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1.- INTRODUCCIÓN
El punto de partida de la Historia de la Teología hay que situarlo en la
edad patrística. Si no conocemos la teología patrística es difícil entender bien la
teología posterior, sobre todo la teología medieval escolástica.
En algunos planteamientos anteriores de esta asignatura se comenzaba
el estudio de la Historia de la Teología a partir de la época carolingia (siglo IX),
remitiendo a la disciplina llamada Patrología que supuestamente aportaba estos
conocimientos básicos. Sin embargo, todas las obras actuales comienzan con
una parte primera dedicada a la teología patrística. Se entiende así que la
asignatura Patrología y la Historia de la Teología no coinciden en su contenido, y,
por tanto, no deberían solaparse ambos contenidos, sino estudiarlos a se.
En general se puede afirmar que la teología patrística consiste en un gran
esfuerzo por armonizar de algún modo la Fe cristiana con la cultura helenística
de la época, heredera de la gran cultura griega. Los centros principales en
Oriente eran Atenas, pero también Antioquía (de Siria) y sobre todo Alejandría
(en Egipto); en Occidente cabe señalar Roma y también Cartago (en África
proconsular romana), entre otros. Las escuelas filosóficas en boga eran el
platonismo, el aristotelismo, el estoicismo y el epicureísmo; también existían
algunas corrientes gnósticas o mistéricas que tendrán su interés para la teología.
Los Santos Padres en la iglesia de los primeros siglos debían de difundir
el mensaje evangélico en el mundo grecorromano como tarea primordial. Los
filósofos habían llevado a cabo una criba crítica de la religión tradicional
politeísta llena de mitos y supersticiones; señalaron el vínculo entre razón y
religión y llevaron a cabo un cierto análisis racional de la religión tradicional.
Sobre esta base, los Santos Padres comenzaron un diálogo fecundo entre
Cristianismo y Filosofía clásica, que iniciará la larga serie de vicisitudes
diversas que, a lo largo de la historia, tendrá lugar en las relaciones Filosofía-
Teología.
No podemos decir que los Santos Padres se limitaran a trasponer las
verdades de la Fe en categorías filosóficas; sino que además, fueron capaces de
sacar a la luz lo que todavía permanecía implícito en el pensamiento de los
grandes filósofos antiguos, los cuales habían mostrado cómo la razón, liberada
de las ataduras externas, podía salir del callejón ciego de los mitos, para abrirse
plenamente a los niveles más altos de la reflexión, dando un fundamento sólido
a la percepción del ser, de lo trascendente y de lo absoluto y en ella
incorporaron la riqueza de la Revelación.
Debemos añadir que todos los grandes santos y doctores cristianos de los
primeros siglos tenían una buena base cultural grecorromana, adquirida antes
de su conversión.
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2.- MISIÓN HISTÓRICA DE LOS PADRES DE LA IGLESIA
La función histórica, particular y privilegiada, que corresponde a los
padres no debe reconocerse en virtud de cierta afición romántica con lo
primitivo, sino más bien en nombre de lo que representa históricamente esa
época en la vida de la iglesia. Es el momento en que el Credo fue precisado en
relación con ciertas interpretaciones rechazadas como heréticas. Se trata del
momento en que la fe reviste, por vez primera, forma y expresión en una
elaboración humana. Los apóstoles y el simple Kerigma de la predicación no
tenían motivo para hacerlo, pero la creencia implantada en una sociedad
cultivada no podía dejarlo de emprenderlo. Esta fue la misión histórica de los
padres, y también la de los grandes concilios doctrinales, entre los cuales los
cuatro primeros detentan una especie de primacía. Ello se debe a que, como los
mismos padres, de quienes fueron contemporáneos, dichos concilios se vieron
obligados a precisar las claves fundamentales de la fe: los dogmas trinitario y
cristológico; tuvieron que inventar la lengua católica, la que siempre se tendría
que hablar.
Es verdad que ellos enseñaron a la Iglesia lo que habían aprendido de la
iglesia, como dice san Agustín. En el fondo, los padres fueron al mismo tiempo
hijos y padres de la iglesia. Fueron sus hijos, porque vivieron en comunión con
ella y de su comunión, y ello con una profundidad, integridad y densidad muy
diferentes del mero conformismo exterior. Vivieron, pensaron y hablaron
verdaderamente in medio Ecclesiae. Orígenes lo reivindica con el humilde orgullo
del genio: “Yo, hombre de Iglesia, que vivo en la fe de Cristo y estoy situado en
medio de la Iglesia”. Sí, los padres vivieron de la Iglesia y habrían proclamado
de buena gana que todo lo habían recibido de la Iglesia. Y, sin embargo, fueron
sus padres, porque en cierto sentido la alimentaron, educaron e instruyeron. Lo
fueron en virtud de una vocación que les fue dada en el momento histórico
decisivo en que la Iglesia tenía necesidad de que lo fueran.
Este momento histórico concreto fue el de la iglesia en su juventud. No
en su nacimiento, ni en sus primeros años, sino ese momento de una existencia
en que se forman, en su espíritu y en su conciencia, las ideas y las grandes
imágenes, las convicciones y reacciones profundas, las orientaciones y
experiencias primeras, así como también las negaciones que definen las bases
de un carácter, con las que se vivirá durante toda la vida.
Los padres procuraron esas determinaciones del tipo y del carácter de la
Iglesia en un momento en que la iglesia casi no tenía pasado, excepto el de los
apóstoles, de los discípulos de éstos y de los mártires. La iglesia todavía no se
ha relacionado con el mundo, la cultura, el poder, la filosofía. Existía una
especie de relación inmediata entre la iglesia y sus fuentes. En su doctrina, que
tan a menudo se parecía a una catequesis, y en la que habían entrado pocos
elementos no bíblicos, la Iglesia se hallaba todavía muy próxima a lo que era
específicamente cristiano. La gracia de los padres hizo que la iglesia
permaneciera en este estado, mientras que su vocación consistía en operar la
transición de las catacumbas a la publicidad del imperio, a los honores, la
cultura y la organización más avanzada.
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3.- MODELO TEOLÓGICO DE LOS SANTOS PADRES
Es evidente que los Padres de la Iglesia, cada uno de ellos en particular,
hacen una teología propia, con sus rasgos específicos en cada caso. Pero no es
menos cierto que se pueden señalar elementos comunes esenciales. Podemos
decir que el modelo teológico es un modelo sapiencial y al mismo tiempo
apologético.
En primer lugar destaca sobre todo los demás el elemento bíblico-
exegético. La reflexión sobre la Fe está siempre apoyada directamente sobre la
Sagrada Escritura; su obra teológica es fundamentalmente una explicación y
defensa de la Sagrada Escritura. La conocen a fondo, la han meditado
profundamente y esto es por dos razones:
a) Son testigos de primera hora de la tradición apostólica, por tanto, esta
proximidad especial a la fuente les confiere una capacidad especial
para transmitir su sentido con una especial precisión y acierto.
Además en su mayoría son de habla griega o conocen bien esta
lengua por su formación clásica, y también conocen la lengua hebrea
b) La santidad de vida de estos autores afecta directamente a su
quehacer bíblico-exegético; son grandes contemplativos, hombres de
profunda vida de oración, que han meditado repetidamente las
Sagradas Escrituras. Los Santos Padres son los grandes comentadores
de la Biblia.
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también Cartago en el norte de África, con sus obispos famosos, y en cuya área
de influencia actuará san Agustín.
Por último, la teología patrística desarrolla con especial vigor la función
apologética, es decir, la defensa de la Fe ante los paganos o frente a ellos, según
los casos; y también frente a los herejes.
Este modelo patrístico tiende, por otra parte, a una visión unitaria de la
teología: especulación, vida cristiana, defensa de la Fe, progreso espiritual del
creyente; en otros términos: se concibe la teología como comentario bíblico
(básicamente) orientado a la contemplación y a la vida espiritual.
4.2.- Orígenes
Nacido en el seno de una familia cristiana de Alejandría en torno al año
185. Discípulo de Clemente. Su padre le proporcionó una sólida formación
cultural y cristiana y además un testimonio al ser mártir en la persecución de
Septimio Severo el año 201, cosa que marcó de por vida a Orígenes.
Era un verdadero Maestro: no solo era un brillante teólogo, sino también
un testigo ejemplar de la doctrina que transmitía. De hecho deseaba
ardientemente el martirio y en parte lo consiguió: en el año 250, durante la
persecución de Decio, fue arrestado y torturado cruelmente, muriendo poco
después como consecuencia de los sufrimientos padecidos.
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Su obra teológica fue inmensa y de una gran profundidad. Según san
Jerónimo hay más de 300 títulos de libros. La Hexapla es, sin duda, la obra más
famosa de Orígenes que aporta una empresa monumental de crítica filológica
del texto bíblico. Su objetivo era reproducir el texto exacto de la traducción de
los Setenta, editando en seis columnas (de ahí el nombre) el texto hebreo en
caracteres hebreos y griegos, más cuatro traducciones griegas; usaba ciertas
señales para indicar las variantes textuales.
La segunda obra fue los Escolios, Comentarios y Homilías, en donde realiza
un comentario casi completo de la Sagrada Escritura. La tercera es el Peri Arje o
De principiis, una obra de tipo dogmático, especie de manual de la doctrina
cristiana. Y su obra Contra Celso, obra apologética que rebate los ataques de este
culto filosófico pagano; es la única obra que nos ha llegado completa.
El papa Benedicto XVI nos dirá que la novedad de Orígenes consiste en
haber fundamentado la teología en la explicación de las Escrituras; hacer
teología era para él esencialmente explicar, comprender la Escritura. Su teología
es una simbiosis entre teología y exégesis. Lo característico de Orígenes es
precisamente la incesante invitación a pasar de la letra al espíritu de las
Escrituras, para progresar en el conocimiento de Dios.
Se puede afirmar que el núcleo central de la obra teológica origenista
consiste en su triple lectura de la biblia (sentido literal, moral y espiritual o
alegórico).
Fue uno de los personajes más controvertidos de la antigüedad cristiana.
Podemos señalar que en su doctrina se dieron algunos errores doctrinales, como
su teoría de la apocatástasis (la vuelta o reducción final de todo a su estado
primigenio, y, por tanto, también el término de las penas en el infierno);
asimismo en la doctrina cristológica, en donde se acusa de un cierto
subordinacionismo, quizá en pasajes ambiguos o equívocos de sus doctrinas; de
hecho, más tarde Arrio se amparó en ciertas enseñanzas pretendidamente
origenistas; asimismo tampoco queda clara la unión de las dos naturalezas en
Cristo.
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364). Bajo el influjo de Basilio, Gregorio volvió rápidamente a una vida de
austeridad. Gracias a la intervención de Basilio, fue elegido obispo de Nisa en el
372. Dicha elección respondió a necesidades de política eclesiástica. Bajo la
protección del emperador Valente, el arrianismo conocía entonces un nuevo
auge en la iglesia de Oriente y los obispos fieles al consubstancialismo niceno,
como Basilio, se encontraron en dificultades. Parece que Gregorio, por lo menos
al principio, no estuvo a la altura de la situación y se adaptó mal a las
realidades políticas y administrativas. En el año 376 es depuesto y exiliado por
dilapidación de fondos eclesiásticos. Pero en el 378 la muerte de Valente le
permitió volver a su sede episcopal.
Después de la muerte de Basilio (379), Gregorio se estabiliza en su
autoridad, y su pensamiento teológico se afirma: escribe contra Eunomio, el
principal representante del arrianismo. El Concilio de Constantinopla (382)
consagra el triunfo del consubstancialismo defendido en otro tiempo por Basilio
y después por el mismo Gregorio.
Las obras de Gregorio fueron variadas y amplias, y el autor se revela en
ella como un hombre de gran cultura filosófica y científica, de una gran
inteligencia.
Como obras exegéticas destacan Hexaemeron (380), que empalma con el
trabajo de san Basilio, profundiza algunas cuestiones e intenta poner de
acuerdo el texto del Génesis con la ciencia de la época; el tratado de la creación
del hombre, continuación de Hexaemeron, muestra las mismas preocupaciones. La
Vida de Moisés, las peripecias de la vida de Moisés representan los grados de
elevación mística del alma hacia Dios. En muchos Sermones, Gregorio es testigo
de la tipología tradicional, parte integrante de la catequesis de la iglesia.
Como obras teológicas destaca Contra Eunomio, en doce libros,
compuesta en el 381. Su Tratado sobre el Espíritu Santo, reproduce un discurso
pronunciado en Constantinopla que tiene como fin establecer la divinidad del
Espíritu Santo.
Su Discurso Catequético donde expone el conjunto de plan de salvación.
Gregorio de Nisa es, con su hermano Basilio de Cesarea y su amigo
común Gregorio Nacianzo, uno de los tres grandes teólogos capadocios que
están en el origen de la tradición teológica y mística de la iglesia de Oriente. Su
teología se basa en su afirmación de la infinidad divina. La intuición primera de
Gregorio no es que Dios sea incomprehensible e inaccesible, sino que es
ilimitado.
Nuestra ignorancia sobre Dios se explica porque, siendo Dios infinito y la
criatura finita, nos vemos imposibilitados de concebir su esencia: ese carácter
ilimitado de la naturaleza divina es lo primero; su incomprehensibilidad es una
deducción. La oposición que separa a Dios del mundo creado no es la de lo
inteligible respecto a lo sensible, sino la del creador y su criatura. La creación es
limitada, no basta para agotar la esencia divina, y así ni unas pruebas
cosmológicas son suficientes para afirmar a Dios. El mundo puede hablarnos de
la sabiduría de Dios, pero no de lo que él es realmente.
En la perspectiva de una antropología histórica, Gregorio debería tener
un lugar tan importante como Agustín. Como éste, hace aparecer en la historia
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una nueva concepción del hombre: el hombre de Gregorio es indefinible,
porque es imagen de un Dios infinito e indefinible, y porque se lanza
constantemente a superar sus límites, siempre hacia un infinito que escapa
eternamente a sus posibilidades. A la infinitud de plenitud, propia de Dios,
corresponde la infinitud de capacidad, de renovación, de progreso y de amor,
propia del hombre.
Por el hecho de ser imagen de Dios por creación, el hombre es insaciable.
La semejanza divina se manifiesta sobre todo en ese poder de movimiento que
es la libertad. La naturaleza humana se dirige hacia el bien, es decir, hacia Dios,
por un movimiento sin fin que responde a la infinitud del objeto que lo atrae. El
movimiento hacia el bien no deja de empujar al hombre hacia adelante, ya que
el hombre no alcanzará nunca el término que persigue. En cambio, el
movimiento hacia el mal es necesariamente limitado, porque sólo el bien es
infinito. Llegado a su término, el movimiento hacia el mal se gira en dirección al
bien, porque el alma humana siempre tiene en cierto modo más movimiento
para ir más lejos. Por lo tanto, se da necesariamente un retorno de todas las
cosas hacia el bien y una restauración final de la pureza del estado original.
El hombre como imagen de Dios no es sólo el individuo humano, sino la
totalidad de la especie humana, el universal concreto que es un solo hombre en
un número determinado de individualidades o hipostasis. Hay una analogía
entre ese modo de considerar al hombre y el hecho de que sólo podamos hablar
propiamente de Dios a propósito de la esencia divina. El Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo no son tres dioses, sino un solo Dios en tres hipóstasis. Así, no
podemos decir que Pedro, Pablo y Bernabé sean tres hombres, sino tres
hipóstasis del hombre, es decir, de la naturaleza humana. Cristo, al unificar en
él la humanidad, restaura por la encarnación esa imagen de Dios, fraccionada
por el pecado, que es el hombre único. Se hace imagen visible del Dios invisible
al reconstruir al hombre único, en la resurrección.
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a) El aspecto bíblico: su teología es una esmerada exposición de la
Sagrada Escritura y de la enseñanza bíblica.
b) Dogmática: explicación y sistematización de los misterios cristianos;
amplio uso de la enseñanza de los Padres anteriores y del magisterio
eclesiástico.
c) Demostrativa o apologética: defensa argumentada de la Fe frente a
paganos y herejes.
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en dos amores (dos ciudades) que se enfrentan entre sí: el amor a sí mismo
(hasta el desprecio de Dios) y el amor a Dios (hasta el desprecio de sí mismo).
La evolución de las dos ciudades es seguida desde el principio hasta llegar a los
grandes Imperios de Constantinopla y de Roma. En esta compleja evolución de
hechos y circunstancias históricas, las dos ciudades aparecen conectadas entre sí
y en influencia mutua. San Agustín señala la victoria final de la Ciudad de Dios,
que será la Bienaventuranza eterna de sus fieles. Sólo el Juicio Final trazará con
nitidez los límites de la Ciudad terrestre y los de la Ciudad celestial.
San Agustín, que había sido maniqueo durante nueve años, perfecto
conocedor de sus teorías, escribe diversos tratados antimaniqueos; destaca el De
natura boni (a. 399), que argumenta la bondad natural de las cosas frente al
dualismo maniqueo. Asimismo su intervención y escritos en el cisma donatista
fueron decisorios; era un cisma específicamente africano; ellos afirmaban que la
auténtica cristiandad es la africana, y se oponían a la unidad de la Iglesia.
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Gregorio a pesar de todos sus quehaceres nunca dejó de estudiar y
escribir. Sus obras están escritas con el deseo de la salvación de las almas.
De gran interés fue la reforma litúrgica intentada por el Papa Gregorio.
Entre sus obras en esta materia podemos destacar:
- Sacramentarium gregorianun. En el que se nos muestra todas las
innovaciones de la liturgia romana.
- Antiphonarium con una reforma de los cantos.
- Moralia en Iob. Comenzada en Constantinopla.
- Homiliae in Evangelium. Una colección de 40 homilías sobre
pasajes del Evangelio.
- Regula pastoralis. Trata de la dignidad episcopal, expone las
virtudes del pastor. En la tercera parte estudia la manera de
educar a las diversas categorías de fieles y en la cuarta exhorta
a los pastores a una renovación continua interior.
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