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BORIS FAUSTO
1. LA CONSOLIDACIÓN DE LA INDEPENDENCIA Y LA CONSTRUCCION DEL ESTADO:
La independencia se consolido en pocos años. Las tropas portuguesas acabaron por retirarse en noviembre
de 1823.
En el plano internacional, Estados Unidos reconoció la independencia en mayo de 1824; estaba ya
reconocida por Inglaterra, interesada en garantizar el orden en la antigua colonia portuguesa. El
reconocimiento se retrasó únicamente porque los ingleses habían tratado de conseguir que Brasil
aboliera de forma inmediata el tráfico de esclavos, los ingleses habían estado presentes en la consolidación
de la independencia y sirvieron de mediadores en el reconocimiento de la nueva nación por parte de Portugal.
Esto sucedió en agosto de 1825, por un tratado en el que Brasil aceptó compensar a la metrópoli con dos
millones de libras por la pérdida de la antigua colonia y no permitir la unión de cualquier otra colonia a Brasil.
Necesidad de indemnizar a la corona portuguesa dio origen al primer préstamo externo.
Las objeciones tienen el mérito de llamar la atención sobre el hecho de que la independencia de Brasil no
resultó ser un proceso pacífico; pero no invalidan la constatación de que, aun admitiendo el uso de la fuerza y las
muertes que provocó, la consolidación de la independencia tuvo lugar en pocos años y sin grandes desgastes. La
emancipación de Brasil no provocó grandes alteraciones del orden social y económico existente o de la
forma de gobierno. Brasil, ejemplo único en la historia de América latina, permaneció como monarquía entre
repúblicas.
Una de las principales razones de esta relativa continuidad entre dos períodos se encuentra en la llegada
de la familia real a Brasil y en el modo en el que se desarrolló el proceso de independencia. La apertura de los
puertos por parte de don Juan VI estableció un puente entre la corona portuguesa y los sectores dominantes de
la colonia, especialmente los de Río de Janeiro, São Paulo y Mina Gerais. Los beneficios que obtuvo Río de Janeiro
con la presencia del rey en Brasil estimularon la expansión económica de aquella zona, ligada a los negocios del
azúcar, del café y del tráfico de esclavos.
La elite política promotora de la independencia no tenía interés en favorecer rupturas que podían poner
en peligro la estabilidad de la vida de la antigua colonia según el modelo en el que se había fraguado. En los
primeros años que siguieron a la independencia la monarquía se transformó en un símbolo de autoridad, incluso
cuando la figura del emperador era contestada.
En la esfera internacional, Inglaterra garantizó y aceleró el reconocimiento de la independencia, Brasil no
puso restricciones al comercio inglés, estableció relaciones de dependencia con el mundo financiero británico y,
frente a “las tendencias republicanas y separatistas” del resto del continente, adoptó el régimen monárquico.
La afirmación de que el proceso de independencia fue breve y sin grandes conmociones no debe conducir
a dos conclusiones erróneas; una consideraría en presuponer la existencia de una elite política homogénea, con
base social estable y un proyecto claro para la nueva nación.
La primera conclusión sería errónea por varias razones. La nueva relación de dependencia que se venía
afianzando desde 1808 con la apertura de los puertos representaba algo más que un simple intercambio de
nombres y contribuía a cambiar la forma en que la antigua colonia se insertaba en el sistema económico
internacional. La independencia imponía la tarea de construir un estado nacional para organizar el país y
garantizar su unidad.
La segunda conclusión sería igualmente errónea porque incluso en el interior del núcleo promotor de la
independencia con José Bonifacio al frente, no había un acuerdo sobre los principios básicos que debía tener la
organización del Estado; por el contrario, el período entre 1822 y 1840 estaría marcado por una enorme
fluctuación política, por una serie de rebeliones y por los intentos de oposición a que se organizase el poder.
El debate político, se concentró en torno a un proyecto de Constitución; las elecciones para una Asamblea
Constituyente estaban previstas ya meses antes de la independencia. La Asamblea Constituyente estaban
previstas ya meses antes de la independencia. La Asamblea Constituyente comenzó a reunirse en Río de Janeiro,
en mayo de 1823. Surgieron desavenencias entre la Asamblea y don Pedro en torno al marco de atribuciones del
Poder Ejecutivo y del Legislativo.
Los constituyentes no querían que el emperador tuviese el poder de disolver la futura Cámara de los
Diputados, ni tampoco que tuviese el poder de veto absoluto. Para el emperador y los círculos políticos que lo
apoyaban era necesario crear un Ejecutivo fuerte, capaz de hacer frente a las tendencias “democráticas y
disgregadoras”. Eran tiempos de incertidumbre política; no había transcurrido un año de independencia cuando,
en julio de 1823, José Bonifacio fue apartado del gobierno. Se había desgastado entre la crítica de los liberales y
las insatisfacciones de los conservadores; estos últimos veían con malos ojos la autoridad individual de gobierno
que ejercía un ministro que les cerraba la relación directa con el trono.
El enfrentamiento entre los poderes dio lugar a que don Pedro disolviese la Asamblea Constituyente
apoyado por fuerzas militares. Inmediatamente después se dispuso a elaborar un proyecto de Constitución que
cristalizó en la promulgada el 25 de marzo de 1824.
Una parte considerable de la población –los esclavos– estaba excluida de las disposiciones
constitucionales; se les tenía en cuenta más que de un modo indirecto cuando se citaba a los libertos, había una
gran distancia entre los principios y su puesta en práctica. La Constitución representaba un avance al organizar
los poderes, definir atribuciones y garantizar los derechos individuales. El problema estriba en que,
especialmente en el campo de los derechos, su aplicación sería muy relativa.
La Constitución de 1824 se mantuvo en vigor con algunas modificaciones hasta el final del Imperio;
definió el sistema político como monárquico, hereditario y constitucional. El Imperio contaba con una
nobleza pero no con una aristocracia, es decir, el emperador había concedido títulos de nobleza pero no eran
hereditarios. La religión católica romana seguía siendo la oficial, y sólo se permitía el culto de otras religiones en
privado.
El Poder Legislativo se dividió en Cámara y Senado y se decidió que se convocarían elecciones para
ambos con diferencias esenciales; los cargos en la Cámara eran temporales, en el Senado eran vitalicios. El
proceso electoral, en el caso del Senado, se destinaba a elegir una lista triple en cada provincia, y era competencia
del emperador escoger uno de los tres nombres elegidos.
El voto era indirecto y censatario. Indirecto, porque los votantes votaban a un cuerpo electoral, en las
elecciones denominadas primarias que, después, elegía a los diputados. Por el principio del voto censatario,
únicamente podían votar en las elecciones primarias los ciudadanos brasileños que tuviesen una renta anual de
por lo menos cien mil reales en bienes raíces, industria, comercio o empleo. Para ser diputado, la cantidad
ascendía a cuatrocientos mil reales y era necesario profesar la religión católica. Hasta 1882 se admitió en la
práctica el voto de gran número de analfabetos.
El país se dividió en provincias cuyos presidentes serían nombrados por el emperador. Se aseguraron
los derechos individuales, la igualdad ante la ley, la libertad de culto y la libertad de pensamiento y expresión.
El Consejo de Estado era un órgano importante de la estructura política; estaba compuesto por consejeros
vitalicios nombrados por el emperador entre ciudadanos brasileños con una edad mínima de cuarenta años. Las
decisiones del Consejo de Estado tendrían peso en los “negocios graves y medidas generales de la pública
administración”, tales como una declaración de guerra, ajustes de tipo económico o negociaciones en las que el
emperador ejerciese las funciones propias del Poder Moderador.
La idea de que instituyese un Poder Moderador procedía del escritor Bejamin Constant. Constant defendía
la separación entre el Poder Ejecutivo y el poder propiamente imperial, denominado neutro o moderador. El rey
no intervendría ni en la política ni en la administración cotidiana y desempeñaría el papel de moderar en los
enfrentamientos más graves y generales interpretando “la voluntad y el interés nacional”.
El Poder Moderador no estuvo claramente separado del Ejecutivo, lo que dio lugar a una concentración de
atribuciones en manos del emperador. Por los principios constitucionales del Poder Moderador, la persona del
emperador se consideró inviolable y sagrada, no sujeta a responsabilidad alguna. Le correspondía nombramiento
de senadores, facultad de disolver la Cámara y convocar elecciones para que otra la sustituyese, y el derecho de
aprobar o vetar las decisiones de la Cámara y el Senado.
Los actos del emperador simbolizan el predominio de aquél, de los burócratas y de los comerciantes que
formaban parte del círculo de los íntimos.
La propagación de las ideas republicanas, antiportuguesas y federativas, cobró ímpetu en la inquieta
provincia (Pernambuco).
En 1824 se creó la confederación de Ecuador. Al parecer estaba conformada por algunas provincias de
Brasil y fue una de las primeras revueltas. Se había solicitado ayuda a EE.UU.
La Confederación de Ecuador no pudo echar raíces y resistir militarmente a las tropas del gobierno, y fue
derrotada en las provincias del nordeste hasta desparecer por completo en noviembre de 1824. El castigo a los
revolucionarios fue más allá de lo imaginable; un tribunal manipulado por el emperador condenó a muerte a Fray
Caneca y a otros cabecillas.
La impronta de la revolución de 1824 no desaparecería fácilmente. De hecho, puede considerarse como
parte de una serie de rebeliones y revueltas ocurridas en Pernambuco entre 1817 y 1848.
El recién creado imperio brasileño heredó los problemas generados por la ocupación de la Banda Oriental.
En 1825 una rebelión regional proclamó la separación de Brasil y la incorporación del futuro Uruguay a las
Provincias Unidas del Río del Plata. Este hecho precipitó la guerra entre Brasil y Buenos Aires a partir de
diciembre de 1825.
La guerra fue un desastre militar para los brasileños, vencidos en 1827 y una catástrofe financiera para las
dos partes. Se alcanzó la paz por mediación de Inglaterra, interesada en restablecer las transacciones comerciales
habituales que el conflicto había interrumpido. El tratado de paz que puso fin al conflicto garantizó el nacimiento
de Uruguay como país independiente y la libre navegación del Plata y sus afluentes.
Internamente, la guerra provocó el impopular y tímido reclutamiento de la población por medio de
métodos expeditivos. El emperador decidió contratar tropas del extranjero para completar las filas del ejército.
Esas tropas estuvieron formadas en su mayoría por personas pobres que nada tenían de militares profesionales.
Los gastos militares agravaron los problemas económico-financieros ya existentes. El volumen
material de algunos productos de exportación como el café aumentó considerablemente a lo largo de la década
de 1820; pero los precios tendieron a caer. Las rentas del gobierno central eran insuficientes, Inglaterra impuso
en agosto de 1827 un tratado comercial que mantenía la tarifa del 15% sobre la entrada de sus productos.
El Banco de Brasil, creado por don Juan VI en 1808, empezó a tener dificultades en 1821, cuando el rey
retiró el oro depositado en él, antes de partir hacia Portugal, y acabó por ser cerrado en 1829.
La moneda brasileña se desvaluó en relación a la libra inglesa en el curso de la década de 1820. Esto
favoreció las exportaciones pero encareció las importaciones de los bienes de consumo tan deseados por las
elites y la naciente clase media urbana.
El descontento agudizó las fricciones entre brasileños y portugueses. Los portugueses eran el blanco
privilegiado de los ataques nativistas. La lucha política estaba relacionada con la discordia nacional pero no se
limitaba a eso; en la época de don Pedro, la elite política se dividía en liberales y absolutistas. Estos últimos
eran defensores del orden y de la propiedad, garantizada por el emperador. Temían que la “libertad excesiva”
pusiese en peligro sus privilegios y aceptaban las acciones imperiales contrarias a la legalidad. Los liberales se
alineaban en defensa del orden y la propiedad, pero defendían la libertad constitucional para garantizarlos y eran
partidarios de las “novedades” en especial de la gran novedad de estar en oposición al gobierno y al propio
monarca.
Muchos de los miembros de la elite brasileña se pusieron al lado de don Pedro porque desconfiaban del
liberalismo, por haber asumido cargos en la administración y por haber recibido títulos honoríficos
profusamente concedidos por el emperador. En el transcurso de los acontecimientos, los brasileños fueron
engrosando cada vez más las filas de los críticos liberales mientras los portugueses se acercaban a la figura del
emperador.
El Ejército se fue distanciando del emperador. Sus tropas se reclutaban entre la población más pobre de
los centros urbanos. La cúpula militar estaba descontenta con las derrotas sufridas y la presencia de
oficiales portugueses en puestos de mando.
A partir de mediados de 1830 los acontecimientos se precipitaron. La caída de Carlos X en Francia y el
comienzo de la monarquía de Julio, considerada como liberal, repercutirían en Brasil; eran objeto de discusiones
incluso en el Consejo de Estado. Finalmente, don Pedro fue obligado a abdicar en favor de su hijo, don Pedro
II, el 7 de abril de 1831.
Brasil tenía ahora la perspectiva de coronar a un rey nacido en el país pero transcurriría casi una década
antes de que eso aconteciese.
El período que siguió a la abdicación de don Pedro fue denominado Regencia porque el país fue regido por
figuras políticas en nombre del emperador, hasta la anticipada mayoría de edad de éste en 1840. Al principio, los
regentes eran tres: a partir de 1834 sólo uno.
El período de regencia fue uno de los más agitados en la historia política de Brasil. En aquellos años estuvo
en juego la unidad territorial del país: la centralización y descentralización del poder, el grado de autonomía de
las provincias o la organización de las fuerzas armadas fueron el centro de la controversia política. En las
condiciones de Brasil. No todo se resolvió en la época de la regencia pues la monarquía centralizada no se
consolidó hasta aproximadamente 1850, cuando cesaron las últimas rebeliones provinciales.
Hay que destacar un punto importante para poder comprender las dificultades de ese período: entre las
clases y los grupos dominantes no había un consenso sobre cuál era el acuerdo institucional más conveniente
para sus intereses. No estaba claro el papel del Estado como organizador de los intereses generales dominantes,
para lo cual en ciertas circunstancias había que sacrificar los intereses específicos de un determinado sector
social.
La tendencia política vencedora tras el 7 de abril fue la de los liberales moderados que se organizaron en
la Sociedad Defensora de la Libertad e Independencia Nacional. Entre ellos había una elevada proporción de
políticos de Minas Gerais, São Paulo y Río de Janeiro. Había también una presencia significativa de religiosos y de
algunos graduados por Coimbra. Muchos de éstos eran propietarios de tierras y de esclavos.
En la oposición quedaban de una parte los “exaltados” y de otra los absolutistas; los “exaltados” defendían
la federación, las libertades individuales y, en algunos casos, la república; los absolutistas, llamados caramurus,
portugueses muchos de ellos, con puestos en la burocracia, en el ejército y en el comercio a gran escala, luchaban
por el regreso al trono de don Pedro I. Los sueños restauradores no duraron mucho pues don Pedro murió en
Portugal en el año 1834.
Las reformas llevadas a cabo durante la regencia intentaron suprimir las atribuciones de la
monarquía y crear una forma de organización militar que limitase el poder del ejército.
En 1832 entró en vigor el Código de Proceso Criminal que fijó las normas para la aplicación del Código
Criminal de 1830. El Código de Proceso Criminal dio mayores poderes a los jueces de paz, pero que ahora podían
prender y juzgar a personas acusadas de cometer delitos menores. Creó la institución del jurado para juzgar la
mayoría de los crímenes, y la del habeas corpus, que se concedería a personas apresadas ilegalmente o cuya
libertad estuviera amenazada.
Una ley de agosto de 1834 determinó que el Poder Moderador no podría ser ejercido durante la regencia y
suprimió el Consejo de Estado. A los presidentes de provincia los siguió designando el gobierno central pero
se crearon Asambleas Provinciales con mayores poderes en sustitución de los antiguos Consejos Generales.
Se legisló sobre el reparto de las rentas entre el gobierno central, las provincias y los municipios. Se
atribuyeron a las Asambleas Provinciales competencias para fijar los presupuestos municipales y de las
provincias. Esta fórmula vaga de reparto de impuestos permitió que las provincias obtuviesen recursos propios
pero en detrimento del gobierno central. Una de las atribuciones más importantes que se dieron a las Asambleas
Provinciales fue la de nombrar y cesar a los funcionarios públicos. De ese modo se ponía en manos de los políticos
regionales un arma poderosa.
Cuando comenzó el período de la regencia, el Ejército era una institución mal organizada.
Una ley de agosto de 1831 creó la guardia nacional en sustitución de las antiguas milicias. La idea consistía
en organizar un cuerpo armado de ciudadanos de confianza, capaz de reducir, por un lado, los excesos del
gobierno centralizado y, por otro, las amenazas de las “clases peligrosas”. En la práctica, mantener el orden en el
municipio en el que se constituía era responsabilidad de la nueva institución. Fue llamada en casos especiales
para hacer frente a rebeliones fuera del municipio y para proteger las fronteras del país, bajo el mando del
ejército.
La guardia nacional estaba compuesta obligatoriamente por todos los ciudadanos con derecho a voto en
las elecciones primarias. Hasta 1850 los suboficiales de la guardia nacional eran seleccionados por los integrantes
del cuerpo, en una elección presidida por el juez de paz.
Las revueltas del período de regencia no se ubican en el mismo contexto. Estaban relacionadas con las
vicisitudes de la vida cotidiana y la incertidumbre política. Estallaron numerosas rebeliones en las capitanías más
importantes, protagonizadas por la tropa y el pueblo.
En contraposición a estas revueltas estalló en Pernambuco la guerra de los cabanos entre 1832 y 1835. Fue
un movimiento esencialmente rural que se diferenció también de las anteriores insurrecciones que tuvieron
lugar en Pernambuco por su significación. El movimiento estaba constituido por pequeños propietarios,
trabajadores del campo, indios, esclavos y algunos señores de ingenio. Lucharon por la religión y por el regreso
del emperador y contra los que ellos tachaban de “carbonarios jacobinos”.
Las clases pobres de la población rural expresaron sus quejas contra cambios que no entendían y que
estaban fuera de su realidad. Los cabanos contaron con el sorprendente apoyo de los comerciantes portugueses
de Recife y de los políticos restauracionistas de la capital del Imperio.
Tras una guerra de guerrillas, los rebeldes fueron irónicamente derrotados por Manuel Carvalho País de
Andrade, el mismo que había proclamado la Confederación de Ecuador en 1824 y ahora presidía la Provincia.
Sabiendo que muchas de las antiguas quejas de las provincias apuntaban contra la centralización
monárquica, puede resultar extraña la aparición de tantas rebeliones en este nuevo período. La Regencia
procuraba dar cierta autonomía a las Asambleas Provinciales y organizar la distribución de rentas entre el
gobierno central y las provincias. Al actuar de este modo los regentes acabaron por fomentar los enfrentamientos
entre las elites regionales por el control de las provincias cuya importancia aumentaba. Además, el gobierno
había tenido mientras el trono estuvo ocupado por un emperador.
La Cabanagem estalló en Pará. La estructura social no tenía allí la estabilidad de otras provincias ni había
una clase de terratenientes bien establecidos.
Una disputa entre grupos de la elite local sobre el nombramiento del presidente de la provincia provocó la
rebelión popular y se proclamó la independencia de Pará. Una tropa compuesta fundamentalmente por negros,
mestizos e indios atacó Belém y conquistó la ciudad tras varios días de dura lucha. La revuelta se extendió al
interior de la provincia.
Los cabanos no llegaron a ofrecer una organización alternativa a la de Pará; centraron en el ataque a los
extranjeros y a los masones, y en la defensa de la religión católica, de los brasileños, de don Pedro II, de Pará y de
la libertad. Entre los cabanos había muchos esclavos, la esclavitud no fue abolida.
Las tropas leales acabaron con la rebelión tras bloquear la entrada del río Amazonas y después de una serie
de largos y crueles enfrentamientos. Belém fue prácticamente destruida y su economía hundida.
La Sabinada. El movimiento tomó partido en el tema de los esclavos; distinguía entre nacionales y
extranjeros; los criollos que se levantasen en armas apoyando a la revolución serían liberados, los demás
seguirían siendo esclavos. Los sabinos no consiguieron penetrar en el Recôncavo de Bahía, donde los señores de
ingenio apoyaron al gobierno. Tras cercar Salvador por tierra y mar, las fuerzas gubernamentales recuperaron
la ciudad en una lucha cuerpo a cuerpo que arrojó un balance final de cerca de mil ochocientos muertos.
La Balaiada de Maranhão se inició a raíz de una serie de disputas entre grupos de la elite local; las
rivalidades desembocaron en una revuelta popular, una zona de pequeños productores de algodón y ganaderos.
Los balaios llegaron a ocupar Caxias. Entre sus escasos manifiestos escritos aparecen vivas a la religión
católica, a la Constitución, a don Pedro II y a la “santa causa de la libertad”; no reivindicaban asuntos de naturaleza
social o económica, pero resulta difícil pensar que Cosme y sus hombres no luchaban por su causa personal de
libertad, fuese ésta santa o no.
Las diferentes tendencias existentes entre los balaios provocaron el desacuerdo entre ellos; por
otra parte, la acción de las tropas del gobierno central fue rápida y eficaz. Los rebeldes fueron derrotados a
mediados de 1840. A la derrota siguió la concesión de una amnistía condicionada a la vuelta a la esclavitud de los
negros rebeldes; Cosme fue ahorcado en 1842. Al mando de las tropas imperiales estuvo un oficial, siempre
presente en los enfrentamientos políticos y en las luchas del Segundo Reinado: Luiz Alves de Lima e Silva que
recibió el título de barón de Caxis por sus méritos en los citados acontecimientos.
En 1835 estalló en Río Grande do Sul la Guerra dos Farrapos o Farroupilhas.
La economía riograndense estaba ligada tradicionalmente al mercado interno. La cría de mulas
desempeñó un importante papel en el transporte de mercancías en el centro-sur del país antes de la construcción
de las vías férreas. Cuando el país alcanzó la independencia, ese período de expansión del trigo ya había concluido
a causa de las plagas y de la competencia norteamericana.
Se generalizó la cría de ganado (carne seca). El charque era un producto de primera necesidad, destinado
al consumo de la población pobre y de los esclavos del sur y del centro –sur. Los ganaderos y los productores de
charque formaban dos grupos; los primeros estaban establecidos en la región de Campanha, situada en la
frontera con Uruguay. Los productores de charque tenían instaladas sus industrias en el litoral, en las zonas de
los lagos, donde se encontraban ciudades como Rio Grande y Pelotas. Tanto los ganaderos como los productores
de charque utilizaban mano de obra esclava, además de trabajadores que dependían de ellos.
Los riograndenses consideraban que a pesar de la contribución de la provincia a la economía brasileña,
eran explotados a través de un sistema de pesados impuestos. Las peticiones de autonomía, e incluso de
independencia, se venían produciendo desde hacía mucho tiempo y aunaban en muchas ocasiones tanto a
conservadores como a liberales.
La Regencia y el Acta Adicional no calmaron los ánimos. Las provincias incapaces de hacer frente a
todos sus gastos recibían ayudas del gobierno central que procedían de otras provincias. Esto ocurrió
antes y después del Acta Adicional. Río Grande do Sul enviaba fondos sin cesar para cubrir los gastos de Santa
Catarina y de otras regiones.
La revuelta no aglutinó a todos los sectores de la población riograndense; fue promovida por los ganaderos
de la frontera y algunas personalidades de la clase media de las ciudades. Los productores de charque que
dependían de Río de Janeiro permanecieron al lado del gobierno central.
Los ganaderos tenían razones propias para estar descontentos. Pretendían acabar con las tasas impuestas
al ganado en la frontera con Uruguay o limitarlas por medio de la libre circulación de los rebaños que poseían en
los dos países. Como ya estaban organizados militarmente con sus pequeños ejércitos particulares, basados en
una jefatura incuestionable, consideraban que la creación de la guardia nacional, en donde los cargos de oficiales
eran electivos, suponía una novedad peligrosa.
Los farrapos contaron con la ayuda de algunos oficiales del ejército recién llegados a Rio Grande do Sul.
Garibaldi y David Canabarro trasladaron la guerra hacia el norte de la provincia y mantuvieron por un
tiempo el contro de Santa Catarina. Los conflictos estallaron y se trasladaron a determinadas zonas del Brasil.
La posición del gobierno central combinó la lucha con las concesiones a los rebeldes; sus líderes eran
personas de clase alta y la región en la que luchaban tenía una gran importancia estratégica para el Imperio.
Un paso importante para poner fin al conflicto tuvo lugar cuando, en 1842, Caxias fue nombrado
presidente y comandante en armas de la provincia, pues combinó con habilidad una política de ofensivas bélicas
con medidas pacificadoras.
Finalmente, en 1845, después de negociar de manera individual con varios jefes rebeldes, Caxias y
Canabarro firmaron la paz. Se concedió una amnistía general a los participantes en la rebelión, los
oficiales farroupilhas se integraron.
No se puede afirmar con certeza que los farrapos desearan separarse de Brasil y formar un nuevo país con
Uruguay y las provincias del Plata. Una reivindicación común entre los rebeldes era la de hacer de Rio
Grande do Sul por lo menos una provincia autónoma, con rentas propias, libre de la centralización del poder
impuesta por Río de Janeiro.
La revolución farroupilha obligó a Brasil a realizar una política exterior en la región del Plata muy diferente
de la tradicional; se vería obligado durante años a no aplicar una política agresiva en el Plata y a tener que buscar
acuerdos con Buenos Aires para poder ocuparse de una revolución en sus fronteras.
Se constituyó una coalición antirrosista entre Brasil y las provincias argentinas de Corrientes y Entre
Ríos que se habían rebelado contra Rosas. La presencia brasileña fue dominante en la guerra, iniciada en 1851,
cuando el emperador Pedro II estaba ya en el trono.
Mientras las rebeliones sacudían Brasil, se iban definiendo las tendencias políticas en el núcleo dirigente.
Empezaban a germinar los dos grandes partidos del imperio –el conservador y el liberal–; los
conservadores reunían a magistrados y burócratas, a una parte de los propietarios, especialmente de Río de
Janeiro, Bahía y Pernambuco, y a los grandes comerciantes. Los liberales agrupaban a la pequeña clase media
urbana y a algunos religiosos y terratenientes de zonas menos conservadoras, sobre todo de São Paulo, Minas
Gerais y Río Grande do Sul.
El sistema político aún no se había estabilizado. En las elecciones para la regencia única, el padre Feijó
derrotó a su principal competidor, un terrateniente de Pernambuco llamado Holanda Cavalcanti.
En 1837 Feijó renunció. Había sufrido presiones por parte del Congreso.
La victoria de Araujo Lima simbolizó el principio del “regreso”, palabra que hace referencia a la actitud de
la corriente conservadora deseosa de “regresar” a la centralización política y de reforzar la autoridad. Una de las
primeras leyes en este sentido consistió en una “interpretación” del Acta Adicional (mayo de 1840) que retiraba
a las provincias varias de sus atribuciones, especialmente en lo concerniente al nombramiento de los
funcionarios públicos.
2. EL SEGUNDO REINADO
Pedro II asumió con catorce años el trono de Brasil, en julio de 1840.
Las medidas de “regreso” prosiguieron tras 1840. El Consejo de Estado fue restablecido y el Código de
Proceso Criminal se modificó en 1841. Todo el aparato administrativo y judicial volvió a manos del gobierno
central.
En cada capital de provincia había ahora un jefe de policía nombrado por el ministro de Justicia. Se habían
creado los cargos de delegados y subdelegados en los pueblos y municipios. La policía pasaba a tener en algunos
casos atribuciones no sólo para investigar sino también para procesar personas y aplicar penas.
El proceso de centralización política y de refuerzo de la figura del emperador se completó con la reforma
de la guardia nacional. Los oficiales fueron nombrados por el gobierno central o por los presidentes de provincia.
La jerarquía quedaba establecida y se garantizaba el reclutamiento de los oficiales en los círculos más
restringidos. En vez de competencia entre guardia nacional y ejército hubo división de funciones; la de la guardia
nacional consistiría en el mantenimiento del orden y la defensa de los grupos privilegiados a nivel local; el ejército
se encargaría de arbitrar intereses enfrentados, proteger las fronteras y mantener la estabilidad general del país.
Aunque los liberales se beneficiaron de las medidas centralizadoras cuando estaban en el poder, no todo
sucedió pacíficamente. En 1840 el gobierno imperial carecía aún de una sólida base social en la que apoyarse. Las
revueltas liberales surgieron en mayo y junio de 1842. Los grandes terratenientes se dividieron entre los dos
bandos en lucha. En Río de Janeiro el líder de los rebeldes era Joaquín de Sousa Breves. Breves se oponía al
gobierno por sus intentos de evitar la evasión de los impuestos que incidían sobre el café y por sus medidas para
combatir el tráfico de esclavos.
En 1848 estalló en Pernambuco la Revolução Praieira. El año 1848 no fue un año corriente; en su
transcurso sacudió a Europa una serie de revoluciones democráticas. Las ideas socialistas fueron propagadas por
hombres tan diferentes como Louis Vauthier y el general Abreu e Lima. No se trataba del socialismo de Marx,
poco conocido por aquel tiempo incluso en Europa, sino del de Proudhon, Fourier y Owen.
La Praieira no era una revolución socialista. Tuvo como base, en el ámbito rural, a los señores de ingenio
ligados al partido liberal. Se quejaban por haber perdido el control de la provincia en provecho de los
conservadores. El núcleo urbano de los praieiros, donde destacaba la figura del viejo republicano Borges de
Fonseca, sostuvo un programa favorable al federalismo, la expulsión de los portugueses y la nacionalización del
comercio minorista, controlado en gran parte por ellos. Por primera vez aparece la defensa del sufragio
universal, admitiendo algunas restricciones como una edad mínima para votar y ser votado, pero sin la exigencia
de poseer una renta mínima. La lucha, transformada en lucha de guerrillas, siguió hasta 1850 sin causar grandes
problemas al gobierno imperial.
La Praieira fue la última rebelión en provincias.
Mucho antes de que estallara la Praieira, las elites imperiales estaban tratando de formalizar las reglas del
juego político. El gran acuerdo finalmente alcanzado presentaba como puntos básicos el refuerzo de la figura del
emperador con la restauración del Poder Moderador y del Consejo de Estado. Empezó a funcionar un sistema de
gobierno semejante al parlamento que nada tenía que ver con el parlamentarismo en el sentido propio de la
expresión. La Constitución de 1824 estaba lejos de ser parlamentarista; de acuerdo con sus disposiciones, el
emperador ejercía el Poder Ejecutivo. Durante el Primer Reinado y la Regencia no existió el parlamentarismo. En
1847 se creó por decreto la figura del presidente del Consejo de Ministros, designado por el emperador.
Este personaje político dirigió la formación del Consejo de Ministros que tenía encomendado el Poder
Ejecutivo. El funcionamiento del sistema entendía que, para mantenerse en el gobierno, el ministerio debía
merecer la confianza tanto de la Cámara como del emperador. El emperador usaba las prerrogativas del Poder
Moderador cuando la Cámara no apoyaba un gabinete de su preferencia. En ese caso, basándose en el Poder
Moderador, disolvía la Cámara tras oír al Consejo de Estado y convocaba nuevas elecciones. Dado que en las
elecciones el peso del gobierno era muy grande, el emperador conseguía elegir una Cámara compatible con el
gabinete que él deseaba.
A través de este mecanismo tuvo lugar la sucesión de treinta y seis gabinetes. En apariencia esto sería
síntoma de gran inestabilidad pero a pesar de las crisis, el sistema político permitió la rotación de los dos
principales partidos en el gobierno. Para el que estaba en la oposición, existía siempre la esperanza de ser
llamado a gobernar. Así, recurrir a las armas se volvió innecesario.
Los dos grandes partidos imperiales –el Conservador y el Liberal– quedaron constituidos a finales de la
década de 1830. A fin de cuentas, ¿existían diferencias ideológicas o sociales entre ellos? ¿Pasarían de ser en el
fondo grupos casi idénticos y separados por rivalidades personales?
Llegar al poder significaba obtener prestigio y beneficios para uno mismo y para los suyos.
Conservadores y liberales se valían de los mismos recursos para lograr sus victorias electorales: concedían
favores a los amigos y empleaban la fuerza con los indecisos y adversarios. De este modo, la división entre
liberales y conservadores tenía mucho de disputa entre clientelas opuestas que buscaban las prebendas o las
migajas del poder.
La elite política del Imperio debía batallar en un marco más amplio, en torno a los grandes temas de la
organización del Estado, de las libertades públicas, de la representatividad, de la esclavitud. Las líneas divisorias
sobre estas cuestiones se correspondían con las divisiones partidarias.
El tema de la centralización o descentralización del poder dividió a conservadores y liberales. En la
práctica, esta división fue relevante en la década de 1830. Las medidas de “regreso” y la mayoría de edad de don
Pedro, promovida por los propios liberales, habían subrayado la victoria del modelo centralizador.
El Partido Liberal enarboló las banderas de la defensa de las libertades y de una representación política
más amplia de los ciudadanos. El llamado Nuevo Partido Liberal, organizado en 1870 con la adhesión de
conservadores, presentaba en su programa la elección directa en las mayores ciudades, el Senado no vitalicio, la
reducción de las atribuciones del Consejo de Estado, la garantía de las libertades de expresión, educación,
comercio e industria y la abolición gradual de la esclavitud.
El Partido Conservador representaba a una coalición de terratenientes y burócratas del gobierno. El
Partido Liberal reunía principalmente a terratenientes y profesionales liberales.
Las bases regionales de los dos partidos presentaban una diferencia importante. Para los magistrados y los
grandes terratenientes de Río de Janeiro la unión entre burócrata destacados representó la base centralizadora
sustentada por los conservadores.
Las propuestas liberales de descentralización partían de zonas como São Paulo y Rio Grande do Sul, donde
existía una tradición de autonomía en la clase dominante regional. El liberalismo, en el caso de Minas Gerais,
procedía tanto de los terratenientes como de la población urbana de las viejas ciudades desarrolladas en torno a
la minería.
Por otro lado, la presencia de profesionales liberales urbanos en el Partido Liberal dio lugar a que se
plantearan los temas de una mayor representación y del énfasis en el papel de la opinión pública.
Recordemos, por último, que en torno a 1870, principalmente en São Paulo, las transformaciones
socioeconómicas habían generado una clase social basada en la producción cafetera que asumió con todas sus
consecuencias uno de los aspectos principales de la descentralización: la defensa de la autonomía provincial. En
el seno de grupos de origen social diferente, como esa burguesía cafetera y la clase media urbana, surgía una
nueva convicción, la incredulidad de que las reformas descentralizadoras o de ampliación de la representación
política pudiesen desarrollarse en el marco de la monarquía. Nacía así el movimiento republicano.
¿Por qué no se fragmentó Brasil y en cambio mantuvo la unidad territorial heredada de los tiempos
coloniales? La trayectoria de las rebeliones provinciales y la incertidumbre sobre la forma de organizar el poder
central indican que la unidad del país no estaba garantizada cuando se proclamó la Independencia. Esta última
fue el resultado de que los conflictos se resolviesen con energía y habilidad, y el esfuerzo de los gobernantes para
construir un Estado centralizado. Pero no hay duda de que la hipótesis de separación de las provincias fue
siempre menos verosímil que la del mantenimiento de la unidad.
6. LA GUERRA DE PARAGUAY.
La Guerra de Paraguay, que duró más de cinco años, desde el 11 de noviembre de 1864 hasta el 1 de marzo
de 1870.
Rasgos generales de las naciones implicadas en él; el virreinato de Río de la Plata no sobrevivió como
unidad política al fin del colonialismo español. En aquel territorio, tras arduos conflictos, nacieron Argentina,
Paraguay, Uruguay y Bolivia.
Uruguay nació en 1828, después de tres años de lucha entre argentinos, brasileños y partidarios de la
independencia.
Los habitantes de la provincia de Paraguay, descendientes en gran número de indios guaraníes, no
aceptaron someterse a la burguesía porteña y empezaron a actuar de forma autónoma a partir de la década de
1810. Los porteños que, en 1813, impidieron a los paraguayos comerciar con el exterior; bloquearon la vía
natural de acceso al mar por el estuario del Plata.
Tras la muerte de Gaspar de Francia, Carlos Antonio López fue nombrado presidente y proclamo
oficialmente la independencia de Paraguay en 1842. Trató de romper el aislamiento del país instalando una vía
férrea y estimulando el comercio exterior. Paraguay vinculó su crecimiento al mercado en Argentina. Se temía
que el país se unificase y se transformase en una república fuerte, capaz de neutralizar la hegemonía brasileña y
atraer a la inquieta provincia de Río Grande do Sul.
Las relaciones de Brasil con Paraguay en la primera mitad del siglo XIX dependieron de las que mantenían
Brasil y Argentina entre sí. Cuando las tensiones entre los dos países aumentaban, el gobierno imperial tendía a
aproximarse a Paraguay; cuando las cosas se calmaban, afloraban las discrepancias entre Brasil y Paraguay. Las
diferencias procedían de cuestiones fronterizas y de la insistencia brasileña en que se garantizase la libre
navegación por el río Paraguay, principal vía de acceso a Mato Grosso.
La posibilidad de una alianza Brasil-Argentina-Uruguay contra Paraguay y de que llegase a entrar en guerra
parecería remota; no obstante, así sucedió. El acontecimiento entre los futuros aliados se inició en 1862, cuando
Bartolomé Mitre llegó al poder en Argentina derrotando a los federalistas. El país se unificó bajo el nombre de
República Argentina y Mitre fue elegido presidente; empezó a desarrollar un política bien vista por los liberales
brasileños, que habían asumido el gobierno aquel mismo año. Mitre se aproximó a los “colorados” uruguayos y
se convirtió en un defensor del libre comercio fluvial.
Estos aciertos abrieron una puerta a las rivalidades entre Brasil y Paraguay. Al margen de que los dos países
compitieran por el mercado de la yerba mate, bajo la óptica del gobierno brasileño las disputas tenían un
contenido predominantemente geopolítico (fronteras, libre navegación de los ríos). Buscando acabar con el
aislamiento de Paraguay y tener una presencia en la región, Solano López se alió con los “blancos” y con los
adversarios de Mitre, líderes de las provincias argentinas de Entre Ríos y Corrientes.
Las operaciones de guerra se iniciaron el 23 de diciembre de 1864, cuando López lanzó una ofensiva contra
Mato Grosso; después pidió autorización a Argentina para pasar con tropas por la provincia de Corrientes, con la
intención de atacar a las fuerzas brasileñas en Río Grande do Sul y en Uruguay, pero Argentina no accedió a la
petición.
Se especuló mucho sobre las razones que llevaron a Solano López iniciar el conflicto. Aparentemente
esperaba neutralizar la amenaza de sus poderosos vecinos y transformar Paraguay en una fuerza en el juego
político del continente.
Estas expectativas no se materializaron; las provincias argentinas no pudieron apoyarlo; en Uruguay el
gobierno imperial impuso el ascenso al poder del “colorado” Venancio Flores. En marzo de 1865, Paraguay
declaró la guerra a Argentina y el 1 de mayo de aquel año los gobiernos argentinos, brasileños y uruguayos
firmaron el Tratado de la Triple Alianza. Mitre asumió el mando de las fuerzas aliadas.
El peso económico y demográfico de los tres países de la alianza era muy superior al de Paraguay. En Brasil
y en Argentina se creía que la guerra sería un paseo. López estaba bien preparado. Brasil tenía una amplia
superioridad naval para el combate en los ríos.
Las fuerzas de la Triple Alianza fueron creciendo. Las tropas se organizaron junto al ejército regular, los
batallones de la guardia nacional y gente reclutada en su mayoría según los antiguos métodos de leva forzosa que
se habían heredado de los tiempos de la colonia. Muchos fueron integrados en el cuerpo de los Voluntarios de la
Patria.
Los señores de esclavos los cedieron también para luchar como soldados. Una Ley de 1866 concedió la
libertad a los “esclavos en la Nación” que sirviesen en el ejército; hacía referencia a los africanos
introducidos ilegalmente en el país tras la abolición del tráfico negrero y que habían sido apresados y se
encontraban bajo la custodia del gobierno imperial.
El ejército brasileño se fue consolidando en el transcurso de la Guerra de Paraguay. No había servicio
militar obligatorio sino un sorteo muy restringido para servir en el ejército. Hasta la Guerra de Paraguay, la
milicia riograndense se había encargado de las campañas militares de Brasil en el Plata, pero se reveló incapaz
de enfrentarse a un ejército moderno como el paraguayo.
En el mes de 1865, las fuerzas paraguayas que ya habían ocupado Corrientes, en Argentina, invadieron Río
Grande do Sul, y poco después fueron derrotadas.
Un hecho importante en el rumbo de la guerra fue el nombramiento de Caxias en octubre de 1866 para el
mando de las fuerzas brasileñas, como resultado de las presiones del Partido Conservador, responsabilizaba a
los liberales de las vacilaciones ante el conflicto. A principios de 1868 Caxias asumió también el mando de las
fuerzas aliadas; Mitre había sido obligado a volver a Buenos Aires para hacer frente a los problemas de política
interna.
Tras varios combates, las tropas brasileñas derrotaron a un último y pequeño ejército de paraguayos,
formado por ancianos, niños y enfermos. Solano López fue finalmente acorralado en su campamento, allí murió
a manos de soldados brasileños el 1 de marzo de 1870.
Paraguay salió mal parado del conflicto; había perdido parte de su territorio y también su propio futuro. El
proceso de modernización se convirtió en algo del pasado y Paraguay pasó a ser un país exportador de productos
de escasa importancia. Los cálculos más fiables indican que la mitad de la población paraguaya murió. La mayoría
de los supervivientes eran ancianos, mujeres y niños.
Brasil acabó la guerra más endeudado aun con Inglaterra; las relaciones diplomáticas ente los dos países
se restablecieron al comienzo de las hostilidades.
8. EL REPUBLICANISMO.
El republicanismo discurrió paralelo a los dos movimientos independentistas a partir de finales del siglo
XVIII.
La base social del republicanismo urbano estaba constituida principalmente por profesionales
liberales y periodistas, un grupo que surgió al amparo del desarrollo de las ciudades y de la difusión de la
enseñanza, y también por los militares. Los republicanos de Río de Janeiro asociaban la República a la mayor
representación política de los ciudadanos, a los derechos y garantías individuales, a la federación y al
final del régimen esclavista.
En la década de 1870 apareció un movimiento republicano conservador en las provincias cuyo máximo
representante fue el Partido Republicano Paulista (PRP), fundado en 1873. Los dirigentes del PRP procedían
mayoritariamente de la burguesía cafetera. El punto fundamental del programa del partido consistía en la
defensa de una federación que asegurase una amplia autonomía a las provincias.
El republicanismo de São Paulo se diferenciaba del de Río de Janeiro por el mayor énfasis que daban
a la idea de federación, por el menor interés en la defensa de las libertades civiles y políticas y por la
forma de afrontar el problema de la esclavitud o incluso discutir el problema hasta poco antes de la abolición.
Las quejas de los republicanos de São Paulo contra el gobierno central hacían referencia a que São Paulo estaba
escasamente representado en el Parlamento y en los órganos ejecutivos. Se destacaba el hecho de que São Paulo
contribuía cada vez más a los ingresos del Imperio sin percibir los proporcionales beneficios.
A pesar de la gran actividad propagandística y de la edición de periódicos, el movimiento republicano de
Río de Janeiro no consiguió constituirse en partido político. Los partidos republicanos significativos hasta el final
del Imperio fueron los de São Paulo y Minas Gerais, en especial el primero.
En la década de 1870, las relaciones entre el Estado y la Iglesia se volvieron tensas. La alianza entre
el “trono y el altar”, prevista en la Constitución de 1824, representaba en sí misma una fuente potencial de
conflicto. Aunque la religión católica era oficial, la propia Constitución reservaba al Estado el derecho de conceder
o negar validez a las resoluciones eclesiásticas, siempre y cuando no se opusiesen a la Constitución.
El conflicto tuvo su origen en las nuevas directrices del Vaticano, a partir de 1848, durante el pontificado
de Pío IX. En 1870 se reforzó el poder del papa cuando el Concilio Vaticano I proclamó el dogma de su
infalibilidad. Esta postura de la Iglesia tuvo repercusiones en varios países; en Estados Unidos, por ejemplo,
coincidió con la entrada de gran número de inmigrantes católicos irlandeses. En Brasil, la política del Vaticano
estimuló una actitud más rígida de los sacerdotes en materia de disciplina religiosa y la afirmación de una
autonomía frente al Estado.
El enfrentamiento se produjo cuando el obispo de Olinda decidió prohibir el ingreso de masones en las
hermandades religiosas.
La participación de oficiales del ejército en el gobierno fue significativa hasta la abdicación de don Pedro I.
La presencia de la tropa en las agitaciones populares tras la independencia contribuyó a que se mirase al ejército
con desconfianza.
A pesar de esta desigualdad de trato, el cuadro de oficiales del ejército tuvo características elitistas hasta
1850. La baja remuneración, las pobres condiciones de vida y la lentitud de las promociones tendían a desanimar
a los hijos de militares o de burócratas aspirantes a ser oficiales aumentó.
La mayoría de los nuevos oficiales procedía de municipios del interior del nordeste y de Rio Grande do Sul.
Por lo general, los del nordeste procedían de familias conservadoras en decadencia que no podían pagar los
estudios de sus hijos.
En la década de 1850, en un período de prosperidad, el gobierno tomó algunas medidas para reformar el
ejército; una ley de septiembre de aquel año transformó la estructura del cuerpo de oficiales concediendo a los
diplomados de la Academia Militar privilegios en relación con los que no lo eran, en especial en las ramas técnicas
del cuerpo. La Academia Militar ofrecía un curso de ingeniería civil combinado con otro de estricta enseñanza
militar.
Los militares jóvenes ponían énfasis en la necesidad de educación, industria, construcción de vías férreas,
y en que se aboliese la esclavitud.
Con la reorganización de la Academia Militar y tras la guerra, el Ejército se reforzó como cuerpo.
La Escuela Militar de Praia Vermelha, pensada en sus orígenes como institución de enseñanza militar, se
convirtió en la práctica en un centro de estudios de matemáticas, filosofía y letras. La idea de la implantación de
la republica ganaba terreno.
En el caso brasileño, el positivismo contenía una fórmula de modernización conservadora que tuvo una
fuerte resonancia en los medios militares. En dichos medios, su influencia raramente tuvo lugar por la aceptación
ortodoxa de sus principios. Por lo general, los oficiales del ejército adoptaron los aspectos más afines a sus ideas.
La dictadura republicana adoptó el principio de defensa de un ejecutivo fuerte e intervencionista, capaz de
modernizar el país o, simplemente, de la dictadura militar.
Dejando a un lado la abolición de la esclavitud, una de las medidas más importantes del Imperio en la
década de 1880 fue la aprobación de una reforma electoral estableció el voto directo para las elecciones
legislativas, y acabó con la distinción restrictiva entre votantes y electores. Se mantuvo la exigencia de un nivel
mínimo de renta y se introdujo, a partir de 1882, el censo literario, es decir el voto restringido a los alfabetizados.
El derecho al voto se extendió a los no católicos, a los brasileños naturalizados y a los libertos.
A partir de 1883 se produjeron varias discrepancias entre el gobierno, diputados y oficiales del ejército.
La insatisfacción militar y la propaganda republicana crecían cuando en junio de 1889 el emperador invitó
a un liberal para formar un nuevo gabinete.
Desde 1887 tenían lugar contactos entre algunos líderes republicanos de São Paulo y Río Grande do Sul y
los militares. El 11 de noviembre de 1889 figuras civiles y militares se reunieron con el Mariscal Deodoro y
trataron de convencerlo para que liderase un levantamiento contra el régimen. Una serie de rumores divulgados
por los militares jóvenes sobre el encarcelamiento de Deodoro, la reducción de los efectivos o incluso la
desaparición del Ejército, llevó a Deodoro a tomar la decisión de echar a Ouro Preto como mínimo. Las primeras
horas de la mañana del 15 de noviembre de 1889 asumió el mando de la tropa y marchó al Ministerio de la Guerra,
donde se encontraban los líderes monárquicos. Siguió un episodio confuso sobre el que tenemos diversas
versiones; sea como fuere la caída de la Monarquía estaba consumada. Algunos días más tarde, la familia real
partía hacia el exilio.
9. LA CAIDA DE LA MONARQUIA.
El fin del régimen monárquico fue provocado por una serie de factores de peso desigual. En primer lugar
debemos destacar dos fuerzas de características muy distintas: el Ejército y la burguesía cafetera de São Paulo
organizado políticamente en el PRP. El episodio del 15 de noviembre fue provocado casi exclusivamente por el
Ejército. La burguesía cafetera permitió a la República contar con una base social estable que ni el ejército ni la
población urbana de Río de Janeiro podían proporcionar por sí mismos.
La falta de una perspectiva alentadora para un tercer reinado constituía otro problema. Cuando don Pedro
falleciese, subiría al trono la princesa Isabel.
En la caída de la monarquía se atribuyó un papel importante a otros dos factores: la falta de
entendimiento entre la Iglesia y el Estado y la abolición; el primero de ellos contribuyó de algún modo al
desgaste del régimen pero no se debe exagerar su importancia. La caída del régimen fue provocada por una
controversia entre elites discordantes, y la Iglesia no ejercía una gran influencia ni entre los monárquicos ni
entre los republicanos.
En cuanto a la abolición, las iniciativas del emperador para hacer desaparecer gradualmente el sistema
esclavista provocaron fuerte resentimiento entre los terratenientes y no sólo entre ellos. Los hacendados de
café del Valle de Paíba se sentían desilusionados con el Imperio, del que esperaban una actitud que defendiese
sus intereses. El régimen perdió su más importante base social de apoyo. Pero el episodio de la abolición en
sí no tuvo mayor trascendencia para el final del régimen. Los barones de Río de Janeiro, únicos adversarios
declarados de la medida, se habían convertido en una fuerza social sin expresión en 1888.