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EL ESPAÑOL CLASICO

La importancia de la lengua española en los llamados Siglos de Oro (desde 1530 hasta
1650, aproximadamente) proviene de causas internas y externas a la lengua misma.
Desde el punto de vista externo, España pasó, con los Reyes Católicos, a ser la
potencia que dominaba al mundo. A hechos políticos como la unión definitiva de las
Coronas aragonesa y castellana, la toma de Granada, la expansión española en el
Mediterráneo, etc., se unieron felizmente otros culturales no menos importantes para el
engrandecimiento y difusión de la lengua española: el humanismo renacentista, la
imprenta, el «esnobismo» por lo español, el neopopulismo creciente, etc. Y, sobre todo,
como verdadero broche, el descubrimiento de América (1492), tierra en que germinaría
nuestra lengua en el habla de millones de hombres. Podemos resumir con Amado
Alonso: «Española era la lengua de los españoles y la que había de aprender para
entrar en el poderoso círculo de sus intereses materiales, religiosos, artísticos y
sociales».
No por conocidas se pueden dejar de traer aquí el ramillete espléndido de citas que
exaltan el valor de nuestra lengua desde los comienzos de la época áurea y que
empezaron con aquel irrefrenable optimismo de Fray Hernando de Talavera. Menéndez
Pidal nos lo cuenta:
«Los descubrimientos que en 1492 se meditaban, las conquistas recientes y las
proyectadas, afirmaban el valor del propio idioma en el pueblo que tantas ambiciones
nutría. Llevado precisamente de esa afirmación acomete Nebrija al escribir su Gramática
Castellana en 1492. La primera gramática de una lengua romance que se escribía en la
Europa humanística fue escrita en esperanza cierta del Nuevo Mundo, aunque aún no
se había navegado para descubrirlo. Pero el propósito de una gramática Vulgar era cosa
tan nueva que, al presentar el autor su obra en Salamanca a la Reina Católica, ésta
preguntó para qué podía aprovechar tal libro; entonces el obispo de Avila, el viejo
confesor de la Reina, Fray Hernando de Talavera, a la sazón ocupado con estusiasmo
en allanar las dificultades que Colón hallaba para su primer viaje, arrebató la respuesta
a Nebrija, lleno de confianza, diciendo: 'Después de Vuestra Alteza meta debajo de su
yugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento,
aquéllos tengan necesidad de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, y con
ellas nuestra lengua, entonces por esta arte gramatical podrán venir en el conocimiento
de ella, como agora nosotros deprendemos el arte de la lengua latina para deprender el
latín»'.
Poco después, los caballeros italianos escribían versos en castellano a Lucrecia Borja, y
uno de ellos, nada menos que El Bembo, se sentía embargado por «las agraciadas
dulzuras de los versos españoles». Castiglione, su contemporáneo, subrayaba «aquella
gravedad reposada de los españoles» (de donde la extensión del vocablo español
sosiego), y por nuestra lengua: «así entre damas como caballeros se tiene por gentileza
y galanía saber hablar castellano». Más adelante, otros testimonios nos refieren cómo la
Reina de Francia, Catalina de Médicis, «se huelga mucho de la lengua castellana», o
cómo «habitualmente la mayor parte de los franceses de hoy, al menos los que han
visto un poco, saben hablar o entienden este lenguaje» (el español).
No es extraño, pues, la indignación -y el espaldarazo de universalidad al mismo tiempo-
con que Carlos V imprecó a un embajador que no entendía el español: ''Señor obispo,
entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la
cual es tan noble que merece ser sabida y entendida por toda la gente cristiana.
De manera inequívoca nos pondrá al corriente de este nacionalismo lingüístico
exacerbado el prologo del licenciado Villalón a su Gramática Castellana (1558), último
testimonio de nuestro florilegio:
«Pensando muchas veces en el valor, elegancia y perfección de la lengua castellana, y
andando a buscar su inventor por la tener en aquella estima y veneración que merece el
autor de tanto bien (...)».
«Pero esta nuestra lengua hasta agora ha andado suelta sin sujetarse a regia ni ley (...)
hasta esta nuestra edad, en la cual es venida a tanta polideza y perfección que si la
quisiésemos cotejar con la de hoy ha quinientos años, hallaremos tanta ventaja y
diferencia cuanta puede ser en dos lenguas diferentes. Y así agora, yo, como siempre
procuré engrandecer las cosas de mi nación, porque en ningún tiempo esta nuestra
lengua se pudiese perder de la memoria de los hombres, ni aun faltar de su perfección,
pero que a la continua fuese colocándose y adelantándose a todas las otras, y también
porque la pudiesen todas las naciones aprender -pues el bien es mayor cuanto más es
comunicado- por estas razones intenté sujetarla a arte con reglas y leyes. También me
movió a este trabajo ver que estamos en edad que es necesario, pues vemos que se
precian en todas las naciones muy sabios varones de escribir en sus lenguas vulgares, y
así lo usan varones castellanos muy eminentes, que pudieran en elegante estilo latino
escribir. Forzóme, por el consiguiente, a esta empresa ver el común de las gentes
inclinadas a esta dichosa lengua, y que les aplace mucho y se precian de hablar en ella:
el italiano, el flamenco, inglés, francés y aun en Alemania se huelgan de la hablar,
aunque se presuma que sea alguna parte de causa ver que el nuestro Emperador Don
Carlos se precia de español natural, que así vimos que al tiempo que Su Majestad
venció la batalla de Lansgrave y al Duque de Sajonia junto al río Albis, vinieron todas las
señorías y principados de Alemania a se le sujetar y obedecer, y a demandarle perdón,
y todos le hablaban en español; aunque parece que era algo por le complacer. También
vemos que la lengua lo merece en sí, por su elegancia, elocuencia y copiosidad, que
cierto es muy acomodada a buen decir...».
«La lengua de los españoles estaba esparcida por toda Italia, por Flandes, Francia,
Alemania, Austria e Inglaterra. Los embajadores españoles eran los únicos que
hablaban en su lengua al senado veneciano sin el auxilio de intérpretes. El español 'es
lengua común a todas las naciones', dice el italiano Domenichi (1561). Se imprimían
libros españoles en muchas ciudades de Alemania, Flandes, Inglaterra, Francia, Italia, y
en todos los países eran traducidos. En todas partes había maestros de español y se
componían y publicaban gramáticas y vocabularios de nuestra lengua. Hasta las
compañías de farsantes españoles andaban por Italia, Cerdeña, Flandes y alguna vez
por Francia, representando nuestras comedias. Añádase la dispersión de los judíos
españoles por toda Europa y, en especial, por la cuenca del Mediterráneo (...).
Centenares y centenares de palabras españolas (procedentes, por ejemplo, de
esforzado, sosiego, grandioso, desenvoltura, fanfarrón, hablar, crianza, cumplimiento,
primor, pícaro, galán, siesta, desesperado, guitarra, castañuela, chacona, zarabanda,
armada, flota, gorra, sombrero, mantilla, alcoba, manteca, etc.) pasaron en esa época a
enriquecer las lenguas europeas, y de entonces datan en su mayor parte los
hispanismos en alemán, en francés, en italiano, en inglés, recogidos por la filología
moderna en media docena de volúmenes». (Amado Alonso.)

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