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Wanesa Zapiain
Pepe Pereza
Rubén Darío López
Patxi Irurzun
Lucia Fraga
Pedro Sánchez
Héctor Zabala
Jorge Barco
Ana Vega
Ángel Muñoz Rodríguez
Carmen Luisa Contreras
Tito Manfred
Enrique Fuentes-Guerra
Óscar Varona
José Luís Zuñiga
Juan de Lapala
Sergio Sarmiento
Ana Patricia Moya
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(Donostia, 1981). Comercial de seguros y estudiante de criminología, desarrolló su alter
ego cuando un insecto sin identificar le inoculó el virus de la poesía, y así nació Enea.
Después de varios blogs, este último año se ha afincado en
www.sirenasdescalzas.blogspot.com. Participa todos los miércoles en las Jam de poesía del
Leize Gorria (Donostia), recitando poemas propios y recomendando ajenos.

En un cajón abierto,
notas de perdón y partes médicos
se follan lentamente tu sonrisa.
Fuera, el aliento pegajoso del miedo
rondándote la nuca
y la mano siempre dispuesta

a la amenaza,
al sinsentido más crudo del tacto
dispuesta, digo,

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"a enseñarte como a los perros,
a ostias"
............................consagradas a tu deber de esposa
.....................consentidas por la otra mejilla
................como el pan de cada día
.......dámelo hoy,

que duermen las niñas.


Tu nombre es carne de estadística
a la hora de comer y a él
le sobra hambre.

Pero yo voy a ser un número,


el que empieza con mi voz
al otro lado del mundo,
más allá de tu lecho-condena,

con las manos dispuestas


al abrazo,
a la cura,
dispuestas, digo,
a partirle la cara
al siguiente Adán que ose
recuperar su costilla
a patadas.

Wanesa Zapiain
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(Logroño). Ex – actor, guionista, poeta, escritor y director. Sus relatos han aparecido en
diversas revistas y fanzines como “Narrativas”, “Lafanzine”, “Al otro lado del Espejo”,
“Agitadoras”, “Cruce de Caminos”, “Deshonoris Causa”, “En sentido figurado”, así como
en diversos blogs: “Crónicas para decorar un vacío” (de Xen Rabanal), “Hank Over \
Resaca” (Vicente Muñoz Álvarez y Patxi Irurzun), etc. Ha publicado el libro de relatos
“Putas” (Ediciones Groenlandia; segunda edición, próximamente). En el 2012, la editorial
Baile del Sol publicará su segundo libro, “Amores Breves”. Aparece en las antologías
“Viscerales” (Ediciones del Viento), “Los rincones más oscuros: antología del miedo” y
“Des-amor” (Groenlandia). Su blog: http://www.asperezas.blogspot.com.

Estaban en esa fase de la relación en la que empezaban a


conocerse realmente. Ambos buscaban los límites, asimilando
hasta dónde podían llegar. Estaban aprendiendo a respetar las
costumbres y manías del otro, a organizar horarios comunes, a
juntar dos vidas en una. Ya habían dejado atrás esa primera
etapa en la que la pasión, el deseo y la curiosidad por el sexo
eran lo primero. La fase en la que se encontraban no era tan
emocionante pero sí más instructiva ya que sus verdaderas
personalidades salían a la luz con sus juegos y conversaciones.
Todo era perfecto. La temperatura era la adecuada, la música
suave y el café caliente. Era una de esas tardes de invierno en
que no había nada que hacer salvo dejar pasar el tiempo. Ella
estaba tumbada en el sofá escuchando música mientras que él
leía un libro sentado el un sillón.

- Hazme mimos. - le pidió ella haciendo pucheros con la boca.

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- Espera que termine de leer este capítulo. - le contestó él sin
levantar la vista del libro.
- (Con voz de niña pequeña que está a punto de llorar) Ya no
me quieres...
- Sí te quiero.
- Mentira...
- Déjame terminar y te hago todos los mimos que quieras.
- ¡Ahora! – exigió. Poniendo, de nuevo, voz de niña pequeña.
- (Con sarcasmo) ¿Te ha venido la regla?
- ¡Tonto! - replicó sin abandonar el papel de niña consentida.
- (Afirmando) Te ha venido.
- Jo, quiero mimos.

Él dejó el libro a un lado y decidió seguirle el juego.

- ¿Quieres mimitos?
- Sí… quiero cosquillitas en los pies.

Él cogió uno de sus pies y suavemente comenzó a masajearlo,


ella se puso a ronronear como una gata. Aquello se acercaba
mucho a ser felices.

Pepe Pereza
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(México, 1979). Cursó estudios de Administración de Empresas Turísticas y realizó la
maestría en Desarrollo Turístico por la Universidad Autónoma de Guerrero (México).
Actualmente, es investigador de dicha institución. Participó en un taller de creación
literaria y es aprendiz de pintor en la Academia de Artes Ignacio Altamirano
(Chilpancingo, Guerrero).

Minutos antes abrirse el telón…


ahogado en sus penas,
como fuente mansalva
se desborda el autor,

se llena el tintero
de lágrimas negras
y escribe en su piel
con la pluma afilada,

en cada palabra
se desgarra su alma,
su cuerpo es un mapa
de letras y estrofas,
no hay sintaxis…

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es el camino perdido
a su corazón afligido,
¡da miedo llegar ahí!
lo que antes fue esplendor
ahora es devastación…

y sigue la pluma afilada como marioneta manejada al antojo de las emociones


del jodido autor, se abre el telón y sale a escena con la mirada nublada, sólo
ve rostros en distorsión, como si mirase a la nada actúa por inercia, se entrega
a su pasión…

canta, baila, sonríe, ama,


folla, gime, llora el autor,
recorre el escenario de lado a lado
dando su mejor actuación…

y aunque su alma este desolada


el show tiene que continuar…

Termina la actuación;
el público eufórico
explosiona de emoción,
aplausos, vivas, bravos,
irrumpen el trance,
regresa a su realidad…

al instante sonríe, hace reverencia

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se entrega a su público,
y aunque por dentro
sigue llorando,
esta muriendo…

Se cierra el telón,
aparece la soledad embustera,
el autor está escribiendo
sentado en la silla del tiempo…

sin querer manotea a desgana,


el tintero de lágrimas negras de derrama,
la mesa se empapa de recuerdos mansos
que reviven, que se aferran a su piel arisca,

mapas sobre mapas tatuados,


noche tras noche embustera
pena tras pena envilecida,
vidas vividas bien vividas,
dolor sufrido bien sufrido,

Evas, varias Evas no lo amaron,


lo mataron mil veces lo mataron…

siempre, nunca siempre el autor


actuando su propio guión....

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Rubén Darío López
(Pamplona, 1969). Autor de los libros: “Cuentos de color gris”, “Cuentos sanfermineros”,
“La polla más grande del mundo”, “Ajuste de cuentos” (relatos y cuentos); “Odio
enamorado”, “Cuestión de Supervivencia”, “Ciudad Retrete” (novelas). Ha participado en
diversas antologías (“Golpes, Ficciones de la Realidad Social”, “Tripulantes”, etc), ha
coordinado algunas (como “Hank Over \ Resaca”, “Simpatía por el relato”, etc) y también
ha colaborado en diferentes medios (“El País”, “ADN”, “Vinalia Trippers”, “Fábula”, etc).
Ha obtenido diversos premios literarios por sus relatos.

Aquella mañana, mientras en Auswichtz volvía a caer una fina lluvia de


cenizas, Adolf Hitler amaneció de buen humor. La noche anterior
había conciliado el sueño con una nueva mezcla de píldoras -
estricnina y belladona - del doctor Morell y no hubo desvelos, no
apareció Geli, su amante sobrina, con la cabeza reducida a un cuajarón
de sangre, ni su estómago malherido exprimió con sus retorcijones el
recuerdo del hambre, en la pensión de Viena, cuando era joven.

Durante el desayuno, cuando Eva Braun le sirvió el acostumbrado


segundo tazón, pudo ver en su bigotito rectangular, serpenteando
como trémulos gusanos, varias gotas de leche. En momentos así Eva se
sentía parte de la historia, pues sólo ella conocía detalles íntimos como
ése, o los violentos arrebatos en la alcoba, cuando su pito, ¡Heil
Hitler!, se negaba a alzarse. Su nombre permanecería siempre unido al
de Adolf Hitler porque debía sepultar en un búnker el secreto de sus
miserias domésticas. Aunque a veces él parecía mostrar más cariño por
la perra Blondi, que aquella mañana excepcionalmente se había
tumbado a sus pies y a la cual el führer introducía una y otra vez el
dedo índice en la vagina.

Tras el desayuno Hitler se reunió con su Reichmariscal, Goering.

- Tengo que enseñarte algo, Hermann - le dijo, y se dirigieron a la sala


de los cuadros, donde había colgado un nuevo lienzo en el que
aparecían tres mujeres rubias y desnudas, voluptuosamente ociosas.
Hitler se regodeó observando cómo Goering enrojecía de rabia. Quizás

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Hermann se paseara vestido en sedas blancas, coronado con la
cornamenta de un alce por su palacio campestre entre las obras de arte
que sus hombres saqueaban de los principales museos de Europa, pero
el Führer continuaba siendo él.

- Maravilloso - hubo de reconocer el Reichmariscal.

Hitler se pasmó una vez más al admirar la palidez marmórea de la piel


de las muchachas e imaginó que posaba sus manos sobre ella y que al
retirarlas se dibujaba una huella encarnada, como las marcas
sanguinolentas del látigo cuando azotaba las compactas nalgas de
Geli... Repentinamente se sintió incómodo, como si Goering profanara
su altar o pudiera descubrir las pequeñas gotitas amarillentas de semen
sobre el lienzo, con las cuales ofrendaba el recuerdo de su sobrina
algunas noches de, cada vez más esforzado, frenesí pajillero.

- Déjame solo, Hermann - le pidió.

Estuvo en la sala hasta la hora de comer. Himmler le telefoneó cuando


daba cuenta de su ensalada, plagándola de bichitos muertos con sus
cifras de deportados, eliminados...

- Estúpido - pensó. Desconfiaba de su eficacia y su sumisión casi tanto


como de la arrogancia de Goering. Incluso creía que había sido
Himmler quien hiciera correr aquellos rumores sobre el pasado
incestuoso de su familia o sobre las salpicaduras de sangre hebrea en
sus venas y creía que, llegado el caso, sería capaz de enviarle a él, al
mismísimo Führer, a la cámara de gas.

Afortunadamente, a media tarde le visitó Joseph Goebbels, su fiel


ministro de propaganda. Vieron varias películas de Mickey Mouse.
Joseph se descalzó y reposó sus pies doloridos sobre una butaca. Hitler
se fijó en el muñón del derecho como el impúdico puño de un
bolchevique y sintió una solidaridad entre aquella tara y su único
testículo. Le agradaban esos momentos de intimidad, de dos solos y a
oscuras, compartiendo sus risas hasta tal punto que cuando Joseph se
despidió ("Tengo que irme, Magda ha preparado pavo esta noche")

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sintió una leve repugnancia, no sabía si por el pavo y sus prejuicios
vegetarianos o por Magda, a la que envidiaba en secreto.

Consultó el reloj: las 8, la hora en que recibía a Morell. Salió al pasillo.


Todo estaba en silencio. La Cancillería parecía un navío abandonado y a
la deriva. Por un momento, le sacudió una tiritona y las sombras
fantasmales de Geli y de su amante judío, con su descomunal pene
haciéndole el amor, se proyectaron en aquel pasillo espectral. Corrió
aterrorizado hasta la sala-botiquín y al entrar la presencia de Morell fue
como una angélica aparición, aunque el aspecto de éste,
descuidadamente gordo y sucio, se asemejara en realidad al de un ángel
caído y revolcado en miasmas.

Hitler, sin embargo, lo necesitaba, así que se remangó la camisa y se


tumbó en la camilla. Su voluntad se concentró en la aguja. La morfina
había convertido a un curandero, a un charlatán de feria en el médico de
confianza del führer. Poco a poco, oleadas como la eyaculación lenta de
mil querubines, le mecieron dulcemente hasta el final arcoirisado de
aquel día, de nuevo en casa, con el trabajo cumplido y la narcótica
ilusión de que quería a Eva Braun, la cual le servía la cena, mientras la
fiel Blondi tendía su vagina a sus pies; incapaz de imaginar que un día
probaría con la perra el mismo veneno con el que él se suicidaría, y que
el fúnebre regalo de bodas para la abnegada Eva sería el mismo que
hiciera tiempo atrás a Geli, su sobrina, la única mujer, el único ser
humano por el que sintió algo remotamente parecido al amor: la pistola
con la que se voló los sesos.

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Patxi Irurzun
(A Coruña, 1979). Traductora y asesora lingüística. Actualmente, estudia psicología.
Licenciada en Filología Hispánica por la Universidade da Coruña. Especialista en el área
de Teoría de la Literatura; posee diploma de Estudios Avanzados y un curso de
especialización en “Teatro, Cine y Audiovisuales”. Ha elaborado diversos trabajos sobre
escritores de lengua gallega y cine. Coeditora del proyecto de investigación poética “Cien
Años de Poesía”. Ha residido en Alemania, donde impartió clases de literatura
contemporánea y literatura aurisecular. Miembro fundador del grupo poético “Los
Vándalos”, y de su revista “Méster de Vandalía”. Sus textos han aparecido en diversas
publicaciones: “Coolcultural Galicia, “La Bella Varsovia”, “Piedra de Molino”, “Al otro
lado del espejo”, etc. Ha participado en antologías poéticas. Ha publicado el poemario
“Nostalgia del acero”. Blog: www.luciafraga.blogspot.com.

Corre la hiedra por los ventanales

Y por las paredes una mujer empapelada se esconde.

No se distingue su nítida desnudez con el papel de colores

En una casa que está a punto de caer, como su pusilánime figura

Contra una pared que no deja de contar los días.

El viejo muro de la casa posee mujeres encantadas

Que hacen dibujos de hierba sobre la superficie de hormigón.

Nunca hubo mujer más hermosa que la que atraviesa la pared

Y no muere víctima de su encierro de papel

Como un pájaro con las alas enlodadas.

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Su cuerpo se transmuta en carne de cemento liso y papel ajado

Y deja adivinar a la hembra que se esconde tras las vigas.

El retrato de su cara es una inmensa sábana fría,

Porque ha decidido enclaustrarse en su mundo de caras anónimas.

¡Qué hermosa es la belleza sin nombre!

Belleza que recorres descalza la vieja casa en busca de un zapato.

Ojo clínico que te retrata en un inmensa voluptuosidad de cera y fotografía.

Te han cubierto la cara para que descanses y tu cuerpo se funde con la pared

En una paridad oscura de ceguera y olor a muebles antiguos que cuentan

Historias de mujeres que atravesaron el papel.

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Lucia Fraga
(Sevilla, 1970). Residente en Jerez de la Frontera, donde trabaja como profesor. Ha
publicado la plaquette “Islas de la Memoria” (Oviedo, 2001), así como los libros
“Ciudadela Sitiada” (Huelva, 1998), “Nocturno en Amaranta” (Sevilla, 1999) y “Las
huellas en la nieve” (El Puerto de Santa María, 2003). Sus poemas han aparecido en
diversas publicaciones: “Alhucema” (Granada), “Tierra de Nadie” (Jerez), “Pliegos de
Poesía” (Sanlúcar de Barrameda).

Dijiste Adiós en un suspiro inaudible


y se derrumbó a mi alrededor el aire.
Se me desprendió la piel como un ropaje
gastado, como una mudable coraza.

Parálisis de la sangre.
El amor cristalizado.

Algún día aparecerás de repente,


y tomaremos un café tibio de disculpas,
como si no hubiera existido la ausencia.
Y el paréntesis del tiempo nos cabrá
entonces en los bolsillos.

Pedro Sánchez

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(Buenos Aires, 1946). Contador público nacional, narrador y ensayista; dirige la revista
literaria “Realidades y Ficciones” y es jefe de redacción de la revista “Sesam”. Ha ganado
diversos premios por sus cuentos. Ha participado en revistas literarias (digitales o en
papel) y ha reeditado algunos de sus relatos y artículos.

El nene jugando en el arenero, el padre sentado en un banco, en


esa plaza de Caballito, una mañana cualquiera de domingo.

De pronto, surge esa lánguida puntería, que tiene todo nene de


sentarse con fruición en el único charco de agua sucia en varias
manzanas a la redonda. Sí, justo en el preciso instante en que la
página deportiva de La Prensa aparece ante nuestros ojos de
padre inflado de sol y arena, media hora después del: Querido,
¿sacarías al nene a la plaza mientras les preparo un rico
almuerzo? Textual, como si ella no fuera a comer o se le pudiera
decir que no.

Raúl, el papá, oye el ¡plaf! sin hacer caso. La página deportiva


(único lugar, además, que trae la conformación de nuestro
equipo favorito) merece un poco de respeto religioso, ¿o no?

Cuando ya logre uno pasar del guardavalla - que siempre será el


mismo y por ende el menos interesante - el nene se pondrá a
lloriquear porque está mojado. Entonces uno (y Raúl no será la
excepción) deberá correr con el pañuelo inmaculado antes que el
querubín, que parece saberlo todo, se seque las lágrimas por
propia iniciativa con manitos y arena pro-conjuntivitis.

Pero al fin los dos cachetes marrones del pantaloncito nuevo


son un factor inapelable para dejar la soleada y silenciosa
mañana y rumbear para casa con la felicidad del caso.

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En el camino, Raúl cavila sobre quién jugará de puntero
derecho esa tarde, mientras todavía se lamenta para sus adentros
por el pequeño accidente. Sí, porque ¡nunca lo hagas en voz alta
que al nene le hace mal!, ¿o ese día no me acompañaste al
psicólogo?

De pronto el nene pregunta (y nunca sabremos si la sucia


zambullida desencadenó alguna rara asociación de ideas):

– Papi, ¿qué es eso de los siete vecinos?


– ¿Qué, siete qué?
– Ayer, mamá y dos vecinas decían que Pablito, mi mejor-mejor
amigo, nació siete vecinos.

Siete vecinos, siete... Ah sí, sietemesinos. Menos mal que éste


no escuchó bien. Parto adelantado, cae en la cuenta Raúl,
cuando sus pensamientos ya corrían entre el zaguero izquierdo y
el volante central.

– No sé, habrá que preguntarle a mami qué quisieron decir (al


menos, esta vez zafé).

Ya en casa, se encara con su suegra y con Mercedes, su mujer:


que a ver si se fijan en lo que hablan delante del nene, che. Pero
una vez casi aclarado el asunto, Mercedes contraataca. Lo
increpa porque es obligación de padre responder todas-todas las
preguntas de tu hijo: que los traumas, que la castración
psíquica, que la infancia sin respuestas, que las secuelas
temáticas recurrentes, que el psicólogo dice, que las corrientes
pedagógicas actuales afirman, que la experiencia médica
confirma, que la mar en coche...

Raúl asiente en silencio (¿le queda otra?) y sale con destino a


plaza y arena, una vez que el nuevo pantaloncito no porta dos
nalgas mojaditas, y tras la nueva promesa del rico almuerzo.

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El rostro de Raúl se mantiene tieso. Es el de un condenado
regando con su propio sudor los peldaños del cadalso. Espera
de nuevo la ya vieja pregunta. Sabe que vendrá. Sabe que los
chicos son bastante obsesivos, al menos el que le tocó en suerte.

Sí, porque ahora, seguro vuelve y me pregunta cómo es eso de


los siete vecinos. Y yo tendré que responderle que no son siete
vecinos sino sietemesinos. Él me dirá que no entiende. Yo no
haré comentarios, pero él igual me preguntará qué significa. Yo
tendré que contestar que... bueno, que se dice así, que la gente
grande, porque... ¡porque no son nueve sino sólo siete! Él
insistirá con eso de qué es lo que son siete y no nueve. Yo
deberé decirle: bueno... los meses. Y cambiaré enseguida de
tema, pero él igual arremeterá con ¿qué meses?, y yo le tendré
que aclarar: los meses en que la pancita de mamá estuvo un
poco hinchada. Pero él, porfiado, seguirá con lo de ¿por qué
estuvo hinchada tantos meses? Claro, él no puede recordar
porque es hijo único y miraba desde adentro, pero igual habrá
que decírselo. Ay, pero a mí no me sale. Soy chapado a la
antigua y estos psicólogos modernos, ¡dale que te dale! Y el
angelito de dios seguro que machacará y machacará, porque para
eso son mandados a hacer, y al fin tendré que explicarle que
estuvo así porque los nenes nacen dentro de la pancita de la
mamá. Y el muy ladino, seguro que me pregunta: ¿y cómo llegan
hasta ahí? Y entonces viene la parte terrible y tendré que decirle
lo de la semillita de papá. Y él insistirá con aquello de ¿cómo
puede papá ponerle una semillita a mamá? y, encima, ¿dónde? Y
pedirá detalles y tendré que decirle algo. Pero no se conformará
y pedirá más y más detalles. Pero no puedo, no puedo. Seré
antiguo, todo lo que quieran, pero cuando yo era chico a los
nenes los traía la cigüeña desde París y sanseacabó, es decir,
sanseacababa. Por supuesto, nunca entendí del todo cómo un
pajarraco podía traer un bebé, pero bueno, uno no seguía
preguntando. Después vinieron a complicarla los psicólogos y
los pedagogos. Sólo faltan los podólogos. Maldita sea esa
Facultad y su carrera de Psicología. Miren, en qué aprietos lo

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ponen a uno. ¿No ven que es una almita ingenua, o acaso a
nosotros nos traumó el asunto cuando lo supimos de grande?; ¿o
no somos gente normal, acaso, eh? ¿Qué necesidad hay de tener
que explicarle cosas casi pornográficas, ¿qué necesidad de...?

– Papi, ya entendí. Ahora me acuerdo. No eran vecinos. Eran


mesinos. De meses, ¿viste? Hace mucho lo dijeron las amigas de
mamá y después lo vi en la tele.

¡Ah, menos mal, qué suerte! No va a seguirla, ya se conformó.


¡Se acabó, zafé...!

– Ahora, papi, otra pregunta, ¿cuándo hiciste el amor con


mamá, siete o nueve meses antes de que yo naciera?

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Héctor Zabala
(Salamanca, 1977). Asiduo colaborador en medios de comunicación: ha publicado
artículos de opinión, entrevistas y ha ejercido la crítica literaria y musical. Fundador y
codirector de la colección poético-artística "Cuadernos para Lisa"(editorial que publicó a
José Hierro y a Antonio Colinas, entre otros poetas). Ha publicado "El rastro de mis
lágrimas" (2000), "Recuerdos de lo mío y de lo ajeno" (2000), "Grandes éxitos" (2005) y
"Algún día llegaremos a la luna" (Premio de la Academia Castellano-Leonesa de poesía
2007). Ha participado en diversas lecturas y encuentros (Homenajes a Gloria Fuertes en
Salamanca o el Encuentro de poetas Jóvenes en Portugal). Tiene su espacio en las
Afinidades Electivas y sus poemas han aparecido en distintas publicaciones literarias y
páginas Webs y blogs. Sus poemas han sido traducidos al alemán. Mantiene el
blog: http://jorgebarco.blogspot.com/.

Busca en tu interior y sin que nadie se entere

cuéntales cosas que ya conocen,

como que una vez saltaste por la ventana

cuando entró en la habitación su novio.

Diles cosas que hayan hecho y que hayas hecho.

Así te leerán, porque sin darse cuenta

se estarán leyendo a sí mismos.

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Desde tu voz que suena a ritmos caribeños,
desde una voz al otro lado del teléfono,
borracha, sin sentido, sin gramática académica,
queriendo sin decirlo ser cordial y apenas puede
juntar más de dos frases sin toser.
Desde esa voz que suena a lata y que de fondo
mantiene como en vilo compañías silenciosas,
desde tu voz en fiesta, (era ya de madrugada
y quisiste despertarme para no sé qué decir).
Desde esa voz que jadeaba allá a lo lejos,
desde otra voz que susurraba y que reía
y que se oyó; desde el otro lado de la línea
telefónica, no supe si eras tú quien me llamó.

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Abandona la poesía,
separa los ojos del libro.
El mundo está ahí
inmenso y frío como la muerte.
Tus dedos sangran al intentar cortar la rosa.
¿Acaso no lo ves?

Abandona la poesía
y abre los ojos.
El mundo sigue a tu lado
cercano y doloroso como la muerte.
La imaginación te juega malas pasadas:
Nunca escalarás montañas.
Nunca tendrás un grupo de rock.
Nunca ganarás un Óscar.

No hagas caso a las películas americanas.


Nunca serás Indiana Jones.
Nunca tendrás los ojos azules.
Nunca saldrás con Laetitia Casta.

No todos los malos llevan corbata,


así que ten cuidado con tu mejor amigo.

Jorge Barco
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(Oviedo, Asturias, 1977). Escritora, crítica literaria. Miembro de la Asociación de
Escritores de Asturias. Ha colaborado en diversas revistas literarias. Autora de los libros
“El cuaderno griego”, “Realidad Paralela” y “Breve Testimonio de una mirada”. Obtuvo el
accésit del XXVI Premio Nacional de Poesía Hernán Esquío (2008). Posee varias obras
inéditas (de poesía y relatos). Ha participado en recitales y en distintas antologías (la
última, editada por Bartebly, “La manera de recogerse el pelo: Generación Blogguer”). Ha
sido traducida al inglés. Actualmente, organiza eventos culturales y coordina talleres
literarios. Recientemente, ha publicado “La edad de los Lagartos” (Editorial Origami).

Quizá los cementerios guarden secretos inconfesables.


Tal vez este reposo último implique una especie de
redención. O más bien lo contrario, y la muerte
arranque a la vida a la única posibilidad de justicia,
convirtiendo este lugar donde el silencio anida en
guarida de culpas y remordimientos.

Cada mañana, en la misma tumba, una mujer golpea de


forma brutal con pies y piernas, más tarde manos, uñas,
hasta quedar sin piel, la lápida del muerto que le
destrozó la vida y que la muerte se llevó sin dolor
alguno. La impunidad del golpe se refleja en el llanto
rabioso de ésta. No hay descanso para los vivos.

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Cecilia estaba cansada. Cuando llegó a casa arrojó el bolso al suelo
y la chaqueta, se quitó el uniforme con toda la brusquedad y rabia
que provocan ocho horas en una oficina. Se tumbó en la alfombra y
se quedó quieta, mirando al techo. No podía pensar, ni moverse,
sólo respirar hondo. Escuchó el ring con el que el teléfono parece
amenazar siempre en todo momento de calma. Ni se inmutó. Siguió
tumbada. El teléfono volvió a sonar. Se arrastró hasta él y acercó el
auricular a la oreja como quien sujeta un ladrillo con ambas manos.
María había quedado en el bar a las once con las demás. Algo
rápido. Cecilia dijo que sí, que allí estaría. Volvió a tumbarse en el
suelo y se arrancó las medias, como si éstas estuvieran a punto de
cortarle la circulación sanguínea. Volvió a respirar hondo. Se sentó
y se fumó un cigarrillo. Luego preparó algo de cena y se metió en la
ducha. Cuando cerró el grifo permaneció allí de pie casi diez
minutos. Su cabeza le repetía: ¿Existe algún hombre bueno? De
repente, su mente elaboró una especie de rueda de reconocimiento
policial, tras la mampara de la ducha del baño, de todos los
impresentables que habían pasado por su vida. El mentiroso
compulsivo, el infiel, el que va de víctima, el egoísta, el inseguro, el
débil al que le gusta herir y el egocentrismo puro que se escondía
tras todas las cremalleras que había desabrochado. Sintió que no
podía respirar. Salió de la ducha, cogió la toalla y se fue a la
cocina. Se tomó un whisky y se dio unos golpecitos en la cabeza
con el vaso. Sentía los latidos del corazón en la sien izquierda.

A las once llegó al bar. Sus amigas le hicieron un gesto desde el


fondo. Se abrió paso entre la multitud y se acercó hasta ellas. Les
dijo que iría a la barra a pedir algo fuerte, que seguía perdida, con
la misma pesadilla que no le dejaba dormir noche tras noche: un
hombre lobo la perseguía por la ciudad, pero su voz era conocida,
aunque ella no parecía recordar a quién podría pertenecer.

Cuando se acercaba a la barra, un hombre la agarró por la cintura y


le dio la vuelta con fuerza. Cecilia de repente sintió miedo, le miró
a los ojos pero no pudo reconocerle. Su voz le resultaba familiar.
El hombre le susurró al oído: ¡Buenas noches, Cecilia! Ella, con

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total solemnidad, como si en su respuesta hallase la ecuación
científica cuyo valor cambiaría el mundo, aquello que parecía
perseguirla, le preguntó: ¿Tú eres un hombre bueno? El hombre
sonrió al principio, luego comenzó a reírse con más y más ganas,
hasta que la carcajada se convirtió en una especie de convulsiones
que se transformaban en extrañas mutaciones en rostro y cuerpo. Su
cara se alargó, le crecieron los colmillos, surgió el hocico de la
nada, las orejas puntiagudas, las uñas largas y, en resumen, las
fauces del lobo. Cuando la transformación concluyó, éste agarró a
Cecilia del brazo y atrayéndola hacia él, mientras con las uñas de la
pata derecha le rozaba el vientre - casi el pecho - dijo, con mirada
torva y cierto desdén: “Sí, Cecilia, soy un hombre bueno, muy, muy
bueno”. Entonces estiró la lengua hasta su mejilla. Cecilia de forma
instintiva apretó las piernas. La mujer de al lado hizo lo mismo. Y
la de enfrente. Y todas las mujeres del bar.

Dicen que a ciertas horas de la noche ningún hombre bueno puede


esconder su verdadero rostro…

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Perdí la fe.
Me quedé
atrapada
en la red
que teje
la araña
del desconcierto.

La incredulidad
certera
de quien
ha visto
demasiado.
Algo incurable.

A David González, quien abrió la puerta aquel día tan frío

Años y años
muerta
de frío.

Herida.
Rota.

Los buitres
me arrancaron
los ojos
hace
demasiado

26
tiempo.

Inocencia
extirpada
a dentelladas.

Pero confianza
ciega
todavía
en quien ahora,
en este mismo instante,
abre la puerta
y entra.

Mis ojos
en sus ojos.
Lentamente…

Ana27Vega
(Leganés, Madrid, 1977). Licenciado en Historia del Arte. Poeta, narrador, fotógrafo.
Autor de: “Ya no leo Tebeos de Wonderwoman” (Groenlandia, 2009) y “Como Ulises en
una cacharrería” (Bohodón Ediciones, 2010). Sus textos han aparecido en diversas
revistas literarias, así como en blogs y páginas webs. Tiene su espacio en Las Afinidades
Narrativas. Ha participado en multitud de recitales y exposiciones. En breve, sus poemas
aparecerán en distintas antologías poéticas. Impulsor del proyecto poético “Poetrastros:
por favor, tratad con cariño”, y editor de La Vida Rima Ediciones. Tiene varios
poemarios inéditos.

En la trivialidad de una discoteca les presentaron. Siguió a lo


suyo, al baile, sus copas, a sus amigos, a ser el gallito del
corral.

Al cierre la amiga de su hermana le pidió compañía hasta la


parte alta del pueblo. No era decente a esas horas andar sola
por esas calles.

Ebrio, la chispa del deseo asomaba en las pestañas, sin


farolas, cuesta arriba, la apoyó contra la pared tratando de
palpar bajo la falda.

Sonora bofetada, un nuevo paso en falso. No la vería más.


Le gustaba, pero los impulsos jamás supo controlarlos.

Acomodándose ella los pliegues mientras se alejaba, él con la


mano en el estruendo de la oreja. Se giró.

- El Domingo me buscas en el paseo, tomamos café y sólo


pantalones.

Lo tenía en el bote. Llevaba un tiempo fijándose en él, pero


las cosas a su manera. Sonreía enfilando la calle a su casa.

28
Volateiros emparejados
limpiando ceniza acumulada.

Prender ropa en cables


desconociendo el sentido del agua.

Empecinarse en puentes
donde el doble
no está en el óleo
y un rumor de bicicletas.

Ángel Muñoz Rodríguez


29
(Sevilla, 1976). Ama de casa, monitora de guardería, escritora (de poemas y relatos), a
golpes de corazón. Junto a Andrés Ramón Pérez Blanco, el poemario “No hay prosa”
(Groenlandia, 2011). En su blog, más textos: http://bicheja-pelleja.blogspot.com.

En tu habitación rodeado de nada, a solas con tus temores, el


silencio te acompaña en tu cuarto cada noche. Acompañas al
frío a través de los rincones, de tu cuarto en penumbra
abrazando tus dolores. Son paredes sin nada; sin puertas y
sin ventanas, sólo ves sombras de sangre, de tus dudas
reflejados. Te encierras en tu mente y le cuentas a tu sastre,
que no te importa el traje, que no podrán cambiarte. Luchas
por no levantarte y te acomodas en la cama, de que nada es
perfecto, que ya pasó el momento. La esperanza se cansó
buscando una solución a los problemas de tu vida, a tu
guerra interior. Escapas de los problemas por el río del
dolor, encerrándote en tu esfera, no hay nadie a tu alrededor.
Escríbeme besos para poder leerlos, con palabras de oro que
doblen cada día su valor. Paga la deuda de alargar el tiempo
a media noche, limpiando con lagrimas; el pasado, el futuro,
el dolor. Dibuja mis sueños con tu pluma de humildad,
mientras pienso sentado y discuto con la soledad. Regálame
esperanza que estabilice mi balanza, con el peso de tu voz
atravesando mi garganta. Préstame esta noche, una de tus
sonrisas, que me acompañe en esta suave y fría brisa. Mordaz
silencio el que se respira, alegre llanto el que escucho cuando
tú me miras. Sal del abismo, abre las puertas por cerrar,
trepa las ramas del árbol del inconformismo. Rompe las
paredes de tu habitación vacía, sal y mira mas allá; eres libre,
eres mío.

30
Pienso en lo que todos tienen y yo... no tengo. Escucho,
desprecio y odio las palabras de míseras personas contándome el
sentido de sus vidas hoy día. Recapacito sobre el estado de la
humanidad y el desnivel de mi alma. Pregúntale a la misma
diversas cosas, tales como son la ausencia de compañía, tan
rodeada de gente y solitaria a la vez. Donde todo el mundo llega
y nadie se acuerda de que es real, de que llora en cada esquina de
las cuatro paredes que la enjaulan y la condenan a vivir
eternamente en soledad, porque toda distancia, por corta que sea,
se alarga a medida que transcurren los segundos, porque cada
gesto de ira y amor, de odio y añoranza, se refleja en esta mente
inerte que se esconde dentro de mi ser. Contradicciones, llenas de
esperanza, de compañía dentro del dolor y la incomprensión,
semejanzas unidas por falsas cuerdas y olvidadizas almas, que me
rodean, que dicen que me quieren, donde pienso que estoy y al
final no debo estar en otro sitio mejor que en mi misma, rodeada
de soledad, únicamente mi amada soledad, porque es ella la
realidad, es ella la única responsable de mis actos, es ella la que
me vio nacer, me acompaña desde el día que vi por primera vez la
luz, hasta el día que deje de verla. Ella me verá morir, aplaudirá
mi muerte, la única presencia.

Carmen Luisa Contreras


31
(San Marcos de Arica, 1983). Poeta chileno licenciado en Lenguaje y Comunicación por
la Universidad de Tarapacá. Ha publicado el libro “La Danse Macabre” y la plaquette
“Musarañas”. Sus textos han aparecido en diversas publicaciones de Chile y el extranjero
(“Cinosargo”, “Letras S5”, “Mondo Kronhela”, etc). Ha participado en recitales y
encuentros de poesía en distintas ciudades de Chile y Perú. Ha formado parte de talleres
literarios. Actualmente, prepara su próximo libro, “Fría ciudad en llamas”.

En el amanecer de los insomnes


el fuego camina conmigo
y la ciudad arde en la noche blanca
arde arde en el noveno círculo
en el corazón del corazón
en los extramuros de Roma
y en toda la demás porquería
al borde del despeñadero
donde los perros de la calle aúllan
aúllan y desconocen el baile
aúllan y se lanzan de cabeza
al fondo del deshuesadero
desde aquí los puedes ver
cayendo todos uno tras otro
más bellos que nunca
más bellos que nunca caen todos
salvo el horrendo perro del amor
él no cae nadie se lo enseñó
él escribe y el fuego camina con él.

Tito Manfred
32
(Córdoba, 1958). Escritor y poeta. Ha publicado los libros de poesía “Lo que arde (el
sueño del herido)” y “El laberinto sentimental”. Sus poemas han aparecido en distintas
publicaciones y blogs.

La reina oscura corre desbocada


con sus hombros de pelo plateado
los belfos goteando
y sus ojos desorbitados y enrojecidos.

Más delgada que un silbido


pero te va a aplastar como no corras.

Está siempre ahí, aunque no puedas verla


tiene una boca enorme y es muda.

Te ahogará, me dicen
te tapara la boca con sus ojos
y te mirará fijamente cuando explotes.

Que no te coja, que no te coja… más aprisa


nada de lo humano le es ajeno.

33
Escóndete, tiene demasiados secretos
mete la cabeza entre las rodillas
que no se haga con tu cráneo.

Ni mires su ojo de dragón


es como un tobogán de hielo hacia el infierno.

Arroja pura luz en el sótano


aunque no puedas verla
y es despreciadamente salvaje.

Que todo el mundo sepa como es el miedo


cuando la mente se pone morada
y te salga líquido verde por los poros…

… Es la muerte, enseñando sus fauces.

34
Enrique Fuentes-Guerra
(Madrid). Bibliotecario. Fumador empedernido. Escritor y dibujante. Responsable de la
publicación artística “Delirio”. Ha publicado los libros “Síntesis” (compilación de
relatos) y “Cómo” (novela), ambos en la editorial Bubok. Algunos de sus relatos han
sido traducidos al inglés.

Sentado en el asiento trasero del coche,


observo el paisaje oscuro que nos delimita,
mientras fumo un interminable cigarrillo
y escucho una agradable melodía
que acaricia nuestros vírgenes oídos
en esta noche eterna a través de ninguna parte,
buscando un sitio donde escondernos
y ser nosotros mismos.
Me miras a través del espejo retrovisor
y sonríes ante mi sonrisa,
me besas,
me golpeas con la profundidad de tus ojos,
arrancando mi corazón bombeante,
mientras el coche se desliza suave
por carreteras secundarias
totalmente vacías.
El cielo oscuro, plagado de estrellas fugaces,
de deseos inconclusos,

35
de sueños rotos,
parece venirse abajo y caer sobre nosotros.
Y tengo razón al pensar que moriré pronto.
Suspiras profundamente al notar mis ojos en tu nuca,
y acaricio tu pelo,
introduciendo mis dedos en tu cráneo
para transmitirte mi electricidad
y fundirme en tu ensoñación.
Estoy aquí detrás, pero ya no me ves.
Estás conduciendo un coche que no lleva pasajero alguno,
que encierra deseos inconfesables,
que te guía al mismo lugar de todos los días,
y podrás olvidarme en cuanto pongas un pie fuera,
porque lo cierto es
que te extraño a cada minuto
que voy perdiéndome
en mis propias paranoias
y en los delirios que vomito
frente al resto del mundo.

36
Ignoro quién vivió en esa casa abandonada y medio derruida que se me
presenta delante con toda la majestuosidad de las cosas olvidadas. La
belleza que despide hace que me quede observándola durante un buen
rato. Sin embargo, apenas pienso en lo que fue tiempo atrás. Este es un
lugar fantasma, una pequeña localidad que vivió tiempos mejores y que,
de la noche a la mañana, vio como toda su población desaparecía.
Excepto yo. Yo me quedé, o me abandonaron, o no tuve más remedio
que mantenerme al pie del cañón, por si alguno decidía volver. De eso
hace ya diez años, más o menos, pues el tiempo es tan relativo que
podrían incluso ser más y no haberlos contado, o habérseme olvidado.
Apenas era un chaval, un niño, como quien dice, cuya vida se basaba en
los cuatro puntos cardinales que delimitaban el pueblo. Nada había
más allá del día a día de esos muros invisibles. No existía más mundo
que este. Por eso, me resulta triste no poder acordarme de quién
habitaba la casa que observo con deleite y detalle. Aquellos rostros,
otrora familiares, se agotan en mi memoria sin que consiga sacar de
ellos una imagen limpia. Todos se fueron. También mis padres, una
mañana gris de noviembre en la que incluso se dejaron la radio
encendida y el resto de sus cosas desperdigadas por la casa; la comida
en el fuego; la ropa tendida; la pipa de mi padre aún humeante, con
restos de saliva en su boquilla. Tras la consecuente sorpresa, los busqué
por todas partes, casas, calles… hasta que me di cuenta que era el
único habitante de un pueblo que había sido abandonado mientras
dormía. Pensé que todo era una especie de plan elaborado a mis
espaldas, sin saber muy bien porqué o la razón de dejarme
completamente sólo en mitad de la nada. No les debía de caer muy bien

37
o quizá me culpaban de algo en concreto que no conseguía recordar. O
simplemente se fueron y se olvidaron de mí. Es igual. Volví a casa y
encendí de nuevo la pipa de mi padre. Le di tres profundas caladas y
me recosté, cuan largo era, en el sillón preferido de mi madre, mientras
una suave melodía de violín emergía de la radio como procedente de un
sueño. De eso hace ya diez años, con todos sus inviernos y sus
asfixiantes veranos, sin que estos ojos que observan la casa derruida de
enfrente, hayan visto a nadie pasear por aquí. Ni siquiera los animales,
gatos, perros, ratas, pájaros, hacen acto de presencia. Es como si todos
hubieran dejado atrás un lugar muerto, en el que nada puede crecer. Y
aquí sigo, y dudo mucho que pueda o quiera irme. Al contrario que mis
paisanos, me gusta estar aquí, en esta soledad en la que me he ido
amoldando sin la dificultad que podría pensarse. He sabido salir
adelante. A veces me cambio de casa, vivo las vidas de sus antiguos
habitantes, vistiendo sus ropas, disfrutando de lo que fueron
acumulando a lo largo de sus existencias, y me siento feliz con ello,
imaginando cómo fueron antes de aquel día. Me excito con la ropa
interior de mujeres que nunca conocí, o si lo hice, no me acuerdo. Me
alimento como puedo, sin que mi cuerpo me pida gran cantidad de
comida. Voy saliendo adelante, pese a lo que mis convecinos pudieran
haber pensado de mí. Me dejaron tirado, me abandonaron, tal vez
creyendo que no iba a durar más de diez días, y ya van diez años. No
les guardo rencor. Ni siquiera sé porqué tendría que hacerlo. Quizá no
fue culpa suya. Sólo tuvieron la necesidad de salir de aquí cuanto antes,
algo que a mí nunca me ocurrió.

38
Óscar Varona
(Torrelavega, Cantabria, 1949-2011). Antiguo funcionario de Estado, se jubiló para
dedicarse plenamente a la actividad artística. Ha publicado numerosos poemarios, todos
recogidos en el libro recopilatorio “Era otro hoy” (Ediciones del Primor, 2008). En 2009
publicó “Tiempo a Destiempo” (Finalista del Primer Premio de la Editorial Poesía Eres tú),
y en el 2010, en Argentina, “Patrias Parias” (Ediciones Encendidas). Como cantautor, ha
actuado en salas como “Libertad 8”, “Trovadicta” o “Clamores”; en el 2010, presentó su
último trabajo discográfico, “Besos y Gatos”.

Teníamos entonces,

año más o año menos,

veintisiete ciruelos por delante.

Tú me diste a probar el fruto verde

de tus ojos negrísimos

y quedaron atrás todos los árboles.

Desde entonces te quiero. Desde entonces

soy yo, hombre escrito por ti.

39
Has entrado en un círculo de piedra.
Lorenzo Oliván

Me gustó la pistola
aunque aquel año
había pedido
una pelota.

Para el año siguiente


pedí bolos
y me trajeron
balas.

Procurando acertar,
en reyes sucesivos
pedí coches, garajes,
algún libro.
Pero nunca acertaba.

Y así fue año tras año


hasta que, ya mayor,
pedí una diana humana.

40
Me he pasado la tarde buscando mi sombrero.

Sólo he encontrado una cabeza.

La verdad, no hay derecho:

que llueva no es disculpa

para que vuelen piernas como si fueran aves.

Y, encima, de madera.

Estoy muy disgustado, francamente,

con mi cabeza pierna y sin sombrero.

José Luís Zuñiga


41
(Buenos Aires, Argentina, 1975). Cursó estudios de Historia y Lengua. Ha publicado los
libros de poesía: “Poemas de un poeta”, “Haikus”, “El torturador”, “Yuyal”, “Moto”, etc.
Actualmente se dedica a corregir y difundir el manifiesto “Protopoética”. Su blog personal:
www.poemasdelapala.blogspot.com.

Me ciegan tus soles

y tus lúcicos amarillos.

Me pausan el alma

las comas “de este nadie”.

Toco bajo el vendaje

de tus óleos

esos ausentes recovecos

que hiciste símbolo de tu dolor.

Demasiado pesó tu cruz, hombre,

y sé que tres veces caíste

antes de amputarte entero.

Aún te observamos cabizbajos,

yo y tus girasoles tristes.

42
Soy más que
carne las afueras de mis huesos habitando.
Más que
de Dios una redundancia.
Más que
de células escombros.
Más que
mucha amontonada paciencia.
Que
un soñador de miniaturas,
un defecador diario,
un tristicida encadenado
y ojos a luz viva la cicatrizante noche esperando
y energía siendo rumiada
y en las leguas del tiempo un breve carro
y de estómagos xiloideos bocado hecho a medida
y un viento furioso sobre si desparramado.

43
Juan de Lapala
(Santiago de Chile, 1963). Poeta y narrador chileno. Ha publicado los siguientes libros:
“El fervoroso festín”, “Mutante” (poesía), “El refrigerador de Bernardita” (poesía),
“Capital” (relatos). Sus textos han obtenido distinciones en certámenes literarios
nacionales e internacionales, siendo además becario del Fondo Nacional del Libro y la
Lectura (Chile). En 2008 se estrenó una obra teatral, dirigida por Hernán Lacalle, basada
en sus textos. Dirige la revista literaria Esperpentia desde el año 2000.

Mientras la familia succiona los espasmos de algún programa


televisivo nocturno, aislado en una habitación mal equipada, cuarto
de cosas en desuso que en momentos de entusiasmo se atreve a
llamar “oficina”, estático ante un cuaderno, un libro o la pantalla
del pc, cortinas corridas que permiten observar luna, nubes,
estrellas, anuncios de neón o gigantografías anunciando una vida
mejor, una vida más fácil, el poeta piensa y escribe acerca de sí
mismo, acerca de su odisea, su calvario, su viaje, su tormenta. Y
nadie lo escucha. Ha creado más de cien poemas. Y nadie lo
escucha. Nadie valora su sacrificio, su colosal esfuerzo desplegado
en horas robadas al descanso, al esparcimiento, al sueño. Mundo
sordo. Desearía, muchas veces, que alguien viniese a rescatarlo, una
mezcla entre editor y Mesías que valore su obra. Pero eso es
imposible, nadie conoce su obra. Hace un par de años, en un
arrebato de entusiasmo, realizó su primer y último esfuerzo: envió
el poema épico “Sangre Americana” a la página literaria de una
revista editada por la sociedad farmacéutica de Chile, una revista
poco exigente, es verdad, pero que le permitiría anotar su primer
triunfo poético, un triunfo tal vez modesto, pero necesario para
iniciar el camino a la consagración. Y nada. A pesar de que visitó
con ferviente constancia una vieja librería ubicada frente a la
facultad de medicina, lugar donde distribuían el impreso, nunca
llegó la gloria. Entre anuncios de fármacos, entrevistas a
investigadores, chistes de salón y marketing médico, en la
penúltima página, sección literaria auspiciada por Aline, una
experiencia anticonceptiva inolvidable , jamás apareció ni el más
mínimo rastro de “Sangre Americana”. La revista publicaba, más

44
bien, una poesía que él, tras examinar más de una docena de
ejemplares, terminó calificando como ingrávida, una poesía del
corazón destinada a enaltecer el sentimentalismo burgués del
distinguido cuerpo médico y químico farmacéutico de la nación y
no las luchas populares. Mal por ellos, mal por la salud de la
república. En otra ocasión, buscando adeptos, leyó algunas páginas
de “Sangre Americana” a Rony, un joven compañero de trabajo con
quien mantenía un diálogo medianamente amistoso. Tremendo
poema, dijo su colega tras la lectura, pero no entiendo de qué se
trata, no soy escritor como tú. En todo caso, a pesar de que está
lleno de palabras bonitas, esperanza, amanecer, libertad, lo
encontré un poco amargo, más que un libro de poemas parece un
libro de quejas, aunque en cámara lenta. Para reclamar, concluyó,
prefiero las canciones punk, que van directo al grano. Y eso fue
todo. El poeta, a menudo, se siente incomprendido. Sirve su elíxir
social en vasos comunicantes trizados, en vasos de otro tiempo. Y
no lo sabe. Héroe de las buenas intenciones, lee a Neruda, a
Cardenal, a Tellier, al mexicanote José Emilio Pacheco, a Parra, tan
genial, y tiene un serio compromiso con la justicia. Sin pertenecer a
una religión, en ocasiones es creyente. Tiene un dios buena onda a
quien solicita fortaleza en momentos de debilidad. Por otra parte,
postula, más bien balbucea, un ideal social, estético y moral de
corte materialista, amorfo y utópico, imposible de plasmar en
palabras y silogismos, menos en realidades. El poeta es izquierdista.
El poeta es bolivariano. El poeta sufre con la miseria. La palabra
pobreza le anega el corazón. Lo mismo la situación de hambre en el
tercer mundo, los bombardeos a Irak, la banalización de las
costumbres - bananización, dice graciosamente cuando está de
humor - y la pérdida de tradiciones infantiles como el trompo, las
canicas o el caballito de bronce. El poeta intenta escribir algo que
sirva para cambiar el rumbo de las cosas, algo que despierte a la
gente. Pero está cansado, tiene poco tiempo y las palabras no
acuden a su mente. Demasiado trabajo. A lo lejos, al fondo del
pasillo, escucha la voz de su mujer interactuando con el televisor.
Número mayor, número mayor, grita, apoyando a un tipo que
concursa en “El Dado Mágico”, un programa televisivo que regala
aparatos televisivos. Entonces, procurando no hacer ruido, el poeta
se levanta y camina hasta la puerta de la casa. Los niños duermen.

45
Con cuidado, la abre. Y sale. Son las once de la noche de un día
jueves. Mañana tiene que trabajar temprano, ocupar su espacio en la
cadena productiva de “Emblema”, fábrica de botones donde buscó
ocupación temporal hace diez años, a fin de enfrentar el primer
embarazo de su mujer, fémina con fallas de origen que nunca fue
capaz de tomar los contraconceptivos a tiempo, no soy buena para
las matemáticas, argumentó en esa ocasión, finiquitando sus planes
de estudiar literatura en alguna universidad, aunque fuese de las
privadas. Así, tuvo que conformarse con asistir a un taller de tres
meses, dictado por un poeta oscuro y desconocido, Raimundo
Oliva, ese era su nombre, en la junta de vecinos de su barrio. Un
taller irregular, en el cual los alumnos faltaban regularmente y
nunca escribían nada. Un taller donde sólo él, el poeta, asistió a
todas las clases, dando inicio a su canto épico americanista. Pero
eso ya no importa. Llega a la esquina. Las calles están vacías y una
multitud de negras bolsas de basura son asaltadas por una banda de
perros organizados. Perros fascistas, murmura. Sigue caminando.
Ahora, en dirección a la avenida principal de aquella población en
vías de subdesarrollo. Hace frío y olvidó la casaca de cuero falso.
Da igual. El aire nocturno le hace bien. Entonces, piensa que lo
mejor sería darse una vuelta por el barrio Bellavista, años que no
visita el alcohólico sector, beber unos tragos y olvidar, da lo mismo
qué, pero olvidar. Se detiene en la parada. Tranquilo, enciende un
cigarrillo y espera movilización. Transcurre media hora. Y nada. Es
demasiado tarde, no corren buses, sólo uno que otro taxi cruza la
calle cazando nocturnos. Por momentos fantasea con la idea de
detener uno, subirse y pedir al chofer que no pare en seis meses,
yendo siempre en línea recta. El poeta es dueño de una imaginación
desbordante, pero gana poco y tiene tres bocas que alimentar. El
poeta abandona la posibilidad de visitar Bellavista. No hay dinero
para un taxi. Entonces decide caminar sin rumbo, para oxigenarse.
Tras diez cuadras descubre un negocio abierto. Es un kiosco de hot
dogs y papas fritas. Se acerca. Pero antes de llegar, un trío de hip-
hoperos medio borrachos se cruzan en su camino. Unas monedas,
tío, solicita uno de los muchachos, vestido como un basquetbolista
enano, lakers, búfalos, triste remedo gringo. El poeta, solidario,
pero no idiota, busca en sus bolsillos una moneda de $ 100,
intentando identificarla entre las de $ 500. Apúrate, viejo

46
conchadetumadre, dice otro de los clones descerebrados de la liga
norteña, tenemos sed. En ese momento, el poeta renuncia a la
selección monetaria, mira hacia el kiosco, donde una mujer
regordeta fríe papas, y estira la mano llena de monedas. Luego,
siente un golpe en la cabeza y cae, siempre mirando hacia el kiosco.
Ahora la mujer ve televisión en un aparato blanco y negro, quizá se
trate del mismo programa que fascina a su mujer. Número mayor,
número mayor. Espectáculo para enfermos. Qué importa. Las
monedas entrechocan en el suelo de cemento, material que en su
poema épico es signo del falso progreso que tanto detesta.
Tintineando y mezclándose con la risa lerda de los asaltantes, con
la luna, que se refleja en un charco próximo, caen las opacas
monedas. Confundido, intenta ponerse en pie, decir: estoy de su
lado, somos el mismo pueblo oprimido, miserable, perdedor. Pero
una andanada de puntapiés cae en su cara, haciéndolo sangrar.
Después, el silencio. El poeta está tirado en la calle, bajo estrellas,
faroles y gigantografías, bulto idóneo para alimentar perros, una
bolsa de basura más en la oscuridad. Pasa un buen rato, quizá dos
horas, luego se levanta y trastabillando se acerca hasta el kiosco
para pedir un café. Al llegar, la mujer regordeta lo mira con
extrañeza, asegura la puerta de su cubículo de latón galvanizado y
aprieta firme un trozo de fierro en sus manos, tonto de goma le
llaman, y de manera amenazante dice: lo siento, estoy cerrando, no
quiero problemas, se va o llamo a los pacos. A esa hora, la
televisión ya no transmite. El aparato está apagado, la ciudad no
tiene rostro. Unas cuantas cuadras más allá, bajo un edredón
comprado en cuotas, desconectada su esposa duerme. Ve su rostro.
Siente su frialdad. Entonces, adolorido, gélido y sucio, cabeza copa
rebosante de decepciones, emprende el regreso a casa. En el camino,
encuentra una colilla, los vándalos lo han despojado de sus
cigarrillos, la enciende y se sienta bajo un farol, donde fuma y
piensa en su odisea, su calvario, su viaje, su tormenta.

47
Sergio Sarmiento
(Córdoba, 1982). Licenciada en Humanidades y Master en Textos, Documentación e
Intervención Cultural (especialidad en Edición). Pluriempleada. Sus textos - poemas y
relatos – han aparecido en distintas publicaciones (revistas, fanzines, panfletos literarios),
digitales e impresas, de España e Hispanoamérica, así como en distintas páginas webs,
blogs, plaquettes y antologías (“Heterogéneos”, “Anuncios (Des)Clasificados II”, “Póker
de Reinas”, “Esnifando Letras”; “Poetrastros: por favor, tratad con cariño”, “Nocturnos”,
en prensa). Tiene su espacio en Las Afinidades Narrativas y Las Afinidades Electivas. Ha
publicado el poemario “Bocaditos de Realidad” (segunda edición del 2010) y “Cuentos de
la Carne”, su primer libro de relatos. Sus poemas han sido traducidos al catalán, italiano,
inglés, francés, portugués y alemán.

Os juro que el demonio existe:

tiene mil nombres, traje con corbata

fuma puros

y condena a los infelices desde un despacho del banco.

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Hacía un día estupendo, despejado y cálido: las lluvias invernales se
disiparon y permitieron una tregua; la gente salía a la calle para
disfrutar de la agradable temperatura. Esteban paseaba
tranquilamente por el parque, colmado de familias y jóvenes, hasta
que unos ruiditos procedentes de un matorral le sacaron de sus
triviales pensamientos: se acercó, intrigado, y halló a un perrito
moribundo. El animal le observó con los ojos semicerrados, le
costaba respirar por su magullado hocico. Con suma delicadeza,
Esteban tomó el cuerpecito peludo; se quitó la bufanda, y, con
cuidado, cubrió al cachorro, y lo apretó contra su pecho para darle
calor; no le importó mancharse el jersey y las manos de sangre. El
hombre sabía que iba a morir, apenas le quedaban fuerzas. Se sentó
en un banco, mirándolo con ternura, y esperó tranquilamente a que
expirara. A los escasos minutos, notó el peso muerto del perrito sin
vida; se levantó, y mientras los niños jugaban en columpios y
toboganes bajo la atenta mirada de los padres y las parejas se
dedicaban arrumacos en el césped, Esteban escarbó tierra, enterró el
cadáver envuelto en gruesa lana, cerca de un árbol. Se sacudió las
manos y miró el montículo pequeño, despidiéndose de su pequeño
amigo. Esteban, pensativo, retomó el camino hacia la residencia. El
perro fue afortunado: no murió solo. Porque él sabe que, en su
lecho de muerte, ninguno de sus hijos y tampoco esos nietos que
jamás le visitaban, velarán a un anciano inútil.

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Ana Patricia Moya
ÍNDICE

Wanessa Zapiain
La costilla de Adán (poema) 3

Pepe Pereza
Mimos (relato) 5

Rubén Darío López


Subir a escena (poema) 7

Patxi Irurzun
1944: la vida privada de Adolf Hitler (relato) 10

Lucia Fraga
La pared (poema) 13

Pedro Sánchez
La ausencia (poema) 15

Héctor Zabala
Educación sexual como en los cincuenta (relato) 16

Jorge Barco
Busca en tu interior (poema) 20
Quién me llamó (poema) 21
Corbata (poema) 22

Ana Vega
Cementerio (relato) 23
El hombre lobo (relato) 24
Ausencia de fe (poema) 26
Bleseé (poema) 26
50
Ángel Muñoz Rodríguez
Fue así (relato) 28
Pintor callejero (poema) 29

Carmen Luisa Contreras


En tu habitación (poema) 30
Añorada (poema) 31

Tito Manfred
Estoy aquí, dije, con los perros románticos… (poema) 32

Enrique Fuentes-Guerra
La reina oscura (poema) 33

Óscar Varona
No soy poeta (poema) 35
Y silbo cuando me apetece (relato) 37

José Luís Zuñiga


Hombre (poema) 39
Uno de ellos (poema) 40
Cabeza de palo (poema) 41

Juan de Lapala
Vincent (poema) 42
Un poeta (poema) 43

Sergio Sarmiento
Poeta en la noche (relato) 44

Ana Patricia Moya Rodríguez


Infierno versión 4:0 (actualización) (poema) 48
Bufanda (relato) 49
51
SUPLEMENTO DE GROENLANDIA NÚMERO ONCE ( Mayo \ Agosto 2011 )

Diseño: Ana Patricia Moya Rodríguez


Directora: Ana Patricia Moya Rodríguez
Edita: Revista Groenlandia

Han participado en este número: Ana Patricia Moya Rodríguez, Wanessa Zapiain,
Rubén Darío López, Lucia Fraga, Pedro Sánchez, Pepe Pereza, Héctor Zabala, Jorge
Barco, Ana Vega, Patxi Irurzun, Carmen Luisa Contreras, Tito Manfred, Óscar
Varona, Enrique Fuentes-Guerra, José Luís Zuñiga, Juan de Lapala, Carlos
Sarmiento, Amarande Guzmán (portada y contraportada), Luis Sevilla (página 31),
Alejandro Serna Rodríguez (41), Tomás Illescas (15) y Ángel Muñoz Rodríguez (2,
3, 6, 7, 12, 14, 19, 22, 27, 29, 32, 34, 36, 43, 47, 48 y 52).

Todas las obras – relatos, poemas y fotografías – pertenecen a sus respectivos


autores. Todos los contenidos de esta publicación, desde el número cero, están
protegidos. Este suplemento \ especial se presenta junto a la revista de número
correspondiente. Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura, es esencial
proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de
imaginación y esfuerzo únicos. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión
sin censuras. Groenlandia es una publicación gratuita que no busca lucro: defiende la
cultura gratuita. Todas las publicaciones son de descarga gratuita desde las distintas
plataformas disponibles (página Web, ISSUU, SCRIBD).

ISSN: 1989-7405
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DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2008
SUPLEMENTOS \ ESPECIALES DE GROENLANDIA

Cada número de Groenlandia va acompañado de un


suplemento o especial (temático). En estas publicaciones
encontraréis poemas, relatos, aforismos, fotografías,
ilustraciones, etc, de Rafael Infantes, David González,
Gustavo M. Galliano, Ana Patricia Moya, Luna Miguel,
David Morán, Ana Pérez Cañamares, Escandar Algeet,
Manuel Guerrero Cabrera, Luis Sevilla, Alejandro Serna
Rodríguez, Patxi Irurzun, Juan José Romero, Luna Miguel,
Yamila Greco, Silvia Loustau, Javier Das, Pepe Pereza,
Andrés Ramón Pérez Blanco, Adolfo Marchena, Raúlo
Cáceres, Ulises Varsovia, Amarande Guzmán, Antonio J.
Rodríguez, Ángel Muñoz Rodríguez, Pablo Morales de los
Ríos, Carmen Guillen, Óscar Varona, Rolando Revagliatti,
Luis Amézaga, María del Carmen Serrano, Roberto
Arévalo, Jorge Santana, Luisa Fernández, José Ángel
Conde, Felipe Solano, Juarma López, Francisco Parra, Jesús
Suárez Fernández, etc. Los podéis descargar en:

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PUBLICACIONES DE GROENLANDIA

Poesía
La reconstrucción de la memoria (Adolfo Marchena)
Bocaditos de Realidad, segunda edición (Ana Patricia Moya)
El Gotero (Luis Amézaga)
Las aguas y las horas (Saúl Ariza)
Autorretrato sin óleo (Pablo Morales de los Ríos)
La conspiración de la sirena (David Morán)
Ya no leo tebeos de Wonderwoman (Ángel Muñoz)
Cosas que nunca te diré (Eva Márquez)
Te lo verso a la cara (Ada Menéndez)
Transeúntes del olvido (Velpister)
Apología de la muñeca de Bellmer (Jorge Heras García)
Feto Oscuro (José Ángel Conde Blanco)
No hay prosa (Andrés Pérez & Carmen Contreras)
Urbe Desta Historia (Rubén Casado Murcia)
Carne (Daniel Rojas Pachas)

Narrativa
Putas (Pepe Pereza)
Realidad Paralela (Ana Vega)
Cuentos de la Carne (Ana Patricia Moya)
Momentos Extraños (Pepe Pereza)

Antologías
Los rincones más oscuros: antología del miedo
Poetas Guerreros (antología jóvenes poetas mexicanos)
Un poema siempre será nada más que un poema
Lo que habita en el cristal (antología poetas españoles)
Des-amor: antología literaria groenlandesa

PRÓXIMAMENTE

Poesía
El salto del cojo (Danilac)
Emisión Analógica (Tomás Illescas)
Escupí sangre (Isaac Contreras)
En el invierno de la lluvia (Helena Ortiz)
Material de Desecho (Ana Patricia Moya)

Narrativa
Putas, 2ª Edición (Pepe Pereza)
Contrafábulas (Franco Dimerda)
La vida mientras tanto (Alfonso55
Vila)
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