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DERECHO PENAL

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TEMARIO
• Logro de la unidad
• Logro de la sesión
• Teoría del Delito
• Teoría Pentatomica
• Acción Y Tipicidad
Utilidad
Logro específico de aprendizaje
Al finalizar la unidad, estudiantes reconocen la estructura de la teoría
del delito y de la teoría de la intervención del delito, así como la
importancia de los principios que fundamentan ambas instituciones.

Logro de la Sesión 04
Al finalizar la sesión, el estudiante identifica la
Teoría del delito y su fundamento

4
Utilidad

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Transformación (contenido)

TEORIA DEL DELITO


Transformación (contenido)

BREVE HISTORIA Y EVOLUCIÓN


Todo ciudadano tiene una idea general de lo que es un delito, de la
misma forma que sabe, con igual grado de generalidad, lo que es un
tributo, un contrato o una relación de trabajo.
El penalista, sin embargo, no puede moverse con una de terminación
conceptual de estas características, pues, al ser su trabajo decidir
sobre la imposición de las consecuencias jurídicas del delito, resulta
necesario un nivel de precisión mayor de aquello que constituye su
causa, esto es, el delito.
Acudir a un concepto formal en función de lo que la ley tipifica como
delito, no ayuda demasiado, en la medida que la tipificación legal no
siempre resulta clara e incontrovertida, pero sobre todo porque no
explícita la razón de la incriminación.
Queda claro entonces que se debe acudir a una definición
material del delito que determine su esencia, la que debe
estar necesariamente informada por la función de la pena y,
en consecuencia, contener aquellas condiciones necesarias y
suficientes para que una pena sea impuesta legítimamente.
Con esta teoría del delito, el penalista estará en capacidad
de determinar motivadamente si una conducta concreta
constituye de lito y corresponde, por tanto, imponerle a su
autor la pena prevista en la ley penal.
La dogmática jurídico-penal es la disciplina que se ocupa de definir el delito a
partir de la regulación positiva.
Dado que se trata de una ciencia cuyo método no es la verificación, sino la
comprensión, la determinación del contenido del delito no puede pretender tener
un carácter exacto e inmutable.
Lo primero explica que, en el estudio de la dogmática penal, se puedan formular
varias construcciones teóricas posibles, todas ellas racionales y, por tanto, con
pretensión de alcanzar consenso, sin que ello impida el debate crítico sobre cuál
resulta siendo más eficaz y respetuosa de las garantías penales.
Lo segundo significa que las formulaciones dogmáticas deben ajustarse siempre a
un contexto histórico y social.
Los conceptos evolucionan en función de los cambios de la
realidad social, por lo que los planteamientos dogmáticos (y,
muy especialmente, la teoría del delito) presentan un desarrollo
evolutivo que responde no solamente a la mayor profundización
del conocimiento que tiene lugar en toda disciplina científica,
sino también al esfuerzo por ajustarla a la realidad social en la
que se aplica.
En los países latinoamericanos, cuyos sistemas jurídicos se encuentran influidos por el
Derecho penal español, la dogmática jurídico-penal ha seguido, en líneas generales, la
teoría del delito de procedencia germánica.
Si bien cabe reconocer que en España se ha generado ya una importante discusión
propia, no existe aún una desconexión con los planteamientos dogmáticos aparecidos
en Alemania.
La razón por la cual se mantiene esta relación de dependencia puede ser el alto grado
de sistematización alcanzado por la dogmática penal desarrollada por la doctrina
alemana, lo que no sólo garantiza su coherencia lógica y ausencia de contradicciones,
sino que refuerza considerablemente el lado garantista del sistema penal.
En nuestro país la situación es incluso de mayor dependencia, pues la incipiente
discusión dogmática de los escritos especializados y los limitados desarrollos
jurisprudenciales no ofrecen aún el mínimo de seguridad necesario para
garantizar la efectiva vigencia de un Estado de Derecho.
A la luz de todas estas circunstancias, se ve con claridad la necesidad de que la
explicación de la evolución del método dogmático del delito deba partir de los
desarrollos alcanzados en la dogmática penal alemana.
El fundamento de la teoría del delito
A. La búsqueda del fundamento
En la dogmática penal científica siempre se ha discutido la cuestión de cuál es la idea
fundamental que permite ordenar la legislación penal en una teoría general del
delito.
Los causalistas, por ejemplo, consideraron que con la verificación de las relaciones de
causalidad era posible identificar los elementos del delito.
El neocausalismo no cuestionó la existencia de esta base empírica, pero la consideró
insuficiente, ya que, conforme a la filosofía neokantiana que informaba a dicha línea
de pensamiento, el delito era un producto cultural y, por lo tanto, dependiente de la
manera como era valorada socialmente la realidad causal.
Son, por lo tanto, los estándares culturales los que hacen posible calificar de delito
ciertas relaciones de causalidad que producen una modificación desvalorada en el
mundo exterior.
Un giro importante en la determinación de las estructuras conceptuales sobre las
que se construye el delito tuvo lugar con el finalismo, en la medida que dejó de
poner la mirada en lo empírico o cultural, para centrarse en lo permanente de las
cosas.
Con las llamadas estructuras lógico-objetivas, el finalismo procuró desarrollar una
teoría del delito que rescatase lo propiamente humano y, a la par, la asegurase de
las inestabilidades políticas que pudiesen llevar a un abuso de su configuración con
la finalidad de hacerla “políticamente rentable”.
No obstante, su mayor virtud se convirtió, al final, en su principal defecto, pues al
poner la mira en la excepción (evitar regímenes injustos) dejó de tener en cuenta
que lo natural es el cambio social y, por lo tanto, también la variación de las
necesidades de imputa ción. En este sentido, la teoría del delito de corte finalista,
afincada en estructuras inmutables, trajo como consecuencia la desatención al
carácter dinámico de los criterios de imputación penal, lo que finalmente produjo
su falta de correspondencia con las necesidades sociales de punición
El fundamento de la teoría del delito
En la dogmática penal científica siempre se ha discutido la cuestión de cuál es la idea
fundamental que permite ordenar la legislación penal en una teoría general del
delito.
Los causalistas, por ejemplo, consideraron que con la verificación de las relaciones de
causalidad era posible identificar los elementos del delito.
El neocausalismo no cuestionó la existencia de esta base empírica, pero la consideró
insuficiente, ya que, conforme a la filosofía neokantiana que informaba a dicha línea
de pensamiento, el delito era un producto cultural y, por lo tanto, dependiente de la
manera como era valorada socialmente la realidad causal.
Son, por lo tanto, los estándares culturales los que hacen posible calificar de delito
ciertas relaciones de causalidad que producen una modificación desvalorada en el
mundo exterior.
La teleología de la definición dogmática del delito
La teoría del delito debe ser formulada teniendo en consideración que su principal
propósito es ofrecer los criterios que sirven para imputar un delito a una persona
por la realización de un hecho concreto.
Dado que esta imputación penal se hace con la finalidad de poder justificar la
imposición de una pena, la definición del delito debe estar necesariamente
informada de la función que se le asigna a la pena.
En la doctrina penal se manejan diversas teorías sobre la función de la pena, por lo
que resulta necesario tomar partido por una de ellas al momento de formular la
teoría del delito.
Por otro lado, debe considerarse también el dato de que la imposición de la pena
se decide con base en criterios normativamente definidos, lo que supone tener
claramente determinada la manera como debe ser entendida la norma jurídico-
penal que ofrece tales criterios de decisión.
A. La teoría de la pena
La teoría del delito recoge un modelo de imputación de responsabilidad penal
que justifica la imposición de la pena, por lo que entre el delito y la pena debe
existir una relación de lógica correspondencia.
A diferencia de la posición mayoritaria, el delito no lo entendemos como un
peligro, frente al cual la pena se erige como un instrumento eficaz para
prevenirlo.
La función que se le asigna está referida a mantener la identidad normativa de la
sociedad defraudada por la conducta del autor, por lo que el delito debe ser visto,
desde esta perspectiva, como una unidad de sentido que comunica socialmente
que las normas que excluyen las formas de comportamiento incompatibles con
los bienes jurídicos, no rigen.
Entre delito y pena existe una vinculación comunicativa en relación con la
vigencia de las normas que expresan la identidad normativa esencial de la
sociedad.
B. La norma jurídico-penal
La formulación de la teoría del delito debe tener en consideración también
a la norma jurídico-penal que encarna la identidad normativa esencial de
la sociedad que es mantenida comunicativamente por medio de la pena.
La comprensión dominante le asigna una naturaleza deóntica, aunque se
discute la cuestión de cómo debe ser enfocada tal naturaleza, esto es, si se
trata de una prescripción dirigida a determinar la conducta de los
ciudadanos o de una adscripción del juez con deter minados criterios de
valoración
Para determinar la comprensión de la norma sobre la cual debe construirse la
teoría del delito, resulta necesario tener en cuenta la función atribuida al
Derecho penal.
Si su función apunta a dirigir la actuación de los ciudadanos para evitar que
lesionen bienes jurídicos, entonces la teoría del delito estará determinada por
una infracción de la norma de conducta que pudo evitar el autor.
La pena se impondrá porque una persona no ha observado, pudiendo haberlo
hecho, la norma de conducta.
Si, por el contrario, al Derecho penal se le asigna la función social de
mantener la identidad normativa de la sociedad frente a un hecho
socialmente perturbador, entonces la teoría del delito deberá
construirse sobre la base de la necesidad de sanción para restablecer
la vigencia de la norma defraudada.
De optarse por este segundo planteamiento, se tendrá que renunciar a
elaborar la teoría del delito a partir de la norma de conducta
inobservada, siendo lo más coherente definirlo desde la perspectiva de
la norma de sanción
Transformación (contenido)

LA TEORIA PENTATÓMICA
Transformación (contenido)

ACCIÓN
La acción no es sólo un concepto que ha estado presente desde un inicio
en la discusión dogmática sobre la teoría del delito, sino que también ha
sido utilizado por distintas ciencias humanas y naturales.
Esto último puede ser la explicación de la influencia que conceptos
procedentes de otros ámbitos del conocimiento han tenido en la
definición que la dogmática jurídico-penal hace de la acción.
EL CONCEPTO AMPLIO DE ACCIÓN: LA UNIDAD DE SENTIDO DEL DELITO

La acción, como categoría dogmática que le da unidad al delito, constituye el


resultado de un proceso complejo de atribución de sentido.
La tipicidad, la antijuridicidad y la culpabilidad no son más que partes de este
proceso.
De lo que se trata, es de determinar si a una persona se le puede imputar un
hecho como defraudación de una norma penalmente garantizada.
Si bien cada categoría del delito posee cierta autonomía conceptual, no debe
olvidarse su pertenencia a un proceso global de determinación de sentido.
Por consiguiente, resulta necesario precisar cuáles
son los criterios generales que permiten ordenar
a cada una de las categorías del delito hacia el
objetivo común de determinar si ha tenido lugar
una defraudación de la norma.
En la sociedad actual esta defraudación se
presenta cuando una persona infringe
objetivamente su rol de manera individualmente
evitable.
LA REGULACIÓN DE LA ACCIÓN EN EL CÓDIGO PENAL

El Código Penal utiliza el concepto de acción en algunas disposiciones de la Parte


General o regula situaciones que están vinculadas innegablemente a dicho concepto,
por lo que resulta pertinente establecer cómo estas regulaciones deben ser
interpretadas.
Así, se debe determinar si se está haciendo alusión directa o indirectamente a un
concepto amplio o estricto de acción o si, por el contrario, su uso tiene alguna
particularidad semántica que el intérprete debe tener en cuenta para evitar errores o
contradicciones interpretativas.
Lo anterior confirma, por otra parte, la necesidad de que la teoría del delito cuente con
un concepto dogmático de acción con el que se pueda alcanzar una interpretación
coherente de las referidas disposiciones legales.
Transformación (contenido)

TIPICIDAD
Una conducta, para poder tener relevancia delictiva, debe reunir los
elementos definidos en el tipo penal correspondiente, es decir,
debe cumplir con el supuesto de hecho previsto en una disposición
legal de la Parte Especial del Código Penal o de una ley penal
especial.
El principio de legalidad ha sido establecido en la Constitución como
un condicionante esencial para el ejercicio de la potestad punitiva
por parte del Estado, por lo que la conducta delictiva debe
encontrarse previamente determinada como tal en una ley penal.
La falta de tipicidad de la conducta impide que se le pueda
considerar como penalmente relevante.
Su sola dañosidad o perturbación social es
insuficiente para que pueda alcanzar el carácter de
un injusto penal
La determinación del contenido de la tipicidad no
ha sido nada pacífica en la doctrina penal. Desde
que esta categoría fue incluida explícitamente en la
teoría del delito, se ha discutido extensamente
sobre su naturaleza, alcance y relación con las otras
categorías del hecho punible.
LAS FUNCIONES DE LA TIPICIDAD

A la tipicidad se le atribuyen distintas funciones.


El planteamiento estándar da cuenta de una función político-criminal, una función
sistemática y una función dogmática.
1. En el plano político-criminal, la función es una de garantía, en la medida que la
tipicidad se encargaría de definir la conducta penalmente sancionada.
Lo que esta función hace es vincular la determinación de la conducta delictiva y la
pena a imponer con el principio de legalidad.
2. A la función sistemática le corresponde, por su parte, establecer el conjunto de
elementos que permiten saber de qué delito típicamente se trata.
En este sentido, la tipicidad no sólo haría posible delimitar la conducta
permitida de la prohibida, sino también diferenciar las distintas formas de
conducta prohibida de cara al establecimiento de las consecuencias
jurídicas.
Así, por ejemplo, la tipicidad del delito de hurto sustentada en la
sustracción subrepticia permite diferenciarla de la tipicidad del delito de
robo, cuyo tipo penal requiere que la apropiación tenga lugar por medio
de violencia o amenaza.
3. Por último, la función dogmática de la tipicidad residiría en determinar
aquello que debe ser abarcado por el dolo del autor.
Transformación (contenido)

ANTIJURICIDAD
La antijuridicidad expresa una situación de contradicción entre la
actuación de una persona y lo jurídicamente prescrito.
Tal contradicción no se alcanza, en el ámbito penal, con la sola tipicidad
de la conducta, sino que resulta necesario que ésta alcance un nivel de
desaprobación jurídica que permita afirmar su contrariedad con el
ordenamiento jurídico-penal.
La categoría dogmática de la antijuridicidad termina entonces de perfilar
el injusto penal.
Puede decirse, utilizando textualmente las palabras de Roxin, que “la
antijuridicidad designa una propiedad de la acción típica, a saber, su
contradicción con las prohibiciones y mandatos del Derecho penal,
mientras que por injusto se entiende la propia acción típica y
antijurídica, o sea el objeto de valoración de la antijuridicidad junto
con su predicado de valor.
En la doctrina penal se ha discutido incesantemente sobre cuál es el
exacto contenido que le corresponde a la categoría de la
antijuridicidad en la teoría del delito, manejándose diversas
perspectivas en función, fundamentalmente, de la teoría de las
normas de la que se parte.
Transformación (contenido)

CULPABILIDAD
La culpabilidad es el concepto definitorio de la teoría del
delito. “No hay pena sin culpabilidad del autor” (nullum
crimen sine culpa) reza un principio elemental del Derecho
Penal.
Sin embargo, el significado dogmático del término
“culpabilidad”, así como su específica ubicación sistemática en
la teoría del delito no son temas resueltos en la dogmática
penal, sino que, por el contrario, constituyen tópicos de
discusión sobre los que se ha debatido y sigue debatiendo aun
incesablemente desde distintas perspectivas y con variados
argumentos2.
La ubicación de la culpabilidad en la teoría del delito
La doctrina penal mayoritaria entiende que la culpabilidad debe tenerse en
cuenta como última categoría dogmática de la teoría del delito, es decir, luego de
haber determinado la existencia de un injusto penal.
A partir de la concepción naturalista del delito es cuando la culpabilidad dejó de
ser un presupuesto de la imputación y pasó a constituir, junto con los otros
aspectos subjetivos, una categoría analítica del delito al lado del injusto objetivo.
La verificación del delito comenzaba con una determinación del hecho y su falta
de conformidad con el derecho, y luego se procedía a determinar la relación
subjetiva (culpabilidad).
La ubicación sistemática de la culpabilidad no se vio modificada con el posterior
abandono de la visión psicológica y su sustitución por una concepción normativa
construida sobre la base de un reproche dirigido al autor, sino que los intentos
de normativización de la culpabilidad mantuvieron intacta su posición como una
categoría posterior a la antijuridicidad penal.
Las modernas interpretaciones doctrinales se esfuerzan todavía por resaltar el
carácter normativo de la culpabilidad, pero no cuestionan en lo absoluto el
hecho de que ésta deba establecerse a partir de un hecho antijurídico
previamente determinado como tal.
Ejemplo:
Si el hecho fue cometido por un menor de edad, se pone en evidencia
directamente la inimputabilidad para negar la responsabilidad penal sin que
previamente se determine si el hecho era antijurídico o no.
Por lo demás, puede suceder que ciertos aspectos de la culpabilidad sean
incluso lógicamente previos a la propia configuración del injusto penal.
Por ejemplo, para determinar si el autor actuó con dolo es necesario que
conozca el carácter antijurídico de su proceder.
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PUNIBILIDAD
La punibilidad es un elemento secundario del delito, que consiste en el
merecimiento de una pena, en función o por razón de la comisión de
un delito; dichas penas se encuentran señaladas en nuestro Código
Penal.
Cuello Calón, considera que la punibilidad no es más que un elemento
de la tipicidad, pues el hecho de estar la acción conminada con una
pena, constituye un elemento del tipo delictivo.
Guillermo Saucer, dice que la punibilidad "es el conjunto de los
presupuestos normativos de la pena, para la ley y la sentencia, de
acuerdo con las exigencias de la Idea del Derecho".
El aspecto negativo de la punibilidad se llama excusa absolutoria.
Jiménez de Asúa dice que son excusas absolutorias las causas
que hacen que a un acto típico, antijurídico, imputable a un autor
y culpable, no se asocie pena alguna por razones de utilidad
pública.
Las excusas absolutorias son aquellas circunstancias
específicamente señaladas en la ley y por las cuales no se
sanciona al agente.
Transformación (contenido)

ACCIÓN Y TIPICIDAD
1. LOS CASOS DE FALTA DE ACCIÓN
El Código Penal se refiere implícitamente a la acción cuando se
ocupa de los supuestos que tradicionalmente se han calificado
como causas de falta de acción o de no acción. Aquí entraría en
juego el concepto estricto de acción como elemento básico al
que se le enlaza las otras categorías del delito (injusto y
culpabilidad). La función de este concepto es fundamentalmente
de carácter negativo, es decir, de exclusión liminar del análisis
jurídico-penal de ciertos sucesos que son desde ya
irrelevantes146. En estos supuestos, no se entra a discutir
siquiera la tipicidad de la conducta, pues carecen de una
relevancia penal mínima.
Dentro de los supuestos de falta de acción, cabe mencionar, en
primer lugar, los casos en los que no hay ni siquiera un acto exterior
reconducible causalmente a una persona.
Se trata de los hechos provocados por animales, el llamado caso
fortuito que abarca hechos procedentes de la naturaleza
absolutamente imprevisibles como un terremoto o un tsunami, y los
meros pensamientos, actitudes internas, disposiciones de ánimo y
todos los afectos que pertenezcan a la esfera interna
(cogitationispoenam nemopatitur).
En relación con estos casos, no hay la menor discusión sobre la
ausencia absoluta de relevancia penal.
En segundo lugar, se encuentra los casos de vis physica absoluta o también
conocida como fuerza irresistible.
Aquí el suceso lesivo se reconduce a una fuerza irresistible proveniente dé
la naturaleza o de un tercero que incide únicamente sobre la corporeidad
de una persona.
El origen de esta fuerza, como puede verse, es externo, por lo que no
podrán abarcarse los casos de actuaciones arrebatadas o frenéticas.
Si bien hay una intervención física de la persona sometida a la fuerza
irresistible, se excluye absolutamente la capacidad de controlar su cuerpo
y, por lo tanto, de dirigir el suceso lesivo.
El carácter irresistible de la fuerza física se refiere precisamente a una
intensidad tal que elimina o anula por completo la capacidad de controlar
el suceso.
La caída sobre un valioso jarrón a raíz de un fuerte empujón de un
tercero o de un viento huracanado, son ejemplos académicos a los que
siempre se ha recurrido para graficar ejemplificativamente los casos de
fuerza irresistible.
Pero también es posible que la fuerza irresistible incida en un delito de
omisión como, por ejemplo, no auxiliar a un herido debido a que se está
aprisionado o sujetado violentamente por otro.
En este último caso, no es necesario que el sujeto esté impedido de todo
tipo de acción, sino solamente que no pueda realizar materialmente la
acción debida.
En tercer lugar, se hace referencia a profundos estados de
inconsciencia, tales como la situación de absoluta narcosis, hipnosis
o embriaguez, así como los ataques convulsivos.
Está claro que, si el estado de inconsciencia es relativo, de forma tal
que el agente mantiene cierto grado mínimo de voluntariedad,
entonces no cabrá una exclusión liminar del análisis jurídico-penal,
sino que se tendrá que encontrar a nivel del injusto y la culpabilidad
el sustento de su irrelevancia penal, de ser el caso.
Especialmente problemático es el supuesto de la embriaguez,
pues se trata de un estado que admite diversos niveles.
Si bien la normativa administrativa cuenta con una tabla de
alcoholemia, debe tenerse claro que dichos niveles de
alcoholización tienen una función meramente referencial en el
juicio de imputación penal, pues la imputación penal recurre,
como regla general, a una imputación personalizada y no
simplemente estandarizada.
Se hace mención finalmente a los llamados movimientos reflejos, los que son
definidos como reacciones incontroladas del cuerpo ante determinados
estímulos internos o externos.
El estímulo recibido pasa directamente de un centro sensorio a un centro
motor sin intervención primaria de la consciencia.
Por ello, su aprehensión será, a lo sumo, con posterioridad.
La ausencia de participación del sistema nervioso central determina, por otra
parte, que se trate de movimientos básicamente primarios que carecen de la
más mínima elaboración.
Así, los movimientos reflejos pueden expresarse mediante vómitos,
calambres, espasmos, el cierre instintivo de los ojos ante el acercamiento
violento de un objeto, entre otros supuestos.
Se trata de procesos mecánicos que provocan siempre la misma reacción
(reproducibilidad o provocabilidad) y en los que no hay intervención de la
subjetividad de la persona (independencia de la afectividad).
Un grupo de casos, sobre cuya inclusión como supuesto de falta de
acción se ha discutido doctrinalmente, son los llamados actos de corto
circuito o instintivos.
El sujeto reacciona aquí de forma incontrolada ante determinadas
situaciones excepcionales.
Existe cierto acuerdo doctrinal en cuanto a negar que los actos de corto
circuito sean equiparables a los movimientos reflejos, en la medida que
no se presenta una total independencia de la afectividad.
Lo que resulta discutido es si los casos de corto circuito deban
mantenerse como supuestos de exclusión de la acción o si se tratan,
más bien, de supuestos que tendría que analizarse en sede de
culpabilidad.
Dado que la falta de acción constituye un análisis de exclusión liminar
de sucesos lesivos, su ámbito de aplicación debería circunscribirse a los
casos.
2. LA TIPICIDAD
A.La tipicidad subjetiva
B. La tipicidad objetiva
A LA TIPICIDAD SUBJETIVA

La tipicidad subjetiva analiza el aspecto


interno del sujeto.
Es decir, se determina si la conducta
realizada por el sujeto fue con dolo o culpa.
1. EL DOLO
Se produce cuando el sujeto actúa con el conocimiento, voluntad y querer.
El conocimiento implica saber que se están realizando los elementos de la
tipicidad objetiva (sujetos, conducta y objeto material).
Este conocimiento no se debe confundir, sin embargo, con el conocimiento
del sujeto de que está cometiendo un delito: el conocimiento de la ilicitud
no se analiza en el dolo.
La voluntad o querer implica verificar que el sujeto desee cometer el delito.
La voluntad no se debe confundir con los móviles del delito, ya que estos se
dan cuando las personas que llevan a cabo el delito tienen una intención
adicional al delito.
En relación a esto, cabe decir que existen clases de dolo:
1. El dolo directo
El sujeto quiere realizar una conducta o quiere producir un determinado
resultado.
2. El dolo indirecto
Cuando el sujeto quiere producir un resultado, pero sabe que su conducta
va a traer otras consecuencias y asume esas otras consecuencias.
3. El dolo eventual (cuando el sujeto no quiere producir resultados, pero
sí prevé el resultado como posible).
Existen, sin embargo, instituciones que eliminan el dolo como el error de
tipo (cuando el error recae sobre un elemento del tipo penal), el cual
puede ser vencible o superable (se elimina el dolo, pero no la culpa) o
invencible (no se sanciona penalmente).
Asimismo, cabe recalcar que hay delitos dolosos en los que además se
requiere una finalidad adicional al dolo.
Evidentemente esta finalidad adicional debe establecerse en la descripción
legal.
Si se exige una finalidad, esta configura un un elemento subjetivo del tipo o
injusto penal.
Cuando está ausente el elemento subjetivo necesario no se le puede
sancionar por dolo.
Por ejemplo, en el caso de la eutanasia, el sujeto pasivo debe ser un
enfermo incurable y adicionalmente debe sufrir dolores intolerables. Se
debe verificar entonces estas condiciones en el sujeto pasivo.
2. LA CULPA
La culpa gira en torno a la conducta de la persona, específicamente cuando
se infringe un deber de cuidado o diligencia.
Estos deberes de cuidado, en algunos casos, están previstos en el
dispositivo legal.
No obstante, hay casos en los que el deber de cuidado no está en la norma,
en este caso se toma en cuenta la regla de la experiencia o lex artis.
Nos preguntamos qué habría hecho o debido hacer esa persona en base a
su experiencia.
En relación a la culpa, existen sistemas de tratamiento de los
delitos culposos: el sistema de numerus apertus, que
establece que si hay delito doloso, entonces también hay
sanción por culpa; y el sistema de numerus clausus, que
establece que son delitos culposos sólo aquellos
expresamente previstos por la ley.
Es este último sistema el que sigue nuestro Código Penal
para determinar los delitos culposos.
B. LA TIPICIDAD OBJETIVA

En la tipicidad objetiva se analiza si concurren los


elementos del tipo penal (la disposición normativa),
por lo que se necesita saber todos los requisitos que
establece la ley.
Dentro de la tipicidad objetiva hay tres puntos de
análisis:
1. Los sujetos
2. La conducta
3. El objeto material.
1. LOS SUJETOS
En el plano de los sujetos, se establece que todos los delitos tienen un sujeto activo
y un sujeto pasivo.
El sujeto activo es aquel que realiza la conducta prevista en el tipo penal.
Este solo puede ser una persona natural, ya que en caso sea una persona jurídica,
entonces responden las personas naturales a cargo.
Ahora, tomando como base al sujeto activo se pueden clasificar los delitos en
comunes y especiales.
Los delitos comunes son aquellos en los que cualquier persona que realiza la
conducta prevista en la ley penal va a responder por ella.
Los delitos especiales, en cambio, son aquellos en los que el tipo penal (la
disposición normativa) indica expresamente quién es el sujeto activo, por lo que no
es cualquier persona, sino la que el tipo penal ha previsto.
El sujeto pasivo, por otro lado, es aquel sobre el que
recae el daño de la acción delictiva.
En tal sentido, es la persona cuyo bien jurídico protegido
ha sido puesto en peligro o lesionado por la conducta
realizada por el sujeto activo.
Para determinar al sujeto pasivo en la comisión de un
delito, se debe identificar cuál es el bien jurídico
protegido por la norma penal y si este ha sido puesto en
peligro o lesionado
2. LA CONDUCTA
En el plano de la conducta, se establece que esta puede ser por acción o
por omisión, es decir la conducta se puede realizar haciendo o dejando de
hacer.
Cuando la conducta es por acción, se trata de una conducta en la que se
realiza o ejecuta una determinada actividad por el sujeto (por ejemplo,
matar a una persona).
Cuando la conducta es por omisión, se trata de una conducta en la que de
deja se hacer algo o no se actúa (por ejemplo, no prestar auxilio).
De acuerdo con esto, los delitos se pueden clasificar en delitos de simple o
mera actividad, o en delitos simples y compuestos.
Los delitos de mera actividad son aquellos en los que se requiere la
conducta en sí misma para que se configure el delito, es decir, la
simple conducta, sin importar el resultado que se produzca, ya es
delito (por ejemplo, conducir en estado de ebriedad).
Los delitos de resultado, en cambio, son aquellos en los que además
de la conducta se requiere que se produzca el resultado para su
configuración, es decir, estos se perfeccionan cuando además de la
conducta se produce el resultado previsto en la ley penal (por
ejemplo, matar a una persona).
En la misma línea, los delitos pueden ser simples y compuestos
tomando con referencia a los verbos que utiliza el tipo penal.
Los delitos simples son aquellos en los que sólo se utiliza un verbo.
Los delitos compuestos, en cambio, son aquellos en los que se
utilizan dos o más verbos.
Cuando es un delito compuesto, se tiene una subclasificación:
delitos complejos y delitos mixtos.
Así, un delito es complejo cuando la conducta abarca todos los
verbos rectores previstos en el tipo penal.
En cambio, un delito es mixto cuando basta que la conducta abarque
sólo un verbo rector para que se configure el delito.
3. EL OBJETO MATERIAL
En el plano del objeto material del delito,
se establece que es el objeto físico sobre
el que recae la conducta del sujeto activo.
El objeto es distinto al bien jurídico
protegido, pues el bien jurídico es
abstracto, mientras que el objeto material
es físico.
En síntesis, el análisis de tipicidad de los delitos debe
tener en cuenta tanto a la tipicidad objetiva, como a la
tipicidad subjetiva, puesto que ambas deben concurrir
para que se configure el delito.
En tal sentido, se deben analizar los sujetos, la
conducta y el objeto material; así como también el
dolo, la culpa y las finalidades adicionales que se
establezcan en la ley penal.
Si se verifican todos estos elementos se habrá llevado
a cabo un análisis de tipicidad adecuado.
Transformación (contenido)

CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN DE LA
ANTIJURICIDAD Y ANÁLISIS DEL
ARTICULO IV DEL TP DEL CP
CAUSAS DE JUSTIFICACIÓN DE LA
ANTIJURICIDAD
1. La legítima defensa
La legítima defensa justifica la realización de
una conducta típica por parte de quien obra, de
manera adecuada, en defensa de bienes
jurídicos propios o de terceros ante una
agresión ilegítima.
2. El estado de necesidad justificante
Nuestro Código Penal sigue la llamada tesis de la diferenciación y regula, por
tanto, de manera separada el estado de necesidad en el que se preserva un
bien jurídico predominante al dañado (artículo 20 inciso 4) y el estado de
necesidad en el que se preserva la vida, la integridad física o la libertad (artículo
20 inciso 5).
• Mientras el primer estado de necesidad excluiría la antijuridicidad (estado de
necesidad justificante).
• El segundo estado de necesidad haría lo propio con la culpabilidad (estado
de necesidad exculpante).
Dentro del estado de necesidad justificante se suelen distinguir, a su vez, los
casos de estado de necesidad agresivo y de estado de necesidad defensivo.
El estado de necesidad es agresivo cuando la acción realizada para eludir el
peligro que se cierne sobre el sujeto, recae sobre un tercero ajeno por
completo a dicho peligro.
En cambio, el estado de necesidad es defensivo cuando la acción realizada
para elu dir el peligro pesa sobre el que crea ese peligro de una forma que
no califica como una agresión ilegítima.
En ambos casos, si se respetan las exigencias de proporcionalidad, podrá
afirmarse la concurrencia de un estado de necesidad justificante.
3. Los actos permitidos por el ordenamiento
a. El ejercicio regular de un derecho
El ordenamiento jurídico puede otorgar excepcionalmente a los
particulares ciertos derechos, cuyo ejercicio puede implicar la
afectación de otros derechos o intereses de terceros.
Si el titular del derecho se mantiene dentro del ámbito regular del
ejercicio del derecho otorgado, el hecho lesivo producido no le
podrá ser imputado penalmente.
En consecuencia, la justificación por el ejercicio regular dé un
derecho presupone una situación especial de conflicto, en el que el
titular del derecho pierde competencia penal por los efectos lesivos
de su actuación.
Como ejemplo de un supuesto de ejercicio regular de un
derecho podría destacarse el caso de los derechos de defensa
posesoria y de retención que el Código Civil prevé en sus
artículos 920 y 1123 respectivamente.
En efecto, en estos casos, el ordenamiento jurídico autoriza al
particular a utilizar excepcionalmente, y siempre bajo
determinados límites, vías de hecho para la preservación de sus
intereses patrimoniales
Por ejemplo, en cuanto a la defensa posesoria, la legislación civil autoriza al
poseedor a repeler la fuerza que se emplee contra él o su bien y recobrarlo,
si fuere desposeído, dentro de los quince días siguientes a que tome conoci
miento de la desposesión.
En cualquier caso, debe abstenerse de las vías de hecho no justificadas por
las circunstancias.
Si bien algunos casos de defensa posesoria podrían justificarse con las reglas
generales de la legítima defensa, la justificación con esta causa de
justificación no alcanzaría a la posibilidad de recobrar el bien.
La necesidad de garantizar una confianza mínima en el respeto de los
derechos patrimoniales fundamenta esta facultad excepcional otorgada por
la ley civil al poseedor de un bien mueble que se extiende incluso a
supuestos en los que no hay actualidad de la agresión.
La perspectiva del ejercicio legítimo de un derecho es utilizada
también para solucionar la eventual situación de conflicto entre la
libertad de información y el derecho al honor.
En efecto, conforme al Acuerdo Plenario N° 03-2006, el derecho de
información y la libertad de expresión pueden justificar injerencias en
el honor ajeno, a cuyo efecto es de analizar el ámbito sobre el que
recaen las frases consideradas ofensivas, los requisitos del ejercicio
de ambos derechos y la calidad -falsedad o no- de las aludidas
expresiones.
En el referido acuerdo plenario se procede a precisar cada uno de
estos aspectos para poder determinar si el ejercicio del derecho de
información o de expresión fue regular y, por lo tanto, justificado en
relación con la posible afectación al honor de otra persona.
b. El ejercicio legítimo de un cargo u oficio
Otro supuesto de justificación que se enmarca dentro de los actos
permitidos por el ordenamiento jurídico es el ejercicio legítimo de un
cargo u oficio.
Pese a que los términos “cargo” y “oficio” pueden interpretarse en un
sentido amplio que abarquen también las actividades privadas (por
ejemplo, el ejercicio profesional), se considera que más acorde con el
sentido de la justificación sería interpretarlos en relación con el
ejercicio de potestades públicas.
Esta interpretación restrictiva se sustenta concretamente en el hecho
de que el ejercicio de una profesión privada, en la medida que se
haga conforme a la normativa y estándares de actuación vigentes,
constituirá un caso de conducta penalmente irrelevante, es decir, que
ni siquiera podrá afirmarse la creación de un riesgo prohibido.
Por el contrario, en el ámbito de las actuaciones funcionariales u oficiales se
contemplan ciertas autorizaciones excepcionales para intervenir
coactivamente en ámbitos personales de los particulares, como sería el caso
de los magistrados, autoridades administrativas o la policía.
Estas conductas podrían encajar normalmente en tipos penales como
coacciones, secuestros, allanamiento de morada o lesiones, pero que, por
razones de interés público, se consideran excepcionalmente permitidas.
El que la causa de justificación del ejercicio legítimo de un cargo u oficio se
circunscriba a las potestades públicas no significa que solamente pueda ser
invocada por un funcionario público.
En muchos ámbitos, al ciudadano se le delega potestades públicas, cuyo
ejercicio, conforme a derecho, no podrá acarrearle responsa bilidad penal.
Un ejemplo de esta posibilidad de delegación es el caso del arresto
ciudadano regulado en el artículo 260 del Código Procesal Penal.
En virtud de este dispositivo legal, todo ciudadano está facultado para
arrestar a una persona a la que se le descubre en flagrancia delictiva.
Esta privación de la libertad, hasta su entrega inmediata a la Policía,
no podrá configurar un delito contra la libertad personal del detenido.
La necesidad de asegurar el interés público de que el sospechoso de
un delito no rehúya a la investigación, justifica la afectación producida.
No hay duda que esta justificación no alcanza a otras lesiones que no
sean imprescindibles para efectuar el arresto.
Para que el ejercicio del cargo u oficio despliegue el efecto eximente
de responsabilidad, es necesario que sea legítimo. Esa legitimidad se
alcanza si es que la potestad pública se ejerce en el marco de la
legalidad y conforme a las exigencias y usos propios de cada cargo u
oficio.
Como condición de la legalidad destacan especialmente la
competencia objetiva y espacial, así como las formalidades
legalmente establecidas (por ejemplo, la comunicación previa
al afectado, la lectura de derechos, la consulta con su
abogado, etc.).
En cuanto al ejercicio de las potestades asignadas al cargo u
oficio, un punto importante es la proporcionalidad.
Queda claro, entonces, que el ejercicio de potestades ajenas
al cargo o la extralimitación de las asignadas, no se
encontrarán justificadas y podrá generar responsabilidad
penal por las lesiones o afectaciones producidas.
c. El cumplimiento de un deber
La justificación en el cumplimiento de deberes se presenta cuando la
actuación conforme al deber trae consigo la afectación de otros bienes
jurídicos.
En relación con la causa de justificación del cumplimiento del deber, cabe
abordar el supuesto específico de justificación incluido en la reforma del
Código Penal operada con el Decreto Legislativo N° 982 de 22 de julio de
2007.
Mediante esta ley de reforma del texto punitivo se incorporó una causa
específica de exclusión de la responsabilidad penal, conforme a la cual se
justifican las lesiones o muertes causadas por las Fuerzas Armadas y de la
Policía Nacional en cumplimiento de su deber y en uso reglamentario de sus
armas (artículo 20 inciso 11 del CP).
El caso especial de la colisión de deberes
Un caso especialmente problemático de cumplimiento de un deber es la
llamada colisión de deberes justificante.
Este supuesto tiene lugar cuando existen dos deberes distintos que deben
cumplirse, siendo físicamente posible cumplir sólo con uno de ellos.
El ejemplo típico que se utiliza para graficar esta situación de conflicto es
el caso del padre que ve ahogarse a sus dos hijos y solamente puede salvar
a uno de ellos. El ejemplo utilizado no debe llevar, sin embargo, a la falsa
comprensión de que la colisión de deberes se produce solamente respecto
de deberes de actuar, ya que los deberes en conflicto pueden presentarse
bajo la forma de un deber de actuar (mandato) o de omitir (prohibición).
Lo que debe determinarse aquí es en qué casos el cumplimiento de uno
de esos deberes levanta la antijuridicidad del incumplimiento del otro
deber.
4. Obediencia debida
El artículo 20 inciso 9 del CP establece que quedará exento de responsabilidad
penal el que actúa por una orden obligatoria de autoridad competente,
expedida en el ejercicio de sus funciones. Queda claro que la ejecución de la
orden debe llevar a un hecho antijurídico, pues, de lo contrario, no cabría
plantear una situación de justificación en relación con la actuación del
subordinado o destinatario de la orden. El punto de discusión no se ubica, por
tanto, en la antijuridicidad de la orden o no, sino en la cuestión de la
obligatoriedad de una orden injusta. ¿Puede la ejecución de una orden que
lleva a configurar un injusto penal estar justificada porque el ejecutor estaba
obligado a cumplirla? La respuesta a esta interrogante requiere precisar cuál
es el fundamento para justificar la obediencia dada a una orden antijurídica,
lo que, a su vez, permitirá, de ser el caso, establecer los requisitos que se
deben reunir para alcanzar tal justificación
El estado de necesidad defensivo no está emparentado
realmente con el estado de necesidad, sino con la estructura
de la legítima defensa.
En efecto, ya que el que crea la situación de peligro ha
realizado un acto propio de organización, deberá
considerársele preferentemente competente por el peligro
generado, aunque no sea un agresor en los términos de la
legítima defensa.
Tal situación le impone el deber de eliminar el peligro, asumir
los costes de los daños que pudiera producir y, en caso
necesario, soportar la eliminación del peligro por parte del
afectado.
PRINCIPIO DE LESIVIDAD DE BIENES
JURIDICO – PENALES
ARTICULO IV DEL TP DEL CP
La pena necesariamente, precisa de la lesión o
puesta en peligro de bienes jurídicos tutelados
por la ley
El principio de lesividad u ofensividad enseña que nadie debe ser
perseguido por conductas que no afecten o arriesguen bienes jurídico
penales individuales o colectivos, esta premisa constituye un límite material
al ejercicio del poder punitivo pues proscribe la punición de «Meras
desobediencias» carentes de un bien jurídico penal pasible de lesión o
riesgo; en efecto, los tipos penales de lesión como el homicidio [106 CP]
exigen que la conducta afecte la vida humana y los tipos penales de peligro
concreto como la producción de peligro común [273 CP] requieren que el
comportamiento genere un riesgo concreto para la seguridad pública; sin
embargo, los tipos penales de peligro abstracto como la apología base y
apología terrorista [316 CP y 316-A CP] no lesionan, ni arriesgan bien
jurídico penal alguno pues el dispositivo no exige la creación concreta de
una situación riesgosa para la tranquilidad pública simplemente se castiga la
desobediencia normativa.
El sistema jurídico a positivizado determinados valores democráticos que
permiten la convivencia dentro del modelo del Estado Constitucional de
Derecho; por tanto, sólo la lesión o peligro de aquellos valores amerita
intervención del poder punitivo, piénsese en el magistrado que cita a
solas a la litigante, en locales discretos, apartados, donde se consume
licor, luego de tocamientos de mano y presuntos besos en la mejilla le
propone ir a un lugar más privado, sin que durante todo ese lapso haya
formulado solicitud de favores sexuales a cambio de favorecerla en su
pretensión cautelar, sin lugar a dudas tamaño comportamiento no
ofende el bien jurídico penal correcto ejercicio de la función pública —
más sí los deberes éticos del magistrado—; por lo que, no ameritaba
persecución penal alguna.
En consecuencia, sólo las conductas que afecten o
arriesguen bienes jurídicos penales individuales o colectivos
ameritan persecución penal, más no así las desobediencias,
inmoralidades u ofensas no penales, de ahí que resulta
plenamente exigible la “neutralidad moral, ideológica y
cultural del Derecho que garantiza la laicicidad de las
instituciones públicas y la que al mismo tiempo, permite
fundar la autenticidad de la ética laica”
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PRACTICA
Práctica
Práctica

Elabore un caso aplicando el estado de


inconciencia
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Conclusiones
La teoría del delito recoge un modelo de imputación de
responsabilidad penal que justifica la imposición de la pena,
por lo que entre el delito y la pena debe existir una relación
de lógica correspondencia
Conclusiones

La teoria pentatómica
1. Acción
2. Tipicidad
3. Antijuricidad
4. Culpabilidad
5. Punibilidad
Bibliografía
PEÑA CABRERA FREYRE, ALONSO RAÚL (2013) Derecho penal,
Editorial Moreno HURTADO POZO, JOSÉ (2011) Manual de derecho
penal , Editorial Moreno

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