Está en la página 1de 5

Anastasio de Gracia—, pues los cuatro últimos quedaron descartados en beneficio de

los caballeristas Álvarez del Vayo, Araquistáin, De Francisco y Hernández Zancajo.


El propio Besteiro logró la designación en la segunda vuelta y en unas condiciones
que él mismo calificó de «depresivas». Incluso llegó a plantearse no aceptar la
candidatura, pero Sánchez-Román le convenció de lo contrario.
Por lo demás, miembros destacados de la Ejecutiva como Anastasio de Gracia y
Manuel Cordero, o de la directiva de la Casa del Pueblo madrileña, como Manuel
Muiño, quedaron fuera de las candidaturas. El propio presidente en funciones,
Remigio Cabello, fue derrotado en Valladolid por un caballerista. Incluso en el
bastión prietista de Asturias triunfaron dos candidatos de la izquierda: el propio
Caballero, al que sustituyó un seguidor suyo Mariano Moreno, y el presidente de la
agrupación de Oviedo, Inocencio Burgos. La candidatura asturiana sería, además,
ratificada en una asamblea conjunta con los comunistas. Los caballeristas triunfaron
igualmente en Alicante, Badajoz, Cádiz, Córdoba, Huesca, Madrid provincia,
Málaga, Pontevedra, Salamanca y Santa Cruz de Tenerife. En estas condiciones, si
ganaba el Frente Popular, menos aún se adivinaba cómo sería posible una situación
estable de izquierdas.
«Poca cosa han sacado de las antevotaciones los socialistas gubernamentales»,
corroboraba El Sol. Incluso en las provincias donde triunfaron los centristas, caso de
Albacete con Prat y Martínez Hervás, los caballeristaspromovieron campañas para
hacerlos dimitir por su falta de «compromiso revolucionario». Por añadidura, las
federaciones provinciales ignoraron la recomendación de la Ejecutiva y se negaron a
dejar fuera de las candidaturas a sus militantes condenados. En León se incluyó a
Alfredo Nistal y a Rodríguez Calleja, cabecillas de «Octubre» en esa provincia.
Igualmente entraron en la candidatura socialista por Huelva Ramón González Peña y
el caballerista Crescenciano Bilbao. En esto no se apreció diferencia alguna con el
PCE, que aprovechó para incluir en Asturias a uno de sus presos, Juan José Manso.
El espaldarazo a «Octubre» era patente entre los cuadros y afiliados del PSOE, si bien
su inclusión no estaba desprovista de cálculo electoral. Los candidatos presos
personificaban mejor que cualquier elemento abstracto de propaganda el anhelo de
amnistía. En todo caso, la primera votación para presidir el grupo parlamentario,
donde triunfaría Caballero con 49 votos de 81, mostró que la izquierda del PSOE
había logrado una importante victoria frente a la Ejecutiva[175].

EL FRENTE DE IZQUIERDAS DE CATALUÑA


La confección de las candidaturas en las provincias catalanas requiere un breve
comentario específico, pues en ese caso no actuó la comisión arbitral nacional. Se

ebookelo.com - Página 96
reconoció así la primacía de los nacionalistas de ERC, la fuerza política más
importante de la izquierda catalana. Aparte, se daba también la circunstancia de que
en Cataluña ya existía, desde julio de 1935, un «Comité de enlace de la coalición de
izquierdas catalanas», que había logrado agrupar a los partidos coaligados en el
gobierno de la Generalidad antes de octubre de 1934: aparte de ERC, estaban Acció
Catalana Republicana, el Partido Nacionalista Republicano de Esquerra, y la Unió
Socialista de Catalunya, el partido socialista más importante de la región. Esa alianza
también sumaba a otras fuerzas de matiz obrerista como la Unió de Rabassaires, el
principal sindicato agrícola de Cataluña. Esta organización y la propia USC, que
habían concurrido a las elecciones de 1933 junto a la Esquerra, servían para
conferirle el marchamo obrerista que necesitaba para pugnar por el electorado a su
izquierda[176].
El hecho de que las izquierdas catalanas se hubieran entendido mucho antes de
que se planteara la convocatoria electoral preveía la rápida formación de una
candidatura unitaria. El paso trascendental lo había dado ERC al modificar la política
electoral que le había llevado a caer derrotada frente a la Lliga en noviembre de 1933.
Por entonces había rechazado toda alianza con los grupos republicanos no
susceptibles de ser absorbidos por ella a medio plazo y, desde luego, con las
escisiones nacidas de sus constantes turbulencias internas, la más importante de las
cuales, encabezada por Antoni Xirau y Joan Lluhí, había creado el PNRE. En 1936,
ERC se dispuso a reeditar la coalición que ya había logrado buenos resultados frente
a la Lliga en las elecciones municipales de 1934. Además, estaba el «Octubre»
catalán, que era un factor que cohesionaba a esas mismas fuerzas. El hecho de que los
consejeros de ese Gobierno, condenados a penas de prisión, fuesen conspicuos
dirigentes de esos partidos, especialmente el expresidente Luis Companys, otorgaba
un plus a las tendencias unitarias y, por añadidura, una gran fuerza simbólica a la
petición de amnistía.
Pero eso no quería decir que existiera unanimidad a la hora de tremolar
«Octubre» como bandera electoral, pues Acció Catalana y un sector de USC no
evitaron las críticas que les mereció la insurrección. Aun así, a comienzos de 1936,
ERC podía contar con que se inclinarían hacia ella no solo sus aliados de 1933, sino
los republicanos catalanistas de centro y centro-izquierda que formaban en Acció y el
PNRE, amén de la sección catalana de IR, con implantación en Barcelona y
Tarragona. Azaña comunicó en diciembre de 1935 a Faustino Ballvé, su delegado
regional, que había mantenido contactos con «delegados de las izquierdas catalanas»
para coordinar la coalición en aquellas provincias con las izquierdas del resto de
España, sobre la base del restablecimiento de la autonomía. Y acordó con Carlos Pi y
Sunyer, exministro y líder circunstancial de ERC, ampliar el comité de enlace a los
republicanos no nacionalistas, algo a lo que Pi se había resistido en un primer
momento. Con todo, ante la previsión de desavenencias entre ERC e IR, Azaña
aconsejó a Ballvé no suscribir nada que pudiera suscitar desacuerdo. En cuanto a UR

ebookelo.com - Página 97
y PNR, no participarían en las negociaciones por su escasa presencia en la región[177].
Además del problema de repartir las candidaturas entre tantos partidos, la
cuestión más peliaguda radicaba, como en otras partes de España, en el acoplamiento
de las fuerzas obreras. Además de USC, formaban entre ellas la federación catalana
del PSOE, el Partido Sindicalista, dos partidos comunistas (PCE y POUM) y los
catalanistas marxistas del Partit Catalá Proletari. Entre ellas las rivalidades eran
enconadas. El PSOE catalán clamaba contra la «sorda hostilidad» de que era objeto
por las formaciones obreras catalanistas, que le atribuían un españolismo que los
socialistas negaban sentir. Estos afirmaban que la «E» de español tenía solo un «mero
valor geográfico» y abjuraban del «nacionalismo absurdo de la burguesía». Tampoco
las relaciones con ERC eran mejores. El PSOE acusaba a USC de ser una percha
donde la Esquerra colgaba «sus hueros proyectos socializantes», para dar la sensación
de que en «la política pequeño-burguesa hay un contenido social». Las disputas con
USC se contextualizaban en los fallidos intentos de fusión entre ambas, y el empeño
del socialismo catalanista, rechazado por los órganos nacionales del PSOE, de que la
unión hiciera emerger un partido catalán independiente[178].
No obstante, USC sufrió un proceso de radicalización semejante al del PSOE, que
trajo consigo la derrota de su ala más moderada tras «Octubre». Esta había intentado,
bajo el liderazgo de Manuel Serra Moret, desvincular al partido de la insurrección,
algo que le valió al propio Serra la suspensión temporal de la militancia. Como
consecuencia, el ala izquierda inspirada por Joan Comorera, uno de los exconsejeros
de «Octubre», definiría el papel de USC en la futura coalición de izquierdas. El
partido no debía, «ni hipotéticamente», abandonar la línea revolucionaria. Comorera
y los suyos se negaban a hacer seguidismo de la política de ERC, que tachaban de
«reformista». USC debía participar en un Frente de Izquierdas fortalecido y ampliado
a la extrema izquierda, para ganar las elecciones y posibilitar la aplicación de un
programa «antifascista». Pero, a diferencia del caballerismo, Comorera defendía la
participación de USC en el futuro Gobierno, como garantía de que el programa se
aplicara. Al tiempo, el socialismo catalanista debía promover la creación de un
partido único del proletariado constituido en vanguardia de la «revolución socialista»,
un plan en línea con los postulados por la Komintern. Fue precisamente tras el
VII Congreso de esta cuando Comorera patrocinó públicamente la fusión de USC con
el Partit Catalá Proletari y las secciones regionales del PSOE y PCE para crear un
nuevo grupo que constituiría la «Sección Catalana de la Internacional Comunista». El
nuevo partido estaría cortado por el patrón comunista: organización bolchevique,
defensa del modelo soviético, conquista revolucionaria del poder y «dictadura del
proletariado». El proceso, no exento de dificultades y que marginaba al POUM,
contrario a la estrategia estalinista, solo culminaría días después de iniciada la Guerra
Civil con la creación del PSUC[179].
Los requerimientos coalicionistas más tempranos vinieron de los mismos
comunistas. A mediados de diciembre, el Partido Comunista de Cataluña lanzó, como

ebookelo.com - Página 98
su matriz nacional, una oferta de «Frente Popular Antifascista» con un programa de
«revolución democrático-burguesa» adaptado a las peculiaridades de la región.
Debían, por tanto, sumársele reivindicaciones que permitieran la confluencia con la
Esquerra: amnistía, restablecimiento de la autonomía, abolición de la pena de muerte
y aplicación íntegra de la ley de contratos de cultivo. Casi simultáneamente, el
POUM se abrió a la posibilidad de pactos con todas las fuerzas de izquierda
catalanas, si bien estrictamente electorales, para «cerrar el paso al fascismo
derrotando a las derechas» y conseguir la amnistía y el restablecimiento autonómico.
De estas excluía a Acció Catalana, que los poumistas consideraban en la órbita de
Portela. Pero ERC no atendió estas ofertas iniciales, atenta como estaba en acordar
algún tipo de colaboración electoral con la CNT y otros sectores anarcosindicalistas.
Estos, pese al quebranto sufrido por sus organizaciones desde diciembre de 1933,
continuaban representando con diferencia el sector más importante de la izquierda
obrera y ERC no quería enajenárselo concediendo prioridad a los comunistas. No
obstante, como se verá, los nacionalistas no tuvieron demasiado éxito en sus
apelaciones para que la CNT no promoviera el abstencionismo, algo que les llevó de
un conato de negociación a un enfrentamiento que se evidenció en mítines y
prensa[180].
En todo caso, era a ERC, como fuerza principal de la política catalana, a la que le
tocaba mover ficha y definir la amplitud de la coalición. Pi y Sunyer actuó de forma
concertada con Companys, al que visitó varias veces en el penal del Puerto de Santa
María (Cádiz). Pese a los escrúpulos iniciales de Pi, pronto coincidieron en la
necesidad de ampliar la alianza de izquierdas a las fuerzas obreras. Del mismo modo,
Miguel Santaló, jefe de la minoría de ERC en las Cortes disueltas, se reunió el 7 de
enero con Azaña y Casares Quiroga para informarles de que su partido promovería
una coalición que incluyera a «las fuerzas obreras de diversas tendencias», y quería
conocer si Azaña concebía una coalición similar para el resto de España, cosa que el
líder de IR, visto el empeño del PSOE, le confirmó. Por tanto, la coalición catalana
podría contar con los «azañistas» de la región[181].
Todo parecía indicar que la oferta de los distintos partidos comunistas no caería
en saco roto, pues ERC confirmó públicamente, por boca del exdiputado Mariano
Rubió, que se mostraba proclive a coaligarse «sin exclusión alguna hacia la
izquierda». Este llegó a afirmar que la alianza era ya un hecho en Cataluña, a la
espera de lo que sucediese en el resto de España. Su optimismo derivaba de que, el
mismo 7 de enero, una vez que Santaló comunicó el asentimiento de Azaña, el
directorio de ERC aprobó la coalición. Sin embargo, ese día los representantes de las
fuerzas obreras se reunieron, excluyendo al PSOE catalán, y acordaron pedir
conjuntamente una «candidatura única obrero-republicana». En caso contrario,
estaban dispuestos a alentar una candidatura obrera diferenciada. El ajuste de las
fuerzas obreras se atascó a partir de esa fecha, sobre todo porque el veto del POUM a
Acció Catalana fue correspondido por la formación centrista. Su líder, Luis Nicolau

ebookelo.com - Página 99
d’Olwer, se opuso a que la coalición se extendiera más allá de USC y advirtió que, si
la Esquerra intentaba acoplar candidatos «marxistas» y «netamente revolucionarios»,
se retiraría de ella. Aun con menos firmeza, los dirigentes del PNRE tampoco eran
partidarios de sumar a las fuerzas obreras. Ni en la misma Ejecutiva de ERC existía
unanimidad y, como reveló Joaquín Maurín, existía una «tendencia derechista» que se
oponía a la coalición. El propio Pi y Sunyer era remiso a incluir un número de
candidatos obreros que fuese más allá de su «real fuerza política, fragmentada y poco
efectiva» y que perjudicara a la significación esencialmente «catalanista y
republicana» de la coalición. De hecho, impuso que su nombre fuera, simplemente,
«Frente de Izquierdas», y se negó a transigir con la etiqueta de «Popular» por sus
connotaciones marxistas[182].
Ante la disparidad de criterios, el comité de enlace se reunió el 10 de enero para
tomar una resolución común. Allí se autorizó oficialmente incluir en las
negociaciones a IR. En cuanto a la participación obrera más allá de USC, si bien no
se disiparon los recelos, la Esquerra consiguió convencer a los dirigentes de ACR y
PNRE de incluirlos. La negociación se haría sobre la base de que los puestos
otorgados a los comunistas salieran del cupo reservado a USC. Los republicanos
catalanes imitarían, además, la actitud de Azaña, Martínez Barrio y Sánchez-Román:
se negaron a contactar con el «frente obrero», comisionándose a USC para que
hiciera de interlocutora. Las suspicacias siguieron presentes, hasta el punto de que Pi
y Sunyer advirtió a la extrema izquierda en un mitin en Barcelona (12 de enero) que
la alianza se haría bajo la hegemonía de su partido y sobre dos bases: la defensa de la
República y la recíproca lealtad entre republicanos y obreros. Las formaciones
obreras no debían desligarse del pacto después de las elecciones y tampoco debían
exigir «cosas que no podían cumplir». Las prevenciones de Pi no eran, sin embargo,
compartidas por el sector izquierdista de su partido, al que apoyaba Companys desde
la cárcel[183].
USC cumplió el encargo y convocó a una reunión el 11 de enero al «frente
obrero» y al PSOE catalán. Serra Moret reveló que a todos ellos se les reservaría
entre diez y doce puestos, dejando la treintena restante a las fuerzas republicanas.
Pero la negociación pronto se topó con obstáculos. Por la izquierda, la CNT anunció
que consideraba un acto de hostilidad la presencia del Partido Sindicalista en la
candidatura, lo que ponía a ERC en el brete de enemistarse con los
anarcosindicalistas o dejar fuera al PS. Y por la derecha, Acció Catalana, pese a haber
aceptado la coalición, vetó la inclusión de candidatos comunistas. La oposición de
gran parte de ACR a coaligarse con la extrema izquierda fue tal que las negociaciones
hubieron de aplazarse hasta conocer la resolución definitiva de la asamblea que Acció
convocaría para el 19 de enero, donde se esperaba que Nicolau lograra imponerse. La
renovación del veto provocó la protesta del POUM. Sus dirigentes advirtieron que, de
no haber coalición, presentarían candidaturas minoritarias y atribuyeron el
estancamiento de la negociación a que los republicanos catalanes estaban a la derecha

ebookelo.com - Página 100

También podría gustarte