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II.

La Suma en la historia de la teología 29


La actitud que se tenga ante este problema dará también la impronta propia
a una obra de teología. Presentamos, en esta segunda parte, la contribución
de la Suma de Teología a la historia de esta tarea en el cristianismo.

1. La enseñanza teológica de la Escritura


Las generaciones de los primeros siglos del cristianismo forjaron un es-
píritu que permanecerá en la tradición como punto de referencia constante
y siempre obligado. No tanto porque hagan inútil el esfuerzo intelectual de
sus sucesores, sino porque su actitud y sus obras han tenido un valor funda-
mentalmente positivo hacia la cultura. Efectivamente, también los Padres se
encontraron con el problema de la aportación de la sabiduría pagana a la
hora de transmitir el patrimonio cristiano. De este modo no solamente lega-
ron a las generaciones posteriores su talante, sino también el resultado con-
creto de sus obras. No se trata aquí de justificar esta tarea ni de seguirla en
todas sus implicaciones, sino de afirmar que de hecho significó la legitima-
ción del pensamiento cristiano105.
La necesidad de contraponer la sabiduría cristiana integral a la de los fi-
lósofos paganos apremia a los Padres a poner el acento en la revelación cris-
tiana, ya que vivían en un mundo de régimen pagano. Por eso, la fe se pre-
senta tanto como principio formal de unidad de toda la construcción teoló-
gica cuanto como fuente de conocimiento racional. Las soluciones varían
según los ambientes patrísticos, pero en la Edad Media la visión agustiniana
será la más conocida. Para Agustín de Hipona, la revelación es el criterio va-
lorativo de las verdades de razón, y su quehacer teológico tiene una profun-
da inspiración religiosa, pero es consciente también de estar impregnado de
ideas platónicas. Esta perspectiva teológica será muy viva en la tradición
cristiana y en ella influye la célebre fórmula teológica del obispo de Hipo-
na 106. Esta actitud no descarta el tema de la cultura humana, como la misma
vida de Agustín demuestra, pero, entendida rígidamente y en un mundo reli-
gioso cerrado, puede producir una crisis en el pensamiento cristiano cuando
el orden racional adquiera más consistencia.
Las aportaciones del siglo XII en este campo abren el camino hacia el
prototipo de obra teológica medieval. La misma organización escolar del
tiempo revela ya las tendencias que se van a ir imponiendo. La formación
de aquellos pueblos sigue el esquema ya conocido en la sociedad pagana.
Entre las organizaciones del saber de más tradición encontramos la célebre
división en trivio y cuadrivio107. Estas enseñanzas constituían los conocimien-
tos imprescindibles para poder estudiar el libro por antonomasia de aquella
civilización: la Biblia. Es bien sabido que el primer estadio de acercamiento
a la Sagrada Escritura lo constituía la lectura, y las materias estudiadas en ese
programa escolar facilitaban la tarea. Hasta el presente estas preocupaciones
se habían mantenido vivas en los monasterios, pero en este siglo toman
105
F. CAYRÉ, Précis de patrologie et d'histoire de la théologie, 3 vols. (París 1927-1943);
M. GRABMANN, Historia de la teología católica. Desde finales de la era patrística hasta nuestros días
(Madrid 1946); E. VlLANOVA, Historia de la teología cristiana. I Des dels orígens al segle XV (Barce-
lona 1984).
106
E. GlLSON, Introduction à l'étude de saint Augustin (París 1929) 33-34; A. AROSTEGUI, In-
terpretación agustiniana del «nisi credideritis non intelligetis»: Revista de filosofía 24 (1965) 277-283;
A. C. VEGA, Introducción a la filosofía de San Agustín: Obras completas II (Madrid 1964) 74ss.
107
H.-I. MARROU, Histoire de l'éducation dans l'antiquité (París 19502); R.-A. MARTIN, Arts
libéraux: Dic. d'histoire et géographie ecclésiastique IV (París 1930) col. 827-843; P. RICHE, La
educación en la cristiandad antigua (Barcelona 1983).

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