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Traductoras
Anna Karol JaviFran Sahara
Beatrix Jeenn Ramírez samanthabp
Dakya Joselin Sol Giovanni
Evanescita Julie Umiangel
gabibetancor Madhatter Val_17
Gesi Mely08610 Valentine Rose
Ivana Miry Yecca
Jadasa Nickie
Correctoras
Amélie Elizabeth.d13 Naaati
Anna Karol Jadasa Pame R.
Blaire R. Julie Val_17
Daliam Karen_D
Lectura Final
Anna Karol Julie Vane Black
Jadasa Ivana Val_17
Diseño
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Página
Elizabeth.d13
Sinopsis Capítulo 19
Prologo Capítulo 20
Capítulo 1 Capítulo 21
Capítulo 2 Capítulo 22
Capítulo 3 Capítulo 23
Capítulo 4 Capítulo 24
Capítulo 5 Capítulo 25
Capítulo 6 Capítulo 26
Capítulo 7 Capítulo 27
Capítulo 8 Capítulo 28
Capítulo 9 Capítulo 29
Capítulo 10 Capítulo 30
Capítulo 11 Capítulo 31
Capítulo 12 Capítulo 32
Capítulo 13 Capítulo 33
Capítulo 14 Capítulo 34
Capítulo 15 Capítulo 35
Capítulo 16 Capítulo 36
Capítulo 17 Throne of Truth
Capítulo 18 Sobre el autor
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Tres años
Desde que escapé por la noche, bailé en las calles de Nueva York, y casi
me matan dos ladrones en un callejón. Hasta que él apareció y me salvó.
Tres días
Desde que le arrojé una bebida al hombre con quien mi padre esperaba
que me casara, entonces me encontré a mí misma estrellándome contra la pared
con la seductora voz de Penn Everett susurrando una propuesta que no podía
rechazar.
Tres horas
Para odiar al hombre que me recordó tantas cosas y ocultó tanto detrás de
sus mentiras. No pudo ser el hombre que me salvó hace tres años... pero hay algo
tan familiar...
Tres minutos
Para que nuestra relación pasara de abierta al matrimonio. Él se lo anunció
a mi padre, quien está extasiado. Les dijo a mis amigos, quienes están
conmocionados. Pero él no me preguntó, me lo ordenó, y estoy furiosa.
Tres segundos
Para que sus mentiras me robaran lentamente el corazón y me hicieran
creer, tener esperanza... confiar.
Tres alientos
Para que su verdad me destruyera.
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Traducido por Jadasa
Corregido por Val_17
importaba actuar más joven porque quería ser más joven para variar.
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Quería que me dejaran llorar porque hoy se convirtió en una decepción
masiva y si era una niña, podía dejar que mi dolor se notara. Si fuera un adulto,
tendría que soportarlo y fingir que estaba bien con eso.
Mi tristeza se originó por algo tan estúpido. No me debería importar, sobre
todo porque lo sabía mejor. Pero papá me decepcionó con una tonta tradición de
cumpleaños, y no sabía cómo decirle que me sentía triste sin parecer una niña
haciendo pucheros que no valoraba todo lo que ya tenía.
—¿Libro de reglas? —dije, mirando a papá—. ¿Escribiste un libro de reglas
al igual que la escuela? ¿Es tan estirado y estricto en cosas tontas como la longitud
de los calcetines y el uniforme? —Arrugué mi nariz ante la camisa de Steve y los
pantalones arrugados—. Si lo hiciste, ¿por qué no están vestidos igual?
Papá llevaba pantalones ajustados, chaleco gris y una chaqueta con ribetes
azul marino en las mangas. Cada puño y pliegue se encontraba a la perfección.
No se parecía en nada a los otros hombres con traje en su edificio de gran
altura, especialmente a Steve con su famosa camisa arrugada.
Pero eso no era nuevo.
Papá se veía inmaculado todos los días de su vida desde que podía
recordar. Incluso en las fotos de él sosteniéndome cuando era una recién nacida
en el hospital, vestía un traje de tres piezas con un crisantemo (la flor favorita de
mamá) en la solapa.
Steve se rio entre dientes. —¿Tu escuela tiene un uniforme, Elle?
Él lo sabía. Me vio aquí después de la escuela en mi despreciado esplendor.
Asentí. —Lo odio. Es feo y pica.
—Pero te ves muy adorable, Bell Button. —Papá me abrazó más cerca.
Secretamente, me encantaban sus abrazos (especialmente porque ahora solo nos
teníamos el uno al otro) pero, por fuera, tenía una reputación de doce años que
mantener.
Todavía jugando su juego, dije—: Papá. Dijiste que no usarías ese nombre.
Se encogió dramáticamente. —Ups. Lo olvidé. —Se tocó la sien—. Soy un
hombre viejo, Elle. No puedo recordar todo.
Le di un empujoncito con mi hombro. —Al igual que te olvidaste que
escribiste un libro de reglas que decía que no se permiten hijas los fines de
semana.
—Exactamente. —Sonrió.
—¿Y al igual que te olvidaste de mi cumpleaños?
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Ups.
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No quise decir eso, pero me lo guardé toda la mañana. Hice mi mejor
esfuerzo para bromear, pero no logré contener el dolor. Nunca lo había olvidó
antes. Siempre me despertaba con un regalo tonto y luego hacíamos lo que yo
quisiera por la tarde.
No fue el caso hoy.
Cumplí doce, y no hubo pastel ni velas, ni siquiera un abrazo de
cumpleaños.
En cambio, me preparó tostadas, me dijo que me vistiera elegante y luego
me arrastró a trabajar con él. Me llevaba a la oficina a menudo, pero esperaba que
hoy hubiera sido un viaje a Central Park, o al menos, el almuerzo en mi
restaurante tailandés favorito.
¿Ya no se permite la diversión?
Ahora que era mayor, ¿tenía que ganar un sueldo como seguía
diciéndome? ¿Que era hora de poner en práctica los escasos años de la escuela?
Creí que bromeaba.
Por otra parte, bromeaba con todo este juego de roles. Mi corazón saltó,
haciendo todo lo posible para entender lo que pasaba.
Steve se quedó sin aliento. —¿Olvidaste el cumpleaños de tu hija? —Se
estremeció, sacudiendo la cabeza—. Qué vergüenza, Joe.
—Cuidado. Todavía puedo despedirte. —La cara de papá se contorsionó
mientras luchaba por no sonreír. Se dio por vencido, permitiendo que una amplia
sonrisa se extendiera—. Esa es la razón por la que violé las reglas, y traje a mi hija
a trabajar un sábado.
Me congelé, incapaz de detener la felicidad burbujeante.
Espera… ¿eso significa que no lo olvidó?
—¿Qué… para hacerla tu esclava? —Los ojos de Steve se abrieron
ampliamente—. Podrías haber esperado hasta que ella tuviera trece años, al
menos. —Me guiñó—. Déjala ver el mundo antes de encadenarla a este lugar.
—Tendrá tiempo de sobra para eso. —Me abrazó con fuerza, avanzando,
llevándome con él—. Ven, Bell Button.
Puse los ojos en blanco. —De nuevo con Bell Button.
—Lidia con ello. —Se rio entre dientes, su cabello canoso capturando las
luces de neón mientras caminábamos por el amplio pasillo. La vista del centro de
Manhattan brillaba en las ventanas. Acomodada de manera majestuosa en el piso
cuarenta y siete, las oficinas del CEO y los altos directivos de Belle Elle nunca
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su pequeña tienda Belle Elle en honor a su esposa, Elizabeth Eleanor, cuyo apodo
era Belle Elle. Lo sabía porque existían múltiples casos de estudio sobre mis
ancestros y artículos de periódicos. Era otro elemento más de mi tarea: aprender
todo lo que podía sobre nuestro legado porque en este mundo, en que los Estados
Unidos no tenía una Familia Real, éramos clasificados en algunos círculos como
sangre azul.
Ciudadanos de toda la vida de un imperio que estuvo aquí desde la
colonización. Creciendo lentamente y entregando más productos desde abrigos
y sombreros básicos para hombres y sombrillas y chaquetas para mujeres, hasta
armarios completos, artículos para el hogar, entretenimiento y joyas para
cualquier edad.
Belle Elle era la cadena minorista más grande de los Estados Unidos y
Canadá, y algún día sería mía.
Para la niña de doce años que se divertía jugando a disfrazarse con
maniquíes infantiles una vez que los clientes eran expulsados, que ayudaba al
personal a organizar nuevos escaparates, y podía llevar joyas de fantasía a casa
de vez en cuando porque su papá podía tomar un collar o dos, le emocionaba la
idea de que esto fuera a ser mío. Pero la mujer que evolucionaba lentamente, la
que se preparaba a cada hora para ese futuro, tenía miedo.
¿Tendría lo necesario para controlar este lugar?
¿Era lo que quería hacer con mi vida?
—No me olvidé de tu cumpleaños. —Papá juntó las manos en frente de su
chaleco—. Pero ya lo sabías porque eres mi hija y la chica más brillante del
mundo.
Sonreí, dejando caer la cabeza, avergonzada. Sus cumplidos nunca
dejaban de emocionarme y consolarme. No le diría que me preocupé.
Realmente pensé que lo olvidaste.
Continuó—: Hoy es un día muy especial y no solo porque naciste. —Sacó
una pelusa de su chaqueta, luciendo cada centímetro como un poderoso CEO en
lugar del padre amoroso que conocía.
Sin importar a donde fuéramos, siempre llevaba un traje. Me hizo
adherirme al mismo armario estricto de blusas planas, vestidos y pantalones
rectos. No tenía, ni poseí nunca, un par de vaqueros.
Quizás hoy ese sería mi regalo.
Me senté en silencio, cortésmente, esperando que continuara.
—Te traje al trabajo para darte dos regalos.
Uf, realmente no se olvidó.
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Traté de ocultar mi ansiedad. Sabía cómo camuflar mis verdaderos
sentimientos. Podría ser una niña, pero nací heredera y me enseñaron a actuar de
forma no afectada en todas las situaciones, buenas o malas.
—Mira a tu derecha.
Obedecí, extendiendo la mano para tocar la carpeta negra que siempre
descansaba allí. Papá la traería a casa con documentos importantes dentro y
luego la llevaría a la oficina con papeleo aún más vital. Nunca me permitieron
tocarla a menos que él estuviera cerca, y solo para entregársela.
Dudé cuando mis dedos pasaban por el suave cuero.
Sonrió. —Vamos, puedes abrirla.
La tiré hacia mí y la abrí. Allí, como en todas las otras ocasiones, había
páginas blancas y nítidas marcadas con múltiples líneas negras de jerga adulta.
—¿Qué dice en la cima? —Se abrió el botón del medio de su chaqueta y se
sentó en un lado del escritorio. Su largo cuerpo se alzaba sobre mí, pero no de
mala manera; más como un árbol de sauce en el que me gustaba acurrucarme y
dormir una siesta en el Central Park en los raros días que papá no hacía nada.
—Última voluntad y testamento de Joseph Mark Charlston. —Mis ojos se
apresuraron a los suyos—. Papá… no estás…
Extendió su mano y palmeó la mía. —No, Bell Button. Aún no. Pero uno
nunca puede ser demasiado cuidadoso. Hasta la semana pasada, mi última
voluntad y testamento dejaban la dirección de la compañía de nuestra familia a
Steve hasta que tú llegaras a la mayoría de edad. Sin embargo, nunca me sentí
cómodo dejando esa responsabilidad a alguien fuera de la familia Charlston.
Me mordí el labio. —¿Qué quieres decir?
Sacó una pluma del pequeño soporte de oro de su escritorio. —Significa
que lo revisé. No tengo planes de dejar este mundo pronto, así que no te
preocupes por eso. Y tú, querida, eres más que inteligente para tu edad, así que
sé que tomarás todo esto con calma. Tu educación acerca de nuestros procesos,
fábricas y estructura de empleados se acelerará y, cuando estés lista, te
convertirás en presidenta y dimitiré.
Mi boca se abrió. Eso sonaba duro. ¿Cuándo tendré tiempo para ir a la
escuela y hacer amigos que no sean el personal del departamento de maquillaje
donde pasaba el tiempo cuando él trabajaba hasta tarde?
Pero, ¿cómo podría decir que no? Yo era todo lo que tenía. Él era todo lo
que yo tenía. Teníamos que mantenernos unidos.
Mi corazón se tambaleó, necesitaba la confirmación de que no me iba a
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por su cuenta durante cuarenta años más. Elizabeth Eleanor, la original Belle Elle.
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satisfecha con los nuevos contratos y los costos de producción más baratos.
Nunca había ido a una fiesta o actuado como una adolescente porque el trabajo
comenzaba demasiado temprano como para quedarme despierta hasta tarde.
Vivía y respiraba mercancías y balances.
Y estoy bien con ello.
No conocía otra vida. No tenía derecho a sentirme tan atrapada. Tenía un
padre increíble, un futuro asombroso, y todo lo que podía desear. Me dieron
tanto, pero el precio de tanto poder y grandeza era la carencia de tantas cosas que
jamás disfruté.
Nunca tuve amigos porque ¿quién querría juntarse con un bicho raro que
no sabía jugar? Nunca paseé por la ciudad sola porque el mundo era demasiado
peligroso. Jamás me metí en problemas ni hice nada imprudente. Mis días
estaban rodeados de guardaespaldas, chóferes y gerentes.
Las chicas que conocí en la escuela solo fingían que les agradaba cuando
les daba descuentos en vestidos y zapatos. De hecho, la semana antes del baile de
graduación, de repente me convertí en la chica más popular de la escuela, solo
para oírlas susurrar en los vestuarios de Belle Elle sobre cuánto se ahorraban
gracias a mentirme en la cara sobre la amistad y el descuento que les di.
Y los chicos me tenían miedo porque yo hablaba como un adulto y
trabajaba con hojas de cálculo en tiempo real en matemáticas en lugar de resolver
la ecuación básica de álgebra en la pizarra.
Nunca estuve sin compañía, pero sí siempre sola.
Si no fuera por Sage, probablemente ya habría huido. Pero no podía
dejarla, y definitivamente no podía dejar a mi padre.
Me necesitaban.
Todos lo hacían.
Pensar en la pequeña bola de pelusa la hizo aparecer. El elegante y bonito
gato saltó sobre mi escritorio, deliberadamente golpeando el viejo soporte de Tic-
Tac lleno de sujetapapeles. Lo golpeó de nuevo por si acaso.
Instantáneamente, el estrés del día y el dolor de espalda por haberme
encorvado sobre un escritorio durante demasiado tiempo se desvanecieron. —
Hola a ti también.
Maulló, su linda cara gris arrugándose como si no estuviera de acuerdo
con que yo volviera a trabajar en la oscuridad.
Desde que papá me la regaló, nunca se apartó de mi lado. La única vez
que no estuvo conmigo fue mientras me encontraba en la escuela, pero como eso
fue hace unos años, ahora era mi sombra plateada y silenciosa. Viajaba sobre mi
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cuello como una bufanda viviente y trotaba detrás de mí cuando tenía reuniones
Página
nuevamente.
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Ignoré su despliegue de molestia felina, empujándola fuera de mi
uniforme. —Me escuchaste, Sage. No finjas lo contrario. —Agrupando la ropa,
eché un último vistazo al espejo y decidí que me veía lo suficientemente
adolescente. Seguro que no me parecía en nada a la mandamás de Belle Elle.
—Bien. —Asentí, sacudiéndome el cabello rubio que caía en cascada por
la espalda hasta la cintura. Papá se quejaba constantemente para que lo cortara,
pero era mi única rebelión. La longitud no era práctica, y la mayoría de las veces,
dejaba que se secara al aire en ondas desordenadas. La única parte que era salvaje
de la presidenta perfecta que respetaba las reglas.
Regresando al piso de ventas, tomé una bolsa de compras de debajo de
una de las muchas estaciones de caja y metí dentro mi ropa costosa. Una vez
doblada cuidadosamente, metí la bolsa brillante en el armario debajo de la caja
donde las carpetas de manila permanecían con las tareas diarias y las listas de
verificación.
Dos cosas más y luego estaría lista para irme.
Necesito un abrigo en caso de que haga frío y algo de dinero.
No bajé mi bolso de la oficina. No es que hubiera hecho una diferencia si
lo hubiera traído.
No tenía efectivo. Si necesitaba algo, mi asistente me lo compraba. Solo
tenía una tarjeta de crédito para emergencias (no es que alguna vez la usara), y
mi tarjeta de identificación para acceder a partes restringidas del edificio.
Sage se unió a mí desde el vestuario y caminó por el pasillo, llevando mi
atención a una pequeña mesa con bolsos originales en exhibición. Viendo que ya
robé pantalones, una blusa y un par de zapatos, supuse que tomar un bolso no
importaría.
Y demonios, mientras me encontraba en eso, también podría tomar algo
de dinero para gastar, ya que no habría nadie que me comprara nada esta noche.
Usando la llave universal adjunta a mi cordel y tarjeta, desbloqueé la caja
registradora y miré el fondo de caja. No había billetes grandes, solo el cambio
reglamentado listo para un nuevo día de transacciones. El resto de las
recaudaciones del día ya se contó, empaquetó y guardó en nuestra bóveda,
estarían listas para una carrera al banco.
No importa.
Trescientos dólares en billetes de veinte estarían bien.
Tomando el fajo, escribí una nota rápida en un Post-it: Noelle Charlston tomó
prestados $300 en caja chica. Póngase en contacto con su asistente, Fleur Hemmings, en
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***
de compras.
Pero luego me recordé a mí misma que si no hacía esto, jamás sabría lo que
era ser normal. De manera que lo superé, me di la vuelta y puse un pie detrás del
otro, ingresando lentamente al imperio del centro de Nueva York.
Extraños tropezaban conmigo, los turistas me pidieron que les tomara una
fotografía, y los vendedores ambulantes gritaban sobre sus mercancías
directamente en mi cara.
La sobrecarga sensorial lentamente erosionó mi vergüenza por escaparme
y me obligó a prestar atención a cada cosa.
Por horas, caminé.
Miré.
Respiré.
Dejé que la vida me lleve a donde quisiera para variar. No tenía ni idea de
a dónde iba ni cómo volver, pero dejé que mis pies se perdieran porque tenía
dinero para tomar un taxi a casa. Sabía mi dirección, no estaba tan protegida.
Podía permitirme ir a donde sea que quisiera y, al final de mis aventuras, tomar
un taxi y regresar a mi existencia con una nueva profundidad. Y un secreto que
felizmente albergaría para siempre.
En algún punto, debo haber terminado una cuadra y dado vuelta, así que
en vez de girar a la izquierda cuando llegué a Times Square, giré a la derecha y
continué dejando que la ciudad me mostrara lo que me estuve perdiendo.
Las parpadeantes carteleras publicitarias intentaban convencerme de que
necesitaba el último Jeep y Hummer. Las famosas actrices jóvenes de Hollywood
brillaban en las pantallas LED con fragmentos de las próximas películas. Madame
Tussauds prometía maravillas eternas, encapsuladas en cera, y ¡Ripley's Believe It
or Not! me hizo señas para que vea cosas que no son comunes en la vida cotidiana.
Al pasar frente a una tienda de recuerdos, un montón de relojes en mini
Estatuas de la Libertad mostraron que llevaba vagando un tiempo.
Diez de la noche.
A estas alturas, si hubiera seguido con mi rutina, estaría en casa, recién
salida de una carrera rápida en la cinta y duchándome. Respondería algunos
correos electrónicos de último minuto y me arrastraría a la cama para leer el
último romance antes de que cerrara los ojos y el lector electrónico me golpeara
en la cabeza.
No esta noche.
Esta noche, los extraños sonreían o gritaban, dependiendo de si querían
que yo hiciera algo por ellos o que me quitara del camino. O me movía muy
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La leche entera ayudó a moderar parte del odioso picante. Exhalé un suspiro de
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alivio.
—Espero que vayas a pagar por eso. —La chica de la tienda con el cabello
rosa arqueó una ceja.
Limpiándome los labios con el dorso de la mano (algo que nunca haría en
mi mundo real), asentí y agarré otra botella de agua en tanto de alguna manera
abrazaba mis burritos casi intactos. —Sí, lo siento. La salsa picante me atrapó
desprevenida.
Sonrió. —Oh, mierda, ¿molestaste a Pete?
—¿Pete? —Coloqué las dos botellas de agua (una llena, una vacía) y la
leche de chocolate a medio beber en la cinta transportadora.
La cajera las pasó por encima del escáner, haciéndolo sonar. —Sí, el tipo
que es dueño del local de carne mexicana. —Soltó una risita—. Hace un taco
genial, pero hombre, es cruel con la salsa picante.
Pasé la lengua por mis labios todavía hormigueantes. —En cierto modo se
lo pedí. —Encogiéndome de hombros, sonreí—. No salgo mucho. No era
consciente de que no se podía molestar a los vendedores de comida.
Embolsó mis compras. —Síp, todo el mundo lo sabe. Especialmente no
molestar a los reyes de la calle.
Saqué un billete de veinte de mi billetera. Lo tomó, abrió la caja
registradora, y luego me entregó el cambio. El hecho de que me hablara sin
tensión ni preocupación hizo que me relajara.
Estaba tan acostumbrada a hablar con mujeres en una relación jefe-
empleado. Nadie bromeaba en mi presencia ni me decía qué hacer por temor a
que los despidiera. Y aquellos que trataban de entablar amistad conmigo solo lo
hacían por un ascenso o un aumento.
Podía saborear la falsedad como una manzana podrida.
Compartimos otra sonrisa antes de que apareciera la incomodidad. No
sabía cómo terminar una conversación amistosa o incluso cuándo irme después
de comprar algo.
La chica me salvó de quedarme allí como una idiota. —Bueno, ten una
buena noche. Y no hagas enojar a más personas, ¿oíste?
Asentí. —De acuerdo. Gracias por tu ayuda.
—No hay problema. —Me despidió saludándome con una mano antes de
desaparecer de la caja registradora para terminar de llenar una estantería con
patatas fritas.
Asegurándome de que tenía los dos burritos y mis valiosos líquidos para
sobrevivir al dragón escupe fuego de la venganza de Pete, salí de la tienda y volví
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taxi.
El mundo desapareció a mí alrededor mientras me enfocaba en esperar
por el coche. La tentación de sábanas suaves y habitaciones silenciosas ayudaron
a borrar el caos del que fui parte por algunas cortas horas.
No noté a los dos hombres en un principio.
Quizás era demasiado inocente o ciega, pero no me esperaba las dos
manos que tomaron mis codos con fuerza, ambos hombres rodeándome.
Mi corazón subió a mi garganta, ahogando el grito que quiso escapar.
Mis ojos se abrieron como platos a medida que me arrastraban hacia el
callejón.
¡No!
No entendía qué sucedía.
¡Suéltenme!
Nunca me habían tratado con tanta brusquedad.
Sus dedos se clavaron como garras en mis brazos.
Me dolía.
Me estaban lastimando.
—¡Ayuda! —Mi corazón latía con fuerza en mi garganta, impidiendo que
algo más que un débil pedido de ayuda lograra salir. Mi inutilidad les brindó
todo el tiempo que necesitaban.
Con una risa siniestra, me arrastraron más profundamente dentro de la
oscuridad, lejos de los postes de luz, la gente y los taxis.
—¡Suéltenme! —Me retorcí, pateando y sacudiéndome—. ¡Ayuda!
¡Socorro! Alguien…
Pero era demasiado tarde.
Me arrastraron más lejos, riéndose fuertemente en tanto mis pies se
deslizaban inútiles en el sucio suelo. En un bizarro momento de introspección,
noté cuán sucios se pusieron mis zapatos. Cómo el negro ahora cubría el blanco
prístino.
—¡No! ¡Deténganse! —Salí de mi estado de shock, dando paso al pánico.
Me doblé y me retorcí.
Pataleé y me sacudí.
Pero eran demasiado fuertes.
La calle se encontraba demasiado lejos.
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—Se inclinó hacia mí, presionando su erección contra mi cadera—. ¿Alguna vez
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te han follado sobre tu escritorio, chica de oficina? ¿Alguna vez le has dado a tu
jefe una mamada para un ascenso? —Asintió hacia su amigo—. Ponla de rodillas.
Fruncí el rostro mientras gritaba internamente.
Atravesé la escuela sin ningún tipo de novios. Robé un solo beso en la pista
de baile de mi fiesta de graduación, pero no incluyó lengua. Ningún chico desafió
a mi padre invitándome a salir. Tenía muchísimos años de experiencia en dirigir
una empresa, pero tan poco conocimiento en lo que se refería al sexo.
¿Mamada?
De ninguna manera quería hacer eso. No tenía idea de cómo. Y el
pensamiento de succionar esa parte de un hombre me hacía querer vomitar sobre
mis zapatillas sucias.
Pero lo que quería ya no importaba.
Mis rodillas gritaron cuando me empujaron hacia el suelo.
No me atreví a levantar la mirada.
Gorra de Béisbol se agachó conmigo.
Sentado de cuchillas, sonrió. —Antes de que te mostremos lo nuestro,
tienes que mostrarnos lo tuyo. —Antes de que pudiera discutir o moverme, me
arrancó mi cazadora y la arrojó a la oscuridad detrás de él. Rasgó la camiseta de
un solo hombro hasta que quedó hecha trizas, revelando mi sujetador negro.
—Veamos cómo son tus tetas.
Todo se apagó cuando su mano avanzó para acunarme.
Me reprimí.
Intenté borrar lo que estaba por suceder.
Solo que él nunca conectó con mi piel.
Un borrón en la oscuridad se materializó como un fantasma.
El gruñido de un hombre estalló.
Adidas cayó hacia atrás, tirado por la fuerza invisible.
Gorra de béisbol giró con los puños en alto, listo para pelear. —¿Quién
diablos está ahí?
Adidas gimió cuando la sombra conectó con su estómago y luego con su
mandíbula. Parpadeé con incredulidad cuando salió a la luz, revelando otro
hombre con una capucha negra sobre su cabeza.
No se presentó.
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mierda.
Le di una mirada con la que deseaba poder derretir la piel de sus huesos.
—Créeme, preferiría quedarme ciega.
Gorra de Béisbol mostró sus dientes. —Eso podría arreglarse.
Hombre Encapuchado dio un paso hacia mí, colocándose entre ellos y yo.
—Por más entretenido que sea, no quiero cometer un asesinato esta noche. —Me
miró y luego a los dos hombres que me habrían violado y herido si no hubiera
aparecido.
¿Qué estoy haciendo?
¿Antagonizando con los criminales? ¿Todo para qué? ¿Un poco de dignidad
después de haber amenazado mi autoestima?
Manteniendo mi barbilla en alto, dije—: Me robaron mi tarjeta de
identificación personal del trabajo. Me gustaría eso de vuelta.
Así no pueden entrar en Belle Elle y tendré aún más explicaciones que dar.
Hombre Encapuchado se volvió hacia Adidas. —La escuchaste.
Devuélvele la identificación.
Adidas maldijo en voz baja, pero sacó el cordón con mi tarjeta del bolsillo.
En el segundo que cambió de manos, una vez más se unió a mi efectivo
desaparecido en un abrir y cerrar de ojos.
Hombre Encapuchado cerró la distancia entre nosotros, girándose para
enfrentarlos mientras lo hacía. Me protegió con su cuerpo mientras los
enfrentaba. —Eso es todo. Corran.
Gorra de Béisbol lo señaló con un dedo. —Te tendremos.
Hombre Encapuchado se encogió de hombros. —Seguirán siendo escoria,
y no seré tan amable la próxima vez.
—Sigues pensando que eres intocable y haremos todo lo posible para
demostrar que sangras como el resto de nosotros.
Hombre Encapuchado avanzó, con las manos extendidas antes de
volverlas puños. —Podemos demostrar que estás equivocado, en este momento.
—Jódete…
—Prefiero follar mujeres, pero gracias por preguntar.
Gorra de Béisbol atacó. —Voy a matar...
Adidas agarró el brazo de Gorra de Béisbol y lo detuvo a medio paso. —
Vamos hombre. Tenemos mejores cosas que hacer.
Gorra de Béisbol luchó contra él, pero luego, una lenta sonrisa se extendió
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por sus labios. —Sí, ¿sabes qué? Es cierto. —Sonrió con maldad—. Cosas mucho
Página
esto primero.
Página
—¿Qué hay de eso?
—¿Tu nombre es Noelle Charlston?
—¿Qué hay con eso?
—Fuiste nombrada así por la navidad.
Resoplé. —Fui nombrada así por... —Una de las fundadoras más ricas del
comercio minorista. Me mordí la lengua. No necesitaba que este rescate se
convirtiera en un secuestro por una recompensa.
—¿Nombrada por? —Hizo bailar la identificación sobre sus nudillos con
una destreza que hizo que mi boca se secara. Una mancha de sangre estropeaba
la foto laminada.
Me acerqué a él, a pesar de que cada neurona quería correr.
—Mi nombre es Elle. Solo llámame Elle, devuélveme mis cosas y déjame
ir.
—No lo creo, Elle. Aún no.
Me quedé inmóvil. —¿Disculpa?
—Me intrigas.
—¿Y?
—Y, no es frecuente que alguien me intrigue.
—¿Por qué?
Se acercó más. Percibí calor de su cuerpo en la noche fría. —Porque
normalmente no me tomo el tiempo para hablar con la gente. Eres una excepción.
No sabía si me gustaba ser una. ¿Significaba eso que podría hacer otras
cosas que eran una excepción, como hacerme daño cuando normalmente me
dejaría ir?
Los nervios me hicieron temblar. Aferrándome a tal debilidad, mi mano
arremetió y agarró mi tarjeta de identificación. —Ahí. Recuperé lo que es mío.
No puedes enojarte. Nunca te perteneció. —Mis ojos se posaron en el dinero—.
Devuélvemelo y nos iremos por caminos separados.
Sonrió. Sus dientes eran rectos y blancos en la oscuridad de su barba. —
No lo creo, Noelle Charlston.
—Elle.
—Está bien, Elle. —Dio otro paso, desvaneciendo sombras a su alrededor
hasta que solo unos centímetros nos separaron. Aspiré cuando sus zapatillas
negras crujieron sobre la grava suelta y sus manos se levantaron.
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Página
Me puse rígida, esperando que él tomara lo que sus amigos fugitivos
intentaron. Solo que sus dedos no se conectaron conmigo, se conectaron con el
material de su capucha negra. Lentamente, la apartó y dejó caer, revelando su
rostro.
Mis pulmones olvidaron cómo trabajar cuando lo miré.
Feroces cejas otorgaban expresión y autoridad a la intensidad de sus ojos
de color marrón oscuro. El cabello oscuro bordeando el negro rizado alrededor
de sus mejillas, la frente y las orejas, hablaban de salvajismo en lugar de domado.
Su nariz fuerte y sus pómulos refinados eran adornos perfectos para la barba que
bordeaba sus labios.
Demonios, esos labios.
Eran suaves y húmedos y casi amables cuando todo lo demás en él parecía
cruel.
Había estado cerca de hombres en la oficina, pero todos tenían sobrepeso,
eran mayores o eran homosexuales. Nunca estuve tan cerca de un hombre
atractivo, similar en edad, y completamente despiadado en violencia.
Di un paso atrás, maldiciendo el bamboleo en mis rodillas. Quería
atribuirlo al miedo, pero mi estúpido corazón dijo lo contrario.
Me sentí atraída por él.
Aquí, de todos los lugares.
Él, de todos los hombres.
Mi cuerpo lo encontró completamente atractivo por primera vez en mi
vida, y no tenía idea de cómo lidiar con eso.
¿Qué decía eso de mí?
Evité por poco ser lastimada y de alguna manera me dejé enredar con la
atracción por un hombre que conocí en las peores circunstancias.
No soy normal.
Cualquier interés que sentí no podía ser tolerado.
Entrecerré los ojos. —¿Qué quieres de mí?
Sonrió, su boca una vez más me hechizó. —No estoy seguro todavía.
Me pellizqué, tratando de controlar mis hormonas fuera de control. No era
una adolescente cachonda. Era una CEO que casi fue violada. Entonces ¿por qué
lo consideraba guapo?
¡Eso no significa nada!
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cual era algo idiota, y loco, no me gustaba, el pánico brotó a través de mi sangre,
Página
haciendo que sea cortante. —Dinero. Lo necesito. —Extendí mi mano, odiando
que temblara. —Quiero irme.
—¿Irte?
—Sí.
—No puedes irte.
—¿Qué? —Mis cejas se arquearon mientras mi pulso vibraba en mis
venas—. Claro que puedo irme. Quiero hacerlo. Dijiste que no me harías daño.
Levantó su mano olvidando sus uñas sucias y la sangre seca de sus
nudillos. —Fácil. Te puedes ir. No te estoy manteniendo cautiva. No lo quise
decir así.
—¿Qué quisiste decir?
Agitó el dinero, haciendo que los billetes caigan en su puño. —Quiero
decir... necesitamos hablar de este dinero.
El vello de mi cuello se erizó. —¿Qué hay de eso?
Pasó su lengua por su labio inferior, distrayéndome. Nos miramos
fijamente a los ojos, él era consciente de la reacción que causó o buscaba
respuestas a su propia curiosidad.
Su voz bajó de tono y murmuró—: Te salvé la vida.
—Lo hiciste. —Mi voz se convirtió en un susurro, aceptando la
tranquilidad casi como un alivio. La tensión se desprendió de mis hombros solo
para volver tan pronto cuando dijo—: Creo que lo más generoso es ofrecerme tu
dinero.
La mitad de mi cerebro sabía por qué, me dio un servicio y nada en la vida
era gratis. Pero la otra mitad se hallaba tan confundida, tan borracha en su
mandíbula cubierta de barba y sus labios besables, que arrugué mi nariz. —¿Para
qué?
Tosió con un hilo de molestia. —El pago por supuesto. Por haberte
salvado. Acabamos de acordar que eso es lo que hice, ¿no?
Otra inyección de adrenalina llenó mis venas. Asentí, pero llegué a mi
límite y me sobresalté por la forma en que me miró. —Tienes razón. Me salvaste,
es justo que ganes una recompensa. —No le negaría el pago, especialmente
cuando su ropa parecía haber visto días mejores. Pero tampoco podía pelear
contra el pequeño terror de cómo iba a llegar a casa.
Caminaste hacia aquí.
Puedes caminar de regreso.
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Página
Técnicamente podía. Solo que no podía imaginarme caminar a través de
la ciudad después de lo que acaba de pasar sin sobresaltarme por cada sombra a
mi paso.
No estoy hecha para el mundo exterior.
Debería haberme quedado en mi torre, haber jugado con mi gato, dirigir
la compañía de mi padre como fui preparada.
Hombre Encapuchado agitó el dinero con su mano libre. —Genial. Lo
acepto. Gracias.
—Gracias a ti por salvarme.
Sonrío, mostrando sus dientes. —De nada.
Algo cambió entre nosotros, removiendo el trato de violencia y
poniéndonos en un punto muerto.
Sus hombros se hundieron un poco. Mirando hacia el dinero, su cara se
oscureció como si tuviera una guerra interna. De repente, extendió los billetes. —
Toma esto.
—Pero te lo acabo de dar. Tenías razón…
Sus dedos se engancharon alrededor de mi muñeca mientras su otra mano
dejaba de golpe los billetes en mi mano. —No lo quiero.
Jadeé ante el calor de su toque. En la forma en que mi piel se encendió
debajo de la suya. Sentí cómo el crujido de la conciencia se multiplicaba por mil.
Y de repente se había ido, cuando quitó su mano y dio un paso atrás.
Pasando sus dedos por su cabello castaño, murmuró—: Debo irme.
Esta era mi oportunidad de regresar a casa sin más contratiempos. Podía
asentir y aceptarlo, para salir caminando por el callejón para parar un carro que
me llevara de vuelta a mi reino.
Pero su desaliento hizo que mi miedo cambiara a empatía. Justo como
cuando alimenté al hombre sin hogar en Times Square, también quería ayudarlo.
Como si fuera un vagabundo.
Por lo que sabía, él era un enmascarado que caminaba por la ciudad
ensuciándose las manos, ayudando a mujeres como yo que no tenían el derecho
de salir tan tarde solas.
Corté el pequeño espacio que se encontraba entre nosotros. —Realmente
estoy agradecida.
—Lo sé.
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señalar el callejón—. Estamos solos. Ya sabes que soy terrible para escapar. A
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cuestan los taxis? —Me miró con más atención—. No trabajas en una oficina
Página
Nueva York era una ciudad emocionante para explorar por mí cuenta.
Pero explorarla con otra persona, alguien intensamente atractivo y
absolutamente impredecible, era una de las cosas más increíbles que he hecho.
Pasaron diez minutos desde que dejamos el callejón y en diez minutos, mi
pulso se había disparado y luego igualado a un constante sonido de conciencia.
Caminar a su lado no debería ser una aventura. Era solo un hombre. Esta
era solo una ciudad. Pero cada paso se sentía distinto. Cada respiración, cada
mirada y cada latido.
Navegamos por la multitud juntos, separándonos y juntándonos a medida
que el andén se congestionaba y se vaciaba. La medianoche golpeó el reloj del
Times Square, recordándome que mi cumpleaños terminó oficialmente y un
nuevo día comenzaba.
Debería estar en la cama.
Debería llamar a papá y decirle que estaba bien, solo en caso de que haya
notado que nunca llegué a casa.
Las preocupaciones me acosaron; me quité el complejo, sin entender
completamente el deleite de pasear de noche por la ciudad con un extraño a mi
lado. Hice lo mejor que pude por quitarme esos pensamientos, pero allí se
mantenían como un dolor de muela.
—Por aquí. —El hombre salió de la acera y cruzó la calle, pendiente del
tráfico que venía—. ¿Estás segura de que quieres caminar?
—Sí, estoy segura.
—Bien. —Metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros, sus hombros
apretados alrededor de sus orejas. No podía tener frío. La temperatura no era tan
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Sus ojos chocolate se encontraron con los míos otra vez. —¿Confías en mí?
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—Te acabo de conocer.
—No importa. Sí o no.
¿Qué debería decir? Eso sí, de alguna manera extraña, confié en él. O no,
no fui lo suficientemente estúpida como para confiar en alguien que golpeó a dos
tipos y luego me mantuvo más tiempo del necesario en un callejón.
Frunció el ceño, su intensidad una vez más causando escalofríos. —Sí o
no. No es difícil.
Lentamente, asentí. —Sí, confió en ti.
—Bien. —Envolvió un brazo alrededor de mi cintura y tiró de mí fuera del
sendero. Sin decir una palabra, me llevó al otro lado de la carretera. Llegando al
otro lado, me soltó, pero no se alejó.
El calor corporal compartido zumbó entre nosotros, cada vez más denso
con cosas que no entendía. Cosas tan nuevas y desconocidas, pero
desesperadamente deseadas. —¿A dónde vamos?
—Al Central Park.
—¿Qué? —Me detuve de golpe—. No puedes hablar en serio. Nadie entra
allí a esta hora de la noche. Por razones de seguridad. No está abierto.
Sonrió; la luz de la calle encima de él lo pintó con un brillo dorado,
pareciendo parte ángel, parte demonio. —Conozco una manera de entrar.
Retrocedí. —Cambié de opinión. Vámonos a casa.
Su rostro se oscureció y se solidificó en determinación. —No puedes hacer
eso. Acabas de decir que confías en mí. —Dio un paso adelante, su pecho rozó el
mío. El material barato de la cazadora hostigó el encaje de mi sujetador,
haciéndome sentir dolorosamente sensible. Mi cuello se reclinó para mirarlo,
absorbiendo la forma en que su cabello se enredó en su rostro, y su barba lo
enmascaró, revelando solo lo que quería revelar.
—Te llevaré a casa después. —Su mano se acercó, apartando un
caprichoso mechón rubio, sus dedos besando un lado de mi rostro.
Me sobresalté, pero no pude alejarme. El concreto se convirtió en súper
pegamento.
Antes de que pudiera responder, dejó caer su mano, agarró la mía y me
arrastró hacia la pared de Central Park.
Miró por encima del hombro mientras rondábamos la barricada rocosa.
Levantándose, balanceó las piernas y se dejó caer en la nada.
Corrí hacia la pared y miré hacia abajo.
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bajé algunos peldaños antes de finalmente caer al estable suelo. Mis dedos dolían
Página
Que, a pesar de mi recelo, confiaba en él, y si iba a hacer algo tan imprudente
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como besar a un total extraño bajo la luna en medio del Central Park, sería este
hombre anónimo.
¿Es esto lo que quiso decir cuando dijo que quería algo de mí?
¿Él creía que yo era fácil?
¿Algo seguro?
Incluso con pensamientos tan terribles en mi cabeza, a mi cuerpo no le
convenció la vergüenza.
Elevé mi mentón. Me lamí los labios. El mundo se detuvo.
Se balanceó más cerca, apoyándose en un codo para colocar su rostro sobre
el mío.
Oh Dios, él realmente me va a besar.
Mi primer beso de verdad.
Algo que recordaría por el resto de mi vida, sin importar si seguía siendo
una solterona para Belle Elle o si me casaba con un hombre que siempre sería el
segundo mejor en mi carrera.
Pero entonces... se detuvo.
Retrocediendo, sacudió la cabeza y se tumbó. —¿Qué demonios estoy
haciendo? —Acunando la cabeza en la palma de su mano, miró a la luna. Por un
breve destello, una necesidad torturada brilló en su mirada y luego desapareció.
Tomé una muy necesaria bocanada de aire, tratando de decidir qué
demonios acababa de suceder.
Mi boca se secó. Mi pecho lleno de alas emplumadas. Los nervios se
apoderaron de mis habilidades motoras mientras repetía el casi beso una y otra
vez.
Pasaron unos minutos.
La hierba crujió cuando se sentó, metiendo la mano en el bolsillo de su
sudadera.
Liberando una barra envuelta de chocolate, me miró con un leve destello
de posesión e indecisión.
Mi estómago gruñó al ver la comida, recordándome que no comí desde el
bocado de burrito de carne picante. Él sonrió ante mi ruidoso estómago y luego
cortésmente me ofreció el chocolate a regañadientes. —Aquí. Suenas más
hambrienta que yo.
Levanté mi mano, aceptando su regalo. Esperando para asegurarse de que
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debieran a él, con mucho gusto sería célibe el resto de mis días para merecer más.
Por su causa, me hallaba trastornada y reducida por la locura,
rindiéndome ante la demencia que nunca entendí.
¿Cómo terminó mi noche de esta manera?
¿De dónde vino esta espontaneidad?
¿Esta imprudencia?
Mis dientes atraparon su labio inferior, provocándole una marea de
violencia y necesidad. Gruñó en mi boca, mordisqueando y lamiendo
exactamente como el lobo hambriento que pensé que era.
—Joder, ¿qué... qué me estás haciendo? —Su gruñido sin aliento me hacía
cosas. Gloriosas y deliciosas cosas. Su voz creaba nudos y lazos en mi interior.
Llenó mi estómago de torbellinos; afectó mi núcleo hasta que mis bragas se
humedecieron tanto como la hierba sobre la que nos encontrábamos acostados.
Me encantó saber que lo afectaba de la misma manera en que él a mí.
Adoré que estuviéramos juntos en esta locura, tropezando con el agujero de
conejo que encontramos, y decidimos besarnos y besarnos hasta que éramos una
mancha contra el fondo.
Sus manos vagaban, patinando sobre mis costados, manteniendo los
límites del placer. Me arqueé, girando un poco para interceptar sus dedos cuando
se curvaban y encontraban mi pecho.
Ambos nos quedamos sin aliento, robando oxígeno de los pulmones y
compartiendo un estremecimiento lleno de gemidos. Mis manos se sentían
vacías, necesitaba tocar algo suyo. Algo que nunca antes toqué y no sabía cómo,
pero deseaba hacerlo. Así. Maldita sea. Anhelaba hacerlo.
Luces aparecieron de nuevo. Deliraba con la necesidad, pero sin
experiencia o conocimiento sobre cómo aliviar ese deseo.
Quería que él hiciera algo. Que tocara algo. Que eliminara esta supernova
chispeante en lo profundo de mi estómago. Pero apartó sus labios de los míos, su
cabeza levantándose de golpe en una lluvia de cabello desordenado y manchado
de chocolate.
—Mierda. —Se apartó, dejando mi cuerpo deseoso e insatisfecho—.
Tenemos que irnos. ¡Ahora!
Las luces eran más brillantes con los ojos abiertos.
No era él.
Era seguridad.
—¡Oigan, ustedes! —Una linterna brilló directamente sobre nosotros.
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Es inútil.
Página
El ácido láctico se acumuló y subió hasta que cojeé en lugar de correr. No
tenía más opción que dejarme ir o desacelerar. No quería que se fuera, pero
tampoco quería que se enfrentara a una situación que no necesitaba.
—Tú sigue adelante —jadeé—. Corre. Te alcanzaré.
Frunció el ceño ante mi mentira. —No me alcanzarás. Te tomarán bajo
custodia. —Golpeó un árbol mientras seguíamos corriendo—. ¡Joder! ¡Todo está
arruinado! —El sudor brillaba en su frente, la capucha negra fluía detrás de él.
Los suaves golpes de nuestros zapatos en el pavimento coincidían con nuestra
respiración irregular.
Él no temía una reprimenda. Se encontraba furioso por haber sido
atrapado. Tenía la certeza de que no éramos los primeros en saltar la pared y
encontrar algo de tiempo a solas. Se equivocaba al pensar que seríamos
arrestados… ¿verdad?
Pero era más que eso para él. Cualquiera que fuera la existencia que vivía
era peligrosa. No sabía a qué había sobrevivido; sin embargo, aquí se encontraba,
tirándome hacia adelante con una falsa energía otorgada por media barra de
chocolate.
No tenía derecho a ser atrapado. No cuando lo estorbaba a medida que de
hacer lo correcto al mantenerme a salvo. Por segunda vez.
Ni siquiera me conoce, y aun así se atribuyó la responsabilidad de cuidarme.
Mi corazón dio un vuelvo, haciendo todo lo posible por expulsar el ácido
láctico y proporcionar sangre que le diera vida a mis piernas adoloridas. Pero ya
había terminado. No había nada más que hacer que detenerse y aceptar el castigo.
—¡Escucha! —Tiré de nuevo, plantando mis pies para crear resistencia—.
Vete. Te estoy retrasando.
—Cállate. Solo confía en mí. —No miró atrás ni me soltó—. ¡Corre!
Tenía dinero para abogados si llegaba a ser arrestada. Probablemente él
no. No podía ser responsable de quitarle su libertad.
—¡No! ¡Ya suéltame!
Mirando por encima de su hombro, observó a la policía que lentamente
nos alcanzaba. Una decisión destelló en su mirada justo antes de que sus pies
cambiaran de dirección y me arrojara a los arbustos que se hallaban fuera del
camino.
Chocamos contra ramas y hojas. El mundo se convirtió en un laberinto de
hojas verdes. Pero luego empujó mi espalda contra un tronco, apretó su cuerpo
contra el mío, y me besó tan malditamente fuerte, tan locamente a fondo, me
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sofoqué por correr y besar y por cada peligrosa pasión que derramaba por mi
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garganta.
Levanté las manos, agarrando su sudadera con capucha en tanto su lengua
se enredaba con la mía, anudándose y lamiendo, robando hasta el último aliento
que tenía.
Apartándose, apoyó su frente en la mía, una sonrisa pícara reemplazando
su mueca. —No voy a dejarte ir. Acabo de encontrarte. —Una ternura brillaba en
sus ojos marrones que nunca había visto de otra persona que no fuera familia.
Mis rodillas temblaron. —Ni siquiera me conoces.
Colocó el susurro de un beso en mi boca. —No tengo que conocerte. Te
siento. —Su mano subió lentamente por mi costado, tomando las libertades que
le había dado en un momento de locura en el campo de béisbol.
Sin apartar la mirada, ahuecó mi pecho y pasó el pulgar por mi seno.
Gemí un poco, mi mandíbula aflojándose en tanto el deseo me recorría.
Me besó de nuevo, robándose mi gemido, presionando sus caderas contra
las mías. —Te siento de este modo. —Apretó mi pecho suavemente—. Y te siento
de este modo. —Se meció eróticamente—. Pero, sobre todo, te siento con esto. —
Su toque subió de mi pecho a mi corazón, presionando el músculo que latía
rápidamente—. No me importa no conocerte. Conozco lo suficiente.
No sabía qué decir.
Esto no podía ser real.
¿Cómo pasó mi noche de un asalto en el callejón a besos entre los arbustos?
¿Cómo trascendí de una solitaria adicta al trabajo a enamorarme de un hombre
que acababa de conocer? Un hombre que vivía en la escala opuesta de mí en todo.
Riqueza y pobreza. Seguridad y peligro.
—Ven a casa conmigo. —Si fuera mayor con mi propio apartamento, esa
invitación habría rezumado con sexo. Pero no era mayor y no vivía sola. La
necesidad de que estuviera conmigo no era solo por mí, sino también por él.
Quería protegerlo, refugiarlo… darle una mejor oportunidad de la que el mundo
le dio hasta ahora.
Se rio entre dientes, rozando su boca con la mía. Ignorando
deliberadamente mi demanda, murmuró—: Me preguntaste antes si estaría
molesto si un novio te hubiese dado ese collar.
Me puse rígida, luego me derretí cuando su lengua lamió la mía con
dulzura. —La respuesta es sí. Estaría jodidamente molesto.
Mi cara ardía. Mis labios hormigueaban. No pude evitar mi estúpida
sonrisa. —Fue mi padre.
Su mano arremetió, atrayendo mi rostro hacia el suyo por otro desastroso
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El regreso a casa fue una de las cosas más difíciles que he vivido.
David no dijo una palabra; simplemente conducía con una concentración
de hierro y un silencio astuto. No hizo preguntas. No pidió un informe de la
policía. Simplemente me acompañó desde el parque como si hubiera salido de
Belle Elle como una noche normal después del trabajo.
No comentó acerca de cómo fui atrapada con un hombre. No habló en
absoluto, aparte de decirme que tuviera cuidado al meterme en el asiento trasero
del Range Rover Sport.
Llegando a la casa de piedra rojiza donde vivía, apagó el motor y salió. Un
momento después, abrió la puerta para mí y asintió en la oscuridad. —Que tenga
buenas noches, señorita Charlston.
—Gracias, David. Igualmente.
No le pregunté si se reservaría esto. Mi padre lo sabría. No podría
mantener en secreto mis paseos nocturnos. Pero al menos ninguno de ellos sabría
sobre el callejón y cómo conocí a Sin Nombre.
Asintió de nuevo, y entró al Range Rover.
Mantuve mi barbilla en alto a pesar de que mi corazón palpitaba ante el
pensamiento de lo que le sucedería a Sin Nombre. ¿Estaba en la cárcel ahora?
¿Iría a juicio? ¿Qué tipo de denuncias tenían en su contra?
Mis preguntas tendrían que esperar porque, en cuanto subí los escalones
y entré en la casa donde me criaron, mi padre me abrazó con la fuerza de una boa
constrictora.
—Oh, santo infierno, Elle. ¿Dónde campanas has estado?
Ni siquiera pude burlarme por sus extrañas expresiones esta noche. Le
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—No lo olvides, esta noche tienes esa cena con tu padre, el señor Robson
y su hijo en el restaurante Weeping Willow. —Fleur sonrió, levantando otra carga
de contratos y portafolios financieros.
Me quité las gafas de lectura y tomé las carpetas. El golpe sordo cuando
las coloqué sobre mi escritorio rebotó en mí interior. —Sí, lo recuerdo.
Y no quiero tener nada que ver con eso.
Durante el último año, mi padre utilizó todas las reuniones de negocios
con su mano derecha, Steve Robson, para intentar emparejarme con su hijo.
Pensó que no podía ver a través de sus trucos, pero no era sutil la manera en que
seguía encontrando excusas para que nosotros estuviéramos cerca.
—¿Algo más, señorita Charlston?
—No, gracias. Por favor, no me derives ninguna llamada. Tengo mucho
trabajo que terminar.
—Por supuesto. —Dándose la vuelta en su bonito vestido morado, Fleur
salió de mi oficina. Su guardarropa era elegante pero coqueto, recordándome que
más allá de las gruesas ventanas de cristal existía el sol, el calor y el verano.
No me había alejado de un edificio con aire acondicionado por más de
unos pocos minutos a la vez durante meses. Si no era conducida de una oficina a
otra, me quedaba en los almacenes, en las tiendas o haciendo todo lo posible para
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recuperar el sueño que, por alguna razón, se volvió esquivo por los últimos tres
Página
años.
Desde mi única noche de libertad, el sueño me evadía. Los sueños nunca
llegaban. Las pesadillas me visitaban a menudo. La maldita culpa me destrozaba
día a día porque no fui capaz de ayudarlo.
Dijiste que nunca más volverías a pensar en él.
Lo decía todas las mañanas.
Y para mediodía, fallaba.
Lo mejor que pude hacer fue darme cuenta de lo estúpidamente idealista
que fui. Mi padre, bendito sea, me ayudó a comprender que esa noche no fue de
Sin Nombre en quien pensé que me enamoré, sino de la idea de amor.
Nadie podía enamorarse de un extraño en unas pocas horas.
Especialmente una chica que había sido atacada y abusada, luego detenida por
allanamiento de un tesoro nacional. Mis nervios y la adrenalina intensificaron
cada experiencia, haciéndolo parecer mucho más de lo que era.
Me imaginé las cosas. Imaginé el calor detrás de los besos y pinté un
romance perfecto, cuando en realidad, todo lo que hubo fue un chico sucio y un
campo de béisbol.
Eso es todo.
Me reconocí a mí misma por lo que era.
Era joven, fantasiosa, y papá tenía toda la razón de que el trabajo tenía
prioridad por sobre un tonto enamoramiento.
Él no era nada para mí.
Solo un hombre de mi pasado que tomó mi primer beso.
¿Lo entiendes, estúpido corazón?
Me hundí pesadamente en mi silla. Mis codos se clavaron en el escritorio
mientras descansaba la cabeza en mis manos. Incluso ahora, con todas mis
charlas de ánimo y conclusiones, todavía me sentía culpable por no hacer más.
Es por eso que pienso en él.
No porque todavía creyera que estábamos destinados a encontrarnos, o
que la locura entre nosotros fue casualidad, sino porque fallé y lo dejé solo en
una prisión que sin duda tomaría todo lo bueno que le quedaba y lo volvería frío,
cínico y cruel.
No cumplí mi juramento.
Una vida por una vida.
Él me salvó.
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Y yo no a él.
Página
Durante meses, traté de localizarlo. Llamé a las estaciones de policía, a las
cárceles del condado, incluso a algunos abogados que trabajaban para el servicio
público para ver si recibieron su caso.
Pero nada.
No tenía ningún nombre y solo una descripción vaga, obstaculizada por
su barba, la noche y su sudadera con capucha.
La imagen en mi mente era de misterio y pretensión en lugar de una
imagen de cristal útil para retratistas o explicaciones.
Era como si nunca hubiera existido.
Pero sabía que existía porque todavía pensaba en el collar con la estrella
de zafiro, y cada vez que comía un trozo de chocolate, Sin Nombre estallaba en
mi mente. Debería superarlo. Fue una noche. Un estúpido enamoramiento de una
chica de diecinueve años.
Ahora era más madura.
Con exceso de trabajo y completamente agotada. Sage envejeció, pero
todavía venía conmigo a la oficina todos los días, todavía ronroneaba en mi
regazo cuando las sumas y las cifras me daban vueltas en la cabeza, y todavía se
acurrucaba conmigo en la cama cuando me abrumaba la soledad por una vida
que nunca tendría.
Dos años atrás, cuando mi padre tuvo un ataque al corazón, renuncié a mi
inmadurez adolescente y ya no me resentí por mi rol. Los médicos dijeron que
mejoraría, pero que debería dejar su papel de jefe.
La última voluntad y el testamento que firmó entraron en vigencia, y él
me colocó como la única supervisora de la mayoría de nuestras acciones y como
la que tenía la última palabra en todas las decisiones.
Decir que los hombres de mi edad me temían cuando solo era una
heredera era una cosa, pero tener citas ahora que era la jefa de un conglomerado
era completamente imposible.
Papá creía en el amor.
Yo no.
No porque no quisiera, sino porque el trabajo de mi vida me robó esa
posibilidad. Tuve que aceptar que no tenía tiempo para el romance, ni paciencia
para las citas, tampoco perspectivas de asociación que no fuera la expansión
comercial.
Era muy afortunada en comparación con la mayoría.
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confeccionaron, sino porque era el telón de fondo perfecto para lucir los
Página
accesorios. Las chalinas de gasa se veían muy bien con los breteles, los collares lo
hacían lucir de la mejor calidad, y hasta los grandes pendientes lo refinaban en
un estilo de pasarela en lugar de parecer una imitación.
Esta noche, el único accesorio con el que intenté fue un chal azul oscuro y
una sombra de ojos con un rímel más espeso. Mi cabello rubio colgaba suelto
hasta el coxis. Toda mi energía se gastaba en la compañía, no en mí misma, y no
me importaba especialmente si se mostraba.
Me tragué un gemido cuando Greg se puso de pie y me besó las dos
mejillas. Su mano cayó sobre mi codo, ligeramente húmeda, molesta y pegajosa.
—Te ves preciosa, Noelle.
Odio cuando me llama así.
No he sido Noelle por décadas.
Era Elle de Belle Elle.
La reina de la venta al por menor.
Forcé una sonrisa. —Gracias. Tú tampoco tienes mal aspecto. —Asentí
para aprobar sus pantalones negros y una talla demasiado grande para su
chaqueta. Las solapas estaban estampadas con terciopelo. En cualquier otro
hombre, probablemente se vería distinguido y sexy. Pero sobre él.... mátenme
ahora.
No es que fuera feo, ni mucho menos. Greg tenía un gran cabello rubio
oscuro, rasgos cincelados y un físico delgado. Lo que acechaba bajo su aspecto
era lo que me desconectaba. No había... conexión. Ni chispas ni humo de
chocolate. Y a veces, solo a veces, sentía una oscuridad en él que no tenía nada
que ver con que yo rechazara constantemente sus solicitudes de citas.
Tenía una frialdad que me hacía desconfiar incluso de estar a solas con él
en público.
La mayor parte del tiempo, atribuí mí sobre imaginación al ligero trauma
de haber sido arrastrada al callejón todos esos años atrás.
Tenía que dejar de leer más en las cosas e imaginar lo peor.
Miré de Greg a su padre, Steve. —Hola.
Steve no se molestó en salir de la cabina, pero me lanzó un beso en el aire.
Su cabello se había vuelto blanco con los años, pero su sentido del humor nunca
se esfumó. —Estás tan guapa como la muñeca Barbie que te encantaba antes de
que apareciera Sage.
Puse mis ojos en blanco. —¿Me acabas de llamar Barbie? ¿En público?
Se encogió de hombros. —Oye, no es despectivo. Solo digo que tienes una
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cintura pequeña, lindas tetas y cabello rubio. —Pasó una mano por encima de su
Página
chaqueta gris casual—. Mírame, soy el Ken perfecto, o al menos, lo era hace unos
años.
Me reí, forzándome a relajarme a pesar de que Greg todavía no me había
soltado el brazo.
Mi padre me salvó llevándome a su lado, luego a la cabina. Me fui
voluntariamente, atrapada entre Steve y papá, mirando a Greg al otro lado de la
mesa.
Algo me rozó el tobillo.
Mi mirada se disparó a los ojos verdes de Greg. Resultó que no estaba lo
suficientemente lejos para evitar que jugara con los pies. Mantuve la misma
sonrisa que usaba con los imbéciles de la sala de juntas, a pesar de que lo quería
apuñalar en la cara con el cuchillo para carne.
—Entonces, Elle, ¿trabajarás duro mañana? —Greg sonrió notoriamente
mientras me pisoteaba los dedos de los pies—. ¿Quieres ir a ver una película o
algo?
El camarero trajo nuestras bebidas, la dicha de ser conocidos y habituales
en este lugar. El camarero puso whisky puro frente a mi padre y Steve, una
ginebra con tónica para Greg, y un daiquiri virgen para mí.
Así como nunca estuve libre desde la noche que conocí a Sin Nombre,
jamás estuve borracha. No es que el licor no me atrajera, pero por el hecho de que
cada día empezaba a trabajar antes de que el sol saliera de su suave y nublado
lecho, no tenía tiempo para una resaca.
Un día, unas cuantas piezas de los lazos que me mantenían derecha y
estrecha se romperían, y entonces me descarrilaría y le causaría un dolor
incalculable a mi padre por ser estúpidamente irresponsable. Bebería en exceso,
me acostaría con un extraño y me reportaría al trabajo enferma durante una
semana.
Pero ese día no era hoy.
—Trabajo duro todo el tiempo, Greg. —Pestañeé dulcemente—. Me temo
que nunca tengo tiempo para hacer cosas como ir al cine.
—¿Qué tal un paseo?
—Eso tampoco.
—¿Paseo en carruaje por Central Park?
Mi sonrisa vaciló al recordar el arresto y posterior desaparición del
hombre en Central Park. —Definitivamente demasiado ocupada para eso.
100
Papá tosió. —Ahora, Elle. Haces que suene como si fueras una esclava.
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Sonreí por él, no por Greg. —Bueno, ya conoces mi mundo. Me ves todos
los días en la oficina.
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—Y tú conoces el mío porque me ves todos los días en casa. —Greg puso
los ojos en blanco.
Tenía veinticinco años y todavía vivía en casa.
Aquí, puede que sea engreída y con aires de superioridad. Hace unos
meses, me había mudado de la casa de piedra rojiza a mi propio apartamento en
el último piso, a solo dos edificios de la sede de Belle Elle.
Hice trampa y lo compré completamente amueblado, así que algunos de
los muebles no eran de mi gusto, pero no tuve tiempo para el diseño de interiores
ni para visitar las tiendas, ni siquiera para buscar decoraciones en nuestra propia
tienda. Había necesitado todo mi coraje para mudarme, especialmente después
del ataque al corazón de papá, pero ya no podía estar allí.
Papá lo entendió.
Me apoyó, me ayudó a empacar y mover las escasas posesiones de mi
dormitorio y algunas baratijas de la sala de estar.
Durante la primera semana, Sage le maullaba a la vista, regañándome por
sacarla de la casa de piedra rojiza donde podía escabullirse en el jardín tarde en
la noche y hacer lo que fuera que hacían los gatos. En el nuevo lugar se
encontraba rodeada de vidrio y concreto, mirando las nubes en vez de los
roedores.
—¿Estás disfrutando de tu propia casa, Elle? —Steve siguió mi hilo de
pensamiento, sorprendiéndome.
Me encogí de hombros, suavizando mi servilleta sobre mi regazo. —Es
buena. El edificio cuenta con excelentes servicios con gimnasio y piscina. Incluso
tiene noches de cine y fiestas de vecinos una vez al mes.
No es que haya estado en ninguno de ellos.
—Eso es fantástico. —Steve sonrió—. Tal vez Greg podría ir algún día, y
podrías mostrarle lo fácil que es vivir por tu cuenta. Sacarlo de debajo de mis
pies.
—Sí, buena, viejo. —Greg se rio, sorbiendo su gin tonic.
Me estremecí, haciendo todo lo posible para ocultar el horror de tener a
Greg en mi apartamento. Conmigo. A solas. Besando a Greg. De dejar que me
quite el vestido y me toque. Dejar que me vea desnuda y metiera su…
Muy bien, detente ahí mismo.
Ya no vivía en casa y era una de las pocas mujeres en la lista de los más
ricos de la revista Forbes. Había logrado mucho, pero en realidad… en los tres
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dirigía al bar.
Focos especialmente posicionados apuntaban las botellas que se ofrecían.
Doscientas dos botellas, según el dueño, que se jactaba cuando abrió el lugar por
primera vez. El alcohol brillaba como luciérnagas, tentando a un bebedor a seguir
probando hasta que encontraban a su alma gemela en el licor.
Esperaba encontrar a papá bebiendo otro vaso de whisky, mirando
pensativamente el líquido ámbar como hacía a veces cuando me comportaba mal
o no podía deshacerse del recuerdo de mamá.
Ese no era el caso esta noche.
Me detuve de golpe.
Se está riendo con un completo extraño.
Papá se encontraba sentado en un taburete de la barra con los pies metidos
en el reposapiés de cromo, un vaso de whisky (como predije) descansando en sus
manos, pero olvidado. Su cara se veía viva, con los ojos despreocupados y
arrugados por la diversión. No lo había visto tan animado en años.
Me hacía sentir cálida y me preocupaba en igual medida.
Miré al hombre con el que se encontraba. El tipo me daba la espalda, pero
el corte de su traje era impecable; su cuerpo tonificado y delgado, su grueso
cabello oscuro con reflejos más claros que podrían ser otorgados por un
peluquero o naturales.
Desde donde me hallaba, una pareja me protegía como una pared viviente,
pero estaba lo bastante cerca para escuchar a mi padre decir—: Bueno, eso suena
fantástico. Realmente la deberías conocer.
¿Fantástico? ¿Qué era fantástico?
Contuve el aliento mientras el extraño se reía. —Sería un honor conocerla.
Estoy seguro de que es tan maravillosa como la describes.
¿Están hablando de mí?
La pareja que me ocultaba se movió, dejándome al descubierto. Debería
acercarme y presentarme. Debería dejar de escuchar y actuar profesionalmente.
Pero algo sobre la forma en que mi padre y este extraño hablaban hizo que los
pelos se me erizaran.
Manteniéndome detrás de personas agrupadas con una gran variedad de
alcohol agarrado en sus manos, me acerqué lentamente a los dos hombres,
esforzándome por escuchar con cada paso.
—Mi hija es muy exitosa. —El tono de papá se elevó con orgullo—. Pero
tú también suenas bastante exitoso, así que eso no debería ser un problema.
104
formados con el más mínimo indicio de barba de ocho horas sobre su mandíbula
y su garganta. Su manzana de Adán se movió en tanto tragaba mientras las
Página
columnas de músculos que fluían desde su cuello hasta su pecho, apenas visibles
debajo de una camisa gris de seda de cuello abierto, me molestaban de una
manera que no entendía.
Era puro, cien por ciento masculino, y me miraba como si fuera una mujer
que ya se sacrificó en su templo del ego, y él estuviera a punto de comer su alma.
Crucé mis brazos para mantener mis entrañas en su lugar, intentando
evitar que la gacela en la que mi corazón se había transformado salpicara sus
pies. —¿Qué? ¿Qué deseas?
Sus ojos se oscurecieron hasta melaza. —Quiero…
Papá se acercó, con cautela y preocupación grabando su cara arrugada. —
Ahora, Elle. Déjame presentarlos adecuadamente.
—Creo que el señor Everett ha hecho toda la presentación que necesito
escuchar. —Incliné la cabeza—. ¿No es así?
Él sonrió levemente, luciendo más pecador que caballero. —Acabo de
empezar, señorita Charlston.
Papá levantó su brazo, agitándolo un poco en señal de rendición a medida
que mis talones se hundían en el mármol, preparándome para ir a la guerra. —
Ahora, ahora. —Viniendo a mi lado, me palmeó el antebrazo—. Me disculpo por
hablar de ti. Pero tienes una idea equivocada. Este es…
—El señor Everett. Lo sé. — Lo fulminé con la mirada—. Acabo de
enterarme, gracias a ti, cómo él cree que puede convertirme en una idiota porque
se considera lo suficientemente interesante como para conocerme. —Me incliné
hacia el señor Everett, sin importarme si le daba un vistazo de mi escote o si
olfateaba mi perfume de orquídea—. Para tu información, imbécil, no me gustan
los hombres por esta exacta razón. O eres un hijo de mamá o crees que gobiernas
el mundo. —Lo señalé con el dedo—. Nunca me dominarás, de manera que
también podrías detener cualquier pequeño juego que estés jugando con mi
padre y joderte.
—¡Elle! —Mi padre se quedó sin aliento—. ¿Qué demonios, Bell Button?
Y usó el Bell Button.
Por supuesto, lo hizo.
Mi vida terminó oficialmente. No solo intentó establecerme con este
pervertido sexual en medio de un bar de ginebra empapado de cigarro, sino que
ahora, mencionaba apodos de mi infancia como si no significaran nada.
—Bien, papá. Muy bien —murmuré en voz baja.
El señor Everett se dio cuenta con una sonrisa satisfecha torciendo sus
108
labios. Una mirada a sus ojos y supe que había guardado mi vergonzoso apodo
como munición para el futuro.
Página
Pero no habrá futuro.
Porque en diez segundos, quería irme y no volver a verlo nunca más.
—De repente no tengo hambre. —Estreché los ojos hacia mi padre—. Por
favor, dales mis disculpas a Steve y Greg.
—¿Steve y Greg? —Repitió el señor Everett.
Me burle. —Hay dos hombres más con los que me niego a tener algo que
ver, así que no te consideres especial.
Papá me apretó el codo. —Ahora, Elle, no te apresures. Sabes lo mucho
que amas comer aquí.
—Amaba. Tiempo pasado. —Le di una sonrisa frágil—. Este lugar no tiene
el encanto que alguna vez tuvo, gracias a los eventos recientes. —Miré al señor
Everett de arriba abajo, con la esperanza de que se congelara.
Se rio entre dientes. —¿Eres siempre tan dramática o es la consecuencia de
recibir todo lo que siempre has querido desde que naciste?
El bar desapareció.
El mundo se calmó.
Mi corazón se detuvo.
—¿Qué acabas de decir? —Me incliné, balanceándome tan cerca que tuve
que dar un paso hacia él, así no me caía contra su pecho.
Mi padre sabía lo desconsiderada que había sido esa frase. Se trasladó del
alto el fuego a las negociaciones de batalla. —Elle, antes de que comiences. —
Tragó saliva—. Estoy seguro de que el señor Everett no quiso decir eso.
—Oh, lo hice. —El señor Everett se cruzó de brazos, sosteniendo de alguna
manera su vaso con un licor claro en posición vertical, mostrando cuán cerca
estábamos el uno del otro cuando la manga de su camisa rozó la seda de mi
vestido negro.
Un poco más alto y habría tocado mis pechos.
Bastardo arrogante.
—Lo quise decir exactamente como sonó.
Rojo pintó mi visión. Los días interminablemente largos. La presión. La
infancia perdida y la servidumbre. No podía dejar que se escape con semejante
comentario. No podía quedarme allí y dejarlo sonreír como si yo fuera una
adolescente rabiosa que nunca trabajó y creía que el dinero provenía de los pedos
de las hadas.
109
evidencia por mí mismo, y tengo que admitir que... —Se inclinó más cerca en una
nube de costosa y refrescante loción para después de afeitar—. Me gusta. —
Página
Mirando mi escote rápidamente, sus ojos volaron de vuelta a los míos—. Suelta
a tu padre, señorita Charlston, y acepta salir conmigo.
Mi mandíbula se abrió.
¿Me acaba de invitar a salir?
¿Después de todo eso?
Mantuve mi rostro fresco y desinteresado. —Ni en un millón de años.
—Un millón es mucho tiempo.
—También es mucho dinero si quieres ser demandado por acoso sexual.
Sonrió. —Tengo un excelente asesor legal. Jamás ganarías.
—No necesito ganar para decirte que me dejes en paz.
—Sal conmigo, y podría estar de acuerdo con tu orden.
—¿Qué parte de “déjame en paz” no escuchaste? Una cita derrotaría ese
deseo de no volver a verte nunca más.
Se alisó la sedosa camisa gris. —Decido qué escuchar y qué no hacer. —
Sus ojos se estrecharon con una autoridad indecible—. Y he decidido que tu
padre tiene razón. Eres mi tipo. Y yo soy el tuyo. Es normal que descubramos qué
pretende la naturaleza.
No pude.
Simplemente no pude lidiar con esta locura.
—Deberíamos averiguar qué pretende la naturaleza, ¿eh? —Extendí la
mano y saqué su vaso aún lleno de sus dedos estupendamente perfectos—. Esto
es lo que la naturaleza pretende. —Dejé caer el contenido sobre su cabello
peinado de una forma ridículamente sexy, y luego me incliné hasta que nuestras
narices se rozaron—. Acércate a mí otra vez, y encenderé una cerilla para ver qué
tan bien se llevan el licor y el fuego.
Sin preocuparme por mi padre o Steve o Greg o incluso el maldito señor
Everett, enderecé mis hombros y salí del restaurante.
111
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Amélie
cristal de mi arete que hacía juego con el vestido de marfil y el suave encaje de
caramelo. El encaje cubría mi pecho y tenía un patrón de flores que terminaba en
Página
necesitaba un memo en el cual se les dijera que deberían de recoger las cajas
vacías que los clientes dejaban en los estantes. Y en el área de ropa para niños
Página
definitivamente ganaría un golpe en la muñeca por la pancarta que prometía un
veinte por ciento de descuento cuando una silla alta fuera comprada.
Esa promoción terminó hace dos días.
Sin embargo, el área que hizo que mi corazón se acelerara con el caos era
la división de hombres donde se arrojaban chaquetas de cinco mil dólares sobre
los estantes, ocultando pantalones presionados y camisas impecables. Corbatas
sobre los brazos del maniquí como serpentinas y la mesa de calcetines fue un
desastre revuelto.
Sage maulló suavemente, era más como una charla de un gato y su forma
de decirme que me calmara antes de encontrar al desprevenido gerente y
despedirlo en el acto.
—¿Dónde demonios está él y su equipo? —Avancé con pasos largos, mis
manos se curvaron aún más cuando el desorden se reveló así mismo. Una camisa
se había caído de su percha y estaba tendida en el suelo. ¡El piso! Cinturones
enredados en un nido de víboras en la caja registradora.
¿Qué demonios está pasando?
—Tres advertencias, mi trasero —murmuré—. Esto se gana un despido
inmediato.
No me importó que el departamento de hombres difícilmente cubriera su
extravagante costo por su material importado de cachemira y el sastre de Savile
Row. Esta era Belle Elle y había decepcionado gravemente a mi compañía.
—De nuevo. ¿Cuál es el nombre del gerente?
Sage suspiró en mi cuello.
—No estás ayudando.
Maulló.
No importó cuántos estantes tiré en mi búsqueda de una víctima con una
notable camisa de trabajo color lavanda etiquetada con Belle Elle. No pude
encontrar a nadie. Ni uno.
¿Dónde demonios están?
Debería haber al menos tres o cuatro personas del equipo manejando esta
sección todo el tiempo.
Mis ojos se posaron en el letrero brillante iluminado de los vestuarios.
No debería.
No se les permitía a las mujeres entrar ahí. Pero de seguro la jefa si lo tenía
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permitido.
Página
Inclinando mi barbilla con autoridad caminé por el arco y me detuve de
golpe.
Pensé que el piso de ventas era un desastre, el vestuario era una catástrofe.
¡Ropa por todos lados!
Miles de dólares en mercancía en el piso o en pilas ocultando la estantería
de piel.
—¿Qué significa esto? —Puse las manos en mis caderas mientras cuatro
hombres, a quienes les pagaba un horario decente y deberían de estar en el piso
de ventas persuadiendo a las personas a comprar, todos reunidos en torno a algo
de absoluta fascinación.
Algo que no podía ver.
El gerente del piso se giró, y su boca se abrió.
—Oh, hola señorita Charlston. Lamento no haberla visto allí.
—No me vieron porque tienen ropa en todos lados. Pareciera que una
guerra mundial empezó aquí —Señalé las pirámides de trajes caros que se
derrumbaban en el suelo como si fueran camisetas de cinco dólares—. Limpien
este desorden, inmediatamente. Y pon a tu personal al frente del departamento.
No hay ningún asistente ahí afuera.
—Por supuesto señorita. —El gerente asintió; su etiqueta de identificación
indicaba que su nombre era Markus—. De inmediato —Tronando sus dedos dijo
bruscamente—. George, Luke vuelvan al piso. Ryan y yo podemos terminar con
Master Steel.
Inmediatamente los dos más jóvenes del personal dejaron caer las camisas
en sus brazos sobre la estantería ya desbordada por la ropa y pasaron junto a mí
con una sonrisa respetuosa pidiendo disculpas.
—Oh, lo siento. No sabía que interrumpía algo —Miré hacia Markus—.
¿Por qué no dijiste nada?
—Porque tiene razón señora. No necesitamos a nuestros cuatro asistentes
para vestir a un niño.
Observé al niño quien se encontraba de pie frente al espejo del piso al
techo, nadando en pantalones de hombre y una chaqueta que llegaba a sus
rodillas. Le di una sonrisa rápida moviéndome más cerca de Markus.
—¿Por qué está en el departamento de hombres y no en el de niños? Nunca
encontrara algo que le quede aquí.
El chico me miró en el espejo sin molestarse a dar la vuelta.
118
Era falso.
Página
Y yo había terminado.
—Me disculpo por interrumpir su experiencia de compra. Espero que
disfruten el resto de su visita en Belle Elle. —Dando un paso adelante, hice todo
lo posible para evitar su figura en el estrecho pasillo con vestuarios a ambos
lados.
No fue cortés y no se hizo a un lado para dejarme pasar. Se quedó allí
parado, dándome la opción de pasar el pequeño espacio o esperar y mirarlo a los
ojos.
Los mismos ojos que tenían calor fundido y una expresión perpetuamente
enojada. Era como el azúcar y la sal, el polen y el veneno, alguien peligroso. Los
pinchazos de la auto conservación me instaron a irme, mientras que los fríos de
curiosidad me susurraban que me quedara.
Tampoco me gustó.
No me gustaba.
Necesitando ganar control, miré a Markus.
—Por favor, asegúrate de que este departamento esté ordenado lo antes
posible. Y pídele al sastre que verifique tres veces las medidas de Stewie para que
las modificaciones sean perfectas la primera vez.
—Sí, señora Charlston.
—Su nombre es Master Steel. No Stewie ―espetó el señor Everett―. Al
igual que soy el señor Everett para ti y Penn para él, y tú eres la señorita Charlston
para todos y nunca Noelle.
¿Qué demonios significa eso?
Me puse rígida.
—Déjeme pasar.
—No.
Tomé aliento.
—No arruine una buena tarde con su hijo, señor Everett. Su esposo estaría
muy triste de recibir una llamada telefónica diciéndole que ha sido arrestado por
interrumpir la paz en mi tienda departamental.
Su cuerpo cambió de estar tenso a francamente enojado. Sus manos se
abrieron y cerraron como si no quisiera nada más que estrangularme. Su mirada
parpadeó en Sage alrededor de mi nuca y luego volvió a mi cara. No pareció
sorprendido que usara un gato plateado como accesorio.
—Te gustaría eso, ¿verdad? —Sus labios se curvaron en las esquinas—.
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Para tu información, no estoy casado. Y prefiero que mis citas tengan tetas en
lugar de pelotas.
Página
Me estremecí.
—Esta conversación es para nada adecuada con un niño presente.
Stewie murmuró con sus ojos pegados a Angry Birds.
—He oído cosas peores. Créame.
—¿Peores?
¿A qué tipo de ambiente el señor Everett exponía a este niño? ¿Por qué se
encontraba tan flaco? ¿Debía hacer que los servicios infantiles hicieran una visita
a domicilio “aleatoria”?
—Si recuerda, señorita Charlston, le pedí que fuera a cenar conmigo la otra
noche. ¿Por qué haría eso si no me interesaran las mujeres?
Ignoré su pregunta. No importaba cuál era su orientación sexual o su
razón para invitarme a salir.
No me interesaba ninguna de las respuestas.
―No estoy segura de por qué tuvo la necesidad de informarle a un extraño
imparcial sobre sus preferencias de relación, señor Everett, pero le puedo
asegurar que no me importa en lo más mínimo. ―Avancé, empujando su hombro
con el mío, dejando que la cola de Sage golpeara su garganta en tanto giraba hacia
la salida―. Ahora, si no le importa. Tengo cosas más urgentes que atender.
Miré al niño pequeño.
—Adiós, Master Steel. Espero que te guste tu nuevo traje.
Sin una mirada hacia atrás, marché tan rápido y de forma apropiada como
pude, sin embargo, una parte femenina de mí puso un toque extra en mis caderas.
Mi propio cuerpo me irritó, queriendo parecer distante y sensual cuando
realmente no debería importarme.
No me importaba un carajo.
Había arrojado su bebida en su cabeza hace unos días, y ahora le había
dicho que estaba gastando su dinero en mi tienda.
Oh, bueno.
Eso era todo para lo que él era bueno.
Para agregarme a la línea de fondo y convertirse en nada más que una
molestia en la agenda de mi día.
—Vamos, Sage. Regresemos a la oficina. —Me abrí paso rápidamente a
través de los estantes, notando que el desastre había sido domesticado hasta su
habitual gloria regimentada. El largo y amplio pasillo que unía los
123
mantener mis ojos alejados de la entrepierna del señor Everett. La encajé como
un oso de peluche en mi abrazo en lugar de dejarla retomar su posición como un
loro en el hombro de un pirata.
La necesitaba cerca. Necesitaba usarla como apoyo para poder salir de allí
y alejarme de este hombre sin abofetearlo ni besarlo.
No podía entender por qué mi mente se llenó de cosas rotas, de atacarlo
violentamente, de ceder a la furia inexplicable que invocaba en mí.
La forma en que me miraba, con una languidez a fuego lento con
amargura, decía que, si cedía ante tanta estupidez y empezaba algo, él sería el
que terminaría conmigo, golpeando contra la pared y con las manos en la falda.
No me gustaba.
Ciertamente no lo quería.
En absoluto.
Se río suavemente.
—¿Quién es la mentirosa, señorita Charlston?
Olfateó el aire, casi como si pudiera arrastrar mi perfume y la verdad a sus
pulmones.
—Pensaste en mí y estás pensando en lo que podríamos hacer en este
momento. —Bajó la barbilla, mirándome con ojos sombríos—. ¿No es así?
Apreté los dientes y no respondí. Tendría que hacer un resoplido altivo
porque no confiaba en mí misma para no maldecirlo al inframundo y llamar a
seguridad.
Nunca sufrí una pasión tan enferma como esta. Nunca quise causar daño
físico a alguien que acababa de conocer.
Estaba todo mal.
Hizo que lo bueno se volviera malo.
Debía irme.
Ahora mismo.
Con una mirada fulminante, me di la vuelta y caminé hacia la calle y a la
libertad.
Solo que allí se encontraba otra vez, corriendo a mi alrededor y
plantándose en mi trayectoria. Guardándose las manos en los grises bolsillos
flojos, sonrió.
—¿Quieres saber mis respuestas a esas tres preguntas?
126
Página
Su voz ondeó sobre mi mente, pero su postura convirtió una pregunta
simple en un laberinto de incredulidad. Algo en la forma en que se movía, en la
forma en que sus manos buscaban el santuario de sus bolsillos.
Lucía familiar.
Destrozó mi asombro al inclinarse, arrancando las líneas de energía que
aún zumbaban entre nosotros.
—¿Quieres saber?
—No.
—Qué mal. —Tuvo el descaro de caminar hacia adelante, obligándome a
aceptar su cercanía o dar un paso atrás.
No quería que me tocara, así que retrocedí.
Y luego otro paso.
Y otro.
Paso a paso me forzó, en tanto nuestros ojos nunca se dejaban y no se
producía ningún contacto físico. Aunque sí me tocó. Su mirada prendió fuego en
mi piel con cada segundo que miraba. Maldije la forma en que mi estómago se
contraía cuando mi columna vertebral se apretaba contra un gabinete con
camisetas en todos los colores para cualquier ocasión.
Sonrió fríamente.
—Parece que no te opones a hacer lo que te dicen, después de todo.
—¿Qué? —Apreté a Sage tan fuerte, que afiló sus garras en mi muñeca.
—Te quería contra una superficie plana y dura, y sabes que… estás contra
una.
Mi boca se secó cuando levantó su mano, girando alrededor del poste de
plata del soporte del gabinete. No me acorralo, pero se inclinó hasta que la mayor
parte de su peso giró sobre su brazo, su cuerpo flotando tan cerca.
Me hizo sentir espinosa como un cactus, caliente como una selva tropical.
Y mojada.
No podía recordar la última vez que alguien había hecho un títere de mi
cuerpo de esa manera.
Bueno, sí que puedo recordar.
Pero al mismo tiempo, no quería. No mientras me afectara un hombre tan
diferente a ese besador de chocolate en mi pasado. Fue ridículo, pero sentí que lo
127
de Sage.
—Es gracioso que estés cargando a tu gatita1. ¿Es eso una invitación en
alguna extraña manera?
Balbuceé.
—Quita tu mano de mi gata.
Inmediatamente lo sostuvo en señal de rendición antes de que una vez
más pasara la punta de un dedo desde mi hombro hasta mi muñeca.
Tomó cada gramo de entrenamiento y disciplina para no estremecerse o
caer al suelo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien me había
acariciado? ¿Cuánto tiempo hace que no me han tocado más que un rápido
abrazo paternal o una palmada bien hecha?
Nunca.
Eso es, cuánto tiempo.
Porque incluso Sin Nombre nunca me acarició. Me agarró, me besó, me
tocó, pero jamás me acarició.
Cerré los ojos con fuerza, haciendo todo lo posible para encontrar la
normalidad. Aferrándome a la frigidez que aún permanecía como un glaciar que
nunca se derrite, me alegré de que mi anhelo fuera de lugar no pudiera derretirlo.
Yo era mejor que esto.
Mejor que él.
Dejando de lado el brazo que no estaba apoyado en el gabinete, me agaché
alrededor de un perchero de pantalones colgantes y me envolví con autonomía.
—Creo que se sobreestima, señor Everett. No me importa si pensaste en
mí y no aprecio pensar en lo que hacías en la ducha.
Me volví más audaz mientras él permanecía allí en silencio, con una
mirada malévola en su mirada.
Sage tuvo suficiente de mi abrazo y se arrastró de nuevo a su lugar en mis
hombros. Con mis brazos libres, los dejé colgar orgullosos y majestuosos con mi
espalda firme y una sonrisa de plástico.
—Si pensabas que podrías superarme, hacer temblar mis rodillas y
obligarme a tener una cita contigo, fracasaste una vez más. No solo estoy aún
más decidida a no volver a verte nunca más, sino que acabas de revelar dos datos
muy importantes que significan que no eres tan misterioso como crees que eres.
129
—¿Oh? —Arqueó una ceja, la más leve señal de confusión acechaba bajo
Página
1En el original dice Pussy que se puede traducir como Vagina y como gatito. Haciendo un juego
de palabras
Sonreí con condescendencia.
—De todos los grandes almacenes de Nueva York, elegiste a Belle Elle. Y
de las tres cadenas que tenemos en la ciudad, eligió la oficina central. ¿Por qué es
eso? ¿Porque pensaste que podrías tropezar conmigo? —Negué con la cabeza—.
Lástima. Debo admitir que viniste en el momento adecuado y por coincidencia
decidiste empujarnos juntos, pero solo para permitirme aclarar que no importa
lo que digas o hagas, mi respuesta siempre será no…
—Viendo que estás demasiado orgullosa al pensar que has descubierto
mis hábitos de compra, sigamos adelante. ¿Cuál es la segunda cosa que he
revelado? —Sus zapatos de charol chirriaron cuando se movió, una vez más
insinuando que no se sentía tan cómodo como quería hacer ver.
Su incertidumbre alimentó mi resolución. Sostuve mi barbilla alta.
—Que no eres solo un hombre en un traje que busca una noche rápida en
un bar.
—¿No lo soy? —Su rostro se cerró—. ¿Cómo puedes saberlo?
—Porque tienes un hijo. Porque te importa lo suficiente como para gastar
una fortuna en algo ridículo porque se basa en la autoestima, no en el vestuario.
Y porque tú y esta persona desconocida, Larry, obviamente tienen algo parecido
a un corazón. De lo contrario, ese niño no querría tener nada que ver contigo y,
sin embargo, se enroscó contigo para jugar a Angry Birds.
Su postura se parecía a un depredador furioso.
—Eres más observadora de lo que te di crédito.
—No, normalmente soy así de observadora. —Me acerqué a la calle hacia
la libertad como si fuera Dorothy en el camino de ladrillos amarillos hacia el
mago—. Simplemente no me conoces.
Me alejé antes de que pudiera responder.
130
Página
Traducido por Miry
—Esta invitación acaba de llegar para ti. —Fleur entró en mi oficina al día
siguiente en un vestido rosa y amarillo que de alguna manera coqueteaba entre
ropa apropiada para el trabajo y ropa de playa.
Eché un vistazo desde mi computadora portátil al sobre que sostenía,
odiando la forma en que mi mente tomó la interrupción y corrió rápidamente de
los problemas de recursos humanos a, una vez más, pensar en el señor Everett.
Lo rechacé con éxito más veces de las que admitiría. Ya no lo necesitaba
en mi cerebro. Ni siquiera sabía por qué lo tenía en mente.
Teníamos algún tipo de conexión extraña, pero no quería caer en su
trampa, y definitivamente no me dejaría seducir por un hombre al que no podría
soportar.
—¿De quién es? —Extendí la mano cuando se acercó a mi escritorio y
ponía la pesada invitación entre mis dedos.
—Tiene remitente. Chloe Mathers, creo.
—¿Chloe Mathers?
¿Por qué conozco ese nombre?
Una memoria me atormentó con un recuerdo largamente ignorado,
rogando ser atrapado y tirado.
Chloe Mathers...
Fleur sonrió y no mostró ninguna intención de irse cuando giré el sobre en
las manos y lo abrí con un abre cartas.
Fruncí el ceño, sacando una sola tarjeta con detalles en bronce en las
esquinas y la descripción estándar de ser invitado a un encuentro.
131
Empezando mañana.
O esta noche si puedo irme temprano.
Mi menor inconformidad de ser observada lascivamente por jueces y la
brillante barras de prisión cambió a mi mayor molestia cuando Greg apareció en
la multitud, sosteniendo una copa de champaña y un gin tonic.
Mi corazón instantáneamente se fue hacia abajo como un tobogán
dirigiéndose hacia la negación.
Oh Dios, soy tan estúpida.
Por supuesto, Fleur no invitó a mi señor Everett.
Nadia sabía que lo había visto de nuevo, y solo mi padre sabe lo que pasó
en Weeping Willow.
No tiene idea de que existe, entonces ¿cómo pude pensar que lo invitó como mi
cita?
Soy una idiota.
No arruinó mi intento de expresar desinterés al rechazar la oferta del señor
Everest de salir. Pero me sentenció a sobrevivir una terrible tarde.
No habría charla.
Ni mariposas sexys.
Nada más que la obligación de mantenerme profesional, para no herir a
Greg, mi padre, o a Steve y así poder mirar a todos a los ojos el lunes sin sentir
arrepentimiento o consternación.
No importaba si mi vida pudiera ser más simple sin tan solo le diera a
todos lo que querían. Pero mi corazón era necio, y no encontraba a Greg material
de romance en lo más mínimo.
—Hola Elle. —Greg me entregó la copa de champaña.
Ni siquiera me gustaba. Si tan solo se preocupara por mí, como tanto
pretende hacerlo, recordaría esto después de todas las cenas forzadas que hemos
soportado con nuestros padres.
De repente la noche luce mil veces peor.
Podría ser una perra en una sala de conferencias, pero no era malvada; y
Greg había dejado de lado cualquier plan que tuviera para estar aquí conmigo
solo porque Fleur lo llamó.
No sería desagradable.
Pero tampoco extremadamente graciosa.
137
interrumpido tu tarde.
Sonríe, pasando una mano por su cabello rubio oscuro mientras sus
dientes excesivamente blancos atrapan la estroboscópica luz. —Para nada.
Cuando llamó no pude creer mi suerte. Finalmente, una noche solo para nosotros
dos. —Me guiña—. Lejos de los chaperones.
Oculto mi disgusto, forzando una sonrisa. — Exactamente.
Se posiciona a mi lado, sin pedir permiso, envuelve su brazo alrededor de
mi cintura.
La calidez de tu antebrazo desnudo me produce escalofríos, y no en una
buena manera. Vino aquí vistiendo una camiseta blanca y pantalones negros.
Luce apuesto, por supuesto, es un hombre atractivo, pero comparado con el
vestido que estoy vistiendo y la elegancia con la que Fleur me ha arreglado, vine
ridículamente arreglada.
Mi corazón cae en picada más rápido desde el acantilado, salpicando el
terreno de lo imperdonable.
Esta noche ha saltado de un desastre a la devastación. Chloe nunca me
dejaría caer tan bajo si todos vistieran ropa semi formal y yo como una reina de
graduación.
En realidad, ¿importa?
Mi cerebro intenta actuar como una adulta madura y ver la imagen
completa. Si bien, Greg no está vestido de traje, no era de vida o muerte. Entonces
podría estar muy arreglada y Chloe podría ser la misma arpía que recuerdo, nada
de eso hace una diferencia en mi mañana. Aún seré yo. Seguiré tan segura y tan
feliz como lo era ayer.
Se valiente, Elle.
Y después vete con dignidad.
Enderezando mis hombros, salgo del abrazo de Greg, pero
inmediatamente enlazó mi brazo al suyo antes de que lo notara.
Estrujando sus bíceps como agradecimiento, le digo—: Vamos a
mezclarnos.
***
dejada atrás, y Elle usó las mismas tácticas para lidiar con hombres que le doblan
la edad para tener conversaciones mundanas con chicas que ya olvidó.
Página
Hubo charlas de entrenamiento con Melanie y falsos comentarios sobre
sus fotos de Facebook de hace un año. Había una clase de biología que recordaba
con Frankie, fingiendo que sentí lo mismo por nuestro maestro, el señor Bruston,
y por lo sexy que había sido su bigote.
Sí, de ninguna manera.
Hubo fragmentos de malicia por parte de María y Sara acerca de quién
debería haber salido con Rollo Smith en el campamento de verano, y recordando
a Chloe sobre las compras a última hora de la noche y la carrera en Belle Elle
cuando papá nos dejó dormir en la Departamento de artículos.
Ella me llamó Elle la Ding Dong Campana solo dos veces.
Pero cada una de ellas era como un cuchillo en mi costado.
No dejé que se me notará.
No hice alusión a la vulnerabilidad ni bajé la guardia.
Greg no tenía ni idea de lo difícil que era para mí. Simplemente se burló
del apodo y me ofreció más champán que no quería.
En cada conversación puse todo de mí. Sonreí, asentí y escuché. Me dolían
las mejillas por la sonrisa falsa, me dolían los pies por estar parada y mi espalda
expuesta se volvía más sensible a todo. Mi piel se erizó con pequeñas corrientes
de aire cuando las personas se movían detrás de mí, con parches cálidos cuando
las personas se hallaban cerca, e incluso el tintineo de personas que me miraban
fijamente, picazón en los omóplatos cuando sus ojos se convirtieron en dedos y
me acariciaron.
De las dieciséis personas aquí presentes, ocho mujeres y ocho hombres,
Greg y yo nos defendimos. Mi vestido comenzó como el más elegante de todos,
pero a medida que llegaba más gente, me acomodé en una variedad de chiffon y
encaje, finalmente aceptando que Fleur sabía lo que hacía.
El vestido no me quitó poder. Sino que me lo dio. Y por primera vez, creía
en mi propia autoestima fuera de Belle Elle. Podía mantener mi cabeza en alto y
no tener miedo de juicios o malas acciones. Era mi propia persona y no solo una
pieza del conglomerado que mi familia creó. Mi mundo era tan bueno como
cualquier otro, si no mejor.
El alivio que me brindó me dio la amabilidad de olvidar que Greg me
irritaba y no me aparté de sus toques de afecto. Acepté tres copas más de
champán, aunque la habitación se calentó y mi piel brilló con un calor
burbujeante.
Para siguiente hora, mi vejiga había retenido todo el alcohol que podía, y
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preocuparse por mí sino solo por mi legado? Él era un hombre. Yo una mujer.
Página
Era hora de hacer algo para solucionar mi pequeño problema y descubrir cómo
ser una criatura sexual y no una virgen intacta por más tiempo.
Al salir del baño, caminé con un propósito, rozando a extraños y
disfrutándolo por una vez en lugar de encogerme por no tener espacio personal.
Más adelante, Greg se rio y tocó la cintura de Chloe, inclinándose para susurrar
algo en su oído. El resto del grupo se mezclaba de dos en dos, charlando y
bebiendo.
Conocía a esa gente.
Yo tenía una vida
Me invitaron a la fiesta con ellos.
Tenía libertad, después de todo.
Solo que, independientemente de la libertad que pensé, me detuve
bruscamente cuando el brazo de un hombre se deslizó alrededor de mi cintura,
tirándome hacia atrás. La languidez que me causaba el champán hizo que me
curvara cuidadosamente en su abrazo, demasiado lenta para luchar.
Sus labios se posaron en mi oreja. —Si fue una coincidencia ayer, hoy tiene
que ser el destino.
Me quedé inmóvil.
Cualquiera que sea la sensación que sufrí, se triplicó cuando sus manos
recorrieron mi caja torácica, tomándose libertades que no se le dio, frotando la
suave seda en mi piel de una manera que debería ser ilegal.
—Hola, Elle. —Sus labios recorrieron desde mi oído hasta mi garganta,
empujando mi trenza para obtener un mejor acceso.
Me estremecí.
Mi cuerpo se derritió, no por él sino por el champán. Tenía que ser el
champán. No permitiría que fuera él.
Respirando hondo, me aparté de su abrazo, y me giré para enfrentarlo.
Se veía igual de divino. Tan engreído. Al igual que peligroso.
—¿Me estás acosando?
El señor Everett sonrió. —No me atrevería.
Vestía un traje gris con los puños de su blazer y la camisa blanca que la
llevaba hasta la mitad de los antebrazos. No sabía cómo lograba que la tela
estuviera tan arriba sobre sus musculosos brazos. La luz estroboscópica decoraba
su cabello, haciéndolo parecer claro luego oscuro, claro luego oscuro. El yin y el
141
contra ella.
Página
En el momento en que quedé atrapada, puso todo su peso sobre mí, agarró
mi pierna y la levantó sobre su cadera.
Jadeé cuando sacudió su erección de nuevo, presionando directamente
donde su mano había estado solo unos segundos antes. —Ah…
—Esa es una palabra. —Su rostro brilló con el deseo—. Di unas cuantas
más. Acepta jugar conmigo.
Mi cabeza quería girar y apartarme en tanto su boca se cerraba contra mi
garganta, besando, mordiendo, chupando. No quería más pensamientos, no más
cosas que hacer y no hacer. No más razones por las que esto se encontraba mal y
tenía que terminar antes de que lo olvidara todo.
Mis manos volaron automáticamente a su cabello, tirando con suavidad,
entrelazando mis dedos a través de sus hebras gruesas y sanas. La exquisita
sensación de él me sacudió desde el principio. Por un segundo, esperé rizos y
chocolate. De barbas suaves y luz de luna urgente.
Mi cuerpo se hinchó, pero mi corazón se encogió.
El señor Everett no era Sin Nombre. Sin embargo, era el segundo hombre
en besarme y tocarme de tal manera, un elogio que no sabía si se lo merecía.
—Espera, no sé qué quieres.
Se rio entre dientes contra mi cuello. —Pensé que era jodidamente obvio.
—Se estiró, sus zapatos chirriaron un poco en el piso de madera a medida que
me presionaba contra la pared—. Quiero follarte, Elle.
Mis entrañas se hundieron ante la crudeza. Mis oídos escuchaban más,
incluso mientras mis labios se curvaban de disgusto.
—Quiero tomarte, poseerte, controlarte. —Su voz rozó lo salvaje—. No
voy a mentir. Podría decir que quiero salir en citas y pretender enamorarme de
ti. Pero no lo haré.
La conversación me ayudó a recordar que yo era una humana, no un
animal. Me aferré a las palabras. —Así que... ¿solo quieres sexo?
—Lo que quiero es besarte. —Levantó la cabeza, sus labios brillantes por
succionar mi garganta—. Déjame hacer eso, luego decidiremos sobre el resto.
Me hipnotizó. Me corrompió.
Respiré aceleradamente.
Vio una respuesta de una fracción de segundo, una respuesta de la que
deseaba poder retractarme, y su boca descendió sobre la mía.
Sus labios eran suaves, pero al mando, atravesando mi castidad, pasando su
144
y respuestas.
—¿Qué demonios está sucediendo, Elle? —Greg se acercó.
No podía creer que el champán me había hecho pensar que podía
tolerarlo. Después de ser besada por el señor Everett, y haber pensado en
remotamente hacer lo mismo con Greg, no podría siquiera imaginarlo. Sería
como ver el atardecer más espectacular solo para luego saber que viviría rodeada
de niebla por el resto de mi vida.
—Espera un segundo, Greg. —Levanté mi mano, probando los candados
y cadenas que envolvían mi sexualidad mientras rechinaban bajo presión—.
Responda una pregunta, Sr. Everett. Entonces le daré una respuesta.
—De acuerdo. —Una sonrisa de lado decoró su rostro—. Pero te aseguro
que, si tu respuesta es sí, esa será la última vez que me llamarás señor Everett.
—¿Oh?
Miró de forma triunfante a Greg cuando se inclinaba para susurrarme en
el oído—: Estarás gritando mi nombre mientras meto mi lengua dentro de ti.
Sollozarás mi nombre en tanto te hago venir una y otra maldita vez.
Perdí el equilibrio.
Sus manos tomaron mis codos, un susurro bajo escapando entre sus
dientes. —El nombre es Penn. Deberías comenzar a acostumbrarte a usarlo si, por
supuesto, tu respuesta es la que espero.
—Elle, ¿estás enferma? —Greg se puso de pie frente a mí, sus ojos
intentando asesinar al Sr. Everett… Quiero decir Penn.
Sacudí mi mano, sonrojada y sintiendo náuseas, demasiado ansiosa para
ponerme nerviosa por otro hombre.
—Sí, estoy bien. —Ignorando a Greg y poniendo toda mi atención en Penn,
le pregunté—: Mi pregunta es, ¿aún estás con la madre de tu hijo?
Penn no respondió.
—¿Qué? —Los ojos de Greg se abrieron ampliamente—. ¿No solo me estás
engañando con este maldito en el pasillo de un club nocturno, sino que él también
está engañando a su familia? —Levantó sus manos, frustrado—. ¿Qué demonios,
Elle? Creí que eras mejor que esto, tu padre cree que eres mejor que
esto. Mi padre cree que eres mejor que esto.
Gruñí, odiando el disgusto en su voz aun sabiendo que no había hecho
nada malo. No aún, por lo menos. Si esa era la mirada que me darían aquellos
que me conocían, no quería saber nada sobre el placer perverso que Penn ofrecía.
Pero era como si Penn lo esperara.
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No podía alcanzarlo.
Página
Jamás había sido así. Siempre era la jefa, siempre lideraba. No sabía si me
gustaba ser una seguidora.
—Contarles que has decidido dejarme ser tu dueño.
—Espera, ¿qué? —La boca de Chloe colgaba abierta—. ¿Qué significa eso?
Sacudí la cabeza y me froté la súbita piel de gallina que me cubrió los
brazos. Penn dijo que estábamos jugando. De todas maneras, no conocía las
reglas o qué esperar. No era apropiado verbalizarlo en términos tan crudos frente
a las perras de mi pasado.
Fruncí el ceño.
Respondió antes de que yo pudiera hacerlo—: Nos conocimos hace unos
días y fue amor a primera vista. —Me acercó aún más—. Me llevó un poco de
convencimiento, pero aceptó darme una oportunidad. —Miró a Chloe llenando
su bonito rostro de ardiente satisfacción—. Dijo que sí.
—¿Sí a qué? —Frankie apareció y miró a Penn desde sus zapatos negros
hasta su barba incipiente.
—Sí a casarse conmigo.
El mundo se detuvo en seco.
Espera… ¿qué?
—No, yo… —Me retorcí tratando de separarme de su abrazo.
Me sostuvo con más fuerza, sus dedos se hundieron como llaves en mis
brazos, sujetándome y manteniéndome atada a él e inútil.
La boca de Chloe se abrió más. —Guau, Elle, nunca supe…
—¿Jamás supiste que era la mujer más sexy de toda la tierra? —gruñó Penn
con repentina malicia—. ¿Que era una de las mujeres más ricas del mundo? ¿Que
es diez veces más que la maldita mujer que alguna vez serás?
Me quedé pasmada.
¿Por qué peleaba por mí?
Era demasiado. Muy rápido. Demasiado aterrador. Lejos de mi zona de
confort.
¿Sí a casarme con él?
Nunca estuve de acuerdo con eso.
Sino que estuve de acuerdo con el sexo.
Estúpido, tonto y sensual sexo.
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mi vestido, subiéndolo más y más hasta que sus dedos encontraron el interior de
Página
Era demasiado.
Página
No era suficiente.
Pero mi cuerpo, después de años de abandono y acumulación de
innumerables noches imaginando tal cosa, se rindió por completo.
Penn contuvo la respiración mientras permitía que mi cabeza cayera sobre
su hombro, dándole un control total. Me sostuvo contra su cuerpo, su dedo nunca
se detuvo.
—¿Ese es otro sí? —Me besó la garganta, mordiéndola a medida que
empujaba su dedo—. Dime que es un jodido sí antes de perder la cabeza.
Asentí.
Y eso fue todo.
Penn Everett desapareció, siendo reemplazado por un cazador.
Girándome y empujándome contra la pared, me abrió los pies y empujó su dedo
más arriba.
A mi mente le entró el pánico de que me tomara aquí, de esta manera. Mi
primera vez sería contra una pared sucia fuera de un club nocturno, pero
demostró que estaba en lo cierto al confiar en él. Que podría darle poder a pesar
de que jamás me gustaría. Que siempre lo odiaría, simplemente porque no era
Sin Nombre y por haberme aferrado al ridículo engaño de encontrarlo, salvarlo
y tener un final feliz para siempre.
Penn era el presagio de la verdad en ese sentido.
Fallé con Sin Nombre. Nunca lo encontraría. Era hora de aceptar eso y
seguir adelante.
Comenzando con el sexo.
—Voy a hacerte venir —susurró Penn contra mi piel—. Y luego... iras a
casa. Dejaremos para otra noche el llevarte a mi casa.
El conjunto de músculos en mi núcleo se apretó alrededor de su dedo
mientras presionaba mi clítoris con su pulgar. Su mano libre agarró mi
mandíbula, manteniéndome prisionera a medida que me besaba tan
profundamente.
Con su lengua dentro de mi boca y su dedo haciendo coincidir el mismo
ritmo, dejé que sucediera.
No aguanté.
Él no lo alargo.
Siempre he sido sensible, la mala habilidad de buscar placer en situaciones
159
banales. Hace años, dejé de sonrojarme cuando en una reunión mal ventilada,
llena de hombres de negocios, cruzaba las piernas y disfrutaba del hormigueo de
Página
—¿Quién dijo…?
—Escúpelo, Elle.
Página
Contuve una sonrisa. —Penn Everett.
Se acercó un poco más con los ojos muy abiertos. —¿Lo conociste anoche
en la fiesta? Oh, sabía que debías haberte ido. —Se desmayó dramáticamente—.
¿Te invitó a salir? Espera, pensé que Greg era tu cita.
Fingí teclear un par de números en mi ordenador. —Lo conocí hace unos
días, antes de la fiesta, pero sí, llegamos a un acuerdo anoche.
Saltó como una niña. —Un acuerdo. ¿De qué tipo? ¿Del tipo sexual?
Mírate, tú, sexy muchacha descarada. Te exijo que me lo cuentes todo.
—No hasta que le digas que se vaya. —Señalé la puerta riéndome un poco
de sus travesuras—. De hecho, dile que estoy demasiado ocupada durante los
próximos cuatro años y aunque mi respuesta es sí, será mejor que tenga la
paciencia de un santo si quiere verme otra vez.
Veamos cómo se las arregla.
Él quería jugar. Bueno, yo podía inventar algunas reglas a medida que
avanzábamos.
Se rio. —Lo que sea que te haya hecho anoche, hizo maravillas con tu
sentido del humor. —Moviéndose hacia la puerta, sonrió—. Por fin estás
aprendiendo a divertirte un poco. —Se despidió antes de desaparecer por la
puerta—. Déjamelo a mí. Considera la instigación con un nuevo interés amoroso
en el progreso.
Gruñí por lo bajo cuando algunos fragmentos de voces masculinas
resonaron en el pasillo y luego se detuvieron cuando Fleur cerró la puerta,
impidiendo más espionaje.
Probablemente no debería haberle ordenado que le dijera a Penn que
esperara cuatro años. ¿Y si se lo tomaba en serio y se iba? A pesar de que su
personalidad me aterrorizara, la idea de que se fuera antes de cumplir sus
promesas me enfermaba un poco.
Odiándome, me levanté de mi escritorio y caminé de puntitas de pie hasta
la puerta. Presionándome contra ella, luché por seguir la conversación al otro
lado.
—¿Usted debe ser Steve Hobson?
Esa voz… ya era tan familiar, se hallaba conectada a mi vientre y echaba
gasolina a cada deseo oculto. La maliciosa suavidad; la engreída profundidad.
No era justo que fuera guapo y hablara como un gran poeta. Puede que no fuera
material matrimonial, pero definitivamente cumpliría las fantasías.
Penn no era mi futuro, pero muy bien podría ser mi presente.
163
la manera en que esparcía rumores y medias verdades sobre mí. Ningún hombre,
Página
desde Sin Nombre, había obtenido una reacción de mi parte, ni gusto ni odio. No
me sentía lista para pelear. No tenía tiempo para darle la bienvenida a la
atracción.
—Dios, esto es un desastre.
Él era un error, y uno que tenía que arreglar ya mismo antes de que
arruinara mi vida y devastara todo. Si no aceptaba mí «no», llamaría a la policía
para pedir una orden de restricción.
Tal vez, ¿debería convertirme en una monja? Entonces nunca tendría que
preocuparme por el sexo o por el matrimonio.
Solo enfocarme en lo que era buena.
Los negocios.
Me lavé la cara, limpié el manchón de rímel, y me arreglé. Sintiéndome
ligeramente normal, asentí a mi reflejo. Acepté que mi trabajo estaba terminado
por el día e iría a casa, tomaría un baño y trataría de olvidarme de Steve, mi padre
y sobre todo del maldito Penn.
Abrí la puerta del baño y me sobresalté cuando el hombre al que quería
tirar por mi ventana se hallaba sentado de manera presumida en el sofá frente a
los estantes de revistas que mostraban nuestra ropa, los premios para el hogar y
las placas de caridad de nuestro trabajo con las organizaciones seleccionadas.
—¡Tú de nuevo!
—Yo. —Me miró de arriba abajo—. Tu camisa está mojada.
Eché un vistazo a la tela blanca que ahora era transparente al oscuro sostén
rosado que usaba debajo de ella. Puse una mano sobre mi pecho y caminé hacia
mi escritorio. Mi pisotón no tuvo el mismo efecto con solo las medias que usaba
como lo habría hecho en tacones, pero al menos era capaz de ponerme una
chaqueta de color negro y crema para ocultar un poco mi escote.
Sage se aventuró a salir de debajo de mi escritorio, mostrando sus
pequeños colmillos al intruso.
—Pensé que te había dicho que te fueras. —Hacía lo mejor para volver a
estar en control—. Además, no es una camisa. Es una blusa. Si no fueras un
Neandertal, lo sabrías.
—¿Por qué sabría eso? Soy un hombre que usa ropa de hombre. No tengo
ningún interés en la ropa de mujer a menos que esté en el piso después de que se
la haya quitado.
Lo fulminé con mi mirada. —Fascinante visión respecto a su yo verdadero,
señor Everett. —Señalé la puerta—. Y como no fuiste invitado a mi oficina, te
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pediré respetuosamente que te vayas. Por segunda vez. Y mientras estás en eso,
di la verdad sobre nuestras próximas nupcias.
Página
—Perdiste el poder de decirme que me fuera en el momento en que dijiste
que sí. —Nunca apartó sus ojos de mí—. Es demasiado tarde para cambiarlo a un
no. Sin embargo, si estás tan indignada, entonces escúchame y me iré... por ahora.
Me moví alrededor de mi escritorio para estar frente a él y crucé mis
brazos. —¿Escuchar qué? Estoy segura de que escuché todo lo que necesitaba.
Eres un egoísta maniático que no tiene interés en hacer otra cosa.
—Tu cuerpo me contó una historia diferente anoche. —Sonrió—. Y solo
para aclarar, si no fuera un “egoísta maniático" como dices, entonces
considerarías que te follara... ¿Como nuestro acuerdo original? —fruncí el ceño.
—¿Qué?
Se puso de pie, eliminando el espacio entre los dos hasta que se quedó solo
a unos centímetros de distancia. Mi piel se erizó debajo de mi blusa mojada.
Sage siseó, golpeando el aire con sus garras en advertencia.
Penn no le prestó atención. —Lo siento. —Su cara se oscureció con
sinceridad—. Sé que no tenía el derecho de hablar sobre ti como un trofeo para
ser ganado. Y lo siento por advertirle al señor Hobson que mantuviera a su hijo
lejos de ti. —Sonrió tensamente—. Diría que lo hice en tu beneficio, pero en
realidad lo hice por mí. —Sus ojos cayeron en mi pecho—. No me gusta la
competencia.
—Bueno, tus reglas y celos no tienen sentido porque no tengo ninguna
intención de ir a la cama contigo.
—Mentiras, Elle. Pensé que habías acordado que entre nosotros solo
existiría la verdad.
Su profunda y embriagadora loción de afeitado me robó el olfato, atando
mis pensamientos en un nudo pecaminoso. No respondí mientras llenaba el
espacio entre nosotros.
Retrocedí, mi trasero se topó con el borde de mi escritorio y mi vientre
encajó en su lugar.
—Sabes... también trabajo en una oficina. Sé lo solitarios que estos espacios
de trabajo pueden ser. —Lamió sus labios—. También sé cómo las fantasías
pueden surgir de la nada. —Su mano se deslizó hacia adelante. Me estremecí,
esperando que me tocara. Sin embargo, la colocó en la mesa de vidrio—. Dime,
señorita Charlston. ¿Has tenido sexo aquí?
Me congelé. —¿Perdón?
Su mirada lucía perdida. —¿Alguien te ha inclinado sobre tu escritorio y
te ha follado? ¿Robó tu poder y lo usó contra ti? —Me estremecí
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intentarlo. Luchar, arañar y dejar que me someta porque, santo infierno, lo hacía
sonar delicioso. Pero la otra parte, la parte desvanecida, tenía miedo de perderse.
Página
El sexo era demasiado poderoso.
El sexo debe hacerse entre dos personas que se gustan y no una pareja sin
nada en común.
Aclaré mi garganta y mente. Me aferré al sentido común. —Te sugiero que
te vayas antes de que te golpee en lugares que una dama no debería.
Me buscó, trayendo consigo ciclones llenos de lujuria. —Si quieres tocar
esa parte de mí, preferiría que fuera con algo más suave que tu rodilla. —Me
persiguió, una vez más acorralándome contra una superficie dura.
Esta vez la puerta.
—Tu mano funcionaría. —Tomó mi muñeca, deslizando sus dedos a
través de los míos—. Tu mano es bienvenida. —Sus ojos se volvieron negro
azabache por la necesidad—. Podría venirme solo con tu mano.
Luché contra mi escalofrío, pero no pude evitar que la piel de gallina se
lanzara sobre mis brazos. Su toque era posesivo pero suave. Fuerte pero
persuasivo.
Sus dedos apretaron los míos a medida que se acercaba. —O si no quisieras
usar esa parte de tu anatomía, tu boca lo haría igual de bien. —Lamió su labio
inferior—. De hecho, quiero ambas cosas.
—Nunca.
—¿Nunca? —Sonrió—. No mientas. —Su mano se deslizó por mi brazo
hasta mi hombro, agregando presión hasta que mis rodillas amenazaron con
doblarse—. Veamos qué tan pronto es nunca, ¿te parece? —Me besó
dulcemente—. Anoche te toqué hasta que te viniste. Lo menos que puedes hacer
es darme una mamada.
Me gusta la idea de que me des una mamada. Ponla de rodillas.
Los violadores y el callejón robaron el presente, lanzándome de vuelta
antes de que Sin Nombre me encontrara. Antes de que les hiciera daño por
herirme. Antes de evitar que arruinarán mi vida.
¿Por qué Penn me trae recuerdos que pude superar con éxito?
¿Por qué despertaba intensamente mis instintos?
¿Y por qué esos instintos se hallaban entre confianza y desconfianza,
incapaces de ver la verdad escondida en sus mentiras?
Mi oficina volvió. El callejón desapareció. Penn todavía se encontraba allí.
Su presión sobre mi hombro se hizo más fuerte, fastidiándome para que me
sometiera a él.
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Sin esperar su orden, desabroché tres y luego cuatro botones; mis ojos se
Página
que nos teníamos se vio empañado por la manera en que lo observé, de pie sobre
mí, con su polla en la mano. Debería ser degradante, pero encontré un tipo
Página
diferente de poder en mis rodillas. El modo en que jadeó. La forma en que sus
caderas se mecían con un sutil balanceo del que incluso él no se daba cuenta.
Ya no vivíamos en el mundo real, excepto sexo, sexo, sexo.
Asentí solo una vez, lamiendo mis labios.
—Jesús, Elle. —Su cabeza cayó hacia adelante cuando apretó la punta—.
Dilo en voz alta. ¿Deseas mi polla?
No me importaba si alguien se encontraba afuera de mi puerta espiando.
No me preocupó detener esto y echarlo de mi oficina.
Me dejé llevar por la corriente que fluía en mí interior y susurré—: Sí.
—¿Dónde? ¿Dónde la deseas?
En muchos lugares.
Tantos, desconocidos y maravillosamente listos para ser explorados.
Pero primero, el que él quería. El que insinuó, y la razón por la que me
encontraba de rodillas. —Mi boca.
Gruñó dando un paso adelante. Sus zapatos golpearon mis rodillas, su
altura se elevó sobre mí con su polla clavada en su puño enojado. —Chúpala
entonces.
Me dolían los pechos con un dolor que nunca experimenté.
Me enderecé apoyándome sobre mis rodillas.
Me acerqué.
Mis dedos tan cerca de reclamarlo.
Pero luego dio un paso atrás, apartando su erección, temblando de
necesidad y disciplina. No se subió el cinturón ni la cremallera, pero sacudió un
reloj plateado en la muñeca. —Tus dos minutos se acabaron.
Destrozado el trance sexual en el que me metió.
Me estremecí con un repentino frío y me subí el sujetador con vergüenza.
Tomando los lados de mi blusa, me agaché antes de levantarme rápidamente con
una rabia tan intensa, tan vivida, que deseaba romperlo en pedazos.
—¿Eso es todo? —gruñí—. ¿Todo fue un estúpido juego para ti? ¿Un truco
para demostrarme que, después de todo, puedes obligarme a hacer lo que
deseas? —Una sensación pesada se ubicó entre mis piernas, palpitando por ser
tocada. Desesperada por una liberación.
—Quería asegurarme de que no había mentiras. Viste cuánto te deseo. Vi
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mismo.
—Pero no sé qué viene después. Yo... yo...
—Lo sabes. Sabes exactamente qué viene después. —Extendió su mano
sobre mi vientre, tirando de mí hacia sus caderas. Su polla era grande, dura y tan
caliente—. Esto va dentro de ti. Hace que toda esa confusión y vacío se
desvanezcan.
Giré en sus brazos.
—¿Cómo? Nada tiene ese poder.
—Confía en mí. —Sus dedos se cerraron alrededor de mi garganta,
clavándome contra la puerta. Cayó hacia adelante, acomodándose a lo largo de
toda mí estatura. Alineando su polla a mi clítoris, empujó.
La acción fue tan ruda, tan básica en el apareamiento, gemí.
—Envuelve tus piernas alrededor de mis caderas.
Levantando mi falda para poder extender mis piernas, salté e hice
exactamente lo que me dijo, mi cuerpo tomó el control.
Gruñó cuando agarró mi peso antes de aplastarme contra la puerta otra
vez. —Ambos nos vamos a correr. Vamos a hacerlo juntos. Y no lo vamos a
pensar demasiado ni arruinarlo rechazando lo que nuestros cuerpos necesitan
tan desesperadamente, ¿entendido?
No tenía otra opción.
Asentí.
No sabía si se refería a que planeaba llevarme contra mi puerta o si usaría
sus dedos o esperaría mi boca, pero todas las preguntas murieron como pájaros
que no vuelan hasta el momento en que empujó de nuevo.
Metiendo su mano entre nosotros, bajó sus pantalones, liberándose y
colocando su polla desnuda contra mí coño cubierto de bragas.
Con mis piernas alrededor de su cintura, su dureza se alineaba
perfectamente contra cada centímetro de mi cuerpo.
—Cristo, estás empapada. —Bajó la mirada—. Pronto, veré cada
centímetro de ti, Elle, pero por ahora, me debes un orgasmo.
La confusión me golpeó. Entonces, ¿quería mantener el pequeño pedazo
de algodón y encaje entre nosotros? ¿Movernos y corrernos, pero sin
penetración?
Su mandíbula tensa, su cabello desordenado caía sobre su frente. Sus
bíceps se hincharon por sostenerme mientras se curvaba en mí. —Bésame. —Su
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consciente de que su cabeza caía hacia atrás, sus uñas rompían mi piel y sentí
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dejaran esas cosas en mi cuerpo después de hacer algo que no tenía permitido
hacer exactamente en una oficina. Pero también sentí otro impulso... uno más
audaz que el primero. El de exigir que Penn se arrodillará y lo limpiará.
La imagen de él inclinándose ante mí anudo mis entrañas, aunque sabía
que eso nunca sucedería. Era muy controlador como para que me cediera el
control.
—Bueno, es mejor que alguien comience a hablar antes de que llame a
seguridad. —Papá entrecerró los ojos hacia mí—. Odiaste a este tipo hace unas
noches, Elle. Tiraste una bebida en su cara. De qué demonios me perdí que no
solo puede entrar en nuestro edificio, sino que Greg y Steve supieron que se
encontraban comprometidos. —Se frotó el pecho—. Me duele que me haya
enterado de esa manera. Me duele aún más que mi propia hija me haya
engañado.
El pánico aumentó a medida que me preocupaba por su corazón. ¿Por qué
se frotaba el pecho? ¿Debía llamar a un médico? Quería molestarlo, pero me
preocupaba que, si cambiaba el tema a su salud en lugar de aclarar este
malentendido masivo, estaría en muchos más problemas.
Recogí mi cabello sobre mi hombro, torciéndolo en una cuerda. —No
tienes ningún motivo para estar herido, papá. Es todo un gran error.
—¿Qué quieres decir?
Acaricié el cálido pelaje de Sage. —Quiero decir que no estamos
comprometidos…
—Ella quiere decir que íbamos a pedir su permiso, pero
desafortunadamente, señor, mi naturaleza posesiva se manifestó anoche cuando
Greg dio a entender que no era lo suficientemente bueno para su hija. —Penn se
dirigió hacia mí y tomó el lugar a mi lado en el sofá.
Sage se puso rígida, pero no intentó matarlo por estar tan cerca.
Suavemente, como había ensayado en este preciso momento, capturó mi
mano, se la llevó a los labios y besó mis nudillos. —Soy consciente de que Elle y
el hijo del señor Robson se han criado juntos con el entendimiento de que un día
se casarían, pero eso ya no es una opción.
Papá se encontraba boquiabierto. —¿No lo es? ¿Por qué?
Penn me dio una sonrisa astuta, llena de intrigas y falsedades.
—Porque, con su bendición, por supuesto, deseo casarme con Noelle.
Gemí, bajando la cabeza. —No quiere decir eso, papá. Es un juego…
Penn me hizo callar con un rápido pellizco en mi mano. —Ella aún no es
182
***
mantenerme firme, tenía que empezar a actuar más como yo misma y no como
una niña tímida. Reuniendo mi coraje, murmuré: —Deja de amenazarme, y
termina con esto entonces.
Sus dedos se contrajeron. Su peso corporal cayó sobre el mío.
—¿Terminar con esto?
—Sí. Quiero que me folles y luego me dejes en paz.
Un leve gemido cayó de sus labios. —No puedes decir cosas así en una
calle vacía.
—¿Por qué no? Hubiera pensado que el vacío sería preferible al ocupado.
Nadie está aquí para mirar.
Sacudió la cabeza, con el cabello oscuro bailando sobre su frente.
—Ocupado significa que me veo forzado a mantener mis manos
tranquilas. —Me estiró, dejando caer sus dedos desde mi cuello hasta mi pecho
en tanto su brazo izquierdo rodeaba mi cintura.
Se oyó el suave golpe de la bolsa que contenía las muestras de juguetes
sexuales al aterrizar en la acera a medida que su mano masajeaba mi carne, su
pulgar y dedo me pellizcaban el pezón. —Una calle vacía significa que podría
darte la vuelta, levantar tu falda y hundirme dentro de ti sin ser visto.
Me estremecí.
Sonaba tan mal
Sonaba tan bien
Obligándome a permanecer cuerda, miré los edificios que nos rodeaban.
El débil resplandor de las familias y las sombras de las actividades se movían
sutilmente hacia arriba. —Nos verían, sin importar si los viéramos o no.
Él siguió mi mirada, su garganta expuesta cuando su cabeza se inclinó
hacia arriba. Sus dedos se crisparon en mi pecho. —Tienes razón.
Su toque se desvaneció cuando dio un paso atrás. —Lástima.
Recogiendo la bolsa de nuevo, se deslizó de nuevo como un merodeador,
arrastrándome con él.
***
—¿Vives aquí?
Asintió mientras sacaba una llave de su bolsillo.
199
sentirse como en casa y más libre, sin embargo, algo no se sentía bien. Se quitó
sus zapatos y caminó descalzo sobre el piso de madera, pero faltaba algo. No
parecía cómodo. Moviéndose como si todo esto fuera algo nuevo y extraño, cómo
él lo era para mí.
¿Por qué pasa eso?
—¿Hace cuánto te mudaste? —Me quité los tacones colocándolos sobre la
isleta de la cocina.
Penn me sonrío. —¿Estás haciendo preguntas?
—¿Eso va contra de las reglas?
Se detuvo, algo pasó por su mente que no pude descifrar. —Algunas sí, y
otras no.
Sus juegos de palabras me causaban dolor de cabeza. —¿Así que no
puedes decirme hace cuánto vives aquí?
—Subestimas parte de lo que le dije a tu padre en el Weeping, hace poco
me mudé. Si no lo crees, entonces pensarás que se trata de una nueva compra.
—¿Por qué tengo que creer si es verdad o no?
No me respondió.
Lo presioné con otra pregunta. —Dijiste que tu benefactor estaba enfermo.
Que regresaste por él. ¿Él está bien?
Algo de tranquilidad cayó sobre él, algo inesperado y entrañable de ver.
Quien sea que fuera su benefactor, le importaba mucho, más de lo que las
palabras pudieran describir. —Está bien ahora. Era un cáncer raro en su sangre.
Pero ya lo controlaron.
—Eso es bueno.
La conversación se detuvo. La torpeza se asentó como una tercera rueda.
Me sentía responsable. Antes de nuestro silencio había sido fuerte el deseo, ahora
colgaba un aire pesado de confusión.
¿Por qué me preocupo por él, este edificio y quienquiera que fuera su
misterioso benefactor?
Me encontraba aquí solo por una cosa.
Al igual que él.
Tomando una respiración profunda, caminé a través de la habitación. Sus
brazos se abrieron de par en par, era la única forma de eliminar la repentina
incomodidad entre nosotros y volver a lo normal.
El lugar donde odiar y gustar no importaba.
201
Página
Sus labios detuvieron mis pensamientos. Sus brazos cesaron mis
preocupaciones. Haciendo a un lado las restricciones, su boca no dejó la mía
mientras me empujaba hacia atrás, hasta que me acorraló contra una pared.
Sus dedos agarraron mi mandíbula en tanto me besaba con dureza. Su
sabor a menta y oscuridad inundó mis sentidos.
Temblé por su agarre.
Tan pronto como me empezó a besar, lo terminó. Sus dedos tocaron mi
piel ya sensible al estirarme, avanzando sigilosamente hacia una puerta que
pasaba por la cocina, sala de estar y comedor. Todo alrededor, las grandes
ventanas nos permitían ver la ciudad, con sus luces vibrantes y peatones.
Abriendo la puerta, Penn me dejó entrar en su habitación mientras tiraba
la bolsa negra sobre su cama.
Lo seguí en tanto el consolador plateado brillante, llamado Seahorse,
rebotaba sobre la sábana gris oscura.
Penn no lo notó. O si lo hizo, no se dio la vuelta para verlo. Dudaba que
notara algo más, ahora que me encontraba en su guarida. Era su conquista, su
trofeo. No sabía por qué tenía este sentimiento de que significaba algo más para
él, pero de alguna manera extraña estaba bien con eso.
Podría tomar lo que quisiera sin tener que preocuparme de que las
emociones se interpongan en el camino. Podía mantenerme protegida en tanto le
entregaba todas mis partes íntimas.
Me estremecí cuando se acercó. Acorralándome contra la pared. Parecía
que prefería tenerme bloqueada en un lugar incapaz de ir a otro lado.
No me ofreció un trago o algo de beber.
Me trajo aquí para follar.
Eso era todo.
Lo sabía, y quizás eso podría lastimarme más tarde. Que a pesar de toda
mi valentía y creencia que podría mantener de que esto solamente era sobre sexo,
todavía podría sobre analizar y leer entre líneas todo el momento. Pero ahora,
justo ahora, solo lo deseaba a él. Era Penn todo lo que necesitaba, y me sentía lista
para tener el corazón frío para hacer esto.
—Eres jodidamente hermosa, Elle —murmuró, colocando una mano en la
pared junto a mi cabeza, aprisionándome. El pulso en mi cuello era visible
mientras su mirada se tornaba de un cálido negro a uno brutal. Su otra mano
aterrizó en mi mejilla, su pulgar rozando mi mandíbula hasta la comisura de mi
boca.
202
manera correcta.
Página
Sus labios se sellaron junto a los míos, al principio lentamente, pero luego
comenzó a ser más vicioso. Mi cuerpo se estrelló contra la pared, cada vez me
besaba más duro, sus labios causando moretones que nunca se curarían.
No tenía otra opción que soltarlo. Para poder pararme y respirar, y poder
pensar.
Si no lo hacía, gritaría por su posesión.
Ceder era la única opción más fácil.
Porqué después podía dejar de pensar y solamente disfrutarlo. Ser una
mujer con deseos… ser yo misma.
Él controlaba las cosas en cada minuto.
Tenía razón cuando dijo que no iba a mentirme.
El beso me dijo muchas cosas que sin duda quería mantener escondidas
cosas como “este soy yo, este es quien soy, y no voy a pedir perdón por eso”. Y
debajo de eso… debajo de esos mensajes sexys de querer follarme había un hilo
más profundo y oscuro.
Uno que me animó a discutir a indagar más sobre quién era él, para que
de un extraño apasionado pasara a ser llamado no un amigo, sino al menos un
conocido.
Su otra mano pasó por mi espalda, alejándome de la pared, empujando
sus dedos por la parte de atrás de mi falda. Tocó el cordón de mi tanga y la parte
superior de mi culo, rozando su erección en mi vientre.
Necesitaba aire. Necesitaba cordura.
Pero me tomó en sus brazos dejando que mis piernas colgaran entre las
suyas al caminar hacia su cama y me lanzó dejando la bolsa caer en el piso.
Su cara se contrajo por la lujuria. —Utilizaremos los juguetes en otra
ocasión. Esta noche te necesito solo a ti. —Agarró mi chaqueta, y me obligó a
sacar mis brazos de las mangas.
Al minuto en el que me quedé en mi blusa y falda, sonrió. —Espero que
no estés apegada a estas cosas.
Con un estirón brusco rompió mi blusa en dos. Los botones diminutos de
caracol saltaron a todos los rincones de la habitación a medida que el aire fresco
besaba mi vientre desnudo, revelando mi sujetador de encaje negro.
Gimió inclinándose sobre mí para presionar un beso en la pequeña
hinchazón de mi pecho.
204
Igualé la presión que ejercía sobre mí, no siendo amable, sin darle tiempo
para adaptarse a ser tocado.
Página
Su dedo se elevó, presionando contra el punto sensible en mi interior que
convirtió todo en oro líquido. Gruñendo un poco a medida que lo apretaba más
profundamente, insertó otro dedo.
El estiramiento. La quemadura. Su uña raspó un poco porque no me dio
tiempo para ajustarme.
Emparejé su castigo con el mío, clavando mis uñas en su eje, bombeándolo
de la misma manera que él me penetraba.
—Maldita sea. —Inclinó su cabeza, y sus labios se ensancharon—. Joder,
eso se siente bien.
Su codiciosa polla saltó en mis manos, exigiendo más. Algo caliente y
pegajoso cubrió mis dedos cuando me incliné sobre la corona y volví a bajar.
Enganchó su dedo más profundamente, haciendo que me retorciera en la
cama. Mi voz estalló en un jadeo—: Oh, Dios.
—Finalmente hablas.
Me estremecí, volviéndome a hundir mientras él me acariciaba y
desdeñaba. Las palabras se oían a un millón de kilómetros de distancia en el
ámbito de la conversación y la humanidad. Me hallaba inmersa en un lugar
profundo donde solo se permitían sentimientos y sensaciones. —No sabía que
querías que lo hiciera.
—Quiero saber cómo fue para ti. —Sus ojos ardían.
—¿Cómo?
Su pulgar aterrizó en mi clítoris. —¿Te gusta esto? ¿Necesitas más?
¿Menos? Dime.
Le respondí con un apretón de su polla preguntando—: ¿Te gusta esto?
Gimió. —¿Realmente necesitas preguntar? —Sus caderas empujaron
contra mi palma.
—Prácticamente me corrí por tus malditos dedos.
La confesión envió lujuria, deseo y mareo, felicidad vertiginosa que
chisporroteaba como fuegos artificiales.
Mi cuerpo se derritió lentamente, volviéndose más atractivo, más
húmedo, más caliente.
Él lo notó.
Un brillo oscuro entró en su mirada. —No tengo intención de tocarte toda
la noche, Elle. Al igual que no espero que solo me masturbes. —Sus dedos me
207
Me folló.
Página
Me tomó.
Me consumió.
210
Página
Traducido por Anna Karol
Corregido por Elizabeth.d13
hacia mí, con la espalda inclinada, sus caderas empujando las mías con poder y
precisión.
Página
Mi cuello se tensó, mi cráneo se hundió en la cama cuando los hombros se
elevaron del colchón. Una ola de dolor y un choque de placer. Parecía que no
podía disfrutar de uno sin soportar el otro.
Pero nunca había experimentado algo así.
Quería más.
Mucho más.
Aunque tendría que esperar porque la felicidad de este tipo significaba
correrse, y había leído que los hombres no podían tener múltiples orgasmos como
las mujeres.
Aún no te has venido.
No me molestaba. Esta noche fue una tarea sencilla perder mi inocencia.
Me libré de esa complicación menor, y la próxima vez (si hubiera una), no sentiría
dolor, solo placer.
Mis caderas se movieron, rozando la parte superior de mi montículo. Un
gracias. Una solicitud. Un poco de ambos.
Se lamió los labios, el autocontrol grabado en su rostro. —¿Quieres
continuar?
—¿Hay más? —Mis labios se separaron cuando el entusiasmo se apoderó
de mí—. ¿No acabaste...?
Se rio entre dientes. Sacudió su cuerpo dentro del mío. —No me ofenderé
por eso. Pero si honestamente crees que solo entraría en ti y estaría satisfecho,
necesitas algunas lecciones serias sobre cómo follo.
Miró hacia donde nos uníamos y me animó a mirar también. Se retiró un
poco antes de seguir adelante. El dolor se transformó en placer, calentándose y
fundiéndose con un fino velo de agudeza.
Abrazando el fuego que se alimentaba de la lujuria en mi interior, coloqué
mis manos en la parte superior de su culo, donde su espalda se tensaba bajo mis
dedos. —Más.
Plantó sus puños en las sábanas, al lado de mi cabeza. —Bien. —Se deslizó
de lento a serio, penetrándome.
Mi núcleo se apretó a su alrededor. Una punzada de incomodidad trató
de alejarme.
A la mierda el dolor.
Yo quería esto.
212
Todo de eso.
Página
Gimió largo y bajo, empujando sus caderas, golpeando una parte de mí
que se rompió en polvo de estrellas. Sus caderas se clavaron en las mías, tan
profundas y tan cerca como pudo. Y luego lo hizo de nuevo.
Empuje. Empuje. Empuje.
Cualquiera que fuera el lugar donde vivían los orgasmos, de repente se
agitaba vivo como una colmena con su feroz reina. El zumbido voló de mis dedos
de los pies y mis rodillas a mi columna vertebral, de mis dedos y mis brazos a mi
lengua.
Todo se encendió, y me lancé.
Salté de la torre de Belle Elle. Me olvidé de mi carrera, mis reglas, mis
límites.
Me borré.
Me encontré con Penn en la degradación negra, pronuncié rudas
consonantes y pronuncié palabras sucias—: Deseo que me folles. Que me hagas
gritar. —Clavé mis uñas en su culo, tirándolo hacia mí—. Dame lo que quiero. —
Me levanté de la cama, capturando su boca con la mía, tomando el control de
todo en tanto enviaba el poder restante que tenía—. Fóllame, por favor.
Debería haberme preparado para el desencadenamiento.
Debería haber esperado lo que sucedería con tal invitación.
Pero, de todas formas, me tomó por sorpresa. Aún me sentía emocionada,
aterrorizada y burlada.
—Jodidamente lo pediste. —Su sonrisa era puramente criminal cuando su
estómago se tensó, y me penetró tan fuerte y rápido, que sus caderas magullaron
mis muslos internos. Su boca se clavó en la mía, nuestros dientes chocaron,
nuestras lenguas se entrelazaron, hasta que la última mascarada de ser
civilizado... desapareció.
No solo aceptó mi oferta.
Redobló mis apuestas y fue por todo lo que pudo reclamar.
Me folló.
No, eso era terriblemente inicuo.
Me rompió, me arregló, me partió.
Su cuerpo golpeó una y otra y otra vez en mí. Su polla deslizándose en
calor y humedad, arrastrando más de mí. El zumbido del orgasmo aumentó,
consumiéndolo todo.
213
Quería llamar a David para que viniera a buscarme. En tanto más tiempo me
encontraba en presencia de Penn, más se alejaba, hasta el punto de que cualquier
calidez que existía entre nosotros comenzó a desvanecerse.
Me removí en el lugar, y coloqué mi vaso de agua a medio beber sobre la
encimera. —Supongo… que me iré a casa ahora.
Arqueó una ceja y terminó su agua. Secándose los labios con el dorso de
la mano, asintió. —Buena idea.
Intenté esconder mi mueca de dolor, pero no tuve éxito. No sabía por qué
me excluía… aunque, por otro lado, jamás me permitió entrar. Había invadido
mi cuerpo, pero eso no me otorgaba una entrada para hurgar en su alma.
La idea de llamar a David y esperarlo en el departamento de Penn no era
atractiva. Cuanto más pronto me alejara de la severa intensidad donde me
apuñalaban espinas de lo que sea que no nos decíamos, mejor.
Abrazándome, me aseguré que mi blusa rota estuviese metida firmemente
dentro de mi falda para prevenir que se abriese y que el blazer estuviera
abotonado del modo correcto, asentí como si acabáramos de concluir con los
negocios y la reunión ya terminó.
Siendo realista, esto era un contrato de negocios. Yo no le gustaba.
Tampoco él a mí. Pero el sexo fue increíble. No tenía con qué compararlo, pero si
tuviese que hacer todo de nuevo y dejar que Penn tomara mi virginidad, lo haría.
Encaminarme hacia la puerta resaltó lo adolorida que me sentía. La
sensibilidad en el interior de mis muslos, el dolor en mi centro. Un fuerte tirón
me hizo querer sentarme, no bajar tramos de escaleras y esperar en una fría calle
a mi conductor.
Pero ya no era bienvenida.
La mirada fija de Penn lo indicaba.
Mintió en cuanto a estar comprometidos, y aun así no podía mentir lo
mucho que deseaba que me fuera.
Me detuve en la salida, con la espalda rígida. —Bueno, buenas noches.
—Buenas noches. —Me escoltó hacia la puerta, como si no confiara en que
podría irme sola. Rodeándome, desbloqueó la puerta y la abrió. Frunció los labios
cuando salí al umbral. No sonrió ni ofreció una palabra amable, ni siquiera
condolencias.
Se sentía como si hubiésemos terminado pese a nunca haber estado juntos.
Me encogí de hombros, luchando contra la urgencia de moverme con
inquietud. —Um, gracias. Yo… lo disfruté.
219
Nada más.
Ningún abrazo. O una promesa de volver a hacerlo pronto. Solo dos
palabras que marcaban el punto final… no, todo un salto de página, entre lo que
ocurrió en su habitación y ahora.
Preguntas susurraban mi oído. ¿Quieres volver a verme? ¿Por qué te quedaste
con mi lencería y los juguetes sexuales? ¿Te hice sentir bien al igual que tú a mí?
Silencié cada una.
Girando con la espalda recta, elevé el mentón y me alejé.
***
que confiaba. Hacía que mi vida fluyera, no como este desconocido lío en donde
vivía actualmente.
Página
La última vez que tomé un taxi no me fue muy bien. Tenía una horrible
sensación de que algo terrible ocurriría otra vez. Principalmente porque las
similitudes de aquella noche con Sin Nombre y esta noche con Penn no podían
ser ignoradas.
Me permití pensar libremente en Sin Nombre, sin la frustración hacia mi
padre o sintiendo culpa. Recordar la facilidad en su compañía a pesar de que
acabábamos de conocernos. La confianza que demandaba a pesar de que no sabía
nada de él. Me sentí segura con Sin Nombre, pese a la abrumadora atracción que
sentía hacia él. Con Penn, tenía miedo por mi bienestar y mis relaciones
personales mientras él atacaba con falsedades.
Mi padre no entendía que, por alguna horrible razón, fui condenada al
fracaso aquella noche. Me aventuré en una situación llena de peligro y besos, lo
que hacía que fuese demasiado idealista. Puse a Sin Nombre en un pedestal y
pensé que no podría tenerlo, que no querría a nadie más; cegándome
efectivamente a otras posibilidades, a otros hombres que sin duda habrían sido
igual de especiales, y probablemente, mucho más aptos para mí.
Solo porque no me agrade Greg no significa que no me gustará cada hombre en el
mundo.
Y, además, aún era demasiado joven. Papá olvidaba mi edad la mayor
parte del tiempo. Me veía como el pilar de su compañía y felicidad. Porque
todavía no tenía una familia propia, creía que había fallado.
Casarme con alguien no se trataba de mí, sino de él.
¿Por qué no lo vi antes?
Me detuve en seco.
Papá era un buen padre, pero cuando se trataba de tener todo organizado
y pulcro, pasaba por alto mi edad, necesidades y quién era como individuo.
Entonces, ¿qué importaba si él quería emparejarme?
Yo no quería. No todavía, al menos.
Era momento de informarle que no podía entrometerse en mi vida, y que
dejara de usar su ataque cardíaco como una excusa para tener que obedecer cada
orden que dictara.
Asintiendo con resolución, seguí en marcha con renovado vigor. El dolor
entre mis piernas palpitaba, imposibilitando mi concentración, pero por primera
vez en años, me sentía más calmada. Como si hubiese tomado el control de mi
futuro de una pequeña manera.
Tuve relaciones con Penn bajo mis propios términos. No terminó tan bien
221
como esperaba, pero lo usé y lo disfruté. Expandí Belle Elle con una línea de
Página
sustancias siniestras.
Página
Dejé de respirar.
¿Era la broma más cruel del mundo? Después de todo, ¿no podía estar a
salvo por mi cuenta? Las dos veces que estuve sin mi papá, David u otro hombre,
¿era víctima de cualquiera que quisiera atacarme?
¿La tierra era sexista y me enseñaba que necesitaba un hombre para
sobrevivir?
La ira alejó mi miedo. —¿Qué quieres?
Se rio entre dientes. —Dinero.
—No tengo nada. Dejé mi bolso con mi chófer.
Mierda, no debería haber dicho chófer.
Se lamió los labios, la única cosa visible debajo de la capucha de su
sudadera. —Ah, eres una de esas.
—¿Una qué?
—Perra rica. —Se acercó, apestando a sudor y suciedad—. Dame tu dinero
y nadie saldrá herido.
Tres años atrás, hubiera gritado por ayuda y huido despavorida.
En este momento, me encontraba en tacones y adolorida por el sexo. Era
mayor. Había luchado más guerras con hombres en el mundo corporativo. Si
quería dinero, bien. Entonces debería ir y ganar un poco en vez de robarle a
peatones inocentes.
—Vete. No estoy interesada.
—¿No estás interesada? —Inclinó la cabeza—. ¿Qué parte de “dame tu
dinero” suena como una negociación?
Me crucé de brazos, esperando que no viera mi blusa rota debajo. —No
importa. No voy a darte nada.
—Sí, jodidamente lo harás. —Sus puños se apretaron—. Ahora.
—No estoy mintiendo. No tengo dinero.
Avanzó otro paso, obligándome a retroceder.
Sus labios se curvaron en una sonrisa vengativa. —Entonces las joyas. —
Recorriéndome con los ojos, notó mis pendientes de cristal—. Esos. Dámelos.
Sin dudar, los saqué de mis lóbulos y se los entregué. No llevaba nada
más. Ni pulseras ni anillos. El único collar que amaba era el de mi estrella de
zafiro que me robaron en circunstancias similares.
—Y el jodido resto. —Palmeó mis aretes de treinta dólares que tomé de
223
Se agachó, agarrándome.
Golpeé.
Página
Viciosa victoria me calentó cuando el tacón afilado rozó su sien.
—¡Mierda! —Se echó hacia atrás, sosteniéndose un lado de su rostro.
Eso era todo lo que necesitaba.
Me quité el otro zapato, me giré y me transformé en algo que podía huir.
Un conejo, una gacela, un caballo, un pájaro.
Puse cada gramo de poder en mis piernas y corrí descalza. No me
concentré en las piedras que me lastimaban las plantas. No grité cuando pisé un
trozo de botella de cerveza rota. No lloré cuando mis entrañas chillaban por ser
usadas y ahora obligadas a correr.
Solo me enfoqué en la libertad. Como todos los días de mi vida.
—Vuelve aquí, perra. ¡Me debes! —Las pisadas de mi asaltante me
perseguían, llevándome a inhalar cada molécula de aire y transformar cada gota
de energía para convertirlas en combustible de cohete como propulsión.
Giré en la esquina, divisando el edificio de Penn.
Tan lejos.
Llegaré.
Patiné en un periódico viejo, pero no disminuyó mi velocidad.
El ladrón maldijo y gruñó, manteniendo mi ritmo y alcanzándome
lentamente.
Faros aparecieron en la distancia, brillantes e incandescentes, cálidos y
acogedores.
Corrí fuera de la acera y directamente hacia la carretera.
En lugar de disminuir la velocidad para ayudar, el vehículo aceleró como
para atropellarme y entregarle un cadáver al hombre que quería hacerme daño.
Sacudí los brazos. —Alto. ¡Ayuda!
La oscuridad del auto mostró a un solo conductor, sus manos apretando
el volante. Condujo directamente hacia mí. Tuve una fracción de segundo para
decidir qué hacer, hacia dónde correr antes de que me golpeara.
Pero el choque nunca sucedió.
El conductor torció la dirección y condujo hacia el bordillo, deteniéndose
de golpe.
El motor rechinó cuando la puerta delantera se abría y un hombre saltó
del interior. —Métete en el maldito auto —me ordenó—. ¡Ahora!
225
Me habían vuelto a salvar, pero esta vez… todo lo que sentía era terror y
no deseo.
Página
Traducido por Val_17
Corregido por Julie
No me atreví.
No sabía qué pensar.
Parte de mí quería sobre analizar todo; repasar la forma en que disciplinó
a ese tipo y tratar de unir puntos que no se encontraban allí. Mi imaginación
trabajó tiempo extra, haciendo todo lo posible por creer que existía la posibilidad
de que conociera la identidad de Sin Nombre después de todo. Que quizás, solo
tal vez, él había sido quien me encontró después de todos estos años y no falló en
hacerlo como yo.
Pero un defecto terrible arruinó esa fantasía perfecta. Penn no tenía ni un
hueso amable en su cuerpo como Sin Nombre. Sin Nombre era frío y receloso,
pero debajo de esa armadura había amabilidad… dulzura envuelta en dagas.
Penn era simplemente la hoja, brillante e impenetrable, de una sola
dimensión con superficies refractarias para distorsionar mi verdadera
percepción.
El único problema era que no podía distinguir un golpe del otro. Veía
cosas, las inventaba, esforzándome en vincular dos incidentes muy separados
entre sí.
¿Para hacer qué?
¿Encontrar significado en por qué me acosté con Penn?
¿La validación de que no era una chica rota por el romance, después de
todo?
—Te debo una disculpa. —Su voz apenas se escuchó sobre el zumbido de
los neumáticos en la carretera.
Me tensé, mirando por la ventana. —Te debo un agradecimiento.
Su cabeza giró a la izquierda y a la derecha en negación. —No. Te eché.
Pensé que tu chofer te recogería, pero entonces te marchaste sola.
—¿Me observaste?
No respondió. —Casi resultaste herida.
—Pero no lo hice.
—Si te hubiese pasado algo… ¡Joder! —Golpeó el volante, haciendo sonar
la bocina, perturbando el sueño en muchos apartamentos—. Lo habría matado,
carajo.
—No te habría pedido que lo hicieras.
Frunció el ceño. —No lo habría hecho por ti.
—Entonces, ¿habrías quitado una vida puramente porque querías y no
228
una mentira.
Escogió la verdad.
Página
Caminando hacia la puerta izquierda, la correcta, esperó en tanto
introducía el código de nueve dígitos en lugar de una simple llave y luego se
apoyó en la manija de la puerta para entrar.
Hice una nota mental para cambiar la secuencia mañana, viendo cómo sus
ojos de águila observaron los nueve dígitos con inteligencia rápida.
Su atención se abalanzó sobre mi vestíbulo, donde un candelabro colgaba
del techo en cristales brillantes antes de dirigirse al suelo con una mesa de cristal
que lo aprisionaba. Para una pieza de decoración, tenía un montón de factor
sorpresa.
Un fuerte maullido resonó justo antes de que un rayo plateado cargara
desde el sofá blanco frente a los ventanales que abarcaban toda la pared
directamente hacia Penn. Sage se aferró a su pierna, sin duda clavándole las
garras en su pantorrilla.
Me reí suavemente. —Parece que no soy la única a la que no le gustas.
—El sentimiento es mutuo, te lo aseguro. —Haciendo una mueca de dolor,
dio un paso adelante, con Sage todavía aferrada a su pierna, entrando en mi
elegante cocina, donde cada armario parecía una pared brillante sin manijas ni
electrodomésticos a la vista, todo oculto o diseñado mágicamente para mantener
esas necesidades de la vida como un misterio.
Colocándome en una banca blanca, agarró a Sage, la arrancó de sus
pantalones y la dejó caer a mi lado. Ella le dio un manotazo, siseando, pero
inmediatamente saltó a mi regazo y ronroneó, estirándose para lamer mi barbilla
con su áspera lengua.
—Lo hiciste bien. —Le rasqué el cuello—. Gracias por protegerme.
Penn resopló, dándose la vuelta para localizar el fregadero. No lo
encontraría. Se hallaba oculto debajo de una gran losa en la parte superior del
mostrador que revelaba el grifo y un tazón con semillas de mi planta de
orquídeas.
Lo buscó durante dos segundos y luego se alejó, dejándome boquiabierta.
¿A dónde diablos va?
Unos momentos más tarde, regresó con una toalla blanca del baño de
invitados y un recipiente que contenía canicas azules de decoración, ahora lleno
de agua tibia.
Sin decir una palabra, se puso de rodillas y me agarró el pie.
Me quedé inmóvil, sin palabras cuando humedeció la toalla y luego, lenta
y cuidadosamente, con toda la ternura del mundo, me lavó los pies, pasando la
232
toalla muy, muy suavemente sobre las laceraciones que me hice al pisar el trozo
Página
Llamada de Penn…
—Oh, mierda. —Acurrucándome sobre mi escritorio, deliberé si debía
ignorar la llamada. El problema era que sabía que tenía el teléfono a la mano
porque había respondido a sus mensajes de texto. Inhalando profundamente,
presioné contestar—. Hola.
—No me saludes, Elle.
—Está bien…
—Tampoco digas que está bien. Menos en ese tono. —Su voz goteaba sexo,
cayendo directamente en mi núcleo.
—De acuerdo, si no me vas a dejar hablar, ¿por qué diablos me llamaste?
—Te diré por qué. Porque encontré ridículo tu último mensaje.
Me amarré la lengua, esperando a que continuara.
—Ocurre que he hablado con tu padre.
—¿Qué?
—Y él aprueba lo nuestro.
—Aprobaría a cualquiera con pene y pulso.
Siempre y cuando no sea Sin Nombre o alguien con antecedentes penales.
—Gracias por esa puñalada a mi autoestima —ronroneó—. Sin embargo,
hoy tengo una cita para almorzar con él. Si dices que lo lamentas, y admites que
quieres que te haga correr, podría dejar que te nos unas.
No podía hacer eso.
—Espera. ¿Podrías dejarme ir a una cita con mi propio padre? —Puse los
ojos en blanco, mirando a una ceñuda Sage mientras se pavoneaba sobre mi
escritorio—. No puedo oírte porque tu ego está tan inflado.
—Creo que te refieres a mi pene. Mi pene está hinchado pensando en
follarte otra vez. —Su voz bajó de cruda a tranquila—. Me reuniré con tu padre
en Tropics dentro de tres horas. Vienes o no. Tu elección.
Colgó.
Tenía la buena intención de devolverle la llamada y gritar que no era una
posesión para jugar o un juguete para ser atormentado. Pero alguien llamó a mi
puerta. —¿Elle?
Oh no, este día sigue empeorando.
—Sí, Greg, adelante.
Entró con todos los aires arrogantes de un playboy vestido con un polo
236
llenaron de una sabiduría que a menudo no me dejaba ver. Para un hombre tan
Página
de acuerdo en que esa tontería había terminado. Hiciste todo lo posible para
encontrar a ese chico. Te envié a todos los tribunales de justicia y las estaciones
Página
de policía con nada más que una vaga descripción. Fui paciente, Elle. Acepté tu
deseo de localizarlo, pero no lo encontramos. Pensé que lo dejarías pasar.
Solo te dejé pensar eso. Sigo buscando. Esperando.
—Era así, quiero decir, es así. Pero me gustaría que alguien investigue los
antecedentes de Penn. ¿De dónde es, quiénes son sus padres, qué hace? ¿Tiene
antecedentes penales, por el amor de Dios? ¿Es mucho pedir?
—No es mucho pedir. —Ese sexy y sedoso tono se deslizó por mi nuca—.
De hecho, si haces exactamente eso, preguntarme, con gusto llenaré esos espacios
en blanco sin contratar a alguien para que te lo diga.
—Ah, señor Everett. Digo, Penn. —Mi padre se puso de pie y extendió la
mano para darle la bienvenida—. Un placer verte de nuevo.
Permanecí erguida en mi silla, sin disculparme por lo que Penn escuchó,
incluso cuando no quería nada más que huir avergonzada.
Penn estrechó la mano de papá y luego volvió su infinita mirada oscura
hacia mí. —Adelante, Elle. Te invité aquí para que pudieras hacer preguntas.
Para que podamos tener una conversación en lugar de basar nuestra conexión en
algo puramente físico.
Palidecí, mirando a papá. Penn acababa de admitir que teníamos una
relación sexual.
Mi padre arrugó un poco la nariz antes de aclararse la garganta y ofrecerle
a Penn que se sentara a mi lado. —Sí, la conversación puede ser muy valiosa.
Creo que es una gran idea. —Miró en mi dirección. Su mirada lo decía todo:
¿quieres saber algo? Ahora es el momento… así que pregunta.
244
Página
Traducido por Umiangel
Corregido por Elizabeth.d13
Mis preguntas pesaban cada vez más con cada segundo que pasaba.
Esta farsa de una cita para almorzar se prolongó durante cuarenta
minutos, momento en el que una camarera con un uniforme de color naranja
brillante tomó nuestras órdenes, papá ordenó una ensalada de cerdo vietnamita,
Penn pidió fideos con carne de res tailandesa; y yo pescado con una salsa de
mango.
Las comidas artísticamente presentadas se trajeron, y a medida que
comíamos, Penn y mi padre charlaron compartiendo algunas de las desventajas
del golf, los mejores campos de América, lo que Penn planeaba hacer con su
benefactor ahora que se sentía mejor, y todas las demás tonterías aburridas y sin
importancia que pudieron decir.
Ni una sola vez mencionó a Stewart, su hijo.
Ni un rastro de Larry, su amigo/hermano/padre/amante secreto.
Ni un susurro sobre el pasado que se negó a compartir.
Cuando terminé de comer, mi estómago se revolvió y la ira se calentó a
fuego lento, no pude apagarlo, no importaba la cantidad de agua que bebía.
Greg encendió mi temperamento. Penn acaba de añadir combustible para
cohetes.
Papá se dio cuenta de que algo pasaba. No me lo hizo más fácil al
vincularme a conversaciones con sugerencias abiertas como—: Elle solía venir
conmigo durante los extraños momentos en que iba a pescar. ¿Te gusta pescar,
Penn? ¿Tal vez ustedes podrían pasar algún tiempo juntos lejos de la ciudad?
Penn apartó su plato vacío, acunando un vaso de agua. No ordenó ningún
tipo de alcohol, como si no quisiera que su mente se viera afectada de ninguna
245
manera. —No me gusta pescar. Pero estoy dispuesto a pasar tiempo con Elle de
otras maneras. —Se lamió el labio inferior para liberarlo de una gota de agua—.
Página
De hecho, podríamos ir el próximo fin de semana, ¿si lo desean? Tengo que visitar
a un amigo fuera de la ciudad.
Crucé mis utensilios, alejando el resto de mi almuerzo. Era ahora o nunca.
—¿Qué amigo?
Papá me miró, oyendo mi tono agudo. Sin embargo, no reprendió.
Acomodándose en su silla, nos dio a Penn y a mí el espacio para discutir todo lo
que no dijimos.
Penn dejó su vaso sobre la mesa y entrecerró los ojos.
Este era el comienzo de la batalla.
Comencemos.
—¿Realmente quieres saber la verdad, Elle?
—Sí.
—A veces las mentiras son más fáciles.
—La verdad es lo único que quiero.
—Bien. —Se pasó una mano por el pelo, interrumpiendo el brillo oscuro,
alentando reflejos caprichosos a brillar—. Mi amigo está en la correccional de
Fishkill. Lo visito cuando el tiempo lo permite.
—¿Prisión? —Fruncí el ceño—. Espera, ¿no es ese un lugar para problemas
mentales?
—¿Personas locas? —Penn negó con la cabeza—. Solía serlo. Ya no. Ahora
es un lugar de mediana seguridad.
Papá se inclinó, terminando su ensalada de cerdo con una mueca. El brillo
de la compañía de Penn y la esperanza de un futuro feliz se vio empañado por la
mención de una prisión.
Solté una sonrisa
Papá preguntó—: ¿Qué hizo tu amigo?
Penn se aclaró la garganta, no de manera avergonzada, sino más bien de
una pausa de “cuánto revelar”. —Es un ladrón.
Un ladrón.
Los golpes de la otra noche.
La forma en que Penn no dudó en causar daño corporal.
Hubo dos en ese callejón hace tres años. Dos hombres que trataron de
robarme y violarme. ¿Era posible que Penn fuera uno de ellos? ¿O era Sin
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Nombre? ¿Una versión fría del héroe sin ninguna empatía? ¿O era alguien
completamente diferente e inventé todas las pistas en mi cabeza?
Página
Necesitaba concentrarme, pero después de tratar con Greg, me esforcé por
ver a Penn como una amenaza al igual que antes. Era una molestia con su
narración, pero no era malicioso como resultó ser Greg.
No podía decidir qué pregunta hacer, así que salté a otra igual de
importante. —¿Vive tu hijo contigo?
Penn frunció el ceño, su cuerpo se tensó por el cambio de tema. —¿Por qué
crees que es mi hijo?
Arrugué mi servilleta. ¿Estaba a punto de mentir de nuevo? —Te vi en
Belle Elle. Habló de ti y de Larry como figuras paternas.
—Figuras paternas —repitió sin compromiso.
—¿Qué significa eso? —Mi enojo se disparó—. Lo eres, o no lo eres.
—Lo soy, y no lo soy.
Crucé los brazos, haciendo mi mejor esfuerzo para no desbordarme con
molestia. —Eso ni siquiera es una respuesta.
Papá intervino. —¿Te refieres a que es adoptado?
Penn sonrió, dándole respeto, pero no a mí. —A punto de ser adoptado,
sí.
—¿A punto?
—Sí, el papeleo ha sido firmado y archivado. Esperamos las buenas
noticias.
—¿Esperamos?
—Larry y yo.
—¿Así que eres gay?
Penn me miró con condescendencia como si simplemente no lo entendiera.
—No, Elle. No soy gay. —Tomando otro sorbo de agua, sus ojos se oscurecieron
sobre el borde—. Pensé que lo habíamos aclarado la otra noche cuando viniste a
mi casa pidiéndome que te ayudara con un pequeño asunto.
Papá fijó su mirada en mí. —¿Un pequeño asunto? ¿Está todo bien, Elle?
Luché contra el calor floreciendo en mis mejillas. —Sí. —Mis dientes
rechinaron, haciendo difícil responder—. Bien. Penn solo está molestándome.
—¿Estoy molestándote? —Se señaló, sacudiendo la cabeza—. Creo que
encontrarás que estoy siendo nada más que cooperativo.
—Si fueras cooperativo, me dirías quién eres realmente, de dónde vienes,
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quién es Larry, a quién pertenece Stewie y qué demonios está haciendo tu amigo
en Fishkill. —Respiré con dificultad, sin importar que mi padre me viera como si
Página
Todo lo que le dije a mi padre, cada palabra que había gruñido acerca de
Penn no era cierto.
Página
Me sentí bien al dormir con él.
No me arrepentía de nada.
Y sí, me molestaban sus mentiras, pero me encontraba más interesada en
los fragmentos de verdad detrás de ellas.
No importaba ahora.
Tenía otras peleas que ganar.
Se acabó.
249
Página
Traducido por Madhatter
Corregido por Elizabeth.d13
No había ido muy lejos, unos minutos como máximo cuando escuché
Página
Necesitaba espacio.
Página
Necesito pensar.
—Fue un placer conocerte, Larry. —Aparté la mirada de Penn y le sonreí
al hombre mayor—. Tengo que irme.
Me fui antes de que Penn pudiera hacerme cambiar de opinión por
segunda vez.
259
Página
Traducido por JaviFran
Corregido por Anna Karol
La sacó.
Página
***
***
270
Página
A eso de las seis de la tarde, me dolía la espalda por pasar la tarde
encorvada sobre mi computadora portátil y me escocían los ojos incluso después
de usar mis gafas.
Fleur irrumpió en mi oficina con otro vestido envuelto en una bolsa de
protección transparente. —Es hora de prepararse, ¿recuerdas?
Bajé las gafas por mi nariz, pellizcando el puente. —¿Eh? Pensé que había
terminado por hoy.
—Sí. Tienes esto a las siete con tu prometido, ¿recuerdas?
Gruñí. —Agh, no lo llames mi prometido.
—Pero lo es, ¿verdad? —Su rostro cambió con duda. Quería ser la que le
contara la verdad, pero me sentía cansada y de mal humor, y había tenido
suficiente por el día. Decidí optar el enfoque más diplomático e ignorar su
pregunta.
Vagos recuerdos de la invitación de Penn, o de su orden, de que me uniera
a él esta noche, regresaron. Se lo mencioné estúpidamente a Fleur cuando llegué
esta mañana.
Me puse de pie, los nervios se unieron a mi sangre para correr alrededor
de mi corazón. No quería ir, me hallaba mentalmente agotada.
Colocando el vestido sobre el sofá, dejó una bolsa de compras de Belle Elle
al lado. —En el interior hay unos tacones, accesorios para el cabello y un chal.
También me tomé las libertades de traerte un poco de ropa interior.
Puse los ojos en blanco. —Sabes demasiado sobre mí. No sé si me siento
cómoda con que sepas mi talla de sujetador.
Me ignoró. —Sabes que todos tus secretos son míos. —Marchando hacia
la puerta, agregó—: Llámame si necesitas ayuda con tu maquillaje y cabello.
Estoy terminando la maqueta del catálogo de primavera antes de irme a casa.
Jack me va a llevar a México, y no puedo llegar tarde.
No era la primera vez que mencionaba a su novio o su vida fuera de Belle
Elle, pero por alguna razón, esta noche me tocó la fibra sensible. Tenía una vida,
alguien con quien compartirla. ¿Era tan malo por mi parte probar eso? ¿Qué hacía
a Penn Everett una elección tan mala? ¿Y era malo o estaba todo en mi cabeza?
¿Por qué trataba de tergiversarlo en otro? Sin Nombre se había ido.
Era hora de que creciera y le diera una oportunidad.
—Gracias por el vestido.
—No hay problema. —Sonrió y se fue.
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Página
Caminando hacia el sofá, abrí la bolsa, saqué el vestido plateado más
elegante que jamás había visto, y me dirigí a mi baño privado para ducharme y
prepararme.
***
por la ventana.
Página
Pasó un segundo.
Apenas un segundo.
Antes de que mi bolso cayera al suelo cuando Penn lo apartó.
—¿Qué diablos…?
Sus labios magullaron los míos, sus manos agarraron mi cintura,
arrastrándome sin reparo por el asiento trasero hasta su regazo.
Me atacó en todos los sentidos de la palabra.
Estábamos tan cerca.
Pero no era suficiente.
Empujando su pecho, me transformé de la damisela en apuros en sus
brazos para abrir mis piernas, levantando mi vestido por mis muslos, y
poniéndome a horcajadas sobre él.
Su gruñido hizo un eco tan largo y profundo que instantáneamente me
mojé.
—Cristo, Elle. —Tomó mi boca de nuevo, sus manos subieron para
capturar mi rostro, sus dedos se apretaron contra mi nuca, sin darme espacio para
escapar—. Eres tan hermosa, joder.
Me dejé llevar e hice lo que quería hacer, pero fingí que no quería. Me
convertí en una completa participante. Dejé que me tomara la primera noche,
permitiendo que los nervios de la primera vez me dominaran. La segunda vez,
fui arrastrada por los recuerdos de chocolate.
Ahora no.
Otra vez no.
Mis manos imitaron las suyas, ahuecando su barba de un día, clavando
mis uñas en sus mejillas.
Se sacudió en mi agarre, sus labios desgarraron los míos como si pudiera
comerme, morderme, consumirme.
Renunciamos a nuestra humanidad y nos volvimos feroces.
Me encantó el modo en que me besó. Me encantó la forma en que le
devolví el beso. Me encantaron los ruidos, la dureza, el balanceo, el tacto y los
arañazos. Adoraba cuán cómoda se volvió la limusina. Disfruté de cómo mi
vestido se aferraba a mi piel con gotas de sudor.
Le chupé la lengua, sujetándola con fuerza mientras gemía y se levantaba,
sus manos golpeando mis caderas para llevarme hacia él.
Su cuerpo se mecía como si estuviera dentro de mí, castigándome ya por
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indescriptible de Penn.
—Te necesito —me gruñó, empujando más rápido—. Te necesito
muchísimo.
—Entonces, tómame. —Mi cabeza colgaba entre mis hombros, olvidando
todo, excepto donde estábamos unidos.
No hubo dolor ni ternura. Solo la correcta sensación de él en mi interior,
magullándome de la mejor manera. Mi cuerpo se apretó a su alrededor, ya con el
comienzo de una liberación.
Golpeó mi muslo. —No, no puedes venirte hasta que yo lo haga. —Estaba
sin aliento, igual que yo. Se hallaba poseído, al igual que yo.
No necesitaría beber esta noche.
Ya me encontraba ebria.
De él.
—Maldita sea, Elle. —Empujó, embistiéndome tan fuerte como le fue
posible. Su torso cayó sobre mi espalda con un fuerte gemido que me dolió y
excitó. Todo lo que hacía era erótico y perverso.
Metiendo mi mano entre mis piernas, lo agarré de la base a medida que se
retiraba para empujar dentro de mí. Se encontraba duro como el granito; tan
caliente y resbaladizo.
Gruñó en tanto apretaba sus bolas, haciéndolas rodar en mis dedos hasta
que apartó mi mano y entró con brutalidad.
Me quedé sin aliento en tanto temblaba debajo.
—La lujuria nos hace hacer las cosas más terribles. —Sus dientes se
clavaron en mi cuello, mordiéndolo con fuerza a medida que sus caderas se
movían rápidamente—. Voy a venirme tan fuerte.
No sabía si había sido yo quien lo sedujo, pero me destruyó por completo.
Lloriqueé y gemí, sintiéndome demasiado llena, vacía, usada y protegida.
Polos opuestos, todos a la vez. Mis ansias aumentaron hasta que mostré mis
dientes y enfoqué cada terminación nerviosa donde me penetraba.
Solté la decencia y puse mi mano entre mis piernas, frotando mi clítoris a
medida que retrocedía con fuerza en su siguiente empuje. Seguí su juego. Lo
encontré peleando. La lujuria teñía el aire húmedo. La tentación nos envolvía con
cada aliento.
Y ese fue el final para ambos.
Sus manos se flexionaron sobre mi cintura.
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—¿Larry?
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La incomodidad apareció.
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Me aferré a un tema apropiado. —Entonces, ¿dijiste que este era el evento
de Penn? —Miré a los hombres—. Debo admitir que no me ha dado ninguna pista
sobre por qué estoy aquí o para qué son las festividades de esta noche.
Larry le lanzó a Penn una mirada de desaprobación. —No lo hizo,
¿verdad? —Sonrió—. Entonces déjame ser quien te lo diga.
—Larry —gruñó Penn entre dientes—. Recuerda lo que hablamos.
Larry le hizo un gesto para que se fuera, me tomó de un codo y me
acompañó hacia la barra, lejos de Penn. —Esta es una función de caridad. Penn
la organiza cada año. Lo ha hecho desde que empezamos a trabajar juntos.
—¿Trabajar juntos?
Larry asintió como si fuera perfectamente comprensible. —Soy abogado.
Mi firma necesitaba ayuda, y Penn se ofreció. Es inteligente, con una lengua
afilada. Viajó conmigo a muchos casos… incluso ayudó a proporcionar el trabajo
de investigación cuando me enfermé. Sin embargo, mientras me hallaba en
recuperación, dirigió su mano hacia el mercado de valores.
Sus ojos se enfocaron en un recuerdo con orgullo. —Invirtió en una
pequeña acción de peniques. Con su suerte, debió de haberse hundido. Pero no
fue así. Por primera vez, fue recompensado por su riesgo y las acciones
despegaron durante la noche. Usó las ganancias para crear esta organización
benéfica y para intercambiar con las mismas compañías que llevamos a los
tribunales en nombre de algunas de sus víctimas.
Había enredos y nudos en su revelación que no pude resolver. Necesitaba
un cuarto tranquilo donde pudiera escribir lo que me reveló y mezclarlos en
pedazos de papel hasta que pudiera reorganizarlos en un orden comprensible.
—¿Y para qué es la caridad?
Larry sonrió como cualquier padre feliz. —Niños sin hogar, por supuesto.
Me detuve de golpe.
Sin hogar.
Sin Nombre…
Mis tacones de tiras cosquilleaban en mis pies. —¿Qué acabas de decir?
Larry notó mi repentina palidez. Su rostro cayó. —Todavía no te lo ha
dicho. ¿No es así?
Todo lo que pude hacer fue negar con la cabeza.
Me sentí enferma.
287
Me sentí eufórica.
Página
Me sentí aterrorizada.
Su rostro se suavizó, mirando por encima de mi hombro cuando apareció
la presencia eléctrica del hombre al que siempre asociaba con la angustia. El que
mintió y retorció mi mente. Quien ocultó la verdad y me volvió loca. Que me
impidió descubrir más al interferir con nuestra conversación.
Larry se inclinó hacia mí, murmurando—: Te diré esto, luego el resto
depende de él. Fue un niño sin hogar. Es su forma de retribuir… ayudar a otros
niños que están pasando por momentos muy difíciles en la vida. —Me dio una
palmadita en el brazo, hablando más fuerte cuando Penn se acercó—. Necesito
una recarga. ¿Alguien más?
—No. —Penn negó con la cabeza, envolviendo su brazo alrededor de mi
cuerpo repentinamente tembloroso—. Creo que has hecho más que suficiente.
Larry simplemente se encogió de hombros, sin pedir disculpas.
Levanté la mirada, observando el perfil de Penn. La forma en que su
mandíbula se veía tensa y fuerte y ya no se hallaba cubierta por una barba
descuidada. La forma en que sus ojos se iluminaban y oscurecían dependiendo
de su estado de ánimo, pero seguían siendo del mismo tono que el hombre en
Central Park. La forma en que me preguntó si confiaba en él. Cómo tenía el
mismo hábito de meterse las manos en los bolsillos. Cómo me besó con
chocolate…
Oh, Dios mío.
Es verdad.
Mis rodillas se tambalearon cuando Penn murmuró en voz baja—:
Volveremos en un rato.
Le lancé una sonrisa débil a Larry, cayendo en el paso rápido de Penn a
medida que me guiaba a través del salón de baile.
No podía alejar mis ojos de él. Obligando a mi cerebro a enmascarar su
aspecto con el de Sin Nombre. Comencé a ver cosas que no se hallaban allí. O
creer en cosas que estuvieron allí todo el tiempo.
No podía decidirme.
Sin hechos ni declaraciones, o alguna confirmación en absoluto, me
tropecé con el enamoramiento adolescente del que nunca escapé. Fui estúpida.
No tenía esperanza. Estaba ciega.
Una mujer se interpuso en nuestro camino, sonriéndole de forma tímida a
Penn mientras me ignoraba por completo. —Oh, Penn. Me alegra verte aquí. —
Sonrió tontamente—. ¿Te importa si te tomo prestado por un momento? Tengo
una duda sobre los Valores del Segmento Triple que recomendaste la semana
288
Me las arreglé para dar unos temblorosos pasos hacia la gran arcada que
asumí dirigía hacia el vestíbulo del hotel y a una escalera o elevador.
Detestaba dejarlo. Pero deseaba las respuestas mucho más. Había
prometido que nos reuniríamos. Debía confiar que no lo olvidaría o
desaparecería sin cumplir esa promesa.
Ojalá sea esta la noche en la que por fin lo sabré.
El miedo de que huiría y nunca lo volvería a ver se intensificaba en cuanto
más continuaba mi camino. No vi a Larry ni a nadie más que reconociera.
Llegué al umbral del salón de baile.
Una bala gris colisionó contra mí.
Estiré los brazos para encontrar el equilibrio, estabilizándome a mí y al
kamikaze que se estrelló contra mí. Parpadeé cuando apareció el reconocimiento.
—Stewie. ¿Estás bien?
Frunció los labios, asintiendo con distracción. —Sí, lamento chocar
contigo.
—No te preocupes. Mientras estés bien, no hay problema.
Asintió, con el rostro tenso y sin la felicidad usual con la que me había
acostumbrado. —Síp, todo bien. —Pasó de mí para unirse a la multitud, pero algo
brillante cayó de su bolsillo.
Algo azul.
Algo que no pertenecía a un niño.
No lo notó, sino que siguió abriéndose camino entre los adultos mientras
yo me agachaba y recogía el collar de plata del piso del salón.
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Mi corazón se detuvo.
Página
No es posible.
Página
algún sitio, pero me gustó, ¿vale? Me gusta el azul, y me gustan las estrellas. —
Página
Pateó el suelo—. Quiero ser astrónomo cuando crezca. Sé que es de chicas, pero…
me encantan las estrellas. —Levantó las manos—. Devuélvelo.
Mi cuerpo obedeció antes que mi mente lo notara.
En un aturdimiento, estiré el brazo. Abrí los dedos, permitiendo que el
zafiro se deslizase de mi agarre hacia el suyo.
Me sentía paralizada.
Me sentía muerta.
Dos elecciones.
Dos hombres cuya puta existencia había maldecido.
Dos hombres intentaron violarme.
Uno de ellos lo consiguió.
Pero no fue una violación.
Fue consentido.
Fue deseado.
Había robado no solo mi collar, sino que también mi inocencia y bondad.
¿Cómo podía superar esto?
¿Cómo podía asimilar lo qué hizo?
¿Quién es?
¿Cuál?
Stewie aferró la evidencia del inhumano crimen de Penn. No esperó a más
preguntas. Ni siquiera me agradeció por devolverle lo que, por derecho, era mío.
Yéndose, se desvaneció en la multitud plateada, dejándome destruida y
con el corazón roto.
La verdad era algo voluble. Creía que la deseaba. Había rogado,
maldecido y exigido recibirla. Y ahora que la tenía... no quería nada más que
borrar lo que había causado y elegir un final diferente al que se me había dado.
Fui de la euforia de creer que Penn era Sin Nombre, a descubrir mi peor
pesadilla.
Penn no era Sin Nombre, el chico que me protegió y me besó en el parque.
Era uno de los ladrones que intentó violarme.
Sabían mi nombre por la placa de mi cédula de identidad.
Uno de ellos me siguió.
293
Voy a vomitar.
Página
Traducido por Yecca
Corregido por Anna Karol
Corrí.
¿Cómo no iba a hacerlo?
No sabía qué era peor.
El hecho de que él me mintió sin esfuerzo. O el hecho de que creí que, a
pesar de ser tan deshonesto, era una buena persona en su interior.
No podría haber estado más equivocada.
Era un ladrón, un violador, un estafador.
Y me había utilizado con éxito para cualquier juego mental que quisiera
jugar.
Mintió desde el momento en que me obligó a decir que sí en Palm Politics.
Cualquier verdad que creí ver en los segundos de ternura estaba cubierta
de óxido y llena de falsa honestidad.
Oh, Dios mío.
¿Cómo permití que esto sucediera?
Las lágrimas se acumulaban como vinagre en mis ojos, picando con
incredulidad.
El taxi atravesó las arterias de la ciudad, alejándome de Penn y su imperio
de mentiras. No llamé a David porque no quería que nadie que me conociera me
viera así. Que viera lo bajo que había caído.
Mis mejillas aún fulguraban por el sexo en la limosina. Mi vestido
arrugado. Mi cabello enredado. Mis labios se pusieron rojos al vomitar en el baño
del hotel antes de salir corriendo a la calle y llamar al primer taxi que vi.
No esperé a que Penn confirmara la repugnancia de la revelación de
294
Stewie. No me encontré con él en nuestra cita para más mentiras. Nunca podría
Página
Mentiroso.
Página
Mentiroso.
Greg se rio entre dientes. —Ese compromiso es una farsa. —Besó
mi garganta, apartando mi cabello con las llaves de su auto, raspándome
con el metal de dientes afilados—. No soy un maldito idiota, Elle.
El ascensor sonó, depositándonos en el garaje subterráneo. Apretó
su alarma, y un Porsche color grafito sonó en bienvenida.
Había visto su auto antes, demonios, estuve en su interior cuando
me llevó a una reunión en la ciudad una vez que David sufrió una
intoxicación alimentaria repentina. Pero nunca me vi obligada a entrar
en su auto ni me hizo sentir que me lastimaría si desobedecía.
Me impulsé bruscamente hacia adelante, sorprendiéndolo.
Logré dar unos pasos antes de que pasara sus dedos alrededor de
la cuerda en mis muñecas, deteniéndome de golpe.
—¿A dónde crees que vas?
Me dolían los pies sobre el cemento áspero gracias a los cortes en
su mayoría curados y los moretones por correr descalza unas noches
atrás.
Si Penn era Adidas o Gorra de Béisbol, ¿por qué vino a rescatarme?
¿Por qué había sido el defensor en mi futuro cuando era el
delincuente en mi pasado?
La voz de Sin Nombre fue la tercera en entrar en mis pensamientos.
No tienes que ocultarte. No los dejaré lastimarte. Estás a salvo
conmigo.
Luché con más fuerza, saltando en el agarre de Greg, pateándolo
tan fuerte como pude.
Simplemente se rio, despojándome de mi fuerza con una burla
sarcástica.
¿Confías en mí?
Sin Nombre y Penn preguntaron eso.
Pensé que el vínculo era suficiente para revelar su identidad.
Resultó que esa pregunta era común y demasiado débil para poner mis
esperanzas en ella.
Greg me arrastró hacia su Porsche, ignorando mis intentos de huir.
Dejé de pelear, escogiendo otra alternativa. —Greg… vamos a
hablar sobre esto. —Traté de apelar a un lado de él con el que interactué
durante años: el lado comercial. El chico con el que crecí, rodeada de
todas las cosas de Belle Elle.
Pero ese Greg desapareció.
Agravado por los celos y plagado por el resentimiento, el hombre
que me capturaba tenía una venganza para ganar lo que creía era
302
Me hicieron pagar.
Página
Cumplieron su juramento de robarme todo lo que tenía, incluyendo
mi cuerpo.
¿Pero qué hay de Sin Nombre?
¿Qué han hecho?
El Porsche se lanzó hacia adelante, sujetando mi cabeza contra el
asiento en tanto Greg conducía rápido. Redujo la velocidad cuando nos
acercamos al guardia.
Parpadeé, forzando mi vista a trabajar más allá de la contusión en
mi mejilla.
Nos detuvimos, encerrados por la rampa roja y blanca.
El guardia se encontraba demasiado alto en su pequeña cabina. No
podía ver el interior del auto. Pateé el suelo, con la esperanza de hacer
un ruido.
Fue lamentablemente inexistente.
Greg estiró una mano, colocando su palma agria sobre mis labios.
Susurró—: No grites. —Con la otra mano, sacó su pase de Belle Elle y
sonrió—. Buenas noches.
El guardia hizo su trabajo. Comprobó las credenciales. Abrió la
salida. —Tenga una buena noche.
—Oh, la tendré. Créame. —Greg me lanzó su tarjeta de
identificación mientras pisaba el acelerador.
Nos apresuramos hacia la noche.
Quitó su mano. —Eso salió bien. —Su expresión brillaba con el
triunfo—. Las partes difíciles ya se han terminado. —Me dio unas
palmaditas en el muslo con sus dedos indeseados—. Un pequeño viaje
por carretera, entonces tú y yo tendremos una charla privada. —Su mano
se deslizó por mi muslo, tanteando el vestido plateado.
El mismo que Penn enganchó en mis caderas en tanto me follaba
en la limusina.
El mismo que llevaba puesto cuando encontré mi estrella de zafiro
y descubrí la horrible verdad.
Aparté mis piernas. —No me toques.
Greg agarró el volante en tanto se reía. —Planeo hacer más que eso,
Noelle. Mucho más.
A medida que Nueva York se volvía borrosa por la velocidad, papá
llenó mi mente.
¿Vendría por mí?
¿Me salvaría?
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