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Se trata de que la oposición viva, de que tenga recursos para hacer sus
campanas, las cuales cuestan cada vez más, pero que no consista sólo en
membretes o grupos pequeños que no hagan ningún tipo de campaña como se dice
que era el PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana). La medida
contribuyó a vigorizar el sistema de partidos, a disminuir la rebelión violenta y
benefició sobre todo al PAN, que no en vano había estado presente en las justas
electorales durante varias décadas. Obligó al Partido Comunista Mexicano, que
había repudiado a su ala radical y en consecuencia a la guerrilla, a que participara
seriamente en las elecciones, lo que hizo ya en las federales de 1982 unido a otros
partidos de izquierda, y bajo el nombre de Partido Socialista Unificado de México
(PSUM). Su base electoral fue muy pequeña: del total de los sufragios el 5.81 por
ciento en comparación con el 14.08 del PAN. Sin embargo, consideremos que su
trabajo para obtener una base electoral resultaba reciente.
El primero fue sentido directamente por el público, pues aunque era verdad
que se había experimentado un cierto tipo de inflación durante décadas, no se
trataba, sin duda, de los frenéticos aumentos que en unos cuantos meses dejaron
sin valor al peso como unidad monetaria. Las amas de casa contemplaban con
asombro que los comerciantes retiquetaban diariamente sus mercancías, que el
sistema de ventas a plazos quedó obsoleto porque todo el interés quedaba por
debajo de la velocidad del aumento y pronto se vio cumplirse una regularidad que
caracteriza todas las épocas inflacionarias: el aumento de salarios nunca alcanza el
aumento de los precios. Los salarios sólo aumentan por revisión de contratos de
trabajo o por huelgas, en cambio el comerciante únicamente cambia la tarjeta del
precio con el pretexto de que los costos han subido, sin mostrar la proporción entre
el aumento de los costos y el de los precios. Dado el caso, el presidente Echeverría
autorizó que las revisiones salariales de ley se hicieran anualmente y no cada dos
años. Se procuró establecer una vigilancia de precios, que no funcionó en la
práctica. Sólo fue efectiva en el área de las subsistencias populares, el
funcionamiento de la CONASUPO y de las tiendas sindicales.
Si las cosas estaban así, era evidente que sólo mediante la nacionalización
de la banca se podía solucionar de raíz el problema.
El problema con los Estados Unidos era y continúa siendo múltiple. Primero
por el hecho de que los tenedores de la formidable deuda mexicana son en su
mayoría bancos norteamericanos, con los cuales habría que establecer una difícil
negociación. Segundo, porque con el riguroso control de cambios, que no se pudo
mantener a lo largo de nuestra dolarizada frontera de tres mil kilómetros, muchos
mexicanos nada pobres, que habían comprado propiedades en los Estados Unidos,
se quedaron sin dólares, al menos temporalmente, para hacer sus pagos. Tercero, el
flujo de trabajadores migratorios continuó engrosado por la migración
centroamericana. Y cuarto, el problema de Centroamérica con el triunfo de la
revolución nicaragüense en 1979 y la explosión de la rebelión salvadoreña con la
acción de guerrillas rebeldes en Guatemala y Honduras, los Estados Unidos
temieron una extensión del socialismo a esa zona del continente patrocinada por
Cuba y se dedicaron a ayudar a los regímenes militaristas. México, por su parte,
defendió nuevamente el principio de autodeterminación y no sólo por un prurito
legalista sino porque era evidente que la rebelión centroamericana estaba motivada
por las condiciones de miseria en que secularmente había vivido el pueblo y por una
apetencia de libertad suscitada por largas dictaduras militares y familiares como la
de los Somoza. De modo que la situación no consistía en defender unas
democracias amenazadas por el socialismo sino en atender los problemas sociales
dentro de las medidas dictadas por los propios interesados y no por la imposición de
potencias militares. Solución económica, política, social, diplomática y no lucha
armada, tesis mexicana opuesta a la de los Estados Unidos además porque para
México implicaría un desastre una guerra abierta al sur de su frontera. En plena
crisis económica comenzamos a recibir oleadas de refugiados centroamericanos,
principalmente de grupos indígenas que huían del genocidio. Ahora se trataba de
grupos campesinos muy populares que contrastaban por su situación social y su
problemática con los universitarios conosureños que habíamos recibido en el
sexenio de Echeverría, producto de la diáspora universitaria sudamericana.
Existe otro problema sutil con los Estados Unidos, pero no menos real. A
pesar de las tesis de la Mafia, el problema de lo nacional no podrá ser dejado de
lado. Por un lado, la preocupación por México se manifiesta en el permanente
estudio de la realidad nacional, pero ya como una tarea normal y cotidiana. La
economía, la historia, la sociología, la historia de las ideas, la investigación científica,
prosiguen una tarea que en otro tiempo fue producto de una constante exhortación.
Por otro lado la cultura comercial, proveniente en su mayoría de los Estados Unidos
es otra de las expresiones de nuestra dependencia. La crisis económica puso al
descubierto que aún existía lo que Antonio Caso denominó alguna vez como
"bovarismo nacional": La sensación de vivir en provincia y no en la metrópoli, o como
dijo Alfonso Reyes, la sensación de vivir en una sucursal y no el foco de la
civilización. Los mexicanos y no sólo los mexicanos pobres, quieren ir a vivir a los
Estados Unidos o cuando menos gozar y comprar sus productos. Las amas de casa
de la clase media alta compran todos sus enseres domésticos y personales en los
Estados Unidos, poseen tarjetas de crédito de ese país y su rabia es incalculable
cuando estas actividades se les obstaculizan por la devaluación y el control de
cambios. Se trata de una actitud complementaria a la de la fuga de capitales. Es una
fuga espiritual de la propia patria a la que consideran como "mexiquito" según un
término muy difundido entre algunos grupos intelectuales. Insistiendo en esta actitud
algunos grupos fronterizos declaran de manera expresa que no verían inconveniente
en que la frontera se corriera hacia el sur.
La literatura de los setentas y los ochentas ha sido más bien cosmopolita que
internacional o universalista. Los personajes viajan por todo el mundo o son
extranjeros cuyas vivencias se narran en una visita a Cholula. Se asumen técnicas
narrativas muy de vanguardia como en el caso de Elena Garro e Inés Arredondo y
casi se desprecia el relato lineal. Asumiendo esas técnicas, pero con un tema muy
nacional, destacan las novelas de Arturo Azuela y Fernando del Paso. Sin embargo,
el novelista de más éxito es Luis Spota, que factura una serie de novelas sobre la
política mexicana, cuyos entretelones conoce muy bien, y no le importa que la
vanguardia lo exorcice.