras: una lucha de clases, que constituye el motor
de la historia.
En su obra, El Capital (1867) Marx dicta que, en el modo de producción
capitalista, los opresores son la burguesía y los oprimidos el proletariado, de su
lucha de clases se producirá una revolución en la que se instituirá el último
modo de producción de la historia, el comunismo: la sociedad sin clases, que
supone el fin de la historia.
3. Grandes líneas de investigación histórica del siglo XX
Durante el convulso primer tercio del siglo XX se gestó, tanto en Europa como
en Estados Unidos, una reacción contra el modelo de historia académica y
política, centrada en las naciones y los grandes hombres. Se trata de un siglo en
el que la historiografía conoció un progresivo abandono del filosofismo
decimonónico, se rompe con la visión eurocéntrica del mundo y las ciencias
naturales dejan de ser una fuente de certezas inmutables al seguir los caminos
de Albert Einstein. Además, surgen nuevos problemas sociales (guerras
mundiales) para los que los historiadores académicos parecían no tener
respuestas. La reacción puede englobarse genéricamente bajo el nombre de
“historia económica y social”.
3.1. El organicismo de Spengler y Toynbee
Una de las primeras líneas de investigación del siglo XX fue el organicismo. Se
trata de un nuevo modelo explicativo de la historia propuesto por teóricos
como Oswald Spengler y Arnold Toynbee que sostenían que en la historia se

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podían distinguir ciertas pautas cíclicas que permiten al historiador entender el
pasado e incluso predecirlo.
Así pues, Toynbee, en su obra La decadencia de Occidente (1918), analizó
diferentes culturas y civilizaciones, mediante el método comparativo e
inductivo, pronosticando el advenimiento de una crisis global. Por su parte,
Spengler, en su obra, Estudio de la Historia (1934), rompió con la concepción
lineal de la historia estableciendo que esta se divide en ritmos (creatividad,
decadencia y agotamiento) que al distinguirlos permiten predecir la historia.
3.2. La escuela de los Annales
En 1929 es funda la revista Annales d´Histoire Economique et Sociale por un
pequeño grupo de historiadores y en torno a ella se desarrolla esta corriente.
Surge como reacción a la historia académica y se caracteriza por una evolución
continua de sus planteamientos, un carácter abierto e integrador en los
enfoques y metodologías y la atención preferente a lo económico y lo social en
las explicaciones históricas.
En esta corriente se distinguen 3 generaciones: la primera, liderada por
Marc Bloch y Lucien Febvre, que definieron la Historia como “la ciencia de los
hombres en el tiempo” (Bloch, 1952) y establecieron que en esta ciencia “hay
que tomar prestada métodos e inspiraciones de otras disciplinas” (Febvre,
1953).
La segunda generación (iniciada a partir de los años 50) estará liderada
por la figura de Fernand Braudel. Debido a su influencia, se pondrá el énfasis en
los factores sociales y políticos en la construcción histórica y se integrará a la
Geografía en el discurso histórico como protagonista de la historia. Su mayor
aportación historiográfica fue su nueva visión del tiempo histórico basado en el
concepto de duración: tiempo corto, asociado a la historia episódica; tiempo
medio, asociado a la historia coyuntural; y tiempo largo, asociado a la historia
estructural.
De esta segunda generación cabe destacar a Pierre Vilar, quien propuso
el nuevo concepto de Historia Total con el objetivo de ofrecer un enfoque
holístico de la historia de la humanidad, y Ernest Labrousse, quien profundizó en
la observación económica de la historia.
La tercera generación será la de la Nouvelle Histoire, iniciada en los años
70, la cual se caracterizará por su falta de acuerdo metodológico, por el interés
en el estudio de la cultura y mentalidades colectivas, por su fascinación por la
estadística y la búsqueda, casi ilimitada, de nuevos temas de estudio (la infancia,

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la vida privada…). Esta generación no gira en torno a una única figura, destacan
una gran cantidad de historiadores como Le Goff, Pierre Nora o Georges Duby.

3.3. Las corrientes de la historiografía marxista


Tras la muerte de Engels en 1895, el marxismo sufrió una progresiva
simplificación hasta aparecer una corriente dogmática (cientifismo y
economicismo) que gozará de gran esplendor en la URSS durante el mandato de
Iósif Stalin (1922-1952). Esta corriente considera las ideas de Marx como un
corpus doctrinal definitivo y al materialismo histórico como una ciencia exacta
capaz de establecer leyes que permiten conocer el pasado y prever el futuro.
En occidente, en el período entre guerras (1918-1939), autores como
Antonio Gramsci, Georg Lukács y Walter Benjamín encabezaron una tendencia
renovadora del marxismo poniendo en duda el determinismo económico en su
explicación histórica y la nula capacidad humana de intervenir en la historia.
Estas críticas germinaron en una nueva visión del marxismo: la culturalista,
representada por autores como E. P. Thompson, Carlo Ginzburg o Carlo Poni
que centran su interés en los elementos de la superestructura.
Como contrapartida, en Francia la renovación del marxismo fue
seriamente limitada debido a la influencia del filósofo Louis Althusser, quien
establecía un estructuralismo del marxismo devaluando la influencia del
hombre sobre la historia y la creencia determinista que esta tendía hacia el
comunismo.
Por su parte, tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la renovación
del marxismo estuvo protagonizada, fundamentalmente, por tres alternativas:
la Escuela marxista británica, con Rodney Hilton y Gordon Childe a la cabeza,
que muestra una clara superación del determinismo economicista
(infraestructura); En segundo lugar, la alternativa representada por Pierre Villar,
quien, como hemos dicho, propuso una historia total de base marxista; y, por
último, Albert Soboul, quien aportó una visión socio-política de la Revolución
Francesa y el feudalismo.
3.4. La historia cuantitativa
Se trata de una corriente que utiliza métodos matemáticos de análisis de datos
para el estudio del pasado. Surge en el segundo tercio del siglo XX, cobró
especial auge con el desarrollo de los estudios estadísticos y la tendencia a un
discurso seriado y analítico. El método estadístico se extendió a todos los

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ámbitos, pero lógicamente tuvo una mayor aceptación en la historia
económica, el ámbito por excelencia de la cuantificación. La historia económica
pasa a ser uno de los campos estrella del s. XX, especialmente centrada en la
historia de los precios y de los ciclos de crecimiento y crisis.
En Europa destacaron las aportaciones de Nikolai Kondratiev y sus
“ondas de Kondratiev” o ciclos largos de la actividad económica; François
Simiand, el creador de los conceptos de Fase A —fase expansiva de la economía
— y Fase B —fase de contracción; o el ya citado Labrousse quien profundizó en
aspectos como la interacción entre las tendencias económicas y las fricciones de
clase.
Pero será en EE.UU. donde la historia cuantitativa tenga un especial
desarrollo tras la Segunda Guerra Mundial, bajo el nombre de New Economic
History o Cliometría. Robert Fogel es el máximo representante de la tendencia
cliométrica. Fue Premio Nobel de Economía en 1993, por sus innovaciones en la
investigación de la historia económica.
3.5. La crisis de los grandes paradigmas
En 1979, el historiador británico Lawrence Stone publicó en la revista Past &
Present un influyente artículo titulado El resurgimiento de la narrativa, sobre el
estado de la historiografía occidental en el que establecía el fracaso de los hasta
entonces tres grandes paradigmas historiográficos del siglo: el modelo de
Historia Total de Annales, la cliometría y el modelo económico marxista. El
fracaso de estos viene dado por su común incapacidad de generar la pretendida
explicación coherente y científica del cambio histórico. En esas condiciones,
Stone señalaba la aparición de una “nueva Historia”, alejada de los “enfoques
analíticos y estructurales”.
El ejemplo más claro lo vemos en Annales donde la tercera generación
reniega del proyecto braudeliano de Historia Total supra-individual y apuesta
por modos narrativos y descriptivos centrados en la individualización del sujeto
histórico. Se pasa de una macrohistoria a una microhistoria, siendo su mayor
representante el italiano Carlo Ginzburg con su obra El queso y los gusanos
(1976), y se produce la ruptura posmoderna con la que se niega la posibilidad
de llegar a un conocimiento verdadero sobre el pasado.
3.6. La historiografía española contemporánea
Durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX, se
produjo una gran influencia del historicismo en España. Esto se denota en las
obras de fuerte carga erudita y nacionalista de autores como Modesto Lafuente,
Menéndez Pidal o Sánchez Albornoz. En la década de los 50 del siglo XX, Vicens

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Vives inició una renovación de la historiografía española bajo la influencia de la
Escuela de los Annales. En las décadas posteriores este impulso renovador
eclosionó con historiadores como Tuñón de Lara o García de Cortázar. Uno de
los historiadores más representativos del panorama nacional en los últimos
años del siglo XX ha sido Josep Fontana, en su obra, La Historia después del fin
de la Historia, critica la atomización de la ciencia histórica tras la caída de los
grandes paradigmas historiográficos.
4. Situación de la historiografía en el siglo XXI
La situación tras el cambio de siglo es confusa, nos encontramos en un gran
momento de indefinición y escepticismo derivado de la proliferación de
tendencias sin que ninguna logre constituirse como un verdadero paradigma y
referente. Los sectores más afectados han sido: la Escuela de los Annales, por su
dispersión y narcisismo; el marxismo, a causa del dogmatismo y de la caída del
socialismo; y la cliometría, por la falta de aportaciones indiscutibles.
De las tendencias recientes, cabe destacar la Historia poscolonial, con la
que se pretende un acercamiento diferente a las culturas y pueblos afectados
por el colonialismo, prestando especial atención al colonizado como agente
histórico activo y no mera víctima pasiva. Igual objetivo persigue la Historia de
la mujer, grandes olvidadas por parte del pensamiento historiográfico
occidental, y que ha tenido un gran auge en este siglo dando paso a otras
tendencias como la Historia de género.
Conclusión
En este tema hemos estudiado las principales escuelas historiográficas del siglo
XIX: la historiografía liberal, la positivista, la historicista y la marxista. También
hemos visto las diferencias entre las anteriores y las principales líneas de
investigación histórica del siglo XX, donde destacan el organicismo, la Escuela
Annales, las corrientes marxistas y la cliometría. La historiografía, o lo que es lo
mismo, “la historia de la historia”, sorprende por la diversidad de técnicas,
métodos y líneas de investigación con la que se aborda. Su fin último es el
propio conocimiento histórico y aprender de los errores del pasado para
convertirlos en lecciones que nos permitan comprender el presente y no volver
a equivocarnos en el futuro.

Bibliografía

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Martin, H. (1992). Las escuelas históricas. Madrid: Akal.
John Elliott (2001). El oficio de historiador. Barcelona: Milenio.
Moradiellos, E. (2001). Las caras de Clío. Madrid: Siglo XXI.
Fontana, J. (2001). La historia de los hombres. Barcelona: Crítica.
Fontana, J. (1992). La historia después del fin de la historia. Barcelona: Crítica.

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