Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
2
Nota
Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad.
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que suben
sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias historias. Al
subir libros de un autor, se toma como plagio.
Ciertas autoras han descubierto que traducimos sus libros porque están
subidos a Wattpad, pidiendo en sus páginas de Facebook y grupos de fans las
direcciones de los blogs de descarga, grupos y foros.
¡No subas nuestras traducciones a Wattpad! Es un gran problema que
enfrentan y luchan todos los foros de traducciones. Más libros saldrán si se deja
de invertir tiempo en este problema.
También, por favor, NO subas CAPTURAS de los PDFs a las redes
sociales y etiquetes a las autoras, no vayas a sus páginas a pedir la traducción
3 de un libro cuando ninguna editorial lo ha hecho, no vayas a sus grupos y
comentes que leíste sus libros ni subas las capturas de las portadas de la
traducción, porque estas tienen el logo del foro.
No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin Wattpad, sin
foros de traducción y sin sitios de descargas!
Staff
Ann Farrow
Dante
6 Nuestro amor estuvo maldito desde el inicio. Ella no lo sabía, pero yo sí.
Todo lo que sabía es que le mentí, la traicioné. Hice cosas imperdonables.
Cosas inolvidables. Sí, rompí promesas tan seguramente como rompí su
corazón. Pero al igual que toda guerra tiene pérdidas, y cada mentira tiene
consecuencias, cada bastardo tiene sus razones.
Love is War, #2
Este libro va dedicado a todos esos hombres allá afuera que no temen amar a una
mujer difícil y complicada. A esos hombres que no le temen a la fortaleza. Que no se
alejan por lo roto. A los que no les intimide la resiliencia. A los que no ven todo eso
como una carga. Esas son las cosas que hacen a un verdadero hombre.
También, a las mujeres que les gusta más de una onza de descaro en su café de la
mañana.
Diablos. Sí, bueno, sé lo que hice aquí.
Y bien, esto se ha convertido en otra dedicatoria al señor Lilley.
Pero, bueno, él es bastante extraordinario.
Querido esposo, tú querías algo más que una esposa; buscabas una igual para
compartir tu vida, y eso fue lo que obtuviste.
Te amo.
7
1
“El corazón fue hecho para ser roto.”
-Oscar Wilde
Scarlett
8
Anton se hallaba en nuestra casa, tratando de animarme de nuevo. Trajo
consigo una botella de Patrón de tamaño Costco.
Fue un buen esfuerzo.
A cambio del tequila, le hacía brownies de siete capas. Las dos cosas no
combinaban bien juntas, pero no me importaba. Sólo participaba del primero.
La sobrina de Demi, Olivia, también se quedó para una fiesta de pijamas.
Esto sucedía cuando estábamos en casa por un buen rato. Demi era una tía
devota y tenía una facilidad natural con los niños.
Yo era lo opuesto. Me ponían incómoda. No había sido buena con los
niños cuando fui una yo misma. Al crecer apenas mejoraron las cosas.
Olivia era una niña preciosa, con el color de Demi, de cabello negro y
ojos azules. Se encontraba muy bien arreglada. Alguien, probablemente cada
persona en su vida, se encargó bien de ella.
Me pregunté brevemente como debe ser para un niño.
Las chicas planeaban llevar a la pequeña Olivia al zoológico. Me
invitaron, por supuesto, e incluso a Anton, pero no me sentía de humor para
estar cerca de los niños, y mucho menos pasar un día con uno.
Además, tenía algo muy importante, planes bien pensados, quedarme en
casa y trabajar en mi día de beber.
Hacía un trabajo muy bueno hasta ahora. Mediodía apenas se había ido y
venido y Anton y yo ya habíamos progresado tomando chupitos.
Me hallaba en la cocina, frente a Anton al otro lado de la isla.
—Por el tequila —brindamos e hicimos otro.
Terminé esa ronda primero, coloqué mi vaso sobre la mesa triunfalmente
frente a él mientras él todavía terminaba el suyo.
Fue entonces cuando Olivia se acercó, al parecer aburrida de los dibujos
animados que había estado observando mientras esperaba a que todos los
demás se alistaran.
Se apoyó en el mostrador a mirarme. Era una niña curiosa, precoz. Cada
uno dentro de su esfera la adoraba y parecía saberlo bien. Suponía que nadie la
había abofeteado por hacer la pregunta equivocada, así que preguntaba
cualquier cosa que se le venía a la cabeza.
—Hola, tía Scar. —Me sonrió. Llamaba a todos los compañeros de
habitación «tía». No sabía de dónde sacó la idea. De Demi, supuse.
—Hola, Olivia —respondí solemnemente.
Como dije, soy mala con los niños.
9
—Hola, señor Anton —le dijo a Anton.
Él parpadeó, rascándose sin descanso la barba de la mandíbula y
luciendo tan incómodo como me sentía. Bueno. Esta era una de las muchas
razones por las que me gustaba tenerlo alrededor. Éramos tan parecidos que
tenía una tendencia a hacer que me sintiera menos sola.
Y en un momento como este, sobre todo, necesitaba sentirme menos sola.
No me sentía muy bien.
Esto lo sabía.
No dormía. No me vestía a menos que tuviera que trabajar.
Holgazaneaba alrededor de mi casa en mis diversas camisetas de gato (la
joya de hoy era una imagen de gato gruñón y decía #humoractual) bebiendo
demasiado, pensando demasiado. Odiándome demasiado.
Lo que Dante hizo, cómo jodió con mi cabeza, una vez más...
No diré que dolía más que la primera vez, o incluso que era más
impactante. Una vez que has sido destrozada, cada pausa después, incluso
cuando dolían como el infierno, nunca podían superar el daño profundo de la
primera vez.
Diría que no me recuperé de forma inmediata.
Era esa sensación de nuevo, una vieja y familiar. Siempre había estado
allí, pero fue enterrada durante un tiempo.
¿Tú sabes ese momento en que te despiertas con frío, sabiendo que te has
quitado las sábanas y te das cuenta de que alguien te arropó tiernamente con
ellas hasta los hombros?
Era lo opuesto a eso, era saber que nunca lo tendrías de nuevo, que nadie
nunca se preocuparía por ti lo suficiente para tratar de mantenerte cálida.
Últimamente, la sensación era más fuerte que nunca. Consumidora.
Debilitante.
—Sólo Anton. —Anton finalmente corrigió a la sobrina de Demi,
sacándome de mis reflexiones y de vuelta al presente.
El día borracho de Anton comenzaba a mostrarse en forma de reacciones
tardías.
—Mi mamá y tía Demi me dijeron que es grosero dirigirse a un adulto
con sólo su nombre de pila.
Anton y yo intercambiamos una mirada. Cuán extraño debe ser el ser un
niño con tantos adultos alrededor que se preocupaban por cada pequeño matiz
de su vida.
10 —¿Qué tal tío Anton? —intentó—. Eso cuenta.
Él había estado tomando un trago de agua cuando dijo eso, y empezó a
ahogarse con sus palabras.
Me hizo sonreír, probablemente la primera vez que lo había hecho en
días.
Finalmente, se las arregló para decir un chirriante—: Señor Anton está
muy bien.
La niña asintió y le otorgó una encantadora sonrisa. —¿Qué es eso? —me
preguntó, señalando la botella gigante de Patrón.
—Cosas de adultos —le dije, suponiendo que lo solucionaría.
—¿Puedo probar un poco?
Le hice una mueca que la hizo reír.
—¿Eres una adulta?
—Sí —dijo rápidamente.
—Los adultos tienen por lo menos veintiún años de edad. ¿Tienes
veintiuno? —pregunté enfáticamente.
—Sip —bromeó de nuevo, la pequeña mentirosa descarada.
—Aja —dije.
Señaló con la cabeza el horno. —¿Puedo probar algunos cuando estén
acabados?
Me encogí de hombros. —Supongo.
—Tía Farrah dijo que no te gustan los niños. ¿Por qué no te gustan los
niños?
—Debido a que hacen demasiadas preguntas.
—¿Cómo esa?
—Exactamente.
—¿Por qué más no te gustan los niños?
—Debido a que son egoístas y malos. —Simplemente como que se
deslizó.
Sus ojos se abrieron, se aguaron un poco, y vi que llevé la broma
demasiado lejos.
—¿Crees que soy egoísta y mala? —preguntó con voz trémula, como si la
idea pudiera hacerla llorar.
Maldita sea. —No. —En realidad lo decía en serio—. Tú no. Sólo puedo
recordar... Otros niños... que lo eran —terminé sin convicción.
11
—Si no te gustan los niños, ¿cómo es que me horneas algo rico cada vez
que vengo?
Reflexioné en eso último. Lo hacía. Literalmente, horneaba cada vez que
ella venía, sin excepciones. ¿Qué demonios pasaba con eso?
—Es una coincidencia —le dije—. Horneo todo el tiempo. —Eso era una
mentira, pero tenía ocho años.
¿Si no podías mentir a un niño de ocho años, a quién podías mentir?
Me sonrió. —Te gusto. Lo sabía.
Curvé mi labio y se rió. —Tienes razón —dije.
—Me gustas —ofreció—. Eres muy bonita, y hueles muy bien.
Maldita sea. Maldita Demi y su incorregible, sobrina agradable. —
También eres muy bonita —dije a regañadientes.
Actuó como si hubiera hecho su día con eso, haciendo un baile feliz
entusiasta que involucraba una gran cantidad de giros y agitar la mano.
¿Trataba de ganarme más, o realmente era así de jodidamente adorable?
No sabía, pero a pesar de mí misma, me encantaba.
Aun así, nunca la dejaría acercarse, nunca me permitía unirme a un niño
de esa manera. Incluso la idea de eso giraba mi mente a lugares oscuros e
insondables que sabía bien debía evitar.
Por suerte, todos se fueron para un día en el zoológico pronto después de
eso, y no sufrí mucho más del encanto infeccioso de Olivia.
Y maldita sea, casi me convenció a ir con ellos. Si hubiera estado dos
chupitos más sobria o tres más borracha, me habría convencido.
Casi tan malo, les alisté un pequeño paquete lindo lleno de brownies
como si fuera Betty jodida Crocker.
Por supuesto Anton me dio mierda por ello. No lo podía culpar.
Callé su broma con otro chupito. Era un punto doloroso, pero con toda
justicia, últimamente cada maldito punto sobre mí era doloroso.
Fue un rato después que mi teléfono sonó. Ya funcionaba, sin arrastrar
las palabras; mi día de bebidas fuertes. Anton daba una buena pelea, los únicos
signos de cuán jodido estaba era la sobre enunciación, y su tiempo de respuesta
se desaceleraba desde muy rápido a ligeramente por debajo del promedio.
Miré el teléfono iluminando mi rostro y sonreí con malicia.
Me hallaba sedienta de sangre, tanto es así, que Anton, incluso el Anton
más lento, entendió rápido.
12 —Es él, ¿verdad?
Me mordí el labio y asentí.
Se refería a Dante. Por supuesto. Desde el funeral y el desastre que
siguió, llamaba a menudo, y a veces respondía. Era un cara o cruz conmigo ya
sea que lo reprendía o simplemente le colgaba.
A veces llamaba para discutir lo que Nana me dejó en su testamento,
pero no tomaría nada de eso. —Te lo dije; regálalo a sus obras de caridad. No
quiero nada. No tomaré nada. —Nunca lo dejaba terminar la frase cuando traía
este tema. Me llamaron un caso de caridad Durant toda mi vida, pero sería
condenada antes de que me volviera uno.
A veces simplemente me preguntaba cómo estaba. Como si sólo quisiera
hablar, para ver cómo se encontraba. Como si tuviera ese derecho. El Bastardo.
Esas llamadas terminaban casi tan rápido como el primer tipo.
La peor vergüenza de todo esto eran los cinco minutos enojados que
pasaba después.
No estaba segura de sí era un consuelo o una maldición, pero tenía la
certeza de que el bastardo hacía exactamente lo mismo.
A veces ni siquiera hablaba. A veces se limitaba a escuchar en el otro
extremo. Esta llamada inició como una de esas.
—Si no es mi respiración agitada de nuevo —dije ligeramente en el
teléfono—. ¿Hay alguna palabra en particular que estés buscando, para venirte
más rápido?
Era una broma, a su costa, pero pareció tomarlo en serio.
—Di Dante —me dijo con voz ronca.
—Dante —le dije animosamente. Culpen al tequila—. Eres la pesadilla de
mi existencia. Deja de llamarme.
No había nada más que su respiración alterada en el otro extremo.
—Incluso eso lo hizo para ti, ¿eh? —Tomé la pulla sobre él con deleite—.
Tú, sucio pervertido.
—Estás de humor —señaló finalmente. Sonaba brusco. Brusco como
terrible. No era la única ahogando mis penas con una botella.
Pero tenía razón. Estaba de humor. Y no era un buen presagio para él. —
¿Por qué haces esto? —le pregunté, manteniendo mi tono tranquilo. Suave,
incluso.
Hubo una larga pausa en el otro extremo, pero me sorprendió al
responder finalmente—: Sigues contestando. Si hay una posibilidad de que
13 contestes, nunca dejaré de llamar.
Tenía razón. Había dejado de tomar sus llamadas años antes de nuestro
último encuentro desastroso. ¿Por qué no podía parecer hacer eso ahora?
Mi medidor autodestructivo funcionaba a pleno, y no había encontrado
la manera de bajarla desde el funeral.
Tal vez un poco de venganza ayudaría.
Una cosa era segura. No podría lastimar.
Realmente no necesitaba hacerlo, conspiramos varias veces antes, pero
sólo para estar segura, articulé hacia Anton—: ¿Estás listo?
Anton sonrió y me dio un pulgar hacia arriba.
Extendí mi mano hacia él para hacerle saber que debía esperar.
—Bueno, está bien —respondí a Dante finalmente, endureciendo la voz,
pasando de claro a oscuro—. Dejaré de contestar, para que dejes de llamar. Esto
no tiene sentido. Deja de perder el tiempo. He seguido el infierno adelante.
Mis fosas nasales se ensancharon mientras señalaba a Anton.
—Vuelve a la cama, nena. —La voz de actor perfecta retumbó con fuerza
en el teléfono, en el momento justo. Dios, era bueno. Parecía soñoliento,
caliente, acabado de follar, y listo para follar de nuevo. El hombre se merecía un
Oscar por esa pequeña frase.
En el otro extremo Dante hizo un ruido, algo indescifrable, pero sin lugar
a dudas, desagradable, insoportable, que se hallaba lleno de dolor.
Agonía. Tortura.
Creo que sostuve el teléfono a la oreja, mirando a la nada durante al
menos cinco minutos después de que colgó. No estaba segura de lo que sentía.
Lo cual era el problema. Ese pequeño truco había sido diseñado para
atormentarlo, pero, sobre todo, para mejorar mí estado de ánimo.
¿Por qué logró todo lo contrario? ¿Por qué herirlo siempre me lastimaba?
—Sabes, podríamos hacerlo —dijo Anton algún tiempo después.
Me quedé mirándolo. —¿Qué? ¿Dormir juntos?
Se encogió de hombros. —¿Por qué no? ¿Cuál sería el daño? Somos tan
parecidos, que en realidad podría volverse algo, y si lo hiciera, podría ser algo
bueno. Y si no, sin daño, no hay falta. Nos quedaríamos como amigos y
olvidaríamos esto, fin de la historia.
Reflexioné en eso un poco más, pero me conocía demasiado bien como
para caer en esa trampa. Decidí dejarlo tener la verdad plena y brutal de esto, el
defecto fatal en su plan inofensivo. —Así es como se desarrollaría: el sexo
14 podría ser bueno para mí, sería grande para ti, pero la única manera que sea
genial para mí es si te estoy imaginando como otra persona... Alguien que odio.
Y luego, por la mañana, estarías irremediablemente enamorado de mí, y se
pondría raro, porque jodidamente odio cuando los chicos se enamoran de mí, y
entonces ya no podría disfrutar de salir contigo. ¿Qué triste sería eso para los
dos?
—¿Es realmente tan bueno?
—Es el mejor que he tenido. Y lo peor que me ha pasado.
El verdadero amor es una perra.
—Y es realmente... ¿sin esperanza? ¿Ni siquiera puedes venirte sin él en
el camino?
Era muy consciente de lo patético, cuán épicamente jodido era, y el oírlo
en voz alta no ayudó.
—Es difícil de explicar —le advertí—. Pero, básicamente, sí. Ni siquiera
puedo comer una puta manzana por él.
—¿Qué? —preguntó en tono desconcertado, lo cual era comprensible.
—Incluso arruinó las manzanas para mí —le expliqué.
—¿Qué? —repitió.
—Tengo un recuerdo, uno muy claro, de comer una manzana, crecimos
rodeados de huertos, y así conseguimos las mejores manzanas. Y sólo tengo un
recuerdo de comer una fresca del árbol, compartiéndola con él en realidad, y
pensando que era lo mejor que había probado.
—Esta bieeeeen... ¿Y? —impulsó.
—Fue un... día especial, y cada vez que comía una manzana después de
eso todo llegaba fresco a mi mente. Así que cuando terminó entre nosotros,
horrible, nunca pude... —No existía nada tan desmoralizador como recordar tus
mejores recuerdos y sentirte completamente amargada.
—¿Qué? Cuenta. —Su voz era sucinta. Nos sirvió otro trago.
—Eran mi fruta favorita —me lamenté—. El amor es una mierda.
—Y ahora tu fruta favorita es el limón que sigue nuestro próximo tequila.
En cuanto a palabras de ánimo, no eran las peores que había tenido, por
lo que brindé—: Hasta el fondo.
15
2
“Ella brillaba demasiado para este mundo”
-Emily Brontë
Dante
16
Siempre tuve una debilidad por ella. Desde que tenía memoria, sus ojos
brillantes y rostro obstinado eran preciosos para mí.
Incluso antes de que ella decidiera que éramos amigos, antes del
catastrófico momento en el que nos relacionamos afuera de la oficina de la
subdirectora cuando se dio cuenta por primera vez que yo estaba de su lado, la
admiraba.
Admiraba que nunca hubiera retrocedido. Admiraba que, a pesar de la
forma que casi todos la trataban por aquí, nunca se rindió, ni una pizca, y
mucho menos se acercó a desmoronarse.
Su fuerza me daba vida, me hacía ver el mundo de una forma diferente.
Para mí era tan fácil. Mi madre era horrible, mi padre deprimente, pero
mi vida era privilegiada y podía escaparme cada vez que quisiera, lo que era
con frecuencia, e ir a visitar a mi abuela, quien vivía a una corta caminata de
distancia y recompensaba por los dos pedazos de mierda que tenía como
padres y un poco más.
Tenía un problema de ira y una mala actitud. Eso lo sabía. Pero fue
Scarlett quien me inspiró a darle a esas cosas un propósito.
La primera vez que traté de ayudar, ni siquiera me notó.
Estábamos en la cafetería de la escuela. Me encontraba en la fila para el
almuerzo, la miraba de reojo.
Se hallaba sola. Siempre era así. Tenía menos interés en hablar con otros
niños que cualquier niño que alguna vez hubiera visto además de mí mismo.
Una vez, incluso me senté delante de ella para comer, y apenas me dijo dos
palabras.
Su espeso cabello marrón era un desastre encantador. Tenía el rostro
perfecto de una muñeca, pero siempre lo tenía marcado en un fuerte ceño
fruncido, y una mirada incoherente e impresionante que no podía dejar de
mirar. Y la miraba mucho. Disfrutaba mirarla. No era como nadie más, no
reaccionaba a las cosas de la misma manera. Me deleitaba esperando lo
inesperado de ella.
Lo que hacía que otras niñas lloraran la hacía arrojar puñetazos. Lo que
hacía que los chicos se quejaran la hacía ladrar como un tigre furioso.
Cada centímetro de su pequeña silueta decía: esta chica es fuerte y no
planea lidiar con tu mierda. No te metas con ella.
Entonces, ¿por qué todos siempre se metían con ella?
Les encantaba burlarse por lo del bote de basura, y pensaba que eso era
17 lo más jodido del mundo. Me ponía de los nervios. Era una cosa horrible para
burlarse de alguien.
Ninguna parte de mí lo entendía, pero entonces, nunca me sentí como
alguien que encajaba tampoco.
Hoy servían emparedados de queso y sopa de tomate para el almuerzo,
una de mis favoritas, y esperaba en la fila sólo para observarla y no
particularmente prestando atención a algo más.
Aunque no pude evitar escuchar a los chicos delante de mí. Eran dos y
siempre andaban riéndose. Era la clase de risa donde sabías que en el fondo
escondían algo malo. Algo mal intencionado, así que me concentré en ellos,
escuchándolos mientras se descubrían en ser las pequeñas mierdas para las que
no tenía paciencia.
—Lo juro por Dios, Jason —le dijo uno a otro—. Tengo cinco doloras en
mi mochila y si lo haces, son todos tuyos.
Jason se rió con más fuerza. —Me meteré en problemas.
—¡Son cinco dólares! Sólo di que tropezaste y se te cayó. Demonios, tal
vez la sopa de tomate en su cabeza la haga oler mejor.
Ambos soltaron carcajadas estruendosas. Pensé que sonaban como sucias
hienas.
Me sentí enfermo. Ni siquiera tuve que escuchar más, sabía lo que
planeaban hacer y a quien, pero escuché más, escuché y recogí mi comida, y
entonces, en silencio, los seguí.
Dejé mi bandeja en la primera mesa que pasé.
El amigo de Jason que se reía se sentó en la siguiente mesa y le hizo una
seña.
Con una sonrisa malévola, Jason se acercó a Scarlett desde atrás, todavía
sosteniendo su bandeja.
Con pasos apresurados y furiosos lo alcancé, agarré su bandeja, me metí
en su camino y envié mi codo duro contra su mentón, todo la vez.
Se desplomó con un sollozo gratificante.
Con mucha calma, tomé la sopa de tomate y la derramé justo en su rostro
consternado.
—¿Es divertido ahora, pequeña mierda? —Le escupí justo antes de que un
profesor comenzara a detenerme.
Miré a Scarlett mientras caminaba.
Se había girado por el revuelo, se veía aburrida con solo un toque de
interés en sus grandes ojos oscuros mientras me miraba, pero no tenía idea de
que acababa de salvarla de una cabeza llena de sopa.
18
Aun así, eso no me desalentó demasiado.
Sus problemas me carcomían. Me tendía en la cama, con las manos
hechas puños, y me inquietaba por todo.
Era un chico solitario y serio, más sensible de lo que alguna vez
admitiría, y no podía soportar lo que le ocurría. Los abusos ocasionales. La
arbitrariedad constante. La injusticia interminable de todo.
Cada vez que algo realmente me molestaba, hablaba con mi abuela.
—No es justo —le dije a mi glamorosa y adorable abuela—. Está mal, la
forma en la que la tratan. Los niños son monstruos, y a los profesores no les
interesa hasta que se ha puesto tan mal que Scarlett se mete en problemas. Pasa
todos los días, abuela. Cada día tiene que enfrentarse con esas pequeñas mierdas
que la molestan.
Se encontraba estudiando mi rostro de una forma que me agradaba, la
forma en que siempre me estudiaba cuando le recordaba al abuelo. Ni siquiera
me reprimió por la mala palabra, así era la intensidad con la que me escuchaba.
—Tienes que ayudarla, abuela. Ya es bastante mala la forma en que le
hablan, pero no tiene a nadie en casa que se encargue de ella. Necesita ropa.
Jabón. Alguien que lave su cabello y cepille sus dientes, o sabes, alguien que le
enseñe a hacerlo.
Llevó una mano a mi cabello, y el amor más puro se derramaba de sus
ojos. —Sí, sí, por supuesto, Dante, mi dulce, dulce niño. Nos encargaremos de
todo eso.
—Son horribles en la escuela. No le dan un respiro. Tal vez si le hablas
de… darse un baño o algo, será más fácil para ella.
—Lo haré. Absolutamente lo haré, mi niño. Me da vergüenza que
siquiera tengas que decírmelo, pero déjamelo a mí, ¿de acuerdo?
Asentí. Tenía fe absoluta en que la abuela haría cualquiera cosa que
prometiera, así que ya no me preocupaba esa parte.
—Gracias —le dije—. Pero… ¿Qué debería hacer? ¿Cómo crees que yo
puedo ayudarla?
—¿Qué tal sólo ser su amigo? Los amigos pueden hace la vida mucho
mejor.
Me sonrojé y bajé la miraba, avergonzado de decirle que la chica por la
que me sentía tan preocupado apenas me diría dos palabras. —Lo intentaré —
murmuré.
—¿Y, Dante?
19 —¿Sí?
—Eres fuerte. Y valiente. Tengo fe en ti. Sé que encontrarás una forma de
ayudarla. Si vez que necesita que la defiendan, defiéndela. Haz lo que crees que
está bien y no te arrepentirás.
Un par de semanas después, le di un puñetazo a un chico que escuché
burlándose de ella, y me dio su primera sonrisa, una sonrisa de complicidad
que me dejó saber que tenía una fe renovada en mí.
Amé esa sonrisa.
Desde ese día en adelante mi trabajo fue protegerla.
A sus sentimientos.
A su cuerpo.
A su libertad.
Sé por mis primeros recuerdos que tenía una relación complicada con mi
madre.
Me enseñó a anudar una corbata, jugar al ajedrez y a nunca, nunca, darle
la espalda.
Mantuve a Scarlett lejos de mi madre tanto como pude por tanto tiempo
como pude. Escondí a quien más quería de quien más temía.
Protegí a Scarlett de ella. La protegí tanto como pude. Tenía suficiente
que afrontar en su vida sin que mi terrorífica madre se añadiera.
La mantuve oculta lo mejor que pude, pero por supuesto, no podía durar
para siempre.
Scarlett y yo éramos inseparables. Era inevitable coincidir.
Era la cosa más extraña, si alguna vez atrapabas a mi madre con la
guardia abajo era como sorprender a un cadáver. No tenía ni una onza de vida.
Era inanimada, con la mirada fija en la nada, y si la sorprendías, su rostro se
encendía como una alarma que empezaba a sonar.
Como pisar una serpiente, te hería antes de que entendieras
completamente lo que hiciste.
La atrapé así una vez y aprendí a evitarlo.
Aun pienso en ello. Me asustó jodidamente. ¿Qué hacía cuando se
hallaba metida tan profundamente en su propia mente que parecía salirse de su
cuerpo?
Yo era joven cuando lo medité; muy joven, y cuanto más crecía, más
evidente era la respuesta.
20 Conspiraba. Siempre conspiraba.
La caída de un enemigo, la humillación de un amigo, la vergüenza de un
rival.
La miseria de un esposo.
La ruina de un hijo.
Nunca vivió en el presente. Sólo vivía para su última trampa.
Siempre tenía una telaraña que tejer. Todos en su ámbito jugaban algún
papel en el tejido, lo supieran o no.
Había algo valioso acerca de ser su único hijo; aprendí a lidiar con ella.
O eso creía.
Cuando era joven y estúpido, pensaba que sacaba lo mejor de ella,
pensaba que tenía las claves para mantenerla controlada en un futuro
previsible.
Me dejó creer eso, más tarde lo comprendí. Jugaba un juego más largo de
lo que podría haber anticipado.
La clave con mi madre era el control. Si lo destrozabas, era todo lo que
necesitaba de alguien para tener el poder sobre ellos.
Pero eso no funcionaba hasta que tuvieras una debilidad de la que
aprovecharse.
La respuesta al control sobre mí siempre estuvo allí, desde el momento
en que Scarlett se convirtió en mi primer y mejor amiga, pero era demasiado
ingenuo para verlo.
Pensé que tenía todo resuelto. Pensé que yo tenía control. Pensé que era
el que tenía algo sobre ella.
Descubrí la cosa que mi madre encontraba más importante sin siquiera
intentarlo.
Para ella, la mujer que no tenía vida cuando se hallaba sola, todo eran las
apariencias. Su vida entera era una mentira, un juego, eso es todo lo que quería
que fuera. Se preocupaba más por lo que el mundo pensaba que hizo una
realidad de ello.
Una vez que supe que averiguar lo que quería de mí era una cosa simple.
Y una vez que lo hice, pensé que tenía el poder para evitar que me arrebatara lo
que era importante para mí.
Le encantaba hacerme notar en las fiestas, amaba presumir de su niño
robusto, con sus dientes perfectos, su buen aspecto, cabello rubio, ojos azules, y
postura recta, la misma imagen de su apuesto padre. Gracias a sus expectativas,
yo era mejor conversando con los adultos que otros niños, y sus “amigos”
21 encontraban eso sumamente encantador.
Se hallaba muy feliz con eso.
Lo deje hacerlo por un tiempo. Me enseñó bien. Incluso hice un esfuerzo
especial en sobre actuar, su encantador niñito; hice una nota de cómo eso la
complacía, cómo esperaba, necesitaba mi impecable comportamiento para
ayudarla a ilustrar cuán perfecta, cuan completa pretendía ser.
Mantuve esa pequeña carta para mí hasta que la necesitara, porque
siempre supe que lo haría.
Y lo hice. Fue la primera vez que tuvo una idea de lo cerca que me volví
de lo que se refería como "esa chica Theroux" con su tono más despectivo.
No fue por las ramas. El día que se enteró que caminamos juntos a casa
de la escuela, me prohibió hablarle a Scarlett nuevo.
Con una expresión sombría le dije calmada y simplemente—: No.
Sonrió con suficiencia, como si hubiera esperado eso. —Voy a hablar con
ese pequeño pedazo de basura yo misma. Haré que ni siquiera quiera mirarte,
lo prometo.
Eso desencadenó la furia más grande de mi corta vida. Pude ver que
incluso impacté a mí siempre adelantada madre cuando empecé a tirar cosas,
pasando de calmado y sombrío a vívido y violento repentinamente.
Tenía temperamento, y era algo feo, pero en este día en particular era
más que una señal de haberlo calculado. Había estado esperando esto por un
tiempo.
Me preparé para ello.
Lo había tramado.
Podría no haber otra oportunidad. Sólo tenía una. No podría arriesgarme
a no ir demasiado lejos, así que la ataqué.
Nos encontrábamos en su sala favorita. Cada cosa en esta habitación fue
meticulosamente colocada, elegida por ella. En un día normal, ni quisiera
hubiese descolocado un almohadón de esta habitación en particular.
Este no era un día normal.
Empecé por bajar la mano y levantar un objeto preciado de la mesa de
café caoba brillante.
Era un huevo Fabergé, costaba un montón de dinero, lo sabía.
Posiblemente era la cosa más valiosa en esta habitación llena de objetos
valiosos, y eso es porqué fui primero por él.
22 Nuestros ojos se encontraron, los suyos entrecerrados e incrédulos; los
míos llenos de puro y desesperado despecho. Sostuve su mirada por un
momento muy significativo justo antes de girarme y lanzar el objeto, con todas
mis fuerzas, contra la pared.
Jadeó y empezó a gritar.
Yo grité más fuerte.
Ese fue sólo el comienzo. Seguí adelante, rompiendo cosas hasta que
sentí que recibí sobradamente su atención.
Entonces fue cuando realmente la ataqué. —¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE.
JÓDETE! —le grité a la cara.
—¿Qué diablos te pasa? —me gritó.
Mi voz se hizo mortalmente tranquila para mostrarle que tenía control de
mí mismo. —Si me avergüenzas con Scarlett haré que lo lamentes. Cada vez
que quieras presumirme en una estúpida fiesta, dejaré que me pongas un
estúpido traje, dejaré que me hagas un estúpido peinado, y luego, al segundo
que intentes presentarme a alguien —alcé más la voz, de repente de vuelta al
borde de la histeria—, simplemente voy a gritar JÓDETE con todos mis
pulmones.
Se llevó la mano a la garganta. Se veía horrorizada. —¿Qué te pasa?
—¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE! —repetí una y otra vez.
—¿Qué está mal contigo?
—¡JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE. JÓDETE!
—Ni siquiera…
—¡PERRA! —Saqué la peor mala palabra, la cual oí de mi papá cuando
los escuchaba a escondidas pelear—. ¡PERRA, PERRA, JÓDETE!
Gané esa ronda. No podía soportar la idea de que alguien pensara que su
hijo perfecto podría estar trastornado, tener problemas mentales, o peor, ser
maleducado.
Pensé que había ganado la guerra con ese tonto alarde. Me pareció que
era suficiente para mantenerla bajo control, para hacer que me dejara vivir mi
vida en paz, escoger mis propios amigos, tomar mis propias decisiones y tomar
mi propio camino.
Fui demasiado tonto.
23
3
“Las niñas deben usar lo que la Madre
Naturaleza les dio antes de que el Padre Tiempo se los quite.”
-Laurence J. Peter
Scarlett
24
Dante
35
Empacaba para una temida estancia de una noche con mi padre en
Seattle cuando oí a mi madre gritar.
Con un largo suspiro, dejé caer lo que hacía y fui a investigar.
Efectivamente, allí estaba, atacando a Glenda, la abuela de Scarlett, con
especial saña. Mi madre nunca era agradable con el personal, pero a veces se
ponía realmente fuera de control. Éste fue un ejemplo de ello. Por lo que deduje
mientras hacía mi camino al par gritón, Glenda no había pulido la plata
correctamente, y ahora Adelaide la golpeaba en la frente, una y otra vez, con
una pequeña cuchara, cada contacto puntuado con un insulto.
—Mujer inútil. ¿Por qué te mantengo alrededor? Nadie más te contratará,
¿pero es ese mi problema? Algunas personas merecen estar en la calle.
La mujer mayor se encogía y apartaba, luciendo patética.
Me solía gustar la forma en que mi madre la trataba. Era ruin, lo sé, pero
parecía justo, con la forma en que trataba a Scarlett, que consiguiera un poco de
ello de vuelta.
Pero a medida que fui creciendo, y empecé a entender un poco más cómo
funcionaban los seres humanos, me puse más y más preocupado por ella. No
porque tuviera mucha compasión por la mujer.
Era que cada leve desprecio que recibía parecía ir a un sólo lugar. Nunca
se lo devolvía a mi madre.
En cambio, lo pasaba. A mi chica.
—Madre —dije en voz alta, mi tono cortante—. Basta. Aléjate de ella.
—No te metas en esto —me gruñó, luciendo trastornada.
—No —le dije con firmeza—. Deja que la mujer haga su trabajo y déjala
en paz.
—Esta mujer es demasiado estúpida y simple para hacer su trabajo —
dijo mi madre con voz trémula, y me preguntaba con cuál personalidad trataba
hoy—. Ese es mi problema. Esto es lo que me pasa por contratar basura para
limpiar mi casa.
—Simplemente para. Ve a tu habitación. —Suavicé mi tono, porque a
veces eso funcionaba con ella, aunque nada dentro de mí permanecía suave
hacia mi madre. Quitó cada cariñosa sensación que tenía para ella hace mucho
tiempo—. Creo que es necesario que te acuestes. ¿Tal vez tomar algo? Esto no es
propio de ti. —Eso era una mentira, pero a veces las mentiras funcionaban.
36 Mi madre me estudió, como si no estuviera muy segura de cómo
manejarme hoy.
—Tal vez lo haré. —Dejó caer la cuchara y se movió hacia mí, tomando
mi brazo—. Camina conmigo. Me siento un poco débil.
La acompañé diligentemente a su habitación, porque sabía bien guardar
las apariencias, incluso delante de los empleados.
Pensé que era el final de la misma, pero cuando empecé a moverme por
el pasillo, me llamó de nuevo a su habitación.
—¿Sí, madre? —le pregunté. Se encontraba tumbada en la cama ahora,
luciendo como una delicada muñeca contra las almohadas.
Me sonrió con serenidad. —Si me corriges delante de la servidumbre otra
vez te vas a arrepentir. Scarlett lo lamentará más. Me aseguraré de ello. Tu
pequeña tragadora de semen va a pagar el precio de tu insolencia.
Maldita loca. Fui a la yugular. —Mantente lo más lejos posible de
Scarlett. Si te atrapo diciendo o haciendo alguna burla a ella o acerca de ella, esto
es lo que va a pasar: Todos tus amigos en el club de campo van a escuchar cada
cosa horrible que has dicho alguna vez sobre ellos. He estado prestando
atención, madre. He estado tomando notas. Les contaré todo. ¿Quién siquiera te
hablará de nuevo después de que hayan escuchado lo que piensas de ellos? Ya
es bastante malo que estés atascada en esta ciudad de mala muerte y de ningún
lado… si piensas que estás aislada aquí, ¿piensas que alguna vez superarás la
vergüenza?
La tenía, lo vi. Aun así, lo llevé un paso más allá. —Y deja a Glenda en
paz. Deja de abusar del personal. Te atrapo haciéndolo de nuevo, le diré al
menos a uno de tus amigos algo interesante que has dicho sobre ellos. ¿Está
claro?
Asintió, su rostro una máscara cuidadosa.
Punto para mí.
Regresé a empacar. Mi padre se suponía me recogería a las dos, y tuve
que correr para estar listo a tiempo.
Aun así, estuve listo a las dos. Las dos se vino y se fue, luego las tres.
Luego las cuatro.
A las cinco, un coche y un conductor se presentaron.
—¿Realmente tengo que ir? —pregunté a mi madre, quien acababa de
salir de su ala de la casa.
—Por supuesto que sí. Es parte del trato.
—Él no se molestó en presentarse a sí mismo, e incluso su conductor
llega con tres horas de retraso.
37
Se encogió de hombros, completamente inafectada. —¿Y? Un trato es un
trato. Te tiene por el fin de semana. Ve.
—No quiero ir. Quiero quedarme con la abuela.
—Es interesante que pienses que a cualquiera de nosotros le importa lo
que quieres. Ahora ve.
Era inútil. Mi madre nunca fue ninguna ayuda acerca de lidiar con mi
padre, y claramente no estaba interesada en cambiar eso.
Fui con el conductor.
Odiaba visitar a mi padre. Vivir con mi madre era, obviamente, no un
picnic, pero aprendí a lidiar con ella y permanecer en gran parte fuera de su
camino.
Leo era un reto diferente y menos familiar. ¿Quién sabía qué cosas
horribles planeó para mí esta vez?
Una parte egoísta de mí deseaba por lo menos haber traído a Scarlett
conmigo, pero aunque hubiera podido llevármela lejos, el hecho era que no me
gustaba llevarla alrededor de mi padre.
No me gustaba la forma en que la miraba. Era inquietante y exasperante,
una extraña mezcla de disgusto, reconocimiento y lujuria animal. Me hacía
querer hacerle daño.
Tuve que protegerla de mi padre aún más diligentemente de lo que hacía
con mi madre.
Yo sólo tenía que quedarme con Leo algunos fines de semana al año,
pero siempre eran particularmente terribles.
Ésta no fue la excepción.
No me dieron la bienvenida en la puerta de su pent-house. Tuve que
tocar el timbre varias veces antes de que una mujer pelirroja en ropa interior
abriera la puerta.
Sonrió cuando me vio. —Debes ser el chico del cumpleaños —dijo y se
quitó el sujetador—. Tengo un regalo para ti, D. —Hizo una pausa, y luego
gritó por encima del hombro—. ¡Leo! ¿Cuál es el nombre de tu hijo otra vez?
—Dante —respondió desde algún lugar en el gran apartamento—. ¡Feliz
cumpleaños, muchacho! —gritó.
Al menos está aquí, pensé irónicamente. Cayéndose de borracho, pero
aquí.
Ni siquiera era mi cumpleaños. Eso fue hace más de un mes, y lo vi al
38 menos una vez desde entonces.
La mujer en topless comenzó a moverse más cerca, y la aparté con mis
manos. —No, gracias. Tengo novia.
Se rió y se arrodilló. Colocó un dedo sobre su boca y dijo en lo que creo
que ella pensaba era una voz seductora—: No le diré nada si tú no lo haces.
Ahora ven aquí. Déjame ver si los penes grandes son hereditarios en la familia.
No seas tímido. No tengo arcadas.
Quise irme en ese momento, pero era demasiado orgulloso. Mi padre
diría que escapé como un coño o algo por el estilo. Siempre convertía todo en
una prueba para mí, como si fuera una norma que debía realizarse, lo cual era
una broma.
—No, gracias —dije, con frialdad y con educación—. ¿En qué habitación
está mi padre?
Otra mujer se apareció en la entrada, ésta era rubia, llevaba un corsé
alrededor de su cintura y nada más. Lo rubio no era natural.
—Te llevaré con él, bebé —me ronroneó—. Ustedes están en alguna
mierda jodida… la fantasía del padre y del hijo, pero estoy dispuesta. ¿Alguna
vez has participado en una doble penetración a una mujer? Si estás en eso, soy
tu chica.
Me encontraba genuinamente horrorizado. No me considero un
mojigato, pero hizo más que impactarme.
—Quiero hablar con él —aclaré. Traducción: Quería jodidamente
reprenderlo.
Ella asintió en dirección a la sala de billar. —La fiesta está ahí, chico del
cumpleaños. Estás invitado, deja que te diga.
No era una invitación.
Bueno, no para mí, al menos. Leo parecía estar disfrutando.
No pensé que podría tener menos respeto por mi padre, pero me
equivoqué.
La primera cosa que noté fue las dos chicas en la mesa de billar.
Desnudas, en sus manos y rodillas, de espaldas la una de la otra y se movían.
Cuando me di cuenta de lo que hacían, sentí que me sonrojé.
La siguiente cosa que llamó mi atención fue mi depravado padre. Estaba
sentado en uno de los bajos sofás de cuero con un vaso en una mano, mientras
la otra se guardaba a sí mismo en sus pantalones, con los ojos pegados a la mesa
de billar. La mujer junto a él, su amante, me di cuenta en shock mientras se
enderezaba de su regazo, se secaba la boca.
—¿Puedo pedir la palabra? —pregunté bruscamente.
39 Me envió una mirada que le hacía parecer como un niño mimado al que
le dijeron que dejara su helado. —Oh, ¿ahora qué? ¿No estás satisfecho con tu
fiesta de cumpleaños?
—Voy a estar en la cocina —le dije, y salí de la habitación, teniendo que
hacer caso omiso de dos prostitutas medio desnudas mientras me iba.
No me hizo esperar tanto tiempo como pensé que lo haría, sólo diez
minutos más o menos, pero en ese tiempo tuve que sacar a cinco prostitutas de
la habitación.
—No es mi cumpleaños —dije cuando finalmente se dirigió
tranquilamente a la cocina.
Se apoyó en un mostrador, con el cabello rubio oscuro despeinado, parte
de ello en punta. No creo que se diera cuenta.
Cruzó los brazos sobre su pecho, una copa de licor todavía en su mano,
mirándome. No fue muy intimidante teniendo en cuenta que se balanceaba
sobre sus pies. —¿No lo es?
—No lo es. —Pero ese ni siquiera era el punto—. ¿Sabes que sólo tengo
quince años? —pregunté, curvando el labio con la pregunta. Quería que supiera
cuan disgustado me sentía con él.
Siempre quise eso. Era el punto focal de nuestra relación para mí. Quise,
siempre, establecer lo diferente que era de él.
Cómo no era nada como él.
Parpadeó un par de veces lentamente, su boca abriéndose en lo que sólo
podría describirse como un puchero vagamente sorprendido y borracho.
Ni siquiera estoy seguro de por qué su reacción me sorprendió. No
estaba en absoluto fuera de la cuestión que se le había olvidado qué edad tenía.
—¿Quince? —soltó por fin, tomando un largo trago de su bebida y
frunciendo los labios—. Pensé que tenías catorce años. Como pasan los años.
Maldita sea, ¿espero que no sigas siendo virgen? —Se rió—. ¿He abandonado
mis deberes paternales?
Quería darle un puñetazo justo en su cara presumida y borracha. Ya
temblaba con el impulso.
—Estás enfermo, viejo —dije con desprecio en su lugar.
—No me digas que eres marica. —Algo brillante entró en sus ojos, y
sonrió—. En realidad, eso estaría muy bien conmigo, siempre y cuando todavía
puedas llegar a producir un heredero. Mi Dios, eso sería justicia. Adelaide
perdería su puta mente.
Estuve rodando los ojos demasiado, pero no pareció darse cuenta, por lo
40 que finalmente, sólo interrumpí su extraña diatriba—: No soy gay, y no quiero
una puta para mi cumpleaños.
—No te ofrecía una puta, hijo. —A pesar de todo, mi corazón saltó un
poco cuando me llamó hijo. Era patético—. Te ofrecía una habitación llena de
ellas. Un apartamento lleno. Te ofrecía tantas putas diferentes en las que
pudieras meter tu muy limpia polla entre hoy y el próximo día escolar.
—No, gracias. Tengo novia.
—¿Y? ¿Está aquí ahora? Déjate crecer algo de bolas, muchacho, o al
menos consigue las tuyas de vuelta. Tienes que ser un hombre en algún
momento.
—Incluso si no tuviera una novia, no estoy interesado en prostitutas —
solté con desprecio.
Eso le hizo levantar una ceja y gritó—: ¡Heather! Ven aquí.
—¿Por qué necesita estar aquí? —pregunté. No tenía ninguna razón para
recibir a su amante de toda la vida. Todo lo contrario.
Sonrió y fue desagradable. —No estás interesado en putas. —Heather
entró en la habitación, luciendo impávida.
Bueno, sus ojos lucían muertos, si era preciso.
Las cosas que ella debe ver sobre una base diaria, pensé. Debería tener
más compasión por la mujer.
—Heather, Dante dice que no está interesado en prostitutas, pero todavía
le debo un regalo de cumpleaños.
Todavía no lo entendía hasta que ella empezó a desnudarse, sus ojos
muertos en mí. Era más ingenuo de lo que me di cuenta.
—¿Qué hacen? —les pregunté a los dos, retrocediendo un paso, luego
otro.
—Sus trompas fueron atadas después de que tuvo a Lorenzo, así que no
tienes que usar un condón. De nada.
—Eres repugnante —dije.
—¿Es gay? —habló Heather por primera vez.
Leo se encogió de hombros. —¿Lo prefieres anal? Ve a por ello. Heather
hace cualquier cosa.
—Joder, no. Vete a la mierda.
—Siempre fue un mocoso —señaló Heather.
Esto venía de la mujer que trató de sofocarme en afecto delante de Leo
cuando era un niño, luego me mostraba nada más que crueldad cuando él se
41 daba la vuelta
Le di a mi horrible padre la mirada más fría que pude reunir sobre mi
rabia. —Dije que no estoy interesado en prostitutas. Sácala de aquí.
Ella se fue hecha una furia, como si la hubiera ofendido profundamente.
—Voy a decirle a mi madre acerca de esto —dije cuando se fue.
Odié sonar como un niño mientras lo decía.
—¡Ja! —En realidad disfrutó de ello. —Hazlo. ¿Crees que no sabe lo que
hago? No puedo divorciarme de la perra, pero seguro que no puede decirme
dónde pongo mi pene.
Lo miré, furia y odio; aparte de los ojos, yo era la imagen misma de
él. Sólo en el exterior, me dije.
No se puede afirmar con suficiente fuerza: Odio mis padres.
—Iré con la abuela por el resto del fin de semana. ¿Alguna objeción?
Se encogió de hombros, despidiéndome. —Lo que sea. Más para mí. Dile
a mi conductor que te lleve.
Una cosa buena salió del fin de semana: Nunca insistió en que me
quedara con él de nuevo.
5
“Si el amor es la respuesta, ¿podrías reformular la pregunta?”
-Lily Tomlin
Scarlett
42
No fue fácil manejar hasta la casa de mi amiga Gina. Me tomaría toda
una hora sin tráfico, lo que era una cómica apreciación. Siempre había tráfico.
Era una hora y media si el tráfico era bueno, dos y contando si era la alternativa,
lo que casi siempre pasaba.
Me encantaba conducir, amaba ir rápido, incluso en mi viejo sedán de
mierda causaba estragos en las calles como si estuviera persiguiendo cada
extraño que pasaba. Dios me ayude si alguna poseía vez un coche que
realmente pudiera coincidir con mi estado de ánimo.
Me encantaba conducir, sí, pero a nadie le gustaba conducir en esta
ciudad. Era una lata llegar a la casa de mi querida amiga, pero cuando ella
llamaba, respondía. Cuando lo pedía, iba si podía.
Era una especie de amistad unilateral. Nunca la llamaba, nunca le pedía
o la invitaba yo. Pero algunas amistades están diseñadas de esa manera. Es
inevitable. Un tomar y dar que necesitamos, incluso si no es lo que queremos.
Algunas personas son puestas en nuestras vidas en el momento justo. De
eso estoy segura.
Y lo sé justamente por esta mujer. Gina.
Gina era el tipo de persona agradable que hacía poner incómodos a todos
a su alrededor. Si mencionaba una dificultad que había sufrido, incluso una
casual que pasó hace años, sus ojos se aguarían como si fuera una nueva herida.
No había nada que despreciaba más que recibir lástima de otros. Literalmente,
me provocaba escalofríos, pero sabía que no podía evitarlo.
Eugene, su marido, no era mucho mejor. Estaba más en contacto con sus
emociones que un Osito Cariñosito. Y no en una forma molesta. Bueno, no del
todo. Tenía una rara forma de desarmarte. Traía el lado suave en todo el
mundo, hacía la pregunta correcta que te hacía comprender que se encontraba
en sintonía con tu estado de ánimo. Que a él le importaba, que lo sentía.
Era uno de esos hombres sensibles que tenían más de una erección por
Adele que por Angelina.
En secreto me encantaba eso, y hacía todo lo posible para comportarme
cuando venía a visitar. Me reservaba mi lado más ácido.
En su mayoría.
Vivían en una mansión en las colinas. Una casa de sueño incluso más allá
de mis sueños demasiado desorbitados. Los dos eran abogados exitosos de
entretenimiento que provenían de familias adineradas, y todo lo relacionado
con su vida era un poco de cuento de hadas, pero eso no me ponía celosa o
codiciosa. Indignada, tal vez, pero nunca celosa.
43 Nadie merecía una vida perfecta más que ellos.
Me saludaron juntos en la puerta cuando llegué, abriéndola antes de que
pudiera llamar. Gina me jaló a un apretado y gran abrazo. Era una mujer baja,
rubia, con una cara bonita y al menos quince años más que yo, aunque nunca
había sido tan maleducada como para en realidad preguntar su edad. —¿Cómo
estás preciosa? —dijo, radiante cuando me soltó.
—Más o menos —dije con una sonrisa triste, mi mejor versión de mirar
las cosas por el lado bueno.
Eugene me dio un cálido abrazo. Era un hombre grande, con una voz
suave. —Has perdido peso. Por suerte hice pasta.
Traté de no gemir ante la consternación. La última cosa que necesitaba
eran carbohidratos. Jodidamente odiaba los carbohidratos. Me hacían sentir
hinchada y somnolienta. Y gorda. —Mmm, mi favorito —dije, intentando, como
siempre con ellos, ser una buena chica.
—¿Tuviste alguna función o audiciones interesantes últimamente? —
preguntó Gina con cortesía mientras entrábamos a la casa. Siempre parecía muy
interesada en mi carrera, o en mi falta de ella. Fue quien me conectó con mi
agente, hace años.
Mi estado de ánimo mejoró un poco. —En realidad, sí. Tuve una
audición la semana pasada que, creo, resultó bien. Tengo los dedos cruzados.
Juntó las manos, y su cara se iluminó como si acabara de hacer su día. —
¡Eso es maravilloso! ¿Qué clase de papel es?
Me encogí de hombros. —Todavía no tengo el perfil completo. Algo
especial. Ni siquiera me hallaba segura de si era principal o secundario, pero el
director es Stuart Whently, así que estoy muy emocionada.
—¡Me encantan sus películas! —exclamó Gina.
—¡Nos encantan sus películas! —intervino Eugene al mismo tiempo.
Sonreí con nerviosismo y me encontré tronando mis manos. —Bueno,
crucen los dedos. Se encontraba en mi audición, era una segunda audición, y en
realidad resultó muy bien. Me dijo algunas cosas buenas y se sentía como, no
sé, como si, al menos, quería contratarme.
—¡Eso es genial!
—¡Magnífico!
Sonreí con tristeza. Me imaginaba que esto era lo que se sentía tener un
cumplido de tu madre. Lo apreciaba, incluso si no significaba nada. Pero aun
así, me sentí mejor, lo suficiente como para entrar en detalles. —Dijo que tenía
las características que definían el papel. Que le daría brillantez a la película.
44 Como dije, se sintió como un logro.
Reaccionaron exageradamente.
Eugene me hizo chocar las manos mientras me felicitaba como si ya
tuviera el papel. Como si incluso supiera cuál era el papel.
Gina se llevó ambas manos a las mejillas y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
Me hizo sentir tonta, como si hubiera exagerado las cosas, a pesar de que
en realidad las subestimé.
Estas personas eran demasiado buenas conmigo. Me ponían tan
incómoda que me sentía extraña en mi propia piel.
Intenté no dejar que se mostrara y les permití adularme.
Fuimos directamente al comedor. Llegué justo a tiempo, y sabía que
tendrían lista la cena. Siempre fueron muy rápidos, nunca tomando demasiado
de mi tiempo cuando teníamos estas cenas. Era irónico que valoraban mi tiempo
cuando ambos valían mucho más por hora que yo.
Pero lo valoraban, lo sabía. Me sentía en ambas medidas halagada y
sorprendida.
Su hija, Mercy, ya se encontraba en el comedor. Tenían una casa que era
lo suficientemente elegante y extravagante para haber salido directamente de
una revista, pero dejaban a su preciosa niña gobernarla. Actualmente pintaba
con los dedos sobre un caballete de tamaño infantil, con los dedos coloreados
goteando generosamente en su costoso suelo de mármol.
Ninguno de los padres la regañó. Adoraban hasta sus fallas, lo cual no
era del todo sorprendente, ya que incluso me adoraban a mí.
Mercy era la niña más hermosa que había visto alguna vez. Simplemente
lo era. No era algo sobre su rostro la que la hacía así, sino la forma en que cada
rasgo se unía como poesía. Describirla era hacerlo sin justicia. Gran cantidad de
cabello rubio oscuro entreverado con el espesor adecuado y ondas, de tal
manera que caían en una cascada perfectamente arreglada por la espalda.
Ojos grandes de color azul, de nuevo algo que sonaba tan simple, pero
eran impresionantes en ella. Gruesas pestañas, en forma de almendra, y
párpados pesados. Eran brillantes e insondables a la vez.
Sus pómulos eran altos y sonrojados, como si alguien los hubiera
ruborizado, aunque sabía que su madre, de todas las personas, nunca haría algo
así a un niño. Sus labios eran un pequeño capullo de rosa perfecta, la nariz
pequeña y recta, y en forma atractiva.
—¡Scarlett! —dijo emocionada, corriendo hacia mí.
45 Su madre la agarró a mitad del camino, guiándola hacia el tocador. —Oh
no, no. Primero vamos a limpiarte para la cena. ¿Recuerdas lo que hablamos?
¿Que no a todos les gusta la pintura en toda su ropa?
—¡Pero es morado! —respondió la niña—. ¡El morado es nindo!
Sus dos padres se rieron ante eso, e hice mi mejor esfuerzo para sonreír
con ellos.
Mercy corrió a abrazarme cuando ya no tenía pintura, lanzando sus
pequeños brazos alrededor de mi cintura.
Le di unas palmaditas en la cabeza vacilantemente, dejando que me
tocara, pero sin saber cuál era la respuesta correcta de mi parte.
Como dije, soy mala con los niños. Por suerte, no conocía a muchas
personas con niños, por lo que no era un problema frecuente.
Eugene me sonrió con afecto y me lanzó un brazo amigable alrededor de
los hombros, un abrazo que nunca parecía volverse menos incómodo, al menos
para mí.
—Entonces, ¿cómo están ustedes? —le pregunté. Gina había ido a la
cocina para preparar la cena.
—Maravilloso —respondió sin dudar—. Simplemente maravilloso.
Somos bendecidos. Muy bendecidos. —Me envió una sonrisa cálida y cariñosa.
Esta era su respuesta habitual, y en realidad lo creía. Tenían una vida
maravillosa y sentían que era toda una bendición. Incluso la pesimista en mí no
podía culparlos por ello.
—Nadie lo merece más —respondí sinceramente, aunque las palabras
salieron con rigidez—. Ustedes son los mejores padres que conozco. —No era
decir mucho, la mayoría de mis amigos eran solteros y sin hijos, pero aun así
era la verdad.
Balbuceó un agradecimiento ante eso, lágrimas en los ojos.
Oh, Jesús. Tuve que apartar la mirada. Era un libro abierto tan emocional,
que no tenía ni idea de cómo tratar con él. Mayormente sólo intentaba fingir
que nada pasaba cuando teníamos “un momento”.
La cena fue deliciosa, como siempre, y la conversación fue agradable. Era
tan positiva, de hecho, que no sabía cómo contribuir con ella. El sarcasmo se
sentía mal en su presencia. La mordacidad se sentía inadecuada, así que hice
todo lo posible para ser amablemente neutra sin ser falsa.
Era una línea difícil de equilibrar. En especial para mí.
Me preguntaba, no por primera vez, por qué estas personas perfectas
46 querían tan seriamente ser mis amigas; tener mi mala, negativa, defectuosa yo en
sus vidas regularmente.
Por supuesto, no expresaba el pensamiento en voz alta. Sabía más que
nadie, que cuando se trataba de estos dos, sería el equivalente de pescar
cumplidos.
Me les escapé después de la cena, tan pronto como fue cortésmente
posible.
Tuve que quitarme a Mercy de encima, y luego a Gina, después de
abrazarlas. Eran una familia muy cariñosa.
—Tiene tu sonrisa —le dije a Gina cuando decíamos adiós, y era verdad.
Gina me sonrió, y era una versión adulta de la que Mercy me concedió.
—¿Eso crees?
—Sí.
—Oh, gracias. Qué cosa más dulce de ti decirlo. Su sonrisa es tan
hermosa.
—Al igual que la tuya.
Se ruborizó de placer.
Normalmente tomaba su perfección con algo parecido a buena gana,
pero últimamente había estado susceptible y emocional, y estar alrededor de los
tres me hizo detenerme en cada cosa agridulce que alguna vez había perdido.
Acababa de abrocharme el cinturón de seguridad cuando mi teléfono
comenzó a sonar.
Revisé la pantalla. Era Dante. Típico.
Lo ignoré, mi mal humor empeorando.
Se detuvo y empezó de nuevo casi de inmediato, y por alguna razón,
respondí esa vez.
—¿Él sabe que no tiene oportunidad? —sangró su voz sedosa por
teléfono—. ¿Que nunca la tuvo?
Hola, mal genio.
Ese bombardeo de apertura alcanzó su objetivo perfectamente e incluso
podía admitir que había ganado la ronda.
Pero el Bastardo no había terminado.
—Nunca has sido cariñosa con nadie más. Nunca has sido vulnerable.
Esas cosas me pertenecen a mí. —Me lanzó cada golpe sin piedad, vacilación o
remordimiento. El Bastardo—. Siempre han sido míos. Siempre lo serán. Nunca
le has dado las partes que son mías a nadie más, y nunca lo harás. Ni siquiera tus
47 labios mentirosos pueden convencerme de lo contrario.
Era tan insensible, tan profundamente cruel, incluso para él, que mi
respiración se detuvo al oír sus palabras. La sostuve en el pecho durante unos
latidos caóticos antes de poder calmarme lo suficiente como para volver a
respirar.
Dentro, fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera.
Por supuesto que cada palabra que había dicho era cierta. Es por eso que
dolía tanto.
Finalmente, encontré mi voz para preguntar—: ¿Por qué haces esto?
¿Qué quieres de mí?
—Esa es una pregunta bastante tonta. Creo que lo sabes.
—No. No. No, seguro como el infierno que no lo sé. Lo que sucede en ese
cerebro manipulador tuyo está tan fuera de mi alcance que ya ni siquiera intento
adivinar.
—Hago esto para recordarte, que no hay nadie más para ti. —Su voz se
había vuelto ronca mientras hablaba, tan intensa que se sentía como un contacto
físico—. Sólo yo.
—Eres un bastardo. —Me las arreglé para tragar la espesa bola de odio
que se había formado en mi garganta.
—Soy un completo bastardo —concordó sin compasión—, pero nunca
dejarás de amarme. Necesito que te mantengas incapaz de seguir adelante.
Su descaro puro, la osadía absoluta... Me sentía tan furiosa que temblaba
con ello. —Te odio —le dije, mi voz entrecortada, las palabras sintiéndose como
si hubieran sido arrancadas de mí.
Colgué antes de que pudiera responder.
Estaba tan enojada después de eso que no podía hacer nada más que ir
de compras.
Por la terapia de venta al por menor.
Tuve otro mal momento mientras conducía a través del sinuoso
estacionamiento del centro comercial cuando vi el enorme cartel de tienda por
departamentos Durant y tuve un impulso casi irresistible de conducir mi coche
a través de sus puertas de cristal brillantes.
Era un verdadero infierno ser una compradora compulsiva en banca rota
con un ex cuya familia poseía una de las mayores cadenas de tiendas
departamentales en el mundo. Dolía aún más que no podía permitirme el lujo
de comprar allí. Ni siquiera cerca.
48 Aun así, sintiéndome contradictoria, aparqué cerca de la entrada, entré y
empecé a probarme vestidos de diseñador costosos. No estaba segura de si me
hacía sentir mejor o peor que todos ellos lucieran fabulosos en mí.
Con el tiempo me moví a los zapatos, y eso sin duda me hizo sentir
mejor.
Algún día seré exitosa, me dije. Algún día seré capaz de comprarme lo que
demonios me plazca.
Algún día no me odiaré. Algún día no estaré enamorada de un tipo que jode mi
cabeza por diversión.
Algún día me libraré de esta debilidad en mi torrente sanguíneo que es mi amor
por Dante.
Para el momento en que agoté todos mis contrariados impulsos
comerciales, me sentí decididamente mejor.
La magia de los zapatos.
Me dirigía de vuelta a mi coche cuando mi agente me llamó. Con
noticias. Noticias increíbles. Noticias que cambian vidas.
Seguía aturdida mientras iba de camino a casa.
¿Podría ser esto verdad? ¿Finalmente? ¿Mi gran oportunidad?
Me sentía casi temerosa de tener esperanza.
49
6
“Siempre hay algo de locura en el amor. Pero también siempre
hay cierta razón en la locura.”
-Friedrich Nietzsche
Dante
50
Scarlett
58
—¿Una animadora asignada? —Las palabras sonaron tan ridículas
saliendo de mi boca como al salir de la suya.
Dante se encogió de hombres, abriendo el casillero que una animadora
asignada decoró. —No sé qué decirte. Es una tradición y eso es lo que hacen.
Seguro como el infierno que yo no lo inventé.
De alguna manera, eso no me hizo sentir mejor, especialmente cuando
sacó un plato de galletas de su casillero mientras lo decía. Quitó el envoltorio de
plástico, agarró una, y le dio una gran mordida, cerrando los ojos mientras
masticaba. Siempre le había gustado el dulce.
Me ofreció una y la rechacé con una mirada.
—¿Otra sorpresa de tu animadora? —le pregunté con una mueca.
—Supongo. ¿Seguro que no quieres una? Están realmente buenas.
—Pasaré —le dije secamente.
No entendía la tradición. En lo personal, me parecía degradante.
Animadoras asignadas a jugadores de fútbol con el único propósito de servirles.
—¿Por qué lo hacen? —le pregunté a Dante, quien había terminado la
primera galleta e iba por la segunda.
—No tengo idea —dijo distraídamente.
Lo estudié. No le creía. Dante diseccionaba todo y a todos. Siempre
buscaba motivos. —No te creo.
Eso lo hizo detenerse y mirarme. —De acuerdo, bien. Creo que lo hacen
por atención. Creo que lo hacen por popularidad, posición social, un novio
nuevo, un enganche al azar. Nómbralo. Se vuelven animadoras asignadas por la
misma razón por la que se vuelven simples animadoras. Quieren acercarse más a
los jugadores de fútbol.
—¿Y tú estás de acuerdo con que está animadora se te acerque? —Mi
tono era frío con desdén, lo suficiente para ocultar mi rabia y dolor.
—No hay ninguna posibilidad de eso, ya que soy indiferente. No seré
grosero con la chica, pero vamos, ¿a quién le importa lo que haga?
—Te comiste sus galletas.
Sonrió. Yo le hacía gracia. —Me gustan las galletas, y no voy a tirar la
comida. Me encuentro bastante seguro de que sabes eso.
Abrí la boca para hablar, para decir algo mordaz, de hecho, cuando una
rubia pequeñita llegó saltando en un uniforme de porrista.
Ni siquiera me miró. No vino por mí, obviamente. Iba por Dante. Sus
bobos y sonrientes ojos apuntaban con adoración hacia él.
59 —Hola, Dante. Soy Brandee —Estiró la “e”—. Soy tu animadora
asignada. Estoy aquí para lo que sea que necesites, comida, lavar la ropa,
masajes después de la práctica. Soy buena con las manos —Se rió—. Soy tu
chica para todo lo que necesites —Se volvió a reír—. Estoy aquí para ti, día y
noche, no dudes en preguntar.
Tenía la suerte de ser la porrista asignada del chico más caliente del
colegio, y seguro como el infierno que haría su mejor esfuerzo. Casi había que
respetar eso.
Excepto que yo no lo respetaba. Lo odiaba. Y a ella. Y al futbol. Y a las
galletas.
Estaba a punto de meterme en un montón de problemas cuando Dante
intervino.
Tiró un musculoso brazo alrededor de mi hombro, acercándome,
apretándome lo suficientemente fuerte para atraparme los brazos.
Lo miré. Sabía lo que pasaba. Se hallaba preocupado de que le pegara.
Ya que me conocía.
—Hola, Brandee —dijo. No sonrió, pero su voz era suave, casual—. No
necesitaré nada, pero gracias, de todos modos.
La chica hizo un puchero, luciendo genuinamente molesta. Su
malhumorado labio inferior parecía completamente sincero. —¿En serio?
¿Nada?, ¿oíste mi lista? Doy masajes matadores.
—No, gracias. Tengo novia, por si no lo notaste.
Apenas si me miró. —No es así. No tienen por qué ser cosas que hace
una novia. Esto es sólo cosas de una animadora asignada. Ya sabes, cosas que
necesitas los días de juegos.
Zorra, pensé.
Como si sintiera mis pensamientos, Dante me apretó el brazo con
firmeza. —No, gracias —dijo de nuevo, con la voz un poco menos educada que
la vez anterior.
Se sonrojó, mordiéndose el labio. Era lo suficiente degradante que
quisiera atenderlo, pero el hecho que tuviera que pedírselo tenía que ser algo
difícil incluso para una animadora cabeza hueca. —¿Ni siquiera necesitas que
lave tu uniforme?
—No. No lo necesito. Estás libre.
No parecía contenta por eso. —¿Qué hay sobre la comida? ¿Cuál es tu
favorita? Soy una gran cocinera.
—Tengo todo resuelto sobre la comida, también. Te lo haré realmente
60 fácil. No necesito nada de ti.
Era persistente, tenía que reconocérselo. —¿Ni siquiera dulces? ¿No te
gustaron las galletas?
Eso lo hizo vacilar y bajar la mirada al plato de galletas que claramente
había disfrutado. —Estuvieron buenas, pero ya no tienes que hacérmelas.
—¿De verdad piensas que sabían buenas? —Brilló, coqueteando
jodidamente justo delante de mí.
El brazo de Dante me apretó con más fuerza. —Sí, estaban ricas, así que
gracias, pero como dije, no necesito nada más.
Ella sonreía como si hubiera conseguido lo que quería. —Espera hasta
que pruebes mis pastelitos. Y mis magdalenas son para morirse. Sólo espera.
No te decepcionaré.
Se alejó pavoneándose.
Dante me retuvo de ir tras ella.
—Que zorra —gruñí a sus espaldas.
—Detente. Vamos. No lo vale. Cálmate.
Me encogí de hombros para quitarme su brazo y me dejo ir. Lo miré,
luego al plato de galletas que aún tenía en la mano libre. Sabía que iba a seguir
comiéndolas. Básicamente había sido un triturador de comida desde que
teníamos doce. Comía de todo.
Pero parecía particularmente interesado en estas galletas.
Agarré una, dándoles una mordida. Quería ver porque era todo el
alboroto.
Eran ricas. Mantequilla de maní, con la cantidad justa de crujiente. Ni
siquiera me gustaban mucho las galletas, pero las de la pequeña señorita
animadora eran bastante impresionantes.
Dante sonrió ante la expresión de mi rostro. —Sabe hornear. Tienes que
reconocérselo.
No quería hacerlo, y odié la manera en que lo dijo, como si admirara sus
habilidades.
Decidí en ese momento que aprendería a hornear, por la simple razón de
que no podía soportar la idea de que Dante pudiera tener una necesidad que no
pudiera cubrir.
61
Durante un sólido mes pasé más tiempo con el ama de llaves de Nana, la
señora Stewart, de lo que pasé con Dante. Lo volvía loco, lo que vi como la
cereza del pastel. Literalmente.
La señora Stewart era agradable y se hallaba feliz de enseñarme. Una vez
fue una repostera entrenada, pero rara vez llegaba a practicar sus habilidades
ya que a la abuela le gustaban los dulces incluso menos que a mí. De hecho,
decía que eran el diablo. Imaginaba que era el daño causado por sus días de
actriz, cuando cuidaba de su figura hasta el punto que era parte de su trabajo.
La señora Stewart me enseñó pacientemente cómo hacer casi todo tipo de
galleta que podía pensar, tortas, pasteles, magdalenas, bollos de crema, crème
brûlée, mousse de chocolate.
La lista era larga, y aunque me tomó un tiempo pillarle el truco para
entender cómo cada instrucción exacta e ingrediente necesitaban ser perfecto,
con el tiempo me volví muy buena.
Un desatendido Dante me arrinconó una tarde en la despensa de Nana
cuando la señora Stewart fue de compras, y Nana estaba en casa de una amiga
jugando a las cartas.
—Estoy ocupada haciendo macarrones —le dije, alejándolo con las
manos cuando intentó acercarse.
—Hiciste tu punto —dijo, capturándome cuando traté de pasarlo y
regresar a la cocina—. No comeré galletas de nadie más. —Había una sonrisa en
su voz. Me provocaba a propósito.
—Me encuentro ocupada —dije de nuevo. Mi voz salió casi
cantarinamente, como una burla. No había querido decirlo de esa forma, pero
no lo sentía para nada.
Molestarlo cuando se hallaba de este humor raramente decepcionaba.
—No lo estás, pero lo estarás.
Lo miré insolentemente. —¿Que se supone que significa eso?
Me adentró más en la despensa, avanzó un paso y otro, más allá de los
estantes largos hasta que mis hombros chocaron contra la pared de la parte
trasera de la habitación.
—Oh, creo que lo sabes. Los macarrones están fuera del menú para el
día.
—¿No te gustan los macarrones?
—Ahora mismo, odio los macarrones.
63
8
“Si nos pinchas, ¿no sangramos? Si nos haces cosquillas, ¿no nos
reímos? Si nos envenenas, ¿no morimos? Y si te equivocas con
nosotros, ¿entonces, no nos vengamos?”
-William Shakespeare
64 Scarlett
68
9
"Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento."
-Eleanor Roosevelt
Scarlett
69
Me encontraba tan enfadada que temblaba.
Había sido una mañana de infierno.
Era mi culpa, lo sabía. Era un sábado. Mi abuela estaba libre en el trabajo
el sábado y el domingo, y en cada uno de sus días de descanso, sin
excepciones, planeada y regularmente se emborrachaba.
Era desagradable y maleducada cuando se encontraba sobria. Bebida, se
volvía pura y simplemente odiosa, y si era lo suficientemente estúpida como
para quedarme, era automáticamente el objetivo durante toda su animosidad.
Cuando era inteligente, que era la mayor parte del tiempo, no venía a
casa hasta que se desmayaba completamente, y me iba en silencio en la
mañana antes de que despertara.
Esta mañana era una de las excepciones. Me quedé dormida, de alguna
manera incluso más que ella, y me hallaba en un lío por ello.
Por supuesto que había estado hasta tarde con Dante. Fuera haciendo
todas las cosas que la volverían más loca, y ella siempre parecía saberlo.
Pero esta mañana era peor, porque en lugar de su diatriba habitual
donde me acusaba de cosas que no podía probar, esta vez realmente había
encontrado algo para justificar su diatriba venenosa.
En nuestra defensa, Dante y yo habíamos escondido la evidencia. La mujer
loca debe haber ido fuera y buscado en el cubo de basura para encontrar el
puñado de condones usados que lanzó en mi rostro dormido.
—Al menos eres el tipo de puta que utiliza protección —escupió.
Todavía parpadeaba para despertar, automáticamente quitando los
objetos pegajosos que me arrojó.
Cuando me di cuenta de lo que tocaba, retrocedí, con la cara fruncida de
disgusto.
—¿Qué.. —me quejé.
—¿Supongo que piensas que debería estar feliz? Estás a un paso
de tu puta madre —continuó, chillando las palabras.
No sabía lo que olía peor, los viejos condones usados, o su aliento que
era una combinación de su halitosis habitual, mezclado con vómitos y licor, un
hedor pútrido particular y familiar.
—¿Qué hora es? —le pregunté, con voz plana y uniforme, no haciéndole
saber que no importa la edad que tuviera, todavía me aterrorizaba—. ¿Qué
70 estás haciendo ya despierta?
Mi tono casual sólo la enojó más. —¿Qué diablos importa la hora que es?
—Porque por lo general me he ido mucho antes de que te despiertas de
uno de tus desmayos. ¿Nunca te diste cuenta?
Conseguí una fuerte bofetada en la cara por ese poco de insolencia.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir en tu defensa? ¿Ahora ni
siquiera defiendes tu comportamiento? ¡Sinvergüenza!
Tenía razón. Era un poco desvergonzada de lo que pasaba entre Dante y
yo. Simplemente no podía verlo como algo malo.
Tal vez una parte de mí quería incluso restregárselo en la cara. Me había
estado diciendo que iba a ser una puta desde que era demasiado joven para
saber lo que significaba la palabra siquiera.
Ahora aquí estaba yo, una adolescente obsesionada con el sexo, que
pasaba tanto de su tiempo libre como fuera posible debajo o encima de su novio
igualmente obsesionado con el sexo.
No estaba segura de si realmente me pudiese llamar una puta por tener
sexo con un hombre, no importaba cuántas veces lo habíamos hecho, pero sabía
que mi abuela no tendría ningún problema en hacerlo.
—Tú sabes que hay algo mal contigo, ¿verdad? —me preguntó, la
voz yendo a una calma mortal, que sabía por experiencia era aún peor que sus
gritos.
—Tú eres la única escarbando en basureros, en busca de condones
usados —respondí. A veces simplemente no podía evitarlo.
Fui recompensada con otra bofetada sonora, y luego otra.
—Crees que eres tan inteligente —dijo, recalcando las palabras con otra
bofetada—. Pero eres una estúpida como tu madre. ¿Crees que eres
especial, abriendo tus piernas para un Durant? Todas las chicas en el condado
se entregaron a su papá, y supongo que el hijo no es muy diferente. Ese
chico te va a utilizar y tirar, simplemente mira.
—Tomaré mis riesgos —le dije tercamente, no parpadeando mucho de
sus bofetadas.
—Tu madre te echó en un contenedor de basura, porque
incluso ella pensó que eras basura, pero eso no es lo que te hizo basura. Tú
te lo has hecho a ti misma.
Y allí estaba. Sus golpes no eran lo aterrador sobre ella. Sus
palabras eran, sin duda, su mejor arma.
No sólo explotaba las debilidades, las abría de par en par, metía sus
71 manos insensibles dentro, y se filtraba hasta que desenterraba otras nuevas, las
desenroscaba, y los dejaba caer a tus pies.
—Y-y-yo —lo intenté, pero mi temperamento y mi miedo, y sus malditos
golpes, consiguieron lo mejor de mí. Me sentía tan frustrada por lo
que simplemente me levanté y me fui, usando nada más
que una camiseta ahora sucia y el primer par de vaqueros que tomé del suelo en
mi camino a la salida. Ni siquiera pude conseguir un sujetador, porque
bloqueaba esa parte de la habitación con su cuerpo, y necesitaba irme ahora.
—Bueno. ¡Lárgate! —gritó a mi espalda—. ¡Pero recuerda, si estás
corriendo a ese muchacho, que no se preocupa por ti! Cree que eres basura,
también. Sólo la pequeña chica del remolque en la que la mete. ¡Recuerda mis
palabras! ¡Te dejará por una de su propia clase, te lo prometo! ¡Nunca
se quedará con un pedazo de basura que vino del contenedor! ¡En especial, no
una puta como tú que se regala de forma gratuita!
Corrí y no miré hacia atrás. Temblaba de rabia mientras me dirigía a la
casa de Nana, pero en el corto tiempo que tomó, casi me había calmado, porque
sabía que en cuanto viera a Dante, me sentiría mejor.
Eso lo hacía él.
Hacía el mundo tener sentido de nuevo con sólo una mirada.
Me encontraba tan absorta pensando en él que se me olvidó que era un
completo desastre.
Lo recordé de nuevo cuando capté un vistazo de un Dante luciendo
impecable. Ya estaba en la casa de Nana, pasando el rato en su patio delantero,
con un traje y corbata; su cabello peinado, separado en dos, y peinado hacia
atrás.
Oh, es cierto. Tenía una cosa del club de campo a la que me había dicho
que tenía que asistir esta mañana. No me invitó a ir. Nunca lo hacía. Afirmaba
que odiaría el club, y le creía.
No me importaba nada de esto, cuán limpio él estaba o lo sucia que yo
me hallaba. Casi corrí mientras me dirigía hacia él.
Pero mientras observaba, la puerta de la casa de Nana se abrió, y
salió Tiffany, luciendo aún más prístina en un vestido de encaje blanco.
Me detuve en seco, deteniéndome en la línea de los árboles, sintiendo mi
temperamento comenzar a hervir de nuevo.
Le sonrió a Dante, y él le devolvió la sonrisa, las manos en los bolsillos
como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Ella dijo algo que no pude entender y él se rió.
Mi visión se volvió roja, y debo haber hecho algo de
72 ruido porque Dante, finalmente, me notó.
Su sonrisa no titubeó, de hecho, se ensanchó, y dijo algo que no pude oír
a Tiffany y comenzó a moverse hacia mí.
Empecé a retroceder, consciente de la apariencia que tenía, cabello
despeinado, rostro abofeteado y rojo, en un apretada, camiseta sucia sin
sujetador.
No podría haber parecido más diferente de ellos dos con sus uniformes
de club de campo si hubiera estado tratando.
Aun así, Dante ni se dio cuenta al principio. Ya hablaba mientras se
acercaba, demasiado concentrado en lo que decía como para notar cómo me
veía. —Escucha. Tengo una idea. Creo que tú y Tiffany deben pasar más tiempo
juntas. Tuve una larga conversación con ella...
—¿Cuándo? ¿Por qué? —interrumpí sin siquiera quererlo, moviéndome
más en el bosque. ¿Qué demonios está pasando? ¿No habíamos hablado de
esto? Nunca. Nunca le daría a esa chica una oportunidad.
—Me atrapó en mi camino al almuerzo del club de campo de esta
mañana, y le di un aventón. Me pidió que la escuchara, así que lo hice.
Nunca nos ha hecho nada a ninguno de los dos. No tiene nada que ver con los
planes de mi madre. Está tan desconcertada como nosotros por las cosas que mi
madre asegura. Nos reímos mucho del hecho de que mi madre dice que me voy
a casar con ella después de la universidad. Confía en
mí, está tan interesada en eso como yo.
Lo miraba, con las manos apretadas a los costados, y fue sólo después de
que terminó de hablar que pareció darse cuenta de que algo estaba mal.
Pues bien, otra cosa que no fuera la idiotez que acababa de parlotear,
tenía que saber que no estaría tragándolo tan fácilmente como él lo había hecho.
Tiffany lo deseaba. Lo sabía hasta mis huesos. Al igual que reconocía
similares.
Parpadeó un par de veces, los ojos recorriendo mi rostro y mi cuerpo.
Dio un paso más cerca, su mano lanzándose hacia adelante casi de manera
inconsciente a tocar uno de mis pechos. Fue un toque casual, que
hablaba de intimidad absoluta. Estaba tan acostumbrado a tenerme bajo sus
manos que era una segunda naturaleza en este punto.
Frunció el ceño. —¿Por qué no estás usando sujetador? ¿Te das cuenta
qué revelador es este top así?
Su boca se torció con disgusto cuando la mano vagando hizo contacto
con una de las manchas todavía adheridas a mi camiseta. —¿Qué hay sobre ti?
Quería darle un puñetazo en la cara. —Es una larga historia —dije entre
73 dientes. No tenía ganas de decirle nada. Estaba demasiado
frustrada para entonces. La mañana no podría haber ido peor.
Se limpió la mano en su traje impecable y la trajo de nuevo, esta
vez deslizándola debajo de mi camiseta para acariciarme.
Me retrocedió más profundo en el bosque, hasta que estuvimos bien
escondidos. —Me desperté soñando acerca de anoche —dijo, con voz ronca, los
ojos en su mano dentro de mi top—. Desearía que pudieras haber estado
conmigo. —Dio un paso más cerca—. Me gustaría que no tuviéramos que
dormir separados. Parece mal, ¿no?
No tenía ni idea. Habría dado cualquier cosa por eso.
Además, era un maestro en manipularme. Casi había hecho olvidar por
qué estaba tan molesta con unas pocas frases narcóticas.
Aun así, intenté volver al punto. —Es semen —le contesté.
—¿Qué? —preguntó bruscamente, con la mano aun acariciando mi
pecho, su pulgar frotando círculos alrededor de mi pezón fruncido.
—En mi camiseta. Es semen. Mi abuela fue a buscar en
el basurero afuera esta mañana, encontró un montón de nuestros condones
usados, y me despertó tirándomelos.
Su mano libre acercó un dedo a mi mejilla, y pareció darse cuenta de
mi rostro por primera vez. —Te abofeteó de nuevo, ¿no?
Me encogí de hombros, quitando la mano. —¿Importa?
—¡Por supuesto que importa! Si pone sus manos sobre ti de nuevo, voy a
ir allí...
—¿Qué harás que no hayas hecho antes? Incluso si la haces entrar en
razón, olvidará todo la próxima vez que esté borracha.
—¿Estás bien?
Me encogí de hombros otra vez, sin mirarlo. —Estoy bien. —Código, por
supuesto, para no bien.
—Vamos a ir allí, y llamaré a la policía.
—¿Piensas que ayudará? La última vez que hicimos eso, lo volteó sobre
mí, dijo que estaba pegándole a ella y casi me arrestan.
—Joder —maldijo, porque sabía que tenía razón. Los policías nunca se
encontraban de mi lado.
Había sido demasiado problema incluso pedir a las autoridades ayuda.
—Bueno, voy a caminar allá y mantenerla alejada de ti mientras que
agarras algo de ropa limpia. Mientras tanto, sin embargo, quítate la camiseta.
74 —¿Disculpa?
Sonrió, quitándose su chaqueta, aflojándose la corbata. —Te daré la mía.
No deberías tener que usar esa sucia por un segundo más. —Ya desabrochaba
la suya antes de que hubiera terminado de hablar.
Me quité la camiseta, y a pesar de todo, o tal vez debido a eso, la forma
en que sus ojos se movieron sobre mi cuerpo desnudo de repente estaba
hambrienta por él, insana, locamente, hambrienta.
Lamí mis labios, manos yendo al botón de mis vaqueros. —Dante —
jadeé.
Dejó caer la camisa y la chaqueta en el suelo, acercándose a mí. Todavía
tenía puesta su camiseta interior, por desgracia, pero me encargaría de ella
pronto.
—¿Tienes algo contigo? —pregunté, frotando mi pecho contra el suyo.
Ya sonrojado y jadeando en mi rostro. —Sí. Estaba a punto ir a
encontrarte. —Sacó un fajo de preservativos de su bolsillo—. Por favor, por
favor, consigue la píldora.
Había tenido una paranoia extraña acerca de mi abuela averiguando que
tenía sexo si atravesaba todos los pasos para conseguir la píldora, pero eso,
evidentemente, ya se sabía. —Está bien —jadeé, acariciándolo a través de sus
pantalones—. Lo haré. Tan pronto como me sea posible.
Ni siquiera nos besamos, pudo haber pasado al principio, pero habíamos
ido demasiado lejos. Apoyé las manos contra un árbol mientras me quitaba mis
vaqueros, nos tuvo a ambos listos, y me tomó desde atrás.
Acariciaba mi pecho, boca jadeando en mi oído mientras empujaba
dentro de mí.
Fue rápido, pero aún más tierno que rudo. Me vine con una
intensidad rápida y silenciosa, cerrando los ojos con fuerza, casi sin hacer
ruido.
Él se vino más fuerte, mucho más fuerte, gritando mi nombre mientras se
encontraba profundo y terminaba.
Todavía se hallaba dentro de mí, extrayendo hasta la última gota cuando
de repente se puso rígido.
—Joder. Tiffany —dijo, en voz alta.
Eso, por supuesto, me hizo ponerme rígida. Estaba estirando el cuello
alrededor, ya herida profundamente con sólo dos palabras, asesinato absoluto
en mis ojos.
¿Realmente acababa de decir Tiffany? No lo podía creer.
75 Pero a medida que mis ojos captaban el movimiento en el bosque, todo
tuvo sentido. Allí estaba ella, retrocediendo, los ojos muy abiertos. Nuestras
miradas se encontraron un instante antes de que se volviera y huyera.
—¿Qué demonios fue eso? —le pregunté a nadie en particular.
—Se cruzó accidentalmente con nosotros, creo —dijo Dante, viniendo
demasiado malditamente rápido en su defensa—. No podía haber sabido que
caminaríamos treinta metros en el bosque y empezaríamos a tener sexo.
—Claramente no nos entiende en absoluto, entonces.
—Tenemos que dejar de hacer esto. Son dos veces que alguien ha
estado observándonos en el bosque. No me gusta. —Mientras hablaba, su
peso se quitó de mi espalda y se deslizó fuera de mí.
Me di la vuelta, apoyando la espalda contra el árbol mientras miraba
hacia arriba, arriba, hacia él. —Me puedo controlar si tú puedes. —Seguro era
una mentira, pero una que dudaba que alguna vez probaría.
Como si probara mi punto, sus ojos se hallaban sobre mi cuerpo, una
mano yendo a acunar mi pecho, la otra a mi sexo. —¿Te viniste? Fuiste tan
callada que no pude saberlo.
Me mordí el labio y mentí. —No lo hice.
—Lo siento. ¿Quieres que me encargue de ti? —preguntó, la
voz volviéndose callada y oscura. Se acercó más, con el pulgar rodeando mi
clítoris mientras empujaba un dedo dentro de mí.
Jadeé y asentí. —Por favor, Dante —rogué, porque le gustaba eso, y
como una especie de penitencia por la mentira egoísta, sin sentido. No había
tenido que hacerlo sentir culpable para lograr que fuera abajo sobre mí, pero
por alguna razón quería hacerlo. Necesitaba ese elemento de arrepentimiento
en su caricia.
Él no era el único manipulador aquí.
Bajó hasta las rodillas, colgó una de mis piernas en su hombro, y enterró
su cara entre mis muslos. Empujó dos dedos dentro de mí y se puso a trabajar
en mi clítoris con su lengua, deslizando su mano libre arriba para acariciar mis
pechos.
Agarré su cabello con una mano, la otra cubría la suya sobre mi pecho,
sintiendo mi cuerpo con él. Había algo indescriptiblemente sensual acerca de
experimentar su toque sobre mí a través de mis propios dedos.
Decía su nombre menos silencioso, ojos apuntando suplicantes hacia el
cielo, cuando capté un movimiento con el rabillo del ojo.
Mi cabeza cayó hacia un lado. Era Tiffany. De nuevo. Mirándonos desde
detrás de un pino frondoso.
76
La miré.
Ella me devolvió la sonrisa, se volvió y huyó. De nuevo.
Dante se encontraba de pie, limpiándose la boca antes de que le dijera—:
Tiffany volvió a ver la segunda ronda.
Parecía confundido de manera irritante. —¿Qué? ¿Estás segura?
Me hallaba tan molesta por eso, por el hecho de que su mente funcionaba
de esa manera, que de alguna manera el imaginar verla era posible siquiera
vagamente, que dejé de hablar.
Me puse su camisa, los vaqueros, y empecé a caminar con determinación
de vuelta al remolque de mi abuela.
Estaba detrás de mí. —¿Por qué volvería? No lo entiendo.
Para verte desnudo, casi respondí, pero me mordí la lengua. Cada vez era
más evidente que tenía que averiguar por sí mismo quién y qué era Tiffany.
Estaba enferma y cansada de intentar de mostrarle yo misma. Había perdido la
paciencia.
Dejó caer el tema, que era lo mejor, porque me preparaba para una pelea.
10
“Las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser
comprendidas”.
-Oscar Wilde
83
11
“No permitas que tus heridas te transformen en alguien que no
eres”
-Paulo Coelho
Scarlett
84
85 —No tienes que agradecerme —dijo, algo fuerte entró en su voz—. Estoy
haciendo esto por mí, así como por cualquiera. Estaré en contacto pronto.
Me sentí extrañamente mejor después de colgar, un poco más animada.
Mi estómago gruñó y me di cuenta de que tenía hambre.
No podía recordar la última vez que había tenido apetito.
Me encontraba rebuscando en el refrigerador, hurgando por el desayuno,
cuando Demi llegó a casa con una mujer que no había visto antes. Ambas tenían
los brazos llenos de víveres.
Demi sonrió cuando me vio.
—Esta es mi amiga, Moonbliss. Nos conocimos en Om Nom Organics la
semana pasada y conectamos.
Para ser justa, Demi conectaba con todo el mundo. Y si suponía
correctamente, acababa de adoptar a otra persona solitaria. Venían de todos los
ámbitos de la vida.
Saludé a su amiga educadamente, incluso aunque podía decir con sólo
con una mirada que era una de esas.
Con la tez cetrina. Delgada de una forma insalubre. Ojos grandes y
vidriosos. Cabello marrón sin teñir, sin tratar, sin ningún producto.
Era vegetariana. No, peor. Mucho, mucho peor.
Una exprimidora. Una pura y vegetariana de jugos.
Y, ¿Moonbliss?
—¿Oh, vas a desayunar? —Señaló Demi—. ¡Justo a tiempo! Estamos a
punto de cocinar algo.
Miré sus bolsas de víveres reusables con duda.
—¿Qué iban a cocinar?
Moonbliss observó horrorizada nuestro intercambio.
—¿Cocinar? Oh, no. Nosotras nos cocinamos. La comida cocida es
comida sin valor. Nosotros preparamos.
Me divertía demasiado como para poner los ojos en blanco.
—¿Qué estaban por preparar?
—Batidos verdes.
—Suena delicioso —dije secamente.
Moonbliss no entendió el sarcasmo.
—Oh, es simplemente como el Nirvana. Lo hago con buenos verdes y
almendras activadas.
86 Todavía estaba pronunciando ¿almendras activadas? hacia una confundida
Demi cuando Moonbliss habló de nuevo:
—¿Te gustaría uno, Scarlett? Parece que te podría venir bien algo de
polvo cerebral.
—Polvo cerebral. —Preguntaba por eso tanto como intentaba pronunciar
las palabras—. ¿Acabas de decir polvo cerebral?
—Espera, ¿qué? ¿Es en serio? ¿No comes polvo cerebral?
¿Yo hablaba en serio? Se me hacía más y más difícil darle respuestas
concretas, pero mientras más la dejaba seguir, mejor era la recompensa.
Claramente.
—¿Fue inventado por una virgen? —pregunté, sin expresión—. ¿En el
tercer día de un nuevo ciclo?
Demi se mordió los labios para evitar reírse, apartando la mirada de mí.
Moonbliss me lanzo una mirada que me dijo que acaba de hacer a la luna
mucho menos alegre2.
2Es un juego de palabras. El nombre de la chica se compone de las palabras Moon: Luna y Bliss:
Felicidad.
—¿Quieres uno o no?
—¿Harán algo más? —pregunté con esperanza—. Tal vez algo con
alimentos sólidos, ¿o carne?
—Me considero una purista —explicó con altivez—, y no hay nada puro
en la carne.
—Un buen bistec sabe puramente delicioso —dije.
—No ingiero nada con un rostro. Creo que, como seres humanos, hemos
evolucionado más allá de eso. ¿Tú no?
Segura como el infierno que yo no había evolucionado.
—¿Oh, yo? No como nada de occidente. Eso es buscarse problemas.
Me estudió con los ojos entrecerrados por un momento, luego volvió a su
preparación.
Tomé asiento en uno de los taburetes alineados en el mostrador que
apuntaban hacia la cocina. Amos rodeó mis piernas, y le di unos toquecitos
ausentemente. Lamió mi rodilla, y lo dejé, porque lo hizo con amor.
Me sentí un poco mal por burlarme de Moonbliss, así que dije:
—Tomaré un batido verde, gracias.
—Moonbliss me ha estado enseñando a coci… a preparar unas recetes
87 maravillosas —me dijo Demi animadamente—. Está por publicar su primer
libro de cocina.
No me sorprendía ni un poco.
—Qué genial. Felicitaciones. ¿Cuál es el nombre? Me aseguraré de
conseguirlo.
—La misión de mi alma es cruda: Sanando las heridas del universo con
un sistema digestivo humano a la vez.
Parpadeé.
—Muy fácil de digerir. Oh, mira, hice un juego de palabras.
Incluso Moonbliss se rió con eso. Supongo que incluso a ella le gustaban
los juegos de palabras.
—Este batido se complementa mejor con una hora de yoga Kundalini —
nos explicó.
Es una vergüenza admitirlo, pero de hecho sabía a eso.
—Pero no hay tiempo de eso hoy. ¿Mañana, Demi?
—Seguro —dijo Demi. Demonios, ella sí que se comprometida.
—¿Quieres unírtenos para yoga mañana? —me invitó Demi.
El yoga jamás había funcionado para mí. Era más bien el tipo de chica
atlética de campamento de entrenamiento. Atletismo, flexiones, abdominales,
sentadillas. Cosas que dolían, pero funcionaban. Lo mantenía simple.
—Oh, no gracias —dije llanamente—. Me gustaría hacer yoga mental.
—¿Yoga mental? —preguntó Moonbliss, con sospecha.
—Sólo pienso en eso con mucho esfuerzo hasta que los resultados se
manifiestan por si solos.
Al menos hizo reír a Demi. No puedo complacer a todo mundo.
Le tomó una maldita eternidad a Moonbliss hacer los batidos. Nos
enseñó cada paso, pero era tan complicado que dudaba haber memorizado algo
de eso.
No había azúcar, el batido era horrible… todo, desde el color, hasta el
sabor y la textura, pero me lo tomé de todos modos. Valía la pena el precio de
admisión por este loco tren.
También, había estado tratando a mi cuerpo como el infierno
últimamente y no podía lastimar comenzar a remediar eso. Pasos de bebés para
volver a ser un humano de nuevo.
Mientras bebíamos, Moonbliss (se abrió y admitió que sus padres de
hecho la habían nombrado así, la pobre chica jamás tuvo oportunidad) nos
88 contó sobre su comida día a día. Sonaba demasiado desgastante y confuso para
mí, y me gustaba cocinar.
Oh, pero espera, ella no cocinaba. Supongo que no me gustaba eso de
preparar.
—¿Cuándo encuentras tiempo para manifestar los propósitos de tu
corazón? —interrumpí con descaro en un punto sólo para dejarla recuperar el
aliento.
No se detuvo. Me sorprendió.
—Oh, eso es fácil. Nunca me salto mi hora de meditación Kundalini a
primera hora de la mañana. Es crucial para la cultivación progresiva de mi
alma. Crucial.
Era como un gusto adquirido, algo así como su batido verde. Una cosa
que podía decir de ella, sin embargo: amaba a Amos. Mucho. No podía quitarle
las manos de encima después de que terminó su batido, rodando por el suelo
con él, frotando su vientre como le gustaba. Amos, como siempre, no podía
conseguir suficiente afecto, y tenía un lugar bueno en mi corazón para
cualquiera que pudiera amar a nuestro mestizo adoptado.
—Creo que tu perro es mi espíritu animal —dijo en un momento.
Estuve a punto de ahogarme con mi batido, pero me recuperé
rápidamente.
—El mío es esa botella de Costco medido de Patrón en el mostrador.
Moonbliss me miró raro, pero me dejó.
—¿Qué hay de ti, Demi?
—Sí, ¿qué hay de ti, Demi? —repetí.
—Nunca pensé en eso. ¿Tal vez un unicornio morado? Uno bebé.
Le sonreí. Demonios, me caía bien. Nos habíamos vuelto muy cercanas
últimamente. Y se lo atribuí a su tierno corazón, en especial cuando se trataba
de las criaturas heridas.
Era especial con todos.
Moonbliss no pudo quedarse mucho. Tenía mucha curación del mundo
herido por hacer para su misión del alma antes del atardecer, pero era lo
suficientemente considerada como para escribir algunas recetas que
energizarían los chacras antes de irse. Me pasó el pedazo de papel con una
floritura, como si pensara que fuera una prescripción.
—Siempre, para ti, y el polvo espiritual; necesitas toda la ayuda que
puedas conseguir para el camino de la paz interior.
91
12
"Si quieres ser amado, sé digno de ser amado."
-Ovid
Scarlett
92
Lo había hecho de nuevo. Me hizo enojar tanto que ni siquiera podía
mirarlo. Lo prometió. Prometió que no tendría nada más que hacer con Tiffany,
que ninguno de nosotros lo haría. Pero luego justo antes del último periodo,
mencionó, así como si nada, que ella vendría a casa de Nana para la cena esa
noche. Sus padres se hallaban fuera de la ciudad, y no creía que debería comer
sola.
Se sentía como una doble traición, ya que Nana estaba de acuerdo en
esto. ¿Le gustaría Tiffany ahora también?
¿Cuánto tiempo antes de que ambos le prefirieran sobre mí?
No podía soportarlo. Cuán insegura me sentía, cómo Dante
completamente ignoró mis sentimientos por consideración a otra persona.
Ni siquiera me enfrenté a él. Sólo me fui. Me siguió a mi clase, y luego a
mi pupitre.
Me senté, mirando al frente.
—Estás molesta —dijo, y tuvo el descaro de sonar enojado.
—Vete —dije rígidamente cuando sonó la campana.
La clase de Dante se encontraba al otro lado del campus, nada cerca, así
que no tenía más remedio que marcharse. —Volveré antes de la práctica. No te
vayas —dijo en un tono que me pareció insoportable. Hubiera tenido más
suerte ordenándome que me fuera—. Vamos a hablar antes de que saques esto
de proporción.
Fulminé con la mirada su espalda, esperando un segundo, el tiempo
suficiente para que se fuera, y me levanté.
Mi profesora de Historia, la señora Banks, me nombró una vez, luego
otra vez.
—No me siento bien —le dije—. Voy a casa. —No trató de detenerme,
aunque probablemente me arrepentiría después. Mi asistencia era siempre un
problema debido a mi odio a la escuela y amaba irme antes de que terminara.
Caminé a casa casi a ciegas, mirando mis pies, siguiendo el sendero, mi
mente en otro lugar. Varios lugares de hecho, pero sobre todo en la reacción de
Dante cuando se diera cuenta de que no me había quedado donde debía. Estaría
enojado. Probablemente incluso se saltaría la práctica para enfrentarme
inmediatamente.
Patética es lo que era, esperaba que lo hiciera. Necesitaba, una y otra vez,
como un disco rayado, que me mostrara que nunca se cansaría de mí, no
importa lo defectuosa que era. Lo insegura. Cuán indigna de ser amada.
93 Nunca había hecho las paces con ser abandonada. Tenía la certeza de que
nunca lo haría. Todavía encaraba la realidad de eso todos los días, preguntando
por qué era tan inútil, preguntando cuándo sería abandonada de nuevo.
Mi respuesta a eso era desencadenar mi rabia impotente sobre una
persona quien pudiera soportarla. Quien no me dejaría. A quién le importara lo
suficiente como para perseguirme cuando corriera.
Estaba sumida en mis pensamientos mientras me acercaba al arroyo.
Había un sendero más largo a la casa, con un puente sobre la pequeña masa de
agua, pero cuando hacía tan buen clima, nunca merecía la pena, cuando uno
podía saltar las rocas en la ruta más corta. Era difícil, pero conseguí hacer el
equilibrio hace años.
Era un día demasiado caluroso tan sólo a unas semanas en el año escolar,
por lo que llevaba pantalones cortos. El sol brillaba, una brisa burlaba a la
deriva a través del bosque. Mi estado de ánimo empezaba a mejorar más, ya
que tenía un poco de tiempo y espacio lejos.
Me equilibré para tomar la primera gran arremetida. Una vez que
empezabas, lo mejor era sólo para pasar directamente al otro lado, sin parar.
Sucedió rápido, tan rápido que más de ello se procesó en retrospectiva
que en tiempo real.
El arroyo era pequeño, pero ruidoso. Lo suficientemente ruidoso como
para ahogar los sonidos de hasta un hombre grande moviéndose directamente
detrás de mí.
Sucedió rápido, tan rápido, todo eso. Algo duro me golpeó en la parte
posterior de la cabeza. Vi estrellas, y mi mundo dio un giro a lo más oscuro.
98
13
“Estamos aterrorizados y nos desanimamos por trivialidades, nos
hemos dejado acabar por nada”.
-Charles Bukowski
Dante
119
15
“Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva,
duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te
amo.”
-William Shakespeare
120 Scarlett
Dante
126
Me desperté todavía en su sofá con un fuerte dolor de cabeza y la mejilla
apoyada contra un muslo sedoso. Era casi suficiente para que mi erección le
ganara a mi resaca. Casi.
Y dedos, dedos suaves y familiares, acariciaban mi cabello, frotando
ligeramente las sienes.
¿Era esto real? ¿Soñaba que ella atendía mi resaca, como si no me odiara?
¿Incluso mi mente en sueños anhelaba sus sobras? ¿Qué podría ser más
patético que eso?
—¿Estoy soñando? —murmuré en su piel.
—¿Generalmente sueñas sentirte como una mierda? Porque te ves como
una mierda.
Casi dije rápidamente sí, por favor. —Resaca —murmuré en su piel,
girando la cabeza para acariciarla con la nariz, deslizando una mano curiosa
por su pierna desnuda, tratando sin ninguna ayuda consciente de mi cerebro,
averiguar lo que usaba o no usaba.
Pantalones, no. Bragas, sí, aunque no eran un gran impedimento, y ella
no se resistía, gracias a Dios. La toqué, y se movió bajo mi mejilla, separando
sus muslos solo lo más mínimo.
Era suficiente.
Me deslicé hasta el suelo, cayendo de rodillas delante de ella.
Hice mi camino por sus piernas con mi boca, colocando besos con la boca
abierta contra sus muslos, apartándole más las piernas mientras me movía más
arriba, colocando los hombros entre ellas. Lamí la carne tierna de su ingle con
movimientos rápidos y húmedos de mi lengua, subiendo la mirada para ver su
reacción.
Hizo un pequeño ruido, más agudo que un gemido, pero más ahogado
que un maullido.
Lamí largo y lento, justo en esa pequeña franja perfecta de piel en la cima
de la cara interna de su muslo.
Hizo el ruido otra vez. Chupé su carne en mi boca, jalando duro, hasta
que me agarró del cabello y gritó mi nombre.
Sonreí y bajé la cabeza, abriendo más sus piernas, empujando el pequeño
trozo de encaje a un lado, y besándola, lamiéndola, hundiendo mi lengua en
ella hasta tenerla arañando sin pensar mis hombros, simplemente
127 enloqueciendo, pidiendo que me detenga, que la folle, que detenga la lengua.
Pero no podía parar, no me detendría. Toda mi vida se hallaba fuera de
mi control, pero esto, su cuerpo, su placer, era mío.
Me permitió hacerla venirse, pero el segundo que terminé, se puso de
pie, alejándose de mí con las manos apartando el cabello de la cara.
Aún limpiaba mi boca mientras la estudiaba. Llevaba la camisa que usó
antes, pero eso era todo. Sin sujetador, sin zapatos, sin maquillaje.
—¿Cuánto tiempo he estado dormido? —le pregunté.
—Un rato —respondió, todavía sin aliento, pero intentando ocultarlo,
una mano apoyada en la encimera, y la otra en su cadera. De espaldas a mí—.
Ya terminé el rodaje por el día. —Se movió a la pequeña barra de café del
remolque y la observé en silencio, viendo todos sus movimientos mientras
empezaba a preparar una taza
Cuando me di cuenta de que lo hacía para mí, preparándolo exactamente
como lo bebía, mi corazón dio un giro lento y doloroso en el pecho.
¿Qué demonios pasaba? ¿Por qué actuaba tan civilizada?
Me deshizo más rápido y más profundo de lo que su hostilidad jamás
podría lograr.
Tal vez por eso.
Se acercó a uno de los pequeños gabinetes de arriba y sacó algo.
Oí más la botella de píldoras traqueteando de lo que la vi, porque mis
ojos se encontraban ocupados con cada centímetro de piel que revelaba cuando
se estiraba.
Me moví incómodo, y fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía
puesta la ropa. Ella debió haberme desnudado mientras dormía, y me dejó en
nada más que mi bóxer.
Me trajo dos de ibuprofeno y la taza de café. Le di las gracias, los ojos
devorando su rostro, pero no me miraría, en su lugar dio un breve asentimiento
y se giró de nuevo.
—Me quitaste la ropa mientras dormía. —Era una pregunta más que
acusación.
—Fue el viento —dijo con aire ausente, sarcasmo presente incluso si no
lo pretendía. Observó la encimera. El regalo que le traje. —¿Qué es eso? —Era
una acusación más que una pregunta.
Nosotros siempre fuimos buenos equilibrándonos uno al otro.
—No lo sé —dije arrastrando las palabras—. Creo que el viento lo trajo
cuando volaba la ropa.
128 Sólo podía ver un atisbo de su perfil con la forma en que se dio la vuelta,
pero capté el fantasma de una sonrisa.
Me dolía el pecho ante la vista. Decir que la extrañaba era un eufemismo
cruel, como decir que extrañarías tu alma después de haberla tirado. Después
de que fuera arrancada de ti.
Me encontraba vacío.
La carne sin sangre.
No estaba completo sin ella.
Nunca lo estaría.
No era lo suficientemente tonto como para creer que alguna vez podría
cambiar.
Me tomé las pastillas y bebí un gran trago de mi café. Todo el tiempo no
se movió, solo miraba la caja.
—Ábrela. —La insté. No tenía ni idea de si lo haría. En ese momento era
un absoluto enigma para mí.
Todavía no podía entender por qué no me había obligado a irme aún.
Bueno, tenía una idea, una sospecha repugnante y constante, pero mi
miedo ante eso me hizo al instante rechazarla. La negación es algo muy
poderoso.
Me tensé cuando me di cuenta de que de hecho sí abriría el regalo,
inclinándose hacia delante, apoyó los codos en las rodillas.
Sacó los zapatos Louboutins de la caja sin decir una palabra,
colocándolos uno junto al otro en la encimera —Alteza Diamante —dijo con
reverencia.
—¿Acabas de hablar de tus zapatos como Alteza Diamante?
Me lanzó una mirada. —Ese es su nombre.
—¿Sabes el nombre del zapato?
Pareció avergonzada por un breve y entrañable momento. Era adorable.
Me dieron ganas de besarla hasta enloquecerla. Y follarla hasta perder el
sentido. Pero eso no era nada nuevo.
—Lo que quiero decir es que no los quiero. —Se recuperó—. Deja de
comprarme zapatos, acosador.
—Bueno, puedes tirarlos, al igual que el otro par, o hacer lo que quieras
con ellos, pero no los voy a tomar de vuelta, y tenía que comprarte algo. Para
felicitarte por tu gran protagónico.
129 Ella babeaba de nuevo por los zapatos. —¿Por qué elegiste estos, en
particular? —preguntó con admiración reticente en su voz.
Lo hice bien.
—Tuve ayuda, de una de nuestras estilistas de tiendas por
departamentos. Le dije que te encantaba el zapato porno, que solo te venías
sobre las cosas hardcore. —Me calenté cuando vi que tuvo que contener su
sonrisa—. Y me recomendó unos pocos. Estos se destacaban más para mí.
Con un suspiro, los puso en la caja, volviéndose a mirarme. —¿Qué estás
haciendo aquí? —Su voz era casi amable con el más fino borde de dolor.
Era extraño en ella, tan inexplicablemente vulnerable, que me hizo
estremecer. —Te lo dije antes. Tenía una pregunta para ti. No la contestaste.
Agitó la mano en el aire, descartando la idea. —Lo que quiero decir es,
¿qué estás haciendo en la ciudad?
La miré, porque sabía la respuesta a eso. Aun así, si quería jugar a fingir,
podría hacerlo también. Yo era, de hecho, excelente en ello. —Estoy aquí por
trabajo. Pensé en pasar por aquí mientras me encontraba en el vecindario.
Se cruzó de brazos hasta que casi se abrazaba a sí misma y se me quedó
mirando.
Su cara era trágica.
Era demasiado. Me sacó el aire.
Estuve deshecho con una mirada. Ni siquiera podía verla a los ojos
cuando me miraba de esa manera. Bajé la vista a mis manos cuando una onda
inconfundible de miedo se sacudió a través de mí.
Su expresión me dijo todo y nada, pero una cosa era cierta, sabía algo
que no se suponía que supiera, y todas las reglas cambiaron.
Me sentía indescriptiblemente culpable ante el alivio de que se apoderó
de mí. Fue tan fuerte que por un momento casi me ahogué en el miedo.
Pero solo por un momento.
—Mírame —convenció suavemente—. Mírame y dime lo que has hecho.
Hui. Encontré mi ropa, me la puse con torpeza, con movimientos
espasmódicos, y me marché de allí.
No se movió, ni se giró a mirarme, no dijo una palabra más, a pesar de
que no se me escapó que temblaba como una hoja.
Abrazándose a sí misma y temblando como si apenas pudiera
mantenerse de pie.
Fue un verdadero infierno alejarme.
130 Y absolutamente necesario.
17
“La belleza, más que el rencor, rompe el corazón.”
-Sara Teasdale
Scarlett
131
Había oído rumores, y con los años se volvieron más persistentes.
Susurros sobre Jethro Davis. Era asumido comúnmente que él era mi padre.
Incluso mi abuela admitió algunos años antes de que era el candidato más
probable.
Nunca había visto al hombre, pero odiaba la idea de que yo pudiera
tener un padre tan cerca, en esta misma ciudad, y que ni siquiera se molestó en
conocerme.
Ni una sola vez se molestó en ver cómo lucía su hija. Si me encontraba
bien.
Nunca se molestó en asegurarse de que no terminó en un contenedor de
basura.
En su lugar, preferí fantasear que él era alguien glamoroso, una persona
rica, tal vez incluso famosa, un hombre que ni siquiera sabía que yo existía,
porque si lo hacía, nada podría haberlo mantenido alejado de mí.
Pero entonces, un día, me encontré con Jethro Davis.
Los rumores que escuché de él no eran solo sobre que era mi padre.
Muchos de ellos eran sobre el hombre mismo. Sobre las cosas que hizo. Era un
criminal. Un vendedor de drogas y algunos decían cosas peores, como que las
pocas personas que se le cruzaron no vivieron mucho tiempo para lamentarlo.
Estuvo algún tiempo en la cárcel. Porqué exactamente, nunca supe.
Asalto y agresión, algunos dijeron. Robo a mano armada, también había oído.
Estaba familiarizada con la historia de mi supuesto padre mucho antes
de que mis ojos lo hubieran visto, pero cuando lo vi, en el supermercado, al
azar, supe quién era inmediato.
Me encontraba en el pasillo de la mantequilla de maní, agarrando
algunas cosas de la lista de comestibles de Nana. Su ama de llaves solía hacer
todas las compras, pero recientemente se enfermó con un caso grave de gripe,
por lo que tomé el deber.
No sé muy bien por qué estaba tan segura de ello. La forma en que me
estudiaba tal vez o la manera en que inclinaba sus ojos, la línea obstinada de su
mandíbula. No era sus características tanto como la forma en que reaccionaba.
Había un fuerte parecido, pero también no lo había.
Era un hombre magnífico. Simplemente impresionante, con el rostro
perfectamente simétrico, y no era vanidad, pero no pude evitar ver algo de mí
misma en él.
Y todas mis fantasías sobre algún padre heroico que me habría querido
sin tan solo hubiera sabido de mí…. Desaparecieron de mi cabeza para siempre.
132
Parecía tan sorprendido de verme como yo a él. —Oye, te conozco —dijo,
arrastrando las palabras.
—No, no haces —le contradije con altivez.
Seguro como el infierno que no me conocía. Nunca tendría el privilegio, me
juré a mí misma.
—Sí, lo hago —dijo, imperturbable—. Eres Scarlett Theroux. Escucho
todo tipo de cosas sobre ti. Un lindo temperamento, por lo que he escuchado.
Terrible desde que eras pequeña. No muy diferente a tu madre.
Sonrió. Era hermoso, pero odié su cara a simple vista. —No muy
diferente de tu padre, tampoco.
—Mis dos padres están muertos —dije, a falta de algo mejor. Él se
encontraba, sin duda, muerto para mí.
Rio. —Oh, ¿eso piensas? Creo que estás llena de mierda. Sabes muy bien
quién soy, ¿verdad?
Lo miré, pero no respondí.
—Soy tu papá. Lo sabías, ¿verdad? Probablemente no estás muy
interesada en escuchar eso, pero es la verdad. Puedo ver la sangre Davis en ti,
también. No había oído hablar de eso. La gente solo me decía que eras la viva
imagen de Renee. Y puedo ver eso. Pero me veo en ti, también, no se puede
negar eso.
»Aunque supongo que no te importa eso, ¿eh? Lo has hecho bien por ti
misma, escuché, viviendo en la extravagante mansión de la anciana Durant. —
Odiaba su forma de hablar, lento, cada palabra prolongada para ser insinuante.
Además, sonaba como un pueblerino.
—¿Qué deseas? —pregunté. Claramente, si hubiera realmente querido
ser mi papá, no habría esperado a chocar accidentalmente conmigo en una
tienda de comestibles para presentarse a sí mismo.
Sonrió, y odié que luciera extrañamente familiar para mí. —Estás en la
secundaria, ¿verdad? Eso puede ser útil para mí. ¿Estás interesada en hacer algo
de dinero, chica?
Empecé a salir sin decir nada más.
Me detuvo con un agarre en el codo. —Ahora, ahora. Es buen dinero. Ya
no tendrías que rogarle a los Durant por caridad. ¿No quieres un poco de
dinero por tu cuenta? Me aseguraré de que todos tus trabajos sean fáciles. Solo
entregar algunas cosas, pequeños paquetes, a tus compañeros de clase, ¿sí?
—Suéltame, pedazo de… —gruñí.
—Oye, cuidado. Es papá para ti.
133 Justo cuando piensas que no puedes odiarte más a ti misma… y luego te
enteras de que vienes de una basura blanca peor de lo que imaginabas, sí, ahí es
donde me encontraba.
Su sonrisa se volvió desagradable. —Tienes un poco de actitud en ti. No
debería sorprenderme. ¿Sabes quién más tenía una? Tu mamá. No resultó
demasiado bien para ella, por lo que escuché.
Eso me detuvo en seco. —¿Qué se supone que significa eso? ¿Sabes
dónde está?
Se rio y fue una burla. —No puedo decir que sí, pero he oído cosas. Tal
vez si fueras un poco más agradable con tu padre, te contaría algunas de las
cosas que oí acerca de tu madre.
Zafé mi brazo de su agarre. —¿Qué insinúas?
—¿Qué tal si vienes a mi casa conmigo? Tengo una pequeña parcela de
tierra, y ya que eres parte del clan Davis, creo que es hora de que le eches una
mirada. Cuando estemos allí, te diré lo que sé sobre dónde Renee, tu madre...
terminó.
No era tan tonta como él parecía pensar. De ninguna manera iba a
ninguna parte con él. Jamás.
Abrí la boca para decirle eso cuando fui interrumpida.
—Jethro Davis, ¿qué tal si dejas en paz a esta linda señorita antes de que
encuentre algo en ti para arrestarte? Supongo que no tendría que buscar mucho
más allá de tus bolsillos si quisiera conseguir algo, ¿verdad?
Me estremecí. Este día empeoraba cada vez más.
Acababa de ser salvada de mi padre por la única persona que podía
posiblemente querer ver incluso menos que él.
Jethro no podía alejarse de mí lo suficientemente rápido después de eso.
Y entonces me quedé con el detective Harris. Él me dio su sonrisa
engañosa. —Qué casualidad. ¿Cómo estás? Eso debió haber sido traumático, lo
que le hizo tu… ¿sigue siendo tu novio? a ese pobre hombre sin hogar. Escuché
que se las arregló para encontrar una manera de salir de ello, sin embargo.
Felicidades. Es increíble lo que el dinero puede hacer, sobre todo cuando se está
tratando con un fiscal que está esperando tener una larga carrera política por
delante de ella.
—Fue en defensa propia —dije, mi voz y rostro duro—. Todo el mundo
tiene derecho a defenderse a sí mismo. —Dije esto de la misma manera en que
lo había dicho cientos de veces, con determinación de piedra. Estaba
acostumbrada a defender lo que Dante hacía. Nunca dejaría de defenderlo,
porque sabía que lo había hecho por mí.
Volvió a sonreír. —Me disculpo. Estuve fuera de lugar allí. No era mi
134 intención molestarte. En realidad, trataba de ayudar. Vi que esa sabandija te
molestaba y pensé que debía intervenir. Jethro sí estaba molestándote, ¿verdad?
Asentí, pensando que era irónico que esta basura viera a Jethro como
sabandija, pero a regañadientes dije—: Gracias.
—En cualquier momento, Scarlett. Sabes que siempre estoy aquí si me
necesitas. Siempre.
No me gustaba el sonido de eso ni un poco. Traté de avanzar, pero dio
un paso en mi camino. —Escucha, quizá no lo veas ahora, pero pensé que debía
advertirte: Dante es peligroso. Peligroso para los demás, peligroso para ti.
Me quedé mirándolo, preguntándome cuál era su intención. Por su
rostro y voz, parecía genuinamente preocupado por mí, pero con él no estaba
segura.
Y su intención no importaba. Nada en la Tierra podría asustarme de
Dante. Moriría antes de hacerme daño. Moriría para evitar que fuera herida.
Por cualquiera. Esto lo sabía.
—Crees que te defendió, lo entiendo. ¿Crees que fue, qué? ¿Homicidio?
¿Autodefensa si estás siendo completamente ingenua? Pero fue algo más, te lo
prometo. Entró en el bosque en busca de un hombre, y el hombre terminó
muerto. ¿Qué es eso, sino algo intencionado?
Empecé a sacudir la cabeza. Se equivocaba. Lo sabía a ciencia cierta. Miré
los ojos de Dante mientras me decía lo que realmente sucedió. Fue a buscar a mi
atacante, con la intención de llevarlo a la policía, ya que la policía no hacía nada,
pero cuando lo encontró, el hombre sacó un cuchillo y lo atacó. Lucharon,
Dante trató de tomar el cuchillo, pero en su lugar, para su horror, terminó por
apuñalar al hombre. Intentó todo lo posible para conseguir ayuda, pero mi
atacante se desangró antes de que pudiera conseguir la atención médica
adecuada.
Dante me contó la historia con un detalle increíble y con sinceridad, y le
creía incondicionalmente, incluso si era una de los pocas.
—Si pierde los estribos de nuevo, ¿cómo puedes saber que no serás tú la
que termine en el lado equivocado de ello?
—Está tomando cursos de manejo de ira —le dije a Harris, no porque
pensé que Dante realmente los necesitara, sino porque parecía algo que Harris
debería escuchar.
—No me entiendes, Scarlett, o no me estás oyendo, pero quiero que
sepas que si alguna vez me necesitas estoy a solo una llamada de distancia.
Puedes venir a mí por cualquier cosa.
Sentí sus palabras como una insinuación, siempre lo hacían, pero
simplemente asentí y pasé junto a él. Al menos no estaría molestándome nunca
135 más, no más que en una coincidencia aleatoria. Mi caso estaba cerrado, gracias a
Dios.
Harris me dejó ir, y fui directamente a la caja. Sólo había una cajera
atendiendo, y tuve la mala suerte de estar justo detrás de Jethro.
Me envió una sonrisa grasienta mientras pagaba por su cerveza y
cigarrillos con su tarjeta de beneficiario.
Por supuesto, esto no estaba permitido, pero cuando eres el mayor
traficante de drogas de una pequeña ciudad, cosas como esa tienden a ir a su
manera.
Miré su espalda cuando se fue. Esperaba sinceramente nunca tener que
verlo de nuevo.
Conocer a Jethro me molestó. Era desalentador y preocupante darse
cuenta que incluso yo creía que era mi padre biológico. Antes, siempre había
sido capaz de hacer caso omiso de cualquier relación en las raras ocasiones en
que salía a colación, ya que la idea había sido tan abstracta como de mal gusto.
No quería que este hombre fuera mi padre así que no lo era.
Pero ya no más. Después de eso, llevaba el peso de pertenecer a la
herencia de una basura blanca aún más de lo que ya era. Fue un golpe a mi ego
que no necesité, por decir lo menos. Ni un día en mi vida transcurrió sin que yo
hubiera sabido y sido recordada que era basura. Más pruebas se acumulaban en
una herida que ya estaba ensangrentada.
Otra cosa salió de haberme encontrado con él, sin embargo. Una lección.
O por lo menos, un recordatorio: no era una Durant. Nana me aceptó en su
corazón, en su casa. Me dio de comer, me vistió. Me dio todo lo que necesitaba
y más, desde un teléfono a mis cortes de cabello.
Incluso trató de comprarme un coche, pero dibujé la línea allí.
No, no estoy loca. Simplemente no podía hacerlo, no podía tomar un
regalo tan extravagante, no sin ganarlo. Ella tenía tres coches adicionales.
Cuando necesitaba uno, siempre generosamente me permitía tomarlo prestado.
Era suficiente para mí.
Y por mucho que quería decirle a toda esa gente que me miraba con
desprecio que se fueran a la mierda, sí me importaba cómo se veía, cómo me
veía cuando se trataba de Nana y su bondad hacia mí.
Si el mundo pensaba que tomaba ventaja de ello, entonces demonios, tal
vez era verdad, e hice todo lo posible para no hacerlo.
Por lo tanto, encontrarme con Jethro Davis no fue del todo malo. Me hizo
darme cuenta de que necesitaba empezar a ganar mi propio sustento.
136
18
"Te amo como ciertas cosas oscuras son amadas, secretamente,
entre la sombra y el alma.”
-Pablo Neruda
Scarlett
137
El rodaje no iba como esperaba. Era una montaña rusa. Todas subidas y
bajadas, nada en el medio.
Una parte de mí lo odiaba, y otra parte lo encontraba estimulante. Al
menos no estaba aburrida.
La actuación era lo único con lo que no me sentía en conflicto. Me
encantaba, porque Dios, estaba cansada de ser yo. Se sentía bien deslizarse en
otros zapatos.
Pero el resto era un revoltijo que consistía en guiones cambiados, nuevas
líneas, y re-grabaciones repetitivas.
Cada escena parecía que tenía que hacerse de nuevo una docena de
veces. Al menos.
Pensaba que todo esto se remontaba a una cosa: el director. Era difícil de
complacer y más difícil de impresionar.
Stuart Whently era conocido por crear la lista A, personajes llevados a
películas que hacía a la academia de cine desmayarse, y por ser un excéntrico, a
veces tiránico, perfeccionista.
Cuando pensaba de esa manera, las cosas no iban en realidad tan mal.
Aun así, se sentía como si estuviera de alguna manera fallando, y
empezaba a extrañar a mis amigas, que se iban cuatro o más días a la semana,
infierno, incluso a mi antiguo trabajo de mierda en la aerolínea, donde al menos
no sentía que era incompetente.
Hubiera renunciado con gusto hace más de un mes, sin imaginar que
duraría en volver a ello ni por un segundo.
Nunca lo admitiría en voz alta, y aunque hacía un trabajo horrible,
seguiría haciendo mi mejor esfuerzo hasta que o bien lo hiciera bien o fuera
echada. Ni siquiera me lo cuestionaba.
—¿Siempre es así? —le pregunté a una de las ayudantes de producción
después de que Stuart llamó a un corte abrupto y salió hecho una furia del set.
De nuevo.
—¿Hmm? —preguntó.
—Lo que quiero decir, ¿es así como se supone una producción de
película vaya o se trata de un colosal fracaso? —Tenía la esperanza de que no
fuera el caso, pero necesitaba saber si lo era.
Siempre, siempre prefería la verdad.
Eso la hizo finalmente mirarme, empujando sus gafas en lo alto de su
138 nariz para estudiar mi cara. —Este proyecto es tan tranquilo como se puede,
para ser honesta. Por lo general, la filmación con él es una pesadilla.
Me sorprendió, alivió, y de alguna manera molestó. Pero al menos, no
era por mí.
Stuart estuvo de vuelta en menos de una hora, que era por lo general el
patrón, y nos llamó al set de nuevo.
Dos tomas más tarde, y el buen viejo Stu se hallaba de nuevo
despotricando.
—Es un viaje de regreso de sentimiento alienado del mundo —dijo
apasionadamente, hablándome directamente a mí.
Bueno, a eso podía relacionarme. La segunda parte de ello, por lo menos.
—Se trata de crecimiento personal, no una explosión del mismo, pero se
desarrolla en un proceso gradual, pétalo a pétalo, poco a poco. Esta escena se
supone que te hace florecer. Él ha hecho por ti algo que nadie ha hecho antes,
mostrándote bondad, cambiando tu punto de vista, acerca de las personas, de
los hombres. ¡Ustedes dos se supone que se gusten uno al otro!
Y ese era todo el problema. No podía soportar al actor principal. Era un
idiota de Hollywood de primer orden.
Estuve emocionada cuando oí que fue elegido para el papel.
David Watts había parecido la elección perfecta. Tenía éxito, un nombre
muy conocido, de excelente aspecto, y porque tenía cuerpo musculoso y le
gustaba poner fotos sin camisa de sí mismo sosteniendo gatitos en Instagram
regularmente, traía su propia base de fans rabiosas de todas las películas que
había hecho.
Pero la forma en que sonaba en el papel estaba lejos de cómo era trabajar
con él.
Stuart fue directo a mi espacio personal, como solía hacer, me distrajo de
mi línea de pensamiento molesta, ojos con lentes estudiándome de cerca. —Pero
tú no eres el problema, ¿verdad? Eres ella. Eres este personaje. Eres tú. Tú eres
esta película. Eso está claro para mí. Así que eres tú con la que debemos
empezar a trabajar. Lo que necesitamos para esto es la química. Te lo
preguntaré simple, ¿puedes pensar en un hombre con el que tengas química
que sea apto para desempeñar este papel?
Me sorprendió, pero me encantó. ¿Realmente despediría a David Watts?
¿Es eso lo que quería decir?
Abrí la boca para responder, porque demonios, encontraría a alguien,
pero David interrumpió con un gran berrinche.
Al parecer, también quería este trabajo.
139
David probablemente no era una persona terrible. Sólo estaba fuera de
contacto con la realidad. Y la normalidad. Algo de lo que pensé que un montón
de personajes famosos sufrían. Apostaría dinero de lo que vi en el set que se
rodeaba de gente que solamente le decía lo maravilloso que era, que era el copo
de nieve más especial de todos los copos de nieve especiales.
La gente que nunca le hacía saber cuándo actuaba como un gilipollas
titulado.
Ni siquiera era un mal actor. Tenía un rango limitado, como la mayoría
de los hombres más apuestos, pero lo que actuaba, lo actuaba bien. Solo decidió
ser un idiota conmigo desde el primer día que nos conocimos, y no podía
ocultarlo, incluso cuando las cámaras estaban rodando.
Todavía me sentía un poco disgustada acerca de esto. Estuve
emocionada de conocerlo, más emocionada cuando quiso que fuera a su casa
para ensayar juntos.
Alrededor de dos horas y un par de copas más tarde en esa primera
reunión, me pidió (demasiado directo y sin una pizca de encanto) si quería
follar, y educadamente lo rechacé.
Está bien, educada quizás no era la palabra. Intenté ser educada, pero
estoy segura de que mi versión de educada no fue más que un toque sarcástico.
Y es probable que burlista.
No tomó bien el rechazo. Sinceramente, no pensé que supiera como
manejar esto, y lo volvió hacia mí. Le dijo a todo el mundo que era difícil
trabajar conmigo, mientras hacía excepción a cada palabra que salía de mi boca.
Lo ignoré e hice mi mejor esfuerzo para no dejar que se mostrara que no
podía soportarlo cuando las cámaras filmaban. Pensaba que lo había logrado.
David ni siquiera lo intentó. No sé si pensaba que podía intimidarme
para querer dormir con él, o si no era más que poco profesional.
Una cosa era segura. Antes de hoy nunca soñó que existía una
posibilidad de que pudiera ser despedido.
—No quiero despedirte —le dijo Stuart cuando David se calmó lo
suficiente como para dejar que alguien más hablara—. No quiero. Solo podría
tener que hacerlo. Scarlett es eléctrica. Es mágica. Incandescente. Me da vida. Es
mi musa, y fue hecha para este papel, pero tan pronto como los pongo juntos,
todo se hace plano. ¡Plano! No puedo tenerlo plano, David. Dime cómo puedo
evitar despedirte.
Ese pequeño discurso, y el miedo de perder el papel, parecieron ayudar.
David intentó con más fuerza. Se hizo más civilizado con la siguiente toma,
140 como si una luz que se hubiera encendido. Una gran pila de pastel de humildad
había sido justo lo que recetó el doctor.
Qué mocoso malcriado.
Cuando terminamos otra toma resultó en un salpicón de aplausos y
excéntricos besos de Stu soplados en el aire.
Estaba casi decepcionada. Me habría gustado sustituir a David con
Anton o, diablos, casi todo el mundo, pero si iba a comportarse, no sería una
perra al respecto.
Nos tomábamos un breve descanso mientras esperábamos para montar
la siguiente escena cuando mi teléfono comenzó a sonar.
Era Bastian. Tomé una respiración profunda y respondí.
—No puedo encontrar a Dante —comenzó.
Cerré los ojos, frotándome la sien con la mano libre. —Está aquí.
—¿Qué quieres decir con aquí?
—En algún lugar de la ciudad. O al menos lo estaba hace unos días.
Bastian maldijo. —Maldita sea, debería haber adivinado. Si lo ves de
nuevo, dile que necesito que me llame. Tenemos que unir esfuerzos.
—¿De verdad crees que es una buena idea? —pregunté directamente. Si
Dante sabía que hablaba con su hermano, sin importar el motivo, no tenía
ninguna duda que lo enviaría a un ataque de celos.
—Veo tu punto —admitió irónicamente—. Bueno, si lo ves, ¿averiguarás
que está haciendo allí, dónde se aloja, y luego me lo harás saber?
—Si lo veo, sí, lo haré.
Me quedé mirando mi teléfono mucho después de que la llamada
terminara.
¿Vería de nuevo a Dante? ¿Quería hacerlo?
Fui capaz de responder a la primera pregunta mucho antes de lo que
imaginé, ya que la siguiente vez que fui a mi remolque para un descanso, me
encontré con Dante tumbado en mi sofá. De nuevo.
Y apestaba de borracho. De nuevo.
Sin embargo, no creí que fuera el alcohol corriendo a través de su sistema
lo que hizo que no pudiera encontrarse con mis ojos.
Vino aquí para verme, y ni siquiera podía mirarme.
No estoy segura de cómo que me habría hecho sentir hace unos meses, o
incluso semanas, pero con lo que ahora sabía, me hizo sentir miserable.
Sin decir nada más fui a hacernos una taza de café. Me temblaban mucho
las manos, pero o bien no se dio cuenta o era lo suficientemente educado para
no hacer comentarios al respecto.
—¿Estás en la ciudad por mucho? —pregunté mientras le ofrecía su taza.
143 La tomó con un suave gracias, arrastrando una mano por su cabello, los
ojos bajos. —No sé. No sé qué demonios estoy haciendo más, Scarlett. Eso es un
hecho.
Me puse de pie sobre él, estudiándolo. Olvidé lo espesas que sus
pestañas eran, dobles filas y más oscuras que su cabello. Olvidé lo bien definido
que su exuberante labio superior era, lo amplios que eran sus hombros, tan
musculosos que incluso se flexionaban cuando hacía un movimiento tan
pequeño como tomar un sorbo de café.
Olvidé eso cuando me mostró el más mínimo atisbo de vulnerabilidad, lo
que me hizo débil como un bebé.
Me obligué a olvidar tantas cosas de él, y me pregunté, casi sin atreverme
a tener esperanza, si podría ser diferente ahora.
¿Había alguna posibilidad de que pudiera cambiar mis recuerdos de
amargos a dulces de nuevo? No todos ellos. Por supuesto que no. ¿Pero quizás
algunos?
Todavía no lo sabía.
Todo había cambiado, pero el futuro era más incierto que nunca.
Pasé mi mano, oh, tan suavemente por su cabello y todo su gran cuerpo
se tensó como preparándose para un golpe.
Tenía buenos instintos. —Lo sé, Dante. —Mi voz era tranquila, pero la
intensidad temblorosa de ella resonó por toda la habitación. —Lo sé.
—No tengo la menor idea de lo que estás hablando. —Poco a poco y con
cuidado, puso su café sobre la mesa a un lado a su derecha.
—Eres un mentiroso —le dije casi en broma, porque por una vez tuve la
sartén por el mango.
Por último, lo tuvo observándome, mirándome a los ojos sin pestañear.
—¿Con quién has estado hablando? —La pregunta salió con cuidado, su
tono medido. Aparentemente inofensivo.
No me dejé engañar. Su cara era suave, todavía, a excepción de sus ojos.
Ellos me decían una historia diferente.
Una historia de rabia y violencia. De su temperamento en ebullición, sin
control, justo bajo la superficie.
Si le daba un nombre, decirle quien me había puesta al tanto…
Rodarían cabezas.
—Eso es lo menos relevante que podrías preguntar —respondí
finalmente, una evasión, pero una que sabía iba a ser eficaz.
—No estoy de acuerdo. ¿Quién? —La insustancial fachada se deslizaba
144 de su voz.
—Voy a responder a una de tus preguntas, pero no esa. —Mi voz era casi
una burla.
Se humedeció los labios y fue un esfuerzo no inclinarse y besarlo. —¿Qué
quieres decir?
Estaba en un territorio peligroso ahora. Mi necesidad de curarlo se volvía
tan fuerte como mi necesidad de hacerle daño.
—La respuesta es sí —pronuncié en voz baja. Hizo doler a mi corazón
hecho jirones el pronunciar las palabras, pero no fui capaz de mantenerlas.
Confusión frunció su ceño, sus brillantes ojos estudiaron mi cara. —¿Sí a
qué?
—Sí. Te amo tanto como te odio.
Algo le pasó a su cara; se cayó y se levantó mientras un estremecimiento
lo sacudía. —Jesús —susurró, una y otra vez mientras me agarraba, enterrando
su cara en mi estómago, envolviendo sus grandes brazos alrededor de mí.
Mi voz era áspera, tan frágil como la rotura de cristales, mientras
añadía—: Es un empate cercano, amor y odio, pero podría inclinarse en
cualquier dirección. Ya terminé con las mentiras, Dante. Tengo algunas
preguntas y vas a responderlas.
No me soltó, no huyó esta vez.
Progreso.
—¿Qué sabes? —preguntó con cuidado, su voz amortiguada contra mi
vientre. Su cara todavía presionada fuertemente en mí.
Toqué su cabeza ligeramente con mis dedos.
Mis uñas rasparon rudamente su cuero cabelludo mientras agarraba dos
buenos puñados de su cabello, inclinando su cabeza hacia atrás, hacia arriba, lo
que le obligó a mirarme a la cara.
Me dejó, parpadeando lentamente hacia mí.
Me incliné y presioné mi boca en la suya.
Estuvo bebiendo cerveza, podía decirlo. El sabor de la misma estaba
drogado en su aliento, se volvió increíblemente dulce. Me trajo recuerdos,
buenos y malos, como todas las cosas con Dante.
Me quedé en el beso. Tenía poco tiempo, pero no me contuve.
Cuando finalmente quité mi boca de la suya, los dos jadeábamos duro,
pero encontré aliento para decir—: Vas a ser honesto sobre esto o vas a
permanecer fuera de mi vida.
No dijo nada y me alejé, moviéndome a una distancia segura fuera de su
145 alcance. — ¿Asumo que te estás quedando en algún lugar de la ciudad?
Asintió, luciendo un poco aturdido.
—Tengo que volver al set, pero no hemos terminado aquí. ¿Por qué no
me envías la dirección en la que te vas a quedar? Iré a verte cuando haya
terminado el trabajo del día.
—Voy a esperar aquí hasta que termines. Podemos conducir juntos.
Mordí mi labio mientras pensaba. —Está bien. Siempre y cuando hayas
pasado la borrachera lo suficiente como para conducir.
Tomó su taza de café desechada, brindando hacia mí. —Lo tengo.
Stuart sintió que estábamos en una buena racha ese día, así que
terminamos el rodaje en más horas de lo que incluso me esperaba.
Trabajamos tan profundamente en la noche que P.M. pasó a A.M. horas
antes.
Pensé que Dante se habría dado por vencido, y se habría ido para el
momento que volví a mi remolque.
Calculé mal. Estaba allí y despierto. E infiernos, incluso sobrio.
Nuestros ojos se enfrentaron durante unos intensos latidos antes de
moverme a la pequeña habitación en la parte trasera, cambiándome a ropa de
calle.
—¿Hablaremos aquí o en tu lugar? —pregunté mientras salía, agarrando
mis cosas—. ¿O mi lugar? —agregué.
—El mío —respondió al instante, levantándose del sofá.
—¿Qué estuviste haciendo aquí durante todo este tiempo? ¿Meditando?
Me dio una pequeña sonrisa por eso. —Me mantuve ocupado. Sobrio.
Fui a correr, hice algunas llamadas telefónicas.
No esperaba una respuesta semi-recta. Por lo general, combatía sarcasmo
con sarcasmo. —¿A quién llamaste? —Realmente no creí que me respondería si
era algo además de los negocios, pero nunca se pierde nada con preguntar.
—Trataba de averiguar con quién has estado hablando.
Me froté las manos, un gesto nervioso. Me obligué a detenerme. — ¿Y lo
hiciste?
—No, no pude conseguir nada concreto, por lo que puse a algunas
personas en ello. ¿A menos que, por supuesto, hayas cambiado de opinión y me
digas?
Negué con la cabeza con desdén. —No es probable. Y no importa. En
146 verdad. Debes estar más preocupado por lo que sé que de quién me lo dijo.
Su boca se torció con amargura. —Touché.
Eso nos calló a ambos por un tiempo. Dejé el coche en el aparcamiento,
así que fui con él.
—¿Cuán largo es el camino? —pregunté.
—No muy lejos. —Fue todo lo que dijo.
No presioné sobre el tema. Me iba a enterar muy pronto.
Y lo hice. Más pronto de lo que pensé. Encontró un lugar sólo para estar
cerca del set, a escasos diez minutos en coche desde el aparcamiento a su
alojamiento.
—¿Te hospedas en una casa? —pregunté mientras aparcaba. Era
agradable, no demasiado grande, pero en gran medida cerrada. No parecía el
tipo de lugar donde podía alojarse por sólo un par de noches.
—Temporalmente.
—Si es tan temporal, ¿por qué no quedarte en un hotel?
—Necesitaba más privacidad. Requiero puertas y ventanas tintadas.
Digerí eso, y pensé, sólo tal vez, que lo entendía.
Aparcó el coche en la unidad en forma de U, deteniéndose apenas por
debajo de la puerta principal.
—¿Tienes todo el lugar para ti? — pregunté, mirando alrededor.
—Lo hacemos, sí. ¿Qué te parece?
Le lancé una mirada por eso. —No importa si me gusta. Sólo vine aquí
para hablar. Y luego me voy.
Afirmó su mandíbula y asintió, mirando a otro lado.
Nos dejó entrar de la casa en silencio, haciéndome un gesto para que
entrara.
Di unos pasos hacia la puerta de entrada y me detuve. El lugar era más
grande de lo que pensé desde el exterior. También se hallaba totalmente
amueblado. Muy bien decorado, con un montón de grises y blancos. Se sentía
más como una residencia privada que un corto alquiler.
—¿Te importa si me ducho antes de hablar?
Me encogí de hombros. —Lo que sea.
—Siéntete como en casa. La cocina está surtida, si tienes hambre.
Me di cuenta que lo estaba. —Solo señálame la dirección correcta.
Me mostró la cocina y se fue.
147
Acababa de despachar la tortilla número dos cuando se unió a mí de
nuevo.
Le eché un vistazo, luego aparté la vista de nuevo. Se encontraba en un
nuevo par de pantalones de chándal, estos eran negros, su musculoso pecho
deliciosamente desnudo. Tenía el cabello aún húmedo.
Quería lamerlo, de la cabeza a los pies. Dos veces. Despacio.
En su lugar, le pregunté—: ¿Te quedaste sin camisas?
—Sí. Siéntete libre de quitarte la tuya también, para que sea menos
incómodo.
Curvé los labios hacia abajo para evitar que se curvaran hacia arriba, que
naturalmente trataron de hacer.
No tenía permitido a encantarme en este momento. El Bastardo.
Le di su plato. Podría haber esperado a preguntarle si tenía hambre, pero
no le vi el punto. Por lo que recordaba, nunca rechazó los alimentos. Como
siempre.
—Gracias —dijo.
Nos sentamos en una mesa redonda en el rincón del desayuno. Era un
lugar agradable, rodeado de ventanas. Si estábamos allí cuando saliera el sol en
unas pocas horas, probablemente tendríamos una vista magnífica.
Comí mi tortilla sin una palabra, sin mirarlo. Había estado recogiendo
mis pensamientos desde hace un tiempo, y tenía muchas preguntas.
Ni siquiera sabía por dónde empezar. Y también estaba reacia. Si
empezaba a mentir o evadir, o que Dios me ayude, manipularme de nuevo, esta
cosa estaría muerta en el agua.
Terminó de comer antes que yo, levantándose para llevar su plato al
fregadero y luego volvió a sentarse frente a mí.
Lo sentí mirándome mientras comía, pero no levanté la mirada.
Terminé aproximadamente la mitad de mi tortilla antes de empujar mi
plato hacia él. Nos preparé dos porciones del mismo tamaño, sólo un poco
asumiendo que él terminaría lo que yo no.
Porque lo hizo mil veces antes. Jesús, incluso comer juntos era como
caminar por un campo de minas terrestres.
Ponnos juntos para hacer cualquier cosa, y habría un recuerdo detrás de
él. Una docena. Un centenar.
Tuvimos palabras con toda la vida unidas a ellas.
148 Esa era la carga de enamorarse tan joven. De dejarse ir tan
profundamente en otra persona. Se pertenecía demasiado el uno al otro para
realmente alguna vez alejarse.
Y lo demostramos tanto. Y otra vez.
Esperé hasta que terminó el segundo plato y se levantó para llevarlo al
fregadero.
Me levanté y lo seguí. —Tu madre te ha estado chantajeando. —No era
una pregunta.
Observé su espalda mientras decía las palabras, atestiguando cómo se
preparó y se estremeció como si todo su mundo se derrumbaba a su alrededor.
Porque lo estaba.
Se volvió a mirarme, y leí demasiada agonía en sus ojos. Sabía
demasiado de lo que ellos tenían. Así que muchas de mis preguntas fueron
contestadas solo desde esa mirada, si era honesta conmigo misma.
Pero la negación es algo muy poderoso, y no me habría importado
aferrarme a ella por tan solo un poco más de tiempo.
—Sí. Sí. —Lo dijo con una especie de reverente ligereza, como si un gran
peso hubiera sido levantado de él.
Porque años de secretos onerosos fueron tomados de sus hombros.
Jesús, era una tonta.
—Por supuesto que lo estuvo haciendo —continuó de manera sucinta—.
Por supuesto que lo estuvo haciendo.
149
20
“Solo sé de un deber, y es amar”
-Albert Camus
Dante
150
Me hallaba sorprendido conmigo mismo, con mi reacción ante sus
palabras.
Había estado evitando esto durante tanto tiempo, pasé por tanto dolor y
sufrí tanto simplemente para evitar que esto sucediera.
Nunca imaginé, ni en mis sueños más salvajes, que mi reacción instintiva
de que todo se viniera abajo sobre mí fuera una lluvia torrencial de alivio. Era
débil con eso.
Pero también, por supuesto, era mi peor pesadilla. La única cosa que
siempre había temido.
Porque lo que ella haría, ahora que sabía, me aterrorizaba.
—Este lugar no se siente como un alquiler temporal para mí, Dante —
dijo, y su voz de alguna manera sonaba normal.
Oh, ¿ahora cambiaba el tema? Era exasperante, pero de igual manera le
respondí—: Estoy considerando volverlo una residencia más permanente... Mi
madre no puede saber de ello, comprenderás. —Mientras hablaba, me volteé
completamente para mirarla.
Sonrió, inclinando la cabeza para estudiarme. Una expresión aterrizó
sobre su rostro, una que sabía no había intentado hacer, de casi un curioso
cariño.
Esa mirada en su cara era como un puñetazo en el estómago.
Demasiados sentimientos me recorrían cuando me estudiaba así, como si los
años hubieran desaparecido y estábamos de vuelta en una pequeña discusión
que, a largo plazo, no significaba nada para nosotros, a una forma de la vieja
disputa que solíamos disfrutar cuando todavía teníamos completa fe en que
nuestro vínculo era inatacable.
Esto no era eso, por supuesto que lo sabía, pero era dolorosamente
placentero pretender que pudiera ser así, aunque fuera por una noche.
—Planeas quedarte en Los Ángeles... cerca de mí... tanto como tu madre
no sepa sobre ello. —Se tocó la barbilla mientras hablaba, luciendo pensativa.
Hice que mi expresión permaneciera indiferente y neutra y simplemente
continué mirándola a los ojos, pero no sirvió de nada.
Se encontraba sobre mí, y no podría haber dicho si me sentía más
aliviado, o totalmente horrorizado por eso.
—No sabes cuánto sé —acusó correctamente—. No tienes idea de cómo
manejarme, ya que, por una vez, estás más a oscuras que yo. ¿Cómo se siente,
amor?
151
—Horrible. —Le di una sola pieza amarga de honestidad, porque Dios, se
lo merecía—. Tan horrible como podrías esperar. ¿Te importaría ponerme al
tanto?
—Claro que no. Puedes adivinar, y preocuparte, y estresarte con tu
mentiroso corazón negro. Y mientras haces eso, podrías hacerme una bebida.
Asumo que tienes una botella de whisky de calidad superior por aquí.
Decidí tomar en serio la orden, y la dirigí desde la cocina hasta la sala de
estar contigua. Como correctamente había adivinado, tenía un bar bien surtido.
Nos serví a ambos una bebida. No tuve que preguntarle qué quería ni
cómo lo quería. Todo era muy familiar para mí.
—¿Que planeas hacer? —le pregunté, mientras le daba un vaso de
whisky, puro—. ¿Vas a confrontar a alguien?
Se rio, un sonido de puro deleite que reverberó a través de mí, haciendo
que mi corazón latiera, recordándome que todavía era un esclavo de sus
caprichos, maldita sea. —¿A quién confrontaría? ¿Y sobre qué? ¿Sobre lo que sé,
supones? Si digo que sé todo, ¿cederás y me dirás aún más?
Me molestó fuertemente lo mucho que disfrutaba de esto. —Esto no es
un juego.
Su sonrisa murió de repente, dejando atrás la rabia tranquila que en
realidad nunca había dejado. —¿Crees que no lo sé? —Su voz contenía tanta
amargura helada que podía sentirla en mi propia boca. Podía desollar mi vida
con ese tono, pelar la piel de mis huesos—. ¿Crees que esto es divertido para mí?
¿Qué me mintieran? ¿Qué me manipularan? Pero ya no responderé a tus
preguntas. Responderás la mía.
No discutí con ella. En cambio, brindé hacia el aire y terminé mi bebida.
Creo que ahora aceptaría cualquier cosa solamente para evitar que se
fuera.
Si eso significaba que seguiría volviendo.
Había llegado al límite en mi vida sin ella. Tan peligroso como era, tanto
como hacía que mi pecho se pusiera frío de miedo, había terminado de
mantenerme alejado de ella.
Y, que Dios me ayude, no tenía la voluntad de seguir viviendo con
mentiras.
—Así que, si acepto responder a tus preguntas… —empecé, un momento
más tarde, atravesando con valor el silencio yaciente, decidido a negociar con
ella.
Comprometernos había sido siempre, irónicamente, uno de nuestros
152 puntos fuertes.
Irónico porque dos almas más obstinadas y orgullosas jamás habían
caminado sobre la Tierra.
Creo, y siempre había asumido, que esto solo funcionaba porque éramos
demasiado devotos el uno al otro.
Crecimos como criaturas salvajes, creyendo en nada más que en el otro, y
eso de alguna manera siempre fue suficiente. Cuando no puedes imaginarte la
vida sin una persona, por supuesto que harás lo que sea necesario, admitir la
derrota cuando tienes que hacerlo, para mantener la paz.
—Te quedarás conmigo —proseguí—. Estaremos juntos.
No respondió durante un largo tiempo, en vez de eso, solo me miraba,
sus ojos duros e inflexibles.
También la estudié, mirando su querido rostro como si nunca pudiera
tener suficiente.
Porque nunca podría.
Siempre estuve obsesionado con ella. Fue una de las características
definitorias y consistentes de mi vida. Obsesionado no solo con sus
perfecciones, sino también con sus defectos. Incluso su orgullo obstinado tenía
un lugar especial en mi corazón. Eso me arruinó como una persona de muchas
maneras, pero Dios lo hizo llegar hasta mí. Ella lo llevaba a un nivel en el que,
incluso cuando era en tu contra, casi tenías que admirarlo.
Pero había llegado a mi límite. Se comprometería ahora.
Caímos en una competencia de miradas que me encontraba decidido a
ganar.
Le ganaría esto.
Y así lo hice. Se quebró primero, su mirada dura se volvió vacilante, sus
párpados temblaban, antes de que se le aguaran los ojos y apartara la mirada.
—Hemos estado en guerra durante tanto tiempo. ¿Cómo podemos
simplemente dejarlo pasar? —Su voz era temblorosa por su pérdida. No era
fácil para ella aceptar la derrota. Nunca lo había sido.
—Hemos estado en guerra, correcto, pero simplemente no vimos que no
estábamos destinados a pelear entre nosotros. Fue un error, pero ya se acabó.
No te estoy pidiendo todo de una vez. Entiendo el daño que hemos hecho
aquí más que nadie. Solo te pido que lo intentes. Dame tu tiempo, cada momento
libre de él, y yo te daré algunas respuestas.
La tenía. Lo vi. En sus puños cerrados y sus labios temblorosos, lo vi.
Di un paso más cerca.
Se preparó, pero no se apartó.
153
Di otro paso. Cerró los ojos mientras mis dedos recorrían su frente.
Ligero como una pluma, le acaricié las sienes, deslizando mis manos de nuevo
hacia arriba para sostener su cabeza.
Agarré su cabello con ambas manos y junté nuestras frentes. —Te
quedarás conmigo —repetí—. Estaremos juntos.
Necesitaba que esto fuera muy claro; una confirmación verbal. No podía
haber problemas de comunicación. Habíamos tenido suficiente de ellos.
—¿Y me dirás la verdad? —dijo en una voz vulnerable que me destruyó
mucho más rápido que cualquier navaja afilada.
—Sí. Sí. Responderé tus preguntas. Tu turno.
—No puedo solo dejar pasar estas cosas. No puedo simplemente
perdonar. Ni a ti, ni a mí.
—No te pido eso —expliqué. Mi tono era tranquilo y razonable, mi
corazón latía como una estampida—. No soy tan codicioso ni tan delirante. Te
pedí que te quedaras conmigo. El resto puede venir después.
Su voz era apenas audible en la habitación silenciosa, pero aun así resonó
por todo el lugar. —Sí. Me quedaré contigo. —Sonaba incierta y consternada,
pero igual lo tomaría.
Mis ojos se cerraron con fuerza por el alivio agudo, y la sujeté así durante
un tiempo, nuestras frentes tocándose, mis dedos frotando suavemente su
cuero cabelludo.
Sentía que podía quedarme así indefinidamente, me hallaba totalmente
agradecido por la conexión.
Pero entonces me tocó, acariciándome suavemente desde las muñecas
hasta los codos y de nuevo.
Y eso fue todo. La dulzura se asentó.
Sangre corrió rápido por mi cuerpo, mi estómago se apretó como
pateado por la lujuria, demasiado difícil de negar.
Fue un esfuerzo no arrastrarla hasta el suelo, o infiernos, empujarla hasta
sus rodillas.
En vez de eso, me enderecé, alejándome de ella, quien abrió los ojos.
Volaron de mi cara hacia mi pecho desnudo. Me pasé una mano por el pelo y vi
la forma en que cada movimiento de mi cuerpo llamó su atención.
Se humedeció los labios, y me moví con tanta fuerza que su mirada captó
el movimiento de más abajo. Tomó una respiración profunda que hizo que sus
pechos se movieran, lo que atrapó mi mirada. Sus pezones estaban duros bajo
su apretada camisa de algodón blanco. Sin incluso disponerlo, mi mano se
154 movió hacia ella, el pulgar moviéndose sobre una de las pequeñas
protuberancias duras.
Me envió una mirada larga y sensual, y se arrodilló.
—Jesús —dije. Junté las manos en la cima de mi cabeza, mis ojos pegados
a ella mientras se quitaba la blusa, desabrochaba su sujetador, y se lo quitaba
suavemente.
Frotó su cara contra mí como un gato, usando su nariz para jugar
conmigo a través de los pantalones. Era adorable y una de las cosas más
excitantes que jamás había visto.
Mi estómago se apretó mientras abría mis pantalones de chándal,
bajándolos, liberando mi pesada longitud para moverla contra sus exuberantes
labios de color rosa.
Jesús.
Acababa de chupar mi punta en su boca cuando salí de mi trance.
Lo intenté dos veces antes de finalmente encontrar mi voz. —Espera.
Detente.
Yo rechazando a Scarlett.
Esa tenía que ser la primera vez.
Pero necesitaba algo más en ese momento, y la necesidad palpaba tan
comprendida, tan completa que nunca siquiera consideré negarla. Cuando hablé,
mi voz era ronca con todas las palabras que no pude encontrar por una
necesidad tan poderosa que me dejó afectado. —Necesito estar dentro de ti.
Apoyó la mejilla contra mí, rodando los ojos para levantar la mirada
hasta los míos.
—Vamos al dormitorio —dije con voz ronca.
No se mostró de acuerdo o en desacuerdo, así que la jalé, levantándola
por debajo de sus brazos y apoyándola en sus pies. No podía mantener mis
manos quietas. Palmé sus pechos y vi cómo su mandíbula se aflojaba.
Joder. La dejé ir, dando un paso lejos mientras empujaba mi rígida
longitud de vuelta a mis pantalones. —Dormitorio. Te quiero en el dormitorio.
Me di la vuelta, en dirección hacia el pasillo, a través de la entrada, y
hasta la escalera doble. Me dirigí hacia el ala este de la casa, consciente en cada
paso de que me seguía una Scarlett en topless.
—Este lugar es más grande de lo que pensaba —observó, su tono neutro.
—¿Te gusta? —Eso esperaba. Lo había comprado con sus preferencias
personales en mente. Debido a que era para ella.
—Seguro.
155 Por lo menos no era un no.
Mi boca se torció irónicamente mientras le mostraba nuestra habitación.
La casa era para ella. El dormitorio para mí.
—Sutil —dijo irónicamente. El techo sobre la cama y cada pared que no
era una ventana se hallaba lleno de espejos.
¿Qué puedo decir? Me gusta mirar.
—Es la primera vez que tenemos una casa para nosotros. Podría haberme
exagerado un poco. —Demostrando mi punto, mientras hablaba mis ojos la
miraban en el espejo.
Encontró mi mirada, la suya enigmática. —Planeaste esto todo el tiempo.
Me encogí de hombros. Era demasiado complicado de explicar, los
esfuerzos que había realizado se basaban en el más minúsculo hilo de
esperanza. Y no me hallaba de humor para hablar.
Nos hallábamos igual, al parecer, porque empezó a quitarse los
pantalones vaqueros sin decir nada más.
Salí de mis pantalones, mis ojos pegados a ella, moviéndose sobre ella,
devorando cada centímetro de piel que desnudaba.
Y cuando ya se encontraba desnuda, estuve todo encima, empujándola a
la cama, montándola, presionando mi pecho al suyo, nuestra carne caliente
rozándose entre sí, creando más fricción de la que necesitaba para encenderme.
Acuné su cara con ambas manos y la besé, moviéndome a la cima de ella,
acomodándome entre sus piernas. Me eché hacia atrás para observar su rostro
mientras la tomaba, casi salvaje por la necesidad.
Abrupta e inesperadamente, comenzó a luchar, empujándome. Me moví
hacia atrás con una sacudida, demasiado aturdido para protestar.
—Así no —dijo, sofocada. Se sentó, sin mirarme a los ojos—. Cara a cara
no. Ahora no.
Dolió, pero me dije que estaba bien. Me había dado demasiado en muy
poco tiempo. Era un milagro que incluso se encontrara aquí.
Claramente se necesitaba más tiempo para ciertas intimidades. Pero si
trabajaba el tiempo suficiente, no se detendría. Era inevitable. Abandonados a
nuestra suerte nos daríamos todo el uno al otro, porque ese era el orden del
universo.
Realmente creía eso.
Me sacudí la molestia y la acomodé. No le buscaría tres pies al gato, mi
mente en un lugar oscuro y primitivo por lo que no me importaba nada excepto
156 meter las bolas profundo dentro de ella y estar en celo como un animal.
Me mostró justo lo que quería moviéndose a un gran diván que
dominaba la esquina de la habitación más cercana al armario de zapatos que
aún no le había mostrado. Se subió a la pieza de color crema de mueblería,
situándose en sus manos y rodillas, ubicada justo en el borde.
No necesitaba que me lo dijeran dos veces. Le cubrí la espalda, con los
brazos extendidos para tocar sus pechos, mi punta buscando su entrada entre
un latido sordo y el siguiente.
Cerré los ojos con esa primera embestida cegadora. Estaba húmeda,
flexible, por lo que no me contuve, entrando hasta la base sin preámbulos. El
ruido que se me escapó justo mientras su calor húmedo cubrió la base de mi eje
era más animal que humano. No era un ser pensante en aquel momento.
Era salvaje. Su esclavo.
Nos miré en los espejos, me vi a mí entrando y saliendo de ella, vi a mi
polla apretándose dentro y arrastrándose fuera lentamente, luego más rápido,
frenético. Tan pronto como empezó a volverse ruidosa, cerca de su liberación,
reduje el ritmo de nuevo.
Se apoyó en sus cuatro extremidades, con la espalda arqueada, pero su
cabeza se volvió con la mía, viendo nuestros cuerpos, nunca encontrando mis
ojos no importa cuánto tiempo me quedé mirando los suyos, tratando de captar
su mirada.
Una vez más, dolió, pero era una batalla para otro día.
Vi su rostro mientras mi cuerpo llenaba el suyo, la miré viendo donde
nos uníamos, y eso fue todo. Quería durar más tiempo, quería saborear más,
pero era inútil. Debería hallarme sorprendido conmigo mismo por durar todo el
tiempo que lo hice. El primer contacto de su nariz acariciando mi eje en la sala
de estar casi me hizo venirme en mis pantalones.
La besé en la nuca mientras me vaciaba en su interior, saboreando con
total placer ese momento de total abandono en que me perdí en ella, mi mente
volando en pedazos.
Todavía me venía, sacando a borbotones las secuelas profundas en su
interior, cuando levanté la cabeza para ver su liberación con la boca abierta, y
atrapé la forma en que sus ojos se pusieron vidriosos mientras su orgasmo
hormigueante se apoderaba de su ser.
Fue impresionante. Un cielo que hacía valer la pena pasar por el infierno.
Nunca había pensado lo contrario.
Y la mejor parte de todo. Conseguía tenerla de nuevo. Y de nuevo.
Y lo hice. Era codicioso con ello. Insaciable. Voraz.
157 Me devolvió la vida. La tuve tantas veces como pude antes de que ella
gritara socorro.
Era infinita esta necesidad que creó dentro de mí. Este interminable
abismo de quererla que se hallaba en mi sangre. Nunca había existido el fin.
Nunca lo habría.
21
“Quería todo el mundo o nada”
-Charles Bukowski
Scarlett
158
Nana no parecía contenta con mi decisión de conseguir trabajo.
Dante tampoco. Se hallaba furioso, como era previsiblemente beligerante
al respecto. Hizo tal berrinche al principio que Nana le ordenó ir a correr.
Cuando nos quedamos solas, intentó varias tácticas diferentes para
conseguir que cambiara de opinión. Era una mujer formidable, no
acostumbrada a escuchar un no. Y cuando escuchó la palabra, ni siquiera
consideró aceptarla. No era más que un reto para ella.
Era lo más cerca que estuvimos de discutir. Eso solo casi me hizo
ponerme loca.
—Querida —dijo con su sonrisa más encantadora—, acabamos de traerte
aquí. Esperaba que me hicieras compañía.
Era el principio del asunto. No lo haría, no podía, terminar como mis
padres, como mi abuela.
—Ya tomé la decisión —le dije tercamente—. No es un gran problema.
Solo unas pocas horas los días de escuela, unas pocas más los fines de semana.
Ahora que he dejado el teatro, tengo mucho tiempo libre.
Intentó una táctica diferente. Sabía que lo haría. —No te hagas ilusiones.
Es la temporada equivocada para trabajos a tiempo parcial. Te garantizo que
nadie está contratando.
Tragué fuerte. —Ya tengo uno. El gerente de 5 and Diner me contrató en
el acto. Empiezo el lunes.
Sus ojos se entrecerraron. —Es totalmente innecesario. ¿Por qué en la
Tierra necesitarías un trabajo? Cualquier necesidad que tengas, estoy feliz de
satisfacerla. Solo dime el por qué estás juntando dinero. ¡Lo compraré para ti,
querida!
Le di brutal honestidad. No porque quería y no porque no era
agradecida. Era una cuestión de autoestima. Si alguna vez iba a conseguir algo,
sabía que tenía que ganarlo. —No puedo ser un caso de caridad Durant, no más
de lo que puedo ayudar. Al menos, si consigo un trabajo, estoy tratando de
cuidar de mí misma.
Me dio la mirada más fría que alguna vez la vi dirigir hacia mí. Me hizo
temblar y al instante quería retirar lo que sea que dije que puso esa mirada en
su cara.
Era una fuerza de la naturaleza. Lo que ella sentía, tú lo sentías. Si era
feliz, el mundo conocía la alegría. Cuando estaba enfadada... sí, tú también lo
sentías.
159 Y cuando se hallaba decepcionada de ti, te sentías como una mierda
absoluta.
—Lamento que pensaras que esto era caridad —dijo con frialdad
altanera—. ¿Pensaste que sentía algún sentido del deber hacia ti? Y yo que
pensaba que lo hacía por amor. Qué tonta. —Su tono era mordaz. Un vacío de
desdén succionó toda la calidez de la habitación. Tomó mi orgullo obstinado y
me dejó sintiéndome avergonzada y sola.
Me encontraba fuera de sitio. Una chica basura no podía esperar
enfrentarse contra una reina.
Lo alejé, me deshice de la sensación. No retrocedería en esto, ni siquiera
contra Nana. —Y-y-y-yo s-s-s-s-siento que s-s-s-saliera de esa manera. No soy
d-d-d-desagradecida. P-p-p-pero m-m-m-mantendré el t-trabajo.
El tartamudeo llegó a ella. Su dura expresión se suavizó, y dejó escapar
un suave—: Oh, mi querida niña. Oh, lo siento. Perdí el control. Ves ahora de
dónde lo obtiene Dante. No te detendré de tener este trabajo, si realmente
piensas que te hará más feliz. Solo me preocupo por ti.
No estaba segura de si me sentía aliviada o completamente humillada de
que ganara a causa de la compasión.
Pero lo tomé de todos modos.
Nana era un obstáculo, Dante otro.
A través de los años, aprendimos a elegir las batallas entre nosotros. Lo
que significaba era básicamente que el que se preocupaba más ganaba, el que se
preocupaba menos se comprometía.
Solo supuse que yo ganaría esta. No contaba con que él se volviera loco,
su mal genio infernal salió a jugar.
—No —me dijo apenas volvió de su carrera. Estaba sudoroso y agitado.
Lucía lo suficientemente bueno para comer.
Pero ese era un enfoque equivocado.
—Ya tengo el trabajo. Me contrataron para servir mesas. Sólo vas a tener
que acostumbrarte a la idea.
—No. Estoy poniéndome firme sobre esto.
Esto era una pelea. —¿Disculpa?
—Me escuchaste.
Hola, mal genio. Soy yo, Scarlett. ¿Qué vamos a hacer con este hijo de puta
mandón?
Probablemente nada productivo. Aun así, trataríamos.
—¿Cuál es tu maldito problema? ¿Y cuándo se te ocurrió la idea de que
160 podrías decirme qué hacer?
—¿Por qué demonios quieres un trabajo? Si necesitas algo, solo dile a
Nana.
Puse los ojos en blanco, asegurándome de que lo viera. —Hablas como
un verdadero niño rico. Tengo que empezar a ganar mi propio dinero.
—¿Por qué?
—¿Por qué te importa?
Se encontraba justo en mi cara, inclinándose hacia mí.
Lo encontré mirada a mirada.
—¿Por qué siempre tienes que presionar? No duermo por la noche,
preocupándome por ti desde el ataque. Y ahora quieres ir por tu cuenta, por
horas al día, ¿y para qué?
Eso me ablandó un poco. —Está muerto, Dante. No puede molestarme a
mí o a alguien más nunca más.
—¿Y qué pasa con ese jodido policia? Si se entera de que estás trabajando
como camarera, te molestará todos los días.
Tragué el nudo en la garganta. Ahora tenía un punto. —Siento que estés
preocupado, pero no lo dejaré. No puedo vivir mi vida con miedo de lo que
pasaría, y tampoco puedo ser un caso de caridad Durant por el resto de ella.
Necesito ser más independiente.
—¿Qué? ¿Qué demonios se supone que significa eso?
—Significa que soy una perdedora. No hago nada. No contribuyo. Estoy
viviendo aquí, en una mansión, y no he hecho nada para ganarlo.
—Eso es una tontería. Eres estudiante de preparatoria. Ese es tu trabajo
ahora mismo.
Eso era de risa. Yo era estudiante C en un buen día, cuando en realidad
lo intentaba.
La mayoría de los días ni siquiera lo intentaba. Mi mente tendía a vagar
tan pronto como el profesor empezaba a hablar.
—No merezco nada de esto, Dante. No merezco estar aquí.
—¿Merecer? ¿Qué significa eso? Y si tú no mereces estar aquí, yo
tampoco.
Eso era tan indignante que casi me sentía menospreciada por ello.
Insultada. —Por favor. Mírate, con tu promedio de calificaciones perfecto, tus
becas, tus solicitudes a universidades, los resultados de tus pruebas de
161 admisión, tu popularidad, tu fútbol, tu perfecto todo. Perteneces aquí, en una
casa como esta, en una vida así. La única cosa acerca de ti que no encaja aquí es
que, por alguna razón, quieres estar conmigo.
Eso llegó a él. Saqué un punto sensible para mí, pero vi que nos enojé a
ambos. Su voz era burlona cuando habló. Ofendida. —Nada de eso es por mí.
¿Crees que me gusta algo de eso? ¿Y crees que tengo una opción? Esas cosas son
lo mínimo que se espera de mí, el heredero Durant, e incluso eso no es
suficiente. Y no eres un jodido caso de caridad Durant. Es como si fueras una
Durant. Lo serás algún día, porque nunca me dejarás. No va a pasar.
Eso hizo algo en mí, hizo estragos con mis sentimientos, hizo que me
agitara más y me suavizara. Fue más que nada una hostil, ambigua propuesta
de matrimonio, pero tonta como era, todavía me hacía derretirme.
Me ruboricé mientras trataba de conseguir volver al tema. —Mantendré
el trabajo.
Sus labios se curvaron. Parecía que quería golpear una pared. —Bien —
dijo entre dientes—. Pero te llevaré y te recogeré.
No discutí la logística de eso con él. Gané. Era suficiente. No tenía
necesidad de restregárselo en la cara.
Todo ese fastidio a un lado, hablando de tener trabajo y la realidad de
ello eran dos cosas diferentes. Después de cuatro días sirviendo mesas, quería
irme. Terquedad pura era todo lo que me mantenía en ello.
Las personas eran groseras, los hombres eran brutos y el gerente era un
libidinoso.
Era un antiguo comedor con un menú bastante simple, pero parecía que
no hacía más que joder las órdenes por al menos durante la primera semana.
Y lo peor, mucho peor que cualquiera de eso, cinco días en el trabajo y
Harris me encontró.
No hizo nada que pudiera tener verdadera excepción al comienzo. Solo
ocupó un puesto en la esquina, ordenó taza tras taza de café, pretendió trabajar
en un ordenador portátil, y me observó.
Por horas.
Hice todo lo posible para servir y luego ignorarlo, pero se requería la
cantidad más elemental de una pequeña charla para el trabajo, incluso para él.
—¿Traes tu trabajo aquí a menudo? —le pregunté a regañadientes el
primer día que lo hizo.
Sonrió con calidez. —Todos los días.
Oh, qué alegría.
162
Le pregunté a mi gerente, Brett, sobre eso al final del turno. Él era un
hombre con sobrepeso, de mediana edad, que estaba cien por ciento segura me
contrató porque pensaba que era atractiva y le gustaba tener alrededor un
atractivo visual.
Como siempre cuando me hablaba, se dirigía a mis pechos en lugar de
mi cara. —Creo que ha estado una o dos veces. Sé amable con él. No le cobres
por el café. Descuento de policía.
Traté de no rodar los ojos y cumplir.
—¿Alguna vez comes? —le pregunté a Harris en su tercer día de
acosarme en público.
Se reclinó en su asiento, mordiéndose el labio. Algo nuevo aparecía en
sus ojos. Algo que no me gustaba. —¿Esa es una invitación? ¿Quieres llevar un
bocado para comer conmigo después de tu turno?
Me sonrojé, me sonrojé como una tonta inocente. Podría decirle que se
marchara, y quería patearme a mí misma. —Tengo novio —murmuré y me alejé
rápidamente.
Nunca hizo más que observarme. Nunca tuvo la oportunidad. Dante fue
fiel a su palabra, me dejaba y recogía cada turno. Me encontraba más
agradecida por ello de lo que esperaba.
Después del primer día de Harris jodidamente mirándome durante tres
horas, se hallaba allí cuando Dante se presentaba a buscarme. Los dos hombres
tenían una mirada volátil, pero eso era todo. Harris se aseguraba de irse antes
de que Dante se apareciera otra vez. Él era una mancha aceitosa.
Eso me puso en una mala posición. Harris no hacía nada, así que no
podía tomar acciones para detenerlo.
Me dije que me encontraba fastidiada por él porque me permitía a mí
misma ser fastidiada.
Quería decirle a Dante, pero ¿cómo podría? Probaría su punto y, además,
por encima de eso, no había una maldita cosa que él pudiera hacer al respecto.
Hubo un par de veces que Harris se pasó de la raya, pero incluso
entonces era algo leve, y en un juego de su palabra contra la mía, la mía
significaba mierda para cualquier persona que pudiera hacer algo al respecto.
Estaba un par de semanas en esto. Me hallaba en ese punto en que lo
odiaba, pero no terminaba de luchar por ello; mi maldita terquedad en su lado
más contraproducente.
164
22
"Ser profundamente amado por alguien te da fuerza, mientras que
amar a alguien profundamente te da coraje."
-Lao Tzu
Dante
165
170
23
"La vida es dura. Después de todo, te mata."
-Katharine Hepburn
Scarlett
171
—¿Sabes la clase de problema en la que esa perra me ha metido? ¿Incluso
te importa que estás jodiendo con mi carrera? ¿Todo lo que he hecho es cuidarte
y tratar de hacer lo correcto por ti, y así es como me pagas? —me habló Harris
en voz baja y mala, lo suficientemente callado para que sus palabras no fueran
más allá de su habitual cabina de acoso en el restaurante.
Esa fue la primera vez que empecé a tener una idea real de que estaba
delirante. Parecía tener alguna idea en la cabeza de que teníamos una relación,
y eso no era ni remotamente cercano a la realidad.
—No sé de lo que estás hablando —dije con estoicismo. Empecé a
alejarme.
—Vivian Durant. Ha estado husmeando en mis acciones, cuestionando
mis métodos. Fue por mi cabeza, a mis superiores, y, porque es inmensamente
rica, están escuchándola.
Por fin un hecho alentador. Me hizo sentir lo suficientemente valiente
como para decir—: Bueno. Tal vez deberías dejar de molestarme todos los días.
Tal vez deberías dejar de acosar adolescentes por completo si no quieres
meterte en problemas por ello.
Tomé distancia cuando vi la expresión de su rostro. Si nos hubiéramos
encontrado a solas con él mirándome de esa manera... Me habría preocupado
mucho por mi seguridad.
Harris dejó de venir al restaurante después de eso.
Pensé que era el final de esto. En verdad lo hice. Dejé de preocuparme
por él, dejé de temer por posibles encuentros, dejé de permitir que el miedo
dominara mis acciones.
Nana lo asustó, y eso fue todo. Hurra por Nana.
Lo saqué de mi mente.
Pero Harris solo aguardaba el momento oportuno. Fue muy paciente, y
determinado, y sostenía todo el poder.
Se presentó en la escuela un día. No tuvo problemas para sacarme de
clase. Solo necesitó una breve conversación con mi profesora de inglés y eso fue
todo.
—Scarlett —llamó la señora Cowen—. El detective Harris quiere
hablarte.
La chica a mi lado murmuró—: ¿El policía caliente está aquí por ti? Chica
afortunada.
Salí al pasillo, volviendo a mirar a Harris. Crucé los brazos sobre mi
172 pecho, la postura beligerante. La expresión beligerante. Actitud beligerante.
Mató ese pequeño desafío lo suficientemente pronto. —Tu novio
finalmente se está acusando por ese asesinato. Han emitido una orden y
algunos oficiales planean recogerlo en la práctica de fútbol.
Me sentí enferma. Literalmente. Pensé que podría vomitar. Me había
sentido tan segura de que estaba limpio, que esto se hallaba completamente
detrás de nosotros, y ahora esto... —¿Por qué me estás diciendo esto? —le
pregunté con cuidado. Sus motivos, como de costumbre, eran desconcertantes
para mí.
—Creo que puedes ayudarlo. Vamos a la estación. Presenta una nueva
declaración. Podemos repasar cada palabra que ese acosador te dijo. ¿Recuerdas
todos esos casos de violación sin resolver en el condado, las desapariciones?
Creo que tu atacante era nuestro hombre. Ayúdame a llenar algunos espacios
en blanco. Entre más peligroso parezca el vago, más inocente será tu novio.
Retorcía mis manos, mirándolo con incertidumbre. No quería ir a
ninguna parte con Harris, pero quería ayudar a Dante. Sentí que me
derrumbaba.
—Sé que es molesto —dijo Harris con una sonrisa—, pero no tomará
mucho tiempo, y eso podría hacer toda la diferencia. Por lo menos consigues
escabullirte de la escuela por eso.
Accedí a ir a la estación con él.
En el camino de salida de la escuela, vimos una sola persona ya que
caminamos por los pasillos de la salida.
Tiffany estaba en su casillero, buscando algo. Se detuvo y nos miró
cuando pasamos a su lado.
Harris caminaba justo en frente de mí, pero reduje la velocidad y dejé
que se adelantara cuando nos topamos con ella.
—¿Si ves a Dante, le dirás que Harris me sacó de la escuela? Dile que
necesito hablar con él tan pronto como sea posible —dije las palabras en una
mezcla rápida, sin querer que Harris escuchara.
Asintió solemnemente, mirando una y otra vez entre mi rostro serio y el
de Harris, que se alejaba. —Lo haré —dijo. Parecía sincera.
Fue el intercambio más civilizado que tuvimos. Y el más perjudicial.
Me apresuré para alcanzar a Harris antes de que se diera cuenta que
había dejado de hablar.
No confiaba en él, pero al parecer, confié demasiado.
173
En mi defensa, no pensé que haría o podría hacer lo que hizo a plena luz
del día.
Sin embargo, me metí en su coche sin luchar.
24
“Empecé a buscarte, sin saber lo ciego que estaba. Finalmente, los
amantes no se encuentran en algún lugar. Están uno en el otro
todo el tiempo.”
-Rumi
174 Scarlett
181
25
"El amor nace en cada ser humano: reúne de nuevo las mitades de
nuestra naturaleza original, intenta hacer uno de dos, y sana la
herida de la naturaleza humana."
-Platón
184 Tenía un descanso de tres días del rodaje de la película. Traje a Amos, y
jugamos a la casita con abandono infantil, adorando nuestro nuevo gatito como
si fuera nuestra hija.
Estábamos en un lugar peligroso entonces, él y yo, donde a pesar de que
no olvidé nada, ninguno de sus pecados y, ciertamente ninguno de los míos,
estos no aplastaban mi estado de ánimo a la oscuridad como solían hacerlo,
como era su trabajo hacer cuando se encontraba presente profundamente en mi
cabeza.
—Nos estamos volviendo una de esas parejas de las que nos burlábamos
—le dije el segundo día. Nos hallábamos en el patio trasero, haciendo videos de
mascotas de todas las interacciones adorables entre Amos y Diablo.
—Es gracioso —dijo con una sonrisa—. Nosotros siempre lo fuimos.
El tiempo con Dante era bueno para mí en muchos sentidos
fundamentales. Eso era un hecho. Pero siempre, correr bajo nuestro tiempo
juntos, sobre él, a través de él, era una corriente agridulce de miedo. Esto no era
permanente. Era tiempo robado.
Lo robaría de nuevo, tomaría y tomaría todo lo que pudiera, porque era
lo correcto. Era correcto que estuviéramos juntos. Él lo dijo mejor, aparte no
éramos nosotros mismos. Solo teníamos sentido juntos.
Pero ninguna cantidad de tiempo robado, ninguna cantidad de justicia,
podría cambiar el pasado o el futuro.
—¿Cuál es el plan? —le pregunté a los tres días. Todo comenzó como un
pequeño peso, pero conforme las cosas seguían, se volvía más grande entre más
tiempo no manejaba el problema—. ¿Vamos a escondernos de Adelaide para
siempre?
Nos encontrábamos en la cocina, limpiando después de la cena. Me miró
de frente mientras respondía—: Por ahora, sí. Por el tiempo que sea necesario.
Estoy trabajando con Bastian en tratar de conseguir algo sucio sobre ella, algo
de ventaja para contrarrestar el chantaje...
Sonreí ante el “contrarrestar el chantaje”. Era tan Durant que dolía, los
bastardos manipuladores.
—Pero hasta que tengamos algo que la arruinará sin lugar a dudas,
siempre tendrá la sartén por el mango. Eso es un hecho.
Todo se sentía tan desesperado que de repente no podía mantenerlo
dentro. —Sabes que estamos siendo ingenuos. Nada ha cambiado, en realidad
no. Tú y yo todavía estamos sin esperanza. Debería mantenerme lejos de ti. Si
fuera inteligente, lo haría.
Eso lo enojó, sus fosas nasales se dilataron, los ojos brillaron. Dio un paso
justo en mi espacio personal, así que tuve que levantar la vista para mirarlo a
185 los ojos. Lo hice ahora.... —Oh, sí. Tu increíble control. No me lo recuerdes.
¿Piensas que necesito que me lo recuerden? Ese control respira en mi nuca cada
minuto de cada día. Tú podrías mantenerte muy lejos de mí indefinidamente;
soy muy consciente de ello. Pero, ¿qué si no puedo dejarte? ¿Qué si estoy harto
de intentarlo?
Mi corazón latía con fuerza, mis ojos devoraron su apasionada expresión.
A veces sentía que podía alimentarme solo de su rabia. Era enfermo, y
retorcido, e irresistible. —Tarde o temprano todos tenemos que pagar por
nuestros pecados —dije en voz baja.
Negó con la cabeza. —No. Esto no irá ahí. No. No lo permitiré.
Lo dijo como si lo dijera en serio, con firmeza absoluta. Intenté encontrar
consuelo en ello.
26
“Lo que más importa es lo bien que camines a través del fuego”
-Charles Bukowski
Scarlett
186
Harris no me llevó a la estación.
Me llevó de nuevo al remolque de mi abuela, porque sabía que estaría
disponible.
Me arrastró pataleando y gritando al interior.
Era como un interruptor en mi cerebro que no podía apagar. Pelearía con
él hasta que decidiera que yo era más problemas de lo que valía la pena.
Pelearía hasta que me matara.
Lo arañé hasta sangrar. En los brazos, en la cara. Fui por los ojos y casi le
saqué uno.
Lo mordí en el cuello y no lo solté. Probé la sangre y me pregunté si
estaría cerca de la yugular. Arranqué trozos de su carne con mis dientes, pero
todavía no se detuvo.
Finalmente me golpeó en la parte posterior de la cabeza, y el mundo se
volvió negro.
Me desperté atada en la cama. Me hallaba desnuda.
La primera cosa que vi fue el reloj de cabecera.
11:23.
Son solo las 11:23, pensé. Ni siquiera ha pasado un período entero desde que me
sacó de la escuela. Parecía imposible que todavía fuera tan temprano.
Mantuve los ojos pegados a ese reloj durante cuatro horas seguidas. Las
cuerdas estaban tan apretadas que no podía moverme ni siquiera un centímetro
para luchar contra él.
Nunca he sido buena en escapar de mi propia mente, en encontrar
cualquier tipo de distancia de las cosas que me atormentan. Pero lo intenté.
Intenté encontrar algún tipo de consuelo en alguna parte de mi ser.
Y no lo hallé.
Primero, me aferré a un diminuto grano de esperanza, tal vez no iría tan
lejos.
Tal vez no tomaría el siguiente paso. O el siguiente. O el siguiente.
Y, lo peor y más injusto de todo, tal vez Dante vendría echo una furia en
cualquier momento, de alguna manera sentiría lo que me está pasando, que su
ángel está siendo dañado más allá de toda reparación.
De alguna manera me rescatará.
Por la primera media hora, mis ojos aún pegados a ese reloj, cedí a toda
esperanza de ello.
187
No estoy segura de por qué las palabras vinieron a mi cerebro entonces,
pero lo hicieron. Nana una vez me dijo que Dios responde a todas las oraciones.
Adoraba a Nana, pero no concordaba en eso. De hecho, era escéptica de
Dios en general.
Pero justo en ese momento, estaba tan desesperada como para intentarlo.
Oré. Con un corazón angustiado, oré.
Tal vez Dios contesta todas las oraciones, realmente no puedo decirlo,
pero si lo hace, a veces la respuesta es no, no te ayudaré a salir de esto.
Y así fue. Nadie me ayudó. Nadie lo detuvo. Ninguna fuerza de la
naturaleza disminuyó el terror o el dolor del mismo. Ningún acto de Dios
interrumpió su desarrollo. Continuó hasta que Harris terminó, y perdí la poca
fe que tenía de que podría haber alguna fuerza benévola cuidándome.
Y a lo largo de todo, no lo miraría, aunque él quería que lo hiciera. Me
ordenó hacerlo.
Empezó a golpearme cuando me negué, entonces me pellizcó, retorció mi
carne, me mordió duro.
Cambió de táctica y me rogó que lo mirara. Todavía no lo haría.
Comenzó a golpearme en el estómago.
Todavía no lo miraría, y juré que tampoco lloraría por él, pero las
lágrimas habían estado derramándose constantemente por mi rostro desde que
había comenzado en primer lugar.
Aun así, no lloraría por él, y no le rogaría tampoco.
Comenzó a gritar en mi cara—: Mírame. Mírame. —Una y otra vez.
No importa lo que hiciera, no importa lo enfadado que estaba, no lo
miraría. Mantuve mis ojos en ese reloj.
No temía el castigo. ¿Qué era peor que lo que ya hacía?
Me podría golpear. Me podría matar. En algún momento alrededor de la
hora número dos, de hecho, lo quería.
En la hora tres, le rogué que lo hiciera.
—No seas tonta —jadeó en mi oído, de vuelta sobre mi otra vez—. Estoy
muy lejos de acabar contigo. Confía en mí, así aprenderás.
Dejé de rogar y traté de pensar en algo, cualquier cosa, pero me detuve
rápidamente. No quería echar a perder ninguno de mis buenos recuerdos con
esto, y la pesadilla en la que me encontraba atrapada ahora era bastante mala
sin añadirlo.
Cuando terminó conmigo, por alguna razón que no puedo comprender, y
vuelvo a ella con frecuencia, me desató.
188
Intenté lograr que mi cuerpo magullado y usado en exceso se sentara,
comencé a hacerlo, pero rápidamente se unió a mí en la cama, tirándome hacia
él, envolviendo sus piernas alrededor de mí con tanta fuerza que no me podía
mover.
—Shh, duerme, querida niña —me dijo, y rápidamente perdió el
conocimiento.
Tan pronto como su cuerpo quedó inerte, me deslicé de la cama.
Intenté moverme silenciosamente de la habitación, pero temblaba con
tanta fuerza que estaba segura de que lo despertaría con el sonido de cada paso
cojo que tomaba.
Vi su arma, pero estaba cerca de la cama, cerca de él, y no podía
obligarme a acercármele. Luché durante un minuto, intentando, pero no podía
hacerlo. Sólo podía hacerme alejarme de él.
Una vez que me encontraba fuera de la habitación, mi cuerpo empezó a
trabajar por su propia cuenta. Se movió con rapidez, de forma fluida, haciendo
caso omiso de todo mi dolor, ignorando el hecho de que mi espíritu se sentía
roto, y todavía me quería morir.
Fui sin pensar a la habitación de mi abuela.
Sintiéndome completamente vacía, tomé el arma de su mesita de noche,
revisé el cargador, y me deslicé en silencio a mi habitación.
Se había movido durante su sueño, por lo que se encontraba de espaldas
a la puerta del dormitorio.
No tardé. No me quedé mirando su forma de dormir. No lo contemplé.
No me acuerdo de tomar una decisión. Solo recuerdo claramente la
puerta, levantar la pistola, apuntar, y vaciar todo el cargador en su espalda.
189
27
“El amor consiste en dos soledades que se protegen, limitan y
procuran hacerse mutuamente felices”.
-Rainer Maria Rilke
192 —No lo creerán. ¿Qué crees que van a hacerme ahora que he matado a
uno de ellos, y peor aún, si luego lo acuso de ser un violador?
—Era un violador —repitió Dante, una concentración absoluta de odio
en sus palabras—. Lo siento, ángel. —Él lloraba ahora—. Lo siento tanto. No lo
sabía. No sabía que esto ocurriría. No tenía idea. Te he estado buscando por
horas, pero busqué en el lugar equivocado. —Se derrumbaba ahora, llorando,
gritando—: Lo habría matado yo mismo, lo juro.
Era curioso cómo más tarde me di cuenta que nunca me preguntó si yo
estaba bien, y de qué manera me consoló. Porque me conocía demasiado bien
para hacer una pregunta tan estúpida.
Por supuesto que no me hallaba bien. Ni un poco.
Fui profanada, degradada, humillada más allá de toda reparación. Tenía
la suciedad de ese monstruo. Estaba pegajosa por él.
Me sentía horrible. Trastornada. Suicida.
—No sé qué hacer —sollocé—. No quiero ir a la cárcel.
—No irás a la cárcel por esto —discutió, pero sonaba cada vez menos
convencido.
—No lo pensé bien, Dante. Mi mente solo se… fue. Le disparé por la
espalda. Vacié un cargador completo en él. ¿De verdad crees que esto va a
resultar a mi favor?
Se quedó en silencio mientras su mente trabajaba, y finalmente, pude ver
que llegó a la misma conclusión que yo, pero sus siguientes palabras me
dejaron abrumada. —Diré que yo lo hice. Diré que lo atrapé violándote y que le
disparé en la espalda.
Empecé a luchar contra su agarre.
—No, no, no —espeté—. ¿Crees que te dejaría ir a la cárcel por mí?
Después de que ya has matado a alguien por mí, ¿piensas que haría eso? Y con
tu registro, ¿no crees que podría terminar de otra manera?
—No seas así. Puedo soportar este golpe. Nana me conseguirá el mejor
abogado de por ahí. Todo estará bien.
Seguí moviendo la cabeza. —No. Nunca. Confesaré antes de que esto
recaiga en ti. Jodidamente lo juro. No dejaré que te culpes.
Respiró hondo algunas veces. Pensando, podía notarlo, su mente corría,
tratando de averiguar qué hacer.
—¿Alguien sabe que te trajo aquí? —preguntó finalmente.
—No lo creo. La gente lo vio sacarme de la escuela, pero no venir aquí.
193 Me atrajo a su auto diciendo que necesitaba hablar conmigo en la estación.
—Planeó esto —dijo Dante lentamente, el dolor en su voz
abrumándome—. Planeó una violación, y es un policía. ¿Cuáles son las
probabilidades de que no cubriera sus propios rastros? ¿Cuáles son las
probabilidades de que haya un alma en esta tierra que sepa que te traería aquí?
Lo estudié, sintiendo esperanza por primera vez con lo que vi. —¿Qué
deberíamos hacer? —le pregunté.
Me miró, se inclinó y me dio un beso muy cuidadoso. —Tú no tienes que
hacer nada, ángel. Me encargaré de esto. ¿Crees que puedas ducharte por tu
cuenta?
Era patética, pero negué con la cabeza. Ni siquiera creía que pudiera
caminar por la habitación.
—De acuerdo. Está bien. Te ayudaré. Resolveremos esto, lo prometo.
Nadie te va a hacer daño nunca más. Y nadie te quitará tu libertad. Lo juro.
Le creía, tenía confianza absoluta en todo lo que decía.
Se duchó conmigo. Fue muy cauteloso, después de todo lo que atravesé,
en desnudarse delante de mí, por lo que se duchó con sus bóxers.
Ni siquiera pude lavarme. Él lo hizo. Fue insoportablemente tierno
cuando me enjabonó, de pies a cabeza, me enjuagó, luego lo hizo otra vez.
Ambos lloramos como bebés, grandes y pesados sollozos de rabia
mientras lavaba la sangre de mis muslos.
Solo después de que terminó con sus cuidados suaves, tomé la esponja y
me froté con fuerza.
Rompía mi piel con tanto gusto que él me rogó en voz baja que me
detuviera, y de alguna manera algo en el tono de su voz fue lo suficientemente
convincente para conseguir que lo hiciera.
De lo contrario, juro que habría seguido frotando hasta que mi piel
hubiera desaparecido.
Era cobarde y débil, pero después de que me lavó, y vistió, me sacó del
remolque y me llevó hasta la colina. Y se lo permití.
—¿No vamos a…? —le pregunté.
—Voy a llevarte a tu habitación en casa de Nana. Necesitas descansar y
no preocuparte por ninguna otra cosa, ¿entiendes?
Asentí débilmente. Nos encontrábamos en la propiedad de su madre
para entonces. Estaba más cerca que el lugar de Nana, y siempre acortábamos
camino por ahí cuando caminábamos.
194 —¿Te vas a quedar conmigo esta noche? —le pregunté. No quería dormir
sola.
—Por supuesto. No me iré de tu lado después de que… me encargue de
las cosas.
Me entumecí un poco, y de alguna manera era fácil no pensar en ello, las
cosas que él tendría que hacer, las cosas que yo ya había hecho.
Apenas habíamos cruzado la línea de propiedad entre la casa de su
madre y su abuela cuando todo me inundó de nuevo y comencé a sollozar en su
pecho.
Se sentó en el suelo y lloró conmigo, repitiendo—: Lo siento mucho, lo
siento mucho, lo siento mucho.
—No es tu culpa —logré decir finalmente.
—No puedo creer que esto te ocurriera. No puedo creer que no te salvé a
tiempo. —Su voz se quebró con las palabras, y nunca lo escuché sonar más
perdido.
Me llevó directamente a mi habitación, me dejó brevemente, y volvió con
pastillas para dormir que consiguió de Nana.
Lo miré fijamente.
—Por favor. Por mí. Tómalas. No puedo dejarte hasta que estés
durmiendo. No puedo.
Las tomé.
Scarlett
197
Solo usaba unos cubre pezones y desnuda de abajo, simulando tener sexo
con un tipo al que no habría dejado ni siquiera besar mis pies, si no tuviera una
cámara grabando. En momentos así cuestionaba mi elección de carrera.
Trate de perderme en mi papel, poner el toque justo de pasión vulnerable
en mi expresión.
Era siempre el epitome de la calma acerca de escenas fuertes, los
desnudos, todo eso.
Porque me encontraba determinada a ser una profesional,
particularmente sobre esto.
Gran parte era valentía de acero, siempre recompensando el hecho de
que había sido una víctima una vez. La sobrecompensación mientras trataba de
convencerme de que nunca lo sería de nuevo.
Profundamente en mi interior tenía la sensación de suciedad, se
encontraba escondida, hasta que finalmente despertaba algo feo en mí, como
dejar a alguien que no había escogido, hacerme sentir sucia. Pegajosa con algo
que no se puede lavar.
Causaba incluso un dolor físico, una profunda estocada, casi como
cólicos menstruales, pero más duraderos y graves, que solo venían cuando
golpeaba ese punto particular de fiebre. Nunca lo diría, para el espectáculo o
no. Me encontraba determinada a ser una profesional.
Había sido buena. Genial. Comparada con mi compañero de escena, era
un infierno de profesional y eso era decir mucho. Frecuentemente se
posicionaba encima de mí, frotando su incesante erección contra mi cadera por
casi la centésima vez.
De repente no pude soportarlo. No pude ser sensata y despreocupada
acerca de eso por un segundo más.
Empuje a David, alejándolo. —¿Seriamente no hay nada que podamos
hacer sobre su erección que sigue frotando? —Señale a Stu.
—Sabes, la mayoría de las mujeres lo amarían —dijo David, su tono
profundamente ofendido, como si eso de alguna manera me hiciera cambiar de
opinión.
Puse los ojos en blanco. Esas mujeres no conocían a este idiota en la vida
real. Era sorprendente lo fea que podía ser una mente, incluso con un paquete
sexy como el infierno.
Trabajamos durante catorce horas. Toma tras toma, con pequeños
descansos que no nos dejaban alejarnos del set.
198
Me encontraba cansada. La noche anterior había sido mi primera en la
casa de Dante en cuatro días. No habíamos dormido mucho.
No hay descanso para la maldad.
Pero era la falta de sueño lo que me tenía lo suficientemente molesta para
montar un momento de diva. Había temido esta escena, la interacción, desde el
principio, y el hecho de que era mucho peor de lo que había anticipado no
ayudaba.
Stu cortó la escena y se acercó a la cama. Me enderecé, una de las
asistentes me trajo una bata, y le agradecí mientras me la ponía. Mantuve mis
ojos en mi director todo el tiempo. Esperando una reprimenda.
Nos dirigió su mirada varias veces, torciendo su boca. —Esto no va a
funcionar. Solo asumí que lo haría. Me lo imaginé cuando les hice la audición.
—Movió una mano, vagamente indicando nuestros cuerpos—. Me imaginé que
actuar el sexo sería muy fácil. Pero no me gusta. Creo que deberíamos hacer
algo con sutileza.
El golpe de alivio fue tan fuerte que quería llorar, pero lo oculté, solo
asintiendo en acuerdo.
Reescribió la escena completa. Mi personaje se tenía que quitar el top y
todo se ponía negro. Fui reasegurada de que solo planeaba mostrar un lado de
mi pecho.
De hecho, no tenía problemas con la desnudez. No lo hacía. Eran los
toques mientras me encontraba desnuda a los que no podía hacer frente, o al
menos no fácilmente.
La próxima vez que Stu dio un descanso encontré a Dante en mi tráiler.
Se encontraba acostado en el sofá, con el teléfono en su oreja.
No era de los que se quedaba tranquilo, así que había comenzado a
trabajar de nuevo la semana anterior.
Sonrió cuando me vio, levantando su dedo índice.
Asentí y fui por café. Escuché casi ausentemente su conversación y
cuando me di cuenta de que no lidiaba con sus negocios del día a día, sino con
la amada caridad de Nana, me calenté por dentro, el día repentinamente menos
oscuro. Por supuesto que haría eso. Continuar su trabajo. Hacerla orgullosa.
Movía el azúcar en mi taza cuando Dante se presionó por detrás. Aún se
encontraba al teléfono, y no me había dado cuenta de que se acercaba.
Salté casi medio metro.
Deslizó su mano libre dentro de mi bata, pasando su palma sobre mi
199 pecho. La pasta pareció detenerlo un poco, y lo tocó brevemente antes de que
sintiera su camino al otro. Ese obtuvo una revisión más rápida antes de que su
mano fuera hacia abajo, entre mis piernas.
Lo alejé, moviéndome. No quería que me tocara antes de que me bañara
para alejar el toque del idiota de David.
Entré al baño y cerré la puerta.
Me limpié repetidamente, pero aun así no me sentía limpia. Cuando salí
finalmente, había terminado su llamada. Le dio una mirada a mi rostro y
pareció entender.
Me sentí como una niña mientras me subía a su regazo y trataba de
consolarme, pero era nuestra manera. Siempre habíamos sido demasiado para
el otro, habíamos llenado demasiados roles. No conocíamos otra forma.
—Ningún papel, ninguna carrera, vale la pena que te hagas esto —dijo
finalmente.
—Estaré bien.
—¿Y qué pasa conmigo?
Me alejé, bajé mi cabeza para mirarlo. —¿Qué pasa contigo? ¿Tú lo
puedes manejar?
—Lo intento. Sé que has deseado esto desde que teníamos catorce, y la
última cosa que voy a hacer es ponerme en tu camino. No voy a mentir, odio
esta parte. La idea de cualquiera mirándote, tu compañero de escena tocándote.
Me enloquece. Pero no puedo ponerme en tu camino. Este es tu sueño y voy a
apoyarte, incluso en las partes que no puedo soportar.
—Lo peor ya pasó —aseguré. Entendía sus celos, su posesividad. Apenas
lo podía culpar. No estaba segura de lo que haría si el trabajo de Dante
consistiera en tocar a otras mujeres por cualquier razón.
Era un tema delicado desde donde lo viéramos.
—Trabajabas en la caridad de Nana cuando entré, ¿no? —pregunté,
aunque sabía su respuesta.
—Sí. Siempre me encuentro presente en el proyecto The Vivian Duran,
pero ahora que me has hecho poner toda tu herencia en la caridad, planeo hacer
que ese dinero haga milagros.
Me detuve. —¿De qué demonios hablas? No tengo ninguna herencia.
Suspiró ruidosamente para moverme contra su pecho. Era en parte
resignación, en parte exasperación. —Bueno, Nana te dejó ocho millones de
dólares, y me dijiste que los donara a la caridad. Me imaginé, desde que no me
dejaste siquiera terminar lo que iba a decir, que hablabas en serio, así que lo
hice malditamente bien.
200
Parpadeaba intentando no llorar, tratando de no romperme—. ¿En serio
hizo eso? ¿Me dejó eso?
Hizo un sonido en su garganta que lo atravesó tan duro que pude ver
cada intensa reflexión, su mano acariciando mi cabello, una y otra vez. —Por
supuesto que lo hizo, ángel. Pensaba en ti como familia. Estuvo en su
testamento por años antes de que muriera. Por cierto, tengo cientos de papeles
para que firmes cuanto estés lista.
Me alegraba eso. No por el dinero. Había querido decir lo que dije, que
quería donarlo. No, de nuevo, no me encontraba loca, y aunque previo a mi
reciente rol protagónico había estado muy cerca de la quiebra, no podía tomar
dinero que no había ganado, dinero que venía de perderla. Quería que cada
centavo fuera a la caridad que tanto le apasionaba, pero su gesto significaba
todo para mí. En verdad me había considerado familia. Tanto que conservo el
sentimiento hasta el final.
—¿Consiguió Adelaide su casa? —pregunté. Una parte de mí no quería
saber. Nana no se la hubiera dejado a ella, pero también sabía que Adelaide
tenía sus formas. Me imaginé que tendría un súper armado Leo ahí ahora.
—Mmm —dijo Dante. Fue medio risa, medio bufido—. No exactamente.
Nana no le dejó nada, ni un centavo. El resto de nosotros lo esperaba, pero
Adelaide se enfureció. Aún continúa con su berrinche. Ha sido feo.
Chiflé. Ni siquiera lo podía imaginar. Adelaide era intratable cuando se
trataba de las cosas más pequeñas. Una vez aterrorizó a una mujer hasta que se
mudó de la ciudad solo porque no le gustó el lugar donde la habían sentado en
una boda.
Ser dejada fuera de una herencia cuyo pago había esperado toda su
vida… me aterraba un poco solo contemplar la destrucción que debe haber
causado.
—Por Dios, eso es justicia —dije con reverencia, mi mente en cuánto aun
idolatraba a Nana.
—El tiempo dirá si se queda así, a pesar de que Leo ha estado
conteniéndose más de lo usual.
—Déjame saber cómo resulta.
—Oh, lo haré. Créeme que lo haré.
Mi teléfono sonó con un mensaje, lo revisé, asumiendo que era una alerta
para volver al set.
No lo era. Era un mensaje de Farrah.
201 Se lo mostré a Dante.
—Bueno, creo que tenemos a nuestra espía. —Su tono era resignado,
pero casi complacido. Se encontraba aliviado de finalmente saber.
Yo no sabía cómo sentirme.
29
“Estar enamorado le muestra a una persona quien debería ser”
-Anton Chekhov.
Scarlett
202
Pensé que me encontraba bien al principio. Incluso me convencí a mí
misma; había regresado a la escuela tan pronto como pude, actuando como si
nada hubiera pasado. No hablando de eso con nadie, ni siquiera con las
personas con las que podría hablar al respecto.
Pero no lo estaba. Cada día que me levantaba se sentía peor. Era un
esfuerzo ducharme, ponerme ropa, comer, hacer cualquier cosa que no fuera
dormir, o yacer en mi cama y deseando dormir.
Deseando algo más permanente.
Me afectó de formas extrañas. Mi tartamudeo desapareció casi
completamente. Casi no tenía problema ignorando los insultos de los
acosadores usuales. Ese tipo de cosa solo se me resbalaba.
Comencé a esforzarme más en la escuela. No porque me gustara o
porque se sentía mejor, sino porque quería terminar e irme. Dante se dirigiría al
Este para la universidad el año siguiente, y planeaba acompañarlo.
El resto del año escolar pareció pasar en una gris y gruesa niebla, pero
terminó y finalmente me gradué.
Dante se fue a la universidad solo a dos semanas del verano. Tenía un
lindo apartamento arreglado para su primer año en Harvard.
Fui con Dante porque no podía concebir hacer algo más.
Se sintió mal de inmediato. Estuvo ocupado al instante, y me sentí
ignorada, no querida, sin valor. Nada. No tenía nada qué hacer. Cuando se
encontraba en casa conmigo, lo cual no era a menudo, solo estudiaba sin
descanso, mientras yo me sentía inútil mirando televisión, o leía libro tras libro.
Lo peor era que tenía miedo cuando me quedaba sola. Un miedo
irracional. Debilitante. Si dejaba que el miedo me manejara, nunca hubiera
dejado su lado.
Pero no podía hacer eso. Puro orgullo y terquedad lo evitaron. Un
instinto de hacer más que sobrevivir. Necesitaba vivir de nuevo.
En orden de vivir, necesitaba encontrar mi propia identidad. Mi propia
vida. Mi propósito.
Comencé con algo normal. Un pequeño cambio que podía soportar.
Conseguí un empleo. Otro de mesera. Dante lo odiaba, pero se encontraba de
acuerdo con todo solo para animarme.
Era atento. Y amoroso. Posiblemente más entonces que nunca.
Tomo mucho tiempo antes de que quisiera su toque por algo más que
203 afecto y comodidad, nunca mostró alguna señal de perder la paciencia.
Hasta el final de mis días, voy a apreciar eso.
Ni siquiera lo mencionó. Cuando hablamos de eso, fue porque me
preocupaba.
E incluso encontró las palabras (las correctas) que necesitaba escuchar.
Las únicas que ayudaron.
—Esto no es sobre mí —dijo gentilmente—, y lo que mi cuerpo pide del
tuyo. Esto es acerca de ti y lo que necesitas. Necesito ser lo que tú necesitas. Es
todo lo que importa ahora. El resto vendrá después. Tenemos tiempo. Todo el
que necesites. Lo tenemos. Cuando te sientas lista, estaré aquí. Cada segundo de
cada día. Eso nunca va a detenerse.
30
“No oigas al diablo, no hables al diablo, y no serás invitado a
fiestas de cocteles.”
-Oscar Wilde
Scarlett
204
-Sara Teasdale
Scarlett
209
Duramos juntos dos años en el apartamento.
El plan siempre fue este: viviríamos en Cambridge hasta que Dante
terminara la escuela (y trabajaba muy duro para terminar tan pronto como
fuera posible), y luego, juntos, nos mudaríamos a Hollywood para que pudiera
dedicarme a la actuación.
Era un sacrificio para los dos. No quería esperar por mis ambiciones, y
gracias a algunos viajes memorablemente horribles con su padre cuando era
más joven, Dante odiaba Los Ángeles.
Pero es lo que hacías cuando amabas a alguien. Te sacrificabas. Y por eso
hice dos años enteros en Cambridge.
No fue del todo malo. En sí mismo, vivir con él era todo lo que podría
haber esperado. A veces peleábamos, pero a veces la pelea era necesaria. A
veces era todo lo que me hacía sentir viva.
Dante era maravilloso. Nunca se trató de él.
Se trataba de mí y la forma en que me sentía sobre mí misma. En la
marca de dos años, empecé a ver que, si pasaba mucho más tiempo siendo
inservible, seguro que nunca me lo quitaría, me convertiría en una cosa amarga,
inútil. Al igual que mi abuela.
No podía hacer eso, ni siquiera por él.
Necesitaba encontrar mi autoestima, y para ello, tenía que dejar a Dante.
—Siento que estoy atascada aquí —le dije durante un postre que hice
especialmente sólo para amortiguar el golpe—. Como que estoy renunciando a
mi vida por la tuya. Que cuanto más tiempo permanezco aquí, más me voy a
marchitar y convertir en alguien que no reconozco.
Se me quedó mirando. —Dijiste que esperarías por mí —dijo
simplemente. Ni siquiera sonaba disgustado aún. Todavía en negación.
—Lo hice, y lo siento. Simplemente no puedo soportarlo más. No puedo
soportarme. Necesito estar haciendo algo además de servir bebidas a un montón
de pendejos llenos de atribuciones día tras día.
Eso le fastidió. —Esa fue tu idea. Nunca quise eso. ¡Renuncia!
¡Malditamente renuncia! Es así de sencillo. No hay ninguna razón para que
estés trabajando, sobre todo en un trabajo que no puedes soportar.
Me había desviado del tema, pude ver. —Nada de eso viene al caso. Es
este lugar. Es estar en espera. Sólo no puedo soportarlo, Dante. Estoy
empezando odiarme, y tengo que encontrar una manera de cambiarlo. ¿No
210 puedes entender?
Sus ojos expresivos se volvieron atormentados ante los míos. —¿Me estás
dejando?
Apenas pude aguantarlo. Aparté la vista. —No estoy rompiendo conti…
—¿Fue realmente una opción para ti? —preguntó, incrédulo—. Lo dices
como si lo hubieras considerado, ¿como si podría haber ido de cualquier
manera?
—No. —Vi la discusión alejarse de mí. Iba tan mal como anticipé—. No.
Nunca lo pensé. Vamos a estar juntos, por supuesto, pero a larga distancia.
Hasta que termines aquí. Entonces puedes venir a vivir conmigo, y mientras
tanto, no voy a poner mis sueños en espera por los tuyos.
Salió mal. No lo tomó bien. De hecho, se negó a hablar de ello durante
días, simplemente me decía que no era una opción.
Suavemente, pero con firmeza, respondí que tampoco era una pregunta.
Es algo terrible darte cuenta que incluso el amor de tu vida no puede
hacerte sentir completa, no cuando estás tan jodida como yo, pero estaba
decidida. Sería una tortura estar lejos de él durante tanto tiempo, pero no había
ninguna duda en mi mente que íbamos a encontrar el camino de regreso el uno
al otro. Tenía una fe absoluta en eso.
Un mes más tarde empacaba mis cosas, un hosco pero resignado Dante
se cernía sobre mí.
Sólo establecer la mudanza me hizo sentir un poco más esperanzada.
Había ahorrado todo mi dinero como camarera, cada centavo porque Dante
nunca me dejó pagar por nada, y lo puse hacia el primer mes de renta en un
pequeño apartamento en un área que no podría haber pagado por mí misma.
Dante dejó el alquiler del último mes. Sí, me estaba ayudando. Esa era la única
forma en que me permitió ir sin una pelea más dura. Eso y las visitas de fin de
semana cada vez que pudiera arreglárselas para volar o yo volar de regreso. El
dinero tenía sus ventajas, era un hecho.
Me vino a visitar exactamente una semana después del día que salió mi
vuelo. Vino con el anillo de Nana en su mano y una propuesta en sus labios.
Bueno, no fue tanto una propuesta, sino que me dijo que por supuesto
nos íbamos a casar.
Me puse el anillo y ni siquiera consideré rechazarlo. Esto venía hacía un
tiempo largo. Algunas promesas eran hechas antes de que alguna vez dijeras las
palabras.
—Tu madre va a perder la cabeza —le dije más tarde, después de la
tercera ronda de celebración.
Se tensó, su pecho bajo mi mejilla se volvió rígido, y supe que toqué una
211 fibra sensible. —No se lo voy a contar. No hay razón para hacerlo.
No podía culparlo, pero una parte de mí quería contárselo sólo para ver
la expresión en su cara. Esa parte fue rápidamente anulada por algún sentido
común que pude haber tenido. Incluso yo sabía que no debía meterme en líos
con su madre.
Durante un tiempo, vivir separados no parecía haber puesto la más
pequeña grieta en nuestros cimientos. Lo extrañaba, claro que lo hacía, pero yo
tenía un propósito ahora. Empecé a conseguir pequeños papeles en mi primera
semana, y seguí en ello, sintiendo la certeza de que era mi destino.
Y cuando me visitaba, o yo lo visitaba, las reuniones eran algo poderoso
y embriagador. En un día normal éramos combustibles juntos. Añádele un poco
de la privación y alcanzaba proporciones atómicas. Algo adictivo, eso.
Duramos más de un año así. No puedo endulzarlo. Tuvimos nuestros
altibajos. Fue tan tumultuoso como nosotros éramos volátiles. Dos personas
enfermas de celos que vivían separadas mientras estar comprometidos no
contribuía a un romance suave. Más a menudo que no, cuando me dejaba o yo a
él, se iba con arañazos en la espalda desde el hombro hasta el trasero.
No pensaba que me sería infiel. Se trataba de propiedad, marcar mi
territorio.
Confiaba en él casi a ciegas, pero tomó mucho menos que la idea de la
infidelidad real para que me pusiera hecha una furia. Él hablando con otras
chicas, siendo amigo de ellas, apareciendo en fotos con ellas en Facebook,
estudiando con ellas, lo que sea, yo perdía la cabeza.
No hacía falta decir, que él se encontraba tan fuera de control.
Si Dante se hubiera salido con la suya, nos hubiéramos casado el día que
nos comprometimos, pero yo quería esperar hasta que estuviéramos viviendo
juntos para siempre. Alguna extraña última regresión a la cual aferrarse,
supongo, algo especial para guardar para después de la boda.
En el fin de semana de su cumpleaños, más o menos un año después de
la mudanza, ahorré el dinero suficiente para comprar mi propio boleto de avión
y sorprenderlo con una sólida visita de tres semanas comenzando el viernes
antes de su cumpleaños. Tuve que ser astuta para sorprenderlo, así que me
presenté en su apartamento sin previo aviso y entré con mi llave.
No sabía con seguridad sus horarios de cada día. Podría suponer basada
en la experiencia; así que a las seis de la tarde me imaginé que estaría en casa
pronto, y me limité a esperar.
Y esperé. Era medianoche cuando decidí salir a buscarlo. Todavía trataba
duro de no arruinar la sorpresa. Un texto preguntando dónde se hallaba sin
duda haría eso.
212 Empecé con el bar más cercano, el lugarcito ruidoso en el que solía
trabajar, y allí lo vi.
Pero con quién estaba no podría haberme impactado más. Se hallaba en
una mesa, bebiendo una cerveza y sentado frente a Tiffany.
No sé cuánto tiempo me quedé allí y miré fijamente. Me encontraba tan
sorprendida que ni siquiera me sentía furiosa al principio. ¿Qué podría ser esto?
¿Qué podría significar?
Y a medida que comenzó a asimilarse, todavía no estaba furiosa. Me
sentía herida. Y confundida.
No me tomó mucho tiempo decidir simplemente entrar y hacerles frente.
Quería ver lo que tenía que decir por sí mismo. Necesitaba escucharlo.
Él estaba frente a la puerta cuando entré y el movimiento le llamó la
atención. Levantó la vista y me vio por primera vez.
Su reacción fue gratificante. Se puso de pie, moviéndose hacia mí, su
sonrisa más feliz iluminando su rostro. Lo comprendió de inmediato. —Me
estás sorprendiendo por mi cumpleaños —dijo, deleite en su voz.
No contesté con palabras, en su lugar, esperé hasta que se acercó y me
froté contra él, tirando de su rostro hacia el mío.
Rocé mis labios a los suyos, una vez, luego otra, hasta que gimió y
empezó a besarme.
Lo llevé más lejos de lo que pretendía. Tenía intención de llevarlo a algún
lugar, claro, pero lo que hice fue más de lo que debí, usando mi boca en la suya
despiadadamente, mi lengua, mi cuerpo, haciéndole olvidar donde se
encontraba, olvidar que no estábamos solos, olvidar que no me podía coger allí
mismo, haciéndole perder todo sentido, intoxicándolo inexorablemente.
No fue no-calculado. Por supuesto que no. Territorio. Marcado. Simple,
pero irresistible.
Y todo el tiempo, algo dentro de mí comenzó a bramar, sin cesar,
poderosamente.
Oh, sí. Estaba celosa.
Cuando finalmente logré quitar mi boca, se inclinó y comenzó a besarme
el cuello, sus manos frotando mi culo, una y otra vez, nuestras ingles pegadas,
su erección rígida hundiéndose en mí.
De acuerdo, sí, permití que fuera un toque demasiado lejos. No nos
habíamos visto en un mes. Es evidente que con tanto tiempo separados no
deberíamos haber tenido nuestra primera reunión en público.
—Dante —dije en voz baja. Intenté parecer serena, pero incluso yo podía
213 oír el deseo en mi voz.
Gruñó e hizo un camino de besos hasta mi mandíbula.
Suavemente, pero con firmeza, lo aparté.
Sus ojos vidriosos se me quedaron mirando, aturdidos, durante unos
sólidos treinta segundos antes de que se comenzaran a aclarar.
Parpadeó un par de veces y comenzó a maldecir, arrastrando una mano
por su pelo.
Le di a él y a mí misma un poco de tiempo para componernos antes de
finalmente hablar. —He estado en tu apartamento desde las seis. Esperando por
ti. ¿Cómo está Tiffany? —Dejé que mi tono dijera lo que mis palabras no
hicieron.
Pareció darse cuenta por primera vez que estaba metido en alguna
mierda profunda.
—¡Scarlett! —llamó Tiffany alegremente, todavía sentada en su mesa—.
¡Me alegra que pudieras unirte a nosotros!
Nosotros. El escozor de eso persistiría.
No la dejes ver cómo te afecta, me dije.
No la dejes ver como él te debilita. No le des nada.
Nada había cambiado entre Tiffany y yo. Aún la veía como la enemiga.
El tiempo y la distancia no lo alteraron, aunque esta era la primera vez que la
atrapé infringiendo mi territorio mientras yo me encontraba lejos.
Dos veces vino de visita mientras vivía con Dante. Me pregunté con una
cantidad no pequeña de temor furioso cuán a menudo venía a visitarlo ahora
que me había ido.
—Tiffany —dije sin una pizca de amabilidad—. ¿Qué haces?
—Oh, ya sabes cómo es. Todavía asistiendo a Barnard. La tradición
familiar y todo eso, pero al menos casi he terminado. Pronto voy a ser capaz de
visitar tan a menudo como me plazca.
Qué reconfortante.
—Pero basta de mí. ¿Qué has estado haciendo? ¿Todavía de camarera?
Miré a Dante. No tuve que decir una palabra. Mi cara lo dijo todo.
—Estudiaba aquí —dijo él, con tono cuidadoso—. Me encontró aquí hace
unas pocas horas. No sabía que iba a venir a la ciudad.
—¿Te visita así de seguido? —pregunté, voz mordaz, mi amplia sonrisa
aún más. Era una sonrisa destinada a encandilar. Y liquidar. Captura el ojo y lo
ciega.
—Nunca —dijo de manera sucinta, fervientemente, con la intención de
214 un hombre decidido a evitar el desastre—. No desde que te fuiste.
Miré a Tiffany.
—Oh, sí. —Agitó la mano en el aire—. Lo que sea que él diga.
Sabía que trataba de incitarme, tratando de hacerme pensar que Dante
me mentía. Lo sabía y no me sorprendió. Era muy típico de Tiffany. Lo que me
pareció interesante fue la reacción de Dante a sus palabras.
Se sobresaltó, mirándola como si estuviera finalmente empezando a
malditamente entenderlo.
Sí, imbécil, quería decir. Ella es eso. Una vil instigadora al igual que tu madre.
Pero incluso con la diatriba interna, su reacción fue lo suficientemente
gratificante para actuar como un último esfuerzo en impedir las consecuencias
que sentía acumularse en mi pecho como un grito que simplemente tenía que
salir.
Odié que ella estuviera aquí. Lo odié. Pero tal vez serviría para cierto
propósito, si ayudaba a Dante a ver exactamente lo que era.
Con ese pensamiento en mente, acerqué una silla. —Entonces, ¿qué haces
aquí, Tiffany? —le pregunté sin rodeos, mi tono tan desagradable como me
sentía.
Fingió sorpresa ante mis modales hostiles. —Oh, Dios. ¿Sucede algo,
Scarlett? Pareces molesta. —Sonrió.
Y así como así. Allí estaba otra vez. Hola, temperamento.
—¿Qué podría posiblemente estar mal? —le pregunté, dura en el
sarcasmo. Mis ojos se movieron a Dante, quien acababa de tomar el asiento
frente a mí—. ¿Cuál podría ser el problema? —le pregunté burlonamente.
Él cruzó los brazos sobre su pecho, apretando la mandíbula, sus ojos
duros en mí. Me di cuenta de que su propio temperamento infernal estaba listo
para salir a jugar.
—Una vez más —dije mordazmente—. ¿Por qué estás aquí, Tiffany?
Frunció los labios y respondió—: Solo visitando a mi amigo. ¿Es eso un
crimen? A él no le importa cuando vengo de visita. ¿Y quién te hizo su dueña?
No es de tu propiedad, Scarlett.
Le sonreí, levantando la mano con mi anillo para golpear con un dedo mi
mandíbula, asegurándome de que a la roca enorme como el infierno en mi dedo
se le diera la atención adecuada. La vio; oh, sí. Sus ojos se abrieron como platos,
y por un segundo no pudo ocultar una mirada honesta de consternación.
Mi sonrisa creció incluso cuando oí a Dante soltarse con una ronda suave
de maldiciones.
215 —Es curioso que menciones propiedad —dije. Sí, me comportaba como
una perra.
Ella necesitaba ser puesta en su lugar.
Perra era la velocidad correcta para eso.
Se puso pálida. Parecía que podría vomitar. —¿Cuándo pasó? —
preguntó, casi escupiendo las palabras.
Ni siquiera traté de tocar ese tema.
—¿No vas a felicitarnos? —contraataqué en su lugar.
No se molestó. La bomba del compromiso había sido suficiente para
dejarla descuajeringada. Fue refrescante ver a su usualmente serena fachada
deslizarse tan completamente.
Esperé, con todo mi corazón, que Dante estuviera tomando nota.
—No importa —dijo Tiffany burlonamente—. Todavía no lo posees.
—No te hace feliz —le dije con gozo—. Pero sí importa. Y sí,
malditamente lo poseo.
Su reacción fue interesante, y si yo estaba siendo malévola (noticia de
última hora: lo estaba siendo), divertida como el infierno.
Se puso de pie y prácticamente corrió del lugar, huyendo sin darme una
mirada.
Todavía tenía una sonrisa triunfante cuando vi la mirada en el rostro de
Dante.
—¿Tienes alguna idea de lo que hiciste? —preguntó, luciendo más allá
de enojado y desesperadamente furioso—. Mi madre sabrá del anillo en menos
de una hora. ¿Por lo menos entiendes el tipo de infierno que creará por esto?
—Mi Dios —dije lentamente, con tal incredulidad como me sentía—.
¿Estás volviendo esto hacia mí? ¡De alguna manera vas a escaparte de tener que
explicar el hecho de que te encontré en un bar con la jodida Tiffany!
—Tú eres la que se fue. No habría estado solo para que ella se me uniera
si hubieras estado conmigo.
Oh, diablos, no.
Si quería pelear, había llegado al lugar correcto.
—¿Con que así es? —pregunté, el tono peligroso.
Se sentía afortunado, al parecer. —Sólo declaro hechos, tigre. Si hubieras
mantenido tu promesa y te hubieras quedado aquí, no estarías tan preocupada
acerca de si Tiffany está dándome visitas sorpresas o no.
Era una pelea. —Si no puedo confiar en ti… —empecé.
216
—Eso no es lo que dije. No tuerzas esto. Fue un extraño momento
oportuno. Leía aquí…
Puse los ojos en blanco. —¿En serio? ¿Leyendo en un bar?
—Sí. En realidad, lo hago mucho. No me importa el ruido. Es mejor que
estar solo.
¡Ay! Sí. Buen punto.
—Y se acercó, se sentó, me sentía tan sorprendido de verla como tú.
Lo estudié con ojos entrecerrados. —¿Y es la primera vez que te ha
visitado? Desde que me fui, quiero decir.
—Sí —dijo sin vacilar, ojos encontrando los míos de lleno.
—¿Dónde está alojada?
—No tengo ni idea. Nunca pregunté.
—¿Cuánto tiempo estuvo aquí antes de que yo apareciera?
—Unas pocas horas. Mayormente hablamos de todos los de la
secundaria. Fue una conversación aburrida, para ser honesto. Sólo fui amable.
Sus respuestas directas estaban llegando a mí. Apenas podía mantener
mi rabia cuando me decía la verdad sin andarse con rodeos.
—¿Qué habrías hecho si no hubiera aparecido? ¿La habrías dejado
quedarse en tu apartamento?
La mirada que me lanzó era molestia real mezclada con una buena dosis
de ofensa. —Por supuesto que no. ¿Qué estás incluso pensando?
Y justo así, sentí mi ira decayendo. Me mordí el labio. —¿Estabas
sorprendido de verme?
Y justo así, soltó su propia ira y sonrió. —Sí. ¿Cuánto tiempo crees que
tengas esta vez?
—Tres semanas.
Su sonrisa se amplió. —La mejor noticia que he tenido en un año. Santo
cielo, vamos a casa y celebrar.
Y lo hicimos. Oh, sí, lo hicimos.
Me desperté al día siguiente con un resfriado horrible. Jodidos aviones.
Si hubiera estado de vuelta en Los Ángeles simplemente lo habría
ignorado hasta que se fuera. No hubo tal suerte con Dante. Me fastidió hasta
que fui al médico, quien no hizo más que darme una ronda de diez días de
antibióticos. Me quejé y gemí al respecto, pero en tres días, me sentía humana
217 de nuevo.
Era una cosa mínima, rápidamente olvidada, aunque tendría razón para
preocuparme por ello más tarde.
Las tres semanas pasaron en un instante, y fue más duro que nunca
dejarlo de nuevo, incluso sabiendo que se uniría a mí en cuestión de meses.
Antes de irme, fuimos a un joyero local y encontramos un anillo para él.
Lo tuvimos que adaptar para que encajara en su dedo, pero lo llevaba alrededor
de su cuello, justo junto a la llave de la cabaña que compartimos nuestra
primera vez.
Toqué la llave a medida que nos despedimos en el aeropuerto. —Me
pregunto cómo está esa vieja cabaña —reflexioné.
—Nana me dice que está igual que cuando nos fuimos. Las cerraduras
nunca se han cambiado y sólo nosotros tenemos llaves. Pero no se trata de la
cabaña. Es el recuerdo que contiene para mí.
Sonreí. Me encantaba su sentimentalismo. Nunca dejaba de tocar un
nervio. Uno bueno. —Oh, sí, lo sé. Y nunca vas a quitártelo, ¿verdad?
—Nunca. —Era sincera, esa única palabra, y la sentí profundo en mi
pecho.
32
“Pelear por la paz es como follar por la virginidad”
-George Carlin
Scarlett
218
Dante y yo estuvimos semanas en nuestra tentativa y adictiva tregua
cuando la mierda golpeó el ánimo.
Se enteró acerca de la visita de Bastian. No estaba segura si sabía la razón
de la visita o si sospechaba algo peor, pero su reacción fue mala.
Ni siquiera tuve que preguntarle cómo se enteró. Lo sabía. Su madre le
dijo. Ella supo algo que lo lastimaría por su espía, así que por supuesto, tuvo
que compartirlo.
—Así que, Bastian, ¿eh? —dijo inesperadamente una noche durante la
cena.
Me congelé, el tenedor a medio camino de mi boca. Bien, mierda. Traer el
tema de Bastian era malo, la mirada en su rostro era peor, y no tenía idea de qué
decir, porque no sabía que sabía él, y accidentalmente no le diría más.
—Sé que fue a tu casa —añadió, el tono volviéndose negro, su humor
infernal saliendo a jugar.
—Joder —dije suavemente, con sentimiento.
—Llegó a tu casa, y te fuiste con él. —Su ira se apoderó de mí,
suficientemente caliente para quemar.
Pero es un hecho que a veces me gusta quemarme.
Me retorcí en mi asiento. —Sólo fuimos a hablar. Cálmate.
—Fue Bastian quién te dijo del chantaje —supuso. Las palabras eran
bajas, casi suaves. Intentaba no levantar la voz—. Por supuesto que sí.
No respondí, mantuve mi rostro perfectamente indiferente, pero no
necesitaba mi confirmación.
—Fue él —dijo, sonando seguro. Maldita sea—. Si hubiera sido otra
persona, la mierda habría golpeado el ventilador para ahora. Mentiroso hijo de
puta.
Me quedé mirándolo, intentando medir qué tan enojado estaba. Había
traicionado su rabia con las primeras cosas que salieron de su boca, pero ahora
hacía muy buen trabajo en ocultarlo.
—Fue cuando vino a verte en Seattle, ¿verdad? —preguntó. La pregunta
se llenó con el fuego de su temperamento, cálido y horrible.
Me quedé helada.
—No sé lo que estás… —intenté, porque cuando no estás segura de si
estás a punto de activar un ex celoso y loco a un ataque de celos siempre es
mejor mentir.
—Ahórratelo. Sé que vino a verte, y que debe haber sido cuando te
219 enteraste del chantaje.
Procesé eso. —¿Quién te dijo todo esto? —pregunté, pero sabía. Ah, lo
sabía.
—Mi madre me llamó antes. Ha estado guardando esta pequeña bomba
durante un tiempo. Como sabes, Farrah la mantiene bien informada. Adelaide
piensa que tú y Bastian están durmiendo juntos, y no podía estar más
complacida por ello. Y, por supuesto, quería asegurarse de que supiera todos
los detalles.
—No estamos durmiendo juntos. Nunca lo hicimos.
—¿Ni siquiera en Seattle? Cuando subiste a su habitación del hotel.
Durante horas.
Sus ojos eran aterradores, con las manos apretadas y temblando sobre la
mesa entre nosotros. Si fuera otra persona, habría estado preocupada por mi
seguridad.
Maldita sea. Todo esto va a terminar afectando a Bastian, cuando todo lo
que el tipo quería hacer era ayudarnos.
—No pasó nada —dije, el tono tan imperturbable como pude, con los ojos
fijos en los suyos—. Salimos juntos, pero lo que hicimos fue hablar. Sobre ti.
Sobre lo que tu madre ha estado haciendo.
—Lo besaste en el bar. —Había el más fino temblor en su voz, pero era
crucial, como la primera grieta en una base inestable—. Estabas sobre él.
Frotaste tus pechos contra su pecho. Me lo contó todo.
Jodida Farrah que contó todos los detalles. MIERDA.
Pensé en esa noche, mi estado ebrio, y mi propio temperamento
estuvieron a la altura. Sabía que tenía que ser despiadadamente honesta para
apartar la culpa de su hermano. Eso, más aún que los sentimientos de Dante,
era lo que necesitaba salvar aquí. —Me encontraba en mal estado, Dante. A
causa de ti. Sí, lo besé. Sí, me froté contra él. No tengo dudas de que habría
hecho más, sólo para jodidamente fastidiarte, pero tu hermano te respaldó. Y ya
que mencionas los detalles, retoma este: me rechazó. No porque no me quería,
sino porque no te haría eso a ti. Vino a verme porque quería ayudarnos… y eso
fue lo más lejos que llegó.
No me miraba, sus ojos en los puños. Estaban llenos de cosas oscuras y
crueles, no la mínima de las cuales era la angustia.
—Tenemos bastantes cosas por las que odiarnos —añadí con dureza.
Honestamente—. No necesitamos adornar o inventar nada. No dormí con tu
220 hermano. Y le podemos agradecer por ello. No a mí. A él.
—Jesús, nunca supiste cómo andarte con rodeos —dijo con una voz que
anhelaba.
Sentí temblar mi labio superior, los ojos parpadeando rápidamente,
escociendo con la urgencia de llorar mientras luchaba para mirar a cualquier
cosa menos a él.
Debido a que no era otra cosa que la jodida verdad brutal.
—Es peor contigo —dije cuando recuperé la compostura, intentando
aligerar la voz—. Eres el único tipo que me botó.
—No hagas eso —dijo, y había agonía allí, la suficiente para destrozarnos
a ambos—. No nos pongas a todos en un grupo como si fuéramos iguales. Hay
yo y hay ellos.
Muy buen punto. Por otra parte, este era un tema para evitar a toda
costa. ¿Por qué demonios tenía que mencionarlo? Yo era un desastre en ese
momento por eso. No pensaba con claridad, no hablaba con claridad, a pesar de
que tenía que empezar a hacerlo con el fin de exponer mi punto de vista.
Intenté volver sobre el tema. —No hay nada que a tu madre le encantaría
más que mantenerte alejado del único miembro de la familia que tienes que
vale la pena conocer —dije tan razonablemente como pude—. La única persona
viva que comparte tu sangre y desea ayudarte. A ver si lo adivino: Ella sabe que
ustedes dos han estado reuniéndose últimamente. Sabe que ha habido una
tregua. Detenme si me equivoco aquí.
No me detuvo.
—No dejes que gane —imploré—. Ten el sentido de no dejar que esta
táctica funcione para ella. No vuelvas esto sobre Bastian.
—No confío en él —me dijo sin rodeos.
Mi boca se curvó con sarcasmo. —No confío en nadie. ¿Qué tiene eso que
ver con nada?
Hizo una mueca y no lo culpé. Sentí el pinchazo de ello yo misma.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté finalmente, cuando no podía soportar
un segundo más del silencio.
—No era su trabajo decirte nada. No tenía ningún derecho a hacerlo. De
ponerte en peligro.
—No sabía lo que hacía. Es tu hermano…
—Medio hermano —corrigió tenazmente.
Lo miré. —Es tu sangre, y está tratando de ayudarnos. Déjalo, Dante. Por
favor. —Fue lo más cerca que había llegado a rogar, porque era una cosa por la
221 que valía la pena rogar. Necesitábamos cualquier aliado que pudiéramos
conseguir, y no existía ninguna duda en mi mente que Bastian era uno fuerte.
Estaba motivado, era ingenioso. Vengativo. Todas las cosas que admiraba. Todo
con lo que estaba familiarizada. Todas las cosas que necesitaríamos en defensa
si existía alguna posibilidad de que llegáramos a la cima de este lío.
Además, cualquier enemigo de Adelaide era un maldito mejor amigo
para mí.
No podía decir si aún se encontraba enojado, o más bien, cuán enojado
estaba. Se hallaba muy tranquilo, muy callado, sin mirarme.
—Supongo que veo tu punto. Como siempre, Adelaide está intentando
manipularme. —Su voz era lo suficientemente tranquila, pero no confiaba en él.
—Como siempre —estuve de acuerdo.
—Y es un tema delicado. —Sus ojos brillaron hacia mí y vi toda la fuerza
de lo que aún estaba allí, a fuego lento bajo la superficie. No iba a enloquecer,
pero aún lucía furioso, y no desaparecería por cuenta propia.
Por suerte para nosotros, tenía la solución.
Me moví inquieta, mordiéndome el labio mientras le devolvía la mirada.
Su rabia no era nada nuevo, ni mi reacción a ella.
Me miró, y no sirvió de nada.
¿Estaba encendida?
Absoluta y abundantemente.
Era retorcido. Y cautivador. Irresistible.
Él también lo vio, y pareció molestarlo aún más. Una llama que se
alimentaba continuamente. No es de extrañar que nunca pudimos obtener
suficiente el uno del otro.
—¿Terminaste de comer? —le pregunté. Ninguno de los dos tocó la
comida, ya que la conversación había comenzado volátil.
Apartó el plato. —Perdí el apetito.
Mi respiración se hizo más rápida a medida que deliberadamente
empujaba mi propio plato, mis ojos en su boca. —Yo no —le dije, la voz
burlándose, provocativa.
Comenzó a maldecir y casi sonreí. Me decía claramente que, a pesar de
que no estaba contento acerca de esto, que escucharía lo que dije, lo absorbería,
lo cumpliría.
Ronda para mí.
Empujó su silla de la mesa, pero no se puso de pie. —Ven acá. —Su voz
cambió, se volvió suave, cálida y vagamente obscena.
222 Fui hacia él lentamente, dejando atrás mi ropa mientras me movía. Este
no sería el tipo de sexo que requería el juego previo, porque esa parte ya se
terminó. La pelea fue el juego previo. Esta parte siguiente sería empecinada,
desesperada, ruda, rápida, intoxicante, y directa al grano.
Mi favorita.
Lo alcancé, y se hallaba listo para mí. Me di la vuelta, hundiéndome
sobre él, guiándolo dentro de mí con una mano codiciosa.
Me balanceó así en su regazo, ambos enfrentando el mismo camino. Su
boca en mi cuello, tejiendo magia pura, lamiendo, chupando, mordiendo, con
una mano en mi cabello, empuñándolo, acariciándolo, jalándolo, apuntando mi
rostro hacia el techo, el otro en mi cadera, agarrando, tocando, moviéndose en
conjunto con sus caderas embistiendo, para moverme sobre su longitud en
movimientos pesados y oscilantes.
Un latido líquido palpitaba a través de mí. Cada vez más rápido, más
pesado y más pesado.
Volví la cabeza, sentí su aliento en mi rostro, luego sus labios.
Estaba cerca, tan cerca, cuando dos palabras jadearon de su boca y
directamente a mi corazón.
Con un grito necesitado, me vine duro.
Me siguió con un gemido áspero.
Fue algún tiempo después. Recogía la ropa que me quité y tiré sobre el
comedor. No estoy segura de por qué, por qué pensaba tanto cuando estaba
saciada y contenta, pero daba vueltas ahí, siempre dando vueltas, esperando
salir.
—Incluso después de todo lo que hice —lo dije distraídamente, casi de
manera casual, pero eso era engañoso si sabías cómo leerme. Dante sabía—.
Todavía nunca me lo dijiste. ¿Ninguna parte de ti quería dejar de protegerme,
incluso de mí misma, después de un tiempo?
Ni siquiera se molestó en tratar de decirlo casual. Su voz era baja,
intensa, suficientemente emocional como para que doliera, y a mí con ello. —
No. Ninguna parte de mí nunca ha querido dejar de protegerte. Incluso de ti
misma. Sólo desearía haber hecho un mejor trabajo. Desearía poder haberte
protegido de todo.
Eso dolía tanto como sanaba, y me encontré apoyándome en la mesa,
intentando mantener el equilibrio mientras me tambaleaba. Me sentía
demasiado conflictiva acerca de esto. Tanto es así, que me sentí en guerra
conmigo misma. Había rabia allí, oh, sí, las cosas que me ocultó eran
inaceptables y perjudiciales, pero también había arrepentimiento, tanto. Casi
me llevó a mis rodillas.
223 Pero por encima de todo eso, el impulso más fuerte era un debilitamiento
generalizado, una ternura por mi amante que luchó, a toda costa, por mi
libertad.
La ternura ganó por el momento, pero sólo con fuerza bruta. Era simple:
era lo más fuerte, por eso ganó.
Pero no tenía ninguna duda de que las otras volverían a luchar otro día.
Dante notó mi desliz, y me levantó sobre la mesa, me posó allí,
ahuecando mi rostro, y la inclinó de nuevo para estudiarme cuidadosamente.
En silencio y solemnemente, lo estudié de nuevo. Era un hombre
complicado.
Manipulador. Implacable. Salvaje.
En sus ojos tenía un poder enigmático sobre mí que era exclusivo de él.
El rey de todos mis remordimientos. El arquitecto de la última gota de
alegría que había saboreado.
Mi torturador. Mi salvador.
Lo miré a los ojos y vi el universo infinito, porque todo lo que necesitaba
estaba en ellos. Todo terminaba y comenzaba justo aquí, con nosotros. Siempre
lo había hecho.
Ahora, si hubiera alguna manera de que lográramos mantenerlo…
Me preguntaba con mucha inquietud si Adelaide nos arruinaría esta vez,
o si lo haríamos nosotros mismos.
Dante, claramente, tenía otras cosas en la mente.
Se movió entre mis muslos, su incansable pene duro y listo de nuevo.
Me folló en el borde de la mesa, mi cuerpo discordante con sensualidad,
sacudiéndose y balanceándose tentadoramente con cada embestida, sus manos
ancladas en mis caderas me mantenían sobre el borde, equilibrado en el ángulo
perfecto, ojos en los míos hasta el último momento.
Sólo apartó la mirada por un breve momento cuando se vino, cuando su
espalda se inclinó hacia atrás, arqueando el cuello mientras arremetía hasta el
final, y se mantuvo allí.
Verlo venirse me trajo sobre el borde, ambas manos aferrándose a su
nuca, mis ojos lo devoraban como si fuera a desaparecer.
Después me llevó a la cama, lo que era apropiado. Lo dejé. Me sentía
blanda, demasiado débil para ponerme de pie, mucho menos caminar, y todo
era su culpa.
224
33
“Si estás perdiendo tu alma y lo sabes, entonces aún tienes un
alma que perder.”
-Charles Bukowski
Dante
225
228
34
“Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras no la
ame.”
-Oscar Wilde
Dante
229
232 Fue horrible. Tuve que someterla físicamente, llevarla adentro. La sujeté
a la cama luchando, porque pensé que podría lastimarse a sí misma.
La sostenía, tratando de calmarla, mi voz tan tranquila y compuesta
como podía manejar.
Pero no te equivoques. Estaba afectado. Por su dolor. Por el mío.
Sacudido por ello. Temblando con eso.
Nada parecía ayudar. Me quedaba sin ideas cuando le pregunté con
consternación—: ¿Tú querías que estuviera con otras mujeres?
—Claro que no —casi chilló hacia mí—. No. No lo entiendes en absoluto.
¿No lo ves, es mucho más fácil perdonar tus pecados que los míos? ¿Tú crees
que necesito otra marca en mi contra? ¿Tú piensas que no me odio ya lo
suficiente?
Entendía algo de eso. El auto odio era un familiar, viejo amigo y esta
noche estaba llena de ello.
Cerré los ojos, tocando mi frente suavemente con la de ella. Me lo
permitió por un momento. —Lograremos atravesar esto —le dije con ternura—.
Solucionaremos todo. Lo peor ha pasado.
Eso la tuvo luchando de nuevo. Fui atrapado tan fuera de guardia que se
puso encima de mí y cruzó la habitación antes de que pudiera reaccionar.
Apenas me había levantado de la cama cuando azotó la puerta del baño
cerrada y escuché ponerse el seguro.
Bueno, mierda.
Golpeé y le pedí de buena manera que saliera. Me ignoró.
Le ofrecí a través de mi mandíbula apretada si prefería que tirara la
puerta. —¡Jódete! —contestó con un sollozo—. Estoy exactamente del otro lado.
Si la tiras, me lastimarás.
Bueno, jódeme. Aun cuando estaba cerca de la histeria, entendía como
pararme en seco.
Por qué era bueno en eso, rápidamente recurrí a un truco sucio.
Sólo me tomó un minuto caminar por el pasillo. Secuestrar a nuestro
durmiente gato de su lugar favorito, y llevarlo de regreso a nuestra habitación.
Me senté con mi espalda hacia la puerta del baño, el aún durmiente gato
acunado contra mí.
Podía sentirla al otro lado de la puerta, su cuerpo apoyado en contra de
ella. —Diablo está tratando de llegar a ti —le dije—. Está llorando. Te extraña.
Su voz desesperada vino amortiguada. —No, no lo hace. La escucharía si
lo estuviera.
Scarlett
236
Era casi sin sentido para mí, lo que decía. Sólo capté fragmentos, frases
rotas, medias frases, pero mi cerebro entumecido lentamente los juntó.
Terminaba las cosas.
La conversación duró sólo minutos, pocos minutos para tomar todo lo
que consideraba sagrado y desgarrarlo, arrancar las entrañas, y aplastarlos con
el tacón.
Cuando terminó, me sentí disminuida. Como si no fuera nada. Como
siempre lo había sido.
No debería haber estado tan sorprendida. No debería haber estado
sorprendida en absoluto, de verdad.
El único misterio real aquí era que alguna vez intentó amarme en primer
lugar.
Aun así, mi dolor era impresionante.
Me sentía inconsolable, y ni siquiera intentó consolarme. Dijo su parte y
colgó el teléfono.
Fue devastador. Cambiante de vida. Cuando te has sentido como nada
con tanta certeza, nunca regresas de ello. Incluso si logras rearmarte de nuevo,
una parte de ti se queda en la miseria, donde fuiste dejado. Siempre.
Fue un momento de vivir o morir. Un evento levántate del suelo o
quédate abajo y deja que esto te termine. Aléjate y déjalo atrás, o quédate y
permite que esto te mate, suicídate sólo para ver si se compadecerá de ti.
Siempre pensé que era demasiado fuerte para ser rota por algo. Siempre
me dije eso, por lo menos.
Pero el amor te cambia. No importa lo fuerte que eres, te hace más fuerte.
No importa cuán débil eres, te hace más débil. No importa cuán duro eres de
conquistar, te llevará a tus rodillas.
Una parte de mí sostenía un pequeño fragmento de negación. Por días
me sostuve de ello. No podía salir de la cama, pero me sostuve. No podía ser
real.
Había sido la voz de Dante, pero no lo había sido. Un impostor me
rompió. De alguna manera Dante lo corregiría.
Me aferraba a ese engaño cuando empecé a recibir los mensajes. Uno tras
otro. El primero eran sólo palabras, breves y al punto.
237 Soy Tiffany. Dante y yo nos vamos a casar. Sólo pensé que deberías
saberlo antes de que sea anunciado públicamente. A él le gustaría que le
devuelvas el anillo de Nana.
Lo que siguió fue un flujo furioso de mensajes con imágenes, uno tras
otro, todos mostrando más o menos lo mismo.
Dios mío. ¿Ella? ¿Tiffany?
Resulta que estuvo allí mismo, todo el tiempo, lo que nos rompería.
¿Ella?
La intimidad de esto es lo que me mató.
Se suponía que era mío. Indiscutiblemente. Irrevocablemente. Cada parte
de él, dentro y fuera, me pertenecía.
Nunca lo había visto tocar la mano de otra chica, y allí estaba, en una foto
tras otra.
Tendido de espaldas, siendo montado a horcajadas, las manos sobre las
esbeltas caderas desnudas de ella.
Eso es lo que se sintió como la mayor traición, lo escondió tan bien de mí,
este otro lado de él.
Que su devoción a mí no podría ser nada más que una mentira.
Y justo así, los delirios, la negación, se fueron.
No lo negaré. Esas imágenes me rompieron, tomaron algo precioso
dentro de mí, y dejaron una cáscara hueca detrás.
Hice cosas terribles después. Cosas imperdonables. Porque me sentía
perdida, rota, y con miedo.
Nate fue un blanco demasiado fácil. Demasiado conveniente. Demasiado
perfecto para mi propósito; que era, por supuesto, la venganza.
Vino a mí, voló a Los Ángeles sólo para consolarme.
Lo dejé, o por lo menos dejé que lo intentara, lo dejé ir a través de los
movimientos, abrazándome, sosteniéndome, susurrando palabras
tranquilizadoras.
238 Dejé que creyera que me sedujo. Dejé que pensara que también lo quería,
tanto como él me quería, que me importaba, que era capaz de sentir, incluso,
que algo de lo que dijo, hizo o sintió logró llegar a mí.
No hice nada, pero debí haber fingido de manera lo suficientemente
convincente.
Le dejé pensar que lo amaba. Lo dejé pensar que me casaría con él.
Lo hice todo por una razón. Una obvia, la venganza.
Nate se hallaba en la ducha cuando intercepté una llamada para él de
Dante.
Me sentía particularmente aborrecible cuando contesté con un
ronroneo—: Hola, Dante.
Silencio en el otro extremo.
Eso estaba bien. Tenía suficiente que decir por ambos. —Nate está en la
ducha. No es como tú. Le gusta bañarse después. ¿Puedo tomar tu mensaje?
Se las arregló para dejar salir algunos ruidos como palabras, algo así
como—: No lo hagas. No. Por favor, no.
—Demasiado tarde. Lo hicimos. Muchas veces. ¿Te dijo? Se me propuso.
Dije que sí. No estás invitado a la boda.
—Oh, Dios mío. ¿Qué hiciste, Scarlett? ¿Qué hiciste?
Me estremecí ante el sonido horrible y angustioso de su voz. Podía sentir
su dolor, alcanzando a través de la distancia, a lo largo de los kilómetros que
nos separaban. Moviéndose de norte a sur. Este a oeste.
Apresurándose sobre las montañas, a través de caminos y a través de las
ciudades, fluyendo de él hacia mí.
Me golpeó hasta que se sentía como mi propio dolor pulsante.
Cada pedacito ensangrentado de nosotros yacía esparcido y retorcido en
el espacio entre nosotros.
—Creo que es bastante obvio. —Me las arreglé para decir—. ¿Quieres
que lo deletree para ti? ¿Te gustaría que te envíe fotos?
—No tienes corazón —me dijo, sonando como si no pudiera creerlo.
Como si lo fuera a negar.
No tenía. —Por supuesto que no. ¿Creías que lo tendría? Eras mi
corazón. Y te fuiste.
Los sonidos que hizo entonces eran casi reconfortantes en su
familiaridad, angustiados, ruidos desolados que combinaban perfectamente con
lo que sentí desde que se fue y se llevó no sólo mi corazón, sino mi alma con él.
240
36
“Tu tarea no es buscar el amor, sino limitarte a buscar y
encontrar todas las barreras dentro de ti mismo que has
construido contra él.”
-Rumi
241 Scarlett
244
37
“Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si
todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo
entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para
mí.”
-Emily Brontë
245
Scarlett
Las fiestas de Hollywood eran las peores. Las detestaba, las relegué como
una de las partes más miserables de hacer contactos en esta ciudad. Un mal
necesario que debía aguantarse con una enorme y falsa sonrisa y un montón de
licor.
Esta fue en uno de los nuevos clubes de moda en Hollywood. Era un
lugar grande, sorprendentemente bien iluminado para un antro de perdición, y
se encontraba lleno a tope con la gente que necesitaba conocer.
Todavía lo asimilaba todo, examinando cuál era el mejor lugar para
relacionarme y hacer contactos. Mis ojos aburridos observaron el salón, quizá
por tercera vez mientras intentaba decidir dónde quería gastar mi energía y
encanto, cuando se posaron en un par de ojos fríos que no esperaba volver a
ver.
Ojos que eran incluso más conocidos que los míos.
Me quedé congelada, con la bebida a medio camino a mis labios
entreabiertos.
No. Oh, no, por favor. Ahora no. No he tenido un momento para reponerme. No
es justo. No tiene autorización de verme primero, para captar mi reacción inicial.
Ya que, sin duda, sería la más reveladora.
Parpadeé, recuperándome, luego tomé un largo trago.
Hacía más de un año desde la última vez que lo vi, y todo lo que pasó
desde nuestra última despedida y ahora... Ni siquiera podía soportar mirarlo a
través de una habitación llena de gente.
Pero una parte de mí, la enferma de amor, la patética que hubiera
cortado de mí misma si fuera posible, se regocijó al verlo.
Y el aspecto que tenía entonces, era algo digno de contemplar.
Había una mujer aferrándose a él, una hermosa mujer de cabello negro, y
mientras la observaba, me di cuenta de que era una actriz. No una terriblemente
famosa, sino una joven promesa de quien se hablaba a menudo en la industria
en los últimos tiempos. Su nombre se dejó caer en un montón de trapos de
chismes de papeles potenciales, pero nada de lo que hizo aun fue analizado
detalladamente a lo grande.
Sin embargo, indudablemente era más famosa que yo. No era rival. Y
246 vino aquí con ella. Estaba claro que era el escenario más doloroso que él podía
imaginar.
Bueno, cerca. Tiffany habría sido el más doloroso, obviamente.
Siempre.
La actriz era, por supuesto, joven y bonita, con un vestido ajustado, rojo
de Versace que podía recordar comiéndomelo con los ojos en la revista italiana
Vogue de este mes. Se vestía a la moda, era hermosa y probablemente sería la
próxima chica del momento, y Dante apenas parecía darse cuenta de que una
de sus pequeñas y descaradas tetas intentaba fusionarse de forma permanente
en su bíceps.
Por supuesto, el demasiado guapo para su propio bien heredero de los
Durant podía tener a cualquier mujer en la que posara su mirada. Nunca tuve
ninguna duda acerca de eso.
Su mirada se encontraba sobre mí, su cuerpo rígido, apretando
fuertemente los puños mientras me miraba como si fuéramos las únicas
personas en la habitación, y el verme hizo que se detuviera.
Sonreí. Quizás obtendría un poco de diversión en este viaje de miseria en
nuestro jodido carril de recuerdos.
Podría hacer esto. Podría sufrir a través de este dolor si era por el bien de
hacerlo sufrir conmigo.
Ah, el amor. ¿No es grandioso?
Terminé mi bebida y aparté la mirada, buscando mi cita para la noche.
Justin era un guionista que desarrolló un bonito enamoramiento hacia mí
cuando me mudé recientemente a la ciudad. Me llevó a todas las fiestas que
odiaba asistir, pero a las que nunca podía decir que no. A cambio, le daba
esperanzas.
Lo vi haciendo fila para la barra a unos escasos tres metros de distancia.
Todavía se hallaba limpiándose la nariz cuando finalmente me vio. Lo llamé
con un gesto de mi dedo índice.
Parpadeó un par de veces, tragó saliva, y vino junto a mí viéndose lo
suficientemente esperanzado como para despertar un poco de piedad en mí.
No lo suficiente. Pero un poco.
Era muy lindo, bien alto y delgado, pero musculoso, con gafas de nerd
que solo parecían aumentar su encanto juvenil.
—Cariño, ha surgido algo —ronroneé hacia él, agarrando las solapas de
su chaqueta y acercando nuestros rostros—. Tengo que irme apresuradamente.
Se veía confundido, pero no hizo preguntas y no trató de detenerme. Era
247 mi tipo favorito de hombre, del tipo que me permite hacer lo que demonios
quería sin protestar. Era simplemente feliz de acompañarme.
Hasta que, por supuesto, lo hacía a un lado, ya que, inevitablemente, lo
haría.
Presioné mi pecho contra el suyo, le di un breve y cálido beso. No se
agitó nada en mí.
Casi nada lo hacía en estos días.
Fue un espectáculo, nada más, pero me di cuenta en cuanto me aparté
que obtuvo algo que no debería.
Le di esperanza.
—¿Cuándo voy a verte de nuevo? —me preguntó.
Quería darle una palmadita en la cabeza, el pobre chico, pero
simplemente apreté los labios y me encogí de hombros. —¿Quién sabe? Te
enviaré un mensaje en algún momento. O me puedes llamar cuando haya otra
buena fiesta.
Me alejé de él y me dirigí directamente hacia mi verdadero objetivo.
Fue pura miseria caminar hacia Dante, hacer que mi cuerpo se moviera
más cerca en vez de alejarse, pero al menos obtenía algo de emoción gratificante
en la manera en que me miraba. Ese pequeño beso había hecho el truco, lo
convirtió del indignado examante al enfurecido.
Quizás, ganaría esta ronda después de todo.
Su cita se había alejado un poco, con certeza, para hacer contactos; por lo
cual era fácil acercarme a él. Me pavoneé al acercarme, sin parar hasta que me
encontraba a un paso, yendo directamente al matadero.
Estaba allí para fastidiarme, así que también lo fastidiaría.
Y, si se me permite decirlo, yo era mejor fastidiando que él.
Miré su rostro dejando que cada pizca del pesar, el puro y concentrado
odio se expresaran en mis ojos.
—Si yo fuera tú, me mantendría alejada de mí —advirtió Dante.
La manera en que su voz tembló, la debilidad en él, la violencia
incontrolable en cada línea de su cuerpo, no era más que sangre en el agua.
Me acerqué con una sonrisa. —No eres yo. —Era así de simple y
devastador. Ninguno lo era.
Éramos dos. Ahora, dos personas muy distintas con poco en común.
Y todo era culpa suya.
No había terminado de hacerle pagar por ello.
248
Ni de cerca.
Casi jadeó cuando rocé mi cuerpo contra el suyo. —Tu cita no va a estar
feliz con esto. —Su voz era un ruido sordo, la mirada por encima de mi cabeza,
en Justin, asumí.
—No, no lo estará. Me desea, ¿puedes notarlo? Ha estado obsesionado
conmigo desde hace un tiempo y verme contigo solo lo aumentará más. Pero
soy demasiado curiosa para dejar pasar esta oportunidad. ¿Qué haces aquí?
¿Realmente vas a tratar de decirme que esto es una coincidencia?
—Sí —mintió, ni siquiera tratando de convencerme, su voz tan llena de
cruda emoción—. Estoy saliendo con una actriz, y quería que le acompañara a
una de sus fiestas en Hollywood. Esa es la única razón por la que estoy aquí. —
Lo dijo robóticamente, como si hubiera ensayado la frase, pero al hacerlo lo
arruinó todo.
Vi a través de él.
Yo creía que salía con esa actriz, y que fue invitado aquí. Lo que no creía
era que él no sabía o sospechaba que yo estaría aquí.
Lo que no creía es que no había venido aquí por mí.
—¿Trajiste tu propio coche? —le pregunté, mi sonrisa maliciosa, ahora
era malévola—. Mi cita me iba a llevar a casa, de manera que o él me lleva a
casa o alguien más lo hace. —Lo desafiaba a decirme que no.
Quería, necesitaba ver si aún lo afectaba.
Quería herirme a mí misma al saberlo, para ponerle punto final y
liberarme.
Pero, por desgracia, no lo hizo, por lo cual nunca sería libre.
Ni siquiera respondió, simplemente agarró mi muñeca y comenzó a
moverse, dejando a su cita y a la mía observando desconcertados.
Estábamos en su vehículo, nos alejamos furiosamente antes de que
hablara de nuevo—: ¿A dónde me llevas? —pregunté.
Sus ojos eran salvajes, las manos apretando el volante con tanta fuerza
que tenía los nudillos blancos. —¿Importa? —preguntó finalmente.
Coloqué una mano sobre su pierna y su músculo se tensó en agitación. —
Llévame a algún lugar remoto. A alguno con una vista. Quiero ver el atardecer
mientras estás en mi interior.
Analicé su rostro atentamente mientras lo decía, lo vi estremecerse y
luego endurecerse. —No vine aquí para esto —dijo en voz baja.
—Bueno, entonces eres un tonto. ¿A qué viniste?
249
Retorcía su boca con tanta amargura que tuve que apartar la mirada. —
Para verte. Sólo para mirarte y ver si todavía quedaba alguna parte de ti que
reconociera.
Mi cabeza se movió velozmente y me incliné, agarrándolo con crudeza.
—Encontré algo de ti que reconozco. La única parte de ti que extraño parece ser
casi lo mismo.
Alejó mi mano, apartándola. —¿Cómo pudiste? —Su voz sonaba
miserable, agonizante cuando finalmente llegó al punto, a la fea raíz podrida de
todo—. ¿Cómo pudiste?
No sentí nada, excepto furia ante su dolor. Me hallaba demasiado
envuelta en el mío. —¿Cómo pude? ¿Cómo pude yo? ¿Cómo pudiste tú? ¿Cómo
pudiste?
Sacudió la cabeza, una y otra vez. —No lo comprendes. No sabes nada.
—Sé que estabas comprometido con la jodida Tiffany, y eso es todo lo
que necesito saber por el resto de mi puta vida. ¿Querías romperme? Bueno, lo
hiciste, y hoy es tu día de suerte, porque ahora puedes follar lo que queda.
¿Estás feliz?
Su rostro enrojecido, los ojos parpadeando tan rápidamente que por un
momento pensé que iba a llorar. —Jesús. ¿Cómo llegamos a esto? Jesús. ¿Cómo
terminamos así?
—Si tú no lo sabes, entonces nadie más, porque jodidamente nos llevaste
a esto.
—Lo sé, ángel —susurró—. Pero créeme, no estoy feliz. Si te hace sentir
mejor, puede estar segura de que nunca volveré a serlo.
Era algo. Algunas gotas de agua fría para humedecer el infierno que
vivía en mi interior.
Me dejó tirada, pero al menos nunca podría superarme, no del todo. No
era más capaz que yo en hacer eso.
No pasó mucho tiempo antes de que se detuviera cerca del arcén y
estacionara. Me llevó a un lugar que se ajustaba a lo que describí. Encontró para
mí una bonita vista y un poco de privacidad. A pesar de su animosidad, se
acomodaba a mí.
Me pareció que era una forma de demostrar que todavía le afectaba.
Era suficiente, por el momento.
Sin embargo, no se movió, ni siquiera alejó sus manos del volante.
No importaba. Abrí la puerta, salí del vehículo, cerré de golpe, y caminé
250 lentamente para colocarme al frente, mis movimientos sinuosos, seductores. Me
dirigí hacia su lado, inclinándome sobre el capó, apoyándome sobre mis manos
mientras nivelaba mi mirada con la suya a través del parabrisas.
Observé su magnífica y siniestra boca mientras pronunciaba una
maldición y luego mi nombre, verlo me hizo sonreír. No una sonrisa de
felicidad. No había alegría en esto. Era lo opuesto.
Se trataba de matar cualquier cosa en mi interior que era capaz de esa
emoción. Pisando a muerte bajo mi talón vicioso y rencoroso, luego triturarlo
con mis tacones más filosos hasta dejarlo irreconocible.
No era nada nuevo. Había sido así por un tiempo y, si se me permite
decirlo, hacía un buen trabajo.
Su puerta se abrió y el sonido de sus maldiciones combinando con las
palabras que conformaban sus labios.
Era música para mis oídos.
—Espero que hayas traído condones —interrumpí su diatriba más
creativa, mi tono de voz tan desagradable como pude—. No estarás en mi
interior sin uno.
Se detuvieron las maldiciones; y su silencio era, de alguna manera,
mucho más hostil que incluso de lo que había sido.
La última vez que estuvimos juntos, no fue necesaria ninguna protección,
y a ninguno de los dos se nos escapaba el significado de ello.
La diferencia entre entonces y ahora era más brutalmente evidente que
nunca, y si él pensaba que su amargura podía igualarse a la mía cuando se
trataba de esto, en esto sobre todo, tenía mucho que aprender.
Finalmente, respondió con un ahogado—: Traje algunos.
Le mostré mis dientes, en mi sonrisa más sádica/masoquista. —Bueno,
entonces. Agárralo, amante. No tengo toda la noche.
Al principio, ni siquiera trató de besarme. Estaba tan aliviada que no lo
cuestioné.
En vez de eso, se colocó detrás de mí, y apoyé mis manos contra el
vehículo mientras oía los sonidos agridulces de lo que nos tendría a ambos
listos.
El susurro de mi vestido mientras lo levantaba hasta mi cintura. El
susurro de mis bragas bajando. Una cremallera abriéndose, el crujido de un
envoltorio de aluminio, el chasquido del látex rodando a su lugar.
Me retorcí mientras escuchaba, pero no me moví para ayudar. No quería
251 mirarlo. Sentirlo sería más que suficiente. Demasiado, por sí solo.
Parecía estar de acuerdo, colocándose contra mi entrada sin juego previo
en lo absoluto.
Bien.
Me encontraba lo suficientemente húmeda como para facilitar la
penetración. Sólo la idea de este sexo de odio me hacía eso.
Aun así, el tamaño y su brusquedad fueron casi dolorosos al principio.
Di la bienvenida a la incomodidad, inclinándome para presionar
fuertemente mi mejilla contra el metal caliente de su vehículo mientras me
penetraba. No quería que esto se sintiera bueno. Ese no era el objetivo de esto.
Presionó la parte baja de mi espalda con una mano cuando comenzó a
moverse pesadamente, su respiración entrecortada mientras golpeaba su ira
directamente en mi interior con embestidas breves y brutales.
Le di la bienvenida a la brutalidad. Cada paso salvaje al entrar y salir,
cada contacto discordante de mis huesos de la cadera contra el metal caliente,
cada deslizamiento rudo de mis pezones contra mi vestido fino a medida que se
rozaba contra el capó, presionando mi pómulo hasta que era seguro que me
lastimaría, mis uñas obteniendo una buena puntuación en el perfecto trabajo de
pintura con suficiente celo como para romperlo.
Todo ello sólo añadía un placer perverso al nocivo intercambio.
Sexo de odio en su máxima expresión.
Desgraciadamente, era suficientemente estimulante para excitarme y
rápido. Me dije que era la bebida lo que me preparó con tanta rapidez para ello,
pero por supuesto, sabía la verdad.
Intenté contenerlo, me mordí el labio y me tensé, pero cada paso
contundente, cada perfecto arrastre, todos los sonidos que él hacía, los gemidos
indefensos que se le escapaban con cada movimiento desesperado, fueron
demasiado para mí.
Me corrí, rápido y repentinamente, dejando escapar un grito de angustia.
Maldijo, empujando más duro, más rápido, una y otra y otra vez más, y
empezó a venirse, gritando mi nombre como si tuviera el derecho de hacerlo.
Después, me quedé recostada durante más tiempo, con los ojos bien
abiertos, la mirada fija en la noche, con Dante apoyado pesadamente sobre mi
espalda, aún en mi interior, su boca cerca de mi oreja.
Escuché su familiar respiración mientras iban de lo irregular y salvaje a
la suavidad e incluso mientras nos recuperábamos lentamente del destructivo
encuentro.
Finalmente habló—: Ni siquiera miraste la puesta del sol. Mantuviste la
252 cabeza baja todo el tiempo.
Me estremecí. El tono casual y casi divertido del bastardo me llegó.
Su liberación lo ayudó a controlar su temperamento, lo que no había sido
el punto.
—¡Quítate de encima! —le gruñí.
No escuchó. En su lugar, me colocó el cabello a un lado y comenzó a
besar mi cuello, sus labios tiernos y devastadores, a medida que comenzaba a
moverse hacia abajo a mi nuca, y luego, a lo largo de mi hombro.
—Se acabó el tiempo, amante. —Hice mi temblorosa voz tan dura como
pude—. Tengo que volver a mi cita.
No le gustó eso. De hecho, se puso rígido y se enderezó, deslizándose
fuera de mí con una rapidez decisiva que me hizo jadear.
Bueno. Su rabia regresó, lo que era mi intención.
Quería, esperaba, necesitaba que se quitara de encima, para que luego se
fuera, para que nunca me tocara de nuevo.
Pero por supuesto que no fue lo que hizo. Ni siquiera cerca.
Sus grandes, fuertes, familiares y despreciadas manos, me dieron vuelta
sobre mi espalda.
Ya que mi torso se encontraba expuesto, mi cuerpo instintivamente
comenzó a enroscarse sobre sí mismo.
Él no quería eso. Me sujetó los hombros, moviendo sus caderas entre mis
muslos antes de que pudiera reunir la energía para alejarme.
Su pecho se presionó contra mi seno derecho mientras sus labios
tomaron los míos.
Mis manos, por su propia voluntad, comenzaron a tirar de su corbata,
buscando piel, incluso cuando jadeé—: No me beses.
Por favor, casi dije, casi rogué por esa pequeña cantidad de piedad.
Pero hubiera sido inútil, el preciado orgullo gastado por nada, porque no
existía piedad en él, no hoy.
Me dio un beso con el mismo anhelo febril que siempre tenía. La misma
esperanza desesperada.
El mismo respeto apasionado.
Como si nada hubiera cambiado. Como si no nos hubiésemos destruido
entre sí y a nosotros mismos con determinado y rencoroso abandono desde
nuestra última despedida.
Dejé que me tuviera de nuevo, y esta vez fue, mucho, mucho peor.
Scarlett
255
260
39
“Los enemigos son tan estimulantes.”
-Katharine Hepburn
265 Tenía un muy buen punto. Pero era tan malo. Se merecía algo mucho
mejor.
Me tragué la píldora amarga y la saboreé todo el camino mientras bajaba.
—Tenemos dos confesiones. Y un testigo —dijo, como si eso concluyera
todo.
—Debiste ser abogado —le dije.
—Sí, probablemente —estuvo de acuerdo con una sonrisa triste.
Me tomó un minuto para comprenderlo, pero después—: ¿Dos
confesiones?
Volvió de nuevo a observar mi rostro fijamente cuando dijo—: Sí. Dos.
Adelaide incriminándose a sí misma de la muerte de la abuela. Y, lo siento, por
ser yo quien te diga esto, pero no existe una manera más fácil de decirlo,
también tu abuela.
Estaba tan confundida que pensé que había oído mal. —¿Mi abuela? —
Las palabras no tenían sentido para mí cuando las dije.
—Sí. Glenda va a confesar haber matado al detective Harris. En defensa
propia.
Si Dante aún no hubiera estado sosteniéndome, pensé en que me tendría
que sentar. Dudé de estar sosteniendo algo de mi propio peso. —No entiendo
—dije finalmente. Nada tenía sentido.
—Eso ya no podría utilizarse para hacerte daño, estará sobre ti si alguien
confiesa. Glenda ha accedido a confesar. Hemos trabajado en la historia. No te
incriminará de ninguna manera. Estarás libre y limpia.
Me di cuenta de repente que Dante no había reaccionado a nada desde
hace bastante tiempo. Sabía la mayor parte de esto. No debería estar tan
sorprendida por eso.
En realidad, no lo estaba. Sólo me hallaba aturdida por la idea de que mi
abuela hiciera algo completamente desinteresado que me ayudaría.
—¿Por qué mi abuela haría eso? —le pregunté a nadie en particular.
Bastian ladeó la cabeza. —Para ayudarte. Para impedir que seas juzgada.
—Apartó la mirada, viéndose repentinamente incómodo—. Una vez más, siento
tener que ser yo quien te lo diga. Pero así lo quiso ella. Dijo que odia hacer cosas
como estas. Pero... ha sido diagnosticada con cáncer de páncreas. Última etapa.
Su médico le ha dado seis meses de vida, tal vez un poco más. Está dispuesta a
pasar ese tiempo en el juicio, en la cárcel, lo que suceda, si eso significa que
estarás libre de culpa. Una vez más, lo siento.
No sabía qué decir. Qué pensar. —¿Por qué haría eso? —le pregunté de
266 nuevo. Eso no coincidía con la mujer que conocía.
—Quiere ayudarte —dijo Dante en mi oído—. Es su disculpa por la
forma en la que te ha tratado. Ha dejado de beber, y aunque nunca nadie va a
acusarla de ser una mujer agradable, no es tan horrible como solía ser. Te ama,
Scarlett. A su manera, lo hace.
—Tú hiciste esto —le dije—. Hablaste con ella sobre esto.
—Sí. Por supuesto. Sin embargo, aunque no puedas creer en esto, no será
tan difícil de aceptar. Sabe más que nadie que tiene que enmendar las cosas. Se
siente agonizar, y le gustaría dejar este mundo sabiendo que hizo algo bueno.
Todavía asimilaba todo sobre esto, aun aturdida por todo ello, cuando
soltaron otra bomba.
—Y ahora llegamos a Leo. —Dante se dirigió a su padre con resignado
desprecio—. ¿Estás lo suficientemente sobrio como para decir tu parte, Leo? —
le preguntó.
—Estoy perfectamente sobrio —dijo, sonando menos que perfectamente
sobrio.
Sin embargo, se hallaba notablemente menos borracho.
—Entonces, Leo ¿qué tienes que añadir a todo esto? —le pregunté a
nadie en particular cuando el silencio se prolongó demasiado.
Leo me miró. Le devolví la mirada. Lo mismo de siempre.
—Sé lo que pasó con tu madre —dijo, inhalando fuertemente, y me
sorprendí al darme cuenta de que luchaba por contener las lágrimas.
—¿Qué le pasó a mi madre? —le pregunté de forma automática, casi
robóticamente.
Habíamos cambiado la velocidad tan rápidamente, mucha sobrecarga de
información, y no había pensado en mi madre ausente durante años, por lo
tanto, no estaba realmente incluso involucrada con la pregunta.
Leo cambió eso con bastante rapidez. —Tu padre la mató. Jethro. La
golpeó casi hasta matarla y después la dejó en mi puerta.
—Cuéntale todo el jodido asunto, cabrón —dijo Dante con los dientes
apretados—. Empieza por el principio. Merece saber todo.
Leo miró a su heredero, pero accedió. —Renee era unos años más joven
que yo en la preparatoria. Era una estudiante de primer año, cuando yo estaba
en el último, pero fuimos serios durante ese año. —La frase infantil sonaba
tonta en él. Todo lo hacía. Pero no me importaba. Quería oír. Efectivamente
atrapó mi interés. Quería saber cualquier cosa, todo lo que fuera posible sobre
267 mi mamá.
Agitó una mano tambaleante en mi dirección. —Se veía como tú. La
chica más bonita de la escuela. Por mucho. La más bonita de toda la ciudad.
Sigue siendo la única mujer que he amado. Pero era joven, y una vez que me
gradué, lo último que iba a hacer era seguir en esa mediocre ciudad.
»Me fui a la universidad. No la olvidé, pero busqué una especie de
distracción. Fue entonces que conocí a Adelaide. En Harvard. Era tan
conspiradora para ese entonces como lo es ahora. Consiguió rápidamente
quedar embarazada. Ni siquiera recuerdo cómo, pero me convenció de casarme
con ella. Me harté muy rápido, y después del primer año de universidad
regresé a casa de visita. No voy a mentir, esperaba ver a Renee, para comenzar
las cosas de nuevo. Ya planeaba dejar a Adelaide. Divorciarme tan pronto como
fuera humanamente posible.
Tomó una respiración profunda, mirando de repente a su alrededor, y
creo que todos en la sala sabían que buscaba su vaso de whisky habitual.
—Sin licor hasta que termines, papá —dijo Bastian, con voz tranquila
pero firme.
Leo lo miró. —Para resumir, aparecí y Renee estaba embarazada de siete
meses. Me enojé. Realmente molesto. Sobre todo, cuando me enteré de que el
padre era ese pedazo de basura de Jethro. No hablé con ella durante unos días,
pero cedí bastante rápido. Todavía la quería, y ya evitaba a Jethro, dijo que le
daba miedo.
»Vivimos juntos durante ese verano. Planeaba llevarla de vuelta
conmigo. Hicimos un montón de planes, en realidad, pero un día Adelaide se
apareció, con Dante recién nacido al remolque, y lanzó un ataque hasta acabar
con todo lo que habíamos planeado, y asustó a Renee.
»Planeaba arreglarlo, dejar a Adelaide, conseguir el divorcio y todo, pero
luego Renee desapareció. No pude encontrar ningún rastro de ella en ningún
lugar durante tres días. Estaba muy preocupado, puesto que esperaba verla
cualquier día.
Tomó una respiración muy profunda, luciendo afligido, y por primera
vez en mi vida, sentí lástima por el idiota. —Fue el peor momento, pero esa es
la especialidad de Adelaide. Una parte de mí piensa que orquestó todo el
asunto. Infiernos, sería difícil convencerme de lo contrario. Vino a mi casa una
noche y comenzó una pelea. Estaba tan cansado de ella para entonces. Ni
siquiera me importaba. Sólo dejé que se volviera loca. Jalaba su cabello,
golpeaba su cabeza y cara contra la pared. Parecía trastornada, y traté de
detenerla en algún momento. —Agitó una mano desdeñosa a Dante—. Era la
madre de mi hijo. Pero no podía detenerla. Se golpeó hasta casi matarse, y justo
en el peor momento, sonó el timbre de la puerta.
»Me tomó un tiempo llegar ahí. Adelaide se arrojó en mi camino. Pero
268
cuando finalmente lo hice, me encontré con Renee en mi puerta, golpeada hasta
sangrar. La llevé al interior. Quería llamar a la policía, una ambulancia. Quería
ayudarla, lo juro, pero estaba en trabajo activo de parto, y sólo reaccioné,
ayudándola en el parto. —Me señaló—. Y Renee murió antes de que incluso
pudiera hacer esa llamada telefónica.
Suspiró y comenzó a buscar su bebida de nuevo.
—Termina la historia —le ordenó Dante.
—Puedes adivinar el resto. Quería llamar a la policía. Quería
jodidamente traer a Jethro y descuartizarlo, pero ahí estaba Adelaide. Me dijo
que si llamaba a la policía diría que le pegué, y que me observó golpear a Renee
hasta matarla, también. Ya sabes cómo jodidamente es. Tenía sus pruebas todas
arregladas. Era una trampa, todo. Así no me divorciaría. Yo era un desastre. Un
desastre triste y me sentía aterrado. Acepté todo lo que pidió, me deshice del
cuerpo, lo llevé donde me dijo. Hice todo, todo lo que dijo. Una maldita
sentencia de vida con esa perra. Luego tomó la bebé y se fue. Ni siquiera sabía
lo que haría con ella... contigo. Pero no puedo decir que estuve un poco
sorprendido cuando descubrí que terminaste en un contenedor de basura.
Pensé, no, sabía, que no podía haber sostenido mi propio peso en ese
punto. Me encontraba literalmente pasmada.
Dante fue lo único que me mantuvo en posición vertical.
Era triste, pero una parte de mí, una gran parte, se sintió aliviada al oír la
historia trágica. Al menos no me había abandonado a propósito. Tal vez alguien
me quiso. Tal vez mi madre me habría mantenido si hubiera tenido una
elección.
Leo seguía siendo Leo, pero le pregunté de todos modos. Lo que
necesitaba saber. —¿Ella me quería? ¿Iba a mantenerme?
Buscaba su bebida de nuevo, pero respondió de forma rápida y lo
suficientemente distraído para que pensara que era la verdad. —Oh, sí. Se
hallaba realmente emocionada por ti. Era un poco impulsiva, pero creo que
habría sido una buena madre. Sin embargo, no estaba destinado a ser.
Obviamente.
Nos fuimos pronto después de eso. Me sentía entumecida, pero de
alguna manera bien mientras Bastian nos encaminaba afuera.
Me enfrenté a él cuando Dante fue a entregar su boleto de parqueo de
valet.
—Nunca podremos agradecerte lo suficiente por hacer esto, Bastian —
dije con sinceridad.
Me tocó el rostro. —Sé feliz con él. Ese es mi agradecimiento. —Sonrió y
269 parecía triste—. Podríamos haber sido nosotros. Si no lo hubieras conocido
primero, bien podría haber sido.
No podría haber estado de acuerdo o en desacuerdo con él, porque
simplemente no lo sabía. Mi corazón no me pertenecía a mí desde que tenía
diez años y un hermoso niño de cabello rubio me demostró que no estaba sola
en el mundo. No podía imaginar otra vida que esa, pero asentí solemnemente
hacia Bastian, ya que parecía ser lo que quería, y se merecía eso.
270
40
“En dos palabras puedo resumir cuanto he aprendido acerca de la
vida: Sigue adelante.”
-Robert Frost
Scarlett
271
Scarlett
273
La primera vez que traje a Dante a la casa de Gina y Eugene fue lo más
difícil.
Nos saludaron en la puerta, y Mercy se encontraba con ellos, lanzándose
a mí con abandono.
Acaricié su cabello y la deje abrazarme por la alegría de su corazón, mi
mirada cautelosa en Dante.
La mirada en sus ojos mientras la veía por primera vez rompió mi
corazón de nuevo. Sabía lo que sentía, y lo sentí con él, sabía precisamente lo
que veía mientras la miraba.
Mercy era una niña hermosa, como una muñeca, una adorable mezcla
entre sus padres biológicos. Tenía el cabello rubio de su padre, y los mismos
hermosos ojos oceánicos.
Y no existía duda de dónde provenía la textura de su ondulado cabello,
sus pómulos pronunciados, su obstinada mandíbula. De su madre.
Pero eso era todo lo que tenían en común.
Nadie llamaba a Mercy basura. Nadie lo haría. Nadie pensaría de ella de
esa forma; era lo puesto, de hecho.
Y sólo una vez alguien la apartó.
Uno nunca se sentía en paz al ser abandonado. Eso lo sabía. Pero
nosotros haríamos lo que pudiéramos para tomar responsabilidad de eso. Para
que nunca se sintiera como yo. Era amada profundamente, pero no sólo por los
padres que la criaron. Eso era un hecho.
Dante sabía qué esperar, o al menos tuvo una advertencia justa.
Pero saberlo y verlo son dos cosas diferentes.
Sin mencionar sentirlo.
Fue difícil, tal vez incluso fue más difícil que el decírselo.
No tomó ninguna de las cosas bien.
¿Quién lo haría? ¿Quién podría?
Tuvimos unos días malos después de que le dije, unos pocos miserables
momentos donde no tenía la seguridad de que llegaríamos a sobrepasarlo.
Por supuesto que resintió mi decisión. Resintió que la tomara sola, pero
incluso él sabía que eso era injusto como era natural.
La noche que le dije es una que nunca olvidaré. Ninguno de nosotros lo
haría. Fue tan terrible como temí. Tan doloroso como sabía que tenía que ser.
—¿Cómo pudiste hacer eso? ¿Cómo pudiste hacer algo así solo por maldad? —
274 preguntó cuando le conté, su inmediata reacción instintiva.
Esperé algo como eso, pero aun así me sentí ofendida, aun así, fui de razonable a
desastrosa con esas dos oraciones.
—No fue por maldad —le dije, mi voz temblorosa con algo parecido al terror.
Esta conversación podría arruinarnos. Eso no lo olvidaba—. Fue por supervivencia.
Estabas comprometido con Tiffany cuando me enteré. ¿Qué se suponía que hiciera?
Algo terrible se escribió en sus rasgos familiares, en mayúsculas. Su boca se
retorció.
Vergüenza.
—Deberías haberme dicho —jadeó. Ni siquiera podía mirarme. Sus ojos fijos al
techo, pestañeando una y otra vez—. Deberías haberme dicho al menos. Jesús, ¿cómo
pudiste pasar por eso sola? —Me sacudía más fuerte con cada palabra que salía de su
boca—. ¿Cómo pudiste dar a nuestro hijo sin siquiera decirme? —Lloraba al final.
—No sabía cómo. Y pensé que me rechazarías. A nosotros. Tenía la seguridad
que nunca querías hablarme de nuevo.
—Sabes, sabes que si hubieras vendo a mí, sin importar qué, hubiera ayudado.
Sabes que, si hubieras venido a mí, embarazada con nuestro hijo, hubiera ayudado.
Dios, eso dolía. Y no podía negarlo. Incluso yo, la reina de la negación, no podía
sacudir las palabras.
Estuvimos en nuestro cuarto por la conversación, y después estuvimos ambos
acurrucados en esquinas opuestas, llorando a más no poder, y yo, por una vez, me
preguntaba cómo demonios saldríamos de esta.
De nosotros dos, Dante era por mucho el que perdonaba. Si no podía perdonar,
¿cómo yo podía empezar a tratar?
Pero de alguna forma encontramos una manera. Dante hizo el primer
movimiento, viniendo a mí, recogiéndome, y llevándome a la cama. Nos abrazamos
mientras lloramos hasta que nuestras lágrimas se secaron, luego tratamos de sanar.
Sería un largo viaje, pero si nos comprometíamos lo suficiente, sabía que podíamos
hacerlo.
Nos comprometimos lo suficiente.
—Necesitas conocerlos —dije eventualmente—. Cuando conozcas a sus padres,
entenderás. O al menos, ayudará. Estuvieron allí para todo. Para mí y para ella. Su
madre fue la primera en sostenerla, su padre el segundo. No es posible para ellos amarla
más.
Eso lo reconfortó, pero, aun así, nada podía haberlo preparado para el asombro de
conocer a nuestra hija por primera vez.
Scarlett
Dante
280 No ayudó.
Dio un paso atrás, mordiéndose el labio.
Fue un esfuerzo, pero me contuve de ir tras ella.
Mi teléfono sonó con un mensaje de texto, y lo comprobé
subrepticiamente.
Sonreí.
Bueno. La noche iba a ser perfecta.
La sorpresa no fue difícil de orquestar. El propietario del casino que
albergaba el salón de Kink and Ink tatoo era una conexión antigua de la familia,
de generaciones atrás. Incluso me encontré con el famoso James Cavendish
varias veces, y nos llevamos bastante bien. Almorzamos cuando estábamos en
la misma ciudad, por regla general.
Le pasé la invitación a Frankie Abelli a través de James, y su respuesta
llegó con rapidez: un sí rotundo.
Ella era una gran admiradora de Stuart Whently y se encontraba muy
feliz de asistir a uno de sus estrenos de cine.
Y Scarlett, siendo la mayor admiradora de Frankie (recientemente me
hizo ver un maratón de todo el programa con ella) iba a enloquecer. No podía
esperar.
Se vistió con el máximo cuidado para esta noche. Lucía comestible.
Opulentamente hermosa. Completamente impecable y deslumbrante en
abundancia. Envuelta en pura lavanda Givenchy.
Este era su introducción al mundo y estaba a punto de deslumbrarlos.
Fue hecha para esto.
Se dejó el pelo suelto, y no podía mantener las manos fuera de él por
mucho tiempo. Ni mis labios lejos de su piel. Salvé su maquillaje, centrándome
en los hombros, cuello, escote. Había demasiada de su perfecta carne expuesta,
y no estaba seguro de cómo pasaría la noche sin caer preso de sus encantos.
—Basta —dijo, pero su tono me decía que quería lo contrario—. Eres un
seductor. Tenemos que salir en unos cinco minutos.
—Puedo trabajar con eso —le dije con sinceridad.
Echó la cabeza hacia atrás y rio.
Era increíble. Espectacular. Pasé por el infierno, ida y vuelta, más de una
vez sólo con la esperanza de verla de nuevo algún día. Valió la pena cada
segundo de sufrimiento para estar así ahora, para ver su sonrisa todos los días,
281 oír esa risa.
Lo haría de nuevo si tuviera que hacerlo. Cada cosa. Por esto.
—Ven aquí —dije con voz ronca.
Vino, con sospecha, pero me limité a abrazarla por unos momentos, con
los labios en su pelo.
El corazón en sus manos.
Mi alma se unió con la de ella. Perpetuamente.
Estábamos en la parte trasera de una limusina que el estudio envió,
dirigiéndonos a la premier cuando dije—: Tengo una sorpresa para ti.
Me lanzó una sonrisa descarada. —¿Es oral?
Eso generó una risa profunda en mí —¿Tener sexo oral es una opción?
—Sólo si tú lo haces. No tienes ningún tipo de maquillaje del cual
preocuparte.
Empecé a desplazarme hacia abajo en mi asiento, demasiado listo para
darle placer, pero me detuvo con una mano y rio.
—¡Estaba bromeando! Sabes que me siento demasiado nerviosa en este
momento.
—Estoy bastante seguro de que un orgasmo ayudará con eso.
—Eres incorregible.
—Sí —le dije, el tono conciso—. Además, soy muy bueno con mi lengua.
Cuando salí de la limusina, me encontraba sólo ligeramente despeinado
y ella mucho más relajada.
Caminaba por la alfombra roja de manera natural. Una reina tomando su
trono. Una diosa.
Nana hubiera estado tan orgullosa y ni un poco sorprendida. Tal como
yo.
Yo era, como dijo Scarlett, un dulce para el brazo. Un accesorio para la
noche. Estaba bien con eso. Era refrescante y libre de estrés en comparación con
mis funciones sociales habituales. No concreté ningún negocio, no tuve mucho
tiempo para hacer algo aparte de estar cerca del amor de mi vida y sonreír para
la cámara.
A ella real y sinceramente no le agradaba su co-estrella, y se aseguró de
que me encontrara junto a él en varias fotos para ilustrar lo más alto que era yo.
Entré en el juego. Cualquier enemigo de Scarlett se hallaba en mi lista de
mierda, como siempre.
—¿Hemos oído que estás comprometida? ¿Cuándo vas a casarte? —
282 preguntaron a menudo, o cosas similares.
—Tan pronto como pueda arrastrarla a un juzgado —yo respondía, o—:
¿Hasta qué hora está abierto Las Vegas?
Esas respuestas siempre fueron recibidas con risas, pero la verdad era,
que en realidad no bromeaba.
—Tu sorpresa está aquí —murmuré en su oído cuando vi acercarse a
Frankie Abelli.
Los ojos de Scarlett brillaron maliciosamente hacia mí. —Creí que tu oral
asesino en la limusina fue mi sorpresa.
—Por muy tentador y preciso que sea eso, mi oral es asesino —dijo
Frankie justo detrás de ella—. Ya estoy tomada por esta pequeña brasileña
picante en mi brazo.
Scarlett se dio la vuelta, el reconocimiento iluminando su cara, y gritó de
alegría.
Mereció la pena.
Las mujeres, las tres, se cayeron bien. ¿Cómo podrían no hacerlo,
después de esa introducción?
Soy parcial, por supuesto, pero la película era brillante. Scarlett se robó
todas las escenas.
Hubo unas pocas que me costó ver. Un poco más piel de lo que me
hubiera gustado compartir con el mundo, muchas más caricias de las que
quería ser testigo, pero soporté en silencio y de buen grado. Era mi problema,
no el suyo. Este era su arte, su oficio, y estaría condenado antes de ser un idiota
cómo para expresarlo.
Siempre fue de las personas que llevaban la auto-crítica a nuevos
extremos, pero incluso ella admitió que estaba contenta con su actuación y con
la película en su conjunto.
Cuando las luces se encendieron, ella veía mi cara, con una sonrisa.
Había algo en el trasfondo de su sonrisa siempre, pero justo en ese
momento, parecía tan feliz.
Como yo.
—Scarlett Theroux —le dije con una reverencia tranquila—. Te amaré
hasta el fin de mis días. No hay muchas garantías en la vida, pero esa es una de
ellas.
—Lo sé, amante. No lo dudo ni por un segundo. Te has ganado eso.
283
"Dicen que los matrimonios se hacen en el cielo. Pero también el
trueno y el relámpago."
-Clint Eastwood
Scarlett
Durante meses me debatí entre querer una boda enorme y decir al diablo
con eso y sólo fugarme.
Pero Dante prometió a Mercy que podría ser la niña de las flores, y
realmente, de verdad me gustaba vestirme bien, así que me conformé con una
pequeña pero lujosa.
Y lo más importante de todo. Rápida.
Tomamos un pequeño séquito a una extravagante propiedad Durant en
el sur de Italia e hicimos una gran fiesta.
284 Usé un vestido Givenchy de encaje color champaña que hizo a cualquier
otro vestido en la habitación tener un pequeño pero intenso orgasmo cuando
pasé cerca.
Y Louboutins color rojo, por supuesto. Debido al porno.
Leona fue mi dama de honor, Demi una madrina.
Ambas estuvieron aún más sorprendidas que yo cuando se enteraron de
Farrah. Sorprendidas y disgustadas.
Las chicas ni siquiera tuvieron que echarla. Desapareció una noche en
medio de los efectos secundarios de Adelaide. Ninguna de nosotras supo de
ella. ¡Qué bueno!
Gina fue mi tercera y última dama de honor. Cuando le pedí que lo
fuera, lloró como si le hubiera concedido un deseo. Todavía me pregunto todo
el tiempo qué hice para merecer esas personas dulces e increíbles en mi vida.
Bastian fue el padrino, pero su prometida no fue invitada. Simplemente
no. Nunca. Todavía esperaba a que muriera en un incendio.
Vivo con la esperanza.
Los padrinos se completaron con Eugene y Anton. Me hallaba más
sorprendida que nadie cuando le presenté a Dante a Anton y los dos hombres,
en realidad, se volvieron amigos.
No había muchos asistentes más en la fiesta de boda, y eso era perfecto
para mí. Era un día hermoso, feliz, lleno de risas, amigos y amor.
Los dos teníamos lágrimas en los ojos cuando miramos a nuestra
preciosa niña de las flores decorar el pequeño camino al altar para nosotros.
Pero eran lágrimas de felicidad. Progreso.
—El matrimonio es la más valiosa y preciada amistad de sus vidas —
comenzó el oficiante.
No mentiré, apenas escuchamos el resto, pero al menos era un comienzo
fuerte.
Dante y yo estábamos teniendo un momento, mirándonos el uno al otro,
dando las gracias a los poderes divinos que, a pesar de todo, a pesar de
nosotros mismos, de alguna manera terminamos aquí. Juntos. Unidos.
Completos de nuevo.
—Dante Durant, amor de mi vida —dije al final, todavía ahogada en sus
ojos profundos como el océano, mi rímel un lío por mi cara—. No hay muchas
garantías en la vida, pero te prometo esto: nunca perderé mi fe en ti de nuevo.
Vi, por la forma en que su cara cayó y se iluminó, la forma en que sus
ojos se derritieron hacia mí, que dije lo correcto, lo que necesitaba oír. Lo que
tenía que decir.
285 Me tomó tiempo hacer las paces con las decisiones que hizo Dante,
incluso después de que llegué a entenderlas. No tuvo muchas opciones y su
prioridad, como siempre, fue protegerme.
Me tomó más tiempo llegar a un acuerdo con las consecuencias que
causé como resultado.
Algunas heridas no las podría curar el tiempo, eso siempre lo sabría.
Pero lo que aprendí, incluso mientras aprendía lo que significaba
perdonar, fue que algunas heridas sí sanarían.
Fue una revelación para mí.
Yo lo perdoné a él y él a mí.
Pero tal vez lo más importante de todo, aprendí a perdonarme.
Fin
Sobre la Autora
R.K. Lilley ha sido escritora desde que tiene memoria, pero ha mantenido
algunos trabajos interesantes para pagar las cuentas. Durante varios años fue
una azafata de primera clase, y siempre juró que sólo tenía que escribir un libro
al respecto.
Mezclando su amor por el romance y todo lo relacionado con BDSM, la
Trilogía Up In the Air es su debut en el mundo del romance contemporáneo y la
erótica.
Puedes contactar con R.K. en Authorrklilley@gmail.com
286
287