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tampoco subas CAPTURAS de los PDFs a las redes sociales y etiquetes a las
autoras, no vayas a sus páginas a pedir la traducción de un libro cuando
ninguna editorial lo ha hecho, no vayas a sus grupos y comentes que leíste sus
libros ni subas capturas de las portadas de la traducción, porque estas tienen el
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Staff
Mel Wentworth
Vane’
Índice
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
5
Capítulo 10 Capítulo 24
Capítulo 11 Epílogo
Capítulo 12 Sweet & Wild
Capítulo 13 Sobre la Autora
Sinopsis
Una noche que no pueden olvidar...
Tess McMann vive su vida de acuerdo a los secretos que juro guardar: el
padre que no la reconoce, la hermana que no sabe que ella existe, y la madre
que está feliz jugando a ser la amante de un importante empresario. Cuando
conoce al distraídamente lindo Dylan Kingsley en un prestigioso programa de
verano y se enamora, Tess se permite imaginar una vida más allá de esos
secretos. Pero cuando el verano termina, también su relación; Dylan se dirige a
la Universidad Canton mientras que Tess se inscribe en la universidad estatal.
Un amor que no pueden ignorar...
Dos años más tarde, una beca lleva a Tess a Canton y de regreso a la vida
de Dylan. Su atracción es tan fuerte como siempre, pero Dylan tiene novia...
quien también resulta ser la media hermana legítima de Tess. Tess se niega a
seguir los pasos de su madre, lo cual la deja con solo una opción: romper las 6
reglas que siempre siguió, o permitir que Dylan se le escape una segunda vez.
... Y solo una oportunidad para hacer las cosas bien.
Canton #1
1
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Key
No entendí lo que eso significaba hasta que tres años más tarde, cuando
me aceptaron en la Universidad de Canton. El alma mater de papá. Todos los
Swifts, en realidad, por casi un centenar de años. Al igual que en el hospital
donde sacaron mi apéndice, tenía edificios que llevaban su nombre. También
tenía uno de los mejores departamentos de bioingeniería en el país, gracias a
una generosa donación de Canton Chemicals, una de las pocas empresas de la
ciudad en la que mi papá no tenía sus dedos, y ellos me querían.
Me imaginé que papá estaría orgulloso. Aunque tuviéramos que
mantenerlo en secreto, estaba siguiendo sus pasos.
—¿Canton? —Había dicho cuando llegó al apartamento la semana
después recibí mi carta de aceptación—. No entiendo. ¿Recibiste una beca?
—No. —Algo muy frío empezó a serpentear en mi vientre—. Pensé que
con préstamos y…
—No me gusta la idea de que se endeuden por tu educación, Tess —
dijo. Mi madre sonrió y le apretó el brazo—. Te diré lo que haré. Si vas a la
Estatal y tomas esa beca de 'futuro brillante' que les dan a los chicos con tus
resultados del SAT, voy a pagar por todo lo demás. Alojamiento, comida, libros,
lo que sea.
—¡Oh, Steven! —Mi madre se quedó sin aliento y puso la mano en su
brazo.
Miré el paquete de aceptación de Canton en mi mano. La cubierta
brillante estaba llena de fotos de estudiantes felices y sonrientes en el patio
cubierto de hierba, los arcos elevados de la Biblioteca Swift, un niño
practicando el violín y otro con gafas de seguridad que blindaban sus ojos
mientras llenaba un vaso de precipitados con un compuesto que brillaba
intensamente. El departamento de bioingeniería en Canton contaba con un 9
ganador del Premio Cole, dos receptores de una beca de Sloan, y un laboratorio
acreditado. Los graduados de sus programas rigurosos iban a las escuelas de
medicina de primer nivel y programas de doctorado. Había investigado el
programa en la Estatal, por supuesto, ya que era mi escuela de respaldo. Era
sólido y respetable, pero no tan bien considerado, y tendría que luchar con
hordas de otros estudiantes para las clases de nivel superior y el acceso a los
laboratorios.
Pero Canton significaba matrícula de escuelas privadas. ¿Incluso con
préstamos, sería yo capaz de girar algo tan caro?
—¿Qué dices, chica?
—¿Qué pasa si —comencé lentamente— dejamos de lado ese dinero para
ayudar con la matrícula Canton, en su lugar? Si voy a Canton, podría vivir
aquí. Eso ahorraría algo de dinero...
Los labios de mi padre se convirtieron en una línea apretada, aguda, y
sus ojos parecían fichas impresas de granito. —Eso no fue lo que dije. Yo dije, si
vas a la otra universidad, que es básicamente gratis, me gustaría pagar por tus
gastos de vida. Siempre que mantengas tus calificaciones altas, por supuesto.
Esa no era una pregunta. Mis notas eran siempre altas.
Cuando no dije nada, suspiró y sacudió la cabeza hacia mí.
—Siempre me pareciste una chica muy práctica, Tess. Voy a dejar que
reflexiones sobre esto un poco. Consúltalo con la almohada, ¿de acuerdo? Sé
que vas a elegir lo correcto. La Estatal es el lugar al que perteneces.
Lo consulté con la almohada, como lo pidió papá, y más que eso, hice
una hoja de cálculo detallada de los costes asociados a cada opción. Yo era
buena en las hojas de cálculo. Como él dijo, siempre había sido una chica
práctica. Pero cuando me presenté a mi madre a la mañana siguiente, apenas
miró los presupuestos que con tanto esfuerzo había hecho.
—Tess —dijo, sacudiendo la cabeza hacia mí por encima de su taza de
café. Con los años, su lápiz de labios había dejado una mancha indeleble en el
borde—. No lo entiendes. Este no es el dinero que tu padre te está dando para la
universidad. Es dinero que está dando que vayas a la Estatal.
Señalé algunas cifras. —Pero si te fijas aquí, puedes ver…
Entonces mi madre suspiró, exactamente como mi padre lo había
hecho. —Cariño, es hora de que empieces a hacerle frente a algunos hechos. Vas
a tener dieciocho años el próximo mes, y no podrás pedirle a tu padre ni un
centavo, legalmente o de otro modo.
Si mamá había arrastrado fuera y dado una bofetada en la cara, no habría
dolido más. Y debí haberlo mostrado en mi cara, también, ya que ella suavizó 10
las cosas con sus siguientes palabras.
—Sé que piensas que el programa en Canton es algo especial, pero
también sé que eres un estudiante excelente, y puedes hacer que tu tiempo en la
Estatal funcione bien, también. Si vas allí, harás feliz a tu papá, y si lo haces
realmente bien allí, lo harás sentirse orgulloso. Y tal vez te ayudará con la
escuela de posgrado o la escuela de medicina o lo que quieras hacer después.
Miré a mis hojas de cálculo, alineadas tan bien en la parte superior del
paquete de aceptación Cantón.
—¿Entiendes lo que digo?
Lo hacía. Lo había entendido cuando estuve en el hospital a los ocho y
cuando me quitaron los frenillos a los doce años y cuando me quedé fuera de
esa cancha de tenis a los catorce años. Steven Swift hacía las reglas, y nosotras
las seguíamos.
Elegí la Estatal, y papá escribió un cheque, pero no pensé que ninguno de
nosotros fue engañado. Cuando quedé en segundo lugar en la feria de ciencias
del estado ese año, mi mamá estuvo ahí para animarme, pero papá ni siquiera
envió flores. Cuando fui nombrada finalista regional de la competencia
Siemens, mi nombre: Teresa McMann, apareció en un periódico nacional, y
aunque mi mamá hizo que enmarcaran la página y la colgó en el pasillo,
secretamente esperaba que papá no se diera cuenta, y mucho menos que dijera
algo acerca de la beca de tres mil dólares que venía con ella.
Él puede que no nos debiera nada más, pero todavía le debíamos todo.
11
2
Traducido por Julie
Corregido por Meliizza
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Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Jane
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Dos años más tarde
—Claro que estoy feliz por ti, cariño —dijo mi madre cuando le conté la
noticia de mi beca—. Siempre quisiste ir a Canton. Simplemente no sé que dirá
tu padre.
—No hay mucho que pueda decir sobre esto —contesté airadamente.
Mi yo de veinte años sabía muchas cosas que mi yo de diecisiete (y mi
madre) nunca supo. Como la manera de obtener becas, préstamos estudiantiles
sin intereses y postularse para posiciones de asistente de investigación para
sufragar los costos de los libros de textos. Durante dos años, le di a la Estatal mi 29
mejor esfuerzo, pero su programa no tenía lo que yo quería. Canton lo tenía.
Conseguir la transferencia y la beca académica necesaria para pagarlo lo
significaba todo. Incluso mi antiguo jefe, el profesor Stewart, había aprobado mi
traslado.
—Todo va a estar pagado, así que no tenemos que preguntarle nada a
papá. Y voy a tomar algunos turnos en Verde en el centro... ya sabes, ¿ese
restaurante dónde trabaja Sylvia? Así que, puedo incluso ayudarte con el
alquiler y la comida...
—No tienes que ayudarme —comenzó mi madre—. Tuve una nueva
comisión el mes pasado.
Bueno, lo haría si papá decidiera cargarle mi traslado a Canton a mamá
porque ella no podía guardar su secreto más peligroso a tres horas de la ciudad.
Si fuera posible ocultarle mi traslado a papá, lo haría, pero sabía que ése no era
el estilo de mamá. Solo esperaba que no la castigara por mi elección.
Como he dicho, dos años (especialmente dos años fuera) me dieron todo
tipo de puntos de vista. Pero no había razón para estresar a mi madre sobre eso.
Y por eso, presenté todo el asunto como un hecho consumado. Ya me encontraba
registrada en Canton para el semestre de otoño. Dejé mi apartamento en la
Estatal, vendí mis muebles de mala muerte a una tienda de segunda mano, y
empaqué cada una de mis pertenencias en la parte de atrás mi viejo y arruinado
coche para mudarme a casa, con el horario del curso de Canton apretado en mi
mano como algún tipo de talismán. Cualquiera que fuera el razonamiento
arbitrario con el que mi padre convenció a mamá hace unos años, ella no
arriesgaría mi carrera académica. Mi asistencia a Canton no plantearía el menor
peligro para mantener nuestro secretito familiar. Verían pronto que estaba en lo
correcto.
No podría haber estado más equivocada.
La última noche antes de que empezaran las clases, hubo una recepción
en el departamento de bioingeniería. Aunque no me gustaban mucho las
recepciones, pensé que era una buena idea ir e intentar conocer al mayor
número posible de profesores y compañeros antes de que empezara el curso.
Los únicos profesores con los que había tenido la oportunidad de hablar hasta
el momento habían sido el jefe del departamento que me había entrevistado
durante mi solicitud de traslado y otros dos que había tenido sentados en ese
momento. Como supe después de mis experiencias con los profesores White y
Stewart, muchas oportunidades surgían de las conexiones. Yo era una 30
estudiante transferida, lo que significaba que era mucho más desconocida,
aunque viniera con recomendaciones estelares de mis antiguos profesores y una
beca específicamente por mis logros académicos. Quería asegurarme de que
todos en el departamento supieran que habían hecho la elección correcta.
Me vestí con más cuidado que de costumbre para la recepción, evitando
el look habitual de vaqueros y camiseta por uno de los vestidos tubo de mi
madre. Mi madre apenas tenía cuarenta años y ella y yo usábamos la misma
talla. Yo tenía su figura de bomba con curvas, aunque era unos centímetros más
alta. El vestido era bonito pero conservador: una funda entallada de color gris
tórtola con cuello barco y pinzas, que me llegaba hasta las rodillas. Me lo puse
con medias y unos zapatos negros de tacón bajo. Cuando me miré en el espejo
del baño, recogiéndome el pelo, mi madre se asomó y sonrió.
—Ese color te queda bien —dijo—. Hace que tus ojos se vean casi como
un anuncio.
—Gracias —murmuré. Sabía lo que venía.
—Tienes los ojos de tu padre.
Sí, los tenía. Los ojos volátiles e “imposibles de definir” de mi padre.
Cada vez que miraba a un espejo, ahí estaba él, mirándome, recordándome
quién era y las reglas que guiaban mi vida. Mi exnovio Jason escribió una vez
un poema bastante horrible sobre todos los colores de mis ojos. Y se preguntaba
por qué no duramos.
Apliqué algo de delineador de ojos y un toque de máscara. Cristina me
había enseñado la técnica; Cristina, quien seguía pateando traseros en Cornell y
contestó a la noticia sobre mi transferencia a Canton con el siguiente texto:
¡¿¡¿OH DIOS MIO SE LO HAS DICHO A DYLAN!?!?
Lo que, por supuesto, no había hecho. No estaba en contacto con Dylan
Kingsley, me resistí tenazmente a buscarlo en Facebook, y no iba complacer al
amor por el drama de mi amiga.
Dicho esto, definitivamente me aseguré de trazar rutas alrededor del
campus que eludieran, por completo, el departamento de ciencias del medio
ambiente. No tenía miedo de ver a Dylan (después de todo, pasaron dos años)
pero tampoco iba a buscarlo.
Después de todo, pasaron dos años.
Un toque de brillo de labios rosa, y estaba lista. La última vez que me
arreglé tanto fue para mi entrevista. Quizás daba la impresión equivocada
después de todo. La mayoría de los días, llevaba una bata de laboratorio y una
cola de caballo. Al mismo tiempo, esto era Canton. Odiaba admitirlo, pero
quería impresionarlos. 31
Me subí a mi viejo y destartalado vehículo y conduje hasta el campus.
Había traído mi nuevo y reluciente carné de estudiante y lo colgué del abollado
espejo retrovisor al entrar en el aparcamiento situado detrás del laboratorio de
bioingeniería. Mientras que el Estatal había sido grande e impersonal, con su
campus central original desbordándose en masas de dependencias utilitarias
que nunca aparecerían en un catálogo universitario, la Universidad de Canton
estaba repleta de hermosa arquitectura. Desde el pintoresco patio de ladrillo
donde se encontraban todos los edificios antiguos (incluido el que llevaba el
nombre de mi padre) hasta las altas paredes de cristal y el atrio que marcaban el
famoso edificio de bioingeniería, todos los lugares del campus destilaban el
poder y el prestigio del nombre Canton. Venir aquí siempre había sido mi
sueño. Solo podía esforzarme por cumplirlo.
Cuando entré en la recepción, que se celebraba en el atrio central del
vestíbulo, sentí una inesperada oleada de pánico. No conocía a un alma en la
habitación. Algunos de los asistentes se acicalaron, otros parecían haber llegado
rodando desde el patio o incluso haberse escabullido por un minuto de sus
laboratorios, ya que algunos llevaban puestos sus batas de trabajo y claramente
agarraban la cena mientras llenaban sus platos con imponentes montones de
camarones del buffet. Tomé una respiración profunda y decidí que necesitaba
encontrar algo que hacer con mis manos.
En la cola del bar, encontré a la doctora Cavel, quien estuvo en mi
entrevista de transferencia.
—¡Tess! —dijo alegremente—. Me alegro de que vinieras. —Golpeó el
hombro del anciano frente a ella—. John, ésta es Teresa McMann, que se acaba
de transferir desde la Estatal. Probablemente tomará tu curso de Biofotónica el
próximo trimestre.
—Eso espero —dije por inercia. Fue casi imposible encontrar espacio en
los cursos que había necesitado en la Estatal—. Usted debe de ser el profesor
Chen.
Charlamos un poco sobre mi desplazamiento y mis investigaciones
pasadas.
—Algas, ¿eh? —dijo el doctor Chen cuando la doctora Cavel, que al
parecer tenía memorizado mi CV, mencionó mi antiguo proyecto Siemens—.
¿Qué pasa con los chicos y las algas estos días?
—¿Perdone?
—No te preocupes por él —dijo la doctora Cavel encogiéndose de
hombros—. Es biomédico. Necesitamos más gente que no sean sanitarios por
aquí o la gente empezará a pensar que somos solo un programa de alimentación
para Canton Chem. —Deslizó su mirada por la habitación—. Hay otro 32
estudiante aquí que está interesado en las aplicaciones de biocombustibles.
Recordaré presentártelo si aparece.
Armada con un agua con gas, dejé a la doctora Cavel presentarme a unos
pocos miembros más del profesorado y compañeros de estudio. Fui interrogada
con las mismas preguntas y escuché sus historias de proyectos de verano y
viajes. Parecían bastante agradables, pero naturalmente, todos se conocían entre
sí mejor de lo que yo conocía a nadie. Después de un rato, nombres y caras
empezaron a difuminarse y me excusé para encontrar el buffet.
Tal vez fue el destino que estuviera eligiendo en una bandeja de queso
cuando escuché su voz.
—¿Tess? ¿Tess McMann?
Levanté la vista y vi a Dylan Kingsley de pie frente a mí. Ya no llevaba
gafas, el pelo estaba domado y la grasa de bebé que pudiera haber quedado en
sus facciones de dieciocho años había desaparecido por completo, dejando atrás
unos pómulos perfectamente cepillados y una mandíbula afilada. El esbelto
cuerpo adolescente que nunca había logrado olvidar también había madurado,
y el caro abrigo deportivo gris que llevaba sobre un Oxford de corte ajustado
abierto al cuello le sentaba de maravilla. Aunque no podía verlo, estaba segura
de que sus pantalones eran de la longitud adecuada.
Encontré mi lengua. —Dylan. Hola.
Parpadeó. —¿Te transferiste a Canton?
Asentí. Algas. Biocombustible. Debería haber adivinado que el otro
estudiante del que los dos profesores hablaban era con el que yo me acosté una
vez. Esto no era la Estatal, con sus decenas de miles de especialistas en estudios
de la ciencia. —¿Estás especializado en bioingeniería ahora?
—Con enfoque en recursos sostenibles —dijo. Me miró fijo por un
segundo, pero su expresión era neutral—. Es bueno verte.
—Lo mismo digo. —Sonaba con un loro.
Después de un momento, dijo: —Sabes, nunca me llamaste. —No tenía
malicia en su voz y apenas un pequeño atisbo de reprimenda. Podría estar
hablando sobre un hilo colgando de mi manga.
Tragué. No tenía excusa, o al menos, ninguna que deseara compartir con
un chico que no veía desde mi adolescencia. —Lo sé. Lo siento. Yo...
—Eso dolió. —Ciertamente no había perdido nada de su franqueza—.
Durante una semana o dos.
¿Durante una semana o dos? Estreché mis ojos resistiendo el impulso de
quedarme con la boca abierta.
—Bueno —le dije, esforzándome en sonreír—, me alegro de que lo 33
superaras rápidamente. —Mantuve sus mensajes en mi buzón de voz por
meses. Solo porque no lo llamé no significaba que no quería hacerlo. Incluso sin
verlo, Dylan ocupaba demasiado espacio en mi cabeza. Una relación con él
hubiera sido demasiado peligrosa—. ¿Cómo lo conseguiste? —pregunté a la
ligera y metí un cuadrado de queso en mi boca.
—Me acosté con montones de chicas —contestó.
Me atraganté. No podía creer que estuviéramos teniendo esta plática
encima del queso.
Me dio una servilleta. —¿Estás bien?
Tomé la servilleta y lo miré mientras intentaba mantener mi ataque de
tos bajo control. Vale, me merecía esto. Podía admitirlo. Dylan me sonreía, pero
sus ojos estaban llenos de diversión, no de ira.
Dos podían jugar a este juego. —Oh, yo hice lo mismo. Montones de
chicas. —En realidad, fueron cero chicas y solo dos chicos.
Alzó las cejas y su sonrisa se amplió. Sin embargo, no se ruborizó. El
sonrojo adolescente se había ido, completamente enmascarado por un bonito
bronceado de verano. —¿De verdad? Eso me gustaría escucharlo.
Me reí. No pude evitarlo. —Seguro que te gustaría.
Dylan era el de siempre: amigable y divertido, dulce y genuino. Tenía
pocas dudas de que estuviera enfadado conmigo, pero dudaba incluso menos
de que se hubiese aferrado a esa ira. Mucho antes de que fuéramos amantes,
fuimos amigos.
—Es bueno verte, Tess —dijo después de un momento, su tono más
serio—. Bienvenida a Canton.
Y simplemente así, supe que volveríamos a ser amigos.
Mi última clase era a las tres, así que pasé todo el tiempo entre clases
intentando acabar la lectura de Biotransporte. Luego de mi clase de estadísticas,
terminé las últimas páginas de la tarea de Ingeniería de Tejidos, luego me dirigí al
edificio Swift para darle su libro a Dylan. No sabía qué esperar exactamente de
su casa, pero me preparé, por si acaso incluía a Hannah.
La puerta marcada con doscientos dos se abrió unos segundos después
de que llamara, y surgió una oleada de olores celestiales. Algo picante y a
tomate. Se me hizo la boca agua, y eso antes de que mis ojos se posaran en
Dylan, despreocupado con un pantalón de chándal gris de tiro bajo y una
camiseta roja oscura de la Universidad de Canton. Llevaba el pelo oscuro
49
despeinado y casi tan lacio como cuando éramos adolescentes. Debía de haberse
quitado las lentillas, porque había vuelto a llevar las gafas gris plomo... vaya si
habían vuelto.
—Hola —le dije, tratando de no babear. En lugar de una vacuna, mirarlo
se sentía más como alimentar una adicción—. Aquí está tu libro, como prometí.
—Gracias. —Se estiró para cogerlo y nuestros dedos se rozaron. Las
chispas subieron por mi brazo y el libro cayó con estrépito en el umbral.
Cuando Dylan se inclinó para recogerlo, pude ver el apartamento que
tenía detrás. Era un estudio con grandes ventanales, una moderna cocina
americana con encimera de granito, muchas estanterías y un arrugado futón
abierto en forma de cama de plataforma.
—Ups. —Desempolvó la cubierta, luego me sorprendió comprobando su
apartamento—. ¿Quieres entrar? En realidad, estoy cocinando. Es solo pasta,
pero hay un montón si tienes hambre.
¿Sí? Y, ¿dónde nos sentamos? ¿En esa cama grande y vieja en el centro de
la habitación? —No, gracias —contesté—. Tengo que ir a casa de mi mamá, así
que...
—Claro, por supuesto. —Cambió el libro de mano a mano—. Escucha,
Tess, sobre lo que decías antes... —Fue bajando la voz como si pensara mejor
sus palabras—. No importa. Nos vemos mañana en clase.
Me despedí y partí, aunque me pregunté todo el camino a casa qué era lo
que quiso decir.
53
7
Traducido por Amélie
Corregido por Itxi
Esa tarde, hice algo que de alguna manera conseguí evitar hacer toda mi
vida. Busqué Hannah Swift en Facebook.
No había mucho ahí. Su foto de perfil era una de esas que claramente
tenían otras personas de fondo originalmente. Vi una esquina del hombro de
otra persona… quizá incluso de su padre. Citaba sus colegios: la secundaria que
ofrecía la parte bonita del pueblo, Canton U. Estaba “en una relación” con
Dylan, y también tenía un montón de fotos de él ahí. Su muro se encontraba
lleno de mensajes de amigos, chicas guapas poniendo cara de pucheros en sus
selfies de foto de perfil, mandándole besos y abrazos, y recortes de noticias
sobre sus series y películas preferidas.
A Hannah le gustaban las películas de terror. Eso era inesperado. Leía
muchos libros… o al menos, quería hacer creer a todos en Facebook que los leía.
Traté de imaginar a Hannah en casa de mi padre, con su nariz metida en un
libro. No encajaba con la imagen que tenía de ella. O a lo mejor la imagen que 57
quería tener. Hannah, la chica hermosa rica, viviendo en casa de mi padre,
gastando su dinero, sonriendo a través del marco de plata en su escritorio.
Quería saber quién era esta chica que había llamado la atención de Dylan. No le
iban las chicas así, eso lo sabía. Entonces, ¿qué vio en ella? A lo mejor le gustaba
la chica que enumeró Cien Años de Soledad como su novela favorita. Nunca la leí,
pero si la conocía. A lo mejor le gustaba la chica que no chillaba cuando el
asesino arrancaba las tripas en esas películas. A lo mejor le gustaba su saque de
tenis.
No sabía nada sobre aquella chica. Era mi hermana y no la conocía. Miré
su lista de amigos… unos chicos de Canton, otros chicos de secundaria. ¿Tenía a
ex novios en esta lista? ¿Su cita del baile de gala, su primer beso, el chico con el
que perdió la virginidad? Dios, rezaba para que no fuera él. No podía ser, ¿no?
No si solo habían estado juntos durante seis meses.
De ninguna manera Tess. Tiene veinte años. Posiblemente no había esperado
tanto como Dylan y yo para tener sexo. Hannah era demasiado, extrovertida,
demasiado guapa, demasiado popular, demasiado inteligente.
Pero esa no era la información que se ponía en Facebook.
Ese atardecer en Verde, ayudé a Sylvia a preparar el trabajo y le di la
primicia. Cortaba limones, colocaba aceitunas y cebollas en palillos, y escuchaba
pacientemente hasta que terminé.
—Sabes, Tess —dijo finalmente—, para alguien que no está interesada en
salir con Dylan, te importa mucho lo que le contó a su nueva novia de ti.
Elegí no dignificar eso con una respuesta. Además, no me importaba por
Dylan. Me importaba por Hannah. —Pero sí le contó que nos acostamos, ¿no
crees que se habría interesado algo más cuando me conoció? Quiero decir, ¿no
lo estarías tú?
—Sí —coincidió Sylvia—. Así que probablemente no se lo contó.
Agité la cabeza. Sí se lo habría contado. Dylan… franco, honesto, abierto
Dylan… le habría dado los nombres de con quién se había acostado. Pero claro,
ese era el Dylan adolescente. Y desde entonces, dijo que se había acostado con
muchas. Quizá esa lista era demasiado larga para ir con ella estos días.
Pero la primera… es decir, eso merecía una mención, ¿no? Yo merecía
una mención. Lo que hicimos significó mucho para mí, aunque no le hubiera
llamado otra vez. Siempre pensé que, como Dylan quiso mantener viva la
relación, también significó mucho para él. 58
Oh Dios, ¿sería mala en la cama? A lo mejor no fue culpa de aquellos
otros chicos.
—Pero bueno, ¿a quién le importa? —preguntó Sylvia, sacándome de mi
espiral de neurosis—. ¿Te preocupa que si ella se entera, se volvería loca al
verlos trabajar?
—Sí. —Esto, al menos, era gran parte de la verdad. Escrutinio añadido de
Hannah Swift era malo a cualquier nivel, y habría suficientes ocasionas de que
nos encontráramos si trabajaba con Dylan. Si sospechaba de mí porque Dylan le
contó nuestra historia pasada… bueno, eso se hallaba definitivamente en contra
de las reglas de papá.
—Por supuesto, sabes lo que puedes hacer.
Esperé, esperanzada.
Sylvia sopló un mechón y lo apartó de sus ojos y empezó a comer de la
bandeja de frutos secos. —Puedes preguntarle a él.
—¿Perdona?
—Oye, Dylan —dijo en un tono casual falso—, antes de que nos
centremos en esto de la ciencia, puedes decirme ¿cuánto sabe tu novia sobre
nuestra relación, y, si lo sabe, le parece bien que trabajemos juntos? Porque no
quiero una cubeta de ácido en mi cara. —Se encogió de hombros—. Así.
—¿Una cubeta de ácido? —pregunté secamente—. ¿En serio?
—Tienes razón —respondió—. Una “señorita de alto status” no sería tan
lista como para cegarte con ciencia. Solo te rayaría el coche o algo así.
—Eso no importa —dije—. La pintura está muy mal, no me daría cuenta
si me rayan el coche.
Sylvia se rio, y acabamos nuestro trabajo. Esta noche, Sylvia me formaba
en la barra, y pronto mi cabeza se llenó con fórmulas de varios cócteles, la
diferencia entre vermut dulce y seco, cuántos segundos de vertido equivalían a
uno o dos o media medida, de acuerdo con la libreta de recetas detrás del bar.
Sylvia, la camarera más experimentada, estaría haciendo gran parte de las
bebidas esta noche, pero me nombraron su ayudante, vertiendo cerveza y vino,
ayudándola cuando las cosas se complicaran.
—Esto debería ser fácil para ti —dijo Sylvia cuando empezó a venir
gente—. Solo haz como si estuvieras en un laboratorio.
—Los laboratorios son más silenciosos —dije—. Y no están llenos de
tipos intentando coquetear contigo.
—¿En serio? ¿No es así como conociste a Dylan?
—Buena observación. —Y ese fue prácticamente el final de toda la
conversación que no era “dos cervezas y un vino” o “pásame el jugo de lima”
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durante el resto de mi tarde.
Después de que terminara mi turno, conduje a casa, bostezando y
preguntándome cuanto café debería tomar para ser capaz de terminar mi tarea
esa noche. Lo que no esperaba encontrarme era a mi madre despierta
esperándome. Estaba sentada en nuestra mesa de la cocina, leyendo una revista
y tomándose una taza de té.
—Ya sé, ya sé —dijo, moviendo su brazo de forma desdeñosa—. Eres
mayor. Pero de alguna manera, ahora que estás viviendo aquí, es difícil de
mantener la fantasía de que estás en casa dormida desde las ocho todas las
noches durante los pasados dos años.
Sonreí. —¿Hay café?
—¿A medianoche? —Hizo ruidos con su lengua—. Tess, no puedes
seguir así. Te vas a acabar agotando.
—Es mi única opción si quiero seguir en Canton. Papá no va a ayudar.
Apretó los labios y volvió a mirar a su revista. Reconocía esa mirada. Era
la que le daba a papá como ultimátum de la forma más ligera posible.
—Se le pasará tarde o temprano. Creo que la noche pasada se encontraba
molesto porque le diste la espalda. Eres su hija, Tess. Quiere hablar contigo
sobre decisiones importantes como esa.
Más bien, quiere tomar las decisiones importantes por mí.
—Es difícil sentirse su hija cuando solo mencionar la existencia de mi
hermana lo hace enojar.
Me dio una mirada larga y pensativa. —Para él también es difícil, Tess.
Está tan orgulloso de ti, de todos tus logros. Le encantaría hacer alarde acerca
de ti a todo el mundo.
Difícil. Para él.
—No sabes. Hubo un montón de veces, cuando eras más joven, en las
que se preguntaría qué podía hacer para conseguir que... ella... se comportara
de manera más responsable, sea un poco más centrada en su trabajo escolar y
sus objetivos.
Al menos Hannah tuvo la suerte de ser salvada del típico estereotipo de
“por qué no puedes ser más como tus hermanas”.
—¿Y qué le dijiste, mamá? ¿Que eso fue debido a sus habilidades
superiores como padre y tal vez se casó con la mujer equivocada?
Sonrió. —Debería haber dicho eso, tienes razón. —Inclinó la cabeza hacia
un lado—. ¿De verdad crees eso? Siempre he pensado que tuve suerte. Por
supuesto que no recibiste tu ambición de mis genes. Nunca fui tan lista como
tú, y no podría haberme interesado menos la ciencia en la escuela.
60
—Pero tú nunca me desviaste de tratar de lograr lo máximo que pudiera
—le contesté. A diferencia de mi padre.
—Oh, cariño, no creo que hubiera podido. Siempre vas detrás de lo que
quieres.
Me mordí el labio. —No siempre, mamá. —Me alejé de Dylan una vez, e
intentaba con todas mis fuerzas hacerlo de nuevo.
83
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Traducido por Mire
Corregido por *Andreina F*
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Traducido por vals <3
Corregido por AriannysG
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Así que me hice las uñas en el centro comercial. Se me hacía raro llevar
esmalte, ya que rara vez me preocupaba por ese tipo de cosas. Los tratamientos
de spa siempre fueron más cosa de mamá. Me había dejado el móvil en el coche
a propósito y, después de que la manicurista me secara las manos lo suficiente
como para dejarme salir, me pasé una eternidad paseando por el centro
comercial, mirando escaparates. Sin embargo, cuando volví al coche para
comprobar mis mensajes, sólo había conseguido matar una hora y media.
Peor aún, Dylan seguía sin llamar. No me quedaba más remedio que
volver a casa.
Pasé una tarde tranquila con mamá y, hacia medianoche, finalmente me
rendí y me fui a la cama. Corrección: Me metí en la cama y me quedé con la
mirada perdida en el techo, repasándolo todo con toda la precisión científica
que pude reunir sin recurrir a tablas y gráficos.
Hipótesis: Todo lo que Dylan quería era una probada, y cuando no se la di, a
pesar de lanzar la palabra con A como si no fuera nada, decidió cortar por lo sano.
Evidencia a favor: Un montón. Nos encontramos en su apartamento, me llenó
con vino, solo se detuvo cuando le pedí que lo hiciera, dijo que sí a todo lo que le lancé
ahí, como si yo fuera a tirar las precauciones al viento y acostarme con él si prometía
terminar con Hannah. Pensé en todo este tiempo cuando papá juraba que había dejado a
su esposa por mamá. Mamá le creyó; el divorcio nunca pasó.
Evidencia en contra: “Tess, te amo”. Si eso era falso, debería dejar la
Bioquímica y unirse al departamento de teatro de Canton.
Hipótesis: Todo esto es un gran escenario de venganza. No quiere volver a estar
conmigo. Quería que lo quisiera, y nunca más me va a llamar, justo como yo no lo llamé
hace dos años.
Evidencia a favor: Sylvia había sospechado, ¿cierto? La primera ver que lo vi
con Hannah. La venganza perfecta. Y no me llama.
Evidencia en contra: Entonces por qué se molestó en enviarme un mensaje con:
“¿Hablamos luego?” Podría haber escrito “¡Idiota!” y dejarlo todo.
Hipótesis: Elaine tiene razón, y en los años que pasaron desde que conocí a
Dylan se ha convertido en un idiota mujeriego.
Evidencia a favor: Admitió acostarse con la compañera de cuarto de Elaine (y
otras dos chicas) y en realidad no sentía nada por ellas. Había salido con chicas que no
eran sus novias.
Evidencia en contra: Elaine la tiene contra él. Además, el mencionado “Tess, te
amo.”
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Está bien, lo admitiré. Esas tres palabras se habían estado repitiendo en
mi cabeza todo el día, en especial desde que no había tenido ninguna otra
conversación con Dylan que ayudara a suplantarlas en mi mente.
Pero no había llamado. No había llamado. No había llamado.
Hipótesis: Mereces una y todas estas consecuencias por tratar de robar el novio
de tu hermana.
En la mesita de noche, mi celular empezó a zumbar. Cuando vi la
pantalla, noté dos cosas: las una y media de la madrugada y el nombre Dylan.
Tragando saliva, deslicé el botón de contestar y sostuve el teléfono en mi
oído.
—Hola.
—Hola. —Su voz era baja, casi un susurro—. ¿Es demasiado tarde para
llamar?
—Casi —dije. Caí como gelatina debajo de las sábanas. Casi me había
convencido a mí misma de no hacerlo. Pero todo iba a salir bien. Dijo que
llamaría, y lo hizo. Todas las hipótesis, las dudas que me habían atormentado
durante todo el día, no significaban nada—. ¿Todo está bien?
Hubo un segundo de vacilación
—Sí. Quiero decir, hoy fue un día duro, pero sí. Eso espero.
¿Eso esperaba? ¿Qué significaba eso?
—¿Cómo está Hannah?
—No tan bien —admitió.
Una punzada de dolor me atravesó el pecho al oír esas palabras. Ojalá
hubiera habido alguna forma de hacer esto sin hacerle daño. Nunca había
conocido a Hannah, pero seguía siendo mi hermana pequeña.
—¿Qué le dijiste?
Lo oí suspirar al otro lado de la línea.
—Es muy tarde. En realidad estoy cansado. No puedo revivirlo todo esta
noche. Solo quería oír tu voz.
—Estoy justo aquí —murmuré. Sabía lo que quería decir. Su voz en mi
almohada era como si estuviera a mi lado, como nunca lo había estado. En
Cornell, no habíamos pasado la noche juntos, por miedo a que nos pillaran si no
estaba de vuelta en mi cama antes del toque de queda. Tantas primeras veces,
aunque llegáramos dos años tarde.
—Eres todo para mí, Tess. Quiero que lo creas.
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Sus palabras eran más cálidas que cualquier manta. Yo también quería
creerlo. —¿Quieres que vaya?
—No —dijo, con su voz dura en mi oído—. Es muy tarde. Hablaremos
mañana.
Inmediatamente me sentí estúpida. Oye, Dylan, ahora que has abandonado a
tu novia, ¿Quieres tener sexo? Han pasado treinta minutos, ¿verdad? Tiempo de sobra,
por decencia.
Claro que no nos habíamos preocupado por la decencia anoche, cuando
casi nos arrancamos la ropa en su cocina.
No es cierto, dijo una vocecita dentro de mí. Si no me hubiera preocupado
por la decencia, habría terminado el trabajo entonces, sin insistir en que
rompiera con Hannah antes de que estuviéramos juntos.
Pero, ¿qué más daba eso, a fin de cuentas? Si yo fuera Hannah,
¿realmente me importaría si él se había acostado o no con la mujer por la que
me iba a dejar? ¿No era esa chica igual de mala de cualquier manera? ¿Una
chica que iba detrás de chicos con novias? ¿No era exactamente la persona que
juré que nunca sería?
Dylan tenía razón. Era tarde. Demasiado tarde para plantearse ese tipo
de preguntas.
—Me alegro de que hayas llamado —dije somnolienta mientras un
bostezo amenazaba con apartar el auricular de mi barbilla—. Empezaba a
preocuparme.
—Me lo imaginé. —El tono de Dylan era suave, casi como una canción de
cuna—. Siento que me hayas esperado despierta. Sé cuánto necesitas dormir.
—Mmm —murmuré. Mis párpados se sentían pesados, como si todas las
preocupaciones del día me hubieran agotado.
—Oh, Tess, te extraño tanto. Estoy deseando verte mañana.
—Yo tampoco —murmuré, medio dormida.
Es decir, debía de estar casi dormida. No recuerdo el resto de nuestra
conversación. No recuerdo cómo terminó. Y estoy segura de que no podría
haber dicho: —Te lo explicaré todo.
Pero juro que lo oí de todos modos.
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Traducido por Eli Hart
Corregido por Eli Mirced
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Traducido por Anty
Corregido por Mire
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Después de mi última clase del día, fui a casa a cenar y adelantar la tarea.
Mamá fue a una exposición en una galería de un amigo de ella, pero el cajón del
refrigerador se hallaba lleno de verduras. En tanto esperaba que mi pasta
hirviera, le envié un mensaje a Dylan.
¿Realizaremos el trabajo de laboratorio esta noche? Su respuesta llegó
de inmediato.
Sí. Me gustaría que me prestes tus apuntes de esta mañana, si los tienes.
Acompañé a H a la consulta médica.
Sí, Dylan, lo imaginé.
También me di cuenta que no volvería a casa entre el laboratorio y la
fiesta, por lo que bien podía vestirme ahora. Después de la cena me di una
ducha rápida, luego me sequé el cabello con un secador utilizando un cepillo
redondo, dejándolo suelto, las ondas marrones desparramadas alrededor de 122
mis hombros. Mis recuerdos de las fiestas en Canton eran que eran un poco más
populares y formales que las fiestas ocasionales a las que asistí en la Estatal, así
que elegí un par de jeans ajustados y un top gris de punto con hilos plateados
que brillaban cuando reflejaban la luz. Tomé un par de botas de tacón alto del
armario de mi madre, que me imaginé probablemente me arrepentiría de usar
para el final de mi sesión de laboratorio, pero me daban cinco centímetros más
de altura y se veían muy bien con mis pantalones. Cuando me maquillaba, el
teléfono sonó en el mostrador. Revisé la pantalla: Cristina. Una punzada de
culpa me recorrió, no había mantenido al tanto a mi amiga de todo lo que
sucedió desde que me trasladé.
Encendí el altavoz para poder terminar de delinearme los ojos.
—¡Hola, extraña!
—¡Hola! —Escuché la voz de mi vieja amiga—. Noté que no te he
llamado para preguntarte como va todo en Canton, por lo que lo estoy haciendo
ahora.
—Yo también he estado muy ocupada —le contesté—. Estoy trabajando
horas demenciales solo para ganarme la vida, pero también entraré en este
simposio el próximo mes con un premio de cinco mil dólares, así que…
deséame suerte.
—¡Impresionante! ¿Cuál es tu proyecto?
Le conté, teniendo cuidado de dejar de lado la parte de que hacía el
proyecto con Dylan.
—Eso se parece bastante a lo que hiciste con Dylan aquí hace unos años.
—Mmm. —Dibujé el contorno de mis labios con un lápiz delineador
color rosa roja.
—¿Le contaste?
—No tuve que hacerlo —respondí tímidamente—. Es mi compañero.
El silencio reinaba en el otro extremo del teléfono. Después de un
segundo, los gritos de Cristina rebotaron en las paredes de mi baño.
—¿Qué demonios, McMann? —preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que
estaban juntos nuevamente?
—¿Porque no lo estamos? —dije—. Solo somos compañeros.
—¿Solo somos compañeros? —Saltó—. Cuéntame todo. ¿Qué sucede?
¿Qué sucedió? ¿Qué aspecto tiene actualmente? ¿Sus pantalones todavía son
demasiado cortos?
Dudé, dejando mi labial flotando en el aire por encima de mi boca.
—Se ve muy bien —dije finalmente. Eso fue neutral, ¿verdad?—. Y los
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pantalones son perfectos.
Pero Cristina no me iba a permitir que me saliera con la mía. —¿Te estás
metiendo en sus pantalones?
Suspiré, y luego admití: —No completamente.
Gritó de nuevo. —Oh Dios mío, lo sabía. Al segundo que me dijiste que
ibas a Canton, yo estaba como: Dylan y Tess, sentados en un árbol, besán….
—Tiene novia… —le dije, interrumpiendo su molesta cancioncita.
—Puta roba hombres —bromeó—. Eso es impresionante.
Me mordí el labio recién pintado y me miré en el espejo. —Por favor, no
me llames así.
—Oh, Tess, sabes que no me refiero a “puta” en un mal sentido —dijo,
arrepentida—. Pienso totalmente que las mujeres son dueñas de su sexualidad
personal y pueden tener tanto sexo como quieran…
Dejé que Cristina continuara su diatriba sobre estudios provocados por
mujeres acerca de tomar la propiedad de la palabra puta sin darle un significado
negativo. Porque, sinceramente, ni siquiera lo registré. La parte que me molestó
fue la de roba-hombres. No quería ser ninguna clase de roba-hombres, ni puta, ni
perra, y ciertamente no hermana. Dylan me juró que no se trataba de mí, que
era él, y yo quería creerle.
Pero todo sería mucho más fácil si no hubiese estado saliendo con ella
cuando nos reencontramos, si no hubiese estado saliendo con ella cuando me
levantó contra su encimera e introdujo su lengua en mi garganta.
—¿Tess? —La voz de Cristina crepitó en mi altavoz, rebotando alrededor
del baño—. No estás enojada, ¿verdad?
—No —le dije, y terminé de aplicar mi lápiz labial. Con Cristina no, de
todos modos.
Solo conmigo.
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Traducido por Miry
Corregido por Dannygonzal
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Traducido por Jeyly Carstairs
Corregido por Anakaren
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Traducido por Diana
Corregido por florbarbero
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Traducido por Eli Hart & Vane’
Corregido por Jasiel Odair