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Al final, por tanto, los cambios que se introdujeron a partir del 5 de febrero

alteraron la proporción establecida por la comisión arbitral. Las cesiones de los


socialistas a favor del PCE no supusieron una merma de puestos para aquellos, que
mantuvieron los mismos 124. El aumento del PCE se hizo a costa de otras fuerzas de
extrema izquierda pero, también, de los republicanos. IR se quedó con 103 y UR con
50. Incluso si se les sumaba la Esquerra, en caso de victoria electoral, el futuro
gobierno republicano tendría un frágil sostén parlamentario, no muy distinto al de
Lerroux hasta octubre de 1934. El reparto de las candidaturas había diseñado, según
lo veía Gordón, una mayoría de izquierdas fragmentada y sin la cohesión necesaria
para sostener a un Gobierno «homogéneamente republicano». Por ello, preveía que su
obra gubernativa sería «limitada y coaccionada», y dependería ineludiblemente del
apoyo que la minoría socialista pudiera darles. Puesto que el PSOE se debatía entre

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una izquierda displicente y un centro colaboracionista, todo dependería de cómo se
saldara su lucha interna. Si la victoria era, además, corta cabría la posibilidad de que
los diputados comunistas pudieran ser vitales. Con este panorama, no es inverosímil
que Azaña, en conversación con Ossorio dos días antes de las elecciones, repitiera lo
que había confesado a su cuñado: «con toda su alma» a él le gustaría obtener «una
votación lucidísima, pero no ganar las elecciones de ninguna manera. De todas las
soluciones que se pueden esperar, la del triunfo es la que más me aterra[171]».
El número de candidatos no lo dice todo, pues la distribución territorial da
también una valiosa pista sobre la capacidad de las futuras minorías republicanas de
prevalecer en número frente a las obreras. No era lo mismo presentar candidaturas en
las circunscripciones donde las izquierdas unidas podrían tener un apoyo mayoritario,
a hacerlo allá donde los conservadores partían con ventaja.

Tabla III
Distribución regional de las candidaturas republicanas y obreras del Frente Popular

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Como se aprecia, las fuerzas obreras superaban a las republicanas en las regiones
donde, a priori, las izquierdas contaban con mayores posibilidades de obtener las
mayorías: Andalucía, Asturias y Extremadura, además de en las circunscripciones de
Madrid, y Vizcaya capital. Ciertamente, las candidaturas de estas regiones reflejaban
la fuerza electoral de los socialistas, que predominaban enormemente sobre el centro-
izquierda. Por el contrario, allá donde se reflejaba claramente la primacía republicana
(Aragón, Castilla la Vieja, Cataluña, Galicia o Valencia), la consecución de las
mayorías por el Frente Popular era, a excepción de las circunscripciones catalanas,
más que dudosa. Así, la mayor densidad de candidatos «obreros» en las
circunscripciones donde el Frente Popular contaba con más posibilidades podía
contribuir a mermar la escasa ventaja que los republicanos habían conseguido en el
reparto. El único factor al que estos podían apelar para equilibrar esta situación
potencialmente desigual era la consecución de las minorías en las circunscripciones
donde triunfasen los conservadores. Lo normal era que allí el electorado moderado o

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indefinido elevara la votación de los candidatos del centro-izquierda sobre la de sus
compañeros obreros. Para esto, los republicanos dependían, igualmente, de que sus
aliados socialistas y comunistas se comportaran con lealtad, y votaran en todas partes
la candidatura completa.
No obstante, aun con estas salvedades, el ajuste de las candidaturas culminó con
éxito y la voluntad de concurrir juntos a las elecciones primó sobre el resto de
consideraciones. Las organizaciones provinciales, conscientes del poderío electoral
de sus rivales, pusieron menos trabas que en 1933. Respecto a esa fecha, era
especialmente destacable el cambio que experimentó la mayoría de las federaciones
provinciales del PSOE, que de abjurar de los pactos con la izquierda «burguesa»
pasaron a apreciar la coalición como único medio de aspirar a la victoria. Destacó
igualmente el realismo y la pericia de Azaña a la hora de atraer a UR a la coalición,
pese a que su opinión particular sobre los antiguos lerrouxistas y los radicales-
socialistas de Gordón no era positiva. Sin embargo, no cabía desconocer la fuerza de
UR, más aún cuando IR era, en solitario, demasiado débil para contrapesar al PSOE
dentro de la coalición. La eficacia alcanzada por la unión de las izquierdas puede, en
fin, medirse por el número de candidatos presentado en relación con los puestos de
las mayorías. El día de las elecciones, el electorado de izquierdas tuvo solo una
candidatura a la que votar, con solo tres excepciones —Las Palmas, Murcia capital y
Santa Cruz de Tenerife—, y, por tanto, su cohesión superaría a la de sus adversarios.

LA ELECCIÓN DE LOS CANDIDATOS


Repartidos los puestos, quedaba un último paso. Las organizaciones provinciales
debían elegir, en las llamadas «antevotaciones», a los candidatos. El procedimiento
más común era que los delegados de los comités locales votaran los nombres de su
preferencia en una asamblea o congreso provincial. Fue el típico de los partidos
republicanos y del PSOE, mientras que en los de extrema izquierda sus comités
centrales designaron directamente a los candidatos. Las antevotaciones tenían una
significación relevante en el PSOE, pues en ellas se ventilaba qué tendencia
predominaría en el futuro grupo parlamentario. En este contexto, fue polémica la
recomendación de la Ejecutiva a las federaciones provinciales de que no se eligieran
como candidatos a los socialistas condenados por sentencia firme tras la insurrección
de 1934. Como estaban legalmente incapacitados, se arriesgaban a no ser admitidos
en las futuras Cortes y a que se perdieran sus escaños. Prieto, en un artículo, llegó a
extender la consideración a otros partidos, en clara referencia a los miembros del
Gobierno de la Generalidad, de ERC, que también cumplían condena. Aunque
jurídicamente el argumento era irrebatible, sus rivales de izquierda acusaron a los

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prietistas de maniobrar para dejar fuera de las Cortes a numerosos caballeristas. Algo
no del todo sin fundamento, pues la Ejecutiva no tuvo empacho de apoyar
explícitamente la inclusión del prietista Ramón González Peña, que también cumplía
pena de cárcel[172].
En todo caso, la disputa por la minoría parlamentaria contaminó cualquier intento
de determinar unos criterios generales para seleccionar a los candidatos. Los
caballeristasdecidieron tomarse las antevotaciones como un plebiscito para
deslegitimar a la Ejecutiva. Para Claridad, la futura minoría socialista debía sentir
«las exigencias de una política de lucha de clases». En caso contrario, «el
compromiso a que lleguemos no puede ser realmente revolucionario», porque «la
pequeña burguesía, asistida por diputados socialistas sin espíritu de clase, llevará en
él la parte del león». Sin embargo, una minoría controlada por la izquierda del PSOE
serviría para que los socialistas pudieran «arrancar las medidas que nos importen
como partido revolucionario» y, después de la amnistía, «sacar el provecho deseable
de la reincorporación de los militantes que aquella nos devuelva». Había que sacar
triunfantes, por tanto, a «socialistas revolucionarios» y no «socialistas a secas», y
avisaba de que sus enemigos reformistas y centristas «se entregarían al caciqueo más
desenfrenado» con tal de sacar a sus candidatos[173].
No otra cosa argumentaba Caballero públicamente. Y por eso, una circular del
secretario general de la Federación de Trabajadores de la Tierra, Ricardo Zabalza,
pedía a sus compañeros que respaldaran como candidatos a «compañeros socialistas
probados […] que estén identificados con el […] espíritu de Octubre». Precisamente,
ante el riesgo de que el refuerzo ugetista concediera una victoria completa al
caballerismo, la Ejecutiva prohibió participar a quienes no fueran militantes del
PSOE, decisión que provocó amargas protestas y acusaciones de «golpe de Estado»,
pues, al fin y al cabo, las sociedades obreras habían elegido habitualmente a los
candidatos[174].
Pero ni así los centristas lograron evitar la victoria parcial de sus rivales. Los
resultados de las antevotaciones constituyeron un rudo golpe para la Ejecutiva y, por
extensión, para la viabilidad del pacto republicano-socialista. La izquierda del PSOE
se erigió triunfante en varias federaciones donde jóvenes extremistas reemplazaron a
anteriores diputados a Cortes o destacados dirigentes provinciales adscritos al
centrismo o al reformismo. La Ejecutiva fracasó incluso en su intento de vetar a dos
candidatos, Antonio Cabrera y Luis Rufilanchas, sostenidos ambos por las
federaciones de Ciudad Real y Madrid, respectivamente. En Valencia, y contra las
órdenes de la Ejecutiva, la misma directiva provincial patrocinó la candidatura
caballerista, que triunfó por completo. En Murcia, la dirección caballerista anuló la
antevotación por la que habían salido algunos centristas alegando irregularidades, y
convocó otra nueva donde copó toda la representación. La Ejecutiva fracasó también
en su intento de patrocinar los siete candidatos del PSOE para Madrid capital —
Caballero, Jiménez de Asúa, Besteiro, Andrés Saborit, Trifón Gómez, Martínez Gil y

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