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Staff
Ann Farrow

Ann Farrow Majo Villa NnancyC


Snow Q Anna Karol Jennicast
Auris Hansel Julie
Beatrix Pauleth1995 Jadasa
Pachi Reed15 Nika Trece Annie D
Vane Black Victoria. Jeyly Carstairs
Miry Mire Evanescita
Daniela Agrafojo Val_17 Florbarbero
Kath1517 Lauu LR
4

Beatrix Getze Dom Itxi


Vane Farrow GraceHope Naaati
Daliam Annie D Pachi Reed15
Victoria. Vane hearts Auris
Anna Karol Miry
Lu Laurita Pi

Anna Karol Vane Black


Índice
Sinopsis Capítulo 22.
Capítulo 1. Capítulo 23.
Capítulo 2. Capítulo 24.
Capítulo 3. Capítulo 25.
Capítulo 4. Capítulo 26.
Capítulo 5. Capítulo 27.
Capítulo 6. Capítulo 28.
Capítulo 7. Capítulo 29.
Capítulo 8. Capítulo 30.
Capítulo 9. Capítulo 31.
Capítulo 10. Capítulo 32.
5 Capítulo 11. Capítulo 33.
Capítulo 12. Capítulo 34.
Capítulo 13. Capítulo 35.
Capítulo 14. Capítulo 36.
Capítulo 15. Capítulo 37.
Capítulo 16. Capítulo 38.
Capítulo 17. Capítulo 39.
Capítulo 18. Capítulo 40.
Capítulo 19. Capítulo 41.
Capítulo 20. Epilogo
Capítulo 21. Sobre la Autora
Sinopsis
Scarlett
Lo hizo de nuevo. Me devastó. Me quemó.
Me destrozó.
Me dio aire, solo para dejarme jadeando, retorciéndome.
Pero luego algo cambió. Algo que me aterrorizó y me emocionó en
ambas medidas.
Algo que me destruyó completamente.
Algo que me rehízo de nuevo.

Dante

6 Nuestro amor estuvo maldito desde el inicio. Ella no lo sabía, pero yo sí.
Todo lo que sabía es que le mentí, la traicioné. Hice cosas imperdonables.
Cosas inolvidables. Sí, rompí promesas tan seguramente como rompí su
corazón. Pero al igual que toda guerra tiene pérdidas, y cada mentira tiene
consecuencias, cada bastardo tiene sus razones.
Love is War, #2
Este libro va dedicado a todos esos hombres allá afuera que no temen amar a una
mujer difícil y complicada. A esos hombres que no le temen a la fortaleza. Que no se
alejan por lo roto. A los que no les intimide la resiliencia. A los que no ven todo eso
como una carga. Esas son las cosas que hacen a un verdadero hombre.
También, a las mujeres que les gusta más de una onza de descaro en su café de la
mañana.
Diablos. Sí, bueno, sé lo que hice aquí.
Y bien, esto se ha convertido en otra dedicatoria al señor Lilley.
Pero, bueno, él es bastante extraordinario.
Querido esposo, tú querías algo más que una esposa; buscabas una igual para
compartir tu vida, y eso fue lo que obtuviste.
Te amo.

7
1
“El corazón fue hecho para ser roto.”
-Oscar Wilde

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Beatrix

Scarlett
8
Anton se hallaba en nuestra casa, tratando de animarme de nuevo. Trajo
consigo una botella de Patrón de tamaño Costco.
Fue un buen esfuerzo.
A cambio del tequila, le hacía brownies de siete capas. Las dos cosas no
combinaban bien juntas, pero no me importaba. Sólo participaba del primero.
La sobrina de Demi, Olivia, también se quedó para una fiesta de pijamas.
Esto sucedía cuando estábamos en casa por un buen rato. Demi era una tía
devota y tenía una facilidad natural con los niños.
Yo era lo opuesto. Me ponían incómoda. No había sido buena con los
niños cuando fui una yo misma. Al crecer apenas mejoraron las cosas.
Olivia era una niña preciosa, con el color de Demi, de cabello negro y
ojos azules. Se encontraba muy bien arreglada. Alguien, probablemente cada
persona en su vida, se encargó bien de ella.
Me pregunté brevemente como debe ser para un niño.
Las chicas planeaban llevar a la pequeña Olivia al zoológico. Me
invitaron, por supuesto, e incluso a Anton, pero no me sentía de humor para
estar cerca de los niños, y mucho menos pasar un día con uno.
Además, tenía algo muy importante, planes bien pensados, quedarme en
casa y trabajar en mi día de beber.
Hacía un trabajo muy bueno hasta ahora. Mediodía apenas se había ido y
venido y Anton y yo ya habíamos progresado tomando chupitos.
Me hallaba en la cocina, frente a Anton al otro lado de la isla.
—Por el tequila —brindamos e hicimos otro.
Terminé esa ronda primero, coloqué mi vaso sobre la mesa triunfalmente
frente a él mientras él todavía terminaba el suyo.
Fue entonces cuando Olivia se acercó, al parecer aburrida de los dibujos
animados que había estado observando mientras esperaba a que todos los
demás se alistaran.
Se apoyó en el mostrador a mirarme. Era una niña curiosa, precoz. Cada
uno dentro de su esfera la adoraba y parecía saberlo bien. Suponía que nadie la
había abofeteado por hacer la pregunta equivocada, así que preguntaba
cualquier cosa que se le venía a la cabeza.
—Hola, tía Scar. —Me sonrió. Llamaba a todos los compañeros de
habitación «tía». No sabía de dónde sacó la idea. De Demi, supuse.
—Hola, Olivia —respondí solemnemente.
Como dije, soy mala con los niños.
9
—Hola, señor Anton —le dijo a Anton.
Él parpadeó, rascándose sin descanso la barba de la mandíbula y
luciendo tan incómodo como me sentía. Bueno. Esta era una de las muchas
razones por las que me gustaba tenerlo alrededor. Éramos tan parecidos que
tenía una tendencia a hacer que me sintiera menos sola.
Y en un momento como este, sobre todo, necesitaba sentirme menos sola.
No me sentía muy bien.
Esto lo sabía.
No dormía. No me vestía a menos que tuviera que trabajar.
Holgazaneaba alrededor de mi casa en mis diversas camisetas de gato (la
joya de hoy era una imagen de gato gruñón y decía #humoractual) bebiendo
demasiado, pensando demasiado. Odiándome demasiado.
Lo que Dante hizo, cómo jodió con mi cabeza, una vez más...
No diré que dolía más que la primera vez, o incluso que era más
impactante. Una vez que has sido destrozada, cada pausa después, incluso
cuando dolían como el infierno, nunca podían superar el daño profundo de la
primera vez.
Diría que no me recuperé de forma inmediata.
Era esa sensación de nuevo, una vieja y familiar. Siempre había estado
allí, pero fue enterrada durante un tiempo.
¿Tú sabes ese momento en que te despiertas con frío, sabiendo que te has
quitado las sábanas y te das cuenta de que alguien te arropó tiernamente con
ellas hasta los hombros?
Era lo opuesto a eso, era saber que nunca lo tendrías de nuevo, que nadie
nunca se preocuparía por ti lo suficiente para tratar de mantenerte cálida.
Últimamente, la sensación era más fuerte que nunca. Consumidora.
Debilitante.
—Sólo Anton. —Anton finalmente corrigió a la sobrina de Demi,
sacándome de mis reflexiones y de vuelta al presente.
El día borracho de Anton comenzaba a mostrarse en forma de reacciones
tardías.
—Mi mamá y tía Demi me dijeron que es grosero dirigirse a un adulto
con sólo su nombre de pila.
Anton y yo intercambiamos una mirada. Cuán extraño debe ser el ser un
niño con tantos adultos alrededor que se preocupaban por cada pequeño matiz
de su vida.
10 —¿Qué tal tío Anton? —intentó—. Eso cuenta.
Él había estado tomando un trago de agua cuando dijo eso, y empezó a
ahogarse con sus palabras.
Me hizo sonreír, probablemente la primera vez que lo había hecho en
días.
Finalmente, se las arregló para decir un chirriante—: Señor Anton está
muy bien.
La niña asintió y le otorgó una encantadora sonrisa. —¿Qué es eso? —me
preguntó, señalando la botella gigante de Patrón.
—Cosas de adultos —le dije, suponiendo que lo solucionaría.
—¿Puedo probar un poco?
Le hice una mueca que la hizo reír.
—¿Eres una adulta?
—Sí —dijo rápidamente.
—Los adultos tienen por lo menos veintiún años de edad. ¿Tienes
veintiuno? —pregunté enfáticamente.
—Sip —bromeó de nuevo, la pequeña mentirosa descarada.
—Aja —dije.
Señaló con la cabeza el horno. —¿Puedo probar algunos cuando estén
acabados?
Me encogí de hombros. —Supongo.
—Tía Farrah dijo que no te gustan los niños. ¿Por qué no te gustan los
niños?
—Debido a que hacen demasiadas preguntas.
—¿Cómo esa?
—Exactamente.
—¿Por qué más no te gustan los niños?
—Debido a que son egoístas y malos. —Simplemente como que se
deslizó.
Sus ojos se abrieron, se aguaron un poco, y vi que llevé la broma
demasiado lejos.
—¿Crees que soy egoísta y mala? —preguntó con voz trémula, como si la
idea pudiera hacerla llorar.
Maldita sea. —No. —En realidad lo decía en serio—. Tú no. Sólo puedo
recordar... Otros niños... que lo eran —terminé sin convicción.
11
—Si no te gustan los niños, ¿cómo es que me horneas algo rico cada vez
que vengo?
Reflexioné en eso último. Lo hacía. Literalmente, horneaba cada vez que
ella venía, sin excepciones. ¿Qué demonios pasaba con eso?
—Es una coincidencia —le dije—. Horneo todo el tiempo. —Eso era una
mentira, pero tenía ocho años.
¿Si no podías mentir a un niño de ocho años, a quién podías mentir?
Me sonrió. —Te gusto. Lo sabía.
Curvé mi labio y se rió. —Tienes razón —dije.
—Me gustas —ofreció—. Eres muy bonita, y hueles muy bien.
Maldita sea. Maldita Demi y su incorregible, sobrina agradable. —
También eres muy bonita —dije a regañadientes.
Actuó como si hubiera hecho su día con eso, haciendo un baile feliz
entusiasta que involucraba una gran cantidad de giros y agitar la mano.
¿Trataba de ganarme más, o realmente era así de jodidamente adorable?
No sabía, pero a pesar de mí misma, me encantaba.
Aun así, nunca la dejaría acercarse, nunca me permitía unirme a un niño
de esa manera. Incluso la idea de eso giraba mi mente a lugares oscuros e
insondables que sabía bien debía evitar.
Por suerte, todos se fueron para un día en el zoológico pronto después de
eso, y no sufrí mucho más del encanto infeccioso de Olivia.
Y maldita sea, casi me convenció a ir con ellos. Si hubiera estado dos
chupitos más sobria o tres más borracha, me habría convencido.
Casi tan malo, les alisté un pequeño paquete lindo lleno de brownies
como si fuera Betty jodida Crocker.
Por supuesto Anton me dio mierda por ello. No lo podía culpar.
Callé su broma con otro chupito. Era un punto doloroso, pero con toda
justicia, últimamente cada maldito punto sobre mí era doloroso.
Fue un rato después que mi teléfono sonó. Ya funcionaba, sin arrastrar
las palabras; mi día de bebidas fuertes. Anton daba una buena pelea, los únicos
signos de cuán jodido estaba era la sobre enunciación, y su tiempo de respuesta
se desaceleraba desde muy rápido a ligeramente por debajo del promedio.
Miré el teléfono iluminando mi rostro y sonreí con malicia.
Me hallaba sedienta de sangre, tanto es así, que Anton, incluso el Anton
más lento, entendió rápido.
12 —Es él, ¿verdad?
Me mordí el labio y asentí.
Se refería a Dante. Por supuesto. Desde el funeral y el desastre que
siguió, llamaba a menudo, y a veces respondía. Era un cara o cruz conmigo ya
sea que lo reprendía o simplemente le colgaba.
A veces llamaba para discutir lo que Nana me dejó en su testamento,
pero no tomaría nada de eso. —Te lo dije; regálalo a sus obras de caridad. No
quiero nada. No tomaré nada. —Nunca lo dejaba terminar la frase cuando traía
este tema. Me llamaron un caso de caridad Durant toda mi vida, pero sería
condenada antes de que me volviera uno.
A veces simplemente me preguntaba cómo estaba. Como si sólo quisiera
hablar, para ver cómo se encontraba. Como si tuviera ese derecho. El Bastardo.
Esas llamadas terminaban casi tan rápido como el primer tipo.
La peor vergüenza de todo esto eran los cinco minutos enojados que
pasaba después.
No estaba segura de sí era un consuelo o una maldición, pero tenía la
certeza de que el bastardo hacía exactamente lo mismo.
A veces ni siquiera hablaba. A veces se limitaba a escuchar en el otro
extremo. Esta llamada inició como una de esas.
—Si no es mi respiración agitada de nuevo —dije ligeramente en el
teléfono—. ¿Hay alguna palabra en particular que estés buscando, para venirte
más rápido?
Era una broma, a su costa, pero pareció tomarlo en serio.
—Di Dante —me dijo con voz ronca.
—Dante —le dije animosamente. Culpen al tequila—. Eres la pesadilla de
mi existencia. Deja de llamarme.
No había nada más que su respiración alterada en el otro extremo.
—Incluso eso lo hizo para ti, ¿eh? —Tomé la pulla sobre él con deleite—.
Tú, sucio pervertido.
—Estás de humor —señaló finalmente. Sonaba brusco. Brusco como
terrible. No era la única ahogando mis penas con una botella.
Pero tenía razón. Estaba de humor. Y no era un buen presagio para él. —
¿Por qué haces esto? —le pregunté, manteniendo mi tono tranquilo. Suave,
incluso.
Hubo una larga pausa en el otro extremo, pero me sorprendió al
responder finalmente—: Sigues contestando. Si hay una posibilidad de que
13 contestes, nunca dejaré de llamar.
Tenía razón. Había dejado de tomar sus llamadas años antes de nuestro
último encuentro desastroso. ¿Por qué no podía parecer hacer eso ahora?
Mi medidor autodestructivo funcionaba a pleno, y no había encontrado
la manera de bajarla desde el funeral.
Tal vez un poco de venganza ayudaría.
Una cosa era segura. No podría lastimar.
Realmente no necesitaba hacerlo, conspiramos varias veces antes, pero
sólo para estar segura, articulé hacia Anton—: ¿Estás listo?
Anton sonrió y me dio un pulgar hacia arriba.
Extendí mi mano hacia él para hacerle saber que debía esperar.
—Bueno, está bien —respondí a Dante finalmente, endureciendo la voz,
pasando de claro a oscuro—. Dejaré de contestar, para que dejes de llamar. Esto
no tiene sentido. Deja de perder el tiempo. He seguido el infierno adelante.
Mis fosas nasales se ensancharon mientras señalaba a Anton.
—Vuelve a la cama, nena. —La voz de actor perfecta retumbó con fuerza
en el teléfono, en el momento justo. Dios, era bueno. Parecía soñoliento,
caliente, acabado de follar, y listo para follar de nuevo. El hombre se merecía un
Oscar por esa pequeña frase.
En el otro extremo Dante hizo un ruido, algo indescifrable, pero sin lugar
a dudas, desagradable, insoportable, que se hallaba lleno de dolor.
Agonía. Tortura.
Creo que sostuve el teléfono a la oreja, mirando a la nada durante al
menos cinco minutos después de que colgó. No estaba segura de lo que sentía.
Lo cual era el problema. Ese pequeño truco había sido diseñado para
atormentarlo, pero, sobre todo, para mejorar mí estado de ánimo.
¿Por qué logró todo lo contrario? ¿Por qué herirlo siempre me lastimaba?
—Sabes, podríamos hacerlo —dijo Anton algún tiempo después.
Me quedé mirándolo. —¿Qué? ¿Dormir juntos?
Se encogió de hombros. —¿Por qué no? ¿Cuál sería el daño? Somos tan
parecidos, que en realidad podría volverse algo, y si lo hiciera, podría ser algo
bueno. Y si no, sin daño, no hay falta. Nos quedaríamos como amigos y
olvidaríamos esto, fin de la historia.
Reflexioné en eso un poco más, pero me conocía demasiado bien como
para caer en esa trampa. Decidí dejarlo tener la verdad plena y brutal de esto, el
defecto fatal en su plan inofensivo. —Así es como se desarrollaría: el sexo
14 podría ser bueno para mí, sería grande para ti, pero la única manera que sea
genial para mí es si te estoy imaginando como otra persona... Alguien que odio.
Y luego, por la mañana, estarías irremediablemente enamorado de mí, y se
pondría raro, porque jodidamente odio cuando los chicos se enamoran de mí, y
entonces ya no podría disfrutar de salir contigo. ¿Qué triste sería eso para los
dos?
—¿Es realmente tan bueno?
—Es el mejor que he tenido. Y lo peor que me ha pasado.
El verdadero amor es una perra.
—Y es realmente... ¿sin esperanza? ¿Ni siquiera puedes venirte sin él en
el camino?
Era muy consciente de lo patético, cuán épicamente jodido era, y el oírlo
en voz alta no ayudó.
—Es difícil de explicar —le advertí—. Pero, básicamente, sí. Ni siquiera
puedo comer una puta manzana por él.
—¿Qué? —preguntó en tono desconcertado, lo cual era comprensible.
—Incluso arruinó las manzanas para mí —le expliqué.
—¿Qué? —repitió.
—Tengo un recuerdo, uno muy claro, de comer una manzana, crecimos
rodeados de huertos, y así conseguimos las mejores manzanas. Y sólo tengo un
recuerdo de comer una fresca del árbol, compartiéndola con él en realidad, y
pensando que era lo mejor que había probado.
—Esta bieeeeen... ¿Y? —impulsó.
—Fue un... día especial, y cada vez que comía una manzana después de
eso todo llegaba fresco a mi mente. Así que cuando terminó entre nosotros,
horrible, nunca pude... —No existía nada tan desmoralizador como recordar tus
mejores recuerdos y sentirte completamente amargada.
—¿Qué? Cuenta. —Su voz era sucinta. Nos sirvió otro trago.
—Eran mi fruta favorita —me lamenté—. El amor es una mierda.
—Y ahora tu fruta favorita es el limón que sigue nuestro próximo tequila.
En cuanto a palabras de ánimo, no eran las peores que había tenido, por
lo que brindé—: Hasta el fondo.

15
2
“Ella brillaba demasiado para este mundo”
-Emily Brontë

Traducido por Snow Q & Auris


Corregido por Beatrix

Dante
16
Siempre tuve una debilidad por ella. Desde que tenía memoria, sus ojos
brillantes y rostro obstinado eran preciosos para mí.
Incluso antes de que ella decidiera que éramos amigos, antes del
catastrófico momento en el que nos relacionamos afuera de la oficina de la
subdirectora cuando se dio cuenta por primera vez que yo estaba de su lado, la
admiraba.
Admiraba que nunca hubiera retrocedido. Admiraba que, a pesar de la
forma que casi todos la trataban por aquí, nunca se rindió, ni una pizca, y
mucho menos se acercó a desmoronarse.
Su fuerza me daba vida, me hacía ver el mundo de una forma diferente.
Para mí era tan fácil. Mi madre era horrible, mi padre deprimente, pero
mi vida era privilegiada y podía escaparme cada vez que quisiera, lo que era
con frecuencia, e ir a visitar a mi abuela, quien vivía a una corta caminata de
distancia y recompensaba por los dos pedazos de mierda que tenía como
padres y un poco más.
Tenía un problema de ira y una mala actitud. Eso lo sabía. Pero fue
Scarlett quien me inspiró a darle a esas cosas un propósito.
La primera vez que traté de ayudar, ni siquiera me notó.
Estábamos en la cafetería de la escuela. Me encontraba en la fila para el
almuerzo, la miraba de reojo.
Se hallaba sola. Siempre era así. Tenía menos interés en hablar con otros
niños que cualquier niño que alguna vez hubiera visto además de mí mismo.
Una vez, incluso me senté delante de ella para comer, y apenas me dijo dos
palabras.
Su espeso cabello marrón era un desastre encantador. Tenía el rostro
perfecto de una muñeca, pero siempre lo tenía marcado en un fuerte ceño
fruncido, y una mirada incoherente e impresionante que no podía dejar de
mirar. Y la miraba mucho. Disfrutaba mirarla. No era como nadie más, no
reaccionaba a las cosas de la misma manera. Me deleitaba esperando lo
inesperado de ella.
Lo que hacía que otras niñas lloraran la hacía arrojar puñetazos. Lo que
hacía que los chicos se quejaran la hacía ladrar como un tigre furioso.
Cada centímetro de su pequeña silueta decía: esta chica es fuerte y no
planea lidiar con tu mierda. No te metas con ella.
Entonces, ¿por qué todos siempre se metían con ella?
Les encantaba burlarse por lo del bote de basura, y pensaba que eso era
17 lo más jodido del mundo. Me ponía de los nervios. Era una cosa horrible para
burlarse de alguien.
Ninguna parte de mí lo entendía, pero entonces, nunca me sentí como
alguien que encajaba tampoco.
Hoy servían emparedados de queso y sopa de tomate para el almuerzo,
una de mis favoritas, y esperaba en la fila sólo para observarla y no
particularmente prestando atención a algo más.
Aunque no pude evitar escuchar a los chicos delante de mí. Eran dos y
siempre andaban riéndose. Era la clase de risa donde sabías que en el fondo
escondían algo malo. Algo mal intencionado, así que me concentré en ellos,
escuchándolos mientras se descubrían en ser las pequeñas mierdas para las que
no tenía paciencia.
—Lo juro por Dios, Jason —le dijo uno a otro—. Tengo cinco doloras en
mi mochila y si lo haces, son todos tuyos.
Jason se rió con más fuerza. —Me meteré en problemas.
—¡Son cinco dólares! Sólo di que tropezaste y se te cayó. Demonios, tal
vez la sopa de tomate en su cabeza la haga oler mejor.
Ambos soltaron carcajadas estruendosas. Pensé que sonaban como sucias
hienas.
Me sentí enfermo. Ni siquiera tuve que escuchar más, sabía lo que
planeaban hacer y a quien, pero escuché más, escuché y recogí mi comida, y
entonces, en silencio, los seguí.
Dejé mi bandeja en la primera mesa que pasé.
El amigo de Jason que se reía se sentó en la siguiente mesa y le hizo una
seña.
Con una sonrisa malévola, Jason se acercó a Scarlett desde atrás, todavía
sosteniendo su bandeja.
Con pasos apresurados y furiosos lo alcancé, agarré su bandeja, me metí
en su camino y envié mi codo duro contra su mentón, todo la vez.
Se desplomó con un sollozo gratificante.
Con mucha calma, tomé la sopa de tomate y la derramé justo en su rostro
consternado.
—¿Es divertido ahora, pequeña mierda? —Le escupí justo antes de que un
profesor comenzara a detenerme.
Miré a Scarlett mientras caminaba.
Se había girado por el revuelo, se veía aburrida con solo un toque de
interés en sus grandes ojos oscuros mientras me miraba, pero no tenía idea de
que acababa de salvarla de una cabeza llena de sopa.
18
Aun así, eso no me desalentó demasiado.
Sus problemas me carcomían. Me tendía en la cama, con las manos
hechas puños, y me inquietaba por todo.
Era un chico solitario y serio, más sensible de lo que alguna vez
admitiría, y no podía soportar lo que le ocurría. Los abusos ocasionales. La
arbitrariedad constante. La injusticia interminable de todo.
Cada vez que algo realmente me molestaba, hablaba con mi abuela.
—No es justo —le dije a mi glamorosa y adorable abuela—. Está mal, la
forma en la que la tratan. Los niños son monstruos, y a los profesores no les
interesa hasta que se ha puesto tan mal que Scarlett se mete en problemas. Pasa
todos los días, abuela. Cada día tiene que enfrentarse con esas pequeñas mierdas
que la molestan.
Se encontraba estudiando mi rostro de una forma que me agradaba, la
forma en que siempre me estudiaba cuando le recordaba al abuelo. Ni siquiera
me reprimió por la mala palabra, así era la intensidad con la que me escuchaba.
—Tienes que ayudarla, abuela. Ya es bastante mala la forma en que le
hablan, pero no tiene a nadie en casa que se encargue de ella. Necesita ropa.
Jabón. Alguien que lave su cabello y cepille sus dientes, o sabes, alguien que le
enseñe a hacerlo.
Llevó una mano a mi cabello, y el amor más puro se derramaba de sus
ojos. —Sí, sí, por supuesto, Dante, mi dulce, dulce niño. Nos encargaremos de
todo eso.
—Son horribles en la escuela. No le dan un respiro. Tal vez si le hablas
de… darse un baño o algo, será más fácil para ella.
—Lo haré. Absolutamente lo haré, mi niño. Me da vergüenza que
siquiera tengas que decírmelo, pero déjamelo a mí, ¿de acuerdo?
Asentí. Tenía fe absoluta en que la abuela haría cualquiera cosa que
prometiera, así que ya no me preocupaba esa parte.
—Gracias —le dije—. Pero… ¿Qué debería hacer? ¿Cómo crees que yo
puedo ayudarla?
—¿Qué tal sólo ser su amigo? Los amigos pueden hace la vida mucho
mejor.
Me sonrojé y bajé la miraba, avergonzado de decirle que la chica por la
que me sentía tan preocupado apenas me diría dos palabras. —Lo intentaré —
murmuré.
—¿Y, Dante?
19 —¿Sí?
—Eres fuerte. Y valiente. Tengo fe en ti. Sé que encontrarás una forma de
ayudarla. Si vez que necesita que la defiendan, defiéndela. Haz lo que crees que
está bien y no te arrepentirás.
Un par de semanas después, le di un puñetazo a un chico que escuché
burlándose de ella, y me dio su primera sonrisa, una sonrisa de complicidad
que me dejó saber que tenía una fe renovada en mí.
Amé esa sonrisa.
Desde ese día en adelante mi trabajo fue protegerla.
A sus sentimientos.
A su cuerpo.
A su libertad.
Sé por mis primeros recuerdos que tenía una relación complicada con mi
madre.
Me enseñó a anudar una corbata, jugar al ajedrez y a nunca, nunca, darle
la espalda.
Mantuve a Scarlett lejos de mi madre tanto como pude por tanto tiempo
como pude. Escondí a quien más quería de quien más temía.
Protegí a Scarlett de ella. La protegí tanto como pude. Tenía suficiente
que afrontar en su vida sin que mi terrorífica madre se añadiera.
La mantuve oculta lo mejor que pude, pero por supuesto, no podía durar
para siempre.
Scarlett y yo éramos inseparables. Era inevitable coincidir.
Era la cosa más extraña, si alguna vez atrapabas a mi madre con la
guardia abajo era como sorprender a un cadáver. No tenía ni una onza de vida.
Era inanimada, con la mirada fija en la nada, y si la sorprendías, su rostro se
encendía como una alarma que empezaba a sonar.
Como pisar una serpiente, te hería antes de que entendieras
completamente lo que hiciste.
La atrapé así una vez y aprendí a evitarlo.
Aun pienso en ello. Me asustó jodidamente. ¿Qué hacía cuando se
hallaba metida tan profundamente en su propia mente que parecía salirse de su
cuerpo?
Yo era joven cuando lo medité; muy joven, y cuanto más crecía, más
evidente era la respuesta.
20 Conspiraba. Siempre conspiraba.
La caída de un enemigo, la humillación de un amigo, la vergüenza de un
rival.
La miseria de un esposo.
La ruina de un hijo.
Nunca vivió en el presente. Sólo vivía para su última trampa.
Siempre tenía una telaraña que tejer. Todos en su ámbito jugaban algún
papel en el tejido, lo supieran o no.
Había algo valioso acerca de ser su único hijo; aprendí a lidiar con ella.
O eso creía.
Cuando era joven y estúpido, pensaba que sacaba lo mejor de ella,
pensaba que tenía las claves para mantenerla controlada en un futuro
previsible.
Me dejó creer eso, más tarde lo comprendí. Jugaba un juego más largo de
lo que podría haber anticipado.
La clave con mi madre era el control. Si lo destrozabas, era todo lo que
necesitaba de alguien para tener el poder sobre ellos.
Pero eso no funcionaba hasta que tuvieras una debilidad de la que
aprovecharse.
La respuesta al control sobre mí siempre estuvo allí, desde el momento
en que Scarlett se convirtió en mi primer y mejor amiga, pero era demasiado
ingenuo para verlo.
Pensé que tenía todo resuelto. Pensé que yo tenía control. Pensé que era
el que tenía algo sobre ella.
Descubrí la cosa que mi madre encontraba más importante sin siquiera
intentarlo.
Para ella, la mujer que no tenía vida cuando se hallaba sola, todo eran las
apariencias. Su vida entera era una mentira, un juego, eso es todo lo que quería
que fuera. Se preocupaba más por lo que el mundo pensaba que hizo una
realidad de ello.
Una vez que supe que averiguar lo que quería de mí era una cosa simple.
Y una vez que lo hice, pensé que tenía el poder para evitar que me arrebatara lo
que era importante para mí.
Le encantaba hacerme notar en las fiestas, amaba presumir de su niño
robusto, con sus dientes perfectos, su buen aspecto, cabello rubio, ojos azules, y
postura recta, la misma imagen de su apuesto padre. Gracias a sus expectativas,
yo era mejor conversando con los adultos que otros niños, y sus “amigos”
21 encontraban eso sumamente encantador.
Se hallaba muy feliz con eso.
Lo deje hacerlo por un tiempo. Me enseñó bien. Incluso hice un esfuerzo
especial en sobre actuar, su encantador niñito; hice una nota de cómo eso la
complacía, cómo esperaba, necesitaba mi impecable comportamiento para
ayudarla a ilustrar cuán perfecta, cuan completa pretendía ser.
Mantuve esa pequeña carta para mí hasta que la necesitara, porque
siempre supe que lo haría.
Y lo hice. Fue la primera vez que tuvo una idea de lo cerca que me volví
de lo que se refería como "esa chica Theroux" con su tono más despectivo.
No fue por las ramas. El día que se enteró que caminamos juntos a casa
de la escuela, me prohibió hablarle a Scarlett nuevo.
Con una expresión sombría le dije calmada y simplemente—: No.
Sonrió con suficiencia, como si hubiera esperado eso. —Voy a hablar con
ese pequeño pedazo de basura yo misma. Haré que ni siquiera quiera mirarte,
lo prometo.
Eso desencadenó la furia más grande de mi corta vida. Pude ver que
incluso impacté a mí siempre adelantada madre cuando empecé a tirar cosas,
pasando de calmado y sombrío a vívido y violento repentinamente.
Tenía temperamento, y era algo feo, pero en este día en particular era
más que una señal de haberlo calculado. Había estado esperando esto por un
tiempo.
Me preparé para ello.
Lo había tramado.
Podría no haber otra oportunidad. Sólo tenía una. No podría arriesgarme
a no ir demasiado lejos, así que la ataqué.
Nos encontrábamos en su sala favorita. Cada cosa en esta habitación fue
meticulosamente colocada, elegida por ella. En un día normal, ni quisiera
hubiese descolocado un almohadón de esta habitación en particular.
Este no era un día normal.
Empecé por bajar la mano y levantar un objeto preciado de la mesa de
café caoba brillante.
Era un huevo Fabergé, costaba un montón de dinero, lo sabía.
Posiblemente era la cosa más valiosa en esta habitación llena de objetos
valiosos, y eso es porqué fui primero por él.
22 Nuestros ojos se encontraron, los suyos entrecerrados e incrédulos; los
míos llenos de puro y desesperado despecho. Sostuve su mirada por un
momento muy significativo justo antes de girarme y lanzar el objeto, con todas
mis fuerzas, contra la pared.
Jadeó y empezó a gritar.
Yo grité más fuerte.
Ese fue sólo el comienzo. Seguí adelante, rompiendo cosas hasta que
sentí que recibí sobradamente su atención.
Entonces fue cuando realmente la ataqué. —¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE.
JÓDETE! —le grité a la cara.
—¿Qué diablos te pasa? —me gritó.
Mi voz se hizo mortalmente tranquila para mostrarle que tenía control de
mí mismo. —Si me avergüenzas con Scarlett haré que lo lamentes. Cada vez
que quieras presumirme en una estúpida fiesta, dejaré que me pongas un
estúpido traje, dejaré que me hagas un estúpido peinado, y luego, al segundo
que intentes presentarme a alguien —alcé más la voz, de repente de vuelta al
borde de la histeria—, simplemente voy a gritar JÓDETE con todos mis
pulmones.
Se llevó la mano a la garganta. Se veía horrorizada. —¿Qué te pasa?
—¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE! —repetí una y otra vez.
—¿Qué está mal contigo?
—¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE!
—Ni siquiera…
—¡PERRA! —Saqué la peor mala palabra, la cual oí de mi papá cuando
los escuchaba a escondidas pelear—. ¡PERRA, PERRA, JÓDETE!
Gané esa ronda. No podía soportar la idea de que alguien pensara que su
hijo perfecto podría estar trastornado, tener problemas mentales, o peor, ser
maleducado.
Pensé que había ganado la guerra con ese tonto alarde. Me pareció que
era suficiente para mantenerla bajo control, para hacer que me dejara vivir mi
vida en paz, escoger mis propios amigos, tomar mis propias decisiones y tomar
mi propio camino.
Fui demasiado tonto.

23
3
“Las niñas deben usar lo que la Madre
Naturaleza les dio antes de que el Padre Tiempo se los quite.”
-Laurence J. Peter

Traducido por Beatrix & Pachi Reed15


Corregido por Vane Farrow

Scarlett
24

Estábamos teniendo un día de playa. Todas mis compañeras de cuarto


conspiraron para arrastrar mi culo triste a la alegre luz del día.
Diversión al sol. Hurra.
En realidad, intenté ser una buena chica al respecto. Me puse un
diminuto bikini con una parte superior sexy de lentejuelas color dorado,
acomodé mi cabello en la cima de mi cabeza de forma abultada, desordenada, y
me puse mis mejores gafas de sol de imitación.
Y, por supuesto, mi cara de juego.
Todas nos llevamos a un tipo como acompañante, a pesar de que no
estaba planeado.
Llevé a Anton. Tenía un descanso en la filmación de su espectáculo,
amaba la playa. Y la compañía.
Leona trajo a su aún novio piloto, Ed. Todavía no me gustaba, pero
mantuve la boca cerrada al respecto. Hay un punto cuando tu amiga se ha
enamorado tanto por un hombre para rechazar sabios consejos, y ese fue el
momento en que dejé de darlos. No me distanciaría de ella. Nos pusieron en
esta tierra para apoyarnos unos a otros, no atacarnos, y por eso me había
resignado a ver, preocuparme, y esperar. No existía nada que pudiera hacer,
sino estar allí para recogerla del suelo si se caía demasiado duro.
Demi llevó a su amigo, Harry. Era un adorable chico universitario con un
grueso cabello castaño desordenado, y negras gafas hipster. Como que el tipo
me encantaba. Era dulce y tímido, y lo suficientemente inocente para ser
perfecto para un alma joven, reluciente y brillante como Demi.
Farrah trajo de acompañante a Mitch, un chico con el que había estado
saliendo de manera intermitente durante al menos un año.
No era su novio en sí, pero sin duda era un habitual, y a todas las
compañeras les agradaba.
Incluso a mí. Era un policía en el departamento de Los Ángeles, así que
sólo lo evité al principio, de manera agresiva.
Como dije, tengo un miedo muy saludable a la policía.
Pero con el tiempo, me encariñé con Mitch. Era agradable, y parecía
justo. Honesto. Sincero y directo, sobre todo cuando hablaba de su trabajo. Era
uno de los buenos. Era tan refrescante como desconcertante toparme con uno.
Aun así, nunca superaría el estar paranoica alrededor de los agentes de
policía, y sabía que siempre me pondría nerviosa.
25 Por supuesto no podía dejar que se mostrara.
Tomamos dos coches, y Anton y yo terminamos en el coche con Mitch y
Farrah. Que es como descubrí que Anton no compartía mi opinión sobre Harry.
—Que adulador vándalo —murmuró mientras nos separamos del otro
grupo, subiéndonos en los coches para ir a la playa. Sus ojos se hallaban en
Harry, que abría la puerta para Demi, así que no tenía que preguntar a quién se
refería.
Mitch conducía, Farrah en el asiento del copiloto, y yo compartía el
asiento trasero con Anton, así que tenía una vista libre de obstáculos cuando le
lancé una mirada. —¿Cuál es tu problema? Harry es un buen chico. —No había
sido consciente de que existía alguna animosidad entre ellos, y no podría por
mi vida averiguar de dónde venía.
—Supongo. Si te gustan los niños pretenciosos de mamá.
Parpadeé lentamente, dejándole ver lo loco que creía que era. —¿Qué
diablos, beardo1? Deja al pobre chico en paz. ¿Qué te ha hecho a ti?

1 Tipo raro con barba.


Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, bíceps abultándose de una
manera que habría distraído mucho si no hubiera comenzado a verlo como un
hermano, y su cara reproducía lo que yo llamaría un puchero si él no fuera un
tipo grande con un moño y sorprendente vello facial.
No, decidí. Todavía era un puchero.
—No hizo nada —respondió Anton finalmente—, pero no hay manera
de que sea lo suficientemente bueno para Demi. Ella está fuera de su alcance.
No sé por qué, pero todavía no conectaba los puntos. Estaba preocupada,
tenía demasiadas cosas en mi cabeza, y sí, me encontraba siendo egocéntrica,
eran las únicas excusas con las que podría salir después.
En ese momento, sin embargo, sólo dije—: Está fuera de la liga de todos.
Es un jodido perfecto ángel, pero una chica que todavía tiene una cita.
Anton simplemente frunció los labios. —Apuesto a que ni siquiera tiene
que llevar esas gafas. Y el gilipollas me llamó jodido hermano. —Resopló—.
Hermano. Apuesto a que utiliza la palabra súper.
Eso me hizo reír, porque soy un poco malvada (en un buen día), pero
rápidamente lo interrumpí. —Solamente sé agradable. Jesús. Si puedo
comportarme y ser agradable por un día, tú puedes.
—Ni siquiera creo que estén saliendo —añadió Farrah amablemente
26 desde el asiento delantero—. Son sólo amigos. A ella le gusta pasar el rato con
él. Algo así como ustedes dos.
Eso pareció mejorar el estado de ánimo de Anton de manera
espectacular, pero de nuevo, todavía no entendía.
—Y nosotros —agregó Mitch.
Farrah le dio una de esas miradas que sólo se puede dar a un amante que
acababa de decir algo ofensivo. —No como nosotros. Tenemos sexo. A veces.
Vi la expresión desconcertada de Mitch por el retrovisor y casi me hizo
reír.
—¿Ustedes no están teniendo sexo? —preguntó ya sea a Anton o a mí o a
los dos.
En esto realmente me reí. Tal vez debería haber estado ofendida por una
pregunta tan personal, pero sabía que no trataba de ser grosero. Se hallaba
realmente conmocionado.
Anton sonreía y movía la cabeza y respondió—: No, en absoluto.
—¿Como nunca? —Mitch parecía poco convencido.
—Nunca —añadí—. Somos literalmente sólo amigos. De la liga Anti-
Amor, eso duele.
—Amigo —dijo Mitch, y fue sin duda dirigido a Anton.
—Amigo, lo sé —disparó Anton de vuelta, sin dejar de sonreír.
Farrah y yo nos miramos la una a la otra y pusimos los ojos en blanco. —
Relájense, hermanos —dije, burlándome de ellos—. No tienes que sentir pena
por Anton. Se va a la cama con cualquiera. Pero no conmigo.
—Amigo —compadeció Mitch de nuevo.
Lo que sea. Me di por vencida. Los hombres eran de Marte, y Marte era
estúpido.
La razón de nuestro día de playa no era sólo para sacar mi culo
deprimido de la casa en nuestro tiempo libre. También era un proyecto en curso
de Relaciones Públicas para Anton, cuyo publicista insistió en que se mostrara
más en todos los “lugares”. Su espectáculo construía unos seguidores
constantes y leales, y cada vez que mostraba al mundo lo caliente que era fuera
del set, invariablemente ellos recibían un impulso de espectadores. Y en un día
de playa, donde podría lucir su cuerpo asesino empezando por su trabajado
trasero, las recompensas, sin duda, serían diez veces.
Éramos muy felices de ayudarlo. Era, después de todo, la exposición
para cada uno de nosotros. Todos habíamos conseguido papeles, aunque sean
pequeños, a partir de los momentos oportunos de TMZ.

27 Estas pequeñas salidas solían ser divertidas para mí. La atención. La


exposición potencial. La esperanza de ser descubierta.
Ya no. He jugado el juego, actuado el papel, pero ahora, el peso
aplastante de la realidad era demasiado agobiante para mí. Creciendo, cuando
la fama había sido mi sueño y me había imaginado un futuro en Hollywood,
todo había sido acerca de puertas abriéndose y directores adulando mi talento y
belleza incomparables.
La realidad no era nada así, y se sentía como si la magia se hubiera ido.
En bancarrota, nada cerca de ser famosa, y seguro que no tenía un buen
momento.
Sin embargo, por la razón que sea, todavía no renunciaba.
Probablemente porque era demasiado malditamente terca.
Vi a unos cuantos paparazzi acampando en la entrada de la playa, donde
estacionamos. —¿Tu publicista los llamó, o se trata de una coincidencia? —le
pregunté a Anton.
Se veía molesto incluso con sus patrocinadas gafas cubriendo sus ojos. —
Le dije lo que haría, así que estoy seguro que los llamó.
Parecía enojado al respecto. —Todo esto es parte del trabajo —le recordé.
Pequeño precio a pagar para que el mundo sepa tu nombre, en lo que a mí
respecta.
—Lo sé, lo sé —dijo, ya quitándose su camisa—. ¿Te importaría portarte
mal conmigo? A los fotógrafos siempre les encanta cuando somos cariñosos.
Sonreí con malicia, demasiado dispuesta a desempeñar ese papel para
cualquier persona que se preocupara por ver, en particular, mi viejo acosador.
—Será un placer. —Me alegré de haber llevado maquillaje, poca ropa, y un par
de tacones extra para el corto paseo desde el coche a la arena. Me hallaba
vestida con tonos metálicos, de pies a cabeza, esto resaltaba el nuevo color
dorado en mi cabello.
Me hallaba lista para mi escena.
Esperé a que Anton viniera y abriera la puerta, ya que esto obtendría
mejores imágenes. Dejé que me sacara desde el coche e hiciera una breve
presión de nuestros cuerpos.
Reí animosamente cuando me dio un beso en el cuello, mis manos
acariciando íntimamente su cabello, jugando con su pequeño moño como si
fuera el juego previo, luego dejé que me guiara con un brazo familiar envuelto
cómodamente alrededor de mi cintura, su gran mano en mi estómago.
Le di a los paparazzi mi más cálida sonrisa cuando llamaron a Anton.
28 Infiernos, hasta dijeron mi nombre. Así era cuando salíamos juntos.
—¿Cuándo vas a hacerla finalmente una mujer honesta? —gritó uno de
ellos, todo buen humor. Habíamos estado alentado una y otra vez los rumores
durante años.
Nos reímos en el momento justo. —¿Quién dice que me aceptará? —gritó
Anton de vuelta, mostrando sus dientes blancos y perfectos.
—¿Quién dice que está preparado para el desafío? —dije.
A ellos les divertían las bromas, reían con nosotros mientras uno de ellos
lo grababa todo en video, otros tomaban fotos de nosotros y todo nuestro
entorno.
Pasamos junto a ellos sin prisa (para obtener mejores fotos), pero no nos
detuvimos. La idea era que teníamos un poco de prisa, al igual que los
fotógrafos no eran la mitad de la razón por la que estábamos allí. Esto nunca lo
haría parecer demasiado desesperado, incluso si la desesperación era la mitad
de nuestra profesión.
Al menos la mitad.
Elegimos un día particularmente agradable para visitar Carbon Beach.
Sólo una docena de otras personas estaban por ahí, dándonos un montón de
espacio para jugar.
—¿Los siguieron? —murmuró Farrah mientras extendíamos nuestras
toallas.
Miré alrededor secretamente. —Sí. A las diez en punto.
—Parece que el espectáculo debe continuar —agregó Demi, en su tono
plano.
Le miré, estudiando su rostro. No parecía como ella misma. De ningún
modo.
Me moví a la sombra de la sombrilla que Anton sostenía para mí y más
cerca de Demi. —¿Está todo bien? —le pregunté.
Me dio una sonrisa tímida. —¡Sí, por supuesto! —dijo, quitándose su
chal púrpura. Debajo llevaba una un bikini de tiras lavanda que era más
pequeño que cualquier cosa que jamás había visto que usara.
La miré. —Te ves jodidamente caliente, Demi —señalé. No era su estilo
habitual, pero deslumbraba con su aspecto.
Se sonrojó, y era tan adorable como parecía. —Gracias.
—Secundo eso —dijo Harry con una sonrisa.
29
Lancé una mirada a Anton, que tuvo las pelotas para mirar su generoso
pecho, el lujurioso. Alguno diablo consiguió el control de mi lengua. —¿Tú lo
terceras, Anton? —le pregunté con aire de superioridad.
—Está básicamente desnuda, pero sí, la vista es fantástica —dijo de
manera sucinta, sonando francamente amargado al respecto.
Me miré, y luego a Farrah y Leona, que ya se acomodaban. Era escaso
para Demi, pero no mostraba más piel que cualquier otra.
Mis ojos se estrecharon sobre Anton mientras mi preocupado cerebro
finalmente entendió lo que ocurría.
Parecía celoso. Por Demi. Vaya, vaya. Nop. Era un descarado mujeriego,
y no tenía permitido ir allí. No con mi amiga demasiado inocente, tan dulce.
—Oye, beardo —lo llamé, ya alejándome y camino al agua—. Una
palabra.
Se unió a mí en el oleaje. Nos metimos hasta media pierna en el agua, y,
conscientes de que el fotógrafo todavía nos tenía en su punto de mira, tiré mis
brazos alrededor del cuello de Anton, apoyándome en él.
Agarró mi cintura ligeramente con sus manos grandes, muy
familiarizado con la rutina.
Me preguntaba si podía decir que lo miraba a través de mis oscuras
gafas.
—Sabes que Demi está fuera de límites, ¿verdad?
Su boca se torció como si hubiera probado algo amargo. —¿De qué
hablas?
—Mi amiga. Demi —acentué.
—Es mi amiga, también. ¿Qué pasa con ella?
—Es demasiado inocente para ti. No es una chica casual. Romperías su
corazón. Lo sabes, ¿verdad?
Bajó sus gafas lo suficiente para disparar una mirada beligerante. —Soy
muy jodidamente consciente.
—No estoy segura de que lo estés. Estás actuando posesivo con ella. Y vi
la forma en la que la mirabas en ese bikini.
—Miré a todas ustedes de la misma forma. Sólo que no lo viste. Me
gustan los bikinis. Y la piel.
No le creí. —¿Así que estamos claros? ¿Nada de jugar con Demi?
—Mensaje recibido. Lo entiendo, eres una mamá osa con tus amigas.
¿Qué tal si le das este discurso al Señor Súper Hermano que está toqueteándola
30 allí?
Miré a Demi y a Harry. Anton exageraba. Principalmente. Harry la
ayudaba a aplicarse el protector solar.
—Sólo estás probando mi punto en este momento —señalé.
—Está bien. Lo dejaré. Haré mi mejor esfuerzo para mantenerme alejado
de nuestra dulce Demi de aquí en adelante.
Lo estudié. La forma en la que lo dijo me hizo pensar que algo ya había
sucedido entre ellos.
Miré a Demi, que de hecho se volvía cada vez más y más cercana al Señor
Súper Hermano y desistí. No había manera de que ella fuera tan indiferente
alrededor de Anton si ese fuera el caso.
Eso en claro, hicimos un gran espectáculo para las cámaras, retozando en
el oleaje, besuqueándonos en la arena.
No estoy segura de cuando sucedió, pero en algún momento del día pasé
de falsificar la diversión para las cámaras a disfrutar activamente.
Fue posiblemente en el momento en que sacamos las botellas de cócteles
pre hechos que habíamos empaquetado en lugar de un almuerzo al aire libre.
¿Quién necesita la comida cuando se puede tener licor?
Hablamos de todo y de nada, mientras pretendíamos tirarnos a broncear,
cuando en realidad todos estábamos cubiertos de bloqueador y volviendo a
aplicarlo cada cuarto de hora. Debido a las arrugas.
—Estaba segura de que Lacy iba a ser asesinada en el final de temporada
—decía Farrah, refiriéndose a su papel recurrente como una groupie motorista
en el espectáculo de Anton. Fue un éxito tan grande que no paraban de traerla
de vuelta—. Pero acabo de recibir el guion de nuevo, y ¡la van a mantener! ¡Le
van a dar un papel más importante que nunca en una trama que va en la
próxima temporada!
—¡Eso es increíble!
—¡Felicidades!
—¡Ellos conocen a su público!
—¡Increíble!
Todos la felicitaron y hablaban en serio. Personalmente pensaba que era
brillante en el papel. Era una chica de valle y una ex-animadora, así que esto era
un testimonio a su talento que podría llevar a cabo el papel de chica motorista
endurecida muy perfectamente.
—Con el tiempo todos estaremos en tu programa, Anton —bromeó
Leona, aunque quién sabía si eso era una broma. Hice algunas apariciones,
31 aunque nada con un papel de diálogo, sobre todo había sido una extra con una
gran cantidad de acercamientos al cuerpo. Leona tuvo un papel de una manera
similar, aunque menos veces.
Eso dejaba solamente a Demi, pero mientras pensaba, ella dijo—: De
hecho, voy a estar en él también. Mi agente me llamó antes. Ese papel por el que
hice pruebas, la hija del club rival. Lo tengo.
Parpadeé hacia ella. ¿Cómo se me había escapado esto?
Todos nos apresuramos para felicitarla, y me sentí como una idiota por
no tener ni idea de tan fantástica noticia.
—Eso suena como un papel muy importante —dijo Harry,
abrazándola—. Guau. Eso realmente podría volverse en algo, ¿verdad?
—Ella ya está programada para tener sexo conmigo —dijo Anton, su
tono plano y sin interés.
Todos lo miramos. De acuerdo, lo miré, y Demi se sonrojó y posó su
mirada por todas partes menos en él.
—¿Qué? —le preguntó Harry, sus ojos abiertos.
—Nuestros personajes tienen una aventura desafortunada. Va a estar en
el programa un poco, por lo visto. Tienen un montón de historia prevista para
su personaje.
—No pareces emocionado por eso —murmuró Demi, sin mirarlo.
—Simplemente no creo que el espectáculo sea una buena opción para ti
—dijo brutalmente.
Por eso, todos lo mirábamos ahora. —¿Qué demonios? —le pregunté.
—Puedes quedarte encasillada, haciendo un espectáculo como este —
intentó explicar—. Simplemente no creo que se adapte a tu imagen. Deberías
intentar en cosas más familiares, amistosas. Como una de esas películas de
princesas en acción. Algo por el estilo.
—Es por eso que se llama actuar —dijo Demi, poniéndose de pie, su cara
roja—. Debería ser capaz de hacer ambas cosas.
Anton no cedió. Se hallaba de muy mal humor. —Es un programa
de cable. ¿Sabías que ya están hablando de que hagas una escena en
topless? Conmigo. Una escena de sexo en topless frente al mundo. ¿Eso es lo que
querías?
Demi, luciendo más miserable a cada segundo, respondió
desoladamente—: ¿Topless? Oh, no. Mis padres van a matarme.
—Te dije que no audicionaras —continuó sin descanso—. Esto no es una
buena opción para ti. Recuerda mis palabras.
—Ya déjala en paz —le dije—. Es una actriz y el camino que elija es su
32 asunto. —Nos miramos fijamente por un rato, pero al final alejó la mirada—
. Ahora, deja de ser un imbécil y felicítala.
—Felicitaciones. —Anton observó muy fijamente a Demi, quien todavía
no lo miraba—. En unas pocas semanas, voy a estar jugando con tus pechos
desnudos en frente de una audiencia. Espero que estés de acuerdo con eso. —Se
levantó y se alejó.
—¿Qué demonios le pasa? —le pregunté a cualquiera que pudiera saber
cuál era el problema de Anton.
—Idiota —soltó Leona, alejándose de su tranquilo pero pegajoso novio
para poder abrazar a Demi—. ¿Estás bien, cariño?
Demi asintió, pero mordía su labio. —Creo que piensa que estoy
entrometiéndome en su territorio. Es su espectáculo, es el protagonista, y no
creo que quiera que sea parte de ello.
Eso fue todo. Me levanté y fui tras él.
Sus largas zancadas habían cubierto una gran cantidad de distancia
rápidamente, pero se detuvo tan pronto como se encontró con el bar más
cercano, que se hallaba a unos metros de distancia una vez que salías a la calle,
así que no fue difícil de atrapar o encontrar.
Tomé el taburete junto a él, mirando a su alrededor. Nos estaban dando
algunas miradas. Era un rápido recorrido de la playa, pero no había nadie más
en el lugar que estuviera usando trajes de baño. Además, pueden haber
reconocido a Anton.
Lo que sea.
—Eso estuvo tan fuera de lugar —le dije en voz baja después de que el
camarero se alejara—. ¿Intentabas hacerla sentir como una mierda?
Suspiró profundamente. —No, pero creo que se sentirá incluso peor si su
familia perfecta la ve en topless en su primer gran papel. Y el topless es sólo el
comienzo. Tienen una escena escrita de ella... atendiéndome en el cuarto de
baño. No es lo que quiero para Demi. ¿Es eso lo que quieres tú? ¿Su papel más
importante hasta la fecha y el mundo llega a verla en topless y de rodillas?
Jesús. Sí me hizo sentir sobreprotectora, pero… —Ese no es el punto.
Independientemente de cómo te sientes acerca de este tema en particular, ¿crees
que estás manejando esto de una buena manera? Ella está por ahí luciendo
como si estuviera a punto de llorar porque piensa que no quieres trabajar con a
su lado. Tienes que ir a disculparte, y debes decirlo en serio.
Maldijo, largo y fluido. Terminó su cerveza con un trago largo,
poniéndose de pie. —Bien. Bien. Tienes razón. Soy un idiota. Iré a pedir
disculpas.
33 Pagó su cuenta y nos fuimos.
Cuando regresamos al grupo, en voz baja le pidió a Demi que fuera a dar
un paseo con él.
Farrah y Mitch fueron a nadar, y Harry y el novio de Leona fueron a
tomar una cerveza juntos.
Estábamos sólo Leona y yo sentadas una al lado de la otra, mirando el
agua cuando dijo—: Es tan tranquilo, ¿no es así? El océano, quiero decir.
¿Tranquilo? No me parecía tranquilo. Más bien preocupante. No veía a
las olas tranquilas o al agua hermosa, sólo veía el caos por debajo, peligros
acechando en las profundidades. Aguas revueltas, fuertes corrientes, mareas
altas. Tiburones. Otras cosas que muerden o pican.
Hoy sobre Scarlett mirando el mundo con el miedo y pesimismo: Océanos.
Tampoco ayudaba que me recordaran a los ojos de cierto Bastardo.
Pero todo lo que dije fue—: Ciertamente le da al mundo una perspectiva.
Lo cual era cierto, y otra cosa sobre el océano que odiaba. Si lo
contemplabas durante demasiado tiempo, te hacía pensar. Reflexionar sobre tu
vida. Tus opciones. Tu estado de bienestar.
Mi estado actual claramente no era bueno.
Mi mal humor, temperamento desigual, y malditas borracheras
constantes. ¿Es eso en lo que me convertía? ¿En la jodida Glenda? ¿Realmente
me volvía alguien a quien despreciaba? ¿Por quien sentía lastima? ¿Y por él?
Ni de broma.
—¿Sabías que Demi consiguió ese papel? —le pregunté a Leona.
—Sí. Es tan impresionante, ¿verdad?
—Lo es, pero ni siquiera tenía idea de que había audicionado. Soy una
amiga terrible.
—Deja de hacer eso en este momento —dijo con severidad—. Eres una
buena amiga. El mejor tipo de amiga. Te enteraste unas horas más tarde, ¿y
qué? ¿Quién fue la primera en regañar a Anton por ser un imbécil con ella?
¿Quién fue quien logró convencerlo de volver y disculparse?
—Eso es sólo porque soy buena en ser la perra.
—No. No. —Sacudió su cabeza—. No estoy de acuerdo con eso. Eres una
leona, no un cordero, y no necesitas disculparte por ello. Eres sobreprotectora y
muy leal. Ninguna de esas cualidades son malas. Son tus puntos fuertes y
siempre te he admirado por apegarte a ellas.
El mejor tipo de amiga es aquel que te hace sentir como una mejor
versión de ti misma, y Leona era una pro en ello. —Gracias —dije en voz
34 baja. No había buscado una charla, pero me di cuenta en ese momento de que
seguro como el infierno que la necesitaba.
4
“La familiaridad engendra desprecio”
-Aesop

Traducido por Vane hearts


Corregido por Daliam

Dante
35
Empacaba para una temida estancia de una noche con mi padre en
Seattle cuando oí a mi madre gritar.
Con un largo suspiro, dejé caer lo que hacía y fui a investigar.
Efectivamente, allí estaba, atacando a Glenda, la abuela de Scarlett, con
especial saña. Mi madre nunca era agradable con el personal, pero a veces se
ponía realmente fuera de control. Éste fue un ejemplo de ello. Por lo que deduje
mientras hacía mi camino al par gritón, Glenda no había pulido la plata
correctamente, y ahora Adelaide la golpeaba en la frente, una y otra vez, con
una pequeña cuchara, cada contacto puntuado con un insulto.
—Mujer inútil. ¿Por qué te mantengo alrededor? Nadie más te contratará,
¿pero es ese mi problema? Algunas personas merecen estar en la calle.
La mujer mayor se encogía y apartaba, luciendo patética.
Me solía gustar la forma en que mi madre la trataba. Era ruin, lo sé, pero
parecía justo, con la forma en que trataba a Scarlett, que consiguiera un poco de
ello de vuelta.
Pero a medida que fui creciendo, y empecé a entender un poco más cómo
funcionaban los seres humanos, me puse más y más preocupado por ella. No
porque tuviera mucha compasión por la mujer.
Era que cada leve desprecio que recibía parecía ir a un sólo lugar. Nunca
se lo devolvía a mi madre.
En cambio, lo pasaba. A mi chica.
—Madre —dije en voz alta, mi tono cortante—. Basta. Aléjate de ella.
—No te metas en esto —me gruñó, luciendo trastornada.
—No —le dije con firmeza—. Deja que la mujer haga su trabajo y déjala
en paz.
—Esta mujer es demasiado estúpida y simple para hacer su trabajo —
dijo mi madre con voz trémula, y me preguntaba con cuál personalidad trataba
hoy—. Ese es mi problema. Esto es lo que me pasa por contratar basura para
limpiar mi casa.
—Simplemente para. Ve a tu habitación. —Suavicé mi tono, porque a
veces eso funcionaba con ella, aunque nada dentro de mí permanecía suave
hacia mi madre. Quitó cada cariñosa sensación que tenía para ella hace mucho
tiempo—. Creo que es necesario que te acuestes. ¿Tal vez tomar algo? Esto no es
propio de ti. —Eso era una mentira, pero a veces las mentiras funcionaban.
36 Mi madre me estudió, como si no estuviera muy segura de cómo
manejarme hoy.
—Tal vez lo haré. —Dejó caer la cuchara y se movió hacia mí, tomando
mi brazo—. Camina conmigo. Me siento un poco débil.
La acompañé diligentemente a su habitación, porque sabía bien guardar
las apariencias, incluso delante de los empleados.
Pensé que era el final de la misma, pero cuando empecé a moverme por
el pasillo, me llamó de nuevo a su habitación.
—¿Sí, madre? —le pregunté. Se encontraba tumbada en la cama ahora,
luciendo como una delicada muñeca contra las almohadas.
Me sonrió con serenidad. —Si me corriges delante de la servidumbre otra
vez te vas a arrepentir. Scarlett lo lamentará más. Me aseguraré de ello. Tu
pequeña tragadora de semen va a pagar el precio de tu insolencia.
Maldita loca. Fui a la yugular. —Mantente lo más lejos posible de
Scarlett. Si te atrapo diciendo o haciendo alguna burla a ella o acerca de ella, esto
es lo que va a pasar: Todos tus amigos en el club de campo van a escuchar cada
cosa horrible que has dicho alguna vez sobre ellos. He estado prestando
atención, madre. He estado tomando notas. Les contaré todo. ¿Quién siquiera te
hablará de nuevo después de que hayan escuchado lo que piensas de ellos? Ya
es bastante malo que estés atascada en esta ciudad de mala muerte y de ningún
lado… si piensas que estás aislada aquí, ¿piensas que alguna vez superarás la
vergüenza?
La tenía, lo vi. Aun así, lo llevé un paso más allá. —Y deja a Glenda en
paz. Deja de abusar del personal. Te atrapo haciéndolo de nuevo, le diré al
menos a uno de tus amigos algo interesante que has dicho sobre ellos. ¿Está
claro?
Asintió, su rostro una máscara cuidadosa.
Punto para mí.
Regresé a empacar. Mi padre se suponía me recogería a las dos, y tuve
que correr para estar listo a tiempo.
Aun así, estuve listo a las dos. Las dos se vino y se fue, luego las tres.
Luego las cuatro.
A las cinco, un coche y un conductor se presentaron.
—¿Realmente tengo que ir? —pregunté a mi madre, quien acababa de
salir de su ala de la casa.
—Por supuesto que sí. Es parte del trato.
—Él no se molestó en presentarse a sí mismo, e incluso su conductor
llega con tres horas de retraso.
37
Se encogió de hombros, completamente inafectada. —¿Y? Un trato es un
trato. Te tiene por el fin de semana. Ve.
—No quiero ir. Quiero quedarme con la abuela.
—Es interesante que pienses que a cualquiera de nosotros le importa lo
que quieres. Ahora ve.
Era inútil. Mi madre nunca fue ninguna ayuda acerca de lidiar con mi
padre, y claramente no estaba interesada en cambiar eso.
Fui con el conductor.
Odiaba visitar a mi padre. Vivir con mi madre era, obviamente, no un
picnic, pero aprendí a lidiar con ella y permanecer en gran parte fuera de su
camino.
Leo era un reto diferente y menos familiar. ¿Quién sabía qué cosas
horribles planeó para mí esta vez?
Una parte egoísta de mí deseaba por lo menos haber traído a Scarlett
conmigo, pero aunque hubiera podido llevármela lejos, el hecho era que no me
gustaba llevarla alrededor de mi padre.
No me gustaba la forma en que la miraba. Era inquietante y exasperante,
una extraña mezcla de disgusto, reconocimiento y lujuria animal. Me hacía
querer hacerle daño.
Tuve que protegerla de mi padre aún más diligentemente de lo que hacía
con mi madre.
Yo sólo tenía que quedarme con Leo algunos fines de semana al año,
pero siempre eran particularmente terribles.
Ésta no fue la excepción.
No me dieron la bienvenida en la puerta de su pent-house. Tuve que
tocar el timbre varias veces antes de que una mujer pelirroja en ropa interior
abriera la puerta.
Sonrió cuando me vio. —Debes ser el chico del cumpleaños —dijo y se
quitó el sujetador—. Tengo un regalo para ti, D. —Hizo una pausa, y luego
gritó por encima del hombro—. ¡Leo! ¿Cuál es el nombre de tu hijo otra vez?
—Dante —respondió desde algún lugar en el gran apartamento—. ¡Feliz
cumpleaños, muchacho! —gritó.
Al menos está aquí, pensé irónicamente. Cayéndose de borracho, pero
aquí.
Ni siquiera era mi cumpleaños. Eso fue hace más de un mes, y lo vi al
38 menos una vez desde entonces.
La mujer en topless comenzó a moverse más cerca, y la aparté con mis
manos. —No, gracias. Tengo novia.
Se rió y se arrodilló. Colocó un dedo sobre su boca y dijo en lo que creo
que ella pensaba era una voz seductora—: No le diré nada si tú no lo haces.
Ahora ven aquí. Déjame ver si los penes grandes son hereditarios en la familia.
No seas tímido. No tengo arcadas.
Quise irme en ese momento, pero era demasiado orgulloso. Mi padre
diría que escapé como un coño o algo por el estilo. Siempre convertía todo en
una prueba para mí, como si fuera una norma que debía realizarse, lo cual era
una broma.
—No, gracias —dije, con frialdad y con educación—. ¿En qué habitación
está mi padre?
Otra mujer se apareció en la entrada, ésta era rubia, llevaba un corsé
alrededor de su cintura y nada más. Lo rubio no era natural.
—Te llevaré con él, bebé —me ronroneó—. Ustedes están en alguna
mierda jodida… la fantasía del padre y del hijo, pero estoy dispuesta. ¿Alguna
vez has participado en una doble penetración a una mujer? Si estás en eso, soy
tu chica.
Me encontraba genuinamente horrorizado. No me considero un
mojigato, pero hizo más que impactarme.
—Quiero hablar con él —aclaré. Traducción: Quería jodidamente
reprenderlo.
Ella asintió en dirección a la sala de billar. —La fiesta está ahí, chico del
cumpleaños. Estás invitado, deja que te diga.
No era una invitación.
Bueno, no para mí, al menos. Leo parecía estar disfrutando.
No pensé que podría tener menos respeto por mi padre, pero me
equivoqué.
La primera cosa que noté fue las dos chicas en la mesa de billar.
Desnudas, en sus manos y rodillas, de espaldas la una de la otra y se movían.
Cuando me di cuenta de lo que hacían, sentí que me sonrojé.
La siguiente cosa que llamó mi atención fue mi depravado padre. Estaba
sentado en uno de los bajos sofás de cuero con un vaso en una mano, mientras
la otra se guardaba a sí mismo en sus pantalones, con los ojos pegados a la mesa
de billar. La mujer junto a él, su amante, me di cuenta en shock mientras se
enderezaba de su regazo, se secaba la boca.
—¿Puedo pedir la palabra? —pregunté bruscamente.
39 Me envió una mirada que le hacía parecer como un niño mimado al que
le dijeron que dejara su helado. —Oh, ¿ahora qué? ¿No estás satisfecho con tu
fiesta de cumpleaños?
—Voy a estar en la cocina —le dije, y salí de la habitación, teniendo que
hacer caso omiso de dos prostitutas medio desnudas mientras me iba.
No me hizo esperar tanto tiempo como pensé que lo haría, sólo diez
minutos más o menos, pero en ese tiempo tuve que sacar a cinco prostitutas de
la habitación.
—No es mi cumpleaños —dije cuando finalmente se dirigió
tranquilamente a la cocina.
Se apoyó en un mostrador, con el cabello rubio oscuro despeinado, parte
de ello en punta. No creo que se diera cuenta.
Cruzó los brazos sobre su pecho, una copa de licor todavía en su mano,
mirándome. No fue muy intimidante teniendo en cuenta que se balanceaba
sobre sus pies. —¿No lo es?
—No lo es. —Pero ese ni siquiera era el punto—. ¿Sabes que sólo tengo
quince años? —pregunté, curvando el labio con la pregunta. Quería que supiera
cuan disgustado me sentía con él.
Siempre quise eso. Era el punto focal de nuestra relación para mí. Quise,
siempre, establecer lo diferente que era de él.
Cómo no era nada como él.
Parpadeó un par de veces lentamente, su boca abriéndose en lo que sólo
podría describirse como un puchero vagamente sorprendido y borracho.
Ni siquiera estoy seguro de por qué su reacción me sorprendió. No
estaba en absoluto fuera de la cuestión que se le había olvidado qué edad tenía.
—¿Quince? —soltó por fin, tomando un largo trago de su bebida y
frunciendo los labios—. Pensé que tenías catorce años. Como pasan los años.
Maldita sea, ¿espero que no sigas siendo virgen? —Se rió—. ¿He abandonado
mis deberes paternales?
Quería darle un puñetazo justo en su cara presumida y borracha. Ya
temblaba con el impulso.
—Estás enfermo, viejo —dije con desprecio en su lugar.
—No me digas que eres marica. —Algo brillante entró en sus ojos, y
sonrió—. En realidad, eso estaría muy bien conmigo, siempre y cuando todavía
puedas llegar a producir un heredero. Mi Dios, eso sería justicia. Adelaide
perdería su puta mente.
Estuve rodando los ojos demasiado, pero no pareció darse cuenta, por lo
40 que finalmente, sólo interrumpí su extraña diatriba—: No soy gay, y no quiero
una puta para mi cumpleaños.
—No te ofrecía una puta, hijo. —A pesar de todo, mi corazón saltó un
poco cuando me llamó hijo. Era patético—. Te ofrecía una habitación llena de
ellas. Un apartamento lleno. Te ofrecía tantas putas diferentes en las que
pudieras meter tu muy limpia polla entre hoy y el próximo día escolar.
—No, gracias. Tengo novia.
—¿Y? ¿Está aquí ahora? Déjate crecer algo de bolas, muchacho, o al
menos consigue las tuyas de vuelta. Tienes que ser un hombre en algún
momento.
—Incluso si no tuviera una novia, no estoy interesado en prostitutas —
solté con desprecio.
Eso le hizo levantar una ceja y gritó—: ¡Heather! Ven aquí.
—¿Por qué necesita estar aquí? —pregunté. No tenía ninguna razón para
recibir a su amante de toda la vida. Todo lo contrario.
Sonrió y fue desagradable. —No estás interesado en putas. —Heather
entró en la habitación, luciendo impávida.
Bueno, sus ojos lucían muertos, si era preciso.
Las cosas que ella debe ver sobre una base diaria, pensé. Debería tener
más compasión por la mujer.
—Heather, Dante dice que no está interesado en prostitutas, pero todavía
le debo un regalo de cumpleaños.
Todavía no lo entendía hasta que ella empezó a desnudarse, sus ojos
muertos en mí. Era más ingenuo de lo que me di cuenta.
—¿Qué hacen? —les pregunté a los dos, retrocediendo un paso, luego
otro.
—Sus trompas fueron atadas después de que tuvo a Lorenzo, así que no
tienes que usar un condón. De nada.
—Eres repugnante —dije.
—¿Es gay? —habló Heather por primera vez.
Leo se encogió de hombros. —¿Lo prefieres anal? Ve a por ello. Heather
hace cualquier cosa.
—Joder, no. Vete a la mierda.
—Siempre fue un mocoso —señaló Heather.
Esto venía de la mujer que trató de sofocarme en afecto delante de Leo
cuando era un niño, luego me mostraba nada más que crueldad cuando él se
41 daba la vuelta
Le di a mi horrible padre la mirada más fría que pude reunir sobre mi
rabia. —Dije que no estoy interesado en prostitutas. Sácala de aquí.
Ella se fue hecha una furia, como si la hubiera ofendido profundamente.
—Voy a decirle a mi madre acerca de esto —dije cuando se fue.
Odié sonar como un niño mientras lo decía.
—¡Ja! —En realidad disfrutó de ello. —Hazlo. ¿Crees que no sabe lo que
hago? No puedo divorciarme de la perra, pero seguro que no puede decirme
dónde pongo mi pene.
Lo miré, furia y odio; aparte de los ojos, yo era la imagen misma de
él. Sólo en el exterior, me dije.
No se puede afirmar con suficiente fuerza: Odio mis padres.
—Iré con la abuela por el resto del fin de semana. ¿Alguna objeción?
Se encogió de hombros, despidiéndome. —Lo que sea. Más para mí. Dile
a mi conductor que te lleve.
Una cosa buena salió del fin de semana: Nunca insistió en que me
quedara con él de nuevo.
5
“Si el amor es la respuesta, ¿podrías reformular la pregunta?”
-Lily Tomlin

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Victoria.

Scarlett
42
No fue fácil manejar hasta la casa de mi amiga Gina. Me tomaría toda
una hora sin tráfico, lo que era una cómica apreciación. Siempre había tráfico.
Era una hora y media si el tráfico era bueno, dos y contando si era la alternativa,
lo que casi siempre pasaba.
Me encantaba conducir, amaba ir rápido, incluso en mi viejo sedán de
mierda causaba estragos en las calles como si estuviera persiguiendo cada
extraño que pasaba. Dios me ayude si alguna poseía vez un coche que
realmente pudiera coincidir con mi estado de ánimo.
Me encantaba conducir, sí, pero a nadie le gustaba conducir en esta
ciudad. Era una lata llegar a la casa de mi querida amiga, pero cuando ella
llamaba, respondía. Cuando lo pedía, iba si podía.
Era una especie de amistad unilateral. Nunca la llamaba, nunca le pedía
o la invitaba yo. Pero algunas amistades están diseñadas de esa manera. Es
inevitable. Un tomar y dar que necesitamos, incluso si no es lo que queremos.
Algunas personas son puestas en nuestras vidas en el momento justo. De
eso estoy segura.
Y lo sé justamente por esta mujer. Gina.
Gina era el tipo de persona agradable que hacía poner incómodos a todos
a su alrededor. Si mencionaba una dificultad que había sufrido, incluso una
casual que pasó hace años, sus ojos se aguarían como si fuera una nueva herida.
No había nada que despreciaba más que recibir lástima de otros. Literalmente,
me provocaba escalofríos, pero sabía que no podía evitarlo.
Eugene, su marido, no era mucho mejor. Estaba más en contacto con sus
emociones que un Osito Cariñosito. Y no en una forma molesta. Bueno, no del
todo. Tenía una rara forma de desarmarte. Traía el lado suave en todo el
mundo, hacía la pregunta correcta que te hacía comprender que se encontraba
en sintonía con tu estado de ánimo. Que a él le importaba, que lo sentía.
Era uno de esos hombres sensibles que tenían más de una erección por
Adele que por Angelina.
En secreto me encantaba eso, y hacía todo lo posible para comportarme
cuando venía a visitar. Me reservaba mi lado más ácido.
En su mayoría.
Vivían en una mansión en las colinas. Una casa de sueño incluso más allá
de mis sueños demasiado desorbitados. Los dos eran abogados exitosos de
entretenimiento que provenían de familias adineradas, y todo lo relacionado
con su vida era un poco de cuento de hadas, pero eso no me ponía celosa o
codiciosa. Indignada, tal vez, pero nunca celosa.
43 Nadie merecía una vida perfecta más que ellos.
Me saludaron juntos en la puerta cuando llegué, abriéndola antes de que
pudiera llamar. Gina me jaló a un apretado y gran abrazo. Era una mujer baja,
rubia, con una cara bonita y al menos quince años más que yo, aunque nunca
había sido tan maleducada como para en realidad preguntar su edad. —¿Cómo
estás preciosa? —dijo, radiante cuando me soltó.
—Más o menos —dije con una sonrisa triste, mi mejor versión de mirar
las cosas por el lado bueno.
Eugene me dio un cálido abrazo. Era un hombre grande, con una voz
suave. —Has perdido peso. Por suerte hice pasta.
Traté de no gemir ante la consternación. La última cosa que necesitaba
eran carbohidratos. Jodidamente odiaba los carbohidratos. Me hacían sentir
hinchada y somnolienta. Y gorda. —Mmm, mi favorito —dije, intentando, como
siempre con ellos, ser una buena chica.
—¿Tuviste alguna función o audiciones interesantes últimamente? —
preguntó Gina con cortesía mientras entrábamos a la casa. Siempre parecía muy
interesada en mi carrera, o en mi falta de ella. Fue quien me conectó con mi
agente, hace años.
Mi estado de ánimo mejoró un poco. —En realidad, sí. Tuve una
audición la semana pasada que, creo, resultó bien. Tengo los dedos cruzados.
Juntó las manos, y su cara se iluminó como si acabara de hacer su día. —
¡Eso es maravilloso! ¿Qué clase de papel es?
Me encogí de hombros. —Todavía no tengo el perfil completo. Algo
especial. Ni siquiera me hallaba segura de si era principal o secundario, pero el
director es Stuart Whently, así que estoy muy emocionada.
—¡Me encantan sus películas! —exclamó Gina.
—¡Nos encantan sus películas! —intervino Eugene al mismo tiempo.
Sonreí con nerviosismo y me encontré tronando mis manos. —Bueno,
crucen los dedos. Se encontraba en mi audición, era una segunda audición, y en
realidad resultó muy bien. Me dijo algunas cosas buenas y se sentía como, no
sé, como si, al menos, quería contratarme.
—¡Eso es genial!
—¡Magnífico!
Sonreí con tristeza. Me imaginaba que esto era lo que se sentía tener un
cumplido de tu madre. Lo apreciaba, incluso si no significaba nada. Pero aun
así, me sentí mejor, lo suficiente como para entrar en detalles. —Dijo que tenía
las características que definían el papel. Que le daría brillantez a la película.
44 Como dije, se sintió como un logro.
Reaccionaron exageradamente.
Eugene me hizo chocar las manos mientras me felicitaba como si ya
tuviera el papel. Como si incluso supiera cuál era el papel.
Gina se llevó ambas manos a las mejillas y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Me hizo sentir tonta, como si hubiera exagerado las cosas, a pesar de que
en realidad las subestimé.
Estas personas eran demasiado buenas conmigo. Me ponían tan
incómoda que me sentía extraña en mi propia piel.
Intenté no dejar que se mostrara y les permití adularme.
Fuimos directamente al comedor. Llegué justo a tiempo, y sabía que
tendrían lista la cena. Siempre fueron muy rápidos, nunca tomando demasiado
de mi tiempo cuando teníamos estas cenas. Era irónico que valoraban mi tiempo
cuando ambos valían mucho más por hora que yo.
Pero lo valoraban, lo sabía. Me sentía en ambas medidas halagada y
sorprendida.
Su hija, Mercy, ya se encontraba en el comedor. Tenían una casa que era
lo suficientemente elegante y extravagante para haber salido directamente de
una revista, pero dejaban a su preciosa niña gobernarla. Actualmente pintaba
con los dedos sobre un caballete de tamaño infantil, con los dedos coloreados
goteando generosamente en su costoso suelo de mármol.
Ninguno de los padres la regañó. Adoraban hasta sus fallas, lo cual no
era del todo sorprendente, ya que incluso me adoraban a mí.
Mercy era la niña más hermosa que había visto alguna vez. Simplemente
lo era. No era algo sobre su rostro la que la hacía así, sino la forma en que cada
rasgo se unía como poesía. Describirla era hacerlo sin justicia. Gran cantidad de
cabello rubio oscuro entreverado con el espesor adecuado y ondas, de tal
manera que caían en una cascada perfectamente arreglada por la espalda.
Ojos grandes de color azul, de nuevo algo que sonaba tan simple, pero
eran impresionantes en ella. Gruesas pestañas, en forma de almendra, y
párpados pesados. Eran brillantes e insondables a la vez.
Sus pómulos eran altos y sonrojados, como si alguien los hubiera
ruborizado, aunque sabía que su madre, de todas las personas, nunca haría algo
así a un niño. Sus labios eran un pequeño capullo de rosa perfecta, la nariz
pequeña y recta, y en forma atractiva.
—¡Scarlett! —dijo emocionada, corriendo hacia mí.
45 Su madre la agarró a mitad del camino, guiándola hacia el tocador. —Oh
no, no. Primero vamos a limpiarte para la cena. ¿Recuerdas lo que hablamos?
¿Que no a todos les gusta la pintura en toda su ropa?
—¡Pero es morado! —respondió la niña—. ¡El morado es nindo!
Sus dos padres se rieron ante eso, e hice mi mejor esfuerzo para sonreír
con ellos.
Mercy corrió a abrazarme cuando ya no tenía pintura, lanzando sus
pequeños brazos alrededor de mi cintura.
Le di unas palmaditas en la cabeza vacilantemente, dejando que me
tocara, pero sin saber cuál era la respuesta correcta de mi parte.
Como dije, soy mala con los niños. Por suerte, no conocía a muchas
personas con niños, por lo que no era un problema frecuente.
Eugene me sonrió con afecto y me lanzó un brazo amigable alrededor de
los hombros, un abrazo que nunca parecía volverse menos incómodo, al menos
para mí.
—Entonces, ¿cómo están ustedes? —le pregunté. Gina había ido a la
cocina para preparar la cena.
—Maravilloso —respondió sin dudar—. Simplemente maravilloso.
Somos bendecidos. Muy bendecidos. —Me envió una sonrisa cálida y cariñosa.
Esta era su respuesta habitual, y en realidad lo creía. Tenían una vida
maravillosa y sentían que era toda una bendición. Incluso la pesimista en mí no
podía culparlos por ello.
—Nadie lo merece más —respondí sinceramente, aunque las palabras
salieron con rigidez—. Ustedes son los mejores padres que conozco. —No era
decir mucho, la mayoría de mis amigos eran solteros y sin hijos, pero aun así
era la verdad.
Balbuceó un agradecimiento ante eso, lágrimas en los ojos.
Oh, Jesús. Tuve que apartar la mirada. Era un libro abierto tan emocional,
que no tenía ni idea de cómo tratar con él. Mayormente sólo intentaba fingir
que nada pasaba cuando teníamos “un momento”.
La cena fue deliciosa, como siempre, y la conversación fue agradable. Era
tan positiva, de hecho, que no sabía cómo contribuir con ella. El sarcasmo se
sentía mal en su presencia. La mordacidad se sentía inadecuada, así que hice
todo lo posible para ser amablemente neutra sin ser falsa.
Era una línea difícil de equilibrar. En especial para mí.
Me preguntaba, no por primera vez, por qué estas personas perfectas
46 querían tan seriamente ser mis amigas; tener mi mala, negativa, defectuosa yo en
sus vidas regularmente.
Por supuesto, no expresaba el pensamiento en voz alta. Sabía más que
nadie, que cuando se trataba de estos dos, sería el equivalente de pescar
cumplidos.
Me les escapé después de la cena, tan pronto como fue cortésmente
posible.
Tuve que quitarme a Mercy de encima, y luego a Gina, después de
abrazarlas. Eran una familia muy cariñosa.
—Tiene tu sonrisa —le dije a Gina cuando decíamos adiós, y era verdad.
Gina me sonrió, y era una versión adulta de la que Mercy me concedió.
—¿Eso crees?
—Sí.
—Oh, gracias. Qué cosa más dulce de ti decirlo. Su sonrisa es tan
hermosa.
—Al igual que la tuya.
Se ruborizó de placer.
Normalmente tomaba su perfección con algo parecido a buena gana,
pero últimamente había estado susceptible y emocional, y estar alrededor de los
tres me hizo detenerme en cada cosa agridulce que alguna vez había perdido.
Acababa de abrocharme el cinturón de seguridad cuando mi teléfono
comenzó a sonar.
Revisé la pantalla. Era Dante. Típico.
Lo ignoré, mi mal humor empeorando.
Se detuvo y empezó de nuevo casi de inmediato, y por alguna razón,
respondí esa vez.
—¿Él sabe que no tiene oportunidad? —sangró su voz sedosa por
teléfono—. ¿Que nunca la tuvo?
Hola, mal genio.
Ese bombardeo de apertura alcanzó su objetivo perfectamente e incluso
podía admitir que había ganado la ronda.
Pero el Bastardo no había terminado.
—Nunca has sido cariñosa con nadie más. Nunca has sido vulnerable.
Esas cosas me pertenecen a mí. —Me lanzó cada golpe sin piedad, vacilación o
remordimiento. El Bastardo—. Siempre han sido míos. Siempre lo serán. Nunca
le has dado las partes que son mías a nadie más, y nunca lo harás. Ni siquiera tus
47 labios mentirosos pueden convencerme de lo contrario.
Era tan insensible, tan profundamente cruel, incluso para él, que mi
respiración se detuvo al oír sus palabras. La sostuve en el pecho durante unos
latidos caóticos antes de poder calmarme lo suficiente como para volver a
respirar.
Dentro, fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera.
Por supuesto que cada palabra que había dicho era cierta. Es por eso que
dolía tanto.
Finalmente, encontré mi voz para preguntar—: ¿Por qué haces esto?
¿Qué quieres de mí?
—Esa es una pregunta bastante tonta. Creo que lo sabes.
—No. No. No, seguro como el infierno que no lo sé. Lo que sucede en ese
cerebro manipulador tuyo está tan fuera de mi alcance que ya ni siquiera intento
adivinar.
—Hago esto para recordarte, que no hay nadie más para ti. —Su voz se
había vuelto ronca mientras hablaba, tan intensa que se sentía como un contacto
físico—. Sólo yo.
—Eres un bastardo. —Me las arreglé para tragar la espesa bola de odio
que se había formado en mi garganta.
—Soy un completo bastardo —concordó sin compasión—, pero nunca
dejarás de amarme. Necesito que te mantengas incapaz de seguir adelante.
Su descaro puro, la osadía absoluta... Me sentía tan furiosa que temblaba
con ello. —Te odio —le dije, mi voz entrecortada, las palabras sintiéndose como
si hubieran sido arrancadas de mí.
Colgué antes de que pudiera responder.
Estaba tan enojada después de eso que no podía hacer nada más que ir
de compras.
Por la terapia de venta al por menor.
Tuve otro mal momento mientras conducía a través del sinuoso
estacionamiento del centro comercial cuando vi el enorme cartel de tienda por
departamentos Durant y tuve un impulso casi irresistible de conducir mi coche
a través de sus puertas de cristal brillantes.
Era un verdadero infierno ser una compradora compulsiva en banca rota
con un ex cuya familia poseía una de las mayores cadenas de tiendas
departamentales en el mundo. Dolía aún más que no podía permitirme el lujo
de comprar allí. Ni siquiera cerca.
48 Aun así, sintiéndome contradictoria, aparqué cerca de la entrada, entré y
empecé a probarme vestidos de diseñador costosos. No estaba segura de si me
hacía sentir mejor o peor que todos ellos lucieran fabulosos en mí.
Con el tiempo me moví a los zapatos, y eso sin duda me hizo sentir
mejor.
Algún día seré exitosa, me dije. Algún día seré capaz de comprarme lo que
demonios me plazca.
Algún día no me odiaré. Algún día no estaré enamorada de un tipo que jode mi
cabeza por diversión.
Algún día me libraré de esta debilidad en mi torrente sanguíneo que es mi amor
por Dante.
Para el momento en que agoté todos mis contrariados impulsos
comerciales, me sentí decididamente mejor.
La magia de los zapatos.
Me dirigía de vuelta a mi coche cuando mi agente me llamó. Con
noticias. Noticias increíbles. Noticias que cambian vidas.
Seguía aturdida mientras iba de camino a casa.
¿Podría ser esto verdad? ¿Finalmente? ¿Mi gran oportunidad?
Me sentía casi temerosa de tener esperanza.

49
6
“Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también siempre
hay cierta razón en la locura.”
-Friedrich Nietzsche

Traducido por Miry GPE


Corregido por Ana Avila

Dante
50

Había tres de ellos y sólo yo, pero la adrenalina se encendió en mi


torrente sanguíneo junto con mi temperamento, por lo que se sentía como
buenas probabilidades para mí.
Además, era más grande, más rencoroso y estaba más enojado que todos
ellos juntos.
Idiota#1 cayó como un tonto. Hubiera apostado un buen porcentaje de
mi fondo fiduciario a que nunca siquiera estuvo en una pelea de verdad. Llegó
por la izquierda, y lo bloqueé, golpeándolo con mi propio brazo para un buen
golpe vicioso en su estómago. Conmoción se mostró en su rostro cuando se
dobló en dos, perdiendo la respiración. Quedó fuera después de eso, más
centrado en su propio dolor que yendo tras de mí de nuevo.
Bien. Al siguiente. Idiota#2 no fue tan fácil de derrotar. Era más grande
que el anterior y mejor lanzando un golpe, pero no fue suficiente. Duró unos
treinta segundos más antes de que lo derribara con un puño brutal a la barbilla.
Idiota#3, Jodido Reese McCoy, era el mejor peleador del grupo, pero
también resultaba ser al que más quería golpear hasta el cansancio, por lo que
eso no le hacía mucho bien.
Su gran boca empezó esto.
Colocó unos buenos golpes antes de que lo derribara, pero no le daría
demasiado crédito por ello. Nunca fui bueno en agacharme para evadir golpes.
Por suerte, él tampoco lo era. Lo arrinconé y comencé a golpearlo, el
sonido de cada golpe apenas más alto que la sangre corriendo por mis oídos.
Solía meterme en peleas por ella porque la llamaban basura y trataban de
hacerle daño.
Todo mejoró durante un tiempo cuando los chicos empezaron a entender
que yo no lo permitiría, pero durante un verano, su cuerpo cambió.
Pasó de ser mi mejor amiga, mi cómplice en el crimen, luego boom,
cambió de forma, era una niña, y luego, directamente después de eso, una
mujer.
No sólo obtuvo senos antes que cualquier otra chica en nuestra escuela.
Obtuvo fantásticos senos. Eran fuera de este mundo. Grandes, firmes,
apuntando directamente hacia ti, pechos que hacían babear.
Y sus caderas y trasero posiblemente me volvían más loco. Se volvió bien
formada por todos lados, pero su cintura permaneció tan pequeña como
siempre.
Y su rostro, mayormente era el mismo rostro que adoraba desde hacía
51 mucho tiempo, pero algo pasó en él, a sus labios carnosos, a sus muy oscuros
ojos en los que podrías hundirte, incluso su voz cambió, se volvió baja, rasposa.
Entró en la escuela ese año y fue cómico el ver la manera en la que los
chicos no podían quitar la mirada. Incluso aquellos que eran los más crueles con
ella, aquellos que aún la odiaban, no consiguieron ocultar sus reacciones.
Bueno, habría sido divertido si no me hubieran dado ganas de matar a
alguien.
A un montón.
Observé el cambio en su totalidad, atestigüé todos los cambios
minúsculos tal y como fueron sucediendo.
Pero para el resto de los chicos pareció suceder durante la noche. Un día,
todos miraron a mi chica y vieron lo que vi.
No fue un buen año para mí. Me metí en pelea tras pelea, los mismos
chicos, sólo llamándola por diferentes apodos ahora. Mirándola. Hablando de
ella. Mencionando su nombre con el jodido tono erróneo en sus voces.
El único aspecto positivo de pelear esos días fue que los chicos rara vez
lo contaban. Los adolescentes tenían demasiado orgullo como para delatarse.
Y mientras tanto, Scarlett ni siquiera tenía idea de que era la criatura más
sexy del planeta. Era una auténtica chica atractiva a los quince años y
completamente ajena al asunto.
Bueno, no completamente. Parecía tener al menos una idea acerca de lo
que me hacía, y no tenía ningún problema en practicar sus artimañas en mí sin
piedad durante los últimos años.
Yo era un borrego dispuesto a ir al matadero. Todo lo que quería
hacerme yo quería que lo hiciera. Me acostaría de espaldas y dejaría que
enterrara sus afiladas garras en mi bajo vientre mientras me permitiera mirar
mientras lo hacía.
Así de acabado estaba.
Pero era mía, jodidamente mía, y sólo yo tenía el derecho de pensarla de
esa manera, y por supuesto no podía permitir que estos idiotas hablaran así.
Lo que nos trajo a esta pelea, y las cosas que descubrí diciendo a estos
idiotas en el vestuario. Ni siquiera trataban de ocultármelo, los pendejos cabeza
hueca.
Acabábamos de terminar la práctica de fútbol. Scarlett vino a mirar
desde las gradas, pero todos sabían que se encontraba ahí por mí. Cada uno de
esos chicos sabía lo que sucedía.

52 Me dirigía a la salida, prácticamente en la puerta, demonios, tal vez eso


fue, tal vez pensaron que ya me había ido, cuando los escuché hablar.
Ni siquiera tuvieron que decir su nombre. Unas pocas palabras dichas y
casi perdí el control sólo por el tono en la voz de mierda de Reese.
—¿Han visto lo que vestía hoy? —les preguntó a sus idiotas amigos
bufones.
Eso es todo lo que tomó. Sabía de quién hablaba.
Me detuve en seco, todo mi cuerpo rígido. Tenía particularmente un
problema con Reese. Esta no era su primera ofensa, o incluso la tercera. Él tenía
algo por mi chica, algo que involucraba el que la degradara y la codiciara al
mismo tiempo, y yo tenía un jodido gran problema con eso.
—Jodidamente afirmativo que lo vi —respondió uno de sus amigos
grasientos.
—Es tan jodidamente provocadora —dijo otro.
—No —respondió Reese—. No es una provocadora. Escuché que lo ha
hecho con Durant desde el sexto grado.
Me sentí comenzando a temblar desde los hombros a los puños.
—¿De verdad? —preguntó uno de ellos.
—No me sorprende lo más mínimo —añadió otro.
—Sí, es verdad —dijo Reese, como si lo supiera a ciencia cierta—.
También es un poco ninfómana, hombre. No puede tener suficiente polla.
Escuché que abre las piernas para cualquiera. Sólo hay una cosa que tienes que
hacer.
Jodido disparador.
Sabía que me metería en problemas, pero ya había escuchado demasiado.
No podía alejarme.
—¿Qué? —replicaron sus amigos en el momento justo.
—Sólo llevarla de regreso al basurero. La hace sentir como en casa.
Jodido.
Disparador.
Comenzaron a reírse y perdí mi mierda.
—Permite que cualquiera tenga sexo si no te importa un poco de basura
en su coñ... —Reese dejó de hablar cuando me vio ir hacia ellos.
El resto fue un efecto dominó de violencia. Derribé a los idiotas, uno por
uno.
—No hables de ella. Si escucho otra maldita palabra salir de tu boca que
53 tenga algo que ver con mi chica, me harás hacerte daño. —Escupía cada palabra
en su rostro con una ira sin límites.
Los dos compinches yacían tirados, y yo me encontraba inmerso en la
pelea con Reese, con una mano sosteniéndolo en su lugar, la otra amartillando
nuevamente para otro golpe, cuando la voz de mi amigo, Nate, llegó a mí.
—El entrenador viene. ¡Dante, él viene! ¡Vete!
Dejé que mi puño volara por última vez con gusto antes de liberarlo.
Lo primero que vi cuando salí al exterior fue a Scarlett. Me esperaba,
luciendo comestible, a la altura de todas las fantasías que sin duda cada uno de
esos pendejos tenían sobre ella diariamente.
Era un hipócrita. Incluso si no hubiera sido mía, incluso si hubiera estado
con otra persona, me habría obsesionado por ella.
Era el salvajismo en sí. Ella nunca podría ocultarlo. No de sus ojos, no de
su sonrisa, no de su masa de cabello ondulado, o de sus curvas fuera de este
mundo. Cada parte suya conducía a la mente a la misma conclusión: esta
hermosa criatura no puede ser domesticada.
Provocaba que los chicos perdieran sus mentes, lo sabía de primera
mano. Estaba loco por ella desde que teníamos diez años y me dio su primera
sonrisa cómplice, la que me dijo que estaríamos dando un mundo de
problemas.
La adrenalina seguía bombeando a través de mi sistema, las endorfinas
se encontraban salvajes, mientras me acercaba.
Frunció el ceño con preocupación cuando vio mi rostro. —¿Peleando de
nuevo? —Me tocó la mejilla cuando nos encontramos cerca—. ¿Estás bien?
—Bien —dije breve. Las palabras de Reese aún resonaban en mi cabeza,
aún con ganas de regresar a pelear contra él.
—¿Quién fue? —preguntó.
—Nadie importante —respondí con sinceridad.
—Salgamos de aquí —dijo, tomando mi mano.
—La cabaña está lista —le dije mientras nos internábamos en el bosque,
moviéndonos rápidamente por el sendero familiar que nos llevaba a casa.
Me dirigió una mirada. —¿Estas... dispuesto a eso? ¿Realmente es el
mejor momento? Puedo decir que fuiste golpeado en el rostro, tu mejilla está
roja. ¿Dónde más estás herido?
—Estoy bien. Puedes comprobar mis otros moretones... en la cabaña. —
Le sonreí. Se sonrojó y desvió la mirada.

54 Sentí que me ponía duro.


—¿Acaso no es una larga caminata? —preguntó mirando hacia sus pies.
Lo era. La cabaña se hallaba en la tierra de Nana, así es como la encontré,
pero se encontraba en lo profundo del bosque. Sin caminos que condujeran allí,
sólo una ruta de senderismo extenuante. Es por eso que era tan perfecta. Era un
lugar que podía ser sólo nuestro. —Alrededor de una hora y media de
senderismo, menos si establecemos un buen ritmo. Estoy dispuesto si tú lo estás
Se mordió el labio, aun ruborizada. —Estoy dispuesta. Ciertamente se
siente como que hemos esperado el tiempo suficiente.
Lo hicimos, y luego nos hice esperar más tiempo, encontrando el punto
justo, limpiándola, abasteciéndola.
Los hoteles de la ciudad eran mierda, y en ningún otro lado se sentía lo
suficientemente privado para nuestra primera vez real juntos.
—Sólo tengo que agarrar algo de casa de Nana —expliqué.
—Estaremos de regreso antes de que oscurezca, ¿cierto? No podemos
caminar de regreso en la oscuridad. ¿Tenemos suficiente tiempo?
—Es viernes. Siempre te quedas fuera lo suficientemente tarde como para
que Glenda se desmaye y luego te vas antes de que se despierte. ¿De verdad
crees que va a notar si no estás por una noche?
Parecía insegura. Su abuela la aterrorizaba a un grado razonable. Me
hacía sentir mal del estómago pensar sobre eso. Era muy impotente cuando se
trataba de esa odiosa mujer.
—No quiero precipitarte —añadí. Y cuando eso no fue suficiente, utilicé
la palabra mágica—. Por favor.
—Está bien —acordó al instante—. Pero si me meto en problemas por
eso, te culpo a ti, y te dejo a lidiar con mi abuela.
—Trato. —No dudé. Su abuela me enojaba, pero no me asustaba.
Tomé la llave del candado que puse en la puerta de la cabaña. Se
encontraba en un llavero, pero a medida que salíamos, se me ocurrió una idea.
—Un segundo —le dije a Scarlett, dejándola en la puerta principal.
Encontré a Nana. Ni siquiera se me ocurrió que no tuviera lo que
necesitaba. —¿Tienes una cadena de oro que pueda pedir prestada? Algo
grueso, para sostener una llave.
Me estudió, su rostro controlado francamente curioso. —¿Es para ti o
para Scarlett?
—Para ninguno o para ambos —dije crípticamente.
Sonrió. —Buscaré uno. Puedes tenerlo. No es necesario pedirlo prestado.

55 Cuando me acercaba a Scarlett de nuevo, todavía esperando en la puerta,


envolví la cadena con la llave casualmente alrededor de su cuello.
La tocó. —¿Qué es esto?
Sonreí, besándola brevemente. —Es la llave para nuestro primer hogar
juntos. Espero que te guste lo que he hecho con el lugar.
Se rió, y me tomó de la mano, jalándome hacia la cocina. Llenamos una
completa mochila de alimentos, suficiente para días, aunque sólo tendríamos
una noche. Sin embargo, era imposible saber lo hambrientos que estaríamos, así
que mejor prevenir que lamentar.
La caminata fue larga, pero idílica. Como queríamos quedarnos toda la
noche, nos tomamos nuestro tiempo, parando en la gran huerta de la abuela y
recogimos tantas manzanas como podíamos llevar, conservando una para
comer mientras caminábamos. Tomé un gran bocado, el sonido haciendo eco a
través de los árboles.
Nos sonreímos el uno al otro mientras se la pasaba. Le dio un mordisco y
me la devolvió.
Viéndola comer me hacía cosas, cosas primitivas. Para cuando comimos
hasta el centro, me hallaba bastante duro y listo para estallar.
Me quité la mochila, la jalé hasta el suelo, y comencé a besarla.
—Sabes a manzana —le dije, sonriendo sobre su boca.
Me devolvió la sonrisa. —Bueno, caramba, me pregunto por qué.
—Nunca seré capaz de probar una de nuevo sin pensar en ti. Es
imposible. Haces esto a propósito, ¿verdad? Dejas tu huella en todo. Te encanta
que estoy así de obsesionado contigo.
Soltó una carcajada. —Bueno, sí. Por supuesto que sí. Si yo me
encontrara así de obsesionada por mi cuenta sería condenadamente
deprimente.
Sonreí y la besé de nuevo, luego me obligué a apartarme. —No está muy
lejos —dije—. Si puedes controlarte por unos kilómetros más, seguramente
podemos lograrlo.
Me miró fingiendo enojo. —Mira quien habla. —Sus ojos se dispararon
hacia mi entrepierna—. No puede ser el señor Caminando con una Erección,
¿verdad?
No pude parar de reír por unos cinco minutos completos, y ella no podía
dejar de sonreír.
Seguimos caminando.
Quería que fuera bueno para ella. Ser cariñoso, esa primera vez más que
cualquier otra. Quería ir suave y lento. Tenía mi mente enfocada en el asunto.
56 Hacerlo bueno para ella era la prioridad, porque sabía que,
independientemente del ritmo o el tono, era seguro que sería genial para mí.
Tenía tantas nociones sobre cómo sería, cómo tenía que ser. Hice tanta
planificación, incluso hasta trabajo físico duro, pensando cada detalle para que
fuera memorable, para que fuera perfecto.
Lo primero fue la locación. Encontré el lugar perfecto, privado y remoto.
Limpié todo, traje ropa de cama, todas las necesidades que se me ocurrieron.
Añadí una nueva cerradura y un grueso candado en la puerta, los cuales
ambos se abrían con la llave alrededor de su cuello.
La dejé hacer los honores, mi mirada adoradora en su rostro sonriente
todo el tiempo.
La cabaña era sólo correcta, lo vi por su reacción cuando entramos por la
puerta. Se sintió encantada, conmovida, sacudida casi hasta las lágrimas.
Realmente no era nada lujoso. Era algo reflexivo, lo cual sabía que
significaba mucho más para ella.
—Es nuestra —le dije en voz baja—. Nuestro primer hogar juntos. Por
supuesto que no será el último.
—Es perfecta —dijo, arrojándose hacia mí.
Jodido. Disparador. El momento en que nuestros cuerpos se tocaron en
ese lugar íntimo, fue como una botella cohete explotando. No podría haberlo
detenido si hubiera querido. Y no lo hice. Oh, Señor, no lo hice.
Empezamos besándonos, apasionados, con boca abierta, con lenguas
ahondando mientras nos desvestíamos el uno al otro, pieza por pieza.
Todo iba correcto, de acuerdo al plan, hasta el momento en que mi pene
decidió que tuvo suficiente.
Sabía que debí haberme masturbado primero.
Me encontraba encima, desnudo, con el condón puesto, una oración
dicha por estar dentro de ella, muy decidido a hacer las cosas bien. Empezaba a
entrar, mi punta apenas dentro, cuando ocurrió. No es que no quería tomarlo
agradable y tranquilamente, pero no pude detenerme a mí mismo después de
eso. Sólo entré, perdí el control completo de mi cuerpo, empujando, en celo,
chupando su lengua, martilleando dentro y fuera de ella como si nunca fuera a
tener otra oportunidad de eso.
Y peor aún que eso, no duré ni treinta segundos.
Aun así, fueron los mejores treinta segundos de mi vida. Espectacular.
Magnífico. Perfecto.
—Jesús. —Jadeaba en su rostro cuando finalmente pude hablar—. No fue
57 mi intención hacer eso. Quería ir más lento la primera vez.
Acercó mi rostro aún más al suyo. Lágrimas corriendo por sus mejillas,
pero no eran de dolor. —Tendremos que practicar más.
7
“Desearía ser una niña otra vez, medio salvaje, fuerte, y libre."
-Emily Brontë

Traducido por Auris


Corregido por Vane Farrow

Scarlett
58
—¿Una animadora asignada? —Las palabras sonaron tan ridículas
saliendo de mi boca como al salir de la suya.
Dante se encogió de hombres, abriendo el casillero que una animadora
asignada decoró. —No sé qué decirte. Es una tradición y eso es lo que hacen.
Seguro como el infierno que yo no lo inventé.
De alguna manera, eso no me hizo sentir mejor, especialmente cuando
sacó un plato de galletas de su casillero mientras lo decía. Quitó el envoltorio de
plástico, agarró una, y le dio una gran mordida, cerrando los ojos mientras
masticaba. Siempre le había gustado el dulce.
Me ofreció una y la rechacé con una mirada.
—¿Otra sorpresa de tu animadora? —le pregunté con una mueca.
—Supongo. ¿Seguro que no quieres una? Están realmente buenas.
—Pasaré —le dije secamente.
No entendía la tradición. En lo personal, me parecía degradante.
Animadoras asignadas a jugadores de fútbol con el único propósito de servirles.
—¿Por qué lo hacen? —le pregunté a Dante, quien había terminado la
primera galleta e iba por la segunda.
—No tengo idea —dijo distraídamente.
Lo estudié. No le creía. Dante diseccionaba todo y a todos. Siempre
buscaba motivos. —No te creo.
Eso lo hizo detenerse y mirarme. —De acuerdo, bien. Creo que lo hacen
por atención. Creo que lo hacen por popularidad, posición social, un novio
nuevo, un enganche al azar. Nómbralo. Se vuelven animadoras asignadas por la
misma razón por la que se vuelven simples animadoras. Quieren acercarse más a
los jugadores de fútbol.
—¿Y tú estás de acuerdo con que está animadora se te acerque? —Mi
tono era frío con desdén, lo suficiente para ocultar mi rabia y dolor.
—No hay ninguna posibilidad de eso, ya que soy indiferente. No seré
grosero con la chica, pero vamos, ¿a quién le importa lo que haga?
—Te comiste sus galletas.
Sonrió. Yo le hacía gracia. —Me gustan las galletas, y no voy a tirar la
comida. Me encuentro bastante seguro de que sabes eso.
Abrí la boca para hablar, para decir algo mordaz, de hecho, cuando una
rubia pequeñita llegó saltando en un uniforme de porrista.
Ni siquiera me miró. No vino por mí, obviamente. Iba por Dante. Sus
bobos y sonrientes ojos apuntaban con adoración hacia él.
59 —Hola, Dante. Soy Brandee —Estiró la “e”—. Soy tu animadora
asignada. Estoy aquí para lo que sea que necesites, comida, lavar la ropa,
masajes después de la práctica. Soy buena con las manos —Se rió—. Soy tu
chica para todo lo que necesites —Se volvió a reír—. Estoy aquí para ti, día y
noche, no dudes en preguntar.
Tenía la suerte de ser la porrista asignada del chico más caliente del
colegio, y seguro como el infierno que haría su mejor esfuerzo. Casi había que
respetar eso.
Excepto que yo no lo respetaba. Lo odiaba. Y a ella. Y al futbol. Y a las
galletas.
Estaba a punto de meterme en un montón de problemas cuando Dante
intervino.
Tiró un musculoso brazo alrededor de mi hombro, acercándome,
apretándome lo suficientemente fuerte para atraparme los brazos.
Lo miré. Sabía lo que pasaba. Se hallaba preocupado de que le pegara.
Ya que me conocía.
—Hola, Brandee —dijo. No sonrió, pero su voz era suave, casual—. No
necesitaré nada, pero gracias, de todos modos.
La chica hizo un puchero, luciendo genuinamente molesta. Su
malhumorado labio inferior parecía completamente sincero. —¿En serio?
¿Nada?, ¿oíste mi lista? Doy masajes matadores.
—No, gracias. Tengo novia, por si no lo notaste.
Apenas si me miró. —No es así. No tienen por qué ser cosas que hace
una novia. Esto es sólo cosas de una animadora asignada. Ya sabes, cosas que
necesitas los días de juegos.
Zorra, pensé.
Como si sintiera mis pensamientos, Dante me apretó el brazo con
firmeza. —No, gracias —dijo de nuevo, con la voz un poco menos educada que
la vez anterior.
Se sonrojó, mordiéndose el labio. Era lo suficiente degradante que
quisiera atenderlo, pero el hecho que tuviera que pedírselo tenía que ser algo
difícil incluso para una animadora cabeza hueca. —¿Ni siquiera necesitas que
lave tu uniforme?
—No. No lo necesito. Estás libre.
No parecía contenta por eso. —¿Qué hay sobre la comida? ¿Cuál es tu
favorita? Soy una gran cocinera.
—Tengo todo resuelto sobre la comida, también. Te lo haré realmente
60 fácil. No necesito nada de ti.
Era persistente, tenía que reconocérselo. —¿Ni siquiera dulces? ¿No te
gustaron las galletas?
Eso lo hizo vacilar y bajar la mirada al plato de galletas que claramente
había disfrutado. —Estuvieron buenas, pero ya no tienes que hacérmelas.
—¿De verdad piensas que sabían buenas? —Brilló, coqueteando
jodidamente justo delante de mí.
El brazo de Dante me apretó con más fuerza. —Sí, estaban ricas, así que
gracias, pero como dije, no necesito nada más.
Ella sonreía como si hubiera conseguido lo que quería. —Espera hasta
que pruebes mis pastelitos. Y mis magdalenas son para morirse. Sólo espera.
No te decepcionaré.
Se alejó pavoneándose.
Dante me retuvo de ir tras ella.
—Que zorra —gruñí a sus espaldas.
—Detente. Vamos. No lo vale. Cálmate.
Me encogí de hombros para quitarme su brazo y me dejo ir. Lo miré,
luego al plato de galletas que aún tenía en la mano libre. Sabía que iba a seguir
comiéndolas. Básicamente había sido un triturador de comida desde que
teníamos doce. Comía de todo.
Pero parecía particularmente interesado en estas galletas.
Agarré una, dándoles una mordida. Quería ver porque era todo el
alboroto.
Eran ricas. Mantequilla de maní, con la cantidad justa de crujiente. Ni
siquiera me gustaban mucho las galletas, pero las de la pequeña señorita
animadora eran bastante impresionantes.
Dante sonrió ante la expresión de mi rostro. —Sabe hornear. Tienes que
reconocérselo.
No quería hacerlo, y odié la manera en que lo dijo, como si admirara sus
habilidades.
Decidí en ese momento que aprendería a hornear, por la simple razón de
que no podía soportar la idea de que Dante pudiera tener una necesidad que no
pudiera cubrir.

61
Durante un sólido mes pasé más tiempo con el ama de llaves de Nana, la
señora Stewart, de lo que pasé con Dante. Lo volvía loco, lo que vi como la
cereza del pastel. Literalmente.
La señora Stewart era agradable y se hallaba feliz de enseñarme. Una vez
fue una repostera entrenada, pero rara vez llegaba a practicar sus habilidades
ya que a la abuela le gustaban los dulces incluso menos que a mí. De hecho,
decía que eran el diablo. Imaginaba que era el daño causado por sus días de
actriz, cuando cuidaba de su figura hasta el punto que era parte de su trabajo.
La señora Stewart me enseñó pacientemente cómo hacer casi todo tipo de
galleta que podía pensar, tortas, pasteles, magdalenas, bollos de crema, crème
brûlée, mousse de chocolate.
La lista era larga, y aunque me tomó un tiempo pillarle el truco para
entender cómo cada instrucción exacta e ingrediente necesitaban ser perfecto,
con el tiempo me volví muy buena.
Un desatendido Dante me arrinconó una tarde en la despensa de Nana
cuando la señora Stewart fue de compras, y Nana estaba en casa de una amiga
jugando a las cartas.
—Estoy ocupada haciendo macarrones —le dije, alejándolo con las
manos cuando intentó acercarse.
—Hiciste tu punto —dijo, capturándome cuando traté de pasarlo y
regresar a la cocina—. No comeré galletas de nadie más. —Había una sonrisa en
su voz. Me provocaba a propósito.
—Me encuentro ocupada —dije de nuevo. Mi voz salió casi
cantarinamente, como una burla. No había querido decirlo de esa forma, pero
no lo sentía para nada.
Molestarlo cuando se hallaba de este humor raramente decepcionaba.
—No lo estás, pero lo estarás.
Lo miré insolentemente. —¿Que se supone que significa eso?
Me adentró más en la despensa, avanzó un paso y otro, más allá de los
estantes largos hasta que mis hombros chocaron contra la pared de la parte
trasera de la habitación.
—Oh, creo que lo sabes. Los macarrones están fuera del menú para el
día.
—¿No te gustan los macarrones?
—Ahora mismo, odio los macarrones.

62 Me aguanté la risa. —¿Ahora odias los macarrones?


—Odio todo lo que horneas si me ignoras para hacerlo.
—Bien, entonces. No puedes comer nada. —Traté de pasarlo para irme,
pero se puso en el camino, chocando su pecho con el mío—. Disculpa —dije.
—No te disculpes —dijo, y había calor en ello. Las burlas pasadas nos
llevaron de plano a los juegos previos.
—Déjame ir —ordené.
—No. —Se burló de nuevo.
—No puedes mantenerme en la despensa para siempre. ¿Cuál es tu plan?
—Renové los esfuerzos para pasarlo, frotándome contra él en el intento.
Con un gemido, me volvió a apoyar contra la pared, esta vez avanzó
hasta que nuestros cuerpos se alinearon, y pude sentir sin lugar a dudas lo que
quería hacer.
Me agarró el trasero con las dos manos, me cargó contra la pared, y dijo,
sonando casi sin aliento—: Creo que puedes adivinarlo.
Inclinó la boca sobre la mía y estuve perdida.
Era un poco más tarde, nos enderezábamos la ropa, cuando con aire de
suficiencia dije—: Así que, ya sabes, básicamente me prometiste que no
comerías las galletas de nadie más.
Su sonrisa fue cálida mientras me recostaba de nuevo contra la pared,
frotando su gran y fuerte pecho contra el mío. —Ángel, te lo prometí hace
mucho tiempo.

63
8
“Si nos pinchas, ¿no sangramos? Si nos haces cosquillas, ¿no nos
reímos? Si nos envenenas, ¿no morimos? Y si te equivocas con
nosotros, ¿entonces, no nos vengamos?”
-William Shakespeare

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Lu

64 Scarlett

Estaba borracha. Completa y apestosamente borracha.


Nos encontrábamos en el hotel de la tripulación en Seattle (no mi ciudad
favorita) en una parada, y merodeábamos el bar del vestíbulo.
Bueno, yo merodeaba el bar. Mis chicas se hallaban allí sólo por el apoyo
moral.
No, espera, eso no era todo. Se suponía que estábamos celebrando. Algo
grandioso sucedió, tenía que recordarme a mí misma.
Acababa de conseguir mi primer papel protagónico en un largometraje.
Sí, eso era todo. Estábamos celebrando.
También...
Planeaba compensar el hecho de pasé demasiado tiempo siendo una
tonta enamorada patética, deprimida en mi habitación, escondida en mi cama.
Me odiaba a mí misma. Quería desaparecer.
Apenas logré recomponerme lo suficiente para llegar a la audición
fatídica que me consiguió el papel que podría cambiar mi vida.
Incluso cuando me dieron la noticia (¡que finalmente, por fin,
protagonizaría una película!) Apenas sentí incluso una vibración de felicidad.
La última ronda con Dante todavía me tenía controlada. Lo dejé hacer lo
peor y las heridas que infringió simplemente no sanaban.
Pero me prometí que esta noche acabaría con eso.
Buscaba un saco de boxeo suplente. Decidí hace unas tres bebidas que
me sentiría mucho mejor conmigo misma si ponía al menos un hombre entre yo
y mi último recuerdo de Dante.
Miraba alrededor, con una mueca en la cara. —No hay chicos guapos —
le dije a las chicas.
Demi estuvo de acuerdo.
—No estoy triste —dijo Leona, estudiándome—. No creo que quiera que
encuentres un chico lindo cuando estás en este estado.
Estaban sentadas en una cabina y me hallaba de pie junto a ellas. No me
sentía en un estado de ánimo de estar sentada. Me balanceaba con la música y
conseguía algo de atención masculina. Desearía que hubiera algunos hombres
alrededor dignos de ser notados.
65 Ya había rechazado dos que no eran lo suficientemente guapos. Más
específicamente: Rechazo Número Uno porque no era lo suficientemente alto y
Rechazo Número Dos porque parecía demasiado honesto.
No me gustaban honestos, nunca lo hicieron. Ansiaba categóricamente a
los siniestros.
—No hables demasiado pronto —dijo Farrah, con los ojos en la puerta—.
Dejaré que lo tengas si lo deseas, pero maldita sea, estoy segura que no quiero.
Me volví para ver. Y sonreí.
Era mi día de suerte.
O en realidad me buscaba o era un infierno de coincidencia, pero el
medio hermano de Dante, Bastian, acababa de entrar por la puerta.
Se encontraba allí de pie buscando en la habitación y no le llevó mucho
tiempo localizarme.
Sonrió.
Incliné la cabeza y le devolví la sonrisa, luego señalé con la barbilla hacia
el bar, llegando allí balanceándome con un pequeño pavoneo.
Se me adelantó y me miró aproximarme, sus ojos sobre mí.
Me alegraba haberme arreglado.
Mi vestido minúsculo era básicamente hierba gatera para hombres.
Golpeaba todos los botones correctos, escote profundo que dejaba muy poco de
mis abundantes pechos a la imaginación, falda corta que mostraba mis piernas
largas, y todo el asunto fue ajustado para mostrar mi diminuta cintura y figura
como reloj de arena, el color dando la ilusión de que estaba casi desnuda.
Estiletes de plataforma de color rosa y sexy cabello de alcoba no hirieron
a mi situación y mi maquillaje había estado en el objetivo antes de que me
emborrachara descuidadamente. ¿Quién podría opinar ahora? ¿A quién le
importaba?
A mí no. Mi lápiz labial probablemente se hallaba untado, mi rímel
corrido por mi cara, pero me sentía sexy como el infierno de cualquier manera.
—Hola, extraño —dije cuando alcancé el oído de Bastian—. Te ves lo
suficientemente bueno para comerte.
Y así lo hacía. Traje de tres piezas, el cabello oscuro revuelto, barba
incipiente, un rostro como el infierno Durant, y una sonrisa diabólica.
Sí, él lo haría.
—Mira quién habla —replicó, con los ojos en mi vestido—. Dios mío,
mujer, eres problemas, ¿no es así?
66 Fui a abrazarlo, por borracha, y respiré en su oreja. —No tienes ni idea.
—Por desgracia, no. —Sonaba verdaderamente arrepentido de eso
cuando puso sus manos en mis caderas y me hizo retroceder un poquito—.
Estoy seguro de que lo dedujiste, pero vine aquí para hablar contigo.
—¿Cómo sabías que estaría aquí? —le pregunté, inclinando la cabeza
hacia un lado.
Su boca se torció con tristeza, y cuando lo hizo, me recordó tanto a Dante
que quería romper algo sobre su cabeza. Y llorar. Y huir. Y besarlo.
—Facebook. A ti y a tus amigas les encanta compartir sus ubicaciones, y,
ya sabes, vivo aquí.
Arrugué mi nariz. —Facebook me acecha, ¿verdad?
No se disculpó. —Sí. Es una herramienta útil. En realidad, iba a volar a
verte pronto, pero esto funcionó mucho mejor. Bueno, sí, si estás lista para una
conversación seria que me gustaría que recuerdes en la mañana.
—No estoy apta para algo serio —le dije y, porque estaba borracha,
presioné mi boca a la suya.
Hizo un pequeño ruido en su garganta, uno hambriento, y lamí sus
labios, rozando mis pechos contra él.
Me alejó, pero respiraba con dificultad.
—Sabes bien —le dije.
Sonrió, pero no como si estuviera feliz. —¿Tengo un sabor como a
venganza?
—Exactamente así. Es delicioso.
—Confía en mí, criatura hermosa, peligrosa y comestible, me encantaría
tomarte la palabra en eso, pero es una línea que no podemos cruzar.
—No hay línea que no cruzaré —le dije, y quería decirlo de verdad. Me
sentía autodestructiva a un grado desesperado e ilimitado—. Dios, ¿sabes lo
que me hizo después de que dejamos la casa de Nana?
—Escuché un poco de eso —dijo Bastian solemnemente.
Eso me sorprendió. —¿Qué escuchaste? ¿Y de quién?
Suspiró. —De Dante. Estoy seguro que no te sorprenderá saber que está
en un estado violento.
Ese pedazo de mierda injusto solamente me volvió más determinada. Me
acerqué y me lo permitió. Me froté contra él, mis labios llenos y brillantes a
punto de besarlo de nuevo, burlándome de él. —Vamos a hacerlo más violento
para él, ¿eh?

67 —Jesús —dijo, y me recordó tanto a Dante que retrocedí.


Me apoyé en la barra, observando al camarero ocupado.
No me hizo esperar, de hecho, dejó lo que hacía y se vino a tomar mi
orden con una sonrisa.
Había estado coqueteando con él toda la noche, pero no era mi tipo. Era
alto, pero sus hombros no eran lo suficientemente amplios. Aun así, la sonrisa
correcta me consiguió un servicio increíble.
—Hola, Scarlett —dijo, su tono cuando dijo mi nombre haciéndolo sonar
como si fuéramos viejos amigos o nuevos amantes—. ¿Otro whisky para ti?
—Eres el mejor, Benny —le dije, inclinándome hacia adelante,
burlándome sin pudor de él—. ¿Puedes hacer dos?
Asintió, los ojos en mi escote. —Cualquier cosa que quieras, hermosa.
—Guau —silbó Bastian cuando Benny se alejó a conseguir nuestras
bebidas—. Si yo fuera Dante, te encerraría.
—Bueno, eso no es lo que hizo —le dije, y era un esfuerzo mantener la
voz firme—. Me dejó. De nuevo.
—Oh, Scarlett —suspiró Bastian, un mundo de solidaria tristeza en su
voz que me hizo volver a estudiarlo—. Tengo un par de cosas qué preguntarte y
mucho qué contarte. No estoy seguro de qué tan borracha estás, pero estoy
bastante seguro de que lo que tengo que decirte te pondrá sobria de una vez.
Eso era un eufemismo. Lo que tenía que decirme no sólo me hizo
recuperar la sobriedad. Cambió todo.

68
9
"Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento."
-Eleanor Roosevelt

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Daliam

Scarlett
69
Me encontraba tan enfadada que temblaba.
Había sido una mañana de infierno.
Era mi culpa, lo sabía. Era un sábado. Mi abuela estaba libre en el trabajo
el sábado y el domingo, y en cada uno de sus días de descanso, sin
excepciones, planeada y regularmente se emborrachaba.
Era desagradable y maleducada cuando se encontraba sobria. Bebida, se
volvía pura y simplemente odiosa, y si era lo suficientemente estúpida como
para quedarme, era automáticamente el objetivo durante toda su animosidad.
Cuando era inteligente, que era la mayor parte del tiempo, no venía a
casa hasta que se desmayaba completamente, y me iba en silencio en la
mañana antes de que despertara.
Esta mañana era una de las excepciones. Me quedé dormida, de alguna
manera incluso más que ella, y me hallaba en un lío por ello.
Por supuesto que había estado hasta tarde con Dante. Fuera haciendo
todas las cosas que la volverían más loca, y ella siempre parecía saberlo.
Pero esta mañana era peor, porque en lugar de su diatriba habitual
donde me acusaba de cosas que no podía probar, esta vez realmente había
encontrado algo para justificar su diatriba venenosa.
En nuestra defensa, Dante y yo habíamos escondido la evidencia. La mujer
loca debe haber ido fuera y buscado en el cubo de basura para encontrar el
puñado de condones usados que lanzó en mi rostro dormido.
—Al menos eres el tipo de puta que utiliza protección —escupió.
Todavía parpadeaba para despertar, automáticamente quitando los
objetos pegajosos que me arrojó.
Cuando me di cuenta de lo que tocaba, retrocedí, con la cara fruncida de
disgusto.
—¿Qué.. —me quejé.
—¿Supongo que piensas que debería estar feliz? Estás a un paso
de tu puta madre —continuó, chillando las palabras.
No sabía lo que olía peor, los viejos condones usados, o su aliento que
era una combinación de su halitosis habitual, mezclado con vómitos y licor, un
hedor pútrido particular y familiar.
—¿Qué hora es? —le pregunté, con voz plana y uniforme, no haciéndole
saber que no importa la edad que tuviera, todavía me aterrorizaba—. ¿Qué
70 estás haciendo ya despierta?
Mi tono casual sólo la enojó más. —¿Qué diablos importa la hora que es?
—Porque por lo general me he ido mucho antes de que te despiertas de
uno de tus desmayos. ¿Nunca te diste cuenta?
Conseguí una fuerte bofetada en la cara por ese poco de insolencia.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir en tu defensa? ¿Ahora ni
siquiera defiendes tu comportamiento? ¡Sinvergüenza!
Tenía razón. Era un poco desvergonzada de lo que pasaba entre Dante y
yo. Simplemente no podía verlo como algo malo.
Tal vez una parte de mí quería incluso restregárselo en la cara. Me había
estado diciendo que iba a ser una puta desde que era demasiado joven para
saber lo que significaba la palabra siquiera.
Ahora aquí estaba yo, una adolescente obsesionada con el sexo, que
pasaba tanto de su tiempo libre como fuera posible debajo o encima de su novio
igualmente obsesionado con el sexo.
No estaba segura de si realmente me pudiese llamar una puta por tener
sexo con un hombre, no importaba cuántas veces lo habíamos hecho, pero sabía
que mi abuela no tendría ningún problema en hacerlo.
—Tú sabes que hay algo mal contigo, ¿verdad? —me preguntó, la
voz yendo a una calma mortal, que sabía por experiencia era aún peor que sus
gritos.
—Tú eres la única escarbando en basureros, en busca de condones
usados —respondí. A veces simplemente no podía evitarlo.
Fui recompensada con otra bofetada sonora, y luego otra.
—Crees que eres tan inteligente —dijo, recalcando las palabras con otra
bofetada—. Pero eres una estúpida como tu madre. ¿Crees que eres
especial, abriendo tus piernas para un Durant? Todas las chicas en el condado
se entregaron a su papá, y supongo que el hijo no es muy diferente. Ese
chico te va a utilizar y tirar, simplemente mira.
—Tomaré mis riesgos —le dije tercamente, no parpadeando mucho de
sus bofetadas.
—Tu madre te echó en un contenedor de basura, porque
incluso ella pensó que eras basura, pero eso no es lo que te hizo basura. Tú
te lo has hecho a ti misma.
Y allí estaba. Sus golpes no eran lo aterrador sobre ella. Sus
palabras eran, sin duda, su mejor arma.
No sólo explotaba las debilidades, las abría de par en par, metía sus
71 manos insensibles dentro, y se filtraba hasta que desenterraba otras nuevas, las
desenroscaba, y los dejaba caer a tus pies.
—Y-y-yo —lo intenté, pero mi temperamento y mi miedo, y sus malditos
golpes, consiguieron lo mejor de mí. Me sentía tan frustrada por lo
que simplemente me levanté y me fui, usando nada más
que una camiseta ahora sucia y el primer par de vaqueros que tomé del suelo en
mi camino a la salida. Ni siquiera pude conseguir un sujetador, porque
bloqueaba esa parte de la habitación con su cuerpo, y necesitaba irme ahora.
—Bueno. ¡Lárgate! —gritó a mi espalda—. ¡Pero recuerda, si estás
corriendo a ese muchacho, que no se preocupa por ti! Cree que eres basura,
también. Sólo la pequeña chica del remolque en la que la mete. ¡Recuerda mis
palabras! ¡Te dejará por una de su propia clase, te lo prometo! ¡Nunca
se quedará con un pedazo de basura que vino del contenedor! ¡En especial, no
una puta como tú que se regala de forma gratuita!
Corrí y no miré hacia atrás. Temblaba de rabia mientras me dirigía a la
casa de Nana, pero en el corto tiempo que tomó, casi me había calmado, porque
sabía que en cuanto viera a Dante, me sentiría mejor.
Eso lo hacía él.
Hacía el mundo tener sentido de nuevo con sólo una mirada.
Me encontraba tan absorta pensando en él que se me olvidó que era un
completo desastre.
Lo recordé de nuevo cuando capté un vistazo de un Dante luciendo
impecable. Ya estaba en la casa de Nana, pasando el rato en su patio delantero,
con un traje y corbata; su cabello peinado, separado en dos, y peinado hacia
atrás.
Oh, es cierto. Tenía una cosa del club de campo a la que me había dicho
que tenía que asistir esta mañana. No me invitó a ir. Nunca lo hacía. Afirmaba
que odiaría el club, y le creía.
No me importaba nada de esto, cuán limpio él estaba o lo sucia que yo
me hallaba. Casi corrí mientras me dirigía hacia él.
Pero mientras observaba, la puerta de la casa de Nana se abrió, y
salió Tiffany, luciendo aún más prístina en un vestido de encaje blanco.
Me detuve en seco, deteniéndome en la línea de los árboles, sintiendo mi
temperamento comenzar a hervir de nuevo.
Le sonrió a Dante, y él le devolvió la sonrisa, las manos en los bolsillos
como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Ella dijo algo que no pude entender y él se rió.
Mi visión se volvió roja, y debo haber hecho algo de
72 ruido porque Dante, finalmente, me notó.
Su sonrisa no titubeó, de hecho, se ensanchó, y dijo algo que no pude oír
a Tiffany y comenzó a moverse hacia mí.
Empecé a retroceder, consciente de la apariencia que tenía, cabello
despeinado, rostro abofeteado y rojo, en un apretada, camiseta sucia sin
sujetador.
No podría haber parecido más diferente de ellos dos con sus uniformes
de club de campo si hubiera estado tratando.
Aun así, Dante ni se dio cuenta al principio. Ya hablaba mientras se
acercaba, demasiado concentrado en lo que decía como para notar cómo me
veía. —Escucha. Tengo una idea. Creo que tú y Tiffany deben pasar más tiempo
juntas. Tuve una larga conversación con ella...
—¿Cuándo? ¿Por qué? —interrumpí sin siquiera quererlo, moviéndome
más en el bosque. ¿Qué demonios está pasando? ¿No habíamos hablado de
esto? Nunca. Nunca le daría a esa chica una oportunidad.
—Me atrapó en mi camino al almuerzo del club de campo de esta
mañana, y le di un aventón. Me pidió que la escuchara, así que lo hice.
Nunca nos ha hecho nada a ninguno de los dos. No tiene nada que ver con los
planes de mi madre. Está tan desconcertada como nosotros por las cosas que mi
madre asegura. Nos reímos mucho del hecho de que mi madre dice que me voy
a casar con ella después de la universidad. Confía en
mí, está tan interesada en eso como yo.
Lo miraba, con las manos apretadas a los costados, y fue sólo después de
que terminó de hablar que pareció darse cuenta de que algo estaba mal.
Pues bien, otra cosa que no fuera la idiotez que acababa de parlotear,
tenía que saber que no estaría tragándolo tan fácilmente como él lo había hecho.
Tiffany lo deseaba. Lo sabía hasta mis huesos. Al igual que reconocía
similares.
Parpadeó un par de veces, los ojos recorriendo mi rostro y mi cuerpo.
Dio un paso más cerca, su mano lanzándose hacia adelante casi de manera
inconsciente a tocar uno de mis pechos. Fue un toque casual, que
hablaba de intimidad absoluta. Estaba tan acostumbrado a tenerme bajo sus
manos que era una segunda naturaleza en este punto.
Frunció el ceño. —¿Por qué no estás usando sujetador? ¿Te das cuenta
qué revelador es este top así?
Su boca se torció con disgusto cuando la mano vagando hizo contacto
con una de las manchas todavía adheridas a mi camiseta. —¿Qué hay sobre ti?
Quería darle un puñetazo en la cara. —Es una larga historia —dije entre
73 dientes. No tenía ganas de decirle nada. Estaba demasiado
frustrada para entonces. La mañana no podría haber ido peor.
Se limpió la mano en su traje impecable y la trajo de nuevo, esta
vez deslizándola debajo de mi camiseta para acariciarme.
Me retrocedió más profundo en el bosque, hasta que estuvimos bien
escondidos. —Me desperté soñando acerca de anoche —dijo, con voz ronca, los
ojos en su mano dentro de mi top—. Desearía que pudieras haber estado
conmigo. —Dio un paso más cerca—. Me gustaría que no tuviéramos que
dormir separados. Parece mal, ¿no?
No tenía ni idea. Habría dado cualquier cosa por eso.
Además, era un maestro en manipularme. Casi había hecho olvidar por
qué estaba tan molesta con unas pocas frases narcóticas.
Aun así, intenté volver al punto. —Es semen —le contesté.
—¿Qué? —preguntó bruscamente, con la mano aun acariciando mi
pecho, su pulgar frotando círculos alrededor de mi pezón fruncido.
—En mi camiseta. Es semen. Mi abuela fue a buscar en
el basurero afuera esta mañana, encontró un montón de nuestros condones
usados, y me despertó tirándomelos.
Su mano libre acercó un dedo a mi mejilla, y pareció darse cuenta de
mi rostro por primera vez. —Te abofeteó de nuevo, ¿no?
Me encogí de hombros, quitando la mano. —¿Importa?
—¡Por supuesto que importa! Si pone sus manos sobre ti de nuevo, voy a
ir allí...
—¿Qué harás que no hayas hecho antes? Incluso si la haces entrar en
razón, olvidará todo la próxima vez que esté borracha.
—¿Estás bien?
Me encogí de hombros otra vez, sin mirarlo. —Estoy bien. —Código, por
supuesto, para no bien.
—Vamos a ir allí, y llamaré a la policía.
—¿Piensas que ayudará? La última vez que hicimos eso, lo volteó sobre
mí, dijo que estaba pegándole a ella y casi me arrestan.
—Joder —maldijo, porque sabía que tenía razón. Los policías nunca se
encontraban de mi lado.
Había sido demasiado problema incluso pedir a las autoridades ayuda.
—Bueno, voy a caminar allá y mantenerla alejada de ti mientras que
agarras algo de ropa limpia. Mientras tanto, sin embargo, quítate la camiseta.

74 —¿Disculpa?
Sonrió, quitándose su chaqueta, aflojándose la corbata. —Te daré la mía.
No deberías tener que usar esa sucia por un segundo más. —Ya desabrochaba
la suya antes de que hubiera terminado de hablar.
Me quité la camiseta, y a pesar de todo, o tal vez debido a eso, la forma
en que sus ojos se movieron sobre mi cuerpo desnudo de repente estaba
hambrienta por él, insana, locamente, hambrienta.
Lamí mis labios, manos yendo al botón de mis vaqueros. —Dante —
jadeé.
Dejó caer la camisa y la chaqueta en el suelo, acercándose a mí. Todavía
tenía puesta su camiseta interior, por desgracia, pero me encargaría de ella
pronto.
—¿Tienes algo contigo? —pregunté, frotando mi pecho contra el suyo.
Ya sonrojado y jadeando en mi rostro. —Sí. Estaba a punto ir a
encontrarte. —Sacó un fajo de preservativos de su bolsillo—. Por favor, por
favor, consigue la píldora.
Había tenido una paranoia extraña acerca de mi abuela averiguando que
tenía sexo si atravesaba todos los pasos para conseguir la píldora, pero eso,
evidentemente, ya se sabía. —Está bien —jadeé, acariciándolo a través de sus
pantalones—. Lo haré. Tan pronto como me sea posible.
Ni siquiera nos besamos, pudo haber pasado al principio, pero habíamos
ido demasiado lejos. Apoyé las manos contra un árbol mientras me quitaba mis
vaqueros, nos tuvo a ambos listos, y me tomó desde atrás.
Acariciaba mi pecho, boca jadeando en mi oído mientras empujaba
dentro de mí.
Fue rápido, pero aún más tierno que rudo. Me vine con una
intensidad rápida y silenciosa, cerrando los ojos con fuerza, casi sin hacer
ruido.
Él se vino más fuerte, mucho más fuerte, gritando mi nombre mientras se
encontraba profundo y terminaba.
Todavía se hallaba dentro de mí, extrayendo hasta la última gota cuando
de repente se puso rígido.
—Joder. Tiffany —dijo, en voz alta.
Eso, por supuesto, me hizo ponerme rígida. Estaba estirando el cuello
alrededor, ya herida profundamente con sólo dos palabras, asesinato absoluto
en mis ojos.
¿Realmente acababa de decir Tiffany? No lo podía creer.
75 Pero a medida que mis ojos captaban el movimiento en el bosque, todo
tuvo sentido. Allí estaba ella, retrocediendo, los ojos muy abiertos. Nuestras
miradas se encontraron un instante antes de que se volviera y huyera.
—¿Qué demonios fue eso? —le pregunté a nadie en particular.
—Se cruzó accidentalmente con nosotros, creo —dijo Dante, viniendo
demasiado malditamente rápido en su defensa—. No podía haber sabido que
caminaríamos treinta metros en el bosque y empezaríamos a tener sexo.
—Claramente no nos entiende en absoluto, entonces.
—Tenemos que dejar de hacer esto. Son dos veces que alguien ha
estado observándonos en el bosque. No me gusta. —Mientras hablaba, su
peso se quitó de mi espalda y se deslizó fuera de mí.
Me di la vuelta, apoyando la espalda contra el árbol mientras miraba
hacia arriba, arriba, hacia él. —Me puedo controlar si tú puedes. —Seguro era
una mentira, pero una que dudaba que alguna vez probaría.
Como si probara mi punto, sus ojos se hallaban sobre mi cuerpo, una
mano yendo a acunar mi pecho, la otra a mi sexo. —¿Te viniste? Fuiste tan
callada que no pude saberlo.
Me mordí el labio y mentí. —No lo hice.
—Lo siento. ¿Quieres que me encargue de ti? —preguntó, la
voz volviéndose callada y oscura. Se acercó más, con el pulgar rodeando mi
clítoris mientras empujaba un dedo dentro de mí.
Jadeé y asentí. —Por favor, Dante —rogué, porque le gustaba eso, y
como una especie de penitencia por la mentira egoísta, sin sentido. No había
tenido que hacerlo sentir culpable para lograr que fuera abajo sobre mí, pero
por alguna razón quería hacerlo. Necesitaba ese elemento de arrepentimiento
en su caricia.
Él no era el único manipulador aquí.
Bajó hasta las rodillas, colgó una de mis piernas en su hombro, y enterró
su cara entre mis muslos. Empujó dos dedos dentro de mí y se puso a trabajar
en mi clítoris con su lengua, deslizando su mano libre arriba para acariciar mis
pechos.
Agarré su cabello con una mano, la otra cubría la suya sobre mi pecho,
sintiendo mi cuerpo con él. Había algo indescriptiblemente sensual acerca de
experimentar su toque sobre mí a través de mis propios dedos.
Decía su nombre menos silencioso, ojos apuntando suplicantes hacia el
cielo, cuando capté un movimiento con el rabillo del ojo.
Mi cabeza cayó hacia un lado. Era Tiffany. De nuevo. Mirándonos desde
detrás de un pino frondoso.
76
La miré.
Ella me devolvió la sonrisa, se volvió y huyó. De nuevo.
Dante se encontraba de pie, limpiándose la boca antes de que le dijera—:
Tiffany volvió a ver la segunda ronda.
Parecía confundido de manera irritante. —¿Qué? ¿Estás segura?
Me hallaba tan molesta por eso, por el hecho de que su mente funcionaba
de esa manera, que de alguna manera el imaginar verla era posible siquiera
vagamente, que dejé de hablar.
Me puse su camisa, los vaqueros, y empecé a caminar con determinación
de vuelta al remolque de mi abuela.
Estaba detrás de mí. —¿Por qué volvería? No lo entiendo.
Para verte desnudo, casi respondí, pero me mordí la lengua. Cada vez era
más evidente que tenía que averiguar por sí mismo quién y qué era Tiffany.
Estaba enferma y cansada de intentar de mostrarle yo misma. Había perdido la
paciencia.
Dejó caer el tema, que era lo mejor, porque me preparaba para una pelea.
10
“Las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser
comprendidas”.
-Oscar Wilde

Traducido por Daniela Agrafojo


Corregido por Ana Avila

Afortunadamente, mi abuela se había desmayado mucho antes de que


volviéramos al tráiler.
Dante me esperó en el sofá mientras me duchaba y me cambiaba con
ropa limpia.
77 Frotaba mi cabello húmedo con una toalla mientras salía del baño.
—Vayamos a ver una película con ella esta tarde —me recibió con eso.
De inmediato supe a qué y quién se refería, a pesar de que deseé no
hacerlo. Más como que, esperaba haberlo malinterpretado. —¿Qué? ¿Quién?
—Tiffany. Creo que deberíamos salir todos. Ir al cine y por una pizza, o
como sea.
Le di mi mejor mirada de muerte. —No. Diablos, no.
—Sólo inténtalo esta vez. Por mí.
Solo le tomó unas pocas palabras enfurecerme como el infierno. —¿Por
ti? ¿Es tan importante para ti? —Traté con fuerza de no dejarle ver lo mucho
que eso me molestaba.
—Oh, basta. No es así. Honestamente creo que ustedes dos serán amigas.
Podrías hacer algunos amigos más, Scarlett. —Lo dijo amablemente, y eso me
dolió aún más.
Auch. No trataba de ser malo, pero la lástima en su voz fue peor para mí
que cualquier otra cosa.
Y me puso furiosa de nuevo, que no la viera por quien era en verdad. Por
el amor de Dios, nos espió mientras teníamos sexo. Dos veces. Y aun así él
pensaba que era una chica inocente que quería ser mí amiga.
Sabía malditamente bien que Tiffany no quería nada más que yo
desapareciera para siempre. Lo sabía. En mis entrañas. En ese pequeño lugar
amargo donde los instintos y las corazonadas florecían.
Aun así, en esta instancia, mis instintos no parecían ser suficientes para
ninguno de los dos. Lo dejaría verlo por sí mismo. —Bien —dije con los dientes
apretados—. ¿A qué hora?
—La película es a la una y media.
Traté de no apretar los dientes cuando me di cuenta de que ya había
planeado toda la cosa. Con ella.
Me encontraba a punto de perder mi temperamento, pero me aferré a esa
última hebra mientras hablaba. —Bien —dije de nuevo, maldiciéndolo de mil
maneras diferentes en mi cabeza—. Te encontraré allí.
Sus cejas se fruncieron. —No. Te llevaré, por supuesto. ¿En qué estás
pensando?
—Me gustaría estar sola por un rato —dije, intentando ser razonable
cuando quería gritarle—. Te encontraré ahí —repetí.
78 —No —repitió, haciendo que cualquier pensamiento sobre ser razonable
volara de mi cabeza—. No voy a dejarte aquí —dijo con firmeza—. ¿Estás
bromeando?
—Glenda está desmayada. Tomaría un milagro despertarla antes de las
cuatro de la tarde. Y además de eso, planeo encerrarme en mi cuarto y leer. Si se
levanta antes de que me vaya, saldré por la ventana. No tienes que preocuparte
por mí.
Se levantó, la mirada en su rostro diciéndome que finalmente comenzaba
a comprender lo mucho que lo había arruinado. Mi última oración le había
dado una pista. —No. Scarlett, detente. Lo cancelaré, ¿de acuerdo? Vayamos a la
casa de Nana. No voy a dejarte aquí.
Elevé la barbilla. —Lo harás. Vete. Te encontraré a ti y a Tiffany en el cine.
Comenzó a maldecir, y le dejé que lo hiciera, encerrándome en mi cuarto.
—¿Cómo siquiera llegarás allí? —me preguntó eventualmente, su voz
amortiguada a través de la delgada puerta que nos separaba. Había estado
parado ahí por un rato. Me lo imaginaba claramente al otro lado, sus ojos
cerrados, apoyando la frente contra la puerta.
Odiaba esa pregunta, odiaba que ni siquiera tuviera una manera de ir
por ahí, que fuera tan dependiente de él, y nunca le había dado un
pensamiento, hasta ahora, porque hacíamos todo juntos.
—Como dije, no tienes que preocuparte por mí —le dije con una
amargura poco natural—. Puedo descubrir cómo llegar al teatro sin tu ayuda,
Dante.
Simplemente no lo había hecho hasta ahora. Tenía mi licencia, pero
seguro como el infierno que no tenía un auto. ¿Podía tomar prestado el de mi
abuela y devolverlo antes de que se despertara? me pregunté.
Me mataría, decidí de inmediato. Era totalmente posesiva sobre su auto
de porquería. Sólo me había dejado ser pasajera en él quizás cinco veces, mucho
menos dejarme conducirlo sola. El pensamiento era risible.
Aun así, no iba a retractarme. Estaba demasiado lejos. Mi temperamento
oficialmente lideraba el espectáculo.
Dante hizo un sonido de completa frustración. —¿Sabes qué? Bien.
Volveré para recogerte a la una.
Quería golpear la puerta. Mis puños se hallaban apretados en
preparación. —No lo hagas. Ni siquiera estaré aquí para las diez. Como dije, te
encontraré ahí. —Mi boca trabajaba independientemente de mi cerebro, al
parecer. Me sentía separada de mis palabras, como si tuvieran más significado
79 para él que para mí.
Eso tenía sentido, supuse, porque la mitad de lo que decía era sólo para el
efecto. De verdad no tenía manera de hacer el viaje de treinta minutos hacia el
cine.
Al final se fue, y a pesar de que yo también se lo dije, eso no ayudó para
nada con mi temperamento.
Me ponía peor mientras más trataba de calmarme. Me enfurecía entre
más intentaba apagarlo.
Fue desafortunado que Reese McCoy llamara a mi casa justo cuando casi
me había convencido de no ir en absoluto.
Reese había sido persistente en su acoso hacia mí el último año. Nunca lo
alenté de ninguna manera, pero sabía que tenía un flechazo conmigo. Era una
molestia, pero al menos era bueno, lo que era más de lo que podía decir de la
mayoría de las personas.
—Te dije que no me llamaras de nuevo —le dije de inmediato. Salió de
forma natural—. Le diré a Dante que me estás molestando si no te detienes. —
Le dije eso al menos una docena de veces, pero todavía no lo había hecho.
Dante lo pulverizaría, y en verdad no creía que fuera nada menos que
inofensivo.
Pero entonces Reese, con su tímida voz, dijo—: Solo quería saber si
querías salir, o lo que sea. Podemos ir como, al centro comercial, o lo que sea.
Era ridículo que preguntara, pero nadie podía culpar su sincronización.
En cualquier otro día, lo habría insultado por preguntar.
Pero hoy, bueno, en serio necesitaba un aventón. —¿Tienes auto? —le
pregunté.
Juro que lo sentí sonreír a través del teléfono.

—¿Conoces a Tiffany Vanderkamp? —le pregunté a Reese cuando me


recogió en su vieja camioneta Toyota.
—¿Esa chica rica nueva? Sí, la he visto. ¿No vive cerca de aquí?
Demasiado cerca, pensé. —Así es. ¿Te gusta?
Él iba conduciendo para entonces, pero apartó la mirada de la carretera
para lanzarme una mirada cautelosa. —Está bien. ¿Por qué?
80 —Va a estar en el cine. Quizás puedas invitarla a salir más tarde.
Se mordió el labio por un largo rato, finalmente consiguiendo el valor
para decir—: Preferiría invitarte a salir a ti después.
Puse los ojos en blanco. —Sabes que estoy con Dante.
—No, en este momento no lo estás. Ahora mismo estás en mi camioneta,
si no te has dado cuenta.
Eso me calló. Me había metido en un auto con un tipo que apenas
conocía sólo para molestar a Dante. Estaba indefensa, y me lo hice yo misma. El
pensamiento era preocupante.
Afortunadamente, Reese no intentó nada, llevándome directo al cine,
como le pedí, inconsciente de que lo llevaba a una cita doble así le gustara o no.
O a una trampa, dependiendo de cómo lo miraras.
Pero no iba a dejarlo llevarme a casa. Algo en su tono me preocupaba.
Definitivamente era una persona menos incauta de lo que siempre asumí.
La reacción de Dante fue predeciblemente gratificante cuando atravesé la
puerta con Reese.
Ni siquiera me miraba. Sus fríos ojos se encontraban sobre Reese. —
Llevemos esto afuera.
Tiffany, quien había estado junto a él, vio a los chicos irse, pareciendo
contrariada.
—Traté de traerte una cita —le dije—. Supongo que no funcionó.
Ella me estudió. —No me importa ser la tercera rueda.
Le sonreí presumidamente. Una cosa que podía garantizar; Dante dejaría
de enviarla para ser mi “amiga” ahora. —A mí me importa. Una cosa que
también me importa es que nos observes teniendo sexo. ¿Sabes lo triste y
patético que es? ¿Cuán desesperado?
Sus fosas nasales llamearon. Finalmente encontré una grieta en su falsa
fachada complaciente. Bien. La había estado buscando por bastante tiempo.
—¿Qué puedo decir? —mientras hablaba, su voz cambió, todo su
comportamiento lo hizo. Era fascinante y me recordó, como una bombilla
encendiéndose, a la madre de Dante—. Es terriblemente agradable de mirar,
aunque tú sigas interponiéndote en mi visión.
—Como dije, patético —dije asqueada, aunque profundamente lo que
más sentí fue satisfacción. Finalmente mostraba sus verdaderos colores—. Mira
hasta saciarte, porque eso es todo lo que conseguirás.
—De verdad piensas eso —dijo lentamente, probando las palabras—.
Eres confiada, te daré eso. Eres salvaje en la cama, claro. Pero también eres una
81 perra manipuladora. ¿Cuánto tiempo crees que eso va a mantenerlo
entretenido? ¿Cuánto tiempo crees que le tomará darse cuenta de que podría
hacerlo mejor?
Realmente odiaba que sus palabras me hicieran preguntarme lo mismo.
Era escalofriante lo mucho que se sentía como si estuviera hablando con
su madre. Cada matiz en sus palabras estaba elaborado de la misma manera.
Tenía esa amenaza precisa, asesina, e inminente en cada sílaba de su discurso. Y
exactamente como Adelaide, tenía un talento para señalar una inseguridad de la
que tú ni siquiera sabías.
Creaba inseguridades.
Justo como la madre de Dante, sostuve eso en su contra. Para este punto,
tenía toda una lista.
—Y cuando lo haga, estaré justo aquí —continuó—. No voy a ninguna
parte, y soy muy paciente.
—Ni siquiera cree que estés interesada —le dije con incrédula hostilidad,
aunque no sabía con seguridad a quién iba dirigido eso. A Dante, muy
probablemente. El tonto ciego.
Sí, de acuerdo, definitivamente iba dirigido a él.
—Bien —dijo, la palabra llena de cálida satisfacción—. No quiero que lo
sepa. Vendrá a mí cuando esté listo. Sólo observa.
Casi la golpeé, pero me las arreglé para mantener mi compostura lo
suficiente como para alejarme.
Dante volvió más pronto de lo que habría creído posible, y viéndose lo
suficientemente furioso como para escupir fuego, se dirigió directamente hacia
mí. —Muy bien —dijo apretando los dientes—. Mensaje recibido. Nos
mantendremos alejados de Tiffany, mientras me prometas que te quedarás lejos
de Reese McCoy.
—Lo prometo —le dije solemnemente, sintiéndome como si por fin, al
final, hubiera sido escuchada.
Algunas medidas drásticas saldadas.
—Larguémonos de aquí —dijo, agarrando mi mano.
Le sonreí a Tiffany mientras nos excusaba, girando la cabeza para
mantener su mirada fija con placer mientras él envolvía un brazo solícito
alrededor de mi cintura y me empujaba hacia el exterior.
Sentí que había ganado, porque allá había sabido que era más que una
batalla; era una guerra.
Un poco más tarde, en la noche, antes de que lo trajera de nuevo.
82 Dante se encontraba de un humor mucho, mucho mejor para entonces.
Estábamos en el asiento trasero de su Audi, estacionado profundamente en el
bosque, a varios kilómetros de su casa. Se hallaba encima de mí, recuperando el
aliento, besando mi sien de vez en cuando, su gran, firme y comestible pecho
justo en frente de mi cara.
Me contoneé debajo de él, y eso lo hizo gemir. Todavía seguía dentro de
mí. —Tengo que volver a casa —le dije.
—No —dijo mientras se salía—. No va a pasar. Voy a mantenerte.
Estaba de un humor serio, pero eso me hizo sonreír. —Promesas,
promesas.
Me besó ligeramente. —Sin embargo, lo digo en serio. No está bien que
no podamos dormir juntos. Tiene que haber una forma. Voy a mudarme con
Nana. Creo que tú deberías hacerlo, también.
—¿Crees que eso no me encantaría? Pero mi abuela nunca estaría de
acuerdo, y todavía no tengo dieciocho.
Me besó de nuevo. —Encontraremos una manera.
No compartía su optimismo, pero mantuve mi paz.
Me llevaba a casa cuando pregunté—: Está loca, ¿lo sabes, verdad?
—¿Quién?
—Tiffany. —Dah.
No puso los ojos en blanco, pero estuvo cerca. —Sí, soy consciente de que
no te agrada.
—Es un clon de tu madre —le dije. Quizás eso lograra llegar a él.
No lo hizo. Sólo me miró más molesto. —Por favor. Estás exagerando.
Tiffany es inofensiva.
Famosas últimas palabras, pensé dramáticamente en ese momento.
Pero tenía más razón de lo que sabía.

83
11
“No permitas que tus heridas te transformen en alguien que no
eres”
-Paulo Coelho

Traducido por Kath1517


Corregido por Getze Dom

Scarlett
84

Desperté sintiéndome extraña. Estaba en casa, en mi propia cama, pero


no sabía qué hacer. Revisé mi teléfono, vi varias llamadas perdidas y mensajes
de texto de Bastian, y recordé que había prometido llamarlo el día anterior.
¿Pasé todo un día desmayada? No parecía posible, pero debió haber sido
eso. Me había despertado el día anterior en Seattle con una resaca terrible y el
corazón adolorido.
¿Qué se suponía que hiciera ahora?
Como una respuesta a la pregunta, mi teléfono comenzó a sonar.
Era Bastian.
—Hola —saludé.
—¿Estás bien? —preguntó, sonando más preocupado de lo que debería.
¿Estaba bien? No. ¿Iba a estarlo? ¿Quién sabia?
Yo no.
—Estoy bien —le dije. El código de una chica para decir: no preguntes
cosas tontas, claro que no estoy bien—. Todavía tengo que hacer un poco de
investigación por ahí, y tengo más preguntas para ti, pero sólo necesitaba
asegurarme que estabas bien.
—¿Dónde está Dante? —pregunté.
—Aquí. En algún lugar de Seattle, creo. Voy a intentar encontrarlo hoy.
—¿Encontrarlo? No me dijiste que se encontraba perdido. —Parecía
como algo que debería haber mencionado, considerando lo mucho que
habíamos hablado esa noche.
—Te dije que ha estado pasando por un momento difícil.
No me molesté en decir que una cosa no tenía que ver con la otra.
—Escucha —me dijo sombríamente—. No hagas nada apresurado. No te
enfrentes a nadie. De hecho, sería mejor si actuaras como si todo fuera normal.
Todavía tengo que investigar mucho. Mientras menos piensen que estamos tras
ellos, mejor.
Me sentí con un poco de nauseas. Este hombre alborotaba el avispero y
no entendía (no del todo) lo que estaba a punto de atacarlo.
Pero lo que hacía… necesitaba que se hiciera.
—No me enfrentaré con nadie —le aseguré—. Todo estará normal por mi
lado. Buena suerte. Y… gracias.

85 —No tienes que agradecerme —dijo, algo fuerte entró en su voz—. Estoy
haciendo esto por mí, así como por cualquiera. Estaré en contacto pronto.
Me sentí extrañamente mejor después de colgar, un poco más animada.
Mi estómago gruñó y me di cuenta de que tenía hambre.
No podía recordar la última vez que había tenido apetito.
Me encontraba rebuscando en el refrigerador, hurgando por el desayuno,
cuando Demi llegó a casa con una mujer que no había visto antes. Ambas tenían
los brazos llenos de víveres.
Demi sonrió cuando me vio.
—Esta es mi amiga, Moonbliss. Nos conocimos en Om Nom Organics la
semana pasada y conectamos.
Para ser justa, Demi conectaba con todo el mundo. Y si suponía
correctamente, acababa de adoptar a otra persona solitaria. Venían de todos los
ámbitos de la vida.
Saludé a su amiga educadamente, incluso aunque podía decir con sólo
con una mirada que era una de esas.
Con la tez cetrina. Delgada de una forma insalubre. Ojos grandes y
vidriosos. Cabello marrón sin teñir, sin tratar, sin ningún producto.
Era vegetariana. No, peor. Mucho, mucho peor.
Una exprimidora. Una pura y vegetariana de jugos.
Y, ¿Moonbliss?
—¿Oh, vas a desayunar? —Señaló Demi—. ¡Justo a tiempo! Estamos a
punto de cocinar algo.
Miré sus bolsas de víveres reusables con duda.
—¿Qué iban a cocinar?
Moonbliss observó horrorizada nuestro intercambio.
—¿Cocinar? Oh, no. Nosotras nos cocinamos. La comida cocida es
comida sin valor. Nosotros preparamos.
Me divertía demasiado como para poner los ojos en blanco.
—¿Qué estaban por preparar?
—Batidos verdes.
—Suena delicioso —dije secamente.
Moonbliss no entendió el sarcasmo.
—Oh, es simplemente como el Nirvana. Lo hago con buenos verdes y
almendras activadas.
86 Todavía estaba pronunciando ¿almendras activadas? hacia una confundida
Demi cuando Moonbliss habló de nuevo:
—¿Te gustaría uno, Scarlett? Parece que te podría venir bien algo de
polvo cerebral.
—Polvo cerebral. —Preguntaba por eso tanto como intentaba pronunciar
las palabras—. ¿Acabas de decir polvo cerebral?
—Espera, ¿qué? ¿Es en serio? ¿No comes polvo cerebral?
¿Yo hablaba en serio? Se me hacía más y más difícil darle respuestas
concretas, pero mientras más la dejaba seguir, mejor era la recompensa.
Claramente.
—¿Fue inventado por una virgen? —pregunté, sin expresión—. ¿En el
tercer día de un nuevo ciclo?
Demi se mordió los labios para evitar reírse, apartando la mirada de mí.
Moonbliss me lanzo una mirada que me dijo que acaba de hacer a la luna
mucho menos alegre2.

2Es un juego de palabras. El nombre de la chica se compone de las palabras Moon: Luna y Bliss:
Felicidad.
—¿Quieres uno o no?
—¿Harán algo más? —pregunté con esperanza—. Tal vez algo con
alimentos sólidos, ¿o carne?
—Me considero una purista —explicó con altivez—, y no hay nada puro
en la carne.
—Un buen bistec sabe puramente delicioso —dije.
—No ingiero nada con un rostro. Creo que, como seres humanos, hemos
evolucionado más allá de eso. ¿Tú no?
Segura como el infierno que yo no había evolucionado.
—¿Oh, yo? No como nada de occidente. Eso es buscarse problemas.
Me estudió con los ojos entrecerrados por un momento, luego volvió a su
preparación.
Tomé asiento en uno de los taburetes alineados en el mostrador que
apuntaban hacia la cocina. Amos rodeó mis piernas, y le di unos toquecitos
ausentemente. Lamió mi rodilla, y lo dejé, porque lo hizo con amor.
Me sentí un poco mal por burlarme de Moonbliss, así que dije:
—Tomaré un batido verde, gracias.
—Moonbliss me ha estado enseñando a coci… a preparar unas recetes
87 maravillosas —me dijo Demi animadamente—. Está por publicar su primer
libro de cocina.
No me sorprendía ni un poco.
—Qué genial. Felicitaciones. ¿Cuál es el nombre? Me aseguraré de
conseguirlo.
—La misión de mi alma es cruda: Sanando las heridas del universo con
un sistema digestivo humano a la vez.
Parpadeé.
—Muy fácil de digerir. Oh, mira, hice un juego de palabras.
Incluso Moonbliss se rió con eso. Supongo que incluso a ella le gustaban
los juegos de palabras.
—Este batido se complementa mejor con una hora de yoga Kundalini —
nos explicó.
Es una vergüenza admitirlo, pero de hecho sabía a eso.
—Pero no hay tiempo de eso hoy. ¿Mañana, Demi?
—Seguro —dijo Demi. Demonios, ella sí que se comprometida.
—¿Quieres unírtenos para yoga mañana? —me invitó Demi.
El yoga jamás había funcionado para mí. Era más bien el tipo de chica
atlética de campamento de entrenamiento. Atletismo, flexiones, abdominales,
sentadillas. Cosas que dolían, pero funcionaban. Lo mantenía simple.
—Oh, no gracias —dije llanamente—. Me gustaría hacer yoga mental.
—¿Yoga mental? —preguntó Moonbliss, con sospecha.
—Sólo pienso en eso con mucho esfuerzo hasta que los resultados se
manifiestan por si solos.
Al menos hizo reír a Demi. No puedo complacer a todo mundo.
Le tomó una maldita eternidad a Moonbliss hacer los batidos. Nos
enseñó cada paso, pero era tan complicado que dudaba haber memorizado algo
de eso.
No había azúcar, el batido era horrible… todo, desde el color, hasta el
sabor y la textura, pero me lo tomé de todos modos. Valía la pena el precio de
admisión por este loco tren.
También, había estado tratando a mi cuerpo como el infierno
últimamente y no podía lastimar comenzar a remediar eso. Pasos de bebés para
volver a ser un humano de nuevo.
Mientras bebíamos, Moonbliss (se abrió y admitió que sus padres de
hecho la habían nombrado así, la pobre chica jamás tuvo oportunidad) nos
88 contó sobre su comida día a día. Sonaba demasiado desgastante y confuso para
mí, y me gustaba cocinar.
Oh, pero espera, ella no cocinaba. Supongo que no me gustaba eso de
preparar.
—¿Cuándo encuentras tiempo para manifestar los propósitos de tu
corazón? —interrumpí con descaro en un punto sólo para dejarla recuperar el
aliento.
No se detuvo. Me sorprendió.
—Oh, eso es fácil. Nunca me salto mi hora de meditación Kundalini a
primera hora de la mañana. Es crucial para la cultivación progresiva de mi
alma. Crucial.
Era como un gusto adquirido, algo así como su batido verde. Una cosa
que podía decir de ella, sin embargo: amaba a Amos. Mucho. No podía quitarle
las manos de encima después de que terminó su batido, rodando por el suelo
con él, frotando su vientre como le gustaba. Amos, como siempre, no podía
conseguir suficiente afecto, y tenía un lugar bueno en mi corazón para
cualquiera que pudiera amar a nuestro mestizo adoptado.
—Creo que tu perro es mi espíritu animal —dijo en un momento.
Estuve a punto de ahogarme con mi batido, pero me recuperé
rápidamente.
—El mío es esa botella de Costco medido de Patrón en el mostrador.
Moonbliss me miró raro, pero me dejó.
—¿Qué hay de ti, Demi?
—Sí, ¿qué hay de ti, Demi? —repetí.
—Nunca pensé en eso. ¿Tal vez un unicornio morado? Uno bebé.
Le sonreí. Demonios, me caía bien. Nos habíamos vuelto muy cercanas
últimamente. Y se lo atribuí a su tierno corazón, en especial cuando se trataba
de las criaturas heridas.
Era especial con todos.
Moonbliss no pudo quedarse mucho. Tenía mucha curación del mundo
herido por hacer para su misión del alma antes del atardecer, pero era lo
suficientemente considerada como para escribir algunas recetas que
energizarían los chacras antes de irse. Me pasó el pedazo de papel con una
floritura, como si pensara que fuera una prescripción.
—Siempre, para ti, y el polvo espiritual; necesitas toda la ayuda que
puedas conseguir para el camino de la paz interior.

89 Bien dicho. Nadie nunca me había acusado de ser pacífica.


Estudié la lista.
—Y si tienes ansiedad por dulces, dosifícate con un poco de polen de
abeja. Es divino.
—¿El polen es vegano? —pregunté, sólo por hacerlo.
—Mi alma no siente conflicto por eso —dijo como respuesta.
¿Eso no pone a tu chacra pegajoso? Casi pregunté, pero me contuve, apenas.
—Ensalada de fideos de trigo. Sopa de calabaza rostizada. Feldespato
denudado. Todas esas deberían ser comidas de primera necesidad para ti.
—¿Deberían ser… activadas o… regulares?
Inclinó su cabeza hacia un lado y me estudió como si yo fuera la rara.
O tal vez se dio cuenta de que sólo la molestaba.
—Oro para que tu tarde sea despreocupada como una brisa de enero —
fueron las palabras para irse.
—Adiós —dije en respuesta.
—Te veo mañana —contestó Demi.
—No te cae bien, ¿verdad? —preguntó cuándo nos quedamos solas.
Estuve sorprendida de que hubiera tenido esa impresión.
—De hecho, sí. Y me gusta tenerla alrededor. Pone a prueba mi talento
para la improvisación.
Me reí un poco, pero sí me hizo pensar. No me había estado
preocupando por mí últimamente. Por lo general intentaba practicar un buen
balance de ejercicio y comida saludable, con una pizca de alcohol en las noches
de fiesta.
Necesitaba volver a preocuparme por mí de nuevo.
Porque necesitaba comenzar a preocuparme por mí de nuevo.
—¿Ella es real? —pregunté a Demi—. ¿Montaste todo eso para joderme?
—La encontré desesperada en la sección de productos. Su novio la dejó
por una mujer más joven, y se siente perdida. Toda su energía está concentrada
en encontrar algo, real o falso, que la haga sentir mejor. Puede ser… pertinaz y
excéntrica, pero es una buena persona, y quiero ayudarla. Ya me conoces… sólo
me gusta ayudar. Me da un propósito.
Bueno, demonios. Una lección dada de una chica de veintidós años con
un corazón puro. Se podría pensar que sería desmoralizante, pero de hecho es
un poco esclarecedor. Nunca se sentía mal ser sólo buena con las personas.
En mi caso, sabía que debía comenzar conmigo misma.
90 —¿Vas a intentar una de esas recetas para nosotras esta noche? —
pregunté.
Mostró un hoyuelo con su sonrisa.
—Si lo haces, por favor, por mí, sólo asegúrate de que el trigo haya sido
desgranado por un cacique del Amazonas durante la temporada de lluvias en la
luna de sangre. Es muy importante. —No pude evitarlo. Ser una sabelotodo era
parte de mi ADN.
Ambas perdimos el control, riéndonos hasta que las lágrimas corrieron
por nuestras caras.
—Lo tengo —jadeó—. Y no tienes que preocuparte por el feldespato,
tampoco. Me aseguraré de que sea denudado por una virgen durante la época
de inundaciones y que apunté al oeste, por supuesto.
No era la única que había tenido entrenamiento en improvisación.
—Eso suena a que alguien va a aumentar los niveles de ironía en mi
sangre —dije despidiéndome, sintiéndome algo parecido a despreocupada por
primera vez y ni siquiera sabía desde hace cuánto.
Había planeado pasar el día con una maratón de Vanderpump Rules para
poder sentirme mejor conmigo y peor con la humanidad, pero sentí un
renovado sentido de propósito, del que me negué a culpar al batido verde, así
que fui a una satisfactoria y larga carrera en cambio.

91
12
"Si quieres ser amado, sé digno de ser amado."
-Ovid

Traducido por Beatrix


Corregido por Vane Farrow

Scarlett
92
Lo había hecho de nuevo. Me hizo enojar tanto que ni siquiera podía
mirarlo. Lo prometió. Prometió que no tendría nada más que hacer con Tiffany,
que ninguno de nosotros lo haría. Pero luego justo antes del último periodo,
mencionó, así como si nada, que ella vendría a casa de Nana para la cena esa
noche. Sus padres se hallaban fuera de la ciudad, y no creía que debería comer
sola.
Se sentía como una doble traición, ya que Nana estaba de acuerdo en
esto. ¿Le gustaría Tiffany ahora también?
¿Cuánto tiempo antes de que ambos le prefirieran sobre mí?
No podía soportarlo. Cuán insegura me sentía, cómo Dante
completamente ignoró mis sentimientos por consideración a otra persona.
Ni siquiera me enfrenté a él. Sólo me fui. Me siguió a mi clase, y luego a
mi pupitre.
Me senté, mirando al frente.
—Estás molesta —dijo, y tuvo el descaro de sonar enojado.
—Vete —dije rígidamente cuando sonó la campana.
La clase de Dante se encontraba al otro lado del campus, nada cerca, así
que no tenía más remedio que marcharse. —Volveré antes de la práctica. No te
vayas —dijo en un tono que me pareció insoportable. Hubiera tenido más
suerte ordenándome que me fuera—. Vamos a hablar antes de que saques esto
de proporción.
Fulminé con la mirada su espalda, esperando un segundo, el tiempo
suficiente para que se fuera, y me levanté.
Mi profesora de Historia, la señora Banks, me nombró una vez, luego
otra vez.
—No me siento bien —le dije—. Voy a casa. —No trató de detenerme,
aunque probablemente me arrepentiría después. Mi asistencia era siempre un
problema debido a mi odio a la escuela y amaba irme antes de que terminara.
Caminé a casa casi a ciegas, mirando mis pies, siguiendo el sendero, mi
mente en otro lugar. Varios lugares de hecho, pero sobre todo en la reacción de
Dante cuando se diera cuenta de que no me había quedado donde debía. Estaría
enojado. Probablemente incluso se saltaría la práctica para enfrentarme
inmediatamente.
Patética es lo que era, esperaba que lo hiciera. Necesitaba, una y otra vez,
como un disco rayado, que me mostrara que nunca se cansaría de mí, no
importa lo defectuosa que era. Lo insegura. Cuán indigna de ser amada.
93 Nunca había hecho las paces con ser abandonada. Tenía la certeza de que
nunca lo haría. Todavía encaraba la realidad de eso todos los días, preguntando
por qué era tan inútil, preguntando cuándo sería abandonada de nuevo.
Mi respuesta a eso era desencadenar mi rabia impotente sobre una
persona quien pudiera soportarla. Quien no me dejaría. A quién le importara lo
suficiente como para perseguirme cuando corriera.
Estaba sumida en mis pensamientos mientras me acercaba al arroyo.
Había un sendero más largo a la casa, con un puente sobre la pequeña masa de
agua, pero cuando hacía tan buen clima, nunca merecía la pena, cuando uno
podía saltar las rocas en la ruta más corta. Era difícil, pero conseguí hacer el
equilibrio hace años.
Era un día demasiado caluroso tan sólo a unas semanas en el año escolar,
por lo que llevaba pantalones cortos. El sol brillaba, una brisa burlaba a la
deriva a través del bosque. Mi estado de ánimo empezaba a mejorar más, ya
que tenía un poco de tiempo y espacio lejos.
Me equilibré para tomar la primera gran arremetida. Una vez que
empezabas, lo mejor era sólo para pasar directamente al otro lado, sin parar.
Sucedió rápido, tan rápido que más de ello se procesó en retrospectiva
que en tiempo real.
El arroyo era pequeño, pero ruidoso. Lo suficientemente ruidoso como
para ahogar los sonidos de hasta un hombre grande moviéndose directamente
detrás de mí.
Sucedió rápido, tan rápido, todo eso. Algo duro me golpeó en la parte
posterior de la cabeza. Vi estrellas, y mi mundo dio un giro a lo más oscuro.

Eran horas más tarde y todavía me sentía enojada. Había estado


arrastrando los pies de la estación de policía al hospital. Me hallaba en una
cama de paciente ahora, y no me dejaban salir. Todo lo que quería hacer era ir a
casa, ducharme, y acurrucarme en una bola, pero tenía una mala contusión por
lo que no ocurriría hasta el día siguiente como muy pronto.
Y mientras tanto, dos policías, un hombre que se presentó como el
detective Harris, y una mujer que se había presentado como detective Flynn,
me hacían las mismas preguntas, una y otra vez. No parecían querer mis
respuestas, porque cada vez que contestaba a la misma pregunta de la misma
manera, la mujer policía se veía cada vez más disgustada.
94
Me provocaron una fuerte aversión casi de inmediato.
Ella primero y comenzó al momento en que me habló. Había algo en su
voz que no me gustaba, algún trasfondo de hostilidad. No, era más que
hostilidad. Era un juicio. Frío y final. Esta mujer tenía una opinión sobre mí y se
hallaba escrito en piedra.
No sé por qué no me gustó Harris en un primer momento, pero no lo
hacía. Tal vez mis instintos intentaban decirme desde el principio que algo se
hallaba mal con él.
Mirando hacia atrás, es fácil pensar así, pero si era así en el momento, no
podía asegurarlo.
Y peor que todo eso, no le permitieron a Dante verme. Lo había oído,
varias veces, haciendo un alboroto al respecto, metiéndose en problemas en
algún lugar del hospital, haciendo todo lo posible, lo sabía, para
compensármelo, pero hasta ahora él perdía.
Necesitaba que ganara. Necesitaba ver su rostro, sentir sus manos
sosteniendo las mías, absorber su presencia confortándome.
Un punto positivo: los detectives parecían haber terminado, como yo.
Por último, Flynn llevó al oficial masculino al otro lado de la habitación, al lado
con una segunda cama, actualmente vacía, cerrando la cortina detrás de ellos.
Los detectives comenzaron a hablar entre sí acerca de mí, voces en tono
bajo, pero no lo suficiente.
Flynn dejó claro desde el principio que pensaba que todo era un
desperdicio colosal de su tiempo.
—Es la hija de Renee Theroux y Jethro Davis —decía—. ¿Podemos
realmente creer cualquier historia que esté contando? ¿Qué esperas? Quién sabe
en qué tipo de problemas se metió, y con quién. ¿Deberíamos aceptar su palabra
de que algún vagabundo que ha estado viviendo en el bosque simplemente se
acercó y la atacó?
Sentí mi cara poniéndose roja, me sentía tan enojada.
—Es obvio que fue atacada, y que hubo un asalto sexual —respondió
Harris—. No hay nada más relevante. Tenemos que averiguar quién la atacó. Y
sabes tan bien como yo que esta no es la primera vez que hemos recibido un
informe como este.
—¿Así que se supone que debemos empezar a escarbar en el bosque y
atrapar a cada hombre sin hogar con un punto cerca del río? —dijo Flynn con
impaciencia—. ¿Con base a su palabra? ¿Esa chica se mete en peleas con todo el
95 mundo, todo el maldito tiempo, ahora tenemos que investigar uno de sus
altercados como si fuera una víctima?
—Sí, tenemos que investigarlo. Ese es nuestro trabajo. Este fue un asalto,
no una pelea. No te olvides, tenemos pruebas, y hay varios delincuentes
sexuales. Por no hablar de todos los casos sin resolver que tenemos. No sería
malo para nosotros, en general, empezar a mirar a alguno de los vagabundos
que han establecido una tienda junto al agua.
¿Era así como sonaba lo de poli bueno, poli malo? Nunca lo experimenté
antes. Todos los policías eran malos para mí.
Y no tenía sentido. No podía entender por qué estaría utilizando esta
táctica en una víctima. Oh, espera, eso es lo que era. Flynn decidió que no era una.
Dios, odiaba a los policías. Odiaba que incluso hubiera tenido que llamar
a la policía, pero estaba furiosa y quería al asqueroso atrapado.
—Bien —dijo Flynn de manera cortante—. Volvamos a la estación y
comencemos el papeleo.
—Está bien. Adelante. Voy a tener una charla con ella.
Miré a Harris con cautela mientras se acercaba de nuevo a mí, con una
mirada de disculpa. —Volveré para la investigación pronto. —Puso una tarjeta
en la mesita de noche—. Llámame si necesitas cualquier cosa.
Asentí, masticando mi labio y mirando mis manos. —Gracias, detective
Harris.
—Llámame John.
En particular no quería, pero… —Gracias, John. ¿Crees que este tipo ha
hecho esto antes?
—Creo que es muy probable que se trate de un atacante en serie, sí.
—¿Cree que usted lo agarrará?
—Siempre y cuando cooperes, me aseguraré de que lo hagamos, Scarlett.
—Eso me pareció extraño, pero estaba demasiado distraída para pensar en ello
durante mucho tiempo—. Cuídate. Estaré en contacto.
Se fue, y Dante, finalmente, entró. Se movió hacía a mí en silencio,
cerniéndose sobre mí, entonces suavemente tomó cada una de mis manos entre
las suyas.
Ni siquiera podía mirar su cara después del primer vistazo. Era como
mirar a una herida abierta. Estaba enojado, dolido y avergonzado, y de nuevo,
molesto, pero él había ido a otro ámbito. Sabía que esto era su peor pesadilla.
96 —¿Estás bien? —preguntó, con voz temblorosa.
—Sí —le dije, porque era cierto. Había sido atacada, sí, pero sabía que
podía haber terminado mucho, mucho peor.
—¿Quién fue? —preguntó, y sabía que lo haría.
Cerré los ojos. No quería decirle. Estaba demasiado lejos para
enloquecer, y si tenía idea de lo mucho que a la policía le importaba un comino
la búsqueda de ese tipo, lo haría por sí mismo, lo sabía. —No —dije en voz
baja—. La policía va a manejar la situación. —No me creía ni a mí misma, pero
ese no era el punto—. Estoy un poco magullada y cabreada, ¿de acuerdo? No
hagamos de esto una gran cosa.
Una de sus calientes manos se movió para ahuecar mi mejilla. —
¿Quieres hablar acerca de ello? —preguntó—. No sé qué hacer. Me siento tan
impotente.
No quería hablar de ello. Se sentía como si hubiera hablado de ello
demasiado, pero pensé que sería mejor hacerle saber lo que realmente sucedió
que dejarlo especular y pensar lo peor.
Agarró mi mano demasiado dolorosamente en medio de la narración,
pero se quedó muy quieto y en silencio, y sabía sin tener que preguntar que
pasaba a través de su propio infierno personal.
Nana entró poco después. Entre ellos, hicieron un alboroto lo
suficientemente grande sobre mí que me sentí verdaderamente cuidada, y,
aunque me avergonzaba un poco, me sentí reconfortada.
Dante pasó la noche conmigo en la habitación del hospital, incluso
después de un enfrentamiento inicial con mi enfermera. Creo que ella decidió
que no valía la pena.
Me dieron de alta al día siguiente, y las cosas se hallaban casi empezando
a sentirse normal de nuevo, o al menos tan normal como era posible.
Hablábamos como si nada hubiera sucedido, bromeábamos, tomando el
pelo uno a otro, mientras me preparaba para ir a casa.
Mientras Dante me ayudaba a vestirme, tuvimos otro mal momento
cuando vio mi torso magullado.
Bajé la mirada a mis pechos. Eran negros y azules. No era de extrañar
que doliera malditamente tanto.
Dante había estado sosteniendo el sujetador, pero lo dejó caer de sus
manos, su respiración entrecortada. —Jesús. Mira lo que te hizo. Voy a
jodidamente matarlo.
La enfermera entró mientras decía eso, y le envió una mirada de
asombro.
97 —No puedo usar un sostén en este momento —dije en forma práctica—.
Sólo dame una camiseta.
—Voy a hacer eso —dijo Dante a la enfermera, con un tono agudo,
mientras renovó sus esfuerzos para vestirme.
Deslizó suavemente por mis brazos una enorme camiseta mientras
respondía escuetamente—: Tengo todo bajo control. —No se llevaban bien. Era
difícil, debido a su enfrentamiento por pasar la noche antes.
Pero la enfermera sólo se preocupaba de un punto. Decidió claramente
que no valía la pena molestarse y nos dejó con una última mirada.
Ni siquiera hablamos de ello, pero me llevó directamente a la casa de
Nana en lugar de a la mía, y ella ya nos esperaba, una gran habitación en la
esquina de arriba preparada para mí. Tiré a Dante en la cama conmigo y se fue
al instante en que volví a dormir.
—Jodidamente odio ese tipo, al detective —dijo Dante bruscamente en la
cena.
Me sorprendió. —Es el único que parece como si estuviera tratando de
ayudarme.
—No me gusta. No me fío de él. Parece malo.
Me encontraba tan acostumbrada a él siendo celoso, que esa fue la
primera conclusión que saltó a mi mente. El detective Harris era un hombre de
muy buen aspecto, incluso distraída y conmocionada, me di cuenta, y entonces
había tenido el valor de mantener lejos a Dante de mí durante horas después
del ataque. Por supuesto, a Dante no le gustaba. No me gustaba mucho
tampoco.

98
13
“Estamos aterrorizados y nos desanimamos por trivialidades, nos
hemos dejado acabar por nada”.
-Charles Bukowski

Traducido por MaJo Villa


Corregido por Vane Farrow

Lo peor del ataque era la forma en la que me hizo cuestionar todo a mi


alrededor. Me hizo ver todo de otra manera. El bosque rodeando nuestras casas
había sido el hogar de muchos de los buenos recuerdos en mi vida, una fuente
de nada más que alegría y encanto, pero, de repente, era todo lo contrario.
Ahora era un lugar oscuro y misterioso, las sombras más opresivas y
99
amenazantes.
Al cabo de unos días, todavía temblaba más de lo que le admitiría a
alguien, pero más o menos de nuevo me hallaba en mi rutina diaria, y pensé
que estaba feliz de dejar todo detrás de mí. La policía haría su trabajo, y
continuaría con mi vida justo como antes.
Bueno, no del todo. No me fui de lo de Nana, y ya no íbamos caminando
hasta la escuela o de regreso. Dante nos empezó a llevar en el auto, y me
encontraba más que de acuerdo con la idea.
Sabía que me metería en problemas a medida que pasaban unos días, y
todavía no me había ido de la casa de Nana.
Se sentía tan bien quedarse en un lugar en donde me querían, así que
dejé para otro momento el volver a casa.
Finalmente, hice que Dante me llevara de regreso a la casa rodante
después de la escuela. Si se hubiera salido con la suya, habríamos evitado
simplemente el lugar, por completo y para siempre.
—Vuelve a la práctica —le dije—. Puedes venir a buscarme cuando hayas
terminado.
No pareció contento por eso. —A la mierda la práctica. No te voy a dejar.
No iba a cambiar de opinión respecto al tema, y en secreto me sentí
aliviada.
—Oh, mira quien decidió volver a casa después de tres jodidos días. —
Fue el saludo de Glenda mientras entraba en la casa rodante por primera vez
desde el ataque—. No escuché ni una palabra de tu parte, ni siquiera me
llamaste, y entras como si todavía vivieras aquí.
—¿La abuela no te lo dijo…?
—Ella no es tu abuela, y debiste habérmelo dicho. Algo así sucede, y ¿ni
siquiera llamas?
Ni siquiera lo había considerado. Cuando necesitaba a alguien o algún
apoyo o consuelo, nunca pensaba en ella.
—¡Quieres permanecer en esa colina lujosa, continúa haciéndolo,
mocosa! ¡Nunca te quise aquí de todos modos! ¡Recoge tus cosas y vete! —dijo y
se fue con un portazo.
Oh, claro, pensé. Era viernes. Interrumpía su borrachera semanal, y asumí
que se dirigía a un bar para remediar eso.
Dante presionó su pecho contra mi espalda, inclinándose para besar mi
sien. —¿Estás bien?
Reflexioné la respuesta. —Dijo que me fuera. Tengo que irme.
100 Envolvió nuestros dedos y pasó su rostro por mi cabello para
acariciarme. —Jesús. Es cuestión de tiempo, maldita sea. Solo piénsalo,
podremos despertar juntos cada mañana. Vamos a empacar tus cosas y
larguémonos de aquí.
Me encontraba un poco sorprendida por la cantidad de cosas que en
realidad tenía. Llenamos todo su coche y todavía no habíamos terminado ni
siquiera, pero estaba cansada, así que dejamos de hacerlo. Podría ir a buscar el
resto después.
No podía creer que tuviera la oportunidad de irme del jodido remolque
que tanto odiaba para quedarme de forma permanente con Nana. Daba vueltas,
casi mareada por ello. Se sentía como si Dante y yo hubiéramos estado
esperando toda la vida por vivir juntos, y finalmente iba a suceder. Podríamos
estar juntos, durante el día y por la noche. Sólo la idea de eso eclipsó todo lo
demás que había sucedido, por un tiempo, y casi fui feliz.
Pero no estaba destinado a que durara.
Al día siguiente tomé prestado el coche de Dante, mientras se encontraba
en la práctica de fútbol, diciéndole que me sentía cansada y que me iba a casa
de Nana a acostarme.
—Puedo saltármelas. Te llevaré a casa. —Parecía que quería hacerlo. El
fútbol había caído muy bajo en sus prioridades desde el ataque.
Todo tenía un rayo de luz de algún tipo.
Lo desestimé con la mano. —No, no te molestes. ¿A menos que te
importe que te pida prestado el coche?
—Por supuesto que no. Ten cuidado. Yo puedo simplemente caminar a
casa.
Me preocupaba que hiciera eso, no porque pensaba que lo atacarían
como a mí me había ocurrido, obviamente. Me preocupé porque sabía que
quería hacerlo. Había sido incesante y finalmente me había sacado la
información de quién fue el atacante.
101 Era un hombre sin hogar que veíamos casi todos los días en nuestro
camino a casa. Sin confundirlo. Dante no sólo supo quién era, sabía dónde
encontrarlo.
Sabía que iría tras el tipo si le daba media oportunidad.
—Voy a volver a buscarte —le aseguré.
No me dirigí directamente a lo de Nana. Tenía algunas cosas todavía que
sacar del remolque de Glenda, e imaginé que cuanto antes lo hiciera, sería
mejor. Ella era capaz de quemar las cosas si las dejaba allí por mucho tiempo.
Casi había terminado de empacar una última caja pequeña de fotos y
recuerdos cuando oí el fuerte sonido de un coche de tracción estacionándose en
el camino de grava de la abuela.
Miré por la ventana. Era un viejo sedán, de color marrón, y mientras
miraba, el detective Harris salió de él.
No me alegraba verlo.
Quería que el maníaco que me había atacado fuera atrapado, pero ya
tenía suficiente de tratar directamente con la policía.
Aun así, fui hasta la puerta y lo saludé.
Sonrió y me preguntó cómo estaba, citando que no había querido
intimidarme al haberme llevado a la estación de nuevo para hacerme más
preguntas, lo cual pensé que se suponía debía ser agradable.
Agradable, pero estresante. No quería estar a solas con un hombre
extraño después de lo que acababa de pasarme.
Aun así, sí odiaba la estación de policía. Siempre me hizo sentir
paranoica. Estaba tan acostumbrada a meterme en problemas que se sentía algo
instintivo el permanecer lejos de un lugar como ese.
—¿Dónde está la detective Flynn? —pregunté con cautela. En realidad,
ella no me agradaba.
—En la estación, haciendo algo de trabajo de oficina. Me dio la impresión
de que te sentirías más cómoda sin ella. —Mientras hablaba, miraba a su bloc
de notas, anotando algo que no podía distinguir—. ¿Puedo entrar?
No quería dejarlo entrar. Sentí un poderoso impulso de rechazarlo, de
hecho. —¿Puedo llamar a mi amigo?
Inclinó su cabeza hacia un lado. —¿Por qué?
—Para, ya sabes, tener un amigo aquí conmigo para esto.
—No entiendo.
—Me haría sentir mejor.
102
Me sonrió amablemente. —Soy tu amigo, Scarlett. Y no creo que sea...
conveniente hacer que algún adolescente se involucre en un caso oficial de la
policía. Escucha, esto será rápido, y te aseguro que es necesario. ¿Puedo entrar,
o prefieres ir a la estación? —preguntó de nuevo.
—Supongo que no —dije con frialdad, temblando de verdad—. Puedes
entrar. —Sabía que era solamente el miedo de todo lo que había ocurrido, pero
en serio no quería estar a solas con este hombre, policía o no, o cualquier
hombre en absoluto en ese momento, para el caso.
—¿Puedo llamar a la señora Durant… Vivian, y dejar que se nos una? —
intenté de nuevo. Ella no era una adolescente, y supe con certeza que vendría si
la necesitaba.
Había estado anotando algo en su cuaderno de nuevo, pero levantó la
mirada ante eso. —Tampoco es la mejor idea. Todo esto es información sensible
sobre un caso activo. Realmente no puedo permitir que divulgues ninguno de
estos datos a nadie que no participen activamente en el caso.
¿Debo decirle que ya le había contado a Nana y a Dante prácticamente todo, o
eso me metería en algún tipo de problemas? Me pregunté.
—Ahora toma asiento, Scarlett —dijo, instalándose en el sofá. Le dio un
golpe al lugar junto a él.
Tratando de no mostrar mi estremecimiento, me senté, ubicándome tan
lejos de él en el sofá como me fue posible.
—Querida —dijo, todavía dándome esa sonrisa benévola suya—. Sé que
ya has pasado por todo esto, pero quiero que lo hagas de nuevo, para mis oídos
esta vez. Quizás encuentre algo que la detective Flynn no.
Mi declaración original en la estación había sido dada a Flynn a solas
ante la sensibilidad al hecho de que yo era una adolescente que acababa de ser
asaltada sexualmente.
¿En dónde diablos estaba esa sensibilidad ahora?
Harris se acercó más a mí, y tuve que luchar por no alejarme. —Sé que
esto es difícil. Simplemente tómate tu tiempo y explícamelo lo mejor que
puedas. Cada detalle que puedas recordar. Los detalles son muy importantes.
Cruciales en un caso como este, si realmente deseas que atrapemos al culpable.
Quieres eso, ¿verdad?
Me quedé congelada, bajando mi mirada hacia mis manos. No quería
atravesar todo otra vez, y sin duda no en este lugar.
—Mira, voy a tratar otra vez —dijo suavemente—. Voy a empezar con
algunas preguntas, para que sea menos abrumador, ¿de acuerdo?
Lo miré y sonrió de nuevo. Tenía una gran sonrisa enmarcada por una
103 cara aún más genial. Tenía los dientes rectos y blancos, sus facciones constantes
y bellas, su piel de un tono oliva, sus ojos hundidos y tan oscuros que sus
pupilas se mezclaban a la perfección en su iris.
Lo estudié de cerca por primera vez.
No lucía como un policía de una pequeña ciudad. Lucía con un policía
rudo y sensual de un programa de televisión.
Aun así, no quería estar a solas en un pequeño espacio con él. Y sobre
todo no quería contarle lo que me había pasado en detalle.
Lo que mayormente quería era que me dejaran sola por mucho tiempo.
Pero más que nada quería que el maníaco que me había atacado fuera
capturado. No quería tener miedo cada vez que diera un paseo sola, si alguna
vez me atrevía a caminar sola de nuevo.
—Está bien —dije finalmente, bajando la mirada hacia mi regazo.
—¿El hombre te penetró?
Levanté la cabeza de golpe ante esa palabra, mis ojos aturdidos volando
de regreso a su cara. —N… n… no —dije finalmente y con un gran esfuerzo.
—¿Qué hizo?
Toqué la parte posterior de mi cráneo, mis ojos en mi regazo. —No lo vi
venir. Algo golpeó con fuerza la parte posterior de mi cabeza, ¿una roca,
supongo? Y entonces me inmovilizó sobre mi estómago. Sus brazos se
extendieron a mi alrededor, e intentó quitarme los vaqueros. Era torpe y estaba
sin aliento, fuerte, pero no pudo desabrocharme el botón. Su boca se encontraba
en mi oído. Todo su... cuerpo sobre mi espalda. Siempre pensé que era flaco,
pero se sentía tan pesado sobre mi espalda.
—No te detengas —dijo el detective Harris cuando hice una pausa
durante demasiado tiempo—. Continúa.
—Siguió intentándolo por un tiempo, conseguir que se abriera el botón, y
mientras lo hacía... se movía sobre mí.
—¿En dónde se movía? Y ¿qué exactamente movía contra ti?
Me encontraba roja por la vergüenza. Este recuento era aún más
embarazoso que el primero, el cual había sido horrible.
—Mi... trasero.
—Ponte de pie, date la vuelta, y muéstrame en dónde exactamente.
Mis ojos desconcertados se dispararon hacia los suyos.
Sus ojos eran de disculpa. —Sé que es embarazoso, pero es para el caso.
Tengo que trabajar con cada uno de los detalles. Exhaustivamente. Cuanto más
104 cooperes, lo más probable es que el fiscal tendrá un buen caso en contra de este
tipo una vez que lo atrapemos.
Temblaba cuando me puse de pie y me giré. Me hubiera gustado que
tuviera puesto algo más que unos pantalones cortos, pero no había estado
esperando a un detective en mi puerta.
Señalé el lugar en mi trasero y luego me senté rápidamente.
Me miraba, estudiándome de manera tan implacable que no pude
mirarlo a los ojos.
—¿Y qué movió allí, justo en contra de tu culo?
Mis ojos se dispararon de nuevo hacia él ante eso. Mi vergüenza y mi
desconcierto trabajaron juntos para golpear mi temperamento volátil.
¿Qué demonios estaba mal con este policía? ¿Intentaba avergonzarme?
—Responde la pregunta, Scarlett.
Bajé la mirada hacia mis manos. —Su p-p-p-pene.
Se aclaró la garganta. —¿Estaba duro?
—Pienso que sí.
—¿Piensas que sí? ¿Por qué la incertidumbre? ¿No sabes cómo se siente
una polla dura?
Mis ojos ahora se encontraron con los suyos, simpáticos. Hola,
temperamento.
—Sí. Estaba duro. ¿Hemos terminado?
—No, en absoluto. ¿Semiduro o duro?
—Duro.
—Duro. Completamente duro, no semiduro, y lo movía contra tu trasero,
tratando de metértelo en el culo a través de tus vaqueros. ¿Es eso exacto?
Asentí, temblando de furia. Con vergüenza. Miedo.
—¿Sacó su polla dura de sus pantalones, o la movía contra ti a través del
pantalón?
Las náuseas me atravesaron, porque lo había sentido lo suficiente como
para saber la respuesta a eso. —Se lo había sacado.
—Por lo tanto, ¿se hallaba desnudo y duro y lo movía contra ti?
—Sí.
—Sólo estoy tratando de conseguir toda la información que pueda,
cariño. Los detalles son más importantes de lo que crees.
105
—¿Casi hemos terminado?
—Casi. ¿Y sólo yacías allí acostada? O ¿luchabas contra él?
—Al principio me sorprendió. Creo que el golpe en la cabeza tal vez me
dejó inconsciente por un segundo o dos. Y únicamente intentaba respirar. Me
había quitado la respiración. Pero después de un momento, cuando me di
cuenta lo que sucedía, empecé a luchar.
—¿Consiguió abrir el botón? ¿En tus pantalones?
—No.
—¿Qué tan apretados era los pantalones cortos? ¿Eran tan apretados
como los que llevas ahora?
Me encogí de hombros, odiando que hubiera señalado algo como eso,
deseando de que mis pantalones cortos fueran menos apretados.
—Ponte de pie nuevamente, dulce chica —me dijo, con voz cuidadosa y
suave.
Lo hice, preguntándome si podría negarme a hacerlo. Ya sea que
atraparan al tipo o no, esta entrevista empezaba a hacerme sentir mal del
estómago. Algo estaba muy fuera de lugar sobre todo esto.
Algo estaba muy mal con este policía.
Se puso de pie, cerniéndose sobre mí.
—Levanta los brazos —ordenó en voz baja.
Lo hice, temblando.
El movimiento hizo que mi blusa se levantara lo suficiente como para
dejar al descubierto mi estómago.
Sus ojos estaban en sus manos mientras tocaba la cintura de mis
pantalones cortos. —Tan firme. Ni una pulgada de sobra aquí. ¿Eran tus
pantalones cortos tan apretados como estos? —preguntó de nuevo.
—Sí —dije entre dientes.
Quería golpearlo fuertemente, pero me contuve. Tenía temor de la
policía. Incluso aunque yo no haya golpeado a uno antes.
—Continúa. ¿Qué hizo entonces?
—Empezó a tirar de mis pantalones, tratando de pasarlos por mis
caderas con el botón aun abrochado.
—¿Tuvo éxito?
—No.
—Esos pantalones cortos apretados tuyos puede que te hayan salvado,
106
ya sabes. ¿Eres virgen?
Me sonrojé y me senté sin contestar.
Se movió para colocarse directamente sobre mí, y lamenté mi decisión.
—¿Eres virgen? —repitió cuando había estado callada por tanto tiempo.
—Tengo un novio —rechiné finalmente en respuesta.
—Es una pregunta de sí o no, querida. ¿Has tenido relaciones sexuales?
—Sí.
—¿Sí has tenido relaciones sexuales? ¿O sí eres virgen?
—He tenido relaciones sexuales. Con mi novio.
—¿Cuántas veces? ¿Sólo una vez? ¿Algunas veces?
Me sonrojé y sacudí la cabeza. —Más que un par de veces.
—¿Cuántas?
Me encogí de hombros. —No tengo idea. No he estado contando.
—Ya lo creo. ¿Más de un centenar de veces?
Lo miré. —Probablemente. ¿Importa?
—Sí. Todo esto es importante. Supón un número para mí, dulce chica.
Aproximadamente, ¿cuántas veces has tenido relaciones sexuales con tu novio?
Sexo vaginal.
—Doscientas.
Parecía extraño, como si lo hubiera irritado.
Empecé a temblar con más fuerza, preguntándome si podría pasarlo y
salir por la puerta, o si me dejaría.
—¿Doscientas? —sopló—. ¿Estás jugando conmigo?
—Como he dicho antes, no he estado contando, pero diría que más cerca
de doscientas que de cien. —Mi tono fue desafiante para ocultar el hecho de que
estaba aterrada.
—¿Con su polla en ti? ¿Doscientas veces?
Apenas asentí.
—¿Por lo que tu novio pone su pene en tu vagina más o menos cada
momento libre del día? ¿Qué más hacen? ¿Te folla por el culo?
—¿Qué demonios está mal contigo? —susurré a mi regazo.
—¿Lo hizo este otro tipo, el que le atacó, lo puso en tu culo?
—No lo hizo —dije entre dientes.
107
—¿Te penetró en cualquier lugar?
Parpadeaba con fuerza, tratando de no llorar. Me sentía tan enfadada,
avergonzada y confundida. Me sentí tan impotente que no sabía cómo
reaccionar. Esto no estaba bien. Nada de esto tenía sentido.
—T t-t-te dije que n-n-no pudo quitar mis pantalones.
—Así que los pantalones vaqueros se quedaron. ¿Qué pasó entonces?
—Él s-s-s-siguió… fr-fro-frotándose en mi contra.
—Su pene desnudo contra tu culo, pero a lo largo de tus pantalones
vaqueros.
Asentí, mirándolo. —Ahí. —Hice una pausa—. Y contra mi muslo.
—¿En qué parte del muslo? Levántate y muéstramelo.
Negué con la cabeza, con lágrimas por mi cara. —N-n-n-no. P-p-p-p-por
favor. No quiero, señor, por favor.
—Querida, si quieres atrapar a este tipo, vas a tener que cooperar. —Su
voz se endureció—. Levántate ahora, o voy a suponer que no eres seria respecto
a capturar a tu agresor. ¿Sabías que hemos estado estudiando una serie de
violaciones en serie durante la última década? Un hombre violento ataca a las
mujeres en el bosque a través de tres ciudades. Y algunas incluso han
desaparecido. ¿Sabías eso?
Había oído hablar de uno de los ataques a nivel local, pero había sido
hace años, y varios más ataques, pero no aquí, sino en otras ciudades, algunas
cerca. Sin embargo, nunca había oído una palabra sobre las desapariciones.
Con las piernas temblando, me puse de pie.
—Muéstrame dónde en tu muslo. ¿Era más hacia la parte de atrás? Date
la vuelta y enséñamelo.
Me di la vuelta, me incliné y toqué el lugar muy vulnerable en donde la
ingle se reunía con el muslo, hasta arriba de mis pantalones cortos.
Era un hombre muy grande con una placa y una pistola. Estaba fuera de
mi zona de confort. Indefensa. Por completo. Y la forma en que actuaba no
estaba bien.
—¿Así de arriba? Maldita sea, estuvo cerca. Un par de movimiento más
y la habría tenido dentro.
Podría haber estado en estado de shock, pero me sentía un poco
entumecida después de eso, mi mente se puso un poco turbia. Distante.
—Pero dices que, a pesar de que estaba allí, a un rápido empujón de tu
coño, aún no pudo hacerlo, ¿no te penetró?
108 Negué con la cabeza, la barbilla contra el pecho, los ojos apuntando
hacia abajo, con lágrimas cayendo en silencio. No lágrimas de tristeza. Lágrimas
de terror.
Debido a que me sentía aterrorizada.
—¿Qué pasó después?
—Agarró mi pecho, con fuerza, lastimándome.
—¿Tus pechos, quieres decir?
—Sí.
—Te tocó bien, escuché. Realmente hizo un número de ti. ¿Cómo se
están sintiendo? Apuesto a que son sensibles. Grandes senos como los tuyos por
lo general lo son.
Me sentía expuesta, mortificada.
No podía dejar de temblar. Las lágrimas no dejaban de escapar de mis
ojos, y mis manos se levantaron por instinto, cubriendo mis pechos.
—¿Todavía duelen?
—Supongo —dije. Me dolían como el demonio. Todavía no podía
ponerme un sujetador.
—Ya sabes, chica dulce, es imposible que una chica tetona como tú deje
de usar un sostén sin mostrarlos y que sobresalgan. Deben doler. ¿Qué tan
suaves son?
—S-s-s-s-suaves.
—Muy bien, así que agarraba tus grandes tetas suaves y frotaba su dura
y desnuda polla contra tu culo, sobre tus pantalones vaqueros, y hacia el
interior, en contra de tu muslo, directo en tus pantalones, sólo a una pequeña
oración de ese pequeño coño apretado. ¿Todavía está apretado, verdad?
¿Incluso después de dejar que tu novio estuviera ahí doscientas veces?
—¿T-t-t-tiene que decir todo así? ¿P-p-p-p-podría tratar de ser un poco
más p-p-p-p-profesional?
No respondió, y aunque sus ojos todavía eran un poco amables sobre los
míos, aprendí rápidamente a no confiar en ellos.
—Trataba de gritar para entonces, y luchaba, trataba de luchar contra él,
pero era difícil, estando sobre mi estómago de esa manera.
—¿Te decía algo? ¿Su boca todavía en tu oído?
—Sí. Decía todo tipo de cosas horribles en mi oído. Me llamó por
nombres, como p-p-p-prostituta, z-z-zorra, p-p-p-perra, r-r-ramera, y me dijo
que quitara mis pantalones o me mataría.
109 —¿Tenía un arma?
—Nunca vi una.
—¿Dijo cómo te mataría?
—No.
—¿Quitaste tus pantalones para él?
—No, seguí luchando hasta que, um, terminó. Y luego se levantó y salió
corriendo.
—¿Sabes lo que hizo que desistiera?
—Ya había terminado, creo.
—¿Terminó sobre ti?
Asentí bruscamente.
—¿En dónde terminó sobre ti? ¿Dónde depositó su semen?
Me estremecí.
—Date la vuelta y muéstramelo, lo mejor que puedas, donde quedó su
semen.
Lo hice rápido, señalando de mi trasero hasta mi espalda, donde lo
había sentido y visto cuando tomé mi ropa.
—¿Todo en tu ropa? ¿O hubo piel?
—P-p-p-piel t-t-t-t-también.
—¿Y tuviste un buen vistazo de él? Recuerdo que dijiste eso. Pero nada
de lo que me acabas de decir indica que lo hayas visto o algo.
—Cuando se levantó y empezó a correr, lo vi. Estaba mareada, pero lo
vi. Lo reconocí. Es el hombre sin hogar que siempre pasa el rato por el río, en el
puente junto a la escuela secundaria. Pensé que era inofensivo antes, que por lo
general sólo hace caso omiso de todo el mundo que pasa cerca, pero supongo
que nunca lo había encontrado solo. Suelo caminar a la escuela con un amigo
mío.
—Está bien. Así que tuviste un buen vistazo de él corriendo. ¿Viste su
cara?
—Sí. Me devolvió la mirada mientras corría. Sin duda era el mismo tipo
que suele pasar el rato allí. Probablemente lo he visto en el camino de la casa a
la escuela, acampado junto al río, un centenar de veces.
—Está bien. Creo que hemos terminado por ahora. Has hecho un buen
trabajo hoy, dulce chica. Vamos a encontrar a este tipo. Lo prometo.
110 Me sentía tan aliviada que empecé a llorar más fuerte.
Pareció tomar esto como una invitación para abrazarme fuertemente
contra su pecho.
Era casi reconfortante. El tamaño y la forma de él, tan grande y duro, me
recordaban a Dante.
Pero este no era Dante. Este era un policía de mediana edad en, quien
sabía, no podía confiar.
¿Saldría pronto? Por favor, por favor que sea pronto.
Traté de apartarme, pero me sostuvo rápido. Empecé a luchar, y me hizo
saber qué tan fuerte era por sus abrazos de oso tan apretados que ni siquiera era
capaz de moverme.
Si tan sólo pudiera dejar de llorar, tal vez se iría.
—Escúchame ahora —murmuró en mi pelo—. Estás a salvo aquí, dulce
chica. Sólo intento ayudarte. Simplemente coopera, ¿bien? Y ten en cuenta esto:
Me puedes decir cualquier cosa. Sé que eres una buena chica, ¿bien? Puedo ver
eso, y quiero que sepas que, si tienes alguna pregunta sobre lo que te pasó,
siempre puedes venir a mí, con cualquier cosa, ¿de acuerdo?
—Sólo quiero estar sola —grité contra su pecho.
—Está bien. Está bien, lo entiendo. Pero me llamas si necesitas algo, ¿sí?
Acepté, sólo para conseguir que se fuera.
Cuando finalmente lo hizo, fui a cerrar la puerta, girando el seguro, una
y otra vez, para asegurarme de que estuviera bien bloqueada.
Podría haber estado en shock. No me sentía bien. No sabía qué hacer.
Me sentía más sucia, más cruda de lo que estaba, incluso después del
ataque. De alguna manera, esto se había sentido más una violación.
Tomé una ducha y me froté la piel hasta que quemó.
Lo que había sucedido no había sido algo de rutina. Sabía eso, por
supuesto, pero ¿qué podía hacer al respecto?
¿A quién le podría decir? ¿La policía? Él era, por desgracia, el que mejor
había conocido hasta el momento.
Sabía que no podía decirle absolutamente nada a Dante. Era un maníaco
cuando se trataba de ese tipo de cosas. Enfrentaría a cualquiera. No le importaría
un comino. Policía o no. Adulto o no, iría tras él después de que se lo dijera y
terminaría en la cárcel. Sabía eso.
Me tomó un par de días, pero me armé de valor para llamar a su
compañera, la detective Flynn, para tratar de decirle cómo se había comportado
su compañero hacia mí, pero rápidamente me puso en mi lugar.
111
No creía nada de lo que tenía que decir, y contrariamente me asustó.
Me dijo en términos inequívocos que no era más que un elemento
perturbador y creadora de problemas, al igual que mi madre, tuvo gusto de
informarme, con una cantidad infinita de palabras que ella le había robado el
novio en la escuela secundaria y todavía sentía el aguijón de ello.
Sólo mi suerte.
¿Y quién más quedaba? ¿El sheriff? ¿Uno de los otros policías? Era sólo
uno más en la lista de las personas que me aborrecían, y pensaban que era
basura, las personas que estaban absolutamente convencidas desde hace mucho
tiempo que yo era el problema.
Pensé que la entrevista había sido lo peor, y lo peor había sido bastante
malo.
Pero los golpes seguían viniendo.
14
Traducido por Hansel
Corregido por Vane Farrow

Dante

¿Qué estaba haciendo aquí?


No tenía una buena respuesta a esa pregunta. Ni siquiera para mí
112 mismo.
Ciertamente no tenía ninguna esperanza. No más de la que ya he tenido.
Pero, sobre todo, no podía evitarlo.
No podía permanecer lejos.
Ella era la sirena que llamaba a los hombres a su destrucción, y yo era el
primero y más dispuesto a responder a esa llamada mortal.
Cada puta vez.
Siempre hubo un debate en mi mente cuando hacía esto, cuando me
rendía e iba a ella de nuevo.
¿Era este el cielo o el infierno?
Nunca había sido capaz de responder a esa pregunta, y ese era todo el
jodido problema.
Era ambos.
Moví los hilos para obtener acceso a su remolque, mientras ella se
encontraba en el set. Había hecho la promesa de que sólo le iba a dejar un
regalo y luego se suponía que debía irme.
No hice eso. Puse su regalo en la pequeña mesa y luego me extendí
rápidamente en su sofá, aflojando mi corbata, quitando mis zapatos.
Ella tenía que tener un descanso en algún momento. Tenía tiempo.
Esperaría.
Dormitaba cuando la puerta se abrió un poco más tarde. Me incorporé de
un salto.
Era ella, y por alguna razón no llamó a seguridad.
En cambio, entró y cerró la puerta detrás.
La observé, dejé que su presencia se lavara sobre mí, mis ojos
devorándola en partes no consecutivas; su rostro, sus piernas, sus manos, sus
labios, sus pies, sus ojos, sus hombros, sus tobillos, su pecho, su cuello, mis ojos
lanzándose sobre ella como si pudiera desaparecer.
Nada de lo que había visto nunca podía tocarla. Era tan deslumbrante
como inalcanzable.
Tan desgarradoramente hermosa que dolía.
Una familiar punzada comenzó a palpitar en mis entrañas, y dejé que el
dolor se arrastrara sobre mí por un momento.
No había cambiado mucho desde las últimas fotos que vi. Se tiñó el
cabello, sin duda, pequeñas mechas, apenas un toque, pero lo suficiente para
113 que las vetas doradas alcanzaran y dominaran el color, haciendo de ella un
profundo versión de rubio oscuro.
Estaba vestida sencillamente, equipada para cualquier escena que había
estado haciendo en una blusa blanca y suave metida en una falda gris claro de
talle alto. Era un conjunto casi conservador, hasta que observabas los zapatos.
Era brillantes estiletes tipo plataforma y la punta abierta, y los llevaba como un
arma.
Apostaría dinero a que se había hecho amiga de la persona del
guardarropa, que había tenido al menos algo qué decir en esos tacones
devoradores de hombres.
Mis ojos se dispararon a su rostro al tiempo que su boca exquisita se giró
con burla en las esquinas, con sus dedos yendo a la parte delantera de su blusa,
tocando el botón superior.
Sin decir una palabra, comenzó a desvestirse.
—Scarlett. —Dos sílabas. Devastación total.
Desabrochó un botón, y luego el siguiente, dejando al descubierto piel
sedosa y un sujetador de encaje blanco.
—No he venido aquí para esto —dije, tratando de sonar convincente.
Siempre decíamos nuestras líneas, jugábamos nuestras partes, pero eso
no significaba que no era sincero.
El problema era que, sin importar mis intenciones, cuando se trataba de
ella, no tenía ni una mísera onza de autocontrol.
Sonrió y era tan despiadada que me hizo estremecer. —Una vez más,
eres un tonto. ¿A qué has venido entonces? —Hizo la pregunta familiar con
algo desconocido en su voz.
Algo suave, o ¿sólo quería escuchar eso?
¿Algo de perdón? No, desde luego debo haber imaginado eso.
—Quería hacerte una pregunta.
Terminó de desabrocharse la blusa y se encogió de hombros con
indiferencia. Sin detenerse, sus dedos fueron al broche frontal de su sujetador,
abriéndolo.
Mi mandíbula se abrió, mi mente en blanco. Pude haber babeado.
—¿Cuál era la pregunta? —preguntó, sonaba tan molesta que sabía que
tenía que haber preguntado varias veces antes de que la oyera.
Pero en serio, ¿qué esperaba? Se hallaba en topless ahora, jugando con
sus pechos incomparables mientras hablaba. Por supuesto que sabía lo que
hacía. El brillo divertido en sus ojos me dijo que se burlaba de mí y que amaba
114 los resultados.
Y aún, sabiendo que jugaba conmigo, aun sabiendo que pensaba que
todo era una batalla, un juego de guerra; nada de eso calmaba mi reacción a
ella. Nada de eso sofocaba mi desesperación eterna por ella. Nunca lo había
hecho.
Todo lo contrario.
Jadeando, respondí—: No me puedo concentrar en nada cuando haces
eso.
Se mordió el labio, sus cejas formando una expresión tímida falsa que
jodidamente comía con una cuchara. Poco a poco, provocando, se quitó
lentamente su falda. —¿Esto es mejor para tu concentración? ¿Para qué has
venido hasta aquí, amante? ¿Cuál era tu pregunta?
Continuó desnudándose, tan lento que apenas podía soportarlo.
Pero por supuesto que era el punto. Sabía lo que me hacía. Siempre era lo
mismo, por lo menos en esto.
Tiré de mi cuello, sudando. —Jesús, eres implacable.
Su expresión hizo algo ante eso, algo vulnerable y retorcido, la
profundización y endurecimiento de su sonrisa, haciéndose a la vez más frágil y
más real. —No tienes ni puta idea. Ahora haz tu pregunta.
Estaba desnuda ahora, usando nada más que sus malditos tacones. Jesús,
esta mujer y sus zapatos porno serían el final para mí.
Intenté hacer la pregunta. Realmente lo hice, pero antes de que pudiera
decir una palabra, se puso a horcajadas sobre mí, cada centímetro de su piel
perfecta, al descubierto de repente al alcance de mis manos ansiosas.
La lujuria me atravesó. Sentí el dulce dolor agudo en lo más profundo de
mis entrañas, mi deseo tan grueso que se había vuelto doloroso.
Estoy seguro de que pensaba que iba a tocar sus pechos, sus caderas, su
culo, su coño, alguna parte de su cuerpo escandalosamente bello que había tan
generosamente colocado sobre mí.
Pero no. Mis dos manos temblorosas subieron a su perfecto rostro. Mi
voz era de alguna manera más firme que mis manos mientras le preguntaba—:
¿Me amas al menos tanto como me odias?
Eso era todo lo que necesitaba, sólo ese pequeño dolor para mí.
¿Tenía incluso algún pequeño trozo de su amor?
Me hizo desdichado preguntar y preocuparme por su respuesta. Aun así,
115 tenía que saber.
Pero no había piedad en ella, hoy no.
Sonrió, una sonrisa suave que me hizo tensar más que cualquiera de sus
venenosas.
La conocía. Conocía el odio que llevaba en su interior. Estaba
familiarizado con él. Había estudiado todos sus ángulos. Cada plano duro, cada
hueco amargo, cada borde áspero. Al igual que todo en ella, ese odio estaba
sólo en casa con extremos.
Sabía dónde empezó, lo que lo hizo crecer, y por qué había decidido
centrarse de lleno en mí.
Tuve mi parte de él, mi parte de culpa, pero no lo hizo fácil, o incluso
correcto. Se trataba simplemente de un hecho de la vida que había tenido que
aceptar, junto con muchos otros.
Mientras que esperaba mi momento.
Pero la sonrisa que me dio entonces, esa en particular, una casi tan gentil
como condenante, Jesús, supe en un instante que significaba que algo había
cambiado.
Y me hallaba aterrado.
—Voy a responder a eso —dijo con una voz tan ronca y resonante que
podría ahogar a su alma—. Voy a hacerlo. Pero todavía no. En primer lugar,
tengo mi propia pregunta.
Sacudía la cabeza antes de que hubiera terminado.
No. No. No.
Había algo muy significativo en sus ojos mientras recorrían mi rostro,
como un interruptor que había sido volteado, uno que no debería, no podía, ser
activado.
Pero Scarlett me conocía demasiado bien, sabía cómo debilitarme, qué
estrategia utilizar para destriparme más rápido.
Su boca era mi perdición, sus labios mi cielo e infierno personal. Eran un
arma que usaba pocas veces, pero sin arrepentimiento, y eran aún más potentes
para ello.
Era un esclavo de esos labios, un cordero dispuesto al sacrificio, y
cuando los presionó contra los míos, ya estaba más allá del punto de toda
resistencia.
Olvidé mi pregunta, olvidé la suya, olvidé todo, excepto la simple alegría
de deleitarme con ella, mi debilidad y mi fuerza, mi propósito y mi distracción,
mi redención y mi perdición.
116 Ni siquiera podía creer que estuviera aquí con ella, que no me había
echado en el momento en que encontró mi culo borracho en su remolque. En
cambio, se hallaba a horcajadas sobre mí desnuda, inclinada sobre mí mientras
me besaba y besaba, desabrochando mi camisa, empujándola a un lado para
frotar sus pechos desnudos contra mi pecho desnudo cómo sabía que amaba.
Ignoró por completo la cadena alrededor de mi cuello y los pequeños
objetos que colgaban de ella.
Me encontraba aliviado por eso. Por lo general tomaba una excepción
con ella.
Pero nunca me lo quitaría.
Devolví su beso con fiereza, ni siquiera tratando de contenerme.
Cuando habló, me tomó un tiempo registrar sus palabras, incluso tan
filosas como eran.
—¿Qué has hecho con nosotros, Dante? —respiraba en mi boca—. ¿Qué
has hecho?
Me quedé helado.
No. No. No. Esto no podía suceder.
No podía.
Estaba tenso, listo para el siguiente golpe, la siguiente pregunta sin
respuesta, pero no llegó.
Como si pensara que había dicho lo suficiente, no preguntó.
En lugar de eso me besó de nuevo, sus manos tan ocupadas como su
lengua. Acarició mis abdominales, trabajando con sus manos malvadas mi parte
inferior, desabrochando mis pantalones, liberándome.
Se mantuvo en movimiento, posándose sobre mí, frotando su sexo
húmedo contra mi pene de una manera que sabía que me hacía perder la mitad
de mis células cerebrales.
Al menos la mitad.
Le dio un último mordisco a mi labio y retrocedió para mirar hacia abajo
a nuestros cuerpos.
Mi cabeza cayó hacia atrás, y no pude evitar un estremecimiento
involuntario.
Estaba medio convencido de que sólo me tomaba el pelo, que me dejaría
así, duro y seco (lo había hecho antes), pero eso no fue lo que hizo.
Con una lentitud insoportable y el máximo cuidado, me tomó.
No hablamos durante un tiempo, bueno, nada coherente se dijo, al
menos, sólo un montón de decir nombres y de hablar con Dios.
117
Y ruegos. Había, sin ninguna duda, ruegos.
Te dejaré adivinar cuál de nosotros rogaba.
Me recosté en mis codos, con los puños apretados, y vi través de
párpados pesados cómo me montaba, con languidez y en profundidad, todo el
tiempo preguntándome si esto era sólo un sueño maravilloso, tortuoso.
No la toqué, no confiaba en mí para poner mis manos sobre ella y no
acabar al instante. No quería que fuera rápido.
Quería que durara. Era un hecho que no habría nada más que prefiriera
estar haciendo, por el mayor tiempo que pudiera hacerlo.
Mi cabeza cayó hacia atrás de nuevo, cerrando los ojos mientras el placer
se apoderaba de mí en oleadas pesadas. Estaba tan cerca, pero tratando
demasiado de no avergonzarme.
No tenía éxito, me hallaba a un empuje de perder la batalla, cuando su
voz irrumpió a través de mí.
—¿Qué has hecho, Dante? —Su voz era tan suave como mortal—. ¿Qué
mentiras has contado? ¿Dónde incluso comenzaron?
Cada músculo de mi cuerpo se tensó.
Se inclinó y me besó. Su boca y sus movimientos casi me hicieron olvidar
sus preguntas, o al menos me dejaron ignorarlas, cuando volvió a hablar—:
¿Qué has estado ocultando de mí? —Salió entre besos.
Me quedé inmóvil y casi la quité de encima de mí, casi hui. Pero no había
huida de esto, o de ella. Ya no.
Además, comenzó a moverse de nuevo, ahora en serio, trabajando mi
longitud con movimientos rápidos y bruscos que garantizaban que llegara y
rápido.
Gemí en protesta. Me distraía de sus palabras a propósito, utilizando un
método muy sólido para cambiar mi atención, y al principio, luché.
Pero no por mucho. No por más de unos pocos segundos, honestamente.
Sabía lo que hacía.
Me incliné, abrazándome a ella cuando empecé a correrme, chocando
mis caderas contra las suyas, la cara enterrada en su cuello, mientras me dejaba
llevar.
Todavía me sacudía en su interior, a medio eyacular, cuando susurró en
mi oído, su voz llena de malicia suave—: ¿Qué secretos llevas atrapados en ese
cerebro manipulador tuyo?
Era una pregunta bastante solemne que probablemente me hubiera
118 detenido en seco, si fuera posible.
Es probable que no lo fuera. La aplasté contra mí mientras terminaba
hasta la última contracción.
Incluso con una fuerte dosis de temor, fue glorioso.
Tuvo que retorcerse en mi contra durante un tiempo antes de que la
soltara. Cuando finalmente lo hice, tomó mis hombros, empujándose lejos de
mí, sacándome de ella con un tirón largo, decisivo.
No pude evitarlo, incliné la cabeza hacia abajo para ver.
Me estremecí al notar la evidencia de nuestra pasión en sus muslos.
Fue un espectáculo para la vista, si eres lo suficientemente animal como
para te gusten ese tipo de cosas.
Desde luego lo soy.
Se alejó de mí sin decir nada más, caminando desnuda hacia el cuarto de
baño.
Me desplomé en el sofá, sintiendo el cansancio flotar sobre mí. Ni
siquiera tenía los medios para estar preocupado en ese momento. No me sentía
más que cansado.
Pareció como que parpadeé y ella ya se hallaba fuera del baño y vestida
de nuevo, mirándome como si no hubiera acabado de voltear mi mundo en su
hora del almuerzo.
Me recompuse lo suficiente como para hablar cuando noté que se hallaba
a punto de salir. —Espera —dije débilmente, apenas manteniendo los ojos
abiertos—. No has respondido a mi pregunta.
Hizo una pausa, mirándome con indiferencia. —¿Respondiste alguna de
las mías? Adiós, Dante. No estés aquí cuando vuelva.
—¿Me puedes despertar lo más pronto posible? —murmuré al remolque
vacío alrededor de un segundo antes de dormirme.

119
15
“Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva,
duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te
amo.”
-William Shakespeare

Traducido por Paulette1995


Corregido por GraceHope

120 Scarlett

Semanas pasaron, y no hubo progreso en la investigación de la policía.


Ningún arresto fue hecho.
Estaba muy asustada por Harris para perseguirlo; activamente evitaba
lidiar con él, pero cada día que pasaba, Dante parecía cada vez más perturbado,
y yo me convertía progresivamente en paranoica.
Deje el drama exactamente tres días después del ataque. La casa de Nana
era sólo demasiado atractiva para mí. Por primera vez en mi vida, sentía como
que tenía un hogar donde era bienvenida, y donde pasar tanto tiempo como
fuera posible. Podría haber dejado la escuela sin una duda, si no hubiera sabido
que eso la decepcionaría.
A Dante no le gustaba. Amenazó más de una vez con dejar el fútbol en
respuesta a mi cambio de horario, pero perversamente yo lo convencí de que no
lo hiciera. Éramos co-dependientes lo suficiente sin inventar nuevas razones
para no dejar la vista del otro.
Unas pocas semanas después, me sentí dispuesta a reconsiderar mi
posición en el problema. Él estaba peleando de nuevo, podía verlo. Más de lo
que lo había hecho antes, venía a casa con más golpes de los que podía esconder
o culpar al fútbol.
No tenía que preguntar. Los chicos debían estar hablando sobre mí otra
vez, y sabía sólo el tipo de cosas que estarían diciendo. Cuando chicas con mi
reputación eran atacadas, era evidente, para mí al menos, que serían culpadas
por cualquier rumor que se dijera. Muy probablemente sería sacado de
proporción, y me imaginaba que sería llamada una mentirosa o una zorra.
No escuche ninguno de los rumores directamente, pero cada nuevo
moretón en el cuerpo de Dante me dijo la historia tan clara como si pudiera
leerla en papel.
Justo cuando pensaba que no lo podía amar más.
El detective Harris vino a la casa dos veces para hablarme, pero no tenía
nueva información sobre el caso, y tan pronto como se dio cuenta de que Nana
estaba pegada a mi lado, rápidamente encontraba una razón para irse.
—No me gusta ese hombre —dijo Nana después de la segunda visita.
Observando mi rostro en todo momento—. Cariño, hazme un favor, siempre
insiste que yo esté, cuando él necesite hablar contigo. Siempre.
Acepté con alegría, pero Harris nunca regresó a su casa después de eso.
En su lugar, empezó a retirarme de mis clases en la escuela cuando quería
hablar conmigo. Tanto así, que los rumores comenzaron a dar vuelta de que
121 tenía una aventura con “el poli caliente”, como le habían apodado
cariñosamente las chicas en la escuela.
Me enfureció, especialmente ya que nunca parecía estar haciendo nada
para encontrar al hombre que me había atacado. En cambio, quería tener
intensas y cortas conversaciones sin sentido conmigo, siempre fingiendo que era
una “cita oficial”.
La tercera vez que me sacó de clase, fui abiertamente hostil. —¿Cualquier
actualización sobre encontrar al hombre que me atacó, o simplemente está aquí
para preguntar por mi salud de nuevo?
Estábamos parados cerca de mi casillero, me había pedido que le
mostrara dónde estaba, y buscaba algo, apenas prestándome atención.
Tensé la mandíbula. —Y si quiere hablar conmigo, voy a tener que llamar
a Vivian Durant. Insistió que no estuviera a solas con usted.
Eso llamo su atención, su cabeza giró hacia mí, sus ojos concentrándose
en mi rostro. —¿Qué le dijiste? Recuerdas lo que te dije, ¿no? Todo acerca de
este caso es confidencial. Si compartes información, con cualquiera, podrías
meterte en grandes problemas, y nunca atraparemos a este tipo.
Me mordí el labio, a punto de romper a temblar. ¿Qué quería este hombre
de mí? Honestamente no lo sabía. Parecía como que disfrutaba aterrorizarme,
pero también sabía que tenía un gran equipaje en lo que a las leyes se trataba. —
¿P-p-por qué me sacó de clases?
—Te lo dije, quería ver tu casillero. Anda y ábrelo para mí.
Lo hice, retrocediendo para que el pudiera ver adentro. —¿Qué busca? —
le pregunté.
—¿Cómo te estás sintiendo?
—Bien.
—¿Tus senos están todavía sensibles? Veo que puedes usar un sostén
otra vez.
Mis manos temblando en puños. —Están bien. ¿Qué busca?
Se encontraba parado justo en frente de mi casillero abierto, no tocando
nada, sólo mirando. —Pistas. Soy un detective, sabes.
—Seguro no actúa como uno. —Sólo se me salió.
Inmediatamente me arrepentí. No me toco, no me puso un dedo encima,
pero me sentí físicamente intimidada mientras se metía en mi espacio personal.
—Sólo porque soy un policía —dijo muy, muy bajo, en mi cara—, no
significa que no sea un hombre. No significa que no me pueda salir de quicio, así
que mostraría un poco más de respeto si fuera tú, Scarlett. No sólo soy el único
122 que está dispuesto a ayudarte, nadie más en la fuerza sería capaz de levantar un
dedo si algo te llegara a suceder. ¿Lo entiendes? Has quemado todos los puentes,
menos este.
Trate de retroceder, y ahí es cuando sucedió.
Harris agarro mis brazos para detenerme, para evitar que me moviera, y
juro que sentí su presencia antes de verlo o escucharlo, como electricidad en el
aire. Rabia en el viento.
—Quite sus jodidas manos de ella.
Mis ojos se cerraron. En alivio. Y horror. Porque estaba salvada, y Dante
se hallaba a punto de ser arrestado.
—Éste no es tu asunto —le dijo a Dante—. Regresa a clases, hijo.
Dante, mi héroe, mi todo, no era intimidado por nadie, ni siquiera un
policía, y ahora lucía furioso. Estuvo en la cara del hombre sin duda,
moviéndose entre nosotros, protegiéndome al mismo tiempo que se puso en
peligro.
Yo temblaba de alivio.
Y pensé que no podría amarlo más.
Cualquier cosa que sucediera, si Dante estaba aquí, no me dejaría ser
lastimada. Lo sabía. Absolutamente.
—¿Qué diablos hace tocándola? —rabió, retrocediendo a Harris hacia el
casillero—. No se atreva ninguna puta vez a tocarla de nuevo, ¿me escucha?
El otro hombre estaba tan sorprendido, creo, que por un momento dejó
que el chico de secundaria más joven, y desarmado empujarlo de nuevo a los
casilleros y luego lo empujo con fuerza en el pecho.
—Dante, no. —Llore al mismo tiempo que Harris alcanzaba su arma.
No pude evitarlo, grité.
Dante casi, casi siguió, su mano cubriendo la del otro hombre, un
fantasma de movimiento, pero estaba ahí. Él iba por el arma del poli.
Pero todavía había algo de cordura en él, porque en el último segundo,
retrocedió, y puso las manos arriba.
—Al piso —gruñó Harris, apuntando con su arma directo a la cara de
Dante.
Yo lloraba mientras daba un paso hacia adelante, y luego otro.
Harris captó el movimiento y me apuntó con su mano libre. —No te
muevas otra pulgada. Tu novio está en un gran problema, y si no te mantienes
fuera de él, podría ser la diferencia entre las esposas o una bala, ¿entiendes?
123
Di marcha atrás inmediatamente.
La gente empezaba a desparramarse en los pasillos por entonces —niños,
profesores— todos mirando con incredulidad, nadie ni siquiera hablando.
—Al piso ahora —gritó en la cara de Dante.
Dante miró al otro hombre, su expresión completamente impávida, pero
cumplió.
Me sentía impotente mientras esposaban las manos de Dante a la espalda
y luego lo arrastró a sus pies. Me encontré tras ellos cuando Harris comenzó a
guiarlo fuera.
—Quédate aquí —dijo Harris, cortante—. Vuelve a clase.
—Estoy bien —me dijo Dante, y aunque no pude ver su cara, parecía
compuesto, considerando todas las cosas.
Los vi salir con el corazón palpitante, siguiéndolos detrás, lo
suficientemente lejos que Harris no tuviera excepción, pero lo suficientemente
cerca como para verlo a entrar en su coche.
Mi mente iba a mil por hora. No tenía idea de lo que debería hacer, así
que hice lo único que podía. Llamé a Nana.
A todos nos sorprendió cuando Harris no detuvo a Dante. Estaba
frenética mientras coordinaba con Nana para averiguar qué había sido de
Dante.
Tenía la certeza de que estarían en la estación de policía, por lo que salí
de la escuela, llevando el coche de Dante para recoger a Nana. Estábamos
literalmente saliendo fuera de la calzada cuando Harris llegó en su sedán
marrón, Dante en el asiento trasero.
Dante salió, y Harris se fue.
Paré el coche, lo parqueé, y salí. Corrí y me arrojé a Dante con tal fuerza
que le hizo inclinase precariamente por un instante antes de que se acomodara
sólidamente en pie y me envolviera en sus grandes brazos.
—Estoy bien, oye, estoy bien —me dijo, su voz lo suficientemente fuerte
para escucharse sobre mis sollozos.
124 —T-t-¿te hizo daño? —le dije.
—No, no me puso un dedo encima. Cálmate, ángel. Shh. Estás bien.
Cálmate. —Acariciaba mi pelo con la mano, una y otra vez, para calmarme.
Poco a poco funcionaba.
—¿Qué pasó? —le preguntó Nana. Era, como siempre, la personificación
de la calma.
Él le dio la versión corta de lo que había sucedido en la escuela.
—¿Pero no te arrestó? —preguntó cuándo terminó.
—No, simplemente me llevó a dar una vuelta y luego me trajo aquí. ¿Y
sabes qué? No creo que estén haciendo absolutamente nada para encontrar al
tipo que atacó a Scarlett. Me dijo directamente que no están cerca de hacer un
arresto. ¿Y sabes qué más dijo? Ni siquiera han ido a buscar donde les dijeron
que el sujeto vive. En este punto, la única manera que lo encontrará es si va a la
estación y se entrega.
Cuanto más reveló, más agitado se ponía, hasta que al final gritaba.
Nana levantó una mano, y se calmó. —Voy a empezar a preguntar de
todo esto. Harris, el caso. Voy a obtener algunas respuestas, pero necesito que
dejen de meterse en problemas. Sólo lo estás empeorando, Dante.
—Harris me molestaba en la escuela hoy —le defendí—. Dante sólo se
metió en problemas ayudándome.
Nos estudió tanto, viéndose más desconcertada de lo que nunca la había
visto. —Jesús. ¿Qué demonios está pasando?
Eso me asustó más que nada. Si Nana no sabía qué hacer, la causa
parecía completamente perdida.
Tomó algunas respiraciones profundas y pareció recuperar la
compostura. —Como he dicho, voy a obtener algunas respuestas.
Le creí y me consolé.
Y creí que lo hubiera hecho de tener más tiempo, pero todo llegó a un
punto tan sólo dos días después.
No sé exactamente lo que le dijo Harris a Dante, la semilla que plantó
que lo preocupara tanto, que se arraigó tan rápido y floreció en esto: Dante
creyó que la única forma en que mi atacante sería detenido era si iba a
encontrarlo personalmente.
Se fue en medio del tercer período, pero sólo lo descubrí más tarde. En
ese momento, ni siquiera supe que se fue.
Cuando llegó la noticia, fue como una ola moviéndose a través de la
escuela, la difusión de la información como una ráfaga furiosa de viento. Yo no
125 era la más social, como de costumbre, por lo que no fui la primera en enterarme.
Fui felizmente ignorante durante unos minutos más que la mayoría de la
escuela, pero cuando me enteré de la noticia, me sorprendió como a todos.
Dante había sido detenido por matar a mi atacante.
16
"Nunca vayas a la cama enojado. Mantente de pie y lucha."
-Phyllis Diller

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Annie D

Dante
126
Me desperté todavía en su sofá con un fuerte dolor de cabeza y la mejilla
apoyada contra un muslo sedoso. Era casi suficiente para que mi erección le
ganara a mi resaca. Casi.
Y dedos, dedos suaves y familiares, acariciaban mi cabello, frotando
ligeramente las sienes.
¿Era esto real? ¿Soñaba que ella atendía mi resaca, como si no me odiara?
¿Incluso mi mente en sueños anhelaba sus sobras? ¿Qué podría ser más
patético que eso?
—¿Estoy soñando? —murmuré en su piel.
—¿Generalmente sueñas sentirte como una mierda? Porque te ves como
una mierda.
Casi dije rápidamente sí, por favor. —Resaca —murmuré en su piel,
girando la cabeza para acariciarla con la nariz, deslizando una mano curiosa
por su pierna desnuda, tratando sin ninguna ayuda consciente de mi cerebro,
averiguar lo que usaba o no usaba.
Pantalones, no. Bragas, sí, aunque no eran un gran impedimento, y ella
no se resistía, gracias a Dios. La toqué, y se movió bajo mi mejilla, separando
sus muslos solo lo más mínimo.
Era suficiente.
Me deslicé hasta el suelo, cayendo de rodillas delante de ella.
Hice mi camino por sus piernas con mi boca, colocando besos con la boca
abierta contra sus muslos, apartándole más las piernas mientras me movía más
arriba, colocando los hombros entre ellas. Lamí la carne tierna de su ingle con
movimientos rápidos y húmedos de mi lengua, subiendo la mirada para ver su
reacción.
Hizo un pequeño ruido, más agudo que un gemido, pero más ahogado
que un maullido.
Lamí largo y lento, justo en esa pequeña franja perfecta de piel en la cima
de la cara interna de su muslo.
Hizo el ruido otra vez. Chupé su carne en mi boca, jalando duro, hasta
que me agarró del cabello y gritó mi nombre.
Sonreí y bajé la cabeza, abriendo más sus piernas, empujando el pequeño
trozo de encaje a un lado, y besándola, lamiéndola, hundiendo mi lengua en
ella hasta tenerla arañando sin pensar mis hombros, simplemente
127 enloqueciendo, pidiendo que me detenga, que la folle, que detenga la lengua.
Pero no podía parar, no me detendría. Toda mi vida se hallaba fuera de
mi control, pero esto, su cuerpo, su placer, era mío.
Me permitió hacerla venirse, pero el segundo que terminé, se puso de
pie, alejándose de mí con las manos apartando el cabello de la cara.
Aún limpiaba mi boca mientras la estudiaba. Llevaba la camisa que usó
antes, pero eso era todo. Sin sujetador, sin zapatos, sin maquillaje.
—¿Cuánto tiempo he estado dormido? —le pregunté.
—Un rato —respondió, todavía sin aliento, pero intentando ocultarlo,
una mano apoyada en la encimera, y la otra en su cadera. De espaldas a mí—.
Ya terminé el rodaje por el día. —Se movió a la pequeña barra de café del
remolque y la observé en silencio, viendo todos sus movimientos mientras
empezaba a preparar una taza
Cuando me di cuenta de que lo hacía para mí, preparándolo exactamente
como lo bebía, mi corazón dio un giro lento y doloroso en el pecho.
¿Qué demonios pasaba? ¿Por qué actuaba tan civilizada?
Me deshizo más rápido y más profundo de lo que su hostilidad jamás
podría lograr.
Tal vez por eso.
Se acercó a uno de los pequeños gabinetes de arriba y sacó algo.
Oí más la botella de píldoras traqueteando de lo que la vi, porque mis
ojos se encontraban ocupados con cada centímetro de piel que revelaba cuando
se estiraba.
Me moví incómodo, y fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía
puesta la ropa. Ella debió haberme desnudado mientras dormía, y me dejó en
nada más que mi bóxer.
Me trajo dos de ibuprofeno y la taza de café. Le di las gracias, los ojos
devorando su rostro, pero no me miraría, en su lugar dio un breve asentimiento
y se giró de nuevo.
—Me quitaste la ropa mientras dormía. —Era una pregunta más que
acusación.
—Fue el viento —dijo con aire ausente, sarcasmo presente incluso si no
lo pretendía. Observó la encimera. El regalo que le traje. —¿Qué es eso? —Era
una acusación más que una pregunta.
Nosotros siempre fuimos buenos equilibrándonos uno al otro.
—No lo sé —dije arrastrando las palabras—. Creo que el viento lo trajo
cuando volaba la ropa.
128 Sólo podía ver un atisbo de su perfil con la forma en que se dio la vuelta,
pero capté el fantasma de una sonrisa.
Me dolía el pecho ante la vista. Decir que la extrañaba era un eufemismo
cruel, como decir que extrañarías tu alma después de haberla tirado. Después
de que fuera arrancada de ti.
Me encontraba vacío.
La carne sin sangre.
No estaba completo sin ella.
Nunca lo estaría.
No era lo suficientemente tonto como para creer que alguna vez podría
cambiar.
Me tomé las pastillas y bebí un gran trago de mi café. Todo el tiempo no
se movió, solo miraba la caja.
—Ábrela. —La insté. No tenía ni idea de si lo haría. En ese momento era
un absoluto enigma para mí.
Todavía no podía entender por qué no me había obligado a irme aún.
Bueno, tenía una idea, una sospecha repugnante y constante, pero mi
miedo ante eso me hizo al instante rechazarla. La negación es algo muy
poderoso.
Me tensé cuando me di cuenta de que de hecho sí abriría el regalo,
inclinándose hacia delante, apoyó los codos en las rodillas.
Sacó los zapatos Louboutins de la caja sin decir una palabra,
colocándolos uno junto al otro en la encimera —Alteza Diamante —dijo con
reverencia.
—¿Acabas de hablar de tus zapatos como Alteza Diamante?
Me lanzó una mirada. —Ese es su nombre.
—¿Sabes el nombre del zapato?
Pareció avergonzada por un breve y entrañable momento. Era adorable.
Me dieron ganas de besarla hasta enloquecerla. Y follarla hasta perder el
sentido. Pero eso no era nada nuevo.
—Lo que quiero decir es que no los quiero. —Se recuperó—. Deja de
comprarme zapatos, acosador.
—Bueno, puedes tirarlos, al igual que el otro par, o hacer lo que quieras
con ellos, pero no los voy a tomar de vuelta, y tenía que comprarte algo. Para
felicitarte por tu gran protagónico.
129 Ella babeaba de nuevo por los zapatos. —¿Por qué elegiste estos, en
particular? —preguntó con admiración reticente en su voz.
Lo hice bien.
—Tuve ayuda, de una de nuestras estilistas de tiendas por
departamentos. Le dije que te encantaba el zapato porno, que solo te venías
sobre las cosas hardcore. —Me calenté cuando vi que tuvo que contener su
sonrisa—. Y me recomendó unos pocos. Estos se destacaban más para mí.
Con un suspiro, los puso en la caja, volviéndose a mirarme. —¿Qué estás
haciendo aquí? —Su voz era casi amable con el más fino borde de dolor.
Era extraño en ella, tan inexplicablemente vulnerable, que me hizo
estremecer. —Te lo dije antes. Tenía una pregunta para ti. No la contestaste.
Agitó la mano en el aire, descartando la idea. —Lo que quiero decir es,
¿qué estás haciendo en la ciudad?
La miré, porque sabía la respuesta a eso. Aun así, si quería jugar a fingir,
podría hacerlo también. Yo era, de hecho, excelente en ello. —Estoy aquí por
trabajo. Pensé en pasar por aquí mientras me encontraba en el vecindario.
Se cruzó de brazos hasta que casi se abrazaba a sí misma y se me quedó
mirando.
Su cara era trágica.
Era demasiado. Me sacó el aire.
Estuve deshecho con una mirada. Ni siquiera podía verla a los ojos
cuando me miraba de esa manera. Bajé la vista a mis manos cuando una onda
inconfundible de miedo se sacudió a través de mí.
Su expresión me dijo todo y nada, pero una cosa era cierta, sabía algo
que no se suponía que supiera, y todas las reglas cambiaron.
Me sentía indescriptiblemente culpable ante el alivio de que se apoderó
de mí. Fue tan fuerte que por un momento casi me ahogué en el miedo.
Pero solo por un momento.
—Mírame —convenció suavemente—. Mírame y dime lo que has hecho.
Hui. Encontré mi ropa, me la puse con torpeza, con movimientos
espasmódicos, y me marché de allí.
No se movió, ni se giró a mirarme, no dijo una palabra más, a pesar de
que no se me escapó que temblaba como una hoja.
Abrazándose a sí misma y temblando como si apenas pudiera
mantenerse de pie.
Fue un verdadero infierno alejarme.
130 Y absolutamente necesario.
17
“La belleza, más que el rencor, rompe el corazón.”
-Sara Teasdale

Traducido por Pachi Reed15


Corregido por Vane hearts

Scarlett
131
Había oído rumores, y con los años se volvieron más persistentes.
Susurros sobre Jethro Davis. Era asumido comúnmente que él era mi padre.
Incluso mi abuela admitió algunos años antes de que era el candidato más
probable.
Nunca había visto al hombre, pero odiaba la idea de que yo pudiera
tener un padre tan cerca, en esta misma ciudad, y que ni siquiera se molestó en
conocerme.
Ni una sola vez se molestó en ver cómo lucía su hija. Si me encontraba
bien.
Nunca se molestó en asegurarse de que no terminó en un contenedor de
basura.
En su lugar, preferí fantasear que él era alguien glamoroso, una persona
rica, tal vez incluso famosa, un hombre que ni siquiera sabía que yo existía,
porque si lo hacía, nada podría haberlo mantenido alejado de mí.
Pero entonces, un día, me encontré con Jethro Davis.
Los rumores que escuché de él no eran solo sobre que era mi padre.
Muchos de ellos eran sobre el hombre mismo. Sobre las cosas que hizo. Era un
criminal. Un vendedor de drogas y algunos decían cosas peores, como que las
pocas personas que se le cruzaron no vivieron mucho tiempo para lamentarlo.
Estuvo algún tiempo en la cárcel. Porqué exactamente, nunca supe.
Asalto y agresión, algunos dijeron. Robo a mano armada, también había oído.
Estaba familiarizada con la historia de mi supuesto padre mucho antes
de que mis ojos lo hubieran visto, pero cuando lo vi, en el supermercado, al
azar, supe quién era inmediato.
Me encontraba en el pasillo de la mantequilla de maní, agarrando
algunas cosas de la lista de comestibles de Nana. Su ama de llaves solía hacer
todas las compras, pero recientemente se enfermó con un caso grave de gripe,
por lo que tomé el deber.
No sé muy bien por qué estaba tan segura de ello. La forma en que me
estudiaba tal vez o la manera en que inclinaba sus ojos, la línea obstinada de su
mandíbula. No era sus características tanto como la forma en que reaccionaba.
Había un fuerte parecido, pero también no lo había.
Era un hombre magnífico. Simplemente impresionante, con el rostro
perfectamente simétrico, y no era vanidad, pero no pude evitar ver algo de mí
misma en él.
Y todas mis fantasías sobre algún padre heroico que me habría querido
sin tan solo hubiera sabido de mí…. Desaparecieron de mi cabeza para siempre.
132
Parecía tan sorprendido de verme como yo a él. —Oye, te conozco —dijo,
arrastrando las palabras.
—No, no haces —le contradije con altivez.
Seguro como el infierno que no me conocía. Nunca tendría el privilegio, me
juré a mí misma.
—Sí, lo hago —dijo, imperturbable—. Eres Scarlett Theroux. Escucho
todo tipo de cosas sobre ti. Un lindo temperamento, por lo que he escuchado.
Terrible desde que eras pequeña. No muy diferente a tu madre.
Sonrió. Era hermoso, pero odié su cara a simple vista. —No muy
diferente de tu padre, tampoco.
—Mis dos padres están muertos —dije, a falta de algo mejor. Él se
encontraba, sin duda, muerto para mí.
Rio. —Oh, ¿eso piensas? Creo que estás llena de mierda. Sabes muy bien
quién soy, ¿verdad?
Lo miré, pero no respondí.
—Soy tu papá. Lo sabías, ¿verdad? Probablemente no estás muy
interesada en escuchar eso, pero es la verdad. Puedo ver la sangre Davis en ti,
también. No había oído hablar de eso. La gente solo me decía que eras la viva
imagen de Renee. Y puedo ver eso. Pero me veo en ti, también, no se puede
negar eso.
»Aunque supongo que no te importa eso, ¿eh? Lo has hecho bien por ti
misma, escuché, viviendo en la extravagante mansión de la anciana Durant. —
Odiaba su forma de hablar, lento, cada palabra prolongada para ser insinuante.
Además, sonaba como un pueblerino.
—¿Qué deseas? —pregunté. Claramente, si hubiera realmente querido
ser mi papá, no habría esperado a chocar accidentalmente conmigo en una
tienda de comestibles para presentarse a sí mismo.
Sonrió, y odié que luciera extrañamente familiar para mí. —Estás en la
secundaria, ¿verdad? Eso puede ser útil para mí. ¿Estás interesada en hacer algo
de dinero, chica?
Empecé a salir sin decir nada más.
Me detuvo con un agarre en el codo. —Ahora, ahora. Es buen dinero. Ya
no tendrías que rogarle a los Durant por caridad. ¿No quieres un poco de
dinero por tu cuenta? Me aseguraré de que todos tus trabajos sean fáciles. Solo
entregar algunas cosas, pequeños paquetes, a tus compañeros de clase, ¿sí?
—Suéltame, pedazo de… —gruñí.
—Oye, cuidado. Es papá para ti.
133 Justo cuando piensas que no puedes odiarte más a ti misma… y luego te
enteras de que vienes de una basura blanca peor de lo que imaginabas, sí, ahí es
donde me encontraba.
Su sonrisa se volvió desagradable. —Tienes un poco de actitud en ti. No
debería sorprenderme. ¿Sabes quién más tenía una? Tu mamá. No resultó
demasiado bien para ella, por lo que escuché.
Eso me detuvo en seco. —¿Qué se supone que significa eso? ¿Sabes
dónde está?
Se rio y fue una burla. —No puedo decir que sí, pero he oído cosas. Tal
vez si fueras un poco más agradable con tu padre, te contaría algunas de las
cosas que oí acerca de tu madre.
Zafé mi brazo de su agarre. —¿Qué insinúas?
—¿Qué tal si vienes a mi casa conmigo? Tengo una pequeña parcela de
tierra, y ya que eres parte del clan Davis, creo que es hora de que le eches una
mirada. Cuando estemos allí, te diré lo que sé sobre dónde Renee, tu madre...
terminó.
No era tan tonta como él parecía pensar. De ninguna manera iba a
ninguna parte con él. Jamás.
Abrí la boca para decirle eso cuando fui interrumpida.
—Jethro Davis, ¿qué tal si dejas en paz a esta linda señorita antes de que
encuentre algo en ti para arrestarte? Supongo que no tendría que buscar mucho
más allá de tus bolsillos si quisiera conseguir algo, ¿verdad?
Me estremecí. Este día empeoraba cada vez más.
Acababa de ser salvada de mi padre por la única persona que podía
posiblemente querer ver incluso menos que él.
Jethro no podía alejarse de mí lo suficientemente rápido después de eso.
Y entonces me quedé con el detective Harris. Él me dio su sonrisa
engañosa. —Qué casualidad. ¿Cómo estás? Eso debió haber sido traumático, lo
que le hizo tu… ¿sigue siendo tu novio? a ese pobre hombre sin hogar. Escuché
que se las arregló para encontrar una manera de salir de ello, sin embargo.
Felicidades. Es increíble lo que el dinero puede hacer, sobre todo cuando se está
tratando con un fiscal que está esperando tener una larga carrera política por
delante de ella.
—Fue en defensa propia —dije, mi voz y rostro duro—. Todo el mundo
tiene derecho a defenderse a sí mismo. —Dije esto de la misma manera en que
lo había dicho cientos de veces, con determinación de piedra. Estaba
acostumbrada a defender lo que Dante hacía. Nunca dejaría de defenderlo,
porque sabía que lo había hecho por mí.
Volvió a sonreír. —Me disculpo. Estuve fuera de lugar allí. No era mi
134 intención molestarte. En realidad, trataba de ayudar. Vi que esa sabandija te
molestaba y pensé que debía intervenir. Jethro sí estaba molestándote, ¿verdad?
Asentí, pensando que era irónico que esta basura viera a Jethro como
sabandija, pero a regañadientes dije—: Gracias.
—En cualquier momento, Scarlett. Sabes que siempre estoy aquí si me
necesitas. Siempre.
No me gustaba el sonido de eso ni un poco. Traté de avanzar, pero dio
un paso en mi camino. —Escucha, quizá no lo veas ahora, pero pensé que debía
advertirte: Dante es peligroso. Peligroso para los demás, peligroso para ti.
Me quedé mirándolo, preguntándome cuál era su intención. Por su
rostro y voz, parecía genuinamente preocupado por mí, pero con él no estaba
segura.
Y su intención no importaba. Nada en la Tierra podría asustarme de
Dante. Moriría antes de hacerme daño. Moriría para evitar que fuera herida.
Por cualquiera. Esto lo sabía.
—Crees que te defendió, lo entiendo. ¿Crees que fue, qué? ¿Homicidio?
¿Autodefensa si estás siendo completamente ingenua? Pero fue algo más, te lo
prometo. Entró en el bosque en busca de un hombre, y el hombre terminó
muerto. ¿Qué es eso, sino algo intencionado?
Empecé a sacudir la cabeza. Se equivocaba. Lo sabía a ciencia cierta. Miré
los ojos de Dante mientras me decía lo que realmente sucedió. Fue a buscar a mi
atacante, con la intención de llevarlo a la policía, ya que la policía no hacía nada,
pero cuando lo encontró, el hombre sacó un cuchillo y lo atacó. Lucharon,
Dante trató de tomar el cuchillo, pero en su lugar, para su horror, terminó por
apuñalar al hombre. Intentó todo lo posible para conseguir ayuda, pero mi
atacante se desangró antes de que pudiera conseguir la atención médica
adecuada.
Dante me contó la historia con un detalle increíble y con sinceridad, y le
creía incondicionalmente, incluso si era una de los pocas.
—Si pierde los estribos de nuevo, ¿cómo puedes saber que no serás tú la
que termine en el lado equivocado de ello?
—Está tomando cursos de manejo de ira —le dije a Harris, no porque
pensé que Dante realmente los necesitara, sino porque parecía algo que Harris
debería escuchar.
—No me entiendes, Scarlett, o no me estás oyendo, pero quiero que
sepas que si alguna vez me necesitas estoy a solo una llamada de distancia.
Puedes venir a mí por cualquier cosa.
Sentí sus palabras como una insinuación, siempre lo hacían, pero
simplemente asentí y pasé junto a él. Al menos no estaría molestándome nunca
135 más, no más que en una coincidencia aleatoria. Mi caso estaba cerrado, gracias a
Dios.
Harris me dejó ir, y fui directamente a la caja. Sólo había una cajera
atendiendo, y tuve la mala suerte de estar justo detrás de Jethro.
Me envió una sonrisa grasienta mientras pagaba por su cerveza y
cigarrillos con su tarjeta de beneficiario.
Por supuesto, esto no estaba permitido, pero cuando eres el mayor
traficante de drogas de una pequeña ciudad, cosas como esa tienden a ir a su
manera.
Miré su espalda cuando se fue. Esperaba sinceramente nunca tener que
verlo de nuevo.
Conocer a Jethro me molestó. Era desalentador y preocupante darse
cuenta que incluso yo creía que era mi padre biológico. Antes, siempre había
sido capaz de hacer caso omiso de cualquier relación en las raras ocasiones en
que salía a colación, ya que la idea había sido tan abstracta como de mal gusto.
No quería que este hombre fuera mi padre así que no lo era.
Pero ya no más. Después de eso, llevaba el peso de pertenecer a la
herencia de una basura blanca aún más de lo que ya era. Fue un golpe a mi ego
que no necesité, por decir lo menos. Ni un día en mi vida transcurrió sin que yo
hubiera sabido y sido recordada que era basura. Más pruebas se acumulaban en
una herida que ya estaba ensangrentada.
Otra cosa salió de haberme encontrado con él, sin embargo. Una lección.
O por lo menos, un recordatorio: no era una Durant. Nana me aceptó en su
corazón, en su casa. Me dio de comer, me vistió. Me dio todo lo que necesitaba
y más, desde un teléfono a mis cortes de cabello.
Incluso trató de comprarme un coche, pero dibujé la línea allí.
No, no estoy loca. Simplemente no podía hacerlo, no podía tomar un
regalo tan extravagante, no sin ganarlo. Ella tenía tres coches adicionales.
Cuando necesitaba uno, siempre generosamente me permitía tomarlo prestado.
Era suficiente para mí.
Y por mucho que quería decirle a toda esa gente que me miraba con
desprecio que se fueran a la mierda, sí me importaba cómo se veía, cómo me
veía cuando se trataba de Nana y su bondad hacia mí.
Si el mundo pensaba que tomaba ventaja de ello, entonces demonios, tal
vez era verdad, e hice todo lo posible para no hacerlo.
Por lo tanto, encontrarme con Jethro Davis no fue del todo malo. Me hizo
darme cuenta de que necesitaba empezar a ganar mi propio sustento.

136
18
"Te amo como ciertas cosas oscuras son amadas, secretamente,
entre la sombra y el alma.”
-Pablo Neruda

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Vane hearts

Scarlett
137

El rodaje no iba como esperaba. Era una montaña rusa. Todas subidas y
bajadas, nada en el medio.
Una parte de mí lo odiaba, y otra parte lo encontraba estimulante. Al
menos no estaba aburrida.
La actuación era lo único con lo que no me sentía en conflicto. Me
encantaba, porque Dios, estaba cansada de ser yo. Se sentía bien deslizarse en
otros zapatos.
Pero el resto era un revoltijo que consistía en guiones cambiados, nuevas
líneas, y re-grabaciones repetitivas.
Cada escena parecía que tenía que hacerse de nuevo una docena de
veces. Al menos.
Pensaba que todo esto se remontaba a una cosa: el director. Era difícil de
complacer y más difícil de impresionar.
Stuart Whently era conocido por crear la lista A, personajes llevados a
películas que hacía a la academia de cine desmayarse, y por ser un excéntrico, a
veces tiránico, perfeccionista.
Cuando pensaba de esa manera, las cosas no iban en realidad tan mal.
Aun así, se sentía como si estuviera de alguna manera fallando, y
empezaba a extrañar a mis amigas, que se iban cuatro o más días a la semana,
infierno, incluso a mi antiguo trabajo de mierda en la aerolínea, donde al menos
no sentía que era incompetente.
Hubiera renunciado con gusto hace más de un mes, sin imaginar que
duraría en volver a ello ni por un segundo.
Nunca lo admitiría en voz alta, y aunque hacía un trabajo horrible,
seguiría haciendo mi mejor esfuerzo hasta que o bien lo hiciera bien o fuera
echada. Ni siquiera me lo cuestionaba.
—¿Siempre es así? —le pregunté a una de las ayudantes de producción
después de que Stuart llamó a un corte abrupto y salió hecho una furia del set.
De nuevo.
—¿Hmm? —preguntó.
—Lo que quiero decir, ¿es así como se supone una producción de
película vaya o se trata de un colosal fracaso? —Tenía la esperanza de que no
fuera el caso, pero necesitaba saber si lo era.
Siempre, siempre prefería la verdad.
Eso la hizo finalmente mirarme, empujando sus gafas en lo alto de su
138 nariz para estudiar mi cara. —Este proyecto es tan tranquilo como se puede,
para ser honesta. Por lo general, la filmación con él es una pesadilla.
Me sorprendió, alivió, y de alguna manera molestó. Pero al menos, no
era por mí.
Stuart estuvo de vuelta en menos de una hora, que era por lo general el
patrón, y nos llamó al set de nuevo.
Dos tomas más tarde, y el buen viejo Stu se hallaba de nuevo
despotricando.
—Es un viaje de regreso de sentimiento alienado del mundo —dijo
apasionadamente, hablándome directamente a mí.
Bueno, a eso podía relacionarme. La segunda parte de ello, por lo menos.
—Se trata de crecimiento personal, no una explosión del mismo, pero se
desarrolla en un proceso gradual, pétalo a pétalo, poco a poco. Esta escena se
supone que te hace florecer. Él ha hecho por ti algo que nadie ha hecho antes,
mostrándote bondad, cambiando tu punto de vista, acerca de las personas, de
los hombres. ¡Ustedes dos se supone que se gusten uno al otro!
Y ese era todo el problema. No podía soportar al actor principal. Era un
idiota de Hollywood de primer orden.
Estuve emocionada cuando oí que fue elegido para el papel.
David Watts había parecido la elección perfecta. Tenía éxito, un nombre
muy conocido, de excelente aspecto, y porque tenía cuerpo musculoso y le
gustaba poner fotos sin camisa de sí mismo sosteniendo gatitos en Instagram
regularmente, traía su propia base de fans rabiosas de todas las películas que
había hecho.
Pero la forma en que sonaba en el papel estaba lejos de cómo era trabajar
con él.
Stuart fue directo a mi espacio personal, como solía hacer, me distrajo de
mi línea de pensamiento molesta, ojos con lentes estudiándome de cerca. —Pero
tú no eres el problema, ¿verdad? Eres ella. Eres este personaje. Eres tú. Tú eres
esta película. Eso está claro para mí. Así que eres tú con la que debemos
empezar a trabajar. Lo que necesitamos para esto es la química. Te lo
preguntaré simple, ¿puedes pensar en un hombre con el que tengas química
que sea apto para desempeñar este papel?
Me sorprendió, pero me encantó. ¿Realmente despediría a David Watts?
¿Es eso lo que quería decir?
Abrí la boca para responder, porque demonios, encontraría a alguien,
pero David interrumpió con un gran berrinche.
Al parecer, también quería este trabajo.
139
David probablemente no era una persona terrible. Sólo estaba fuera de
contacto con la realidad. Y la normalidad. Algo de lo que pensé que un montón
de personajes famosos sufrían. Apostaría dinero de lo que vi en el set que se
rodeaba de gente que solamente le decía lo maravilloso que era, que era el copo
de nieve más especial de todos los copos de nieve especiales.
La gente que nunca le hacía saber cuándo actuaba como un gilipollas
titulado.
Ni siquiera era un mal actor. Tenía un rango limitado, como la mayoría
de los hombres más apuestos, pero lo que actuaba, lo actuaba bien. Solo decidió
ser un idiota conmigo desde el primer día que nos conocimos, y no podía
ocultarlo, incluso cuando las cámaras estaban rodando.
Todavía me sentía un poco disgustada acerca de esto. Estuve
emocionada de conocerlo, más emocionada cuando quiso que fuera a su casa
para ensayar juntos.
Alrededor de dos horas y un par de copas más tarde en esa primera
reunión, me pidió (demasiado directo y sin una pizca de encanto) si quería
follar, y educadamente lo rechacé.
Está bien, educada quizás no era la palabra. Intenté ser educada, pero
estoy segura de que mi versión de educada no fue más que un toque sarcástico.
Y es probable que burlista.
No tomó bien el rechazo. Sinceramente, no pensé que supiera como
manejar esto, y lo volvió hacia mí. Le dijo a todo el mundo que era difícil
trabajar conmigo, mientras hacía excepción a cada palabra que salía de mi boca.
Lo ignoré e hice mi mejor esfuerzo para no dejar que se mostrara que no
podía soportarlo cuando las cámaras filmaban. Pensaba que lo había logrado.
David ni siquiera lo intentó. No sé si pensaba que podía intimidarme
para querer dormir con él, o si no era más que poco profesional.
Una cosa era segura. Antes de hoy nunca soñó que existía una
posibilidad de que pudiera ser despedido.
—No quiero despedirte —le dijo Stuart cuando David se calmó lo
suficiente como para dejar que alguien más hablara—. No quiero. Solo podría
tener que hacerlo. Scarlett es eléctrica. Es mágica. Incandescente. Me da vida. Es
mi musa, y fue hecha para este papel, pero tan pronto como los pongo juntos,
todo se hace plano. ¡Plano! No puedo tenerlo plano, David. Dime cómo puedo
evitar despedirte.
Ese pequeño discurso, y el miedo de perder el papel, parecieron ayudar.
David intentó con más fuerza. Se hizo más civilizado con la siguiente toma,
140 como si una luz que se hubiera encendido. Una gran pila de pastel de humildad
había sido justo lo que recetó el doctor.
Qué mocoso malcriado.
Cuando terminamos otra toma resultó en un salpicón de aplausos y
excéntricos besos de Stu soplados en el aire.
Estaba casi decepcionada. Me habría gustado sustituir a David con
Anton o, diablos, casi todo el mundo, pero si iba a comportarse, no sería una
perra al respecto.
Nos tomábamos un breve descanso mientras esperábamos para montar
la siguiente escena cuando mi teléfono comenzó a sonar.
Era Bastian. Tomé una respiración profunda y respondí.
—No puedo encontrar a Dante —comenzó.
Cerré los ojos, frotándome la sien con la mano libre. —Está aquí.
—¿Qué quieres decir con aquí?
—En algún lugar de la ciudad. O al menos lo estaba hace unos días.
Bastian maldijo. —Maldita sea, debería haber adivinado. Si lo ves de
nuevo, dile que necesito que me llame. Tenemos que unir esfuerzos.
—¿De verdad crees que es una buena idea? —pregunté directamente. Si
Dante sabía que hablaba con su hermano, sin importar el motivo, no tenía
ninguna duda que lo enviaría a un ataque de celos.
—Veo tu punto —admitió irónicamente—. Bueno, si lo ves, ¿averiguarás
que está haciendo allí, dónde se aloja, y luego me lo harás saber?
—Si lo veo, sí, lo haré.
Me quedé mirando mi teléfono mucho después de que la llamada
terminara.
¿Vería de nuevo a Dante? ¿Quería hacerlo?
Fui capaz de responder a la primera pregunta mucho antes de lo que
imaginé, ya que la siguiente vez que fui a mi remolque para un descanso, me
encontré con Dante tumbado en mi sofá. De nuevo.
Y apestaba de borracho. De nuevo.
Sin embargo, no creí que fuera el alcohol corriendo a través de su sistema
lo que hizo que no pudiera encontrarse con mis ojos.
Vino aquí para verme, y ni siquiera podía mirarme.
No estoy segura de cómo que me habría hecho sentir hace unos meses, o
incluso semanas, pero con lo que ahora sabía, me hizo sentir miserable.

141 Y enojada. Confusa y conflictiva. Herida y perdida.


Pero también, me conmovió profundamente.
¿Cuánto tiempo estuvo viviendo esta doble vida, atrapado en el
purgatorio, atrapado en una red de mentiras viciosas, completamente solo?
Protegiéndome de todo.
Yo, francamente, ni siquiera quería saber. Es mucho más fácil odiar a
alguien que estás segura de que te ha hecho mal que odiarte a ti misma.
Y tenía mucho miedo de que si sabía cuán lejos iban sus mentiras, mi
odio a mí misma no conocería límites.
—Dante —dije, mi voz tan suave que lo obligó a mirarme, toda su cara
borracha registrando una especie de simpática sorpresa, como si hubiera
olvidado donde incluso estaba.
—Te ves como el infierno. —Dicho esto, él hacía al infierno lucir bien.
Tenía el cabello desordenado, más barba en la mandíbula de lo habitual.
Todavía llevaba la evidencia de esa barba en los muslos de su última visita, y
no, eso no era una queja.
Ningún traje para él hoy, en lugar de eso llevaba pantalones de entrenar
color gris y una sudadera con capucha con cremallera que se hallaba lo
suficientemente abierta en el cuello para exponer la clavícula definida y la parte
superior de su pecho musculoso. Y la maldita cadena que nunca se quitaba.
Además, había suficiente piel desnuda que sospechaba que no llevaba ninguna
camisa debajo. Si no estuviera bebido, habría asumido que acababa de llegar de
una sesión de entrenamiento. Iba vestido para ello, hasta los zapatos para
correr.
—¿Cómo sigues pasando la seguridad? —Estaba mayormente curiosa al
respecto. Tuve que saltar a través de obstáculos para llegar al set las primeras
veces, eran tan estrictos. ¿Cómo tuvo tanta suerte?
—Creen que soy tu novio.
—¿Por qué pensarían eso? —le pregunté, pero sabía la respuesta.
—Debido a que eso les dije. Y los soborné.
Al menos era honesto. Por una vez.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté sin rodeos.
Su mano temblorosa empujó su cabello con impaciencia de su rostro. —
Estoy aquí por la misma razón por la que siempre vuelvo a ti. He venido por las
sobras. Cualquier cosa que me vayas a dar. Vine porque no puedo permanecer
lejos. —Su voz era baja y ronca de beber, pero espesa y oscura por la emoción—.
Lo intenté. ¿No sabes que siempre estoy tratando de mantenerme lejos? No
importa. Nunca funciona.
142 Hubo un tiempo en el pasado no tan lejano que sus palabras me habrían
enojado, arrojado a un mal humor que nos habría dejado a ambos sangrando.
Pero algo cambió. Algo que me aterrorizaba y me emocionaba en ambas
medidas.
Algo que me destruyó completamente.
Algo que me rehízo de nuevo.
No sabía hasta qué punto llegaban todas sus traiciones, qué tan profundo
o superficial eran sus mentiras, pero empezaba a darme cuenta de que en un
aspecto, al menos, eso no importaba.
Una parte de mi patético corazón tenía una debilidad por él de nuevo.
19
“Amor' es el nombre para nuestra búsqueda de plenitud, por
nuestro deseo de estar completos."
-Platon

Traducido por Nika Trece


Corregido por Vane hearts

Sin decir nada más fui a hacernos una taza de café. Me temblaban mucho
las manos, pero o bien no se dio cuenta o era lo suficientemente educado para
no hacer comentarios al respecto.
—¿Estás en la ciudad por mucho? —pregunté mientras le ofrecía su taza.
143 La tomó con un suave gracias, arrastrando una mano por su cabello, los
ojos bajos. —No sé. No sé qué demonios estoy haciendo más, Scarlett. Eso es un
hecho.
Me puse de pie sobre él, estudiándolo. Olvidé lo espesas que sus
pestañas eran, dobles filas y más oscuras que su cabello. Olvidé lo bien definido
que su exuberante labio superior era, lo amplios que eran sus hombros, tan
musculosos que incluso se flexionaban cuando hacía un movimiento tan
pequeño como tomar un sorbo de café.
Olvidé eso cuando me mostró el más mínimo atisbo de vulnerabilidad, lo
que me hizo débil como un bebé.
Me obligué a olvidar tantas cosas de él, y me pregunté, casi sin atreverme
a tener esperanza, si podría ser diferente ahora.
¿Había alguna posibilidad de que pudiera cambiar mis recuerdos de
amargos a dulces de nuevo? No todos ellos. Por supuesto que no. ¿Pero quizás
algunos?
Todavía no lo sabía.
Todo había cambiado, pero el futuro era más incierto que nunca.
Pasé mi mano, oh, tan suavemente por su cabello y todo su gran cuerpo
se tensó como preparándose para un golpe.
Tenía buenos instintos. —Lo sé, Dante. —Mi voz era tranquila, pero la
intensidad temblorosa de ella resonó por toda la habitación. —Lo sé.
—No tengo la menor idea de lo que estás hablando. —Poco a poco y con
cuidado, puso su café sobre la mesa a un lado a su derecha.
—Eres un mentiroso —le dije casi en broma, porque por una vez tuve la
sartén por el mango.
Por último, lo tuvo observándome, mirándome a los ojos sin pestañear.
—¿Con quién has estado hablando? —La pregunta salió con cuidado, su
tono medido. Aparentemente inofensivo.
No me dejé engañar. Su cara era suave, todavía, a excepción de sus ojos.
Ellos me decían una historia diferente.
Una historia de rabia y violencia. De su temperamento en ebullición, sin
control, justo bajo la superficie.
Si le daba un nombre, decirle quien me había puesta al tanto…
Rodarían cabezas.
—Eso es lo menos relevante que podrías preguntar —respondí
finalmente, una evasión, pero una que sabía iba a ser eficaz.
—No estoy de acuerdo. ¿Quién? —La insustancial fachada se deslizaba
144 de su voz.
—Voy a responder a una de tus preguntas, pero no esa. —Mi voz era casi
una burla.
Se humedeció los labios y fue un esfuerzo no inclinarse y besarlo. —¿Qué
quieres decir?
Estaba en un territorio peligroso ahora. Mi necesidad de curarlo se volvía
tan fuerte como mi necesidad de hacerle daño.
—La respuesta es sí —pronuncié en voz baja. Hizo doler a mi corazón
hecho jirones el pronunciar las palabras, pero no fui capaz de mantenerlas.
Confusión frunció su ceño, sus brillantes ojos estudiaron mi cara. —¿Sí a
qué?
—Sí. Te amo tanto como te odio.
Algo le pasó a su cara; se cayó y se levantó mientras un estremecimiento
lo sacudía. —Jesús —susurró, una y otra vez mientras me agarraba, enterrando
su cara en mi estómago, envolviendo sus grandes brazos alrededor de mí.
Mi voz era áspera, tan frágil como la rotura de cristales, mientras
añadía—: Es un empate cercano, amor y odio, pero podría inclinarse en
cualquier dirección. Ya terminé con las mentiras, Dante. Tengo algunas
preguntas y vas a responderlas.
No me soltó, no huyó esta vez.
Progreso.
—¿Qué sabes? —preguntó con cuidado, su voz amortiguada contra mi
vientre. Su cara todavía presionada fuertemente en mí.
Toqué su cabeza ligeramente con mis dedos.
Mis uñas rasparon rudamente su cuero cabelludo mientras agarraba dos
buenos puñados de su cabello, inclinando su cabeza hacia atrás, hacia arriba, lo
que le obligó a mirarme a la cara.
Me dejó, parpadeando lentamente hacia mí.
Me incliné y presioné mi boca en la suya.
Estuvo bebiendo cerveza, podía decirlo. El sabor de la misma estaba
drogado en su aliento, se volvió increíblemente dulce. Me trajo recuerdos,
buenos y malos, como todas las cosas con Dante.
Me quedé en el beso. Tenía poco tiempo, pero no me contuve.
Cuando finalmente quité mi boca de la suya, los dos jadeábamos duro,
pero encontré aliento para decir—: Vas a ser honesto sobre esto o vas a
permanecer fuera de mi vida.
No dijo nada y me alejé, moviéndome a una distancia segura fuera de su
145 alcance. — ¿Asumo que te estás quedando en algún lugar de la ciudad?
Asintió, luciendo un poco aturdido.
—Tengo que volver al set, pero no hemos terminado aquí. ¿Por qué no
me envías la dirección en la que te vas a quedar? Iré a verte cuando haya
terminado el trabajo del día.
—Voy a esperar aquí hasta que termines. Podemos conducir juntos.
Mordí mi labio mientras pensaba. —Está bien. Siempre y cuando hayas
pasado la borrachera lo suficiente como para conducir.
Tomó su taza de café desechada, brindando hacia mí. —Lo tengo.
Stuart sintió que estábamos en una buena racha ese día, así que
terminamos el rodaje en más horas de lo que incluso me esperaba.
Trabajamos tan profundamente en la noche que P.M. pasó a A.M. horas
antes.
Pensé que Dante se habría dado por vencido, y se habría ido para el
momento que volví a mi remolque.
Calculé mal. Estaba allí y despierto. E infiernos, incluso sobrio.
Nuestros ojos se enfrentaron durante unos intensos latidos antes de
moverme a la pequeña habitación en la parte trasera, cambiándome a ropa de
calle.
—¿Hablaremos aquí o en tu lugar? —pregunté mientras salía, agarrando
mis cosas—. ¿O mi lugar? —agregué.
—El mío —respondió al instante, levantándose del sofá.
—¿Qué estuviste haciendo aquí durante todo este tiempo? ¿Meditando?
Me dio una pequeña sonrisa por eso. —Me mantuve ocupado. Sobrio.
Fui a correr, hice algunas llamadas telefónicas.
No esperaba una respuesta semi-recta. Por lo general, combatía sarcasmo
con sarcasmo. —¿A quién llamaste? —Realmente no creí que me respondería si
era algo además de los negocios, pero nunca se pierde nada con preguntar.
—Trataba de averiguar con quién has estado hablando.
Me froté las manos, un gesto nervioso. Me obligué a detenerme. — ¿Y lo
hiciste?
—No, no pude conseguir nada concreto, por lo que puse a algunas
personas en ello. ¿A menos que, por supuesto, hayas cambiado de opinión y me
digas?
Negué con la cabeza con desdén. —No es probable. Y no importa. En
146 verdad. Debes estar más preocupado por lo que sé que de quién me lo dijo.
Su boca se torció con amargura. —Touché.
Eso nos calló a ambos por un tiempo. Dejé el coche en el aparcamiento,
así que fui con él.
—¿Cuán largo es el camino? —pregunté.
—No muy lejos. —Fue todo lo que dijo.
No presioné sobre el tema. Me iba a enterar muy pronto.
Y lo hice. Más pronto de lo que pensé. Encontró un lugar sólo para estar
cerca del set, a escasos diez minutos en coche desde el aparcamiento a su
alojamiento.
—¿Te hospedas en una casa? —pregunté mientras aparcaba. Era
agradable, no demasiado grande, pero en gran medida cerrada. No parecía el
tipo de lugar donde podía alojarse por sólo un par de noches.
—Temporalmente.
—Si es tan temporal, ¿por qué no quedarte en un hotel?
—Necesitaba más privacidad. Requiero puertas y ventanas tintadas.
Digerí eso, y pensé, sólo tal vez, que lo entendía.
Aparcó el coche en la unidad en forma de U, deteniéndose apenas por
debajo de la puerta principal.
—¿Tienes todo el lugar para ti? — pregunté, mirando alrededor.
—Lo hacemos, sí. ¿Qué te parece?
Le lancé una mirada por eso. —No importa si me gusta. Sólo vine aquí
para hablar. Y luego me voy.
Afirmó su mandíbula y asintió, mirando a otro lado.
Nos dejó entrar de la casa en silencio, haciéndome un gesto para que
entrara.
Di unos pasos hacia la puerta de entrada y me detuve. El lugar era más
grande de lo que pensé desde el exterior. También se hallaba totalmente
amueblado. Muy bien decorado, con un montón de grises y blancos. Se sentía
más como una residencia privada que un corto alquiler.
—¿Te importa si me ducho antes de hablar?
Me encogí de hombros. —Lo que sea.
—Siéntete como en casa. La cocina está surtida, si tienes hambre.
Me di cuenta que lo estaba. —Solo señálame la dirección correcta.
Me mostró la cocina y se fue.
147
Acababa de despachar la tortilla número dos cuando se unió a mí de
nuevo.
Le eché un vistazo, luego aparté la vista de nuevo. Se encontraba en un
nuevo par de pantalones de chándal, estos eran negros, su musculoso pecho
deliciosamente desnudo. Tenía el cabello aún húmedo.
Quería lamerlo, de la cabeza a los pies. Dos veces. Despacio.
En su lugar, le pregunté—: ¿Te quedaste sin camisas?
—Sí. Siéntete libre de quitarte la tuya también, para que sea menos
incómodo.
Curvé los labios hacia abajo para evitar que se curvaran hacia arriba, que
naturalmente trataron de hacer.
No tenía permitido a encantarme en este momento. El Bastardo.
Le di su plato. Podría haber esperado a preguntarle si tenía hambre, pero
no le vi el punto. Por lo que recordaba, nunca rechazó los alimentos. Como
siempre.
—Gracias —dijo.
Nos sentamos en una mesa redonda en el rincón del desayuno. Era un
lugar agradable, rodeado de ventanas. Si estábamos allí cuando saliera el sol en
unas pocas horas, probablemente tendríamos una vista magnífica.
Comí mi tortilla sin una palabra, sin mirarlo. Había estado recogiendo
mis pensamientos desde hace un tiempo, y tenía muchas preguntas.
Ni siquiera sabía por dónde empezar. Y también estaba reacia. Si
empezaba a mentir o evadir, o que Dios me ayude, manipularme de nuevo, esta
cosa estaría muerta en el agua.
Terminó de comer antes que yo, levantándose para llevar su plato al
fregadero y luego volvió a sentarse frente a mí.
Lo sentí mirándome mientras comía, pero no levanté la mirada.
Terminé aproximadamente la mitad de mi tortilla antes de empujar mi
plato hacia él. Nos preparé dos porciones del mismo tamaño, sólo un poco
asumiendo que él terminaría lo que yo no.
Porque lo hizo mil veces antes. Jesús, incluso comer juntos era como
caminar por un campo de minas terrestres.
Ponnos juntos para hacer cualquier cosa, y habría un recuerdo detrás de
él. Una docena. Un centenar.
Tuvimos palabras con toda la vida unidas a ellas.
148 Esa era la carga de enamorarse tan joven. De dejarse ir tan
profundamente en otra persona. Se pertenecía demasiado el uno al otro para
realmente alguna vez alejarse.
Y lo demostramos tanto. Y otra vez.
Esperé hasta que terminó el segundo plato y se levantó para llevarlo al
fregadero.
Me levanté y lo seguí. —Tu madre te ha estado chantajeando. —No era
una pregunta.
Observé su espalda mientras decía las palabras, atestiguando cómo se
preparó y se estremeció como si todo su mundo se derrumbaba a su alrededor.
Porque lo estaba.
Se volvió a mirarme, y leí demasiada agonía en sus ojos. Sabía
demasiado de lo que ellos tenían. Así que muchas de mis preguntas fueron
contestadas solo desde esa mirada, si era honesta conmigo misma.
Pero la negación es algo muy poderoso, y no me habría importado
aferrarme a ella por tan solo un poco más de tiempo.
—Sí. Sí. —Lo dijo con una especie de reverente ligereza, como si un gran
peso hubiera sido levantado de él.
Porque años de secretos onerosos fueron tomados de sus hombros.
Jesús, era una tonta.
—Por supuesto que lo estuvo haciendo —continuó de manera sucinta—.
Por supuesto que lo estuvo haciendo.

149
20
“Solo sé de un deber, y es amar”
-Albert Camus

Traducido por Victoria.


Corregido por Vane Farrow

Dante
150
Me hallaba sorprendido conmigo mismo, con mi reacción ante sus
palabras.
Había estado evitando esto durante tanto tiempo, pasé por tanto dolor y
sufrí tanto simplemente para evitar que esto sucediera.
Nunca imaginé, ni en mis sueños más salvajes, que mi reacción instintiva
de que todo se viniera abajo sobre mí fuera una lluvia torrencial de alivio. Era
débil con eso.
Pero también, por supuesto, era mi peor pesadilla. La única cosa que
siempre había temido.
Porque lo que ella haría, ahora que sabía, me aterrorizaba.
—Este lugar no se siente como un alquiler temporal para mí, Dante —
dijo, y su voz de alguna manera sonaba normal.
Oh, ¿ahora cambiaba el tema? Era exasperante, pero de igual manera le
respondí—: Estoy considerando volverlo una residencia más permanente... Mi
madre no puede saber de ello, comprenderás. —Mientras hablaba, me volteé
completamente para mirarla.
Sonrió, inclinando la cabeza para estudiarme. Una expresión aterrizó
sobre su rostro, una que sabía no había intentado hacer, de casi un curioso
cariño.
Esa mirada en su cara era como un puñetazo en el estómago.
Demasiados sentimientos me recorrían cuando me estudiaba así, como si los
años hubieran desaparecido y estábamos de vuelta en una pequeña discusión
que, a largo plazo, no significaba nada para nosotros, a una forma de la vieja
disputa que solíamos disfrutar cuando todavía teníamos completa fe en que
nuestro vínculo era inatacable.
Esto no era eso, por supuesto que lo sabía, pero era dolorosamente
placentero pretender que pudiera ser así, aunque fuera por una noche.
—Planeas quedarte en Los Ángeles... cerca de mí... tanto como tu madre
no sepa sobre ello. —Se tocó la barbilla mientras hablaba, luciendo pensativa.
Hice que mi expresión permaneciera indiferente y neutra y simplemente
continué mirándola a los ojos, pero no sirvió de nada.
Se encontraba sobre mí, y no podría haber dicho si me sentía más
aliviado, o totalmente horrorizado por eso.
—No sabes cuánto sé —acusó correctamente—. No tienes idea de cómo
manejarme, ya que, por una vez, estás más a oscuras que yo. ¿Cómo se siente,
amor?
151
—Horrible. —Le di una sola pieza amarga de honestidad, porque Dios, se
lo merecía—. Tan horrible como podrías esperar. ¿Te importaría ponerme al
tanto?
—Claro que no. Puedes adivinar, y preocuparte, y estresarte con tu
mentiroso corazón negro. Y mientras haces eso, podrías hacerme una bebida.
Asumo que tienes una botella de whisky de calidad superior por aquí.
Decidí tomar en serio la orden, y la dirigí desde la cocina hasta la sala de
estar contigua. Como correctamente había adivinado, tenía un bar bien surtido.
Nos serví a ambos una bebida. No tuve que preguntarle qué quería ni
cómo lo quería. Todo era muy familiar para mí.
—¿Que planeas hacer? —le pregunté, mientras le daba un vaso de
whisky, puro—. ¿Vas a confrontar a alguien?
Se rio, un sonido de puro deleite que reverberó a través de mí, haciendo
que mi corazón latiera, recordándome que todavía era un esclavo de sus
caprichos, maldita sea. —¿A quién confrontaría? ¿Y sobre qué? ¿Sobre lo que sé,
supones? Si digo que sé todo, ¿cederás y me dirás aún más?
Me molestó fuertemente lo mucho que disfrutaba de esto. —Esto no es
un juego.
Su sonrisa murió de repente, dejando atrás la rabia tranquila que en
realidad nunca había dejado. —¿Crees que no lo sé? —Su voz contenía tanta
amargura helada que podía sentirla en mi propia boca. Podía desollar mi vida
con ese tono, pelar la piel de mis huesos—. ¿Crees que esto es divertido para mí?
¿Qué me mintieran? ¿Qué me manipularan? Pero ya no responderé a tus
preguntas. Responderás la mía.
No discutí con ella. En cambio, brindé hacia el aire y terminé mi bebida.
Creo que ahora aceptaría cualquier cosa solamente para evitar que se
fuera.
Si eso significaba que seguiría volviendo.
Había llegado al límite en mi vida sin ella. Tan peligroso como era, tanto
como hacía que mi pecho se pusiera frío de miedo, había terminado de
mantenerme alejado de ella.
Y, que Dios me ayude, no tenía la voluntad de seguir viviendo con
mentiras.
—Así que, si acepto responder a tus preguntas… —empecé, un momento
más tarde, atravesando con valor el silencio yaciente, decidido a negociar con
ella.
Comprometernos había sido siempre, irónicamente, uno de nuestros
152 puntos fuertes.
Irónico porque dos almas más obstinadas y orgullosas jamás habían
caminado sobre la Tierra.
Creo, y siempre había asumido, que esto solo funcionaba porque éramos
demasiado devotos el uno al otro.
Crecimos como criaturas salvajes, creyendo en nada más que en el otro, y
eso de alguna manera siempre fue suficiente. Cuando no puedes imaginarte la
vida sin una persona, por supuesto que harás lo que sea necesario, admitir la
derrota cuando tienes que hacerlo, para mantener la paz.
—Te quedarás conmigo —proseguí—. Estaremos juntos.
No respondió durante un largo tiempo, en vez de eso, solo me miraba,
sus ojos duros e inflexibles.
También la estudié, mirando su querido rostro como si nunca pudiera
tener suficiente.
Porque nunca podría.
Siempre estuve obsesionado con ella. Fue una de las características
definitorias y consistentes de mi vida. Obsesionado no solo con sus
perfecciones, sino también con sus defectos. Incluso su orgullo obstinado tenía
un lugar especial en mi corazón. Eso me arruinó como una persona de muchas
maneras, pero Dios lo hizo llegar hasta mí. Ella lo llevaba a un nivel en el que,
incluso cuando era en tu contra, casi tenías que admirarlo.
Pero había llegado a mi límite. Se comprometería ahora.
Caímos en una competencia de miradas que me encontraba decidido a
ganar.
Le ganaría esto.
Y así lo hice. Se quebró primero, su mirada dura se volvió vacilante, sus
párpados temblaban, antes de que se le aguaran los ojos y apartara la mirada.
—Hemos estado en guerra durante tanto tiempo. ¿Cómo podemos
simplemente dejarlo pasar? —Su voz era temblorosa por su pérdida. No era
fácil para ella aceptar la derrota. Nunca lo había sido.
—Hemos estado en guerra, correcto, pero simplemente no vimos que no
estábamos destinados a pelear entre nosotros. Fue un error, pero ya se acabó.
No te estoy pidiendo todo de una vez. Entiendo el daño que hemos hecho
aquí más que nadie. Solo te pido que lo intentes. Dame tu tiempo, cada momento
libre de él, y yo te daré algunas respuestas.
La tenía. Lo vi. En sus puños cerrados y sus labios temblorosos, lo vi.
Di un paso más cerca.
Se preparó, pero no se apartó.
153
Di otro paso. Cerró los ojos mientras mis dedos recorrían su frente.
Ligero como una pluma, le acaricié las sienes, deslizando mis manos de nuevo
hacia arriba para sostener su cabeza.
Agarré su cabello con ambas manos y junté nuestras frentes. —Te
quedarás conmigo —repetí—. Estaremos juntos.
Necesitaba que esto fuera muy claro; una confirmación verbal. No podía
haber problemas de comunicación. Habíamos tenido suficiente de ellos.
—¿Y me dirás la verdad? —dijo en una voz vulnerable que me destruyó
mucho más rápido que cualquier navaja afilada.
—Sí. Sí. Responderé tus preguntas. Tu turno.
—No puedo solo dejar pasar estas cosas. No puedo simplemente
perdonar. Ni a ti, ni a mí.
—No te pido eso —expliqué. Mi tono era tranquilo y razonable, mi
corazón latía como una estampida—. No soy tan codicioso ni tan delirante. Te
pedí que te quedaras conmigo. El resto puede venir después.
Su voz era apenas audible en la habitación silenciosa, pero aun así resonó
por todo el lugar. —Sí. Me quedaré contigo. —Sonaba incierta y consternada,
pero igual lo tomaría.
Mis ojos se cerraron con fuerza por el alivio agudo, y la sujeté así durante
un tiempo, nuestras frentes tocándose, mis dedos frotando suavemente su
cuero cabelludo.
Sentía que podía quedarme así indefinidamente, me hallaba totalmente
agradecido por la conexión.
Pero entonces me tocó, acariciándome suavemente desde las muñecas
hasta los codos y de nuevo.
Y eso fue todo. La dulzura se asentó.
Sangre corrió rápido por mi cuerpo, mi estómago se apretó como
pateado por la lujuria, demasiado difícil de negar.
Fue un esfuerzo no arrastrarla hasta el suelo, o infiernos, empujarla hasta
sus rodillas.
En vez de eso, me enderecé, alejándome de ella, quien abrió los ojos.
Volaron de mi cara hacia mi pecho desnudo. Me pasé una mano por el pelo y vi
la forma en que cada movimiento de mi cuerpo llamó su atención.
Se humedeció los labios, y me moví con tanta fuerza que su mirada captó
el movimiento de más abajo. Tomó una respiración profunda que hizo que sus
pechos se movieran, lo que atrapó mi mirada. Sus pezones estaban duros bajo
su apretada camisa de algodón blanco. Sin incluso disponerlo, mi mano se
154 movió hacia ella, el pulgar moviéndose sobre una de las pequeñas
protuberancias duras.
Me envió una mirada larga y sensual, y se arrodilló.
—Jesús —dije. Junté las manos en la cima de mi cabeza, mis ojos pegados
a ella mientras se quitaba la blusa, desabrochaba su sujetador, y se lo quitaba
suavemente.
Frotó su cara contra mí como un gato, usando su nariz para jugar
conmigo a través de los pantalones. Era adorable y una de las cosas más
excitantes que jamás había visto.
Mi estómago se apretó mientras abría mis pantalones de chándal,
bajándolos, liberando mi pesada longitud para moverla contra sus exuberantes
labios de color rosa.
Jesús.
Acababa de chupar mi punta en su boca cuando salí de mi trance.
Lo intenté dos veces antes de finalmente encontrar mi voz. —Espera.
Detente.
Yo rechazando a Scarlett.
Esa tenía que ser la primera vez.
Pero necesitaba algo más en ese momento, y la necesidad palpaba tan
comprendida, tan completa que nunca siquiera consideré negarla. Cuando hablé,
mi voz era ronca con todas las palabras que no pude encontrar por una
necesidad tan poderosa que me dejó afectado. —Necesito estar dentro de ti.
Apoyó la mejilla contra mí, rodando los ojos para levantar la mirada
hasta los míos.
—Vamos al dormitorio —dije con voz ronca.
No se mostró de acuerdo o en desacuerdo, así que la jalé, levantándola
por debajo de sus brazos y apoyándola en sus pies. No podía mantener mis
manos quietas. Palmé sus pechos y vi cómo su mandíbula se aflojaba.
Joder. La dejé ir, dando un paso lejos mientras empujaba mi rígida
longitud de vuelta a mis pantalones. —Dormitorio. Te quiero en el dormitorio.
Me di la vuelta, en dirección hacia el pasillo, a través de la entrada, y
hasta la escalera doble. Me dirigí hacia el ala este de la casa, consciente en cada
paso de que me seguía una Scarlett en topless.
—Este lugar es más grande de lo que pensaba —observó, su tono neutro.
—¿Te gusta? —Eso esperaba. Lo había comprado con sus preferencias
personales en mente. Debido a que era para ella.
—Seguro.
155 Por lo menos no era un no.
Mi boca se torció irónicamente mientras le mostraba nuestra habitación.
La casa era para ella. El dormitorio para mí.
—Sutil —dijo irónicamente. El techo sobre la cama y cada pared que no
era una ventana se hallaba lleno de espejos.
¿Qué puedo decir? Me gusta mirar.
—Es la primera vez que tenemos una casa para nosotros. Podría haberme
exagerado un poco. —Demostrando mi punto, mientras hablaba mis ojos la
miraban en el espejo.
Encontró mi mirada, la suya enigmática. —Planeaste esto todo el tiempo.
Me encogí de hombros. Era demasiado complicado de explicar, los
esfuerzos que había realizado se basaban en el más minúsculo hilo de
esperanza. Y no me hallaba de humor para hablar.
Nos hallábamos igual, al parecer, porque empezó a quitarse los
pantalones vaqueros sin decir nada más.
Salí de mis pantalones, mis ojos pegados a ella, moviéndose sobre ella,
devorando cada centímetro de piel que desnudaba.
Y cuando ya se encontraba desnuda, estuve todo encima, empujándola a
la cama, montándola, presionando mi pecho al suyo, nuestra carne caliente
rozándose entre sí, creando más fricción de la que necesitaba para encenderme.
Acuné su cara con ambas manos y la besé, moviéndome a la cima de ella,
acomodándome entre sus piernas. Me eché hacia atrás para observar su rostro
mientras la tomaba, casi salvaje por la necesidad.
Abrupta e inesperadamente, comenzó a luchar, empujándome. Me moví
hacia atrás con una sacudida, demasiado aturdido para protestar.
—Así no —dijo, sofocada. Se sentó, sin mirarme a los ojos—. Cara a cara
no. Ahora no.
Dolió, pero me dije que estaba bien. Me había dado demasiado en muy
poco tiempo. Era un milagro que incluso se encontrara aquí.
Claramente se necesitaba más tiempo para ciertas intimidades. Pero si
trabajaba el tiempo suficiente, no se detendría. Era inevitable. Abandonados a
nuestra suerte nos daríamos todo el uno al otro, porque ese era el orden del
universo.
Realmente creía eso.
Me sacudí la molestia y la acomodé. No le buscaría tres pies al gato, mi
mente en un lugar oscuro y primitivo por lo que no me importaba nada excepto
156 meter las bolas profundo dentro de ella y estar en celo como un animal.
Me mostró justo lo que quería moviéndose a un gran diván que
dominaba la esquina de la habitación más cercana al armario de zapatos que
aún no le había mostrado. Se subió a la pieza de color crema de mueblería,
situándose en sus manos y rodillas, ubicada justo en el borde.
No necesitaba que me lo dijeran dos veces. Le cubrí la espalda, con los
brazos extendidos para tocar sus pechos, mi punta buscando su entrada entre
un latido sordo y el siguiente.
Cerré los ojos con esa primera embestida cegadora. Estaba húmeda,
flexible, por lo que no me contuve, entrando hasta la base sin preámbulos. El
ruido que se me escapó justo mientras su calor húmedo cubrió la base de mi eje
era más animal que humano. No era un ser pensante en aquel momento.
Era salvaje. Su esclavo.
Nos miré en los espejos, me vi a mí entrando y saliendo de ella, vi a mi
polla apretándose dentro y arrastrándose fuera lentamente, luego más rápido,
frenético. Tan pronto como empezó a volverse ruidosa, cerca de su liberación,
reduje el ritmo de nuevo.
Se apoyó en sus cuatro extremidades, con la espalda arqueada, pero su
cabeza se volvió con la mía, viendo nuestros cuerpos, nunca encontrando mis
ojos no importa cuánto tiempo me quedé mirando los suyos, tratando de captar
su mirada.
Una vez más, dolió, pero era una batalla para otro día.
Vi su rostro mientras mi cuerpo llenaba el suyo, la miré viendo donde
nos uníamos, y eso fue todo. Quería durar más tiempo, quería saborear más,
pero era inútil. Debería hallarme sorprendido conmigo mismo por durar todo el
tiempo que lo hice. El primer contacto de su nariz acariciando mi eje en la sala
de estar casi me hizo venirme en mis pantalones.
La besé en la nuca mientras me vaciaba en su interior, saboreando con
total placer ese momento de total abandono en que me perdí en ella, mi mente
volando en pedazos.
Todavía me venía, sacando a borbotones las secuelas profundas en su
interior, cuando levanté la cabeza para ver su liberación con la boca abierta, y
atrapé la forma en que sus ojos se pusieron vidriosos mientras su orgasmo
hormigueante se apoderaba de su ser.
Fue impresionante. Un cielo que hacía valer la pena pasar por el infierno.
Nunca había pensado lo contrario.
Y la mejor parte de todo. Conseguía tenerla de nuevo. Y de nuevo.
Y lo hice. Era codicioso con ello. Insaciable. Voraz.
157 Me devolvió la vida. La tuve tantas veces como pude antes de que ella
gritara socorro.
Era infinita esta necesidad que creó dentro de mí. Este interminable
abismo de quererla que se hallaba en mi sangre. Nunca había existido el fin.
Nunca lo habría.
21
“Quería todo el mundo o nada”
-Charles Bukowski

Traducido por Mire


Corregido por Miry GPE

Scarlett
158
Nana no parecía contenta con mi decisión de conseguir trabajo.
Dante tampoco. Se hallaba furioso, como era previsiblemente beligerante
al respecto. Hizo tal berrinche al principio que Nana le ordenó ir a correr.
Cuando nos quedamos solas, intentó varias tácticas diferentes para
conseguir que cambiara de opinión. Era una mujer formidable, no
acostumbrada a escuchar un no. Y cuando escuchó la palabra, ni siquiera
consideró aceptarla. No era más que un reto para ella.
Era lo más cerca que estuvimos de discutir. Eso solo casi me hizo
ponerme loca.
—Querida —dijo con su sonrisa más encantadora—, acabamos de traerte
aquí. Esperaba que me hicieras compañía.
Era el principio del asunto. No lo haría, no podía, terminar como mis
padres, como mi abuela.
—Ya tomé la decisión —le dije tercamente—. No es un gran problema.
Solo unas pocas horas los días de escuela, unas pocas más los fines de semana.
Ahora que he dejado el teatro, tengo mucho tiempo libre.
Intentó una táctica diferente. Sabía que lo haría. —No te hagas ilusiones.
Es la temporada equivocada para trabajos a tiempo parcial. Te garantizo que
nadie está contratando.
Tragué fuerte. —Ya tengo uno. El gerente de 5 and Diner me contrató en
el acto. Empiezo el lunes.
Sus ojos se entrecerraron. —Es totalmente innecesario. ¿Por qué en la
Tierra necesitarías un trabajo? Cualquier necesidad que tengas, estoy feliz de
satisfacerla. Solo dime el por qué estás juntando dinero. ¡Lo compraré para ti,
querida!
Le di brutal honestidad. No porque quería y no porque no era
agradecida. Era una cuestión de autoestima. Si alguna vez iba a conseguir algo,
sabía que tenía que ganarlo. —No puedo ser un caso de caridad Durant, no más
de lo que puedo ayudar. Al menos, si consigo un trabajo, estoy tratando de
cuidar de mí misma.
Me dio la mirada más fría que alguna vez la vi dirigir hacia mí. Me hizo
temblar y al instante quería retirar lo que sea que dije que puso esa mirada en
su cara.
Era una fuerza de la naturaleza. Lo que ella sentía, tú lo sentías. Si era
feliz, el mundo conocía la alegría. Cuando estaba enfadada... sí, tú también lo
sentías.
159 Y cuando se hallaba decepcionada de ti, te sentías como una mierda
absoluta.
—Lamento que pensaras que esto era caridad —dijo con frialdad
altanera—. ¿Pensaste que sentía algún sentido del deber hacia ti? Y yo que
pensaba que lo hacía por amor. Qué tonta. —Su tono era mordaz. Un vacío de
desdén succionó toda la calidez de la habitación. Tomó mi orgullo obstinado y
me dejó sintiéndome avergonzada y sola.
Me encontraba fuera de sitio. Una chica basura no podía esperar
enfrentarse contra una reina.
Lo alejé, me deshice de la sensación. No retrocedería en esto, ni siquiera
contra Nana. —Y-y-y-yo s-s-s-s-siento que s-s-s-saliera de esa manera. No soy
d-d-d-desagradecida. P-p-p-pero m-m-m-mantendré el t-trabajo.
El tartamudeo llegó a ella. Su dura expresión se suavizó, y dejó escapar
un suave—: Oh, mi querida niña. Oh, lo siento. Perdí el control. Ves ahora de
dónde lo obtiene Dante. No te detendré de tener este trabajo, si realmente
piensas que te hará más feliz. Solo me preocupo por ti.
No estaba segura de si me sentía aliviada o completamente humillada de
que ganara a causa de la compasión.
Pero lo tomé de todos modos.
Nana era un obstáculo, Dante otro.
A través de los años, aprendimos a elegir las batallas entre nosotros. Lo
que significaba era básicamente que el que se preocupaba más ganaba, el que se
preocupaba menos se comprometía.
Solo supuse que yo ganaría esta. No contaba con que él se volviera loco,
su mal genio infernal salió a jugar.
—No —me dijo apenas volvió de su carrera. Estaba sudoroso y agitado.
Lucía lo suficientemente bueno para comer.
Pero ese era un enfoque equivocado.
—Ya tengo el trabajo. Me contrataron para servir mesas. Sólo vas a tener
que acostumbrarte a la idea.
—No. Estoy poniéndome firme sobre esto.
Esto era una pelea. —¿Disculpa?
—Me escuchaste.
Hola, mal genio. Soy yo, Scarlett. ¿Qué vamos a hacer con este hijo de puta
mandón?
Probablemente nada productivo. Aun así, trataríamos.
—¿Cuál es tu maldito problema? ¿Y cuándo se te ocurrió la idea de que
160 podrías decirme qué hacer?
—¿Por qué demonios quieres un trabajo? Si necesitas algo, solo dile a
Nana.
Puse los ojos en blanco, asegurándome de que lo viera. —Hablas como
un verdadero niño rico. Tengo que empezar a ganar mi propio dinero.
—¿Por qué?
—¿Por qué te importa?
Se encontraba justo en mi cara, inclinándose hacia mí.
Lo encontré mirada a mirada.
—¿Por qué siempre tienes que presionar? No duermo por la noche,
preocupándome por ti desde el ataque. Y ahora quieres ir por tu cuenta, por
horas al día, ¿y para qué?
Eso me ablandó un poco. —Está muerto, Dante. No puede molestarme a
mí o a alguien más nunca más.
—¿Y qué pasa con ese jodido policia? Si se entera de que estás trabajando
como camarera, te molestará todos los días.
Tragué el nudo en la garganta. Ahora tenía un punto. —Siento que estés
preocupado, pero no lo dejaré. No puedo vivir mi vida con miedo de lo que
pasaría, y tampoco puedo ser un caso de caridad Durant por el resto de ella.
Necesito ser más independiente.
—¿Qué? ¿Qué demonios se supone que significa eso?
—Significa que soy una perdedora. No hago nada. No contribuyo. Estoy
viviendo aquí, en una mansión, y no he hecho nada para ganarlo.
—Eso es una tontería. Eres estudiante de preparatoria. Ese es tu trabajo
ahora mismo.
Eso era de risa. Yo era estudiante C en un buen día, cuando en realidad
lo intentaba.
La mayoría de los días ni siquiera lo intentaba. Mi mente tendía a vagar
tan pronto como el profesor empezaba a hablar.
—No merezco nada de esto, Dante. No merezco estar aquí.
—¿Merecer? ¿Qué significa eso? Y si tú no mereces estar aquí, yo
tampoco.
Eso era tan indignante que casi me sentía menospreciada por ello.
Insultada. —Por favor. Mírate, con tu promedio de calificaciones perfecto, tus
becas, tus solicitudes a universidades, los resultados de tus pruebas de
161 admisión, tu popularidad, tu fútbol, tu perfecto todo. Perteneces aquí, en una
casa como esta, en una vida así. La única cosa acerca de ti que no encaja aquí es
que, por alguna razón, quieres estar conmigo.
Eso llegó a él. Saqué un punto sensible para mí, pero vi que nos enojé a
ambos. Su voz era burlona cuando habló. Ofendida. —Nada de eso es por mí.
¿Crees que me gusta algo de eso? ¿Y crees que tengo una opción? Esas cosas son
lo mínimo que se espera de mí, el heredero Durant, e incluso eso no es
suficiente. Y no eres un jodido caso de caridad Durant. Es como si fueras una
Durant. Lo serás algún día, porque nunca me dejarás. No va a pasar.
Eso hizo algo en mí, hizo estragos con mis sentimientos, hizo que me
agitara más y me suavizara. Fue más que nada una hostil, ambigua propuesta
de matrimonio, pero tonta como era, todavía me hacía derretirme.
Me ruboricé mientras trataba de conseguir volver al tema. —Mantendré
el trabajo.
Sus labios se curvaron. Parecía que quería golpear una pared. —Bien —
dijo entre dientes—. Pero te llevaré y te recogeré.
No discutí la logística de eso con él. Gané. Era suficiente. No tenía
necesidad de restregárselo en la cara.
Todo ese fastidio a un lado, hablando de tener trabajo y la realidad de
ello eran dos cosas diferentes. Después de cuatro días sirviendo mesas, quería
irme. Terquedad pura era todo lo que me mantenía en ello.
Las personas eran groseras, los hombres eran brutos y el gerente era un
libidinoso.
Era un antiguo comedor con un menú bastante simple, pero parecía que
no hacía más que joder las órdenes por al menos durante la primera semana.
Y lo peor, mucho peor que cualquiera de eso, cinco días en el trabajo y
Harris me encontró.
No hizo nada que pudiera tener verdadera excepción al comienzo. Solo
ocupó un puesto en la esquina, ordenó taza tras taza de café, pretendió trabajar
en un ordenador portátil, y me observó.
Por horas.
Hice todo lo posible para servir y luego ignorarlo, pero se requería la
cantidad más elemental de una pequeña charla para el trabajo, incluso para él.
—¿Traes tu trabajo aquí a menudo? —le pregunté a regañadientes el
primer día que lo hizo.
Sonrió con calidez. —Todos los días.
Oh, qué alegría.
162
Le pregunté a mi gerente, Brett, sobre eso al final del turno. Él era un
hombre con sobrepeso, de mediana edad, que estaba cien por ciento segura me
contrató porque pensaba que era atractiva y le gustaba tener alrededor un
atractivo visual.
Como siempre cuando me hablaba, se dirigía a mis pechos en lugar de
mi cara. —Creo que ha estado una o dos veces. Sé amable con él. No le cobres
por el café. Descuento de policía.
Traté de no rodar los ojos y cumplir.
—¿Alguna vez comes? —le pregunté a Harris en su tercer día de
acosarme en público.
Se reclinó en su asiento, mordiéndose el labio. Algo nuevo aparecía en
sus ojos. Algo que no me gustaba. —¿Esa es una invitación? ¿Quieres llevar un
bocado para comer conmigo después de tu turno?
Me sonrojé, me sonrojé como una tonta inocente. Podría decirle que se
marchara, y quería patearme a mí misma. —Tengo novio —murmuré y me alejé
rápidamente.
Nunca hizo más que observarme. Nunca tuvo la oportunidad. Dante fue
fiel a su palabra, me dejaba y recogía cada turno. Me encontraba más
agradecida por ello de lo que esperaba.
Después del primer día de Harris jodidamente mirándome durante tres
horas, se hallaba allí cuando Dante se presentaba a buscarme. Los dos hombres
tenían una mirada volátil, pero eso era todo. Harris se aseguraba de irse antes
de que Dante se apareciera otra vez. Él era una mancha aceitosa.
Eso me puso en una mala posición. Harris no hacía nada, así que no
podía tomar acciones para detenerlo.
Me dije que me encontraba fastidiada por él porque me permitía a mí
misma ser fastidiada.
Quería decirle a Dante, pero ¿cómo podría? Probaría su punto y, además,
por encima de eso, no había una maldita cosa que él pudiera hacer al respecto.
Hubo un par de veces que Harris se pasó de la raya, pero incluso
entonces era algo leve, y en un juego de su palabra contra la mía, la mía
significaba mierda para cualquier persona que pudiera hacer algo al respecto.
Estaba un par de semanas en esto. Me hallaba en ese punto en que lo
odiaba, pero no terminaba de luchar por ello; mi maldita terquedad en su lado
más contraproducente.

163 Harris hacía su rutina habitual, bebiendo mal café y observándome


descaradamente.
Era un día particularmente muerto. Había un margen de media hora
entre las prisas después de la escuela y la multitud de la cena tardía en la que
rara vez teníamos más de tres clientes sentados a la vez. En este día solo estaba
uno.
Mi poli acosador, rellenaba su café cuando, en voz baja y sucia, dijo—:
Chupaste la polla de tu novio hoy, ¿verdad? Puedo decirlo. Tus labios están
hinchados. ¿Fue esta mañana? Vives con él, ¿verdad? ¿Lo despertaste con tu
boca alrededor de su polla?
Me congelé a la primera frase. Literalmente. Vertía su café y solo
continué vertiéndolo, sobrellenando la taza hasta que corrió en un goteo lento
en la mesa.
Me sentía mortificada, mi cara sonrojándose por la vergüenza y mi ira
construyéndose. Y él no había terminado.
—¿O fue en el coche de camino aquí? ¿Se hizo a un lado del camino y te
dio una favorable garganta llena antes de que te dejara para tu turno?
Eso me hizo sonrojar más fuerte, porque no se encontraba muy lejos de la
verdad.
¿Nos siguió, o era realmente tan obvio?
—Eres repugnante —le dije con sentido veneno.
—Cuidado. Recuerda que no quieres sacarme de quicio.
Me alejé furiosa y me negué a servirle por el resto del turno. Solo lo dejé
sentado allí, observándome.
Más tarde, cuando recobré la compostura y calmé mi rabia lo suficiente
como para hablar de ello, le dije sobre él a mi gerente.
Se hizo de oídos sordos. O, mejor dicho, oídos que no podrían importarle
menos.
—No lo molestes. Lo último que quiero es un problema con la policía. —
Fue todo lo que dijo.
Dos ataques, me dije. Uno más y me iría.

164
22
"Ser profundamente amado por alguien te da fuerza, mientras que
amar a alguien profundamente te da coraje."
-Lao Tzu

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Lu

Dante
165

Scarlett se despertó de mal humor y molesta después de cuatro horas de


sueño. Tenía que estar en el set de nuevo. Egoístamente la privé del sueño y ella
me lo hizo saber.
Cuando intenté ducharme con ella, me cerró la puerta de baño.
Estaba arrepentido... a un punto. Lamentaba que estuviera agotada, pero
también sabía que había sido inevitable. Tuvo la suerte de haber logrado dormir
en absoluto.
La llevaba al estudio antes de que ella hablara lo que se hallaba en ambas
mentes.
—¿Qué sabe Adelaide sobre ti? Dime.
Intenté no dejar que mi rostro se frunciera mucho. —¿Quieres hacer esto
ahora? ¿En tu camino a un largo día de trabajo?
No respondió, lo cual fue suficiente respuesta. Este papel era importante
para su carrera. Incluso en su mayor auto-sabotaje, no lo jodería. Y aparte de la
inevitable privación de sueño de la noche anterior, tampoco iba a joderlo para
ella.
—Esta noche —dijo fríamente, un indicio débil pero inconfundible de
una amenaza en su voz.
Y sabía lo que era la amenaza. Por supuesto lo sabía. Necesitaba hablar, o
puf, se iría.
—Esta noche —estuve de acuerdo—. ¿Están tus compañeras todavía de
viaje?
—Sí. Regresan mañana a última hora.
La siguiente parte no me gustaba. Iban contra todos los instintos que
tenía. Pero rara vez rehuía a lo que había que hacer. —Cuando estén en casa,
duermes en tu apartamento. —Mi tono era cuidadoso. Quería el neutro, pero
salió más que un toque dolido.
Sentí su mirada fija en mí. Sus ojos quemando un agujero en el lado de
mi rostro.
Mantuve la mirada resueltamente en el camino.
—Está bien —dijo simplemente.
¿Ni siquiera preguntaría? Odiaba eso. Odiaba que podría realmente no
importarle, que de alguna manera podría estar incluso una noche más sin mí y
no necesitaba una razón del por qué.
Había pasado muchas, muchas noches sin ella, pero siempre, siempre,
166 tenía mis razones y las sabía demasiado bien.
Pero si lo iba a dejar caer, tenía que dejarla. Tenía tantos golpes que
entregar. Necesitaba tirar golpes cuando sea, donde sea, podía hacerlo.
Tal vez si podía distanciar destrozos, le haría menos daño perdurable.
Uno podría tener esperanza. Yo era menos un hombre de desear y más
una criatura de acción, pero tomaría lo que pudiera obtener.
El dejarla no terminó bien. Intentó salir del coche sin despedirse, pero la
detuve con un agarre firme en su muñeca.
—Un beso —le dije solemnemente. Regresaríamos al camino. Teníamos
que hacerlo. Había atravesado el infierno y de regreso, perdí la fe en todo a
excepción de esto, ella y yo, simplemente porque me había rehusado, a pesar de
todo lo horrible trabajando contra nosotros, a dejarlo ir.
A veces la fe es una opción.
Regresaríamos al camino.
Se hallaba tan lejos de mí como podía en los confines restrictivos del
vehículo.
Sin embargo, era un coche pequeño, un Jaguar tipo F, así que aún
estábamos condenadamente cerca.
—Scarlett, solo un beso. Me portaré bien, lo prometo.
Me miró con recelo. —No puedo, Dante. No tengo tiempo. Tengo que
mantener mi cara de juego aquí. Este papel es importante para mí.
Sabía, absolutamente sabía, que solo ponía excusas. Dolía, pero había
sido herido peor.
Me dije que no siempre sería así.
—Solo un beso en la mejilla, y luego, entonces, diremos adiós —persuadí.
Mordía su labio, mirándome como si pudiera morderla (porque me
conocía), pero asintió lentamente y se inclinó un poco más cerca.
La encontré a más de medio camino, colocando un casto, amoroso beso
en la mejilla, y luego la frente, luego la otra mejilla.
Su respiración salía en pequeños jadeos, con los ojos cerrados, los labios
entreabiertos.
Demasiada castidad.
Encontré sus labios, mi lengua lanzándose a lamerla tentativamente, y
luego más profundo, acariciando su boca, mis manos ahuecando su cara.
Gimió profundo en su pecho, un sonido de necesidad extrema, y empezó
a chupar mi lengua.
167 Me aparté con un jadeo.
Su rostro estuvo aturdido por un momento, pero pronto se convirtió en
una mirada asesina
Casi sonreí. —Te veo esta noche.
—Bastardo.

Llegó a casa tarde, y la esperaba. Incluso si pudiera retrasarlo, aunque


fuera otro día, no estaba seguro de querer hacerlo en este punto. Me encontraba
listo para aclararlo, para dejar todo despejado al fin.
Dios, venía un largo tiempo.
Scarlett no esperó. Apenas había llegado a la puerta de la habitación
cuando dijo—: ¿Qué sabe sobre ti? Dime.
Me detuve a medio caminar, girándome hacia ella. Había ido a su
departamento antes de que viniera y empacó una bolsa de viaje. La cargué al
piso de arriba y todavía la tenía agarrada en la mano derecha.
La dejé caer al suelo, simplemente mirándola durante un minuto.
¿Dónde incluso comenzar?
Sentí mi movimiento de cabeza. Un movimiento lento y preciso. Un poco
a la derecha, un poco a la izquierda.
Fue suficiente. Tan simple pero tan revelador.
Su rostro se congeló. —Eso —dijo débilmente—. Por supuesto. ¿Por
cuánto tiempo?
—Tú sabes —dije.
Vi como la comprensión la golpeó. Fue una cosa terrible.
La mirada en sus ojos me perseguiría. Hasta el final de mis días. Me
cazaría.
Como todo con nosotros, el dolor cortaba en ambos sentidos.
—¿Te hizo romper conmigo? —lo dijo como si no lo creyera.
Uno pensaría que la verdad sería menos dañina que las mentiras que le
conté. Pero a veces la verdad es lo más difícil de digerir, especialmente si sabías
168 que una parte de ti debería haberlo visto todo.
—Por supuesto. —Dos palabras. Sencillo. Brutal en su simplicidad.
Se sacudió como si hubiera sido golpeada, sus ojos parpadeando
buscando frenéticamente en la habitación, mirando a cualquier cosa menos a
mí.
—Cuando hiciste esa llamada telefónica —hizo una pausa—, ambas
llamadas telefónicas —se corrigió—. ¿Se encontraba contigo, ¿no? —Su voz se
quebró en la pregunta, su tono tan crudo que hizo que mi pecho doliera y mis
ojos ardieran.
Pero le respondí—: Por supuesto.
Y allí estaba.
Se tambaleó donde se encontraba. Reaccioné en segundos, yendo hacia
ella, pero llegué un segundo demasiado tarde. Se derrumbó al suelo.
Solo la había visto una vez de esta manera, se inclinó sobre sí misma.
Rota, doblada, sin huesos en su dolor. Un montón en el suelo.
Completamente derrotada. Destruida.
Incluso con la forma en que lo sabía, porque había sabido absolutamente
que rompería su corazón, el dolor de esto nunca había hecho sus hombros
menos erguidos. Su orgullo, lo que era tanto la pesadilla de mi existencia como
una de las cosas que nos salvó a los dos, solo la había dejado una vez antes.
Y ahora.
La tomé en brazos y la llevé a la cama. Temblaba y lloraba. Sollozos
silenciosos pero potentes, meciendo todo su cuerpo en oleadas hasta que se
convulsionó contra mí.
La lastimé, y más a mí mismo. Tenía que mentir, tenía que hacerlo, pero
deseaba poder hacerle creer una verdad: Su dolor era siempre peor para mí que
el propio.
Estaba inconsolable, llorando en mis brazos como si su corazón se
hubiera roto de nuevo.
Eventualmente habló, con voz entrecortada y en fragmentos casi
incoherentes. —Las cosas que nos hemos hecho el uno al otro.... Las cosas que
nos hemos hecho a nosotros mismos... No sabes...
—Todo está en el pasado —murmuré en su frente. Pasé la mano por su
cabeza, una y otra vez, acariciándola. Era un viejo gesto familiar, la forma en
que siempre solía consolarla antes de que nuestras vidas se hubieran ido a la
mierda—. Podemos ponerlo en el pasado y dejarlo allí. Podemos seguir
adelante. Encontraremos una manera de seguir adelante —le dije, las palabras
sonando desesperadas porque intentaba convencerme a mí mismo, también.
169
—Tú no sabes —sollozó entrecortadamente—. No sabes.
Cerré los ojos, un dolor viejo y familiar sacudiéndome. Mi voz se hallaba
llena de emoción cuando finalmente dije—: Lo sé. Ambos sabemos ahora. Todo
lo que queda es seguir adelante.
Comenzó a sacudir la cabeza y no se detuvo. —No. No. No sabes. Tú no
sabes.
—¿Que no sé, Ángel? Dime. Intentaré arreglarlo, lo que sea.
Pero no diría nada. Había terminado de hablar y de nuevo a llorar. Se
hallaba tan molesta que se mordió los labios y extrajo sangre. No pareció darse
cuenta, con los ojos cerrados con fuerza, pero yo sí.
Era otra cosa que solo la había visto hacer una vez antes.
En silencio y con firmeza, con mis dedos, la hice detenerse.
—Shh. Shh. Está bien —la tranquilicé, limpiando sus labios con mi
camisa.
Al mismo tiempo, mi corazón se rompía de nuevo.
No me preguntó más esa noche, y me sentí aliviado.
Los dos habíamos llegado a nuestro umbral de sufrimiento por el
momento.
Tenía la esperanza de que lo peor ya hubiera pasado, pero nunca he
tenido mucha suerte con la esperanza.

170
23
"La vida es dura. Después de todo, te mata."
-Katharine Hepburn

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Laurita PI

Scarlett
171
—¿Sabes la clase de problema en la que esa perra me ha metido? ¿Incluso
te importa que estás jodiendo con mi carrera? ¿Todo lo que he hecho es cuidarte
y tratar de hacer lo correcto por ti, y así es como me pagas? —me habló Harris
en voz baja y mala, lo suficientemente callado para que sus palabras no fueran
más allá de su habitual cabina de acoso en el restaurante.
Esa fue la primera vez que empecé a tener una idea real de que estaba
delirante. Parecía tener alguna idea en la cabeza de que teníamos una relación,
y eso no era ni remotamente cercano a la realidad.
—No sé de lo que estás hablando —dije con estoicismo. Empecé a
alejarme.
—Vivian Durant. Ha estado husmeando en mis acciones, cuestionando
mis métodos. Fue por mi cabeza, a mis superiores, y, porque es inmensamente
rica, están escuchándola.
Por fin un hecho alentador. Me hizo sentir lo suficientemente valiente
como para decir—: Bueno. Tal vez deberías dejar de molestarme todos los días.
Tal vez deberías dejar de acosar adolescentes por completo si no quieres
meterte en problemas por ello.
Tomé distancia cuando vi la expresión de su rostro. Si nos hubiéramos
encontrado a solas con él mirándome de esa manera... Me habría preocupado
mucho por mi seguridad.
Harris dejó de venir al restaurante después de eso.
Pensé que era el final de esto. En verdad lo hice. Dejé de preocuparme
por él, dejé de temer por posibles encuentros, dejé de permitir que el miedo
dominara mis acciones.
Nana lo asustó, y eso fue todo. Hurra por Nana.
Lo saqué de mi mente.
Pero Harris solo aguardaba el momento oportuno. Fue muy paciente, y
determinado, y sostenía todo el poder.
Se presentó en la escuela un día. No tuvo problemas para sacarme de
clase. Solo necesitó una breve conversación con mi profesora de inglés y eso fue
todo.
—Scarlett —llamó la señora Cowen—. El detective Harris quiere
hablarte.
La chica a mi lado murmuró—: ¿El policía caliente está aquí por ti? Chica
afortunada.
Salí al pasillo, volviendo a mirar a Harris. Crucé los brazos sobre mi
172 pecho, la postura beligerante. La expresión beligerante. Actitud beligerante.
Mató ese pequeño desafío lo suficientemente pronto. —Tu novio
finalmente se está acusando por ese asesinato. Han emitido una orden y
algunos oficiales planean recogerlo en la práctica de fútbol.
Me sentí enferma. Literalmente. Pensé que podría vomitar. Me había
sentido tan segura de que estaba limpio, que esto se hallaba completamente
detrás de nosotros, y ahora esto... —¿Por qué me estás diciendo esto? —le
pregunté con cuidado. Sus motivos, como de costumbre, eran desconcertantes
para mí.
—Creo que puedes ayudarlo. Vamos a la estación. Presenta una nueva
declaración. Podemos repasar cada palabra que ese acosador te dijo. ¿Recuerdas
todos esos casos de violación sin resolver en el condado, las desapariciones?
Creo que tu atacante era nuestro hombre. Ayúdame a llenar algunos espacios
en blanco. Entre más peligroso parezca el vago, más inocente será tu novio.
Retorcía mis manos, mirándolo con incertidumbre. No quería ir a
ninguna parte con Harris, pero quería ayudar a Dante. Sentí que me
derrumbaba.
—Sé que es molesto —dijo Harris con una sonrisa—, pero no tomará
mucho tiempo, y eso podría hacer toda la diferencia. Por lo menos consigues
escabullirte de la escuela por eso.
Accedí a ir a la estación con él.
En el camino de salida de la escuela, vimos una sola persona ya que
caminamos por los pasillos de la salida.
Tiffany estaba en su casillero, buscando algo. Se detuvo y nos miró
cuando pasamos a su lado.
Harris caminaba justo en frente de mí, pero reduje la velocidad y dejé
que se adelantara cuando nos topamos con ella.
—¿Si ves a Dante, le dirás que Harris me sacó de la escuela? Dile que
necesito hablar con él tan pronto como sea posible —dije las palabras en una
mezcla rápida, sin querer que Harris escuchara.
Asintió solemnemente, mirando una y otra vez entre mi rostro serio y el
de Harris, que se alejaba. —Lo haré —dijo. Parecía sincera.
Fue el intercambio más civilizado que tuvimos. Y el más perjudicial.
Me apresuré para alcanzar a Harris antes de que se diera cuenta que
había dejado de hablar.
No confiaba en él, pero al parecer, confié demasiado.
173
En mi defensa, no pensé que haría o podría hacer lo que hizo a plena luz
del día.
Sin embargo, me metí en su coche sin luchar.
24
“Empecé a buscarte, sin saber lo ciego que estaba. Finalmente, los
amantes no se encuentran en algún lugar. Están uno en el otro
todo el tiempo.”
-Rumi

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Victoria.

174 Scarlett

Me desperté descansada y casi... pacífica. Llorar hasta dormir al parecer


lograba un buen descanso en la noche.
No dolía que mi cabeza estuviera apoyada tiernamente contra un pecho
familiar. Que podía oír el profundo latido del corazón de Dante. Era tan
reconfortante que estaba medio convencida de que seguía durmiendo.
Una cosa era despertar con él, otro que me resultara reconfortante.
¿Qué extraño nuevo mundo era este?
No podía creer que él fuera real, que esto fuera real. Que después de toda
la guerra podríamos tener un momento de paz real.
O que estábamos intentando construir un tipo de futuro juntos.
¿Pero esto era incluso eso? ¿O era solo otro alivio temporal?
No sabía y no quería pensar en ello. En su lugar, me permití un
momento, unos pocos, una docena, un centenar, para deleitarme en los brazos
del único hombre que siempre poseería mi corazón.
Su torso desnudo era cálido, firme y muy real, pero pasé mis manos
sobre él como si fuera a desaparecer.
Ahora lo podía tocar, y no para herir o lastimar. Mi mano en su pecho
hablaba de la propiedad que había estado negándome a mí misma durante
cinco duros años.
Cinco años sin esperanza. Cinco años de odio. Cinco años perdidos.
—Buenos días, ángel. —Su voz salió de su pecho en un estruendo
tangible que hablaba de profundo afecto. Me besó en la cima de la cabeza, su
mano familiar acariciaba mi cabello.
Cerré los ojos, permitiéndome disfrutar de ello, permitiéndome
reconocer lo mucho que lo necesitaba.
Tomaría algún tiempo acostumbrarse a esto. Todavía tenía miedo de
tener la esperanza que podría tener la oportunidad.
—Mmm —murmuré en su pecho. Esto no significaba nada, solo un
sonido general de satisfacción.
Me volteó sobre mi espalda, apoyándose en un codo cerca de mi costado.
Toqué su rostro. Una parte de mi mente aún seguía en ese lugar difuso
entre el sueño y la plena conciencia. —¿Eres real? —le susurré como si temiera
que alguien más podría oír la pregunta tonta.
175 Sonrió, acercándose más. Su mano libre agarró una de las mías,
llevándola a sus labios. Colocó un beso suave con la boca abierta en la palma.
Sus ojos sonrieron mientras bajaba mi mano, envolviéndola alrededor de su
feliz erección mañanera. —¿Es lo suficientemente real para ti?
Lo miré.
Echó la cabeza hacia atrás y rio.
Su risa era maravillosa y tangible. Puse mi mano sobre su garganta solo
para sentirla más cerca.
Sus ojos risueños regresaron a los míos, y su rostro se puso serio de
repente. Me tocó la mejilla. —Jesús. Esa mirada. ¿Qué tratas de hacerme?
Dejé que mis ojos respondieran esa pregunta. Con un gemido, se inclinó
y me besó. Fue un toque tentativo al principio, sus labios talentosos sintiendo
los míos con el máximo cuidado, su propia manera de validar que yo era real.
Era casi dulce y terminó demasiado rápido.
Empezó a retroceder, pero lo detuve al agarrar su rostro, y aplastar su
boca con la mía.
La necesidad vino repentina y oscura. Tenía que tenerlo. Tenía que.
Sobre mí, dentro de mí.
Ansiaba esa conexión más íntima, él en la parte más profunda de mí, con
sencillez voraz.
Cuando se retiró de nuevo lo dejé, mi respiración entrecortada. —Ahora.
—Fue una súplica, una orden, una maldición, todo en uno.
—Bueno, si insistes —murmuró. Era tan falso. Había perdido sus
sentidos varios latidos antes y ambos lo sabíamos.
Descendió sobre mí otra vez, boca en mi mandíbula, besando mi cuello,
sobre la clavícula, moviéndose hacia abajo.
Me quitó mi enorme camiseta de gato, labios volviendo a mi piel
desnuda.
Cuando chupó mis pezones, mi espalda se arqueó en la cama, los dedos
de mis pies se curvaron en placer. Estaba tan lista que pensé que me podría
hacer venir solamente con ese contacto, pero no se quedó allí mucho tiempo, y
se movió inexorablemente más abajo, y más abajo, hundiéndose entre mis
piernas, comiéndome como si fuera un festín y él estuviera muerto de hambre.
Los dos estábamos igual.
Cuando terminó conmigo y me hizo venir, puso su mejilla contra la cara
interna de mi muslo, sus hermosos ojos azules siguieron la línea de mi cuerpo
hasta los míos, y consiguió parecer encantador.
176 Cerré los ojos y le acaricié el cabello. Tenía una batalla conmigo misma,
sintiéndome muy emocional, queriendo hacerlo retroceder, reprimir la parte de
mí que vivía para esto, que pensaba que toda mi razón de ser estaba envuelta en
ello.
Al final, la emoción ganó, ayudada por la sensación. Lamió su camino
hasta mi estómago, acariciando, besando, tocando todo con sus dedos como si
me memorizara, aunque sabía que había grabado todos los detalles sobre mí en
su cerebro hace mucho tiempo.
Esto era solo un curso de actualización.
Para el momento en que su boca se abrió camino a la mía, volvía a
sentirme casi incoherente por la necesidad.
Levantó la parte superior de su cuerpo sobre mí, apoyado con sus
brazos, la parte inferior de su cuerpo se presionó contra mí, mirándome.
La expresión de su rostro entonces era difícil de describir.
Sus ojos azules llenos de una luz oscura. Había deseo, sí, hambre, eso es
seguro, pero también incredulidad, temor, esperanza. Miedo. Tanto miedo.
Pero, sobre todo, necesidad. Era como el sol, tan brillante que era
cegador.
Me preguntaba lo que vio en mis ojos en ese momento, si mi
desesperación era tan transparente como la de él. Dios, esperaba que no. Era
demasiado tener que atestiguar la suya. Excesivo.
Me tomó con deleite feroz, disfrutando de mí, nuestras manos unidas,
todos los dedos entrelazados.
Se movió dentro y fuera de mí con embestidas rápidas y sólidas,
besándome, luego retrocedió, con los ojos hurgando en mi alma mientras su
cuerpo se hundía en el mío, luego me besó. Una y otra vez.
A pesar de mi mejor juicio, si tenía tal cosa, no me contuve más que él,
teniendo ferviente alegría en cada toque, cada contacto.
Cada posesión física, espiritual.
Cuando me vine, teníamos los ojos cerrados y su nombre salía en mis
labios como una invocación.
Mi nombre en sus labios era más como una oración.
Pensé que había terminado, acabado, llenado, saciado, pero él estaba
lejos de acabar conmigo.
Era tenaz. Insaciable. Una máquina incansable.
Esta había sido la naturaleza de nuestra separación. Siempre era una
inundación o una sequía para nosotros. Me preguntaba si alguna vez
177 conseguiríamos superar eso.
Ciertamente, hoy no.

Tuvimos una mañana relajada. Tenía libre hasta la noche siguiente, y el


horario de Dante parecía ser completamente aleatorio.
En algún momento tuvimos que comer. Él fue el primero en rejuntar la
energía para levantarse de la cama.
Mis ojos embelesados lo bebieron. Se hallaba desnudo, vagando en la
habitación en su camino hacia el armario.
Solo me quedé allí, disfrutando de la vista. La simetría y la gracia de su
cuerpo nunca se harían viejos para mí.
Tomó un poco de esfuerzo de su parte, pero me convenció de salir de la
cama.
Fue un giro extraño. Por lo general, solo me convencía de meterme en
ella.
Comimos croissants y café fuera, bajo el sol. La casa tenía una gran
cantidad de terrazas, todas privadas.
Estuvimos en silencio durante un tiempo, y lo estudié con mi corazón
contento.
No siempre fue notable la extraña mezcla de color en sus ojos. Pero a
medida que el sol de la mañana los iluminaba, el azul cobraba vida como una
llama, y el otro color, un pequeño círculo solitario dorado alrededor de su iris,
era revelado. Había tres colores si uno miraba de cerca. Ese extraño dorado
alrededor del medio, casi un aguamarino pálido que se volvía en un azul más
oscuro en los bordes exteriores. Me recordaban a donde el mar se reunía con la
arena, pero eran profundos. Ahogante azul del océano profundo.
Dios, era una tonta por sus ojos.
Me di cuenta en ese momento de lo mucho que había extrañado algo tan
simple como mirarlo sin restricciones. Sin artificios. Sin ocultar lo que sentía
tanto como me fuera posible.
—¿Qué estás mirando? —preguntó, claramente divertido.
—Tus ojos. Tus bellos ojos. —Las lágrimas corrían por mi rostro. Dios, él
178 me volvió una tonta. Lo odiaba tanto como me encantaba.
Con un pequeño gemido indefenso y exasperado, me sacó de mi silla y
me puso en su regazo. Comenzó a acariciar mi cabello, posó su boca en mi
mejilla, sus labios trazaron las lágrimas, y murmuró—: Oh, ángel. —Una y otra
vez.
Después de algún tiempo encontré la compostura de nuevo, y volvimos a
actuar como si las cosas fueran normales y bien, porque los dos estábamos lo
suficientemente hambrientos para comer esa mentira.
—Sé por qué te gusta actuar —me dijo. Intentaba distraerme de lo
pesado con ligereza.
—Anhelo el escape. Me encanta.
Asintió. Ya lo sabía. —¿Quién quieres ser en este momento?
—¿En este momento? Yo. —Fue triste ver cuán sorprendida me hallaba
por eso. Y un poco exasperante cómo cada tema parecía ser una mina emocional
si en algún momento lo pisabas.
Tenía más preguntas para él, por supuesto que las tenía, pero no tenía
urgencia de preguntarlas. Más verdades podrían venir más tarde. Necesitaba
mantener un poco de mi ficción por un tiempo.
Solo hay cierta cantidad de cosas así que un corazón puede soportar.
Además, cuan más profundo ahondaba con él, más inevitable sería que
comenzara a ahondar él también, y no quería eso. Estaba más allá de eso. No
podía tomarlo.
—Tienes que encontrar una historia de cubierta para cuando estás
conmigo —me dijo más tarde esa noche.
Eso era fácil. —Anton será mi pretexto.
Vi como su cara se puso rígida, algo espantoso y cruel arrastrándose a
través de ella.
Los celos, claro.
Observé sus labios fruncirse. Juro que entre más fruncía su boca, más
guapo era. Se salía de las manos. Me retorcí en mi asiento.
—No —dijo con tono duro—. Romperás con él, por supuesto. No quiero
que permanezcas atada a él por ningún motivo, ni siquiera como una cubierta.
—No había nada entre Anton y yo. Nunca lo ha habido. —Vi su rostro—.
Jugaba contigo. Una vez más. —Capté su expresión—. No sé cómo puedes estar
sorprendido. No voy a decir que es tu culpa que lo hice, pero lo hiciste
demasiado fácil. Irresistible para mí. Y, ¿tienes alguna idea de lo enojada que
me sentía?
—Eso duele —dijo simplemente.
179 —Sí, duele —concordé, así de simple—. Y Anton es perfecto como un
pretexto, si lo necesito. Incluso nadie cree de verdad que somos solo amigos.
Su boca se torció con amargura. —Eso es comprensible. Son una pareja
muy convincente.
—Te lo dije, somos estrictamente amigos.
—¿Crees que eso no me pone celoso, también? Veo lo cercanos que son.
—¿Preferirías que no hubiera tenido a nadie cuando no te tenía?
¿Querías que estuviera sola?
Vi que había ido demasiado lejos, como tendía a hacerlo. Corregí el
comportamiento con un cambio de tema rápido y preciso. —¿De todos modos,
para qué necesito la cubierta? ¿Tu madre me hizo seguir?
—Peor y mejor.
Ladeé cabeza hacia un lado. —¿Cómo es eso?
—Has estado viviendo con una de sus espías.
—¿Disculpa? —le pregunté lentamente, con cuidado, como pensando
que la forma en que salió podría afectar la respuesta.
—Mi madre ha tenido alguien cerca de ti desde hace bastante tiempo.
Sabe cosas que solo una de tus compañeras de casa podría saber. Así que
tenemos que tener mucho cuidado. Todos tus hábitos de vida se están
reportando a ella. Por eso es que todavía tienes que quedarte allí algunas
noches. Por eso debes tener una cubierta para las noches que pasas conmigo.
Podría ser peor. Por lo menos todas se han ido la mitad de la semana por el
trabajo.
¿Podría ser peor? Le di una mirada de desconcierto acusadora. —¿Una
de mis mejores amigas me ha estado traicionando con tu madre?
Contuvo el aliento, lo dejó salir, y dijo—: Sí, me temo que sí. ¿Alguna
idea de cuál podría ser?
Negué. Solo sabía una cosa. No importaba cuál era, si tenía razón, dolería
mucho cuando lo descubriera.
Y mientras tanto, estaba el dolor de dudar de tres mujeres que habían
llegado a significar el mundo para mí en sus propias formas.
Farrah, que me hacía reír todos los días, llueva o haga sol. Demi, que
volvía mi corazón más ligero y menos cínico. O Leona, que me enseñó lo que
significaba tener amigas, necesitarlas, conocer el poder de ser apoyada por otras
mujeres.
Fue solo después de un tiempo que me di cuenta de que Dante y yo
180 habíamos estado mirándonos el uno al otro. Su expresión reflejaba exactamente
la mía, un momento de entendimiento perfecto, que solo he tenido con él,
donde me di cuenta de que estábamos tomando la misma información y
haciendo la misma cosa pragmática, procesarla de forma idéntica.
Su boca se torció con amargura, pero sus ojos eran afectuosos sobre mí, y
me di cuenta de que acababa de llegar a la misma conclusión.
Era otra de las cosas que me obligué a olvidar: La forma en que
diseccionábamos la vida con un cinismo afilado que contenía solo la cantidad
perfecta de brillante optimismo salpicada en ella. ¿Quién más podría amar eso
de mí de la forma en que él lo hacía?
¿Qué era una pareja, si no alguien que te hacía sentir menos solo en el
universo? ¿Alguien que validaba tu existencia simplemente comprendiéndote
por completo y amándote de todos modos?
Jesús, estaba en problemas.
—Ten cuidado —dijo finalmente—. No puedes dejar que ninguna sepa
que sospechas de ellas. Tienes que comportarte como si cada una fuera la
culpable.
Odiaba eso, lo odiaba, pero sabía que tenía razón. Era demasiado
arriesgado si él tenía tanta certeza de que una de ellas me espiaba.
—Sabremos quién es muy pronto —continuó—. Si mi madre le está
pagando para espiarte, dejará el trabajo en la aerolínea pronto. Adelaide no
estaría satisfecha con un trabajador a tiempo parcial.
—No puede ser Leona —dije finalmente—. Nos conocemos desde hace
mucho tiempo.
—Diría que es la menos probable, pero es mejor prevenir. Como dije, lo
sabremos muy pronto.

181
25
"El amor nace en cada ser humano: reúne de nuevo las mitades de
nuestra naturaleza original, intenta hacer uno de dos, y sana la
herida de la naturaleza humana."
-Platón

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Annie D

—Estoy en casa —dije en voz alta mientras cerraba la enorme puerta de


entrada detrás de mí. Mi voz pareció resonar a través de una casa vacía.
Era surrealista estar haciendo esto, llegar a casa hacia Dante. Si me
hubieran preguntado hace apenas unas semanas si existía una posibilidad de
182
que estuviera conviviendo con el bastardo, ni siquiera habría contemplado la
noción.
No lo vi por más que breves momentos robados, durante los últimos tres
días. Mis compañeras estaban libres del trabajo, y eso, combinado con catorce
horas de rodaje cada día, significaba que no había casi ningún tiempo libre.
Lo echaba de menos como si hubieran sido meses, no días.
Mis amigas se hallaban fuera en otro viaje, y corrí a él al primer segundo
que pude.
Realmente se me iba de las manos.
—¿Dante? —llamé, pensando por un momento que no se encontraba allí.
Pero salió unos segundos más tarde de un pasillo a la derecha que ni
siquiera noté antes. Realmente necesitaba hacer un recorrido por el lugar.
Lo miré. Se hallaba sin camisa, usando nada más que un par de
pantalones cortos deportivos y zapatillas deportivas. Mantenía las dos manos
detrás de la espalda de una manera extraña, pero no me di cuenta de lo extraño
tanto como la forma en que hacía sus brillantes músculos saltar y sobresalir bajo
su piel deliciosamente bronceada. —Estuviste fuera corriendo —observé.
Se mordió el labio y asintió. Parecía como si estuviera intentando
contener la risa.
Esto hizo que mi corazón se sintiera ligero por ver esa sonrisa. Dios,
¿cómo sobreviví un solo día sin esto?
—¿No tienes un trabajo de algún tipo? —le pregunté. Lo último que
escuché, él (previsiblemente) trabajaba para la cadena de grandes almacenes
Durant. Era el heredero de la fortuna de la familia y uno de los accionistas más
grandes. Era asquerosamente rico, así que supuse que podría pasar sus días
jugueteando, pero incluso en la universidad, siempre trabajó para y con su
familia.
—Me estoy tomando un tiempo libre. Leo me está dando mierda por ello,
pero me importa un comino. Regresaré lo suficientemente pronto.
—¿Y serás capaz de hacerlo... desde L.A.?
—Sí. Pero basta de eso. ¿No tienes curiosidad acerca de tu sorpresa?
Lo olvidé por completo. Dijo algo acerca de una sorpresa el día anterior.
Le di una mirada inquisitiva. Por eso es que tenía las manos detrás de la
espalda. Tenía algo en la mano. —Sabes que odio las sorpresas, ¿verdad? —En
mi vida, rara vez fueron algo bueno.
—Sé que sí, pero te garantizo que te gustará esta.
183 —Entonces deben ser zapatos tipo porno. —Los zapatos siempre eran
una buena sorpresa.
Se echó a reír, con los ojos brillantes hacia mí.
Mi corazón dio un giro lento en mi pecho repentinamente caliente.
Su risa era como la primera taza de café por la mañana, cálida y rica, y
exactamente lo que necesitaba, exactamente cuando lo necesitaba. Y Dios, sí que
lo necesitaba.
—Aún mejor —dijo.
—Imposible.
Con una irresistible e incontenible sonrisa, sacó las manos de detrás de
su espalda.
En una de ellas tenía una pequeña bola blanca de pelusa que casi pasaba
por una bola de algodón de gran tamaño.
—Conoce a Diablo —me dijo Dante.
Mis manos me cubrieron la boca en esa pose "OMD soy una chica y estoy
teniendo un momento de sobrecarga emocional".
Pero no pude evitarlo. Me trajo un gatito. Era tan perfecto, y
considerado; y me recordó tanto a los viejos tiempos que mis ojos se llenaron de
lágrimas y agarré el pequeño tesoro de su mano, sosteniéndolo contra mi pecho.
Bellos ojos azules parpadearon hacia mí. Pensé que el gatito era blanco,
pero era realmente de color arena, con gris en la nariz, las orejas y las patas.
Me senté bruscamente en el suelo, cruzando las piernas, sosteniendo el
gato con una mano para que pudiera acariciarlo con la otra.
Cuando lo hice ronronear, miré a Dante. —¿Cómo supiste?
Sus ojos eran lo suficientemente suaves para derretirme. —¿Que te
gustan los gatos? Siempre te gustaron. Y todas las camisetas de gato me dieron
la idea.
—¿Es un chico o una chica? —le pregunté. Me hallaba tumbada en el
suelo ahora, jugando con sus patas.
—Chica.
—¿Una chica llamada Diablo?
—¿Tú estás cuestionando que una chica podría ser el diablo? Eso es
gracioso.
Escondí mi sonrisa en la pelusa de Diablo. El hombre tenía un punto.

184 Tenía un descanso de tres días del rodaje de la película. Traje a Amos, y
jugamos a la casita con abandono infantil, adorando nuestro nuevo gatito como
si fuera nuestra hija.
Estábamos en un lugar peligroso entonces, él y yo, donde a pesar de que
no olvidé nada, ninguno de sus pecados y, ciertamente ninguno de los míos,
estos no aplastaban mi estado de ánimo a la oscuridad como solían hacerlo,
como era su trabajo hacer cuando se encontraba presente profundamente en mi
cabeza.
—Nos estamos volviendo una de esas parejas de las que nos burlábamos
—le dije el segundo día. Nos hallábamos en el patio trasero, haciendo videos de
mascotas de todas las interacciones adorables entre Amos y Diablo.
—Es gracioso —dijo con una sonrisa—. Nosotros siempre lo fuimos.
El tiempo con Dante era bueno para mí en muchos sentidos
fundamentales. Eso era un hecho. Pero siempre, correr bajo nuestro tiempo
juntos, sobre él, a través de él, era una corriente agridulce de miedo. Esto no era
permanente. Era tiempo robado.
Lo robaría de nuevo, tomaría y tomaría todo lo que pudiera, porque era
lo correcto. Era correcto que estuviéramos juntos. Él lo dijo mejor, aparte no
éramos nosotros mismos. Solo teníamos sentido juntos.
Pero ninguna cantidad de tiempo robado, ninguna cantidad de justicia,
podría cambiar el pasado o el futuro.
—¿Cuál es el plan? —le pregunté a los tres días. Todo comenzó como un
pequeño peso, pero conforme las cosas seguían, se volvía más grande entre más
tiempo no manejaba el problema—. ¿Vamos a escondernos de Adelaide para
siempre?
Nos encontrábamos en la cocina, limpiando después de la cena. Me miró
de frente mientras respondía—: Por ahora, sí. Por el tiempo que sea necesario.
Estoy trabajando con Bastian en tratar de conseguir algo sucio sobre ella, algo
de ventaja para contrarrestar el chantaje...
Sonreí ante el “contrarrestar el chantaje”. Era tan Durant que dolía, los
bastardos manipuladores.
—Pero hasta que tengamos algo que la arruinará sin lugar a dudas,
siempre tendrá la sartén por el mango. Eso es un hecho.
Todo se sentía tan desesperado que de repente no podía mantenerlo
dentro. —Sabes que estamos siendo ingenuos. Nada ha cambiado, en realidad
no. Tú y yo todavía estamos sin esperanza. Debería mantenerme lejos de ti. Si
fuera inteligente, lo haría.
Eso lo enojó, sus fosas nasales se dilataron, los ojos brillaron. Dio un paso
justo en mi espacio personal, así que tuve que levantar la vista para mirarlo a
185 los ojos. Lo hice ahora.... —Oh, sí. Tu increíble control. No me lo recuerdes.
¿Piensas que necesito que me lo recuerden? Ese control respira en mi nuca cada
minuto de cada día. Tú podrías mantenerte muy lejos de mí indefinidamente;
soy muy consciente de ello. Pero, ¿qué si no puedo dejarte? ¿Qué si estoy harto
de intentarlo?
Mi corazón latía con fuerza, mis ojos devoraron su apasionada expresión.
A veces sentía que podía alimentarme solo de su rabia. Era enfermo, y
retorcido, e irresistible. —Tarde o temprano todos tenemos que pagar por
nuestros pecados —dije en voz baja.
Negó con la cabeza. —No. Esto no irá ahí. No. No lo permitiré.
Lo dijo como si lo dijera en serio, con firmeza absoluta. Intenté encontrar
consuelo en ello.
26
“Lo que más importa es lo bien que camines a través del fuego”
-Charles Bukowski

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Itxi

Scarlett
186
Harris no me llevó a la estación.
Me llevó de nuevo al remolque de mi abuela, porque sabía que estaría
disponible.
Me arrastró pataleando y gritando al interior.
Era como un interruptor en mi cerebro que no podía apagar. Pelearía con
él hasta que decidiera que yo era más problemas de lo que valía la pena.
Pelearía hasta que me matara.
Lo arañé hasta sangrar. En los brazos, en la cara. Fui por los ojos y casi le
saqué uno.
Lo mordí en el cuello y no lo solté. Probé la sangre y me pregunté si
estaría cerca de la yugular. Arranqué trozos de su carne con mis dientes, pero
todavía no se detuvo.
Finalmente me golpeó en la parte posterior de la cabeza, y el mundo se
volvió negro.
Me desperté atada en la cama. Me hallaba desnuda.
La primera cosa que vi fue el reloj de cabecera.
11:23.
Son solo las 11:23, pensé. Ni siquiera ha pasado un período entero desde que me
sacó de la escuela. Parecía imposible que todavía fuera tan temprano.
Mantuve los ojos pegados a ese reloj durante cuatro horas seguidas. Las
cuerdas estaban tan apretadas que no podía moverme ni siquiera un centímetro
para luchar contra él.
Nunca he sido buena en escapar de mi propia mente, en encontrar
cualquier tipo de distancia de las cosas que me atormentan. Pero lo intenté.
Intenté encontrar algún tipo de consuelo en alguna parte de mi ser.
Y no lo hallé.
Primero, me aferré a un diminuto grano de esperanza, tal vez no iría tan
lejos.
Tal vez no tomaría el siguiente paso. O el siguiente. O el siguiente.
Y, lo peor y más injusto de todo, tal vez Dante vendría echo una furia en
cualquier momento, de alguna manera sentiría lo que me está pasando, que su
ángel está siendo dañado más allá de toda reparación.
De alguna manera me rescatará.
Por la primera media hora, mis ojos aún pegados a ese reloj, cedí a toda
esperanza de ello.
187
No estoy segura de por qué las palabras vinieron a mi cerebro entonces,
pero lo hicieron. Nana una vez me dijo que Dios responde a todas las oraciones.
Adoraba a Nana, pero no concordaba en eso. De hecho, era escéptica de
Dios en general.
Pero justo en ese momento, estaba tan desesperada como para intentarlo.
Oré. Con un corazón angustiado, oré.
Tal vez Dios contesta todas las oraciones, realmente no puedo decirlo,
pero si lo hace, a veces la respuesta es no, no te ayudaré a salir de esto.
Y así fue. Nadie me ayudó. Nadie lo detuvo. Ninguna fuerza de la
naturaleza disminuyó el terror o el dolor del mismo. Ningún acto de Dios
interrumpió su desarrollo. Continuó hasta que Harris terminó, y perdí la poca
fe que tenía de que podría haber alguna fuerza benévola cuidándome.
Y a lo largo de todo, no lo miraría, aunque él quería que lo hiciera. Me
ordenó hacerlo.
Empezó a golpearme cuando me negué, entonces me pellizcó, retorció mi
carne, me mordió duro.
Cambió de táctica y me rogó que lo mirara. Todavía no lo haría.
Comenzó a golpearme en el estómago.
Todavía no lo miraría, y juré que tampoco lloraría por él, pero las
lágrimas habían estado derramándose constantemente por mi rostro desde que
había comenzado en primer lugar.
Aun así, no lloraría por él, y no le rogaría tampoco.
Comenzó a gritar en mi cara—: Mírame. Mírame. —Una y otra vez.
No importa lo que hiciera, no importa lo enfadado que estaba, no lo
miraría. Mantuve mis ojos en ese reloj.
No temía el castigo. ¿Qué era peor que lo que ya hacía?
Me podría golpear. Me podría matar. En algún momento alrededor de la
hora número dos, de hecho, lo quería.
En la hora tres, le rogué que lo hiciera.
—No seas tonta —jadeó en mi oído, de vuelta sobre mi otra vez—. Estoy
muy lejos de acabar contigo. Confía en mí, así aprenderás.
Dejé de rogar y traté de pensar en algo, cualquier cosa, pero me detuve
rápidamente. No quería echar a perder ninguno de mis buenos recuerdos con
esto, y la pesadilla en la que me encontraba atrapada ahora era bastante mala
sin añadirlo.
Cuando terminó conmigo, por alguna razón que no puedo comprender, y
vuelvo a ella con frecuencia, me desató.
188
Intenté lograr que mi cuerpo magullado y usado en exceso se sentara,
comencé a hacerlo, pero rápidamente se unió a mí en la cama, tirándome hacia
él, envolviendo sus piernas alrededor de mí con tanta fuerza que no me podía
mover.
—Shh, duerme, querida niña —me dijo, y rápidamente perdió el
conocimiento.
Tan pronto como su cuerpo quedó inerte, me deslicé de la cama.
Intenté moverme silenciosamente de la habitación, pero temblaba con
tanta fuerza que estaba segura de que lo despertaría con el sonido de cada paso
cojo que tomaba.
Vi su arma, pero estaba cerca de la cama, cerca de él, y no podía
obligarme a acercármele. Luché durante un minuto, intentando, pero no podía
hacerlo. Sólo podía hacerme alejarme de él.
Una vez que me encontraba fuera de la habitación, mi cuerpo empezó a
trabajar por su propia cuenta. Se movió con rapidez, de forma fluida, haciendo
caso omiso de todo mi dolor, ignorando el hecho de que mi espíritu se sentía
roto, y todavía me quería morir.
Fui sin pensar a la habitación de mi abuela.
Sintiéndome completamente vacía, tomé el arma de su mesita de noche,
revisé el cargador, y me deslicé en silencio a mi habitación.
Se había movido durante su sueño, por lo que se encontraba de espaldas
a la puerta del dormitorio.
No tardé. No me quedé mirando su forma de dormir. No lo contemplé.
No me acuerdo de tomar una decisión. Solo recuerdo claramente la
puerta, levantar la pistola, apuntar, y vaciar todo el cargador en su espalda.

189
27
“El amor consiste en dos soledades que se protegen, limitan y
procuran hacerse mutuamente felices”.
-Rainer Maria Rilke

Traducido por Val_17


Corregido por Vane Farrow

No sé si me desmayé, me dormí, o perdí el conocimiento, pero lo que me


trajo de regreso fue un cálido goteo constante, goteo, goteo de líquido sobre mi
pecho.
Me acurruqué fuera de mi antigua habitación. Me encerré.
190 No miré mi cuerpo. Me sentía entumecida de alguna manera, pero
todavía lo suficientemente coherente para saber que no estaba lista para ver el
daño. No me hallaba lista para enfrentarlo.
Mi mandíbula colgaba, y por eso mi primera suposición fue que había
babeado sobre mí misma, pero mientras el goteo, goteo, goteo continuaba, me
di cuenta que era demasiado de ello, fuese lo que fuese.
¿Vomité encima de mí? Me pregunté. Parecía tan probable como cualquier
cosa. Mi boca tenía un sabor lo bastante asqueroso para ser eso, el ácido
quemando en mi garganta.
Mantuve los ojos fijos al frente, en la manchada pared de color amarillo
mientras levantaba una mano temblorosa y me limpiaba la barbilla. Luego la
sostuve al nivel de mis ojos, sin bajar la mirada ni un centímetro para ver lo que
era.
Rojo. Mucho rojo, pero mientras lo miraba no estuve completamente
sorprendida. Lo sentí en mis labios, y hasta la fecha me pregunto:
¿sinceramente no tengo ningún recuerdo, cuál de nosotros fue el culpable,
quién quedó ensangrentado, ese monstruo en su depravación, o yo, en mi
angustia?
¿Qué hago ahora? Pensé. ¿Llamar a la policía? La amargura me llenó con el
pensamiento.
Alguien golpeaba la puerta principal. Pasé de entumecida a temblorosa
otra vez.
Pero entonces oí a un frenético Dante gritando—: ¡Scarlett! ¿Estás ahí?
¡Scarlett!
Me quebré. En millones de pedazos. Por el alivio. Por el horror renovado.
Empecé a sollozar y me dirigí inestable hacia la puerta, buscando a
tientas la cerradura en mi prisa por dejarlo entrar.
Una parte de mí se había apagado, se deslizó hacia el interior, ida,
muerta, tal vez, por la duración de la pesadilla.
Solo bastó ver la cara de Dante para traerme de vuelta, para darme
cuenta y empezar a afrontar el horror de lo que me había ocurrido.
Una docena de expresiones cruzaron su rostro cuando me vio. Primero
conmoción, luego horror, entonces angustia cuando empezó a conectar los
puntos.
Me miré. Me encontraba desnuda, lo cual había olvidado, pero eso no era
lo peor de todo.
Ya comenzaban a formarse moretones en mi torso, muñecas y tobillos,
191 heridas abiertas por la lucha contra las cuerdas.
Y había sangre, un montón, sobre mis muslos.
Me estremecí con un sollozo.
Con uno igual de su parte, me atrapó.
No me preguntó nada al principio, simplemente me abrazó, me acarició,
me llevó dentro, se sentó en el sofá y, en torno a sus propios sollozos de
impotencia, trató de calmarme.
Y cuando me calmé y sólo yacía en su contra, con la esperanza de nunca
tener que dejar sus brazos otra vez por toda mi miserable vida, me preguntó
una sola cosa.
—¿Dónde está él? —Su voz tranquila expresaba asesinato en el aire.
Por supuesto que conectó los puntos tan pronto como vio el estado en
que me encontraba. El auto de Harris se encontraba justo afuera.
Empecé a temblar de nuevo. Cerré los ojos y me apoyé pesadamente en
su contra. No me atreví a responderle, y después de un rato trató de levantarse,
pero me aferré a él y lloré.
Todo se asentó. Lo que me ocurrió.
Pero más que eso. Lo que había hecho.
Quién era yo y lo que hice.
Eventualmente me levantó y me llevó con él. No le hice fácil buscar la
casa de mi abuela, pero al menos no había mucho que buscar.
Le tomó tiempo extra llegar a mi puerta abierta, mientras seguía aferrada
a su pecho, pero se las arregló.
No miré, pero su reacción fue mucho más tranquila de lo que esperaba.
Su respiración apenas cambió cuando vio al policía que había matado.
—Voy a ir a la cárcel —dije miserablemente.
—Shhh, ángel, shhh —dijo en mi sien—. Fue en defensa propia.
Negué con la cabeza. —Él dormía cuando le disparé. Ya había terminado
conmigo. No lo pensé. Le disparé en la espalda. ¿No ves lo que va a pasar?
¿Con todos los problemas en los que he estado? ¿Todas las peleas? ¿Todos los
informes de los momentos en que he perdido la paciencia? Los policías me
odiaban cuando yo era una víctima. ¿Qué crees que van a hacer ahora que he
asesinado a uno de ellos?
—Era un violador —dijo Dante débilmente, pero me di cuenta que lo que
dije comenzaba a hacerle sentido—. Se lo merecía.

192 —No lo creerán. ¿Qué crees que van a hacerme ahora que he matado a
uno de ellos, y peor aún, si luego lo acuso de ser un violador?
—Era un violador —repitió Dante, una concentración absoluta de odio
en sus palabras—. Lo siento, ángel. —Él lloraba ahora—. Lo siento tanto. No lo
sabía. No sabía que esto ocurriría. No tenía idea. Te he estado buscando por
horas, pero busqué en el lugar equivocado. —Se derrumbaba ahora, llorando,
gritando—: Lo habría matado yo mismo, lo juro.
Era curioso cómo más tarde me di cuenta que nunca me preguntó si yo
estaba bien, y de qué manera me consoló. Porque me conocía demasiado bien
para hacer una pregunta tan estúpida.
Por supuesto que no me hallaba bien. Ni un poco.
Fui profanada, degradada, humillada más allá de toda reparación. Tenía
la suciedad de ese monstruo. Estaba pegajosa por él.
Me sentía horrible. Trastornada. Suicida.
—No sé qué hacer —sollocé—. No quiero ir a la cárcel.
—No irás a la cárcel por esto —discutió, pero sonaba cada vez menos
convencido.
—No lo pensé bien, Dante. Mi mente solo se… fue. Le disparé por la
espalda. Vacié un cargador completo en él. ¿De verdad crees que esto va a
resultar a mi favor?
Se quedó en silencio mientras su mente trabajaba, y finalmente, pude ver
que llegó a la misma conclusión que yo, pero sus siguientes palabras me
dejaron abrumada. —Diré que yo lo hice. Diré que lo atrapé violándote y que le
disparé en la espalda.
Empecé a luchar contra su agarre.
—No, no, no —espeté—. ¿Crees que te dejaría ir a la cárcel por mí?
Después de que ya has matado a alguien por mí, ¿piensas que haría eso? Y con
tu registro, ¿no crees que podría terminar de otra manera?
—No seas así. Puedo soportar este golpe. Nana me conseguirá el mejor
abogado de por ahí. Todo estará bien.
Seguí moviendo la cabeza. —No. Nunca. Confesaré antes de que esto
recaiga en ti. Jodidamente lo juro. No dejaré que te culpes.
Respiró hondo algunas veces. Pensando, podía notarlo, su mente corría,
tratando de averiguar qué hacer.
—¿Alguien sabe que te trajo aquí? —preguntó finalmente.
—No lo creo. La gente lo vio sacarme de la escuela, pero no venir aquí.
193 Me atrajo a su auto diciendo que necesitaba hablar conmigo en la estación.
—Planeó esto —dijo Dante lentamente, el dolor en su voz
abrumándome—. Planeó una violación, y es un policía. ¿Cuáles son las
probabilidades de que no cubriera sus propios rastros? ¿Cuáles son las
probabilidades de que haya un alma en esta tierra que sepa que te traería aquí?
Lo estudié, sintiendo esperanza por primera vez con lo que vi. —¿Qué
deberíamos hacer? —le pregunté.
Me miró, se inclinó y me dio un beso muy cuidadoso. —Tú no tienes que
hacer nada, ángel. Me encargaré de esto. ¿Crees que puedas ducharte por tu
cuenta?
Era patética, pero negué con la cabeza. Ni siquiera creía que pudiera
caminar por la habitación.
—De acuerdo. Está bien. Te ayudaré. Resolveremos esto, lo prometo.
Nadie te va a hacer daño nunca más. Y nadie te quitará tu libertad. Lo juro.
Le creía, tenía confianza absoluta en todo lo que decía.
Se duchó conmigo. Fue muy cauteloso, después de todo lo que atravesé,
en desnudarse delante de mí, por lo que se duchó con sus bóxers.
Ni siquiera pude lavarme. Él lo hizo. Fue insoportablemente tierno
cuando me enjabonó, de pies a cabeza, me enjuagó, luego lo hizo otra vez.
Ambos lloramos como bebés, grandes y pesados sollozos de rabia
mientras lavaba la sangre de mis muslos.
Solo después de que terminó con sus cuidados suaves, tomé la esponja y
me froté con fuerza.
Rompía mi piel con tanto gusto que él me rogó en voz baja que me
detuviera, y de alguna manera algo en el tono de su voz fue lo suficientemente
convincente para conseguir que lo hiciera.
De lo contrario, juro que habría seguido frotando hasta que mi piel
hubiera desaparecido.
Era cobarde y débil, pero después de que me lavó, y vistió, me sacó del
remolque y me llevó hasta la colina. Y se lo permití.
—¿No vamos a…? —le pregunté.
—Voy a llevarte a tu habitación en casa de Nana. Necesitas descansar y
no preocuparte por ninguna otra cosa, ¿entiendes?
Asentí débilmente. Nos encontrábamos en la propiedad de su madre
para entonces. Estaba más cerca que el lugar de Nana, y siempre acortábamos
camino por ahí cuando caminábamos.
194 —¿Te vas a quedar conmigo esta noche? —le pregunté. No quería dormir
sola.
—Por supuesto. No me iré de tu lado después de que… me encargue de
las cosas.
Me entumecí un poco, y de alguna manera era fácil no pensar en ello, las
cosas que él tendría que hacer, las cosas que yo ya había hecho.
Apenas habíamos cruzado la línea de propiedad entre la casa de su
madre y su abuela cuando todo me inundó de nuevo y comencé a sollozar en su
pecho.
Se sentó en el suelo y lloró conmigo, repitiendo—: Lo siento mucho, lo
siento mucho, lo siento mucho.
—No es tu culpa —logré decir finalmente.
—No puedo creer que esto te ocurriera. No puedo creer que no te salvé a
tiempo. —Su voz se quebró con las palabras, y nunca lo escuché sonar más
perdido.
Me llevó directamente a mi habitación, me dejó brevemente, y volvió con
pastillas para dormir que consiguió de Nana.
Lo miré fijamente.
—Por favor. Por mí. Tómalas. No puedo dejarte hasta que estés
durmiendo. No puedo.
Las tomé.

Cuando desperté, afuera se hallaba oscuro, pero mi lámpara de noche


estaba encendida.
Dante movió una silla y se sentó a mi lado. Miraba hacia el frente.
Me estremecí ante la mirada en sus ojos.
Eso llamó su atención y su mirada se aclaró —las pesadillas negras
volviéndose preocupación mientras estudiaba mi rostro.
—¿Qué puedo hacer? —me preguntó.
Una vez más, no me preguntó si estaba bien.
—Abrázame —dije, y empecé a llorar de nuevo, el peor tipo de lágrimas,
porque eran solo por mí, pura autocompasión.
195
Se metió en la cama conmigo completamente vestido y se envolvió a mí
alrededor.
—¿Ya has…? —le pregunté finalmente.
—Todo está arreglado. Si la policía alguna vez te pregunta al respecto, y
es probable que en algún momento lo hagan, necesitas declararte en completa
ignorancia. Tendrán el pretexto de que podrías haber sido la última en verlo,
porque él te sacó de la escuela, pero les dices que te hizo algunas preguntas y te
dejó en casa de Nana, ¿de acuerdo? Te dejó en su casa a eso de las once de la
mañana. Nana corroborará tu historia. Él se fue de aquí a las once y no sabes
nada más sobre el asunto.
—Está bien. ¿Nana sabe…?
—Nana lo sabe todo. Necesitaba su ayuda, y ella es tu coartada. Además,
necesitábamos un médico muy discreto que te examinara, y yo no conocía a
nadie.
Me tensé. —¿Un médico para examinarme? —Sonaba horrible.
—Fuiste herida. Gravemente. Un médico te examinó mientras seguías
dormida. Pensamos que sería menos traumático… después de todo. —Casi se
atragantó con la palabra todo—. Un amigo cercano de la familia hizo una visita,
alguien en quien ella jura se puede confiar.
Se sentó y agarró una pequeña taza de la mesita de noche. —Te dejó
algunas píldoras. Dijo que cuanto antes te las tomes, mejor.
Miré la pequeña taza. Había una gran cantidad de pastillas. Ni siquiera
pregunté qué eran. Solo las tragué, y luego tomé un largo trago del vaso con
agua que Dante me entregó.
Nos recostamos.
—¿Nana está enojada con nosotros? —pregunté en voz muy baja. Debía
estar tan decepcionada. Primero me acogió y ahora tenía que lidiar con este
desastre.
Se tensó a mí alrededor. —Por supuesto que no. ¿Creíste que estaría
molesta contigo?
Me encogí de hombros. —Maté a un policía. Hice que tú, ni siquiera sé
qué hice, ¿te deshicieras del cuerpo? No soy nada más que problemas.
—Ya basta. Nada de esto fue tu culpa. Está triste, muy triste. —La forma
en que lo dijo, la forma en que su voz se quebró con las palabras, dejó en claro
que no era la única que estaba triste—. Pero por supuesto que no te culpa.
—¿Crees que alguna vez encontrarán el cuerpo? —le pregunté.
Se quedó en silencio por un largo tiempo, luego dijo—: No, y no creo que
necesites saber nada más acerca de eso. Ya me hice cargo, ¿de acuerdo? Confías
196 en mí, ¿verdad?
Lo hacía. Total y absolutamente.
28
“El amor no hace girar al mundo. El amor es lo que hace que el
viaje valga la pena.”
-Franklin P. Jones.

Traducido por Lauu Lr


Corregido por Naaati

Scarlett
197

Solo usaba unos cubre pezones y desnuda de abajo, simulando tener sexo
con un tipo al que no habría dejado ni siquiera besar mis pies, si no tuviera una
cámara grabando. En momentos así cuestionaba mi elección de carrera.
Trate de perderme en mi papel, poner el toque justo de pasión vulnerable
en mi expresión.
Era siempre el epitome de la calma acerca de escenas fuertes, los
desnudos, todo eso.
Porque me encontraba determinada a ser una profesional,
particularmente sobre esto.
Gran parte era valentía de acero, siempre recompensando el hecho de
que había sido una víctima una vez. La sobrecompensación mientras trataba de
convencerme de que nunca lo sería de nuevo.
Profundamente en mi interior tenía la sensación de suciedad, se
encontraba escondida, hasta que finalmente despertaba algo feo en mí, como
dejar a alguien que no había escogido, hacerme sentir sucia. Pegajosa con algo
que no se puede lavar.
Causaba incluso un dolor físico, una profunda estocada, casi como
cólicos menstruales, pero más duraderos y graves, que solo venían cuando
golpeaba ese punto particular de fiebre. Nunca lo diría, para el espectáculo o
no. Me encontraba determinada a ser una profesional.
Había sido buena. Genial. Comparada con mi compañero de escena, era
un infierno de profesional y eso era decir mucho. Frecuentemente se
posicionaba encima de mí, frotando su incesante erección contra mi cadera por
casi la centésima vez.
De repente no pude soportarlo. No pude ser sensata y despreocupada
acerca de eso por un segundo más.
Empuje a David, alejándolo. —¿Seriamente no hay nada que podamos
hacer sobre su erección que sigue frotando? —Señale a Stu.
—Sabes, la mayoría de las mujeres lo amarían —dijo David, su tono
profundamente ofendido, como si eso de alguna manera me hiciera cambiar de
opinión.
Puse los ojos en blanco. Esas mujeres no conocían a este idiota en la vida
real. Era sorprendente lo fea que podía ser una mente, incluso con un paquete
sexy como el infierno.
Trabajamos durante catorce horas. Toma tras toma, con pequeños
descansos que no nos dejaban alejarnos del set.
198
Me encontraba cansada. La noche anterior había sido mi primera en la
casa de Dante en cuatro días. No habíamos dormido mucho.
No hay descanso para la maldad.
Pero era la falta de sueño lo que me tenía lo suficientemente molesta para
montar un momento de diva. Había temido esta escena, la interacción, desde el
principio, y el hecho de que era mucho peor de lo que había anticipado no
ayudaba.
Stu cortó la escena y se acercó a la cama. Me enderecé, una de las
asistentes me trajo una bata, y le agradecí mientras me la ponía. Mantuve mis
ojos en mi director todo el tiempo. Esperando una reprimenda.
Nos dirigió su mirada varias veces, torciendo su boca. —Esto no va a
funcionar. Solo asumí que lo haría. Me lo imaginé cuando les hice la audición.
—Movió una mano, vagamente indicando nuestros cuerpos—. Me imaginé que
actuar el sexo sería muy fácil. Pero no me gusta. Creo que deberíamos hacer
algo con sutileza.
El golpe de alivio fue tan fuerte que quería llorar, pero lo oculté, solo
asintiendo en acuerdo.
Reescribió la escena completa. Mi personaje se tenía que quitar el top y
todo se ponía negro. Fui reasegurada de que solo planeaba mostrar un lado de
mi pecho.
De hecho, no tenía problemas con la desnudez. No lo hacía. Eran los
toques mientras me encontraba desnuda a los que no podía hacer frente, o al
menos no fácilmente.
La próxima vez que Stu dio un descanso encontré a Dante en mi tráiler.
Se encontraba acostado en el sofá, con el teléfono en su oreja.
No era de los que se quedaba tranquilo, así que había comenzado a
trabajar de nuevo la semana anterior.
Sonrió cuando me vio, levantando su dedo índice.
Asentí y fui por café. Escuché casi ausentemente su conversación y
cuando me di cuenta de que no lidiaba con sus negocios del día a día, sino con
la amada caridad de Nana, me calenté por dentro, el día repentinamente menos
oscuro. Por supuesto que haría eso. Continuar su trabajo. Hacerla orgullosa.
Movía el azúcar en mi taza cuando Dante se presionó por detrás. Aún se
encontraba al teléfono, y no me había dado cuenta de que se acercaba.
Salté casi medio metro.
Deslizó su mano libre dentro de mi bata, pasando su palma sobre mi
199 pecho. La pasta pareció detenerlo un poco, y lo tocó brevemente antes de que
sintiera su camino al otro. Ese obtuvo una revisión más rápida antes de que su
mano fuera hacia abajo, entre mis piernas.
Lo alejé, moviéndome. No quería que me tocara antes de que me bañara
para alejar el toque del idiota de David.
Entré al baño y cerré la puerta.
Me limpié repetidamente, pero aun así no me sentía limpia. Cuando salí
finalmente, había terminado su llamada. Le dio una mirada a mi rostro y
pareció entender.
Me sentí como una niña mientras me subía a su regazo y trataba de
consolarme, pero era nuestra manera. Siempre habíamos sido demasiado para
el otro, habíamos llenado demasiados roles. No conocíamos otra forma.
—Ningún papel, ninguna carrera, vale la pena que te hagas esto —dijo
finalmente.
—Estaré bien.
—¿Y qué pasa conmigo?
Me alejé, bajé mi cabeza para mirarlo. —¿Qué pasa contigo? ¿Tú lo
puedes manejar?
—Lo intento. Sé que has deseado esto desde que teníamos catorce, y la
última cosa que voy a hacer es ponerme en tu camino. No voy a mentir, odio
esta parte. La idea de cualquiera mirándote, tu compañero de escena tocándote.
Me enloquece. Pero no puedo ponerme en tu camino. Este es tu sueño y voy a
apoyarte, incluso en las partes que no puedo soportar.
—Lo peor ya pasó —aseguré. Entendía sus celos, su posesividad. Apenas
lo podía culpar. No estaba segura de lo que haría si el trabajo de Dante
consistiera en tocar a otras mujeres por cualquier razón.
Era un tema delicado desde donde lo viéramos.
—Trabajabas en la caridad de Nana cuando entré, ¿no? —pregunté,
aunque sabía su respuesta.
—Sí. Siempre me encuentro presente en el proyecto The Vivian Duran,
pero ahora que me has hecho poner toda tu herencia en la caridad, planeo hacer
que ese dinero haga milagros.
Me detuve. —¿De qué demonios hablas? No tengo ninguna herencia.
Suspiró ruidosamente para moverme contra su pecho. Era en parte
resignación, en parte exasperación. —Bueno, Nana te dejó ocho millones de
dólares, y me dijiste que los donara a la caridad. Me imaginé, desde que no me
dejaste siquiera terminar lo que iba a decir, que hablabas en serio, así que lo
hice malditamente bien.
200
Parpadeaba intentando no llorar, tratando de no romperme—. ¿En serio
hizo eso? ¿Me dejó eso?
Hizo un sonido en su garganta que lo atravesó tan duro que pude ver
cada intensa reflexión, su mano acariciando mi cabello, una y otra vez. —Por
supuesto que lo hizo, ángel. Pensaba en ti como familia. Estuvo en su
testamento por años antes de que muriera. Por cierto, tengo cientos de papeles
para que firmes cuanto estés lista.
Me alegraba eso. No por el dinero. Había querido decir lo que dije, que
quería donarlo. No, de nuevo, no me encontraba loca, y aunque previo a mi
reciente rol protagónico había estado muy cerca de la quiebra, no podía tomar
dinero que no había ganado, dinero que venía de perderla. Quería que cada
centavo fuera a la caridad que tanto le apasionaba, pero su gesto significaba
todo para mí. En verdad me había considerado familia. Tanto que conservo el
sentimiento hasta el final.
—¿Consiguió Adelaide su casa? —pregunté. Una parte de mí no quería
saber. Nana no se la hubiera dejado a ella, pero también sabía que Adelaide
tenía sus formas. Me imaginé que tendría un súper armado Leo ahí ahora.
—Mmm —dijo Dante. Fue medio risa, medio bufido—. No exactamente.
Nana no le dejó nada, ni un centavo. El resto de nosotros lo esperaba, pero
Adelaide se enfureció. Aún continúa con su berrinche. Ha sido feo.
Chiflé. Ni siquiera lo podía imaginar. Adelaide era intratable cuando se
trataba de las cosas más pequeñas. Una vez aterrorizó a una mujer hasta que se
mudó de la ciudad solo porque no le gustó el lugar donde la habían sentado en
una boda.
Ser dejada fuera de una herencia cuyo pago había esperado toda su
vida… me aterraba un poco solo contemplar la destrucción que debe haber
causado.
—Por Dios, eso es justicia —dije con reverencia, mi mente en cuánto aun
idolatraba a Nana.
—El tiempo dirá si se queda así, a pesar de que Leo ha estado
conteniéndose más de lo usual.
—Déjame saber cómo resulta.
—Oh, lo haré. Créeme que lo haré.
Mi teléfono sonó con un mensaje, lo revisé, asumiendo que era una alerta
para volver al set.
No lo era. Era un mensaje de Farrah.
201 Se lo mostré a Dante.

Acabo de poner mi aviso de dos semanas en la aerolínea. He terminado.


No es divertido sin ti. ¡Hay que ir de compras pronto! Xoxo.

—Bueno, creo que tenemos a nuestra espía. —Su tono era resignado,
pero casi complacido. Se encontraba aliviado de finalmente saber.
Yo no sabía cómo sentirme.
29
“Estar enamorado le muestra a una persona quien debería ser”
-Anton Chekhov.

Traducido por Lauu Lr


Corregido por Naaati

Scarlett
202
Pensé que me encontraba bien al principio. Incluso me convencí a mí
misma; había regresado a la escuela tan pronto como pude, actuando como si
nada hubiera pasado. No hablando de eso con nadie, ni siquiera con las
personas con las que podría hablar al respecto.
Pero no lo estaba. Cada día que me levantaba se sentía peor. Era un
esfuerzo ducharme, ponerme ropa, comer, hacer cualquier cosa que no fuera
dormir, o yacer en mi cama y deseando dormir.
Deseando algo más permanente.
Me afectó de formas extrañas. Mi tartamudeo desapareció casi
completamente. Casi no tenía problema ignorando los insultos de los
acosadores usuales. Ese tipo de cosa solo se me resbalaba.
Comencé a esforzarme más en la escuela. No porque me gustara o
porque se sentía mejor, sino porque quería terminar e irme. Dante se dirigiría al
Este para la universidad el año siguiente, y planeaba acompañarlo.
El resto del año escolar pareció pasar en una gris y gruesa niebla, pero
terminó y finalmente me gradué.
Dante se fue a la universidad solo a dos semanas del verano. Tenía un
lindo apartamento arreglado para su primer año en Harvard.
Fui con Dante porque no podía concebir hacer algo más.
Se sintió mal de inmediato. Estuvo ocupado al instante, y me sentí
ignorada, no querida, sin valor. Nada. No tenía nada qué hacer. Cuando se
encontraba en casa conmigo, lo cual no era a menudo, solo estudiaba sin
descanso, mientras yo me sentía inútil mirando televisión, o leía libro tras libro.
Lo peor era que tenía miedo cuando me quedaba sola. Un miedo
irracional. Debilitante. Si dejaba que el miedo me manejara, nunca hubiera
dejado su lado.
Pero no podía hacer eso. Puro orgullo y terquedad lo evitaron. Un
instinto de hacer más que sobrevivir. Necesitaba vivir de nuevo.
En orden de vivir, necesitaba encontrar mi propia identidad. Mi propia
vida. Mi propósito.
Comencé con algo normal. Un pequeño cambio que podía soportar.
Conseguí un empleo. Otro de mesera. Dante lo odiaba, pero se encontraba de
acuerdo con todo solo para animarme.
Era atento. Y amoroso. Posiblemente más entonces que nunca.
Tomo mucho tiempo antes de que quisiera su toque por algo más que
203 afecto y comodidad, nunca mostró alguna señal de perder la paciencia.
Hasta el final de mis días, voy a apreciar eso.
Ni siquiera lo mencionó. Cuando hablamos de eso, fue porque me
preocupaba.
E incluso encontró las palabras (las correctas) que necesitaba escuchar.
Las únicas que ayudaron.
—Esto no es sobre mí —dijo gentilmente—, y lo que mi cuerpo pide del
tuyo. Esto es acerca de ti y lo que necesitas. Necesito ser lo que tú necesitas. Es
todo lo que importa ahora. El resto vendrá después. Tenemos tiempo. Todo el
que necesites. Lo tenemos. Cuando te sientas lista, estaré aquí. Cada segundo de
cada día. Eso nunca va a detenerse.
30
“No oigas al diablo, no hables al diablo, y no serás invitado a
fiestas de cocteles.”
-Oscar Wilde

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Lu

Scarlett
204

—Estás viendo a alguien, ¿verdad? —me preguntó Farrah, no por


primera vez.
Estábamos de compras (su idea), y era su primer día oficial de
desempleo. —¿Cómo piensas pagar el alquiler? —le respondí, intentando no
mostrarme tan hostil como me sentía.
Me volví resentida mientras meditaba todas las formas en que debe
haberme traicionado a lo largo de los años, y solo parecía crecer, hasta que era
difícil de ocultar pese a que sabía que absolutamente tenía que hacerlo.
Porque si esta espía de Adelaide tenía alguna idea que sabía de ella,
habría preguntas que darían lugar a consecuencias que aún no estaba
preparada para enfrentar.
—De mesera. Cada papel que pueda encontrar. Lo de siempre. Ellos
asignaron la tripulación a una nueva dirigente cuando te fuiste. Era bestial.
Simplemente no podía soportarlo, así que lo dejé. Apuesto que Leona y Demi
no durarán mucho.
Estábamos buscando un nuevo pequeño sexy vestido para la cita caliente
de Farrah esa noche. En realidad, solo era una excusa para ir de compras.
Farrah siempre tenía una cita caliente y la cantidad suficiente de pequeños
vestidos para cubrirlas, de eso tenía la certeza.
La ayudaba porque lo pidió, ese era mi día de descanso, e intentaba
actuar como lo haría normalmente. La normal yo pocas veces decía no a las
compras.
Habíamos estado en ello durante un par de horas, y Farrah había vuelto
a la misma pregunta cinco veces. Sabía que no iba a dejarla pasar, y sabía por
qué.
Ahora que la miraba con nada más que sospecha, se me ocurrió que
siempre me hacía demasiadas preguntas, siempre curiosa, metiche,
entrometida, con empujones amistosos sobre todo en mi vida que siempre había
pensado que eran parte de su personalidad extrovertida.
Intenté comportarme como si no supiera cómo me había lastimado y
encontré que cada buen recuerdo que alguna vez tuve con ella se había vuelto
amargo.
Una parte de mí, la parte que daba demasiado de mí misma a las
amistades, todavía intentaba excusarla. Tal vez necesitaba el dinero. No tenía
ninguna duda de que Adelaide podía permitirse el lujo de pagar bien. Tal vez
205 accedió a espiarme antes de que me conociera, y tal vez no compartía todo con
Adelaide. Tal vez había llegado a preocuparse por mí. Tal vez se sentía mal por
lo que hacía.
Cuando no la justificaba, todavía intentaba negar lo que era cada vez más
evidente, más innegable con cada intercambio, pero slo podía depender de la
negación por cierto tiempo.
—¡Vamos! —Farrah me dio un codazo juguetonamente en tanto buscaba
a través de los vestidos—. ¿Quién es? ¡Cuéntamelo!
Le envié una débil sonrisa e intenté mentir de forma convincente, aunque
no tenía energía para ello. —Anton. Pero escucha, no es nada serio. Estamos
matando el tiempo. No vale la pena hablar de ello.
Me di cuenta de que no era la respuesta que esperaba, y me dio una
extraña mirada interrogativa por ello, pero al menos conseguí que dejara el
tema.
Habíamos terminado y conducíamos a casa antes de que lo trajera de
nuevo a colación. —¿Demi sabe que estás conectando con Anton? —me
preguntó, el tono cuidadoso.
Me pareció una pregunta extraña, pero estaba preocupada así que
simplemente dije—: No. Como dije, no es un gran asunto.
La ironía era que había estado evitando a Anton últimamente. Siempre
fue un amigo sobreprotector, y sabía que nunca entendería que estuviera
compartiendo medio tiempo con el enemigo. Apenas lo entendía yo misma.
Cuando llegamos a casa, fui directamente a mi habitación y me encerré.
Desde que supe que existía una espía entre mis compañeras, había llegado a
odiar el apartamento.
Me sentía atrapada cada vez que tenía que quedarme, porque
simplemente ya no era una opción. Además de eso, me sentía como si estuviera
siendo vigilada todo el tiempo, que todo lo que hacía se notaría y reportaría a
alguien que había despreciado toda mi vida.
Todo eso era bastante malo, pero añadir mi corazón patético, mi
incesante, débil anhelo por todo el tiempo que perdía con Dante (¿Cómo si no
hubiéramos perdido suficiente?), y era malditamente casi tortuoso aportar
tiempo en la casa en la que había encontrado una vez la comodidad.
Robé varias camisas blancas suaves de Dante para dormir, y al igual que
un adicto desquiciado, me aseguré de que olían a él. Quería recuerdos suyos,
incluso cuando dormía. Los necesitaba. Necesitaba, cuando despertaba en
estado de pánico y a solas, tener algún tipo de prueba de que aún no vivía en
ese viejo infierno donde él estaba completamente perdido para mí.
Cuando se encontraba ausente, podía obligarme a estar lejos de él.
206 Habíamos llegado más allá de ese punto. Me sentía asustada de lo apegada que
me había vuelto en tan poco tiempo.
Sin embargo, si era honesta conmigo misma, y a veces lo era, nunca
habíamos estado en realidad desapegados, ni siquiera en los peores momentos.
Había cortado ese apego con un machete más veces de las que podía contar,
pero eso no quería decir que lo escindí.
Lejos de ello. Obviamente.
Me había cambiado en una de mis camisetas de acosadora cuando sonó
el timbre.
Fui a abrir. Si era para mí, habría preferido ganarle a Farrah en ello. Me
había obsesionado por mantener oculto tanto como podía de ella.
No hubo suerte. Llegó al vestíbulo un segundo detrás de mí, lo que no
era bueno.
Abrí la puerta para encontrar un Bastian de aspecto cansado.
Miró detrás de mí a Farrah, y luego de nuevo a mí. —¿Tienes tiempo
para una taza de café? —Se aclaró la garganta—. Afuera.
—Sí —dije sin vacilar. No quería que Farrah escuchara una palabra de lo
que tenía que decir.
Me puse unos tenis y salí de la casa así, camiseta holgada, pantalones
cortados.
—¿Les importa si me uno a ustedes? —preguntó Farrah detrás de mí,
sonando francamente curiosa. Metiche.
¿Cómo no la vi por lo que era antes? Era tan obvio para mí cuanto más
tiempo sabía la verdad. En realidad, ni siquiera intentaba engañarme.
—Lo siento, pero necesitamos un poco de privacidad —respondió
Bastian, porque no sabía quién o qué era.
Esto va a explotar en mi rostro, pensé mientras cerramos la puerta.
—Es una espía de Adelaide —dije en voz baja cuando habíamos estado
caminando durante unos minutos. Miré detrás de mi hombro, lo
suficientemente paranoica para comprobar si nos siguió descaradamente.
—¿Tu compañera de cuarto?
—Sí. Hace mucho tiempo, al parecer. Confía en mí, estaba tan
sorprendida como tú, pero Farrah no sabe que la descubrí. Estoy intentando con
todas mis fuerzas que siga siendo así.
—Dante te dijo —observó, el tono neutro.
Él no lo sabía, o al menos dudaba que lo supiera, que Dante y yo
habíamos empezado a jugar a la casita de nuevo. —Sí. Supongo que Adelaide
207 ha estado recibiendo información acerca de mi día a día que solo alguien que
vive conmigo podría haber sabido. Farrah inconscientemente se expuso a sí
misma hace unos días. No ha sido divertido, déjame decírtelo.
—Me lo puedo imaginar —dijo, el tono tan cálido y simpático que me
hizo temblar. Si los hombres Durant pudieran embotellar sus voces y venderlas,
serían ricos. Oh, espera—. Tú sabes que Adelaide me odia, obviamente —
continuó—. Desprecia a todos los bastardos de Leo, pero el odio que te tiene
está en otro nivel. ¿No te parece extraño?
Todavía caminábamos, uno junto al otro, pero me las arreglé para
enviarle una mirada elocuente por el rabillo del ojo. —Siempre lo ha hecho.
Pero, de nuevo, siempre he estado enamorada de su único hijo, por lo que tal
vez es así de simple. Tenía que ser su peor pesadilla, él enamorándose de la
basura de la ciudad. —Nadie entendía la broma más que yo. El chico dorado de
la ciudad y su chica del basurero nunca habían tenido sentido para nadie más
que nosotros dos.
—Mi Dios. Cuando pienso en todo lo que les ha hecho a ustedes…
Siempre han sido tan unidos. Era evidente. Ha estado enamorado de ti desde la
primera vez que lo vi. Creo que tenía diez años. Que ella encontrara una
manera de envenenar algo así... esa mierda es mala.
Eso fue sin duda una buena descripción de Adelaide.
—Sabes —continuó, aligerando el tono—, Dante y yo hemos estado
hablando mucho últimamente. Ahora tenemos algo en común. Aún estamos
trabajando juntos para tratar de llegar al fondo de algunos de los planes de
Adelaide. Pero hay una cosa en la que él no dará el brazo a torcer.
Parecía estar esperando a que dijera algo, pero seguí caminando en
silencio. No quería decir nada que no tenía que decir.
—No importa cuánto lo intente —dijo—, cuánto ayudaría si supiera, no
me dirá con lo que lo está chantajeando.
Ah. Eso. No me sorprendió. Por supuesto, Dante no lo compartiría con
nadie. No era su secreto para contar. Era mío.
Mi caballero andante había sido traído abajo con su única debilidad. Yo.
Era tan obvio a la vista que no podía creer que me hubiera permitido perderlo
por tanto tiempo.
Incluso Bastian pareció captarlo sin esfuerzo. —Me imagino que es algo
acerca de ti. Algo que tú hiciste. Te ha estado protegiendo, ¿no?
Dejé de caminar, cerrando los ojos con fuerza. Dios, dolía. Un nuevo
dolor, peor incluso que el anterior.
Cuando empezó a hablar de nuevo, me obligué a abrir los ojos y
208 encontrarme con los suyos. —Veamos simplemente. Tú y yo podemos resolver
esto, con o sin la ayuda de Dante. Obviamente no podemos saber lo que sabe
sobre ti o él. Todo lo que podemos hacer es asumir que sabe todo. Tenemos que
pensar en el peor de los casos. Así que dime, Scarlett, ¿cuál es tu más profundo
y más oscuro secreto?
Negué con la cabeza, con los ojos en blanco mirando al frente. —Ni
siquiera quieres saber.
Lo vi por el rabillo del ojo. Llevaba una pequeña sonrisa, intentando
aligerar el ambiente. —¿Qué tan malo puede ser?
Giré la cabeza y lo miré a los ojos fijamente. —Ni siquiera quieres saber
—repetí, porque era la verdad.
—¿Qué? ¿Mataste a alguien?
Claramente bromeaba, pero mi reacción no fue una broma. Me tensé,
cada parte de mí se detuvo, pasando automáticamente al modo seguro, inmóvil
como una estatua.
Me estudió, con los ojos muy abiertos. Comenzó a maldecir y no se
detuvo.
Sí, eso.
31
“Nadie que vale la pena poseer puede ser completamente poseído”.

-Sara Teasdale

Traducido por NnancyC & Vane Farrow


Corregido por Pachi Reed15

Scarlett
209
Duramos juntos dos años en el apartamento.
El plan siempre fue este: viviríamos en Cambridge hasta que Dante
terminara la escuela (y trabajaba muy duro para terminar tan pronto como
fuera posible), y luego, juntos, nos mudaríamos a Hollywood para que pudiera
dedicarme a la actuación.
Era un sacrificio para los dos. No quería esperar por mis ambiciones, y
gracias a algunos viajes memorablemente horribles con su padre cuando era
más joven, Dante odiaba Los Ángeles.
Pero es lo que hacías cuando amabas a alguien. Te sacrificabas. Y por eso
hice dos años enteros en Cambridge.
No fue del todo malo. En sí mismo, vivir con él era todo lo que podría
haber esperado. A veces peleábamos, pero a veces la pelea era necesaria. A
veces era todo lo que me hacía sentir viva.
Dante era maravilloso. Nunca se trató de él.
Se trataba de mí y la forma en que me sentía sobre mí misma. En la
marca de dos años, empecé a ver que, si pasaba mucho más tiempo siendo
inservible, seguro que nunca me lo quitaría, me convertiría en una cosa amarga,
inútil. Al igual que mi abuela.
No podía hacer eso, ni siquiera por él.
Necesitaba encontrar mi autoestima, y para ello, tenía que dejar a Dante.
—Siento que estoy atascada aquí —le dije durante un postre que hice
especialmente sólo para amortiguar el golpe—. Como que estoy renunciando a
mi vida por la tuya. Que cuanto más tiempo permanezco aquí, más me voy a
marchitar y convertir en alguien que no reconozco.
Se me quedó mirando. —Dijiste que esperarías por mí —dijo
simplemente. Ni siquiera sonaba disgustado aún. Todavía en negación.
—Lo hice, y lo siento. Simplemente no puedo soportarlo más. No puedo
soportarme. Necesito estar haciendo algo además de servir bebidas a un montón
de pendejos llenos de atribuciones día tras día.
Eso le fastidió. —Esa fue tu idea. Nunca quise eso. ¡Renuncia!
¡Malditamente renuncia! Es así de sencillo. No hay ninguna razón para que
estés trabajando, sobre todo en un trabajo que no puedes soportar.
Me había desviado del tema, pude ver. —Nada de eso viene al caso. Es
este lugar. Es estar en espera. Sólo no puedo soportarlo, Dante. Estoy
empezando odiarme, y tengo que encontrar una manera de cambiarlo. ¿No
210 puedes entender?
Sus ojos expresivos se volvieron atormentados ante los míos. —¿Me estás
dejando?
Apenas pude aguantarlo. Aparté la vista. —No estoy rompiendo conti…
—¿Fue realmente una opción para ti? —preguntó, incrédulo—. Lo dices
como si lo hubieras considerado, ¿como si podría haber ido de cualquier
manera?
—No. —Vi la discusión alejarse de mí. Iba tan mal como anticipé—. No.
Nunca lo pensé. Vamos a estar juntos, por supuesto, pero a larga distancia.
Hasta que termines aquí. Entonces puedes venir a vivir conmigo, y mientras
tanto, no voy a poner mis sueños en espera por los tuyos.
Salió mal. No lo tomó bien. De hecho, se negó a hablar de ello durante
días, simplemente me decía que no era una opción.
Suavemente, pero con firmeza, respondí que tampoco era una pregunta.
Es algo terrible darte cuenta que incluso el amor de tu vida no puede
hacerte sentir completa, no cuando estás tan jodida como yo, pero estaba
decidida. Sería una tortura estar lejos de él durante tanto tiempo, pero no había
ninguna duda en mi mente que íbamos a encontrar el camino de regreso el uno
al otro. Tenía una fe absoluta en eso.
Un mes más tarde empacaba mis cosas, un hosco pero resignado Dante
se cernía sobre mí.
Sólo establecer la mudanza me hizo sentir un poco más esperanzada.
Había ahorrado todo mi dinero como camarera, cada centavo porque Dante
nunca me dejó pagar por nada, y lo puse hacia el primer mes de renta en un
pequeño apartamento en un área que no podría haber pagado por mí misma.
Dante dejó el alquiler del último mes. Sí, me estaba ayudando. Esa era la única
forma en que me permitió ir sin una pelea más dura. Eso y las visitas de fin de
semana cada vez que pudiera arreglárselas para volar o yo volar de regreso. El
dinero tenía sus ventajas, era un hecho.
Me vino a visitar exactamente una semana después del día que salió mi
vuelo. Vino con el anillo de Nana en su mano y una propuesta en sus labios.
Bueno, no fue tanto una propuesta, sino que me dijo que por supuesto
nos íbamos a casar.
Me puse el anillo y ni siquiera consideré rechazarlo. Esto venía hacía un
tiempo largo. Algunas promesas eran hechas antes de que alguna vez dijeras las
palabras.
—Tu madre va a perder la cabeza —le dije más tarde, después de la
tercera ronda de celebración.
Se tensó, su pecho bajo mi mejilla se volvió rígido, y supe que toqué una
211 fibra sensible. —No se lo voy a contar. No hay razón para hacerlo.
No podía culparlo, pero una parte de mí quería contárselo sólo para ver
la expresión en su cara. Esa parte fue rápidamente anulada por algún sentido
común que pude haber tenido. Incluso yo sabía que no debía meterme en líos
con su madre.
Durante un tiempo, vivir separados no parecía haber puesto la más
pequeña grieta en nuestros cimientos. Lo extrañaba, claro que lo hacía, pero yo
tenía un propósito ahora. Empecé a conseguir pequeños papeles en mi primera
semana, y seguí en ello, sintiendo la certeza de que era mi destino.
Y cuando me visitaba, o yo lo visitaba, las reuniones eran algo poderoso
y embriagador. En un día normal éramos combustibles juntos. Añádele un poco
de la privación y alcanzaba proporciones atómicas. Algo adictivo, eso.
Duramos más de un año así. No puedo endulzarlo. Tuvimos nuestros
altibajos. Fue tan tumultuoso como nosotros éramos volátiles. Dos personas
enfermas de celos que vivían separadas mientras estar comprometidos no
contribuía a un romance suave. Más a menudo que no, cuando me dejaba o yo a
él, se iba con arañazos en la espalda desde el hombro hasta el trasero.
No pensaba que me sería infiel. Se trataba de propiedad, marcar mi
territorio.
Confiaba en él casi a ciegas, pero tomó mucho menos que la idea de la
infidelidad real para que me pusiera hecha una furia. Él hablando con otras
chicas, siendo amigo de ellas, apareciendo en fotos con ellas en Facebook,
estudiando con ellas, lo que sea, yo perdía la cabeza.
No hacía falta decir, que él se encontraba tan fuera de control.
Si Dante se hubiera salido con la suya, nos hubiéramos casado el día que
nos comprometimos, pero yo quería esperar hasta que estuviéramos viviendo
juntos para siempre. Alguna extraña última regresión a la cual aferrarse,
supongo, algo especial para guardar para después de la boda.
En el fin de semana de su cumpleaños, más o menos un año después de
la mudanza, ahorré el dinero suficiente para comprar mi propio boleto de avión
y sorprenderlo con una sólida visita de tres semanas comenzando el viernes
antes de su cumpleaños. Tuve que ser astuta para sorprenderlo, así que me
presenté en su apartamento sin previo aviso y entré con mi llave.
No sabía con seguridad sus horarios de cada día. Podría suponer basada
en la experiencia; así que a las seis de la tarde me imaginé que estaría en casa
pronto, y me limité a esperar.
Y esperé. Era medianoche cuando decidí salir a buscarlo. Todavía trataba
duro de no arruinar la sorpresa. Un texto preguntando dónde se hallaba sin
duda haría eso.
212 Empecé con el bar más cercano, el lugarcito ruidoso en el que solía
trabajar, y allí lo vi.
Pero con quién estaba no podría haberme impactado más. Se hallaba en
una mesa, bebiendo una cerveza y sentado frente a Tiffany.
No sé cuánto tiempo me quedé allí y miré fijamente. Me encontraba tan
sorprendida que ni siquiera me sentía furiosa al principio. ¿Qué podría ser esto?
¿Qué podría significar?
Y a medida que comenzó a asimilarse, todavía no estaba furiosa. Me
sentía herida. Y confundida.
No me tomó mucho tiempo decidir simplemente entrar y hacerles frente.
Quería ver lo que tenía que decir por sí mismo. Necesitaba escucharlo.
Él estaba frente a la puerta cuando entré y el movimiento le llamó la
atención. Levantó la vista y me vio por primera vez.
Su reacción fue gratificante. Se puso de pie, moviéndose hacia mí, su
sonrisa más feliz iluminando su rostro. Lo comprendió de inmediato. —Me
estás sorprendiendo por mi cumpleaños —dijo, deleite en su voz.
No contesté con palabras, en su lugar, esperé hasta que se acercó y me
froté contra él, tirando de su rostro hacia el mío.
Rocé mis labios a los suyos, una vez, luego otra, hasta que gimió y
empezó a besarme.
Lo llevé más lejos de lo que pretendía. Tenía intención de llevarlo a algún
lugar, claro, pero lo que hice fue más de lo que debí, usando mi boca en la suya
despiadadamente, mi lengua, mi cuerpo, haciéndole olvidar donde se
encontraba, olvidar que no estábamos solos, olvidar que no me podía coger allí
mismo, haciéndole perder todo sentido, intoxicándolo inexorablemente.
No fue no-calculado. Por supuesto que no. Territorio. Marcado. Simple,
pero irresistible.
Y todo el tiempo, algo dentro de mí comenzó a bramar, sin cesar,
poderosamente.
Oh, sí. Estaba celosa.
Cuando finalmente logré quitar mi boca, se inclinó y comenzó a besarme
el cuello, sus manos frotando mi culo, una y otra vez, nuestras ingles pegadas,
su erección rígida hundiéndose en mí.
De acuerdo, sí, permití que fuera un toque demasiado lejos. No nos
habíamos visto en un mes. Es evidente que con tanto tiempo separados no
deberíamos haber tenido nuestra primera reunión en público.
—Dante —dije en voz baja. Intenté parecer serena, pero incluso yo podía
213 oír el deseo en mi voz.
Gruñó e hizo un camino de besos hasta mi mandíbula.
Suavemente, pero con firmeza, lo aparté.
Sus ojos vidriosos se me quedaron mirando, aturdidos, durante unos
sólidos treinta segundos antes de que se comenzaran a aclarar.
Parpadeó un par de veces y comenzó a maldecir, arrastrando una mano
por su pelo.
Le di a él y a mí misma un poco de tiempo para componernos antes de
finalmente hablar. —He estado en tu apartamento desde las seis. Esperando por
ti. ¿Cómo está Tiffany? —Dejé que mi tono dijera lo que mis palabras no
hicieron.
Pareció darse cuenta por primera vez que estaba metido en alguna
mierda profunda.
—¡Scarlett! —llamó Tiffany alegremente, todavía sentada en su mesa—.
¡Me alegra que pudieras unirte a nosotros!
Nosotros. El escozor de eso persistiría.
No la dejes ver cómo te afecta, me dije.
No la dejes ver como él te debilita. No le des nada.
Nada había cambiado entre Tiffany y yo. Aún la veía como la enemiga.
El tiempo y la distancia no lo alteraron, aunque esta era la primera vez que la
atrapé infringiendo mi territorio mientras yo me encontraba lejos.
Dos veces vino de visita mientras vivía con Dante. Me pregunté con una
cantidad no pequeña de temor furioso cuán a menudo venía a visitarlo ahora
que me había ido.
—Tiffany —dije sin una pizca de amabilidad—. ¿Qué haces?
—Oh, ya sabes cómo es. Todavía asistiendo a Barnard. La tradición
familiar y todo eso, pero al menos casi he terminado. Pronto voy a ser capaz de
visitar tan a menudo como me plazca.
Qué reconfortante.
—Pero basta de mí. ¿Qué has estado haciendo? ¿Todavía de camarera?
Miré a Dante. No tuve que decir una palabra. Mi cara lo dijo todo.
—Estudiaba aquí —dijo él, con tono cuidadoso—. Me encontró aquí hace
unas pocas horas. No sabía que iba a venir a la ciudad.
—¿Te visita así de seguido? —pregunté, voz mordaz, mi amplia sonrisa
aún más. Era una sonrisa destinada a encandilar. Y liquidar. Captura el ojo y lo
ciega.
—Nunca —dijo de manera sucinta, fervientemente, con la intención de
214 un hombre decidido a evitar el desastre—. No desde que te fuiste.
Miré a Tiffany.
—Oh, sí. —Agitó la mano en el aire—. Lo que sea que él diga.
Sabía que trataba de incitarme, tratando de hacerme pensar que Dante
me mentía. Lo sabía y no me sorprendió. Era muy típico de Tiffany. Lo que me
pareció interesante fue la reacción de Dante a sus palabras.
Se sobresaltó, mirándola como si estuviera finalmente empezando a
malditamente entenderlo.
Sí, imbécil, quería decir. Ella es eso. Una vil instigadora al igual que tu madre.
Pero incluso con la diatriba interna, su reacción fue lo suficientemente
gratificante para actuar como un último esfuerzo en impedir las consecuencias
que sentía acumularse en mi pecho como un grito que simplemente tenía que
salir.
Odié que ella estuviera aquí. Lo odié. Pero tal vez serviría para cierto
propósito, si ayudaba a Dante a ver exactamente lo que era.
Con ese pensamiento en mente, acerqué una silla. —Entonces, ¿qué haces
aquí, Tiffany? —le pregunté sin rodeos, mi tono tan desagradable como me
sentía.
Fingió sorpresa ante mis modales hostiles. —Oh, Dios. ¿Sucede algo,
Scarlett? Pareces molesta. —Sonrió.
Y así como así. Allí estaba otra vez. Hola, temperamento.
—¿Qué podría posiblemente estar mal? —le pregunté, dura en el
sarcasmo. Mis ojos se movieron a Dante, quien acababa de tomar el asiento
frente a mí—. ¿Cuál podría ser el problema? —le pregunté burlonamente.
Él cruzó los brazos sobre su pecho, apretando la mandíbula, sus ojos
duros en mí. Me di cuenta de que su propio temperamento infernal estaba listo
para salir a jugar.
—Una vez más —dije mordazmente—. ¿Por qué estás aquí, Tiffany?
Frunció los labios y respondió—: Solo visitando a mi amigo. ¿Es eso un
crimen? A él no le importa cuando vengo de visita. ¿Y quién te hizo su dueña?
No es de tu propiedad, Scarlett.
Le sonreí, levantando la mano con mi anillo para golpear con un dedo mi
mandíbula, asegurándome de que a la roca enorme como el infierno en mi dedo
se le diera la atención adecuada. La vio; oh, sí. Sus ojos se abrieron como platos,
y por un segundo no pudo ocultar una mirada honesta de consternación.
Mi sonrisa creció incluso cuando oí a Dante soltarse con una ronda suave
de maldiciones.
215 —Es curioso que menciones propiedad —dije. Sí, me comportaba como
una perra.
Ella necesitaba ser puesta en su lugar.
Perra era la velocidad correcta para eso.
Se puso pálida. Parecía que podría vomitar. —¿Cuándo pasó? —
preguntó, casi escupiendo las palabras.
Ni siquiera traté de tocar ese tema.
—¿No vas a felicitarnos? —contraataqué en su lugar.
No se molestó. La bomba del compromiso había sido suficiente para
dejarla descuajeringada. Fue refrescante ver a su usualmente serena fachada
deslizarse tan completamente.
Esperé, con todo mi corazón, que Dante estuviera tomando nota.
—No importa —dijo Tiffany burlonamente—. Todavía no lo posees.
—No te hace feliz —le dije con gozo—. Pero sí importa. Y sí,
malditamente lo poseo.
Su reacción fue interesante, y si yo estaba siendo malévola (noticia de
última hora: lo estaba siendo), divertida como el infierno.
Se puso de pie y prácticamente corrió del lugar, huyendo sin darme una
mirada.
Todavía tenía una sonrisa triunfante cuando vi la mirada en el rostro de
Dante.
—¿Tienes alguna idea de lo que hiciste? —preguntó, luciendo más allá
de enojado y desesperadamente furioso—. Mi madre sabrá del anillo en menos
de una hora. ¿Por lo menos entiendes el tipo de infierno que creará por esto?
—Mi Dios —dije lentamente, con tal incredulidad como me sentía—.
¿Estás volviendo esto hacia mí? ¡De alguna manera vas a escaparte de tener que
explicar el hecho de que te encontré en un bar con la jodida Tiffany!
—Tú eres la que se fue. No habría estado solo para que ella se me uniera
si hubieras estado conmigo.
Oh, diablos, no.
Si quería pelear, había llegado al lugar correcto.
—¿Con que así es? —pregunté, el tono peligroso.
Se sentía afortunado, al parecer. —Sólo declaro hechos, tigre. Si hubieras
mantenido tu promesa y te hubieras quedado aquí, no estarías tan preocupada
acerca de si Tiffany está dándome visitas sorpresas o no.
Era una pelea. —Si no puedo confiar en ti… —empecé.
216
—Eso no es lo que dije. No tuerzas esto. Fue un extraño momento
oportuno. Leía aquí…
Puse los ojos en blanco. —¿En serio? ¿Leyendo en un bar?
—Sí. En realidad, lo hago mucho. No me importa el ruido. Es mejor que
estar solo.
¡Ay! Sí. Buen punto.
—Y se acercó, se sentó, me sentía tan sorprendido de verla como tú.
Lo estudié con ojos entrecerrados. —¿Y es la primera vez que te ha
visitado? Desde que me fui, quiero decir.
—Sí —dijo sin vacilar, ojos encontrando los míos de lleno.
—¿Dónde está alojada?
—No tengo ni idea. Nunca pregunté.
—¿Cuánto tiempo estuvo aquí antes de que yo apareciera?
—Unas pocas horas. Mayormente hablamos de todos los de la
secundaria. Fue una conversación aburrida, para ser honesto. Sólo fui amable.
Sus respuestas directas estaban llegando a mí. Apenas podía mantener
mi rabia cuando me decía la verdad sin andarse con rodeos.
—¿Qué habrías hecho si no hubiera aparecido? ¿La habrías dejado
quedarse en tu apartamento?
La mirada que me lanzó era molestia real mezclada con una buena dosis
de ofensa. —Por supuesto que no. ¿Qué estás incluso pensando?
Y justo así, sentí mi ira decayendo. Me mordí el labio. —¿Estabas
sorprendido de verme?
Y justo así, soltó su propia ira y sonrió. —Sí. ¿Cuánto tiempo crees que
tengas esta vez?
—Tres semanas.
Su sonrisa se amplió. —La mejor noticia que he tenido en un año. Santo
cielo, vamos a casa y celebrar.
Y lo hicimos. Oh, sí, lo hicimos.
Me desperté al día siguiente con un resfriado horrible. Jodidos aviones.
Si hubiera estado de vuelta en Los Ángeles simplemente lo habría
ignorado hasta que se fuera. No hubo tal suerte con Dante. Me fastidió hasta
que fui al médico, quien no hizo más que darme una ronda de diez días de
antibióticos. Me quejé y gemí al respecto, pero en tres días, me sentía humana
217 de nuevo.
Era una cosa mínima, rápidamente olvidada, aunque tendría razón para
preocuparme por ello más tarde.
Las tres semanas pasaron en un instante, y fue más duro que nunca
dejarlo de nuevo, incluso sabiendo que se uniría a mí en cuestión de meses.
Antes de irme, fuimos a un joyero local y encontramos un anillo para él.
Lo tuvimos que adaptar para que encajara en su dedo, pero lo llevaba alrededor
de su cuello, justo junto a la llave de la cabaña que compartimos nuestra
primera vez.
Toqué la llave a medida que nos despedimos en el aeropuerto. —Me
pregunto cómo está esa vieja cabaña —reflexioné.
—Nana me dice que está igual que cuando nos fuimos. Las cerraduras
nunca se han cambiado y sólo nosotros tenemos llaves. Pero no se trata de la
cabaña. Es el recuerdo que contiene para mí.
Sonreí. Me encantaba su sentimentalismo. Nunca dejaba de tocar un
nervio. Uno bueno. —Oh, sí, lo sé. Y nunca vas a quitártelo, ¿verdad?
—Nunca. —Era sincera, esa única palabra, y la sentí profundo en mi
pecho.
32
“Pelear por la paz es como follar por la virginidad”
-George Carlin

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Itxi

Scarlett
218
Dante y yo estuvimos semanas en nuestra tentativa y adictiva tregua
cuando la mierda golpeó el ánimo.
Se enteró acerca de la visita de Bastian. No estaba segura si sabía la razón
de la visita o si sospechaba algo peor, pero su reacción fue mala.
Ni siquiera tuve que preguntarle cómo se enteró. Lo sabía. Su madre le
dijo. Ella supo algo que lo lastimaría por su espía, así que por supuesto, tuvo
que compartirlo.
—Así que, Bastian, ¿eh? —dijo inesperadamente una noche durante la
cena.
Me congelé, el tenedor a medio camino de mi boca. Bien, mierda. Traer el
tema de Bastian era malo, la mirada en su rostro era peor, y no tenía idea de qué
decir, porque no sabía que sabía él, y accidentalmente no le diría más.
—Sé que fue a tu casa —añadió, el tono volviéndose negro, su humor
infernal saliendo a jugar.
—Joder —dije suavemente, con sentimiento.
—Llegó a tu casa, y te fuiste con él. —Su ira se apoderó de mí,
suficientemente caliente para quemar.
Pero es un hecho que a veces me gusta quemarme.
Me retorcí en mi asiento. —Sólo fuimos a hablar. Cálmate.
—Fue Bastian quién te dijo del chantaje —supuso. Las palabras eran
bajas, casi suaves. Intentaba no levantar la voz—. Por supuesto que sí.
No respondí, mantuve mi rostro perfectamente indiferente, pero no
necesitaba mi confirmación.
—Fue él —dijo, sonando seguro. Maldita sea—. Si hubiera sido otra
persona, la mierda habría golpeado el ventilador para ahora. Mentiroso hijo de
puta.
Me quedé mirándolo, intentando medir qué tan enojado estaba. Había
traicionado su rabia con las primeras cosas que salieron de su boca, pero ahora
hacía muy buen trabajo en ocultarlo.
—Fue cuando vino a verte en Seattle, ¿verdad? —preguntó. La pregunta
se llenó con el fuego de su temperamento, cálido y horrible.
Me quedé helada.
—No sé lo que estás… —intenté, porque cuando no estás segura de si
estás a punto de activar un ex celoso y loco a un ataque de celos siempre es
mejor mentir.
—Ahórratelo. Sé que vino a verte, y que debe haber sido cuando te
219 enteraste del chantaje.
Procesé eso. —¿Quién te dijo todo esto? —pregunté, pero sabía. Ah, lo
sabía.
—Mi madre me llamó antes. Ha estado guardando esta pequeña bomba
durante un tiempo. Como sabes, Farrah la mantiene bien informada. Adelaide
piensa que tú y Bastian están durmiendo juntos, y no podía estar más
complacida por ello. Y, por supuesto, quería asegurarse de que supiera todos
los detalles.
—No estamos durmiendo juntos. Nunca lo hicimos.
—¿Ni siquiera en Seattle? Cuando subiste a su habitación del hotel.
Durante horas.
Sus ojos eran aterradores, con las manos apretadas y temblando sobre la
mesa entre nosotros. Si fuera otra persona, habría estado preocupada por mi
seguridad.
Maldita sea. Todo esto va a terminar afectando a Bastian, cuando todo lo
que el tipo quería hacer era ayudarnos.
—No pasó nada —dije, el tono tan imperturbable como pude, con los ojos
fijos en los suyos—. Salimos juntos, pero lo que hicimos fue hablar. Sobre ti.
Sobre lo que tu madre ha estado haciendo.
—Lo besaste en el bar. —Había el más fino temblor en su voz, pero era
crucial, como la primera grieta en una base inestable—. Estabas sobre él.
Frotaste tus pechos contra su pecho. Me lo contó todo.
Jodida Farrah que contó todos los detalles. MIERDA.
Pensé en esa noche, mi estado ebrio, y mi propio temperamento
estuvieron a la altura. Sabía que tenía que ser despiadadamente honesta para
apartar la culpa de su hermano. Eso, más aún que los sentimientos de Dante,
era lo que necesitaba salvar aquí. —Me encontraba en mal estado, Dante. A
causa de ti. Sí, lo besé. Sí, me froté contra él. No tengo dudas de que habría
hecho más, sólo para jodidamente fastidiarte, pero tu hermano te respaldó. Y ya
que mencionas los detalles, retoma este: me rechazó. No porque no me quería,
sino porque no te haría eso a ti. Vino a verme porque quería ayudarnos… y eso
fue lo más lejos que llegó.
No me miraba, sus ojos en los puños. Estaban llenos de cosas oscuras y
crueles, no la mínima de las cuales era la angustia.
—Tenemos bastantes cosas por las que odiarnos —añadí con dureza.
Honestamente—. No necesitamos adornar o inventar nada. No dormí con tu
220 hermano. Y le podemos agradecer por ello. No a mí. A él.
—Jesús, nunca supiste cómo andarte con rodeos —dijo con una voz que
anhelaba.
Sentí temblar mi labio superior, los ojos parpadeando rápidamente,
escociendo con la urgencia de llorar mientras luchaba para mirar a cualquier
cosa menos a él.
Debido a que no era otra cosa que la jodida verdad brutal.
—Es peor contigo —dije cuando recuperé la compostura, intentando
aligerar la voz—. Eres el único tipo que me botó.
—No hagas eso —dijo, y había agonía allí, la suficiente para destrozarnos
a ambos—. No nos pongas a todos en un grupo como si fuéramos iguales. Hay
yo y hay ellos.
Muy buen punto. Por otra parte, este era un tema para evitar a toda
costa. ¿Por qué demonios tenía que mencionarlo? Yo era un desastre en ese
momento por eso. No pensaba con claridad, no hablaba con claridad, a pesar de
que tenía que empezar a hacerlo con el fin de exponer mi punto de vista.
Intenté volver sobre el tema. —No hay nada que a tu madre le encantaría
más que mantenerte alejado del único miembro de la familia que tienes que
vale la pena conocer —dije tan razonablemente como pude—. La única persona
viva que comparte tu sangre y desea ayudarte. A ver si lo adivino: Ella sabe que
ustedes dos han estado reuniéndose últimamente. Sabe que ha habido una
tregua. Detenme si me equivoco aquí.
No me detuvo.
—No dejes que gane —imploré—. Ten el sentido de no dejar que esta
táctica funcione para ella. No vuelvas esto sobre Bastian.
—No confío en él —me dijo sin rodeos.
Mi boca se curvó con sarcasmo. —No confío en nadie. ¿Qué tiene eso que
ver con nada?
Hizo una mueca y no lo culpé. Sentí el pinchazo de ello yo misma.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté finalmente, cuando no podía soportar
un segundo más del silencio.
—No era su trabajo decirte nada. No tenía ningún derecho a hacerlo. De
ponerte en peligro.
—No sabía lo que hacía. Es tu hermano…
—Medio hermano —corrigió tenazmente.
Lo miré. —Es tu sangre, y está tratando de ayudarnos. Déjalo, Dante. Por
favor. —Fue lo más cerca que había llegado a rogar, porque era una cosa por la
221 que valía la pena rogar. Necesitábamos cualquier aliado que pudiéramos
conseguir, y no existía ninguna duda en mi mente que Bastian era uno fuerte.
Estaba motivado, era ingenioso. Vengativo. Todas las cosas que admiraba. Todo
con lo que estaba familiarizada. Todas las cosas que necesitaríamos en defensa
si existía alguna posibilidad de que llegáramos a la cima de este lío.
Además, cualquier enemigo de Adelaide era un maldito mejor amigo
para mí.
No podía decir si aún se encontraba enojado, o más bien, cuán enojado
estaba. Se hallaba muy tranquilo, muy callado, sin mirarme.
—Supongo que veo tu punto. Como siempre, Adelaide está intentando
manipularme. —Su voz era lo suficientemente tranquila, pero no confiaba en él.
—Como siempre —estuve de acuerdo.
—Y es un tema delicado. —Sus ojos brillaron hacia mí y vi toda la fuerza
de lo que aún estaba allí, a fuego lento bajo la superficie. No iba a enloquecer,
pero aún lucía furioso, y no desaparecería por cuenta propia.
Por suerte para nosotros, tenía la solución.
Me moví inquieta, mordiéndome el labio mientras le devolvía la mirada.
Su rabia no era nada nuevo, ni mi reacción a ella.
Me miró, y no sirvió de nada.
¿Estaba encendida?
Absoluta y abundantemente.
Era retorcido. Y cautivador. Irresistible.
Él también lo vio, y pareció molestarlo aún más. Una llama que se
alimentaba continuamente. No es de extrañar que nunca pudimos obtener
suficiente el uno del otro.
—¿Terminaste de comer? —le pregunté. Ninguno de los dos tocó la
comida, ya que la conversación había comenzado volátil.
Apartó el plato. —Perdí el apetito.
Mi respiración se hizo más rápida a medida que deliberadamente
empujaba mi propio plato, mis ojos en su boca. —Yo no —le dije, la voz
burlándose, provocativa.
Comenzó a maldecir y casi sonreí. Me decía claramente que, a pesar de
que no estaba contento acerca de esto, que escucharía lo que dije, lo absorbería,
lo cumpliría.
Ronda para mí.
Empujó su silla de la mesa, pero no se puso de pie. —Ven acá. —Su voz
cambió, se volvió suave, cálida y vagamente obscena.

222 Fui hacia él lentamente, dejando atrás mi ropa mientras me movía. Este
no sería el tipo de sexo que requería el juego previo, porque esa parte ya se
terminó. La pelea fue el juego previo. Esta parte siguiente sería empecinada,
desesperada, ruda, rápida, intoxicante, y directa al grano.
Mi favorita.
Lo alcancé, y se hallaba listo para mí. Me di la vuelta, hundiéndome
sobre él, guiándolo dentro de mí con una mano codiciosa.
Me balanceó así en su regazo, ambos enfrentando el mismo camino. Su
boca en mi cuello, tejiendo magia pura, lamiendo, chupando, mordiendo, con
una mano en mi cabello, empuñándolo, acariciándolo, jalándolo, apuntando mi
rostro hacia el techo, el otro en mi cadera, agarrando, tocando, moviéndose en
conjunto con sus caderas embistiendo, para moverme sobre su longitud en
movimientos pesados y oscilantes.
Un latido líquido palpitaba a través de mí. Cada vez más rápido, más
pesado y más pesado.
Volví la cabeza, sentí su aliento en mi rostro, luego sus labios.
Estaba cerca, tan cerca, cuando dos palabras jadearon de su boca y
directamente a mi corazón.
Con un grito necesitado, me vine duro.
Me siguió con un gemido áspero.
Fue algún tiempo después. Recogía la ropa que me quité y tiré sobre el
comedor. No estoy segura de por qué, por qué pensaba tanto cuando estaba
saciada y contenta, pero daba vueltas ahí, siempre dando vueltas, esperando
salir.
—Incluso después de todo lo que hice —lo dije distraídamente, casi de
manera casual, pero eso era engañoso si sabías cómo leerme. Dante sabía—.
Todavía nunca me lo dijiste. ¿Ninguna parte de ti quería dejar de protegerme,
incluso de mí misma, después de un tiempo?
Ni siquiera se molestó en tratar de decirlo casual. Su voz era baja,
intensa, suficientemente emocional como para que doliera, y a mí con ello. —
No. Ninguna parte de mí nunca ha querido dejar de protegerte. Incluso de ti
misma. Sólo desearía haber hecho un mejor trabajo. Desearía poder haberte
protegido de todo.
Eso dolía tanto como sanaba, y me encontré apoyándome en la mesa,
intentando mantener el equilibrio mientras me tambaleaba. Me sentía
demasiado conflictiva acerca de esto. Tanto es así, que me sentí en guerra
conmigo misma. Había rabia allí, oh, sí, las cosas que me ocultó eran
inaceptables y perjudiciales, pero también había arrepentimiento, tanto. Casi
me llevó a mis rodillas.
223 Pero por encima de todo eso, el impulso más fuerte era un debilitamiento
generalizado, una ternura por mi amante que luchó, a toda costa, por mi
libertad.
La ternura ganó por el momento, pero sólo con fuerza bruta. Era simple:
era lo más fuerte, por eso ganó.
Pero no tenía ninguna duda de que las otras volverían a luchar otro día.
Dante notó mi desliz, y me levantó sobre la mesa, me posó allí,
ahuecando mi rostro, y la inclinó de nuevo para estudiarme cuidadosamente.
En silencio y solemnemente, lo estudié de nuevo. Era un hombre
complicado.
Manipulador. Implacable. Salvaje.
En sus ojos tenía un poder enigmático sobre mí que era exclusivo de él.
El rey de todos mis remordimientos. El arquitecto de la última gota de
alegría que había saboreado.
Mi torturador. Mi salvador.
Lo miré a los ojos y vi el universo infinito, porque todo lo que necesitaba
estaba en ellos. Todo terminaba y comenzaba justo aquí, con nosotros. Siempre
lo había hecho.
Ahora, si hubiera alguna manera de que lográramos mantenerlo…
Me preguntaba con mucha inquietud si Adelaide nos arruinaría esta vez,
o si lo haríamos nosotros mismos.
Dante, claramente, tenía otras cosas en la mente.
Se movió entre mis muslos, su incansable pene duro y listo de nuevo.
Me folló en el borde de la mesa, mi cuerpo discordante con sensualidad,
sacudiéndose y balanceándose tentadoramente con cada embestida, sus manos
ancladas en mis caderas me mantenían sobre el borde, equilibrado en el ángulo
perfecto, ojos en los míos hasta el último momento.
Sólo apartó la mirada por un breve momento cuando se vino, cuando su
espalda se inclinó hacia atrás, arqueando el cuello mientras arremetía hasta el
final, y se mantuvo allí.
Verlo venirse me trajo sobre el borde, ambas manos aferrándose a su
nuca, mis ojos lo devoraban como si fuera a desaparecer.
Después me llevó a la cama, lo que era apropiado. Lo dejé. Me sentía
blanda, demasiado débil para ponerme de pie, mucho menos caminar, y todo
era su culpa.

224
33
“Si estás perdiendo tu alma y lo sabes, entonces aún tienes un
alma que perder.”
-Charles Bukowski

Traducido por Victoria.


Corregido por Vane Farrow

Dante
225

En el momento en que entré en mi apartamento sabía que algo andaba


mal. No vi nada a primera vista, nada se hallaba desordeno o torcido. Fue algo
más como una sensación en el aire. Una presencia donde solo debería
encontrarse el vacío.
Pero no vi a nadie. La puerta de entrada estaba vacía, así como la sala de
estar. Y también el pequeño comedor.
Pero fue allí donde vi algo diferente.
Sobre la mesa, extendidas en forma de abanico, se encontraba una gruesa
pila de fotografías de ocho por diez.
Algo agudo y desagradable se retorció en mis entrañas.
Antes de que viera lo que contenían, me sentí lo suficientemente enfermo
y miserable.
Lo sabía. De alguna manera, sabía que me encontraba mirando a mi
ruina.
Me acerqué a la mesa con mucha inquietud.
No toqué las fotos. Así como si estuviera en la escena de un crimen, no
me atrevía a desordenarlas o dejar atrás cualquier tipo de marca.
Pero podía ver con claridad suficiente justo lo que eran. Fotos del
remolque en el que Scarlett había crecido. Su exterior. Su interior. Imágenes que
con mucha claridad contaban la historia del día más oscuro de mi vida.
Imágenes que pintaban mi culpa, y peor aún, la suya, con trazos rojos
rígidos e intensos.
Mi mente corría mientras trataba de averiguar cómo alguien las había
tomado; cómo es que ahora veía que claramente nos habían descubierto.
Alguien estuvo observando. Alguien lo vio todo. Las consecuencias
añadieron un nuevo horror a todo.
Alguien había sabido lo que le pasaba y no lo detuvo. En cambio,
construyeron un caso que podría decir a simple vista que no podía y no sería
disputado.
No habían fotografiado nada pasando en el interior del remolque hasta
después de que yo la saqué, pero eso era todo lo que se perdieron.
Había una gran cantidad de fotos de mí sacando su cuerpo inerte que
finalmente condujeron a imágenes del cuerpo todavía en la cama vieja de
Scarlett.
226 No me di cuenta de cuando me senté, y me agarré la cabeza entre las
manos, sin dejar de mirar los horrores en frente de mí, hasta que Adelaide entró
en la habitación.
Levanté la mirada, todavía demasiado conmocionado para reaccionar.
Era ofensivo cuán cuerda parecía, cuán arreglada se aseguró de lucir
para la destrucción de su único hijo. La perra loca incluso llevaba sus perlas
favoritas.
Sus ojos me recorrieron con un desprecio espectacular. —Jaque mate —
dijo con entusiasmo.
Era mi madre y la arquitecta de mi destrucción.
—Todos tenemos una debilidad, mi hijo, y siempre supe que algún día
encontraría la tuya.
—Parece que te las arreglaste para encontrarla hace bastante tiempo —
dije en un tono ahogado.
Nunca me molesté en preguntarle por qué. Lo sabía. El control era todo
para ella. Toda mi vida con ella se trataba de una lucha por el poder, y mientras
yo simplemente luchaba por la libertad, ella jugaba para ganar.
—¿Qué quieres? —le pregunté. No todo estaba perdido por el momento.
Tal vez podríamos negociar.
—Deshazte de ese pedazo de basura, para empezar. Déjala y cásate con
Tiffany.
Quería matarla. Miré a mi madre y me imaginé envolviendo las manos
alrededor de su cuello y asfixiándola hasta matarla.
Sonrió como si estuviera leyendo mi mente. —No soy la única que lo
sabe. ¿Crees que no tengo un plan de respaldo? Tengo varios.
—Podría sólo decir que no. Voy a entregarme. Aceptaré el castigo.
Cumpliré mi pena.
—Lo sé todo. Ni siquiera estabas allí cuando ocurrieron los disparos. Ella
lo mató. Mató a un policía, y nunca te habría dejado aceptar la culpa por ella.
Esa chica es una tonta. Se hundiría junto a ti. —Sonrió cuando vio mi
imprudente reacción a eso—. Lo sabes tan bien como yo. Si te hundes, lo harán
juntos. Elige tu veneno, hijo. Mi manera, o la tuya.
—No voy a casarme con Tiffany. Eso jodidamente no sucederá. Sigue
soñando.
Se encogió de hombros como si hubiera estado esperando eso.
Probablemente sí. —Un compromiso, entonces. Un año. Dale una oportunidad.
227 Puede que termine gustándote estar con una chica de tu propia clase. Y si no es
así, no dudes en terminarlo. Lo que sea. Siempre y cuando no contamines al
árbol genealógico con esa chica Theroux, dejaré que hagas lo que quieras.
—¿Un año? De ninguna jodida manera.
—Entonces seis meses.
—¿Y eso es todo? ¿Solo esperas que me mantenga alejado de Scarlett
indefinidamente? No. Probaré suerte con la otra manera.
—Cinco años. Mantente alejado de ella por cinco años, y te dejaré en paz.
Ese creo que será un tiempo suficientemente largo para que te des cuenta de la
idea tonta que ella era. Tiempo suficiente para que puedas avanzar y alejarte de
ella.
—Y en cinco años, si vuelvo con ella, ¿simplemente vas a dejarme?
Se encogió de hombros. —No lo harás. Para entonces habrás olvidado su
nombre, pero si por algún milagro no lo has hecho, muy bien, puede ir a jugar
con la basura para contentar a tu corazón.
Fue una interacción aterradoramente rápida. Toda mi vida cambió en
unas pocas frases cortas, en un puñado de minutos.
Mi madre insistió en estar presente cuando llamé a Scarlett. No confiaba
en que pudiera seguir adelante con nada de ello por mi cuenta.
No tuve oportunidad de advertirle a Scarlett, de intentar mejorarlo, de
hacer cualquier cosa en vez de las instrucciones que me dieron a seguir, las
cuales eran brutales y veloces.
Me encontraba un poco entumecido mientras realizaba la llamada.
Sabía justo qué decir. Esa parte era simple.
Era demasiado fácil convencerla. Siempre esperó ser abandonada, ser
desechada. Lo sabía.
—Esto ya no funciona. Ya no funcionamos. —Me oí decir en un punto.
Tonterías como esas salieron de mi boca, mis ojos fijos en mi madre todo el
tiempo.
Su libertad o su amor. Esas eran mis opciones.
No fue una opción en absoluto, pero nos separaba de igual forma.

228
34
“Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no la
ame.”
-Oscar Wilde

Traducido por jennicast


Corregido por Vane Farrow

Dante
229

Caímos en cierta apariencia de normalidad más rápido de lo que hubiera


esperado.
Teníamos nuestros problemas. Por supuesto que los teníamos. Nuestra
historia era larga y destructiva. Sabía que estaríamos trabajando en ello por
años. Nunca he sido lo suficientemente ingenuo para imaginarlo de otra
manera. Ni por un segundo he sido así de delirante.
Hice mi mayor esfuerzo para ser paciente. Traté muy duro de
permanecer esperanzado cuando la vi interiorizando todo cuando lo que
necesitábamos entre nosotros, ahora más que nunca, era comunicación. Dejé
que las cosas se deslizaran, permití omitir problemas que tal vez no debería,
todo con la suposición de que ella sólo necesitaba más tiempo.
Aunque, no fue fácil.
Y no fue natural, o correcto.
Pensé que mostraba cierta moderación bastante impresionante con ella y
sus límites, pero a veces solamente no podía soportarlo.
Fue cuando observé su rostro en momentos cuando no sabía que estaba
cerca. Fue lo que vi cuando no intentaba esconderlo, que me hizo darme cuenta
de cuánto mantenía dentro embotellado.
La mirada atormentada en sus ojos, el dolor incrustado en cada
expresión indefensa. Todo eso hablaba de las cargas que soportaba. Sola.
Que no podía soportar. Eso que no podía dejar deslizarse.
Se hallaba oscuro afuera. Acababa de llegar a casa, pero me había ganado
en eso, por primera vez. Deben haber terminado temprano por hoy.
Se encontraba afuera en el balcón adjunto a nuestra habitación, usando
una bata, su cabello aún mojado. Se abrazaba a sí misma como si no tuviera
nada en el mundo a que aferrarse, su postura de derrota, su cara en líneas
duras. Sus ojos enfocados en la noche, tan llenos de cosas viles, viejos
recuerdos, viejas pesadillas.
Mi Dios, ¿a dónde se iba cuando se hacía esto?
Casi no podía soportar incluso suponerlo.
No podía soportarlo. No podía soportar otro día con ella haciéndose esto
a sí misma.
Me uní a ella en el balcón, aflojando mi corbata mientras me movía.
Comenzó a girarse hacia mí cuando abrí la puerta.
230
Controló sus rasgos cuando se dio cuenta que no estaba sola, pero lo vi,
hasta la última onza de desesperación aún escrita en ella.
Extendí los brazos, pero no los tomaría.
Sacudió la cabeza, volteándose de nuevo a mirar a la noche.
—No seas así, tigre —la provoqué, presionándome contra su espalda, mi
boca en su oído.
No estaba de humor para ser molestada. —Escucha —dijo, su voz tensa y
frágil—. No digo esto para buscar una pelea, pero a veces sólo necesito estar
sola. No quiero ser consolada. Sólo quiero estar sola.
Eso era extraño e incorrecto. —No más. Eso no es lo que vamos a hacer.
Nunca acostumbrábamos esconder cosas del otro, y no vamos a hacerlo ahora.
Si tú tienes una carga, la compartes conmigo. Tomamos el peso juntos. Así es
como funciona. Lo que sea que esté preocupándote, vamos a pasar a través de
eso.
—No —dijo, y podía sentir la forma en que sus hombros se colocaban
tercamente contra mí—. No estoy de humor, Dante. No en este momento.
Justo como podía encender mi deseo con una mirada, sabía cómo invocar
mi temperamento con la misma rapidez. Había un filo en mis palabras mientras
respondía—: Sí, lo sé. Prefieres estar sola. Intentémoslo de todas formas.
—No sabes —dijo, su voz suave—. Realmente no tienes idea.
Suave o duro, esa fue la última jodida pajilla. Me hallaba cansado de
escucharlo, las mismas palabras dichas por diferente razón, todo con un
significado conocido sólo para ella. Me enfermaba que lo dijera, pero aún más
que lo usara como un escudo en mi contra. —¿Qué es lo que no sé? Vamos a
hacerlo. ¿Sobre los hombres? Sé sobre cada uno de ellos. Y francamente, si hay
algo que podría lastimarme más que ellos no puedo imaginarlo.
Eso la enojó. Por su puesto que lo hizo. Era injusto de mi parte
mencionarlo, aun cuando era sólo la absoluta verdad.
Se zafó de mí, moviéndose unas cuantas enojadas zancadas para
mirarme ferozmente. —¿Qué hay sobre ti? ¿De verdad tienes el descaro de ir
ahí? Tú no fuiste un santo cuando estuvimos separados.
Decirle o no decirle. ¿Qué cosa era más hiriente? ¿Más mentiras o la
brutal, increíble verdad?
—¿Un santo? No. Por supuesto que no. Ni por un día en mi vida. —
Tomé una respiración profunda, la dejé salir. Esto iba a ser malo, pero ya había
terminado de lidiar con ella a través de mentiras—. Pero no hubo otras mujeres.
231 —Enrollé mi lengua alrededor de mi boca y agregué—: Ni una.
Simple. Complejo. Doloroso.
Me envió una mirada que era tan aplastada como incrédula. —¿Qué?
¿Qué estás diciendo? Te vi. ¡Jodidamente te vi! ¿De qué demonios estás
hablando? —Casi gritaba para el final.
Aun cuando me cuestionó, vi que comenzaba a comprenderlo, a creerlo.
—Todo con Tiffany fue falso. Parte del arreglo que hice con mi madre.
Accedí a un compromiso de seis meses para mantenerte fuera de prisión, pero
fue un ridículo fracaso. Nunca hice tanto como besarla. Estuve de acuerdo a
esas fotos por la misma razón, pero fue todo falso. Nunca la toqué más allá de
lo que tú viste.
Retrocedía lejos de mí, sus manos en su cabello, tirando.
Se veía trastornada y completamente destrozada.
No podía soportarlo. Por cada paso que retrocedía, yo avanzaba. Era tan
simple como doloroso, y estaba determinado a conseguirlo. Dejarlo detrás de
nosotros, si eso era posible.
—Mentiroso —dijo, su voz débil, lágrimas bajando por su rostro.
Sólo me quedé mirándola un latido, dos, dejándola ver en mi cara
absoluta sinceridad. —He dicho muchas mentiras. No puedo negarlo. Pero te
prometo que no estoy mintiendo sobre esto.
Apuntó un dedo tembloroso hacia mí. —Tiffany fue una. Una. Vi a las
otras también. Mujer tras mujer desfilaron enfrente de mí. ¿Crees que lo olvidé?
¿Crees que olvidaría incluso a una?
Hice una mueca. Era una exageración decir que no tenía muchas cosas de
las cuales avergonzarme, pero esa mezquina venganza había sido lo más
egoísta. —Falso. Todas. Salí con ellas, me aseguré de que vieras. Las llevé a su
casa. Fui un perfecto caballero con cada una. Pensaste que te había traicionado
en la peor manera inimaginable. Tenías una excusa para las cosas que hiciste. Y
mientras estaba lo suficientemente enojado para lastimarte, nunca pude
traicionarte completamente. No así.
Estudió mi cara, sus ojos moviéndose desesperadamente sobre cada
centímetro, buscando una mentira. Casi esperando por ella.
No encontró ninguna.
Estaba más cerca para ese momento, pero eso no funcionó a mi favor.
Enloqueció. Golpeando, rasguñando, atacándome con ciega
determinación y absoluto abandono.

232 Fue horrible. Tuve que someterla físicamente, llevarla adentro. La sujeté
a la cama luchando, porque pensé que podría lastimarse a sí misma.
La sostenía, tratando de calmarla, mi voz tan tranquila y compuesta
como podía manejar.
Pero no te equivoques. Estaba afectado. Por su dolor. Por el mío.
Sacudido por ello. Temblando con eso.
Nada parecía ayudar. Me quedaba sin ideas cuando le pregunté con
consternación—: ¿Tú querías que estuviera con otras mujeres?
—Claro que no —casi chilló hacia mí—. No. No lo entiendes en absoluto.
¿No lo ves, es mucho más fácil perdonar tus pecados que los míos? ¿Tú crees
que necesito otra marca en mi contra? ¿Tú piensas que no me odio ya lo
suficiente?
Entendía algo de eso. El auto odio era un familiar, viejo amigo y esta
noche estaba llena de ello.
Cerré los ojos, tocando mi frente suavemente con la de ella. Me lo
permitió por un momento. —Lograremos atravesar esto —le dije con ternura—.
Solucionaremos todo. Lo peor ha pasado.
Eso la tuvo luchando de nuevo. Fui atrapado tan fuera de guardia que se
puso encima de mí y cruzó la habitación antes de que pudiera reaccionar.
Apenas me había levantado de la cama cuando azotó la puerta del baño
cerrada y escuché ponerse el seguro.
Bueno, mierda.
Golpeé y le pedí de buena manera que saliera. Me ignoró.
Le ofrecí a través de mi mandíbula apretada si prefería que tirara la
puerta. —¡Jódete! —contestó con un sollozo—. Estoy exactamente del otro lado.
Si la tiras, me lastimarás.
Bueno, jódeme. Aun cuando estaba cerca de la histeria, entendía como
pararme en seco.
Por qué era bueno en eso, rápidamente recurrí a un truco sucio.
Sólo me tomó un minuto caminar por el pasillo. Secuestrar a nuestro
durmiente gato de su lugar favorito, y llevarlo de regreso a nuestra habitación.
Me senté con mi espalda hacia la puerta del baño, el aún durmiente gato
acunado contra mí.
Podía sentirla al otro lado de la puerta, su cuerpo apoyado en contra de
ella. —Diablo está tratando de llegar a ti —le dije—. Está llorando. Te extraña.
Su voz desesperada vino amortiguada. —No, no lo hace. La escucharía si
lo estuviera.

233 —Está tan triste, tigre. Nuestra bebé quiere a su mamá.


Por alguna razón eso desencadenó que sollozara más duro.
Me volteé, inclinando mi frente contra la puerta. A veces sentía como si
toda mi vida fuera esto. Esperando al otro lado de la puerta por ella, esperando
que me dejara entrar.
Para ese momento Diablo se hallaba despierta, rozándose contra mis
dedos acariciando y ronroneando lo suficientemente fuerte para preguntarme si
Scarlett podría escucharla a través de la pared.
—Está realmente molesta, tigre —intenté de nuevo—. ¿No quieres por lo
menos revisarla?
—¡Eres malvado! —contestó, sonando como un niño desgarrado.
Eso hizo que mi corazón se convirtiera en una tierna pila de papilla en mi
pecho.
—Mi bandera blanca está puesta, tigre. No diré ninguna cosa más
molesta esta noche si tú sólo desbloqueas la puerta.
—No eres tú quien me preocupa —dijo, miedo en su voz.
No era esa la maldita verdad. —Puedo soportarlo. Lo que no puedo
aceptar es una puerta bloqueada entre nosotros. Vamos, ángel. Déjame entrar.
Diablo era una buena gatita. De repente y fuertemente, como si se diera
cuenta de que Scarlett estaba cerca, dejó salir un fuerte y lastimero meow. Y
luego otro.
Lentamente la puerta se abrió detrás de mí. Se inclinó, recogió a Diablo
de mis brazos, y se alejó, no hacia la cama sino al diván en la esquina.
Se sentó sin mirarme, y acarició sin descanso la suave piel de la gata, una
y otra vez.
Pensé que ese era el fin de eso, pero nuestros demonios no habían
terminado con nosotros aún.
Me levanté, estaba a punto de moverme hacia ella, cuando dijo, en voz
baja y acusatoria—: Yo debería haber tenido una opción. Tenías que haberme
dado una opción.
No tenía que aclarar de qué hablaba. Malditamente lo sabía. Y sólo así
estaba furioso de nuevo. —¿Una opción? —pregunté mordazmente.
—Sí. Tú tuviste opciones. Podías haberle dicho a tu madre que se fuera al
infierno, sin importar las consecuencias. No tuve ese privilegio.
—¿Privilegio? ¿Llamas a eso privilegio? ¿Ir a la maldita prisión? ¿Era lo
que querías? Eso nunca fue una opción. Nunca hubiera permitido eso, y
malditamente lo sabes.
234 —¡Mira lo que permitiste! ¿Fue eso mejor? Hubiera tomado la prisión por
sobre lo que ella nos hizo a nosotros. Eso es un hecho.
—No. No. No. —Sentí mi cabeza sacudiéndose, una y otra vez. Estaba a
dos oraciones de hacerme perder mi temperamento. Sentí mi furia tomando
lugar y me dije a mi mismo que me alejara. Pero simplemente no podía hacerlo.
Teníamos que jodidamente sacar esto. —No era una opción. No era una
jodida opción.
—Debería haber tomado la decisión —repitió.
Apunté un inestable dedo hacia ella, mi labio superior temblando con
furia.
—Esto es el por qué. Esto es el por qué no podía decírtelo. Tenía que
tomar la caída por eso; era una solución que podía soportar, pero tú, tú terca...
Curvó su labio hacia mí. —¿Qué? Dilo.
—¿Me hubieras dejado tomar la caída por ti? —Sabía la respuesta.
Siempre la había sabido. Su terco orgullo nos habría arruinado a los dos.
Podía decir que quería mentir, sólo por el bien de ganar esta discusión,
pero no podía hacerlo, se hallaba demasiado furiosa para eso. —Claro que no.
Nunca. Nunca me habría quedado al margen dejándote tomar la caída por algo
que yo hice.
Mis ojos eran salvajes, gritándole. —¿Ves? —gritaba ahora—. ¡Ese es el
por qué no tuviste elección! Te conozco, y sabía lo que harías. Si no puedes
perdonarme por eso, no sé qué hacer, pero aún no veo que hayas tenido otra
forma. No me disculparé por protegerte de la única manera que sabía.
Sabía que no lo haría. Podía verlo cuando volteó sus resignados ojos
hacia mí.
Incluso ella, la madre de todas las guardadoras de rencor, podría
solamente guardar resentimiento por cierto tiempo.
—Estoy cansada de odiarte —dijo silenciosamente, un mundo de
arrepentimiento en ello—. Cuando todo lo que mi corazón ha necesitado alguna
vez es amarte. —Esas palabras eran tan difíciles para ella, podría decir, y las
siguientes lo eran aún más—. Por ayudarme a sobrevivir por tanto tiempo, por
pasar a través del infierno conmigo y sacarme, de alguna forma, al otro lado de
eso intacta, voy a aprender a perdonarte. Aun con todas las maneras en que me
has destruido, no podría olvidar todas las formas en que me has salvado, Dante.
—Tú me salvaste también. Nunca olvides eso tampoco.
—Y te destruí —dijo las palabras ligeramente, pero estas sostenían todo
el peso del mundo. Para ambos.
235
Sonreí y fue tan agridulce que tuvo que apartar la mirada. —Sí. Roto.
Destruido. Pero ahora salvado de nuevo. Es suficiente para mí. Tú lo eres.
Siempre lo fuiste. Tengo muchos demonios. Pero sólo un ángel.
Ahora el problema, por su puesto, era que tenía que aprender a
perdonarse ella misma. Ambos lo hacíamos.
Más tarde. Estábamos en la cama y se hallaba metida en la seguridad de
mi pecho.
Cuando hablé, fue un silencioso susurro en la noche. —Aprendes más
sobre alguien cuando estas peleando con ellos que cuando los estás amando.
Hay cosas que sólo puedes aprender de la guerra. Nosotros nos conocemos en
formas que no habíamos hecho. Tal vez no todo fue en vano. Te amo de manera
más compleja de lo que hice antes. Te comprendo más íntimamente.
—Eres un idiota —dijo tristemente en mi pecho.
—Lo sé, tigre. Créeme, lo sé.
—Te amo por eso.
—Lo sé ángel. Eso también.
35
"El terror me hizo cruel”
-Emily Brontë

Traducido por Vane Farrow


Corregido por Itxi

Scarlett
236
Era casi sin sentido para mí, lo que decía. Sólo capté fragmentos, frases
rotas, medias frases, pero mi cerebro entumecido lentamente los juntó.
Terminaba las cosas.
La conversación duró sólo minutos, pocos minutos para tomar todo lo
que consideraba sagrado y desgarrarlo, arrancar las entrañas, y aplastarlos con
el tacón.
Cuando terminó, me sentí disminuida. Como si no fuera nada. Como
siempre lo había sido.
No debería haber estado tan sorprendida. No debería haber estado
sorprendida en absoluto, de verdad.
El único misterio real aquí era que alguna vez intentó amarme en primer
lugar.
Aun así, mi dolor era impresionante.
Me sentía inconsolable, y ni siquiera intentó consolarme. Dijo su parte y
colgó el teléfono.
Fue devastador. Cambiante de vida. Cuando te has sentido como nada
con tanta certeza, nunca regresas de ello. Incluso si logras rearmarte de nuevo,
una parte de ti se queda en la miseria, donde fuiste dejado. Siempre.
Fue un momento de vivir o morir. Un evento levántate del suelo o
quédate abajo y deja que esto te termine. Aléjate y déjalo atrás, o quédate y
permite que esto te mate, suicídate sólo para ver si se compadecerá de ti.
Siempre pensé que era demasiado fuerte para ser rota por algo. Siempre
me dije eso, por lo menos.
Pero el amor te cambia. No importa lo fuerte que eres, te hace más fuerte.
No importa cuán débil eres, te hace más débil. No importa cuán duro eres de
conquistar, te llevará a tus rodillas.
Una parte de mí sostenía un pequeño fragmento de negación. Por días
me sostuve de ello. No podía salir de la cama, pero me sostuve. No podía ser
real.
Había sido la voz de Dante, pero no lo había sido. Un impostor me
rompió. De alguna manera Dante lo corregiría.
Me aferraba a ese engaño cuando empecé a recibir los mensajes. Uno tras
otro. El primero eran sólo palabras, breves y al punto.

237 Soy Tiffany. Dante y yo nos vamos a casar. Sólo pensé que deberías
saberlo antes de que sea anunciado públicamente. A él le gustaría que le
devuelvas el anillo de Nana.

Todavía miraba ese pequeño demonio cuando el siguiente mensaje llegó.

Ah, y pensé que debería ver estas. Disfruta.

Lo que siguió fue un flujo furioso de mensajes con imágenes, uno tras
otro, todos mostrando más o menos lo mismo.
Dios mío. ¿Ella? ¿Tiffany?
Resulta que estuvo allí mismo, todo el tiempo, lo que nos rompería.
¿Ella?
La intimidad de esto es lo que me mató.
Se suponía que era mío. Indiscutiblemente. Irrevocablemente. Cada parte
de él, dentro y fuera, me pertenecía.
Nunca lo había visto tocar la mano de otra chica, y allí estaba, en una foto
tras otra.
Tendido de espaldas, siendo montado a horcajadas, las manos sobre las
esbeltas caderas desnudas de ella.
Eso es lo que se sintió como la mayor traición, lo escondió tan bien de mí,
este otro lado de él.
Que su devoción a mí no podría ser nada más que una mentira.
Y justo así, los delirios, la negación, se fueron.
No lo negaré. Esas imágenes me rompieron, tomaron algo precioso
dentro de mí, y dejaron una cáscara hueca detrás.
Hice cosas terribles después. Cosas imperdonables. Porque me sentía
perdida, rota, y con miedo.
Nate fue un blanco demasiado fácil. Demasiado conveniente. Demasiado
perfecto para mi propósito; que era, por supuesto, la venganza.
Vino a mí, voló a Los Ángeles sólo para consolarme.
Lo dejé, o por lo menos dejé que lo intentara, lo dejé ir a través de los
movimientos, abrazándome, sosteniéndome, susurrando palabras
tranquilizadoras.

238 Dejé que creyera que me sedujo. Dejé que pensara que también lo quería,
tanto como él me quería, que me importaba, que era capaz de sentir, incluso,
que algo de lo que dijo, hizo o sintió logró llegar a mí.
No hice nada, pero debí haber fingido de manera lo suficientemente
convincente.
Le dejé pensar que lo amaba. Lo dejé pensar que me casaría con él.
Lo hice todo por una razón. Una obvia, la venganza.
Nate se hallaba en la ducha cuando intercepté una llamada para él de
Dante.
Me sentía particularmente aborrecible cuando contesté con un
ronroneo—: Hola, Dante.
Silencio en el otro extremo.
Eso estaba bien. Tenía suficiente que decir por ambos. —Nate está en la
ducha. No es como tú. Le gusta bañarse después. ¿Puedo tomar tu mensaje?
Se las arregló para dejar salir algunos ruidos como palabras, algo así
como—: No lo hagas. No. Por favor, no.
—Demasiado tarde. Lo hicimos. Muchas veces. ¿Te dijo? Se me propuso.
Dije que sí. No estás invitado a la boda.
—Oh, Dios mío. ¿Qué hiciste, Scarlett? ¿Qué hiciste?
Me estremecí ante el sonido horrible y angustioso de su voz. Podía sentir
su dolor, alcanzando a través de la distancia, a lo largo de los kilómetros que
nos separaban. Moviéndose de norte a sur. Este a oeste.
Apresurándose sobre las montañas, a través de caminos y a través de las
ciudades, fluyendo de él hacia mí.
Me golpeó hasta que se sentía como mi propio dolor pulsante.
Cada pedacito ensangrentado de nosotros yacía esparcido y retorcido en
el espacio entre nosotros.
—Creo que es bastante obvio. —Me las arreglé para decir—. ¿Quieres
que lo deletree para ti? ¿Te gustaría que te envíe fotos?
—No tienes corazón —me dijo, sonando como si no pudiera creerlo.
Como si lo fuera a negar.
No tenía. —Por supuesto que no. ¿Creías que lo tendría? Eras mi
corazón. Y te fuiste.
Los sonidos que hizo entonces eran casi reconfortantes en su
familiaridad, angustiados, ruidos desolados que combinaban perfectamente con
lo que sentí desde que se fue y se llevó no sólo mi corazón, sino mi alma con él.

239 Así que no me había superado. Todavía sentía algo.


Era humillante lo aliviada que me sentía.
Necesitaba que sintiera. Necesitaba herirlo, necesitaba que su herida
latiera al tiempo con la mía.
Necesitaba llevarlo a mi infierno.
Al menos, no estaría aquí sola.
Una distinción pequeña pero real.
Así que no lo podía tener. Al menos todavía tendría la satisfacción de
saber que sufríamos juntos.
—¿Y tú, Dante? —Finalmente logré responderle—. ¿A dónde fue tu
corazón?
—Aún lo tienes. —Me lo lanzó como una acusación.
El Bastardo.
—Y lo puedes mantener —continuó, la voz entrecortada, respiración
irregular—. Pero ya terminé contigo. Terminado. Estamos acabados.
Y eso fue todo. Como dijo, habíamos terminado. Por supuesto que lo
hicimos. Estábamos más allá de toda reparación.
Rompí con Nate; sirvió para un propósito. No fui amable al respecto. No
dije mentiras bonitas para amortiguar el golpe. Nunca lo amé. No lo quería. No,
no fue bueno para mí. Sólo dormí con él para herir a alguien más.
Una semana después de que lo envié lejos de mi vista, recibí una llamada
de la madre de Nate. Se encontraba en el hospital. Intentó suicidarse con un
frasco de píldoras. Viviría, pero era un desastre.
Me culpó tanto como me culpaba a mí misma y me dijo que me
mantuviera lo más lejos posible de su hijo.
Estaba muy feliz de cumplir. Aliviada era una palabra apta para ello.
Y así fue. Me volví completamente desarraigada durante mucho tiempo.
Y odiaba a Dante con lo poco que quedaba de mi corazón.

240
36
“Tu tarea no es buscar el amor, sino limitarte a buscar y
encontrar todas las barreras dentro de ti mismo que has
construido contra él.”
-Rumi

Traducido por Julie


Corregido por Auris

241 Scarlett

Nunca debí haber sacado el tema. De acuerdo, no lo hice. No era como si


fuera una opción.
Nate me llamó mientras me encontraba en el baño. Dejé el teléfono en la
cama.
Dante lo vio. Fue malo.
Peor que rabia, aunque también se encontraba allí. Le hizo daño, le hirió
profundamente que estuviera en contacto con su viejo amigo.
—Sabes lo que pasó después que rompí con él —le dije, tratando de
explicarme—. Me hallaba en pie de guerra después que tú y yo terminamos, y
no fui sólo insensible con Nate. Fui cruel. Me sentí… me siento mal por él. En el
funeral de Nana me dijo que quería comenzar a hablar de nuevo, como amigos,
y estuve de acuerdo. Lo que pasó entre Nate y yo… —dije vacilante—. No
debiste desquitarte con él. Fue mi culpa. Habría hecho lo que sea en ese
entonces solo para obtener tu atención, para hacerte daño cómo tú me lo hiciste
a mí.
Negó, con los labios fruncidos en disgusto. —No. Mentira. ¿Sabías que yo
envié a Nate para que te consolara? Se suponía que debía ayudarte, porque yo
no podía. En lugar de eso se aprovechó. Nunca lo perdonaré por eso.
Dios mío. No lo sabía. Justo cuando crees que una cosa no puede ser peor,
se añade algo nuevo malo en la mezcla.
La historia de mi vida.
—No lo toleraré. Tienes que dejar de hablarle. —Su voz era cortante,
brusca hasta el punto de ser grosera, exigente hasta el punto de parecer una
orden—. Corta todo el contacto. Inmediatamente.
Abrí la boca para discutir, sólo en principio supongo, como una
contrariedad instintiva, pero luego me detuve. Tenía razón. Si íbamos a hacer
que funcione, había algunas cosas que no podría volver a hacer, personas con
las que no podía relacionarme, recordatorios que no se podía mantener cerca;
por ninguna razón.
Se necesitaba a una persona locamente celosa lo suficientemente sensible
para comprender a otra. —Bien —dije con cuidado.
Cometí el error de pensar que era el final de esto, pero parecía destinado
a ser uno de esos días. La llamada telefónica lo comenzó, marcó la pauta, y
después de eso, nos encontrábamos en la garganta del otro. Muy susceptibles y
sintiéndonos destructivos.
242
Esta era una indagación inesperada de su parte sobre alguna cosa tonta
que me hizo dar un paso demasiado lejos, profundizando en cosas para las que
no estaba lista.
—Dios, ¿no puedes alguna vez simplemente decir que lo sientes? ¿Por
algo? —le pregunté acaloradamente, pero más que enojo, con dolor.
—¿Quieres disculpas? Ya veo. ¿Por qué exactamente debería
disculparme? Dime, tigre, por favor. ¿Por dónde podría siquiera empezar?
Hola, temperamento. De nuevo. Debido a que cada frase que salía de su
boca contenía algo, cierto reclamo que era una disculpa por sí misma, que me
decía que lo sentía por todo, que de alguna manera cargaba con todo, lo añadió
a su maldito martirio, y se suponía que yo debía haberlo sabido.
—Me disculparé por cualquier cosa que pidas —dijo en voz baja—, pero
ese no es el problema. Lo que te hace falta no es mi arrepentimiento, y creo que
lo sabes.
Lo desestimé con la mano. —Sacas las cosas de contexto.
—Tienes que volver a encontrar tu fe en nosotros —dijo con tranquila
intensidad.
Y así como así, me tuvo. Pasé de molesta y discutidora a triste y
desolada. —No sé cómo —dije, con la voz ronca de la impotencia.
Sus ojos se suavizaron, y así como así, estuve en sus brazos. Estábamos
fuera en el pórtico trasero, se sentó en una de las tumbonas, acunándome en su
regazo.
Me acarició el cabello con la mano, luego otra vez. —¿Recuerdas cuando
mi caricia solía consolarte? ¿Recuerdas cuando te traía la paz?
Con los ojos cerrados, sin poder hablar. Recordé demasiado.
El recuerdo llenó todo mi ser.
Finalmente asentí, pero no antes de que las lágrimas se filtraran de mis
párpados.
—Puedo ser implacable. —Su voz era tranquila, pero vehemente—.
Puedo ser malo. Puedo ser celoso y enfurecerme con facilidad. Tengo un
temperamento infernal. —Con el susurro suave, sus dedos trazaron mis
lágrimas—. Los dos sabemos esto muy bien. Ha habido momentos en los que
me encontraba tan enojado contigo que no pensé que alguna vez quisiera verte
otra vez.
Se detuvo, simplemente acariciando y acariciando mi cabello, su tacto era
tierno y constante, y parecía querer alguna respuesta de mí.
243 Por último, asentí.
Continuó—: Puedo ser manipulador, y sé que he hecho algunas cosas
con las que no estás de acuerdo, cosas que no entiendes. Cosas que el
arrepentimiento no cubre, ni cubrirán. Sé que a veces pierdes la fe en mí.
Por alguna razón, un minúsculo y desgraciado sollozo se me escapó con
su última frase, se detuvo por un momento, reconfortándome, antes de
continuar. —Pero busca en tu corazón, ángel, y dime a mí y a ti misma, si crees
que cualquiera de mis acciones, sin importar lo jodidas, o equivocadas, sin
importar lo imperdonables que pueden haber sido… Pregúntate, ¿realmente crees
que las cosas que hice no eran por ti? Podemos estar en desacuerdo sobre mis
métodos, pero ¿tienes alguna duda de que lo que hice, lo hice para protegerte?
No contesté, simplemente le permití balancearme y acariciarme,
limpiarme las lágrimas y consolarme. Durante todo ese tiempo, hice lo que me
dijo, buscaba en mi corazón destrozado.
—Encuentra la respuesta a esa pregunta, y hallarás tu fe de nuevo.
Tuve los ojos cerrados durante mucho tiempo, pero cuando los abrí, lo
encontré haciendo algo que me ayudó a ver la verdad.
Frotaba la cadena alrededor de su cuello, haciendo rodar la llave y
anillos entre los dedos, el anillo de Nana había sido añadido, una y otra vez,
como si fuera un hábito muy antiguo. Por primera vez en años, permití que mi
mano cubriera la suya, dejando que la yema de mi dedo índice trazara los
objetos, que permaneciera en ellos, recordándolos.
Su hombro se sacudió cuando se estremeció. —Lo entiendes. Sé que sí.
—Nunca te los quitaste. Incluso en lo peor, los mantuviste puestos como
recordatorios.
—Son un recuerdo, sí. Ayudan a calmarme. Y a recordar lo que somos.
Lo qué se supone que debemos ser. Que sin importar qué, vamos a encontrar el
camino de vuelta el uno al otro.
Yo lloraba, y también él. —Sin importar qué —concordé en voz baja.
Estuve tan cegada por mi propio dolor y miedo durante tanto tiempo en
lo que se refería a Dante, pero cuando ignoré mi duda, mi dolor, mi
inseguridad, realmente lo conocí.
Su alma era mía y siempre lo había sido. No podía negar eso así lo
intentaba ahora que la verdad estaba expuesta.

244
37
“Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si
todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo
entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para
mí.”
-Emily Brontë

Traducido por Jadasa & Annie D


Corregido por Vane Farrow

245
Scarlett

Las fiestas de Hollywood eran las peores. Las detestaba, las relegué como
una de las partes más miserables de hacer contactos en esta ciudad. Un mal
necesario que debía aguantarse con una enorme y falsa sonrisa y un montón de
licor.
Esta fue en uno de los nuevos clubes de moda en Hollywood. Era un
lugar grande, sorprendentemente bien iluminado para un antro de perdición, y
se encontraba lleno a tope con la gente que necesitaba conocer.
Todavía lo asimilaba todo, examinando cuál era el mejor lugar para
relacionarme y hacer contactos. Mis ojos aburridos observaron el salón, quizá
por tercera vez mientras intentaba decidir dónde quería gastar mi energía y
encanto, cuando se posaron en un par de ojos fríos que no esperaba volver a
ver.
Ojos que eran incluso más conocidos que los míos.
Me quedé congelada, con la bebida a medio camino a mis labios
entreabiertos.
No. Oh, no, por favor. Ahora no. No he tenido un momento para reponerme. No
es justo. No tiene autorización de verme primero, para captar mi reacción inicial.
Ya que, sin duda, sería la más reveladora.
Parpadeé, recuperándome, luego tomé un largo trago.
Hacía más de un año desde la última vez que lo vi, y todo lo que pasó
desde nuestra última despedida y ahora... Ni siquiera podía soportar mirarlo a
través de una habitación llena de gente.
Pero una parte de mí, la enferma de amor, la patética que hubiera
cortado de mí misma si fuera posible, se regocijó al verlo.
Y el aspecto que tenía entonces, era algo digno de contemplar.
Había una mujer aferrándose a él, una hermosa mujer de cabello negro, y
mientras la observaba, me di cuenta de que era una actriz. No una terriblemente
famosa, sino una joven promesa de quien se hablaba a menudo en la industria
en los últimos tiempos. Su nombre se dejó caer en un montón de trapos de
chismes de papeles potenciales, pero nada de lo que hizo aun fue analizado
detalladamente a lo grande.
Sin embargo, indudablemente era más famosa que yo. No era rival. Y
246 vino aquí con ella. Estaba claro que era el escenario más doloroso que él podía
imaginar.
Bueno, cerca. Tiffany habría sido el más doloroso, obviamente.
Siempre.
La actriz era, por supuesto, joven y bonita, con un vestido ajustado, rojo
de Versace que podía recordar comiéndomelo con los ojos en la revista italiana
Vogue de este mes. Se vestía a la moda, era hermosa y probablemente sería la
próxima chica del momento, y Dante apenas parecía darse cuenta de que una
de sus pequeñas y descaradas tetas intentaba fusionarse de forma permanente
en su bíceps.
Por supuesto, el demasiado guapo para su propio bien heredero de los
Durant podía tener a cualquier mujer en la que posara su mirada. Nunca tuve
ninguna duda acerca de eso.
Su mirada se encontraba sobre mí, su cuerpo rígido, apretando
fuertemente los puños mientras me miraba como si fuéramos las únicas
personas en la habitación, y el verme hizo que se detuviera.
Sonreí. Quizás obtendría un poco de diversión en este viaje de miseria en
nuestro jodido carril de recuerdos.
Podría hacer esto. Podría sufrir a través de este dolor si era por el bien de
hacerlo sufrir conmigo.
Ah, el amor. ¿No es grandioso?
Terminé mi bebida y aparté la mirada, buscando mi cita para la noche.
Justin era un guionista que desarrolló un bonito enamoramiento hacia mí
cuando me mudé recientemente a la ciudad. Me llevó a todas las fiestas que
odiaba asistir, pero a las que nunca podía decir que no. A cambio, le daba
esperanzas.
Lo vi haciendo fila para la barra a unos escasos tres metros de distancia.
Todavía se hallaba limpiándose la nariz cuando finalmente me vio. Lo llamé
con un gesto de mi dedo índice.
Parpadeó un par de veces, tragó saliva, y vino junto a mí viéndose lo
suficientemente esperanzado como para despertar un poco de piedad en mí.
No lo suficiente. Pero un poco.
Era muy lindo, bien alto y delgado, pero musculoso, con gafas de nerd
que solo parecían aumentar su encanto juvenil.
—Cariño, ha surgido algo —ronroneé hacia él, agarrando las solapas de
su chaqueta y acercando nuestros rostros—. Tengo que irme apresuradamente.
Se veía confundido, pero no hizo preguntas y no trató de detenerme. Era
247 mi tipo favorito de hombre, del tipo que me permite hacer lo que demonios
quería sin protestar. Era simplemente feliz de acompañarme.
Hasta que, por supuesto, lo hacía a un lado, ya que, inevitablemente, lo
haría.
Presioné mi pecho contra el suyo, le di un breve y cálido beso. No se
agitó nada en mí.
Casi nada lo hacía en estos días.
Fue un espectáculo, nada más, pero me di cuenta en cuanto me aparté
que obtuvo algo que no debería.
Le di esperanza.
—¿Cuándo voy a verte de nuevo? —me preguntó.
Quería darle una palmadita en la cabeza, el pobre chico, pero
simplemente apreté los labios y me encogí de hombros. —¿Quién sabe? Te
enviaré un mensaje en algún momento. O me puedes llamar cuando haya otra
buena fiesta.
Me alejé de él y me dirigí directamente hacia mi verdadero objetivo.
Fue pura miseria caminar hacia Dante, hacer que mi cuerpo se moviera
más cerca en vez de alejarse, pero al menos obtenía algo de emoción gratificante
en la manera en que me miraba. Ese pequeño beso había hecho el truco, lo
convirtió del indignado examante al enfurecido.
Quizás, ganaría esta ronda después de todo.
Su cita se había alejado un poco, con certeza, para hacer contactos; por lo
cual era fácil acercarme a él. Me pavoneé al acercarme, sin parar hasta que me
encontraba a un paso, yendo directamente al matadero.
Estaba allí para fastidiarme, así que también lo fastidiaría.
Y, si se me permite decirlo, yo era mejor fastidiando que él.
Miré su rostro dejando que cada pizca del pesar, el puro y concentrado
odio se expresaran en mis ojos.
—Si yo fuera tú, me mantendría alejada de mí —advirtió Dante.
La manera en que su voz tembló, la debilidad en él, la violencia
incontrolable en cada línea de su cuerpo, no era más que sangre en el agua.
Me acerqué con una sonrisa. —No eres yo. —Era así de simple y
devastador. Ninguno lo era.
Éramos dos. Ahora, dos personas muy distintas con poco en común.
Y todo era culpa suya.
No había terminado de hacerle pagar por ello.
248
Ni de cerca.
Casi jadeó cuando rocé mi cuerpo contra el suyo. —Tu cita no va a estar
feliz con esto. —Su voz era un ruido sordo, la mirada por encima de mi cabeza,
en Justin, asumí.
—No, no lo estará. Me desea, ¿puedes notarlo? Ha estado obsesionado
conmigo desde hace un tiempo y verme contigo solo lo aumentará más. Pero
soy demasiado curiosa para dejar pasar esta oportunidad. ¿Qué haces aquí?
¿Realmente vas a tratar de decirme que esto es una coincidencia?
—Sí —mintió, ni siquiera tratando de convencerme, su voz tan llena de
cruda emoción—. Estoy saliendo con una actriz, y quería que le acompañara a
una de sus fiestas en Hollywood. Esa es la única razón por la que estoy aquí. —
Lo dijo robóticamente, como si hubiera ensayado la frase, pero al hacerlo lo
arruinó todo.
Vi a través de él.
Yo creía que salía con esa actriz, y que fue invitado aquí. Lo que no creía
era que él no sabía o sospechaba que yo estaría aquí.
Lo que no creía es que no había venido aquí por mí.
—¿Trajiste tu propio coche? —le pregunté, mi sonrisa maliciosa, ahora
era malévola—. Mi cita me iba a llevar a casa, de manera que o él me lleva a
casa o alguien más lo hace. —Lo desafiaba a decirme que no.
Quería, necesitaba ver si aún lo afectaba.
Quería herirme a mí misma al saberlo, para ponerle punto final y
liberarme.
Pero, por desgracia, no lo hizo, por lo cual nunca sería libre.
Ni siquiera respondió, simplemente agarró mi muñeca y comenzó a
moverse, dejando a su cita y a la mía observando desconcertados.
Estábamos en su vehículo, nos alejamos furiosamente antes de que
hablara de nuevo—: ¿A dónde me llevas? —pregunté.
Sus ojos eran salvajes, las manos apretando el volante con tanta fuerza
que tenía los nudillos blancos. —¿Importa? —preguntó finalmente.
Coloqué una mano sobre su pierna y su músculo se tensó en agitación. —
Llévame a algún lugar remoto. A alguno con una vista. Quiero ver el atardecer
mientras estás en mi interior.
Analicé su rostro atentamente mientras lo decía, lo vi estremecerse y
luego endurecerse. —No vine aquí para esto —dijo en voz baja.
—Bueno, entonces eres un tonto. ¿A qué viniste?
249
Retorcía su boca con tanta amargura que tuve que apartar la mirada. —
Para verte. Sólo para mirarte y ver si todavía quedaba alguna parte de ti que
reconociera.
Mi cabeza se movió velozmente y me incliné, agarrándolo con crudeza.
—Encontré algo de ti que reconozco. La única parte de ti que extraño parece ser
casi lo mismo.
Alejó mi mano, apartándola. —¿Cómo pudiste? —Su voz sonaba
miserable, agonizante cuando finalmente llegó al punto, a la fea raíz podrida de
todo—. ¿Cómo pudiste?
No sentí nada, excepto furia ante su dolor. Me hallaba demasiado
envuelta en el mío. —¿Cómo pude? ¿Cómo pude yo? ¿Cómo pudiste tú? ¿Cómo
pudiste?
Sacudió la cabeza, una y otra vez. —No lo comprendes. No sabes nada.
—Sé que estabas comprometido con la jodida Tiffany, y eso es todo lo
que necesito saber por el resto de mi puta vida. ¿Querías romperme? Bueno, lo
hiciste, y hoy es tu día de suerte, porque ahora puedes follar lo que queda.
¿Estás feliz?
Su rostro enrojecido, los ojos parpadeando tan rápidamente que por un
momento pensé que iba a llorar. —Jesús. ¿Cómo llegamos a esto? Jesús. ¿Cómo
terminamos así?
—Si tú no lo sabes, entonces nadie más, porque jodidamente nos llevaste
a esto.
—Lo sé, ángel —susurró—. Pero créeme, no estoy feliz. Si te hace sentir
mejor, puede estar segura de que nunca volveré a serlo.
Era algo. Algunas gotas de agua fría para humedecer el infierno que
vivía en mi interior.
Me dejó tirada, pero al menos nunca podría superarme, no del todo. No
era más capaz que yo en hacer eso.
No pasó mucho tiempo antes de que se detuviera cerca del arcén y
estacionara. Me llevó a un lugar que se ajustaba a lo que describí. Encontró para
mí una bonita vista y un poco de privacidad. A pesar de su animosidad, se
acomodaba a mí.
Me pareció que era una forma de demostrar que todavía le afectaba.
Era suficiente, por el momento.
Sin embargo, no se movió, ni siquiera alejó sus manos del volante.
No importaba. Abrí la puerta, salí del vehículo, cerré de golpe, y caminé
250 lentamente para colocarme al frente, mis movimientos sinuosos, seductores. Me
dirigí hacia su lado, inclinándome sobre el capó, apoyándome sobre mis manos
mientras nivelaba mi mirada con la suya a través del parabrisas.
Observé su magnífica y siniestra boca mientras pronunciaba una
maldición y luego mi nombre, verlo me hizo sonreír. No una sonrisa de
felicidad. No había alegría en esto. Era lo opuesto.
Se trataba de matar cualquier cosa en mi interior que era capaz de esa
emoción. Pisando a muerte bajo mi talón vicioso y rencoroso, luego triturarlo
con mis tacones más filosos hasta dejarlo irreconocible.
No era nada nuevo. Había sido así por un tiempo y, si se me permite
decirlo, hacía un buen trabajo.
Su puerta se abrió y el sonido de sus maldiciones combinando con las
palabras que conformaban sus labios.
Era música para mis oídos.
—Espero que hayas traído condones —interrumpí su diatriba más
creativa, mi tono de voz tan desagradable como pude—. No estarás en mi
interior sin uno.
Se detuvieron las maldiciones; y su silencio era, de alguna manera,
mucho más hostil que incluso de lo que había sido.
La última vez que estuvimos juntos, no fue necesaria ninguna protección,
y a ninguno de los dos se nos escapaba el significado de ello.
La diferencia entre entonces y ahora era más brutalmente evidente que
nunca, y si él pensaba que su amargura podía igualarse a la mía cuando se
trataba de esto, en esto sobre todo, tenía mucho que aprender.
Finalmente, respondió con un ahogado—: Traje algunos.
Le mostré mis dientes, en mi sonrisa más sádica/masoquista. —Bueno,
entonces. Agárralo, amante. No tengo toda la noche.
Al principio, ni siquiera trató de besarme. Estaba tan aliviada que no lo
cuestioné.
En vez de eso, se colocó detrás de mí, y apoyé mis manos contra el
vehículo mientras oía los sonidos agridulces de lo que nos tendría a ambos
listos.
El susurro de mi vestido mientras lo levantaba hasta mi cintura. El
susurro de mis bragas bajando. Una cremallera abriéndose, el crujido de un
envoltorio de aluminio, el chasquido del látex rodando a su lugar.
Me retorcí mientras escuchaba, pero no me moví para ayudar. No quería
251 mirarlo. Sentirlo sería más que suficiente. Demasiado, por sí solo.
Parecía estar de acuerdo, colocándose contra mi entrada sin juego previo
en lo absoluto.
Bien.
Me encontraba lo suficientemente húmeda como para facilitar la
penetración. Sólo la idea de este sexo de odio me hacía eso.
Aun así, el tamaño y su brusquedad fueron casi dolorosos al principio.
Di la bienvenida a la incomodidad, inclinándome para presionar
fuertemente mi mejilla contra el metal caliente de su vehículo mientras me
penetraba. No quería que esto se sintiera bueno. Ese no era el objetivo de esto.
Presionó la parte baja de mi espalda con una mano cuando comenzó a
moverse pesadamente, su respiración entrecortada mientras golpeaba su ira
directamente en mi interior con embestidas breves y brutales.
Le di la bienvenida a la brutalidad. Cada paso salvaje al entrar y salir,
cada contacto discordante de mis huesos de la cadera contra el metal caliente,
cada deslizamiento rudo de mis pezones contra mi vestido fino a medida que se
rozaba contra el capó, presionando mi pómulo hasta que era seguro que me
lastimaría, mis uñas obteniendo una buena puntuación en el perfecto trabajo de
pintura con suficiente celo como para romperlo.
Todo ello sólo añadía un placer perverso al nocivo intercambio.
Sexo de odio en su máxima expresión.
Desgraciadamente, era suficientemente estimulante para excitarme y
rápido. Me dije que era la bebida lo que me preparó con tanta rapidez para ello,
pero por supuesto, sabía la verdad.
Intenté contenerlo, me mordí el labio y me tensé, pero cada paso
contundente, cada perfecto arrastre, todos los sonidos que él hacía, los gemidos
indefensos que se le escapaban con cada movimiento desesperado, fueron
demasiado para mí.
Me corrí, rápido y repentinamente, dejando escapar un grito de angustia.
Maldijo, empujando más duro, más rápido, una y otra y otra vez más, y
empezó a venirse, gritando mi nombre como si tuviera el derecho de hacerlo.
Después, me quedé recostada durante más tiempo, con los ojos bien
abiertos, la mirada fija en la noche, con Dante apoyado pesadamente sobre mi
espalda, aún en mi interior, su boca cerca de mi oreja.
Escuché su familiar respiración mientras iban de lo irregular y salvaje a
la suavidad e incluso mientras nos recuperábamos lentamente del destructivo
encuentro.
Finalmente habló—: Ni siquiera miraste la puesta del sol. Mantuviste la
252 cabeza baja todo el tiempo.
Me estremecí. El tono casual y casi divertido del bastardo me llegó.
Su liberación lo ayudó a controlar su temperamento, lo que no había sido
el punto.
—¡Quítate de encima! —le gruñí.
No escuchó. En su lugar, me colocó el cabello a un lado y comenzó a
besar mi cuello, sus labios tiernos y devastadores, a medida que comenzaba a
moverse hacia abajo a mi nuca, y luego, a lo largo de mi hombro.
—Se acabó el tiempo, amante. —Hice mi temblorosa voz tan dura como
pude—. Tengo que volver a mi cita.
No le gustó eso. De hecho, se puso rígido y se enderezó, deslizándose
fuera de mí con una rapidez decisiva que me hizo jadear.
Bueno. Su rabia regresó, lo que era mi intención.
Quería, esperaba, necesitaba que se quitara de encima, para que luego se
fuera, para que nunca me tocara de nuevo.
Pero por supuesto que no fue lo que hizo. Ni siquiera cerca.
Sus grandes, fuertes, familiares y despreciadas manos, me dieron vuelta
sobre mi espalda.
Ya que mi torso se encontraba expuesto, mi cuerpo instintivamente
comenzó a enroscarse sobre sí mismo.
Él no quería eso. Me sujetó los hombros, moviendo sus caderas entre mis
muslos antes de que pudiera reunir la energía para alejarme.
Su pecho se presionó contra mi seno derecho mientras sus labios
tomaron los míos.
Mis manos, por su propia voluntad, comenzaron a tirar de su corbata,
buscando piel, incluso cuando jadeé—: No me beses.
Por favor, casi dije, casi rogué por esa pequeña cantidad de piedad.
Pero hubiera sido inútil, el preciado orgullo gastado por nada, porque no
existía piedad en él, no hoy.
Me dio un beso con el mismo anhelo febril que siempre tenía. La misma
esperanza desesperada.
El mismo respeto apasionado.
Como si nada hubiera cambiado. Como si no nos hubiésemos destruido
entre sí y a nosotros mismos con determinado y rencoroso abandono desde
nuestra última despedida.
Dejé que me tuviera de nuevo, y esta vez fue, mucho, mucho peor.

253 Más que follar o liberación. Más que sexo de odio.


Más que masoquismo o venganza.
Fue el dar y recibir que sólo se produce cuando está implicado el
corazón.
Cuando el corazón no es tuyo para dar, porque ya pertenece a otra
persona.
Porque siempre malditamente le perteneció.
Apenas le quité la corbata, su camisa abierta, mientras él bajaba la escasa
parte superior de mi vestido, arrastrando los finos tirantes de mis hombros.
Me tomó cara a cara, boca a boca, pecho desnudo contra pecho desnudo.
Fue más suave esta vez. Con más delicadeza. No era simplemente él
consumiéndome. No era sólo su cuerpo tomando parte del mío. Esta vez me
sedujo tanto como me poseyó.
Duró más tiempo. Y se sintió mejor.
Hubo más placer por sentir con su experto y conocedor toque.
Hubo más deleite para soportar bajo su implacable y familiar cuerpo.
Hubo más tormento que sufrir de sus imparables e implacables labios.
La primera vez fue más que suficiente para jugar con mi cabeza por el
futuro previsible, pero la segunda vez me arruinó.
Absolutamente. Completamente.
Si construí algunos creíbles delirios de que podía avanzar de esto, de él,
él acababa de destrozarlos todos en pequeños, microscópicos e irrecuperables
trozos.
¿Existía alguna pieza de mi corazón dejada intacta dentro de mi pobre
pecho antes de ese encuentro?
¿Algún pequeño fragmento de mi alma?
No podía recordar.
Pero me sentía como nada cuando terminó conmigo. Lo que sea que
quedó, él acababa de tomarlo a la ligera.
Existía un poco de trivial comodidad que debe tomarse en cuenta en el
hecho de que él parecía igual de afectado. No pudo reunir la energía para decir
una frase ingeniosa después de esa ronda. En cambio, cuando recuperó el
aliento, tiró de mí, tambaleándose, sus ojos devastados haciendo una conexión
con los míos durante unos horribles latidos antes de que se alejara en dirección
opuesta de la carretera, enderezando su ropa mientras tomaba algunos
momentos cruciales para recobrar la compostura, dándome la espalda.
254 Fue un error de su parte, porque me recuperé más rápido, o por lo
menos, me compuse con la suficiente rapidez para hacer el primer movimiento.
Mi único lamento es que no pude ver su cara mientras me alejaba,
dejándolo varado al lado de la carretera.
En el medio de la jodida nada.
Conduje cerca de dos kilómetros antes de que tomara un poco de
compasión, deteniendo el coche, bajando la ventana del lado del conductor, y
lanzando su teléfono. Tal vez lo encontraría y conseguiría un aventón.
Si yo fuera inteligente hubiera mantenido el coche, utilizarlo por un
tiempo. Era muy agradable, un nuevo Audi. Podría haber conducido alrededor
con estilo para un cambio. Incluso con lo que sentía por mí ahora, no lo podía
imaginar reportándolo robado.
Aun así, quería que lo reportara, porque no lo conservé. Lo dejé en un
estacionamiento vacío a pocas cuadras de mi apartamento, esperando que de
alguna manera lo recuperara y encontraría el regalo que tallé para él en el capó.
Jodidamente te odio. Deja de acosarme.
La sutileza nunca fue mi fuerza. ¿Por qué tratar de cambiar ahora?
38
“No hay nada tan real en la vida como las cosas que has hecho…
inexorablemente, inalterablemente hecho.
-Sara Teasdale

Traducido por Jeyly Carstairs


Corregido por Vane Farrow

Scarlett
255

Habíamos estado viviendo juntos en nuestro nido de amor por unos


meses cuando todo se vino abajo a nuestro alrededor.
Estaba resignada a estar juntos en secreto por ahora, o para siempre si
era necesario.
Demonios, me encontraba agradecida por ello. Incluso con las peleas,
algunas horribles, sucias, desastrosas, algunas malditamente demasiado
dolorosas para enfrentar, todavía agradecía por cada segundo concedido a
nosotros, sólo con la esperanza de que cada día pudiéramos tener otro, y otro.
Nunca habíamos tenido mucha suerte con lo de la esperanza.
La película iba bien, prevista para concluir en días, acababa de entrar a
mi remolque y me cambiaba para ir a casa cuando recibí la llamada.
Era de un número desconocido, y la ignore automáticamente las
primeras veces que sonó. Finalmente, la molestia me hizo contestar con un seco.
—¿Hola?
—Hola, Scarlett.
No había escuchado la voz desde hace tiempo, no desde el funeral de la
Nana, y luego sólo brevemente, pero la reconocí al instante —Hola, Adelaide —
dije, mi voz volviéndose fría sin ningún esfuerzo en absoluto. No tenía nada
más que hielo en las venas por esta mujer.
—¿Cuánto tiempo pensaste que esto iba a durar? —preguntó, veneno
goteando de las palabras—. ¿Cuánto tiempo pensaste que podías ocultarlo de
mí?
—No sé de qué hablas —dije de manera uniforme e imperturbable. Era
una actriz, después de todo, y sólo había una persona, un hombre para ser
precisa, frente al que no podía fingir, en caso de ser necesario.
—Lindo. Muy lindo. Tengo a un hombre esperando por ti, justo al frente
de la puerta del estudio. Entra en el auto. Es hora de que hablemos.
—De ninguna manera. ¿Por qué diablos querría hablar contigo?
—No seas evasiva. No estoy de humor. Vas a hacer lo que diga porque
sabes lo que sé y solo estoy buscando una razón para entregarte.
—No sé de qué estás hablando. —Sí, aún fingía por la sencilla razón que
no sabía qué más hacer.
—No hay ninguna fecha de prescripción por matar a un policía —dijo, en
un tono plano. Muerto—. Vas a entrar al auto.
256 Jaque mate.
Me cambié y salí de la propiedad.
Vi su auto y el conductor de inmediato. Un hombre en un traje inclinado
contra un Rolls Royce. Sí, obvio.
Abrió la puerta para mí mientras me acercaba, con la mano extendida —
Su teléfono —dijo sin expresión.
Lo miré. Era de mediana edad e impersonal, de la cabeza a los pies,
cabello castaño, piel oscura, contextura media, rostro inexpresivo.
Tuve una muy mala sensación —Vete a la mierda —dije de manera
sucinta, mirando la puerta abierta estrechamente.
Mi celular comenzó a sonar. Era Adelaide de nuevo —¿La tienes? —
preguntó a modo de saludo.
—No lo hace —dije, mi temperamento en ebullición. Tenía muchas ganas
de golpear algo. La cara de Adelaide especialmente.
Hizo un sonido de desaprobación por el teléfono. —Siempre difícil,
incluso cuando tienes todas las de perder. Dale el teléfono y entra al auto.
—¿Qué quieres? —Me encontraba tan harta de ella que me encontraba
dispuesta a decir al diablo con las consecuencias.
Era un problema, excepto que mi rabia era casi como un consuelo en ese
momento, por la sencilla razón de que la alternativa era peor. Si me concentraba
en mi ira, no me preocupaba el hecho de que mi vida, y mis opciones sólo se
habían reducido drásticamente.
—Como te dije, me gustaría hablar —dijo Adelaide en mi oído, sonando
casi razonable, lo que me hizo saber que mentía—. En persona. Creo que
podemos resolver algo. Te quiero fuera de la vida de mi hijo, y quieres
permanecer fuera de la cárcel. Las dos estamos motivadas. Esto puede ser
productivo.
No me encontraba segura de lo que podría haber hecho, me sentía
bastante acorralada, pero me salvé de tener que decidir por la aparición
repentina y muy bienvenida de Dante.
Su auto se detuvo, saltó, y me arrastró lejos. Apenas tuve tiempo de
colgarle a su madre antes de que me empujara dentro de su auto y comenzara a
conducir alejándose. Todo había terminado en cuestión de segundos.
Sus manos en el volante temblaban. —¿Qué fue eso? ¿Era uno de los
secuaces de mi madre?
—Sí. Ella intentaba lograr que me fuera con él. Dijo que quería hablar.
Sabe sobre nosotros, Dante.
Comenzó a maldecir y no se detuvo hasta que estábamos casi en la casa.
257 —¿Realmente ibas a irte con él? —preguntó finalmente con incredulidad.
—No sé. Tal vez. Exactamente no me daba una opción.
—Nunca trates con ella por tu cuenta —me dijo—. Nunca vayas a
ninguna parte con ella. Nunca te le enfrentes. Si te molesta, y no estoy
alrededor, malditamente espérame.
Estábamos en casa para entonces, y ni siquiera me dejo responder. Se
encontraba fuera del auto, con su teléfono, en un parpadeo.
—Adelaide lo sabe —decía—. Sí. Trató de atrapar a Scarlett. Envió a uno
de sus secuaces a recogerla fuera del estudio —Se detuvo, empujando una
mano en su cabello—. Sí. Bien. Bien. Tenemos que resolver esto y rápido. Nos
estamos quedando sin opciones ahora. —Colgó y me miró —. Tenemos que
encontrarnos con Bastian. Hemos estado trabajando en algunas cosas, pero
pensamos que teníamos más tiempo. Ahora tenemos que centrarnos en el plan
B. ¿Quieres tomar algo de la casa antes de que nos vayamos?
—¿Dónde exactamente vamos? —Me preocupada el rodaje, pero me
sentí tonta al respecto. ¿Qué sería de la película si ni siquiera importaba si iba a
la cárcel mañana?
—No lejos. Bastian ya está aquí, nos encontraremos con él en su hotel.
Esto era nuevo para mí, y también lo era el plan B. Y el plan A, de hecho.
Nos dirigíamos al auto de nuevo antes de que lo mencionara. —Estás
tomando ese hábito de nuevo. Ocultarme cosas. Sé que piensas que es para
protegerme, pero quiero saber la verdad más de lo que quiero ser protegida, y
creo que me lo debes para comenzar a respetar eso.
Sólo asintió, su boca apretada. —Lo hago. Lo sé. Y voy a ponerte al tanto
sobre todo esta noche. Si te hace sentir mejor, ni siquiera sé algo de ello. Bastian
ha estado haciendo algún trabajo sucio por su propia cuenta, pero parece que
tiene una solución para nosotros.
Era evidente que Dante no sabía nada sobre Bastian en el departamento
de la intriga. Lo que era casi impresionante. Una cosa era segura, los dos eran,
sin lugar a dudas Durant.
El hotel se hallaba sólo veinte minutos. Bastian se encontraba en el
último piso, y no tenía una habitación, tenía un penthouse. Y no estaba solo.
Abrió la puerta para nosotros y nos llevó directamente a una gran
habitación con un bar.
Un bar y un borracho Leo.
—Oh, Dios. ¿Por qué está aquí? —Simplemente se me escapo.
Me lanzó una mirada de pocos amigos.
258 Se la regresé con creces.
—Todos pueden odiarse más tarde —dijo Bastian con sensatez—. En este
momento, es necesario trabajar juntos. Leo tiene algunas piezas de este
rompecabezas y un interés creado en ver que se haga justicia. ¿No es así, Leo?
Miró a su hijo favorito. Su estilo normal, cabello rubio oscuro
sobresaliendo por todas partes, sus ojos entrecerrados, su ropa torcida. Se veía
ridículo —Emm, tu padre. Puedes decirme padre.
Arqueé una ceja hacia Bastian. —Oh sí, parece que va a ser muy útil.
Bastian sonrió y se encogió de hombros. —Va a recuperar la sobriedad
con el tiempo. Mientras tanto, tenemos una gran cantidad de terreno que cubrir
sin él ¿Así que Adelaide trató de atraparte fuera del set?
—Más o menos —dije tensamente.
Dante y yo aún nos manteníamos en la entrada de la habitación, sin
avanzar, sin sentarnos, de pie uno al lado del otro con idénticas poses y los
brazos cruzados sobre nuestro pecho.
Cuando me di cuenta de que nos imitábamos entre sí, casi sonreí.
Bastian se veía aún más divertido. Agito una mano de un lado al otro
entre nosotros. —¿Sintiéndose un poco a la defensiva? No hay necesidad.
Entren. Pónganse cómodos. Tomen asiento. Tomen un trago.
Bueno, sin duda se encontraba de buen humor. Sinceramente esperaba
que significara que tenía una buena noticia para todos nosotros.
Dante y yo nos miramos el uno al otro.
—Estamos bien.
—Estamos bien —lo dijimos casi al mismo tiempo.
Mi boca se torció irónicamente. Dante sonrió. Habíamos pasado mucho
tiempo juntos últimamente, y empezaba a mostrarse. Como en los viejos
tiempos.
—Hagan lo que quieran. —Bastian nos despidió con la mano —. Pero no
digan que no se los advertí, es posible que deseen sentarse por algo de esto.
Respiró profundamente y comenzó—: Tengo la fuerte sospecha, y la
tengo desde que sucedió, que Adelaide mató a la abuela. O al menos, la mandó
matar.
Me sorprendió. El pensamiento nunca se me ocurrió. No sé por qué.
Nadie jamás me había acusado de no ser paranoica y desconfiada.
Pero aun así nunca se me cruzó por la cabeza.
259
Miré a Dante y encontré un poco de consuelo en el hecho de que se veía
tan anonadado.
—Es una cosa muy difícil de probar, pero he encontrado una pista que
me ha dado algo de esperanza de que vamos a ver que se haga justicia por esto.
Sólo hay una pequeña dificultad en mi plan. O la había. Creo que tengo una
solución ahora, pero van a tener que confiar en mí aquí.
Sus palabras se fueron apagando, mal de alguna manera, pero eso no fue
en lo que nos centramos.
—Pensé que se había demostrado que Nana tuvo un accidente
cerebrovascular —dijo Dante.
La boca de Bastian se retorció. —Es complicado. Se encontró trauma
externo en la parte posterior del cráneo, y el forense nos dijo que este sucedió
después de la muerte, lo que significa que sufrió un accidente cerebrovascular,
cayó, y se golpeó la cabeza, lo cual es por sí solo sospechoso, ya que, según los
expertos, generalmente caes hacia adelante, no hacia atrás, así que sin duda
tenía algunas preguntas. Pero teniendo en cuenta que el forense ha
desaparecido. Ya sea si fue enterrado en el bosque por saber demasiado o le
dieron suficiente dinero para retirarse en Fiji, no hemos sido capaces de
averiguarlo.
—Adelaide —exhalé, sintiéndome asesina.
—Esa maldita perra —dijo Leo desde el sofá donde todavía se
encontraba tirado borracho—. Nunca siquiera valió la pena. Era terrible en la
cama.
—Buen aporte, princesa —le dije
—Eres una mald… —comenzó.
—No. —Dante sacudía la cabeza—. No está malditamente sucediendo.
Di otra palabra, Leo, y verás lo mucho que no tengo problema en golpear tu
culo borracho.
Leo me miró. —Ella empezó.
Tenía un punto.
Bastian suspiró. —Volviendo al punto, he estado persiguiendo ese
camino desde el funeral. Exhaustivamente. Casi había perdido la esperanza.
Pero entonces algo aún mejor llegó. —Sonrió triunfal—. Me he conseguido un
seguro adicional. Para nuestros problemas, irónicamente. No fue fácil, pero por
algunas cosas valen la pena pagar un alto precio. —Por alguna razón sus ojos se
volvieron tristes y se movieron sobre mí mientras lo decía. Se aclaró la garganta,
y gritó—: ¡Tiffany!

260
39
“Los enemigos son tan estimulantes.”
-Katharine Hepburn

Traducido por evanescita


Corregido por Vane Farrow

La pesadilla de mi existencia llegó caminando a la habitación.


Cambiamos de lado automáticamente. Para dejarla pasar o simplemente
asegurarnos de no tocarnos accidentalmente, como prefieras. Probablemente
ambos.
—¿Qué hace ella aquí? —pregunté lentamente y con veneno absoluto.
El brazo de Dante se envolvió alrededor de mí, y agarró mi hombro con
261
firmeza.
Preventivamente sosteniéndome, por supuesto.
Porque me conocía.
—Escúchame —dijo Bastian, siempre razonable.
Lo miré. Se había ganado al menos algo de mi confianza, por lo que
incluso con ella en la habitación, estaba dispuesta a dejar que se explicara.
Asentí.
Tiffany se veía particularmente satisfecha de sí misma. Maquinando. Sí,
esa era la palabra. Maquinaba mientras caminaba por la habitación para estar al
lado de Bastian.
Su sonrisa aumento cuando puso sus ojos sobre Dante. —Es bueno verte,
Dante —comenzó diciendo.
Odiaba la forma en que lo miraba, todavía con tanto cálido interés. Aún
con entusiasmo sincero. Incluso sabiendo que todo entre ellos había sido falso,
todavía quería escupirle, gritarle a la cara, romper su nariz de nuevo.
Dante sintió mi espalda tensarse. —Que te jodan Tiffany —respondió.
Bien, maldición. Todo esto se iba ir cuesta abajo muy muy jodidamente
rápido si se suponía que guardara la calma aquí.
Leo comenzó a reírse.
—¡Cállate, Leo!
—Cállate, Leo —dijeron Dante y Bastian, lo que casi me hizo sonreír.
Leo se calló. Por si fuera poco, Bastian se llevó su copa y le preparó una
taza de café negro, ordenándole terminarlo.
—Pero me gusta con leche —se quejó, sonando como un niño llorón.
—Cierra la boca y bebe. —Incluso Bastian estaba perdiendo la paciencia
con él—. Tiffany accedió amablemente a cambiar de lado —explicó Bastian
cuando terminó de atender a su padre, haciendo que sonara como si fuera el
asunto más razonable del mundo—. Y como se mantuvo muy firmemente
atrincherada en el lado de Adelaide durante muchos años, y guarda muchos,
muchos de sus secretos, esta es una muy buena noticia para nosotros.
La miré. Simplemente no lo podía creer. Ni por un segundo.
—¿Por qué? —preguntó Dante, sonando tan sospechoso como me
sentía—. ¿Por qué se volvería en contra de Adelaide? —Miró a Tiffany—. ¿Por
qué ahora? ¿Después de todo este tiempo? ¿Después de todas las cosas viles que
has hecho en su nombre? —Disgusto goteaba de cada palabra que dirigía
262 directamente hacia ella.
La mirada que le dio se hallaba llena de reproches vulnerables e incluso
eso me hizo querer golpearla. No me gustaba que lo mirara con cualquier cosa
personal escrita en su cara. No tenía derecho a nada de eso.
Lo poseía y ella no. Jodidamente no.
—Desde que era pequeña, pensé que iba a casarme contigo —le dijo,
sonando triste y dulce a la vez, como si jodidamente lo hubiera ensayado.
El brazo de Dante se apretó alrededor de mí.
Porque me conocía.
—Me dijeron que lo haría, y me permití quererlo, me permití
enamorarme de ti, siempre pensando que eras mi futuro. Me lo prometiste.
Dante tenía ambos brazos alrededor de mí en este momento, en un firme
control disfrazado de un abrazo afectuoso. O tal vez ambos.
—Eres delirante —le dijo con desdén.
—Me lo prometiste —repitió, con lágrimas en los ojos—. Planeaba
nuestra boda cuando tenía quince años. Incluso tenía el vestido elegido. La
joyería. Los zapatos. Desde que puedo recordar, Adelaide me prometió que
sería una Durant. No se suponía que te enamoraras de ella. —Señaló con un
dedo acusador hacia mí—. Y ciertamente no se suponía
que siguieras enamorado de ella. Tú me lo prometiste a mí.
Estaba a punto de terminar con esto. Miré a Bastian, cuyos ojos
permanecían constantemente en mí. —¿Hay alguna razón para esto?
—Por desgracia, sí. —Parecía resignado. Cansado más allá de sus años—.
Es nuestra solución. Continúa, Tiffany.
Le envió una sonrisa llorosa. —Me puedes llamar Fanny.
Repugnante.
Ni siquiera puso los ojos en blanco. —Continúa, Fanny.
—Me prometió eso, y lo quería más que nada. Me lo repitió, año tras año,
intriga tras intriga. No creerías las cosas que hice por ella, todo por esta
promesa.
Estaba bastante segura de que lo haríamos, pero mantuve la boca
cerrada. Sólo quería que terminara.
—Y entonces sucedió. Estaba comprometida. Pero sólo duró seis meses, y
ni siquiera fue real. —Las lágrimas corrían por su cara y tonto o no, eran
reales—. Me dijo que fuera paciente, que arreglaría eso también. Pero él ni
siquiera me besaba.
—Te dije entonces —dijo Dante con animosidad escalofriante—, y te lo
263 vuelvo a decir ahora. Nunca me sentí atraído por ti. Ni nada de eso. Besarte
sería como besar a mi madre.
Se estremeció, pero siguió hablando. —Es sólo que recientemente me di
cuenta que Adelaide me mantenía dominada. No podrá darme las cosas que me
prometió. Si quiero ser una Durant, tengo que hacerlo yo misma.
Estaba mirándola, con la cara rígida y la expresión llena de odio. Cuando
abrí la boca, ¿para decir qué? no tenía ni idea, algo malo, cuando Bastian habló.
—Tiffany —comenzó.
—Fanny —interrumpió ella.
Se limitó a asentir. —Fanny aquí sabe cosas sobre Adelaide que harían
poner su piel de gallina. Ha sido una confidente cercana desde hace bastante
tiempo.
—Y una cómplice —añadió Dante.
—Tal vez —concordó Bastian—. Pero ese no es el punto. Tenemos cosas
más importantes. Fanny es testigo y más, grabó a Adelaide hablando sobre la
muerte de la abuela, y lo que dice es tan bueno como una confesión. Por lo
menos, va a arruinar para siempre su reputación. Además, Fanny se ha
comprometido a no declarar contra ninguno de los dos en la muerte del
detective Harris, que es una cosa valiosa, ya que personalmente presenció parte
del crimen. Era una de las pruebas más condenatorias de la evidencia que
Adelaide tiene sobre ti, además de las fotos tomadas, quien tomó dichas
fotografías —Agitó la mano—. Era un testigo en su bolsillo.
—No importa si se pone del lado de Adelaide o no —señaló Dante—.
Esas fotos dicen lo suficiente. Lo suficiente como para necesitar una explicación.
—Ah. Pero no es así. No hay prueba alguna en este punto para que
Scarlett se vea involucrada. Pueden demostrar lo que pasó. Y dónde. Todo lo
demás es discutible, incluso con las fotos. Todo el ADN se ha deteriorado para
ahora. Cualquier persona podría haberlo hecho.
—Dudo que lo dejen pasar —dije—. Ella mostrará esas fotos, van a
querer un culpable, y no tendrán que buscar mucho hasta llegar a mí.
—Sí. Es cierto. Pero ni siquiera vivías en ese remolque en aquel tiempo,
¿Correcto?
—Correcto —estuve de acuerdo, mirándolo. Su atención en cada detalle
daba un poco de miedo.
—Otra persona vivía allí —continuó—. ¿Correcto?
—Sí, pero solamente mi abuela.
Asintió, con los ojos fijos en mí. —Y vamos a llegar a eso. El primer paso
264 es la cooperación de Tiffany. Y la tenemos. Lo único que quiere es el apellido
Durant.
Mis ojos estaban puestos en él cuando lo comprendí, cuando vi a lo que
quería llegar. Su boca se torció cuando vio que había descubierto lo que
pretendía. —Sí. Yo. Soy un bastardo, al que no prefiere, pero aun así se me ha
permitido llevar el nombre, y también ella lo hará.
—No, Bastian —le dije, y no podía ocultar mi horror o mi debilidad en
las palabras. Era demasiado que sacrificar. Era demasiado injusto.
—Sí —me respondió—. Es la solución a nuestros problemas, y es mejor
que sea yo que Dante. Si tuviera lo que tienen, no haría esto. Lo hago para
salvar lo que tienen. Lo hago porque creo en ello, incluso si es algo que nunca
podré tener para mí.
Había un sentimentalismo tan profundamente arraigado en sus palabras.
Se sentían tan personales, y un centenar de cosas que había pasado por alto
encajaron a la vez.
Bastian tenía sentimientos por mí. Viejos y profundos. Debió tenerlos por
algún tiempo, aunque no habíamos pasado algún tiempo real juntos en años, y
nunca sin Dante.
Dante. Así que de ahí es de donde venía el resentimiento por su medio
hermano. No de cierta rivalidad familiar o esnobismo Durant. Siempre se trató
de mí.
—Lo siento mucho —le dije a Bastian, y tuvo mucho significado para mí
mientras articulaba cada palabra.
—Quiero que seas feliz —dijo simplemente—. Quiero que finalmente se
te devuelva lo que te fue robado.
Eso era imposible, pero, aun así, su sacrificio era significativo. Cambia
vidas.
Inaceptable.
—¿No se siente un poco patético chantajear a alguien para que se case
contigo? —le pregunté a Tiffany.
—Ganar no me hace patética.
Jesús, hay personas a las que no puedes insultar.
—No. —Sacudí la cabeza—. No podemos dejarte hacer esto.
—Tampoco puedes detenerme —dijo con resignada amargura—. Esta es
una parte de la solución que no podemos arruinar. Sin Tiffany, todo el resto
podría escaparse fácilmente de nuestras manos.

265 Tenía un muy buen punto. Pero era tan malo. Se merecía algo mucho
mejor.
Me tragué la píldora amarga y la saboreé todo el camino mientras bajaba.
—Tenemos dos confesiones. Y un testigo —dijo, como si eso concluyera
todo.
—Debiste ser abogado —le dije.
—Sí, probablemente —estuvo de acuerdo con una sonrisa triste.
Me tomó un minuto para comprenderlo, pero después—: ¿Dos
confesiones?
Volvió de nuevo a observar mi rostro fijamente cuando dijo—: Sí. Dos.
Adelaide incriminándose a sí misma de la muerte de la abuela. Y, lo siento, por
ser yo quien te diga esto, pero no existe una manera más fácil de decirlo,
también tu abuela.
Estaba tan confundida que pensé que había oído mal. —¿Mi abuela? —
Las palabras no tenían sentido para mí cuando las dije.
—Sí. Glenda va a confesar haber matado al detective Harris. En defensa
propia.
Si Dante aún no hubiera estado sosteniéndome, pensé en que me tendría
que sentar. Dudé de estar sosteniendo algo de mi propio peso. —No entiendo
—dije finalmente. Nada tenía sentido.
—Eso ya no podría utilizarse para hacerte daño, estará sobre ti si alguien
confiesa. Glenda ha accedido a confesar. Hemos trabajado en la historia. No te
incriminará de ninguna manera. Estarás libre y limpia.
Me di cuenta de repente que Dante no había reaccionado a nada desde
hace bastante tiempo. Sabía la mayor parte de esto. No debería estar tan
sorprendida por eso.
En realidad, no lo estaba. Sólo me hallaba aturdida por la idea de que mi
abuela hiciera algo completamente desinteresado que me ayudaría.
—¿Por qué mi abuela haría eso? —le pregunté a nadie en particular.
Bastian ladeó la cabeza. —Para ayudarte. Para impedir que seas juzgada.
—Apartó la mirada, viéndose repentinamente incómodo—. Una vez más, siento
tener que ser yo quien te lo diga. Pero así lo quiso ella. Dijo que odia hacer cosas
como estas. Pero... ha sido diagnosticada con cáncer de páncreas. Última etapa.
Su médico le ha dado seis meses de vida, tal vez un poco más. Está dispuesta a
pasar ese tiempo en el juicio, en la cárcel, lo que suceda, si eso significa que
estarás libre de culpa. Una vez más, lo siento.
No sabía qué decir. Qué pensar. —¿Por qué haría eso? —le pregunté de
266 nuevo. Eso no coincidía con la mujer que conocía.
—Quiere ayudarte —dijo Dante en mi oído—. Es su disculpa por la
forma en la que te ha tratado. Ha dejado de beber, y aunque nunca nadie va a
acusarla de ser una mujer agradable, no es tan horrible como solía ser. Te ama,
Scarlett. A su manera, lo hace.
—Tú hiciste esto —le dije—. Hablaste con ella sobre esto.
—Sí. Por supuesto. Sin embargo, aunque no puedas creer en esto, no será
tan difícil de aceptar. Sabe más que nadie que tiene que enmendar las cosas. Se
siente agonizar, y le gustaría dejar este mundo sabiendo que hizo algo bueno.
Todavía asimilaba todo sobre esto, aun aturdida por todo ello, cuando
soltaron otra bomba.
—Y ahora llegamos a Leo. —Dante se dirigió a su padre con resignado
desprecio—. ¿Estás lo suficientemente sobrio como para decir tu parte, Leo? —
le preguntó.
—Estoy perfectamente sobrio —dijo, sonando menos que perfectamente
sobrio.
Sin embargo, se hallaba notablemente menos borracho.
—Entonces, Leo ¿qué tienes que añadir a todo esto? —le pregunté a
nadie en particular cuando el silencio se prolongó demasiado.
Leo me miró. Le devolví la mirada. Lo mismo de siempre.
—Sé lo que pasó con tu madre —dijo, inhalando fuertemente, y me
sorprendí al darme cuenta de que luchaba por contener las lágrimas.
—¿Qué le pasó a mi madre? —le pregunté de forma automática, casi
robóticamente.
Habíamos cambiado la velocidad tan rápidamente, mucha sobrecarga de
información, y no había pensado en mi madre ausente durante años, por lo
tanto, no estaba realmente incluso involucrada con la pregunta.
Leo cambió eso con bastante rapidez. —Tu padre la mató. Jethro. La
golpeó casi hasta matarla y después la dejó en mi puerta.
—Cuéntale todo el jodido asunto, cabrón —dijo Dante con los dientes
apretados—. Empieza por el principio. Merece saber todo.
Leo miró a su heredero, pero accedió. —Renee era unos años más joven
que yo en la preparatoria. Era una estudiante de primer año, cuando yo estaba
en el último, pero fuimos serios durante ese año. —La frase infantil sonaba
tonta en él. Todo lo hacía. Pero no me importaba. Quería oír. Efectivamente
atrapó mi interés. Quería saber cualquier cosa, todo lo que fuera posible sobre
267 mi mamá.
Agitó una mano tambaleante en mi dirección. —Se veía como tú. La
chica más bonita de la escuela. Por mucho. La más bonita de toda la ciudad.
Sigue siendo la única mujer que he amado. Pero era joven, y una vez que me
gradué, lo último que iba a hacer era seguir en esa mediocre ciudad.
»Me fui a la universidad. No la olvidé, pero busqué una especie de
distracción. Fue entonces que conocí a Adelaide. En Harvard. Era tan
conspiradora para ese entonces como lo es ahora. Consiguió rápidamente
quedar embarazada. Ni siquiera recuerdo cómo, pero me convenció de casarme
con ella. Me harté muy rápido, y después del primer año de universidad
regresé a casa de visita. No voy a mentir, esperaba ver a Renee, para comenzar
las cosas de nuevo. Ya planeaba dejar a Adelaide. Divorciarme tan pronto como
fuera humanamente posible.
Tomó una respiración profunda, mirando de repente a su alrededor, y
creo que todos en la sala sabían que buscaba su vaso de whisky habitual.
—Sin licor hasta que termines, papá —dijo Bastian, con voz tranquila
pero firme.
Leo lo miró. —Para resumir, aparecí y Renee estaba embarazada de siete
meses. Me enojé. Realmente molesto. Sobre todo, cuando me enteré de que el
padre era ese pedazo de basura de Jethro. No hablé con ella durante unos días,
pero cedí bastante rápido. Todavía la quería, y ya evitaba a Jethro, dijo que le
daba miedo.
»Vivimos juntos durante ese verano. Planeaba llevarla de vuelta
conmigo. Hicimos un montón de planes, en realidad, pero un día Adelaide se
apareció, con Dante recién nacido al remolque, y lanzó un ataque hasta acabar
con todo lo que habíamos planeado, y asustó a Renee.
»Planeaba arreglarlo, dejar a Adelaide, conseguir el divorcio y todo, pero
luego Renee desapareció. No pude encontrar ningún rastro de ella en ningún
lugar durante tres días. Estaba muy preocupado, puesto que esperaba verla
cualquier día.
Tomó una respiración muy profunda, luciendo afligido, y por primera
vez en mi vida, sentí lástima por el idiota. —Fue el peor momento, pero esa es
la especialidad de Adelaide. Una parte de mí piensa que orquestó todo el
asunto. Infiernos, sería difícil convencerme de lo contrario. Vino a mi casa una
noche y comenzó una pelea. Estaba tan cansado de ella para entonces. Ni
siquiera me importaba. Sólo dejé que se volviera loca. Jalaba su cabello,
golpeaba su cabeza y cara contra la pared. Parecía trastornada, y traté de
detenerla en algún momento. —Agitó una mano desdeñosa a Dante—. Era la
madre de mi hijo. Pero no podía detenerla. Se golpeó hasta casi matarse, y justo
en el peor momento, sonó el timbre de la puerta.
»Me tomó un tiempo llegar ahí. Adelaide se arrojó en mi camino. Pero
268
cuando finalmente lo hice, me encontré con Renee en mi puerta, golpeada hasta
sangrar. La llevé al interior. Quería llamar a la policía, una ambulancia. Quería
ayudarla, lo juro, pero estaba en trabajo activo de parto, y sólo reaccioné,
ayudándola en el parto. —Me señaló—. Y Renee murió antes de que incluso
pudiera hacer esa llamada telefónica.
Suspiró y comenzó a buscar su bebida de nuevo.
—Termina la historia —le ordenó Dante.
—Puedes adivinar el resto. Quería llamar a la policía. Quería
jodidamente traer a Jethro y descuartizarlo, pero ahí estaba Adelaide. Me dijo
que si llamaba a la policía diría que le pegué, y que me observó golpear a Renee
hasta matarla, también. Ya sabes cómo jodidamente es. Tenía sus pruebas todas
arregladas. Era una trampa, todo. Así no me divorciaría. Yo era un desastre. Un
desastre triste y me sentía aterrado. Acepté todo lo que pidió, me deshice del
cuerpo, lo llevé donde me dijo. Hice todo, todo lo que dijo. Una maldita
sentencia de vida con esa perra. Luego tomó la bebé y se fue. Ni siquiera sabía
lo que haría con ella... contigo. Pero no puedo decir que estuve un poco
sorprendido cuando descubrí que terminaste en un contenedor de basura.
Pensé, no, sabía, que no podía haber sostenido mi propio peso en ese
punto. Me encontraba literalmente pasmada.
Dante fue lo único que me mantuvo en posición vertical.
Era triste, pero una parte de mí, una gran parte, se sintió aliviada al oír la
historia trágica. Al menos no me había abandonado a propósito. Tal vez alguien
me quiso. Tal vez mi madre me habría mantenido si hubiera tenido una
elección.
Leo seguía siendo Leo, pero le pregunté de todos modos. Lo que
necesitaba saber. —¿Ella me quería? ¿Iba a mantenerme?
Buscaba su bebida de nuevo, pero respondió de forma rápida y lo
suficientemente distraído para que pensara que era la verdad. —Oh, sí. Se
hallaba realmente emocionada por ti. Era un poco impulsiva, pero creo que
habría sido una buena madre. Sin embargo, no estaba destinado a ser.
Obviamente.
Nos fuimos pronto después de eso. Me sentía entumecida, pero de
alguna manera bien mientras Bastian nos encaminaba afuera.
Me enfrenté a él cuando Dante fue a entregar su boleto de parqueo de
valet.
—Nunca podremos agradecerte lo suficiente por hacer esto, Bastian —
dije con sinceridad.
Me tocó el rostro. —Sé feliz con él. Ese es mi agradecimiento. —Sonrió y
269 parecía triste—. Podríamos haber sido nosotros. Si no lo hubieras conocido
primero, bien podría haber sido.
No podría haber estado de acuerdo o en desacuerdo con él, porque
simplemente no lo sabía. Mi corazón no me pertenecía a mí desde que tenía
diez años y un hermoso niño de cabello rubio me demostró que no estaba sola
en el mundo. No podía imaginar otra vida que esa, pero asentí solemnemente
hacia Bastian, ya que parecía ser lo que quería, y se merecía eso.

—¿Siempre lo supiste? —le pregunté a Dante en el camino a casa—. Que


Bastian sentía algo por mí.
—Sí. —Lo pronunció de manera sucinta—. Imagina que tuvieras una
amiga, o una hermana con sentimientos por mí, y lo supieras cada vez que los
veías. No ha hecho las cosas más pacíficas entre nosotros.
—Sí, lo entiendo. Créeme. Lo entiendo. Es tan triste. Sobre todo ahora.
Dios. ¿Tiffany?
—Lo arreglaremos. Pero una cosa a la vez. Él y yo encontraremos algo.
Tiffany es intrigante e implacable. No siente ninguna culpa, y haría cualquier
cosa para conseguir lo que quiere. Al igual que mi madre. Pero no es tan
inteligente. O complicada. Es simple. Piensa que es buena en este juego, pero
nunca ve todo el tablero. Tarde o temprano, Bastian y yo encontraremos su
debilidad y la explotaremos.
—Dios, ustedes dos son bastante aterradores juntos. Armaron….
Sonrió y fue sanguinario. —Sí. Trabajamos bien juntos. Como Adelaide
está a punto de averiguarlo.
Me envió una mirada de soslayo, su mano yendo a mi rodilla. —¿No
sientes como si un peso hubiera sido levantado ti? Podemos vivir nuestras vidas
de nuevo. Scarlett, somos libres.
No podía mirarlo a los ojos.
Es el momento, pensé. Tengo que confesar ahora.
Debido a que no tenía una excusa para ocultárselo por más tiempo.

270
40
“En dos palabras puedo resumir cuanto he aprendido acerca de la
vida: Sigue adelante.”
-Robert Frost

Traducido por Jeyly Carstairs


Corregido por Victoria.

Scarlett
271

Nunca me había sentido tan completamente desesperanzada en mi vida.


Ni siquiera estoy segura de cómo terminé en un banco del parque,
viendo un parque lleno de niños extraños, llorando a moco tendido como si el
mundo fuera a terminarse.
La verdad era que mi mundo se terminó hace meses, desmoronándose
poco a poco en mil pedazos a mi alrededor, y acababa a recibir el último golpe,
el último trozo de información que absoluta, rotundamente, no podía manejar.
Había pasado un mes desde la última vez que hablé con Dante. Desde
que los dos nos habíamos destruido por teléfono, desde que había utilizado a
Nate para hacer que Dante sangrara, para hacerlo sufrir cruelmente y luego
rompí con él tan pronto como estaba hecho.
Cuatro meses desde que tomé antibióticos junto al método
anticonceptivo y luego olvidé por completo que uno anulaba al otro.
Apenas podía mantenerme. ¿Cómo demonios iba a ser responsable de otra
persona?
No sólo alguien más. Un niño.
Un niño sin padre. Un niño cuyo padre había dicho, tan claro como el
día, que no quería a su madre como para siquiera llamarlo.
Llevaba lentes, pero incluso con ese amortiguador entre mis ojos y el
mundo, sabía que no me quedaba ni una mínima onza de compostura.
Me encontraba perdida. No tenía idea de qué hacer conmigo.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
¿Qué iba a hacer?
No estoy segura de cuánto tiempo llevaba así, con mis brazos
sosteniéndome mientras me balanceaba de un lado a otro, sintiéndome
profundamente sola en el mundo. Se sentía como horas, cuando en realidad
pudieron haber sido sólo unos minutos.
Cuando noté el mundo exterior una vez más, me di cuenta que había una
mujer sentada a mi lado en el banco, a pocos centímetros de distancia, lo cual
no era precisamente inusual.
Lo inusual era que lloraba, como yo, sollozando como si su corazón se
estuviera rompiendo, sosteniendo sus manos como si estuviera rezando.
Pareció notarme al mismo tiempo que yo a ella. No llevaba lentes, por lo
que su dolor era aún más evidente que el mío. Se secó los ojos y me estudió. Mi
sufrimiento parecía haber calmado el suyo, como si ver a alguien necesitado le
272 diera un propósito.
Y así fue.
Fue el tipo de reunión que queda grabada en tu memoria, y mirando
hacia atrás me doy cuenta que era un indicativo de su naturaleza: Gina era una
mujer que siempre colocaba las necesidades de otros antes que las suyas.
41
“Cada acto de creación es primero un acto de destrucción.”
-Pablo Picasso

Traducido por Annie D


Corregido por GraceHope

Scarlett
273
La primera vez que traje a Dante a la casa de Gina y Eugene fue lo más
difícil.
Nos saludaron en la puerta, y Mercy se encontraba con ellos, lanzándose
a mí con abandono.
Acaricié su cabello y la deje abrazarme por la alegría de su corazón, mi
mirada cautelosa en Dante.
La mirada en sus ojos mientras la veía por primera vez rompió mi
corazón de nuevo. Sabía lo que sentía, y lo sentí con él, sabía precisamente lo
que veía mientras la miraba.
Mercy era una niña hermosa, como una muñeca, una adorable mezcla
entre sus padres biológicos. Tenía el cabello rubio de su padre, y los mismos
hermosos ojos oceánicos.
Y no existía duda de dónde provenía la textura de su ondulado cabello,
sus pómulos pronunciados, su obstinada mandíbula. De su madre.
Pero eso era todo lo que tenían en común.
Nadie llamaba a Mercy basura. Nadie lo haría. Nadie pensaría de ella de
esa forma; era lo puesto, de hecho.
Y sólo una vez alguien la apartó.
Uno nunca se sentía en paz al ser abandonado. Eso lo sabía. Pero
nosotros haríamos lo que pudiéramos para tomar responsabilidad de eso. Para
que nunca se sintiera como yo. Era amada profundamente, pero no sólo por los
padres que la criaron. Eso era un hecho.
Dante sabía qué esperar, o al menos tuvo una advertencia justa.
Pero saberlo y verlo son dos cosas diferentes.
Sin mencionar sentirlo.
Fue difícil, tal vez incluso fue más difícil que el decírselo.
No tomó ninguna de las cosas bien.
¿Quién lo haría? ¿Quién podría?
Tuvimos unos días malos después de que le dije, unos pocos miserables
momentos donde no tenía la seguridad de que llegaríamos a sobrepasarlo.
Por supuesto que resintió mi decisión. Resintió que la tomara sola, pero
incluso él sabía que eso era injusto como era natural.
La noche que le dije es una que nunca olvidaré. Ninguno de nosotros lo
haría. Fue tan terrible como temí. Tan doloroso como sabía que tenía que ser.
—¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Cómo pudiste hacer algo así solo por maldad? —
274 preguntó cuando le conté, su inmediata reacción instintiva.
Esperé algo como eso, pero aun así me sentí ofendida, aun así, fui de razonable a
desastrosa con esas dos oraciones.
—No fue por maldad —le dije, mi voz temblorosa con algo parecido al terror.
Esta conversación podría arruinarnos. Eso no lo olvidaba—. Fue por supervivencia.
Estabas comprometido con Tiffany cuando me enteré. ¿Qué se suponía que hiciera?
Algo terrible se escribió en sus rasgos familiares, en mayúsculas. Su boca se
retorció.
Vergüenza.
—Deberías haberme dicho —jadeó. Ni siquiera podía mirarme. Sus ojos fijos al
techo, pestañeando una y otra vez—. Deberías haberme dicho al menos. Jesús, ¿cómo
pudiste pasar por eso sola? —Me sacudía más fuerte con cada palabra que salía de su
boca—. ¿Cómo pudiste dar a nuestro hijo sin siquiera decirme? —Lloraba al final.
—No sabía cómo. Y pensé que me rechazarías. A nosotros. Tenía la seguridad
que nunca querías hablarme de nuevo.
—Sabes, sabes que si hubieras vendo a mí, sin importar qué, hubiera ayudado.
Sabes que, si hubieras venido a mí, embarazada con nuestro hijo, hubiera ayudado.
Dios, eso dolía. Y no podía negarlo. Incluso yo, la reina de la negación, no podía
sacudir las palabras.
Estuvimos en nuestro cuarto por la conversación, y después estuvimos ambos
acurrucados en esquinas opuestas, llorando a más no poder, y yo, por una vez, me
preguntaba cómo demonios saldríamos de esta.
De nosotros dos, Dante era por mucho el que perdonaba. Si no podía perdonar,
¿cómo yo podía empezar a tratar?
Pero de alguna forma encontramos una manera. Dante hizo el primer
movimiento, viniendo a mí, recogiéndome, y llevándome a la cama. Nos abrazamos
mientras lloramos hasta que nuestras lágrimas se secaron, luego tratamos de sanar.
Sería un largo viaje, pero si nos comprometíamos lo suficiente, sabía que podíamos
hacerlo.
Nos comprometimos lo suficiente.
—Necesitas conocerlos —dije eventualmente—. Cuando conozcas a sus padres,
entenderás. O al menos, ayudará. Estuvieron allí para todo. Para mí y para ella. Su
madre fue la primera en sostenerla, su padre el segundo. No es posible para ellos amarla
más.
Eso lo reconfortó, pero, aun así, nada podía haberlo preparado para el asombro de
conocer a nuestra hija por primera vez.

275 El segundo en que Mercy tuvo su ración en abrazarme, se acercó a Dante.


No parecía nada intimidada por el alto y solemne hombre que la miraba con
ojos que hacían juego con los suyos.
Levantó una mano en saludo como si no estuviera enfrente de ella. —
Hola. Soy Mercy.
Él se agachó y se esforzó mucho en sonreírle. —Soy Dante.
—¿Eres amigo de Scarlett?
—Sí. Su mejor amigo. Voy a ser su esposo. ¿Te gustaría venir a nuestra
boda?
Le sonrió. —¿Puedo vestirme como princesa?
Asintió, aun tratando de sonreír. Era contenida, pero obtuvo una A por
esfuerzo.
Tuve que apartar la mirada para cubrirme la boca para evitar sollozar en
voz alta.
—Puedes —dijo, cada palabra inestable—. Si está bien con tus padres,
nos gustaría que fueras la niña de las flores.
—Por supuesto —dijo Gina, sonando menos inestable también.
Mercy estaba emocionada, y completamente ajena a nuestra angustia.
También, fue una fanática inmediata de Dante. Siempre quiso ser una chica de
las flores, le dijo.
—¿Qué color debo usar? —le preguntó, acercándose.
—Cualquier color que quieras —dijo.
Juntó sus manos. —¿Puedo escoger más de un color?
—Por supuesto. Puedes escogerlos todos.
Y justo así, eran amigos. Ella quería sentarse junto a él en la cena. Quería
que él cortara sus albóndigas en pequeños pedazos, y luego su pasta.
Fueron amigos a primera vista. Fue difícil ver, pero necesario.
Nos quedamos mucho más de lo que normalmente hacía, y sabía sin
tener que preguntar que este sería el nuevo patrón.
Horas más tarde, Dante y yo nos hallábamos sentados en el columpio del
patio trasero, nuestras manos juntas, cada dedo entrelazado, caderas unidas
como si estuviéramos atados, viendo a Gina y Eugene cavar en una gran caja de
arena con Mercy.
—Es tan extraño que podamos simplemente visitarla así —dijo Dante,
sus ojos en la madre de nuestro hijo.

276 —Es una adopción abierta.


—Es lo que quisiste —comentó.
—No lo es —contradije—. Es lo que ella quiso. Pensó, y piensa, ya que es
una adopción, que cuando la pregunta aparezca, yo no debería ser un misterio.
Nosotros no deberíamos ser un misterio. Son fanáticos de la honestidad total. No
quieren mantener secretos de su hija.
—Parece más difícil de esta forma. La idea de ella y la realidad… son dos
cosas muy diferentes.
—Sí. Más difícil ciertamente. Como he dicho, no es lo que quería, pero no
confiaba en el momento, o incluso ahora, que lo que quería era lo que era mejor.
Me encontraba herida… estoy herida, y anhelaba la elección fácil, pero el hecho
es que no hay una. Así que intenté por la mejor elección, por ella, por su madre,
y en su madre yo confié que supiera que lo era.
Gina me enseñó lo que eran los ángeles, y que tal vez, solo tal vez, Nana
tenía razón sobre nuestras oraciones que, sin importar nuestros pecados, a
veces la vida envía la respuesta que necesitas.
No es la respuesta que deseas posiblemente, pero sí la que necesitas. La
cosa que importa más, sin atañer cuánto duela.
Epílogo
Traducido por florbarbero & Vane Farrow
Corregido por Miry GPE

Scarlett

Temía ir a visitar a mi abuela, pero no lo pospuse. Su tiempo era


limitado, y tenía tantos remordimientos y culpas en mi pasado que aprendí a no
agregar más.
Todo sucedió muy rápido. Los hombres Durant hicieron su movimiento,
277 sacudiendo la primera pieza de ajedrez, tras Adelaide, y el resto de los
movimientos llegaron rápidos y sincronizados.
Adelaide fue arrestada y acusada por el asesinato de Vivian Durant. No
se le concedió libertad bajo fianza. Era un mundo frío y cruel cuando de repente
la influencia Durant era utilizada en tu contra en lugar de a tu favor. Su juicio
sería largo y complicado, y no importaba cómo terminara, su reputación estaría
por los suelos para siempre.
Iba bien. Más clavos fueron clavados en el ataúd de Adelaide pocas horas
después de su arresto. Tres de sus secuaces fueron implicados y al instante se
volvieron contra ella. Comí cada pieza de esta noticia con entusiasmo absoluto.
Yum.
Casi al mismo tiempo, Glenda se entregó de forma preventiva,
confesando su discurso ensayado. Su fantástico abogado pagado por los Durant
la entrenó a través de cada palabra. Fue acusada y detenida.
Incluso su carísimo abogado se sorprendió cuando se le concedió libertad
bajo fianza.
Fue por un millón de dólares, pero era un pequeño cambio en el mundo
de los Durant.
Todo esto hizo posible que fuera a visitarla en su nuevo y suntuoso
apartamento.
Me recibió solemnemente en la puerta y no creo que ninguna de las dos
supiera qué hacer. Nunca nos abrazamos, por lo que no parecía correcto
hacerlo, pero se sentía como que deberíamos hacer algo.
Asentimos una a la otra y luego me mostró su nueva casa.
—El lugar más bonito que jamás haya existido —dijo. Se escuchaba
horrible. Vieja y enferma. Ella también lo notó—. Incluso me dieron una
enfermera que me ayuda todos los días. Nunca he sido tratada así antes. No sé
qué hacer conmigo misma, pero sobre todo termino viendo televisión.
Lo imaginaba. La televisión estaba encendida incluso mientras me daba
el recorrido, como si ni siquiera pensara en apagarlo. —Debes ver un programa
llamado Kink and Ink. Una genialidad —sugerí.
Me dijo, luciendo dudosa, que lo haría.
Nos hizo el té, algo que nunca la vi tomar, y nos sentamos en la pequeña
y linda mesa del comedor y nos quedamos mirando una a la otra.
—No sé qué decir —le dije—. Todavía no estoy segura de por qué haces
esto por mí.
Me miró, y mientras lo hacía, su mirada fue más lúcida de lo que había
278 visto. Tal vez era su estado terminal, pero parecía más humana, más normal de
lo que podía recordar.
—Te debo algunas explicaciones. No soy buena con las palabras, pero
voy a tratar de explicarme
Asentí, porque parecía esperarlo.
—He estado encerrada toda mi vida —dijo—. Ves. Vivía encerrada y era
torpe. A todas las chicas bonitas en la escuela siempre les gustaba burlarse de
mí. Yo era un blanco fácil. Y entonces, un día, cuando tenía quince años, el chico
más hermoso de la ciudad, llamado Verne Hawn, se dedicó a seducirme. Me
enamoré de él en un segundo, pero dos semanas después, oí la historia real. Lo
hizo por una apuesta. Ganó cincuenta dólares por dormir con la chica más fea
en la escuela, y me dejó con un corazón roto y un bebé.
»Toda mi vida la gente bonita me atormentó, y repentinamente, criaba a
una. Era una pequeña atractiva, también, siempre supo que era mejor que yo.
Entonces se escapó tan pronto pudo, y me dejó con su propio bebé bonito. Y lo
tomé contra ti. No era justo, y la única defensa que tengo es que las cosas
horribles que te dije, mi manera horrible de tratarte, era sólo mi manera
retorcida de tratar de guiarte, de evitar que fueras como yo.
No lo arregló. Ni siquiera lo mejoró. Pero ayudó. Al menos ahora tenía
una explicación. Al menos ahora sabía que la forma en que fui tratada no era
por mí y mi propia imperfección.
—Y en cuanto a ese policía. —No había terminado de hablar—. No lo
sabía. Sólo no lo sabía. Pero por lo menos debí estar para protegerte. Esta es mi
manera de hacerlo. Esto es porque no hice mi trabajo.
Y todavía no terminaba. Fue lo más extenso que jamás la oí hablar en
toda mi vida.
—He estado sobria desde hace un tiempo —continuó—. Eso ayuda. Pues
bien, en algunos días ayuda. Ya no soy tan mala como lo fui.
»Sé lo que soy. Sé lo que te hice. Soy una mujer desagradable, amargada.
Nadie entiende esto más que yo. Fui una madre terrible, y mi hija me odiaba
por ello. Eso hizo mi odio cruel, y lo giré contra ti. No era mi intención, pero eso
no es excusa. No quieres tener nada que ver conmigo, y no te culpo por eso.
Hago esto porque es lo correcto, y por una vez en mi vida, quiero hacer lo
correcto. Por favor, no trates de quitármelo, y por favor considera dejarme
compensar algunos de los daños que he causado.
No tenía ni idea de qué decir, pero las lágrimas espontáneas brotaron de
mis ojos, y nunca me sentí tan sorprendida como cuando vi lágrimas
acumularse en ella.
279 —No tengo derecho a pedir nada, ningún derecho en absoluto, pero sólo
quiero que sepas que si alguna vez quieres visitarme en estos pocos meses que
me quedan... significaría mucho para mí. No tiene que ser una visita larga. No
voy a hablarte cada vez como lo hice hace un momento. Sólo quiero mirar tu
bello rostro, escuchar tu voz y… conseguir la oportunidad de decirte que te
quiero unas cuantas veces más.
—Puedo hacer eso —le dije lentamente—. Me gustaría hacerlo. —Era
extraño, nosotras siendo amables, pero sin duda me encontraba a bordo—. Y
gracias por hacer esto.
—Para ser honesta, ya deseo que llegue el descanso. Estoy harta de
limpiar esta maldita casa rica.
Nos reímos duro. Traté de recordar si alguna vez hizo una broma antes y
no pude recordar ninguna. Aun así, fue un buen comienzo.
“Una palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida: Esa
palabra es amor."
-Sófocles

Dante

Scarlett me enderezó la corbata. —Eres tan decorativo. Dulce para el


brazo. Te escogería sobre cualquier tipo de bolso.
—Bueno, eso es tranquilizador —dije con ironía, me miró y sonrió.
Quería besarla, de pies a cabeza, empezando por su rosa boca
exuberante, pero sabía que no debía arruinar el maquillaje que acababa de
aplicarse con esmero.
Interpretó correctamente la mirada que le daba e hizo un poco de ruido
en la garganta.

280 No ayudó.
Dio un paso atrás, mordiéndose el labio.
Fue un esfuerzo, pero me contuve de ir tras ella.
Mi teléfono sonó con un mensaje de texto, y lo comprobé
subrepticiamente.
Sonreí.
Bueno. La noche iba a ser perfecta.
La sorpresa no fue difícil de orquestar. El propietario del casino que
albergaba el salón de Kink and Ink tatoo era una conexión antigua de la familia,
de generaciones atrás. Incluso me encontré con el famoso James Cavendish
varias veces, y nos llevamos bastante bien. Almorzamos cuando estábamos en
la misma ciudad, por regla general.
Le pasé la invitación a Frankie Abelli a través de James, y su respuesta
llegó con rapidez: un sí rotundo.
Ella era una gran admiradora de Stuart Whently y se encontraba muy
feliz de asistir a uno de sus estrenos de cine.
Y Scarlett, siendo la mayor admiradora de Frankie (recientemente me
hizo ver un maratón de todo el programa con ella) iba a enloquecer. No podía
esperar.
Se vistió con el máximo cuidado para esta noche. Lucía comestible.
Opulentamente hermosa. Completamente impecable y deslumbrante en
abundancia. Envuelta en pura lavanda Givenchy.
Este era su introducción al mundo y estaba a punto de deslumbrarlos.
Fue hecha para esto.
Se dejó el pelo suelto, y no podía mantener las manos fuera de él por
mucho tiempo. Ni mis labios lejos de su piel. Salvé su maquillaje, centrándome
en los hombros, cuello, escote. Había demasiada de su perfecta carne expuesta,
y no estaba seguro de cómo pasaría la noche sin caer preso de sus encantos.
—Basta —dijo, pero su tono me decía que quería lo contrario—. Eres un
seductor. Tenemos que salir en unos cinco minutos.
—Puedo trabajar con eso —le dije con sinceridad.
Echó la cabeza hacia atrás y rio.
Era increíble. Espectacular. Pasé por el infierno, ida y vuelta, más de una
vez sólo con la esperanza de verla de nuevo algún día. Valió la pena cada
segundo de sufrimiento para estar así ahora, para ver su sonrisa todos los días,
281 oír esa risa.
Lo haría de nuevo si tuviera que hacerlo. Cada cosa. Por esto.
—Ven aquí —dije con voz ronca.
Vino, con sospecha, pero me limité a abrazarla por unos momentos, con
los labios en su pelo.
El corazón en sus manos.
Mi alma se unió con la de ella. Perpetuamente.
Estábamos en la parte trasera de una limusina que el estudio envió,
dirigiéndonos a la premier cuando dije—: Tengo una sorpresa para ti.
Me lanzó una sonrisa descarada. —¿Es oral?
Eso generó una risa profunda en mí —¿Tener sexo oral es una opción?
—Sólo si tú lo haces. No tienes ningún tipo de maquillaje del cual
preocuparte.
Empecé a desplazarme hacia abajo en mi asiento, demasiado listo para
darle placer, pero me detuvo con una mano y rio.
—¡Estaba bromeando! Sabes que me siento demasiado nerviosa en este
momento.
—Estoy bastante seguro de que un orgasmo ayudará con eso.
—Eres incorregible.
—Sí —le dije, el tono conciso—. Además, soy muy bueno con mi lengua.
Cuando salí de la limusina, me encontraba sólo ligeramente despeinado
y ella mucho más relajada.
Caminaba por la alfombra roja de manera natural. Una reina tomando su
trono. Una diosa.
Nana hubiera estado tan orgullosa y ni un poco sorprendida. Tal como
yo.
Yo era, como dijo Scarlett, un dulce para el brazo. Un accesorio para la
noche. Estaba bien con eso. Era refrescante y libre de estrés en comparación con
mis funciones sociales habituales. No concreté ningún negocio, no tuve mucho
tiempo para hacer algo aparte de estar cerca del amor de mi vida y sonreír para
la cámara.
A ella real y sinceramente no le agradaba su co-estrella, y se aseguró de
que me encontrara junto a él en varias fotos para ilustrar lo más alto que era yo.
Entré en el juego. Cualquier enemigo de Scarlett se hallaba en mi lista de
mierda, como siempre.
—¿Hemos oído que estás comprometida? ¿Cuándo vas a casarte? —
282 preguntaron a menudo, o cosas similares.
—Tan pronto como pueda arrastrarla a un juzgado —yo respondía, o—:
¿Hasta qué hora está abierto Las Vegas?
Esas respuestas siempre fueron recibidas con risas, pero la verdad era,
que en realidad no bromeaba.
—Tu sorpresa está aquí —murmuré en su oído cuando vi acercarse a
Frankie Abelli.
Los ojos de Scarlett brillaron maliciosamente hacia mí. —Creí que tu oral
asesino en la limusina fue mi sorpresa.
—Por muy tentador y preciso que sea eso, mi oral es asesino —dijo
Frankie justo detrás de ella—. Ya estoy tomada por esta pequeña brasileña
picante en mi brazo.
Scarlett se dio la vuelta, el reconocimiento iluminando su cara, y gritó de
alegría.
Mereció la pena.
Las mujeres, las tres, se cayeron bien. ¿Cómo podrían no hacerlo,
después de esa introducción?
Soy parcial, por supuesto, pero la película era brillante. Scarlett se robó
todas las escenas.
Hubo unas pocas que me costó ver. Un poco más piel de lo que me
hubiera gustado compartir con el mundo, muchas más caricias de las que
quería ser testigo, pero soporté en silencio y de buen grado. Era mi problema,
no el suyo. Este era su arte, su oficio, y estaría condenado antes de ser un idiota
cómo para expresarlo.
Siempre fue de las personas que llevaban la auto-crítica a nuevos
extremos, pero incluso ella admitió que estaba contenta con su actuación y con
la película en su conjunto.
Cuando las luces se encendieron, ella veía mi cara, con una sonrisa.
Había algo en el trasfondo de su sonrisa siempre, pero justo en ese
momento, parecía tan feliz.
Como yo.
—Scarlett Theroux —le dije con una reverencia tranquila—. Te amaré
hasta el fin de mis días. No hay muchas garantías en la vida, pero esa es una de
ellas.
—Lo sé, amante. No lo dudo ni por un segundo. Te has ganado eso.

283
"Dicen que los matrimonios se hacen en el cielo. Pero también el
trueno y el relámpago."
-Clint Eastwood

Scarlett

Durante meses me debatí entre querer una boda enorme y decir al diablo
con eso y sólo fugarme.
Pero Dante prometió a Mercy que podría ser la niña de las flores, y
realmente, de verdad me gustaba vestirme bien, así que me conformé con una
pequeña pero lujosa.
Y lo más importante de todo. Rápida.
Tomamos un pequeño séquito a una extravagante propiedad Durant en
el sur de Italia e hicimos una gran fiesta.

284 Usé un vestido Givenchy de encaje color champaña que hizo a cualquier
otro vestido en la habitación tener un pequeño pero intenso orgasmo cuando
pasé cerca.
Y Louboutins color rojo, por supuesto. Debido al porno.
Leona fue mi dama de honor, Demi una madrina.
Ambas estuvieron aún más sorprendidas que yo cuando se enteraron de
Farrah. Sorprendidas y disgustadas.
Las chicas ni siquiera tuvieron que echarla. Desapareció una noche en
medio de los efectos secundarios de Adelaide. Ninguna de nosotras supo de
ella. ¡Qué bueno!
Gina fue mi tercera y última dama de honor. Cuando le pedí que lo
fuera, lloró como si le hubiera concedido un deseo. Todavía me pregunto todo
el tiempo qué hice para merecer esas personas dulces e increíbles en mi vida.
Bastian fue el padrino, pero su prometida no fue invitada. Simplemente
no. Nunca. Todavía esperaba a que muriera en un incendio.
Vivo con la esperanza.
Los padrinos se completaron con Eugene y Anton. Me hallaba más
sorprendida que nadie cuando le presenté a Dante a Anton y los dos hombres,
en realidad, se volvieron amigos.
No había muchos asistentes más en la fiesta de boda, y eso era perfecto
para mí. Era un día hermoso, feliz, lleno de risas, amigos y amor.
Los dos teníamos lágrimas en los ojos cuando miramos a nuestra
preciosa niña de las flores decorar el pequeño camino al altar para nosotros.
Pero eran lágrimas de felicidad. Progreso.
—El matrimonio es la más valiosa y preciada amistad de sus vidas —
comenzó el oficiante.
No mentiré, apenas escuchamos el resto, pero al menos era un comienzo
fuerte.
Dante y yo estábamos teniendo un momento, mirándonos el uno al otro,
dando las gracias a los poderes divinos que, a pesar de todo, a pesar de
nosotros mismos, de alguna manera terminamos aquí. Juntos. Unidos.
Completos de nuevo.
—Dante Durant, amor de mi vida —dije al final, todavía ahogada en sus
ojos profundos como el océano, mi rímel un lío por mi cara—. No hay muchas
garantías en la vida, pero te prometo esto: nunca perderé mi fe en ti de nuevo.
Vi, por la forma en que su cara cayó y se iluminó, la forma en que sus
ojos se derritieron hacia mí, que dije lo correcto, lo que necesitaba oír. Lo que
tenía que decir.
285 Me tomó tiempo hacer las paces con las decisiones que hizo Dante,
incluso después de que llegué a entenderlas. No tuvo muchas opciones y su
prioridad, como siempre, fue protegerme.
Me tomó más tiempo llegar a un acuerdo con las consecuencias que
causé como resultado.
Algunas heridas no las podría curar el tiempo, eso siempre lo sabría.
Pero lo que aprendí, incluso mientras aprendía lo que significaba
perdonar, fue que algunas heridas sí sanarían.
Fue una revelación para mí.
Yo lo perdoné a él y él a mí.
Pero tal vez lo más importante de todo, aprendí a perdonarme.

Fin
Sobre la Autora
R.K. Lilley ha sido escritora desde que tiene memoria, pero ha mantenido
algunos trabajos interesantes para pagar las cuentas. Durante varios años fue
una azafata de primera clase, y siempre juró que sólo tenía que escribir un libro
al respecto.
Mezclando su amor por el romance y todo lo relacionado con BDSM, la
Trilogía Up In the Air es su debut en el mundo del romance contemporáneo y la
erótica.
Puedes contactar con R.K. en Authorrklilley@gmail.com

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