percibe particularmente en su estructura técnica, pero también en el mismo espíritu atento a los nuevos modos de inteligibilidad. En este contexto se hace imprescindible una organización de las ciencias, entre las que la sabiduría derivada del Evangelio mantiene su primacía. Pero en el siglo XIII estas exigencias serán cada vez mayores, porque el ingreso del saber proveniente de mundos no cristianos en los ambientes universita- rios ponía en juego el mismo dominio de la sabiduría cristiana. «La vida intelectual del siglo XIII, escribe van Steenberghen, está dominada por un hecho histórico capital: la introducción en Occidente, en sucesivas olas a partir del siglo XII y hasta finales del siglo XIII, de una abundante literatura filosófica y científica, de origen griego, judío y árabe. La historia de este movimiento de traducciones, arabo-latinas y greco-latinas, constituye toda- vía un amplio campo de investigación» 122. Este tema encuentra amplio eco en las historias de la filosofía, y las interpretaciones no son homogéneas. Lo cierto es que los teólogos de este siglo son deudores de este ambiente en di- versa medida, aunque en muchos casos el aristotelismo no les ha llegado en su estado puro, sino mediante fuentes eclécticas. La historia de la cultura de este siglo demuestra que, para el conocimien- to de las Sagradas Escrituras, este ambiente espiritual era un reto, capaz de regenerar la teología pero también de arruinarla. La perpetuación de una teología que no aceptara la visión más crítica de la realidad que la filosofía imponía, corría el riesgo de vaciar el mismo significado de la teología. «Era, escribe Chenu, para una tradición religiosa espontáneamente alimentada, con pequeñas excepciones, de la filosofía platónica, un delicado retorno compro- meterse con los caminos de Aristóteles; incluso antes de revelarse la incom- patibilidad de los dos sistemas, la ruptura de solidaridades adquiridas no po- día consumarse sin problemas. Pues el universo aristotélico mismo aparecía irreconciliable con la concepción cristiana del mundo, del hombre, de Dios: no hay creación, sino un mundo eterno, en manos del determinismo, sin que un Dios providente conociese las contingencias, un hombre ligado a la materia y con ella mortal, cuya perfección moral no está abierta a un valor religioso. Filosofía orientada hacia la tierra, que por su negación de las ideas ejemplares ha cortado todo itinerario hacia Dios y ha replegado sobre sí misma la luz de la razón. La ciencia es contraria a la sabiduría cristiana» 123. Las generaciones de la primera mitad del siglo XIII se encuentran ante una filosofía que daba pistas para una definición global de las cosas, y ello influ- ye también en el mismo trabajo teológico. El ingreso del aristotelismo en el mundo latino toma consistencia en esta primera mitad de siglo, aunque el estado actual de la crítica tiende a matizar el fenómeno por cuanto la transmisión de Aristóteles es todavía un problema de estudio. El hecho afecta a la nueva clase de maestros, que cada vez sienten mayor atractivo por la teología especulativa. En esta tarea desta- can los profesores de la Universidad parisina, aunque no hay que olvidar la aportación de los maestros de Oxford. La historia de la entrada del aristote- lismo es una clave de interpretación fundamental para la comprensión de la labor teológica de la Edad Media124 . En torno a este problema se aglutinan 122 F. VAN STEENBERGHEN, La philosophie au X I I I e siècle (Lovaina-París 1966) 29. 123 M.-D. CHENU, Introduction à l'étude de saint Thomas d'Aquin (Montréal 1950) 31. 124 Además de la obra de STEENBERGHEN, cf. M. DE WULF, Histoire de la philosophie médiévale (Lovaina 19476); G. FRAILE, Historia de la filosofía. II El judaísmo, el cristianismo, el islam y la filo- sofía (Madrid 19662); E. GlLSON, La filosofía en la Edad Media, desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV (Madrid 19762).