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mantener la ansiedad»), sino que a la vez se blinde por el

gran «favor» que «para seguir sobreviviendo» se entiende


que proporciona en lo sucesivo. En la psicoterapia
práctica observamos el mencionado blindaje a través de
los muchos frenos o resistencias al cambio existentes,
que sin darse uno mismo cuenta, mantienen el trastorno
y, en ocasiones, parecen hacerlo «intocable». En efecto,
las resistencias a eliminar la ansiedad no dejan de ser
algo contradictorio y solo comprensible desde el
conservadurismo radical; de hecho, irónicamente
podríamos decir sin miedo a errar que «el fin justifica los
medios»; como no podía ser de otra manera, tales
resistencias son de entidad inconsciente y, por ello, poco
o nada declarables. En definitiva, se hace realmente
difícil (cuando no imposible) conocer qué beneficios
pueden obtenerse con el trastorno, su reconocimiento
permitiría comprobar la «coherencia» del proceso y el
repertorio inconsciente de temores, aunque a nivel
práctico, este hecho no incide sino indirectamente en el
abordaje psicoterapéutico.
A la pregunta de si se será o no la «misma persona»
tras dejar atrás un proceso ansioso, suscribimos gracias a
la experiencia clínica que, con respecto al olvido del
problema, siempre suele quedar una especie de
desconfianza latente (a veces manifiesta) de que este
vuelva, por ello no hay un planteamiento cognitivo más
eficaz que el de devolverse la confianza a uno mismo y
fortalecer la idea de que se trató únicamente de una
equivocación emocional y que se tienen suficientes
recursos con los que cambiar radicalmente el
planteamiento de analizar la realidad. Soy de la opinión
de que el paso por la ansiedad debe dejar al sujeto en
mejores condiciones a como estaba cuando le sobrevino

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