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Mel Wentworth

Alessandra Wilde Mire Mel Wentworth


Julie vals <3 Kellyco
sashas4 Eli Hart Miry
Elle Anty Jeyly Carstairs
Beatrix florbarbero Diana
Amélie *~ Vero ~* Annie D
4
Jadasa Jasiel Odair Vane’
Madhatter CamShaaw Josmary

Key LucindaMaddox Danita


Meliizza *Andreina F* Dannygonzal
Jane AriannysG Anakaren
Laurita PI Eli Mirced florbarbero
Eli Hart Mire SammyD
Miry Adriana Tate Jasiel Odair
itxi Lizzy Avett' Victoria
Valentine Rose Amélie. Val_17
Alessandra Wilde

Vane’
Índice
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
5
Capítulo 10 Capítulo 24
Capítulo 11 Epílogo
Capítulo 12 Sweet & Wild
Capítulo 13 Sobre la Autora
Sinopsis
Una noche que no pueden olvidar...
Tess McMann vive su vida de acuerdo a los secretos que juro guardar: el
padre que no la reconoce, la hermana que no sabe que ella existe, y la madre
que está feliz jugando a ser la amante de un importante empresario. Cuando
conoce al distraídamente lindo Dylan Kingsley en un prestigioso programa de
verano y se enamora, Tess se permite imaginar una vida más allá de esos
secretos. Pero cuando el verano termina, también su relación; Dylan se dirige a
la Universidad Canton mientras que Tess se inscribe en la universidad estatal.
Un amor que no pueden ignorar...
Dos años más tarde, una beca lleva a Tess a Canton y de regreso a la vida
de Dylan. Su atracción es tan fuerte como siempre, pero Dylan tiene novia...
quien también resulta ser la media hermana legítima de Tess. Tess se niega a
seguir los pasos de su madre, lo cual la deja con solo una opción: romper las 6
reglas que siempre siguió, o permitir que Dylan se le escape una segunda vez.
... Y solo una oportunidad para hacer las cosas bien.
Canton #1
1
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Key

Tenía seis años cuando me enteré de que mi padre tenía otra


familia. Sabía que él no vivía conmigo y mi mamá, pero que no era tan inusual
en mi barrio. Venía un par de veces a la semana y siempre me daba regalos en
mi cumpleaños y Navidad. Cada vez que me visitaba, me daba dinero para un
helado en la tienda de la esquina. Yo era demasiado joven para entender que
solo quería que saliera del apartamento. Esa vez, sin embargo, yo dormía la
siesta cuando llegó. Me desperté y lo escuché en el dormitorio con mi mamá, así
que pensé que debería a buscar el dinero para helado de su billetera por mí
misma. Su billetera tenía fotos de ella. Fotos de él y una mujer rubia y una niña
rubia de mi edad. No había ninguna foto de mamá y yo. 7
Había reglas que sabía que tenía que seguir. Como que no debía decir
“ese es mi papá” si alguna vez lo veía fuera de casa o si su foto aparecía en el
periódico. Cuando me sacaron mi apéndice a los ocho años, no vino a visitarme,
aunque el ala del hospital en que me alojé tenía su nombre. Pero pagó por mis
frenillos y mi ropa y la niñera que había contratado para que me cuidara esa
vez que llevó a mi mamá para el Caribe.
Cuando tenía catorce años, vi a mi hermana de nuevo. Yo estaba en el
equipo de atletismo de ese año, y tuvimos una reunión en su escuela, a través
de la ciudad. Yo caminaba de vuelta al autobús para coger mi mochila mientras
esperaba para mi próximo evento, y vi un que encuentro de tenis sucedía al
mismo tiempo, también. No habría sido capaz de reconocerla del grupo de
delgadas y bronceadas niñas rubias en la tribuna, salvo que vi a mi padre en las
gradas. Él gritaba su nombre (Hannah) y aplaudía. Cada vez que ella anotaba
un punto, apuntaría su raqueta en su dirección. Crucé los dedos a través de los
enlaces brillantes de la valla que separaba el camino de la cancha y la vi
jugar. Ella era mucho mejor en el tenis que yo alguna vez sería en las carreras
de relevos o vallas o cualquier otro evento que el entrenador me asignara. Pero
papá no había estado allí cuando gané la ciencia feria del condado en el otoño,
tampoco.
Si papá me vio cerca de la cancha ese día, nunca lo supuse. Pero no pasó
mucho tiempo después de eso que mi madre me recordó la verdad.
—Tienes que tener más cuidado.
—¿Eh? —le dije, con la boca llena de espaguetis, la cabeza llena de mis
problemas de Algebra II.
—Es natural sentir curiosidad por... ella. ¿Crees que no la he querido
ver?
¿Ella? —¿Quieres decir otra hija de papá? —¿O su mujer?
—Pero no podemos. Este apartamento no se paga por sí mismo.
Tampoco lo hace la comida que comes o la ropa que llevas. —El arte de mamá
no pagaba por ella tampoco. A veces, cuando estaba en medio de comisiones,
trabajaba en tiendas de ropa o como secretaria. Nunca por mucho tiempo, sin
embargo. Cada vez que se interponía con su último proyecto, toda la rutina de
trabajar de nueve a cinco mataba a su creatividad, y papá siempre intervenía. —
Steven ha sido muy bueno con nosotras. Él no tiene que serlo.
—En realidad, lo hace —le contesté con toda la garantía que una niña de
catorce años de edad, podía reunir—. Es la ley.
—La ley no nos daría la mitad de lo que hace por su cuenta, Tess —mi
madre se burló—. Nos ayuda porque nos ama. Te ama. Eres su hija.
Pensé en la forma en que papá había vitoreado por Hannah en el partido
de tenis. Mi papá estaba mi padre solo en este apartamento. En ningún otro
8
lugar. Casi ni me parecía a él. Me parecía a mamá, con su pelo oscuro y barbilla
puntiaguda y figura como una estrella de Hollywood de una vieja película en
blanco y negro. Solo mis ojos eran de los Swift —grandes y luminosos, con ese
color indeterminado que no era de color azul o gris o verde o marrón. Cuando
habíamos estudiado la genética en Biología, mi compañero de laboratorio había
quedado perplejo hasta que nuestro maestro le dijo pusiera "avellana"
refiriéndose a mi color de ojos.
—Le debemos mucho, Tess. Y si lo dañamos, vamos a perder todo lo
demás.

No entendí lo que eso significaba hasta que tres años más tarde, cuando
me aceptaron en la Universidad de Canton. El alma mater de papá. Todos los
Swifts, en realidad, por casi un centenar de años. Al igual que en el hospital
donde sacaron mi apéndice, tenía edificios que llevaban su nombre. También
tenía uno de los mejores departamentos de bioingeniería en el país, gracias a
una generosa donación de Canton Chemicals, una de las pocas empresas de la
ciudad en la que mi papá no tenía sus dedos, y ellos me querían.
Me imaginé que papá estaría orgulloso. Aunque tuviéramos que
mantenerlo en secreto, estaba siguiendo sus pasos.
—¿Canton? —Había dicho cuando llegó al apartamento la semana
después recibí mi carta de aceptación—. No entiendo. ¿Recibiste una beca?
—No. —Algo muy frío empezó a serpentear en mi vientre—. Pensé que
con préstamos y…
—No me gusta la idea de que se endeuden por tu educación, Tess —
dijo. Mi madre sonrió y le apretó el brazo—. Te diré lo que haré. Si vas a la
Estatal y tomas esa beca de 'futuro brillante' que les dan a los chicos con tus
resultados del SAT, voy a pagar por todo lo demás. Alojamiento, comida, libros,
lo que sea.
—¡Oh, Steven! —Mi madre se quedó sin aliento y puso la mano en su
brazo.
Miré el paquete de aceptación de Canton en mi mano. La cubierta
brillante estaba llena de fotos de estudiantes felices y sonrientes en el patio
cubierto de hierba, los arcos elevados de la Biblioteca Swift, un niño
practicando el violín y otro con gafas de seguridad que blindaban sus ojos
mientras llenaba un vaso de precipitados con un compuesto que brillaba
intensamente. El departamento de bioingeniería en Canton contaba con un 9
ganador del Premio Cole, dos receptores de una beca de Sloan, y un laboratorio
acreditado. Los graduados de sus programas rigurosos iban a las escuelas de
medicina de primer nivel y programas de doctorado. Había investigado el
programa en la Estatal, por supuesto, ya que era mi escuela de respaldo. Era
sólido y respetable, pero no tan bien considerado, y tendría que luchar con
hordas de otros estudiantes para las clases de nivel superior y el acceso a los
laboratorios.
Pero Canton significaba matrícula de escuelas privadas. ¿Incluso con
préstamos, sería yo capaz de girar algo tan caro?
—¿Qué dices, chica?
—¿Qué pasa si —comencé lentamente— dejamos de lado ese dinero para
ayudar con la matrícula Canton, en su lugar? Si voy a Canton, podría vivir
aquí. Eso ahorraría algo de dinero...
Los labios de mi padre se convirtieron en una línea apretada, aguda, y
sus ojos parecían fichas impresas de granito. —Eso no fue lo que dije. Yo dije, si
vas a la otra universidad, que es básicamente gratis, me gustaría pagar por tus
gastos de vida. Siempre que mantengas tus calificaciones altas, por supuesto.
Esa no era una pregunta. Mis notas eran siempre altas.
Cuando no dije nada, suspiró y sacudió la cabeza hacia mí.
—Siempre me pareciste una chica muy práctica, Tess. Voy a dejar que
reflexiones sobre esto un poco. Consúltalo con la almohada, ¿de acuerdo? Sé
que vas a elegir lo correcto. La Estatal es el lugar al que perteneces.
Lo consulté con la almohada, como lo pidió papá, y más que eso, hice
una hoja de cálculo detallada de los costes asociados a cada opción. Yo era
buena en las hojas de cálculo. Como él dijo, siempre había sido una chica
práctica. Pero cuando me presenté a mi madre a la mañana siguiente, apenas
miró los presupuestos que con tanto esfuerzo había hecho.
—Tess —dijo, sacudiendo la cabeza hacia mí por encima de su taza de
café. Con los años, su lápiz de labios había dejado una mancha indeleble en el
borde—. No lo entiendes. Este no es el dinero que tu padre te está dando para la
universidad. Es dinero que está dando que vayas a la Estatal.
Señalé algunas cifras. —Pero si te fijas aquí, puedes ver…
Entonces mi madre suspiró, exactamente como mi padre lo había
hecho. —Cariño, es hora de que empieces a hacerle frente a algunos hechos. Vas
a tener dieciocho años el próximo mes, y no podrás pedirle a tu padre ni un
centavo, legalmente o de otro modo.
Si mamá había arrastrado fuera y dado una bofetada en la cara, no habría
dolido más. Y debí haberlo mostrado en mi cara, también, ya que ella suavizó 10
las cosas con sus siguientes palabras.
—Sé que piensas que el programa en Canton es algo especial, pero
también sé que eres un estudiante excelente, y puedes hacer que tu tiempo en la
Estatal funcione bien, también. Si vas allí, harás feliz a tu papá, y si lo haces
realmente bien allí, lo harás sentirse orgulloso. Y tal vez te ayudará con la
escuela de posgrado o la escuela de medicina o lo que quieras hacer después.
Miré a mis hojas de cálculo, alineadas tan bien en la parte superior del
paquete de aceptación Cantón.
—¿Entiendes lo que digo?
Lo hacía. Lo había entendido cuando estuve en el hospital a los ocho y
cuando me quitaron los frenillos a los doce años y cuando me quedé fuera de
esa cancha de tenis a los catorce años. Steven Swift hacía las reglas, y nosotras
las seguíamos.
Elegí la Estatal, y papá escribió un cheque, pero no pensé que ninguno de
nosotros fue engañado. Cuando quedé en segundo lugar en la feria de ciencias
del estado ese año, mi mamá estuvo ahí para animarme, pero papá ni siquiera
envió flores. Cuando fui nombrada finalista regional de la competencia
Siemens, mi nombre: Teresa McMann, apareció en un periódico nacional, y
aunque mi mamá hizo que enmarcaran la página y la colgó en el pasillo,
secretamente esperaba que papá no se diera cuenta, y mucho menos que dijera
algo acerca de la beca de tres mil dólares que venía con ella.
Él puede que no nos debiera nada más, pero todavía le debíamos todo.

11
2
Traducido por Julie
Corregido por Meliizza

El verano después de la graduación de la escuela secundaria, viajé fuera


de casa por primera vez. Junto con varios otros cientos de adolescentes, recibí
una invitación para pasar tres semanas estudiando en un campamento de
ciencias en Cornell. Tres clases de estudio impuestas por profesores reales,
espacio en los dormitorios, comida en el comedor, y todo financiado por una
beca para estudiantes de secundaria dotados y talentosos que planearon una
carrera en las áreas de ciencia y tecnología. Mamá y yo solo teníamos que cubrir
el dinero para los gastos personales y boletos de avión, y tenía el dinero de
Siemens para eso.
Cuando me subí al avión, me sentí más libre que nunca en mi vida. No 12
tuvimos que pedirle a mi padre ni un solo centavo para pagar este viaje y eso
significaba que no necesitaba su permiso para hacerlo. No estaba segura de qué
esperar de Cornell. La secundaria no fue ni la mejor ni la más traumática
experiencia que el cine adolescente daba a entender. Yo tenía amigos —un
grupo con el que nos juntamos y alquilamos nuestra propia limusina para que
el grupo de chicas vayamos al baile. Participé en la ocasional fiesta de pijamas
que mi amiga Sylvia organizaría en el estrecho apartamento de su hermana.
Pero aparte de Sylvia, sabía que las chicas con las que salía en la secundaria no
eran amigas de toda la vida. Era difícil hacer amigos cuando toda tu vida era un
secreto. Y nunca había tenido un novio ni nada. Yo era “la chica ciencias” para
la mayoría de los chicos de mi clase. Pero aquí, estábamos todos los chicos
ciencias. Ese era el punto.
Mi compañera de cuarto, Cristina, era una puertorriqueña, estudiante de
biología de Brooklyn. Tenía el pelo rizado y los párpados pintados por lo que se
parecían a las plumas de la cola del pavo real. —Dermatología o cirugía plástica
—me dijo en cuanto nos intercambiamos nombres—. ¿Tú?
—¿Bioingeniería? —le pregunté más que decirlo.
Sus ojos de pavo real se abrieron con aprecio. —Genial.
Me encogí de hombros, más auto-consciente de lo que nunca me sentí en
esas presentaciones de las ferias de ciencias. —Bueno, creo que hay muchas
cosas que la ciencia ha hecho para arruinar la vida. Tal vez podamos conseguir
algunos puntos para los chicos buenos.
—Mírate, toda noble —dijo, sonriendo—. Y aquí estoy yo, esforzándome
para embellecer a la gente.
Cristina, descubrí, era mucho más que un delineador de ojos. Ella había
sido una experta en ciencias en la ciudad de Nueva York, y su especialidad era
injertos de piel para víctimas de quemaduras. Pero el maquillaje no era una
broma. Trabajó durante dos años para la empresa MAC, en alguna tienda
departamental en Manhattan que le sorprendió que yo no conociera. También
iba a quedarse en Cornell. —Matrícula estatal, cariño.
—Sí, también voy a una universidad estatal. —Simplemente no era
también una universidad de prestigio.
Así fueron la mayoría de las conversaciones preliminares con los otros
campistas a lo largo de la orientación. Todos tuvimos que informar sobre lo que
estudiábamos, qué proyecto nos llevó hasta allí, qué íbamos a hacer en nuestro
futuro, y adónde íbamos a ir a la universidad. Parecía que todo el mundo se
dirigía a la Universidad de Harvard o al Instituto Tecnológico de Massachusetts
o al Instituto de Tecnología de California. Incluso oí unos Canton en la mezcla.
Mi lado sensible y práctico evitó que inventara una mentira elaborada de que
me iba a Oxford, lo que resultó ser lo mejor, ya que conocí a un físico incipiente 13
que en realidad iba a ir allí. Me retiré hacia el bufet.
—Buena elección —dijo una voz mientras yo rebuscaba en el plato de
queso.
—¿Disculpa? —Me di la vuelta.
Sus ojos eran azules y enmarcados por las gafas con montura en gris
metálico. Tenía el pelo negro y caía sobre su frente formando una sombra. —El
queso. Es un tipo artesanal de la Escuela de Agricultura de aquí.
—Oh —dije, bajando la mirada a los cubos blancos en mi plato—. Bueno,
comida local, ¿verdad?
—Absolutamente. Espacio más pequeño, etcétera. —Me tendió la
mano—. Soy Dylan Kingsley.
—Tess McMann. —Me esperaba el inevitable: ¿Qué estás estudiando?
¿Dónde vas a la escuela? ¿Por qué debería importarme quién eres? Pero no sucedió.
Puse un trozo de queso en una galleta.
—Espera —dijo y recogió una cucharada de las cosas negras que tenía un
recipiente en la bandeja de queso y, sin ni siquiera preguntar, lo untó en la cima
de mi queso—. Prueba con esto.
Lo hice. El bocado fuerte y picante de queso explotó en mi boca, aliviado
por la dulzura de la pasta oscura y cremosa. Dylan lo vio y la esquina de su
boca se curvó en una sonrisa de aprobación.
—Mmm —dije una vez que tragué, aunque ese “mmm” no llegaba a
expresarlo—. ¿Qué es?
—Compota de arándanos y dátiles orgánicos. Los arándanos también
son de Cornell.
—Sin embargo supongo que los dátiles no son de aquí.
—No. Es bastante difícil conseguir dátiles1 por aquí. —Un rubor se
apoderó de sus mejillas al darse cuenta de lo que había dicho—. Quiero decir…
—El rubor se hizo más profundo—. ¿Podemos, uh, fingir que nunca dije eso?
—Por supuesto.
Se rió entre dientes. —Gracias. Tenía la esperanza de más o menos dejar
a Dylan el Idiota en la secundaria. Iba a empezar de nuevo siendo todo guapo y
misterioso.
—¿Y conseguir chicas con tus detalles sexys de queso?
—Por supuesto —dijo, haciéndose el ofendido—. Cualquier chica que
vale la pena estaría impresionada por los detalles sexys de queso. 14
—¿Esa ha sido tu experiencia? —le pregunté con ironía.
—No como tal. —El rubor desapareció, pero la sonrisa se mantuvo. Le
hacía cosas lindas a sus pómulos. Me resultaba difícil imaginar que tuviera
problemas para conseguir citas si lo quisiera.
—¡Tess! —Estiré el cuello para ver a Cristina saludándome al otro lado
del cuarto. Se encontraba de pie, con una multitud de campistas con destino a
Cornell—. Ven aquí y explícales toda la cosa de las algas a estas personas.
—¿Las algas? —preguntó Dylan.
—Es mucho más nutritivo que el queso —bromeé mientras me dirigía a
mi compañera de cuarto y a sus nuevos mejores amigos.
Cristina seguía mirando detrás de mí cuando llegué. —¿Quién es ese?
—Otro chico de Cornell —supuse. Después de todo, él sabía todo acerca
de su queso.
—Es lindo —dijo—. Enséñale lo largo que deberían ser los pantalones y
también tienes a un sexy.

1 Dátiles en inglés es “date”, que también puede traducirse como “cita”.


Eché un vistazo por encima del hombro. Dylan saludó, con un pedazo de
queso en la mano. En verdad, ni siquiera me había dado cuenta de la longitud
de los pantalones, que eran, como Cristina dijo, demasiado cortos. Me mantuve
muy ocupada pensando que nunca antes había visto esas gafas gris metálico.
Alejé la mirada. —Bueno, ve a por él, entonces —dije como si yo no
tuviera una sola preocupación en el mundo.
Inclinó la cabeza hacia mí. —¿Novio, o no te interesan los chicos?
—Lo último —le contesté.
—Genial —dijo—. De hecho, me estuve preguntando, qué con lo del no
maquillaje…
—¿Qué? —le dije, dándome cuenta de lo que quiso decir—. No. No
soy…
—Es totalmente genial, chica. No juzgo.
¿Cómo podría explicarlo? A mi madre siempre le interesaron los chicos y
el amor y toda la cosa del romance ideal. Y mira donde acabó: siendo amante de
un hombre casado, criando una hija secreta, sin poder vivir la vida que forjó ni
escapar de ella. A veces la oía con sus amigos, hablando de lo feliz que era su
arreglo, como todo el mundo tenía lo que necesitaba, pero yo lo sabía bien.
También le había oído hablar por teléfono con él, rogando cuando no se
15
acercaba por días o semanas. Sabía las promesas que él le hizo cuando yo era
más joven y ellos creían que no escuchaba. Hubo veces en esos años en los que
pensó que papá dejaría a su familia por nosotras, veces en las que incluso me
ponía en el coche y pasábamos por “nuestra nueva casa” en el lado lindo de la
ciudad. Pero ellas nunca resultaban.
No quería depender de nadie, de la manera en que siempre fuimos
mamá y yo. Sabía que yo era débil como ella, dispuesta a renunciar a las cosas
que quería (como Cantón) para hacer feliz a la gente que amaba. Sabía que era
débil como ella y no sería capaz de estar con un hombre sin enamorarme de él.
No volé hasta Ithaca para salir con un chico. Me encontraba aquí para
trabajar y demostrarme que podía hacer algo extraordinario por mi cuenta.

Dylan no solo se encontraba en mi laboratorio, sino que ya que nos


asignaron asientos en orden alfabético, compartíamos un mechero.
—Chico del queso —dije al mismo tiempo que dejaba caer mi bolso en el
suelo al lado de mi taburete.
—Chica algas —respondió.
—¿Así que eres biólogo? —le pregunté. Llevaba puesta una camisa azul
desabotonada sobre una camiseta gris. Eso hacía que sus ojos se vieran más
oscuros, casi del mismo color que los marcos de sus anteojos.
Se encogió de hombros, y su hombro rozó el mío. —Es lo más apto. —Me
vio sacar mi cuaderno y lápices recién afilados—. He leído sobre ti, sabes.
—Acosador. —Escribí la fecha en la parte superior de la página,
golpeteando mi borrador contra el borde del papel para cubrir mis nervios. ¿Por
qué no lo busqué antes? Anoche pasé más de media hora pensando en las gafas
gris metálico. Una pequeña visita a Facebook, y podría haber sacado todo esto
de mi sistema.
—Ese fue un buen proyecto.
Mi proyecto de ciencias (el que fue finalista en todas aquellas
competiciones) se trataba de las algas. En concreto, en el potencial para el
cultivo de algas como fuente de alimento para el ganado. Pero podría admitir
libremente que ningún chico lindo pareció interesado en él antes.
—Gracias.
—Deberías haber ganado.
16
—Deberías haber estado en el jurado.
En la parte delantera de la clase, nuestro profesor se aclaró la garganta
para comenzar la conferencia. La sala quedó en silencio.
Dylan se rió de nuevo, suave y bajo, y se inclinó para susurrarme al oído.
—Tú eres un poco irritable para alguien obsesionada con la planta viva más
suave.
—Es bueno saberlo —le dije sin levantar la vista—. Mi próximo proyecto
será sobre los cactus.
El profesor comenzó a hablar, y los dos nos pusimos a tomar notas. Al
menos, eso intenté, pero mi caligrafía era temblorosa y mi corazón latía con
fuerza en mi pecho. Sentí mis mejillas sonrojarse y apoyé la cabeza sobre mi
papel, contenta de que mi cabello funcionara como una barrera.
Eso, Tess McMann, eso es lo que se conoce como coqueteo.
Cuando el profesor entregó el plan de estudios, le pasé el montón a
Dylan. Nuestras manos se tocaron, y todas mis terminaciones nerviosas se
excitaron. Esto era una locura. Bajé la mirada, hacia las bases de nuestros
taburetes, donde enganchó sus pies cubiertos por zapatillas de deporte
alrededor de su reposapiés. Sus pantalones eran todavía demasiado cortos. Eso
era bueno. Es bueno recordar. Se removió en su asiento y levanté la mirada
rápidamente. Él me miraba, con el pelo cayendo sobre la montura de sus gafas,
rozándole las mejillas.
Oh Dios, ¿desde cuándo era una persona que notaba las mejillas?
—¿Se te cayó algo? —preguntó.
Negué con la cabeza y volví mi atención a la conferencia. El profesor
hacía un resumen de todo el temario. Estaba diseñado como un curso de
universidad, haciendo la mayor parte de nuestro cursado ya sea fuera de la
clase o durante la sesión de laboratorio. Tendríamos un parcial y un proyecto
final, todo en una sesión de tres semanas.
—Para su proyecto —dijo el profesor White—, pueden trabajar solos o en
equipos de dos personas.
Hubo un murmullo en la clase. Seguí tomando notas de la pizarra,
despreocupada. Nunca fui el tipo de chica que trabajaba en proyectos de
equipos. En mi experiencia, siempre terminaba haciendo el trabajo mientras mis
compañeros holgazanes terminaban con el beneficio de mi sangre, sudor,
lágrimas y calificaciones.
Cuando terminó la clase, me las arreglé para guardar mis papeles y el
cuaderno sin mirar a Dylan. Mucho.
—Así que... —dijo—. Tess. —Mi nombre en su boca sonaba más largo
17
que cuatro letras. Saboreó la sílaba como si fuera un trozo de queso y una
compota de arándanos y dátiles orgánicos.
Mi boca se hizo agua. Fingí estar muy ocupada arreglando mis lápices en
los pequeños lapiceros de lona en el interior de mi bolso.
—¿Te diriges a almorzar?
—Iba a buscar un sándwich o algo más —le dije. Yo tenía que planificar
mucho si quería completar un proyecto que valiera para el final del plazo.
—Genial —dijo—. Voy contigo. Podemos hablar más sobre… —Sonrió—,
algas.
Me colgué mi mochila al hombro y respiré hondo.
—Mira, Dylan, eres… —Lindo. Divertido. Desconcertante—, divertido y
todo, pero probablemente debería decirte algo. No estoy aquí para coquetear ni
para salir ni para conectar. Estoy aquí para trabajar. Puesto que leíste sobre mí,
ya sabes que no gané mi feria de ciencias ni el Siemens regional, por lo que el
hecho de tener una oportunidad como esta... bueno, es muy importante para
mí. Pretendo tener el mejor proyecto en la clase. Y eso significa que no tengo
tiempo para ningún tipo de tonterías.
Él parpadeó, sorprendido. —Oh... de acuerdo. Por lo tanto, ¿no hay
sándwiches, entonces?
Puse los ojos y me di la vuelta y, por suerte, no me siguió.
De vuelta en mi habitación, encendí el ordenador y mi mente ya se
desplazaba a través de los conceptos para un proyecto asombroso de tres
semanas. Golpeteé mis dedos perezosamente contra el teclado, gemí y luego
ingresé a Facebook. Existían diecisiete Dylan Kingsley, pero fue bastante fácil
divisar al mío, es decir, encontrar al correcto. Su foto de perfil lo mostraba al
aire libre, con una amplia sonrisa (¿eso era un hoyuelo?) con gafas brillantes
negras en el sol. Leí la información. Vivió en Pennsylvania, se encontraba
soltero. Escuelas: Sagrado Corazón, Universidad de Cantón.
Contuve la respiración. Canton. Nunca me dijo a dónde planeaba ir a la
universidad, a diferencia de todos los demás que conocí en la fiesta. Sentí una
punzada de celos. Escuela privada, universidad privada, gafas de diseño. Debe
ser lindo. No es de extrañar que pensara que su tiempo aquí podría utilizarse
para comer queso y perseguir chicas. El resto del perfil no era nada especial, los
mensajes del muro habituales de amigos y familiares. Montones y montones de
familia. Dylan tenía una hermana mayor, una menor, un hermano muy
pequeño, y un lío de primos, tíos y abuelos. Hice clic en los álbumes de fotos —
no tanto como yo hubiera pensado. Me pregunté si había suspendido su cuenta
y por qué.
Un álbum de fotos mostraba un montón de chicos con trajes sobre un 18
escenario. Lo abrí. Se veía un niño pequeño y gordito en el escenario,
estrechando la mano de un hombre mayor mientras aceptaba una placa.
Pequeño y gordito, ¿eh? De repente, los pantalones que no le quedaban bien y
la falta de fotos tenían mucho más sentido. El Dylan que yo conocía era alto y
delgado, con un físico más parecido al de un corredor. Debe ser lo que llamaban
un desarrollo tardío. Más vale tarde que nunca, supongo. La imagen se hallaba
vinculada a un artículo de prensa. Ingresé y empecé a leer.
Cinco minutos más tarde, recogí mi mandíbula del piso.
Dylan, al parecer, era una especie de niño prodigio de la ciencia del
medio ambiente. Mientras hacía un proyecto común de feria de ciencia en
noveno grado, estudiando las poblaciones de ranas en un estanque local, él notó
algunas interpretaciones químicas que estaban mal. Conjeturando que existía
degradación de una antigua mina de carbón cercana, estuvo tratando de llamar
la atención de la empresa responsable del mantenimiento del sitio. Lo
ignoraron. Sin desanimarse, Dylan tomó muestras de agua de toda la zona y, de
hecho, estableció claramente la ubicación exacta de la fuga. Reportó sus
hallazgos a un grupo de vigilancia del medio ambiente, que acorraló a la
empresa minera por sus violaciones al medio ambiente. Dylan, por su parte,
consiguió una beca de dicho grupo, una recomendación por parte de la Agencia
de Protección Ambiental (que era la ceremonia en las fotos) y siguió trabajando.
Mientras que el resto de nosotros perdía el tiempo con las ferias de
ciencias de la escuela, Dylan estuvo haciendo la ciencia real. Dejé caer la cabeza
en mis manos y gemí.
Entonces noté el nuevo mensaje en mi bandeja de entrada. Vi su nombre
y mi corazón se aceleró. ¿Existía alguna manera de que Facebook pudiera
decirte cuando las personas miraban tu perfil?
Tess:
Después de considerarlo, he decidido aceptar tu propuesta procaz a ser mi
compañera en el proyecto de biología. Con toda seriedad, creo que haríamos el equipo
perfecto. Pregunta por ahí. Soy bueno con las cosas del agua, pero tengo una necesidad
desesperada de más algas en mi vida. Sin embargo, hay un punto en el que quiero ser
absolutamente claro. Si vamos a trabajar juntos, debes saber que requiero un nivel muy
alto de mis compañeros de trabajo. Y eso significa que de ahora en adelante, no es cactus.
Es cacto.
Dylan.

19
3
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por Jane

Durante tres semanas, nunca escuché el nombre Swift. Durante tres


semanas, nadie me dijo ni una sola vez que tuviera cuidado o me arriesgaría a
arruinar mi futuro. Cornell fue un respiro de todas las expectativas (o la falta de
las mismas), que había marcado mi experiencia en la preparatoria. No creo que
estuviera sola allí, tampoco. Todo el mundo a mi alrededor parecía estar
liberándose de los estereotipos que los habían seguido a través de la
adolescencia, si era tonto de la clase o el raro o la “niña buena” o lo qué fuera.
Incluso vi a Cristina dirigiéndose a clase un par de veces sin maquillaje en
absoluto, y ella me enseñó cómo tener un acabado de ojos ahumados y el uso
adecuado de un lápiz de labios. 20
Y durante tres semanas, estuve con Dylan. Cuando me explicó su idea,
me lancé a la oportunidad de ser su compañera. Llevando a cuestas mis
experimentos de algas, él quería estudiar el potencial relativo de tipos de algas
como materia prima como sumidero de la contaminación marina. Deber doble, lo
llamaba él. Podríamos incluso hacer un poco de materia de biocombustibles.
Bueno, voy a ser honesta: podría haber aceptado de todos modos.
Pero el trabajo era divertido y estimulante y atractivo. Dylan fue un
compañero meticuloso, aún más dedicados a la investigación que yo. A
menudo me mandaría mensajes de correo electrónico detallando las nuevas vías
de investigación a las tres de la mañana.
Tu compañero de cuarto debe odiarte, le escribí cuando leí mi correo
electrónico a las siete de la mañana.
Sus respuestas siempre fueron la velocidad del rayo.
Mi compañero de cuarto se retiró a la mitad del período. Chico
Informático. Demasiado juego, no suficiente codificación. ¿Qué pensaste del
ensayo que te envié?
No lo he leído. Algunos necesitamos dormir.
Amateur.
Esto fue parte del curso con Dylan. Un montón de trabajo duro,
aderezado con bromas liberales. El comportamiento que había asumido que era
un fuerte flirteo cuando nos habíamos conocido parecía ser el comportamiento
usual de mi compañero. Cada declaración estaba teñida de sarcasmo; cada
conversación terminaba en un chiste. Si alguna vez había estado interesado en
mí como algo más que una compañera de proyecto, no dio ninguna indicación.
Fue muy amable, amable, generoso y profesional. Pasamos la mayor parte de
nuestro tiempo hablando de la proliferación de algas y reacciones fitoquímicas.
A veces hablábamos de comida, Dylan estaba muy decepcionado de las
opciones de comida de la universidad (“Para ser una escuela de instrucción tipo
hotel, esperaba algo más”), y de vez en cuando empezaba una historia sobre su
familia. Venía de una familia enorme, llena de primos entrometidos y hermanas
animadoras y una tía estudiante/profesora que al parecer había hecho una
campaña para conseguirle una cita para el baile.
—La experiencia más embarazosa de mi vida.
—Bueno —insistí—, ¿conseguiste la cita?
—Sí. —Sonrió misteriosamente—. Ella era muy caliente.
Pasé el resto de la noche mirando alternativamente a través de mi
microscopio y preguntándome exactamente qué tan caliente había sido su cita
al baile, y también la noche del baile. 21
Pero si nuestra investigación quedó solo en lo platónico, tenía por seguro
que era algunas otras parejas del proyecto no les fue tan bien. Cristina, que
siempre tenía los últimos chismes del campus, me daba los detalles. Ella tenía
un novio en casa, en Brooklyn, por lo que vivía vicariamente a través de todas
las hormonas corriendo por todo el campus. Enganches, engaños, corazones
rotos, personas que fueron atrapadas con sus pantalones abajo (literalmente), a
pesar de la bastante firme política de puertas abiertas de la escuela.
—¿Y tú y Dylan? —preguntó, con sus esculpidas cejas meneando—. ¿Lo
estás haciendo?
—¡No!
Ella sonrió. —¿No lo están haciendo?
—Somos compañeros de proyecto —insistí—. Eso es todo.
Y eso era todo, incluso si sus palabras hacían que mi corazón latiera más
rápido, el roce accidental de nuestra piel encendiera mis terminaciones
nerviosas, y pasara horas cada noche después de que nuestro trabajo terminara
dando vueltas en mi cabeza cada mirada y sonrisa y conversación. Una noche,
él se inclinó sobre mi hombro para señalar en algunos números en la pantalla
de mi ordenador, y sentí el peso de su pecho contra mi espalda, su aliento en mi
oído. Otra noche, cogió un mechón de mi pelo oscuro con la punta de su dedo
meñique y lo sacó de mi cara. Sin embargo, una tercera noche, habría jurado
que sentía sus ojos en mí cada vez que yo apartaba la mirada. Día tras día,
noche tras noche, sesión de estudio después de la sesión de estudio,
intercambiamos correos electrónicos, hablamos de nuestro proyecto, leímos y
trabajamos e investigamos juntos, y hubo veces en las que lo anhelaba mucho,
me preocupaba que tan pronto tocara mi mano, me abriría por la mitad y
derramaría mi alma por todo el suelo.
Podría habérselo negado a Cristina, pero no había ninguna razón para
pretender conmigo misma. Y mientras que era solo para mí misma, me di cuenta
que ya había poco daño. Le había dicho la verdad a Dylan después de nuestra
primera clase: que estaba aquí para trabajar y hacerlo bien. Respetaba eso, y con
su ayuda, hacía exactamente lo que había pretendido. Todo lo demás era mi
propio problema personal al que hacerle frente. Y no era como mis padres, que
hacían lo que querían sin tener en cuenta el efecto que podía tener en sus vidas
o las vidas de otros. Tenía el proyecto, mi posición en el campamento, el propio
fervor científico innegable de Dylan... y honestamente, eso era suficiente.
Era increíble.
En la escuela secundaria, era difícil encontrar a alguien tan interesado en
la investigación como yo. Nunca fui intimidada o ridiculizada por la cantidad
de tiempo que pasé en el laboratorio de biología o mi compromiso con la feria 22
de ciencias y otras competiciones, pero en realidad tampoco tuve amigos que
compartieran mis intereses. Sylvia, mi mejor amiga en la escuela, ni siquiera se
tomaba la ciencia más allá de los requisitos mínimos, y aunque siempre me
preguntaba cortésmente cómo iban mis proyectos, se le ponían los ojos
vidriosos después de la segunda mención de la estructura celular.
No fue así con Dylan o las otras personas que conocí en Cornell. Dylan y
yo podíamos debatir por, literalmente, horas de las más diversas metodologías
o ramificaciones o vías de investigación. Detrás de la montura de sus gafas, sus
ojos eran llamas azules, iluminado con intensidad mientras discutía sobre los
peligros de la extracción de gas o enumeraba de casos historiales de
contaminación del agua o declaraba que no le importaba si nos tomaba dos
horas extra cada noche, teníamos que incluir algunos gráficos de regresión
lineal en nuestra presentación final.
Y entonces daría marcha atrás, y sus mejillas se oscurecerían, y se
disculparía como yo solía hacerlo con mis amigos de la secundaria. Pero él
nunca lo necesitó, porque estaba allí con él, tarde en la noche después de la
noche, suplicándole a los jefes de laboratorio por solo quince minutos más,
luchando con los programas de gráficos de las que nunca oí hablar y que eran
sin duda mucho más complicados que las hojas de cálculo sencillas de Excel
que había utilizado en todos mis proyectos de la escuela secundaria.
Una noche, después de pasar horas haciendo cálculos y encorvarnos
sobre placas de Petri, me derrumbé en una de las sillas de laboratorio con un
gemido y me agarré de los hombros, amasando mis músculos doloridos en
vano.
—No puedes masajear tus propios hombros —la voz de Dylan flotó cera
de mí—. Es una imposibilidad anatómica.
—Es mejor que nada. —Pero él tenía razón. Con el fin de frotar, tenía que
contraer los mismos músculos que estaba tratando de relajar. Me di por
vencida, rodé mi cuello, y bostecé.
Segundos más tarde, sentí sus dedos hacer mi pelo a un lado. Sus
pulgares acariciaron la base de mi cuello y sus manos se curvaros en la parte
superior de mis clavículas. —Déjame hacerlo —dijo en voz baja mientras mi
piel empezaba a zumbar y calentarse debajo de su toque.
Me quedé sin aliento. No podía. No podía. Sus pulgares empujaron contra
el nudo de músculos en la espalda y me mordí el labio para no gemir.
—¿Eso se siente bien?
Me di la vuelta en el asiento y lo enfrenté, acomodándome de rodillas en
la silla. Sus manos cayeron a sus costados por la sorpresa.
—Sí —le dije, mirándolo fijamente, a centímetros de distancia. No
23
llevaba puestas sus gafas. Había pequeñas marcas rojas en el puente de su
nariz. Parecía mayor con ellos fuera, más refinado, más lindo que nunca. No
retrocedió, no apartó la mirada, no dijo nada.
Y lo supe. Si lo tocaba, él me dejaría. Si lo besaba, él me arrastraría de la
silla hacia sus brazos. Él quería que lo hiciera. Él me quería, también. Mi
corazón bombeaba con tanta fuerza la sangre a través de mi cuerpo que me
sorprendió de las ventanas de la habitación no vibraran. Dylan no tenía ningún
interés en absoluto en detener lo que iba a suceder.
Así que yo lo hice. —Me tengo que ir —le dije y agarré mi bolsa. Él no
dijo nada, y no me atreví a girar en su dirección antes de correr fuera del
laboratorio.

Al día siguiente, los dos actuamos como si nada hubiera pasado.


Afortunadamente, ese era nuestro último día de trabajo. Le pusimos los últimos
toques en nuestra presentación y se la entregamos a la profesora White por su
revisión.
A la mañana siguiente, ella nos pidió que nos quedáramos después de
clase.
—Le di un vistazo a su proyecto de anoche —dijo, cuando todos los
demás se habían ido—, y tengo que decir que estoy muy impresionada. Hay un
nivel de detalle meticuloso aquí que es poco común para los primeros
estudiantes de pre-grado, incluso en un programa de este calibre. Si les parece
bien, me gustaría compartir su trabajo con algunos de los otros miembros de la
facultad aquí.
—Somos científicos —dijo Dylan—. Siempre queremos que nuestro
trabajo sea compartido.
—Señorita McMann —dijo la profesora, volviéndose hacia mí—, le eché
un vistazo a su expediente la noche anterior. ¿Tengo entendido que está
interesada en la bioingeniería?
Asentí. —Tienen un programa muy limitado en mi escuela, pero voy a
hacer mi mejor esfuerzo para entrar a…
—Dudo que tengas muchos problemas —dijo la profesora White—. De
hecho, conozco a un profesor no deberías conocer. Si te gusta, estaría encantada
de ponerme en contacto con el doctor Stewart y así ustedes se conozcan.
Me animé. Tal vez las cosas no serían tan sombrías en la Estatal después 24
de todo. —¡Gracias!
—Creo que solo enseña clases de nivel superior, pero lo haré saber que si
está buscando en el mercado un asistente de investigación, que no podría
encontrar nadie mejor que tú.
Me quedé sin palabras. Probablemente me las arreglé para tartamudear
un agradecimiento. Y yo que pensaba que sobreviviría sirviendo café.
No fue hasta que nos despedimos que me di cuenta de que no le había
hecho ninguna promesa explícita a Dylan. Tal vez, sin embargo, ella pensó que
no necesitaría ningún tipo de ayuda extra en una escuela como la de Cantón,
mientras que yo iba a tener que luchar para asegurarme de poder tomar todas
las clases que necesitaba para mi carrera en la superpoblada Estatal.
Dylan estaba radiante mientras esperábamos juntos el ascensor.
—Bien jugado, chica algas. ¿Quién habría sabido que podrías conseguir
un trabajo con esto? —Las puertas sonó al abrirse y entramos.
Todavía me sentía un poco sin aliento. Me volví hacia Dylan, quien
estaba presionando el botón del vestíbulo, y lancé mis brazos alrededor de su
cuello. —Gracias —le susurré, abrazándolo con fuerza. Sí, el proyecto era mío,
pero no lo habría hecho sola. Fue idea de Dylan, quien me había ayudado a
llevar todo al siguiente nivel.
Sus brazos se deslizaron alrededor de mi cintura mientras me devolvía el
abrazo. —Tess...
Hasta ahora, no sé quién empezó, quien se movió primero. Pero, de
repente, su boca estaba sobre la mía y mis manos se enredaron en su pelo y él
agarró la parte posterior de la camisa en los puños y me aplastó contra él. Para
el momento en que la puerta del ascensor se abrió, los dos respirábamos con
dificultad. Nos apartamos de golpe, mirándonos el uno al otro. Una eternidad.
Una eternidad.
—¿Vas a huir de nuevo? —dijo al fin, con una especie de angustia en la
voz que nunca había oído antes.
—No —le contesté, y me acerqué a él de nuevo—. No.
Nos besamos hasta que las puertas se cerraron sobre nosotros y el
ascensor comenzó a subir, luego nos detuvimos y nos retiramos, con los rostros
enrojecidos y el pelo revuelto. En alguna planta superior, las puertas se abrieron
de nuevo, y algunos estudiantes entraron. Nadie lo supo, por suerte, aunque yo
no podría haber reconocido mi propia madre en ese instante.
En la planta baja, nos fuimos con todos los demás y caminamos de
regreso a los dormitorios, primero al lado del otro, luego de la mano, y luego
corrimos hasta que llegamos a su habitación. 25
—No estaba seguro de... —se las arregló para decir mientras nos
envolvíamos alrededor del otro y caíamos hacia atrás en su estrecha cama del
dormitorio—. Dijiste que estabas aquí para trabajar...
—Shhh —le advertí—. El proyecto terminó. ¿No has oído a la profesora
White?
El sonido que Dylan hizo entonces fue mitad risa, mitad gemido, y le
hizo cosas extrañas a mis entrañas. Su cuerpo era pesado contra el mío, y por
mucho tiempo, todo lo que hicimos fue besarnos, nuestras extremidades se
enredaron, suavemente moviéndonos el uno contra el otro, hasta que la fricción
no fue suficiente.
—Tess —susurró en mi oído—. Yo... —Él contuvo la respiración por un
momento, su frente apoyada con fuerza contra la mía, como si estuviera
tratando de leer mis pensamientos—. ¿Qué quieres?
Lo miré. Sus pupilas estaban dilatadas, su boca abierta e hinchada de mis
besos. Extendí la mano y le quité las gafas, doblando los marcos y poniéndolos
sobre la mesa cerca de su cama. Moví mis piernas y él se instaló entre mis
muslos y lo vi morderse el labio, luego cerrar los ojos mientras suavemente
movía mis caderas.
—Te quiero a ti —dije, aunque esas palabras sonaron tan ridículas. Tan
limitadas. Tan vagas—. Quiero que nos quitemos la ropa.
Su risa esta vez fue un sonido doloroso. —Bueno. Pero siento que debo
decirte que, um... —Él suspiró y abrió los ojos—. No he hecho exactamente eso
antes.
Así que la noche del baile no había sido tan caliente. O tal vez Dylan no
era ese tipo de persona. Extendí la mano y ahuequé su mejilla. —Yo tampoco,
pero quiero.
Por supuesto, no fue tan fácil como parecía. Tuvo que ir a buscar los
preservativos que había traído con él "por si acaso" e hice mi parte justa de risas
y no todo fue ante enfoque suave de la luz de las velas y la perfección como en
una película. Para empezar, era la hora del almuerzo, y el sol entraba a raudales
brillantes y gloriosos de las ventanas de la habitación del dormitorio, creando
rayas en nuestra piel a la luz y la sombra de las persianas. Dylan besó cada raya
que moteaba mi torso.
—Te ves como un tigre —dijo.
Arañé su espalda. —Rowr.
Pero dejamos de bromear alrededor lo suficientemente pronto. Dylan me
tocó en todas partes, y le devolví el favor. Sus manos rodearon las muñecas y
sus dedos trazaron la línea de mi garganta y mi esternón y mis caderas en su
camino a su destino. Y mientras se movía dentro de mí, por fin, su boca exploró 26
la parte inferior de mis pechos hasta que mis sonidos de animales se volvieron
ahora mucho más realistas.
—Tess —retumbó contra mi piel—. Dios. No hagas eso. Me estoy
volviendo loco.
—Vuélvete loco —le insté—. Por favor.
Pero incluso entonces, se tomó su tiempo, preguntándome al mismo
tiempo que si estaba bien y besando la punta de mi nariz cuando me prometí
que le diría si no lo estuviera. Ya había oído que le dolería, pero no fue así.
Había oído que sería malo, pero ¿cómo podía ser? Era Dylan.
Después, yacimos alrededor, sábanas enredadas cubriendo nuestros
cuerpos apenas con el sol se inclinándose cada vez más lejos de las ventanas.
—Eres tan hermosa —dijo, pasando su dedo por mi mandíbula.
—¿Oh, es por eso que querías ser mi compañero en el proyecto? —
pregunté con ironía.
—No, quise ser tu compañero porque pensé que serías buena en eso —
dijo—. Coqueteaba contigo porque pensé que eras hermosa. —Él rodó encima
de mí y sonrió—. Pero en realidad la combinación de esas dos cosas que me
hicieron pasar las últimas semanas de tomando duchas frías únicamente. —No
había conciencia de sí mismo en su tono al decir esto. Nunca había habido eso
con Dylan. Él quería lo que quería, y nunca se avergonzaba. Yo nunca había
conocido nada de eso—. Me gustabas tanto, Tess, pero dejaste en claro que solo
querías trabajar. No pensé que tuviera una oportunidad.
Se me cortó la respiración. —Si hubiéramos hecho esto, no habríamos
terminado el proyecto. —Porque esto era todo lo que quería hacer. Esto debería
ser lo único que quería hacer.
—Tu autocontrol es asombroso. —No tenía ni idea. Pero cuando se
inclinó para besarme, lo dejé. Le dejé hacer mucho más, también, hasta que me
vine, temblando, en sus brazos, y él tuvo que ir a buscar otro condón.
Se comenzó a poner oscuro afuera, pero ninguno de los dos estaba
interesado en la cena. Así comenzó.
Pensé en el hombre que yacía a mi lado. Su familia enorme y amorosa
esperándolo en casa. Su futura asistencia a Cantón, donde sin duda sería un
éxito, haciendo sus estudios y tal vez incluso vivir en un edificio que llevaba el
nombre de mi padre.
—¿Cuándo te vas a la escuela? —preguntó Dylan, como si pudiera leer
mis pensamientos—. Los dormitorios de Canton abren temprano. Puedo estar
allí a finales de agosto. Puedo verte antes de que te vayas a la escuela.
Me encogí de hombros. —No sé si eso es una buena idea. —Me imaginé 27
volviendo a casa los fines de semana para estar segura de encontrarme con
Dylan. Tratando de equilibrar las oportunidades de investigación con mi
necesidad de ver a un novio que vivía a tres horas de distancia. Me imaginaba
todas las cosas que me gustaría llegar a ser, todas las cosas que no sería capaz
de ser, si me ataba a un hombre en Canton.
Al igual que mi madre lo había hecho.
—¿Por qué? ¿Tus padres son muy estrictos? Porque puedo ser tan
encantador. Los padres me aman. —Se aclaró la garganta—. Señor McMann,
estoy aquí para llevar a su hija a una conferencia científica.
Mi sonrisa se desvaneció. —Mi papá no es... el señor McMann. Él no vive
con nosotros. —Respiré profundo—. No soy exactamente... legítima.
Una carcajada escapó de sus labios. —¿Legítima? Ya nadie dice eso, Tess.
—Alzó mi barbilla en dirección a él—. Creo que eres totalmente legítima.
No discutí con él. ¿Por qué arruinar el tiempo que nos quedaba? Antes
de volar a casa, me dijo cuándo estaría en Cantón. Se comprometió a llamar. Le
di un beso en respuesta, porque no podía soportar la idea de decir que no podía
prometer nada por el estilo.
Dylan sí llamó. Llamó seis veces, mandó tres mensajes, y me envió un
correo electrónico, preocupado de que algo pudiera haberme pasado. Nunca
respondí a ninguno de ellos. Si vi cuando que me quitó de su lista de amigos en
Facebook, y me convencí de que era mejor así.
Fui a la escuela a tres horas de distancia, me convertí en asistente de
investigación de ese profesor de botánica, y solo volvía a casa para los días
festivos y cumpleaños de mi madre.
No vi a Dylan de nuevo durante dos años.

28
4
Dos años más tarde

Traducido por sashas4


Corregido por Laurita PI

—Claro que estoy feliz por ti, cariño —dijo mi madre cuando le conté la
noticia de mi beca—. Siempre quisiste ir a Canton. Simplemente no sé que dirá
tu padre.
—No hay mucho que pueda decir sobre esto —contesté airadamente.
Mi yo de veinte años sabía muchas cosas que mi yo de diecisiete (y mi
madre) nunca supo. Como la manera de obtener becas, préstamos estudiantiles
sin intereses y postularse para posiciones de asistente de investigación para
sufragar los costos de los libros de textos. Durante dos años, le di a la Estatal mi 29
mejor esfuerzo, pero su programa no tenía lo que yo quería. Canton lo tenía.
Conseguir la transferencia y la beca académica necesaria para pagarlo lo
significaba todo. Incluso mi antiguo jefe, el profesor Stewart, había aprobado mi
traslado.
—Todo va a estar pagado, así que no tenemos que preguntarle nada a
papá. Y voy a tomar algunos turnos en Verde en el centro... ya sabes, ¿ese
restaurante dónde trabaja Sylvia? Así que, puedo incluso ayudarte con el
alquiler y la comida...
—No tienes que ayudarme —comenzó mi madre—. Tuve una nueva
comisión el mes pasado.
Bueno, lo haría si papá decidiera cargarle mi traslado a Canton a mamá
porque ella no podía guardar su secreto más peligroso a tres horas de la ciudad.
Si fuera posible ocultarle mi traslado a papá, lo haría, pero sabía que ése no era
el estilo de mamá. Solo esperaba que no la castigara por mi elección.
Como he dicho, dos años (especialmente dos años fuera) me dieron todo
tipo de puntos de vista. Pero no había razón para estresar a mi madre sobre eso.
Y por eso, presenté todo el asunto como un hecho consumado. Ya me encontraba
registrada en Canton para el semestre de otoño. Dejé mi apartamento en la
Estatal, vendí mis muebles de mala muerte a una tienda de segunda mano, y
empaqué cada una de mis pertenencias en la parte de atrás mi viejo y arruinado
coche para mudarme a casa, con el horario del curso de Canton apretado en mi
mano como algún tipo de talismán. Cualquiera que fuera el razonamiento
arbitrario con el que mi padre convenció a mamá hace unos años, ella no
arriesgaría mi carrera académica. Mi asistencia a Canton no plantearía el menor
peligro para mantener nuestro secretito familiar. Verían pronto que estaba en lo
correcto.
No podría haber estado más equivocada.

La última noche antes de que empezaran las clases, hubo una recepción
en el departamento de bioingeniería. Aunque no me gustaban mucho las
recepciones, pensé que era una buena idea ir e intentar conocer al mayor
número posible de profesores y compañeros antes de que empezara el curso.
Los únicos profesores con los que había tenido la oportunidad de hablar hasta
el momento habían sido el jefe del departamento que me había entrevistado
durante mi solicitud de traslado y otros dos que había tenido sentados en ese
momento. Como supe después de mis experiencias con los profesores White y
Stewart, muchas oportunidades surgían de las conexiones. Yo era una 30
estudiante transferida, lo que significaba que era mucho más desconocida,
aunque viniera con recomendaciones estelares de mis antiguos profesores y una
beca específicamente por mis logros académicos. Quería asegurarme de que
todos en el departamento supieran que habían hecho la elección correcta.
Me vestí con más cuidado que de costumbre para la recepción, evitando
el look habitual de vaqueros y camiseta por uno de los vestidos tubo de mi
madre. Mi madre apenas tenía cuarenta años y ella y yo usábamos la misma
talla. Yo tenía su figura de bomba con curvas, aunque era unos centímetros más
alta. El vestido era bonito pero conservador: una funda entallada de color gris
tórtola con cuello barco y pinzas, que me llegaba hasta las rodillas. Me lo puse
con medias y unos zapatos negros de tacón bajo. Cuando me miré en el espejo
del baño, recogiéndome el pelo, mi madre se asomó y sonrió.
—Ese color te queda bien —dijo—. Hace que tus ojos se vean casi como
un anuncio.
—Gracias —murmuré. Sabía lo que venía.
—Tienes los ojos de tu padre.
Sí, los tenía. Los ojos volátiles e “imposibles de definir” de mi padre.
Cada vez que miraba a un espejo, ahí estaba él, mirándome, recordándome
quién era y las reglas que guiaban mi vida. Mi exnovio Jason escribió una vez
un poema bastante horrible sobre todos los colores de mis ojos. Y se preguntaba
por qué no duramos.
Apliqué algo de delineador de ojos y un toque de máscara. Cristina me
había enseñado la técnica; Cristina, quien seguía pateando traseros en Cornell y
contestó a la noticia sobre mi transferencia a Canton con el siguiente texto:
¡¿¡¿OH DIOS MIO SE LO HAS DICHO A DYLAN!?!?
Lo que, por supuesto, no había hecho. No estaba en contacto con Dylan
Kingsley, me resistí tenazmente a buscarlo en Facebook, y no iba complacer al
amor por el drama de mi amiga.
Dicho esto, definitivamente me aseguré de trazar rutas alrededor del
campus que eludieran, por completo, el departamento de ciencias del medio
ambiente. No tenía miedo de ver a Dylan (después de todo, pasaron dos años)
pero tampoco iba a buscarlo.
Después de todo, pasaron dos años.
Un toque de brillo de labios rosa, y estaba lista. La última vez que me
arreglé tanto fue para mi entrevista. Quizás daba la impresión equivocada
después de todo. La mayoría de los días, llevaba una bata de laboratorio y una
cola de caballo. Al mismo tiempo, esto era Canton. Odiaba admitirlo, pero
quería impresionarlos. 31
Me subí a mi viejo y destartalado vehículo y conduje hasta el campus.
Había traído mi nuevo y reluciente carné de estudiante y lo colgué del abollado
espejo retrovisor al entrar en el aparcamiento situado detrás del laboratorio de
bioingeniería. Mientras que el Estatal había sido grande e impersonal, con su
campus central original desbordándose en masas de dependencias utilitarias
que nunca aparecerían en un catálogo universitario, la Universidad de Canton
estaba repleta de hermosa arquitectura. Desde el pintoresco patio de ladrillo
donde se encontraban todos los edificios antiguos (incluido el que llevaba el
nombre de mi padre) hasta las altas paredes de cristal y el atrio que marcaban el
famoso edificio de bioingeniería, todos los lugares del campus destilaban el
poder y el prestigio del nombre Canton. Venir aquí siempre había sido mi
sueño. Solo podía esforzarme por cumplirlo.
Cuando entré en la recepción, que se celebraba en el atrio central del
vestíbulo, sentí una inesperada oleada de pánico. No conocía a un alma en la
habitación. Algunos de los asistentes se acicalaron, otros parecían haber llegado
rodando desde el patio o incluso haberse escabullido por un minuto de sus
laboratorios, ya que algunos llevaban puestos sus batas de trabajo y claramente
agarraban la cena mientras llenaban sus platos con imponentes montones de
camarones del buffet. Tomé una respiración profunda y decidí que necesitaba
encontrar algo que hacer con mis manos.
En la cola del bar, encontré a la doctora Cavel, quien estuvo en mi
entrevista de transferencia.
—¡Tess! —dijo alegremente—. Me alegro de que vinieras. —Golpeó el
hombro del anciano frente a ella—. John, ésta es Teresa McMann, que se acaba
de transferir desde la Estatal. Probablemente tomará tu curso de Biofotónica el
próximo trimestre.
—Eso espero —dije por inercia. Fue casi imposible encontrar espacio en
los cursos que había necesitado en la Estatal—. Usted debe de ser el profesor
Chen.
Charlamos un poco sobre mi desplazamiento y mis investigaciones
pasadas.
—Algas, ¿eh? —dijo el doctor Chen cuando la doctora Cavel, que al
parecer tenía memorizado mi CV, mencionó mi antiguo proyecto Siemens—.
¿Qué pasa con los chicos y las algas estos días?
—¿Perdone?
—No te preocupes por él —dijo la doctora Cavel encogiéndose de
hombros—. Es biomédico. Necesitamos más gente que no sean sanitarios por
aquí o la gente empezará a pensar que somos solo un programa de alimentación
para Canton Chem. —Deslizó su mirada por la habitación—. Hay otro 32
estudiante aquí que está interesado en las aplicaciones de biocombustibles.
Recordaré presentártelo si aparece.
Armada con un agua con gas, dejé a la doctora Cavel presentarme a unos
pocos miembros más del profesorado y compañeros de estudio. Fui interrogada
con las mismas preguntas y escuché sus historias de proyectos de verano y
viajes. Parecían bastante agradables, pero naturalmente, todos se conocían entre
sí mejor de lo que yo conocía a nadie. Después de un rato, nombres y caras
empezaron a difuminarse y me excusé para encontrar el buffet.
Tal vez fue el destino que estuviera eligiendo en una bandeja de queso
cuando escuché su voz.
—¿Tess? ¿Tess McMann?
Levanté la vista y vi a Dylan Kingsley de pie frente a mí. Ya no llevaba
gafas, el pelo estaba domado y la grasa de bebé que pudiera haber quedado en
sus facciones de dieciocho años había desaparecido por completo, dejando atrás
unos pómulos perfectamente cepillados y una mandíbula afilada. El esbelto
cuerpo adolescente que nunca había logrado olvidar también había madurado,
y el caro abrigo deportivo gris que llevaba sobre un Oxford de corte ajustado
abierto al cuello le sentaba de maravilla. Aunque no podía verlo, estaba segura
de que sus pantalones eran de la longitud adecuada.
Encontré mi lengua. —Dylan. Hola.
Parpadeó. —¿Te transferiste a Canton?
Asentí. Algas. Biocombustible. Debería haber adivinado que el otro
estudiante del que los dos profesores hablaban era con el que yo me acosté una
vez. Esto no era la Estatal, con sus decenas de miles de especialistas en estudios
de la ciencia. —¿Estás especializado en bioingeniería ahora?
—Con enfoque en recursos sostenibles —dijo. Me miró fijo por un
segundo, pero su expresión era neutral—. Es bueno verte.
—Lo mismo digo. —Sonaba con un loro.
Después de un momento, dijo: —Sabes, nunca me llamaste. —No tenía
malicia en su voz y apenas un pequeño atisbo de reprimenda. Podría estar
hablando sobre un hilo colgando de mi manga.
Tragué. No tenía excusa, o al menos, ninguna que deseara compartir con
un chico que no veía desde mi adolescencia. —Lo sé. Lo siento. Yo...
—Eso dolió. —Ciertamente no había perdido nada de su franqueza—.
Durante una semana o dos.
¿Durante una semana o dos? Estreché mis ojos resistiendo el impulso de
quedarme con la boca abierta.
—Bueno —le dije, esforzándome en sonreír—, me alegro de que lo 33
superaras rápidamente. —Mantuve sus mensajes en mi buzón de voz por
meses. Solo porque no lo llamé no significaba que no quería hacerlo. Incluso sin
verlo, Dylan ocupaba demasiado espacio en mi cabeza. Una relación con él
hubiera sido demasiado peligrosa—. ¿Cómo lo conseguiste? —pregunté a la
ligera y metí un cuadrado de queso en mi boca.
—Me acosté con montones de chicas —contestó.
Me atraganté. No podía creer que estuviéramos teniendo esta plática
encima del queso.
Me dio una servilleta. —¿Estás bien?
Tomé la servilleta y lo miré mientras intentaba mantener mi ataque de
tos bajo control. Vale, me merecía esto. Podía admitirlo. Dylan me sonreía, pero
sus ojos estaban llenos de diversión, no de ira.
Dos podían jugar a este juego. —Oh, yo hice lo mismo. Montones de
chicas. —En realidad, fueron cero chicas y solo dos chicos.
Alzó las cejas y su sonrisa se amplió. Sin embargo, no se ruborizó. El
sonrojo adolescente se había ido, completamente enmascarado por un bonito
bronceado de verano. —¿De verdad? Eso me gustaría escucharlo.
Me reí. No pude evitarlo. —Seguro que te gustaría.
Dylan era el de siempre: amigable y divertido, dulce y genuino. Tenía
pocas dudas de que estuviera enfadado conmigo, pero dudaba incluso menos
de que se hubiese aferrado a esa ira. Mucho antes de que fuéramos amantes,
fuimos amigos.
—Es bueno verte, Tess —dijo después de un momento, su tono más
serio—. Bienvenida a Canton.
Y simplemente así, supe que volveríamos a ser amigos.

Estaría mintiendo al decir que tenía cualquier cosa en mi mente excepto


Dylan esa noche. Entre las lecturas para mis primeras clases, me desplacé dos
años atrás en mi correo electrónico a nuestros intercambios. Los leí todos, desde
su primer correo invitándome a trabajar con él, atravesando cada nota, mensaje
y rápido recordatorio que vino entremedio, hasta su correo final, el único de
todos que no contesté:
Tess, me preocupa que algo te haya pasado. No sé por qué no respondes
ni me llamas. Ojalá lo hicieras, aunque sea solo para decir adiós. Con amor,
Dylan.
34
Amor, él había escrito amor. En ese momento, me dije a mí misma que era
una tontería. Había sido solo un día. Pero no lo fue. Todos esos correos
electrónicos, leídos en forma consecutiva. No había sido un solo día. Fueron
semanas de verlo cada día, trabajando con él noche tras noche, estudiando e
investigando, riendo y bromeando. Aquella tarde en su cama marcó el
desenlace de nuestra relación. En ese momento, él me lo dijo.
No es que eso hiciera la más mínima diferencia. No me arrepentía de
ninguna de las elecciones que hice, excepto de una: que no fui clara con él con
que no teníamos una relación. Podría haberle ahorrado el dolor evidente en su
último correo. Pero como dijo en la recepción, el dolor no duró mucho. Durmió
con otras chicas.
Montones de otras chicas, había dicho. Montones.
Entonces me alegré de haberle puesto en racha. Y si yo no tenía la misma
puntuación, bueno, tenía otras cosas en la cabeza. La escuela, el trabajo, el
traslado a Canton y averiguar cómo pagarlo. Había estado Jason, quien supuse
fue mi primer novio de verdad. Me gustaba porque no se quejaba de verme solo
una o dos veces por semana. Sin embargo, después de unos tres meses, me dijo
que no “veía a dónde quería llegar”, y la verdad es que no podía culparle.
También había estado Sean, a quien conocí una noche en la fiesta de un amigo y
llevé a casa. Fue... tranquilo, por no decir otra cosa. No estaba segura de cómo
decirle al chico que el virgen con el que había perdido mi propia virginidad me
había hecho correrme más.
Después de eso, todo el asunto me pareció más problemático de lo que
valía la pena. Incluso me había preguntado si lo de Dylan fue una especie de
casualidad, excitante porque era algo nuevo, travieso y prohibido por las
normas del campamento de verano. Tal vez fuera genético que solo me gustara
el sexo si estaba mal de alguna manera. Al fin y al cabo, así me habían
concebido.
Marqué todos los mensajes de Dylan y puse el dedo sobre el botón de
borrar. Debería haberme deshecho de ellos. ¿Correos sobre un proyecto de
hacía dos años que abarrotaban mi cuenta, correos sobre una aventura de hacía
dos años que la otra parte acababa de decirme que había superado en una
semana? ¿Para qué servían?
Pero no lo hice. Maldita sea, espacio de almacenamiento ilimitado. Me
complaces en mis peores hábitos.

Después de mi primer día de clases, bajaba las amplias escaleras en el


35
atrio central del edificio de bioingeniería cuando vi a Dylan que pasaba por la
parte inferior de las escaleras. Mis pasos vacilaron mientras él alzaba la mirada,
con esos ojos azules como faros brillando en su cara bronceada.
—Ahí está ella. —Su sonrisa no cambió tanto como el resto de él. La
noche anterior, leyendo sus viejos correos, casi me convencí de que él tenía aún
dieciocho, con el pelo lacio y los pantalones demasiado cortos. Ahora, no tenía
los pantalones cortos ni sus gafas. Echaba de menos esas gafas, sin ellas nada
me protegía del poder de esos ojos celestes. Pero del resto... no podía quejarme.
La ternura evidente en el adolescente se había transformado en un atractivo en
toda regla. No, guapo. Guapo era seguro. Objetivo. Sexy significaba que me
importaba
—Hola —dije con tanta naturalidad como podía, bajando los últimos
escalones para encontrarme con él en el suelo de azulejos del atrio.
Cambió su portátil de mano. —¿Cómo han estado tus clases?
—Bien —dije—. Nada demasiado temprano, lo que agradezco.
—Qué afortunada. —Se puso a caminar a mi lado mientras se dirigía
hacia la puerta—. Yo tengo una a las ocho y cuarto este trimestre. ¿Llevas tu
horario encima?
Lo abrí en mi teléfono y se lo pasé. Leyó la lista.
—Ah, Haverford. Te gustará. No tiene pelos en la lengua. Sin embargo,
intenta que no te toque su asistente pelirrojo en tu grupo. No le gustan los
polluelos.
—¿Polluelos? —Apreté los labios.
—Así es cómo te va a llamar, y créeme, eso es solo la punta del iceberg —
dijo Dylan, todavía revisando mi horario—. Tenemos proceso de Diseño de
Transporte juntos. La gente va a estar celosa de que entraras. ¿No te perdiste un
semestre transfiriéndote?
¿Como sabía eso? —Tuve que tirar de algunas cuerdas.
Me echó una mirada por encima de mi teléfono. —Más que de algunas
diría yo. —Abrió la puerta para mí, lo que me dio solo unos segundos de
pausa—. Org 3, Estadística... qué mal que no tomaras Composición del Tejido
conmigo.
—Necesito unos pocos prerrequisitos más. —Llegamos a la parte soleada
del aparcamiento—. En parte la razón de que me transfiriera es porque nunca
podría tener una carga docente completa en la Estatal.
Dylan me devolvió mi teléfono. —Entonces, parece que hiciste la elección
correcta viniendo aquí.
Había algo raro en su tono, y el silencio que cayó entre nosotros fue
36
incluso más raro. —¿Algún otro consejo? —Me forcé a decir.
—Um, no te molestes con el libro rojo en Estadísticas, asegúrate de
apuntarte al principio del laboratorio en Org 3, y si te haces amiga del doctor
Chen, te dejará entrar en el laboratorio de Fotónica fuera de horas.
—Genial —dije con falsa alegría—. Gracias.
—No hay problema. —Se encogió de hombros. Un BMW plateado pasó la
curva—. Oh, mi transporte.
Mientras él abría la puerta del pasajero, tuve un vistazo de pelo rubio y
oí una voz femenina decir: —Hola, cariño.
—Hola… oh, ésta es Tess McMann. Es nueva en Canton.
La chica se inclinó sobre el asiento para sonreírme. Nuestros ojos
idénticos se encontraron y me tambaleé hacia atrás, mi cuerpo entero se enfrió a
pesar de la luz solar tardía de verano.
Desde algún lugar muy lejano, escuché el resto de la presentación de
Dylan. No es que la necesitara. Sabía quién era ella.
—Tess, ésta es mi novia, Hannah Swift.
Mi hermana.
5
Traducido por Elle
Corregido por Eli Hart

—Honestamente, Tess, siempre pensé que tu pequeño plan de nunca


encontrarte con él era algo inocente —dijo Sylvia, atándose en la cintura el
delantal negro con la hoja verde bordada—. Canton no es una escuela tan
grande.
—Ni siquiera se suponía que estuviéramos en el mismo departamento —
argumenté. Era mi primer día de entrenamiento en Verde, y Sylvia me
enseñaba lo básico antes de que comenzara el turno del almuerzo.
Rodó sus enormes ojos marrones mientras se quitaba el cabello de la
nuca y se lo aseguraba con una hebilla de cuero grabado que parecía haber
37
salido del departamento de utilería de Juego de Tronos. Lo cual, considerando
que era Sylvia, probablemente fuera cierto.
—No es como que se estuviera especializando en arte ni nada. Ambos
estudian ciencias. Ambos estudian algas, por dios bendito.
Sacudí la cabeza y aparté la vista. —Como sea, está bien. Ni siquiera está
enojado conmigo. Me contó cómo me superó…
Annabel Warren, la hermana de Sylvia, hizo una pausa cuando nos pasó,
y puso sus jarras de café en el mostrador de acero inoxidable.
—Perdona. Da marcha atrás un minuto. ¿Te dijo cómo te superó?
—Sí —respondí—. Dijo que estuvo enojado por una semana, y que luego
se acostó con montones de chicas, y luego estuvo bien.
Annabel echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. —Oh, sí,
no está nada enojado. Solo sintió la necesidad de señalar su significativa proeza
sexual cinco segundos después de verte por primera vez después de dos años.
Eso hizo que me detuviera. Fruncí los labios, lo que provocó que
Annabel comenzara a reírse de nuevo. Las hermanas tenían unos años de
diferencia, y ambas poseían la misma piel cremosa y el cabello rojo oscuro, pero
ahí era donde terminaban los parecidos. Sylvia era alta y esbelta, y cuando no
trabajaba en Verde, cantaba en varios clubes nocturnos, cafeterías, y ferias
renacentistas. Annabel, algunos centímetros más baja para empezar, nunca
perdió el peso que ganó cuando se embarazó a los dieciséis. Su hijo, Milo, ahora
tenía siete, y Annabel hacía malabares entre su cuidado, dos trabajos, y las
ocasionales clases nocturnas a las que asistía para obtener un certificado en
enfermería.
—Cuéntale lo otro que pasó cuando lo volviste a ver —canturreó Sylvia
mientras rellenaba cazuelas.
—Me dio algunas indicaciones en mi horario de clases —dije. Ella me
puso a cortar limones. Yo odiaba cortar cualquier cosa. Había una razón por la
que me metí en las algas, no en formas de vida superiores.
—Después de eso —insistió, soplando un mechón de de su rostro.
Suspiré. —Hablamos en el aparcamiento, y su novia estaba ahí para
recogerlo.
—Su rica, rubia, y hermosa novia —agregó Sylvia. Miró a su hermana—.
Quiero decir, si yo fuera amiga de este tipo Dylan, en lugar de tuya, lo estaría
felicitando por lo bien que su escenario de venganza funcionó. La única cosa
que podría haberlo hecho mejor para él en lugar de que fueras una hermosa y
brillante estudiante transferida con una gruesa beca escolar, sería que fueras
una vieja gorda arrugada. 38
—Al menos gracias por la parte de hermosa y brillante —dije.
—No hay problemas, cariño. —Volvió a rellenar cazuelas, y Annabel se
alejó con sus jarras de café.
Lo que ninguna de las chicas Warren sabía era que Hannah Swift no solo
era una sexi novia rubia que Dylan me restregaba en la cara; era también mi
hermana secreta. Era gracioso. A menudo pensaba en Hannah (o al menos, en
su existencia, ya que nunca antes la había conocido) cuando pasaba el rato con
Sylvia y Annabel. Ellas vivían juntas, con Milo, en un apartamento de dos
habitaciones en un edificio no lejos del de mi mamá. Ambas habían tenido su
buena cuota de mierda a través de la que remar, especialmente después de que
sus padres hubieran echado a Annabel de la casa por embarazarse y el padre
del bebé la abandonara… pero se tenían la una a la otra.
Yo también tenía una hermana, pero era una extraña.
—Aunque tuvieras razón —dije al final—, e intentara restregármelo en la
cara un poco, está hecho. De hecho, estoy feliz por él. Yo fui la que se alejó,
¿recuerdas? Él no hizo nada para dañarme. Merece, ya sabes…
—¿Dormir con un montón de chicas y tener una novia rubia y rica con
un BMW? —preguntó Sylvia.
Me estremecí. ¿Teníamos que seguir repitiéndolo? —Exactamente.
Annabel pasó de nuevo. —Alégrense, chicas. Las Damas Que Almuerzan
están de vuelta.
—¿Quién? —pregunté.
Sylvia gruñó. —Un montón de perras de las hermandades de Canton.
Les gusta detenerse aquí después de haber gastado todo el dinero de las tarjetas
de crédito de papi en compras.
Annabel asintió. —Entran, piden órdenes especiales, y luego se quejan de
todo. —Se encogió de hombros—. La parte positiva es que por lo general dejan
buena propina.
—Por supuesto que lo hacen —dijo Sylvia—. No son ellas las que pagan
las cuentas. —Me consideró por un momento—. Creo que este será tu primer
trabajo. Ve a llenar sus vasos con agua y dales los menús. —Me entregó una
jarra—. No es que los vayan a usar.
Me llevé un montón de menús del sitio de la anfitriona de camino a la
mesa. Aún era temprano, así que no había mucha gente en el restaurante, y la
mesa de Las Damas Que Almuerzan era fácil de divisar, dado el abarrotamiento
de las sillas por sus bolsos de diseñador y la charla de sus ocupantes. Verde se
ubicaba en lo que una vez fue un callejón entre dos edificios, así que el
restaurante tenía un techo de cristal como un invernadero, muros de ladrillos, y 39
muchos detalles industriales como remaches de metal y tuberías a la vista.
Árboles reales se alineaban en cada pasillo, suavizando el panorama, y
prestándole una explicación al nombre del restaurante.
—Buenas tardes, señoritas —dije, comenzando a entregar los menús.
Había cinco de ella, todas rubias, todas con gigantes gafas de diseñador que les
protegían los ojos de la luz que filtraba por el techo acristalado. Tres tomaron
los menús y de hecho los hojearon. Las otras dos tenían las narices pegadas a
sus teléfonos. Comencé a llenarles los vasos con agua.
—Oh Dios mío, Hannah, mira. Me está enviando mensajes de nuevo —
chilló una y apuntó su celular a la rubia a su lado.
Me aferré a la jarra. Era Hannah. La Hannah de Dylan. Mi Hannah.
—Ohhh —le dijo juguetonamente Hannah a su amiga—. Te quiere tanto.
Me retiré a la cocina con la velocidad apropiada para una mesera.
—¿Cómo te fue? —preguntó Sylvia—. ¿Te hicieron prometer algo?
—Syl —me ahogué—. Es ella. La novia de Dylan. Es una Dama Que
Almuerza.
Sylvia y Annabel se apretaron en la puerta de vaivén y echaron un
vistazo a la mesa. Yo mantuve la distancia.
—¿Cuál de ellas? —susurró Annabel.
—La rubia.
Sylvia se giró y me miró fijamente. —Querida, todas son rubias.
—¿Quién es? —preguntó Annabel—. Iré a comentarles sobre los
especiales.
—La que tiene la chaqueta coral —dije a regañadientes. La delgada y
estilizada con gafas de diseñador y zapatos de doscientos dólares. La que tiene
el cabello en una perfecta caída sedosa, y cuyos ojos son idénticos a los míos.
—Genial. —Annabel se estiró el delantal—. Me voy a hacer
reconocimiento.
Tan pronto se marchó, me giré hacia Sylvia.
—No quiero ni necesito reconocimiento —dije. Todo lo que había que
saber sobre Hannah Swift ya yo lo sabía. Era la hija verdadera de mi padre. Salía
con el chico con el que perdí mi virginidad. Fin de la historia—. No me importa
con quién sale él.
—¿Te reconoció cuando fuiste hasta allí? —preguntó Sylvia, todavía
mirando por las puertas de vaivén.
No, gracias a Dios. No quería que fuéramos amigas. —Ni siquiera
levantó la vista del teléfono —dije. Y eso era algo bueno, también. ¿Quién sabe 40
lo que pasaría si comenzaba a darse cuenta de lo similares que eran nuestros
ojos?
Sylvia resopló. —Me imagino. Un montón de ricas esnobs que no pueden
imaginar que quienes les sirven también son personas.
—¿Quieres parar? —pregunté—. No hay que odiar a esta chica solo
porque está saliendo con un tipo con que me acosté hace tiempo. —Y no podía
odiarla porque su padre pagaba cada centavo de su educación en Canton
cuando argumentaba que yo no debería tener una.
Sylvia se giró hacia mí, sus ojos grandes y redondos. —¡Lo siento! Rayos,
Tess, ¿quién te convirtió en la señorita Modales?
Me pregunté si esa era la razón por la que papá intentó convencerme de
que no fuera a Canton. Porque sabía que Hannah estaría allí y no quería
arriesgarse a tenernos a ambas en la misma escuela, puede que incluso viviendo
en el mismo dormitorio.
Annabel regresó. —Lo de siempre. —Hizo un sonido alto y chillón con
acento de chica del valle—. ¿Puedes traerme el filete empanizado sin el pan, y
tienes pomelo hoy, y puedes rostizar la coliflor con aceite de trufa? —Lanzó los
menús en su sitio y comenzó a programar las complicadas órdenes en la
computadora—. La novia de Dylan se portó amable con nosotras. Ensalada de
salmón, sin las nueces.
Sylvia se rió. —Mejor no nos quedamos las nueces.
—¡Sylvia! —grité—. ¿Y si es alérgica? —¿Lo era? Papá nunca mencionó si
Hannah era alérgica a las nueces. Por supuesto, rara vez la mencionaba.
Mi amiga asintió. —Buen punto. ¿Podemos poner sal en su té helado?
—¡Sylvia! —gemimos Annabel y yo al unísono.
—Estás haciendo que me arrepienta por contarte quién era —agregué—.
Honestamente, estoy segura de que es una chica agradable. —De otro modo,
Dylan no estaría saliendo con ella, ¿cierto?
—Seguro que no lo es —insistió Sylvia—. ¿Quién de veintiún años tiene
un BMW? Mocosas malcriadas que tienen todo lo que quieren nunca son chicas
agradables.
—Si pudiera, le daría a Milo todo lo que él quisiera —señaló Annabel—.
¿Crees que eso lo arruinaría?
—¡Sí! —dijo Sylvia—. Por eso lo llaman arruinarse.
No dije nada. Estaba segura de que papá le había dado a Hannah todo.
Incluso había ido tan lejos como asegurarse de que su experiencia en la
universidad no estuviera manchada por la presencia de su media hermana
bastarda. Afortunada Hannah. 41
De algún modo, nos las arreglamos para cambiar de tema hacia la
colección de autos de cajas de fósforos de Milo, y luego un par de mesas más se
llenaron y Sylvia comenzó a mostrarme cómo era el trabajo. Entrenaría a su
lado hoy, luego ayuda expedita y asistencia por otros dos turnos. Después de
eso, tendría mis propias mesas y mis propinas. Sylvia trabajaba la hilera de
mesas al otro lado de las Damas Que Almuerzan, y me aseguré de mantener la
espalda hacia Hannah cada vez que salíamos. Solo me había visto un momento
en el coche el otro día, pero no necesitaba que me viera de nuevo.
Sylvia explicaba el menú a una pareja que obviamente no entendía el
significado de la palabra “confit” cuando escuché el nombre de Dylan flotando
desde la mesa de Hannah. No pude evitarlo, y aparté la atención de Sylvia.
Después de todo, yo sí sabía lo que era confit.
—En serio, amiga, en seis meses has renovado a ese chico. —Era una de
las Rubias hablándole a Hannah.
—Tomo algo de crédito en su recién descubierto sentido de la moda, sí —
decía Hannah—. Pero ya tenía un gran material para empezar.
Hubo un coro de risitas en la mesa. Mis dedos comenzaron a hormiguear
con un recuerdo de dos años de antigüedad de cómo se sentía el cuerpo de
Dylan bajo mis manos. Me enderecé y apreté los ojos con fuerza antes de que
otras partes comenzaran a recordarlo también.
—Es cierto —dijo una segunda rubia—. Tiene una vibra a lo Adam Scott.
Geek pero adorable.
Prácticamente asentí antes de detenerme.
—Si tú lo dices —dijo Rubia #1—. Pero jamás habría notado todo ese
material en bruto bajo esa apariencia nerd.
—Oh, sigue siendo un nerd —dijo Rubia #2—. El otro día salimos a
cenar, y juro que de lo único que quería hablar era de coches alimentados con
algas de mar. —Más risas.
—Ríanse —dijo Hannah—. Yo me quedo con mi chico nerd, muchas
gracias. Cuando sea el dueño de la compañía billonaria de autos alimentados
con algas marinas, ya cambiarán de opinión.
—Salve Alga Marina Zuckerberg, y nuestros futuros malolientes coches
—dijo Rubia #3, y escuché cómo chocaban sus vasos.
Inspiré largo y despacio por la nariz, luego abrí los ojos. Sylvia terminó
de repasar el menú y les dio un par de minutos para que se lo pensaran. Me
dirigí a la cocina con ella en silencio, mi corazón martilleando, mis mejillas
inflamadas.
—Oh. Dios. Mío —dijo Sylvia cuando regresamos a la cocina.
42
Seguí respirando.
—¡Ella igual podría haber dicho que solo salía con él por su futuro
potencial ganador!
Tragué con dificultad. —¡Y no lo entienden para nada! —solté—. ¿Carros
malolientes? ¡Vamos! El punto es convertir las algas marinas en etanol. No olerá
a marea baja ni nada.
Sylvia parpadeó, luego se rió. —Solo tú, Tess, te enojas precisamente por
la cosa equivocada. Si Dylan es el gran nerd que ellas piensan que es, entonces
ustedes dos son perfectos el uno para el otro.
Me limpié una pegajosa mano en el delantal. —Saldré ahí y les diré sobre
el potencial de los bosques de algas como un vertedero de contaminación
marina y… —Me detuve. No, no lo haría. Porque ahí fuera estaba Hannah
Swift. Si una mesera venía y les servía un sermón sobre algas en lugar de su
almuerzo, Hannah de seguro lo recordaría, y si se lo mencionaba a Dylan o a su
papá…
Sylvia sacudía la cabeza con tristeza. —¿Bosques de algas? Tess, vamos.
Concentrémonos en el punto aquí. Tu ex está saliendo con una idiota que solo
va tras él por su dinero. No hay razón para ser noble. Si quieres recuperarlo,
tienes total autoridad para dar un golpe.
—Pero no quiero recuperarlo. —Sonaba muy convincente—. Dylan es un
tipo agradable, y me cae muy bien, y una vez, hace mucho tiempo, tuvimos una
muy buena noche juntos. Pero yo fui quien se marchó. No quiero estar con él.
Los hombros de Sylvia cayeron mientras me miraba. En mi interior, le
rezaba para que no preguntara ¿por qué no? —De acuerdo —dijo al final—. Pero
aun así, si es un chico agradable, debería saber que su novia lo está usando.
Puse los ojos en blanco. —Averigua cómo hacerle saber eso sin hacerme
sonar como una espeluznante y acosadora ex, que sí lo quiere de vuelta, y lo
consideraré.
Sylvia, por supuesto, no podría, así que dejó el asunto y regresó a
entrenarme. Más tarde, Annabel me llamó hacia la computadora para poder
mostrarme cómo dividir cuentas. Me entregó un bulto de cinco contenedores de
cuentas negros. —Las Damas Que Almuerzan quieren una división en cinco
partes.
Abrí el contenedor superior. La American Express de platino en su
interior decía Hannah K. Swift.
Sylvia quería que yo me resintiera con Hannah porque salía con Dylan.
Quería que estuviera celosa de ella porque Hannah tenía la atención y el afecto
del único chico que de veras me gustó alguna vez. 43
Sylvia no tenía una jodida idea. No podía permitirme comenzar a odiar a
Hannah Swift. Si comenzaba a recorrer ese camino, nunca, jamás, me detendría.
6
Traducido por Beatrix
Corregido por Miry

El total en la caja registradora de la librería era de 1.534,71 dólares. Al


principio, estaba seguro de que era un error. Un número de más tecleado. Un
decimal en el lugar equivocado. Pedí ver el desglose.
Era correcto. Casi me desmayo, allí mismo, en el suelo de la librería del
campus de Canton.
—Dije que buscaba libros usados —le dije a la dependienta, tratando de
no ahogarme.
Se encogió de hombros y señaló dos libros de texto del montón delante
de mí, en su lomo se veían pequeñas pegatinas rojas de “USADO”. 44
—Esos son los únicos que pude encontrar usados. No todas las personas
toman los cursos de nivel superior, y la mayoría conservan sus libros.
Me mordí el labio mientras estudiaba el montón que tenía delante.
Siempre me las había arreglado con textos usados. Esto era el doble de lo que
había presupuestado para libros de texto este curso, y ni siquiera había recibido
aún los paquetes del curso en línea. Pero no me desesperé. Seguro que en la
biblioteca científica del campus tenían unos cuantos. Podría leer algo allí.
No hubo suerte. En la biblioteca, no pude encontrar varios de los más
caros. —Disculpa —le dije al estudiante detrás del escritorio— tengo problemas
para localizar este libro, Ingeniería de Tejidos, en las estanterías. Pero en la
computadora dice que está aquí.
El chico ni siquiera levantó la vista de su pantalla. —Tal vez alguien lo
está usando.
Revisé la sala casi vacía. —No veo a nadie usándolo. Me preguntaba si
quizá lo dejaron por error en otra estantería... —Hice un gesto a la cesta
rebosante de libros detrás de él.
—Tal vez —murmuró—. O tal vez alguien lo escondió para estar seguro
de que siempre pudiera tenerlo en sus manos para las lecturas de clase. O tal
vez lo robaron...
—¡Bueno, tal vez deberían comprar más de una copia! —argumenté.
Rodó los ojos. —Tal vez deberías escribir una carta al departamento de
compras sobre eso.
—Gracias por tu ayuda —le contesté, apretando los dientes cuando me di
la vuelta y me dirigí hacia la puerta. Mi siguiente clase empezaba en menos de
diez minutos, así que no tenía tiempo para discutir con el bibliotecario gruñón
de todos modos.
Lo resolvería. Me costaría un poco de trabajo. Tenía unos trescientos
dólares disponibles en mi tarjeta de crédito, pero podría conseguir que me
aumentaran el límite. Mamá tenía un nuevo cliente de arte. Tal vez eso
significaba que tenía un poco de dinero extra para prestarme. La doctora Cavel
tenía todos los ayudantes de investigación que necesitaba este trimestre, pero
dijo que me buscaría e incluso preguntaría en otros departamentos. Ahora que
había terminado mi formación en Verde, podría hacer algunos turnos más...
—¿Perdida en tus pensamientos? —Dylan se puso a caminar a mi lado—.
¿O simplemente tratando de resolver algunas de las cuestiones más difíciles en
nuestra lectura para Biotransporte?
—Yo... eh, todavía no he hecho esa lectura —admití, dándole un vistazo.
Tal vez si lo miraba con más frecuencia dejaría de tener que recuperar el aliento 45
cada vez que aparecía. Podría vacunarme contra él. Era totalmente posible,
¿verdad?—. Al parecer no puedo conseguir el libro.
—¿Este libro? —preguntó y levantó una copia nueva y reluciente de
Ingeniería de Tejidos—. Deberías haberme llamado. Estaría encantado de
compartirlo hasta que encuentres uno
¿Llamarlo? ¿Por primera vez en años? Me ardían los ojos cuando le cogí
el libro. —Gracias. Puedo devolvértelo... cuando quieras. Puedo… —¿Qué?
¿Enviarle un correo electrónico todos los días para programar una cita con su
libro de texto? ¿Pasarme por su dormitorio para saludarlo a él y a su novia? No,
eso no iba a funcionar.
Me dedicó una sonrisa amable que me dolió mucho. —Podemos llegar a
un acuerdo.
—Gracias —repetí—. Te debo una.
No dijo nada.
En clase, parecía casi natural que Dylan se sentara a mi lado. Después de
todo, habíamos entrado juntos. Había unos veinte alumnos más en clase, pero
solo tres chicas más, todas las cuales me miraron de arriba abajo cuando entré
por la puerta al lado de Dylan. Él abrió su portátil y lo deslizó en el espacio que
había entre nosotros para que yo pudiera ver sus apuntes de lectura.
—Ven preparada la próxima vez —susurró, y cada vello de mi cuello se
erizó.
Empezó la clase y traté de alejar de mi mente mis preocupaciones sobre
el precio de los libros de texto y Dylan Kingsley y concentrarme. Pero era
bastante difícil hacer esto último, con él sentado justo a mi lado, golpeando la
mesa con las puntas de sus dedos y respondiendo a las preguntas del profesor
con su habitual estilo directo.
Casi al final de la clase, el profesor Yue, dijo: —Quería dejarles unos
minutos al final para repasar el programa y ver si tienen alguna pregunta.
También quería hablarles un poco del Simposio de Diseño que se celebrará al
final del trimestre. Dado que se trata de una clase de nivel cuatrocientos,
cualquiera de sus proyectos trimestrales podrá participar en el simposio, que,
como saben, está dotado con un gran premio de cinco mil dólares. Así que si
alguno de los presentes está interesado en ello, la puerta de mi despacho está
siempre abierta.
Un coro de risitas recorrió la sala. Se me había quedado la boca seca.
Cinco mil dólares ayudarían mucho a sufragar los gastos inesperados de asistir
a Cantón.
Después de clase, preparé mi bolso, con la mente en un torbellino de
posibilidades. Desde luego, no iba a acercarme al doctor Yue antes de ponerme 46
al día con los materiales de su curso, pero si Dylan me dejaba quedarme con el
libro durante las próximas horas...
—Tierra a Tess —se oyó su voz.
Levanté la vista hacia él. Vacunación.
—¿A riesgo de ser atacado, se te antoja un sándwich? ¿Un sándwich
agradable, bueno y completamente inocente?
—No puedo creer que recuerdes eso. —Pero por supuesto que sí. Bueno,
no era la chica adolescente tonta que una vez fui, que malinterpreta todo tipo de
invitaciones en una solicitud simple para compartir el almuerzo. Además, el
hombre me prestó su libro de texto. ¿Cómo podía decir que no?—. Algo rápido
—acepté—. Quiero asegurarme de terminar con esta lectura y también la de
mañana, así puedo devolverte el libro lo antes posible.
—Confío en ti —dijo.
De camino a la comida, Dylan fue saludado por una docena de
compañeros. A mí nunca me había pasado, ni siquiera después de dos años en
la Estatal. El campus era demasiado grande, demasiado poblado. Allí había
hecho algunos amigos, pero nadie con quien esperara mantener el contacto
durante mucho tiempo. Me preguntaba si las cosas serían iguales aquí en
Canton, sobre todo porque no vivía en el campus.
—Entonces, ¿qué te parece este sitio hasta ahora? —preguntó Dylan.
—Aparte del trauma de los libros de texto, ha sido un placer. Me encanta
la cantidad de gente en las clases.
—Es raro que se agotaran en la librería —dijo Dylan—. Generalmente el
doctor Yue es muy bueno asegurándose de pedir la cantidad correcta. ¿Alguna
idea de cuándo podría llegar el nuevo envío? O puedes probar en línea.
Interiormente, me encogí. Pensó que se agotaron. ¿Cómo sería vivir en el
mundo de Dylan? ¿En el de Hannah? ¿En un lugar donde la única razón por la
que no podía comprar algo era porque la tienda tuvo un inconveniente de
inventario? —Estoy trabajando en ello.
—Bueno, usa el mío todo lo que quieras hasta que puedas conseguir una
copia. Y puedes dejarlo en mi apartamento esta tarde. Estoy en Swift. —Señaló
el complejo de piedra arenisca marrón, al otro extremo del patio—. En el
apartamento doscientos dos.
Seguro que lo recordaba. Algo perverso dentro de mí me hizo hablar de
nuevo. —Swift. Ese es el apellido de tu novia, ¿no es así?
—Sí. —Se encogió de hombros—. Gran legado familiar. Ella en realidad
es pueblerina, como tú.
No creo que los llames “pueblerinos” si son propietarios de la mitad de la ciudad.
47
Entramos en la tienda de sándwiches e hicimos nuestros pedidos.
—Entonces —le dije cuando nos sentamos con nuestra comida—, ¿cómo
se conocieron Hannah y tú?
Hizo una pausa, su sándwich de pavo a medio camino de la boca.
—¿Haces preguntas sobre mi novia?
Me encogí de hombros. —Hago conversación.
El brillo en los ojos de Dylan me dijo que no se lo tragaba ni por un
segundo. —Nada muy interesante. Estábamos en una fiesta de fraternidad y
ninguno de los dos queríamos estar allí, así que terminamos hablando.
—¿No le encantan las fiestas de fraternidad? ¿No pertenece a una
hermandad? —le pregunté.
—No. —Frunció el ceño—. ¿Qué te hizo pensar eso?
Sylvia. El sentido común. Las chicas como Hannah pertenecían a las
hermandades. Llevaban perlas, conducían los coches de sus papás y tenían un
futuro brillante, donde se casarían con futuros científicos multimillonarios
como Dylan. Le di un mordisco a mi sándwich, y cuando tragué, hablé de
nuevo: —¿Qué estudia?
—Comunicaciones —respondió—. Esta semana, por lo menos. Ha tenido
seis carreras desde que empezamos a salir la primavera pasada. Creo que
preferiría tomarse un año sabático o algo de tiempo para ella misma, pero sus
padres no lo permiten. Su padre, en realidad. Es un poco idiota.
Casi volqué mi refresco sobre la mesa. —¿Ya conociste a sus padres? —
Me atraganté.
—Claro —dijo—. Los vi un montón de veces. Viven aquí en la ciudad. De
todos modos, basta de Hannah. No tienes que fingir que estás interesada en mi
novia. Todos somos adultos aquí. Vamos a hablar de Bioingeniería.
Así lo hicimos. Le conté todo lo que había hecho en la Universidad
Estatal y él me hizo un resumen del departamento de Canton y de lo que había
estado haciendo en los dos últimos años.
—En realidad, te lo debo todo a ti —dijo, sus ojos azules se encendieron
con lo que decidí llamar pasión científica—. Probablemente aún estaría en la
ciencia del medio ambiente, si no fuera por nuestro proyecto de Cornell. Me
hizo pensar que no quería estudiar solamente estas cosas, quería ser más
proactivo tratando de detenerlo.
—Eso está muy bien —tuve la oportunidad de decir con toda sinceridad.
—Pienso mucho en ese verano —dijo, y luego se detuvo—. Sabes lo que 48
quiero decir. Sobre el trabajo.
—Por supuesto. —Tomé unos trozos perdidos de lechuga rallada de mi
envoltura de sándwich y se hizo un silencio incómodo en la mesa.
Podíamos decir lo que quisiéramos sobre que ya éramos mayores y que
eso ya no importaba, y también podíamos fingir. Pero eso no significaba que no
lo recordáramos. La primera vez no se olvida. No cuando era como había sido
para Dylan y para mí.
Decidí pasar al otro lado. —Yo también pienso en ello. Quiero decir,
podría haber renunciado fácilmente a las algas después del instituto, pero tú te
aseguraste de que siguiera siendo una fan de por vida. Lo mío ahora son los
biocombustibles y la producción de etanol. De hecho estaba pensando en ello en
clase hoy cuando…
Una alarma sonó en su teléfono. —Mierda, tengo una en treinta —dijo—.
No puedo creer que se hizo tan tarde.
Por supuesto que Dylan configura alarmas para sus horarios de clase. De
lo contrario, quedaría tan absorto en su investigación que probablemente se
olvidaría de respirar. Justo era así en Cornell.
Se puso de pie, arrugando sus envolturas de comida en una bola.
—¿Podemos dejar esto para más tarde? Quiero saberlo todo sobre tus
ideas. Tengo que ir al laboratorio.
Agité mi mano hacia él. —Sí, claro. Adelante. Te regresaré el libro a las
seis.
—¡Genial! —Echó a correr, y traté de conseguir que mis latidos volvieran
a la normalidad.

Mi última clase era a las tres, así que pasé todo el tiempo entre clases
intentando acabar la lectura de Biotransporte. Luego de mi clase de estadísticas,
terminé las últimas páginas de la tarea de Ingeniería de Tejidos, luego me dirigí al
edificio Swift para darle su libro a Dylan. No sabía qué esperar exactamente de
su casa, pero me preparé, por si acaso incluía a Hannah.
La puerta marcada con doscientos dos se abrió unos segundos después
de que llamara, y surgió una oleada de olores celestiales. Algo picante y a
tomate. Se me hizo la boca agua, y eso antes de que mis ojos se posaran en
Dylan, despreocupado con un pantalón de chándal gris de tiro bajo y una
camiseta roja oscura de la Universidad de Canton. Llevaba el pelo oscuro
49
despeinado y casi tan lacio como cuando éramos adolescentes. Debía de haberse
quitado las lentillas, porque había vuelto a llevar las gafas gris plomo... vaya si
habían vuelto.
—Hola —le dije, tratando de no babear. En lugar de una vacuna, mirarlo
se sentía más como alimentar una adicción—. Aquí está tu libro, como prometí.
—Gracias. —Se estiró para cogerlo y nuestros dedos se rozaron. Las
chispas subieron por mi brazo y el libro cayó con estrépito en el umbral.
Cuando Dylan se inclinó para recogerlo, pude ver el apartamento que
tenía detrás. Era un estudio con grandes ventanales, una moderna cocina
americana con encimera de granito, muchas estanterías y un arrugado futón
abierto en forma de cama de plataforma.
—Ups. —Desempolvó la cubierta, luego me sorprendió comprobando su
apartamento—. ¿Quieres entrar? En realidad, estoy cocinando. Es solo pasta,
pero hay un montón si tienes hambre.
¿Sí? Y, ¿dónde nos sentamos? ¿En esa cama grande y vieja en el centro de
la habitación? —No, gracias —contesté—. Tengo que ir a casa de mi mamá, así
que...
—Claro, por supuesto. —Cambió el libro de mano a mano—. Escucha,
Tess, sobre lo que decías antes... —Fue bajando la voz como si pensara mejor
sus palabras—. No importa. Nos vemos mañana en clase.
Me despedí y partí, aunque me pregunté todo el camino a casa qué era lo
que quiso decir.

Cuando mi padre venía de visita, siempre aparcaba detrás de nuestro


complejo de apartamentos para que nadie viera su coche. No era un coche
llamativo ni nada por el estilo, solo un Lexus SUV beige, pero aun así no quería
que nadie lo reconociera. Estaba allí cuando llegué a casa esa noche.
No me hacía ilusiones de que papá se alegrara de verme. Prescindimos
de las cortesías habituales incluso más rápido de lo habitual.
—No puedo creer que no me hayas consultado antes de hacer un cambio
tan grande —dijo papá, con una voz llena de preocupación paternal, pero con
esos ojos duros e incisivos que siempre tenía cuando estaba más enfadado de lo
que parecía—. Tu madre me ha dicho que has perdido un semestre entero en
este traslado tuyo. ¿Es cierto?
50
—Sí, señor. —Me encontraba sentada frente a él en el sofá, con las manos
dobladas en mi regazo. Mamá estaba en su sillón habitual, sentada en el borde y
escuchando. Mostraba la misma expresión preocupada que mi padre. Soplona.
—¿Y eso no te molesta? —preguntó—. Pensé que eras una estudiante
seria, Tess. Renunciar a todo un semestre... —Chasqueó la lengua.
Resistí a la tentación de poner los ojos en blanco.
—Tampoco iba a graduarme en ocho periodos en la Estatal —le dije—.
No podía entrar a la mitad de los cursos de prerrequisitos que necesitaba.
Apenas perdí alguno de los créditos en la transferencia, pero tenía que ponerme
al día con los prerrequisitos. Iba a necesitar otro semestre, en Canton o la
Estatal. De esta manera, mi grado final dirá Canton en él, y eso tiene valor de
un trimestre adicional.
—¿Esta beca tuya va a cubrirlo? —preguntó con escepticismo.
—Sí. —Bueno, tanto como cubría cualquier cosa. Ni siquiera iba a ser
capaz de pagar los libros muy pronto si no descubría una fuente extra de
ingresos. Como ese simposio...
—Lo que más me desconcierta, Tess, es que ni siquiera pensaste en
preguntarme si estaba bien. Después de todo el dinero que he invertido en tu
educación en la Estatal... acabas de lanzar todo por la borda.
Mis ojos se levantaron para encontrarse con los suyos. No le pregunté
porque sabía que diría no. —Yo no lancé nada por la borda. Tomé la mejor
decisión que pude para mi futuro. —¿Qué quería que hiciera? ¿Que le pagara
los ocho créditos perdidos de alojamiento y comida en la Estatal?
Negaba con la cabeza, con cara de decepción. —Y no quiero ni
imaginarme lo que pensarán tus profesores. Ese simpático botánico que te dio
trabajo en su laboratorio, ¿cómo se llamaba?
—Doctor Stewart —le suministró mamá.
—Stewart. No me puedo imaginar que le alegre que te hayas transferido.
También podrías decirle en su cara que no crees que él o su programa sea lo
suficientemente bueno para ti.
—De hecho, el doctor Stewart escribió mi recomendación. —Podría
haber añadido mucho más, pero no lo hice. El doctor Stewart era quien me
había hablado de la beca Canton que quedaba vacante. Sabía que era donde yo
quería estar, pero que las limitaciones económicas me impedían asistir y que no
había mucho que pudiera hacer por mí en Bioingeniería desde el departamento
de botánica. Los dos estábamos de acuerdo en que era la oportunidad de mi
vida.
—Todo esto solo me parece tan... desagradecido —dijo papá—. ¿Y todo 51
por qué? ¿Unas horas extra de laboratorio? ¿Un microscopio o dos? No conoces
a nadie en Canton…
Au contraire, papá. Conozco bastante bien al novio de tu hija.
—Y tampoco es probable que encuentres otro puesto de asistente de
investigación. Supongo que todas esas plazas ya han ido a parar a sus propios
estudiantes.
—Soy “su propia estudiante” —señalé, irritada—. Los transferidos no
son ciudadanos de segunda clase, papá.
—Cariño —declaró mi madre—. Dale a tu padre un descanso. Trata de
mostrar algunos contras que puede que no hayas pensado del todo.
Mi madre podía tomarse sus esfuerzos pacificadores y metérselos por
donde le diera la gana. Yo era una experta en examinar mis opciones, después
de años de intentar encajar cada elección de mi vida en las reglas de mi padre.
Ya había hecho una lista de pros y contras cuando me aceptaron la beca. Lo
único que me frenaba por el momento era el precio de los libros de texto, pero
pronto lo resolvería. Y me molestaba la insistencia de mi padre en que
participara en la decisión cuando sabía que lo único que querría era que me
quedara lejos, muy lejos.
No le pedía dinero (de hecho, le pedí que no me lo diera), así que podía
mantenerse al margen.
—Es un poco tarde para eso —dije en su lugar—. Estoy aquí, en Canton.
Comprado y pagado, créditos transferidos, semestre comenzado. Es demasiado
tarde.
—Sí —dijo mi padre—. Lo has resuelto muy bien, jovencita. Ni siquiera
me lo dijiste. Ni siquiera me pediste consejo sobre lo que era mejor para tu
futuro o lo que yo, que he gastado tanto dinero en tu educación, podría pensar
sobre todo esto. —Me miró un momento más, luego suspiró—. No puedo creer
que después de todo lo que he hecho por ti, actúes de esta manera tan retorcida.
Así de egoísta. Y honestamente no entiendo por qué no crees que la Estatal fue
lo suficientemente buena para ti.
—No lo sé —espeté—. ¿Por qué no fue lo suficientemente buena para
Hannah?
Fue como si todo el aire hubiera salido de la habitación. Mi madre se
quedó con la boca abierta.
—¿Qué acabas de decirme? —Su voz era casi un susurro.
—Ella está en Canton —dije cuando las lágrimas empezaron a quemarme
los ojos—. La vi allí. ¿Así que está bien que ella vaya allí, pero yo no?
Se irguió, alto, ancho, grande, como el jugador de fútbol de Canton U
que había sido. Su tono seguía siendo grave, peligroso: —¿Has hablado con 52
ella?
—¡Por supuesto que no! —Mi voz se enredó en un sollozo mientras las
lágrimas empezaban a rodar por mis mejillas—. Conozco las reglas. —Y las
conocía. Siempre las había conocido. Pero alejarme de los Swift no debía
significar alejarme de todo lo demás que quería en mi vida.
Yo necesitaba Cantón. Hannah no necesitaba nada.
No dijo nada, pero sentí sus ojos clavados en mí. Se giró bruscamente.
—Vamos a terminar esta conversación más tarde. —Se dirigió a la puerta
y mi madre lo siguió por los estrechos pasillos de nuestro apartamento.
Me quedé sentada y respiré hondo, secándome las lágrimas. Decir su
nombre había sido un error. Si no le gustaba que hubiera ido antes a Canton,
hacerle saber que no había estado allí ni una semana antes de encontrarme con
su verdadera hija no iba a mejorar la situación.
Mi madre volvió por el pasillo cuando me estaba levantando para ir a mi
habitación. —Oh, Tess —dijo, sacudiendo la cabeza con tristeza—. ¿Por qué te
empeñas en ponértelo todo tan difícil?
Me detuve en la puerta. —Créeme, mamá. Ya era bastante difícil.
En mi habitación, arranqué el ordenador, todavía furiosa. ¿Cómo se
atrevía a decirme a qué universidad podía ir si él no la pagaba? ¿Cómo se
atrevía a llamarme egoísta por querer lo mejor de mi educación, por querer salir
de su control para siempre?
Dylan me había enviado un nuevo correo electrónico a mi nueva y
reluciente dirección de Canton.
Tess, perdí un poco el valor allí en mi puerta, pero al parecer soy mejor
por email. Dejando a un lado la desafortunada historia, tú y yo sabemos que
hicimos un gran trabajo en ese proyecto en Cornell. Eres nueva aquí, pero puedo
decirte ahora mismo que no hay nadie más en nuestra clase de Bioingeniería
con quien quieras hacer un proyecto trimestral. Y sé que la única persona con la
que me asociaría de nuevo eres tú. Creo que mencionaste que tienes algunas
ideas. Yo también, y juntos, creo que podemos arrasar en el simposio. ¿Qué
dices? ¿Por la ciencia?, Dylan
Presioné responder.
Por supuesto. Por la ciencia. Tess.

53
7
Traducido por Amélie
Corregido por Itxi

Repasaba mis apuntes antes de Biotransporte cuando una sombra


apareció en mi mesa. Miré hacia arriba para ver a una estudiante que reconocí
de nuestra primera clase mirando hacia abajo. —Tess McMann, ¿cierto? Soy
Elaine Sun.
—Encantada de conocerte. —Le di la mano a la chica, y se sentó a mi
lado. El asiento de Dylan, pensé durante un segundo antes de desterrar la idea de
mi cabeza para siempre. Nada de aquí era de Dylan.
—Es bueno que aumente la proporción de mujeres en este departamento
—dijo Elaine. Llevaba el pelo oscuro recogido en un moño desordenado y le
54
salían mechones de color magenta de las sienes—. Incluso una sola marca una
gran diferencia aquí.
—Bueno —dije encogiéndome de hombros con vergüenza—, me alegro
de poder ayudar de cualquier manera.
—¿Cuáles son tus planes para el simposio? —preguntó abruptamente.
Parpadeé. —Yo… aún no estoy muy segura. Creo que Dylan Kingsley…
—¿Dylan Kingsley? —Sonrió—. Normal. Llevas aquí un día, y ya ha
puesto sus zarpas en carne fresca.
—¿Perdón? —pregunté.
—No hay suficientes chicas aquí —dijo—. Deberíamos permanecer
juntas.
Quería escucharla decir más cosas de Dylan. Él sonaba bastante sincero
en su correo. Pero no le había visto en dos años, mientras que Elaine habrá
compartido varias clases con él. ¿Quién sabría cómo es él hoy en día mejor que
ella? ¿Y qué querrá decir con “carne fresca”?
—Aún no hay nada decidido —intenté—. Solo le dije que me gustaría
hablar sobre el potencial…
—Y te digo una cosa —dijo—, no vas a ganar a no ser que hagas
biomedicina. No en Canton.
—No voy a hacer biomedicina. —dije—. Con o sin Dylan. Tengo una
concentración ambiental.
Resopló, tan fuerte que me sorprendí que no propagara mocos en mi
cuaderno. —Bueno, entonces hacen una pareja perfecta.
—¿Una pareja perfecta para qué? —La voz de Dylan sonó por encima de
nosotros. Estaba ahí de pie, con una pose casual, su sonrisa casi sin llegar a sus
ojos—. ¿Cazando a mi compañera, Elaine?
Giró sus ojos, recogió sus cosas de la mesa, y se marchó. Dylan se deslizó
al asiento vacante.
Nada de aquí es de Dylan, me repetí.
—¿De qué iba todo eso? —le pregunté.
Se encogió de hombros. —Elaine es una perdedora herida. La vencí el
primer año en el proyecto final, y nunca me lo ha perdonado.
Apreté mis labios. Quizá me precipité anoche, dejando que mi enfado
con mi padre alimentara mi respuesta a Dylan. No debería comprometerme a
aliarme con él. No hasta que escuchara más de sus ideas o conociera a más
personas de la clase.
No hasta que pudiera estar segura de que era capaz de trabajar con él. 55
—Dijo que siempre cazabas carne fresca. —Le miré cuidadosamente—.
¿Qué quiso decir con eso?
Parecía contento. —¿Eso dijo? No sé qué quiso decir con “siempre”, pero
es lista. Seguramente pensó que si te arrebato así de rápido, tengo información
secreta sobre lo buena que eres. —Se inclinó y bajó la voz a un susurro—: Y por
supuesto, tiene razón. Tengo información secreta sobre lo buena que eres.
Tragué saliva. ¿Por qué tuvo que decirlo así?
—Porque trabajamos juntos antes, Tess. Caray, ¿qué pensaste que quise
decir? —Sonrió, y recé porque mi cara no estuviera tan roja como la sentía. Me
empujó con su codo—. Venga, anímate. O bien bromeamos sobre esto o vamos
a estar incómodos y será horrible.
Mi cuerpo me dijo que lo incómodo y lo horrible dominarían el día, sin
importar las bromas que salieran de mi boca. Pero quería superarlo, al igual que
ya lo hizo Dylan. Quería trabajar con él, porque tenía razón, trabajábamos muy
bien. Quería ser adulta y profesional.
—Además —halagó Dylan—, no quieres trabajar con Elaine. Está muy
centrada en biomedicina. No va a tocar las algas ni de lejos.
—Le dije que era medioambiental.
—¿Ves? —dijo moviendo las manos—. Elaine tenía razón en algo. Somos
una pareja perfecta.
Deja de decirlo así. Para ya.
—Cómo te dije anoche —siguió—, puedes preguntar por ahí si quieres.
No te voy a presionar de ninguna manera con nada. Pero creo que trabajando
los dos juntos, podemos impresionarlos bastante, hacer que se caigan sobre sus
culos biomédicos.
Solté una risa. Él sonrió. En algún lugar de la clase, Elaine Sun parecía
molesta.
Y podía hacer esto. Sabía que podía. Hace dos años, tuve la suficiente
fuerza de voluntad para mantener mis manos alejadas de Dylan durante todo el
tiempo que estuvimos trabajando juntos. Hace dos años, tuve la suficiente
fuerza de voluntad para alejarme de mantener una relación con él porque sabía
que sería malo para mi futuro. Sin duda ahora tenía mucha fuerza de voluntad.
Además, todo eso fue cuando Dylan realmente me quería.
Esta vez, él tenía novia, e incluso si no la tuviera, bueno, lo arruiné. Le
rompí el corazón. Le dejé. Y aunque no parecía nada molesto, tampoco parecía
interesado. Yo era historia antigua, agua pasada, cualquier cosa que significaba
que podía reírse y presentarme a su novia como si nunca le hubiera contado el 56
nombre de la primera persona con la que se había acostado.
Un segundo… no lo hizo, ¿no? Pensé en mi ex novio Jason, que desde
luego sí me habló de sus dos novias anteriores. Al igual que yo le hablé a Jason
de Dylan. ¿No hacía eso todo el mundo? Pero si Dylan le contó a Hannah, ¿no
debería haber estado un poco más interesada en mí cuando nos presentó el otro
día?
Y así, mi mente se llenó de imágenes de Dylan en la cama con mi
hermana, hablando sobre la vez que perdió su virginidad… conmigo. Oh, Dios.
—¿Señorita McMann? —La voz del doctor Yue irrumpió mi pesadilla—.
¿Le importa decirnos lo que piensa sobre la superficie celular de resonancia de
plasmón?
—¡Sí! —dije, aliviada de estar mirando mis complicados apuntes de
ecuaciones químicas en vez de seguir con mis pensamientos enredados—.
Cuando se trata con una disociación constante mayor que el valor esperado de
K-delta…
Después de haber respondido al profesor, me centré en el resto de la
lección. Podría haber escrito cada una de las palabras habladas en clase en los
próximos quince minutos.
Fue bueno para mi cerebro tener algo que hacer aparte de preocuparme
sobre lo que podía haberle dicho Dylan a Hannah, o preguntarme si podía ser la
desinteresada científica que quería, o procesar el delicioso aroma del tipo que se
sentaba demasiado cerca mío.

Esa tarde, hice algo que de alguna manera conseguí evitar hacer toda mi
vida. Busqué Hannah Swift en Facebook.
No había mucho ahí. Su foto de perfil era una de esas que claramente
tenían otras personas de fondo originalmente. Vi una esquina del hombro de
otra persona… quizá incluso de su padre. Citaba sus colegios: la secundaria que
ofrecía la parte bonita del pueblo, Canton U. Estaba “en una relación” con
Dylan, y también tenía un montón de fotos de él ahí. Su muro se encontraba
lleno de mensajes de amigos, chicas guapas poniendo cara de pucheros en sus
selfies de foto de perfil, mandándole besos y abrazos, y recortes de noticias
sobre sus series y películas preferidas.
A Hannah le gustaban las películas de terror. Eso era inesperado. Leía
muchos libros… o al menos, quería hacer creer a todos en Facebook que los leía.
Traté de imaginar a Hannah en casa de mi padre, con su nariz metida en un
libro. No encajaba con la imagen que tenía de ella. O a lo mejor la imagen que 57
quería tener. Hannah, la chica hermosa rica, viviendo en casa de mi padre,
gastando su dinero, sonriendo a través del marco de plata en su escritorio.
Quería saber quién era esta chica que había llamado la atención de Dylan. No le
iban las chicas así, eso lo sabía. Entonces, ¿qué vio en ella? A lo mejor le gustaba
la chica que enumeró Cien Años de Soledad como su novela favorita. Nunca la leí,
pero si la conocía. A lo mejor le gustaba la chica que no chillaba cuando el
asesino arrancaba las tripas en esas películas. A lo mejor le gustaba su saque de
tenis.
No sabía nada sobre aquella chica. Era mi hermana y no la conocía. Miré
su lista de amigos… unos chicos de Canton, otros chicos de secundaria. ¿Tenía a
ex novios en esta lista? ¿Su cita del baile de gala, su primer beso, el chico con el
que perdió la virginidad? Dios, rezaba para que no fuera él. No podía ser, ¿no?
No si solo habían estado juntos durante seis meses.
De ninguna manera Tess. Tiene veinte años. Posiblemente no había esperado
tanto como Dylan y yo para tener sexo. Hannah era demasiado, extrovertida,
demasiado guapa, demasiado popular, demasiado inteligente.
Pero esa no era la información que se ponía en Facebook.
Ese atardecer en Verde, ayudé a Sylvia a preparar el trabajo y le di la
primicia. Cortaba limones, colocaba aceitunas y cebollas en palillos, y escuchaba
pacientemente hasta que terminé.
—Sabes, Tess —dijo finalmente—, para alguien que no está interesada en
salir con Dylan, te importa mucho lo que le contó a su nueva novia de ti.
Elegí no dignificar eso con una respuesta. Además, no me importaba por
Dylan. Me importaba por Hannah. —Pero sí le contó que nos acostamos, ¿no
crees que se habría interesado algo más cuando me conoció? Quiero decir, ¿no
lo estarías tú?
—Sí —coincidió Sylvia—. Así que probablemente no se lo contó.
Agité la cabeza. Sí se lo habría contado. Dylan… franco, honesto, abierto
Dylan… le habría dado los nombres de con quién se había acostado. Pero claro,
ese era el Dylan adolescente. Y desde entonces, dijo que se había acostado con
muchas. Quizá esa lista era demasiado larga para ir con ella estos días.
Pero la primera… es decir, eso merecía una mención, ¿no? Yo merecía
una mención. Lo que hicimos significó mucho para mí, aunque no le hubiera
llamado otra vez. Siempre pensé que, como Dylan quiso mantener viva la
relación, también significó mucho para él. 58
Oh Dios, ¿sería mala en la cama? A lo mejor no fue culpa de aquellos
otros chicos.
—Pero bueno, ¿a quién le importa? —preguntó Sylvia, sacándome de mi
espiral de neurosis—. ¿Te preocupa que si ella se entera, se volvería loca al
verlos trabajar?
—Sí. —Esto, al menos, era gran parte de la verdad. Escrutinio añadido de
Hannah Swift era malo a cualquier nivel, y habría suficientes ocasionas de que
nos encontráramos si trabajaba con Dylan. Si sospechaba de mí porque Dylan le
contó nuestra historia pasada… bueno, eso se hallaba definitivamente en contra
de las reglas de papá.
—Por supuesto, sabes lo que puedes hacer.
Esperé, esperanzada.
Sylvia sopló un mechón y lo apartó de sus ojos y empezó a comer de la
bandeja de frutos secos. —Puedes preguntarle a él.
—¿Perdona?
—Oye, Dylan —dijo en un tono casual falso—, antes de que nos
centremos en esto de la ciencia, puedes decirme ¿cuánto sabe tu novia sobre
nuestra relación, y, si lo sabe, le parece bien que trabajemos juntos? Porque no
quiero una cubeta de ácido en mi cara. —Se encogió de hombros—. Así.
—¿Una cubeta de ácido? —pregunté secamente—. ¿En serio?
—Tienes razón —respondió—. Una “señorita de alto status” no sería tan
lista como para cegarte con ciencia. Solo te rayaría el coche o algo así.
—Eso no importa —dije—. La pintura está muy mal, no me daría cuenta
si me rayan el coche.
Sylvia se rio, y acabamos nuestro trabajo. Esta noche, Sylvia me formaba
en la barra, y pronto mi cabeza se llenó con fórmulas de varios cócteles, la
diferencia entre vermut dulce y seco, cuántos segundos de vertido equivalían a
uno o dos o media medida, de acuerdo con la libreta de recetas detrás del bar.
Sylvia, la camarera más experimentada, estaría haciendo gran parte de las
bebidas esta noche, pero me nombraron su ayudante, vertiendo cerveza y vino,
ayudándola cuando las cosas se complicaran.
—Esto debería ser fácil para ti —dijo Sylvia cuando empezó a venir
gente—. Solo haz como si estuvieras en un laboratorio.
—Los laboratorios son más silenciosos —dije—. Y no están llenos de
tipos intentando coquetear contigo.
—¿En serio? ¿No es así como conociste a Dylan?
—Buena observación. —Y ese fue prácticamente el final de toda la
conversación que no era “dos cervezas y un vino” o “pásame el jugo de lima”
59
durante el resto de mi tarde.
Después de que terminara mi turno, conduje a casa, bostezando y
preguntándome cuanto café debería tomar para ser capaz de terminar mi tarea
esa noche. Lo que no esperaba encontrarme era a mi madre despierta
esperándome. Estaba sentada en nuestra mesa de la cocina, leyendo una revista
y tomándose una taza de té.
—Ya sé, ya sé —dijo, moviendo su brazo de forma desdeñosa—. Eres
mayor. Pero de alguna manera, ahora que estás viviendo aquí, es difícil de
mantener la fantasía de que estás en casa dormida desde las ocho todas las
noches durante los pasados dos años.
Sonreí. —¿Hay café?
—¿A medianoche? —Hizo ruidos con su lengua—. Tess, no puedes
seguir así. Te vas a acabar agotando.
—Es mi única opción si quiero seguir en Canton. Papá no va a ayudar.
Apretó los labios y volvió a mirar a su revista. Reconocía esa mirada. Era
la que le daba a papá como ultimátum de la forma más ligera posible.
—Se le pasará tarde o temprano. Creo que la noche pasada se encontraba
molesto porque le diste la espalda. Eres su hija, Tess. Quiere hablar contigo
sobre decisiones importantes como esa.
Más bien, quiere tomar las decisiones importantes por mí.
—Es difícil sentirse su hija cuando solo mencionar la existencia de mi
hermana lo hace enojar.
Me dio una mirada larga y pensativa. —Para él también es difícil, Tess.
Está tan orgulloso de ti, de todos tus logros. Le encantaría hacer alarde acerca
de ti a todo el mundo.
Difícil. Para él.
—No sabes. Hubo un montón de veces, cuando eras más joven, en las
que se preguntaría qué podía hacer para conseguir que... ella... se comportara
de manera más responsable, sea un poco más centrada en su trabajo escolar y
sus objetivos.
Al menos Hannah tuvo la suerte de ser salvada del típico estereotipo de
“por qué no puedes ser más como tus hermanas”.
—¿Y qué le dijiste, mamá? ¿Que eso fue debido a sus habilidades
superiores como padre y tal vez se casó con la mujer equivocada?
Sonrió. —Debería haber dicho eso, tienes razón. —Inclinó la cabeza hacia
un lado—. ¿De verdad crees eso? Siempre he pensado que tuve suerte. Por
supuesto que no recibiste tu ambición de mis genes. Nunca fui tan lista como
tú, y no podría haberme interesado menos la ciencia en la escuela.
60
—Pero tú nunca me desviaste de tratar de lograr lo máximo que pudiera
—le contesté. A diferencia de mi padre.
—Oh, cariño, no creo que hubiera podido. Siempre vas detrás de lo que
quieres.
Me mordí el labio. —No siempre, mamá. —Me alejé de Dylan una vez, e
intentaba con todas mis fuerzas hacerlo de nuevo.

En la primera sesión de planificación con Dylan, en el laboratorio de


fotónica después de clase a la semana siguiente, decidí que Sylvia tenía razón.
Antes de que me pasara los próximos meses preocupándome por secretos
cuando debería estar formulando ecuaciones, debería saber lo que Dylan le dijo
a Hannah sobre mí.
—Antes de ir demasiado lejos en esto —dije, golpeando mi lápiz un poco
demasiado fuerte contra la página—, tengo que preguntarte algo.
—De... acuerdo —dijo Dylan lentamente, luciendo un poco preocupado.
Salió bruscamente: —¿Le dijiste a Hannah sobre nosotros?
—¿Sobre hacer este proyecto contigo?
—No —le dije—. Sobre... nosotros.
—Oh.
—Debido a que por lo general se habla —divagué—, con las novias. Y…
historias.
—¿Sí?
Miré hacia arriba, sin darme cuenta hasta ese momento de que miraba
con fascinación a mi cuaderno. —¿No es así?
—No sé, Tess —bromeó—. Tú eres la que hizo esa afirmación. Asumí
que tenías datos para respaldar tu hipótesis.
—¡Bueno, tú eres el que tiene toda la experiencia! —le respondí—. Un
montón de chicas, ¿recuerdas?
Se echó a reír. —Cierto. Dije eso.
Mi boca se abrió. —¿No es cierto?
—Bueno... —Se encogió de hombros—. Muchas no es un número exacto,
señorita científica. ¿Cuál es la definición precisa de “muchas”? 61
Me enderecé y le miré a los ojos. —Diez.
Él parpadeó. Fue un abrir y cerrar de culpabilidad.
Tiré mi lápiz hacia él. —¡Lo sabía!
Se agachó.
—¿Qué querías que dijera, Tess? Estoy ahí de pie, ocupándome de mis
asuntos, y una chica con la que no había hablado en dos años aparece de
repente al otro lado de la bandeja de quesos como una especie de alucinación en
minifalda gris.
—Era un vestido.
—Fue un shock, es lo que era. —Se cruzó de brazos—. Bueno, está bien.
Tres. Sin incluir a Hannah.
No dije nada, en parte porque tres cambió mucho mi percepción de la
situación, y en parte debido a que la parte “sin incluir a Hannah” me estremecía
un poco en el interior.
Me miró, y cuando volvió a hablar, su voz era mucho más suave:
—Y ahora sabes mucho más sobre mi historia sexual de lo que sabe mi
novia. ¿Responde eso a tu pregunta?
Asentí sin decir nada, porque no podía confiar en que mi voz no diría
todas las cosas que daban vueltas alrededor de mi cerebro, especialmente las
más grandes: ¿Por qué? ¿Por qué no le dijo a Hannah sobre mí, si estábamos tan
firmemente y para siempre en el pasado?
—Ahora me dices si lo que dijiste sobre salir con chicas era cierto. Porque
creo que ayudaría mucho a mi ego saber que tu verdadero problema fue que
decidiste que los chicos no eran lo tuyo.
Bueno. Yo tampoco le dije exactamente la verdad. Respiré profundo.
—No. Nada de chicas.
—Bueno, ahí desaparece esa fantasía. Y toda la conversación que tenía
preparada sobre, como amigo, creo que puedes tener a alguien mucho mejor
que Elaine Sun.
Forcé una sonrisa. —No me gustan las chicas, Dylan.
No dijo nada, pero escuché la pregunta de todos modos. Lo vi en sus ojos
profundos y azules. Y sabía que le debía una respuesta, después de todos estos
años.
—Yo... no me sentía lista para una relación —admití—. ¿A decir verdad?
Tenía un poco de miedo de a dónde íbamos. Solo tenía dieciocho y… no estaba
lista.
62
Pareció reflexionarlo un momento.
—Sí. Lo entiendo —dijo al fin—. Bueno... todo salió bien al final.
—¡Sí! —estuve de acuerdo, aliviada—. Ahora vamos a ser compañeros y
amigos, y es perfecto.
—Sí.
Éramos tan mentirosos.
8
Traducido por Jadasa
Corregido por Valentine Rose

Comenzó simplemente con lo suficiente. Ya que mis turnos en Verde


eran los jueves y viernes por la noche y todo el día los sábados y domingos, con
Dylan planeamos trabajar en nuestro proyecto de lunes a miércoles por la tarde.
El lunes, trabajamos desde las cinco hasta las nueve cuando dijo que
tenía que irse para encontrarse con Hannah.
El martes, trabajamos desde las cinco hasta las diez. Por una hora
completa, había estado diciendo que tenía que ir a ver a Hannah, antes de que
finalmente se fuera del laboratorio.
El miércoles, miramos por encima de nuestro trabajo para descubrir que 63
eran las once y media. Dylan sacó su teléfono. —Tres llamadas perdidas.
—¿Hannah?
Asintió. —Debería haberle dicho que no podíamos encontrarnos esta
noche.
Ahora era mi turno de asentir. Esa era la regla. Lo aprendí de años de
vivir con mi madre. Cuando tu amante casado comienza a quejarse contigo
sobre algún problema con su esposa o familia de verdad, simplemente asientes
y no haces contacto visual.
Excepto que Dylan no estaba casado. Y no era mi amante… ya no. Pero
eso no me impidió imitar a mi madre a la perfección que me sorprendí.
—Debería irme —dijo ahora.
Asentí otra vez, esta vez sin siquiera levantar la vista de mi portátil.
—¿Tess?
Levanté la cabeza. Me miraba, con una expresión indescifrable en su
rostro. —¿Sí?
—¿Quieres que me vaya?
Sus palabras sacaron algo fuera de mi pecho, dejando tras de sí un lugar
hueco y succionando. —Claro —dije con suavidad mientras el dolor se extendía
desde mi corazón a mi estómago—. Estoy lista para ir a dormir. Tendré esas
notas para ti mañana por la mañana.
Me miró fijamente, sin decir nada, y por un momento casi pude imaginar
que sabía con exactitud lo mucho que me costaba actuar como si no me
importara. Eso ni siquiera me dio un segundo pensamiento al hecho de que iba
a dejarme aquí e ir a su apartamento y estar con ella.
Y de repente, las imágenes estaban de vuelta. Aquellas en donde Dylan
se encontraba con ella. Hannah. Mi hermana. Entraría en su apartamento. Ella lo
esperaría enredada en las sabanas azules de su cama futón. Él se sacaría su camisa,
revelando los músculos que solo había insinuado cuando lo conocí, en ese entonces había
sido mío, pero ahora estaba completamente formado... y fantástico. Ella pasaría su mano
sobre su pecho, a través de su cabello. Su perfecta, muy cuidada mano brillando con
anillos, especialmente el diamante grande y gordo de su mano izquierda.
Cerré los ojos, apretándolos. ¿Qué demonios estaba mal conmigo? Yo no
era mi madre. Tuve dos años en los cuales, si hubiera querido, podría haber ido
detrás de Dylan. No iba a languidecer sobre lo que perdió ahora que encontró a
otra persona, como si la única razón por la que posiblemente me podría sentir
atraída hacia él era que no se encontraba disponible...
Su mano cubrió la mía, luego la arrastró hacia mi manga, acariciando
suavemente mi brazo. —¿Tess? ¿Estás bien? 64
Abrí los ojos, sintiéndome estúpida. —Lo siento. Me duele un poco la
cabeza.
—Estás demasiado cansada. No debería estar afuera tan tarde. Y mañana
tienes tu turno en el restaurante... —Frunció el ceño—. ¿Estás bien para
conducir a casa?
—Sí. —Cerré la pantalla de mi laptop, irritada de que estaba provocando.
—No me gusta la idea de que conduzcas.
—No me gusta la idea de dormirme debajo de la mesa del laboratorio.
La comisura de su boca se curvó hacia arriba. —Puedes quedarte en mi
casa.
Lo miré boquiabierta. ¿Hablaba en serio? ¿Era estúpido? ¿Estaba tan
desorientado sobre lo que pasaba aquí que podía invitarme a su apartamento
para dormir?
¿O me invitaba para algo completamente diferente?
—Me puedo quedar con Hannah —terminó.
Oh. Oh. Las visiones comenzaron de nuevo, solo que esta vez, se sacaba
su camisa en lo que imaginaba sería en el lujosamente amueblado condominio
de Hannah que mantenía inmaculado. No simples dormitorios universitarios o
viajes diarios de la mansión de sus padres para la preciosa Hannah Swift. Me
encontraba bastante segura de eso.
—No —dije rápidamente—. No lo hagas.
—¿Qué?
—No te quedes con Hannah. —Las palabras salieron de mi boca antes de
que pudiera detenerlas. Sus ojos se agrandaron—. Quiero decir... no la molestes.
A esta hora. —Su mirada era intensa—. Estoy bien. Puedo conducir a casa.
Ya me encontraba metiendo mis cosas en mi bolso, ya alejando mi
mirada. Me despedí con rapidez de él y hui del laboratorio. Esto estaba mal,
pensé mientras tomaba las escaleras de dos en dos. Esto no era parte de las
reglas, pensé mientras me apresuraba a través del estacionamiento hacia mi
viejo coche destartalado. Chicas como yo no les daban órdenes a los chicos
sobre si deben o no ir a la casa de sus novias.
Y en el segundo en que lo pensé, quise vomitar.
En lugar de eso, entré en mi coche, metí la llave en el contacto y conduje
a casa, tratando todo el tiempo de ignorar los redobles de tambores en mi
cabeza.
Chicas como yo.
65
Chicas como yo.
Chicas como yo.

En mi vida, nunca había faltado a una clase, pero me sentía bastante


tentada a faltar el jueves a Biotransporte. Tan pronto como entré en la clase, me
di cuenta de los desafíos que existían más allá de solo enfrentar a Dylan de
nuevo, después de mi huida cobarde del laboratorio de anoche. De lo que
Dylan me había contado, la competencia por el premio simposio era bastante
despiadada. Si elijo sentarme en algún lugar que no sea el escritorio que usamos
en cada clase hasta el momento, ¿cómo se vería para todos los demás?
Me senté en el asiento habitual.
Sentí más que ver a Dylan sentándose a mi lado, ya que mantuve mi
nariz enterrada en mi cuaderno. No dijo nada. Le pasé su libro, deslizándolo.
Lo agarró sin decir una palabra. Morí un poco en mi interior.
La clase comenzó, y me encontré extrañando sus empujones, sus
susurros. ¿Cómo iba a lograrlo a través de todo un semestre como este? No,
olvídate de eso. ¿Cómo iba a lograrlo a través de un fin de semana sin verlo,
preguntándome qué pensaba? Ni siquiera podía soportar preguntarme qué
pensaba ahora. Lo miré a hurtadillas.
Su atención estaba centrada por completo en nuestro profesor mientras
sus dedos se movían a través de su teclado portátil.
Al otro lado de la sala, Elaine Sun se encontraba sentada con otra
estudiante, compartiendo notas y señalando cosas en el libro abierto sobre la
mesa delante de ellas. Tamborileé mi bolígrafo contra el borde de mi cuaderno,
pensando. Se escapó de mi mano y rodó debajo del escritorio, y extendí mi
mano para agarrarlo, al mismo tiempo que Dylan.
Nuestras manos se encontraron debajo de la mesa, cada uno de nosotros
con un extremo de mi bolígrafo. Levanté mi mirada hacia su rostro y vi, por
primera vez, que hoy usaba lentes.
—Hola —susurró.
—Hola.
El tiempo se detuvo. Era como hace dos años en Cornell, con lentes y
todo. Podría haber vivido felizmente debajo de esa mesa, medio me incliné con
la cara de Dylan a un centímetro de distancia. Pero el profesor probablemente
se habría dado cuenta. Los otros grupos definitivamente lo harían. Se enderezó,
y después de un segundo, también lo hice, regresando hacia la luz fluorescente 66
y molestosa de la sala de clases, donde había trabajo escolar, estudiantes y
Dylan tenía novia y de todos modos, no me interesaba.
Inclinó la pantalla de su portátil hacia mí y golpeó mi cuaderno. Miré por
encima y ahí, entre las ecuaciones y los apuntes de clase, había una línea de
texto, sola.
No huyas de mí. Me quedé sin aliento. Entonces, incliné la cabeza sobre mi
papel, mi cabello oscuro cayendo hacia adelante mientras escribía mi propia
nota secreta.
Estoy aquí. Miré por encima de su pantalla.
Si pasa algo, quiero que me lo digas. Ya no tenemos dieciocho años. Si no puedes
hacerlo, dímelo ahora. Es mejor renunciar ahora que empezarlo y arriesgar nuestras
posibilidades al final. Bueno, eso dolió. Humillada, sentí un rubor subir desde el
cuello hacia mis mejillas. Así que ahora Dylan pensaba que era la chica que no
podía mantener sus hormonas en secreto el tiempo suficiente para hacer un
proyecto con él. Incliné mi cabeza sobre mi cuaderno, una vez más, los trazos
de mi bolígrafo fuerte y negro.
Puedo hacerlo. Y TÚ puedes dejar de invitarme a pasar la noche en tu cama. Me
senté de nuevo y golpeé el papel, luego, cuando estaba segura de que lo había
leído, dibujé una línea gruesa de color negra por encima de las palabras,
garabateando alrededor de ellas. No necesitaba ese tipo de nota en mi
expediente. Levanté la vista para mirarlo. Me observaba fijamente, su expresión
imposible de descifrar debajo del brillo de sus gafas. Le di una pequeña sonrisa
de suficiencia y volví mi atención al profesor. Round para Tess McMann. Pude
haber actuado como una ex despreciable anoche, pero él empezó. “Ser amigos”
era una cosa, pero no éramos tan amigos que simplemente podía ir a dormir en
su casa.
Cuando la clase terminó, comencé a recoger mis cosas sin mirarlo.
—¿Trabajas todo el fin de semana? —preguntó Dylan, su tono tan casual
como si nada hubiera sucedido.
—Más o menos —dije—. Pero si quieres hallar un tiempo para reunirnos
y hacer el trabajo, probablemente pueda organizar algo.
—No es necesario —dijo—. En realidad solo conversaba. Me preguntaba
si tenías algún plan.
Alejé mi cabello de mi cara y giré hacia él. —Nop. Trabajo. ¿Tú?
—Iba a ir al partido de fútbol con unos amigos este fin de semana.
Ah, claro. Fútbol de Canton, donde no tienes que luchar por tus entradas
con meses de anticipación de la manera en que lo hacías en la Estatal. —Suena
divertido.
67
—Nos reuniremos antes del partido. —Dejó las palabras colgando por un
minuto—. Hannah no irá.
Asentí. —Bueno, diviértete. Piensa en mí cuando estés por ahí y yo esté
atascada cortando limones.
—No te preocupes —dijo—. Pensaré en ti.

—¿Hannah no irá? —repitió Sylvia, incrédula—. ¿De verdad te dijo eso?


—Sí —dije, soplando un mechón de pelo castaño de mi cara. Hacíamos el
trabajo de preparación detrás de la barra en Verde antes de que las cosas se
pusieran atareadas. Dado que muchos estudiantes no tenían clases los viernes,
las noches de jueves en una ciudad universitaria podrían volverse tan salvajes
como el fin de semana—. Es sospechoso, ¿verdad?
Me arqueó una ceja. Una sola ceja. No conocía a nadie que pudiera hacer
eso excepto Sylvia, y había practicado por años para hacerlo bien. Incluso lo
había puesto en sus hojas de audición en “talentos”, junto con llorar en el
momento adecuado.
Y estaba alegre de que se encontrara de acuerdo conmigo en que era
sospechoso. Primero Dylan me había invitado quedarme en su casa y ahora,
¿me invitaba a eventos sociales cuando sabía que su novia no estaría ahí?
Conocía este juego. Nací por causa de este juego.
Nunca sospeché que Dylan sería como mi padre.
—Es sospechoso —dijo—. Especialmente después de que él exagerara su
historia sexual y lo que la otra chica de tu clase dijo sobre él yendo tras la carne
fresca...
Annabel, que trabajaba como camarera, giró en el bar con una orden de
tragos. —¿Qué pasa, señoritas?
Mientras Sylvia comenzaba a preparar los martinis de Annabel, la puse
al corriente de lo último con Dylan.
—No sé —dijo cuando terminé—. No sería muy rápida para condenarlo.
—Eres una blanda —dijo Sylvia, ensartando aceitunas en los palillos de
dientes.
—Vamos a analizar lo que está pasando aquí antes de saltar a
conclusiones —dijo Annabel—. Conoces a este chico, y nunca antes ha sido un
idiota, ¿verdad?
68
—Ella lo conocía —corrigió Sylvia, haciendo estallar la tapa de su
mezclador—. Dos años atrás. Y ahora está todo Sexy McArdiente. Eso cambia a
un chico.
Bueno, siempre pensé un poco que era Sexy McArdiente. O al menos
Lindo McGuapo.
Annabel ignoró a su hermana y empezó a contar sus argumentos con sus
dedos. —Pensó que te encontrabas enferma y se ofreció a renunciar a su
habitación, no a compartirla contigo. Hay una diferencia. Quizás no estaba más
que sinceramente preocupado por ti al conducir casa sola. Además, sabe que
eres nueva en Canton y que posiblemente aún no has hecho un montón de
amigos. Por lo que te invitó a un grupo para compartir antes del partido. Grupo.
—Fulminó con su mirada a Sylvia—. Creo que solo intenta ser agradable.
—Entonces, ¿por qué enfatizaría que su novia no estaría presente? —
señaló Sylvia.
—Bueno, ya sabe que Tess se siente incómoda a su alrededor por toda
esa cosa de “una vez durmieron juntos”. Quizás solo era su forma de decir:
“Ven a pasar el rato con mis amigos. Ni siquiera tendrás que lidiar con todo lo
raro de mi novia”.
Sylvia sirvió los martinis en las copas que esperaba Annabel. —Tal vez
era su forma de decir: “Ven a darme un poco de la otra”.
Annabel rodó sus ojos y fue a entregar las bebidas. Pero me había dado
mucho en que pensar. Las hermanas Warren no lo sabían, pero estaba muy
familiarizada con las formas y hábitos de los hombres que engañan. Mi papá
nunca invitó a mi madre a su círculo social habitual. Sí, tenían “amigos” que
veían cuando iban de viajes juntos, otros hombres y sus amantes, quienes todos
tenían tanto que perder si no fueran discretos sobre sus vidas secretas. Ella
nunca fue a cenar con él en esta ciudad. Muchas posibilidades de ser
descubierto.
—Sinceramente, no sé cómo lo hace —se quejó Sylvia a mi lado mientras
servía copas de Pinot Grigio para un grupo de chicas al final de la barra—. No
conozco a nadie, quien fue jodida completamente por los hombres como
Annabel, y sin embargo, siempre quiere pensar lo mejor de ellos.
—Es así quizá por Milo —sugerí—. Algún día va a ser un hombre y
quiere asegurarse de que sea uno de los buenos.
—Será mejor que lo sea, o le retorceré el cuello.
Le sonreí a mi amiga. —Bueno, al menos estás admitiendo que hay tal
cosa como un buen hombre.
—Milo aún no es un hombre —dijo—. Veremos en diez años.
Annabel había sido muy jodida con claridad. Su primer novio, Mark, era 69
un ladrón y un matón, posiblemente algunas otras cosas que aún no estaba del
todo segura. Gracias a Dios, ahora él estaba en la cárcel, pero en su momento,
lastimó un poco a Annabel, tanto antes como después de dejarla embarazada.
Cuando se negó a abortar el embarazo, sus padres la habían echado de la casa.
Cuando le pidió ayuda al padre de Mark, la llamó una puta mentirosa e insistió
en que se haga una prueba de paternidad antes de que “arruine” la vida de su
hijo. Eso era un rico. Cuando Milo tenía seis meses, Mark consiguió ser
arrestado después de irrumpir en la casa de su vecino y, después de haber ido a
la cárcel, de todos modos, toda la cuestión de pagar la manutención del niño se
había quedado sin discutir. Creía que Milo estaba mejor sin su padre en su vida.
Si hubo un hombre que preferiría que no influya en las generaciones futuras,
era Mark.
Aun así, Annabel nunca perdió su fe en la humanidad. Milo era su luz
brillante. Era su hermana Sylvia, quien era cínica. Si pensaba que había hecho
de los hombres una baja prioridad en la lista de mi vida, no era nada
comparado con la actitud de mi mejor amiga de “quédate fuera de mi césped”.
Pero aun así, el lema de Sylvia era “culpable hasta que se demuestre su
inocencia”. Odiaba a todos hasta que sabía que estaban de su parte, y quienes
habían hecho el corte eran pocos y distantes entre sí.
Mientras la noche continuaba, encontré que no tenía mucho tiempo para
hablar más con mis amigas sobre la situación, aunque servir cervezas no
agotaba mi capacidad mental con exactitud, había un montón de tiempo para
pensar en ello. Y, por supuesto, las cosas que pensaba, no eran el tipo de cosa
que podría compartir con las Warren. Sylvia creía que había un tipo de chicos
quienes engañaban y otro tipo quienes no lo hacían, y quizás tenía razón. Pero
tal vez era más que eso. Quizás también había un tipo de mujer con quién
engañaban. Las mujeres como mi madre, quienes dejaban escapar algún tipo de
feromona especial que solo los chicos que engañan podían sentir que decían:
“Sí, aguantaré esta mierda. Vamos a hacerlo”.
Y tal vez, también yo era ese tipo de mujer.
De cualquier manera, el sábado no iba a faltar al trabajo para asistir al
partido de fútbol con Dylan y sus amigos… y sin Hannah. En lugar de eso, traté
con fuerzas de averiguar las proporciones exactas de la amaretto sour que las
chicas de la hermandad en la mesa treinta y cinco tiraban como Kool-Aid.
Quizás era bioquímico en mí, pero prefería atender el bar a ser camarera. O por
lo menos, la parte de atender la barra que no requería que hable con los clientes.
—Oye, cariño —una voz flotó por encima del estruendo—. Tú ahí.
¿Señorita?
Lentamente me di cuenta de que me llamaban. Me di la vuelta para ver a 70
un chico agitando algo de dinero encima de la barra. —¿Sí?
—Tres cervezas de barril para mí y mis amigos.
Agarré las cervezas y se las llevé. Había tres hombres y dos mujeres,
algunas con la camiseta de Canton, desplazando los taburetes en esa esquina.
—¡Por fin, algo de servicio! —dijo una de las chicas—. ¿Haces amaretto
sour?
—Es una especialidad —dije, sonriendo mientras agarraba el amaretto y
el sour mix de la barra, y comenzaba a mezclar.
El chico, que me había llamado primero, me observó sacudiendo las
bebidas de las chicas. Bueno, para ser sincera, observaba mis pechos rebotando.
—¿Te gustaría comenzar una cuenta? —le pregunté.
—Siempre y cuando signifique que eres la camarera disponible, cariño.
Forcé una sonrisa y agarré su tarjeta de crédito. El nombre que se leía en
la tarjeta era Todd J. Hamilton Jr. Todd tenía un papá que lo amaba tanto que le
dio exactamente el mismo nombre. Debe ser agradable. Ni siquiera tenía el
apellido de mi padre.
La siguiente vez que me acerqué a ese lado del bar, a Todd y sus amigos
se les había unido una tercera mujer, que claramente había encontrado
inaceptable el taburete Verde, ya que se había sentado en el regazo de Todd.
Mientras pedía su amaretto sour, Todd no me miró. Ni siquiera a mis pechos.
Novia. Lo imaginé.
La noche continuó, y también lo hicieron los pedidos constantes de
cervezas de barril, gin tonics, y amaretto sour para el grupo en la esquina de la
barra. En algún momento, las damas se marcharon, dejando que los caballeros
bebieran por su cuenta. Mientras realizaba la última ronda de pedidos, Todd
me sonrió.
—¿Cómo te llamas, cariño?
—Tess —dije, y le entregué su cerveza.
—Tess —dijo, y sonaba como un silbido—. ¿Qué harás después de tu
turno?
—Me voy a casa a estudiar. —Mantuve mi expresión abierta y alegre,
habitualmente profesional de camarera de: “Quiero una propina, pero no somos
amigos”.
La confusión cruzó su rostro.
—No estás en Canton. —Fue una declaración.
—En realidad, sí. Me acabo de trasladar. —Mantuve la misma ligereza en 71
mi tono, pero no había ninguna razón para mentir, ¿verdad?
—Oh. —Todavía sonaba desconcertado—. Felicitaciones.
—Gracias. —Salí y encontré a Sylvia al otro lado del bar—. El chico
estaba sorprendido de que vaya a Canton.
—Por supuesto —respondió—. Somos las fáciles, no lo sabes. No somos
iguales. No somos humanas.
Todd llamó mi atención de nuevo. —Sabes —dijo arrastrando sus
palabras mientras me acercaba—. Ya que eres una estudiante de Canton, quizás
te gustaría venir a nuestra casa de fraternidad después de esto. Haremos una
pequeña fiesta. Solo amigos muy cercanos.
—No soy tu amiga —dije a la ligera, sirviéndole otra cerveza.
Agarró mi mano al pasarle la cerveza. —Aún no, cariño.
Me aparté. —¿No se fue tu novia, hace como cinco segundos?
—Eh —dijo encogiéndose de hombros—. No es mi novia.
—¿Ah sí? —Crucé los brazos—. ¿Qué diría sobre eso si le preguntara?
Su expresión se endureció.
—Por Dios, qué rígida. Claramente te identifiqué mal. Te ves como el
tipo de chica que le gusta divertirse.
Si me hubiera abofeteado en la cara, no podría haberme lastimado más. Y
cinco minutos más tarde, cuando cerraron su cuenta a través de Sylvia y me
trajo la pequeña carpeta de facturas de piel artificial negra, no me sorprendió
ver escrito ¡Perra! arriba de la propina.
—Imbéciles —dijo Sylvia—. Aunque ellos pierden. No pueden actuar de
esta manera y esperar que no escupa en sus bebidas la próxima vez.
Asentí y cerré la cuenta.
—Que se jodan —prosiguió—. Chicos idiotas que piensan que cualquier
camarera es blanco de burlas. Y si no caes de rodillas y le haces una mamada
aquí mismo actúan como si estuvieras fuera de lugar. Es un riesgo profesional.
Tienes que ignorarlos.
—No me molestan —dije. Y era más o menos la verdad. Que te
coqueteen y jodan por propinas era molesto, pero formaba parte del paisaje. No
era eso.
Te ves como el tipo de chica...
Para Todd y sus amigos, me veía como el tipo de chica que iría a casa con
un chico, después de verlo pasar la noche con su novia. El tipo de chica, a quien
72
no le importaba que había hecho un compromiso con alguien más, alguien que
confiaba en que no recogería camareras después de sus turnos en los bares. El
tipo de chica que era mi madre.
¿Tenían razón?
9
Traducido por Madhatter
Corregido por LucindaMaddox

Todavía estaba pensando en la pregunta a la mañana siguiente mientras


me preparaba para mi hora de laboratorio de las nueve de la mañana, todavía
pesaba en mi mente mientras conducía hacia la escuela y entraba en el edificio.
Tuve un momento difícil imaginando a alguien tratando a Hannah de la forma
en la que Todd J. Hamilton Jr. me había tratado anoche. ¿Había algún tatuaje en
mi frente, visible solo para los imbéciles, que dijera: “Esta es una chica fácil”?
¿Siempre había sido así? No era más que una estudiante de inglés, pero
había leído a Jane Austen en la secundaria, igual que todo el mundo. En Orgullo
y Prejuicio, todos mis compañeros se habían derretido con la historia de amor
del señor Darcy y Lizzie Bennet, pero a mí me había fascinado la reacción del 73
señor Wickham, quien había tratado de seducir a varios de los personajes. No
fue una parte que mis profesores hubieran sacado en clase, pero nunca había
sido capaz de sacarla de mi mente. Con la millonaria Georgiana Darcy —la
hermana del señor Darcy— más tarde con la heredera Mary King de Meryton,
él había buscado casarse con ellas. Pero con la coqueta Lydia la hermana menor
de Lizzie, quien no tenía dinero, él solo se había escapado, contento de
conseguir sexo y dejarla a ella y a su familia entera arruinada. Después, el tío de
Lizzie había informado que Wickham todavía esperaba casarse con una chica
rica, a pesar del hecho de que él había estado “viviendo en pecado” con Lydia.
Siempre me había preguntado qué habría pasado si el señor Darcy no hubiera
intervenido y forzado el matrimonio. ¿Habría Lydia pasado el resto de su vida
en secreto, criando a los hijos bastardos de Wickham mientras que él se casaba
con alguna dama fina?
Si había un tatuaje invisible para chicas como nosotras, Lydia Bennet lo
tenía, también.
Fui capaz de colocar mis pensamientos a un lado mientras terminaba mi
trabajo de laboratorio para la semana, pero mi estado de ánimo era gris carbón.
Se debía notar en mi rostro, también, porque salí del laboratorio, casi sin ver a
dónde iba, y entonces me fui de bruces contra Dylan.
—Oye, hola —dijo él, estabilizándome—. ¿Todo bien?
—Bien —me quejé—. Estoy en un apuro solamente. Mi turno empieza a
las diez y media…
—Oh, cierto. ¿Cómo está el negocio de los restaurantes?
Rodé mis ojos. —Mmm. Tuve a algunos imbéciles en mi sección anoche.
—Rudo. ¿Malas propinas?
—Ninguna propina —respondí—. Al parecer algunos chicos no creen en
darle propina a la camarera a menos que acceda a irse a casa con ellos.
Una nube pareció pasar sobre los ojos de Dylan. —¿Esa clase de cosas te
suceden a menudo?
—Te lo diré cuando haya hecho esto por un poco más de tiempo. Pero de
acuerdo a mi amiga Sylvia, la respuesta es sí.
—Lo siento. —Negó con la cabeza—. Tenemos que sacarte de allí. Voy a
mantener mis ojos abiertos por cualquier empleo de asistente de investigación.
—Gracias. —Me encogí de hombros—. Es una experiencia de
aprendizaje. Debí haberme dado cuenta de que nadie con un nombre tan
pretencioso como Todd J. Hamilton Jr. sería un imbécil. Nota personal: siempre
revisar la tarjeta de crédito cuando ellos abren una cuenta. Si tienen un nombre
de idiota, espera un tratamiento de idiota. 74
Dylan no dijo nada por un momento. —Lo siento mucho, Tess.
No necesitaba su compasión. Solo necesitaba llegar al trabajo.

La noche del viernes en Verde pasó sin ningún incidente, y la multitud


del sábado en el almuerzo fue bastante gentil, siendo que estaba conformada
por todos los lugareños que no habían ido al partido de fútbol. Al desvanecerse
la tarde, sin embargo, los clientes se volvieron más escandalosos y el
restaurante se llenó con aficionados al fútbol con ganas de celebrar la victoria de
Canton. La mitad de los reservados celebraban vistiendo camisas, gorras y
chaquetas de Canton.
—Tienes la mesa veintiocho —dijo Annabel mientras pasaba por mí en la
mesa de preparación—. La seis superior. Pidieron por ti específicamente.
—¿Solicitudes, tan pronto? —dijo otra camarera—. Vaya, alguien es
popular.
Estaba desconcertada. No había estado en Verde el tiempo suficiente
como para conseguir clientes habituales. Me acerqué a la mesa con una buena
dosis de curiosidad, y mi estómago se apretó cuando reconocí a Todd J.
Hamilton Jr., rodeado de algunas personas mayores. Pero entonces el tipo en la
esquina levantó la vista y me sonrió. Ojos azules, cabello oscuro. Dylan.
¿Me había estado quejando con él sobre su amigo?
—¡Hola, Tess! —dijo Dylan alegremente—. Chicos, esta es mi amiga de
Bioingeniería, Tess McMann. Acaba de transferirse de Canton este semestre y
desafortunadamente, tuvo que trabajar durante el partido.
—Ahh… —Todo el mundo hizo eco simpáticamente.
—Tess, estos son algunas de los Químicos de Canton que conocí en el
último día de mi carrera. Querrás ser amiga de ellos en caso de que nunca
llegues a las puertas de atrás. Siempre tienen la mejor tienda. —Le guiño un ojo
a una de las mujeres de más edad, y ella sonrió.
—Buenas bebidas, no el habitual licor de chicos de fraternidad —dijo—.
Soy Kathleen Hamilton, Vicepresidenta de Recursos Humanos en Canton
Chem.
—Gusto en conocerte—dije.
—Y por supuesto —continuó Dylan—, conoces a su hijo, Todd.
Todd no levantaba la mirada de su menú. 75
—Sí, Todd y yo nos conocimos la otra noche —dije, repartiendo los
menús.
—Yo también fui mesera cuando estaba en la universidad, un duro
primer trabajo. Siempre tienes a idiotas babeando encima de ti.
—No me digas —dijo Dylan, mirando hacia Todd—. Suena terrible. ¿Qué
tipo de persona sería tan irrespetuosa con una mujer que trata solamente de
hacer su trabajo?
—Exacto —dijo Kathleen—. Bueno, Tess, si alguna vez quieres aplicar
para una pasantía en Canton Chem, aquí tienes mi tarjeta. —Me dio un
rectángulo brillante—. Dylan ha estado cantándote alabanzas durante todo el
partido.
—Oh. ¿En serio?
Tomé sus órdenes de bebidas y me las arreglé para mantener las
interacciones al mínimo durante el resto de la comida. Cuando estaba
registrando su cuenta, Dylan me encontró en la computadora.
—¿De qué iba todo eso? —le pregunté, presionando los botones en la
pantalla con un poco más de la fuerza estrictamente necesaria—. ¡Entrando aquí
con él y su madre!
Levantó sus manos en un alarde de inocencia fingida. —¿Qué? Me dijiste
que había estado molestándote. Tuve una oportunidad para arreglarlo. Y me
llevé una comida gratis en el proceso.
—No necesito que pelees mis batallas, Dylan.
—Sé eso —dijo con ternura—. Pero odio a los tipos que tiran ese tipo de
mierda. Que actúan como matones con las personas, con las mujeres, pensando
que son inferiores a ellos. Solo pensé que le daría una pequeña lección en
perspectiva.
Imprimí el recibo, lo introduje en la billetera, y la cerré de golpe.
—Y creo que lo único que le has enseñado es a tener cuidado con quién
se mete. Puede que sea más amable conmigo porque sabe que estoy en
Bioingeniería y porque me adulan en Canton Chem, pero ¿qué le impide ser un
imbécil con otras camareras, por ejemplo, con mi amiga Sylvia?
Dylan me miró un segundo. —Tal vez. Pero es un comienzo. No tendría
que haber intentado ligar contigo.
—Mmm…
—Tiene novia.
Aparté la vista. —Eso no detiene a algunos chicos. —Y mira quién estaba 76
hablando. ¿Había catalogado mal a Dylan? ¿Había estado Annabel en lo cierto,
que él solo había tratado de ser amable conmigo cuando me había ofrecido
dejar que me quede en su departamento? ¿Cuándo me había invitado a ir al
partido? ¿No había estado planeando nada insidioso y solo estaba tratando de
conectarme con una pasantía en Canton Chem?
—Además, no tiene idea de lo rompecorazones que eres.
Aún a salvo encarando la registradora, me reí.
—Además… tampoco te merece.
Me giré hacia él. La mirada en sus ojos era pura, sin restricciones, y
rebosante de añoranza. Me eché hacia atrás en estado de shock.
—Tess… —Alargó la mano hacia mí, luego se detuvo a sí mismo—. Yo
llevo la cuenta. Puedes ir a ver a tus otras mesas. —Agarró la billetera de mis
manos y desapareció.
Presioné mi mano contra mi pecho. Bajo mi palma, mi corazón latía como
si hubiera corrido un kilómetro. ¿Qué fue eso? ¿Qué fue eso? En un segundo me
estaba diciendo que era inapropiado que chicos con novias intentaran ligar con
otras mujeres, y al segundo siguiente se veía como si quisiera arrancarme la
ropa allí mismo en la caja registradora.
Al menos se había ido. Si no lo hubiera hecho, podría haberle dejado que
rasgara mi ropa.
La siguiente vez que pasé por la mesa veintiocho, estaba vacía. Junto a la
propina de Kathleen Hamilton, Vicepresidente de Recursos Humanos de
Canton Chem, que había escrito en el recibo de la tarjeta de crédito, hallé un
billete de veinte. En la parte superior estaba garabateado: Lo siento, TJH.
Está bien, no necesitaba que Dylan peleara mis batallas. Pero no podía
discutir con los resultados.

El domingo, Dylan apareció en Verde de nuevo, alrededor de las dos,


justo cuando parte de la multitud del almuerzo se estaba dispersando. Estuve
trabajando en el bar de nuevo, mezclando Bloody Marys y Mimosas toda la
mañana. Finalmente pensé que tendría un descanso, y luego vi a la anfitriona
colocándose en un lugar en el bar.
Momentos después, Dylan se sentó.
Crucé los brazos. —¿Eres mi primer cliente habitual? 77
—Así parece. —Sonrió y abrió el menú. Estaba usando unos vaqueros
casuales de domingo, una camiseta de Canton, y esas malditas gafas. Si yo no lo
conociera, pensaría que las estaba usando solo por mí—. ¿Qué es bueno aquí?
—Bueno, te perdiste del almuerzo fijo del día, así que me temo que solo
hay un montón de sándwiches y ensaladas.
Me miró por encima de menú. —¿Qué te gusta?
—El BFG. —Señalé—. Es tocino, higo y queso de cabra. Perfecto para ti.
Cerró el menú. —Ahh. Lo recuerdas.
Me acuerdo de todo, estuve a punto de decirle pero me detuve justo a
tiempo. No iba a añadir nada a la colección de declaraciones vagas y confusas
que me ha lanzado en los últimos días. —Entonces, ¿el BFG?
—Y una Coca-Cola.
Metí su orden y me ocupé de cortar limones en la barra que no
necesitaba hasta que le entregara su comida. Pero cuando estaba a punto de
darme vuelta, él me detuvo.
—¿Estás muy, muy ocupada?
—¿Viniste aquí solo para pasar el rato conmigo?
Desplegó su servilleta. —¿La verdad?
—La verdad.
—Tal vez.
Sonreí. —¿Qué, cinco horas al día de lunes a miércoles no son
suficientes?
Me miró. —No.
Me quedé sin aliento. Esto no era justo. Mi reacción como camarera sería
mantener las cosas ligeras y coquetear amigablemente para obtener una buena
propina pero tampoco debía ser tan amable como para que el cliente pensara
que estaba pasando algo entre los dos. Mi reacción como su compañera de
laboratorio era decirle que tendríamos tiempo de sobra para trabajar cuando
estuviéramos realmente en nuestro laboratorio. Y mi reacción como la ex
amante que trataba de ser su amiga era decirle que se fuera a su casa y llamara
a Hannah.
No hice nada de esto. —Estaba a punto de tomar mi almuerzo de
descanso. Está refrescando aquí abajo y consigo una ensalada gratis con cada
turno.
—¿Comes conmigo?
Lo hice. Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos nos sentamos
uno frente al otro en la barra, hablando de nuestro proyecto, de nuestras clases,
78
de nuestras comidas y películas favoritas, y de qué pensábamos de la normativa
ambiental vigente respecto a los alimentos modificados genéticamente. Dylan
bromeó sobre lo difícil que iba a ser, ser al mismo tiempo una culinaria y un
bioingeniero incipiente.
—Puedo apreciar a un tomate por herencia sin tratar de excluir a los
otros tipos —dijo con una risa.
—Creo que podrías estar desperdiciando tu tiempo en biocombustible.
—Lo apunté con mi tenedor—. Obviamente tu vocación es la comida.
Se encogió de hombros. —Sigue todavía ese niño gordo dentro, supongo.
Dejé que mi mirada viajara por la parte de su pecho y sus brazos que
podía ver sobre la barra. Era esbelto, ligeramente musculoso, como un corredor.
—No te preocupes. No se nota.
No dijo nada, y arrastré mis ojos de nuevo hacia su rostro. Paró de comer
y me estaba mirando, viendo mi mirada hacia él, una expresión que no me
atrevía a identificar en sus profundos ojos azules.
—Quiero decir…
—Sé lo que quieres decir. —Se metió el último pedazo de su sándwich en
la boca y se limpió las manos con la servilleta—. Probablemente debería irme.
Hannah estará de regreso en la ciudad esta noche.
Interiormente, me estremecí. —Está bien. Ten un buen día.
—Y tengo mucho trabajo que hacer antes de eso —finalizó torpemente
mientras que las ramificaciones de sus palabras se hundían en mí—. Tess, no
quería decir “mi novia está de regreso, así que, nos vemos…”
—Sé lo que quieres decir —repetí, limpiando su plato. Y cielos, sí que lo
sabía. ¿Cuántos fines de semanas había pasado mi padre en nuestra casa
cuando su esposa estaba ausente en un viaje de spa con sus amigas millonarias,
o fuera pasando un fin de semana en Manhattan con Hannah? ¿Cuántas tardes
de domingo terminaron con él diciéndonos esas mismas palabras?
—Gracias por el almuerzo —dijo.
—No me agradezcas —dije—. Estás pagando por él.
—Quise decir, gracias por haber almorzado conmigo.
—Oh. —En realidad no había entendido a lo que se refería ahora—. Pues,
como dije, me tomaba el descanso de todas formas.
—No tenías que tomarlo conmigo.
—Tú no tenías que venir a Verde.
—Sí tenía —dijo, y por el tono de su voz, sonaba como si quisiera decir
mucho más—. Si quería verte. 79
Después de que Dylan se hubiera ido, abrí la carpetita de cuero. Su
cuenta había sido de doce dólares. Dentro había un billete de veinte dólares.
Tragué saliva. Si hubiera sido otra persona y no Dylan, no habría pensado dos
veces en aceptar esa propina. Claro que era grande, pero no era descabellada, y
no era tan inusual viniendo de una comida individual además había tenido una
conversación con el personal. Sin embargo como era de Dylan se sentía como si
me hubiera pagado por almorzar con él, como si estuviera diciendo, “Pobre
Tess, no es lo suficientemente rica como para asistir a Canton sin llenar sus días
con trabajo servil, ni tan rica como la novia con la que debería estar pasando mi
tiempo”.
Algunas veces, cuando mamá estaba entre trabajos o deprimida, papá
escribía sus cheques. Grandes cheques. Papá pagaba para que consiguiera un
guardarropa nuevo, un tratamiento de Botox o alguna otra indulgencia
generosa que se sentía realmente bien hasta que pensabas sobre ello y te dabas
cuenta de que no era nada en comparación con lo que él le daba a su esposa.
Ocho dólares de Dylan. Veinte de Todd, lo cual Dylan había también
arreglado. Ciento cincuenta del resto de personas del fin de semana. A este
paso, tendría ese libro de Ingeniería de Tejidos pagado en poco tiempo.
Las siguientes tres semanas pasaron de la misma manera. De lunes a
miércoles, tan pronto como la clase terminaba, Dylan y yo nos encontrábamos
en el laboratorio de bioingeniería para trabajar en nuestro proyecto. Decidimos
resucitar nuestro trabajo de Cornell y hacer una versión de nivel avanzado,
usando las habilidades que habíamos ganado después de dos años en la
universidad y, por supuesto, Diseño del Proceso de Transporte. El jueves y el
viernes, tan pronto como había terminado con la clase, me fui rápidamente a
Verde para mis turnos. De cualquier manera, nunca llegaba a casa antes de las
once de la noche. En los días de laboratorio, olía a productos químicos que
cosquilleaban mi nariz que usaban para mantener las cosas limpias. En los días
como mesera, olía a ajo y a chico de fraternidad sudoroso. Mamá había dejado
de esperarme. Nunca vi a mi padre, lo que creo nos convenía a los dos bastante
bien. Después de eso, tenía por lo menos dos horas de tareas antes de colocar mi
alarma para las seis y despertar para empezar todo de nuevo.
El calendario de correo electrónico de Dylan no daba tregua, y pronto
quedó claro que cada hora que yo pasaba en el restaurante, él la pasaba
trabajando en el proyecto. Odiaba la idea de que estuviera haciendo mucho más
trabajo que yo, pero ¿qué opción tenía? Había literalmente cero tiempos para 80
hacer algo más. Había estado en Canton por un mes y hasta ahora, ni siquiera
sabía los nombres de la mayoría de los otros estudiantes en mis clases. A
menudo los había visto salir juntos para almorzar o para jugar Frisbee en el
patio mientras que yo corría de clase a la biblioteca de clase al trabajo y después
al laboratorio. Mis compañeros se dirigían a comer a la cafetería o a cualquiera
de las pequeñas tiendas que salpicaban el campus, mientras que yo llevaba mi
almuerzo para ahorrar dinero.
Trataba de decirme a mí misma que esto estaba bien. No estaba en
Canton para hacer amigos. Estaba aquí para conseguir mi nombre en un
diploma de Canton. Además, no era como si tuviera un montón de amigos en la
Estatal, tampoco. Había tenido conocidos en clases y personas a las que llamaba
amigos con los que salía los fines de semana, pero con ninguno era realmente
cercana. Y ¿no había sido así siempre, de todos modos? Quizás solo no era el
tipo de persona que tenía amigos cercanos. Incluso Sylvia, en quien siempre
había pensado como mi mejor amiga, no sabía la verdad sobre mí.
Era más seguro de esa manera. Mientras más personas supieran sobre mi
padre, habría más oportunidades de que la historia se hiciera pública. Esas eran
las reglas. Yo sabía las reglas.
Los fines de semana, trabajaba todo el sábado en Verde, luego los
domingos en la tarde, también. Dylan siempre venía los domingos, una vez que
la multitud del almuerzo hubiera partido. Siempre se sentaba en mi sección.
Siempre me engatusaba para almorzar con él.
El domingo por la mañana de la tercera semana, después de lo que
parecía un fin de semana sin fin por la juerga de Halloween de todo el cuerpo
estudiantil de Canton, me encontré con mi mamá, con cara de sueño, sobre la
cafetera.
—Te ves muy mal —ofreció y me sirvió una taza.
—Gracias, mamá —gruñí. Tuve que usar, de hecho, una diadema con un
cuerno de diablo que brillaba la mayoría del fin de semana, para enfrentar las
alas y la aureola con brillos plateada de Sylvia. Una pareja singular habíamos
hecho detrás de la barra, pero por las propinas había valido la pena.
—No puedes seguir así —continuó—. Mírate. Algo tienes que dejar, Tess,
y por la forma en que estás yendo, con el trabajo y la escuela y el proyecto para
el Simposio, me temo que podría ser a ti.
—¿Qué, ser vieja antes de tiempo? —le espeté—. Supongo que nunca
encontraré un hombre, entonces.
Suspiró. —No me importa si no encuentras un hombre, cariño. Sin
embargo, me importa si te enfermas y repruebas la universidad. ¿Cómo le vas a
probar a tu padre que estaba equivocado si eso es lo que sucede? 81
La miré. Un atisbo de sonrisa cruzó por su rostro.
—¡Mamá! —dije impresionada—. ¿Qué fue lo que pusiste en tu café esta
mañana? —¿Probar que papá estaba equivocado? Nunca la había escuchado
estar en desacuerdo con él a lo sumo por el clima.
—Oh, vamos —respondió—. Nunca fuiste rebelde de adolescente. Es
bueno ver lo que tienes por dentro. Es por eso que no quiero que te conviertas
en una esclava con esta cosa de la escuela. La universidad se supone que es
divertida. Necesitas ser capaz de salir, hacer amigos, y sí, conocer chicos… y me
refiero a chicos, Tess.
—¿Hombres casados no? —No pude evitar preguntar.
—Hombres casados no. —Mi mamá había sido incluso más joven que yo
cuando había conocido a papá, una interna de la universidad que Steven Swift,
quince años más viejo que ella, había encontrado irresistible. Cuando ella se
embarazó, él la había abandonado, había aceptado apoyarla, y el resto era
historia—. No me arrepiento de ninguna de las decisiones que he tomado, ni de
la vida que he tenido contigo y con tu padre, pero sé que eso no es para ti. Así
que… hombres casados no, Tess.
¿Y los chicos con novias?, casi le pregunté. Me preguntaba qué era lo que
mi madre hubiera hecho en mi situación. Mandaría todo al diablo, seguro. No
había tenido ningún reparo metiéndose en un matrimonio, no habría tenido
ningún problema tratando de separar un simple acuerdo de citas.
Cuando yo era más joven, me preguntaba por qué, si mi padre amaba
tanto a mi mamá, no había sido capaz de conseguir que él dejara a su esposa
por ella. Después entendí. Era por Hannah. Era solo unos meses menor que yo,
y mi madre una vez había dejado escapar que papá y su esposa habían luchado
durante años con la infertilidad. El poderoso Steven Swift divorciándose y
casándose con una mujer más joven no era una revelación trascendental. Pero
abandonando a su esposa embarazada por una interna que él había dejado
embarazada, también, eso era un escándalo que terminaría con su carrera.
Cuando era adolescente, me preguntaba por qué mi mamá se había
sometido a este acuerdo. Por qué ella no le había dicho a papá a donde largarse,
llevarme, y comenzar nuestras vidas libres y despejadas. Pero veía lo duro que
esto era en Annabel. Tenía veinticuatro ahora y todavía trabajaba en su grado
de enfermería, tomando las clases aquí y por allá mientras trabajaba en dos
lugares. Algunas veces, decía ella, era como si trabajara solo para pagar a las
niñeras.
Y no era solo el dinero, tampoco. Mamá amaba a papá. Incluso si ella
hubiera sido tan ambiciosa como yo, no podría haberlo dejado. Lo amaba
entonces, y aún lo amaba. No puedes evitar sentir, sin importar qué obstáculos 82
estuvieran en el camino. Ella siempre había creído eso, y tuve que admitir que
tenía razón. Aunque estaba tomando decisiones diferentes que las de mi madre,
sabía que eso no cambiaba lo que sentía.
Había pasado dos años eliminando mi conexión con Dylan Kingsley.
Pero a pesar de que ahora tenía más razones que nunca para negar mi atracción
hacia él, no podía hacerme parar de quererlo. Era una parte de mí, y eliminar
esto sería como tratar de expulsar a mi pie izquierdo con el poder de la
voluntad.
Mamá siempre decía que tengo el cerebro de mi padre, pero no era eso.
No era estúpida, mi madre. Solo estaba más dispuesta a dejar que su vida fuera
guiada por sus emociones más que papá, y más que yo. Creía que él amaba a mi
mamá, pero no lo suficiente como para arruinar su vida por completo. Me había
importado Dylan, también, hace dos años, pero había elegido alejarme, para no
dejar que mi vida fuera guiada por mi relación con un hombre.
Y no iba a dejar que sucediera ahora, tampoco. Había demasiado que
perder.
Esa tarde, Dylan vino a Verde de nuevo y pidió que lo sentaran en mi
sección. No lo había visto desde la clase del jueves. Probablemente había
pasado el fin de semana de fiesta, disfrazado, con Hannah. Apostaba que había
sido una hermosa gatita, o una princesa, o una enfermera.
Por el bien de mi fatiga, mi lívido, y mi cordura, decidí tomarme unas
vacaciones. Dejé que otra persona se encargara de su mesa por hoy. Ya no tenía
más fuerzas para luchar.

83
10
Traducido por Mire
Corregido por *Andreina F*

Ni siquiera me encontraba en el campus el lunes por la mañana cuando


recibí un mensaje de Dylan.
Tenemos que hablar. Nos vemos en el atrio lo más pronto posible.
El miedo burbujeó en la boca de mi estómago. ¿Iba a quebrantar nuestra
asociación después de que lo despidiera en Verde el domingo? ¿O porque se dio
cuenta de que trabajar juntos era demasiado raro? ¿O tal vez fue porque no era
lo suficientemente buena? ¡No podía hacer eso! Necesitaba este proyecto.
Necesitaba el dinero. Necesitaba... a Dylan.
Respiré profundo. 84
¿Qué pasa?
No hubo respuesta. Me apresuré al campus, estacioné, y traté de buscar
la calma mientras me acercaba a las puertas de cristal hacia el laboratorio de
bioingeniería. Dylan se encontraba de pie junto a la escalera, y su rostro era
sombrío. Hoy, no llevaba gafas y su ceño fruncido me dejó fría. Honestamente
nunca lo vi tan serio.
Me vio, y no hubo un brillo en su expresión. Nunca antes me di cuenta,
pero siempre había un atisbo de sonrisa cuando tenía la primera vista de mí. El
temor se desbordó. Tal vez esto no tenía nada que ver con nuestro trabajo en
absoluto. Tal vez, de alguna manera, se enteró de mí y Hannah. Sobre mi papá.
Sin embargo, era una tontería. No era posible. Incluso si se dio cuenta de
nuestros ojos, la mayoría de la gente lo describiría como una coincidencia.
Mucha gente tenía los ojos similares. Pasé mis manos sobre mi falda vaquera,
tirando de los pliegues que siempre se formaban sobre mis caderas cuando me
sentaba. Lo que daría para tener a veces caderas diminutas como Hannah.
Lo que yo daría por tener un montón de cosas de Hannah.
Tomé aire, tiré mis hombros hacia atrás, y me acerqué.
—Bien, estás aquí —dijo, su tono plano—. Tienes que ver esto.
Me llevó a la hoja de inscripción del laboratorio publicada en el tablero
frente a las oficinas de administración. Elaine Sun fue inscrita de lunes a
miércoles por la tarde cada semana por el resto del semestre en el laboratorio
que estuvimos utilizando para nuestras sesiones.
—Está tratando de sabotearnos —gruñó—. Lo sé. Estudió nuestro
horario y debe saber que no puedes hacerlo en cualquier otro momento.
—Esto es despiadado. —Y pensar que una de las cosas que deseaba en
Canton era no competir por un espacio en el laboratorio.
—¿Cuando se trata de Elaine? —Su tono era sombrío—. Sí.
Puse una mano en su brazo. —Encontraremos otro espacio en el
laboratorio.
—No con todo el equipamiento que necesitamos, y no durante todo el
tiempo que lo necesitaremos. Organizó esto muy cuidadosamente. Y, para que
no pienses que estoy siendo paranoico, fíjate en esto. —Señaló las marcas de
borradura de algunas de las páginas, y pude ver el fantasma del nombre de
Elaine—. Borró cada espacio de jueves o viernes que ella tenía y cada espacio
que tenía donde tuvimos clases. Ahora solo reservó nuestro laboratorio para los
tiempos que nosotros lo necesitamos.
—¿Tal vez cambió su horario? —sugerí—. No me puedo imaginar que 85
alguien pasara por todo este problema solo para meterse con nosotros.
—Bueno, tú eres una mejor persona que Elaine.
No, solo era una más ocupada. Apenas podía organizar mi propia vida,
por no hablar de encontrar la manera de joder a alguien más.
Él dio un puñetazo contra el tablero. —Estoy tan enojado conmigo en
este momento. No sé por qué no me inscribí para el semestre entero desde un
comienzo. —Hasta ahora, Dylan nos estuvo inscribiendo para los laboratorios
cuando venía por su temprana clase de lunes en la mañana—. Pero en dos años,
nunca he tenido un momento difícil para reservar un espacio. He arruinado
todo.
—Oye —le dije—, esto va a estar bien. Iré a hablar con ella…
—Sí, hazlo —dijo con pesar—. Ve a hablar con ella y mira lo que hace. Yo
apuesto por regodearse.
—Nunca me regodeo —dijo una voz detrás de nosotros. Dylan y yo nos
volteamos para ver a Elaine de pie allí, su bolsa de computadora sobre el
hombro—. Es tan lindo.
—No, ¿sabes lo que es lindo? —preguntó—. Sabes que no puedes
competir con nosotros en términos reales, por lo que estás tratando de
asegurarte de que no podamos hacer nuestro proyecto según lo planeado.
Ella puso los ojos en blanco. —No es mi culpa que no planificaras con
antelación, Kingsley. Puede ser bueno para que te des cuenta de que no eres el
centro del universo por una vez.
Me interpuse entre ellos. No había necesidad de explotar. Aprendí bien
de mi madre cómo organizar las cosas, así todo el mundo tenía lo que
necesitaba.
—Elaine, el problema aquí es que tengo turnos en mi trabajo los jueves y
viernes, así que realmente nuestro único tiempo en el laboratorio es de lunes a
miércoles por la noche. Estoy segura de que podemos llegar a algún tipo de
horario para que todos podamos terminar nuestros proyectos en tiempo…
—Oh, por favor. Hiciste tu decisión con este tipo, así que ahora tienes
que aceptar las consecuencias. Te dije que él era problemático. Cualquiera con
medio cerebro sabe que si necesitas el laboratorio A y todo su equipo para
terminar tu proyecto, es mejor reservarlo a tiempo con mucha antelación. Pero
Kingsley aquí piensa que está por encima de todo eso.
¿Cómo sabía qué tipo de equipo necesitábamos? La paranoia de Dylan
sonaba mucho más convincente.
—Elaine, en serio —dijo Dylan—. Terminemos con eso.
—Que te jodan —respondió ella con dulzura, giró sobre sus talones y se 86
fue.
Dylan lucía como si quisiera golpear la pared de nuevo.
—Bueno, esa chica tiene problemas —le dije—. De nuevo, ¿qué es
precisamente lo que le hiciste?
—Te lo dije. La aplasté en la competencia de primer año de fin de año.
—Te odia —le dije, escéptica—. No solo es rivalidad. Honestamente te
odia.
—Sí. —Se encogió de hombros—. Como dijiste, problemas.
Negué. Algo no encajaba. —¿Estás seguro de que todo lo que hiciste fue
vencerla esa vez? ¿No hiciste cosas, como, estrangular a su gatito o derramar
vino en su vestido de seda o dormir con ella y nunca llamarla otra vez?
—¡No! —Se quedó callado un segundo—. Me acosté con su compañera
de cuarto de primer año.
Lo miré boquiabierta. —¿Tú qué?
—Me acosté con su compañera de cuarto. Hace dos años. Caí. —Lucía
arrepentido—. Fue la primera de las tres.
Golpeé su brazo. —¡Dylan!
Se apartó. —¡¿Qué?! Tenía dieciocho años. Era nuevo en la escuela. Y
tenía el corazón roto por... —Hizo una mueca—. Bueno, ya sabes todo eso. —
Bajó la cabeza—. Cometí un error, Tess. ¿Nunca has cometido un error?
—Sí. —Cometí un error al no llamarlo todos esos años. Cometí un error
al romper su corazón, al dejarlo ir.
Pero que la compañera de Elaine haya tenido un desacertado ligue con
Dylan hace dos años, no era una excusa para que saboteara nuestro proyecto
ahora. Incluso si se sentía enojada con Dylan, eso era mierda. Y yo nunca le hice
una cosa a ella.
—Sí —refunfuñó—. Juntarte conmigo, ese fue tu error. No puedo creer
que te haya arruinado esto.
Juntarme con Dylan aún podría llegar a ser un error, pero no a causa de
cualquiera de las torpes maquinaciones de Elaine. Claramente, ella no tenía idea
de con quién trataba. He tenido toda una vida digna de experiencia laboral en
torno a personas que no querían que tuviera cosas buenas. Si Tess McMann
quería algo, lo quería en sus propios malditos términos. Si no dejaba a papá
sacar lo mejor de mí, no había forma de que dejara a cualquier compañero de
Canton hacerlo.
—No nos derrotaremos sin luchar, Dylan. Elaine no posee el laboratorio. 87
Voy a cambiar mis turnos en Verde por las mañanas en la semana. Nos
reservamos todos los jueves y viernes en su lugar. Vendremos a las seis de la
mañana si tenemos que hacerlo.
—Necesitas tus turnos de viernes por la noche en el restaurante. Es
cuando haces la mayor cantidad de propina.
Había estado prestando atención. —Voy a estar bien. Mientras ganemos,
estaré bien.
Negó. —¿Y si no ganamos?
Me encogí de hombros. —Lo resolveré entonces.
Dylan me miró, sus ojos azules agudos y penetrantes.
—Eres maravillosa, Tess. ¿Lo sabes?
—Dame un lapicero —dije bruscamente, tratando de no dejar que sus
palabras penetraran en mí—. Voy a ponernos en cada espacio dejado en la
tabla.
—Lo digo en serio. Sé por qué realmente has estado pidiendo prestado
mi libro de texto. En realidad, soy un tipo muy inteligente.
—Sí —dije, concentrándome en llenar los espacios—. ¿Es por eso que has
estado dejándome tanta propina últimamente?
—Entonces, ¿seguirás tomando prestado mi libro de texto? Sí —
bromeó—, no me gustan tus notas adhesivas.
Lo miré, mi expresión mortalmente seria. —No quiero que me des
dinero, Dylan. Y tampoco quiero que intimides a idiotas para que me lo den. —
Volví a escribir nuestros nombres.
Tess McMann y Dylan Kingsley. Tess McMann y Dylan Kingsley. Dylan
Kinsley y Tess McMann, solo para cambiar todo. Kingsley/McMann. Tess + Dylan.
No, no iba a escribir ese último otra vez.
—Los idiotas no merecen su dinero tanto como tú por aguantarlos —dijo
en voz baja. Se había movido por lo que se hallaba justo detrás de mí. Su voz
era casi un susurro.
Mi lapicero se quedó inmóvil en la página. —Detente —susurré.
—¿Por qué? —Se encontraba tan cerca. El calor se vertió de su cuerpo en
ondas. Su aliento agitó los pelos de mi cuello.
—Sabes por qué. —Cerré los ojos por un largo rato, esperando a que los
sentimientos pasaran. Si solo me concentraba en respirar, si solo pensaba en
otra cosa (mis clases, el tiempo, ese extraño ruido de golpe que escuchaba en el
motor de mi coche de vez en cuando) eso pasaría. No me gustaría saltar sobre
él. Podía ser mejor que mis padres. Podía superar esto.
88
—Sí. Lo sé. —Dio un paso atrás y solté un suspiro de alivio. Cuando me
di la vuelta para mirarlo, sacó su teléfono e ingresaba el nuevo horario en su
calendario—. Debo ir a clase —dijo sin levantar la vista—. Te enviré por correo
las nuevas horas para ti, así ambos las tenemos.
—Está bien.
—Si quieres, podemos encontrarnos más tarde para averiguar nuestro
plan de ataque. —Levantó la mirada—. Después de todo, no es como si
tuviéramos otros planes para esta noche.
—Está bien.
—¿Mi lugar? ¿Cinco y media? Haré la cena.
—Está bien —le dije de nuevo, de forma automática. No sé por qué.
Debería haber sido lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de lo
que iba a suceder.
Ambos deberíamos serlo.
Cuando llegué al apartamento Swift doscientos dos esa noche, podía oler
la comida de Dylan desde el otro lado de la puerta. En el momento en que
contestó mi llamada a la puerta, ya babeaba.
La forma en la que lucía no ayudó. Los lentes de contacto se habían ido,
las gafas estaban de vuelta, y su cabello se hallaba húmedo y despeinado.
Llevaba un par de pantalones vaqueros, una camiseta y sus pies descalzos, su
collar y… yo podría haberlo tenido. Podría haberlo tenido hace dos años y me alejé.
—Pasa —dijo—. Acabo de salir de la ducha. Fui al gimnasio esta tarde.
Dime más sobre esa ducha, pensé, dando un paso a través del umbral. La
parte del gimnasio era evidente. Su camiseta era delgada, y la definición en sus
brazos y pecho se hallaban allí para recordarme que a pesar de esas gafas y el
cabello indomable, ya no trataba con el muchacho de dieciocho años, que una
vez conocí.
—¿Qué estás cocinando?
Sonrió, luego prácticamente saltó hacia la pequeña cocina. —Espero que
te guste. Es esta cosa de camarones griegos, con queso feta y tomates.
—Me encanta el queso feta y tomates. Y el camarón. Y los griegos.
—A mí también —dijo—. Mi familia se fue a Grecia el verano pasado y
he estado forzado la cocina griega desde entonces. —Cogió una botella de vino
89
del mostrador y lo presentó con gala—. ¿Alguna vez has probado retsina?
—No —le dije—. No soy una gran bebedora.
—Oh. —Bajó la botella—. No sabía…
—No —le aclaré—. Beberé alcohol. Quiero decir, no soy una aficionada
al vino. Antes de empezar a trabajar en Verde, todo lo que sabía era que el
blanco era con el pescado.
—Bueno, retsina puede ser un gusto adquirido. Es resinado, sabe un
poco a las hojas de pino. —Me miró a la cara y se echó a reír—. Te lo dije.
Adquirido. Pero sin duda lo adquirí este verano. Traje algunas. Esta es mi
última botella.
¿Y la usaba conmigo? Genial. —¿Te permiten tener alcohol en los
dormitorios?
Comenzó a sacar el corcho. —Bueno, no han cerrado mi bar clandestino
todavía. Además, tuve veintiuno antes del inicio del año escolar. ¿Tú?
—La próxima semana.
Se volvió hacia mí. —¿En serio?
Asentí.
Tiró del corcho con un chasquido audible y me sirvió un vaso.
—Entonces, feliz cumpleaños adelantado.
Tomé un sorbo, dolorosamente consciente de que Dylan me miraba, al
igual que lo hizo la noche en la que nos conocimos en la fiesta de Cornell. Me
miraba como si mi reacción a lo que ponía en mi boca era lo único en el mundo
que le importaba. Pensándolo bien, no necesitaba vino. Ese pensamiento era
suficiente para tirarme hacia los lados.
El vino blanco seco con un toque de pino golpeó mi lengua y me trajo de
vuelta al momento. —No está mal —le dije.
—Lo amarás con la comida. —Se volvió hacia las sartenes en la estufa, y
tomé un gran trago de vino esta vez, solo para fortalecerme.
Tal vez sería mejor si pongo un poco de espacio entre nosotros. Su cocina
se hallaba demasiado llena. Rodeé la barra, hacia la sala de estar. Su futón
estaba como sofá esta noche, todas las pruebas de su uso como una cama
escondidas en alguna parte. Los libros de texto y los lapiceros se hallaban
esparcidos a través de su mesa de café, y sus estantes se encontraban llenos de
libros de cocina, películas y videojuegos.
—No sé cómo tienes tiempo para esto —le dije, señalando a los juegos y
películas. Con todos sus laboratorios y viajes al gimnasio y experimentos de 90
cocina... y Hannah.
—Soy un excelente multifuncional —gritó desde la cocina. Me volví para
verlo asomar su cabeza sobre la barra—. Además, me conoces. Nunca duermo.
—Me guiñó y volvió a la cocina.
No me guiñes, Dylan Kingsley. Estoy intentándolo con todas mis fuerzas aquí.
Continué mi recorrido auto-guiado por su estudio. Había fotos de su familia
colgando en la pared sobre la cama, quiero decir, por encima del futón. No
había fotos de Hannah fuera. Lo sabía, porque lo comprobé mientras rodeaba el
lugar, estudiando todo y, eso resultó, terminando mi vino. Para el momento en
que regresé a la cocina, mi vaso se encontraba vacío.
—¿Más? —preguntó, sosteniendo la botella.
Me quedé mirando el vaso en mi mano, mi corazón latía con fuerza.
¿Cómo había tomado un vaso entero de vino ya? No comía desde el almuerzo.
Esta era una mala idea. Venir aquí fue una mala idea. Beber mientras estoy sola
con Dylan Kingsley en su apartamento era posiblemente la peor idea que he
tenido.
—Claro —le dije antes de que pudiera detenerme. Miré al vino verde-
dorado esparcirse en mi taza y levanté mis ojos a los suyos, él sonrió y yo
sonreí. Luego, tomé otro sorbo sin que mis ojos nunca dejaran los suyos. Me
observó beber, el movimiento de mi mandíbula y lengua y garganta, flagrante e
inconfundiblemente una invitación—. Mmmm.
Esta es la verdad, sin adornos e inalienable: Lo quería. Siempre lo he
querido. Podía fingir lo contrario, podía alejarme, podía evitarlo durante dos
años, pero no cambiaría nada.
Dylan era mío. Primero, último y siempre. Permanecí de pie allí en su
apartamento y lo miré a los ojos, permitiendo que toda la fuerza de mi deseo
resplandeciera, cruda e intensa. No me importaba que saliera con alguien. No
me importaba que fuera con Hannah Swift. Quizá por primera vez en mi vida,
entendí lo que mis padres pensaban cuando hicieron las cosas que hicieron.
—Tess... —La voz de Dylan era afligida.
Parpadeé hacia él, lenta y lánguidamente. —¿Mmmm...? —Yo era la hija
de la seducción; fui el producto de las mentiras. Nací para esto.
—Detente.
Me detuve. Bajé la mirada. Sus manos se encontraban en puños contra
sus costados. —Tú serviste el vino —murmuré.
Durante un rato, nos quedamos allí. No sé si él me miraba o no. La
sangre corría en mi cabeza. No debí haber venido aquí. No debí haber hecho
esto. No debí, no debí, no debí.
91
Me harté de todas las cosas que no debería hacer.
—Yo... no puedo... no puedo soportarlo más —susurró por fin—. Pienso
en ti todo el tiempo. Dónde estás, qué estás haciendo, por qué no estoy contigo.
Voy a Verde los domingos porque dos días sin verte son dos días demasiado
largos.
Me di la vuelta y puse mis manos sobre la encimera, presionándolas
como si de alguna manera pudiera dejar marcas en el granito. Como si de
alguna manera pudiera encarcelar mis manos aquí y evitar tocarlo.
—Lo lamento.
—No lo lamentes —dijo detrás de mí—. Sé sincera. Tú también lo sientes,
¿verdad?
—Dylan... —Bajé la cabeza, en agonía mientras cada nervio se estremecía,
y me obligué a no voltearme. Si veía su cara, estaría perdida—. No sé lo que
quieres.
—¿No es obvio? —Se acercó detrás de mí, su pecho contra mi espalda,
sus caderas contra mi trasero, su voz en mi oído—: Te quiero a ti.
Oh Dios, eso era obvio y yo quería fundirme contra él. No debería. No
debería.
Su mano izquierda se apoderó de mi cintura, sus dedos se cerraron en el
hueco de mi cadera. —Dime —suplicó—. Dime que también me quieres.
Di un grito ahogado. No debería. No era ese tipo de chica.
—Dímelo. —Sus dedos se sentían como una marca en contra de mi piel,
sosteniéndome con fuerza, obligándome a reconocer la verdad.
Tragué saliva, y cuando hablé, mi voz fue un suspiro: —Yo también te
quiero.
Sentí su frente apoyarse muy suavemente contra mi nuca. Su suspiro de
alivio atravesó con aire frío rápidamente mi caliente piel. Apartó mi cabello a
un lado con su mano libre, acarició mi cuello.
—Tess —dijo ahora, ahuecando mi barbilla en su mano, pasando su dedo
sobre mi labio inferior—. Dime que me detenga.
Me volví en sus brazos. —No.

92
11
Traducido por vals <3
Corregido por AriannysG

Cuando las partículas chocan, explotan, esparciendo trozos de sí mismas


en ondas por el universo y combinándose para crear algo totalmente nuevo.
Y cuando besé a Dylan en la cocina de su dormitorio, el universo se
expandió. Tuvo que hacerlo, porque esto (esto) no era algo que hubiera
pertenecido antes a nuestra realidad.
Fue hace dos años y no lo fue, todo a la vez. Era correcto, encajaba, como
siempre había encajado, desde el primer momento en el ascensor de Cornell. Y
al mismo tiempo, era mucho mejor. Sabíamos lo que hacíamos. Él sabía lo que
hacía. Dios, qué bien lo hacía. Me acarició la mandíbula con los dedos, acercó
93
mi boca a la suya, sus labios y su lengua se movieron contra los míos hasta que
me di cuenta de que mi boca estaba hecha para que Dylan la besara. ¿Cómo
había podido dudarlo?
Sabía a vino blanco y hojas de pino. Sabía a dos años de espera. Quería
respirar por él, quería tragármelo entero. Me dolía una necesidad repentina y
palpitante, un deseo abrumador que nunca antes había sentido.
Sus manos se deslizaron hasta mi cintura, sujetándome firmemente
contra él mientras le rodeaba el cuello con los brazos. Lo necesitaba más cerca,
más cerca. Me empujó contra la encimera, arqueándome hacia atrás hasta que el
borde del granito me cortó la columna vertebral, pero no me importó. Lo único
que me importaba era no despegar mi boca de la suya. Rodeé sus pantorrillas
con las piernas para hacer palanca.
Los dedos de Dylan se clavaron en mis caderas y me levantaron hasta
sentarme sobre la encimera. Al instante, estábamos aún más cerca. Mis muslos
rodeaban su cintura y la falda se me subía por las caderas. Sentí sus manos bajo
la camisa, recorriendo la piel de mi vientre y rozándome los pechos a través del
satén del sujetador. Me balanceé contra él, provocándonos a los dos, con el
borde de su cinturón presionando el centro de mis bragas, tan cerca, tan cerca.
De mi boca salían gemidos sin palabras, y me di cuenta de que estaban
volviendo loco a Dylan. Sus dedos se clavaron en mis muslos como si quisiera
marcarme como suya, la primera, la última y siempre. Me mecí más deprisa,
sintiéndole, duro y preparado y atrapado bajo capas de ropa. No era suficiente.
Quería esto. Lo necesitaba. No me importaba nada más.
Yo era como mis padres.
—Para —grité—. ¡Para!
Dylan se apartó de mí, respirando con dificultad y mirándome; el dolor y
la confusión superaron la cruda lujuria en sus profundos ojos azules.
Me arreglé la falda y me pasé las manos por mis calientes mejillas,
acomodando mi cabello.
—No puedo ser la chica con la que engañes a Hannah —espeté. Pudo
haber sido lo más honesto que haya dicho en mi vida.
Sus ojos se abrieron. Por un solo horrible segundo, pensé que la verdad
estaba escrita en mi rostro. Me deslicé de la encimera. No había suficiente
espacio en esta cocina. Puede que no hubiese suficiente espacio en todo el país,
pero hacía lo que podía. Escapé a la sala, después me volví y respiré profundo.
Me había seguido, se encontraba de pie a algunos respetables metros, con
sus brazos ligeramente abiertos como para agarrarme si corría. Como para
alcanzarme de nuevo.
94
—No quiero ser la otra mujer —admití. No podía. Ni con Hannah. Ni
con nadie. No era esa clase de chica.
—Tampoco quiero que lo seas —dijo en seguida—. Quiero estar contigo,
Tess. Solo tú. Eso es todo lo que siempre he querido. —Dylan caminó hacia
adelante y rozó sus dedos gentilmente sobre mis mejillas. Había reverencia en
ese simple toque de piel con piel.
—Pero… Hannah… —Hice un gesto inútilmente hacia alguna Hannah
imaginaría, en algún lugar más allá de estas paredes. Si me quería, ¿por qué
estaba saliendo con ella?
—Hannah me gusta mucho —dijo—. Es una chica adorable. Pero no es…
tú. Tess, Te amo. —Su voz se quebró en esas palabras.
También me quebré. No me ames. No tienes idea de la persona horrible que
soy. No tienes idea, estoy parada aquí, robándole el novio a mi hermana.
—Te he amado durante dos años. No tengo miedo de decírtelo.
No, no lo tendría. Dylan siempre fue franco. Nunca había tenido que
guardar secretos, nunca una parte innata de él había sido demasiado peligrosa
para hablar en voz alta. Y me amaba. Mi corazón volvía a latir con fuerza, pero
esta vez no era lujuria. Miedo, esperanza, asombro de que esto pudiera ser
remotamente cierto. Que un hombre estuviera aquí y me eligiera.
—Ahora estás aquí, y quiero estar contigo. Te amo. Nada ha cambiado
excepto que no voy a dejar que te alejes otra vez.
Cada declaración sonaba como una bola demoledora contra mi valor.
Quería tirarme hacia él de nuevo.
—Dime que también quieres estar conmigo. Terminaré con Hannah la
próxima vez que la vea. No quiero lastimarla, pero no puedo estar más con ella.
No cuando me siento de la manera en la que me siento por ti.
Sus ojos eran claros, suplicantes. No era la lujuria hablando. No era un
simple vaso de vino. Dylan estaba siendo tan franco como siempre. Hannah era
amable, pero no era su “felices para siempre”. No estaban casados, nadie estaba
embarazado y esto no era el final del mundo. Él quería estar conmigo; yo quería
estar con él. Era tan simple como eso. Éramos afortunados, ya que lo habíamos
entendido temprano, cuando podía ser simple, cuando podíamos tomar estas
decisiones, hacerlas y nadie habría traicionado a nadie. Era lamentable, pero
algunas veces las cosas pasaban de esta manera.
Retrocedí.
—¿Terminarás con ella mañana? —pregunté, confiando difícilmente en
mi voz. ¿Cómo alguien decía algo así sin sonar como una total perra?
Hizo un ademán entre nosotros. 95
—Estoy bastante seguro de que sí.
—Está bien. —Di un brusco asentimiento, entonces envolví mis brazos
alrededor de mi torso, apretando con fuerza porque Dylan no podía estar ahí.
No empezaría nuestra relación con una traición—. Mañana.
Lo entendió inmediatamente. Agarré mis cosas y fui hacia la puerta. No
podía quedarme ahí. No podía comer sus camarones y queso, y beber vino. No
podía confiar en mí misma esa noche con Dylan. Cuando iba a girar el pomo, él
puso las manos en el marco de la puerta. No en mí. Tampoco podía tocarme, o
ambos caeríamos juntos. Me volví hacia él y sus ojos azules quemaban con
preguntas.
Sonreí. Todo era tan claro.
—Yo también te amo —dije.
—Bien. —Exhaló. Aliviado. Satisfecho. Feliz—. Mañana.
Era la única palabra en mi cabeza mientras me iba.
He aquí una historia divertida: Dylan faltó a clase el martes por la
mañana.
Lo primero que pensé fue que se había resbalado en la ducha y estaba
tirado en el suelo de su apartamento con el cuello roto. Porque esa era la única
razón posible por la que Dylan Kingsley no aparecía en esta clase. Era un tipo
que iba a clase, salvo emergencia vital. Una parte importante de mí se preguntó
si debía llamar a urgencias, pero en lugar de eso le envié un mensaje de texto en
cuanto terminó la clase, antes incluso de que hubiera recogido mis libros.
¿Dónde estás?
La respuesta llegó rápido: Surgió algo. ¿Hablamos luego?
Está bien, así que por lo menos su mano mensajera funcionaba. Pero me
encontraba desconcertada. ¿Surgió algo? Surgió. Algo. Las cosas que harían a
Dylan saltarse las clases no “surgían” de la nada.
A menos que fuera yo y nuestra casi perdida noche anterior. A menos
que fueran las palabras que nos dijimos, las promesas que nos hicimos. Tal vez
retsina era algún tipo de vino griego alucinógeno loco. Tal vez era el
equivalente mediterráneo de comer un gusano de mezcal. Tal vez se arrepintió
de cada instante de anoche y me estaba evitando...
—¿Hoy sin noviecito, Tess? —Alcé la vista para ver a Elaine de pie junto 96
a mí—. Sigue una semana más. Tal vez se dio cuenta de que está sobrepasado
aquí.
—Tienes que dejarlo ir —dije—. Ya no estamos en la secundaria. Nunca
te hice nada. —Pensé en la manera en que Dylan había lidiado con la situación
de Todd—. Y no quieres caerle mal a Dylan. ¿Eres bioquímica, cierto? Bueno,
Dylan ha conseguido algunos muy buenos amigos en Canton Chem HR.
—Oh, sí, encantador, ¿cierto? —Puso los ojos en blanco—. Ni siquiera
quiere trabajar ahí y acapara toda la atención, hace todos los amigos. Sabe muy
bien que nunca aceptará un trabajo en Chem.
—¿Deja que un puñado de antiguos alumnos ricos le den cervezas en una
fiesta? —Apreté la mano contra mi pecho con una mueca de sorpresa—. Llama
a los policías. Qué indignación.
—No lo conoces —respondió—. Él toma todo y no le importa quién más
pueda quererlo. Se aseguró de sacarte del mercado al segundo en que llegaste
aquí, pero no te lo tomes tan bien. Cuando tenga lo que quiere, te hundirá.
Vaya, ¿esta chica tendrá sus cables cruzados? Era justamente lo opuesto.
—Me usó el primer año para llegar a mi compañera de cuarto.
—Esa no es la historia que escuché.
—¡Oh, y tú le crees a Dylan! —se mofó—. Me imagino. ¿Estás enamorada
de él o algo así? Porque puedes hablar con mi compañera de cuarto en cuanto a
qué tan bien funciona eso.
Apreté la mandíbula. No quería oír más. Me importaba una mierda la
opinión amarga de Elaine sobre Dylan, la situación del primer año y el mundo
entero que, al parecer, estaba en contra de ella. Su veneno no iba a llegarnos.
Y sí, Elaine, perra sarcástica, creo en Dylan. ¿Y qué si estoy enamorada de él? Él
también me ama. Y no estaba en clases porque… por algo. Algo justo como él
había dicho.
Tal vez ahora mismo estaba a punto de romper con Hannah. Nunca se
sabía.

A las dos de la tarde, aún no tenía noticias de Dylan y había terminado


todos mis deberes y la lectura del curso en la biblioteca de bioingeniería. Como
hoy no tenía acceso al laboratorio ni turno en el trabajo, me encontraba en un
callejón sin salida. No quería volver a casa. No tenía amigos en el campus.
97
Dios, era noviembre y no tenía amigos en el campus.
Antes de caer en una especie de fiesta de lástima, recogí mis cosas y me
dirigí al apartamento de Sylvia y Annabel. ¿Quién necesitaba amigos en el
campus cuando tenía amigos fuera de él?
Las Warren vivían en un apartamento de dos dormitorios más pequeño y
cochambroso que el nuestro. Annabel había hecho lo que había podido para
alegrar el lugar, y las paredes estaban cubiertas de fotografías de Milo, así como
de obras de arte de su infancia en marcos alegres y baratos. Cuando llegué, era
“hora de leer”: Milo estaba en el sillón grande con un libro de capítulos y
Annabel había clavado un marcapáginas en uno de sus libros de texto de la
escuela de enfermería para marcar su lugar.
—¿Cocina? —dijo cuando vio mi rostro.
Asentí.
—Café.
Apiñadas alrededor de la mesita de la cocina, le conté a Annabel los
acontecimientos aptos para todo público de los últimos días.
Todavía se abanicaba a sí misma.
—Mierda, Tess. Eres una mujer fatal.
—No, no lo soy.
Me dio una mirada de incredulidad sobre el borde de su taza de café.
—¿Casi lo hicieron sobre su encimera, entonces insististe en que no irías
más lejos hasta que se deshaga de la princesita de su novia? ¿Y él estuvo de
acuerdo? La CIA debería contratarte.
Bajé la mirada hacia mi taza. No había sido así.
—Y para aclarar —continuó mi amiga—, la última vez que hablamos de
esto todavía alegabas que no querías recuperarlo. Sabía perfectamente que me
mentías. Siempre sé cuándo Sylvia o tú están mintiendo. Sylvia puede pensar
que es una actriz en la familia, pero yo la vencí: andaba con chicos a los catorce
años y nadie se enteraba... bueno, hasta que me quedé embarazada.
Rodé mis ojos. Era el final de la historia lo que me preocupaba. ¿Por qué
no había llamado?
—No lo sé —dijo Annabel cuando le pregunté—. Tal vez la está pasando
mal contándole a Hannah lo que había planeado decirle. Si él es el tipo que
dices que es, habría querido romper con ella en persona, ¿cierto?
—Cierto.
—No dejes que esta chica Elaine siembre miedo en tu cabeza. Es ella 98
quien está actuando taimadamente, no Dylan.
—Excepto por engañar a su novia —apunté.
—Solo la engañó un poquito.
Me pregunté si eso pensaría Hannah de la situación. Qué lástima que
Annabel estuviese en casa y no la sínica Sylvia. Sentía que necesitaba el ángel y
el demonio en mis hombros ahora mismo.
No era que unas horas me hicieran dudar de Dylan. No era que las
palabras de Elaine me persiguieran. No era nada que pudiera explicar. Pero, de
algún modo, la seguridad, la certeza que había sentido anoche cuando salí del
apartamento de Dylan se había desvanecido. Entonces, había confiado en que
todo saldría como habíamos planeado. Él me quería y yo le quería a él, e iba a
romper con Hannah y estaríamos juntos. Seríamos felices. Pero cada hora que
pasaba me hacía preguntarme más y más si aquello era una fantasía mayor que
las que poblaban las estanterías de Sylvia.
Me había dicho toda la noche y todo el día que todo iba a ir bien, pero
¿por qué esperaba eso? ¿Por qué creía que me lo merecía? No debería ser fácil
robarle el novio a mi hermana secreta.
Me preguntaba qué le estaría contando Dylan a Hannah sobre por qué
habían roto. Dylan siempre era tan honesto y abierto. Esperaba que no le
estuviera diciendo que había conocido a otra persona. Esperaba que le estuviera
dando el discurso de "no eres tú, soy yo". Porque no era una mentira. Era
Dylan; Dylan, que no amaba a Hannah como me amaba a mí.
Era una experta en mentiras por omisión. Tal vez debería haberle dado
algunos consejos.
Volví a mirar el teléfono, por si había sonado desde que llegué al
apartamento de Annabel. Nada.
—Tess, cariño. —Annabel puso su mano en mi brazo—. Te vas a volver
loca. Ve y haz la tarea o algo.
—Ya la hice.
—Ve al cine.
Hice una mueca. —¿Sola?
—¡Ve a pintarte las uñas! —Annabel alzó las manos en frustración—. Lo
que sea que te distraiga de mirar tu teléfono durante algunas horas. Olla mirada
nunca hierve.
Volví a meter el teléfono en el bolso. Cierto. ¿Pero y si ni siquiera me di
cuenta de que la estufa estaba rota?

99

Así que me hice las uñas en el centro comercial. Se me hacía raro llevar
esmalte, ya que rara vez me preocupaba por ese tipo de cosas. Los tratamientos
de spa siempre fueron más cosa de mamá. Me había dejado el móvil en el coche
a propósito y, después de que la manicurista me secara las manos lo suficiente
como para dejarme salir, me pasé una eternidad paseando por el centro
comercial, mirando escaparates. Sin embargo, cuando volví al coche para
comprobar mis mensajes, sólo había conseguido matar una hora y media.
Peor aún, Dylan seguía sin llamar. No me quedaba más remedio que
volver a casa.
Pasé una tarde tranquila con mamá y, hacia medianoche, finalmente me
rendí y me fui a la cama. Corrección: Me metí en la cama y me quedé con la
mirada perdida en el techo, repasándolo todo con toda la precisión científica
que pude reunir sin recurrir a tablas y gráficos.
Hipótesis: Todo lo que Dylan quería era una probada, y cuando no se la di, a
pesar de lanzar la palabra con A como si no fuera nada, decidió cortar por lo sano.
Evidencia a favor: Un montón. Nos encontramos en su apartamento, me llenó
con vino, solo se detuvo cuando le pedí que lo hiciera, dijo que sí a todo lo que le lancé
ahí, como si yo fuera a tirar las precauciones al viento y acostarme con él si prometía
terminar con Hannah. Pensé en todo este tiempo cuando papá juraba que había dejado a
su esposa por mamá. Mamá le creyó; el divorcio nunca pasó.
Evidencia en contra: “Tess, te amo”. Si eso era falso, debería dejar la
Bioquímica y unirse al departamento de teatro de Canton.
Hipótesis: Todo esto es un gran escenario de venganza. No quiere volver a estar
conmigo. Quería que lo quisiera, y nunca más me va a llamar, justo como yo no lo llamé
hace dos años.
Evidencia a favor: Sylvia había sospechado, ¿cierto? La primera ver que lo vi
con Hannah. La venganza perfecta. Y no me llama.
Evidencia en contra: Entonces por qué se molestó en enviarme un mensaje con:
“¿Hablamos luego?” Podría haber escrito “¡Idiota!” y dejarlo todo.
Hipótesis: Elaine tiene razón, y en los años que pasaron desde que conocí a
Dylan se ha convertido en un idiota mujeriego.
Evidencia a favor: Admitió acostarse con la compañera de cuarto de Elaine (y
otras dos chicas) y en realidad no sentía nada por ellas. Había salido con chicas que no
eran sus novias.
Evidencia en contra: Elaine la tiene contra él. Además, el mencionado “Tess, te
amo.”
100
Está bien, lo admitiré. Esas tres palabras se habían estado repitiendo en
mi cabeza todo el día, en especial desde que no había tenido ninguna otra
conversación con Dylan que ayudara a suplantarlas en mi mente.
Pero no había llamado. No había llamado. No había llamado.
Hipótesis: Mereces una y todas estas consecuencias por tratar de robar el novio
de tu hermana.
En la mesita de noche, mi celular empezó a zumbar. Cuando vi la
pantalla, noté dos cosas: las una y media de la madrugada y el nombre Dylan.
Tragando saliva, deslicé el botón de contestar y sostuve el teléfono en mi
oído.
—Hola.
—Hola. —Su voz era baja, casi un susurro—. ¿Es demasiado tarde para
llamar?
—Casi —dije. Caí como gelatina debajo de las sábanas. Casi me había
convencido a mí misma de no hacerlo. Pero todo iba a salir bien. Dijo que
llamaría, y lo hizo. Todas las hipótesis, las dudas que me habían atormentado
durante todo el día, no significaban nada—. ¿Todo está bien?
Hubo un segundo de vacilación
—Sí. Quiero decir, hoy fue un día duro, pero sí. Eso espero.
¿Eso esperaba? ¿Qué significaba eso?
—¿Cómo está Hannah?
—No tan bien —admitió.
Una punzada de dolor me atravesó el pecho al oír esas palabras. Ojalá
hubiera habido alguna forma de hacer esto sin hacerle daño. Nunca había
conocido a Hannah, pero seguía siendo mi hermana pequeña.
—¿Qué le dijiste?
Lo oí suspirar al otro lado de la línea.
—Es muy tarde. En realidad estoy cansado. No puedo revivirlo todo esta
noche. Solo quería oír tu voz.
—Estoy justo aquí —murmuré. Sabía lo que quería decir. Su voz en mi
almohada era como si estuviera a mi lado, como nunca lo había estado. En
Cornell, no habíamos pasado la noche juntos, por miedo a que nos pillaran si no
estaba de vuelta en mi cama antes del toque de queda. Tantas primeras veces,
aunque llegáramos dos años tarde.
—Eres todo para mí, Tess. Quiero que lo creas.
101
Sus palabras eran más cálidas que cualquier manta. Yo también quería
creerlo. —¿Quieres que vaya?
—No —dijo, con su voz dura en mi oído—. Es muy tarde. Hablaremos
mañana.
Inmediatamente me sentí estúpida. Oye, Dylan, ahora que has abandonado a
tu novia, ¿Quieres tener sexo? Han pasado treinta minutos, ¿verdad? Tiempo de sobra,
por decencia.
Claro que no nos habíamos preocupado por la decencia anoche, cuando
casi nos arrancamos la ropa en su cocina.
No es cierto, dijo una vocecita dentro de mí. Si no me hubiera preocupado
por la decencia, habría terminado el trabajo entonces, sin insistir en que
rompiera con Hannah antes de que estuviéramos juntos.
Pero, ¿qué más daba eso, a fin de cuentas? Si yo fuera Hannah,
¿realmente me importaría si él se había acostado o no con la mujer por la que
me iba a dejar? ¿No era esa chica igual de mala de cualquier manera? ¿Una
chica que iba detrás de chicos con novias? ¿No era exactamente la persona que
juré que nunca sería?
Dylan tenía razón. Era tarde. Demasiado tarde para plantearse ese tipo
de preguntas.
—Me alegro de que hayas llamado —dije somnolienta mientras un
bostezo amenazaba con apartar el auricular de mi barbilla—. Empezaba a
preocuparme.
—Me lo imaginé. —El tono de Dylan era suave, casi como una canción de
cuna—. Siento que me hayas esperado despierta. Sé cuánto necesitas dormir.
—Mmm —murmuré. Mis párpados se sentían pesados, como si todas las
preocupaciones del día me hubieran agotado.
—Oh, Tess, te extraño tanto. Estoy deseando verte mañana.
—Yo tampoco —murmuré, medio dormida.
Es decir, debía de estar casi dormida. No recuerdo el resto de nuestra
conversación. No recuerdo cómo terminó. Y estoy segura de que no podría
haber dicho: —Te lo explicaré todo.
Pero juro que lo oí de todos modos.

102
12
Traducido por Eli Hart
Corregido por Eli Mirced

Me desperté la siguiente mañana con cara de sueño, pero dichosa. Todo


estaría bien. Dylan, el proyecto, Canton, todo. El tiempo era el tipo de día
brillante que sólo se da en otoño: aire fresco, color abrasador, un cielo tan azul
como los ojos de mi amante.
Estaba de tan buen humor que incluso decidí derrochar en una de esas
bebidas de café de lujo de la tienda del campus en lugar de mi habitual taza de
café barato. La tienda estaba promocionando su línea de otoño de mocas de
calabaza y cafés con leche de arce. Intentaba decidirme entre un vaso de canela
y caramelo o un espumoso con especias de calabaza cuando oí gritar a la chica
que tenía al lado. 103
—¡Hanna! Por aquí.
Tan lento como pude, me agaché detrás de los pasteles. Canton era
enteramente un campus demasiado pequeño. Sabía que me encontraría con ella
tarde o temprano, pero esperaba poner al menos veinticuatro horas entre mi
intromisión en la ruptura de su relación y nuestro primer saludo.
—¿Señorita? —me dijo la barista—. ¿Sabe lo que quiere?
—Especias de calabaza —chirrié.
Detrás de mí, la chica saludó a mi media hermana. Arañas comenzaron a
marchar por mi espalda.
—¿Qué tamaño?
—¿Grande? —No, un segundo. ¿No había escuchado en algún lugar que
los grandes solo significaba que le añadían leche extra, no expreso? No quería
pagar otro dólar con cincuenta por leche evaporada.
—¿Por qué no respondiste tu celular en toda la semana? —preguntaba la
chica a Hannah—. ¿Estabas en un viaje romántico del que no sabía?
—No —dijo Hannah suavemente. Me encogí—. Pero eso suena mejor a lo
que estuve haciendo. Tendré que sugerírselo para el descanso de otoño.
Me puse rígida. Sugerírselo, ¿a quién?
—Serán cuatro con cincuenta —dijo la chica, y le di a ciegas un billete de
cinco dólares, luego comencé a alejarme. El proceso de hacer café parecía tomar
una vida. Tal vez era la especia de calabaza. Finalmente, me entregaron el vaso,
y suspiré de alivio e intenté salir entre la gente esperando sus bebidas.
—¡Hola! —gritó la voz de Hannah—. Te conozco.
Me congelé, con la cabeza inclinada. ¿Había alguna posibilidad de fingir
que no la escuché, incluso cuando estábamos a menos de un metro y medio?
—Tess, ¿no? —Ay, Dios, dijo mi nombre. Esto iba contra las reglas. Esto
iba tan en contra de las reglas. Pero otra vez, ¿las reglas no volaron por la
ventana cuando dejé que su novio pusiera su lengua en mi boca?
Miré hacia ellas, a los ojos que igualaban los míos. Me pregunté si lo
notaba. —Sí.
Se giró hacia su amiga, una linda pelirroja con pecas y un cabello muy
rizado en una coleta. —Esta es la nueva compañera de laboratorio de mi novio.
Tess se acaba de trasferir a Canton.
La chica pelirroja me estrechó la mano y probablemente se presentó,
también, pero mi cerebro se encontraba ocupado intentando procesar las
palabras de Hannah.
La compañera de laboratorio de mi novio…
104
—¿Cómo va el proyecto? —me preguntó Hannah con sus ojos claros e
inocentes—. Todo lo que sé es que Dylan se está matando trabajando. Sé que es
su estilo, pero espero que no te esté volviendo loca. —Su sonrisa era gentil, casi
condescendiente. Quería morir.
—Lo siento —me ahogué—. Tengo que correr. Tengo una clase… —Hice
un gesto que esperaba indicara “al otro lado del campus” y salí por la puerta.
—¿Esa es la compañera de laboratorio de tu novio? —oí a la pelirroja
decir a Hannah—. Ay, cariño, yo cuidaría…
Corrección: ahora quería morir.
En cuanto me alejé de las puertas, empecé a correr, ignorando el brebaje
de especias de calabaza hirviendo que me salpicaba las manos. ¿Por qué diablos
había decidido tomar un café en el campus cuando había media docena de
cafeterías entre el instituto y mi casa? ¿Por qué demonios no me había salido de
la fila en cuanto oí su nombre? ¿Por qué demonios había llamado Hannah a
Dylan su novio?
Tal vez solo salvaba su rostro, tal vez no quería entrar en los escabrosos
detalles con una conocida en la fila del café. Después de todo, fue la pelirroja
quién lo mencionó primero, y Hannah dijo que no tuvo exactamente el más
romántico de los fines de semana. Tal vez toda su frase de esperar uno en el
futuro era solo una mentirita blanca…
Pero eso no tenía ningún sentido. Ella era la que me había buscado, la
que había iniciado conmigo toda una conversación sobre su novio, como si yo
no pudiera ser la parte por la que él acababa de dejarla. Podía imaginarme que
Dylan no me identificaba cuando hablaba con ella. Pero también sospecharía de
todas las chicas que había conocido, especialmente de su flamante compañera
de laboratorio. Hannah no podía ser tan idiota, ¿verdad? Era la hija de mi
padre. Y a Dylan le había gustado.
Así que tal vez no le había dicho que había alguien más. Aun así, él la
había dejado, ¿y ella inmediatamente se había esforzado para tener una charla
con su compañera de laboratorio? O ella era la chica más dulce del mundo, o
estaba en una negación seria.
O él nunca rompió con ella.
Uf. Odié esa vocecita dudosa en mi cabeza. Él rompió con ella. Llamó
anoche para decírmelo.
Pero nunca lo dijo realmente, ¿no?
Levanté la mirada para encontrarme frente al edificio Swift. Bueno, no
hay momento como el presente para salir de dudas, ¿o sí? Subí las escaleras, me 105
detuve en el descanso para tomar lo último de las especias de calabaza y tirar el
vaso, luego troté al apartamento doscientos dos y golpeé la puerta.
Dylan respondió, todo mojado, con el pelo alborotado y gafas. Tenía los
ojos inyectados en sangre, insomne, y la camiseta y los pantalones del pijama
aún estaban arrugados. Quería trepar por él. Que Dios me ayude, lo deseaba
tanto que podía saborearlo.
—Tess —dijo, sorprendido—. ¿No tenías clase?
—Buenos días —respondí y lo pasé—. ¿Por qué? ¿Esperas compañía?
—¿Qué? —Me siguió.
—¿Tu novia, tal vez? —Me giré.
Su expresión cayó. Junto con todo mi corazón. Mis esperanzas. Era
verdad. —Dijiste que rompiste con ella.
—Tess.
Negué con la cabeza, un pequeño y desesperado golpecito.
—Me mentiste.
Extendió las manos. —¿Qué… escuchaste? —Sus cejas se arrugaron con
incredulidad—. ¿Hablaste con Hannah?
—¡Me mentiste! —Las especias de calabaza me revolvieron el estómago.
Ese insanamente caro café tal vez fue la peor decisión de mi vida.
—Espera, Tess, dime qué le dijiste.
No iba a sentarme aquí y recibir un sermón sobre las reglas de Dylan de
todas las personas. Conocía las normas sobre hablar con Hannah antes de que él
hubiera oído hablar de ella.
—Dios, déjame pensar —dije con una mueca, concentrada—. Creo, tal
vez, ¿“Hola”? —¿Fue demasiado?—. No la busqué ni nada, Dylan. No soy una
perra malvada. —Incluso si le robara el novio, no se lo restregaría en la cara—.
Se encontraba parada en la fila a mi lado en la cafetería. Y ella es quién comenzó
toda la charla de cómo soy la compañera de laboratorio de su novio, y su novio
esto y su novio aquello, y ella y su novio van a ir a unas vacaciones románticas el
siguiente mes.
—¿Qué? —Lucía honestamente desconcertado.
—Así que dime, Dylan —dije, con mi voz baja y peligrosa—, ¿qué es?
¿Hannah Swift es la persona más ilusa en el planeta, o lo soy yo? ¿Soy la idiota
más grande en el universo por creer cuando dijiste que ibas a romper con ella?
Dylan no dijo nada por un momento, solo me miró con el corazón roto en
los ojos. —Tess, necesito que te sientes un segundo. Necesito decirte algo y no 106
quería que enfurecieras cuando lo escucharas, así que…
No es cierto. No. Es. Cierto. He escuchado una variación de este discurso
mil veces. No era mi mamá, para que razonaran conmigo el tipo de vida que
quería para mí misma, el tipo de persona que quería ser. Comencé a pasarlo
hacia la puerta. ¿Por qué pensé que sería diferente? ¿Por qué pensé que yo lo
valía? ¿La chica que robaría el novio de su propia hermana? Era el demonio.
—Tess, por favor —rogó Dylan. Me agarró del brazo—. Por favor, por
favor, te amo…
Me alejé. —Ve a mentirle a Hannah.
—Lo hago —dijo, y había algo tan desesperado en sus palabras que mis
pasos flaquearon—. Tess, ella está enferma.
¿Qué? Me giré para mirarlo. —Acabo de verla. No parece enferma.
Su cara se hallaba mortalmente seria. —Por favor, siéntate. Prometo que
te diré todo hoy, déjame decirte, luego puedes decidir.
Cedí y entré a la sala. Su futón seguía puesto como cama, las sábanas
enredadas e invitantes. Me congelé.
—Lo siento. Me acabo de levantar.
—Mmm. —Bordeé la cama y me senté (o encaramé, mejor dicho) en la
esquina de su silla de escritorio, preparada para huir.
Dylan se sentó en la orilla del futón cama, inclinándose, como si pudiera
alcanzarme. Me alejé.
—Primero, déjame decir que te amo, y lamento mucho no haber tenido la
oportunidad de hablar contigo primero…
—Ve al punto o me voy —dije.
—De acuerdo. —Respiró—. Ayer, planeaba encontrarme con Hannah
para almorzar. Iba a romper con ella. No quería mentiras entre nosotros más de
lo necesario. Es una buena persona, Tess.
Sí. Mejor que nosotros dos, aparentemente.
—Pero cuando la llamé en la mañana para citarnos, estaba totalmente
histérica. Recibió una llamada del consultorio del doctor esa mañana sobre un
resultado anormal en su examen. El doctor quería que fuera ya. Se hallaba muy
asustada. Por supuesto, ofrecí ir con ella.
El resto de la historia se me vino a la cabeza antes de que terminara de
contarla, pero escuché pacientemente mientras me contaba cómo habían ido al
médico. Cómo había esperado solo en la recepción mientras Hannah charlaba
largo y tendido con el médico sobre las pruebas a las que pronto se sometería.
107
Cómo la había cogido de la mano durante las imágenes de la garganta y el
pecho, intentando desesperadamente leer el rostro impasible de la ecografista
en busca de pistas sobre lo que podía estar viendo. Cómo se había sentido
culpable y dolorido al pensar en lo que había planeado decirle aquel día,
incluso cuando la había abrazado y le había dicho que estaba a su lado y que
todo iría bien.
—¿Va a estar bien? —presioné.
Se encogió de hombros. —No sé. No soy capaz de sacarle una respuesta
clara, está tan angustiada por todo el asunto que todas las cuestiones técnicas se
le escapan de la cabeza. Es como si después de oír la palabra con C, todo lo
demás sonara como si lo dijera un adulto en un dibujo animado de Peanuts. Y
realmente no me dicen nada útil. Solo soy el novio.
Algo frío me recorrió al oír esa palabra.
—Pero sé que va a haber un montón de otros exámenes, y tal vez pase
unas semanas antes de que sepan si… —dudó—. Lo grave de la situación.
—Oh, Dios —dije, mientras un nudo se formaba en mi garganta—. Pobre
Hannah.
Me dio una mirada curiosa. —Gracias.
Incliné la cabeza hacia él. —¿Por qué?
—Por decirlo. Digo, ni siquiera la conoces.
—No necesito conocerla —dije, inmediatamente a la defensiva. Sigue
siendo mi hermana. Digo, seguía siendo una joven con algo muy malo que
afrontar. Jugué con las mangas de mi chaqueta—. ¿Ha, eh, hablado con sus
padres?
—Aún no —dijo—. Quiere hacerlo esta noche. Me quiere con ella.
Asentí, examinando mis manos.
—Tess. —Esta vez vino de muy cerca, y cuando levanté la cabeza, vi que
se aventuró tan cerca de mí como pudo—. No puedo creer que esté diciendo
esto…
Ay, ahí viene. La negociación. La pendiente resbaladiza de la traición.
¿Fue así como comenzó con mi mamá? ¿Acordó tener las cosas bajo el agua
“solo por un tiempo”?
—…pero no creo que podamos estar juntos ahora —terminó, con el dolor
grabando sus cejas en un ceño fruncido.
La risa brotó de mis labios, estaba tan aliviada. Incluso en esto, Dylan
tomó el camino correcto. No quería escabullirse. Quería esperar. —¡Por supuesto
que no podemos estar juntos ahora! —exclamé—. No puedes dejar a una chica
el día que descubre que puede tener una enfermedad mortal. Caray, ¿qué clase
108
de monstruos seríamos?
Me miró y lo miré, y por un momento, sentí que podíamos sonreír. Todo
alrededor era una mala situación, pero intentábamos lo mejor que podíamos
por evitarle daño innecesario a Hannah.
—Iba a decir que entiendo si no me puedes perdonar por esto. —Se
encogió de hombros—. Es que… ahora no puedo romper con Hannah. Me
siento tan culpable, como si tal vez si hubiera estado poniéndole más atención
el último mes, lo habría notado. Ha estado mencionando lo cansada que se
sentía, la poca energía que tenía y, en algún punto, todo lo que pensaba fue
“genial, no tengo que sentir culpa por no ir a pasar toda la noche contigo.”
—No tienes la culpa —respondí rápidamente mientras mis células se
estremecían ante su admisión de que no había estado dispuesto a ir a casa de
Hannah después de estar conmigo. Fui a ponerle la mano en el brazo, pero me
lo pensé mejor. Cuanto menos contacto físico tuviéramos, mejor—. Aunque
hubieras estado cerca, ¿quién piensa: “Cariño, me pregunto si te pasa algo en la
tiroides”?
—Todo es… terrible.
—Sí —concordé. Me pregunté qué haría mi padre cuando se enterara.
Probablemente traer a un equipo de especialistas para su Hannah. Dios, pobre
Hannah. Debe estar asustada—. Si hay algo que pueda hacer…
—¿Cómo qué? —preguntó en un tono de suave diversión—. ¿Aventar
algas al problema? Tú estudias bioingeniería, no medicina.
—No sé. ¿Médula ósea?
Se rio. —Creo que primero acuden a los familiares para ese tipo de cosas.
—Claro —dije. Primero la familia.
—Y esperemos no llegar a ese punto. Esperemos que no sea nada.
—Esperemos —repetí. Debería pedirle a Dylan que me dijera si llegaban
a ese punto. Me pregunté qué harían si necesitaban médula ósea. Me pregunté
si papá me lo pediría.
—Dios, Tess, en serio eres increíble. —Sacudía la cabeza con asombro por
mí—. He estado despierto toda la noche intentando averiguar cómo manejarlo,
intentando averiguar qué dirías, cómo reaccionarías. He intentado averiguar
cómo iba a pasar las siguientes semanas, preocupándome por Hannah,
queriendo apoyarla, mientas estoy completa y totalmente enamorado de ti todo
el tiempo…
109
—Por favor —dije—. No me digas lo maravillosa que soy por casi robar
el novio de una chica mientras ella se encuentra ocupada averiguando si tiene
cáncer. No soy maravillosa. Ni siquiera soy buena. Estoy muy segura de que
esto es lo peor que he hecho en mi vida y no voy a fingir lo contrario.
Parpadeó hacia mí, luego me agarró la mano y no la soltó, ni siquiera
cuando la jalé. —No piensas eso realmente, ¿verdad?
—¡Claro que sí!
Sus ojos azules se clavaron en los míos. —No pediste esto, Tess. Fui yo.
Yo era el que no te dejaba en paz, el que no dejaba de perseguirte, tanto en clase
como fuera de ella. ¿Y sabes qué? Aunque no te hubiera interesado, mis días
con Hannah habrían estado contados. Porque estar contigo, sentir lo que siento
por ti... no siento lo mismo por Hannah. Nunca lo haré. Me habría ido para
encontrar a alguien que amara. Hubiera querido que ella también encontrara a
alguien que sintiera eso.
Me mordí el labio. A él no le gustas tanto. Esa era la frase, ¿no?, y no era
culpa de nadie.
—Apenas tenemos veinte. Se supone que nos divirtamos. No me interesa
desperdiciar el tiempo de nadie con algo que no funciona. —Suspiró—. Pero no
voy a patear a alguien cuando está caído.
Ahora entendía lo que Dylan decía. Esto no era sobre mí. Era sobre él y
Hannah. Tal vez fui el catalítico para su ruptura, pero no era la causa.
¿Eso lo haría más fácil? Como todo lo demás, solo el tiempo diría. Pero
Dylan se equivocaba en algo. Yo era más cruel de lo que me daba crédito. Con
cada fibra de mi ser, esperaba que Hannah no estuviera enferma, que el examen
al que se iba a someter demostrara que todo el asunto era una falsa alarma y mi
hermana viviera una larga y perfecta vida. Esperaba todas esas cosas, pero al
mismo tiempo, me preocupaba. ¿Y si resultaba que a Hannah le pasaba algo? Si
Dylan no podía romper con ella cuando estaba en medio de un susto de salud,
¿qué pasaría si se convertía en una verdadera crisis de salud?
¿Tenía algún sentido depositar mis esperanzas en un chico que podría no
estar disponible nunca?

110
13
Traducido por Anty
Corregido por Mire

No mucho tiempo después de eso, nuestra conversación delegó en


charlar sobre el proyecto, porque Dylan y yo éramos así de tontos. En verdad,
me sentí aliviada al ver que podíamos hablar de otras cosas. Lo que pasara en
las próximas semanas, iba a ser muy difícil si no podíamos encontrar ningún
tema para discutir que no fuera Hannah o nuestra lujuria sin resolver.
Dylan miró su reloj. —Um, debería prepararme para la clase. —Hizo un
gesto a sus pijamas—. ¿Quieres esperar aquí durante unos minutos y podemos
ir andando a Bioingeniería juntos?
—Claro. —Asentí cuando Dylan cogió algo de ropa y se dirigió al cuarto
111
de baño. Tan pronto como se fue, tomé un minuto para recuperar el aliento.
Podía hacer esto. Con él fuera de la habitación, me sentí como si pudiera por fin
conseguir un poco de aire, como la conciencia del zumbido que hervía a fuego
lento bajo la superficie de cada interacción con él había disminuido. A pesar de
que hablamos, una pequeña parte de mí se preguntaba si sería capaz de
manejar trabajar juntos ahora, luego de nuestra casi falla hace dos noches.
Después de todo, tenía un montón de razones para no besarme con el novio de
mi hermana antes de nuestra charla, y no me pegué exactamente a las reglas
entonces.
Sin embargo, las palabras de Dylan me tranquilizaron. No me encontraba
completamente libre de culpa en esta situación, pero tampoco era una perra
roba novios.
Dios, esperaba que Hannah estuviera bien. Esperaba que papá estuviera
bien. Tal vez debería llamar a mamá y hacerle saber que se hallaba a punto de
recibir una noticia aterradora. Era divertido; nunca sabía si los problemas en su
verdadera familia le hicieron pasar más tiempo con nosotras o menos. Hubo
veces en los años en que venía a vivir por unos días o semanas tal vez, cuando
le daba a mi madre largas y lujosas vacaciones y yo me quedaba con una niñera.
Me pregunté qué pensaban Hannah y su madre que estaría haciendo en esas
ocasiones.
Pero no quiso huir cuando su hija estuvo enferma, ¿verdad? Necesitaría a
su padre allí con ella, de la misma manera que ella necesitaba a Dylan.
Dios mío, de verdad tengo problemas paternales.
Dylan salió del baño. En contra de mi voluntad, mi corazón saltó en mi
pecho. No llevaba nada más emocionante que una camiseta y unos pantalones
vaqueros, pero su pelo se encontraba húmedo y despeinado, y tenía sus gafas
puestas. De alguna manera, cuando tenía las gafas puestas, lo sentía como si
fuera mío, no de Hannah. Un poco contrario a Superman.
—Está bien, estoy listo. Solo déjame agarrar mis libros. —Se inclinó sobre
la cama, y vi la forma en que su pelo mojado dejaba rastros de agua por el
cuello de su camisa. Antes de que me diera cuenta de lo que hacía, mi mano se
estiró para suavizar las gotas de su cuello.
Dylan se quedó helado. —Tess…
Retrocedí como si me hubiera quemado. —Lo siento. No sé en qué
pensaba. —No había pensado. Mi mano quería tocarlo. Mi piel necesitaba estar
contra su piel. Era tan simple como eso.
Él se hundió en el futón a mi lado. Todavía era una cama. Aun así, toda
arrugada y acogedora, y con olor a Dylan en las sábanas. Si lo tocaba, nunca
dejaríamos esta habitación. Nos perderíamos la clase, caeríamos de nuevo en las 112
sábanas, y todas las promesas y las reglas que acabábamos de hacernos a
nosotros mismos quedarían en el camino.
—No puedo perderte —murmuró—. Todos estos años… pensé que te
habías ido. Ahora que tengo otra oportunidad… no puedo perderte otra vez.
Su mirada me quemaba, azul, anhelante y magnética. Fue entonces
cuando supe que iba a suceder. Todo eso. Era inevitable, era inexorable, era
imposible de resistir.
El teléfono de Dylan zumbó en las sábanas. El rostro de Hannah apareció
en la pantalla. Arrastró su atención lejos de mí y deslizó el botón de respuesta.
—Hola… ¿Cómo estás?... No, estoy a punto de salir a clase, así que… espera,
¿estás de camino?
Salté del futón como si estuviera hecho de serpientes vivas. Apretó el
botón de silencio. —Eres mi compañera de laboratorio. No es gran cosa que
estés aquí…
—Le dije que iba a clase hace menos de una hora.
—Oh. —Se volvió hacia el teléfono—. Está bien, Hannah, te veré en un
minuto. —Colgó, luego me miró—. Cuarto de baño.
Rodé los ojos, pero cumplí. Era la única opción, ¿no? Esconderse en el
baño. Aquí fue donde comenzó. Me pregunté en cuántos baños mi mamá se
escondió en los últimos años.
Segundos después de que cerrara la puerta detrás de mí, oí un golpe en
la puerta de entrada a su estudio. Aunque, lógicamente, sabía que no sería
capaz de verme, todavía me encogí hasta que golpeé la encimera. El vapor de
agua aún no se disipaba por la ducha, y el aire brumoso olía al jabón y champú
de Dylan.
—¡Buenos días! —La voz de Hannah flotó a través de la puerta. Sonaba
con cafeína. Probablemente terminó más de su café que yo del mío.
—Hola —dijo Dylan—. ¿Cómo te sientes?
¿Se dieron un beso? ¿Él acababa de besarla al otro lado de esta puerta?
—En realidad, estoy de salida —dijo ahora—. Así que…
—Te acompaño a clase —dijo ella—. Quería hablar contigo sobre mis
padres. Estoy pensando en no decirles hasta… bueno, hasta que sepamos con lo
que estamos tratando.
Más punzadas de culpabilidad apuñalaron mis entrañas.
—No quiero que se asusten —terminó—. Mi mamá es muy sensible. 113
¿Y tu padre?
—Um… está bien —dijo Dylan—. Déjame buscar mis llaves. No me las
quiero olvidar, ya que las cerraduras de las puertas se cierran automáticamente
detrás de ti cuando sales.
¿Fue mi imaginación, o dijo esa parte bastante más fuerte de lo
necesario? Genial, recibí el mensaje, Dyl.
Oí la puerta exterior abrirse y cerrarse, y esperé dos minutos completos
antes de salir del cuarto de baño. El vapor hizo estragos en mi pelo, y lo alisé un
poco antes de dejar la habitación de Dylan y dirigirme a clase, tratando todo el
tiempo de no pensar en lo que significaría para mi relación con Dylan, para las
tareas de Dylan con Hannah, y para las reglas con que mi madre y yo siempre
vivimos por Hannah, simplemente me incliné y abrí la puerta del baño.

Afortunadamente, conseguí un turno en Verde para este miércoles por la


noche, lo que significaba que podía llenar mi cabeza con órdenes, entregas y los
divide-la cuenta-por favor. Por desgracia, se hallaba muerto en Verde, así que
me encontré en casa a las nueve.
Papá estaba allí. Vi su coche primero y luego a él, sentado en la sala de
estar, desplazándose a través de su BlackBerry como si éste fuera su hogar.
—¿Mamá está aquí? —pregunté mientras ponía mis llaves en la mesa de
sala.
—No. —Levantó la vista de su teléfono—. Pero me alegro de que tú
estés. Siento como que casi no te he visto desde que te mudaste de nuevo a la
ciudad.
Eso puede haber sido con intención. Palmeó el cojín a su lado y me senté,
lentamente, preparándome para otra conferencia sobre la gratitud y la
discreción. Deliberadamente, papá puso su teléfono en el bolsillo y se volvió
hacia mí.
—¿Está todo bien contigo? ¿La escuela? ¿El trabajo? ¿Has estado
durmiendo lo suficiente?
—Sí, papá. —¿Le dijo Hannah sobre sus pruebas médicas? ¿Era por eso
que de repente se encontraba tan interesado en hacer el papel de padre
preocupado?
—¿El curso de Canton no es demasiado abrumador?
Rodé los ojos. —No. Soy bastante inteligente, así es como resulta.
114
—Lo sé, Tess. Yo solo… puede ser difícil, cuando estás acostumbrada a
un método de educación, hacer un gran cambio…
—Bueno —razoné—. No habría tenido que hacer un cambio si hubiera
estado en Canton desde el principio.
El golpe aterrizó, y aterrizó con fuerza. Papá se estremeció, y me sentí
culpable de inmediato. Había recibido una mala noticia esta noche. Debería ser
más comprensiva.
—Tess —suspiró—. Espero que sepas que pensé que tomaba la mejor
decisión, para todos nosotros, en ese momento.
—No estoy segura de lo que se supone que eso significa, papá.
—Alentarte para ir a la Estatal.
Obligándome, más bien. —¿Para que no pusiera mis manos sucias por
todas partes sobre tu preciosa alma mater?
Parecía más herido que nunca. —Eso no es lo que hacía. Por favor, no me
hagas el malo aquí. Eres lo bastante mayor como para entender lo complicado
que son las cosas.
En realidad, parecía bastante simple para mí. Se suponía que debía
mantenerme alejada de los Swift y de todo lo que reclamaron para sí mismos.
Cuando lo hacía, las cosas se hallaban muy bien y sin complicaciones. Fue solo
cuando me cambié a Canton, solo cuando me atreví a intentar y conseguir que
Dylan se alejara de Hannah, que fue cuando todas las cosas se desordenaron. Si
hubiera seguido las reglas, tal vez yo sería feliz en este momento. Tal vez no
estaría aquí sentada en un sofá, discutiendo con mi padre, cuando me gustaría
mucho más estar en la cama de Dylan.
No es que hubiera estado en la cama de Dylan. Pero ni siquiera estaría
pensando en ello.
—Quiero que seas feliz, Tess. Quiero que sea feliz y exitosa y brillante y
que tengas todo lo que quieres en la vida. Y si Canton es lo que hace que eso
suceda, entonces está bien.
Mis labios se abrieron en estado de shock. —¿Hablas en serio?
Él se encogió de hombros. —Por supuesto. Te amo. No debería haberme
enfadado contigo el otro día. Me entristece que no confiaras en mí, que pensaras
que tenías que escabullirte a mis espaldas.
Me mordí el labio. Mira quién hablaba. Escabullirse era la especialidad
de mi pequeña familia ilegítima.
—He reflexionado mucho recientemente, y puedo ver que tenía buenas
razones para pensar que no te dejaría venir aquí. Y cualquier otra cosa que nos
hemos vistos obligados a hacer, no quiero que te sientas de esa forma por mí. 115
Esta era la parte donde abría su chequera y me daba dinero para los
libros de texto. Esta era la parte en la que comenzaba a actuar como un
verdadero padre, uno que se encontraba orgulloso de que su hija recibió una
beca de mérito en su alma mater.
Excepto que no lo quería. No quería aceptar ni un centavo más de él si
venía con cadenas, con reglas, con recordatorios de que era su hija y Hannah
era su hija y que quería a su novio y Hannah estaba enferma, enferma,
enferma…
Extendí la mano y cubrí la mano de mi padre con la mía. Su piel se
hallaba seca y me di cuenta, por primera vez, la forma en que el pelo en la parte
posterior de sus manos se puso más oscuro y más tieso con la edad. Su rostro
también había envejecido. Tenía líneas en la esquina de sus ojos y su boca, y
hebras de pelo blanco mezclado con el rubio oscuro sobre su cabeza. No lo veías
a menos que estuvieras cerca. ¿Era realmente tan raro que me acercara a él?
Cualquier otra cosa que nos hemos vistos obligados a hacer… Por mucho que
odiara admitirlo, entendí por qué papá tomó las decisiones que hizo. Entendí
que pensó que podía proveer mejor a sus familias si mantenía su reputación y
su negocio intacto. El divorcio habría costado un paquete, y el escándalo
resultante de la exposición de su sucio secreto familiar podría haberle costado
su carrera entera. Entendí por qué tuvimos las reglas; entendí por qué tenía que
vivir mi vida como si no tuviera un padre.
Pero tal vez mi mamá también tenía razón. Había pasado tanto tiempo
pensando en lo mucho que apestaba para mí, que no pensé en cómo apestaba
para él. Por lo que debió ser la centésima vez hoy, me pregunté cómo serían
nuestras vidas si Hannah fuera mi hermana de verdad, a la intemperie, y
cuando ella le dijera a su familia acerca de lo que se encontraba enfrentando
hoy, me lo hubiera dicho a mí, también. Que cuando papá necesitara un poco
de compañía para ahuyentar sus preocupaciones, tuviera una niña que le diera
un abrazo y le dijera…
—Va a estar bien, papá. Lo prometo.
Levantó sus ojos a los míos, esos indeterminados, ojos de cada color que
reflejan los míos, y por un segundo, pensé que tal vez él sabía exactamente de lo
que hablaba. Ni de nuestra pelea, ni de nuestros desacuerdos sobre Canton y
nuestros secretos, sino Hannah; Hannah, quien ambos amábamos, aunque yo
apenas la conocía. Hannah, que se hallaba enferma, asustada y probablemente
necesitaba que su padre se quedara en casa con ella en lugar de huir aquí,
donde su otra familia estaba sana y salva, en donde la mayor preocupación de
su otra hija (en su mente, por lo menos) eran lo largo que eran sus turnos como
camarera. 116
—Sabes que sigues siendo mi niña, ¿no? —dijo—. Sigues siendo mi hija,
te amo y estoy orgulloso de ti.
Inesperadamente, las lágrimas llenaron mis ojos.
—Y un día, Tess, un día todo esto quedará en el olvido.
No estaba segura de lo que se supone que eso significara. ¿Acaso papá
imaginaba un futuro donde las reglas ya no se aplicaban? ¿Donde después de
un largo tiempo, dejaría a su esposa y se casaría con mi mamá y yo podría vivir
abiertamente, si no como su hija, al menos como su hijastra? ¿Donde yo pudiera
conocer a Hannah? ¿Podría existir alguna vez esa realidad?
Un anhelo hasta los huesos iluminó mi alma. Ni siquiera sabía si quería
eso. Y después de años de ver que él colgaba esa posibilidad sobre la cabeza de
mi madre, me resultaba difícil de imaginar. No ocurrió cuando Hannah
finalmente creció y fue a la universidad, que era la hora habitual en que los
matrimonios rotos fracasaban oficialmente. Él no se divorció de su esposa, y
Hannah era una estudiante de tercero, como yo. Incluso mamá parecía haber
renunciado a la posibilidad de ser otra cosa más que la amante de Steven Swift
años atrás.
Pero, al parecer, una pequeña parte de mí no había renunciado, la misma
parte de mí que le gritó a Sylvia por amenazar con poner las nueces en la
ensalada de Hannah, que se preguntó si ella me diría cuándo ocultar mis ojos
en las películas de terror, que quería echarse a llorar cuando Dylan me dijo que
Hannah se encontraba enferma, que quería poner mis brazos alrededor de mi
papá y decirle que cualquier cosa que pasara con su otra hija, lo enfrentaríamos
juntos. Si Hannah necesitaba médula ósea, encontraríamos alguna manera de
darle la mía sin que nadie supiera por qué yo podía ser compatible.
Incluso si quería a su novio, ella seguía siendo mi hermana.
Era divertido, en cierto modo. Nunca me atreví a preguntarle a papá
sobre Hannah en todos estos años. Se ponía demasiado loco. Y no me atrevía a
preguntarle a Dylan, tampoco. Suponía que él la conocía mejor que nadie. Sabía
cuál de esas películas de terror que en su perfil de Facebook decía que amaba,
era su favorita. Sabía lo que la hacía reír, su color favorito, su flor favorita,
exactamente lo que la asustó más acerca de lo que le estaba sucediendo. Él sabía
esas cosas, y yo quería conocerlas demasiado en estos momentos. Quería saber,
quería ayudar.
—Papá, sé… —¿Qué? Sabía que Hannah le dijo que podría estar
enferma. ¿Cómo lo sabía yo? Lo sabía porque casi me follé a su novio el otro
día. Lo sabía porque rompí las reglas.
No podía arriesgarme a arruinar todo lo que se hallaba pasando aquí y
ahora diciéndole eso. 117
—Sé que me amas —terminé sin convicción.
Esta semana, dos hombres me dijeron que me amaban. Pero al final, los
dos pertenecían a Hannah.
14
Traducido por florbarbero
Corregido por Adriana Tate

Dylan se saltó la clase de Transporte de nuevo el jueves por la mañana, y


me pasé la mayor parte de la hora, con la cabeza enterrada en mi cuaderno y la
cara enrojecida, tratando de averiguar si él no podía enfrentarme o si acompañó
a Hannah a su biopsia. No me envió mensajes de texto para decirme lo que
sucedía, y de lo que recordaba de la charla sobre “participación en clase” del
plan de estudios, solo nos daban tres ausencias injustificadas por semestre.
Tal vez era porque me hallaba sola de nuevo, pero Elaine se me acercó al
final de la clase.
118
—Oye —me dijo, sosteniendo sus libros contra el pecho—, quería
disculparme por mi comportamiento durante la semana pasada.
—Está bien. —Abrí mi cuaderno—. Te perdono.
—No es una excusa, lo sé, pero me sentía un poco abrumada por los
exámenes parciales y esas cosas. Mi proyecto de Fotónica se arruinó, Transporte
es mi única oportunidad, y… me asusté sobre el simposio. Y Dylan y yo somos
competitivos, y él vino y tomó a la nueva chica antes de que nadie supiera nada,
y… bueno, volqué mis frustraciones en ti. No debería haberlo hecho. Tengo
miedo de no poder pasar Bioingeniería.
Me puse de pie. —¿Esta es tu forma de decir que te vas a cambiar al
Departamento de Inglés y regresarnos nuestro tiempo de laboratorio?
Exhaló aire entre los dientes. —No. Quiero decir, no a la parte del
Departamento de Inglés, por lo menos. Pero sí, supongo que podemos dividir el
tiempo de laboratorio si quieres.
La examiné detenidamente. ¿Cómo se supone que confiaría en ella?
Dylan ciertamente no lo hacía.
—Lo siento mucho —continuó Elaine—. Sé que me equivoqué. Eres
nueva aquí y realmente no te di una bienvenida agradable. Y por mucho que
me duela decirlo, Dylan tenía razón. Quiero ganarles limpiamente. —Miró a la
silla vacía a mi lado—. Es decir, si él no se retiró.
—No se retiró. Tiene algunos asuntos personales que atender. —Espera,
¿Eso sonó mal?—. Todavía vamos a patearte el trasero.
—Eso lo veremos. —Se quedó en silencio de nuevo por un segundo—.
De todos modos, sé que probablemente es demasiado tarde para ser amigas,
pero… ¿podríamos empezar con un almuerzo?
Algo dentro de mí se relajó. Bueno, era loca competitiva y no le tenía
mucho aprecio al hombre que amaba. Eso no la hacía malvada. Y tal vez si veía
que yo tampoco era mala, podía relajarse un poco.
—Espero que no sea demasiado tarde —le dije—. He estado aquí durante
dos meses y realmente no conozco a nadie.
—A Dylan —señaló Elaine.
Le sonreí. —Sí, pero tú crees que no debería salir con él.
Elaine puso los ojos en blanco. —Bueno, le digo eso a un montón de
personas. Pero nunca me escuchan.

119

Terminamos almorzando en la cafetería del edificio de biología con su


compañera de cuarto, Melanie. Con la que Dylan se acostó durante el primer
año. Parecía condenada a cruzarme con todo el libro de jugadas de Dylan.
Melanie era una chica bajita y delgada, con cabello corto, las puntas elevadas en
espigas decoloradas en algunos lugares casi hasta el color blanco, y algunos
mechones azules y verde azulados. Tenía perforada la nariz y la ceja, y un
tatuaje cubría la mayor parte de su brazo derecho.
No sabía con toda seguridad que era lo que esperaba de la primera
conquista de Dylan posterior a mí, pero ciertamente no era que luciera un estilo
punk rock.
—Tess, Melanie. Melanie, Tess —dijo Elaine, acomodando su bandeja—.
Tess es el último sabor del mes de Dylan.
—Oh, no —la corregí—. No estamos saliendo. Tiene novia.
—Creo que he oído sobre eso —dijo Melanie, girando un poco de pasta
en su tenedor—. No te preocupes, Tess, no comparto el desdén de mi
compañera de cuarto por el señor Kingsley. Ella piensa que todavía debería
estar enojada con él por no llamarme, como, hace tres años. Pero a veces haces
cosas locas el primer año. La mía fue él. —Me dio una sonrisa secreta—. Me
gusta pensar que también fui la suya.
—No es solo eso —dijo Elaine—. No me gusta su actitud.
—Su actitud —respondió Melanie, haciendo comillas con los dedos—,
¿eso significa que él no quiso ser tu compañero de laboratorio el año pasado?
Bueno, eso también explicaba por qué era tan amargada. La derrotó en su
primer año, y luego no quiso ayudarla el año pasado… existía un montón de
historia entre los dos.
Elaine frunció los labios. —Podrías haber evitado decirle eso a Tess. Va a
decírselo a Dylan.
Oh, confía en mí, Elaine. Hay un montón de cosas que me parece perfectamente
bien no contárselas nunca a Dylan.
Quería desesperadamente cambiar el tema, sobre todo teniendo en
cuenta que si todo salía como esperaba, estaría saliendo con el chico pronto.
—Así que, Elaine ¿dices que te concentras en la botánica? Trabajé en un
laboratorio botánico en la Estatal. ¿Qué estás estudiando?
Melanie echó la cabeza hacia atrás y se rió. —Oh Dios, suenas como si
estuvieras todavía en tu entrevista de ingreso. Elaine, es como si fuera un 120
requisito que las personas en Bioingeniería tuvieran que ser aburridas, ¿Solo
piensan en una cosa?
—Te he escuchado afirmar eso antes, sí —dijo Elaine—. Pero creo que ya
que no puedes mantener un pensamiento en tu cabeza durante más de cinco
minutos, eso está bien. —Sonrió por lo que parecía ser la primera vez en la
historia. Era agradable ver este lado de ella.
Melanie le lanzó un guisante. —Es justo. Tess, no escuches a esta perra.
Oí que se volvió loca la semana pasada y le robó el espacio de laboratorio a
algunas pobres personas.
—¡Le pedí disculpas! —gritó Elaine—. ¿Qué quieres que haga, un
compromiso harakiri?
—¿Tal vez deberías comprarle el almuerzo a Tess? —sugirió Melanie.
Me eché a reír. Estas dos y su forma de hablar me recordaban a Sylvia y
Annabel. Se burlaban y se molestaban entre sí, pero claramente se amaban
después de todo. Y, sin embargo, a diferencia de las Warren, Melanie y Elaine
no eran hermanas. Solo se conocieron cuando se les asignó que vivieran juntas
el primer año.
Me preguntaba cómo le iba a Hannah, y luego, con la misma rapidez,
alejé el pensamiento de mi mente. Hannah y yo nunca seríamos compañeras de
cuarto, nunca seríamos hermanas. No éramos nada.
Tal vez me perdí demasiado viviendo siempre sola, fuera del campus. La
primera vez en la Estatal y ahora aquí en el departamento donde crecí. Estar
con Cristina durante el verano en Cornell fue divertido, y todavía nos
enviábamos correos electrónicos y un montón de mensajes de texto. Ella odió a
su compañera de cuarto durante el primer año, pero durante el segundo año se
mudó con una amiga fuera del campus y, según todos los rumores, la pasaban
genial.
—¿Tienen algún plan para el fin de semana? —preguntó Melanie.
—Suelo trabajar los fines de semana —le expliqué—. Soy mesera en
Verde.
—Qué extraño, debería haberte visto allí. Voy todo el tiempo.
Bueno, las personas nunca notan a su mesera.
—¿Trabajarás esta noche?
—No. —Miré significativamente a Elaine—. Se supone que debo estar en
el laboratorio esta noche.
—Nunca vas a dejar que me olvide de esto ¿no? —preguntó.
—No —dijo Melanie—. Y te lo mereces. Pero en este caso, todo salió bien.
Si estuvieras atendiendo mesas esta noche, no podrías venir con nosotras a una 121
fiesta.
—Oh —dije—. No puedo ir a una fiesta…
—Sí puedes —dijo Elaine—. Nada comienza realmente hasta las diez.
—¿Tienes algún examen el viernes? —preguntó Melanie.
—No.
—¿Una cita sexy?
Me sonrojé. —No.
—¿Algún tipo de objeción religiosa o moral ante las personas que se
divierten? —sugirió Elaine.
—No. Es que… —Me encogí de hombros—. ¿Una fiesta en Canton? Eso
me lleva de vuelta a la escuela secundaria. Solíamos intentar colarnos, ya sabes.
—Hablas como una verdadera pueblerina —dijo Melanie riendo.
—No vas a colarte esta vez —agregó Elaine—. Y por favor, ven. Puede
ser parte de mi disculpa. Siempre digo que las chicas en Bioingeniería deben
permanecer juntas y he estado más o menos haciendo lo contrario de eso.
Me giré hacia ella. —Sabes, creo que tratas de conseguir información
sobre Dylan y mi proyecto.
—Por supuesto que sí —respondió y tomó un sorbo de su bebida—, pero
todavía podemos divertirnos.

Después de mi última clase del día, fui a casa a cenar y adelantar la tarea.
Mamá fue a una exposición en una galería de un amigo de ella, pero el cajón del
refrigerador se hallaba lleno de verduras. En tanto esperaba que mi pasta
hirviera, le envié un mensaje a Dylan.
¿Realizaremos el trabajo de laboratorio esta noche? Su respuesta llegó
de inmediato.
Sí. Me gustaría que me prestes tus apuntes de esta mañana, si los tienes.
Acompañé a H a la consulta médica.
Sí, Dylan, lo imaginé.
También me di cuenta que no volvería a casa entre el laboratorio y la
fiesta, por lo que bien podía vestirme ahora. Después de la cena me di una
ducha rápida, luego me sequé el cabello con un secador utilizando un cepillo
redondo, dejándolo suelto, las ondas marrones desparramadas alrededor de 122
mis hombros. Mis recuerdos de las fiestas en Canton eran que eran un poco más
populares y formales que las fiestas ocasionales a las que asistí en la Estatal, así
que elegí un par de jeans ajustados y un top gris de punto con hilos plateados
que brillaban cuando reflejaban la luz. Tomé un par de botas de tacón alto del
armario de mi madre, que me imaginé probablemente me arrepentiría de usar
para el final de mi sesión de laboratorio, pero me daban cinco centímetros más
de altura y se veían muy bien con mis pantalones. Cuando me maquillaba, el
teléfono sonó en el mostrador. Revisé la pantalla: Cristina. Una punzada de
culpa me recorrió, no había mantenido al tanto a mi amiga de todo lo que
sucedió desde que me trasladé.
Encendí el altavoz para poder terminar de delinearme los ojos.
—¡Hola, extraña!
—¡Hola! —Escuché la voz de mi vieja amiga—. Noté que no te he
llamado para preguntarte como va todo en Canton, por lo que lo estoy haciendo
ahora.
—Yo también he estado muy ocupada —le contesté—. Estoy trabajando
horas demenciales solo para ganarme la vida, pero también entraré en este
simposio el próximo mes con un premio de cinco mil dólares, así que…
deséame suerte.
—¡Impresionante! ¿Cuál es tu proyecto?
Le conté, teniendo cuidado de dejar de lado la parte de que hacía el
proyecto con Dylan.
—Eso se parece bastante a lo que hiciste con Dylan aquí hace unos años.
—Mmm. —Dibujé el contorno de mis labios con un lápiz delineador
color rosa roja.
—¿Le contaste?
—No tuve que hacerlo —respondí tímidamente—. Es mi compañero.
El silencio reinaba en el otro extremo del teléfono. Después de un
segundo, los gritos de Cristina rebotaron en las paredes de mi baño.
—¿Qué demonios, McMann? —preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que
estaban juntos nuevamente?
—¿Porque no lo estamos? —dije—. Solo somos compañeros.
—¿Solo somos compañeros? —Saltó—. Cuéntame todo. ¿Qué sucede?
¿Qué sucedió? ¿Qué aspecto tiene actualmente? ¿Sus pantalones todavía son
demasiado cortos?
Dudé, dejando mi labial flotando en el aire por encima de mi boca.
—Se ve muy bien —dije finalmente. Eso fue neutral, ¿verdad?—. Y los
123
pantalones son perfectos.
Pero Cristina no me iba a permitir que me saliera con la mía. —¿Te estás
metiendo en sus pantalones?
Suspiré, y luego admití: —No completamente.
Gritó de nuevo. —Oh Dios mío, lo sabía. Al segundo que me dijiste que
ibas a Canton, yo estaba como: Dylan y Tess, sentados en un árbol, besán….
—Tiene novia… —le dije, interrumpiendo su molesta cancioncita.
—Puta roba hombres —bromeó—. Eso es impresionante.
Me mordí el labio recién pintado y me miré en el espejo. —Por favor, no
me llames así.
—Oh, Tess, sabes que no me refiero a “puta” en un mal sentido —dijo,
arrepentida—. Pienso totalmente que las mujeres son dueñas de su sexualidad
personal y pueden tener tanto sexo como quieran…
Dejé que Cristina continuara su diatriba sobre estudios provocados por
mujeres acerca de tomar la propiedad de la palabra puta sin darle un significado
negativo. Porque, sinceramente, ni siquiera lo registré. La parte que me molestó
fue la de roba-hombres. No quería ser ninguna clase de roba-hombres, ni puta, ni
perra, y ciertamente no hermana. Dylan me juró que no se trataba de mí, que
era él, y yo quería creerle.
Pero todo sería mucho más fácil si no hubiese estado saliendo con ella
cuando nos reencontramos, si no hubiese estado saliendo con ella cuando me
levantó contra su encimera e introdujo su lengua en mi garganta.
—¿Tess? —La voz de Cristina crepitó en mi altavoz, rebotando alrededor
del baño—. No estás enojada, ¿verdad?
—No —le dije, y terminé de aplicar mi lápiz labial. Con Cristina no, de
todos modos.
Solo conmigo.

Dylan ya se encontraba en el laboratorio cuando llegué, repasando


nuestros apuntes y acomodando nuestro espacio de trabajo. Parecía cansado,
con líneas marcadas bajo sus ojos azules y su cabello lucía como si hubiera
pasado los dedos a través de él demasiadas veces. No llevaba lentes. Sus lentes
Tess. Tragué saliva. Tal vez esto era un error.
Uf, eso es una idiotez, Tess. No leas demasiado en un par de malditos lentes.
—Tengo una gran noticia —le dije con tanta intensidad como pude—. 124
Hablé con Elaine esta tarde, y me dijo que podemos dividir los tiempos de
laboratorio de lunes a miércoles.
—¡Estás bromeando! ¿Cómo lograste ese milagro?
Empecé a desabrochar mi abrigo. —No hice nada. Al parecer, tuvo algún
tipo de… episodio de estrés nervioso la semana pasada, y lamenta muchísimo
su comportamiento y dijo que podemos tener nuestros espacios de laboratorio
si queremos.
—Eso es… genial. ¿Así que tuviste una conversación civilizada con ella?
¿Eso es posible?
Me reí entre dientes. —Deberían aprender a enterrar el hacha de guerra.
No es tan mala. Incluso fui a almorzar con ella y su compañera de cuarto.
Hubo una pausa embarazosa. —¿Melanie?
—Sí. —Así que al menos recordaba su nombre—. Y tengo que decir,
Dylan, me sorprendió mucho cuando la vi. No me parece que sea tu tipo. —Me
saqué el abrigo de mis hombros y fui a colgarlo en el perchero junto a la puerta.
Cuando me di la vuelta, vi a Dylan mirándome fijamente, con la boca abierta.
—¿Qué? —pregunté nerviosamente, suavizando mis manos por encima
de mi top brillante.
—Yo… um… esa ropa es genial.
—Gracias.
Se dio vuelta. —Asegúrate de ponerte tu bata de laboratorio para no
ensuciarte.
Rodé los ojos, y luego fui a buscar una de las batas blancas que se
encontraban colgadas en la pared. Empezamos con el trabajo de la noche, pero a
los pocos minutos, mientras estudiaba algunas células en el microscopio, Dylan
volvió a hablar.
—Hablas de su cabello y los piercings y esas cosas, ¿no? ¿Con respecto a
Melanie?
—¿Mmm? —Ajusté el aumento.
—Ella no lucía así cuando la conocí —continuó en voz baja—. Era un
poco más conservadora en primer año. Aun así tenía su estilo, supongo. No
tenía piercings, ni tatuajes. Su cabello era largo… y… castaño. Como el tuyo.
Lo miré. —Oh.
Me dio una sonrisa gentil. —Muy parecido al tuyo.
—Oh.
125
Dylan se quedó en silencio, y me pregunté cuántas de las personas con
las que salió se parecían a mí. Y luego pensé en Hannah y sus ojos, y la genética
que compartimos, y el aire de la habitación se sentía caliente e imposible de
respirar.
—¿Te agradó? —preguntó—. ¿Melanie?
—Sí —le dije, aliviada de estar de vuelta en un terreno más seguro—. Es
linda. Y Elaine pasó todo el almuerzo disculpándose, así que tal vez también le
voy a dar otra oportunidad.
Dylan hizo un sonido como un bufido. —Entonces eres mejor persona
que ella. No va a dejar de lado lo que pasó en primer año, y yo ni siquiera le
hice nada deliberadamente.
—Bueno —dije—, me invitaron a almorzar, y a la fiesta de esta noche, y
no es como si hubiera hecho muchos amigos desde que llegué aquí, así que
estoy dispuesta a darle una oportunidad.
—Lo siento por eso. —Cuando lo miré esta vez, la culpa retorcía sus
rasgos en una mueca—. Debería haberte presentado a más personas. Quería que
vinieras al partido de fútbol conmigo en ese momento.
—Y cuando no lo hice, fuiste a mi lugar de trabajo —dije con ironía—. Lo
recuerdo. Pero mi estatus solitario no es tu culpa, créeme. Nunca he tenido un
montón de amigos.
—No, te recuerdo en Cornell. Tú y Cristina siempre fueron muy unidas.
Sonreí. —En realidad, hablé con ella esta noche. Te mandó saludos.
Sus ojos se agrandaron. —¿Le contaste… cosas?
Puse la mano en mi cadera y usé mi tono de regaño. —Pensé que eras de
decirle la verdad a las personas.
—Lo soy. —Sonrió—. Solo quiero saber si algo incriminatorio está a
punto de aparecer en mi página de Facebook.
—No te preocupes —le dije—. Cristina es el alma de la discreción. —Eso
también era verdad. No tengo que preocuparme por ella publicando algo en su
muro mientras todavía él esté "en una relación."
Sobre todo porque ahora nos encontrábamos en la misma definición de
“es complicado”.
—Así que… —dijo después de que trabajamos durante unos minutos
más—. ¿Una fiesta?
—Sí. Mi primera fiesta oficial en Canton. —¿Debería invitarlo? ¿Sería
extraño, con Melanie y Elaine, y todos los antecedentes que tenían? Por no
hablar de cómo él y yo probablemente deberíamos pasar juntos el menor
tiempo social como fuera posible. 126
—¿Dónde es?
—¿La casa Beta?
Empezó a reír.
—¿Qué?
—Nada —dijo con una gran sonrisa dividiendo su rostro—. Es solo que
esa es la fraternidad dónde está tu amigo Todd.
Mierda. Bueno, era una fiesta. Las probabilidades de que me encontrara
con Todd eran escasas, ¿verdad? —¿Qué vas hacer esta noche?
—Tarea —respondió—. Me he atrasado durante los últimos días.
Asentí y bajé la mirada hacia mis apuntes. —¿Cómo fue la cita de esta
mañana?
Se encogió de hombros. —Bien, supongo. La biopsia en sí fue bien.
Esperamos los resultados. Hannah y su mamá fueron a Manhattan por el fin de
semana. Quiere despejar su mente de esto o algo así, supongo. Espectáculos, ir
de compras, lo que sea que hagan.
Sabía lo que hacían. Sabía que cuando lo hacían, mi papá por lo general
también se llevaba a mi madre lejos por el fin de semana a algún lugar.
—Así que estás solo —solté sin pensar. Levanté la mirada. Me miraba,
demasiado, y bien podría haber sido una gran señal de advertencia roja
intermitente—. Quiero decir, es bueno que Hannah haya salido de la ciudad.
—Sé lo que quieres decir.
—No… me alegro de que esté despejando su mente de las cosas. No solo
porque… —Mis mejillas se calentaron. No solo porque prefiero que consiga
estar bien con alguien que no sea su novio. Yo nunca estuve en Manhattan o vi
un espectáculo de Broadway, aunque una vez cuando era joven, mamá fue con
papá a ver El Rey León en Broadway y me trajo una hermosa máscara de la
tienda de regalos del teatro. Si trataba de alejar su mente de las cosas, tenía que
ser una buena manera de hacerlo, ¿verdad?
—Sabes —dijo—, es curioso que estemos hablando de tu vida social.
Hannah me preguntó sobre ello cuando vino al apartamento, el otro día.
El día que me escondí en su baño.
—Mencionó su visita a la cafetería y dijo que deberíamos salir alguna
vez. Quería saber si tenías novio, si podría presentarte a alguien.
Levanté las cejas a Dylan. ¿No sabía lo que eso significaba en el lenguaje
de chicas? Intentaba conseguir información. Recuerdo lo que dijo su amiga en la
cafetería. Oh, cariño, cuidado. Hannah trataba de averiguar si Dylan estaba 127
seguro a mi alrededor.
Y no lo estaba. Hannah Swift no sabía nada sobre mí, literalmente. Y
aunque decía amarme, Dylan tampoco. ¿Cómo podía amarme?, pensé de pronto.
¿Cómo podía amarme cuando ni siquiera me conocía?
15
Traducido por *~ Vero ~* & Jasiel Odair
Corregido por Lizzy Avett’

A las nueve y media, me fui del laboratorio. Dylan se quedó atrás,


diciéndome que iba a limpiar y transcribir el resto de las notas. Tengo que
admitir, me sentí aliviada, no habría despedidas torpes o un largo ascensor
silencioso hasta la salida. Los ascensores eran particularmente peligrosos para
nosotros.
Me dirigí a la casa Beta, enviando un mensaje a Elaine por el camino para
ver si podíamos quedar fuera. Aunque me había colado en algunas fiestas de
Canton con Sylvia en el instituto, siempre había sido la chica torpe, nerd y
probablemente demasiado joven para estar allí. Esta vez, pertenecía al grupo,
pero eso no significaba que no estuviera nerviosa. 128
Melanie y Elaine me esperaban cuando llegué a la cuadra donde estaba
la fiesta en la casa Beta, y me saludaron con la mano. A pesar del clima frío, la
fiesta se había extendido hasta el césped, donde los estudiantes bebían y
bailaban bajo las series de luces. Había un juego de beer pong en una esquina del
patio y el porche lleno con otros chicos, sentados y de pie, todos sosteniendo
vasos de plástico.
—Hola —dijo Melanie. Llevaba un top rojo translúcido y una falda corta
sobre medias estampadas. Elaine, a quien había visto alguna vez solo con un
moño desordenado, se había dejado el pelo suelto, donde brillaba como seda
negro en las luces de la fiesta. Tenía un suéter blanco suave y se había delineado
los ojos en forma de almendra.
—¿Lista para empezar la fiesta? —me preguntó mi vieja némesis de
Bioingeniería.
Levanté las manos y les moví el trasero bailando.
—Muéstrame el camino.
La casa Beta era una de las fraternidades más agradables en el campus y
tenía la reputación de ser el reino de los chicos adinerados. El mobiliario lo
demostraba, sofás de cuero y paredes con paneles de madera donde las
imágenes de los chicos Beta del año pasado en trajes y esmóquines sonreían, y
trofeos de distintas disciplinas deportivas de los miembros y logros académicos
llenaban las estanterías. La decoración desentonaba con la música de la casa,
que llenaba el espacio con un persistente y palpitante ritmo tan fuerte que me
sorprendió que las fotos no se sacudieran de sus marcos.
—Primera parada: El barril —anunció Melanie, y nos pusimos en la fila
cerca de la cocina—. Me pregunto si Jon está aquí esta noche.
—Oh Dios mío —dijo Elaine, rodando los ojos y sacando su teléfono—.
No puedo creer que te siga gustando. Sabes que solo juega contigo para poner
nerviosos a sus padres.
Melanie tiró de su piercing en la ceja. —Sí, pero no me importa. Me gusta
poner nerviosos a sus padres. Doy ataques al corazón a los míos.
Elaine se rió y le dio un codazo a su amiga. —A los míos también.
—¿Yo, E? Si supieran la verdad sobre ti, caerían muertos. —Melanie se
volvió hacia mí—. ¿Qué pasa contigo? ¿Tienes tus ojos puestos en alguien en
particular?
—En realidad no —dije—. Los chicos de fraternidad no suelen ser mi
tipo.
—No lo descartes hasta que lo hayas probado —dijo Melanie.
129
Elaine hizo una mueca. —La próxima vez, escogeré la actividad, chicas, y
les prometo que los chicos de fraternidad no serán parte de ella.
—Permíteme traducirte eso —gritó Melanie sobre la música—. Quiere
decir que vamos a estar viendo hockey sobre césped de mujeres.
—Son las faldas —dijo Elaine, luciendo anhelante.
—Estoy de acuerdo —dijo el hombre de pie detrás de mí—. Las faldas
son agradables. Lo siento, no pude evitar escuchar. Soy Chris. —Tendió la
mano.
—Tess —contesté y sacudí su mano. Chris era media cabeza más alto que
yo, con el cabello muy corto castaño claro y los hombros anchos—. Danos un
respiro. La música está tan fuerte que tuviste que hacer algo de espionaje para
seguir esa conversación.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Chris—. ¿Lesbianas hermosas?
¿Cómo podría seguir el estereotipo de un chico de fraternidad, si no hiciera caso
a eso?
—Solo una lesbiana, muchas gracias —le dijo Melanie con una sonrisa
tímida—. Se sigue deliberando sobre mí.
—Intrigante —dijo Chris—. ¿Y tú, Tess?
—Aburrida hétero.
—Yo también —dijo—. Así que aburrido, ¿eh?
Recompensé a Chris con una sonrisa, y me sonrió.
En ese momento, habíamos llegado al principio de la fila, y Melanie se
encargó de repartir las copas.
—Entonces, ¿qué estás haciendo en esta fiesta si no te gustan los chicos
de fraternidad? —preguntó cuando Melanie le tendió su vaso al hermano que
se ocupaba del barril.
—Estoy aquí para el beer-pong —dijo Elaine—. Voy a patearte el culo.
—Está diciendo la verdad —añadió Melanie—. Tuvo que ponerse buena
porque no aguanta nada el alcohol.
—No bebes, no te gustan los chicos, no estoy seguro de que hayan hecho
la publicidad adecuada para esta fiesta —dijo Chris a Elaine.
—Pero he traído amigas atractivas —dijo Elaine para tranquilizarlo—. Y
las dos están solteras, también.
—Me parece bien —respondió Chris—. Puedes quedarte.
Metí mi vaso, pero tan pronto como el hermano abrió el grifo, la espuma
salió en mi mano.
130
—Lo siento —dijo—. Acabado. —Un gemido se escuchó en la fila detrás
de mí.
Chris me dio un codazo.
—No vamos a esperar. Vamos, tengo un suministro secreto.
Lo seguí por el pasillo hasta una puerta marcada como “Hermanos
Solamente”. Golpeó en la puerta un patrón extraño, se abrió una grieta. Levantó
dos dedos y fue recompensado con dos latas de cerveza.
—Salud —dijo, y me entregó una.
Abrí la lata. —La membresía tiene sus privilegios.
Fuimos de regreso por donde había dejado a Melanie y Elaine, pero en el
momento que llegamos, habían desaparecido.
—¿Supongo que están en la mesa de beer pong? —sugerí.
—Probablemente. —No parecía tener ninguna prisa—. Así que, ¿en qué
año estás?
—Primero —dije automáticamente—. Espera, no. Estudiante de segundo
año.
—¿Um...? —Me miró de reojo.
Inmediatamente me sentí transportada de vuelta a la escuela secundaria,
cuando éramos los adolescentes colándonos a las fiestas de fraternidad.
—Acabo de transferirme y perdí algunos créditos, así que técnicamente
supongo que aún me quedan cuatro semestres después de esto.
—Ya veo. —Se vio aliviado—. ¿De dónde vienes?
—La Estatal. Pero el programa de Bioingeniería aquí es mucho mejor.
—¿Bioingeniería? —Silbó entre dientes—. No tenía idea de que estaba en
presencia de un genio.
Rodé mis ojos y tomé un trago de cerveza. —¿Qué estás estudiando?
—Historia del arte —dijo encogiéndose de hombros—. Pero lo acertado,
si preguntas a mis padres, es que estudio pre-derecho. Iré a Columbia el año
que viene.
—Qué bien.
—Gracias. Acabamos de escucharlo la semana pasada.
—Salud. —Tintineé mi lata de cerveza contra la suya y ambos bebimos,
pero cuando bajé la lata esta vez, vi a Dylan.
Él estaba aquí. Me estaba mirando. Casi me atraganté con mi cerveza.
131
Santo cielo, era increíble. Estábamos en una fiesta universitaria y había un
montón de chicos guapos, pero Dylan... Dylan. Había algo en él. Siempre lo
había habido. Cada mitocondria en cada célula de mi cuerpo parecía levantarse
y hacer un baile cada vez que estaba cerca.
—¡Oye, Chris! —gritó otro hermano—. ¿Me das una mano durante un
minuto?
—Claro. —Se volvió hacia mí—. ¿Vas al beer pong? Te alcanzaré allí.
Arrastré mis ojos de Dylan. —Sí.
—Bueno. Nos vemos allí. No te vayas hasta que me veas. —Se fue con su
amigo, y Dylan y yo... flotamos juntos. Ni siquiera recuerdo haber caminado. De
repente estábamos uno frente al otro, tan cerca que podía olerlo, tocarlo, besarlo
si quería.
—Hola —dijo Dylan por encima de la música. ¿Cómo era que me podía
pasar toda la noche con él en un laboratorio y cuando se presentaba en una
fiesta, con el mismo suéter y pantalones vaqueros, era como si no lo hubiera
visto en meses? Me empapé de cada detalle: el rizo suelto que le caía sobre la
sien, los ojos azules brillantes como faros, el jersey oscuro de cuello redondo tan
suave como para zambullirse en él…
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, tratando de ignorar el latido
que mi corazón saltó en mi pecho—. Pensé que tenías que estudiar.
—Me distraía mucho.
—¿Por Hannah?
—Por ti —admitió—. Por el hecho de que viniste a una fiesta de
fraternidad. Por lo que llevas puesto esta noche.
Cerveza o no cerveza, mi boca se secó. Estábamos en público. Bajé la voz
hasta que fue apenas audible sobre la música: —Sabes, Dylan, no siempre tienes
que decir la verdad.
—He pasado casi todos los días desde que llegaste fingiendo que no te
quiero recuperar —respondió en el mismo tono suave. El fuerte ritmo de la
música se precipitó a través de mí, tan caliente como las palabras que caían de
sus labios—: He pasado años diciéndomelo a mí mismo. Ya me he cansado de
mentir, a ti, a mí, a todo el mundo.
—¡Dylan! —susurré con dureza—. Basta. Cualquiera podría oírte.
—No me importa.
Sabía que no era cierto. No quería hacerle daño a Hannah, y si esto le
llegara a ella, con lo que estaba pasando... —Ven aquí. —Tiré la manga de su
suéter, luego giré y comencé a caminar.
No estaba segura de a dónde íbamos. Dejé mi lata de cerveza casi sin 132
tocar en una mesa al azar. Pasé pasillos, habitaciones, una biblioteca, un cuarto
de baño, a juzgar por la cola de gente esperando fuera, dormitorios con parejas
entrelazadas alrededor de la otra, puertas cerradas y puertas abiertas llenas de
gente sentada...
—Aquí —dije, abriendo una puerta estrecha y deslizándome en el
interior. Dylan se arrastró detrás de mí y cerró la puerta, dejándonos a los dos
en la oscuridad.
Dentro del armario, la música estaba atenuada, poco más que un ritmo
de fondo. Podía oírle respirar, oír la sangre corriendo en mi cabeza. El espacio
estaba ligeramente mohoso, con el aroma de los abrigos de invierno. Podía
sentir el borde de un par de esquís cerca del codo, la curva de un palo de
lacrosse detrás de la cadera.
—¿Un armario? —La voz de Dylan vino de cerca de mi oído. El calor
emanaba de él a centímetros de distancia. Podía oler jabón, lana y algo selvático
y salvaje—. Esto se parece menos a una fiesta de fraternidad y más como una
fiesta de pijamas de la escuela media.
—Dylan, tenemos que tener cuidado. —Mi voz salió como si le estuviera
suplicando.
Se quedó en silencio. —¿Por qué es que parece que te preocupas más por
Hannah que yo? ¿Soy tan insensible?
No, no tenía práctica en el engaño. —No sé cómo puedes decir eso
cuando pasaste toda la mañana acompañándola a su biopsia —espeté—. Hay
novios que no quieren romper con sus novias, que no se molestarían siquiera en
hacer eso.
—Me resulta difícil de creer.
¿De verdad? Pensé en mi papá que no fue a verme en ese momento que
yo estaba en el hospital. Era demasiado peligroso para su reputación. Y aunque
el apendicitis era raramente letal, aún era una niña de ocho años que podría
haber necesitado su papá.
Dylan no me parecía que fuera el tipo de persona que se preocupaba por
las apariencias. Le importaban las personas. Y lo amaba por eso.
Lo amaba. Se levantó en mi garganta, casi se escapó de mis labios, un
sonido suave en el armario, pero él volvió a hablar.
—Ojalá sus amigas fueran tan dulces con ella como estás siendo tú. Ojalá
ustedes dos pudieran ser amigas.
La burbuja estalló. —No va a suceder.
—Lo sé. —Suspiró. Tal vez sea así, pero no tenía idea de por qué tal cosa
era tan imposible—. Lo siento por venir aquí esta noche.
133
Yo no lo sentía. Él estaba aquí. Imaginé que los electrones saltaban de él a
mí, creando conexiones diminutas y microscópicas entre nuestros cuerpos,
invisibles a simple vista pero más fuertes y brillantes que el acero. Podríamos
tocarnos. Atómicamente, ya lo hacíamos. Podría atraerlo hacia mí ahora mismo.
Apreté las manos contra los muslos.
—Podría haber vivido sin haberte visto coquetear con ese tipo.
¿Qué tipo? No recordaba haber hablado con alguien más. No pensaba
que hubiera puesto un pie fuera de este armario. Dylan era un agujero negro, y
yo estaba cayendo en él.
—Sé que no tengo derecho a estar celoso. Lo sé. Lo sé, pero... —Hubo un
golpe suave a ambos lados de mi cabeza y salté. Sus manos. Se rió, bajo, poco
más que un suspiro—. No puedes verme, ¿verdad?
Negué con la cabeza muy ligeramente.
—Eso es gracioso. Yo sí te puedo ver. —Como para demostrarlo, pasó un
dedo por un lado de mi cara.
Dejé escapar un suspiro tembloroso.
—Veo que tus ojos están muy abiertos, tus pupilas dilatadas.
—Lo imaginas, quieres decir. —Pero estaba bastante segura de que podía
oírme jadeando. ¿Había un radiador o algo en este armario? Iba a morir por el
calor.
—Estás mordiéndote el labio.
Era así. Me detuve. —Solo estás enumerando las cosas que hago cuando
estoy caliente. —Mierda. Acababa de admitir que estaba caliente.
Se rió entre dientes. —¿Es raro que tenga peor vista que tú, pero una
mejor visión nocturna?
—Más bien estoy aquí detrás y la luz me ilumina por la rendija de la
puerta.
—Shhh. —Su pulgar alcanzó mi barbilla e inclinó mi cabeza en alto—.
Deja de ser racional.
Iba a besarme. Iba a besarme menos de dos días después de que
habíamos acordado que no podíamos estar juntos en este momento. Giré mi
cabeza a un lado y su cara chocó con mi pelo.
—Tess, Tess... —Sus palabras eran apenas audibles, pero golpearon mi
alma como una llamada de socorro. Se apoyó en mí, empujándome hacia la
pared del armario, pecho a pecho, cadera a cadera. Tropecé y me aferré a sus
hombros para mantener el equilibrio, tomando una postura más amplia en mis
134
botas puntiagudas de tacón. Su suéter era suave pero áspero. Esto era correcto,
pero tan, tan malo. Sentí que su mejilla rozaba mi mandíbula. Su rodilla se abrió
paso entre mis muslos entreabiertos.
Gemí, solo por un instante, entonces cerré mi boca traidora. Yo no era esa
chica.
Apartó el pelo de mi cuello, y sentí el suave susurro de su boca sobre mi
piel, justo donde mi garganta se encontraba con mi cuello.
Por un segundo, ninguno de los dos se movió, cada uno esperando que
el otro alcanzara su sentido común y parara.
Pero no había sentido común en la oscuridad. No estábamos en un lugar
real, esto no era un tiempo real, y nada contaba. Se presionó contra mí, frotando
su pierna entre las mías, convirtiendo el pliegue de mis jeans en la más deliciosa
fricción. Contuve otro gemido y mis manos volaron a sus caderas, acercándome
más hasta que casi apoyaba todo mi peso en su muslo. Oh, sí.
La música estaba muy lejos, la fiesta estaba en otra galaxia, pero podía
oír el ritmo, golpeando, golpeando. Mis caderas se movían, muy ligeramente, al
compás, una fracción de centímetro -presionaba, inclinaba-, no lo suficiente, por
supuesto. Ni siquiera cerca, pero en aquel momento me parecía más necesario
que respirar. Él también se acercó, presionando en oposición. Presionar, soltar,
presionar, soltar, hasta que creí que iba a explotar.
La nuca me golpeó contra la pared, cerca de sus manos. Cuando arqueé
la espalda, sentí la punta de su nariz trazar la línea de mi garganta, sus labios a
un milímetro de mi piel, un camino de calor húmedo desde mi punto de pulso
hasta mi barbilla. El dolor entre mis piernas se intensificó, palpitando al ritmo
de aquella música lejana. Se inclinó sobre mí, su jersey rozándome los pechos, y
deseé tener sus manos sobre ellos, pero no lo haría, no podía. Eso haría
demasiado real, demasiado concreto, demasiado obvio que lo estábamos
haciendo de verdad.
El roce continuó cuando él apoyó las manos en la pared por encima de
mi cabeza y respiró con dureza contra mi oído, tan perdido como yo, tan
desesperado por seguir adelante. Está bien, quería decirle. No cuenta. Ni siquiera
nos estamos besando.
Como lo hacen las putas.
La idea cayó como una hoja de hielo entre nosotros. Mis manos cayeron a
los lados y los deslicé por su pierna. —Detente. Para, Dylan. Basta.
Él retrocedió inmediatamente.
—No soy esa chica —murmuré—. La chica que folla a un tipo que tiene 135
novia en el armario en una fiesta de fraternidad. Oh, Dios, ¿qué estamos
haciendo? —Busqué a tientas la puerta.
—Tess, no... —Me alcanzó. Necesitaba aire, necesitaba luz, necesitaba
salir. Realidad.
Prácticamente me caí del armario. Parpadeando a la luz, vi a un puñado
de personas mirándome fijamente.
—Ese no es un baño —espeté, haciéndome pasar por borracha—. Ups. —
Esperaba que no pareciera tan despeinada, tan sonrojada, caliente, excitada y
culpable como me sentía.
Con la mirada baja, corrí por el pasillo y atravesé la casa hacia el patio.
Las luces en el césped bañaban toda la cruda realidad, de varios colores. La
cerveza derramada y los vasos de plástico aplastados. Basura, multitudes y el
aire frío y sombrío. Realidad. Escape. Mi auto seguía estacionado fuera del
labo…
—¡Ahí estás! —dijo Elaine. Prácticamente fui corriendo hacia ella—.
¿Dónde desapareciste? Ese chico Chris te está buscando…
Chris. Cierto. Ese chico de la fila para la cerveza. Había sido lindo,
divertido... pero no era Dylan. Dios, ¿qué me pasaba? ¿Por qué no me gustaba
el chico bonito de fraternidad disponible?
—Tengo que ir a casa —le dije, concentrándome completamente en
mantener mi voz en un nivel de calma aceptable.
—Tess, ¿qué sucede? —Sus ojos se estrecharon y me repasaron—. ¿Te
sientes bien? ¿Qué bebiste?
—Tess. —Era Dylan—. Espera.
Elaine miró de mí a Dylan. —¿Qué está pasando?
Cerré los ojos con fuerza. Esta era una pesadilla.
—Tess está bien —le dijo Dylan a Elaine—. La acompañaré hasta su
coche…
—No —le dije. Si me acompañaba a mi coche, acabaríamos haciéndolo en
el capó—. Estoy bien. Solo quiero irme a casa.
—Déjame ir contigo —decía ahora Elaine—. Es tarde, y no estoy segura
de que tú…
—Yo me encargo —le dijo Dylan—. Ella está bien.
—Retrocede, Kingsley —le espetó Elaine—. Estaba bien hace veinte
minutos, y ahora se ve como si estuviera por llorar.
Respiré profundo y le di a los dos una dura y larga mirada.
136
—Estoy bien. No necesito que nadie me lleve a ningún sitio. Solo quiero
ir a casa. —Miré a Elaine—. No te preocupes por mí. Solo le di dos sorbos a una
cerveza que abrí. Nadie me ha deslizado un sedante en la bebida. —Me volví
hacia Dylan—. No. Solo… no lo hagas.
Se veía afligido, pero dio una pequeña inclinación de cabeza. Casi me
rendí allí mismo. Pero no lo hice. Puse en marcha mis estúpidos tacones
demasiado altos y sensuales, y me alejé.
Yo no era esa chica.
16
Traducido por CamShaaw
Corregido por Amélie.

Estaba a medio camino de casa cuando el corazón dejó de latirme con


fuerza, y hasta que no estuve en la ducha no se me calmó la sensación de
náuseas en el estómago. Apoyé las palmas de las manos en las paredes de
azulejos de la ducha y respiré hondo varias veces.
Eso estuvo muy cerca. Y no tenía ni idea de cómo había ocurrido.
Hubo veces en mi infancia, especialmente una vez que era adolescente y
entendí la verdad detrás de mi existencia, cuando me preguntaba lo que mi
madre había estado pensando. En qué momento de sus primeras interacciones
con mi padre había pensado para sí misma, “no me importa una mierda que él
esté casado y tenga un compromiso ante Dios y algunas otras mujeres, me voy a
137
quitar toda la ropa y tener relaciones sexuales con él de todos modos.” Pensé
que tenía que haber un momento en el que tomara esa decisión, en el que
estuviera ante ella, un botón gigante de SÍ/NO para que lo mirara y luego
eligiera.
Pero eso no había sucedido en el armario. Estábamos teniendo una
discusión y luego hacíamos… cosas, y no estaba segura dónde terminaba uno y
empezaba el otro.
Había tomado una decisión, sin embargo, antes de que las cosas se
agravaran demasiado. Me había ido. Había huido, para ser sincera. Pero tenía
que hacerlo. Si no me iba en ese momento, justo en ese mismo segundo, me
habría rendido. Hubiera presionado el gigante y brillante botón rojo que decía
SÍ y me habría convertido en esa chica. Esa que se acostó con el novio de su
hermana enferma.
Me empecé a sentir mareada de nuevo.
¿Qué había en Dylan? ¿Era que estaba comprometido? ¿Era ese el tipo de
persona que era, a la que le gustaban los chicos que no estaban disponibles?
¿Querría tanto a Dylan si estuviera libre? Había sido libre, en Cornell, y yo
había podido alejarme. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no podía alejarme
ahora?
Salí de la ducha, me sequé con una toalla y me lavé los dientes. Cuando
el pelo estuvo lo bastante seco como para dejar de gotear, me puse un viejo
pijama de seda de mi madre. A lo largo de los años, papá le había comprado
muchos picardías sexys, pero parecían acumular polvo en el fondo de su cajón
de la lencería. Nunca la había visto con otra ropa que no fuera ésta: pantalones
sueltos de seda con cordón y blusas a juego. A veces eran elegantes tops estilo
kimono con dragones bordados y hojas de palmera, pero este era un simple
pantalón azul abotonado. El tejido se estremecía sobre mi piel febril, fresco y
relajante, un placer sensual que no tenía nada que ver con el sexo.
De repente, era muy fácil entender qué le gustaba a mamá de aquel
pijama.
Apenas eran las once y media, pero me metí en la cama de todos modos.
Mamá ya se había retirado a su dormitorio, pero aunque podía ver la luz de la
televisión de su habitación parpadeando bajo la puerta, opté por no molestarla.
¿Qué le iba a decir?
Mamá, cuando comenzaste a tener sexo con papá a espaldas de su esposa,
¿alguna vez tuviste una crisis de conciencia, o acabaste por decidir que era tan guapo,
olía tan bien y se sentía tan increíble que realmente no te importaba cuyas vidas estarías
arruinando?
Mamá, estoy pensando en continuar la tradición familiar de tener un romance 138
con un hombre que debería estar con una Swift. ¿Opinión?
Oye, mamá, solo me preguntaba qué opinas de que me acueste con el novio de mi
hermana. ¿Crees que viola las reglas de papá? ¿Y si no se lo decimos? Después de todo,
ha funcionado para ti todos estos años.
Tiré mi brazo sobre mi cara para ahogar mi llanto de frustración.
Mamá, estoy metiendo la pata. No sé qué hacer. No quiero ser esa chica. Pero lo
amo. ¿Qué se le va a hacer si lo amo?
Sabía qué había hecho ella. Se había lanzado a la pileta y tomado lo que
quiso, a pesar de que le pertenecía a otra persona.
Él fue mío primero.
Sí, había diferencias. Dylan y yo teníamos historia, mucho antes de
Hannah. Y aún nadie estaba casado. Y el premio mayor: no había dormido con él
cuando tuve la oportunidad.
Y tampoco lo haría. No hasta que todo se resolviera. Podría ofrecerle eso
a mi hermana secreta, al menos. Quizá le quitaría el novio, pero no la
traicionaría.
Mi teléfono sonó en la mesita de noche. Ni siquiera tuve que ver la
pantalla para saber que era Dylan. Dejé que sonara, una, dos, tres veces, luego
perdí los nervios y lo cogí.
—No cuelgues —dijo de inmediato.
—No lo haré. No habría contestado si no quisiera hablar.
Suspiró de alivio. —Gracias a Dios. La única razón por la que no estoy en
tu puerta en este momento es porque me di cuenta de que no sé dónde vives. —
Se detuvo—. Ni siquiera sé dónde vives, Tess.
Me lo imaginé corriendo por las escaleras hasta mi apartamento,
golpeando la puerta, despertando a todos los vecinos y a mi madre como si
fuera el héroe de alguna película romántica. Jesús, Tess. ¿Qué era lo siguiente?
¿Imaginarlo en el estacionamiento, sosteniendo un equipo de música mientras
sale el sol?
Por supuesto que no sabía dónde vivía. ¿Cómo iba a invitarlo cuando
había una buena posibilidad de que mi padre aparezca en cualquier momento?
Para ser perfectamente sincera, no estaba acostumbrada a invitar a personas a
mi casa. Mis amigos me visitaban cuando era más joven por citas y más tarde,
pijamadas, y ahora de vez en cuando Sylvia pasaba por aquí, pero nada más. Ni
siquiera sabía cuáles eran las reglas con los chicos en mi casa. Nunca había sido 139
un problema en la escuela secundaria, y había tenido mi propio apartamento en
la Estatal.
—Lo que pasó en la fiesta —me decía—, pensé... no lo sé. No estaba
pensando.
Yo tampoco. Ese era el problema. Un armario oscuro y vacío, y yo estaba
rompiendo las promesas que habíamos hecho hace apenas unos días.
—¿Dónde estás ahora? —preguntó—. ¿En casa? Déjame ir.
De ninguna jodida manera. —No. Estoy en la cama.
Hubo una pausa. —Oh, entonces definitivamente déjame ir.
Lo dijo como una broma, pero sabía que no era correcto. Si él venía, sería
el final de todas mis buenas intenciones.
—No.
—Tess…
—No puedo estar cerca de ti —susurré—. No puedo contenerme. —Tal
vez era la genética. Mis padres tampoco pudieron evitarlo.
—Yo no puedo no estar cerca de ti —respondió—. ¿Qué hacemos con ese
dilema?
Todo mi interior se emocionó con sus palabras, incluso cuando mi
conciencia se alarmó. —Dylan, por favor…
—Sabes, en realidad no podía verte esta noche —continuó—, realmente
no.
No tenía idea a dónde quería llegar.
—Pero aún conocía exactamente tu aspecto. —Otra pausa, y algunos
crujidos. ¿Dónde se encontraba? ¿En el departamento de los Swift? ¿Sentado en
su sillón? ¿Recostado en él?—. ¿Quieres saber por qué?
Sí. —No.
Dylan continuó como si ni siquiera me hubiera oído.
—Ese día en Cornell. No fuiste solo la primera chica con la que me
acosté, Tess. También fuiste la primera chica que me había hecho correrme.
Me quedé sin aliento.
—La primera chica que me había visto correrme. Es evidente que yo
estaba viendo el porno equivocado en la escuela secundaria.
Me eché a reír con nerviosismo. —¿Has encontrado mejor porno?
—No necesito porno —dijo en voz baja—. Solo te recuerdo.
140
Oh, Dios mío.
—Mucho.
Oh. Dios. Mío.
—Tus ojos, muy abiertos, como si estuvieras sorprendida y feliz,
¿emocionada, tal vez? Tu cara sonrojada. Y la boca abierta, los labios rosados y
húmedos y perfectos. —Su voz era suave y lánguida, y sabía que él también
tenía que estar recostado en su cama. Tal vez ese fue el crujido. Oh, me había
metido en un buen lío—. Y los sonidos que estabas haciendo —dijo la voz de
Dylan en mi oído, suave y densa, como si estuviéramos compartiendo mi
almohada.
No creía que lo que estaba haciendo ahora pudiera llamarse respirar.
Eran jadeos.
—Un poco como ahora. —Se rió entre dientes, bajo y suave, y sentí una
piscina de humedad entre mis piernas—. Como si no quisieras que supiera lo
caliente que te estaba poniendo. Pero lo sabía, Tess. Lo sabía y nunca lo he
olvidado.
Me moví bajo las sábanas como si pudiera escapar de él, de su voz, pero
él continuó, lento y constante e insistente, e incluso la seda de mi pijama fue
una afrenta. Tenía los pezones duros y me hormigueaban contra la tela, sentía la
piel demasiado tensa, demasiado caliente, demasiado sensible, y aquella
palpitación que había sentido en el armario había vuelto con toda su fuerza.
—Es muy claro para mí, Tess, porque lo he pensado un poco. Durante
dos años.
Mi mano flotaba perezosamente sobre la cintura de mis pantalones. No.
No, Tess. No iba a ir allí. El sexo telefónico estaba fuera de los límites tanto como
el sexo en el armario.
—Cada vez que me toco. —¿Era mi imaginación o él también respiraba
con dificultad? Me quedé quieta, escuchando, mi cuerpo gimiendo por la
liberación, y pensé en Dylan, durante dos años, tocándose y recordándome,
imaginándome, deseándome.
—¿Qué es lo que piensas? —preguntó, y ahora no había duda de ello. Sin
aliento—. Dime, Tess.
No. No respondería. No podía controlar la imaginación de Dylan, pero
no cruzaría la línea.
—Dime —persuadió.
—En ti —admití miserablemente. Respiré profundo—. Por supuesto que
en ti. Serás tú durante años después de esa noche, idiota.
141
Guardó silencio durante un momento largo. Pensé que lo había perdido.
—¿Dylan?
—¿Ves? —dijo, su tono todo petulante y satisfecho—. Puedes evitarme si
quieres, pero eso no cambia las cosas. Créeme. Te he deseado durante dos años,
y no te vi ni una vez.
—¡Qué demonios, Dylan! —Apenas mantuve mi tono lo suficientemente
bajo como para no despertar a todo el edificio—. ¿Se supone que era una
lección?
—No —dijo—, solo la verdad. Te amo, Tess. Buenas noches. —La línea
murió.
Quería tirar mi teléfono al otro lado de la habitación. Pero en vez de eso,
apagué la luz, me di la vuelta y terminé el trabajo que Dylan había comenzado.

A primera hora de la mañana siguiente, le envié un correo a Dylan.


He cancelado nuestra reserva del laboratorio de esta tarde, ya que Elaine se
ha ofrecido a compartir y pude utilizar el turno en Verde. Ella me dijo que
podemos usarlo martes y miércoles de la próxima semana. Que tengas una
buena semana. –Tess.
Listo. Eso debería bastar. Los indicios eran bastante intensos. Tres días
maravillosos en los que no lo vería. Tres miserables e interminables días en los
que ni siquiera pondré los ojos en Dylan Kingsley.
La única forma de superarlo era trabajar, y trabajar duro. Después de mis
clases del viernes, me dirigí directamente a Verde y me puse mi uniforme de
camarera. Una vez que los limones estuvieron cortados en rodajas, los rollos de
cubiertos y servilletas tan apretados que podrían haber pasado por torniquetes,
los candelabros pulidos y las botellas de licor en la barra rellenadas, decidí lavar
la nevera de preparación.
Sylvia me encontró en la máquina de hielo.
—Sabes que tenemos un registro de tareas, ¿verdad? ¿Y que se supone
que tienes que elegir una tarea?
Me sequé las manos en el delantal. —Sí. Solo necesitaba quemar energía
extra.
—No lo creo —me respondió, poniéndose en cuclillas a mi lado—.
Bioingeniería en Canton, trabajando aquí cuatro noches a la semana, y ¿toda esa
cosa del simposio? Nadie con tu horario tiene energía extra. 142
¿Aceptaría ella la frustración sexual? Mi sesión solitaria la noche anterior
apenas si había logrado relajarme. Cada vez que cerraba los ojos, me acordaba
de ese armario oscuro. No pude mirar mis perchas sin ruborizarme esta
mañana.
—¡Mira quién habla! Tienes clases de canto, práctica de la banda, y todas
las noches que no estás aquí, o estás en una presentación o cuidando de Milo.
—Sí, y solo hago una tarea en la lista de tareas —señaló Sylvia.
Tiré el trapo al cubo de ropa sucia. —Está bien. Alguien más puede
terminar la nevera.
—Además —continuó— Annabel no para de decir que si fuera en serio
con mi carrera, no me quedaría en Canton.
Annabel tenía razón, pero no hacía una diferencia. Sylvia nunca dejaría a
su hermana y a su sobrino. No mientras estuvieran solos. Las chicas Warren
eran un equipo, siempre. No importaba cuánto Sylvia deseara ser una cantante
profesional, si eso significaba abandonar a su hermana, no iba a suceder. Al
menos no hasta que Milo creciera y Annabel tuviera su título de enfermería y
algunos ingresos extras. No tenía sentido decirle algo de esto a ella. Todo se
sabía, abierto, fácil. Sylvia vivía con las reglas tan concretas como las mías, pero
donde las de ella la obligaban a permanecer cerca de su hermana, las mías me
obligaban a permanecer lejos de la mía.
—¿Se acerca un gran espectáculo?
—¿Gran? No. Y los “espectáculos” podrían ser enérgicos. Vamos a estar
haciendo ruido en una cafetería en la calle la semana de Acción de Gracias. Ya
sabes, cuando todos los estudiantes están en casa y nosotros no estamos en
competencia para la noche de micrófono abierto.
—¡Oye, felicidades! —dije—. Voy a venir.
—Por favor, no. —Puso los ojos en blanco—. Es humillante.
—Sí —respondió—, pero cantar estará bien.
Sylvia rodó los ojos nuevamente, pero estaba vez, estaba sonriendo.
—Y deberíamos hacer un plan para el gran dos-uno, ¿verdad? ¿La
semana que viene?
Asentí. —El lunes.
—¿Qué es lo que quieres hacer?
Emborracharme y dormir con Dylan. —No lo sé. Nada del otro mundo. Ni
nada asqueroso. Odio esas fiestas de vigésimo primer cumpleaños donde hacen
143
a las personas beber chupitos y esas cosas.
—Claro que no —dijo Sylvia—. Tenemos que ir a un bar de lujo donde
pidan identificación y ordenar cócteles gourmet.
Hice una mueca. —¿No crees que pasamos suficiente tiempo en un bar?
En serio, ¿por qué el tema de cada vigésimo primer cumpleaños tiene que ser el
alcohol?
—¿Qué tema prefieres, cumpleañera?
Sábanas de seda y a las luces de las velas. —No lo sé. Tal vez ni siquiera voy
a beber en mi cumpleaños. —Las dos últimas veces que había bebido siquiera
un sorbo de alcohol, terminé liándome con el novio de mi hermana secreta.
Pero no podía decirle eso a Sylvia. En primer lugar, ella ni siquiera sabía
que tenía una hermana. En segundo lugar, seguramente me animaría. Hannah,
para ella, era una Dama Que Almuerza.
Frunció el ceño. —Estoy bastante segura de que va contra las reglas.
—Estoy harta de las reglas —dije, probablemente más enérgicamente de
lo que necesitaba. Pero era verdad. Estaba harta de las reglas que mantenían las
cosas más importantes de mi vida de la gente que importaba. Estaba harta de
las reglas que significaba que no podía decirle a Dylan exactamente por qué
toda esta situación me asustaba. Estaba harta de todo.
Levantó las manos en derrota. —Bien. Bien. Tendremos globos, un pastel
y esos sombreritos de papel puntiagudos. Como si tuvieras seis. ¿Mejor?
Le di una débil sonrisa. —Tú ganas. Vamos a salir. ¿Tal vez ese nuevo
lugar mexicano de lujo? Las jarras de margaritas y esos profundos tazones de
guacamole parecían geniales.
—¡Hurra! —Me apretó el hombro—. Ese es el espíritu.
El resto del día transcurrió como los viernes, con la gente del almuerzo
dando paso a los alborotados universitarios por la noche. El sábado, el ciclo
volvió a empezar. No tuve noticias de Dylan, ni siquiera de sus habituales
correos electrónicos “Eureka” en los que me contaba cada nueva idea o plan
que tenía para nuestro proyecto. Me sentí aliviada y aterrorizada al mismo
tiempo. Esto era lo que yo quería, ¿no? ¿Que Dylan me dejara en paz mientras
resolvía todo con Hannah? Eso era lo que le había suplicado, justo antes de que
me hiciera cosas excepcionalmente traviesas a media ciudad de distancia... solo
para demostrarme que podía.
Esta vez no me estaba dando una lección. Solo hacía lo que yo le pedía.
Quería que me dejara en paz este fin de semana, y lo hizo. Pero seguía teniendo
razón. No lo necesitaba cerca para pensar en él, para echarlo de menos, para
añorarlo con un dolor tan fuerte que apenas podía dormir por las noches. Cada
vez que un chico moreno entraba por la puerta principal de Verde, miraba para 144
ver si era él. Me pareció oír que alguien pronunciaba su nombre una docena de
veces aquel fin de semana. Nunca lo fue, y me odié por querer que lo fuera.
Odié las veces que cogí el teléfono, me desplacé hasta su número y estuve a
punto de pulsar Llamar. Odiaba las veces que mi ratón se detenía sobre el botón
Responder del último correo electrónico que me había enviado. Odiaba el hecho
de que si volvíamos a ponernos en contacto, si me derrumbaba y le llamaba, si
le veía por la calle, perdería todo mi autocontrol y saltaría a sus brazos.
Lo peor de todo es que en realidad no odiaba ninguna de esas cosas. Solo
deseaba odiarlas.
17
Traducido por Mel Wentworth
Corregido por Alesandra Wilde

La mañana del lunes, me levanté con el olor de mantequilla y canela.


Todavía envuelta en mi bata, me dirigí a la cocina, donde encontré a mamá
trabajando duro en el mostrador.
—¡Cariño! —gritó— ¡Feliz cumpleaños!
Le di un beso. —¿Buñuelos franceses para desayunar?
—¿Para mi niña? Ya lo creo.
No tenía idea de por qué los llamábamos franceses, pero eran una
especialidad de la casa. Los “buñuelos” eran fundamentalmente pastelitos
sumergidos en mantequillas y luego pasados por azúcar de canela, y eran tan 145
deliciosos como sonaban. Mamá los servía en vacaciones y cumpleaños, y podía
comer dos o tres de una sentada. —Mmm. ¿Hay café?
—Sí, y usé algunas de las endivias que tu padre trajo de Nueva Orleans
el mes pasado.
Serví dos tazas del fragante y rico café mientras mamá giraba el último
de los buñuelos en la mezcla de azúcar y canela. El secreto del desayuno francés
era comerlo caliente.
—Además —dijo mamá—, me pareció que era importante que te diera
un poco de comida rica y grasosa antes de que te vayas y tomes chupitos de
tequila con tus amigas.
—Sylvia prometió que no me haría tomar chupitos —dije, arrebatando
un buñuelo del plato—. Pero sí, vamos a tener un montón de tequila.
—¿Quién será el conductor designado? —Cuando rodé los ojos, levantó
las manos—. Lo siento, soy tu madre. No puedo apagarlo.
—Annabel. Tiene un gran examen mañana y quiere asegurarse de
descansar bien. Gracias por ofrecerte a cuidar a Milo, por cierto.
—No hay problema. Recuerdo esos días —dijo mamá, tomando un trago
de su café—. Desesperada por encontrar a alguien que te cuidara mientras yo
salía con mis amigos de vez en cuando. Y recuerdo ser la conductora designada
en todas las fiestas de cumpleaños número veintiuno de mis amigos. Es fácil
cuando estás embarazada.
Asentí, dándome cuenta que me encontraba en la misma edad que mamá
cuando me tuvo. No hubo tequila en su cumpleaños veintiuno y ninguna cena
elegante con su novio, el padre de su hija. No podía imaginar qué haría si
tuviera que enfrentar las mismas decisiones que mi mamá a esta edad.
¿Embarazo? ¿Bebés? ¿Dejar la escuela? De ninguna forma.
—No vayas a embarazarte —agregó, guiñando un ojo cuando vio lo que
probablemente era una mirada de terror en mi rostro—. Tienes que obtener tu
doctorado primero.
—Ya lo creo.
—¿Irá algún amigo de la escuela esta noche? —preguntó.
¿Pescando información, mamá? —Invité a las dos chicas con las que fui a la
fiesta de la semana pasada.
—¿Algún chico? ¿Qué hay del misterioso compañero de laboratorio?
¿Dylan? —Habían pasado algunas semanas antes de que estuviera dispuesta a
decirle su nombre a mamá, estaba tan nerviosa de que pudiera mencionarlo
frente a mi padre. Seguramente había varios Dylan en Canton, pero la conexión
con bioingeniería podría levantar sospechas de que mi Dylan era el mismo que 146
el Dylan novio de Hannah, y si yo fuera su compañera de laboratorio, debería
estar pasando el rato con su novia, a pesar de nuestras reglas. Eventualmente,
sin embargo, decidí que no decir su nombre era aún más sospechoso que solo
mencionarlo de improviso. Pero mamá parecía creer que no había nada más en
nuestra relación que eso.
Podría haber ayudado el hecho de que hice una mueca cuando preguntó
si Dylan era lindo.
Sacudí la cabeza. —Creo que esta va a ser una noche de chicas.
—Eso también suena divertido.
Mamá y yo terminamos de desayunar e hicimos planes para reunirnos
después de almorzar para una pedicura de cumpleaños, y luego me preparé
para la escuela. Mi clase de química orgánica comenzó a las nueve.
Llegué al campus a las diez en punto, aparqué y me dirigí hacia el
departamento de química, sintiéndome bien y llena con buñuelos franceses.
Mientras me dirigía a mi lugar habitual en el salón de clases, noté algo
sobre mi escritorio: una pequeña caja de cuero rojo con una cinta de seda atada
a su alrededor, y luego un sobre debajo.
—¿De dónde salió eso? —le pregunté a Liz, la chica de pre-medicina que
se sentaba frente a mí. Cerca del frente de la clase, la ayudante del profesor,
Jess, me vio y se acercó.
—Tu novio lo trajo —dijo, rebotando un poco, una enorme sonrisa
pegada en su cara. Ella era la única estudiante de química que conocía que se
ponía a rebotar—. Me preguntó dónde te sentabas. Por cierto, feliz cumpleaños.
—No tengo novio. —Deslicé la tarjeta de debajo de la caja.
—¿Cabello negro, ojos azules, súper lindo?
Y como si eso no fuera suficiente, reconocí la letra en el sobre de
inmediato. —Oh. Solo es mi compañero de laboratorio de Bioingeniería.
—Vamos —dijo Jess, la ayudante del profesor—. Ábrelo. Nos hemos
estado muriendo esperando a que llegaras.
Miré alrededor. Había al menos media docena de pares de ojos en mí.
—Parece la caja de un anillo —dijo Liz—. Un compañero de laboratorio
no te da anillos por tu cumpleaños.
Sacudí la cabeza para desechar ese pensamiento de cualquiera que
pudiera estar teniendo la idea equivocada y abrí la tarjeta.
Querida Tess: 147
Hay buenas probabilidades de que no te vea hoy, y no quería perderme la
oportunidad de decirte Feliz Cumpleaños.
Espero que sea lo que deseas.
Dylan.

—¿Qué dice? —preguntó Jess soñadoramente.


—Feliz Cumpleaños. —Giré la caja y desaté el lazo, mordiéndome el
labio inferior con los dientes. Lucía notablemente como la caja de un anillo. ¿En
qué estaba pensando Dylan? La abrí.
Dentro, situado entre la multitud de raso blanco, había un dije de plata
pequeño, de aproximadamente una pulgada y medio de largo, de una letra
mayúscula T. La línea vertical tenía la forma de una doble hélice, y las bases (los
“peldaños” de la escalera de caracol) brillaban mientras los sostenía en la luz. El
dije estaba unido a una cadena de plata, y lo levanté, para los oohs y aahs de mis
observadores.
—Ohhhh, eso es tan dulce —arrulló Jess—. Y tan perfecto para ti.
Lo era. Tracé con mi dedo el borde, mirándolo con admiración, y luego
rápidamente me detuve. —Es muy bonito —me las arreglé para decir sin que
las palabras se atoraran en mi garganta. Encontré el broche y lo cerré alrededor
de mi cuello. Saqué mi cabello del medio y dejé que la T se deslizara por mi
clavícula para apoyarse sobre la curva de mis pechos.
—Es muy bonito —concordó Liz—. Creo que “solo tu compañero de
laboratorio” no quiere ser solo algo.
La despedí con la mano.
—Tengo que empezar la clase —dijo Jess—, pero estoy con Liz. Ese chico
te quiere mucho.
Me gustaría que se detuvieran. Había una posibilidad de que hubiera
alguna amiga de Hannah en esta clase. Mientras la hora pasaba, me sorprendí
tocando el dije alrededor de mi garganta, la parte superior horizontal suave, los
bordes irregulares, brillantes de la hélice. No tenía idea dónde Dylan había
encontrado esta locamente perfecta pieza de joyería para mí, pero la amaba más
que nada que hubiera usado alguna vez.
Después de clases, me encontré con mamá para mi pedicura de
cumpleaños en su salón de uñas favorito. Como los buñuelos en el desayuno, es
algo que se volvió una tradición. Elegimos los colores (rosa para mí, un coral
furioso para ella) y nos subimos a las grandes sillas de masajes de cuero. A
medida que nuestros baños de pies se llenaban, mamá me dijo todo sobre la 148
nueva comisión que esperaba conseguir, y yo miraba a lo lejos, tocando el dije
de plata y preguntándome si sería tan malo invitar a Dylan a cenar con nosotras
esta noche. Solo como amigo, por supuesto. Habría muchas personas allí. Era
una posibilidad para él de solucionar las cosas con Elaine.
Y podría verme usar el dije y saber cuánto significó para mí su regalo…
Sí. No. mala idea. Terrible. Solté el dije como si me hubiera quemado.
—¡Oh, eso es bonito! —dijo mamá—. Qué lindo. ¿ADN, verdad? ¿O…
ARN? —Me miró sin poder evitarlo.

—ADN —le aseguré.


—¿Quién te lo dio?
Me encogí de hombros. —Un admirador secreto. Espero que si lo uso, se
presente. —Era curioso lo fácil que resultaba mentir cuando lo habías hecho
toda tu vida.
Mamá se rio. —Oh, cariño, déjame decirte algo sobre los admiradores
secretos. Confía en mí, si son secretos, casi siempre es porque tú no quieres saber
quiénes son en realidad. Probablemente sea un bicho raro que ha estado
haciéndote ojitos todo el semestre desde el otro lado de un vaso de
precipitados.
Era verdad en ambos casos. Dylan estuvo haciéndome ojitos todo el
semestre, ojitos y mucho más. Y definitivamente todavía era un bicho raro,
incluso si uno no pudiera darse cuenta al mirarlo. Quiero decir, ¿quién le da a
una chica un collar de ADN?
¿Y qué clase de bicho raro era yo por amarlo tanto?
—Bueno, es lindo imaginar que es algún extraño sexy —dije de nuevo—.
En mi cabeza, luce como Henry Cavill. —De hecho, eso no estaba muy lejos de
la realidad, aunque él no estaba ni cerca de tener el cuerpo del Hombre de
Acero. Donde Superman lucía como, bueno, un superhéroe extraterrestre,
Dylan era un poco más esbelto, como un corredor. De todas formas, los ojos
eran los correctos.
Me liberé de la fantasía, dándome cuenta que no escuchaba lo que mamá
decía.
—De hecho, hablando de regalos de cumpleaños, tengo el de tu padre. —
Alcanzó su bolso y sacó una larga y estrecha caja de joyería.
La miré con desconfianza y abrí a caja. En el interior había una hermosa
cadena grande, de perlas antiguas. Tragué. —Son muy hermosas.
Ella lucía aliviada. —Eran de su tía. Él se sentía mal porque no tuvieras
ninguna de las joyas de su familia, pero las cosas de su mamá fueron para 149
Marie o…
—Hannah —terminé. Supongo que nadie notaría que faltaba uno de los
collares de su tía, y un juego de perlas no era suficientemente distintivo para
reconocer si alguien alguna vez las veía en mi cuello.
—Pruébatelo —dijo—. ¡Quiero ver como lucen!
Dudé. Las perlas eran bonitas, pero no quería quitarme el dije de Dylan.
—Vamos, Tess.
La pedicurista comenzó a recortar las cutículas de las uñas de mis pies, y
me puse rígida, mis músculos tensándose. Me puse rápidamente las perlas
alrededor del cuello. Eran voluminosas, pesadas. Chocando contra mi clavícula
de una forma que no estaba muy segura de que me gustara.
—¡Oh, se ven tan lindas! —exclamó mamá mientras una mujer iba hacia
sus talones con lo que parecía un rallador de queso.
—Sí —dije con incomodidad—. Tengo que encontrar un lugar bonito
para usarlas. —Las desabroché y puse la gargantilla con cuidado en la caja. No
creía ser el tipo de chica que usa perlas.
Después de nuestra pedicura, mamá y yo nos separamos, e intenté hacer
un poco de tarea mientras contaba las horas hasta que me encontrara con mis
amigas para mi primer trago legal.
Estoy orgullosa de decir que no llamé a Dylan ni una vez.

El martes a la mañana, con un poco de resaca, saqué dos Advil, bebí un


gran vaso de Gatorade, y fui a la clase de Biotransporte con una blusa de corte
lo suficientemente bajo como para que la T de doble hélice estuviera en plena
exhibición. Mientras me deslizaba en mi asiento, vi a una Elaine con cara de
sueño al otro lado de la habitación. Me dio un saludo poco entusiasta. Incluso
aunque ella normalmente no bebía, se unió a nosotras tomando margaritas
anoche. Supongo que aún pagaba por ello.
—Hola —dijo Dylan mientras se sentaba a mi lado. Si vio lo que usaba,
no lo noté.
—Hola —dije—. Gracias. —Difícilmente parecía suficiente.
—Te queda bien.
—Me encanta.
Me enfrentó, sus ojos azules duros y penetrantes.
150
Te amo. Te amo, Dylan. Es lo más maravilloso que me han regalado y te amo.
Intenté comunicarlo con mis ojos, pero la telepatía, desafortunadamente, no era
algo real.
—Me alegro. —Se giró hacia sus notas.
Dejé caer las manos en mi regazo, rechazada. ¿Seguía enojado por la
noche del jueves? Creí que, por el regalo que me dio… Robé un vistazo por el
rabillo del ojo, pero él lucía como el epítome de la estudiosidad. Mi mano
izquierda migró por debajo de la mesa para descansar en su muslo. Él colocó la
mano debajo de la mesa, y cubrió la mía. Nuestros dedos se entrelazaron.
Apreté.
Me devolvió el apretón.
Nos quedamos así por el resto de la clase, yo tomando notas en papel con
una mano mientras él ocasionalmente tecleaba algo en su portátil. Valía la pena.
De vez en cuando, rozaba círculos con su pulgar sobre el dorso de mi mano,
masajeando ese lugar entre el dedo índice y el pulgar. Difícilmente podía
concentrarme en lo que decía el profesor, pero fue la mejor clase de Transporte
de todos los tiempos. Cuando la clase terminó, solté su mano con reticencia
para guardar mis cosas.
En silencio, lado a lado, guardamos los libros y papeles, sin atrevernos a
mirar al otro. Cuando todas mis cosas estuvieron en orden, levanté la mirada.
—Entonces, ¿esta noche? ¿Laboratorio?
Asintió, su atención focalizada en su mochila.
—Te veo allí. —Vi su frente arrugarse, luego levantó la mirada, y la
fuerza de su mirada casi me envía volando hacia atrás—. ¿Tess?
—¿Sí?
Abrió la boca, pero no salió nada. Después de un minuto, sacudió la
cabeza. —¿Te divertiste anoche?
—Sí. Fuimos a comer comida mexicana.
—Qué lindo. ¿Cómo te sientes esta mañana?
Desesperada. Impaciente. Sexualmente frustrada. Loca por ti. —Un poco
atontada, pero por lo demás bien.
Noté el fantasma de una sonrisa en su rostro. —Sí, eso pasa. Intenta
comer algo con grasa para que lo absorba. ¿Quieres ir…? —Se detuvo—. Te veo
esta noche.
Y luego se fue. Me quedé allí en la mesa, con muchas ganas de patearme.
Todos esos estúpidos y petulantes ideales míos. No podía verlo, o no sería 151
capaz de controlarme. Bueno, me estaba dando lo que yo quería. Ni siquiera un
desayuno con resaca con una cuchara de grasa.
Y él tuvo razón, el jueves pasado en el teléfono. No importaba si pasaba
tiempo con él o no. Mucho menos ahora, con la suave T descansando sobre mi
corazón. Tal vez no les estuve dando el crédito suficiente a mis padres todos
estos años. Puedes ignorar la lujuria. Te puedes olvidar de ella. Pero esto era
mucho peor. Estaba enamorada de él, y nunca, jamás estuvo fuera de mi mente.
18
Traducido por Kellyco
Corregido por Danita

A las cinco menos cuarto de esa tarde, un mensaje de Dylan apareció en


mi teléfono.
No puedo ir esta noche.
Le respondí preguntándole por qué, pero no hubo respuesta, así que fui
al laboratorio y trabajé sola por un par de horas. Estábamos cerca del final de
nuestro proyecto, y las cosas iban mejorando. Sin más decisiones que tomar, el
resto solo era cuestión de recopilación de datos, análisis, y por supuesto, la
redacción del informe final y la presentación. Imaginé que acabaríamos con
tiempo de sobra para el simposio de diciembre, siempre que mi entusiasta
152
compañero no decidiera que teníamos que incluir todo tipo de extras.
Sonreí, imaginándolo. Ese era el Dylan que siempre había conocido, el
Dylan de los correos a las tres de la madrugada, los momentos de “Eureka” y la
insistencia de llevar lo que fuera que estuviésemos haciendo hasta el “siguiente
nivel” explorando una nueva vía de investigación, actualizando nuestras cartas,
o incluyendo un montón de extras inesperados. Fue por lo que había decidido
trabajar con él en Cornell, cuando era solo un lindo adolescente en pantalones
demasiado cortos. Fue por eso que me decidí a trabajar con él de nuevo aquí en
Canton. Era un buen compañero, y no tenía nada que ver con lo mucho que lo
deseaba.
Cuando llegué a casa esa tarde, le envié un correo corto, actualizándolo
del progreso que había hecho en el laboratorio. Era simple y profesional, pero
estaría mintiendo si dijera que no me quedé esperando el pitido de su respuesta
durante un par de horas. Nunca llegó, y la mañana siguiente, cuando desperté,
todavía no había un nuevo correo de Dylan.
Apisoné mi confusión lo mejor que pude, y me fui a la escuela, pero sin
importar cuán fuerte sonara la radio en mi auto, las preocupaciones se colaban.
No era propio de él no responder un informe del progreso. No era propio de él
no responder en absoluto.
El día pasó sin más. Tomé notas en Org 3, aprobé un examen sorpresa de
estadística, y me reuní con mi asesor para revisar mi plan para el próximo
semestre. Para el mediodía, me preocupaba que Dylan tal vez hoy tampoco
viniera. De hecho, estaba preocupada, y punto. Nunca me dejaba sin respuesta.
Nunca. ¿Estaba enfermo? ¿Muerto en una zanja? ¿Perdió el teléfono en una
maldita estampida de búfalos? Decidí mandarle un mensaje, solo para estar
segura.
¿Sigue en pie lo del laboratorio esta noche?
Quince minutos más tarde, no había respuesta. Había pasado media hora
para cuando terminé mi almuerzo. Antes de irme para mi clase de las una de la
tarde, intenté otra vez.
Si no puedes venir, avísame para así decirle a Elaine que no vamos a
necesitar el espacio en el laboratorio después de todo.
Un minuto más tarde, mi teléfono zumbó.
Estaré ahí.
Este es el asunto. Solía enorgullecerme de no ser una de esas chicas que
interpretaba cada palabra que decía o escribía un chico. Pero miré esas dos
palabras una y otra vez, intentando averiguar por qué estaba siendo tan brusco
y distante. Sí, habíamos tenido una discusión el jueves pasado, después del… 153
armario. Sí, no nos habíamos visto en todo el fin de semana. Pero él había ido
con ese collar el lunes. Si hubiera estado molesto conmigo, no se habría
esforzado para sorprenderme en química orgánica.
No habría sostenido mi mano de esa manera durante toda la clase del
martes.
¿Cierto?
Así que fue con cierto temor que me acerqué al edificio de Bioingeniería
esa noche después de la cena, preparada para comenzar nuestra sesión de
laboratorio.
Dylan esperaba allí cuando llegué a la habitación asignada. Vale, esperar
no era la palabra adecuada. Estaba trabajando, ya dispuesto con informes de
resultados impresos sobre las mesas, revisando las diapositivas en el gran
proyector conectado a su ordenador portátil.
—Hola —dije, dejando caer mi bolso.
—Hola. —No levantó la mirada del ordenador—. ¿Anoche conseguiste
las lecturas de la cepa siete? —Señaló uno de los tubos de ensayo verdes en la
larga fila—. No veo nada aquí sobre eso.
—Déjame buscar en mis archivos —repliqué. De acuerdo. Nada de
cháchara—. Creo que está en la quinta página…
—Lo encontré —cortó con un tono tenso—. Deberíamos cotejarlo con el
espécimen doce, porque ambos mostraron una mortandad significativa después
de que introdujéramos la variable “helada nocturna”...
Asentí con la cabeza mientras cambiaba de diapositiva en nuestra
presentación, hablando de niveles verdes y eficiencia y todas las demás cosas
que normalmente podía discutir con él durante horas. Pero esta noche no.
—Dylan… —Apenas podía pronunciar las palabras—. ¿Sucede algo?
Sus hombros se levantaron con un encogimiento.
Se me cruzó un pensamiento horrible. Había pasado una semana desde
esos exámenes.
—¿Es Hannah? ¿Está bien?
Con la cabeza todavía inclinada sobre nuestro trabajo, respondió: —No,
en realidad no.
Mi corazón se detuvo. Hannah. —¿Qué… que pasa?
Me miró, sus ojos se veían cansados, devastados. —Rompí con ella.
Me incliné contra un taburete para apoyarme. —Tú…
Dejó escapar un largo suspiro. —Rompí con ella anoche, Tess. Realmente
154
fue muy desagradable y no… no estoy feliz conmigo mismo en este momento.
No es tu culpa. Solo es así.
No lo entendía. Había jurado que no iba a romper con ella hasta que
estuviera fuera de peligro.
—Pero Hannah… sus exámenes…
Lanzó el bolígrafo sobre la mesa. —Ella está bien. Sus resultados llegaron
ayer y está bien. El nódulo en su tiroides es benigno. Primero van a tratarla con
un medicamento y si sigue molestándola, tendrá una cirugía para extirparlo…
la conclusión es, que va a estar bien.
Me dejé caer contra la mesa. —Gracias a Dios. —Hannah estaría bien, mi
papá estaría aliviado, y Dylan y yo… bueno, éramos libres.
Y esa esperanza, esa expectación, debió de reflejarse en mi rostro, porque
negó con la cabeza, con el asco pintado en sus facciones.
—Yo… desearía no estar aquí, no estar mirándote. Sé que esto era lo que
queríamos, pero ahora mismo, me siento como un verdadero idiota.
La emoción y el alivio se enrollaron dentro de mí y me obligué a asentir.
—Entiendo. —Y era verdad. En su mayoría—. ¿Quieres contarme que
pasó?
Miró hacia otro lado. —No he… estado con Hannah en mucho tiempo.
No podía. No cuando todo lo que quería era estar contigo. Y anoche, después
de recibir los resultados, quiso celebrarlo.
Me retracto. No quería escuchar esto. Hannah estaba sana. Rompieron.
Era todo lo que necesitaba saber.
Pero Dylan era siempre de los que decían la verdad. —Y, por supuesto,
yo no quería. Era una traición a ti, y entonces me di cuenta de que, fuera lo que
fuera lo que había estado intentando ser durante la última semana, también la
estaba traicionando a ella. No podía. —Se encogió de hombros, sin poder hacer
nada—. Así que rompí con ella. Le dije que me preocupaba mucho por ella, que
me alegraba de que se fuera a poner bien y que creía que lo mejor era que
tomáramos caminos separados.
Mi corazón se rompió por Hannah en ese momento, por mi hermana,
que fue abandonada.
—¿Qué dijo?
—¡Qué crees que dijo! —espetó—. Lloró. Hice llorar a una chica dulce el
día que se enteró que no tenía cáncer. Soy un gran imbécil.
Por mí. Lo había hecho por mí.
—Así que si hoy estoy un poco gruñón, ya sabes por qué. —Se concentró
155
de nuevo en su trabajo.
Rodeé la mesa y puse mi mano sobre su brazo. —Dylan…
—No. —Me quitó de encima—. Ahora… no puedo, Tess. —Me miró, la
expresión en sus ojos azules marcada y atravesada por el dolor—. No estoy aquí
para recoger mi recompensa por lastimarla, para saltar de su cama a la tuya
como si sus sentimientos no importaran.
—¡No quiero que lo hagas! —grité. Sus sentimientos sí importaban. De
eso era lo que se había tratado la semana pasada.
Sus ojos encontraron los míos, en busca de algún tipo de consuelo.
—Anoche la besé.
Parpadeé mientras mi estomago caía hasta mis rodillas. Sabía que debía
haberlo hecho, en algún nivel, lo sabía. Pero saberlo y escucharlo era muy
diferente.
—La besé cuando me lo contó, porque… no sé. ¿Por costumbre? ¿Por
qué lo esperaba de mí?
Di un paso atrás, y él se estremeció.
—Sí, lo pensé —dijo miserablemente—. Pensé que ibas a reaccionar de
esa manera. La traicioné contigo, y ahora te he traicionado a ti con ella, porque
me contó que no tenía cáncer y me sentí tan feliz por ella que la besé. Mierda. —
Se quedó ahí por un momento, sacudiendo la cabeza, su cara hacia abajo—. Y
luego rompí con ella porque me di cuenta de mi comportamiento horrible.
Ahora entiendo por qué dijiste que no querías verme. Y en la fiesta, por qué no
querías besarme. Tenías razón, a pesar de que no te escuché. Estaba mal porque
era una mentira.
Mis ojos comenzaron a arder. Dylan Kingsley no tenía idea de lo que era
mentir. No realmente.
—Yo también la habría besado —dije, honestamente—. Y ni siquiera la
conozco.
Se rió con amargura.
—¿Crees que estoy molesta contigo? —pregunté, incrédula—. ¿Por qué
besaste a tu novia cuando planeabas romper con ella? —Oh, cielos. No tenía
idea de con quién hablaba, ¿cierto? Mi papá había pasado veinte años teniendo
sexo con mi madre y su esposa, y ni una vez se sintió lo suficientemente
culpable por eso para dejar de estar con alguna de ellas.
—No, Tess. —Se volvió hacia mí—. Estoy molesto conmigo mismo.
Mi corazón bombeó hielo a través de mis arterias. Algo andaba mal. Algo
andaba muy, muy mal aquí. Todo este tiempo, había creído que Dylan me diría 156
que esto estaría bien. Que rompería con Hannah, estaríamos juntos y todo sería
posible. Que esto era normal, personas saludables con ejemplos de relaciones
positivas. ¿Cómo iba a saber (yo, el secretito sucio que no tenía base para
juzgar) lo que estaba bien y lo que estaba mal?
Sonaba tan razonable cuando habíamos hecho nuestro plan. No quiero
estar con Hannah. Quiero estar contigo. No quiero lastimar a nadie, pero no puedo
mentirle a Hannah. La solución parecía simple: romper con Hannah, de la forma
más amable posible, y entonces seríamos capaces de estar juntos.
¿Nos engañábamos solos? ¿Nos encontrábamos envenenados ahora
debido a la manera en que habíamos comenzado?
—Pero ya se acabó —dije, casi desesperada—. Se acabó.
—Sí —respondió llanamente—. Pero no es tan fácil.
Nada de esto era fácil. No lo hubiera sido nunca con Dylan. Nunca lo
sería con Hannah. Había sabido que no iba a ser fácil. Pero pensé que sería
suficiente. Difícil, si, y tal vez desagradable por un tiempo, pero valía al final
porque nos amábamos. No nos habríamos molestado con todo esto si no nos
amaramos de verdad el uno al otro.
—Dime lo que quieres —le dije—. ¿Quieres que me aleje? ¿Quieres que…
esperemos? Quieres… —Se formó un nudo en mi garganta y no pude seguir
hablando. ¿No quieres estar conmigo ahora?
Me sentí como si pudiera manejar cualquier opción menos la última. La T
de plata alrededor de mi cuello parecía lo suficientemente pesada para dejar
una marca. ¿Para qué había sido todo esto? ¿Cómo enfrentaría el resto del
semestre, el resto de este proyecto, sin Dylan?
—No sé. —Tenía la mandíbula apretada. Sus manos sujetas a la mesa—.
No debí venir esta noche. No estoy listo. Necesito trabajar en algunas cosas.
—¿Trabajar en algunas cosas? —repetí. El salón se cerraba a mi alrededor.
No podía respirar. Me encontraba parada aquí, llevando su collar como un
talismán, esperándole como si todo fuera a ir bien, como si fuera a suceder,
como si mereciera ser feliz después de haberle robado el novio a mi hermana...
y claro que no lo merecía. Por supuesto que no. Yo no era ese tipo de chica. Yo
era de las que salían a escondidas, de las que solo eran excitantes si eso
significaba salir a escondidas.
Me volteé sobre mis talones y me dirigí hacia mi bolso. Por mi propio
resguardo, en realidad. Si no me iba, iba a ponerme de rodillas y suplicar.
—Bien, trabaja en tus cosas. Me voy a casa. 157
—No, espera. No es eso. Es solo que es muy complicado, y yo…
Alguna vez entendí lo complicado que era. Tenía toda una vida de
experiencia con complicaciones. No tenía ni idea de lo complicado que era todo.
Y nunca lo sabría. Me dirigí hacia la puerta, sin atreverme a mirar atrás. Iba
contra las normas. Todo esto iba contra las normas, y había sido una tonta al
pensar que podía saltármelas.

El jueves, fui yo la que faltó a la clase de Biotransporte. No quería ver a


Dylan. Claramente, necesitaba espacio tanto como él.
Inicié sesión en Facebook. Había estado bien todo este tiempo. Pero tenía
que saber. El perfil de Hannah, de hecho, se había actualizado. Puso el estado
de “Soltera” y su muro se encontraba lleno de “ve por ello, chica” y “él no te
merece” posteado por todas estas lindas rubias amigas suyas. Pensé en lo que
Dylan había dicho sobre el apoyo de sus amigas la semana pasada. No conocía
su relación con la pelirroja en la cafetería, pero Hannah había guardado silencio
sobre su historial médico con ella. ¿Era Hannah reservada a su manera como lo
era yo en la mía? Me preguntaba cuántos de estos mensajes eran de gente que
realmente conocía a Hannah, que sabían con lo que había estado lidiando, que
sabían cómo se sentía acerca de Dylan, qué quería de él.
Si lo amaba.
No había mensajes de ella, no comentó la razón por la que rompieron.
Nada de nada, en realidad, en sus actualizaciones había fotos de ella y su madre
en un viaje reciente a Manhattan. Marie Swift era bastante hermosa. Una buena
década, al menos, mayor que mi madre, y rubia, como lo eran Hannah y papá,
su cabello liso brillaba sobre sus hombros.
Pero había pocas pistas sobre el estado de ánimo de Hannah. ¿Estaba
contenta por las noticias médicas? ¿Devastada porque Dylan había roto con
ella? ¿Había hablado con sus amigos sobre ello? ¿Había salido a beber con un
grupo de amigas para ahogar sus penas en Martinis e himnos poderosos para
chicas? Si así era, nunca había sido en Verde. Sylvia me lo hubiera dicho.
Finalmente me arrastré lejos de mi laptop y fui a Verde para mi turno,
pero cerca de las tres y media, le pregunté a Sylvia si podía irme. Me quejé de
dolor de cabeza, pero el dolor era mucho más abajo. Cerca de mi corazón.
Mamá no estaba cuando llegué, fue a ayudar a un amigo artista con una
crisis de estudio, así que me encogí en el sillón y miré televisión sin sentido
durante horas. En algún punto me di cuenta de que no había comido, así que 158
tomé un poco de comida en la cocina y comí, cambiando los canales. ¿Cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que pasé el rato así? Olvidando el
trabajo, las clases, el laboratorio, ¿olvidando todo? No me extraña que no
pensara con claridad. Ni siquiera me había dado tiempo para pensar.
No es que ahora estuviera sumida en la contemplación. No me lo
permitía. Si la mente se me iba a otra cosa que no fuera el programa que estaba
viendo, cambiaba de canal. Novelas de suspense, comedias de situación, reality
shows... daba igual. Cualquier cosa que me distrajera de obsesionarme con lo
que nos había metido a Dylan y a mí en semejante lío. Lo que fuera para no
preguntarme si nuestro caso no había tenido solución desde el principio.
Después de un momento, sin embargo, los pensamientos se acumularon,
demasiado insistentes para ignorarlos.
Hecho: Él había sido mío primero.
Hecho: Me había dicho que no amaba a Hannah y que quería estar conmigo.
Hecho: Ninguno se hallaba casado. Ni siquiera comprometido. Solo estábamos
en la universidad. Era normal salir con montones de personas, romper con montones de
personas. Que, ¿debía casarse con Hannah por el simple hecho de salir con ella?
Hecho: Había sido justa con Hannah. Me había rehusado a dormir con su novio
mientras todavía estuviera con él.
Todo eso era bueno. Pero no pensé que había pasado tiempo suficiente
pensando en el resto.
Hecho: Incluso si Dylan no amaba a Hannah, rompió con ella por mí. Por mí.
Hecho: Dylan no acostumbraba engañar, y la había engañado dos veces.
Primero, cuando siguió saliendo con ella después de estar conmigo. Segundo, cuando no
le dijo que rompía con ella por mí.
Hecho: Yo también había engañado a Dylan. Si supiera que Hannah era mi
hermana, nunca estaría conmigo.
Hecho: Nunca.
Por mi culpa, Dylan se había convertido en un mentiroso. Quizás este era
mi destino. Era la niña de las mentiras. Todo lo que hacía era tocado por ese
veneno. Fui estúpida al pensar que habría algún final feliz. Cada vez que Dylan
me miraba, recordaba la mirada en el rostro de Hannah cuando le rompió el
corazón. Y realmente, si diera un paso para atrás, ¿qué imaginaba? ¿Esconderle
mi conexión con Hannah para siempre? ¿Qué pensarían mis padres? ¿Qué
pasaría con nuestras reglas de traer un chico a casa cuando fuera lo bastante
mayor, para empezar mi propia familia? ¿Quién sería mi “padre” el día de mi
boda? ¿Mis padres habían pensado en eso alguna vez? ¿Esperaría papá que
usara el collar de perlas que su tía le heredó el día de mi boda? ¿Siquiera iría a 159
mi boda?
Uf, realmente me caía por el agujero del conejo. No iba a casarme, ni con
Dylan ni con nadie más. Apenas tenía veintiuno. Como dijo mamá, tenía todo
mi doctorado para empezar a preocuparme por hacer este tipo de decisiones.
Tomé el control remoto y cambié de canales de nuevo, encontrando
algún tipo de maratón de programas del hogar. Bien. Nada de drama familiar
aquí.
Me desperté un par de horas después con el sonido de las llaves de
mamá en la puerta. Fuera del apartamento, estaba oscuro, lo que significaba
que podía ser cualquier hora entre las seis y las once.
—Hola, cariño. No esperaba verte en casa. ¿No trabajas esta noche?
—Me sentía un poco mal —mentí. Otra vez. Todo lo que hacía era
mentir.
Encendió la luz y me observó mientras parpadeaba. —Me preocupa que
te estés exigiendo demasiado. ¿Es un resfriado? ¿Estás tomando algo para eso?
No había nada que tomar. Y mientras estaba allí sentada bajo su examen,
todo bullía en mi interior, caliente y viscoso, imposible de ignorar. Se me cerró
la garganta, me ardían los ojos y, antes de darme cuenta, estaba desbordada,
con lágrimas rodando por mis ojos y sollozos ahogados emanando de mi
garganta.
—¡Oh, cariño! Cariño, ¿qué pasa? —Se sentó a mi lado y deslizó un brazo
alrededor de mi espalda—. ¿Qué está pasando? ¿Es por tus clases?
Sacudí la cabeza miserablemente.
—¿Es el dinero? Porque tengo una nueva comisión, podré ayudarte con
algunos costos. Sabía que iba a ser más caro de lo que esperabas…
Sacudí de nuevo la cabeza. Enterré mi cara en su hombro. Había
escuchado lo de la “nueva comisión” antes, y nunca llegaba.
—Cariño, habla conmigo.
De ninguna manera. ¿Qué le iba a decir? Mamá, de tal palo tal astilla.
Convierto a los hombres en traidores. Seguro, le insistí a un chico que rompiera con su
novia si me quería, pero resulta que no mejoró nada.
—Lo arruiné con un chico —sollocé al final.
Me apretó con fuerza. —¿Un chico? ¿En serio? Oh, Tess… —Se rió un
poco—. Sabes, la mayoría de las madres se darían cuenta de eso a la primera.
Dice mucho de ti el que no haya pensado eso. —Tomándome por los hombros,
me miró a la cara—. ¿Qué paso? 160
—Yo… creí que íbamos a estar juntos, y no lo estamos.
Me dio un asentimiento. —Bueno, con eso, tristemente, he tenido un
poco de experiencia. ¿Es el señor Collar? —Hizo un gesto hacia la T de plata.
Me mordí el labio, las lágrimas volvían a brotar.
—Esos admiradores secretos —dijo—. Como dije, hay una razón para
que sean secretos. Ya sea que no desees estar con ellos o ellos no puedan estar
contigo. ¿Qué sucedió? ¿Tiene novia?
—No. —Ya no.
—¿Diferencias religiosas?
—No. —Ni siquiera sabía si Dylan tenía una religión.
Me miró con recelo. —Él no… ¿quería llevarte solamente a la cama?
Gemí. —No me acosté con él, mamá. —No esta vez, de todos modos.
En Cornell, lo que Dylan y yo teníamos era puro y perfecto. Nos
habíamos conocido, nos habíamos enamorado, habíamos tenido sexo. No había
reglas, ni restricciones. Sin Swift o secretos colgando sobre mí. Ambos habíamos
sido libres y nos habíamos elegido el uno al otro. Ahora, temía que todo eso
estuviera manchado. Contaminado por nuestro engaño, por mis mentiras, por
las reglas con las que vivía y las que habíamos creado la semana pasada. No me
extrañaba que, una vez que lo vio todo, ya no me quisiera. Tal vez yo era esa
chica, la que solo funcionaba si todo era mentira.
—¡Bueno, eso está bien! —Su expresión no había perdido nada de
preocupación—. Oh, cariño, no sé qué decir. Si él no se da cuenta de la
grandiosa persona que eres, entonces no te merece.
Era lo correcto para decir. Era un guión de madre patentado. Tenía
perfecto sentido. Pero mamá no lo seguía por sí misma. Papá no la amaba lo
suficiente para hacerla su esposa, y ella lo dejaba tenerla de todos modos.
—Mamá —le pedí en ese momento, con una voz tan suave que ni
siquiera sabía que fuera audible—. Si no hubiera sido por mí, ¿crees que papá y
tú seguirían juntos?
Sus ojos se agrandaron. —Ni siquiera pienses en quedar embarazada
para atar a un chico, Tess. Te retorcería el cuello.
Eso no era lo que quería decir, pero era la respuesta que necesitaba.
Incluso ahora, ella lo definía como perder a papá, en lugar de escoger a papá.
—Y no te definas por las elecciones que hemos hecho papá y yo.
¿Cómo podía evitarlo, cuando la historia se seguía repitiendo por sí sola?

161
19
Traducido por Miry
Corregido por Dannygonzal

—¿Y entonces qué pasó? —preguntó Annabel. Era tarde en la mañana


del viernes, y estábamos sentadas en una mesa grande en Verde, envolviendo
cubiertos en servilletas de tela. Los dueños del restaurante decidieron cambiar
de servilletas verdes a negras para lucir “más elegantes”, pero eso significaba
hacer un montón de rollos antes de nuestro turno de hoy.
Les daba a las chicas de Warren el resumen de los últimos
acontecimientos con Dylan. Annabel me miraba con la boca abierta como si
estuviera relatando el final de una película de acción. Sylvia se quedó muy,
muy silenciosa.
162
—Entonces... nada —dije—. No he sabido nada de él desde entonces. Ni
siquiera asistí a clases el jueves para no tener que verlo.
—¿Tú? —jadeó Sylvia—. ¿Faltando a clases? —Se llevó una mano a su
corazón simulando conmoción—. Por Dios. Annabel, comprueba si los Cuatro
Jinetes del Apocalipsis están en la lista de reservaciones de esta noche.
—Ja, ja —dije y tomé unos cuantos tenedores más.
—Pero en serio —dijo Annabel—. ¿Cuál es el siguiente paso?
Me encogí de hombros mientras el sentimiento de opresión comenzó de
nuevo en mi pecho—. No lo sé. Creo... creo que tal vez estamos condenados al
fracaso. —Mis dedos fueron a la T que colgaba de mi cuello. No sé por qué me
la puse hoy de nuevo. Es curioso cómo en solo cuatro días se convirtió en una
parte de mí.
Sylvia resopló. —¿Condenados al fracaso? Vamos, Tess, se supone que
aquí debo ser la dramática número uno. Del grupo tú eres la miembro práctica
y científica.
—Bien —contesté—. La hipótesis no encaja en el conjunto de datos y por
lo tanto se invalida. ¿Satisfecha? —Enrollé una servilleta llena de cubiertos y la
solté con un poco más de fuerza en mi pila terminada.
—¿El conjunto de datos es qué, exactamente? —dijo Annabel—. ¿Que él
no quiso saltar a la cama contigo al segundo en el que dejó a su novia?
—No...
—¿La culpas por sospechar? —interrumpió Sylvia—. Él no parecía tener
problema en saltar a la cama con ella cuando tenía novia.
Annabel frunció los labios. —¿Qué clase de hombre quieres que sea él,
Tess? ¿El tipo que engaña a su novia contigo o el tipo que se preocupa lo
suficiente por la persona con la que sale, como para no querer correr a los
brazos de otra mujer, antes de que su ex haya tenido tiempo de procesar la
situación?
—¿No escuchaste? —dijo Sylvia—. Dylan es ambos.
—Dylan no lo es —dije—. No engañó…
—Eso es debatible —murmuró Sylvia.
—…y no quiso estar conmigo la otra noche... eso no tuvo nada que ver
con Hannah. Ella nunca habría sabido lo que hizo Dylan.
—Ella tampoco habría sabido lo que él hacía si se escapaba contigo —
señaló Annabel—. Hay mucha gente que engaña a sus parejas sin que ellas se
enteren de nada. 163
¿Me decía eso a mí? Sinceramente, a veces escuchar comentarios que
otras personas hacían sobre Infieles, Otras Mujeres, Papitos, Amantes y
cualquier otra cosa, me hacía querer, primero, reír a carcajadas y, segundo,
darle a todos una lección de la realidad. No vivíamos exactamente en una suite
del último piso, y los senos de mi madre eran cien por ciento reales.
—Pero no te equivocas —continuó—. Creo que la otra noche no tuvo
nada que ver con Hannah. Tuvo que ver con Dylan. Él quería algo de tiempo
para sí mismo, simplemente fue su propio sentido de la moralidad, así como el
que tú no quisieras estar con él hasta que hubiera terminado con Hannah fue el
tuyo.
Parpadeé hacia ella.
—No importa lo que ella sabe o no —explicó Annabel—. No quieres ser
la otra mujer, ¿cierto?
—Cierto.
—Y él no quería ser el tipo que saltó a otra cama. —Annabel me miró
triunfalmente—. ¿Ves?
Recordé lo que Dylan me dijo, en el laboratorio. Estoy molesto conmigo.
—¿Pero si ese fuera el caso, no diría: “Bueno, esperemos una semana y
entonces podemos estar juntos”? Después de todo, le di reglas. —Reglas como
no sexo, no besos, no sexo telefónico hasta que rompiera con Hannah.
—¿Reglas? —repitió Sylvia, incrédula—. ¿Qué reglas?
Perdí mi voz. Afortunadamente, Annabel habló por mí.
—Le dijo que no estaría con él hasta que fuera soltero. Lo cual creo que
fue la decisión correcta. Te respetaste a ti misma, respetaste a Hannah, y ahora
él trata de mostrar el mismo respeto. —Se encogió de hombros—. Él solo... ¿tal
vez no fue tan explícito sobre sus necesidades como lo fuiste tú cuando le
preguntaste?
—Sí —dijo Sylvia, sonriendo—. Quiero saber más sobre esas reglas tuyas,
Tess. Porque en mi mente, se parecen a ese contrato que Christian le dio a
Anastasia en Cincuenta Sombras de Grey.
Me sonrojé furiosamente y miré hacia mis cubiertos. Malditas reglas.
Marca eso como otra cosa que la gente normal no tiene en sus relaciones.
—Me gusta la idea de las reglas —dijo Annabel—. Escritas o no. Detalla
tu relación. Nadie queda confundido, o herido, o... —Se encogió de hombros y
volvió a enrollar.
O sola y embarazada sin idea de lo que se podía esperar del padre de tu
164
bebé, como quedó Annabel. Sí, las reglas podían ser muy útiles. Al menos al
seguirlas, mi madre supo que podía contar con su amante para cuidar de ella y
su bebé.
El problema era que yo ya me encontraba en medio de un juego con
Dylan, y no tenía idea de lo que jugábamos.

En algún momento en mi turno esa noche, sentí el zumbido de un


mensaje de texto en mi teléfono. Lo saqué de mi bolsillo para mirar la pantalla.
¿Puedo verte esta noche?
Se lo enseñé a Sylvia, quien pasaba con una bandeja. Sacudió la cabeza, el
escepticismo se mostraba en todo su rostro. —¿A último minuto es suficiente
para ti? Bien podría decir: “¿Puedo verte esta noche para tener sexo?”
No. En el trabajo, escribí en respuesta.
Comprobé algunas mesas, luego miré mi teléfono de nuevo.
Después del trabajo está bien. Puedo ir a Verde.
Sylvia me arrebató el teléfono. Cuando me lo devolvió, vi que escribió:
Después del trabajo es la hora de mi descanso de belleza. ¿Crees que
eso sucede solo?
Me encogí de hombros y presioné enviar.
—Buena chica —dijo Sylvia—. Hazlo sudar.
Excepto que era yo la que sudaba. Si quería verme esta noche,
¿significaba que estaba listo para que estuviéramos juntos, o que quería decirme
que nunca sucedería?
De cualquier forma, probablemente Sylvia tenía razón. Debía tomármelo
con calma. No hacerle saber lo mucho que lo necesitaba. Mis dedos fueron hacia
mi garganta otra vez, donde puse la T de plata de Dylan, aunque escondí el
collar debajo de la línea del cuello de mi blusa. Solo yo sabía que se hallaba ahí.
Solo yo sabía lo mucho que esto me rompería.
Unos minutos después, hubo otro zumbido en mi bolsillo.
Entonces dime cuándo.
Oh, ¿ahora es mi turno de decir cuándo?, escribí con furia. Iba a presionar
Enviar, y luego lo pensé mejor. En su lugar, eliminé el mensaje. Alejé el teléfono.
Hazlo sudar, dijo Sylvia. Bien. Era su turno, de todas formas. 165
Pero mis dedos picaban por sacar mi teléfono del bolsillo, por decirle que
viniera ahora ahora ahora. Tuve suficiente de mentiras, basta de juegos. Todo lo
que quería era a Dylan. Si él se hallaba listo para mí, yo me encontraba aquí.
En los siguientes quince minutos me obligué a no sacar el teléfono de mi
bolsillo. Finalmente, en una pausa en el trabajo, cedí a la tentación.
Sin mensajes nuevos.
Mierda. Mierda mierda mierda. Realmente odiaba a Sylvia. Y a Dylan. Y
a mí, por siempre tratar de jugar algún estúpido juego, en lugar de simplemente
decirle la verdad. ¿Acaso no ha sido ese siempre el modus operandi de Dylan?
¿Decirme exactamente cómo se sentía? Sin juegos, ni pretensiones, sin mentiras,
¿a menos que fuera absolutamente necesario para ayudar a Hannah, en una de
las semanas más miserables de su vida?
Y lo peor de todo fue esa voz triste y enferma en la parte trasera de mi
cabeza, ese ritmo de tambor de: ¿ves? Tú eres esa chica. Te quiere ahora, no hay
nada que te mantenga alejada, y puedes resistirte a él. Tú eres esa chica que solo quiere
a los chicos que no debería tener.
Sentí una mano sobre mi hombro y miré hacia la cara preocupada de
Sylvia.
—Amiga, te ves como mierda. Termina tus mesas y vete a casa.
Justo lo que necesitaba. Más tiempo sola con mis pensamientos. Sacudí la
cabeza con decisión.
—No es una sugerencia. Lo estoy diciendo. —Sacó el teléfono de mi
bolsillo—. Mañana puedes tener esto de nuevo. Ve a casa. Duerme un poco.
Miré fijamente el teléfono. —Comprendes que esto no me detiene de solo
ir a su casa.
—Te doy más crédito que eso. Ve a casa, Tess.
Fui a casa. Encontré media botella de vino blanco en la nevera, me serví
un vaso, preparé la bañera, tomé un baño largo y agradable mientras bebía
sorbos de vino y leía una revista.
Eso duró unos quince minutos. Luego me sentí demasiado cansada como
para mantener las páginas de la revista por encima de las burbujas y la tiré por
el borde hacia el tapete de baño. Me hundí más en la espuma, trayendo el tallo
de la copa conmigo. Incliné el vino hacia mi boca, de modo que la parte
superior de la copa y mi barbilla se llenaron de espuma blanca mientras bebía,
el vino dulce mezclado con el aroma a lavanda y rosas del agua de baño.
Recordé la manera en que sabía Dylan cuando nos besamos, como a la retsina
que estuvimos bebiendo. A vino, madera y calidez.
Levanté mis caderas en la bañera, las burbujas explotando contra mis 166
partes más sensibles al llegar a la cima, y luego las hundí, luego las elevé de
nuevo. Y fue agradable, de verdad, esta provocación, relajante y reconfortante,
como la forma en que el agua se derramaba y hacía eco alrededor de los oscuros
azulejos obsoletos de nuestra bañera. Pero no lo suficiente.
Mi pecho se hallaba medio cubierto de burbujas, la plata de la cadena de
Dylan trazando una espumosa V desde mi cuello hasta el hueco entre mis
pechos, la doble hélice de la T como un signo de exclamación en la parte
inferior. Las burbujas se aferraban al metal, fusionándose y deslizándose por un
rastro formado desde mis pechos a mi ombligo.
Cerré los ojos, apoyé mi cabeza en el borde de la bañera, y dejé que mi
mano siguiera el rastro, anhelando la liberación, anhelando el alivio, de verdad.
Había estado en el borde desde hace una semana, desde la fiesta, el armario, el
teléfono...
La plata se enfrió contra mi piel, y me moví en las burbujas, tratando de
encontrar el agarrare y la presión para llegar a donde necesitaba, sin ningún
resultado. Siempre pude resolver las cosas por mí misma, pero eso no hizo nada
para saciar la necesidad que Dylan plantó en mí.
El problema, por supuesto, no era sexual. No del todo, al menos. Sí,
quería rasgar la ropa de Dylan, pero más que eso, lo quería conmigo, de la
forma que estuvo todo el semestre, hablándome de algas y riendo juntos acerca
de errores tipográficos en sus notas e iluminado cuando le serví comidas en
Verde. Extrañaba eso. Tal vez, con el tiempo, podría haber sido feliz con eso.
Solo con eso.
No. Abruptamente, me levanté y quité el tapón. Mientras la espuma se
drenaba, encendí la ducha y me coloqué bajo el chorro hasta que las burbujas se
fueron y la cordura regresó. No podíamos retroceder. La próxima vez que
Dylan llamara, respondería.
Pero no fue hasta que estaba limpia, seca y en la cama, segura, cubierta
con una buena pijama de seda, que recordé que Sylvia había tomado mi
teléfono.

A la mañana siguiente, me desperté, exorcizada. Hice té y tostadas, y leí


el periódico. Eran fácilmente las nueve a. m. al momento en que me senté frente
a mi computadora para revisar mi correo electrónico.
Entre los nuevos mensajes estaba uno de Sylvia:
Asunto: Devolución de tu teléfono. 167
Bien, en retrospectiva, fue una mala idea quitártelo anoche. No pude
recordar para nada el número telefónico de la casa de tu mamá. Seremos
afortunadas si tenemos la dirección correcta. Espero que lo tengas a tiempo. Y
me perdones. -S

Le fruncí mis cejas a la pantalla. ¿Sylvia hablando en código de nuevo?


No me encontraba enfadada con ella por quitarme el teléfono. Ella tuvo razón;
anoche me habría vuelto loca con él. ¿Y qué era esa mierda sobre mi dirección?
Sinceramente esperaba que no me lo hubiera enviado por correo, cuando nos
veríamos de nuevo en el trabajo en dos horas.
Sonó nuestro timbre.
—Es temprano —gritó mamá desde la cocina. E inesperado. ¿Quizá un
vecino viniendo a pedir prestada una cucharada de café? Me levanté del
escritorio, pero para el momento en que dejé mi habitación, ella ya estaba en la
puerta.
—Hola —dijo una voz que reconocí—. Usted debe ser la señora
McMann. Traje donas.
Y ahora podía verlo de pie en el umbral, con pantalones vaqueros, una
sudadera de Canton con capucha, y esas condenadas, malditas gafas. Su cabello
era casi tan sedoso como la primera vez que lo vi, pero el rastrojo en su
mandíbula contaba una historia totalmente diferente. Hacía años desde la
escuela preparatoria; eran días desde que hablamos la última vez.
También me vio, y a ciegas le pasó las donas a mi mamá.
—Tess. —Dio dos pasos y se hallaba en la sala, sus manos se deslizaron
hasta acunar mi mandíbula, sus dedos peinando mis rizos desordenados por
dormir—. No puedo esperar más —susurró, y entonces nuestros labios se
tocaron, una presión suave y dulce de boca en boca. Un saludo. Una promesa.
—Bueno —dijo mi mamá—. Me pregunto quién eres tú, pero creo que
puedo adivinar. El Chico Collar.
Se giró hacia ella y le tendió la mano. —Lo siento, ¿dónde están mis
modales? Soy Dylan Kingsley.
—¿El compañero de laboratorio? —Mi madre entrecerró los ojos—. Mi
hija me ha ocultado cosas.
—Es justo —respondió Dylan—. Resulta que, yo le he ocultado cosas a
ella.

168

—No le digas cosas como esas a mi mamá —dije. Estábamos afuera, en la


calle, respirando el aire frio y vigorizante de noviembre, la caja de donas
olvidada en la encimera de mi cocina mientras caminábamos, hablábamos y nos
entendíamos el uno al otro.
—¿Cosas como qué?
—Que me has ocultado cosas.
—Pero es verdad —respondió Dylan—. Y también fue divertido.
Le di una pequeña sacudida a mi cabeza y miré hacia otro lado.
—Tus dos cosas favoritas.
—Tú eres mi favorita.
Me mordí el labio. Cuando decía cosas como esta, quería creer que eran
ciertas. Pero el miércoles en la noche...
—No te preocupes por tu mamá —dijo—. Soy bueno con los padres.
Podía creer eso. Estoy segura de que utilizó su encanto con papá, justo
antes de romper el corazón de su otra hija.
—¿Así que Sylvia te dio mi dirección?
—Y tu teléfono. —Lo sacó y me lo entregó. Nuestros dedos se rozaron, y
casi lo dejo caer.
—¿Crees que eres bueno con los padres? —pregunté para cubrir mis
nervios—. Sylvia es la nuez más difícil de roer de todas. No puedo creer que te
dijera dónde vivía.
—Juré que haría una escena si no lo hacía. Ya que parecías determinada a
evitarme en la escuela y en casa. —Se encogió de hombros—. E incluso con los
mensajes de texto.
—Sylvia me quitó el teléfono —puntualicé.
—Me refería a tus respuestas.
Empecé a caminar, rápido, así que tuvo que correr para alcanzarme.
—Entonces, ¿ahora qué? —pregunté—. ¿Estás listo para recogerme? No
soy un libro de biblioteca que pones en espera.
—No. Tess... —Pasó una mano por su cabello—. Si no te hubiera visto el
miércoles; si me hubiera reportado enfermo al laboratorio esa noche, y tomado
un día o dos, todo por mí mismo, y luego ido contigo para decirte que terminé
con Hannah, ¿estaríamos aquí de pie en este momento?
Si esto, si aquello, si lo otro. Si nunca lo hubiera dejado después de 169
Cornell, si Hannah no se hubiera enfermado la semana pasada, si Marie Swift
no hubiera quedado embarazada de Hannah al inicio de la aventura de mis
padres... ¿Cuál era el punto de pensar en los “si”? Estábamos aquí y ahora.
—Probablemente no —admití—. Quizá no siempre es una buena idea
decir la verdad.
—Nunca creeré eso. Pero sí, el momento podría ser un factor importante.
—Dylan extendió su brazo hacia mí, y le permití curvar sus dedos alrededor de
los míos.
Caminamos así durante un tiempo, de la mano, sin decir nada.
—Quiero estar contigo, Tess —dijo en voz baja, dándole un apretón a mi
mano—. Dime cómo hacer que eso suceda.
—Está sucediendo. Ya sucedió.
Se detuvo, tan abruptamente que me hizo girar en la acera hasta que
estaba frente a él. Su expresión se hallaba llena de asombro, sus ojos azules con
un alivio salvaje. —¿Por qué no me lo dijiste?
Mi mano libre voló a mi garganta, a la T de plata que colgaba ahí. —¿Qué
necesito decirte, Dylan? Estoy aquí, estás aquí. No hay nada que nos mantenga
separados nunca más. ¿Estoy feliz por lo que pasó en el laboratorio la semana
pasada? No. ¿Estabas feliz cuando dejé de llamarte hace dos años? Claro que
no. Pero eso no te detuvo cuando volví, y no permitiré que una estúpida noche
nos detenga ahora.
Me jaló a sus brazos y descansó su cabeza contra el hueco de mi cuello.
—Jesús, Tess —susurró—. Creí que lo había arruinado todo. Cuando te fuiste,
cuando no asististe a clase...
—Está arruinado —concordé—. Todo siempre ha estado arruinado. Ha
estado arruinado para nosotros durante dos años. Pero finalmente tenemos la
oportunidad de hacer las cosas bien. —No podía permitir que todas las malas
decisiones que tomamos, todas las malas decisiones de dos generaciones,
arruinaran lo que tenía con Dylan. No lo permitiría.
Hicimos lo mejor que pudimos con lo que teníamos. Y ahora podíamos
empezar de nuevo.

170
20
Traducido por Jeyly Carstairs
Corregido por Anakaren

Era el viernes antes de las vacaciones de Acción de Gracias, y Dylan, me


llevaría a nuestra primera cita real. Habíamos tenido una semana agitada,
trabajando largas horas en nuestro proyecto y aún más en la última gran ronda
de exámenes, pruebas y conjuntos de problemas para nuestras respectivas
clases. Después del descanso de Acción de Gracias, tendríamos una semana
más de clases, luego una semana para estudiar, y después los exámenes
finales… y el coloquio en el que estaban puestas todas mis esperanzas
financieras. Había dejado el trabajo en Verde, el cual probablemente estaría
bastante muerto de todos modos, ya que los estudiantes habían dejado Canton
para ir a sus lugares de origen. Incluso algunos que llamábamos a Canton 171
nuestra ciudad, como Hannah, se habían largado a puntos desconocidos este fin
de semana; por lo menos, según el informe de mi mamá, papá estaba de viaje
con su familia.
Y tenía que admitir, una partecita de mí todavía se preguntaba si era eso
el por qué Dylan había esperado hasta ahora para llevarme a la ciudad. Nuestra
relación hasta ahora había sido de besos robados al final del turno en el
laboratorio, unos cuantos almuerzos aquí y allá. Técnicamente no muy diferente
de lo que estábamos haciendo antes de que estuviéramos juntos oficialmente.
Podríamos ser novio y novia de verdad ahora, pero no importaba cuantas veces
me decía eso a mí misma, realmente no lo creía. Mi reducida experiencia con
novios en el pasado no era suficiente para enseñarme como uno debe
comportarse con su novio. El hombre que amaba. El hombre con el que estaba
en una relación desde hace una semana y la que se sentía como si fuera mucho
más.
Dylan planeaba regresar a casa la tarde del sábado, pero me había
prometido que estaría de vuelta justo después de Acción de Gracias así
podríamos darle los toques finales a nuestro proyecto antes del periodo de
revisión del departamento y, añadió, pasar algún tiempo de calidad juntos
antes que los exámenes volvieran todo en una locura. Eso significaba que si no
hubiéramos salido esta noche, no habría pasado hasta algún momento después
de las vacaciones o (conociendo la manera en que Dylan atacaba su trabajo en el
laboratorio) tal vez después de los exámenes. ¿Luego de las vacaciones de
Navidad? Para entonces habríamos estado juntos un mes, pero todavía seguiría
sintiéndose como poco tiempo, y a la vez como totalmente demasiado.
Estos eran los pensamientos que se repetían mientras me duchaba, me
vestía y me maquillaba. Esta noche me he maquillado sutilmente: nada de los
ojos inspirados en el pavo real de Cristina. Una simple pasada de rímel y un
toque de brillo en los labios. Me puse un vestido negro de mi propia cosecha en
lugar de algo del amplio armario de mi madre. Tenía una falda amplia y
arremolinada y un escote en pico que dejaba ver la T plateada a la perfección.
Me sequé el pelo con el secador para que quedara bien ondulado, pero lo dejé
suelto para que flotara sobre mis hombros. Y cuando estuve lista, me miré al
espejo detenidamente.
No era mi madre, ni mi padre. Tenía sus ojos, su cara y su figura, pero no
había seguido su camino. El chico al que amaba me quería lo suficiente como
para elegirme. Me amaba lo suficiente como para hacerme suya de verdad. Era
todo lo que yo quería, todo lo que le había pedido, todo lo que había pensado
que no era posible para una chica como yo.
Entonces, ¿por qué no era más feliz?
Mis dudas me atormentaban hasta que oí que Dylan llamaba a la puerta.
Abrí y en cuanto lo vi, todo se desvaneció. Llevaba unos pantalones oscuros y 172
un jersey gris marengo que hacían que sus ojos prácticamente brillaran con
fuego azul. O tal vez era su expresión la que brillaba.
—Tess —dijo, su voz casi un susurro—. Te ves preciosa.
Toqué la falda —Sí, cuando estoy sin la bata de laboratorio y maquillada
soy linda.
—No —contestó—. También te ves hermosa con la bata de laboratorio.
Hizo una pequeña charla con mi mamá, me tomó de la mano y me llevó
a su coche.
—¿A dónde vamos? —pregunté cuando nos colocamos los cinturones de
seguridad.
—A Verde.
Me gire hacia él, con las cejas levantadas.
—Que, ¿no te gusta ese lugar? Pasas bastante tiempo allí. Pensé que era
tu favorito. —Me guiñó un ojo y salió del estacionamiento—. No, no te
preocupes, T. No conseguí invitarte a tomar una copa por tu cumpleaños, y
conozco un lugar que creo te va a encantar. Son un poco ostentosos y no sirven
al público colegial menor de edad, así que esta será tu primera oportunidad de
probarlo.
Así que él tampoco había traído a Hannah, si no se podía ir hasta que
tuvieras veintiuno. ¿Estaba a propósito llevándome a un lugar fuera del radar
del campus así no nos encontraríamos con alguien que supiera de él y Hannah?
Deja de pensar así, Tess. Ya basta.
Después de unos quince minutos conduciendo, se detuvo delante de una
modesta fachada de ladrillo. Un toldo negro en el frente tenía un nombre
pintado en letras mayúsculas doradas que no pude leer desde ese ángulo. Nos
acercamos a la puerta principal.
—Alquimia —dije cuando el nombre finalmente se hizo visible.
—Después de ti, compañera de laboratorio. —Dylan abrió la puerta para
mí.
El interior parecía algo salido de una película de Sherlock Holmes, todas
las paredes de ladrillo y tubos de cobre descubiertos que conducen en todas
direcciones. Gigantes contenedores de vidrio suspendidos sobre la barra se
iluminaban desde su interior y sus misteriosos contenidos brillaban en verde,
dorado y azul. Las paredes estaban llenas de botellas de vidrio oscuro con
etiquetas hechas a mano. No nos encontrábamos en un bar, sino en una especie
de botica victoriana.
Dylan y yo nos ubicamos en una pequeña mesa alta y me senté en el 173
taburete cubierto de cuero, el vuelo de la falda de mi vestido deslizándose hacia
un lado. Abrimos los menús encuadernados en cuero y leí cuidadosamente las
ofertas, divididas en “temas” como mejunjes, elixires y pociones. Nosotros
definitivamente no estábamos en Verde ahora. No había Amaretto sour, y a
pesar de mi propia experiencia en coctelería, no reconocí la mitad de los licores
en la carta.
—Adorable —dije, mirándolo sobre el borde del menú.
—Sí —respondió—. Así que… ¿tienes alguna idea de a qué sabe el licor
de flor de sauco?
Llegó nuestra mesera, vistiendo una camisa de cuello alto con mangas
abombadas y una falda con polisón. Después de la charla habitual, nos informó
de una promoción especial disponible esa noche. Al parecer, habían contratado
a una quiromántica para que ayudara a los clientes a preparar la bebida
perfecta, basándose en la suerte que nos había deparado.
—¿Interesados? —preguntó la mesera—. No pedí mi bebida porque justo
comenzó mi turno, pero tengo que decir que me gustó mi fortuna.
—Soy bastante escéptica a ese tipo de cosas —dije.
—Es solo una bebida —señaló Dylan—. No es una receta para la vida.
—Oh, cariño —le dijo la mesera a la vez que tomó nuestros menús—.
Claramente no has tomado uno de nuestros cocteles antes.
Al final, decidimos dejar a la adivina elegir por nosotros, solo por el
argumento.
Ella se acercó, una mujer de mediana edad en un vestido fluido y un
buen número de brazaletes. —Yo soy Madame Misty —se presentó—. Dame tu
mano.
Huí, riendo nerviosamente. —Tú primero, Dylan —dije—. Este bar fue tu
idea.
Él se encogió de hombros, luego valientemente le tendió la mano.
—Para ser justos, iba por el enfoque de la química, no el misticismo.
Esperaba que ella leyera las líneas de la palma de su mano, pero no hizo
nada por el estilo. En su lugar, miró profundamente a sus ojos por un segundo,
moviendo su mano de arriba abajo un par de veces, le dio la vuelta una vez,
luego respiró hondo.
—Estás en el camino correcto —dijo.
—Es bueno saberlo —dijo Dylan con una sonrisa—. ¿Qué debería tomar?
—Lo que quieras —respondió ella, su tono igual—. Tu decisión no será 174
incorrecta. Eres inteligente y ambicioso, pero nunca te dejas llevar por el mal
camino. Vives con tu corazón, y es puro. El trabajo que haces surge de una
verdadera pasión. En el amor sabes que es de la misma manera. Tú no dudas, y
tu objetivo es verdadero. ¿Qué quieres beber en este momento?
—Creo que necesitamos que nos devuelvan nuestro dinero —dije. Miré a
la señora—. Pensé que se suponía que escogías por nosotros.
Me puso los ojos en blanco. —Está bien. Escribiré lo que pienso, y luego
le preguntaremos a tu novio.
—¿Cómo sabes que soy su novio? —preguntó Dylan.
Madame Misty se giró hacia él. —De la misma manera que sé que no le
va a gustar lo que escogí para ella. —Sacó una pluma y escribió una nota en una
servilleta de papel, luego la deslizo hacia mí—. Ahí la tienes. —Lo miró—.
Ahora dime lo que quieres.
—Whisky —dijo—. Algo con un poco de picante, pero no demasiado
dulce para que supere el sabor.
Desdoblé la servilleta. —Dice, “Golden Heart”.
Dylan consultó la carta.
—Aquí esta. Whisky de centeno, coñac, Peuchauds, ajenjo, ¿qué es eso?
—Suena como un tipo de coctel Sazerac —dije, Whisky, picante, un poco
dulce—. Es justo lo que pediste.
—¿Ahora eres creyente? —me preguntó Madame Misty, con una ceja
levantada.
Suspiré y tendí la mano.
Agitó mi mano de arriba abajo un par de veces, y un ceño fruncido cruzó
sus rasgos. —Oh.
—¿Oh? —Dylan hizo eco con una sonrisa socarrona.
—Nunca serás libre hasta que lo dejes ir.
Bien, hay una redundancia, pensé.
—¿Tal vez nos ha confundido? —preguntó Dylan—. Yo era el que tenía
que liberarse —explicó a la adivina.
No, ella tenía toda la razón sobre Dylan. Siempre seguía a su corazón,
siempre era fiel a sí mismo, y solo quería hacer lo correcto.
—Hay un fuego dentro de ti, pero podrías sofocarlo en la oscuridad si no
tienes cuidado.
—Ay —dije a la ligera—. Tienes razón en una cosa. No creo que me vaya
175
a gustar lo que elijas para mí.
—Pero debe dejarme elegir igualmente —respondió Madame Misty—.
Porque ninguna elección que haga puede ser verdad mientras su corazón
sostenga mentiras.
Jalé mi mano hacia atrás como si la hubiera quemado con su toque.
Cómo se atrevía a decir eso en voz alta… quiero decir, ¿Cómo lo sabía?
—¿Entonces que debo beber? —Lo expresé tan rotundamente como
pude. No dejaría que ella o Dylan supieran que me había hecho temblar.
—Love Lies Bleeding —respondió ella y luego se alejó.
—Puf, lo que es, es un fraude —dije tan pronto como ella estaba fuera del
alcance del oído. En serio, ¿qué diablos fue eso? ¿Trataba de arruinar nuestra
cita? ¿Trataba de arruinar mi vida? Quiero decir, era la única opción, ¿verdad?
No era como si fuera en realidad psíquica.
Pero él no parecía preocupado por la fortuna.
—Love Lies Bleeding —leyó la carta—. Naranja sanguina, campari,
ginebra… este suena delicioso.
—Ese suena amargo —dije, dándome cuenta, solo después de que las
palabras salieron de mi boca, que amarga era como yo sonaba.
—Es solo un juego —dijo, con un tono consolador—. Puedes pedir un
Martini si quieres. No es un arbitraje vinculante.
Y cuando la mesera regresó, pedí lo que el menú llamaba Elderflower
Tonic, mientras que Dylan siguió adelante y pidió el Golden Heart sugerido.
También ordenamos comida. Ahora que la adivina se ocupaba de los clientes en
el otro lado del restaurante, empecé a relajarme. Dylan obviamente no le había
dado un gran significado a la lectura de su mano, y yo tampoco debería hacerlo.
Era solo un golpe de suerte. O tal vez ella adulaba a los chicos mientras ofendía
a las mujeres, con la expectativa de que los hombres aceptaran sus consejos.
Conocía a algunas camareras en Verde así.
El Elderflower Tonic era una fuerte mezcla de hierbas servida en un vaso
alto y delgado con una ramita de romero. El Golden Heart llegó en una copa de
brandy. Ambos deliciosos y mientras bebíamos nuestros tragos y conversamos,
la cita rápidamente volvió a la normalidad.
—¿Ya tienes planes para el verano? —me preguntó mientras comíamos.
—No estoy segura de poder planear el próximo semestre —contesté—. Si
no ganamos este simposio, puede que no sea capaz de permitirme el lujo de
terminar en Canton. Voy a tener que faltar un semestre o dos para hacer algo de
dinero.
176
Sus ojos se abrieron. —Tess… no puede ser tan malo, ¿verdad?
Me encogí de hombros. Puede que no lo sea. Mi madre podría ser capaz
de hablar con papá para que al menos me prestara el dinero. Ahora que él había
superado su ira hacia mí por haberme transferido a Canton a sus espaldas,
seguramente no me negaría unos cuantos miles de dólares para el semestre. No
después de todo el dinero que estaba ahorrando de apartamento en la Estatal.
—Bueno, recibía dinero de mi padre cuando estaba en la Estatal, pero ya
no me da más.
El problema era, que ahora no quería su dinero.
—Eso es una mierda. —Me miró, frunciendo el ceño con preocupación—.
Nunca hablas de tu padre.
—No somos muy unidos.
—¿Vive aquí en Canton?
Las campanas de alarma comenzaron a sonar en mi cabeza.
—Sí. —Tomé un trago.
Dylan no siguió el tema. —Supongo que entonces tendremos que ganar
el simposio.
—¡Voy a brindar por eso!
Chocamos las copas y los ojos azules de Dylan se encontraron con los
míos mientras bebimos.
—Pero en serio… ¿planes para este verano?
—¿Por qué?
Dejó su copa. —Porque tengo una pasantía remunerada con Solarix, y
cuando hablé con mi contacto esta mañana, ella mencionó que pueden tener
otra vacante.
Mi tenedor cayó en mi plato.
—¿En Colorado? —La firma de bioingeniería era la responsable de los
prototipos de granjas de algas de mayor escala en el país.
—También pagan la vivienda. —Parecía indeciso por un momento—. ¿Es
demasiado pronto para pedirte que pases el verano conmigo?
Sí. No. Lo nuestro era muy reciente, de hecho, pero se sentía como si
tuviéramos algo de crédito por los dos años que se interpusieron entre nosotros.
Me decidí por la opción segura. —Probablemente es demasiado pronto
para pedirla, al menos —dije con una sonrisa—. A menos que también hallas
sido facultado para ofrecerme un trabajo.
—Pero Tess, eres perfecta. 177
—¿Cuánto pagan? —pregunté. Incluso con la vivienda cubierta en
Colorado, si me quedara aquí y trabajara en un laboratorio en, digamos, Canton
Chem, todavía podría hacer turnos en Verde para ayudar a ganar algo de
dinero extra.
Pero entonces, no tendría a Dylan. Solarix significaba que podríamos
estar juntos, lejos de Canton, lejos de Hannah y de papá y de todos nuestros
secretos, como en los viejos tiempos, cuando estábamos en Cornell y yo no
sentía que le estaba mintiendo con cada respiración.
Esa estúpida adivina. ¿Me iba a arruinar toda la noche?
En su lugar, dejé que Dylan me hablara sobre el trabajo. Lo dejé tejer una
hermosa fantasía sobre nosotros, la poderosa pareja científica, viviendo juntos
en un apartamento en Colorado, trabajando juntos a diario en un laboratorio.
—Y los veranos en Colorado son tan magníficos. Ni siquiera se… ¿Te
gusta el senderismo, la pesca o alguna de esas cosas?
—Definitivamente me gusta caminar —dije—. Y comer pescado. Nunca
he atrapado uno, pero estoy dispuesta a dejar que me enseñes. —Me gustaría
hacer todas esas cosas con él. Y más.
Para el momento que retiraron nuestros platos, el fantasma de la
advertencia de la vidente prácticamente había desaparecido. La mesera nos dio
el menú de postres, pero Dylan colocó su mano sobre la mía.
—Nos espera algo en casa —dijo, su rostro lleno de promesas.
Un escalofrió recorrió mi piel. —¿Algo dulce?
—Espero que sí.
No podía esperar.

178
21
Traducido por Diana
Corregido por florbarbero

No podíamos pagar la cuenta lo suficientemente rápido. Caminamos


hacia el auto, tomados de la mano y Dylan fue frustrantemente vago acerca de
sus planes para el postre.
—¿Es animal, vegetal o mineral? —pregunté—. Dime por lo menos eso.
Sonrió mientras manejamos de regreso al campus.
—Tan pronto como me digas qué mineral se come.
—¿La sal? —sugerí después de un momento.
—Buen punto. Definitivamente hay algunos minerales. Y animales. Y 179
vegetales, de hecho.
—Es imposible.
Dylan sonrió aún más.
Mientras caminábamos por el sendero hasta el edificio Swift, con mi
falda subiendo sobre mis muslos, Dylan deslizó su brazo alrededor de mi
cintura. Cuando llegamos a su piso, vi a dos hombres saliendo de una
habitación. Se detuvieron y nos saludaron. Me dijo sus nombres, John y Gary, y
luego me presentó. —Esta es mi novia, Tess.
Tuve un momento para deleitarme con el título. No creo que él alguna
vez lo había utilizado antes en voz alta. Pero entonces vi la reacción de los
chicos. Los ojos de John se agrandaron. Gary dijo: —Oh, bueno, encantado de
conocerte.
Entendí las palabras que no dijo. Las que incluían: ¿Qué pasó con Hannah?
Incómodo.
Aun así, ¿por qué me importaría lo que piense otra persona? Era Dylan
quien importaba, Dylan presentándome como su novia ante cualquiera que
quisiera escuchar. Era un hecho que él rompió recientemente con Hannah. Ah,
bueno. Lo importante es que rompieron.
Todos los pensamientos de Hannah desaparecieron cuando Dylan abrió
la puerta y me llevó dentro. Cerró la puerta con su pie y me jaló contra él.
—En realidad no hiciste postre —murmuré contra su boca.
—Me subestimas. —De la mano, me guió al final del pasillo hasta la sala
principal del estudio. Lo que pensé eran las luces de algunas lámparas en el
pasillo se unieron en algo suave y vacilante. Unas velas parpadeaban desde las
estanterías y la barra de la cocina. El efecto era mágico, dulce, sin precedentes.
Me giré para mirarlo. Colocaba los platos en la cocina.
—No deberías dejar velas encendidas cuando no estás aquí —advertí
burlonamente.
—No sabes si le pedí a un amigo que las encendiera justo antes de que
regresáramos. —Colocó dos tenedores.
—No lo hiciste... —Me detuve. ¿No hizo qué? ¿Pedirle a un amigo?
¿Llenar una habitación con velas para mí? ¿Escogerme sobre Hannah?
¿Quererme? Hizo todo lo demás. Mi boca se secó en tanto lo veía ordenar
servilletas y cubiertos, luego remover la cubierta de aluminio de un plato de
pastel. Dylan era un misterio constante. Me eligió, me amaba y ahora hizo
algún tipo de postre verdaderamente complicado para… ¿impresionarme?
¿Llevarme a la cama? 180
Vamos, Kingsley, pensé. La última vez que me acosté contigo, ni siquiera me
compraste la cena primero. ¿No sabes que soy más fácil que esto?
Pero solo porque lo era, no significaba que no deseaba que me
impresionara.
Me di cuenta que él esperaba algún tipo de respuesta.
—Es baklava —dijo al fin—. Lo hice yo mismo.
Tragué saliva, y luego me acerqué a la encimera para reunirme con él.
—Gracias.
—Ni siquiera lo has probado —dijo—. Tiene nueces, miel y masa filo, y
es el postre más complicado que he hecho…
—Y lo hiciste para mí.
—Bueno, sí, pero con suerte, podrás compartir...
—Para mí.
Me miró atentamente, luego estiró la mano y sumergió su dedo en la
miel goteando de las piezas triangulares. —Para ti —repitió y pasó su pulgar
con miel sobre mis labios.
Capturé la punta de su dedo en mi boca y chupé toda la dulzura.
Exhaló con los dientes apretados. —Cuidado, Tess —advirtió—. Hazlo
de nuevo y no tendremos la oportunidad de comer el baklava, he soñado con
ello todo el día.
—He soñado otra cosa durante mucho tiempo. —Enganché mis brazos
alrededor de su cuello.
Dylan sabía a whisky y miel. Agarré su labio inferior entre los míos y lo
chupé, imitando lo que hizo hace un momento con su dedo. Gimió, y sus manos
se deslizaron alrededor de mi cintura, acercándome un poco, y elevándome
hasta que nuestros cuerpos estuvieron presionados juntos. Nuestras lenguas se
tocaron, se separaron y se deslizaron juntas de nuevo.
—¿Qué pasa con el baklava? —murmuré cuando empezó a caminar
hacia atrás, lejos de la barra y hacia el futón.
—Nunca he oído hablar de el —susurró contra mi cuello.
Nos tumbamos en el futón, una maraña de brazos y piernas,
deslizándonos el uno contra el otro, frotándonos y retorciéndonos como si
pudiéramos, si nos esforzáramos lo suficiente, entrelazarnos lo bastante como
para convertirnos en una sola persona. Me costó trabajo introducir las manos
entre nosotros para tantear la hebilla de su cinturón. Él se subió el jersey por la
cabeza y yo me quité los zapatos. 181
Y entonces volvimos a besarnos, respirando el mismo aire, haciendo
coincidir cada roce de labios con semanas de anhelo acumulado. Y entonces me
di cuenta: Dylan era mío. Mío. Podía hacer lo que quisiera con él sin sentirme
culpable. Había luchado, había esperado y esta era mi recompensa.
Le puse una mano en el pecho y lo empujé contra el futón. Se quedó
inmóvil, mirándome fijamente, con sus ojos azules llenos de curiosidad.
Me levanté y agarré los lazos que me sujetaban el vestido. Tiré de ellas y
me quité las mangas. La tela me rodeó los pies y me dejó en bragas negras de
encaje y un sujetador a juego.
Era innegable la lujuria desnuda en los ojos de Dylan mientras me
miraba de arriba abajo. Estaba apoyado sobre los codos en el futón, mirándome
fijamente.
—¿Es como recordabas? —le pregunté, girando bajo la luz de las velas
parpadeantes.
—No —contestó—. Tu ropa interior no era ni la mitad de interesante
cuando tenías dieciocho años.
Introduje los dedos por debajo del encaje que cubría las copas del
sujetador y los pasé por el borde, atrapando uno y luego el otro en mis pezones,
que se habían endurecido hasta convertirse en protuberancias bajo la atenta
mirada de Dylan. —¿Eso es todo? —Me incliné hacia adelante mientras la parte
superior de mis pechos aparecían sobre el encaje.
Escuché un jadeo desde la cama. —Mi memoria no es tan buena, Tess.
—Eso es categóricamente falso, Chico Teléfono.
Una risa estallo de sus labios. —¿Chico Teléfono? —Y luego sonrió—.
Ah, eso. Bueno. Esos recuerdos ciertamente no pueden igualar la realidad.
—Entonces, tenemos que actualizarlos —respondí y me coloqué de
rodillas sobre el colchón, a horcadas sobre él. Sus manos fueron a mis caderas, y
luego las deslizó hasta mis pechos en tanto me inclinaba sobre él, moliendo mis
caderas contra las suyas. La T de plata colgaba entre nosotros, brillando bajo el
fuego de las velas—. ¿Memoria refrescada? —bromeé.
—Un poco. —Sus pulgares rozaron mis pezones, facilitando aún más que
mis pechos salieran del sujetador—. Dios, eres hermosa, Tess.
—Sigue diciendo eso.
—Siempre lo digo en serio. —Se levantó sobre sus codos y tomó uno de
mis pezones en su boca, haciendo cosas con su lengua que el Dylan de
dieciocho años de edad probablemente ni siquiera imaginó. Se intensificó el
dolor palpitante entre mis piernas, y moví mis caderas contra él, sintiendo su
erección a través de las capas de ropa que todavía llevaba.
182
—¿Sabes lo que nunca llegué a hacer hace dos años? —pregunté, y luego,
sin esperar una respuesta, me deslicé hacia abajo, bajando sus pantalones y
calzoncillos. Cuando estuvo desnudo, tomé su pene en mis manos, envolviendo
los dedos alrededor de la base, tirando ligeramente, deslizando las manos hacia
arriba y hacia abajo en una forma provocadora. Luego me acerqué y lo llevé a
mi boca.
—Tess... —dijo entre dientes, sus manos en mi cabello, entre los
mechones sin tirarlo ni aplicando presión.
Me encantaba la sensación de él en mi boca, grueso y pesado, el sabor
ligeramente salado, pero apenas empezaba cuando me arrastró contra él y me
besó con fuerza, con hambre. Sus manos se deslizaron por mi espalda para
desabrochar mi sujetador, luego fueron a mi cintura y empujó mis bragas hacia
abajo. Dylan rodó dejándome debajo suyo, sacando la última de mis prendas
hasta que estuve tan desnuda como él. Luego se detuvo, mirándome bajo la luz
parpadeante. Las velas hacían cosas extrañas a sus facciones, iluminando los
planos de su rostro en sombras duras, con un brillo dorado. Sus ojos parecían
brillar con la luz, y su mirada adquirió mayor reverencia, como si estuviera
viendo una obra de arte en una catedral.
—La última vez que te vi así —susurró, deslizando cuatro de sus dedos
por mi torso—, fue bajo los rayos del sol de mi ventana. Esta vez te ves como
una pintura... —Levantó su rostro al mío y nuestros ojos se encontraron.
—No soy una pintura —dije, extendiendo mi mano a su mejilla—. No
soy un recuerdo.
—Quiero tenerte bajo cada luz, la luz solar, la luz de las velas, el
atardecer…
—Voy a tener que vetar la luz fluorescente —bromeé.
Me besó suavemente, y luego más enérgicamente. Su mano se deslizó
entre mis piernas, tentativamente, dando vueltas, acariciando, en tanto me
arqueaba en sus brazos, moviendo mis caderas contra su presión cuando la
necesidad amenazó con abrumarme.
Fue al baño por un condón y cuando volvió me encontraba de rodillas en
el futón, esperándolo.
—Tess…
Lo detuve con un dedo sobre sus labios. —No digas que soy hermosa
otra vez.
—Iba a decir que eres brillante. 183
—Eso es mejor. —Se arrodilló delante mío, nuestros pechos contactando,
las manos entrelazadas.
—Iba a decir que siento que nos tomara tanto tiempo regresar aquí.
—Mmm. —Me incliné para saborear su clavícula, su garganta.
—Iba a decir que si no estoy dentro de ti en los próximos cinco segundos,
podría estallar.
Lo empujé hacia abajo. —No podemos permitir una explosión —dije—.
Podría destruir el baklava.
Segundos más tarde me encontraba sobre él, jadeando en tanto me
llenaba, deteniéndome por un momento para mirarlo. Se irguió nuevamente,
ahuecando mis senos en cada mano, depositando un beso en uno y luego en el
otro y entonces, por fin, levantando su boca hacia la mía.
Nos besamos y comenzamos a movernos, separándonos y estrellándonos
juntos, cada vez más cerca, los años de separación desintegrándose con cada
embiste. Vi la tensión en su cara, en sus brazos, y me volví salvaje. Quería
hacerle perder el control. Empujé sus manos sobre su cabeza y moví las caderas
contra él, la cadena de plata alrededor de mi garganta golpeando rítmicamente
contra mi pecho, hasta que mi nombre en los labios de Dylan se convirtió en un
canto, una súplica, un grito primitivo, hasta que el dolor tenso dentro de mí se
liberó y estallé a su alrededor, mi orgasmo estimulando el suyo.
Me penetró una vez más, tan profundo, tan duro, que casi dolía, y me
desplomé sobre su pecho, nuestros corazones latiendo frenéticamente contra el
pecho del otro, nuestras respiraciones jadeantes.
Finalmente, desplacé mis dedos por su frente húmeda. —Entonces...
—¿Entonces? —Sonrió.
—¿Sobre ese baklava?

Comimos en la cama, a la luz de las velas, todavía desnudos, lo que hizo


más fácil lamer las gotas de miel de nuestra piel cuando terminamos. Y
entonces, cuando terminó con la miel, decidió seguir lamiendo el resto de mi
cuerpo.
Después de recuperarme, me acomodó en sus brazos.
—Bueno, eso no ha cambiado —le dije soñolienta.
184
—Siento oír eso. Pensé que había mejorado en dos años.
Sentía mis músculos tensarse ante el recordatorio y recé que no se diera
cuenta. No quería pensar en él haciendo esto con otras mujeres. Con Hannah.
—Bueno, es difícil mejorar la perfección —dije.
—La adulación, Tess —dijo mientras rodaba encima de mí y se deslizaba
dentro—, te llevará a todas partes.
Después de eso, nos quedamos dormidos, saciados, todavía enredados el
uno con el otro bajo las sabanas del futón. En algún momento de la noche, lo
sentí levantarse para apagar las velas y taparnos con un edredón más abrigado.
Entonces me tomó en sus brazos otra vez y caí en un sueño tan profundo que ni
siquiera soñé.
Cuando mis ojos se abrieron a la mañana siguiente, la luz gris de
noviembre ya asomaba a través de las ventanas. Rodé para encontrarme con la
sonrisa soñolienta de Dylan.
—Hola —dije, acurrucándome contra él.
Sus brazos me rodearon. —Ojalá hoy no tuviera que regresar a casa.
—Ojalá.
Se apoyó en su codo y me miró. —¿Cuáles son las posibilidades de que te
quedes aquí, desnuda, todo el tiempo que esté allá?
—¿Casi ninguna? —contesté, estirándome. Sus pupilas se dilataron y
sonreí en señal de triunfo—. Tengo cosas que hacer, señor Kingsley. Informes
que escribir. Trabajos que solicitar, al parecer.
—Cierto. Me aseguraré de remitir toda la información. Dios, pasar el
verano contigo otra vez...
Me reí y sacudí la cabeza. Verano, invierno, no importaba. Estaría con él.
Extendió la mano para trazar la T descansando sobre mi esternón.
—Me alegra que te guste.
—Me encanta. —Corrí mis dedos por sus brazos cuando tomó la joya en
su mano—. ¿Dónde encontraste algo tan perfecto?
Se quedó en silencio un segundo, y cuando habló, su tono era suave, casi
de confesión: —Lo mandé a hacer, en realidad.
—¿En una semana? —pregunté impresionada—. Acabas de enterarte
cuando es mi cumpleaños.
Su sonrisa se desvaneció. —No. Lo tengo desde hace dos años, después
de que llegué a casa de Cornell. —Dejó caer el dije en mi piel—. Un primo mío
hace piezas de orfebrería. Yo… quería darte algo. Pero nunca volví a verte.
Lo miré a los ojos. —Lo siento, Dylan. 185
—No lo sientas —respondió, sonriendo—. La espera valió la pena.
Siempre vale la pena por ti, Tess.
Cerré los ojos y me acurruqué cerca de su hombro. Esto era real. Esto era
muy real. —¿Y lo has guardado durante todo este tiempo?
—Supongo que una parte de mí nunca se rindió. Nunca lo hará. No me
importa cuánto tuvimos que esperar, no me importa lo que tuvimos que pasar
para llegar hasta aquí. Te amo, Tess. Toda mi vida, te he amado.
Respiré profundo, como si pudiera atraer sus palabras a mis pulmones y
alma. —Yo también te amo —susurré.
Nos duchamos y vestimos. Entonces esperé mientras Dylan empacaba
sus cosas para el viaje a casa en Pennsylvania. Comimos el resto del baklava
para desayunar y Dylan me dejó en casa en tanto emprendía su camino para
salir de la ciudad. Hablamos de lo que teníamos que hacer para terminar
nuestro proyecto antes de la fecha de entrega, y qué medidas tendríamos que
tomar para aplicar para la pasantía en Colorado. Hablamos de los planes para
nuestro futuro.
Realmente creía que teníamos uno.
22
Traducido por Annie D & Jeyly Carstairs
Corregido por SammyD

Las siguientes semanas pasaron en un borrón de clases, estudiando y con


los preparativos finales del simposio. Mis días fueron pasados trabajando y
leyendo al lado de Dylan, la mayor parte de mis noches en sus brazos. Mi
mamá ni siquiera se molestó en darme una mirada en las pocas veces que
terminamos en nuestro apartamento al mismo tiempo. Sabía que mi cama se
encontraba vacía la mayoría de las noches, pero apenas tenía la autoridad moral
para ordenarme. A diferencia de ella, dormía con un novio monógamo. A
diferencia de ella, era muy cuidadosa.
Porque pasaba tan poco tiempo en casa, apenas vi a mi padre, lo que se
hallaba bien para mí. Cada vez que nos encontrábamos, pensaba en Hannah. 186
Quería preguntarle cómo se encontraba. ¿Cómo se hallaba su tiroides? ¿Cómo
estaba su corazón? ¿Su ruptura con Dylan todavía dolía? Pero por supuesto, no
lo hice.
—Tu madre me dice que tienes un novio —me dijo una vez que doblaba
la ropa en el sofá. Fue un momento raro para nosotros dos para estar a solas.
Papá rara vez venía a menos que fuera para pasar el rato con mi madre—.
¿Cómo va eso?
—Bien. —Esperaba que mamá no le hubiera dicho que el nombre del
novio era Dylan—. Es de tercer año en Canton, como yo.
—Eso está bien —dudó—. Tu mamá dice que es muy educado. Espero
que te trate bien.
Este era un momento en el que un padre normal le diría a su hija que
quería conocer a este hombre que perseguía a su niña. Pero por supuesto, eso se
hallaba fuera de lugar para nosotros.
—Me trata bien —respondí con frialdad—. Estoy en una relación
comprometida y monógama con un hombre que no me miente ni a mí ni a
nadie más. Es todo lo que puedo pedir.
Papá no se molestó en responder a mi comentario, y no lo vi de nuevo
durante más de una semana.
Sabía que no podía durar para siempre. Con el tiempo tendría que
decirle a papá que era el nombre de Dylan. Tal vez y cuando me dieran el
trabajo en Colorado durante el verano y tuviera que informar a mis padres que
estaría viviendo con mi novio. Tal vez sí, el próximo otoño, decidíamos
continuar el arreglo de un apartamento fuera del campus aquí en Canton. Tal
vez en un par de años en el camino, si las cosas se ponían realmente serias. Si
nos casábamos.
Probablemente no debería adelantarme.
Pero algún día, papá tendría que conocer al hombre de mi vida, ¿no?
¿Mis padres se molestaron en inventar reglas para eso?
Aun así, rara vez dejaba que pensamientos de mi padre o de Hannah se
entrometieran en la nueva felicidad que encontré en la compañía de Dylan.
Todo parecía más brillante ahora: mis turnos en Verde menos arduos, mi
trabajo escolar más sencillo de manejar, mi cuenta bancaria disminuyendo más
fácil de soportar. Incluso existían noches en las que salimos con amigos, Sylvia
decidió que lo amaba, e incluso Elaine era más amigable. Había tomado el ritmo
a sus clases, y su vena competitiva se calmó un poco. Finalmente me sentía
como si tuviera un grupo de amigos en el departamento de Bioingeniería, un
círculo social en Canton.
Dylan, por supuesto, era infinitamente optimista. En su mente, íbamos a 187
ganar el simposio, me conseguiría mi dinero, conseguiríamos puestos de trabajo
que coincidieran en Solarix y un promedio 4.0 los dos. Cada noche me decía que
me amaba y cada noche le repetía las palabras de vuelta a él, como si fuera una
especie de talismán contra un futuro incierto. Trataba de no pensar en lo que
pasaría si no resultaba de esa manera. Si no conseguía el trabajo, si no ganamos
el simposio, si mi mamá mencionaba el nombre de Dylan a mi padre y sumaba
dos y más dos...
Pero eso no fue lo que sucedió en absoluto.
Incluso después de que terminamos nuestro proyecto y lo entregamos
para la revisión departamental, el trabajo no disminuyó. Los exámenes finales
se encontraban sobre nosotros, y Dylan y yo pasábamos cada segundo libre
estudiando. Mi mamá se encontraba fuera hasta tarde en una reunión mensual
del salón de artes, y Dylan había venido al apartamento con comida china y
libros de texto. Y allí era donde estábamos (acurrucada en el sofá, Dylan en la
cocina buscando bebidas) cuando oí una llave en la puerta. Apenas tuve la
oportunidad de subir la mirada, cuando la puerta se abrió y allí se hallaba mi
padre en el umbral.
—Oh, hola Tess —dijo—. ¿Tu mamá…?
Debió haber algo terrible, algo indecible y aterrorizado en mi rostro,
porque su voz se detuvo como si le hubiera cambiado el canal. Y luego Dylan se
encontraba allí, sosteniendo dos vasos de agua, y miraba a mi padre.
—¿Señor Swift? —Era una pregunta sencilla. Así no más.
—Lo siento —dijo papá abruptamente—. Debo haberme equivocado de
casa. —Y luego se fue, la puerta haciendo clic detrás de él, nada perturbado y
todo hecho pedazos.
Mis nudillos se hallaban blancos mientras sostenía mi bolígrafo, y mi
lengua parecía congelada en el techo de mi boca. Mi cerebro giraba como
ruedas en una carretera helada, cincuenta mil revoluciones por minuto y ni un
solo pensamiento útil.
Dylan se giró hacia mí, su rostro contraído con confusión. —¿Conoces a
ese hombre?
—No —dijo una voz que sonaba como la mía. Me encontraba muy lejos,
cayendo en un agujero negro de reglas explotadas.
—Entró a tu casa.
—Apartamento. —Bajé la mirada al libro de texto en mi regazo—. Se
equivocó con el número de la puerta. Sucede mucho. Todas las puertas tienen el
mismo aspecto desde el exterior.
188
Cuando me atreví a subir la mirada de nuevo, parpadeaba hacia mí, aún
más perplejo. ¿Oyó a papá llamarme por mi nombre? ¿Preguntar por mi mamá?
Su cerebro científico revisaba los datos, tratando de encajar en mi hipótesis.
Sabía que nunca lo haría. —Pero ¿cómo entró?
—¿Eh? —Podría hacerme la tonta—. Debo haberme olvidado de cerrar la
puerta después de que entraste. —Recé para que no escuchara la llave de papá
tintineando en la cerradura.
—Se bloquea automáticamente.
Maldita sea. Confía en un genio como Dylan para notar un detalle como
ese.
Me encogí de hombros. No. No es correcto. Actuaba demasiado tranquila
para una chica que acababa de tener a un hombre extraño entrando a su casa.
Me levanté y crucé hacia la puerta, ruedas girando, ruedas girando. Di vuelta a
la cerradura, tiré de la cadena. —Oh, supongo que no se bloqueó. Se pega a
veces. Pedazo de basura.
Cuando me di la vuelta, Dylan había bajado los lentes a la mesa de café y
se acercó a mí. Retrocedí contra la puerta, deseando estar al otro lado de ella,
asustada de que viera las reglas rotas por todo mi rostro. Con toda certeza no
creía nada de lo que dije hasta ahora.
—Tess. —Había algo plano en su tono—. ¿No sabes quién es?
Tragué saliva. Sacudí la cabeza. —Nop. —Espera, tal vez debería decir que
sí. Es un cliente de mi mamá. Creo que lo vi una vez en la televisión. Una función de ex
alumnos...—. Estoy un poco asustada, es todo. Un tipo acaba entrar en mi casa.
—Los ladrones no llevan trajes de tres piezas.
—Realmente no evalué lo que usaba.
Dylan sacudía su cabeza hacia mí, muy lentamente, como si algo (Dios,
por favor, que no sea la verdad) se solucionara en su cabeza.
—Ese es el padre de mi novia.
Mi aliento se atascó en la garganta. —Yo soy tu novia.
Me miró fijamente, inmóvil, en silencio, y después de lo que pareció una
eternidad, quitó su cabello de su frente. —Lo siento. Sí, quise decir ex. —Pero
tuvo razón la primera vez, también, aunque no lo sabía. Ese era el padre de su
novia—. Eso fue muy extraño para mí.
—Sí —respondí—. Para mí también. Fue a mi casa que algún extraño
acaba de entrar.
Y la cosa siguió rara durante la hora siguiente. Aunque estábamos
discutiendo las geometrías del transporte en estado inestable, podía ver 189
preguntas inconexas en los ojos de mi novio. Se preguntaba por qué Steven
Swift estaba en mi edificio, por qué acababa de entrar por la puerta.
Toda la comida china se había acabado cuando sonó el teléfono de
Dylan. Miró la pantalla.
—Es Hannah —dijo rotundamente.
Mi corazón dejó de bombear sangre a través de mi cuerpo. Era la única
explicación de cuan fría de repente me sentí.
—¿Aló?
Tan cerca cómo nos sentamos en el sofá, podía escuchar cada palabra que
le decía a Dylan. Lloraba.
—Lo siento mucho… No haría esto si tuviera cualquier otra opción…
—Hannah —dijo—. Cálmate.
—...No puedo hacer marchar el coche. Creo que la batería está muerta.
Mi mamá está fuera de la ciudad...
—¿Que sucede?
—Mi papá —sollozó—. Me acaban de llamar. Mi papá estuvo en un
accidente de coche.
Oh por Dios. Papá. Papi.
—Bien. —La voz de Dylan sonaba muy lejos, pero su tono era cálido,
como una manta—. Va a estar bien. Estoy en camino. Te llevaré al hospital.
Sin darme cuenta, asentí con la cabeza. Estaría bien. Me llevaría al hospital.
Colgó el teléfono y me miró. —Esto se pone cada vez más raro. El papá
de Hannah tuvo un accidente de coche. Debió haber sido después de que se fue
de aquí.
Tragué saliva. ¿Cómo que tal vez se encontraba tan angustiado al ver a
Dylan en el apartamento que tuvo un accidente? Si es así, entonces era mi culpa.
Mi culpa que no le advertí de antemano que mi nuevo novio era el ex de su
verdadera hija. Mi culpa por romper las reglas tan completamente que cayó
sobre su cabeza.
—Llévame contigo —espeté.
—¿Qué? —Sacudió la cabeza, distraído—. No, Tess. Solo voy a llevar a
Hannah al hospital para que pueda estar con su padre.
Allí se encontraba mi cabeza de nuevo, asintiendo como si todo tuviera
sentido. —Sí. Llévame contigo. —Y necesitaba a escribirle a mamá. Nos podría
encontrar allí.
190
—No —repitió—. Eso es ridículo.
La realidad se estrelló contra mí. Por supuesto. Por supuesto que era
ridículo. Mi madre y yo no podíamos visitar a papá en el hospital, no más de lo
que podíamos visitarlo en el trabajo o en su casa. No éramos la familia que
podría estar al lado de su cama. Bajé la cabeza, con mi rostro ardiendo con
vergüenza. Cierto, cierto. Mi novio podría ir a estar con mi padre en este
momento, pero yo no. Nunca yo.
Dylan fruncía el ceño, malinterpretando completamente la expresión de
angustia que sin duda adornaba mi rostro.
—No compliques las cosas, Tess. Le estoy dando un aventón al hospital.
Hannah y yo hemos terminado. Vamos, no eres del tipo celoso.
—¿Oh? —Me burlé, porque de lo contrario me pondría a llorar—. Nunca
he estado más celosa de Hannah en mi vida.
Sus cejas se fruncieron, pero luego, por segunda vez en el día, suspiró y
sacudió su cabeza. —No tengo tiempo para hablar de esto ahora. Estás siendo
cruel. Tengo que ir a llevar a Hannah al hospital. —Agarró sus cosas y se fue.
Me dejé caer en el sofá. No era cruel. Cruel sería resentir a Hannah por
todo lo que le dieron toda su vida. Cruel sería resentirla ahora mismo por tener
a Dylan a su lado mientras iba a ver a nuestro padre.
No podía hacerme a la idea de que yo había tenido algo que ver con el
accidente. Yo tenía la culpa. Si hubiera avisado a papá con antelación de que
salía con Dylan, si me hubiera asegurado de echar el cerrojo a la puerta para
que no nos descubriera.... Habíamos sido tan cuidadosos todos estos años que
nadie, ni siquiera amigas de la infancia como Sylvia y Annabel, sabía que el
famoso Steven Swift era mi padre. Había una razón por la que rara vez recibía
gente en casa. Y tampoco había razón para que papá sospechara que hoy traería
a Dylan. Por acuerdo mutuo y tácito, habíamos estado evitándonos desde
nuestro último intercambio de palabras.
Oh, Dios. Esperaba que no fuera nuestro último. Hannah lloraba, pero no
dio ninguna indicación de lo graves que eran las lesiones de papá.
Me puse de pie y comencé a caminar de un lado a otro por el suelo.
Llamé a mamá, pero no hubo respuesta. O bien olvidó su teléfono en su coche o
lo ignoraba durante el salón. Ambos, para mamá, se encontraban a la par para
el curso. Le envié un mensaje.
Papá se encuentra en el hospital. Accidente de coche. Esperando por
más información.
Podríamos esperar eternamente. No había ningún plan para hacer frente
a situaciones como ésta. La mejor fuente de información que tenía era Dylan, y
él pensaba que me estaba comportando como una mocosa. Tal vez si hubiera 191
hablado con mi madre, ella me habría hecho retroceder de la cornisa. Quizá me
habría explicado que ella y papá se habían preparado para lo que pasaría si él
resultaba herido. Tal vez mi madre estuviera en algún lugar del árbol telefónico
de su despacho, en un apartado inocuo y discreto.
Pero solo podía pensar en las últimas palabras que le había lanzado a mi
padre. Solo podía pensar en el susto, en el horror absoluto de su cara cuando
vio a Dylan dentro de nuestro apartamento. Lo único en lo que podía pensar
era en que, por muy jodida que fuera la relación que nos habíamos visto
obligados a mantener, él seguía siendo mi padre.
Dylan se había ido a recoger a Hannah. Si me iba ahora, podría ser capaz
de llegar antes al hospital.
No me di tiempo para pensar, solo corrí hacia el coche y conduje.
No vi el coche de Dylan en el estacionamiento, ni un BMW plateado que
significaba que Hannah consiguió que el suyo prendiera. Prácticamente corrí a
la sala de emergencia, luego hasta la recepción.
—¿Steven Swift? —les jadeé.
La enfermera en el mostrador asintió a la pantalla de su ordenador.
—¿Es familiar? —preguntó suavemente, sin subir siquiera la mirada.
—Sí. —De alguna manera, esperaba que la palabra se ahogara en mi
garganta. Esta era la regla más importante de todas, y la rompí. Pero la
enfermera no pidió prueba, ni identificación. No exigió saber sobre nuestra
relación. Ni siquiera pareció importarle. Escribí mi nombre en una hoja y seguí
sus instrucciones en el pasillo.
Papá dormía en la cama. Su rostro se hallaba magullado gravemente, y
los restos de sangre se embarraban en su cabello y a lo largo de las curvas de su
oreja. Uno de sus brazos lo envolvían vendas, y el otro se ataba a su pecho.
Debería irme. No se iba a morir esta noche. Parecía herido, pero bien. Ni
siquiera se encontraba conectado a un monitor de frecuencia cardiaca ni nada.
Ninguna máquina sonaba cerca de su cama. Ninguna intravenosa metida en su
brazo. Debería irme. Podríamos verlo más tarde. Podría disculparme en otro
momento.
En su lugar, me acerqué con cautela, como tratando de sorprender a un
animal salvaje. —¿Papá? —susurré.
Sus párpados se abrieron. —Tess —me dijo con voz ronca. Sus ojos
parecían desenfocados, probablemente por los medicamentos para el dolor. Eso
era el por qué querían a Hannah aquí. No como una vigilia de noche. Solo para
recoger a su padre. Era una tontería haber venido. Tonto y peligroso. Hannah y
Dylan podrían aparecer en cualquier momento. 192
—Lo siento mucho, papá. Debería haberte advertido sobre...
—¿Qué haces aquí? —Su voz era poco clara, pero su tono era uno que
había oído antes. Esto iba en contra de las reglas. Esto iba todo, todo contra las
reglas.
—¡Vine a verte! —Las lágrimas nublaron mis ojos—. Me preocupaba que
estuvieras muy malherido. Cuando Dylan se enteró de que estuviste en un
accidente...
—Tienes que irte, Tess —dijo—. No puedes estar aquí. No eres familia.
Lo soy, quería gritar, como un niño petulante. Limpié sin éxito mis ojos,
esperando que estuviera ido así no sería capaz de ver.
—Lo aprecio —continuó—. Más de lo que sabes. Pero no puedes estar
aquí. Ve a casa, Tess. Te llamaré cuando pueda.
¿Fue eso lo que le dijo a mi madre? ¿Te llamaré cuando pueda? ¿Te dejaré
ser una parte de mi vida cuando pueda?
A veces no quería ser su hija. No quería quedarme sentada en casa, de
brazos cruzados, mientras su verdadera hija iba a verlo a la cama del hospital.
Tal vez eso fuera suficiente para mi madre, pero nunca lo sería para mí.
—Papi —susurré, y mi voz se rompió en la última silaba—. Por favor.
Se giró hacia mí y vi, por el dolor que arrugaba sus facciones, lo mucho
que le costaba hacerlo. —Ve a casa ahora, Tess —dijo firmemente—. Lo digo en
serio.
Me di la vuelta y salí corriendo del cuarto.
Apenas podía ver a dónde iba, pero casi llegaba a la salida cuando las
puertas automáticas se abrieron y Dylan y Hannah entraron. Su sedoso cabello
rubio estaba liso y brillante. Tenía un pañuelo de colores envuelto alrededor de
su cuello, y las solapas de su caro abrigo blanco de lana sobresalían como las
alas de un ángel. No se tomaban de la mano ni se abrazaban, pero toda la
atención de Dylan se encontraba en ella. Me detuve en seco.
Lo mismo hizo Hannah. —¿Qué hace ella aquí? —me espetó. Eran las
mismas palabras que utilizó nuestro padre. Tenían razón. ¿Qué hacía aquí? ¿Por
qué vine?
Dylan se giró hacia Hannah. —Ve a ver a tu papá. Ya estaré allí.
Pasó a mi lado, majestuosa y furiosa, hasta la recepción.
La mano de Dylan se hallaba en mi codo. —Ven conmigo. —Me llevó por
las grandes puertas, hacia el área de recepción frente al hospital, donde había
un amplio espacio cubierto con un toldo y lleno de plantas en macetas y bancos
de parque. Allí soltó mi brazo y retrocedió dos pasos. 193
Me rodeé con los brazos en busca de calor, de comodidad, de protección,
pero nada podía protegerme de la expresión en su rostro. Estaba desconcertado,
enojado, perdido.
—¿Qué demonios, Tess? ¿Te has vuelto loca?
No dije nada.
—Te dije que te quedaras en casa. Llevaba a una amiga al hospital. Eso es
todo. No fuimos a una cita. No tuvimos una conexión sexual. —Nunca lo oí
enojado conmigo. Ni siquiera en ese último correo electrónico que me envió,
cuando lo abandoné después de Cornell. Ni siquiera cuando me dijo como le
rompí el corazón. Ni siquiera cuando huí de él en la fiesta de la fraternidad.
—¿Y bien? —insistió.
No hice ninguna declaración en mi defensa.
—Será mejor que me digas lo que pasa en este momento. Me estás
asustando.
No existía nada que pudiera decir. La mentira que creía (que vine porque
pensé que iba a reconciliarse con Hannah si no me hallaba aquí para detenerlo)
era horrible. La verdad era imposible. No existía nada en el medio. No tuve un
repentino anhelo de convertirme en una trabajadora voluntaria. No tenía un
vecino que resbaló en el baño y necesitó transporte a la sala de emergencias.
Sacudió la cabeza con incredulidad. —¿Qué pasa, Tess?
Encontré mi lengua finalmente. —¿Le dijiste a Hannah que vimos a su
padre esta noche?
Me miró asombrado.
—No… no parecía… —Se fue apagando, su expresión cada vez más
confundida.
Giré y me alejé de las puertas, lejos de la luz de la zona de carga. En el
camino todo se encontraba oscuro y silencioso. Seguro. Había otro banco allí,
lejos de la entrada. Una urna de piedra llena de colillas de cigarrillos en la base.
Ese tenía que ser el lugar donde los empleados iban a fumar.
Dylan me alcanzó. Sentí su mano en mi brazo. Miré a sus ojos azules
ardiendo con preguntas. Llevaba sus gafas. Era mío.
No me tomé tiempo para pensar. No me tomé tiempo para respirar.
Hablé antes de que pudiera detenerme. —Steven Swift es mi padre.
Nunca dije esas palabras en voz alta. Esperaba el estruendo de un trueno,
una bocanada de azufre, pero la Tierra se mantuvo estable por debajo de mis
pies. Mi corazón no dejó de latir. Entonces vi el rostro de Dylan. Se veía tan
sorprendido que tenía miedo de que sus gafas pudieran caer de su nariz.
194
—Es mi padre —repetí—. Hannah es mi hermana. No lo sabe, pero lo es.
Un sonido estrangulado salió de Dylan entonces. Seguí delante de todos
modos.
—Es por eso que fue a nuestro apartamento esta noche. Para ver a mi
mamá.
—Tu madre… y el señor Swift…
Pero no daba una conferencia de prensa. No me encontraba aquí para
responder preguntas. —Nadie sabe sobre mí. Nadie puede saber.
Excepto que acababa de decirle a Dylan. Acababa de romper todas las
reglas que tenía.
Me miró un minuto, silencioso por la sorpresa. —Tú… ¿sabías que salía
con tu hermana?
Sacudí la cabeza de arriba a abajo en algo parecido a un asentimiento.
—Es eso… No es eso por lo que tú…
—¡No! —grité—. Por supuesto que no. —Quería decir el mantra que me
repetí durante esa terrible semana de espera. Estuvimos juntos primero. Estuvimos
juntos primero. Pero de repente sonaba vacío en mis oídos. Di un paso adelante y
coloqué una mano sobre su pecho—. Dylan, te amo.
Retrocedió como si lo hubiera golpeado. —Me mentiste.
Mi mano cayó inútilmente a mi lado.
—Me has mentido todo este tiempo. Cada vez que hablé de Hannah,
cada vez que hablé de su familia… —Un estremecimiento pareció recorrerlo—.
Me mentiste como si no fuera nada.
Tenía frío y calor a la vez. Un gigantesco trozo de plomo caliente parecía
haberse instalado en mis pulmones, escaldando mi aliento, abrasando mi
garganta, sangrando por mis ojos. —Tuve que hacerlo.
—Nunca te he mentido —respondió—. Nunca.
—No entiendes…
—¡Nunca me diste la oportunidad! —Sus ojos eran como el hielo, tan
gélidos y distantes que podría haber estado mirando un glaciar—. Me dejaste
creer... Maldición, Tess. Son hermanas. Eso es…
—¿Qué? —dije con voz ronca—. ¿En contra de las reglas?
—Sí, normalmente —contestó, como si eso debiera ser obvio—. No sé
qué pensar. Nadie nunca me ha mentido así. No sé qué creer.
—Acabo de decirte todo.
195
—¿Sí? Has estado mintiendo sobre quién eres…
—¡No! —dije, con el corazón roto—. Siempre has sabido quién soy. —Su
compañera de laboratorio, su primer amante, la chica en la que pensó durante
dos años… No era solamente el secretito sucio de Steven Swift. No era solo el
producto de una larga cadena de mentiras de mis padres.
Pero ahora todo eso desapareció. Lo pude ver en su rostro.
Lanzó una larga mirada hacia atrás a las puertas del hospital.
—Creo que deberías ir a casa. El señor… —Dudó un segundo, como si
estuviera decidiendo si debía llamarlo o no mi padre—. Las lesiones del señor
Swift no son tan graves. Hannah dice que le dijeron por teléfono que le darán
de alta en la mañana.
—Dylan…
—También deberías avisarle a tu madre, supongo —añadió—. No puedo
creer que diga esto. Yo… yo probablemente debería volver con Hannah.
—Por favor —le dije—. No puedes decirle. No puedes decirle a nadie.
Me miró, tanto tiempo y con tanto ímpetu que pensé que iba a fundirme
bajo la intensidad de su mirada. Las gafas se encontraban allí, pero ya no era
mío.
—Sí, Tess —dijo al fin—. También me has convertido en un mentiroso.
Y eso, me di cuenta, era lo peor de todo.

196
23
Traducido por Eli Hart & Vane’
Corregido por Jasiel Odair

Mi padre regresó a casa del hospital al día siguiente, pero debido a su


brazo roto, pasaría un tiempo antes de que pudiera ir a nuestro apartamento.
Mi madre logró encontrarlo para el almuerzo, pero yo no lo vi, un hecho con el
que pensé que todos estábamos bien.
—¿Está muy enojado? —le pregunté a ella.
Se encogió de hombros.
—¿Eso significa que sí?
Otra vez, se encogió de hombros.
197
—Tu padre y yo no estamos de acuerdo en esto. Él se encontraba en el
hospital. Por supuesto que querías verlo.
Excepto que no me visitó cuando tenía ocho y me extrajeron el apéndice.
Para papá, los viajes al hospital no eran una excusa para romper las reglas. Pero
no le señalé esto a mamá. Solo me encontraba feliz de que estuviera de mi lado
una vez. De hecho nunca la vi no estar de acuerdo con él.
Lo que me hizo preguntarme lo molesto que estaría por Dylan, una vez
que las drogas se desvanecieran.
Tampoco vi a Dylan. Las clases del semestre habían terminado y ya
estábamos en el período de lectura, en el que nos pasábamos el día estudiando
para los próximos exámenes. Cuando Sylvia me envió un mensaje preguntando
si tenía turnos esta semana, le dije que redistribuyera mis horas entre algunos
de los otros camareros. Parecía entusiasmada con la idea, y yo necesitaba
estudiar. Sabía que Dylan también estaba enfrascado en sus libros, pero aun
así... No me llamó ni me mandó un correo electrónico.
Aunque para ser justos, yo tampoco. No estaba segura de lo que podía
decir. Las pocas veces que abrí el cuadro de redacción de mi correo electrónico,
lo único que se me ocurrió escribir fue algo que me aterrorizaba demasiado
como para ponerlo en palabras.
¿Rompimos?
Me pregunté si así fue como Dylan se sintió, luego de Cornell, cuando
me envió mensaje tras mensaje, correo tras correo y nunca respondí. Tal vez
Dylan pensó que el cambio era juego limpio. Que no hubiera contacto
significaba que se había acabado. Y yo era completamente capaz de captar el
mensaje más rápido que él entonces.
Excepto… que esa no era la forma de ser de Dylan. Yo era la que mentía,
la que pensaba que el silencio era mejor que el discurso.
El simposio se celebró dos días después del hospital. Cuando me
desperté por la mañana, había un mensaje de Dylan esperando.
Tess. Lamento no ir a buscarte ayer. Tuve una larga noche. He repasado
nuestras notas para la presentación pública. Espero que hayas hecho lo mismo.
Desafortunadamente mi mañana está muy atestada con grupos de estudio, pero
si quieres ensayar antes de esta noche, puedo encontrarte en el Laboratorio C de
Bioingeniería a las dos. Dylan.
El trozo de plomo donde antes vivía mi corazón tintineó al leer su nota.
Me puse la T al cuello. ¿Quería reunirme con él? ¿Realmente estaríamos
ensayando? ¿Estaría rompiendo conmigo? ¿Podría soportar ir al simposio con
esta pregunta rondándome la cabeza? ¿Podría incluso hacer una presentación a
su lado si me decía que habíamos terminado?
198
Dylan, me gustaría quedar antes, pero no para ensayar. Tess. Sí, de ninguna
manera podría enviar eso. ¿Y si pensaba que le hacía una proposición? Pulsé
Suprimir y empecé a teclear de nuevo.
No, creo que estoy preparada para lo que se me presente esta noche.
Ya está. Pulsé Enviar. Ojalá fuera verdad.

Llegué al simposio esa noche con mi madre. Me puse un vestido gris


elegante para la presentación, y me recogí el cabello en un moño francés que
creí que me hacía ver mayor e intelectual y mi mamá dijo que ve veía como una
“bibliotecaria sexy”. Pero cuando iba a quitarme los pasadores, me detuvo.
—Bibliotecaria sexy tal vez ayude con los jueces —señaló.
Esa era mi madre. Nunca dejaba que meses de duro trabajo y rigor
científico se interpongan en el camino del atractivo sexual a la antigua usanza.
Dylan ya estaba esperando en el auditorio, con un traje que le quedaba
tan bien que supe que debió de ser Hannah quien lo eligió y una corbata que
resaltaba los niveles de azul de sus ojos. Se me cayó el corazón al estómago
cuando me acerqué, temerosa de lo que pudiera ver en su expresión, pero me
recibió con una sonrisa suave y segura, y luego saludó a mi madre.
—Señora McMann —le dijo estrechándole la mano—, me alegro de que
pudiera venir esta noche con nosotros. Mis padres hubieran venido si vivieran
cerca.
—Por supuesto —dijo ella—. Pensé en advertirte una cosa, no puedo
prometer entender nada de lo que digas.
Se rio. —Solo aplauda cuando digamos “Gracias”.
Ella encontró su asiento, y Dylan regresó a mirar decididamente a la
multitud. Debía haber más de cien personas aquí hora, además todos los
estudiantes queriendo dar sus presentaciones en el podio.
Barajé mis tarjetas de notas y me aclaré la garganta. —¿Listo?
—Veo que tu padre no se molestó en aparecer para verte ganar.
Me giré para mirarlo, pero aún no me miraba. —¿Se supone que eso sea
una broma?
Se giró hacia mí y debajo de su exterior pulcro, noté nerviosismo detrás
de sus ojos. —No, Tess, te prometo que nunca bromearía con algo así.
Antes de que pudiera pensar en una respuesta adecuada, empezaron las 199
presentaciones. Observé cada una de ellas con atención, comparando su ciencia
con el trabajo que Dylan y yo habíamos realizado. El estilo de las presentaciones
abarcaba desde la feria científica de secundaria, con carteles de aficionado,
hasta las brigadas hipster de gatitos cursis. Dylan y yo habíamos elegido una
presentación en PowerPoint sencilla y de estilo profesional, y cuando llegó
nuestro turno subimos al escenario del auditorio con notas y apuntes en la
mano.
Empecé presentándonos y exponiendo el tema y los antecedentes de
nuestro experimento. Para acompañar esta parte de nuestra presentación,
habíamos recopilado una serie de vídeos cortos y fotos sobre experimentos
similares relacionados con las algas y sus posibilidades de aplicación en el
campo de las energías renovables. Nuestro experimento en concreto examinaba
el potencial de los cambios a pequeña escala en la microestructura del flujo de
fluidos y sus aplicaciones para aumentar la eficiencia en la producción de algas
para biocombustible.
Dylan se hizo cargo de la parte de la charla y empezó a discutir los
parámetros de nuestro proyecto, y yo eché un vistazo a la pantalla que teníamos
detrás. Me quedé boquiabierta.
Donde habíamos colocado gráficos sencillos y limpios para trazar el
progreso de nuestros sujetos a lo largo de los experimentos, ahora había
imágenes tridimensionales detalladas como líneas onduladas de algas que
serpenteaban arriba y abajo por las líneas numéricas al ritmo de las palabras de
Dylan. Me volví hacia él, estupefacta.
Me lanzó una mirada y siguió hablando. Nuestra presentación mejorada
continuó mientras él hablaba de los avances y retrocesos a lo largo de nuestras
semanas de trabajo y de cómo nos habíamos basado en el estudio que habíamos
realizado en Cornell.
Una vez más me tocó a mí y, tragándome mi sorpresa, empecé a relatar a
la asamblea los lugares en los que nuestros hallazgos coincidían y divergían de
los resultados esperados. Un rápido vistazo a la pantalla mostró imágenes
animadas que coincidían con mis explicaciones. El público estaba fascinado, no
tanto por el apasionante mundo del crecimiento de las algas, sino por los
gráficos de nivel TED que habíamos traído.
—Y eso concluye la presentación —dijo Dylan al final—. Muchas gracias.
En algún lugar de la audiencia, mi mamá escuchó la pista para aplaudir.
Pero todos los demás también aplaudían, y no pude evitar sonreír, con alivio de
que ya se hubiera terminado.
Cuando bajamos del escenario, negué con la cabeza hacia él.
—¿Qué demonios fue eso? 200
Pero se encogió de hombros e ignoró mis codazos para salir al pasillo y
hablar mientras pasaban el resto de las presentaciones.
Pensé que tendríamos la oportunidad de hablar una vez terminada la
parte formal del simposio, pero pronto nos abordaron profesores y otros
curiosos llenos de preguntas. Pasamos media hora aclarando y defendiendo
nuestro trabajo, sobre todo ante los miembros del jurado de Canton Chem, que
se sorprendieron mucho de que hubiéramos elegido un tema ajeno a la
biomedicina.
—Arriesgado —dijo uno, escéptico.
—Valiente —corrigió otro.
No tuvimos ni un momento de intimidad hasta que el jurado se retiró a
discutir sus clasificaciones y comenzó la hora del cóctel. Pasé por alto las
bandejas de canapés y las copas de vino de plástico y localicé a mi compañero.
Estaba en plena conversación con Kathleen Hamilton, la vicepresidenta de
Canton Chem que había traído a Verde aquella vez. Estuvimos charlando unos
quince minutos antes de apartar a Dylan.
—Creo que es momento de que hablemos en privado —señaló mientras
yo lo llevaba a una esquina silenciosa.
—¿De dónde vinieron esos nuevos gráficos? —presioné—. ¿Ahora crees
que tienes rienda suelta para guardar secretos? ¡Casi me jodes allá arriba!
—Ahora le debo un enorme favor a mi hermana gracias a esos gráficos —
dijo suspirando—. Tiene una maestría en animación y se la vivió conmigo en
Skype desde hace día y medio para lograr tenerlos a tiempo.
—¿Por qué? —pregunté—. Los gráficos que teníamos estaban bien.
—Bien no te hace ganar cinco mil dólares, Tess. —Me miró—. La última
vez que no tuviste dinero para Canton, te perdí dos años. No puedo volver a
arriesgarme a eso.
Fue como un trueno en mi corazón. Pensaba que me odiaba por mentir.
Pensaba que me evitaba porque se sentía traicionado. Pero en realidad estaba
pasando cada segundo libre asegurándose de que no perdiéramos. No sabía
qué decir. Simplemente extendí la mano y la puse sobre la suya.
—No me perderías —dije—. Ahora no.
Pero Dylan siguió como si no me hubiera escuchado. —Y sobre todo no
puedo dejar ganar a tu padre.
—¿Qué?
—Todo este tiempo pensé que tenías un padre imbécil, y por eso tenías 201
una beca escolar. Resulta que es verdad, solo que es más imbécil de lo que me
pude imaginar.
Lo miré con asombro. —Pensé que estabas enojado.
—¿Estás bromeando? Estoy furioso. —Bajo mi mano, su mano se había
cerrado en un puño—. Si mi padre no hubiera tenido que pasar varios días
fuera del trabajo para viajar hasta aquí, estaría sentado en esta audiencia ahora
mismo.
—Eso no es lo que quise decir.
—Sé lo que quisiste decir. Y ahora sé por qué sigues dudando de nuestro
futuro cada vez que tenemos una pelea tonta. Ni siquiera puedes contar con tu
propio padre.
—Eso no es…
—Tu papá se encuentra en la ciudad, es una multitud enorme, es ex
alumno de Canton e inversionista, nadie siquiera parpadearía si se presentara
esta noche, y sin embargo, tú y yo sabemos que nunca vendría.
—Estuvo en un accidente… —Me callé. Las palabras sonaron huecas en
mi boca. ¿Por qué seguía inventando excusas para él?
—¿Antes esperabas que viniera?
—No —admití.
—Tiene todo el dinero del mundo y no te dará nada para tu educación.
Estás trabajando todas las noches que puedes y además estás tratando de ganar
becas adicionales, y estás viviendo con tu madre y nada de esto es necesario. He
estado en la casa de tu padre. Él podía encontrar cinco mil dólares en los cojines
del sofá.
—Sí —dije—, pero el dinero de papá viene con las reglas de papá. Así fue
como terminé en la Estatal durante dos años.
—Así que es eso —dijo entre dientes—. Pensé que tal vez era así. ¿Por
qué no quiso que fueras a Canton?
—Demasiado caro.
—Mentiras.
Asentí. Sí, sí lo fue. Ya lo sabía, incluso a los dieciocho años.
—Sabes por qué.
Dylan no habló durante un rato. Entonces dijo: —Sabes, todavía seguías
sus reglas, incluso después de que viniste hasta aquí.
Sentí como si mi respiración hubiera salido de golpe de mi cuerpo. No,
quería gritarle. Estar contigo fue romper las reglas, robar el novio de Hannah. Ir al 202
hospital la otra noche fue romper las reglas. —Eso es diferente. Canton se trata de
mí, de lo que quiero de mi vida. Exponerlo... eso se trata de su vida.
—Eso es pura mierda —espetó Dylan—. Te ha hecho mentir toda tu vida
para proteger su dinero, y ni siquiera lo va a compartir contigo. Se aprovecha
de ti y de tu madre, de Hannah y su madre... —Apretó la mandíbula—. Es un
mentiroso, Tess. Y nos hizo mentirosos a ambos, para él. Se trata de nuestras
vidas, también.
Los panelistas volvieron al escenario, y las luces parpadearon, indicando
que estaban dispuestos a anunciar a los ganadores.
—Dime —me susurró Dylan al oído mientras el ruido de la multitud se
calmaba—. ¿Qué cosa mala te pasaría si la gente supiera tu secreto?
—Lo perdería. —Era la verdad. La única verdad tras vivir detrás de una
vida de mentiras—. Sé que no crees que es un buen padre, pero es el único que
tengo. —Vi a mi madre aproximándose, con una copa de vino en la mano. Me
miró. Mi madre, muy orgullosa de mí. Mi madre, tan débil—. Y ella también lo
perdería.
Dylan siguió el camino de mi mirada. —Está bien —dijo—. Solo puedes
tomar decisiones por ti misma, no por tu madre. Pero tal vez es hora de que tu
mamá también escoja un lado.
Hubo una erupción de retroalimentación mientras la doctora Cavel
jugueteaba con el micrófono, y todo el mundo se quedó en silencio.
—Quiero agradecerles a todos por su participación esta noche.
Mi madre había llegado a mi lado. Se inclinó.
—¿Es una de tus profesoras? Es muy bonita.
—Sí, mamá —respondí, rodando los ojos—. Además, tiene un doctorado
y una beca de investigación.
Por el rabillo de mi ojo, vi a Dylan ponerse rígido. Prácticamente podía
oír las piezas haciendo clic en su cerebro. Por fin comprendió por qué pensé que
era genial que pensara que yo era hermosa, pero no tan importante como todo
lo demás.
Pensé en qué haría mamá sin la ayuda de mi padre en la que apoyarse. Si
tendría que tomarse en serio su arte o los trabajos que aceptaba. Si tendría que
tomar en serio su arte o los puestos de trabajo que tomó. Pensé en la vez en que
ella había acordado con mi padre acerca de enviarme a la Estatal en lugar de
Canton. Y pensé en lo que había dicho el otro día, después de que mi padre
había salido del hospital, todavía enojada de que me hubiera atrevido a visitarlo
allí. Tu padre y yo no estamos de acuerdo sobre este asunto. Tal vez las cosas podrían
cambiar. 203
—Como ustedes saben —continuó la doctora Cavel—, el Simposio de
Diseño del Primer Semestre es una de las competencias más prestigiosas de los
estudiantes de Bioingeniería aquí en Canton, y estoy muy contenta de que la
cosecha de proyectos de este año haya sido una de las más competitivas e
impresionantes hasta la fecha. Cada estudiante que se ha presentado esta noche
debe estar muy orgulloso del trabajo que han logrado este semestre, y de sus
contribuciones a este campo, cada vez mayor. Estoy deseando ver lo que nos
traen en el nuevo año.
Hubo algunos aplausos.
—Y ahora, el momento que todos hemos estado esperando. El ganador
del simposio, y el destinatario del premio mayor de los cinco mil dólares es... —
Hizo una pausa. Respiré. Dylan me agarró la mano—. Elaine Sun, por su trabajo
en Selección de carga de dosis de nano partículas para células del cáncer de
próstata mediante los mini cuerpos de la PD36.
Todos los huesos de mi cuerpo se volvieron rígidos. Me desplomé. Mi
mano comenzó a sudar en la de Dylan. Habíamos perdido. ¿Habíamos perdido?
—Aplaude —susurró—. Ella es tu amiga.
Así que aplaudí. Las lágrimas quemaron mis ojos mientras aplaudía por
Elaine. Dio un paso en el escenario, su sonrisa más grande que alguna vez he
visto, para aceptar su placa y el sobre con su cheque. Ella y la doctora Cavel
sonrieron para las fotos.
Estaba feliz por ella. De verdad. Desde luego, no iba a estar tan dolida
como una perdedora, como ella había estado antes cuando Dylan la había
golpeado en su primer año. Elaine también había trabajado arduamente, y
merecía el reconocimiento por ello. Había jugado justo, también, dándonos todo
el tiempo en el laboratorio que habíamos necesitado, al final. No era su culpa
que hubiéramos perdido.
El doctor Yue vino detrás de nosotros. —Mejor suerte la próxima vez.
Fue una gran ceremonia, pero los biocombustibles son un hueso duro de roer
en Canton. La mitad de los miembros del jurado son de Chem y no les importa
una mierda nada que no puedan empaquetar en una píldora.
Asentí, tratando de parecer seria. Para la mayoría de los participantes,
esto era solo una decepción mayor. Oh, bien, una pequeña viñeta que no
pondrán en su currículo vitae. Luego volvían a estudiar para los exámenes
finales.
Por supuesto, era mucho más difícil estudiar para los exámenes finales si
todavía no estabas seguro de cómo pagar los libros.
Iba a tener que saltarme un semestre. Esa era la única opción. Podría 204
ocuparme de algunos trabajos, acumular algunas reservas en mi cuenta
bancaria, tal vez sostendrían mi beca. Tal vez podría sacar unos préstamos más.
Unos pocos más.
Los aplausos siguieron y siguieron, aumentando como una tormenta,
coincidiendo con el flujo de sangre en mis oídos.
—¿Quieres salir de aquí? —me estaba diciendo Dylan, pero apenas podía
distinguir las palabras.
Negué con la cabeza tristemente. No tenía tiempo para pasar el rato con
mi novio, tener largas conversaciones acerca de adónde iba todo esto. Esto no
iba a ninguna parte. Yo no iba a ninguna parte.
Me aparté de él, le murmuré a mi madre que la vería de vuelta en casa, y
salí de la sala. Estaba lloviendo ahora, congeladas gotas frías cayendo desde el
cielo. Me metí en mi coche, arranqué mi chaqueta del traje, y saqué hasta el
último maldito broche de mi pelo. La vestimenta genial no había hecho el truco,
y ninguno tenía a la bibliotecaria sexy o elegantes gráficos animados o ciencia
impecable. Si solo querían darle su premio a la Biomedicina, deberían haber
expresado eso en las reglas.
Estúpido Canton y su programa estúpido y caro, el mejor del país. Lo
odiaba. Me había arruinado. Todas las fantasías de Dylan sobre la pareja
científica poderosa se revelaron como lo que eran: sueños. No podía permitirme
Canton, ni siquiera con la beca académica. ¿Y Colorado? Ja. Necesitaría dos
trabajos este verano para salir del agujero que había cavado en un solo
semestre. Y aún tenía por delante el semestre de primavera, con nuevos libros,
nuevas tasas, nuevas facturas.
—Tres puestos de trabajo —murmuré a nadie en particular mientras salía
del campus. Siempre había tenido que luchar, ¿o no? Si hizo falta perder un
semestre de créditos, si hizo falta que me mudara con mi madre; había hecho
todo lo demás para estar en Canton. También podía ocuparme de tres trabajos.
Y no había mejor momento que el presente, ¿o sí? Había sido descuidada
con mis turnos en Verde recientemente, priorizando el estudio sobre mi trabajo.
Oh, ¿a quién quería engañar? Solo cuando llegaba la hora de estudiar con Dylan
dejaba de trabajar. Había pensado que si Dylan y yo trabajábamos lo suficiente,
ganaríamos el simposio y recuperaría todas las propinas perdidas de un
plumazo.
Bueno, era hora de afrontar los hechos. A las chicas como yo no nos
daban oportunidades así. No, éramos Sylvia, sirviendo mesas y actuando en
cafeterías del campus, sin salir nunca de esta ciudad para ir a Nueva York,
Nashville, Los Ángeles o dondequiera que las cantantes consiguieran trabajo
cantando. Éramos mi madre, que juraba amar el arte pero se conformaba con la
belleza. Podría tener Canton, pero no a menos que dejara que me desgastara. 205
¿Por qué perder el tiempo? Tenía tanto dinero que hacer y tan poco
tiempo para hacerlo. Tal vez necesitaban una mano extra en Verde esta noche.
Hice una vuelta en U y comencé a dirigirme al restaurante. A la mierda el hecho
de que había dejado mi uniforme en casa. ¿A quién le importaba que llevara
sandalias en lugar de la estándar edición de zapatillas de camarera? Había sido
idiota por esperar que mi vida en Canton fuera una fiesta sofisticada después
del simposio de ciencia. Tenía mesas y bebidas que servir.
Entré en Verde, y Sylvia corrió a mi lado.
—¿Qué haces aquí? —dijo en voz baja—. Te dije que no vinieras.
Hice una mueca. —No, dijiste que no me necesitabas esta semana. —
Verde fue decorado para las fiestas, con luces brillantes que colgaban hacia
abajo desde todos los árboles en el atrio.
—Esa fue una pista importante —respondió—. Ahora, fuera de aquí,
rápido, antes de que ella te vea.
—¿Quién? —pregunté, pero entonces la vi, con la espalda tiesa como un
palo en la cabina, con el pelo cayendo como oro líquido por su espalda.
Hannah.
24
Traducido por Josmary
Corregido por Victoria

—Ha venido y ha preguntado por ti desde ayer. —Sylvia se retorcía las


manos—. No puedo deshacerme de ella. Es amable y consume, y Bill dice que
no podemos negarle el servicio, a menos que haga una escena.
Repasé los reservados, hasta nuestra cliente. Verde estaba tranquilo esta
noche. Probablemente la mayoría de las personas estaban estudiando.
—Bueno —le dije—, ella es asidua.
Hannah me miró. No se movió. No sonrió. Se quedó sentada, como una
princesa a la espera de recibir a su público. Y que Dios me ayude, empecé a
acercarme. Me aferré a la bandeja como un talismán, como si eso pudiera 206
amortiguar lo peor de su ira. Nunca pretendí hacerle daño.
—Tess, no… —dijo Sylvia—, lo digo en serio. ¿Y si tiene un frasco de
ácido en su bolso?
La despedí con la mano, poco interesada en las teorías de Sylvia. Llegué
a la cabina. —Hola.
—Hola —respondió ella— ¿Quieres sentarte?
Me deslicé en el asiento frente a ella. Era extraño, estar tan cerca. Hannah
era más baja que yo y también más delgada. Su piel era una magnífica
combinación de melocotones con crema, su pelo era liso como la lluvia, y sus
ojos eran como mirarse en un espejo.
—Así que... —le dije—. Mi amiga cree que estás aquí para atacarme por
robarte a tu novio.
Allí estaba, una pequeña grieta en su pulida expresión aristocrática, pero
se había ido en un instante. —¿Y tú qué piensas?
—No lo sé. No tenía idea de que sabías que trabajaba aquí. —Y tampoco
estaba segura de cómo me hizo sentir. Había pasado la mayor parte de mi vida
creyendo que era totalmente vital que Hannah Swift nunca pensara en mí en
absoluto.
—Dylan me lo dijo. Habló mucho de ti. —Soltó una risita burlona—.
Debería haberlo sabido, ¿no? —Hizo un gesto hacia el camarero—. ¿Quieres
algo de beber? Tengo que pedir algo cada media hora o me echarán.
—¿Qué quieres de mí, Hannah?
Pero Hannah se limitó a sonreír a nuestro camarero, un tipo llamado
Phil, y pidió dos tés helados. Una vez que se fue, ella pasó una gran cantidad de
tiempo reordenando las servilletas en la mesa.
—Evidentemente has estado pasando el rato aquí, buscándome —
continué.
—No sé lo que quiero —dijo bruscamente, sin dejar de mirar hacia
abajo—. Quiero odiarte, supongo.
—Me parece justo.
—¿Verdad que sí? —Levantó la vista, una sonrisa triste en su rostro, pero
tan pronto como nuestros ojos se encontraron, se desvaneció—. Esos últimos
meses han sido terribles para mí, ¿sabes? No llegué a ninguna de las clases que
quería, suspendí totalmente mis calificaciones de mitad de período, tuve un
susto médico grande, y entonces una perra me robó a mi novio.
—Lo siento —le dije.
207
—¿Qué parte? —Arqueó las cejas.
—Todo. —Quería añadir algo sobre cómo me gustaría haber sabido que
ella estaba teniendo dificultades con sus calificaciones, porque realmente podría
haberla ayudado, pero por supuesto, no podía. No lo habría hecho. Las reglas.
Debería haberlo hecho.
Phil regresó con nuestros tés helados y un pequeño plato de limones, que
tanto Hannah, como yo alcanzamos a la vez. Nuestros nudillos se rozaron y
eché mi mano hacia atrás. Tomó dos rebanadas, luego empujó el plato hacia mí.
Atrapé el resto mientras mi pulso se aceleraba.
A Hannah también le gustaba ponerle limón a su té helado.
—Así que, sí —siguió, exprimiendo el limón en su bebida y mirándome
mientras yo hacía lo mismo—. Pero lo que esa cosa de la salud hizo fue hacerme
pensar en cómo, aunque la vida apesta a veces, debería apreciar las cosas que
tengo. Debería dejar mi costumbre de hacer enemigos. —Hizo una pausa—. E
incluso si quiero odiarla, probablemente debería, al menos, tratar de conocer a
mi hermana.
Me atraganté con mi té. —Tú… como lo supis...
—Dylan me lo dijo. La noche después del hospital. No te enojes.
—Me prometió…
—Básicamente hice que me lo dijera —explicó con calma—. Bueno,
básicamente lo adiviné, y él no es bueno mintiendo.
No, ciertamente no lo era. —Tú… ¿lo adivinaste?
Se quedó en silencio un largo rato, mirando hacia abajo a su té.
—Sabía que mi padre engañó a mi madre antes de que yo naciera. Mi
madre me lo contó una vez, hace mucho tiempo. Casi rompieron, pero luego
ella quedó embarazada.
Detente. Pensé hacia Hannah. Solo vuelve a odiarme.
—Pensé que eso era todo lo que había. Pero tú estabas allí en el hospital
esa noche. Cuando fui a ver a mi papá, que estaba tan fuera de sí por las drogas,
pensaba que todavía eras tú. Seguía diciendo que me fuera, pero me llamaba
Tess y seguía mencionando a alguien que supongo que es tu madre. Así que la
busqué en Google.
—¿La buscaste en Google?
—Puedo buscar cosas en Google, sabes. Simplemente no soy buena en
matemáticas. —Frunció el ceño—. Sabía su nombre. Me enteré de ella. Vi fotos
de su arte y reconocí algunas pinturas. Mi padre tiene algunas colgadas en su
oficina.
208
—¿Las tiene? —Eso no parecía propio él. No parecía propio de seguir las
reglas.
—Así que fui allí. ¿Sabes qué más tiene en su oficina? Yo sí, porque
exploré todo. Le dije a su secretaria que necesitaba unos registros de su médico.
En fin, encontré una foto tuya. Eras joven... ¿tal vez estabas en secundaria? Pero
te reconocí.
¡Eso definitivamente no parecía seguir las reglas! —Es en la que tengo
una cola de caballo desordenada.
—Y el grano en la nariz —terminó un poco demasiado alegremente—. Y
tus ojos. Los ojos de los Swift.
Cerré los ojos, incapaz de soportar la acusación en su rostro.
—Entonces, ¿qué harás, Tess?
Abrí los ojos, esos que eran tan parecidos a los de ella, y me encontré con
su mirada.
—Quiero odiarte, porque me robaste a Dylan. Quiero odiar a Dylan,
porque me dejó. Pero ustedes no están en la parte superior de la lista. En este
momento, quiero odiar a mi padre aún más.
Lo siento, no parecía lo suficientemente fuerte para lo que tenía que
decirle.
—Se suponía que no podía hablar contigo —le dije débilmente—. Nunca.
—Eso es ridículo —dijo—. No tienes idea de lo loco que me parece eso.
Las reglas sonaban locas dichas en voz alta. Recordé a Sylvia burlándose
de mí, aquí en este mismo restaurante, cuando me atreví a mencionarlas.
Revolví mi sorbete en mi bebida, mientras el silencio descendía entre
nosotras una vez más. Las reglas se rompieron en mil pedazos, pero no se sentía
para nada como pensé que se sentiría. ¿Dónde estaba la parte en la que Hannah
y yo nos abrazábamos y nos trenzábamos el pelo de cada una y chismeábamos
acerca de chicos… chicos con los cuales no habíamos dormido ambas?
—No estaba enamorada de él, sabes —dijo al fin—, me refiero a Dylan.
Pensé que sí, pero ahora sé que no podía ser, porque él no me correspondía.
Supongo que siempre estuvo enamorado de ti.
Aguardó, como esperando a que yo respondiera. Pero no pude. ¿Qué se
supone que debía hacer, emocionarme con esa confesión? Ya lo sabía, ya que
Dylan el honesto me lo había dicho. Y no estaba aquí para regodearme.
—Eso es lo que me dijo, sabes. Tan pronto como me di cuenta de que no
me dejó sin más, sino que me dejó por su compañera de laboratorio. Se disculpó
y me dijo que siempre había estado enamorado de ti. —Me miró, evaluando
cada centímetro—. Me pregunto si es por eso que salió conmigo... porque de 209
alguna manera, le recordaba a ti. Sin embargo, no creo que tengamos muchas
similitudes.
¿Esta chica rubia y reluciente y su hermana bastarda nerd de la ciencia?
En realidad no. —Te reconocí por tus ojos cuando nos conocimos —le dije al fin.
—Tú ya sabías lo que estabas buscando —espetó y tomó un sorbo de té—
. Pero no has respondido a mi pregunta.
—¿Qué pregunta?
—¿Qué harías si fueras yo?
Giré la pajita en mi té helado, bateando las rodajas de limón hasta que se
ahogaron. —No sé, Hannah. No tengo ni idea de lo que se siente ser tú. No
tengo ni idea de lo que es tener un padre que te miente todos los días. Papá…
—Se estremeció, y yo me removí. Sí, no estábamos listas para ponerlo así—. Tu
papá... me coloco en el papel de cómplice.
—¿Y en tu escenario yo soy la víctima?
—No es lo que quise decir…
—No, es justo —reconoció, luego frunció el ceño como si su té fuera
demasiado amargo—. Ya sé lo que voy a hacer.
Esperé.
—Me voy de la ciudad. No voy a volver a Cantón el próximo semestre.
Estoy a mitad de mi penúltimo año y todavía no puedo elegir una carrera.
Necesito irme por un tiempo, resolver algunas cosas. La escuela. Los chicos.
Familia…
Asentí en comprensión. —Eso suena... agradable.
—Sí —dijo—. Pensé que quizás Europa.
—¿Cómo vas a pagarlo? —Podría haberme cortado la lengua en cuanto
esas palabras salieron de mis labios.
Se me quedó mirando, entre divertida y compasiva. El abismo entre
nosotras era masivo. Hannah nunca se había preocupado por cómo iba a pagar
algo en su vida.
—Así que… eso es lo que estoy haciendo aquí —dijo en cambio—. En
parte.
—¿En parte? —No estaba segura de que quedara algo más, después de
esto, la conversación más extraña de mi vida.
—Me voy. Probablemente no te veré de nuevo por un tiempo. ¿Cuatro
meses? ¿Seis? Y ahora te odio mucho. Pero tal vez una vez que vuelva… —Se
río con burla para sí misma—. Una vez que me haya acostado con una cantidad
justa de nadadores españoles e instructores de esquí suizos y olvidado que ese
210
idiota de Dylan y tú están saliendo…
Casi solté el té por la nariz. Esta hermana mía era graciosa.
Apartó la vista, en la distancia. Y su voz bajó un par de niveles.
—Quizás estaremos listas para conocernos una a la otra. —Se encogió de
hombros—. Si quieres.
Pensé en las películas de terror de su página de Facebook. En los amigos
que Dylan decían que no la entendían. En la manera en que me hubiera gustado
donarle mi medula ósea si ella hubiera estado enferma.
—Sí —dije en voz baja mientras mi nariz me quemaba y mis ojos se
humedecían—. Me gustaría mucho.
—Está bien, entonces. —Dobló su servilleta de cóctel, luego la desplegó
de nuevo—. Eso es todo lo que vine a hacer... salvo, Dylan me dijo que estás
aquí con una beca, pero que no abarca todo.
—Sí. Bueno…
Sus bonitos labios rosados formaron una línea delgada.
—Papá va a pagar tu educación a partir de ahora.
—Ya no quiero vivir siguiendo sus reglas —le contesté. Fue más fácil de
lo que jamás pensé que sería. Dylan probablemente diría que fue así porque era
la verdad. El dinero de papá llegaba con las normas de papá, y ya estaba
cansada. Estaba aquí con mi hermana, y ella quería que lo intentáramos. ¿Qué
era el miedo a mi padre comparado con eso?
Hannah puso los ojos en blanco. —Estas no son sus reglas —dijo—, son
las mías. Fui a verlo y le dije que lo sabía. Le dije que a menos que te apoyara en
la escuela como me apoyó a mí, le diría a mi madre que tuvo una hija con su
amante. —Se detuvo—. Quiero decir... tu mamá.
Mis ojos se abrieron y mi corazón latía con fuerza ante la idea. No fueron
sus palabras las que me habían molestado; mi madre era su amante. ¿No me lo
había dicho a mí misma una y mil veces? Pero si la madre de Hannah supiera, si
se hiciera público... Mi mamá podría ser su amante, pero ella también lo amaba.
Las reglas no eran solo para mí. —Por favor, no hagas eso.
—¿Qué harías, Tess —repitió— si fueras yo?
Yo sabía lo que haría. Lo sabía porque lo había hecho. Había seguido las
reglas. Me había quedado en silencio. No había discutido con mis padres
cuando se pusieron por encima de mí. Había actuado igual que mi madre,
dejando que el deseo de discreción de papá me mantuviera fuera de Canton por
dos años. Casi alejándome de Dylan para siempre. 211
Y estaba harta. Ya no era ese tipo de chica. Era la chica que se había
arriesgado a la ira de mi padre para perseguir la escuela de mis sueños. Era la
chica que se negó a seguir en el camino de la traición y mentiras de mis padres
cuando se trataba de Dylan.
Estaba harta de seguir las reglas antiguas. Estaba determinada a hacer
mis propias reglas.
—Además —añadió—, tú y yo sabemos que Canton cuesta mucho
menos de lo que perdería si mamá hiciera un escándalo o lo demandara por el
divorcio.
—¿Qué quieres decir? —le pregunté—. ¿No lo haría romper solamente
con mi mamá?
—Sí, porque eso funcionó tan bien la última vez —se burló—. No has
visto a mis padres en acción. Créeme. Sé exactamente cómo se arruinaría todo
esto.
Mi hermana era cruel de alguna forma. Como que la amaba.
—Pero ¿y si él se venga de ti? —le pregunté, preocupada—. ¿Si retira el
dinero para tu escuela o... Europa? —Hice un gesto vago para hacer referencia a
chalets imaginarios e instructores de esquí.
Se rió de mí, sacudiendo la cabeza. —Me quedé con un fondo fiduciario
de un millón de dólares de mis abuelos, Tess. Tus abuelos, también, supongo.
Así que hay mucho más dinero del cual mi padre te privó. Lo menos que puede
hacer es pagar tu universidad.
Me quedé sin palabras. ¿Un millón de dólares? Estaba dispuesta a dejar
la escuela por un par de miles. —Esto parece chantaje.
—Es un chantaje. Pero es lo mismo que papá te estaba haciendo.
Esta vez éramos Hannah y yo teniendo la última palabra. Poniendo las
reglas. Ella y yo. La idea parecía imposible.
—Él te debe esto, Tess. Te debe mucho más, pero es un comienzo. Por
favor, acéptalo.
La miré con cuidado. —Sabes, no te estás comportando como si me
odiaras mucho.
—Déjame intentarlo de nuevo —dijo—. Por favor, acéptalo... ¿perra?
Me eché a reír y por un momento, pensé que ella también lo haría, pero
en cambio todo el humor la abandonó, dejando solo dolor crudo cuando miró a
un lugar detrás de mí.
Me volví, pero lo que vi puso mi corazón patas arriba. Era Dylan, de pie 212
en la puerta de Verde y nos miraba.
—Creo que debería irme —dijo Hannah, y pidió la cuenta.
La detuve. —Invita la casa.
Asintió con la cabeza y se levantó de su asiento. Pensé que tal vez
tendríamos un abrazo, un apretón de manos o algo, pero nada de eso ocurrió.
Era demasiado pronto.
Y, sin embargo, era real. Acababa de sentarme allí y hablar con Hannah
Swift durante una buena media hora. Y aunque fue terriblemente doloroso y
terriblemente incómodo y muy, muy extraño, el mundo no había terminado.
Solo había crecido, inflándose tanto que tenía miedo de que pudiera romper sus
cadenas y volar lejos.
La vi caminar hacia la salida. Dylan la alcanzó a mitad de camino. Se
abrazaron, brevemente, y ella le dijo algo que no pude descifrar. Y entonces se
había ido. Me dolía por ella. Aunque no estuviera enamorada de Dylan, aun así
era doloroso. Y no había nada que pudiera hacer. Todavía no.
Lancé unos billetes sobre la mesa como propina (todavía era camarera,
aunque pudiera pagarme un par de tés helados) y me reuní con Dylan en el
pasillo entre los árboles. Las luces de las hadas brillaban sobre nosotros, blancas
y doradas como la luz de las estrellas. Había olvidado lo bonito que podía ser
Verde.
—Te he estado buscando por todos lados —dijo. Su cabello negro estaba
despeinado y húmedo con niebla. Tenía el abrigo mojado cerca de los hombros,
como si hubiera atravesado la lluvia. Sus manos en las mías se sentían frías al
tacto. Pero no me importaba—. Fui a los laboratorios, a tu apartamento. Tu
mamá está de vuelta allí, por cierto. Deberíamos llamarla y hacerle saber que
estás bien.
—Estoy bien. —Y era verdad. Esta vez, realmente lo estaba—. Lo siento
por salir corriendo.
—Yo también —dijo—. ¿Pero supongo que tenías que venir?
—No lo sabía —le contesté—. Sylvia no me dijo que ella había estado
pasando el rato aquí, buscándome.
—Lo siento por eso. Había planeado decirte sobre Hannah. Después de
la presentación.
—No lo sientas —le dije con firmeza—. Emm... ella y yo necesitábamos
esto. —No me había dado cuenta de lo mucho que cada una de nosotras
necesitaba esto.
Dylan respiró profundo. —Bueno. Por cierto, Elaine te estaba buscando
en la recepción. Le preocupaba que la estuvieras desairando, y aunque creo que
probablemente lo merece después de lo que la forma en que me trató en primer 213
año, tengo que decir, que parecías un poco una mala perdedora.
Era curioso, no me sentía como una perdedora en absoluto. No gané el
simposio de esta noche, pero aun así terminé con el mejor premio. Una nueva
hermana. Una vida sin secretos. Y luego estaba Dylan. Dylan, que no me había
hecho sentir como si fuera un secreto sucio ni una segunda opción. Que valía la
pena esperar para estar conmigo, valía la pena luchar, valía la pena sacar a la
luz las mentiras que habían gobernado mi vida durante tanto tiempo.
—Gracias de nuevo por todo lo que hiciste —dije.
Se encogió de hombros.
—¿Los gráficos? Da igual. Mi gran gesto romántico no significó
demasiado al final, ¿verdad?
—Eso no es lo que quise decir.
Me miró, y la esquina de su boca se curvó en una sonrisa. —Sé lo que
quieres decir.
Luego inclinó su cabeza a la mía y me dio un beso, y así comenzó mi
nueva vida.
Epílogo
Seis meses después

Traducido por Diana


Corregido por Val_17

Dylan reorganizó la última caja en la parte trasera del auto y cerró la


puerta. —Creo que eso es todo lo que vamos a poder meter.
Me encogí de hombros. El sol de mayo se reflejaba en los autos del
estacionamiento. Era un hermoso día de primavera, y las clases acababan de
terminar. —No fue mi idea traer una caja entera de utensilios de cocina.
—¿Quieres estar un verano entero sin mi pastel de baklava? —Me guiñó
un ojo detrás de sus gafas.
214
Deslicé mis brazos alrededor de su cintura. —Está bien, chef. Tú ganas.
—Le di un beso en la nariz.
Nos giramos y, cogidos de la mano, caminamos hasta mi edificio. Sylvia
y Annabel habían venido con Milo a vernos y nos esperaban en la acera. Había
ido a beber unas copas de despedida con Elaine anoche. Ella pasaría el verano
trabajando para Canton Chem y subalquilaría el apartamento en el campus de
Dylan mientras estuviéramos lejos. En su opinión, la posibilidad de que él
regresara a principios de otoño era casi nula.
—Ustedes dos querrán un lugar más grande que un estudio —había
dicho.
—Tal vez no vamos a seguir viviendo juntos el próximo año —había
señalado.
—Sí, claro.
Cuando nos unimos a mis amigas, Sylvia preguntó: —¿Hasta dónde van
a llegar hoy?
—Kentucky —dije. Contabilizábamos tres días para conducir hasta
Colorado, tomarlo con calma y disfrutar de la naturaleza. No empezábamos a
trabajar en Solarix hasta la próxima semana, así que teníamos tiempo de sobra
para llegar allí e instalarnos—. Dylan ha trazado un curso basado en todas las
especialidades locales que quiere probar.
Annabel se rió. —Solo no comas una de esas cosas de escultura de
mantequilla, ¿de acuerdo?
—No seas ridícula —dijo Dylan—. Esas no son para comer. Es arte.
Mi mamá nos acompañó. —¿Estás segura de que no has olvidado nada?
—preguntó. Iba vestida para la clase, con su mochila en el brazo.
—Es Colorado, mamá, no los confines del mundo. Estoy segura de que
tienen tiendas allí si necesito champú.
—Bueno, aun así me preocupa. —Me dio un abrazo—. Me llamas desde
la carretera, ¿está bien?
—De acuerdo.
Presionó un fajo de billetes de veinte dólares en mi mano. —Para la
gasolina.
—Mamá… —Ella necesitaba ese dinero para la matrícula. Sabía muy bien
lo cara que podía ser la escuela. Aún le quedaban veinte créditos para concluir
su maestría en educación artística.
—Por favor —dijo—. Déjame contribuir, también.
Tomé el dinero. Significaba mucho para ella pagarse las cosas sola en
estos días, incluso si eso significaba que la pedicura en el spa y la ropa de 215
diseñador fueran cosas del pasado.
—¿Vas a estar bien aquí sola? —pregunté.
—¿Estás bromeando? —respondió—. Estoy tan ocupada que creo que ni
siquiera nos veríamos.
Eso era verdad. Era increíble cuán grande se hacía tu mundo una vez que
dejabas de girarlo en torno a un hombre que quería mantenerlo en secreto.
Entre nuestros respectivos amigos, clases y puestos de trabajo, había pasado un
tiempo desde que conseguimos tener una simple cena juntas.
Por supuesto, no ayudó que pasará casi todas las noches en casa de
Dylan. Quizás Elaine tenía razón.
Todo había ocurrido en diciembre. Mi padre no se había tomado muy
bien el ultimátum de Hannah, pero mi hermana se había negado a ceder. Se
había ensañado conmigo, con mamá y supongo que también con Hannah, pero
pasara lo que pasara, no tuvo ningún efecto. Por primera vez en su vida,
ninguno de nosotros le dejaba salirse con la suya. Al final, me extendió un
cheque lo bastante grande como para cubrir los cuatro últimos semestres de la
escuela, diciéndome seriamente que si lo despilfarraba, no debía esperar más.
—Supongo que no te conoce muy bien, después de todo —dijo mi
mamá—. Nunca te he visto desperdiciar algo en tu vida.
De inmediato abrí una cuenta de ahorros de alto rendimiento para
manejar el dinero hasta que lo necesitara.
Poco después de que Hannah se fuera para Europa en enero, papá había
dejado de venir. Mamá nunca explicó exactamente lo que pasó entre ellos, pero
me dio la impresión de que ella también se cansó de sus reglas. Aceptó un
trabajo a tiempo completo en una galería de la ciudad y se matriculó en las
clases nocturnas para terminar su carrera. Estaba tan orgullosa de ella que
podría estallar.
Dylan había tenido razón. La verdad nos liberó.
—Creo que es hora de salir a la carretera —le dije.
Otro abrazo para mamá y se fue a trabajar. Sylvia y Annabel a
continuación, y un abrazo especial para Milo, que estaba creciendo tan rápido
que me preguntaba si todavía lo reconocería cuando llegara el otoño.
Nos subimos al auto (Dylan se había ofrecido a tomar el primer turno
para conducir) y nos despedimos de todos. Mientras nos alejábamos, toqué la T
de plata alrededor de mi cuello.
Dylan se inclinó sobre la consola y apretó mi mano.
—¿Estás emocionada?
216
—Sí.
Y él también. Había estado rebotando como un niño toda la mañana, sus
ojos brillaban, su sonrisa burlona se encontraba fija permanentemente en su
rostro. Su entusiasmo era contagioso. Por otra parte, siempre lo había sido. Me
incliné y besé su mejilla.
—Cuidado, Tess —bromeó—. Tenemos seis horas para conducir antes de
llegar al hotel esta noche.
—Conduce rápido —susurré en su oído.
Tenía veintiún años cuando encontré a mi verdadera familia, cuando me
di cuenta que nadie, ni siquiera mi padre, podía decirme quién era mi hermana
o cómo sería mi vida o quién lucharía por mí. Este fue el año en que salí de la
maraña de mentiras que había sido mi infancia. Gracias a Dylan. Por él, era una
chica que valía la pena sacar a la luz, su primer amor, su primero y único. Y
debido a Dylan, me di cuenta que todo era verdad.
Sweet & Wild
Ella siempre ha sido dulce...
Hannah Swift ha pasado la mayor parte de su
vida interpretando el papel de hija perfecta: yendo
al colegio correcto, saliendo con los chicos
adecuados, diciendo las cosas correctas. ¿Y
adónde la ha llevado? Su padre tiene una familia
secreta, sus notas están por los suelos y su novio
perfecto la ha dejado... por su propia hermanastra.
Pero ni siquiera huir a Europa durante seis meses
ayuda a Hannah a dejar en el pasado toda una
vida de mentiras.
Ahora es el momento de volverse salvaje...
En cuanto vuelve a casa, sus padres, ricos y
obsesionados con la imagen, están decididos a meterla de nuevo en su molde de 217
tediosas fiestas de sociedad y citas que parecen más bien fusiones
empresariales. Pero Hannah no quiere saber nada de eso. En lugar de eso, va
detrás de Boone, un chico malo y guapísimo del lado equivocado de las vías. Es
exactamente el tipo de chico que volverá loca a su familia, y parece más que
feliz de hacerlo.
Sin embargo, bajo la camioneta destartalada y los vaqueros desgastados,
Boone esconde sus propios secretos. Hannah está harta de las mentiras. ¿Qué
hará cuando descubra las de él?
Sobre la Autora
Viv Daniels escribe historias de amor para jóvenes y
jóvenes de corazón. Como muchos de sus personajes,
conoció a su marido en la universidad, y conoce
todos los entresijos de ese tipo de relación: desde
cómo tener una cita cuando los dos no tienen ni un
céntimo hasta cómo meter a dos personas en la cama
de un dormitorio estrecho.
Entre sus autoras favoritas se encuentran Tammara
Weber y Sarina Bowen.
A Viv se la puede encontrar en su página de
Facebook o en Twitter, charlando con los lectores
sobre sus novelas favoritas o compartiendo fotos de
chicos guapos.
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