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Fraude y Violencia en Las Elecciones Del Frente Popular-25
Fraude y Violencia en Las Elecciones Del Frente Popular-25
Como se vio, el Gobierno de Portela intentó crear una nueva fuerza política de
centro para afrontar aquellas elecciones. Esto se ha considerado a menudo como algo
loable, sobre todo por haberse ideado en un contexto de radicalización creciente; si
bien, a la vez, se ha criticado el método utilizado, esto es, el uso partidista de la
administración, comparándolo con lo que ocurría en las elecciones de la Monarquía
liberal. Pero lo cierto es que, si bien la injerencia del partido en el Gobierno para
ganar las elecciones había sido una práctica recurrente en épocas anteriores de la
política española, no ocurría lo mismo con la experiencia de fabricar ex novo, y desde
el poder, un partido, que debía nacer del mismo acto electoral.
Por otro lado, se olvida a menudo que el plan portelista pretendía desplegarse en
un contexto de politización creciente, donde partidos con enorme capacidad de
movilización, como la CEDA o el PSOE, dejaban ya poco resquicio a las
manipulaciones del sufragio. O que los contrapesos y garantías legales eran, en 1936,
bastante efectivos, pues cualquier intento de injerencia gubernativa se enfrentaba a
grupos capaces de poblar de interventores, apoderados y notarios todas las
circunscripciones. De hecho, las actas «de presencia», los documentos donde los
notarios registraban las ilegalidades que veían durante la jornada electoral, eran
consideradas una prueba irrefutable para anular los resultados de una mesa y abrir un
proceso penal contra los responsables. E incluso si los partidos no contaban con
medios económicos para contratar notarios, existía, como alternativa, la figura del
«funcionario habilitado», un trabajador de la administración pública con
conocimientos de Derecho al que se facultaba para dar fe pública en materia
electoral. Todo ello, además de la postrera fiscalización de la Junta Central del Censo
y la Comisión de Actas, constituían obstáculos difíciles de franquear, por mucho que
el más avispado electorero pudiera contar con el amparo del Ministerio de la
Gobernación. Ni siquiera un Gobierno podía imponer obediencia, en materia
electoral, a los funcionarios, como había ocurrido en el siglo XIX.
En ese contexto y pese a las descalificaciones que suscitó a posteriori su gestión
electoral, la injerencia de Portela fue, en la práctica, muy limitada. La excepción
fueron las modificaciones en ayuntamientos y diputaciones provinciales antes y
durante la campaña, aunque no es menos cierto que esos cambios fueron más
modestos que los realizados por el Gobierno provisional para las elecciones de junio
de 1931. Es más, si los partidos protestaron no fue tanto porque el Gobierno cambiara
las gestoras, sino porque Portela apenas se apoyó en ellos para tales operaciones.
CENTRAR LA REPÚBLICA
La génesis del proyecto portelista es oscura. Suele vincularse a la crisis del
Partido Radical tras los escándalos del otoño de 1935 y a la aspiración de Alcalá-
Zamora de ocupar ese espacio con una nueva fuerza política. No obstante, el
presidente de la República acariciaba ese proyecto meses antes del «caso Estraperlo».
En varias entrevistas con Portela durante la primavera de 1935, Alcalá-Zamora ya
había expresado la necesidad de constituir una potente fuerza de centro que impidiera
la consecución de mayorías absolutas y le permitiera promover ejecutivos mixtos de