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LA PROVIDENCIA EN LAS CALAMIDADES PUBLICAS POR SAN ALFONSO DE LIGORIO SEGUi00 DEL TRATADG BE LA CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DiGs DEL MISNO SANTO AUTOR a CON LAS LICENCIAS NECESARIAS on MADRID LIBRERTA CATOLIGA DE GREGORIO DEL AMO Calle deta Pas, nim. 6, 1800 CUATRO PALABRAS DEL TRADUGTON RSPANOL En este siglo, més que en ningfn otro, parece deben leerse con el mayor inte- rés los Avisos de la Providencia en las cilamidades piblicas ; pues pudiera de- cirse que el Cielo ha reservado para la presente generacidn el mas terrible de los castigos. La guerra exterminadora, hermana del hambre y que lleva en su seno todos los males, ha desolado repe- tidamente vastas comarcas; la tierra ha temblado so nuestros pies y ha devora- do pueblos enteros; una enfermedad tan cruel como incomprensible, vomitada del centro del Asia, ha recorrido todo —6— el globo, llevando consigo el estrago y la muerte; rios salidos de madre, inun- daciones, incendios han contribuido al cuadro general de la desolacidn: el hom- bre se ha mancomunade con ta Natura- leza para destruir, y el espfritu de vér- tigo que ha sembrado en el seno de las sociedades y¥ de las familias una discor- dia, al parecer eterna, es un triste pre- nuncio de nuevos trastornos y calami- dades. Guerras fratricidas, atentados horroroses, crimenes que hacen estre- macer la Naturaleza, todo manifiesta que el mundo, siempre enfermo, ha lle- gado ya 4 una especie de crisis moral; y el castigo de los castigos, la ultima calamidad, es la que amenaza 4 Je, affi- gida tierra. Parece que Dios, cansado ya de tanta iniquidad, ha abandonade, hasta cierto punto, 4 los hombres 4 su réprobo sentido, y ha permitido que el error, la duda, la indiferencia y la im- —-to piedad inundagen como un nuevo dilu- vio las naciones ingratas, y sepultasen en un letargo de muerte la mayor parte de la humanidad. ;Gran Dios, qué serd de la tierra si tras ese torrente de cri- men no derramdis desde vuestro trono otro torrente de expiacién y de miseri- cordia! En nuestros tiempos de desgracia ea, pues, enando urge escuchar los avisos saludables que nos da Dios en los cas- tigos que nos envia. Preciso es buscar en su clemencia inagotable un refugio, un asilo, una esperanza. Uno de los san- tos 4 quienes nuestro siglo venera sobre los altares, y que conocfa bien sus do- lencias, eseribié estes avisos de salud. Inspirado por el espfritu del Sefior, que guiaba su pluma, parece un sincere in- térprete de su voluntad, colocado como otro Criséstomo en medio de los desér- denes de Constantinopla; muéstrase co- —~s— mo un mediador entre la tierra culpa- ble y el Cielo, justamente indignado por nuestros delitos. Su voz es la mis- ma voz de Dios anunciada al mundo por medio de los profetas, evangelis- tas y santos que cita 4 cada momento. Nada mdz sencillamente enérgico, pero nada mds dulce é insinuante, San Li- gorio es el Francisco de Sales de aues- tra época. Suave y blando como el san- to obispo de Ginebra, habla al cora- z6n de una manera irresistible: su len- guaje tiene la fuerza de la uncién y de la santidad. Su principal cbjeto se re- duce 4 probar y hacer que el alma se penetre de la triste verdad de que la causa de todas nuestras desgracias y calamidades es el pecado; y con una celeste dulzura invita 4 los hombres co- rrompidos 6 extraviados 4 que arrojen este monstruo de su corazén. A pesar de las nubes opacas con que se presenta -9-— el Ciclo airado 4 nuestros ojos, hace oir aquellas palabras de consuelo y de vida que el profeta hacia resonar sobre la falminada Ninive.. Y Ninive se arre- pintié y fué salva... | Ah, ojald la vou de ese nuevo Noé pueda detener el diluvio de males que amenaza sumergirnos! Dios esté indignado, su espada levan- tada, jy Ja voz del Juste desde los cie- los todavia anuncia salud! Puedan nucs- tros cortos esfuerzos extenderla algtin tanto como un débil eco sobre nuestra patria, que, en medio del afligido mun- do, necesita atin de la Providencia una misericordia especial!... ‘Tales son nues- tros deseos. DE LAS GALAMIDADES PUBLIGAS CAPITULO I DIOS NOS AMENAZA CASTIGARNOS PARA SUBSTRAERNOS DEL CASTIGO Heu! Consolabor super ho- slibus mets, et vindicabor de inimicis mets, iAy! Me consolard en la pérdida de aquellos qua combaten ,y¥ qneduré ven- gado de mis enemigos, Is., 1; 24. re Est se explica Dios cuando habla © de castigos y de venganzag; dice que ‘au justicia le obliga 4 vindicarse de sus enemigos. Mas observadlo aten- tamente y repararéis que, aun amena- zindonos, parece dar muestras de su dolor en verse forzado & castigar cria- 19 turas que El ha amado hasta rescatar- las al precio de su vida. Este Dios, que es el Padre de las misericordias y que tanto nos ama, lejos de complaserse en atormentarnos, -estd, muy al contrario, mucho mas dispuesto ¢ perdonarnos y é consolarnos. (Jerem., XxIxX, 11.) » Si asf es, se dird, gpor qué nos casti- ga Dios? O, £10 menos, , por qué parece que quiere castigarnos? { Por qué, decis? No por otra razén, sino porque quiere usar de migericordia con nosotros, Su célera actual no es sino paciencia y mi- sericordia. Si el Sefior se mucstra irri- tado, no e9 para castigarnos, sino para que renunciemos al pecado y pueda El entonces perdonarnos: Dios amenaza castigarnos para substraernos del cas- iago. Las amenazas de los hombres son ordinariamente el efecto del orgullo y de la impotencia; asf es que, cuando pueden vengarse, ge guardan muy bien de amenazar por temor de que, adver- tidos sus enemigos, no eviten los males que les preparan, No amenazan sino —1i— cuando se ven en la impotencia de ven- warse, y de este modo satisfacer en parte su pasidn por el temor que inspi- ran 4 sug enemigos. Muy diferentes son las amenazas de Dios. No nos amenaza ciertamente por- que se halle en la impotencia de casti- garnos, pues puede todo lo que quiere, sino que tiene paciencia para que nos arrepintamos y eyvitemos el castigo. (Sap., XI, 11.) No nos amenaza por odio que nos tenga, ni para que nos alormente el temor, Dios amenaza por amor, & fin de que nos convirtamos y escapemos del castigo; amenaza porque no nos quiere perdidos; en una palabra, porque ama nuestras almas. (Ti Pet., 111, 4.) Dios amenava, verdad es; pero, sin embargo, espera, suspende el castigo, porque no quicre que nos condenemos, pero sf que nos corrijamos. (Sap., Xi, 27.) Juas amenazas del Sefior, pues, no sou gino efecto de Ia bondad y de la ternura; hdcenos percibir la voz de su amor para librarnos de las penas que hemos mereeido. — a4 — Cuarenta dias pasardn afin, exclamd Jonds, y Ninive sera destruida. (Jon, V, 4.) ; Desventurada Ninive! Llegé ya el tiempo de tu castigo, yo te lo anuncio de parte del Sefior. Sepas que, dentro de cuarcnta dias, tu ciudad qnedard abis- mada y no existird ya mds en el mundo. Ninive hizo penitencia, y no fué cas- tigada. (Joan., 01, 10.) Jonds, temiendo pasar por falso profeta, se afligid y ge lamenté de ello al Seftor, diciéndole: «Yo habfa huido 4 Tarsis, porque sé que sdis misericordioso; que amenuzdis y que después no castigdis», (Joan,, ty, 2.) Entonces el profeta partis de Ninive, y, rétirdndese al campo, se puso debajo de una yedra, para estar al abrigo de los rayos abrasadores del sol. Qué hizo entonees el Sefior? Hizo se- oar la yedra, y Jonds se afligid por esto tan profundamentc, que deseaba la muerte. Entonces le dijo e] Sefior (Joan., 1v, 10): «Tt te lamentas por- que no puedes gozar de la sombra de un arbolillo qne ti no has criado, y no quieres que perdone 4 los hombres que — 16 — . he criado y han salido de mis manos». La desgracia que el Seftor hacia anunciar & Ninive no era, segfin San Basilio, una profecia, sino una simple amenaza, por cuyo medio queria con- vertir aquella ciudad. Dios se manifesta con frecuencia irritado, porque quiere ser misericordioso con nosotros; nos umenaza, RO para castigarnos, sino para hacernos evitar el castigo. Cuando alguno nos clama sguardaos!, afiade San Apustin, no tiene intencién de dafiarnos. Asi eg precisamente como Dios se porta con nosotros. El amenaza, dice San Jerénimo, no para infligirnos la pena, sino para librarnos de ella si el aviso basta para corregirnos. ;Oh Dios mio! Cuanto mds dispuesto estdis f salvarnos, entonces es cuando parece que os encondis contra nosotros; mas vuestras amenazas no tienen ctro cbjeto que hacernos arrepentir de nnes- tros peeados. Podria el Sefior castigar- nos de improviso, haciéndonos morir sibitamente, sin concedernos el tiempo de hacer penitencia; pero nos muestra — 16 = anticipadamente su enojo, para que nos arrepintamos y evitemos el castigo. El Seftor decfa a4 Jeremfas (Verem., XKVI, 3): «Vete y di ¢ los pecadores, si eg que quieren escucharte; vete ¢ de- cirles que, si abandenan‘el pecado, no les enviaré los castigos con que tentfa intencién de castigarlos>, Lo mismo os anuncia el Sefior: si os corregis, revo- card e] deereto que contra vosotros tie- ne preparado, Observa San Jerénime que Dios no aborrece el hombre, sinc su pecado; y afiade San Criséstomo que Dios llega hasta olvidar nuestros pecados, cuando nosotros nos acorda- mos de ellos; es decir, que cuando, des- pués de habernos humillado, nos corre- gimos y le pedimos perdén, nos lo con- cede segiin su promesa. (17 Par., xu, 7.) Mas, para corregirnos, es menester que temamos el castigo; pues sin esto no mudaremos de vida. Verdad es que Dios protege al que espera en su mise- ricordia (Ps,, xvi, 51}; mas esta es- peranza no debe ser destituida de te- mor; porque la esperanza que no ya acompafiada de temor degenera en pre- suncién y en temeridad. (Ps., exit, 19.) Hallase muy 4 menudo en la Escritura que el Sefior habla de la severidad de los juicios, del Infierno y del gran nt- mero de desgraciados que se precipitan en 61. (Lue, xu, 4; Mai, vi, 13.) ¥ ,por qué? Porque quiere que el temor nos arrauque 4 los vicios, 4 las pasio- nes y 4 las ocasiones peligrosas, y que podamos por este medio esperar la sa- lud. Un piadoso temor de Dios santi- fea al hombre; asi David pedia al Se- fior la gracia de temer, fin de que el temor destruyese en él las ateeciones de Ja carne. (Ps., cxviI, 120.) Debe- mos temer, pues, con motivo de nuestra faltas; mas este temor, en vez de aba- tirnos, debe excitarnos ¢ Ja confianza on la misericordia de Dios. David deofa al Sefior: « Perdonad- me, porque mi pecado es grandes. (Ps., xxry, 11.) David hablaba asi porque sabia que la misericordia de Dios brilla con més resplandor allt donde es mayor la miseria, y que el esperar en esta mi- 2 — 18 — sericordia le honra mds cuanto mds gra- vemente se ha pecado. Esta esperanza se funda en Ja palabra de Dios, que ha prometido salyar al que espera en Hl. (Fs., XXXVI, 42,} El temor de Dios nada tiene de pe- noso; al contrario, iaunda de alegria el fonde de los corazones. f fivel., 1, 2 1), porque el temor mismo eonduce & es- perar frmemente en Dios, y el alma halla en ello su felicidad. (Heel, xxxrv, 16-17.) Si, lo repito, su felicidad; por- que este temor conserva al hombre lejos del pecado (rei, 1, 27), y excita en nuestros cotazones an grande deseo de observar la ley del Sefior. (7s., oxi, 1.) Hs menester, pues, persuadirse que Thios no se complace jams en castipar. Es por esencia la bondad infinita, dice San Leén: no desea otra cosa que col- marnos de beneficios y haccrnos dicho- sos. Cuanda castiga, se ve forzado ¢ ello; au justicia es quien lo exige. [El castigo disgusta al coraxén de Dios. (fs. XXVIII, 21.) Alennas veces parece que quiere castigarnos (-/erem., XVI, 11}; mas 4A — 19 — qué fin? Porque quiere vernos corregi- dos y librados de las penas que hemos merecido, El Sefior se llama el Padre de jas misericordias y no el Padre de las ven- ganzas; su naturaleza le lleva 4 ejerci- tar la compasién, mas nosotros le obli- gamos 4 emplear la severidad. ;Quién puede comprender cudn grande es la misericordia de Dios? Asegfiranos Da- vid que Dios, aun cuando esta irritado, compadece nuestros males, (27s., LXLX.) Su edlera misma esta llena de bondad; enciéndese para socorrernos y amenaza para perdonarnos. Manifiéstase Dios ar- mado de instrumentos de castigo, y no To hace por-otra cosa sino para vernos atrepentidos de las ofensas que come- temos. Dios tiene en su mano un arco tirante, & punto de arrojar la flecha; mas no dispara, porque desea que baste ci terror para corregirnos, y que ast evitemos el castigo. «Yo quiero espan- tarles, dice el Sciior, 4 fin de que el te- rrot los mueva 4 salir del fango del pe- cado y 4 volver 4 Mio (Os., vs, 1.) Sf; — 20 — ‘el Sefior estd impaciente por perdonar- nos}; nO” ataa y Hos quiere, 4 pesar de nuesiras faltas y de nuestra ingratitud, David deefa 4 Dios: Socorredme en mis tribulactones; asi es como debe- mos rogar también nosotros. Sefior, ha- ced que la calamidad que actualmente nos aflige nos. abra log ojos, para que abandonemos el pecado; pues, si no lo dejamos, el pecado nos arrastrard 4 un castigo sin fin, 4 una eterna condena- cidn. {Qué hactis, pues? gNo veis que Dios estd irritado contra vosotros, y fatiga- do de agnardar? ;No veis que los cas- tigos van aumentando cada dia? Obser- va San Criséstomo que con raz6n van en aumento los castigos cnando se mul- tiplican las prevaricaciones. Dios esté irritado; mas, no obstante su c6lera, me manda, como hizo al pro- feta Zacarfas, deciros de su parte, (Za- charie, 1,2): «Pecadores, vosotros me habéis abandonado y me habéis obliga- do 4 que retirase de vosotros mi pracia; no me foreéis, pues, 4 que os eche re- — a — pentinamente de mi presencia, 4 que os castigue por el Infierno, en donde no hay mis remedio ni perdén que es- perar. Poned un término 4 yuestras pre- varicaciones; alejaos para siempre del pecado; convertfos: Yo prometo perdo- naros todos los pecados que habéis co- metido, y recibiros en mis brazos como 4 mie hijos. Decidme, pues: gpor qué queréis perderos? Ved con qué bondad os habla el Sefior. (Hxech., xv, 34.) ,Cémo queréis vosotros mismos arro- jaros en cl abisme del fuego eterno? Volved 4 Mi: Yo os espero con los brazos abiertos para acogeros y perdo- naTos, No lo dudéis, ;oh pecadores!, afiade el Sefior: aan cuando vuestros pecados fuesen abominables, tornarfais blancos como la nieve. (Zs.,1, 18.) Animo, pues: mudad de vida y venid 4 Mi; Dios es quien os habla, quien os llama: si Yo no os perdonase, afiade, acusadme de infidelidad y de impostura. Mag no: Yo no faltaré jamds & mi palabra; vuestras conciencias embrutecidas quedardn por — 2) — mi gracia tan blaneas como la nieve. No, hijos mfos: si os corregis, n0 08 cas- tigaré, porque Yo soy Dios y no un hombres. (Os., XI, 9.) Por estas filtimas palabras quiere el Sefior darnos 4 conocer que los hom- bres no olvidan jamds una injuria; pero que El olvida todas las ofensas que ha recibido del pecador cuando le ve arre- pentido. (Zzech., xvul, 22.) Volvamos, pues, muy prontamente al Sefior; pero sea muy prontamente, porque bastante le hemos ofendido, y no aumentemos més su indignacién. Vedle cémo nos llama, dispuesto enteramente 4 perdo- narnos, con tal que nos arrepintamos de nuestras faltas y nos prometamos mudar de vida. Haganse ahora los actos de contri- ciéa y de buen propésito, dirigiéndo- nos en seguida dla Santisima Virgen, para obtener por su poderosa interce- sién el perdén de Ios pecados y la vir- tad de la perseverancia, a CAPITULO II LOS PECADORES NO QUIEREN CREER EN LAS ANENAZAS DE DLOS HASTA QUE LLEGA EL CASTIGO St ponitentian non egeritis, omnes atmiliter perivites, Si no hacéis penitencia, todos of perdartis. Ludg., XII, 3. 4 Desevis que e] Sefior hubo probibi- r do d nuestros primeres padres el vustar fruto vedado, la desgraciada Eva se acered al drbol; comparecié la ser- — piente y le dijo: gPor qué os ha prohi- bido el Sefior alimentaros de tan bello frnto? Eva contesté; Por temor de no exponernos # la muerte. (Gev., 111, 3.) He aqui Ja debilidad de Eva. El Se- — 2 fior habfa decretado absolutamente la pena de muerte, pero Eva empezd 4 dudar. 81 yo como del fruto, decta, mo- riré quand. Viendo el demonio que Eva temia poco las amenazas de Dios, la alenté y le dijo: «No temas, no morirds »; asf la engaiié y Ja arrastré 4 comer el fruto prohibido. Asf es también cémo el de- monio no eesa de engafiar 4 tantos des- graciados pecadores. Dios les amenaza y les dice: «Haced penitencia: de lo contrario, os conde- naréis como tantos otros». El demonio les dice: «No temdis, continuad divir- tiéndoos, porque Dios es lleno de mise- ricordia; después ya os perdonard, y también os salvaréisy. Dios nos intimi- da con sus amenazas 4 fin de que re- nunciemos al pecado y nos salvemos; el demonic, al contrario, tiende 4 li- brarnos del temor, 4 fin de que conti- nuemos pecande y que nos condene- mos, El mayor niimero jay!, ereyendo més gustosos al demonio que 4 Dios, acaba por condenarse. — % — {Quién sabe oudntos hay en esté pais que no piensan ain en mudar de vida, esperando que el Sefior se aplacara y no castigard? Los pecadores no ereen en las amenaszas del Sefior sino en el momento que tlega ed castigo. La mano de Dios va dé herirles, y ellos no pien- san en convertirse, Cuando Lot supo de cierto por el Se- fior que al fin querfa Este sepultar la ciudad de Sodoma, se apresuré 4 noti- ciarlo 4 sus yernos. (Cien., xrx, 14.) Mas éstos no dieron fe 4 lo que se les anunciaba, pareciéndoles que Lot que- ria chancearse y ponerles miedo con aquella amenaza. Vino el castigo, y fueron devorados por las llamas. Qué aguardamos? Dios nos advier- te que el castigo es inminente: deten- gémonos, pues, y no esperemos 4 que Dios mismo nos detenga. Escuchad, joh pecadores!, lo que dice San Pablo (Rom., X1, 22): «Considerad la justivia que ha ejercitado el Sefior con respecto 4 tantos pecadores que han sido easti- pados y arrojados al Infierno; conside- — 25 —~ rad de otra parte la misericordia de Dios con respecto 4 vosotros»>. Dete- neos: si o§ corregis, si evitdis las oca- siones, si frecuentdis los Sacramentos; en una palabra, si vivis cristianamente, el Sefior os perdonars; de lo contrario también os perderéis, pues Dios bas- tante os ba esperado. Dios es miseri- cordioso, pero también es juste. Su mi- scricordia es para cl que le teme, y no para el que se obstina. Laméntase el pecador cuando es cas- tigado, y dice: gPor qué el Sefior ha querido que yo perdiese este bien? gpor qué me ha quitado la salud, 6 se me ha Nevado este hijo, este pariente? sjAh, pecadores!, exclama Jeremias, aqué derecho tenéis de quejaros? (Je rem., V, 25.) No desea el Sefor hace- ros perder este bien, quitaros este hijo, arrebataros este pariente; Hl estaba dis- puesto 4 favoreeeros; pero las blasfe- mias que habdis lanzade contra El y contra sus santos, vuestras maledicen- eias, vuestras obscenidades y el esedn- dalo que habéis dado, se lo han impe- oy dido.» No es Dios quien nos hace des- graciados, sino el pecado. (Prov., XIV, 34.) Sin razén, pues, nos quejamos de Dios cuando se muestra severo con nosotros; mucho mds crudamente le tra- tamos nosotros pagando gus gracias con nuestra ingratitud. Se engafian los pecadores creyendo llegar 4 la felicidad por medio del pe- cado, porque el pecado es quien les alige y los hace desgraciados. ( Deut., xxvii, 48.) Ya que ti no has querido servir 4 tu Dios con el placer que El coraunica 4 sus servidores, serviras 4 in enemigo, serds afligido y pobre, y este enemigo acabard por hacerte per- der el alma y el cuerpo, David dice que el pecador se cava, con sus pro- pias culpas, el abismo en que ha de ser anmergido. (s., vit, 19.) Ved el hijo prédigo, que, para vivir en libertad y divertirse d sus anchuras, dejé la casa de sus padres; mas, preci- samente por haberla dejado, se vié re- ducide 4 cuidar cerdos y caydé en tan cspantosa miseria, que ni aun podfa — 28 — quedar saciado con el grosero alimento que les daba. (Luc., 15.) Cuenta San Bernardino de Sena que un hijo im- pio arrastré 4 sn padre por tierra. Y gqué sucedié? Este malvado fué tam- bién wn dia arrastrado por su hijo; mas, llegando 4 un cierto punto, exclamd: Basta, detente: yo no arrastré 4 mi pa- dre sino hasta aqui. ;Detente, pues, ta también, pecador! Dice Baronio que la hija de Hero- dias, la que hizo cortar la cabeza de San Juan Bautista, pasando un dia so- bre um rio helado, el hielo se rompid de repente, y ella ee hundié hasta el euello, de suerte que, agiténdose para salvarse, quedé la cabeza separada del tronco. Asi es cOmo se hizo patente el cas- tigo del Cielo. Dios es Justo, pecador: cuando es llegado el tiempo de la ven- ganza, el pecador queda ahogado por el mismo lazo que habia preparado con sus propias manos. (Ps., 1x, 16.) Temblemos de espanto al ver que los demas son castigados, siendo nesotros — 29 — igualmente culpables. Cuando la torre de Siloe aplasté ¢ diez y ocho perso- nas, dijo el Senor 4 los que le redea- ban: «4 Creéis que ellos eran los finicos pecadores? Vosotros lo sois también; y, si no haeéis penitencia, pereceréis co- mo ellos». (Lue, x11, 4.) ;Cugntos desgraciados se pierden porque espe- van falsamente en la misericordia de Dios! Ellos continfian su mala vida, diciendo que Dios es tmisericordioso. No hay duda, Dios es misericordioso, y por esto ayuda al que espera en su misericordia (Ps., xvI1, 81); es decir, al que espera con la intencién de co- rregirse, mas no al que espera querien- do continuar en ofenderle. Semejante esperanza no es agradable al Sefior; al contrario, la detesta y la castiga. (Jod., xi, 20.) jInfelices pecadores! WVosotros no conocéis en qué consiste vuestra mayor desgracia, y es que estdis perdidos, y no lo percibis. Estdis ya condenados al In- fierno, y 03 chancedis, os divertis, des- precidis las amenazas del Sefior, como a 80 — ai estuvierais seguros que 00 os casti- gard. gDe dénde sacdis esta maldita segnridad? Sf, maldita, perque ella es tal que os arrastra infaliblemente al Jafierno. (#xech., xxxvu, 11.) Et Be- fior ge complace en esperar; pero, cuan- do dé ja hora del castigo, condenard 4 las penas eternas 4 estos desdichados pecadores que viven tranquilos, como” si no hubiese Infierno para: ellos. Detengdimonos, pues, en la senda de la iniqnided; corrijémonos, si queremos librarnos de les terribles estragos que nos amenazan. Si no cesamos de pecar, el Sefor se verd forzado £ castigarnos. (Ps., XXxv1, $.) Los que se obstinan serdn expulsados, no sdlo del Paraiso, sinc también de la Tierra, por temor de que con sus malos ejemplos no arrastren consigo 4 los demds al Infierno. Pero penetrémonos bien de que estos azotes temporales son nada en comparacién de las penas eternas. La segur esta ya en la rafz del drbol. (Lue, m1, 9.) Si se cortan Jas ramas, el drbol vive todavia; mas, cuando se cortan las raices, esta —3t— perdido sin remedio y se le arroja al tvego. El Sefior tiene la mano levanta- da para descargar el golpe sobre vos- otros, y yosotros permanecéis afin en su desgracia ;Temblad! Pronta estd la segur ad caer sobre la raiz. | Temblad que Dios no os haga morir en el peeada, y que no os precipite al Infierno, en don- ile vuestra pérdida gerd irremediable! «Mas hasta ahora, diréis, he cometi- do grandes pecados, y Dios ha tenido siempre paciencia, sin qne me haya vistigade: lo mismo espero que sucede- “fen lo sucesivo.» «No habléis asi, ee el Sefior (Zecel.,v, 4): Dios sutre, verdad es, pero su paciencia no es eter- vay sufre hasta cierto punto, y después lo hace pagar todo. /Aey., 12.) El abu- 20 do las misericordias contribuye ¢ la condenacién de los ingratos.e (Jeren., sit, 3.) La multitud de estos desdicha- ‘los que no quieren corregirse sera vic- uima de la Justicia divina, y condena- dog d la muerle eterna. Mas ;cudndo sucederd esta desgracia? Cuando haya Nepado el dfa de las venganzas. Preci- ~~ 32 — so es, pues, temer que este dia no se acerque para ellos, si no se deciden 4 dejar el pecado. Mas ellos esperan sal- varse porque conseryan algunas prdo- ticas de piedad, mientras que conti- nfian viviendo en el desorden. | Y esperan salvarse! Mas el hombre recogerd lo que haya sembrado. ; Qué habéis sembrado vosotros? Habéis sem- brado blasfemias, venganzas, robos, im- purezas. gQué queréis, pues, esperar? El que siembra peeados no puede es- perar sino los castigos del Infierno. Continia, pues, hombre cuipable, vi- viendo revolcado en el fango de las torpezas; {f no haces mds que afiadir combustible, basta que Negue el dia en qne el fango que te rodea se con- vierta en pez para nutrir mds y mds la llama voraz que ha de devorarte eternamente las entrafias. Hay hombres, dice San Criséstomo, que fingen no ver los eastigos que tie- nen delante de sus ojos: otros hay que nO quieren temer el castigo mientras no Je vean llegar: mas sucederé con todos — $3 — estos hombres como sucedié con todos los que vivian en tiempo del diluvio. E] patriarca Noé anuneiaba 4 los pe- cadores los castigos que el Sefior les preparaba. Estos desgraciados no da- ban crédito 4 sus amenazas; y aunque viesen que Noé edificaba el area, ni menos pensaban en corregirse. Ellos continuaron viviendo en el pecado, has- ta que el castigo llegé, y los sumergié 4 todos. La pecadora citada en el Apocalip- sis decia: «Yo soy reina, y nada tengo que temer2. Continnéd viviendo en la impureza, y gloridndose de no ser cas- tigada; mas sobrevino de repente el castigo tal como lo habfan predicho. (Apoe., xVIL, 7.) i Quién sabe st hoy es el iltimo dia en que os llama el Sefior? Refiere San Lueas (Lue., XU, 7) que el propieta- rio de un campo, habiendo encontrado una higuera que tres afios hacia no daba fruto, mandé cortarla y echarla al fuego para que desembarazase su pues- to. Dijole el vifiador: «Veamos primero 8 — 4 — si este afio producird algtin fruto, y de no, la quemaréis». Muchos afios hé que viene Dios 4 vi- sitar vuestra alma, y hasta el presente no ha encontrado mds frutos que abro- jos y espinas, es decir, pecados. Excu- chemos la voz de la Justicia divina que clama: Coriad este drbol; pero contesta la misericordia; «Aguardemos un poco mds: veamos otra vez si este despra- ciado quiere convertirse >, Temblad, pues, porque la misericordia estd de acuerdo con la justicia para quitaros la vida y precipitaros al Infierno, si luego, luego, ahora mismo no os corregis. Temblemos, y hagamos de manera qne no se cierre sobre nuestras cabezas Ja abertura del pozo. (Ps., LXVIII, 16.) El pecado va estrechando poco 4 poco la salida del estado de condenacién en que ha cafdo el pecador, y al fin se ha- lla aquella salida de tal modo cerrada que es imposible el salir de ella. Esta desgracia acontece cuando el pecador pierde la luz y no hace caso de nada (Prov., xvul, 3); desprecia la ley de — 85 — Dios, los avisos, los sermones, las ame- nazas y las excomuniones; méfase haata del Inferno, y acaba algunas veces por usar de este lenguaje impfo: «Muchos en él caen; muy bien puedo yo caer». El que asi habla, gpuede salvarse? Puede salvarse, no hay duda; pero es moralmente imposible que se salve. ,Habéis llegado hasta el punto de despreciar los castigos de Dios? ; Ah! Si 4 tan fatal desgracia hubiereis llega- do, qué debéis hacer ahora? ,Queréis abandonaros 4 Ja desesperacidén? No, hermano rmfo: dirigios 4 la Santisima Virgen. Aun cuando estuvieseia deses- perado, dice Blosio que Marfa es la es- peranza de los desesperados, y e] soco- tro de aquellos que se hallan abandona- dos. «;Oh Reina mia!, dice San Bernar- do: el desesperado que espera en Vos, ya no es desesperado>. Mas se dird: si Dios quiere que yo sea condenado, jqué esperanza puedo | tener? No, hijo mio, no quiero verte condenado. El Sefior es quien habla: Nola mortem impii. 3Qué queréis, pues, — 36 — Sefior? Quiero que el pecador se con- vierta y viva. Sed ut converlatur et vival. (Haeck,, KXxUI, 21.) Arrojaos, pues, 4 los pies de Jesucristo, que os espera con los brazos abiertos. ( Haced el acto de dolor.) CAPITULO It DIO# USA DE MISERICORDIA HASTA CIERTO PUNTO, ¥ DESPUES CASTIGA Indulsistt genti, mumquid ghoriflectea a8¥ ¢No habdis fandado vues tro gloria usando de indul- gencia con vuestro pueblo? Is., EVI, 15. Gavcas veces, Sefior, habéis perdo- >" nado & este pueblo; le habéis ame- nazado de muerte con temblores de tie- rea, con la peste con que habéis afligi- do 4 los pueblos vecinos; habéis usado con ellos de misericordia; habéis per- donado; mas gqué habéis conseguido? zAcago este pueblo ha dejado la culpa? No; aun se ha portado peor: después — 38 — de algunos momentos de temor, os ha ofendido de nuevo, ha provocado otra vez vuestra célera. Qué pensdis vos- otros, pecadores miserables? , Pensdis que Dios aguarda siempre, perdona siempre, y uo castiga jamés? ; Ab, no, no es asi! Hinplea la mésertcordia hasta cierto punto; empieza después la jus- licta, y castiga. Preciso es penetrarse de esta verdad: que el Sefior no puede dejar de aborre- cer el pecado. Dios es la misma santi- dad; no puede, pues, dejar de abomi- nar 4 este horrible monstruo, enemigo suyo, cuya malicia estd en oposicisn di- recta con sus divinas perfecciones. Y si Dios aborrece el pecado, debe de nece- sidad aborrecer al pecador que estd es- trechamente unido con el peeado. (Sap., xv, 9.) ; Wed con qué fuerza se queja el Sefior, en la Eseritura Santa, de aque- llos que le desprecian para aliarse con tu enemigo! (Js., 1, 2.) «Hseuchadme joh cielos!, dice el Sefior; esciichame joh tie- rra!, observa la ingratitud de los hom- bres hacia Mi; Yo los alimenté, Yo los — 39 — erié como hijos mios, y ellos me pagan con injurias y desprecios. (Is., 1, 3-4.) Log animales faltos de razén gon reco- nocidos 4 su amo, y mis hijog me han desconocido ¥ abandonado.» Los brutos son agradecidos con aquel que les hace bien. Ved, si no, con qué fidelidad sirve un perro al amo que le alimenta. Mas, vosotros, gcémo os por- tdis con Dios, que os ha dado el alimen- to y los vestidos; que os ha conservado la vida mientras vosotros le estabais ofendiendo? ,Qué pensdis, pues, ha- cer en lo sucesivo? gQueréis vivir siempre del mismo modo? ;Creéis tal vez que no habrd eastigo ni infierno para vosotros? Sabed, pues, que asf como el Sefior no ‘puede dejar de abo- rrecer el pecado, porque es*Santeo, del mismo modo no puede dejar de easti- garlo cuando el pecador se obstina, porque es Justo. Cuando Dios castiga, se ve obligado 4 ello por nuestras culpas, porque no se place en castigarnos. No se compla- ce el Sefior en vernos condenados, dice — 40 — el Sabio, porque no quiere Ja perdicién de seres que ha criado. (Sep., 1, 14.) No hay jardinero alguno que plante un drbol con el designio de cortarle y arrojarle al fuego, Asf, segfin San Cri- edstomo, Dios aguarda por mucho tiem- po antes de eastigar 4 los pecadores; es- pera que se corrijan para poder ser con ellos misevicordioso. (Is., Xxx, 17.) El Sefior es pronto en salvar, lento en cas- tigar. Al momento que David hubo di- cho peccavt, el profeta le anuncié el perdén que Dios acababa de conceder- le. (IL Reg., xz, 13.) Mas deseo tiene Dios de perdonarnos que nosotros de conseguir el perdén. Mas, cuando se trata de castigos, aguarda, avisa, anunocia antes de herir. (Amés, ut, 7.) Al fin, cuando ve que no queremos ceder ni 4 sus beneficios, ni 4 sug avisos, ni 4 sus amenazas, se ve forzado & eastigarnos, y entonces, cuando nos castiga, nos hace ver las gra- cias que antes nos ha hecho, (Ps., XLTx, 21.) Mas yo sé, dicen algunos, que la mi- —4t — sericordia de Dios es grande y que ten- ,dré piedad de mf; por otra parte, de cualquier pecado que yo cometa, ya me arrepentiré y me salvaré, No hables asi, os dice el Sefior. (Eeel., v, 6.) g¥ por qué? Porgue, si bien es verdad que Dios sufre & los pe- cadores, mas no podemos saber cudnto tiempo seré de su voluntad ef sufzir- nos. 4A cudntos no ha precipitado al Tnfierno luego de cometido su primer peeado? No siempre aguarda, ni aguar- da siempre; no aguarda sino hasta un punto determinado. (Mach., v1, 14.) Cuando ha llegado el dfa de la vengan- za, cuando se ha colmado la medida de los pecados que Dios ha determinado perdonar, entonces no usa ya de mise- ricordia; castiga sin remisién. No se desplomaron los muros de Je- rieé 41a primera vuelta del Arca santa, ni & la quinta, ni 4 la sexta, sino 4 la aéptima. (-/og., vil, 20.) Asi serd de voa- otros, dice San Agustin; Dios os ha perdonado el primer pecado, el déci- mo, el centésimo y te} vez el milésimo; — 42 — os ha llamado tantas veces, y os llama aun ahora: temed, temed que no sea ésta ya la filtima vuelta del area; es de- cir, el fltimo recurso, después del cual, si no muddis de vida, todo serd acaba- do para vosotroes. (Zebr., 1x, 7.) La maldicién esté pronta 4 caer sobre esta alma, que ha sido tantas veces rociada por la uvia de Jas gracias celestiales, y que, hasta ahora, en vez de frutos, no ha producido sino espinas y pecados; ella acabard por caer en las Hamas eternas del Infierno. Cuando el térmi- no ha llegado, Dios castiga sin miseri- cordia. Cuando Dios quiere castigar, puede y sabe hacerlo. (Js., 1, 18.) ;Cudntas ciudades han sido destrnfdas y sepul- tadas 4 causa de los pecados de sus habitantes, que Dios no quiso sufrir iis! Pasando un d{a Jesucristo cerca de la ciudad de Jerusalén, la miré, y, consi- derando las desgracias que debian des- cargar sobre ella 4 causa de sus iniqui- dades, lloré. ; Desdichada ciudad! ; No — 43 — te quedayd piedra sobre piedra, porque no has querido conocer el favor que te he concedido yisitdndote con tantos beneficios y con tantas sefiales de mi amor, jingrata! Ta me desprecias y me expuisas de tu seno, 4 Mi que tantas veces he querido reunir tus hijos y td no lo has querido. Quién sabe si d estas horas el Se- fior est&é mirando tu alma, pecador, y era sobre ella, porque ve que tii no quieres hacer el menor caso de la vi- sita que te esté haciendo actualmente, junto con la invitacién que te hace de mudar de vida? jCuintas veces he querido conver- tirte, dice el Sefior, con las luces que te he enviado! Ta no has querido eseu- charme, tG has hecho del sordo, t4 has eontinuado huyendo de Mi. Pronto es- toy 4 abandonarte; y, si te abandono, tu ruina es inevitable; ya no tiene re- medio. Cuando el enfermo no quiere tomar remedios, el médico mismo se los presenta y se esfuerza en haeérse-- log tomar; mas, si el enfermo los des- — 44 — echa, obstinadamente, el médico le aban- dona. (Jerem., Li, 9.) jCudntos remedios, eudntas inspira- clones no os ha presentado el Sefior pa- ra libraros de la muerte eterna! ,Qué mis debe hacer? 8i os condendis, eul- pa vuestra es; 4podréis quejaros de Dios, que de tantas maneras os ha Ila- mado? Dios nos llama por los avisos interiores, por los sermones, por las lecturas, por sus beneficios; nos llama, ex fin, por las calamidades temporales, para hacernos temer y evitar Jas cala- midades eternas. Observa San Bernardino de Sena que para ciertos pecados, sobre todo los esedndalos, el remedio mds oportu- no para alejarlos son los castigos tem- porales. Mas cuando ve el Sefior que jos beneficios no sirven sino para hacer & los peeadores mds audaces en sus cri- men¢és; cuando ve que no se hace caso alguno de gus amenazas; en una pala- bra, cuando ve que no se le quiere ya escuchar, abandona los pecadores y les castiga con la muerte elerna. (Proy., 1, 24.) « Vosotros os burldis de mis pala- bras, de mis amenazas y de mis azotes; llegardé el Gltimo castigo, y entonces se- ré.Yo quien me burlaré de vosotros». jAb! j;Con qué rigor sabe Dios cas- ligar cuando le place! Saca el castigo de los motives mismos del pecado. (Sap., X1, 18.) Log judfos dieron muer- te 4 Jesucristo por temor que los roma- nog no sé ypoderasen de los bienes que posefan y les despojasen de todo cuan- to tenian; mas este mismo crimen iué poco tiempo después la causa por la cual los romanos entraron en su pais y les despojaron de todo Io que tenian; ellos perdieron sus almas queriendo sal- var sus bienes; Negé el castigo y per- dieron sus riquezas y sus almas. Asi sa- eede con muchos hombres: pierden el alma para salvar los bienes terrestres; mas Dios, que es justo, permite des- pués que se hallen sumergidos en la miseria en esta vida, y condenados en la otra. jAh, pecadores, no provoguéis mds la célera de vuestro Dios! Sabed que — 46 — de cuanta mds misericordia ha usado con vosotros, cuanto mds tiempo os ha sufrido, mayor serd el castigo que os espera si no cesdis de ofenderle: Hscu- chad el lenguaje con que habla 4 un alma 4 la cual ha colmado de benefi- cios: ;Ay de ti, Corozain! Si yo hubie- se concedido ¢ un pagano las gracias que @ ti te he concedido, ya tal vez se hubiera santificado, y habria hecho pe- nitencia de sus pecados; pero tf gte has vuelto santo? O, 4 lo menos, ihas hecho penitencia de tantos pecados mortales, de tantos malos pensamien- tos, de tantas maledicencias, de tantos escdndales? Tiembla, pues: irritade es- toy contra ti, Alzada tengo la mano para herirte: mi venganza serd terrible, y tu muerte prdéxima. Mas, diréis, yqué debemos hacer? gtHemos de abandonarnos 4 la desespe- racién? No, hermanos mios; no quiere Dios que nos abandonemos 4 la desespera- eién. He aqui io que debemos hacer (Hebr.,1v, 16}: Corramos presurosos al 48 trono de la gracia, 4 fin de que el Se- fior nos conceda el perdén de nuestros pecados y aleje el castigo que estd ya sobre nuestras cabezas, 17 auxilia ap- portuno; es decir, que Dios no estd tal vez digpuesto 4 concedernos mafiana lo que quiere concedernos hoy. Presenté- monos ahora misme al trono de la gra- cia, al mismo Jesucristo (I -Joav., 11, 2); Jestis es quien, por el mérito de su san- gre, puede obtenernos el perddn. Mas no tardemos y presentémonos luego. E] Salvador, durante el tiempo de su predicacidn en la Judea, curaba los en- fermos y concedia gracias 4 los que se apresuraban 4 pedirselas; al contrario, nada concedia 4 los descuidados y 4 los que le dejaban pasar sin pedirle algo, Esto hacia decir 4 San Agustin: Timea Jesum transeuntem, esto es, que tan presto como el Sefior nos ofrece su gra- cia, debemos darnos prisa de aprove- charnos de ella; de otro modo, el Salva- dor pasard.sin concedernos favor algu- no. (Ps,, xarv, 8.) Hoy os llama Dios: arrojacs, pues, . — 48 — hoy 4 sus brazos. Si esperdis 4 mafia- na, Dios no os llamaré tal vez, y que- daréis abandonados. La Santisima Vir- gen, que es la Reina y la Madre de las misericordias, es también, segan San Antonio, un trone de gracia. Si Dios estd irritado contra vosotros, seguid el consejo de San Buenaventura: dirigios 4 la Hsperanza de los pecadores; ¢ Ma- ria, que es Ja Madre de Ja santa espe- ranza, (liecl., xx1V, 24.) Mas es de no- tar que la esperanza santa no es sino Ja del pecador que se arrepiente de gus faltas y que quiere corregirse. Si se quiere continuar eu e] vicio y lison- jearse que Marfa ayudard y salvard, es una esperanza temeraria. Arrepintamo- nos, pues, de los peecados cometidos; resolyamos corregirnos; dirijamonos en- tonces con confianza d Marfa; Ella nos ayudard, Elia nos aloauzard la salud. (Acto de dolor.) CAPITULO IV SOBRE LAS CUATRO PRINCIPALES PUERTAS DEL INFIERNO Defer sunt in terra porte ejus. Puestas estan sus puertas sobre la Tierra. PUREN., TT, 9. ¥y ancho eg el camino que con- duce al Infierno, y muy grande el nimero de los que entran en él. El Tn- fierno tiene muchas puertas; mas estas puertas estén sobre Ja Tierra. Estas puertas son los vicios por los cuales los hombres ofenden al Sefior y lla- man sobre sf los castigos y la muerte eterna. Entre todos los visiog, hay cua- tro especialmente, 4 saber: el odio, la 4 — 50 — blasfemia, el robo y la impureza, que hacen caer més victimas en el Infier- no, Y que més provocan acd en ja Tie- rra el castigo de Dios. Estas son las cuatro puertas por Jas cuales entran el mayor némero de los que se condenan. EI odio es la primera puerta del In- fierno, El Paraiso es el reine del amor, asi como el Infierno és. el del odio. Pa- dre mio, diré alguno: yo soy reconoci- do y amo 4 mis amigos, mas no puedo sufrir al que me hace alg@n tuerto. Los badrbaros, los idélatras hablan y obran como vos. Eihnict hoc factunt. Es na- tural amar 4 los que nos hacen bien; y esto lo hacen, no sdlo los infieles, sino aun los animales. Mas escuchad lo que os digo, afiade Jesucristo: escuchad cud! es mi ley, la ley del amor: quiero que vosotros, discfpulos mfos, améis aun & vuestros enemigos; haced bien al que os quiere mal; y, cuando no po- ddis otra cosa, rogad d lo menos por aguel que os persigue; entonces seréis hijos de Dios, que es vuestro Padre, Con razén, pues, dice San Agustin que —al— s6lo el amor distingue el que es hijo de Dios del que es hijo del demonio, Asf han obrado los santos; ellos han amado i sus enemigos. Santa Catalina de Sena bhabfa sido indignamente difamada por una mujer: esta mujer cayé enferma, y Santa Ca- talina la asistié por largo tempo, como si hubiese sido su sirviente. San Acayo vendié sus bienes para socorrer 4 un hombre que le habia qui- tado la reputacién. Un asesino habfa atentado 4 la vida de San Ambrosio: el Santo le sefialé una suma guficiente para que pudiese vivir con decencia, We aqui personas que se pueden llamar 4 boea lena hijos de Dios. {Cosa admirable!, dice Santo Toms de Villanueva: perdonames por respeto d un amigo las injurias que se nos han hecho: {por qué no queremos ebrar asf enando es Di os el que lo manda? {Cudnto debe esperar obtencr el per- dén el que perdona las ofensas! El tie- ne & favor suyo la promesa del Sefior, 52 que dice; Perdonad y se os perdona- ré. Perdonando ¢ los demds, vos os habéis proporcionado 4 vos, mismo el perdén: mas, el que quiere vengarse, gpuede esperar que Dios le remitirs sus ofensas? Al pronunciar la oracién dominical, sella 1 mismo su decteto cuando llega 4 aquellas palabras: Se- for, perdéname, como perdone yo & nus enemigos. Cuando alguno quiere vengarse, dice al Sefior: No me perdo- néis, Sefior, porque yo no quiero ‘per- :donar. Asi es c6mo ptonuncia so sen- tencia contra si mismo, No lo dudéis; juzgados seréis sin mi- sericordia, porque no la queréis usar con vuesiro préjimo. 8i vengaros que- réis, renunciad al paraiso. Los venga- tivos tienen un infierno en este mundo y en el otro. El que alimenia el odio en su corazén, no tiene nunca mds un mo- mento de paz, dice San Crisdéstomo, y es devorado sin cesar por la turbacién y el frenest. Mas dirdis vogotros: Este hombre ha despedazado mi reputacidén en el con- — 63 — cepto pfiblico; me ha herido en lo mds delicado de mi honor; yo quiero, pues, vengarme, ,Queréis quitarle la vida?—;Conque sois vos duefio de la vida de un hom- bre? No: ella no pertenece sino 4 Dios sdlo. (Sab., Xv1, 23.) —; Queréis venga- ros de vuestro enemigo?—También Dios se vengard de vos. Sé6lo 4 Dios es permi- tida la venganza, (Deut., XXXII, 35.), Pero gcdmo podrd restablecerse mi honor?—jCémo! Para restablecer vues- iro honor jintentdis pisotear el honor del mismo Dios? ,No sabéis que des- honrdis 4 Dios todas cuantas veces ebrdis contra su ley? (Rom., 1, 13.) .Cudl es vuestro honor? Es el de un pagano, de un idéiatra; el honor de un cristiano consiste en obedecer 4 Dios y observar su ley.— Mas se me tendra por un cobarde. «Decidme, pregunta San Bernardo: si vuestra casa estuviera 4 punto de desplomarse, yquisierais no huir por temor de que os Mamasen cobarde? Y, para evitar esta calificacidén, z03 con- — 54 — denardis vos mismo 4 desplomaros en el abismo del Inferno? Si perdondis, seréis elogiado por todos los. hombres de bien. Si desedis vengaros, dice San Criséstomo, haced bien 4 vuestro ene- migo; ésta es Ja finiea venganza permi- tida ¢ un eristiano. Tes falso que se pierda el honor cuan- do, después de haber recibido ana inju- ria, se dice: yo soy cristiano, y asf no puedo ni quiero vengarme; lejos de per- der e] honor, se adquiere entonces y se salva el alma. Al contrario, el que se venga serd castizado de Dios, no sdlo en la otra vida, sino también en este mundo. Aun cuando lograse escapar de la justicia de los hombres, no podria esperar, después de la venganza, sino una existencia desgraciada; deberfa lle- yar una vida errante; estaria sin cesar atormentado por el] temor de los jueces y de los parientes de aquel 4 quien hu- biese muerto, y sobre todo por sus re- mordimientos; en una palabra, serfa desgraciado en esta vida, y el Infierno le aguardaria en la otra. — 56 — Qué debemos, pues, hacer si alguno nos ofende? Recurrir al momento 4 Dios y 4 la Santisima Virgen, pedirle la fuer- za para perdonar, y decir alli misme: Sefior, yo perdono por vuestro amor la injuria que se me hace; perdonadme Vos las injurias sin uGmero que os he hecho. . Pasemos ahora & la segunda puerta del Infierno, es decir, 4 la blasfemia. Hombres hay que en las adversidades no dirigen sus golpes contra sus seme- jantes, sino contra Dios: unos blasfe- man de los santos; otros Negan & la audacia extrema de maldecir al mismo Dios. zSabéis lo que es la blasfemia? Dice San Criséstomo que no hay pe- eado mayor. (Hom., 1, ad Pop.) Todos los demds pecados no se cometen, se- gin San Bernardo, sino por debilidad; la blastemia es originada de la malicia. (Ser., KXEIIL) Con raz6n, pues, San Bernardo llama diabélico el pecado de blasfemia, por- que el biasfemador atacu 4 Dios y 4 sus santos, Es peor atm que los crucifica- — 56 — dores de Jesucristo: aquellos desdicha- dos no le reconocian por Dios, mientras que les blasfemos, sabiendo que lo es, van d insultarle cara ¢ cara. Peores son que los perros, pues estos animales no muerden al amo que los mantiene; los blasfemadores, al contrario, insultan 4 Dios en el momento mismo que les col- ma dle beneficios. ,Qué pena, pues, serd sufiviente para castigar un erimen tan horrible, dice San Agustin? (De Cro. ¢. IX.) Asf, no debe admirarnos que, en tanto que exista este pecado, no cesen de afligirnos las calamidades, dice el Papa Julio TIT en la Bula xu. Léese en el prefacio de la Pragmati- ca-Sancién en Francia, que, cuando el rey Roberto rogaba por la paz del rei- no, le aseguré el Crucificado que no la tendria hasta que de él hubiese deste- rrado ta blasfemia. (Lorin., im cay. XXIV Levit) Vl Sefor en la Sania Escritura amenaza destruir el pais en donde reina este vieio detestable. (/s., 1, 4.) Si se siguiera el consejo de San Juan Criséstomo, serfa menester despedazar — 57 — la boca de los blasfemos. San Luis, rey de Francia, mandé que se marcasen con un hierro encendido los labios del blas- femo. Un gentilhombre incurrid en este castigo; intercedidse inétilmente por él, San Luis fué inflexible; y ¢ los que le acusaban de crueldad jes contestaba que preferfa dejarse quemar é] mismo los labios antes que sufrir en su reino una tan enorme injuria contra Dios. Dime, pues, ti, blasfemo: ;de qué pais eres? Ya te lo diré yo primero: t eres del Tofierno. Tin Ia casa de Caifds conocieron que San Pedro era del pais de Galilea; su lenguaje lo probaba. El iunyo gno es el de los condenados? (Apoe., xvt, 11.) Mas explicate: yqué pretendes con- sepuir con tus blasfemias? ; Honor? — No, pues el que blasfema es aborrecido de todo cuarto hay de henrada sobre la tierra; Acaso bienes temporales?— No; este funesto vicio es ¢ menudo eastigado con maldiciones temporales. (Prov., xiv, 34.)—j Placer? —No: , qué placer puede gentir el blasfemo? La —~ 58 —~ blasfemia es un guste de condenadao, y, desde que pasa el furor, los remordi- mientos se dejan percibir en el fondo del corazén. 3Para qué insultar al Se- fior? ¢ Para qué ultrajar los santos? ;Qué mal og han hecho? ;Os ayudan, ruegan a Dios por vosotros, y vosotros los mal- decis! Dejad ahora mismo y 4 toda costa este vicio detestable, Si ahora no os co- rrepis, le conservaréis hasta la muerte, como ha sticedido con tantos desdicha- dos que han muerto con la blasiemia en los labios. Mas zqué debo hacer, Padre mio, cuando la pasién me transporta? jGran Dios! gNo hay otras expresiones? ,No se puede decir: Virgen Santisima, ayu- dadme, alcanzadme paciencia? Cesara el rapto de la eélera, y os conservaréis en la gracia de Dios. Si blasfemdis, os veréis mds afligido acd en la Tierra y castigado por toda Ja eternidad. Consideremos otra puerta del Infier- no, por la cual entra gran nfimero de personas. Esta puerta es el robo. Hay hombres que adoran, por decirlo asi, —59 — el dinero, mirdndolo como 4 su Dios sa filtimo fin. (Ps., oxi, 14.) Pero fa- llada esté su condenacidn: los ladrones no poseerdn el Cielo. (1 Cor., vi, 10.) Verdad es que el robo no es el peca- do més grave, pero es el més peliproso para la salud eterna, dice San Agustin; pues para obtener ‘el perdén de tos otros pecados basta tener de ellos-un verdadero arrepentimiento; mas para el robo es indispensable, ademds, la res- titucidu, que es siempre diffcil. Cada dia lo vemos por experiencia: los hur- tos son innumerables, y rarisimas las restituciones. Guardaos bien de tomar 6 de rete- ner los bienes de otro; si lo habdis he- cho, por desgracia, restituidlos de poco en poco, si no podéis todo de golpe. El bien ajeno os hace pobre en eata vida, y desgraciado en la otra, Vos ha- béis despojado 4 los otros, y los demds og despojarén ¢ su turno. (Hab., 1, 9.) El bien de otro leva consigo la maldi- cién sobre la casa que le conserva (Zaek., V, 3}; es decir, que quien po- — 60 — see ef bien de su préjimo perderd, na solamente lo que ha robado, sino tam- bién lo que poses suyo. Ei bien ajeno es un fuego que devora tado lo que en- cuentra. Atended, madres y esposas, ei vues- tros hijos 6 vuestros maridos introdu- cen en la casa bienes de otro; lamentaos de ello; guardaos de aplaudirlo, ni aun eon el silencio. Habiendo ofdo Tubfas un cordero que daba balidos en su ca- sa, «Cuidado, dijo, que no sea robado: volvedle>. Hombres hay que toman el bien de otro, y que procuran después aquictar su conciencia por medio de li- mosnas. San Crisédstomo dice que el Sefior no quiere ser honrado con lo que pertenece 4 otros. Los robos de los ricos consisten en los actos de injusticia, en los dafios que ocasionan con la injusta detencidn de lo que es debido 4 los pobres; éstos son también rebos que obligan 4 la restitu- cidn; mas ésta es, por desgracia, muy dificil de practicar; ast es que muchos se condenan por causa de los robos, La cuarta puerta del Infierno es el pecado de impureza; ésta es la puerta por la cual entra mayor nimero de pe- cadores. Los imptidicos consideran que Dios iendrd piedad de este pecado, porque sabe que somos de carne. [Y qué! ; Dios tiene compasidn de este pecado? Mas se lee en la Eseritura que por este pe- cado envié Dios sobre la Tierra las mds espantosas catdstrofes. Observa San Jerénimo que leemos haberse Dios arrepentido de haber criado al hombre, en especial por el pecado de la earne. (Gen., 6.) Dios noha castigado peca- do alguno, ni aun sobre la Tierra, con tanto rigor como el de la impureza, di- ce Eusebio. (Ep. ad Danv.) En casti- go de este pecado hizo caer fuepo del cielo sobre cinco ciudades, y permitié jue pereciesen en las [lamas todos sus habitantes. Por causa de este pecado, principalmente, el diluvio universal desiruyé todo el género humano, 4 ex- cepeidn de Ja familia de Noé, Este es un vicio que ya castiza Dios 4 menudo — 62 — en este mundo de una manera terrible. Ya que t@ has querido olvidarme, dice el Seftor, y me has abandonado por un miserable placer, quiero que aun én esta vida gufras Ja pena de tus crfmenes. Dios tiene compasién de este pe- cado? Atended que este delito es el que arrastra mayor nfimero de almas al Infierno. Asegura San Remigio que la mayor parte de los condenados lo son por causa de este pecado. Del mismo sentir es el P. Sefieri, siguiendo 4 San Bernardo (f. 4, Serm. 21), y 4 San Isidore (7. 2, sent, c 89). Santo Tomds dice que este pecado es mny agradable al demonio, porque, el que cae en este muladar del Inferno, que- da pegado en él y no puede casi levan- tarse. Este vicio quita hasta la luz, y el pecador queda tan ciego, que casi llega 4 olvidarse de Dios, dice San Lo- renzo Justiniano. (De lib. vit., Os., ¥, 4.) Deseonoce 4 Dios, no obedece ya ni 4 Dios ni 4 la razén; sélo obedece 4 Ja yoz de log sentidos, que le arrastra 4 obrar come un bruto. 6B Casi siempre los habitos criminales se conservan hasta la muerte. Hallanse hombres de edad madura, viejos deeré- pitos, que tienen log mismos pensa- mientos y cometen los mismos peca- dos que cometian en su juventud. Asf es cé6mo sus faltas se multiplican,-y vienen @ ser innumerablés. Preguntad 4d este desdichado eudutas veces ha consentido en los malos pensamientos, y¥ os contestard: yquién puede acordar- sede ellos? Mas si vos no sabéis el nG- mero de vuestros pecados, ya los sabe Dios, y no ignordis vosotros que up solo pecado de mal pensamiento basta para precipitaros en el Infierno. ,Qué sera, pues, por tantas torpezas en las que se estdn revolcando estos desgra- ciados, como animales inmandos? ;Oh espantoso pecado, cudntas almas preci- pitas en los Infiernos! Mas, Padre mfo, ,cémo hacerlo para resiatir 4 tantas tentaciones? ;Ab, yo soy may débil!—Si sois débil, zpor qué no os encomenddis 4 Dios y 4 la San- tisima Virgen, que es la Madre de !a — 64 — pureza? ; Para qué exponeros #f las ten~ taciones? ; Por qué no mortificdis vues- tros ojos? ;Por qué mirdis objetos que excitan las tentaciones? gPor qué os abandondis sin reserva al mal y 4 todas sus consecuencias, pues que Ja impure- za conduce con frecuencia d otros pe- eados, como son los odios, los robos, y, sobre todo, las confesiones y las comu- niones sacrilegas, 6 por efecto de reti- cencias 6 por defecto de contricién? Si seis culpable de este pecado, no quiero arrancaros toda esperanza: salid, empero Juego, de este estado infernal, ahora que Dios og ilumina y os tiende la mano para ayudaros. Huid desde este momento las ocasiones: sin esto, tode esté perdido; los juramentos, las ldgrimas, los propésitos, no sirven de nada. Quitad las ocasiones; encomen- daos en scguida ¢ Dios y 4 Marfa, que es la Madre de la pureza, Cuando sedis tentado, no os entretengdis con la ten- tacién: nombrad, inyocad al instante 4 Jests y 4 Marfa. Sus Nombres sagrados ahuyentan el demonio, y apagan estos . — 66 —~ ardores infernales. Si el demonio no cesa de tentaros, continuad invocando & Jess y 4 Marfa, y 4 buen seguro que no sucumbiréis. Para arrancar de rafz este habito, haced alguna prdctica es- pecial de piedad dirigida 4 Marfa, ro- gadle con confianza. Por la mafiana, al levantaros, rezad eon fervor la oracién avgélica en honor de su pureza; haced lo propio al acostaros, y, sobre todo, peuetraos bien de esta verdad: que si rehusdis actualmente Ja gracia de Dios y os obstindis en vuestro pecado, tal veg jay! no os corregiréis de él jamda. (Acto de. dolor.) om CAPITULO V LAS PRACTIOAS DE DEVOCION EXTERIOR DE NADA SIRVEN #1 NO SE ARROJA DEL ALMA EL PECADO ft nune nolite iludere, ne forte constringantur vincule vestra. No os burldis mas do las amengzas del Setor; no Rea que vuestrig cadenas 80 endurezean mas todavia. Is,, XXVIII, 22. yros manda 4 Jonds que vaya 4 pre- uw?” dicar 4 Ninive; el profela desobe- dece al Seiior, y se "embarea para ir 4 Tarsis. Levdntese sGbitamente una fu- riosa tormenta, que amenaza sumergir al navio. Advirtiendo Jonds que la tem- pestad no habia sobrevenido sino para castigarle, dice 4 los marineros: atro- — iF — jadme al mar. Los marineros echaron al profeta al mar, y calmd la tempestad. Si Jonds no hubijesc sido arrojado al mar, la tempestad no hubiera cesado. Taduzeamos de este ejemplo que, si no expelimes el pecado de nuestros cora- zones, no cesard la tormenta, esto es, la caiamidad, Nuestros pecados son los vientos funestos que excitan las tem- pestades, y que nos hacen naufragar. (f3., LXIV, §.) Micatras nos afligen las calamidades hacemos penitencias exte- riores, novenas, procesiones, exposicic- nes del Santisimo Sacramento; mas, si nO NOS coLrregimos, todo esto zde qué sirve? Todas nuesiras devociones son poco menos gue tnitiiles cuando no abandonamos el pecado, porque estas deyociones no aplacan & Dios, Si queremos aplacar al Sefior, preci- so es que alejemos fa causa de su cé- leva; debemos alejar el pecade. El pa- ralfties pedia d Jesncristo la salad; mas el Salvador, antes de curarle de la en- fermedad del cuerpo, le euré de la del alma: le coneedid el delor de sus peca- -— ih dos, y le dijo en seguida que ya esta- ban perdonados. El Sefior aleja ante todo Ja causa de la enfermedad, dice Sante Tomds; es decir, los pecados, y luego después cura la ‘enfermedad, La raiz del mal es el pecado: ast el Sefior, después que hubo curado aquel paralitico, le dijo: Gudr- date, hijo mio, de pecar de nuevo; por- que, si pecas, volverds d caer enfermo més de lo que estabas. Esta cs la ad- vertencia que da el Eclesidstico. (Hcel., XxxIXx, 9.) Es menester primeramente dirigirse al médico del alma 4 fia de que os libre del pecado, y cn seguica reourrir al médico del cuerpo 4 fin de que os libre de la enfermedad. En una palabra, el pecado, 6 mejor nuestra obstinacidn cn el pecado, es el origen de todos nuestros castigos, dice San Basilio, (7m c. 1x, Js.) Nosotros hemes ofendido al Sefior, y no quere- mos de ello arrepentirnos. Preciso es escucharle cuando nos Hama con la voz de las calamidades, pues de lo coutrario se verd precisado ¢ lanzar contra nos- — 69 — otros sus maldiciones. (Devt. XXVIU, 15.) Cuando ofendemos 4 Dios, provo- camos 4 todas las criaturas 4 que se vuelvan contra nosotros. Cuando un esclavo se rebela contra su amo, dice San Anselmo, excita contra si no sola- mente la célera de su amo, sino también la de toda su familia: asf, cuando ofen- demos 4 Dios, liamamos 4 todas las criaturas para que nos aflijan, Trritames sobre todo contra nosotros, dice San Gregorio ( Hom., xxxv), las criaturas de que nos servimos para ofender 4 Dios, La misericordia de Dios impide que estas criaturas no nos destruyan; mas, cuando ve que despreciamos sus amenazas y que continnamos pecando, se sirve de estas criaturas para vengar- se de los insultos que le hacemos. (Sap., ¥, 17-27.) Sino aplacamos al Befior corrigién- donos, no podremos substraernos del castigo. gHay locura mayor, dice San Gregorio, que figurarse que Dios cesa- r4 de castigarnos en tanto que no que- remos cesar de ofenderle? Se asiste 4 — 70 — la iglesia, se va a] sermén; mas no nos acercamos 4 la confesidn, no queremos roudar de vida. 3Cémo queremos ser librados de las calamidades, si no ale- jamos la causa de ellas? No cesando de irritar al Seftor, gf qué admiirarse de que el Sefior no cese de afligiros? iCreéis que el Sefor se aplaca vién- doos practicar alguna obra exterior de piedad, sin pensar por otra parte en arrepentiros de vuestras faltas, sin res- tablecer el honor que habéis mancilla- do, sin restituir lo que habéis robado, sin alejaros, en fin, de estas ocasiones que os alejan del Sefior? No os burldis del Sefior, dice el profeta Isaias (Is., XEVUI, 27), pues esto serfa redoblar Jas cadenas que os arrastran al Infer- no, No pequemos, pues, no irritemos al Sefior; el azote estd ya amenazan- do vuestras cabezas: no soy el profeta Isafas; mas puedo aseguraros que el azote del Sefior estd para descargar si no nos rendimos 4 sus amenazas. No safre Dios que se burlen de El. No os he mandado, dice (Jerem., xu, — 1 — 22), darme pruebas puramente exterio- res; lo que quiero es que escuchéis mi voz, que mudéis de vida, que hagiis una buena confesidn, porque sabéis que todas vuestras pasadas contesiones son nulas, porque Lodas eran inmediatamen- te seguidas de numerosas reincidencias. Quiero que renuncigis 4 esta propen- sién, & aquella compaiiia; quiero que iratéis de restituir lo que habéis roba- do, de reparar los perjuicios que cau- sasteis. laced lo que as digo: entonces seré lo que desedis; seré Dios de mise- ricordia. (Jerem., vi, 13.) No ignoran los pecadores lo que han de practicar para volyer 4 entrar en gracia con Dios; mas se obstinan en no hacerlo, ;Cudntas personas, después de haber escuchado las insiraceionues pi- blieas, los avisos de sus confesores, sa- len de la iglesia y se hacen peores que antes! ; Es ésle el modo de aplacar al Sefior? gCémo pueden presumir estos pecadores desdichados que el Sefior los libertard de los azotes eon que les afli- ge? (Ps., Iv.) -~ 73 — Honrad 4 Dios, no en apariencia, si- no con las obras (esto es lo que signifi- can aquellas palabrag: saerificiwm yu- stifice): Horad vuestros peeados, fre- cuentad los sacramentos, madad de vi- da: después, esperad en el Sefior, Si empero esperdis, sin cesar de cometer pecados, no ea esto una verdadera es- peranza, sind una temeridad. Es on en- gafio del demonio, que os hace mds abominables 4 los ojos del Sefior, y provoca sobre vosotros mds castizos. El Sefior esta irritado: levantada esta su mano para eastigaros con el azote terrible con que os amenaza. 2Qué que- réis hacer para escapar de él? (Afath., ¥, 5.) Preciso es hacer una verdadera penitencia. Preciso es cambiar el odio en dulzura, y Ja intemperancia en so- briedad: menester es observar los ayu- nos mandados por la [ylesia; menester es abstenerse de esta cantidad de vino que abate al hombre hasta el nivel del bruto; menester ea huir las ocasiones. Bi queréis producir frutos dignos de penitencia, debéis aplicaros 4 servir & — 13 — Dies con tanto mayor fervor, cuanto mas le habréis ofendido. (flom., v1, 19.) Esto es Ilo que hicieron Santa Maria Magdalena, Sun Aguetin, Santa Marfa Fgipeiaca y Santa Margarita de Cor- tona. Por su penitencia, estos pecadores se hicieron mds agradables 4 Dios que muchos otros que habfan cometido me- nos pecados, pero que eran tibios. Dice San Gregorio que el fervor de un pe- cador es ms grato ¢ Dios que la tibie- za de un inecente: la penitencia de un pecador alegra al cielo mds que la per- severancia de los justos, si después del pecado ama é Dios con mds fervor que al justo. He aqui lo que se llama hacer dig- nos frutes de penitencia: no basta, pues, venir d la iglesia y hacer alguna obra da piedad. Si no se deja el pecado y la ocasién de pecar, esto es burlarse de Dios & irritarle siempre mas y mis. (Mat., vin, 9.) Dicese regularmente: Maria nos ayu- daré, nuestros santos patronos nos li- — 14 — brarén ; imposible es que los santos nos ‘ayuden cuando no queremos librarnos del pecade. Los santos son los amigos de Dios, y por esto mismo estin muy distantes de inclinarse 4 proteger los pecadores obstinados. Temblemos, pues: el Sefior ha pu- blicado ya la sentencia que condena al fuego todos los drboles sin fruto. gOudn- tos afios hace que estdis en el mundo? g@ué irutos de buenas obras habéis producido hasta ahora? ; Qué honor ha- béis dado 4 Dios con vuestra conduc- ta? Vos no habéis cesado de amonto- nar pecados 4 pecados, cesprecios 4 desprecios, ineultos 4 ingultos; éste es todo el frato que habéis dado; éste es todo ef honor que habeis tributado al Sefior. A pesar de toda, Diog quiere eoncederos atin el tiempo para corregi- ros, para llorar yucstros pecados, pars amarle durante el resto de vuestra vida. 2Qué querdis hacer, pues? ;Cudl es yuestra resolucién? Deteneos: dao: entera y sinceramente al Sefior, gQné aguarddis? ,Queréis que sea ya tarde, — 75 — que el drbol sea cortado y arrojado al fnego del Infierno? Coneluyamos. El Sefior me ha encar- gado el instruires, y me manda anuon- ciaros de su parte que esta pronto 4 detener el torrente de calamidades que habia preparado; pero 4 condicién que os convirtdis verdaderamente. Tem- blad, pues, si no habéis resuelto atin mudar de vida; entregaos, empcro, al aids puro jdbilo, si queréis, en verdad, volver al Sefior. (Ps., ctv, 8.) ; Ojala inunde el consuelo al corazéa que bus- ca 4 Dios! Pues, para quien le busea, Dios es todo amor y compasién. (Tren. ti, 23.) Incapaz es el Sefior de des- cchar una alma que se hnmilla y se arrcpiente de sus faltas, (Ps., L.) Rego- cijaos, pues, si tenéis verdadera inten- ciéu de corregiros. Si teméis 4 la justi- cia divina con motive de tantos erfme- nes de que os reconocéis culpables, re- eurnid 4 la Madre de misericordia, diri- gios dla Santfsima Virgen, que protege eficazmente 4 cuantos se refugian bajo su manio protestor.— (dele de dolor.) DPBOLOPVRBBMS CAPITULO Vi DIOS ENViA LOS CASTIGOS EN ESTAVIDA, NO PARA NUESTRA RUINA, SINO PARA NUESTRO LIEN Non enim delecturis in per- ditionibus nostris, No os alegraéis de las des- franies con que nes age- aig. Tou., m1, 22. fBxser, decfa, Tobfas (Tob., m7, 21), # el que os sirve tiene la certeza de que después de la prueba alcanzard la corona, y que después de la tribulacién de esia vida quedard libre de la pena que habia merecido, (7ob., ur, 21-22.) Después de lag tempestades y de los infortunios nos concedéis la calma, y después de los Hantos nos envisis la paz — Wt — y la alegria. Digdmosle, pues, y no ce- semos de repetir: No nos envia Dios las desdichas de esta vida para nuestra ruina, sino para nuestro bien; es decir, ¢ fin de que dejemos cl pecado, y que, recobrando la gracia, podamos esca- par de los castigos eternos. Dice el Sefor que derrama el temor en nuestros corazones para que no nos hagamos esclayos de las delicias de la Tierra, y que para poseerlas no pense- mics jamds en ser ingratos y en aban- donarle. (Jerem., xxxu, 40.) 3Qué hace el Sefior para llamar 4 su gracia 4 Jos pecadores que le han abandonado? Muéstrase indignado, y les amenaza con castigos en esta vida. (Ps., Lv, 8.) Célmales Dios de tribulaciones, 4 fin de que Ia afliccién misma les impela 4 abandonar el pecado y 4 reeurrir 4 Et. ¢Qué hace una madre que quiere des- tetar 4 su hijo? Pone hiel en su pecho. Esto mismo hace el Sefior para atraer 4 él las almas, y despegarlas de les pla- ceres de la Tierra, que les hacen olvi- dar la eterna salud; derrama amargura — 7B — en sus placeres, en sus fiestas, en una palabra, sobre todo cuante poseen, 4 fin de qué, no ballando ya paz en las co- sas terrestres, recurran < Dios, tiuico que puede contentarles. (Os., Vi, 1.) Si permito, dice el Sefior, que los pecadores no dejen de delzitarse en el pecado, no cesardn de dormir en él: ne- cesario es, pues, que les aflija para despertarles de gu letargo y volverlos a4 Mi. Cuando se vean afligidos excla- mardn: {Qué hacemos? 81 20 abando- namos el yicio, Dios no se aplacard, y continuardé, con jasticia, castigdndo- nos. Valor, pues, volemos 4 sus plan. tag, que Fil nos enraré de unestras do- lencias. Si nos ha affigido con sn: castigos, nos consolaré por su miseri cordia. En el tiempo de mis aflicciones, de- efa David, he buscado al Sefior y ne he quedado burlado en mi esperan za, porgue El me ha consolado. (?s., EXXVI, 3.} Asi que el profeta le daba pracias de haberle hamillado después que peer, — 7) — pues por este medio le babia onsefiado 4 observar la divina ley. (Ps., cxvill, 71.) La afliceién del pecado es & un mismo tiempo un castigo y una gracia, ‘ice San Agustia, Eg un castigo, por respeto @ sus pecados; pero es una era- cia, porque libra de la pena eterna, y je da la seguridad de que Dios quiere ver misericordioso con tal que sc corri- ja, Y que acepte reconocido esta tribu- laciéu que le lace abrir los ojos y le vuelve ¢ llamar 4 la via de salud. Diee San Bernardo que es imposi- 4le pasar de los placeres de la Tierra “los del Cielo. (Ps., xxxvr, 7.) Asf dice el Sefior ( Dan., tv, 22): No envi- dies, hijo mfo, al peeador que prospera en el vicio; prospera, es verdad, pero on su camino, no en el camino de Dios. Pyvospera 4 veces el pecador, 4 pesar de au mala condueta, mientras ti, que ca- inipas por las sendas del Sefior, te ves fligido. Mas se ha de aguardar el fin: el pecador seré feliz en este mundo y desvraciado en la eternidad; ti, al con- tvario, serda afligido en la Tierra y felia — 80 — en el Cielo. Regocfjate, pues, pecador, y da gracias al Sefior cuando te castiga en esta vida, porque es una sefial que quiere en el otro ser misericordioso contigo. El Sefor dice a Nabuco: quiero que por espacio de siete afios te alimentes de heno como los brutos, para darte 4 entender_que Yo soy el érbitro supre- mo, que doy y quito 4 mi placer los reinos < los hombres, y para que re- nuncies ¢ tu orgullo. Asi fué: este rey orgulloso se corrigié, dié gracias 4 su Dios (De int. Dom., cap. XLV), y el 8e- fior le volvié el reino porque habia mu- dado de conducta. jAy de nosotros cuando Dios no nos castiga en la Tierra de los pecados que cometemas! Sefial es que nos reserva para el castigo eterno. gQué se ha de decir cuando el mé- dico ve podridos lus miembros de un enfermo y no los corta? yNo se habra de decir que abandona 4 aquel enfermo éla muerte? ; Ay de aquellos pecadores 4 quienes el Sefior ya no habla ni mues- — 81 tra su indignacién! Vendré un dia, dice el Séfior, en que conoceréis quién soy Yo; entonces os acordaréis de las gra- clas que os habré hecho, y veréis, con grande confusién vuestra, cudn enorme es vuestra ingratitud. ; Ay, pues, del pe- eador que no deja el vicio, y 4 quien permite el Sefer, para eastigarle, que alcance el objeto de sus desecs crimi- nales! (Ps., Lxxx). Sefial es ésta que Dios quiere pagarle en esta vida un poco de bien que ha hecho, reservdn- dose castigarle en Ja eternidad por to- dos los pecados que ha cometido. (Js., xxxvi, 10.) Porgue el dfa de la ven- ganza llegard; los peeadores serdn re- chazados del Paraiso y precipitados en el Tnfierno. Alejad de mij, Sefior, csta terrible misericordia. Si os he ofendido, ruégoos me castigudis en esta vida; pues que, 81 no queréis castigarme acé en la Tic- ira, seré castigado eternamente en la dtra vida. ‘Tal ea Ia oracién que San Agustin dirigia al Sefior: castigadme joh Dios mfo! aguf en el mundo; cor- 6 ~— 32 — tad, romped, 4 fin de que no hapdis de eastigarme en la eternidad. Jonds, cuando hufa de Dios, dormia en el navio. Mas, viendo Dios que el desgraciado profeta estaba d punto de ser herido con la mucrte temporal, le hizo Hamar por el piloto. Histo es lo que hace con vos el Seftor en este momento; vos os habiais dor- mido en el pecado; vos os habiais pri- vado do la gracia divina: cn una pala- bra, estabais condenado al Inferno; !le- g6 la calamidad, y esta calamidad es la voz de Dios que os dice: despiértate, pecador; tiempo es ya de pensar cn lo que debes 4 ti y ¢ tu alma; abre los ojos, ve el Infierno abierto 4 tus pies. ;Cudntos desdichados fueron 4 él con- denados por muchos menos pecados de los que tf has cometido, y ti duermes, y ni piensas siquiera en confesarte, ni en librarte de la muerte cternal Date prisa en salir de este lazo infernal en que te has metido; rnega 4 Dios que te perdone; ruégaie, 4 lo menos, si no estds resuclto 4 corregirte, que te dé — 88 Juz para ilustrarte y para hacerte cono- cer el infeliz estado en que te hallas. Haced uso del aviso del Sefor. Jeremias vid primero una vara, des- pués un vaso puesto en el fuego. San Ambrosio dice 4 este propdésito, que, quien no se corrige por el azote tem- poral, sera precipitado eu el fuego eter- no del Infierno. Pecadores, ya veis que el Sefior, por medio de este azote, os habla al corazén y os llama & la peni- tencia. Decidme: zqué le respondéis? El hijo prédigo no pensé en su padre on tanto que pudo vivir en las delicias; mas cuando se vié reducido 4 la mds espantosa miseria, cuando se vié aban- donado de todo el mundo, ¥ que, for- zado 4 guardar cerdos, no podia ni aun iimentarse de su alimento, se arrepin- 6 de sus faltas, y dijo en su corazén: :Cudntos domésticos estdu bien alimen- iados en la casa de mi padre, en tante que yo muero aqui de hambre! Me le- vantaré y volaré & encontrar 4 mi pa- dre. Asf lo hizo, y fué acogido por su podre con la mayor ternura, — g4 — Ved lo que debéis practicar también. Ved qué vida tan desdichada se lleva cuando. se vive alejado de Dios. Es una vida llena de hiel, de espinas y de amargura, Mi puede ser de otro modo, porque os hallabais en Ja enemistad del Sefior, tnico que puede haceros feliz. Ved cusin dichosa eg la vida de los ser- vidores de Dios, quienes disfrutan de una paz continua, es decir, disfrutan de la paz del Sefior,.que, segfin el Apéstol, supera 4 todos los placeres de los sentidos. (Philip., v, 7.) Qué ha- céis, pues? ;No considerdis que sufrfs y sutriréis dos infiernos, el uno en esta vida y el otro en la otra? Auimo, pues; decid también: iré mi Padre; salir quiero de este letargo mortal en que vivo sumergido y en es- tado de condenacién; quiero volver « mi Padre Celestial. Verdad es que mu- cho le tengo ofendide, alejdindome de Fl con sumo disguste suyo; mas El es mi Padre todavia. Pero qué diréis vuestro Padre cuando 4 Et volvais? Decidle lo que el hijo prédigo decia 4 — 3 — su padre: Padre mio, confieso mi falta; he obrade mal dejando 4 un padre que tanto me amaba; conozco que no soy digno de que me Ilaméis hijo yuestro; perdonadme y recibidme d lo menos en calidad de servidor, y castigadme des- pués como os plazea, jQué feliz seréis si habldis y obrdis ast! Os sucederd lo que al hijo prédigo, euando el padre le vid 4 sus pies pidien- do perdén de su crimen; que, lejos de desecharle, Ie recibié en su casa, le eatreché enire sus brazos y le abrazé como hijo snyo. Le hizo después vestir con un traje precioso, lo cual significa que, si le imitamos, quedaremos reves- tidos de la gracia. Hizo celebrar una gvan festa para expresar de un modo solemne la alegria que inundaba su alma por haber vuelto 4 encontrar este hijo perdido, 4 quien crefa ya muerte. Animo, pues; verdad es que Dios estd irritado, mas no por esto ha dejado de ser nuestro padre, Volvamos arrepen- lidog «i sus pies; no tardara en aplacar- se, y nos librard de las penas que he- — 86 — mos merecido. Marfa rnega por nos- otros y nos invita 4 unir nuesitras afi- plieas con las suyas. Hijos mios, dice esta Madre de misericordia, pobres hi- jos mfos, divigfos £ Mi y tendréis Ingar para esperar. Mi Hijo me concede todo cuanto le pide. Vosotros estabaia muer- tos ¢ causa del pecado: venid 4 M1, di- rigios d Mi y volveréis 4 encontrar la vida, esto es, la, gracia divina, que re- cobraréis por mi intercesién. {Aeto de dolor.) CAPITULO VII DIOS NOS CASTIGA EN ESTA VIDA PARA SER MISERICORDIO&80 CON NOSOTROS EN LA OTRA Ego quos ama carriga et castigo Yo corrijo y castigo 4 los que amo. APoc.,, EIT, 9 {? rrible tempestad que amenazaba sumergir la nave en que iba Jonds, por- que este profeta habia transgredido el precepto divino de ir 4 predicar 4 Ni- nive, todo el mundo estaba sobrecogi- do de espanto, y cada eual se dirigia i su Dios, y solamente Jonds dormfa tvanquilo en el fondo del barco. Mas, Soaxvo envié el Sefior aquella te- — §8 — cuando se supo que Jonds era la causa de la tempestad, fné arrojado al mar y tragado por una ballena. Cuando se vid Jonds tan cercano d la muerte, se puso 4 ropar 4 Dios, y Dios le liberté. Jo- niis, cuando estaba en el navio, dor- mia iranquilamente en su pecado; mas, cuando Jlegé el castigo y se vid cerca- no 4 la muerte, abrié los ojos, se acor- dé de Dios 6 imploré au misericordia, Dios tuvo compasién de él 6 hizo que el pez le dejase sobre la orilla. Hay muchisimas personas que, no viendo el castigo del Cielo, duermen en el pe- cado y viven en el olvido del Sefior. Mas el Sefior, que no quiere su perdi- cién, les envia calamidades para que despierten de este letargo de muerte, y, recurriendo 4 El, puedan alcanzar el verse libres de la muerte eterna. Dios nos castiga en esta vida para ser mt- sericordioso en la otra. Nosotros no hemos sido criados para esta ‘Tierra, sino para obtener el Reino del Cielo. Por esto, dice’ San Agustfa, nos hace el Sefior percibir tanta amar- — a9 — guia en las delicias del mundo, 4 fin de que pensemes en El y en la vida eterna. Si, ¢ pesar de todas las aflic- ciones, estamos tan pegados 4 esta vi- da que deseamos poco el Paraiso, zqué caso harfamos de él si Dios no mezcla- se acibar en todos los placeres terres- tres? Los castigos de Dios son hijos de su amor; son penas, es verdad; pero penas que nos libran de las penas eter- nas y nos conducen 4 la eterna felici- dad. ([ Cor, 11.) Tal era el sentir de Judith sobre las afficciones de Jos he- breos, (./udeth, vul, 27.) Tobfas decfa tambiéu: Sefior, Vos nos castigdis para que poddis usar de misericordia en la otra vida; nos castigdis porque no que- réis que nos perdamos. (Tod., m1, 21,). El mismo Dios declara que castiga en este mundo 4 todos aquellos que ama, con el fin de corregirles, (Apoe., 1, 19.) Laseveridad que se desplicga hacia una persona que se ama, muestra que so le quiere ser til. Ay de aquellos peca- doreg que progperan en esta vida! Esta prosperidad es, segfin San Agustin, el — 50 — mayor de los castigos; porque, cuando Dios no pide cuenta de los pecados y no castiga, sefial es que esis fuertemen- te irritado, « Yo te llamo, hijo mio, y té haces del sordo; i@ no quieres escuchar mi voz; date prisa 4 corregirte; de otra manera, me veré forzado, por culpa tuya, 4 tratarte severamente. Yo no procuraré ya mds tu salud; te dejaré vivir en tus pecados; no te castigaré en este mundo, para custigarte en el otro,» (Hxeck., xvi, 32.) Cesa, pues, de despreciar la voz del Sefior: si no te corriges, recibirds en el dfa del Jui- cio la pena de tu obstinacién; ti serds condenado 4 la pena eterna del Infier- no. (foem., U, 4.) Asi que, segan San Jerénimo, no puede haber mayor caati- go que el de no ser castigado por los pecados en esta vida. Menos penoso es estar enfermo que carecer de remedio para curar la cufermedad. No recibié la Inglaterra castigos termporales en el instante en que se rebelé contra la Igle- sia; antes bien, sus riquezas aumentaron _— mM — an aquella época; pero el mayor de los eastigos fné que el Seftor la dejase pe- recer én la prosperidad. Grande cas- tigo es el no ser castigado de la culpa en esta vida; pero es castigo afin ma- yor el prosperar durante una mala vida. Job preguntaba al Sefior: ~Cémo es que los pecadores, en vez de ser humi- iHados, afligidos 6 arrancados de este mundo, disfrutan de todos los placeres ‘le la salud, de las riquezas y de los ho- nores? El mismo Job responde: ;Des- graciados de ellos! Disfrutan por pocos dfas de los bienes que poseen; pero da la hora fatal y gon heridos de improvi- so, sobreviene el castigo, y Josinfeli- ses son arrojados 4 Jas llamas eternas, (Job., ¥¥1, 7-13.) Dos antiguos no hacfan trabajar los animales destinados 4 los sacrificios; «antes bien, los engordaban para inmo- tarlos después. Lo mismo hace Dios con ios obstinados: los abandona, les deja sugordar en los placeres de este mun- do, y los sacrifica después en la otra vida & la Justicia diyina. (Ps., LXX1I, 2.) 9 j4ué pena la de un pobre entermo que suefia haberse vuelto rico y poderoso en el momento en que, despertando, reconoce qne ¢3 tan pobre y tan enfer- mo como era antes! (Ps., XXXVI, 20-35.) La felicidad del pecador desaparece, co- mo el humo, al primer soplo del vien- to. El Sefior permite, algunas veces, que un pecador se eleve 4 mayor altu- ra para que sea mis terrible su eafda. (Ps., Lxxu, 18.) Si el enfermo sufre el hambre 6 la sed por orden del médico, ¢s una sefial de que se espera su curacién; mas cuan- do el médico le deja comer y beber lo que quiere, y tanto come quiere, es una prueba que el médico le ha abandona- do. Asi, dice San Gregorio, cuando el Sefior permite que el pecador salga bien en sus designios crimimales, es una se- fial de su perdicién. (Prov., 1, 32.) La prosperidad del pecador, dice San Ber- nardo, es la sefial de su condenacién, como el relémpago lo es del rayo. El mayor castigo que el Sefor puede en- viar al pecador es el de permitir que . — 98 — duerma en su pecado, sin advertir el. suefio de muerte en que se halla. (Jerem., 1, 37.) Vivan, pues, los pecadores 4 su gus- to, disfruten en paz de sus placeres; da- ra la hora de la muerte y serdn presos por el pecade, como el pez en el an- zuelo. ( Keeles., 1x, 12.) Si vierais 4 un infcliz condenade 4 muerte holgarse en un festin, aun cuando tuviese la cuerda al cuello, y que debiese ser ejecutado dentro de breves instantes, jtendriais su estado por digno de envidia 6 de com- pasién? Este culpable es el pecador que se regocija en.el vicio: no envi- diemos su posicién. Prendido esta, por decirlo asf, en el anzuelo; el demonio le tiene ya en las redes del Infierno. Cuando el tiempo de su castigo haya ilegado, verd su perdicién, pero dema- siado tarde y sin remedio, Al contrario, es buena sefial cuando un pecador se ve afligido y castigado en esta vida. Cuando el médico hace sufrir, parece cruel, pero no lo es: hie- re para curar. Asf obra Dios, y El mis- a 940 mo nos lo asegura. (Anoe., 1m, 19.) Hi- jo mfo, dice El, Yo te amo, y por esto mismo te castigo. Mira cudn bueno soy para ti: empieza, pues, ti 4 sérlo con- migo: haz peuitencia de tus pecados, Si deseas que te haga gracia del cas- tigo que mereces, recibe, 4 lo menos, con paciencia las aflicciones que te en- vio para tu bien. La eruz que te aflige es la yor mfa; Yo te llamo para qne vuelyas 4 mis brazos: aldjate dei Iniier- no que va 4 deyorarte. Yo llamo @ la puerta de tu corazén: dbrela. Cuando uo pecador que me ha arrojado de su corazén me abre la puerta, eniro Ine- go en él para morar allf para siempre. (Apoe., W1, 20.) Yo estaré con él er esta vida, y, si continda siendo fiel 4 mi Ley, le haré sentar en el Reino eterno, ,Cémo, pues, os guejdis de Diog cuando El os castiga? Deberiais, antes bien, darle muy humildemente las gra- cias. Si un criminal, condenado 4 muer- te, recibiese su gracia con condiciéc de estar encarcelado durante una hora, — 9 — ,oreyerais que tendria razén de quejar- se? Y,si tal hiciera, gno serfa muy del caso que ec] principe revocase la sen- tencia de gracia y que le mandase al suplicio que habfa merecido? jPor cudn- to tiempo y cudntas veces habéis mere- sido el Infierno 4 causa de vuestros pe- vados! Ei Inferno jahl, gsabéis lo que es el Infierno? EF! Infierno es tan terri- ble, que pasar en él un solo momento es mds horroroso y cruel que sufrir por sigios enteros los padectmtentos de to- dos los martires. Este Inferno vos lo habéis merecido, y os quejdis todavia Je que el Sefior os envie tribulaciones, anfermedades, pérdidas, persecuciones. ,Ah! Dad maa bien pracias 4 la divi- na bondad, y decidle: poca cosa es por mis pecados; yo deberia estar ex el In- jerad, ser abandonado de todo el mun- do y desesperada; yo os agradezco, Se- ior, el que me llaméis 4 Vos por la wiceién que me habéis enviado. Con razéu, pues, hemos llamado in- foliz al peeador que no es castigado en esta vida; pero mds desdichado es to- — 96 — davfa si, siendo castigado, no se corri- ge. No es desgracia el ser afligido por el Sefior en Ja Tierra 4 causa de los pe- cados que se han cometido; perd es una desgracia el no enmendarse, y dormir- se en el pecado 4 pesar del castigo. (Ps,, Uxxiv, 6.) Los castigos que Dios enviu, parece que inclinan d estos peca- dores obstinados 4 dormir mds tranqui- lamente. (Amés, 11, 7.) Yo os he que- rido, dice el Sefior, para que volvierais 4 M{; pero vosotros, ingratos, os habéis hecho sordos 4 mi llamamiento, j Ay del pecador 4 quien Dios visita por medio de castigos y contradicciones, y que, en vez de ablandarse y arrepentirse, se en- durece siempre mds, como el yunque bajo los golpes de) martillo! (Job., x11, 14:) Parécese al impfo Achaz, que, en vez de humillarse, se hace mds orgullo- so y més culpable. (If Par, xx vim, 22.) Lejos de nosotros tan lamentable des- gracia; no abusemos mds de la miseri- cordia celeste. No imitemos ¢ aquellos animales que se indignan y se irritan contra aquel que los hiere. Cuando sin- tamos el golpe, acordémonos de nues- iros pecados y digamos con los herma- nos de José: Con mucha razin nos casti- gadis, Sefior; nosotros os hemos ofendi- do, siendo Vos nuestro Padre y nuestro Dios. (Ps., cxvill, 187. Dan., 11, 30.) Vos sois justo, Sefior, y nos castigdis con razén. Aceptamos log dolores que nos envidis; dadnos la fuerza necesaria para sufrirlos con paciencia. Si el Sefior continga afligiéndonos, dirijamonos 4 la Consoladora de los afligidos. Todos los santos compadecen nuestras desgra- clas; mas, dice San Antonino, no hay quien tanto se interese en nnestras pe- nas como la Santa Virgen. Ricardo de San Lorenzo afiade que esta Madre de misericordias no puede ver desgracia- dos que sufran sin socorrerlos, desde el instante en que imploran gu protec- cidn. {Acto de dolor.) CAPITULO VIII LAS ORACIONES APLACAN AL SENOR ¥ NOS LIBRAN DE LAS PENAS QUE TENEMOS MERECIDAS, CON TAL QUE QUERAMOS CORREGIRNOS Pattie et accipietis, quenrite at inventelig. Pedid y rocibiréis, busead F hallaréis. JOAN, Vt, Ot. Z > 08 es Ja bondad infinita por esen- ES” cia; asf tiene naturalmente un de- seo inmenso de lbrarnos de nuestros males, de hacernos felices y part{cipes de su beatitud. Quiere, no obstante, y por nuestro proveeho, que le pidamos las gracias necesarias para quedar li- bres de los castizgoa que hemos mereci- “— 99 — do, y para llegar 4 la felicidad eterna. El Sefior ha prometide escuchar al que le pide y al quo espera en su bondad. Quiero, pues, convenceros de que las sfiplicas aplacan d Dios; y que, si que- remos corregirnos, nos librardn de las penas que hemos merecido. Para vernos libres de la calamidad que actualmente nos allige, y sobre to- do del eastigo eterno, preciso es que toguemos y que esperemos; y, ademas, es necesario que roguemos y que espe- remos como se debe. La sfiplica es tan poderosa, que suspends el castigo y al- eanza cl perdén. Dog hace Jas mayo- reg promesas al que.ruega. (Ps., XLIX, 15.) Invécame, dice el “Seior: Yo te libraré de todas Iss desgracias (Job, XXX11,3]; pide y te eseucharé. (Job, xv, 7.) Pedid, pues, lo qae quisiereis, y lo alcanzaréis: Ja oracién puede conseguir- 0 tode. Dies concede al que ruega mucho mids de lo que pide: dat omnibus af- fluenter. Atended lo que afiade: nec tunproperal. Si pedis alg(in favor & per- - 100 — sonas 4 quicnes habéis ofendido, se os roaltrata, se os echa en cara lo que ha- béis obrado. No se porta Dios asf con nosotros; si le pedimos alguna gracia para ia salud de nuesiva alma, no nos increpa por las ofensas pasadas; nos es- eucha y nos consuela, como ei le hu- biésemos servido con fidelidad toda la vida, «Por qué os quejfis de Mf, dice el Scfior? Quejaocs mds bien de vos- otros mismos, porque no habdis pedido las gracias que podiais obtener por me- dio de la oracién. Pedidme eu adelante todo lo que querdig; Yo os escucharé. (Joan, XIV, 14.) Si no tendis mérito pa- ra obtener, dirigios en nombre mio al Tierno Padre, rogadie por mis méritos, y os aseguro que alcanzardis todo lo que deseareis.» fJoar., xvi, 23.) Los priu- cipes de la Tierra dan rara vez audien- cia, y no reciben sino pecas personas; mas Dios recibe siempre, escucha y atiende 4 todos cuantos le invocan. Fiaos, pues, de estas grandiosas pro- mesas que hallamos tan 4 menudo re- petidas en las Santas Escrituras; pida- — 101 — mos siempre las gracias que nos son ne- cesarias para salyarnos; pidamos el per- dén de nuestros pecados; pidamos la gracia, el santo amor, ja resignacién & la veluntad del Ciclo; pidamos una bue- na muorte y el Parafso. Con la oracién lo obtendremos todo; sin la oracién uo conseguiremos nada, Los Santos Pa- dres y los tedlogos ensefian que la ora- cidn es necesaria 4 los adultos de nece- sidad de medio, es decir, que nadie sin ella puede salvarse. Lesio cice ser de fe que la oracién es esencialmente ne- cesaria para aleanzar la salud eterna, y lo prueba por la Escritura Santa: el que pide consigue, el que no pide no consi- gue. Estas palabras, pettie, orate, opor- tet, contienen, segin Santo Tomés y los tedlogos, un precepto absolute. Rogue- mos, pues, roguemos con grande con- fianza; fiaos en las promesas divinas; porque Dies, dice San Aguatin, ee na obligado 4 nosotros por sus promesas. El lo ha prometida; de consiguiente, imposible es que falte 4 su palabra. Rognemos, pues, esperemos, y estemos — 102 — seguros de nuestra salvacién. Nunea se ha perdido ninguno de los que han es- perado en Dios. (Heel. ,11. Ps.; xv, 31.) Mas geémo acontece que muchos piden la gracia sin consepuirla? Porque no la piden como deben. (Jac, rv, 3) Asf que no basta pedir y esperar, sino que también es necesario pedir y espe- rar como se debe. Dios tiene grande deseo de librarnog de los males, y de hacernos participes de todos sus bienes; mas, para oirnos, quiere que se lo pidamos como corres- ponde. ,Cémo pudiera escuchar Dios 4 un pecador que, mientras estd rogando para, ser libertado de log castigos, no quiere dejar el pecado que es la causa ,de aquéllos? Cuando el impto Jerobedn levanté la mano para herir al profeta que le echaba en rostro sus crimenes, el Sefior Je dejé la mano inmévil. En- tonces el rey rogé al varén de Dios que alcanzase del Cielo Ja curacién de su mano. Et insensato pedia al profeta que intercediese para curarle, y no fe habla- ba de obtener el perddén de su pecado. 108 — As{ sucede con muchos pecadores que piden a Dios les libre de Jos azotes y se dirigen 4 los siervos del Seftor 4 fin de que detengan con sus ruegos los castigos, mas no rucgan para aleanzar la gracia de dejar el pecado y de mu- dar de vida. ;Cémo, pues, estos des- graciados pretenden substraerse al cas- tigo sin que suefien siquicra en alejar la causa? 4Qné es lo que arma la mano del Sefior? gQuién pone en ella el rayo para herirnos? lil pecado. El peeado es ona obligacién qne nosotros mismos he- mos firmado, y que depone contra nos- otros. Cuando prevaricamos, nos obli- gamos voluntariamente 4 soportar el castigo, Jeremias exclama: }Oh espada del Sefior! ; Cuando querrds cesar de herir fi los hombres? Detente al fin, y vuelve 4 la vaina. Mas ;e6mo puede detenerse, si log peeadores no cesan de prevaricar, y el Setior ha mandailo ¢ las ealamida- des que le dejen vengado en tanto que los pecadores continfilen viviendu en el pecado? (Jerem., Iv, 6, 7.} Nosotros ha- — 104 — cemos noyenarios, distribufmos limos- nas, ayunamos, rogamos; ycdmo, pues, no quiere oirnos el Sefior? Eseuchad la respuesta qne os da El misma: ;Cémo queréis que eseuche las sfiplicas de los que solicitan obtener el perdén del cas- tigo sin acordarse de alcanzar el per- dén de los pecados, 4 los cuales no quieren renunciar? ,De qué sirven los ayunos, las limosnas, Jas victimas, si no quieren mudar de vida? (/erem., xiv, 12} No os fiéis, pues, de todas estas ex- terioridades: preciso es, mds que todo, dejar el pecado. Hay quienes se afanan en orar, en herirse los pechos; pedir misericordia; pero esto no basta. ‘Tam- bién rogaba el impio Antioco; pero sus sfiplicas no le atrajeron la misericordia del Sefior. Este infeliz, devorado por los gusanos y cercano 4 morir, se diri- gia al Sefior para ser librado; mas, eo- mo no tenia dolor de sus pecados, que- a6 privado de misericordia. ¢Oémo es posible escapar del castigo cuando no se quiere abandonar el pecado? ,Cdmo — 105 — pueden socorrernos los santos si no ce- samos de irritar al Sefior? Los hebreos tenfan también 4 Jeremfas que rogaba por ellos; mas ni con todas las sfiplicas del profeta pudieron escapar del casti- go, porque no dejaron el pecado. No podemos dadar que las stfiplicas de los santos son utilisimas para aleanzarnos la divina misericordia; pero lo son en cuanto nos ayudamos nosotros mismes y hacemos todos los esfuerzos posibles para desterrar el vicio, para buir las ocasiones, para reconciliarnos con Dios. El emperador Focas levantaba mu- rallas y multiplicaba todas los géneros de defensa posibles; mas una voz del Cielo le dijo: ;Oh Focas! gDe qué te sirven todos estos trabajos que empren- des para defenderte de loa que estdn atuera? Cuando el enemigo esti dentro, la plaza se halla siempre en el mayor peligro. Es, pues, necesario arrojar de nues- tro corazén ¢] enemigo, es decir, el pe- cado; sin esto, ni el mismo Dios puede substraernos del castigo, porque Dios es — 106 — justo y no puede dejar impune el pe- cado. Los habitantes de Antioquia ro- garon 4 la Santisima Virgen .qne les librase de un grande mal que les ame- nazaba. San Bertolde, que se hallaba en la ciudad, oyé dla Virgen que des- de el Cielo decta: Dejad el pecado, y Yo os Ubraré, Roguemos, pues, al Sefior que sea misericordioso; pero roguémosle co- mo hacia David: Deus in adjutorium moun. tntende: Sefior, ayudadme. Muy bien quiere Dios ayudarnos; pero quie- re también que nosotros nos ayudemos & nosotros mismos, y que hagamos por nuestra parte todo lo que podemos ha- cer. Hi que quiere ser ayudado, debe primero ayudarse él mismo. Dios quie- ré galvarnos; pero no debemos preten- der que Dios lo haga todo, sin hacer nosotros vada, Dice San Agustin: E: que te crié sin ti, no te salvard sin ti. {Qué pretendéis, pues? ;Queréis tal vez que el Sefior os conduzca al Paraiso con tedos vuestros pecados? Provoedis sobre yosotros los castigos del Cielo, — 107 — iy queréia que de ellos os libre Dios! | Queréis condenaros, y pretendéis que Dios os salve! Si verdaderamente tenemos la inten- cién de convertirnos, rognemos al Se- for con confianza. Aun cuatido hubié- ramos cometido todos los pecados del mundo, podemos alcanzar misericordia, con tal que roguemos y que teagamos firme yoluntad de corregirnos. Omnis qua petet, accipit. Pidamos 4 Diog en nombre de Jesucristo, el cual nos pro- imetié que su Eterno Padre nos conce- derfa todo lo que le pidiéramos por sus mérites y en su nombre. Pidamos de continue: obtendremos todas las gra- cias, y nog salvaremos. San Bernardo nos exhorta £ dirigirnos 4 Dios por la mediacidn de Maria; no puede dudarse que Ella ruega 4 su Hijo por nosotros todas las veees que se lo pedimos. Ma- ria aleanza tode lo que solicita; impo- sible es que sus sfiplicas no sean ofdas por su Hijo, que tanto la ama. (Aeto de dolor, PSCC CCN ee Nees a SNe Serre CAPITULO IX LA SANTISIMA VIRGEN ES MEDIADORA ENTRE DIOS Y HL PEGADOR Ego murus, ef ubera mea sicul teria. Yo soy como un muro, y mai geno es como una torre para aguelles gue fnploran ami proteccién, * Oant., ¥Tir, 10. {4 gracia divina es un tesoro inesti- mable, pues nos hace amigos del Sefior. (Sap., vi, 14.) El mayor de log bienes es la gracia de Dios, asi como el mds horrendo de los males es caer en la desgrucia del Sefior por el peca- do, que nos hace enemigos de Dios. (Sap., x1v, 9.) Mas, si habéis perdido la gracia de Dios por el pecado, no os — 109 — abandonéis 4 la desesperacidn. Conso- laos, porque Dios os ha dado 4 su mis- mo Hijo, que puede, si queréis, obte- ner el perdén de vuestras faltas, y ha- ceros recobrar la gracia que habéis per- dido. (Joan., 11, 2.) ¢Qué temor podéis tener, dice San Bernardo, si os dirigis 4 este gran Mediador? El lo puede todo para con su Eterno Padre; El ha satis- fecho por vos ¢ la justicia divina; cla- v6 en su cruz vuestros pecados y os ha librado de ellos. Mas si, 4 pesar cle todo esto, afiade, teméis dirigiros 4 Jesueris- to; si os espanta su majestad divina, Dios os ha dado una Protectora cerca de su Hijo: tal es la Santisima Virgen Marfa. Maria es Mediadora universal entre Dios y el pecador. Ved lo que el Espi- ritu Santo le hace-decir en los Canta- res (Cant., vu, 10); Yo soy el refugio de todos aquellos que « Mf se reco- miendan: mi seno, es decir, mi miseri- cordia, es un lugar de seguridad para todos aquellos que le buscan: sepan to- des cuantos se hallan en desgracia del —~ 10 — Sefior, qae Yo he sido puesta en ci mundo para restahlecer la pas entrée Dios y los pecadores. Se dice en lo. Cantares que Marfa es bella como Is: tiendas de Salomén. (Cant, x1v.) Eu la. tiendas de David no se trataba sino de guerra, al paso que en las de Salomér no se trataba sino de paz: lo eual signi fica que, en el Cielo, Maria no se ous sino en alcanzar la paz y el perdén pars nosotros, pobres pecadores. Ella no s2 exmplea en otra cosa que en rogar 4 Dios sin cesar por nosotros: sus sGplicas soa muy poderosas para obtener todas Is3 gracias, con tal que nosotros no lis relnsemos. Y gqué? 3 Habria hombres cupaces de rehusar los favores que es. Madre divina esté dispuesta d obten-r para ellos? Si, existen tales hombres, 1:1 que no quiere renunciar al pecada, d:- jar sus relaciones peligrosas; el que 1-0 quiere evitar las ocasiones 6 restitvir el bien de otra; todos, todos éstos rs husan los fayores de Maria; ellos jo rechazan, porque Marfa quiere obtenc:- les la gracia de dejar el pecado, y ell.is Ba — ili — no quieren hacerlo. Mas no por esto deja de tener compasién de nosotros: Ella ve de Jo alto de tos Ciclos todas nuestras miserias y todes nuestros pe- ligros; Ella siempre tiene para nosotros la ternura de una toadre; Ella procura siempre socorrernos. Un dia Santa Brigida oy6 que Jesu- cristo deefa ¢ Marfa: Pedidme, Madre nia, todo le que querdia; y Ella le res- nondié; Hijo mfo, ya que Vos me ha- béis constitufdo Madre de misericor- dias y Protectora de los pecadores, os pido finicamente que sedis misericor- dioso con estos desgraciados. En uma palabra, entre todos logy santos del Cie- :0, Mnguno hay, segin San Agustin, que maa desee nuestra salud que Marfa, ni que se ceupe mds que Ella en alcan- zarla de Dios por sus oraciones. Lamentdbase Isafas con el Seftor, y ie deafa (7s., CxXIv, 7): Con razdén es- tdis indignado 4 causa de nuestros pe- cados, y nadie hay que pueda interce- der por nosotros y aplaear vuestro fu- ror. Observa San Buenaventura que — 102 — en aquella época podia el Profeta ha- blar en éstos términos, porque Marfa no existia atin; mas, si hoy dia un pe- cador, & punto de ser castigado por el Sefior, se encomienda 4 Marfa, desde que Esta ruega por él ablanda 4 su di- vino Hijo y libra @ este pecador del cas- tigo. Nadie tiene tanto poder como Ma- ria para detener el cuchillo de Ja divi- na Justicia: San Andrés la Nama Paci- fieadora entre Dios y los hombres; San Justino la da el nombre de sequesira, es decir, de drbitra, encargada de con- ciliar los intereses de las partes litigan- tes, porque 4 Ella es 4 quien remite Jesucristo los derechos que tiene como Juez sobre el pecador, 4 fin de que ne- gocie la paz; y, por otro lado, el peca- dor se entrega también en manos de Maria, y entonces Marfa procura al pecador el arrepentimiento y el cambio de vida; despnés le aleanza el perdén de su Hijo, y asf es como queda con- elnida la paz. Tal es el empleo sublime en que no cesa de ejercitar su miseri- cordia, -— 118 — Cuando vid Noé que habfa termina- do el diluvic, dej6 salir Ja paloma del Area. Volvié 4 entrar poco tiempo des- pués la paloma, llevando en gu pico un pequefio ramo de alivo, que significaba que Dios concedia la paz al mundo. Esta paloma es, segtin San Buenaven- tura, la imagen de la Santisima Virgen. Vos sois, joh Marfa!, la paloma de la paz; Vos intercedéis cerca de Dios pa- ra todos aquellos que os invocan, y les alcanzdis la paz y la salud. Pregunta un autor por qué en la Antigua Ley se mostraba Dios tan severo y castigaba con diluyios, con lluvias de fuego y con otros castiges terribles, cuando es ahora con nosotros tan misericordicso, anngue cometemos mayores pecaclos; yregponde que Dios obra asi por res- peto 4 la Santa Virgen, que intercede por nosotros, Largo tiempo habria que la Tierra se hubiera hundide en el abis- mo, si la Sania Virgen no lo hubiese impedido con sus stplicas. Por esto quiere la Iglesia que lamemos 4 esta divina Madre nuestra esperanxa: spes $ ~~ 114 — nostra, saive. No podia sufrir el impfo Lutero que la Iglesia nos ensefiase ¢ hablar asf; pretendfa que Dios sdlo debia ser nuestra esperanza, y ho una criatura, porque el Beiior maldice al que pone su confianga en una criatura. (Jerem,, xviz, 5.) Verdad es; mas esto no debe entenderse sino de aquel que pone eu confianza en lus oriaturas, con absoluta independencia de Dios, 6 por cosas que le ofenden, Pero nosotros es- peramos en Maria, porque es nuestra Mediadora, Asi come Jests es nuestro Mediador de justicia para con su Kter- no Padre, porgue en virtud de sa Pa- siéu obtuve, d titulo de justicia, el per- dén de los pecadores que se arrepien- ten, asimismo es Marja nuestra Media- nera de gracia junto 4 su Hijo, porque por sus oraciones obtiene todo lo que desea, y es la voluntad del Hijo que todas las gracias pasen por las manos de su Madre, dice San Bernardo, (Serm. de Aquced.) il Sefior tiene con- fiado 4 Marfa e] tesoro de todas sus miscricordias, porque quiere que nos- — 115 — otros reconozcamos tener por su medio todo el bien que quiere El conceder- nos. Asi, decia San Bernardo, que era Ela su grande motive de confianza, la razén de su esperanza, y exhortaba 4 todos los hombres 4 pedir la gracia por Maria. La Iglesia, ¢ pesar de todas las blasfemias de Lutero, contintia hacién- donos llamar ¢ Maria esperanza nuestra, Los santos dan d Maria los titulos de escalera de los pecadores, asiro con- ductor, cludad de refugio. Y he aqui la raz6n, El pecado es el que nos separa del Sefor (Js., 11x, 3), pues de un al- ma que liene la gracia se dice que estd unida @ Dios, y Dios esté unido ¢ ella. (§. Joan, iv, 16.) Mas, cuando dejamos al Sefior por el pecade mortal, nos se- paramos de Dios y enemos en un abis- mo de miseria: tan distantes, pues, nos ponemnos de Dios como lo estd el pe- cado mismo. Y yc6mo pudiera el peca- dor salir de tan miserable estado sin una escala mistica que le uniese de nuevo & su Dios? Esta cseula mistica es Maria: el pecador, cualquiera qne — 116 — sea la enormidad de sus crimenes, no tiene mds que dirigirse 4 Ella; Ella le tenderd la mano para ayudarle 4 salir del fango en que ha caido. San Juan Damasceno la Tama ciu- dad de refugio. En la antigua Ley ha- bia cinco ciudades de refugio; es decir, que e] criminal que podia llegar £ ellas estaba al abrigo de las persecuciones de la justicia. En el dia no hay ya ciu- dades que gocen de semejantes privi- legios; pero tenemos una, que es Ma- ria: todos los que tomen asilo en Hila, estén seguros de ser perdonadas por la Justicia divina. Estas ciudades no ofre- cian seguridad 4 todos los culpables, ni para todos log erimenes; pero Marfa acoge y salya & cuantos se acogen en su seno, por culpables que sean. Marfa no se desdefia de interesarse por los pecadores; al contrario, encuen- tra en ello un placer. Después del titu- lo de Madre de Dios, nada le es mas apradable que el de abogada de los pe- cadores. Maria fué escogida Madre de Dios para que los pecadores obtuvie- — it — sen su salud por la intercosién de su misericordia. Maria atrae 4 Si y 4 Dios los cora- zones endurecidos, como el imdn atrae al hierro, con tal que estos corazones endurecides deseen salir del estado in- feliz en que se encuentran. ; Ah! Si to- des nosotros tuviésemos este deseo al recurrir 4 Maria, Ella nos salvaria 4 todos. Qué temor puede tener un pe- cador gue se encomienda 4 Marfa, cuando Marfa misma se ofrece 4 ger su Protectora y su Madre? La Madre de las misericordias gno rogaré al Salva- dor por un alma que Este la rescata- do al precio de su sangre? No hay que dadarlo: Maria intercederd, pues sabe que Dies, que ha puesto 4 su Hijo ce- mo Mediador entre El y el hombre, la criéd para que fuese Medianera entre al Juez y el culpable. Alienta, pues, pecador miserable; dad gracias al Sefior, que para usar con vos de misericordia os dié, no so- lamente 4 su Hijo por Abogado, sino también 4 su Madre por Mediadora.

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