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realidad, se quejaban de haberse quedado fuera de varias candidaturas donde habían

dado por hecha su presencia. La CEDA, sin duda, prefería asegurar los votos
moderados que le permitieran aspirar a las mayorías en los lugares donde el Frente
Popular era más fuerte; y esto solo se podía hacer conciliando con los candidatos del
Gobierno y prescindiendo de los monárquicos. Por eso no debe extrañar que en fecha
tan tardía como el día 9 de febrero, Calvo Sotelo tuviera «acres censuras para la
forma en que se están concertando los acuerdos provinciales para la confección de
candidaturas entre cedistas y centristas», y que hablara de «un manifiesto
enfriamiento de las relaciones entre Renovación y el señor Gil-Robles», lo que resulta
muy significativo de las preferencias e intereses de los candidatos cedistas, pero
también de la marginación de algunos candidatos del Bloque Nacional a raíz de las
malas relaciones de su líder, no ya con Gil-Robles sino con Goicoechea. Este último,
desde el momento en que había asumido el liderazgo de la negociación con los
cedistas, no dudó en colocar a sus hombres de confianza en las candidaturas,
relegando a los bloquistas. Por contraposición, los tradicionalistas mantenían la
disciplina y pedían el voto por las candidaturas antirrevolucionarias, aunque no
dejaran de quejarse por la alianza cedista con esos «mauristas chamuscados por el
fuego de los conventos[231]».
No corrieron mejor suerte los radicales. La mayoría habían permanecido fieles a
Lerroux y no se habían dejado seducir por los cantos de sirena de los gobernadores
portelistas. Pero eso sirvió de poco en aquellas provincias donde se vieron muy
perjudicados por la forma en que la CEDA negoció, sitio a sitio, las candidaturas. En
algunos lugares los radicales pagaron cara su enemistad con los monárquicos, que los
vetaban en las candidaturas de derechas. Y en otros, como Alicante o Málaga, se
vieron expulsados de los acuerdos debido a la conciliación entre cedistas y
portelistas. Así pues, el Partido Radical solo presentó candidatos en menos de un
tercio de las circunscripciones. Y de sus 67 propuestos solo 23 lo hicieron en alianza
con la CEDA; el resto tuvieron que presentarse en candidaturas alternativas, algunas
de las cuales se retiraron en el último minuto para no perjudicar al centro-derecha.
Todavía la última semana antes de las votaciones habría leves variaciones en las
candidaturas, sobre todo en circunscripciones tan complicadas como La Coruña.
Horas antes de la votación se retiraron algunas candidaturas de centristas, radicales o
independientes que habían sido presentadas por haber quedado sus candidatos fuera
de las listas principales; así ocurrió, por ejemplo, con la lista radical de Asturias o la
centrista de Palencia[232].
Solo cinco días antes de la consulta, el día 11 de febrero, la prensa nacional
anunciaba que habían sido proclamadas las candidaturas. Se hablaba entonces de una
proporción de 2 a 1 entre candidatos y escaños a elegir[233]. Los medios de centro-
derecha añadían, además, lo que para ellos era una diferencia notable: mientras que el
frente de izquierdas presentaba aproximadamente 0,7 candidatos por escaño, la cifra
correspondiente a las derechas era ligeramente superior a 1. Eso significaba,

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obviamente, que había algo más de dispersión en el caso de los conservadores y que,
pese a los esfuerzos de última hora, en algunas circunscripciones no se había logrado
la unidad. Al final, de acuerdo con los datos oficiales de candidaturas, el total de
candidatos presentados por el centro-derecha fue de 560. Si se descuenta a los
portelistas y al PURA, la cifra desciende a 468, lo que significa que, en el último
momento, la proporción de candidatos por escaño no fue superior a 1. Y llama la
atención, también, que pese a lo que reiteradamente se ha deducido de la propaganda
japista, especialmente del eslogan de «¡A por los trescientos!», los candidatos
presentados por la CEDA no llegaron a 200, quedando en una proporción inferior a
0,4 candidatos por escaño. En realidad, en aquel complejo panorama de alianzas,
parece evidente que la derecha católica aspiraba a acrecentar algo el grupo
parlamentario conseguido en 1933, pero, sobre todo, acompañarlo de más de un
centenar de diputados republicanos de centro-derecha, con el que asegurar la
estabilidad de un futuro Gobierno liderado por Gil-Robles.

Tabla IV
Candidatos presentados a la primera vuelta

Combinaciones variadas
Ciertamente, aunque en muchos lugares se había forjado un bloque
antirrevolucionario, no eran pocos los casos en que la situación se presentaba
complicada, bien porque el acuerdo con los centristas había sido imposible, bien

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porque la CEDA no había hecho demasiado caso de las recomendaciones de Madrid y
había optado por acuerdos que fragmentaban el voto de centro-derecha.
En primer lugar, una combinación frecuente fue la de candidatos de la CEDA y de
Renovación, casi siempre en proporción muy favorable a los primeros, y a veces con
candidatos tradicionalistas incluidos. Así pasó en Orense, donde no hubo
entendimiento con los centristas, que se presentaron por su cuenta con los agrarios;
allí, por otra parte, los radicales, bastante divididos desde el inicio de la campaña,
contaron con candidatura propia. También hubo inteligencia cedo-monárquica en
Palencia o en Navarra. Lo mismo pasó en las circunscripciones vascas de Vizcaya y
Guipúzcoa, sin entendimiento con el PNV, que presentó listas propias. La dispersión
de las derechas, como consecuencia de la candidatura cedo-monárquica, fue
igualmente notable en Santander, donde concurrieron también portelistas, radicales y
agrarios; o en León, donde la inclusión de los agrarios no impidió candidaturas por
separado de centristas, radicales e independientes. La incompatibilidad de carácter
local impidió igualmente reunir a todo el centro-derecha en una candidatura en casos
como Valencia o Soria, donde existía fuerte contraposición entre la CEDA de un lado,
y el PURA y los republicanos conservadores, de otro.
En segundo lugar, en algunas provincias la CEDA no cerró su lista con los
candidatos del grupo de Goicoechea, sino con los tradicionalistas, casi siempre por su
mayor implantación. Así ocurrió en Salamanca, donde la alianza de la CEDA con el
candidato tradicionalista dejó fuera a los republicanos conservadores, a monárquicos
independientes y a los centristas que apoyaban al ministro Villalobos. O en Toledo,
donde la CEDA llevó consigo a tradicionalistas y agrarios, pero no llegó a un acuerdo
con Renovación, aunque finalmente estos se retiraron por la presión ejercida desde
Madrid por el mismo Gil-Robles; aquí, centristas y radicales se presentaron por
separado, aunque después de numerosos rumores sobre una posible alianza. Casi
todas estas eran, por otra parte, zonas donde los cedistas se sabían fuertes.
En tercer lugar, hubo varias circunscripciones en las que el acuerdo entre cedistas
y monárquicos no impidió la inclusión en la lista mayoritaria de algún candidato
radical. En esos casos se formaron candidaturas bastante completas, como en Madrid
capital. Aunque ni siquiera en esas condiciones se logró la unión total de las
derechas, pues otros grupos minoritarios, como radicales disidentes, centristas o
republicanos conservadores, presentaron listas propias. En Jaén, la candidatura
conjunta de cedistas, radicales, tradicionalistas y agrarios incluyó también a dos
centristas, aunque al final los mauristas, paganos del acuerdo con estos últimos, se
presentaron por separado. En Pontevedra se logró aunar a los conservadores con los
radicales de Emiliano Iglesias en una misma lista, aunque con no pocos problemas
con los monárquicos por el reparto de puestos y, finalmente, quedando al margen una
candidatura centrista con radicales disidentes. En Ciudad Real, pese a las repetidas
conversaciones, la incompatibilidad entre Cirilo del Río y los candidatos radicales,
amén del rechazo del primero a pactar en una lista con los monárquicos, impidió el

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acuerdo; eso sí, cedistas, monárquicos, agrarios y radicales fueron unidos en una sola
lista. Tampoco llegó a buen puerto la negociación con los centristas en Cuenca,
encabezados también por otro ministro, Álvarez Mendizábal. Con todo, al igual que
en Ciudad Real, la CEDA encabezó una candidatura de unidad bastante amplia, que
incluyó no solo a Renovación sino a los radicales y a dos independientes. El caso de
Almería fue similar en cuanto a los resultados: allí la CEDA acordó con los
tradicionalistas y un exradical, Muñoz Párraga, una candidatura de unidad, pero los
centristas, los radicales y los conservadores de Maura se presentaron por separado,
cada uno con sus candidatos.
En cuarto lugar, quizá más como excepción, pero en todo caso llamativa, se dio la
circunstancia de que la CEDA llegara a presentar una candidatura en solitario,
sabedora de su fuerza, como en Castellón o Logroño. Y, en quinto lugar, hubo
circunscripciones donde la CEDA se alió exclusivamente con los republicanos
moderados, sin participación monárquica ni gubernamental, como en Segovia o
Zamora. También en Ávila fueron unidos los radicales, los agrarios y los cedistas,
con el consiguiente enfado del candidato monárquico, Yanguas Messía, que se
presentó por libre. En Huesca lucharon dos cedistas y un agrario, acompañados de un
independiente. Y en Oviedo, cedistas y liberal-demócratas formaron una candidatura
única que incluía también a un sindicalista católico.
Aparte, hubo en varias provincias combinaciones entre candidatos cedistas y
centristas. La mayoría de estos pactos implicó la salida de los radicales, caso de
Alicante, Córdoba, Granada, Málaga, Santa Cruz de Tenerife y Sevilla. En
Guadalajara, los cedistas acordaron una lista con Romanones, contando estos últimos
con el apoyo implícito del gobierno. Algo parecido pasó con la candidatura de centro-
derecha de Baleares, encabezada por los cedistas y por Juan March. En Sevilla
capital, donde Falange presentó candidatura propia, la CEDA formó una lista que
incluía a un carlista, dejaba fuera a los monárquicos de Luca de Tena y tenía el apoyo
de los centristas. Finalmente, en la provincia de Madrid la candidatura formada por
monárquicos y cedistas incluyó a un portelista, después de negociaciones muy
laboriosas.
En pocos lugares los candidatos radicales pudieron colarse en las combinaciones
cedo-portelistas. Por ejemplo, en Badajoz, donde la inteligencia entre los cedistas y
los radicales encabezados por Diego Hidalgo incluyó también a un agrario, un
monárquico y dos centristas. Además, sumaron a los radicales las candidaturas de
Albacete, Cádiz y Huelva.
Por último, hay que mencionar de forma expresa las circunscripciones donde las
divisiones fueron tan notables que el acuerdo para confeccionar una única lista de
derechas o de centro-derecha resultó imposible, incluso en la recta final de la
campaña. Esto ocurrió en Las Palmas, Castellón o La Coruña. También en Burgos,
donde los cedistas pactaron con los carlistas y con los nacionalistas de Albinaña,
además de incluir en sus listas al exjefe de las juventudes de AP, ahora monárquico

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independiente, José María Valiente. La enemistad radical entre las derechas y los
agrarios, que eran poderosos en la provincia, condujo a una lista por separado de los
segundos, que contaron con el apoyo gubernamental. Más importancia a posteriori
tuvo lo ocurrido en Zaragoza capital, donde el principal candidato cedista, Ramón
Serrano Suñer prefirió el acuerdo con los monárquicos antes que con los radicales,
arriesgando mucho en una zona en la que la gente de Lerroux tenía fuerza[234].

Tabla V
Tipología de las alianzas antirrevolucionarias

LA SINGULARIDAD CATALANA: EL FRENTE DE ORDEN


La forma en que se conformaron las candidaturas en las provincias catalanas
presenta algunas particularidades importantes. En este caso, el punto de partida era
diferente: había un partido conservador, pero catalanista, de fuerte implantación, la
Lliga. En segundo lugar, la CEDA había constituido allí su propia organización,
liderada por José María Cirera Voltá, antiguo dirigente de las juventudes
regionalistas. Tercero, la unión de todo el centro y la derecha era imperativa ante la
amplitud del frente de izquierdas catalanas. Y, por último, existía la incógnita de qué
pasaría con el voto de los seguidores de Lerroux. Barcelona había sido uno de los
feudos importantes de los radicales, por lo que la presencia de candidatos de este
partido en las listas conservadoras podía tener cierto valor. Además, la política
catalana estaba, en términos de campaña electoral, fuertemente condicionada por lo

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