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Gómez de la Torre, Segundo.

2ºA
Historia Política de España Contemporánea
Ciencias Políticas y de la Administración UGR

PRÁCTICA Nº2

1. TEXTOS
Benito PÉREZ GALDÓS: “Política española”. Antología de artículos. 1884
Este fragmento histórico/político - con referencia a las elecciones generales de 27 de
abril del 84 - lo redacta el escritor canario (afiliado en principio al partido de Sagasta)
en su crítica al sistema canovista, base para la Restauración de la dinastía borbónica tras
la primera república española, donde el fraude electoral era una de las características
integrantes del bipartidismo impuesto desde arriba y garante de la alternancia de poder
entre el partido liberal conservador y el progresista. Galdós, representante de la
corriente realista, nos regala una fuente primaria de primer orden fotografiando el
encasillado supuestamente mantenedor de la estabilidad del sistema político. Una
estabilidad artificiosamente creada en el “Pacto del Pardo” por Cánovas y Sagasta poco
antes de la muerte del rey Alfonso XII.
Nos desvela el autor en este artículo de prensa la trampa del funcionamiento electoral
por todo el mundo conocida y que, según sus palabras, hace que la mayoría de la nación
se abstenga de votar (achacándolo a la falta de representatividad, motivo incierto o
discutible entre nosotras). Y son las pequeñas circunscripciones electorales las mejor
adaptadas a la manipulación caciquil, donde el partido previamente pactado, ya por la
Corona ya por la cúpula partidista turnista, obtenía los mejores resultados; unas veces
por favores y promesas (“sacan partido de las amistades y servicios”) originando un
creciente clientelismo, otras recurriendo a la violencia o en el mejor de los casos a la
coacción y a las amenazas. Además, en las ciudades era práctica común contabilizar a
los muertos para asegurar la victoria o romper las urnas para después rellenarlas con las
papeletas guardadas en pucheros, estando de esta manera cubierto el fraude electoral (el
sufragio censitario hacía el resto).
Paralelamente la oposición dinástica esperaba su momento cultivando la
democratización desde abajo, una de las principales ideas de la segunda parte en esta
práctica. Así, la Restauración, su sistema político, empezó a agotarse cuando tanto las
escisiones de los dos grandes partidos como otros partidos no turnistas comenzaron a
reclamar su derecho a gobernar. Todo en un contexto de conflictividad social en
aumento, una guerra colonial africana o la cronificación del conflicto poder civil/militar
desde 1917.
Canovas del Castillo, fragmento del Discurso pronunciado en Sevilla el 8 de
noviembre de 1888
Las Cortes liberales (1885-1890) recuperaron dos conquistas del Sexenio: el derogado
sufragio universal y los juicios por jurado, renunciando la izquierda monárquica a la
restauración de la soberanía nacional. Según Sánchez Guerra un sistema liberal en lo
político y conservador en lo social donde la gestión de lo público se reservaba para una
élite no excluida del poder en sus distintos sectores.
La polémica sobre el sufragio universal (dentro y fuera del Congreso) hizo que el
proyecto tardara casi dos años en materializarse, hasta que en enero de 1890 Sagasta
presentó un nuevo gobierno a las Cortes. Aquellos que lo defendían argüían su íntima
relación con la soberanía nacional en contradicción con la compartida que la
Constitución establecía, era un compromiso político adquirido y pensaban los liberales
que le daría una mayor legitimidad a la monarquía a la vez que se consiguió el apoyo de
los republicanos posibilistas con la aprobación junto al sufragio de la ley del jurado.
Otros liberales consideraban que apaciguaría el conflicto social, argumento encaminado
a convencer a los conservadores por la vía del orden público.
El fragmento de Cánovas que se nos presenta tiene un carácter histórico circunstancial y
es un discurso recogido de las actas parlamentarias. La idea principal que nos formula
este texto es la descalificación del sufragio universal (masculino, por supuesto) en base
a la incertidumbre político social en que avocaría su aplicación. Los argumentos del
autor nos llevan a su instrumentalización por el socialismo y el anarquismo
(incompatibles con la desigualdad social y la propiedad privada) para conseguir sus
objetivos, amén de no garantizar un voto representativo.
La idea de quienes defienden que el orden social es de origen divino es que el sufragio
universal deviene pernicioso creando su correspondencia con el cesarismo. Para ellos
los principios democráticos originan un estado de guerra permanente, no cabiendo un
gobierno fuerte y estable donde está implantado este sufragio exceptuando los países
anglosajones donde se respeta, por considerarlo un legado, ya que se asume que lo que
la experiencia ofrece se acepta (negando su valor como ordenador de la convivencia
política); las demás naciones que lo han aceptado sufren de un funcionamiento anormal.
A pesar de todo ello Cánovas es consciente de la legalidad del socialismo y de la
tendencia que en 1890 existía en los países europeos hacia la igualdad y la democracia,
pero no se resiste a combatirlas en el terreno de los principios.
Ante la medida de gobierno impuesta por Sagasta, Cánovas la aceptó por dos razones
fundamentales: única manera de mantener las apariencias y la garantía del control
caciquil para el continuismo de su sistema.
Joaquín COSTA: Oligarquía y caciquismo. 1901
Se trata de una fuente secundaria de contenido histórico político del principal
representante del regeneracionismo español. Se nos ofrece un fragmento donde el
republicano aragonés Joaquín Costa denuncia el fraude electoral y el caciquismo, dos de
las premisas del sistema turnista implantado por Cánovas.
Con referencia a los componentes integrantes de este peculiar sistema de gobierno el
autor cita tres en su narrativa: Oligarcas, caciques y gobernadores civiles, los cuales
mantendrían postrada a la nación; para posteriormente exponer la posición que ocupa
cada uno en el sistema. Así, los conocidos como clase gobernante (oligarcas y caciques)
se distribuyen en “partidos”, unas agrupaciones políticas que no representan a la nación
y las compara con un grupo de extranjeros que se hicieron con el poder mediante la
fuerza, poder que aprovechan durante las elecciones con la falsificación del resultado y
el sufragio, corrupción siempre favorable al “partido” correspondiente según el
encasillado.
En otro orden de cosas y contextualizando la fecha en que esta obra se publicó,
existieron varios factores que hicieron entrar en crisis el sistema. Entre los más
destacables tendríamos la cuestión colonial con el desastre de 1898 y el correlativo
desprestigio del ejército, el movimiento obrero propiciado por el socialismo y el
anarquismo que caminaba en otra dirección y los nacionalismos periféricos.
Posteriormente la semana trágica de 1909, la crisis de 1917 y la falta de líderes que
pudieran formar mayorías estables tras la muerte de Cánovas y Sagasta.
Joaquín Costa en su obra Oligarquía y Caciquismo, donde efectúa un análisis
exhaustivo del Caciquismo, elabora un eslogan que resume las necesidades del país:
“Escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid”. Una tasa de analfabetismo
increíblemente alta junto a la hambruna dominante son lacras que hay que combatir, el
Cid guerrero era el mito que representaba lo que había que regenerar, lo que había
llevado al país al Desastre y lo mantenía en la crisis política y la pobreza, lo que
impedía el principal objetivo: nivelarnos con Europa. Tanto Costa como Silvela exigen
que los partidos republicano y socialista tengan representación.
El nacionalismo catalán: Las Bases de Manresa (1892)
A lo largo del siglo XIX tuvimos un sistema liberal no democrático (liberalismo y
democracia eran incompatibles). La Constitución de 1876 era aceptada por los monárquicos
constitucionales después de la recuperación del sufragio universal mientras carlistas y
republicanos renunciaban a cambiar el cerco político por la vía de la insurrección y
acabaron integrados en el sistema a pesar de su discrepancia ideológica. Eran las prácticas y
acuerdos tácitos para proteger en el Congreso a las minorías las que les otorgaban más
influencia de la que les correspondía, fueron los inicios de la obstrucción en España. Ya
entrado el siglo XX era la Lliga Regionalista la que estaba dispuesta a romper el turnismo
para impulsar desde el gobierno la autonomía catalana.
En Cataluña la renaixença estaba en todo su esplendor y en el catalanismo político Allmirall
representaba lo moderno cuya fórmula para unificar las posiciones antagónicas de las
burguesías particularistas era la opción federal, aunque su planteamiento era autonomista,
no independentista; en los Juegos Florales celebrados por la Exposición Universal de
Barcelona (1887) presentaron a Mª Cristina un programa regionalista que mantenía la
fidelidad a la monarquía buscando una amplia autonomía. Ya en 1892, tras la fusión del
Centre Catalá y la Lliga de Catalunya propiciada por Prat de la Riba, se fundó la Unió
Catalanista. En su primera reunión, celebrada en Manresa, se suscribieron las bases objeto
de este comentario.
Las llamadas Bases de Manresa (“Las Bases per la Constitució Regional Catalana”)
pretenden ser la base de una Constitución para Cataluña y son fundamentales para
conocer las reivindicaciones del catalanismo. Esta obra histórico-circunstancial no es
oficial, es de carácter público y tiene naturaleza política. Se redactó en marzo de 1892
durante el transcurso de la asamblea de delegados organizada por la Unió Catalanista.
Entre los redactores del documento se encontraba Enric Prat de la Riba (1870-1917),
político y escritor catalán representante del catalanismo conservador, católico y burgués.
Fue uno de los fundadores de la Unió Catalanista así como de la Lliga Regionalista.
Las Bases proponían la concepción de Cataluña como una entidad autónoma dentro de
España, y se acordaría con la corona española. Tenían una inspiración federal y un origen
en las antiguas leyes o libertades catalanas previas a 1714. El poder central se organizaba
según la separación de poderes: el legislativo estaría compartido por el rey y una asamblea
regional; el ejecutivo estaría formado por cinco ministerios o secretarías; el poder judicial
estaría representado por un tribunal supremo regional, la antigua Audiencia de Cataluña,
que sería restablecida. Tuvieron mucha importancia para la consolidación del catalanismo
político, convirtiendo el regionalismo en nacionalismo.
En el fragmento que analizamos se recogen en primer lugar -base 1- las competencias del
Estado español (relaciones internacionales, el control del ejército, construcción de
carreteras y ferrocarriles, resolución de conflictos interregionales y presupuestos
generales del Estado) para seguir con las catalanas de la manera siguiente:
En la exclusividad de la lengua catalana como oficial –base 3- subyacen las corrientes
nacionalistas integradoras (Alemania e Italia) y las que propiciaban la soberanía de
naciones sometidas a los grandes imperios (Turquía, Rusia o Austria). Siendo la lengua
la que define a un pueblo o nación, aquellos que la poseen de motu propio tienen
derecho a formar un estado independiente.
La ocupación exclusiva de los catalanes o naturalizados en los puestos públicos que
pregona la base 4ª se nos antoja como un preludio al federalismo extremo que podemos
enlazar con la base 6ª, todo ello derivado de la recuperación de los fueros que se
perdieron tras los Decretos de Nueva Planta completado con la reaparición de las Cortes
Catalanas (base 7ª).
Mención aparte merece la base 13, que en nuestro parcial fragmento ignora al Somatén
para subrayar únicamente a los mozos de escuadra, quizá buscando un paralelismo con
la actual organización catalana (policía autonómica con competencias integrales creada
en 1983 por el parlamento de Cataluña). Efectuando una traducción sin sesgos de dicha
base tendríamos lo siguiente: “La conservación del orden público y seguridad interiores
de Cataluña, estarán confiadas al somatén, y para el servicio activo permanente se
creará un cuerpo similar al de Mossos d’Esquadra o de la Guardia civil. Dependerán en
absoluto todas estas fuerzas del poder regional”. Sin ánimo de crítica destructiva al texto
presentado está claro que los mozos de escuadra y la Guardia civil los expone como
dependientes, cosa que el texto original no se hace. Realmente los mozos de escuadra se
remontan al siglo XVIII y fueron creados en sustitución del somatén para mantener el
orden público y acabar con los reductos de migueletes partidarios del Archiduque
Carlos (fueron creados como Escuadras de Paisanos Armados).

2. TRES COORDENADAS DE LA RESTAURACIÓN


1. Las claves de política en la España de la Restauración
Para abrir camino a nuestros comentarios hemos de crear un marco temporal que nos
limite, centrándonos fundamentalmente en el entorno español. Así, tomando como
referencia nuestra historiografía en referencia a la Restauración vamos a analizar
someramente el período comprendido entre la proclamación de Alfonso XII tras el
Sexenio Democrático y el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera (30 de
diciembre de 1874 y 13 de septiembre de 1923 respectivamente). Como rasgo esencial
de la restitución monárquica hemos de señalar la sustitución de un modelo
“democrático” por un sistema político liberal parlamentario y entre sus características
más significativas las siguientes:
- El afianzamiento del influjo caciquil
- Perseverancia del fraude electoral
- Expansión de las organizaciones políticas catalanas y vascas
- Pérdida de las últimas colonias y derrota en la guerra contra EEUU
- Crecimiento del movimiento obrero socialista y anarquista
- Agravamiento de los conflictos sociales
- Mantenimiento hegemónico social de la aristocracia latifundista y de la alta
burguesía
En los comienzos del último cuarto del siglo XIX prevalecía entre las elites políticas el
anhelo de paz y estabilidad. Como muestra un botón siguiendo las palabras de Juan
Valera en el Senado, en 1876, que reflejan la demanda de consenso existente: “Que la
era de los pronunciamientos termine, que prevalezca la ley, y que el país logre un
gobierno estable, aunque ese gobierno sea mi enemigo y yo esté siempre en contra de
él”. La deseada tranquilidad de los sectores conservadores adinerados y de la mayoría
de las clases medias y el repudio de los ensueños utópicos por parte de muchos
demócratas e izquierdistas reclamaban el pacto con el adversario ideológico para
conseguir cierto progreso colectivo y desarrollo económico. De ello no era ajeno
Antonio Cánovas del Castillo, ideólogo de la Restauración, por lo que la Constitución
de 1876 integró los principios doctrinarios del ideario moderado junto con otros de
tradición progresista. Así, a la derecha de los conservadores (moderados y viejos
unionistas) permanecieron los católicos tradicionalistas y los monárquicos absolutos; a
la izquierda de los liberales compuesta por la mayoría de la izquierda monárquica
liberal que había gobernado en el Sexenio permanecieron los republicanos. No se
quedaba fuera del juego político ningún defensor de la monarquía constitucional ya que
alternaron el poder Conservadores y liberales durante décadas.
Aunque a partir de 1880 Sagasta apostó por el respeto de la soberanía compartida el ala
izquierda de su partido insistía en la reforma constitucional, y la integración de todos los
monárquicos liberales en la Constitución no llegó hasta las Cortes Liberales (1885-
1890) cuando se recuperó el sufragio universal y el juicio por jurado, lo que cerró el
ciclo de luchas renunciando la izquierda monárquica a la restauración de la soberanía
nacional. Se estableció entonces un sistema de contrapesos entre la Corona, el gobierno
y las Cortes como manera de limitar las tres instituciones.
Los partidos políticos no estaban institucionalizados, estaban compuestos por
coaliciones de prohombres que asentaban su poder sobre las clientelas o facciones que
debían satisfacer, las cuales tenían una gran autonomía. Su base eran las organizaciones
locales con sus caciques y servía para nutrir los cargos municipales y provinciales. El
responsable último del relevo entre liberales y conservadores era el monarca con su
prerrogativa (art.54 Const. 1876) de nombrar y separar ministros. Con la caída del
partido en el poder el jefe del partido dinástico opositor recibía el decreto real de
disolución que permitía negociar el contenido del encasillado (diputados de todos los
grupos políticos relevantes). En un primer momento los territorios periurbanos
compensaban el voto republicano o socialista de las ciudades, una tenaza que fue
despareciendo a partir del siglo XX. El consenso de los debates parlamentarios, la
participación en algunas comisiones del Congreso o la apertura de rondas de
intervención de todos los grupos eran prácticas que resarcían a los partidos
antidinásticos. Además, el Reglamento de 1847 recuperado por las Cortes de 1976,
permitía a las minorías la obstrucción sin que cupiera imponer por el gobierno un
criterio propio con lo que quedaba garantizado cierto nivel de consenso (dando por
hecho el beneplácito de la oposición turnante).
Una vez terminado el siglo XIX comenzó a fallar la confección del encasillado debido a
varios factores:
- Emancipación parcial del control del gobierno por parte del electorado de las
ciudades (ej., más de 30 diputados por los republicanos de 1903)
- Crecimiento paulatino de la Lliga Regionalista catalana
- Primer escaño socialista en 1910 (Pablo Iglesias)
- Aumento de los distritos propios y decrecimiento de los mostrencos (lo que
acentuó el número de facciones en los dos grandes partidos al disponer los
gobiernos de menos escaños libres). La influencia de una facción que controlaba
varios distritos propios podía plantar cara. Así, en 1913 del partido de Dato
(conservador) nace el grupo de Maura y el de Juan de la Cierva y del partido
Liberal, desde 1917 se separaron dos grupos el del conde Romanones y el de
Santiago Alba (Izquierda Liberal). Todo esto cuestionó, al existir más grupos
con aspiraciones de gobierno, el sistema bipartidista impuesto. Ante este
panorama las minorías pasaron del consenso al uso habitual de la obstrucción,
fundamentalmente por la Lliga Regionalista con el objetivo de impulsar desde el
gobierno la autonomía catalana (las Cortes estaban amordazadas y apenas tenían
actividad).
El boicot militar, la obstrucción parlamentaria y la “bandería” partidista hizo que
Alfonso XIII, en el último tercio de 1917, formara un gobierno de concentración
(liberales, mauristas, catalanistas e independientes) rompiendo el turno y al mismo
tiempo la obstrucción, con ayuda de la “guillotina” del nuevo artículo 112 del
Reglamento (en 1920 se acabó con el bloqueo presupuestario).
Una vez abierta la etapa de gobiernos de concentración se fue consolidando el
pluripartidismo a pesar de la correlativa inestabilidad parlamentaria. Un mayor peso
político de las Cortes, un Parlamento que criticaba abiertamente a la Corona y que
incluso planteaba la posibilidad de pedir responsabilidades penales procedentes de las
decisiones políticas que dieron lugar al desastre de Annual. Poco después el
pronunciamiento de un militar andaluz no encontraba fuerte oposición.
2. La lucha por la movilización y construcción de la ciudadanía democrática en el
seno de una legislación oligárquica y caciquil
Tomamos, en principio, este segundo eje sobre la idea del atraso y del fracaso colectivo
que propugnaba el regeneracionismo: atraso agrario y subdesarrollo industrial; carácter
primitivo y revolucionario de las movilizaciones; efectos negativos del analfabetismo;
falta de una identidad propia, etc. Una justificación del fracaso político en los males del
caciquismo como traducción del atraso económico y social. Si hay algo muy claro que
tenía el regeneracionismo, no sólo de principios del siglo XX, era que el cambio de los
comportamientos político-electorales en clave democratizadora eran impensables ante la
losa del caciquismo, escenario marcado por las prácticas fraudulentas y la apatía del
electorado rural. Aquellos defensores más contemporáneos de estas tesis las asociaban
con los presupuestos de la teoría de la modernización (vinculación de la democracia al
mercado capitalista). Así, la política caciquil era para estos autores el centro de
gravedad, una identificación entre el caciquismo y la política que era ciega ante el
posible influjo de otros agentes sociales que promovían patrones diferentes en las
prácticas políticas; siendo constatable que el caciquismo, en un ejercicio de historia
comparada, pasa de ser una patología del pasado a fenómeno explicable en el proceso
de transformación de las políticas liberales decimonónicas a la configuración de
regímenes democráticos liberales parlamentarios. Desde otra perspectiva, la negación
del protagonismo de las zonas periféricas en los estudios clásicos se puede desbaratar
ante nuevos indicadores para el análisis de los procesos democratizadores.
Salvador Cruz Artacho toma nota del desfase que se observa (en el horizonte
historiográfico andaluz) entre la visión reexaminada -centrada en aspectos ambientales,
económicos y sociales-, carente de los clichés del pasado y la que se encauza en el
análisis de lo político-institucional donde sí que perviven esos mitos con la consiguiente
separación campo ciudad en la que lo agrario queda interpretado como sinónimo de
atraso y falta de movilización. Como antes hemos apuntado someramente, desde
Andalucía se sigue reproduciendo la imagen del freno para la modernización político-
electoral que suponía el caciquismo o la actitud revolucionaria, una justificación del
fracaso derivado del peso rural.
La denominada Nueva Historia Política propicia actualmente la confluencia de lo social
con lo político y, en el caso de Andalucía, la evolución económica del agro se conecta
con los componentes políticos a fin de entender su realidad desde otra lectura superando
el típico relato ajustado a las tesis del fracaso.
Considerando en Andalucía los datos sobre resultados electorales durante la
Restauración podemos observar que el porcentaje del voto antidinástico recorría un
segmento entre el 10% y el 20% y eso que desde la aplicación del art.29 de la Ley
Electoral de 1907 se dejó fuera de la contienda a una parte importante del electorado. La
tendencia contrastable de la evolución decreciente del apoyo a las candidaturas adictas
en oposición a la ascendencia del voto republicano y socialista nos dibujan un
cuestionamiento de la idea clásica sobre la desmovilización; además, se puede atisbar
que este voto antidinástico no procede, en su mayoría, de los grandes núcleos urbanos.
En el mismo sentido, el art. 29 no cohibió la intervención política seguidora de la
democratización por mecanismos ajenos a la ruptura revolucionaria, pues se
favorecieron con el sufragio las locuciones de las demandas políticas junto con la
adhesión a ellas de los grupos populares. Así, existía al finalizar el régimen un
paralelismo entre la Andalucía caciquil y la participación/adhesión a la oposición
antidinástica de republicanos y socialistas como llegó a evidenciarse con la llegada de la
Segunda República en nuestra tierra. Si a todo esto le agregamos la referencia municipal
como análisis de las luchas políticas nacionales junto con las nuevas herramientas
conceptuales procedentes de variadas disciplinas sociales, todo ello nos permite una
lectura diferente de los procesos de politización e integración andaluces. Así, la clave
revolucionaria ha dejado paso a movimientos formalmente menos radicales sin la
necesaria adscripción anarquista.
El fresco interés por el socialismo y republicanismo andaluz de la primera mitad del
siglo XX como movimiento político de referencia se aparta de la clásica y omnipresente
imagen anarcosindicalista. Y aunque el comportamiento electoral, en concreto el voto,
conecta con el conjunto de culturas políticas no nos ofrece una visión clara dado el
falseamiento sistemático y la supresión de las elecciones (art.29). A lo que habría que
añadir que los anarquistas también votaron.
Las diferentes culturas políticas del republicanismo compartían la idea de la
consustancialidad de los derechos políticos al ser humano. Unos derechos civiles que se
quedaban huérfanos sin aquellos que eran necesarios para garantizar la participación
política. En el caso del socialismo la democracia se disfrutaría superando al capitalismo
burgués utilizando como vehículo, para mejorar a la clase obrera hasta la llegada de la
revolución, una versión radical de la democracia liberal. A partir de 1910 ambas
culturas convergieron considerando también su condición extra-sistémica durante la
Restauración. Sus prioridades (limpieza del sufragio y lucha contra el cacique)
marcaron a la democracia como objetivo común en su agenda política. Las diferencias
no eran patentes en la práctica política sino en el esbozo ideológico y doctrinal.

3. Las coincidencias o particularidades de la política española en la Europa finales


y principios del siglo XX.

Como características comunes en los países occidentales europeos podemos reseñar que
la transformación democrática ha estado compuesta de períodos con muchos altibajos
en términos de conflictividad social y de impulso. Además, podemos añadir que la
ciudadanía igualitaria ha sido definida a través de múltiples caminos, diferenciándose de
unos países a otros; así en los casos de Italia, Portugal y España la vía “de arriba abajo”
es la que se toma (predominio e injerencia de los ejecutivos) y a la que prestaremos
atención en este ensayo, a diferencia de Gran Bretaña, Francia o Alemania. De otro
lado, la inclusión de los excluidos transcurrió a lo largo de decenios bajo los auspicios
monarquía-república y donde el periodo de entreguerras delimita el punto de inflexión.
Tanto la igualdad individual como la colectiva para el logro de la integración de los
excluidos están sumergidas en el proceso democratizador. El éxito o fracaso de la
construcción democrática dependerá de un periplo de actuaciones no vaticinadas y cuyo
final de fase no deja de ser un enigma. También el análisis de la igualdad necesita del
cotejamiento de las prácticas gubernamentales con el objeto de averiguar el grado de
receptividad de las élites a las demandas de los excluidos, siendo en las leyes electorales
donde mejor se captan los procesos de integración en el sur de Europa.
En los países de Europa occidental se ha producido la identificación del proceso
democratizador con la obtención del sufragio universal de ambos sexos, lo que reduce el
logro de la ciudadanía política igualitaria a tres vertientes: la franqueza del desarrollo
electoral, la concurrencia competitiva de las opciones sin ningún tipo de discriminación
y la aptitud de nivelación social solo producida gracias a la culminación de las dos
primeras vertientes. Así pues, si tomamos como referencia la vía “de arriba abajo”
(España, Italia y Portugal) podremos apuntar las similitudes y diferencias de estos tres
países en base a las tres variables democratizadoras (transparencia, competencia y
sufragio), unos apuntes en torno a dos cuestiones:
1. Atributos sociopolíticos que se comparten:
a. Perfil liberal-oligárquico del cacique (galopín o patrón)
b. Partido gobernante con política clientelar, con las pertinentes
dificultades españolas para pasar a la política de masas antes de la
involución primoriverista.
c. Bipartidismo del sistema (solo en España y Portugal)
d. Pérdida de la validez legislativa a principios de los años veinte en
España e Italia.
2. Comparativa -similitudes y diferencias- en la oferta de los gobiernos durante
esta primera ola democratizadora (1860-1930).
i. Desde el gobierno largo de Maura hasta 1923 existió un
déficit en la competencia indiscriminada de candidatos
rivales. Así, Pablo Iglesias no consiguió entrar en la Cámara
hasta 1910, nada que ver con la representación socialista
italiana.
ii. Falta de transparencia, ya que en España se institucionalizó el
fraude a pesar de la intransigencia socialista en la defensa de
la veracidad electoral.
iii. Mientras Italia y Portugal no legislan el voto masculino hasta
la década de 1910 en España se hace en 1870 y en 1890
(incluso la extensión al voto de la mujer de 1931 es más
temprana que Italia -1945-).

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