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ASISTENTE Y FUNSIONES:
1. RELATOR: Fernando, Yesenia blasques.
2. CORRELATOR: miguel Quijano.
3. PROTOCOLANTE: jessika castellanos.
DESARROLLO DE LA DISCUCIÓN:
DEL TRIUNFO DEL CRISTIANISMO A LA CRISISDE LA SEGUNDA
ESCOLÁSTICA
LA EDUCACIÓN CRISTIANA PRIMITIVA Y LA PATRÍSTICA
I. LA “BUENA NUEVA”
En el mundo helenístico-romano, donde la inquietud religiosa era cada vez
más viva y general, la “buena nueva” anunciada por Jesucristo y predicada
por sus discípulos incluso en Grecia y Roma se había propagado velozmente
en la segunda mitad del siglo Otros nuevos cultos, otras religiones, otros
“misterios” habían conocido una fortuna más o menos grande y duradera en
aquel inmenso ámbito cultural que había sustituido a la pequeña comunidad
de la polis: los hombres, carecientes de un centro firme para los valores
morales, se habían quedado, por así decirlo, solos con su destino individual y
se debatían en el ansia de darle un valor y un significado.
2. LA EDUCACIÓN DEL CRISTIANO
La “buena nueva” se proponía pues realizar un específico ideal pedagógico:
formar al hombre nuevo y espiritual, al miembro del reino de Dios. Los
evangelios contenían además insuperables ejemplos de los modos más
propios para llevar a cabo esa labor educativa, modo; aunque aptos para las
almas simples, preñados de sugerencias profundas para los espíritus refinados
y cultos. Las parábolas ricas en imágenes de plástica evidencia y de
significados simbólicos, los parangones precisos y audaces, la simplicidad
lineal de los preceptos, todos éstos eran elementos nuevos de una pedagogía
nueva, ajena a todo intelectualismo no menos que a todo artificio retórico.
Esta acción educativa fundada directamente sobre los evangelios se dirigía
sobre todo a los adultos, y la ejercían —cuando aún no se establecía una
diferencia entre clero y seglares— ciertos fieles delegados para ello que se
denominaban simplemente maestros (didaskaloi). La educación precedía al
acto del bautismo, que era la forma de iniciación cristiana con la cual se
pasaba a formar parte de la comunidad de los fieles y se ganaba la admisión a
la más importante ceremonia, el ágape eucarístico.
Más tarde, la preparación de los candidatos al bautismo o catecúmenos se
confió no ya a simples cristianos iniciados, sino a sacerdotes especialmente
preparados. La instrucción duraba dos o tres años, pasaba por distintos
grados y consistía esencialmente en la enseñanza de la historia sagrada del
Antiguo Testamento (que la mayoría de los no hebreos, es decir, desde hacía
mucho, la mayoría de los aspirantes a cristianos, desconocía del todo), de la
vida y la predicación de Cristo según los evangelios, de las oraciones y sobre
todo de los preceptos morales indispensables para el espíritu cristiano; la
especulación doctrinal tenía en ello poca parte. Las “escuelas de
catecúmenos” de este tipo duraron varios siglos, hasta el VII o pero perdieron
rápidamente importancia a medida que fue disminuyendo el número de
adultos o jóvenes por convertir.
La educación del catecúmeno era pues estrictamente religiosa; por muchos
siglos el cristianismo no se preocupó de la instrucción común y corriente,
aceptando sin más la organización escolar y la enseñanza existentes, aun
cuándo estaban a cargo de paganos. El cristianismo reprobaba el que los
cristianos adultos fuesen aficionados a la literatura y sobre todo a la mitología
pagana, pero en cambio consideraba como un inconveniente inevitable y no
grave la presencia de la cultura pagana en las escuelas. Esta actitud se debía
sobre todo a su conciencia de la propia fuerza de expansión, ante la cual la
cultura pagana común y corriente era obstáculo de poca monta, además de
que expresaba su despego por las cosas del mundo; pero por otra parte
en ello influía mucho la circunstancia de que para propagarse el
cristianismo requería un ambiente social no demasiado inculto o iletrado.
Como todas las religiones basadas en una determinada revelación escrita,
exige que se conozca la “palabra de Dios” contenida en los textos sacros; en
efecto su propagación está ligada a las traducciones de la Biblia, primero al
griego y al latín, y luego a muchas otras lenguas.
3. LA PATRÍSTICA: PRIMER PERIODO
Pero el cristianismo no hubiera podido afirmarse frente a las más altas
manifestaciones filosóficas de la cultura pagana si, además de la pura labor de
proselitismo, no hubiese realizado también una obra de consolidación
doctrinal a un elevado nivel, capaz de definir la cosmovisión cristiana y los
consiguientes problemas teológicos de modo tal que emergiesen afinidades y
diferencias respecto de los grandes sistemas clásicos. En un principio, esta
elaboración doctrinal-filosófica se efectúa en auténticas escuelas de
catequesis superior, como las que florecieron en Alejandría por obra de
Clemente y, en Roma, de Hipólito. Famosas son también las fundadas por
Orígenes en Cesarea y por Crisóstomo en Antioquía. No es de maravillar que
esta labor se verifique sobre todo en Oriente, porque es ahí donde la tradición
filosófica clásica está más viva y donde mejor sobrevive el gusto de la
disputa sutil (que en un segundo tiempo hará degenerar en “bizantinismos”
incluso la discusión teológica).
De esa forma, el cristianismo se ve empeñado en un importante laborío
filosófico de donde resultará su primera sistematización intelectual. En efecto,
sucedió que, sobre todo en Oriente, cuando el cristianismo —para defenderse
también de los ataques, las persecuciones y las herejías (o interpretaciones
aberrantes)— tuvo que organizarse en un sistema de doctrina, se presentó a
sí mismo como la expresión cumplida y definitiva de la verdad que la filosofía
griega había buscado, pero sólo había encontrado imperfecta y parcialmente.
El cristianismo se propuso entonces afirmar su continuidad con la filosofía
griega definiéndose como la última y más completa manifestación de ésta.
Justificó esa continuidad con la unidad de la razón que Dios ha creado
única en todos los hombres y todos los tiempos y a la cual, con la revelación,
ha dado una base más segura. De ese modo, el cristianismo identificó
sustancialmente, en un primer periodo, filosofía y religión.
Este primer periodo es la patrística. Son Padres de la Iglesia los escritores
cristianos de la Antigüedad que contribuyeron a elaborar doctrinalmente el
cristianismo y cuya obra ha sido asumida como propia por la Iglesia. El
periodo de los Padres de la Iglesia puede considerarse concluido con la
muerte de San Juan Damasceno para la iglesia griega (hacia 754) y de Beda
el Venerable (735) para la iglesia latina. El periodo se puede dividir en tres
partes: la primera hasta el año 200 más o menos, se dedica a la defensa del
cristianismo contra sus adversarios paganos y gnósticos. La segunda, desde
200 hasta cerca de 450, se dedica a la formulación doctrinal de las creencias
cristianas. La última, desde 450 hasta el final del periodo se dedica a la
reelaboración de las doctrinas ya formuladas.
La filosofía cristiana nace en el siglo II con los Padres apologetas que
escriben en defensa (apología) del cristianismo contra los ataques y las
acusaciones que se le hacían. Es la época en que escritores paganos
(Luciano, Celso) utilizan contra el cristianismo la sátira y la befa y los
cristianos son objeto de odio por parte de las plebes paganas y de
persecuciones por el Estado.
El mayor entre los Padres apologetas es Justino, que nació en Palestina y
residió largo tiempo en Roma donde sufrió el martirio entre 163 y 167. Han
quedado de él un Diálogo con Tifón judío y dos Apologías. Justino afirma que
el cristianismo es la verdadera filosofía. Identifica la razón con el Verbo Divino;
y como la razón es común al género humano, participan de ella inclusive
quienes han vivido antes de Cristo, lo que explica que hayan podido conocer,
aunque imperfectamente, las verdades que el cristianismo habría de revelar
más tarde en toda su claridad.
Otros Padres, especialmente Ireneo e Hipólito (siglo II), polemizan contra
sectas aberrantes como la de los gnósticos que creía fundamentalmente en
una divinidad maligna que dividía con la benigna el dominio del mundo, de la
misma manera como la luz y las tinieblas se dividen el tiempo con el día y la
noche. Como veremos, la patrística hará prevalecer la teoría —de origen
platónico o neoplatónico— de que el mal del inundo se deriva no de la acción
creadora de Dios, sino de la materia de que el mundo se compone. Pero la
patrística no hará en modo alguno de la materia un principio contrapuesto a
Dios mismo o considerado sin más ni más como una segunda divinidad de
naturaleza maligna; por el contrario, tenderá a considerar la materia (como en
realidad hace San Agustín) como un puro no ser limitativo de cada realidad
finita dotada de ser por la creación. Se trata, sin embargo, de una doctrina que
será elaborada por los grandes Padres de la Iglesia oriental. En los primeros
siglos, a los que estamos refiriéndonos ahora, todavía no se define con
claridad.
Antes bien, en el siglo II nos encontramos con una defensa de la materia
como única realidad existente; dicha defensa fue obra de Tertuliano, nacido
en Cartago hacia 160, que fue primero abogado en Roma, y después
sacerdote y polemista cristiano.
4. LA PATRÍSTICA EN LOS SIGLOS III Y IV
El periodo de 200 a 450, aproximadamente, es decisivo para la construcción
del edificio doctrinal del cristianismo. Los motivos polémicos se atenúan y se
reafirma por el contrario la exigencia de hacer de la doctrina cristiana un
organismo coherente, fundado sobre una sólida base lógica. A esta intensa
actividad contribuyeron la escuela de Alejandría, que hacia el año 180, por obra
de Pantano, se convirtió en Academia cristiana, y la escuela de Cesárea,
fundada por Orígenes en Palestina, y que llegó a ser la sede de la biblioteca
más rica de toda la Antigüedad cristiana.
Orígenes elaboró el primer gran sistema de filosofía cristiana. Nacido en
185, muerto en la persecución de Decido en 254, fue escritor fecundísimo,
aunque de su producción sólo se ha preservado una pequeña parte.
Según Orígenes, los Apóstoles nos han trasmitido sólo las doctrinas
fundamentales del cristianismo, pero no las accesorias; formular estas últimas
es tarea del cristiano que ha recibido de Dios la gracia de la ciencia y la
palabra. Por el contrario, las doctrinas fundamentales sólo se deben aclarar e
ilustrar. Orígenes intentó por tanto una interpretación alegórica de la Biblia,
sobre todo del Antiguo Testamento, del cual se esforzó por corregir y eliminar
los antropomorfismos a fin de llegar a un concepto puramente espiritual y
trascendente de Dios. Dios es superior al ser, a la sustancia, a las ideas; es el
Bien en el sentido platónico puesto que sólo a Él pertenece la bondad
absoluta. El Logos o Hijo es la imagen de la bondad de Dios, pero no es el
Bien en sí. Dios es eterno; la eternidad del Hijo depende de la voluntad del
Padre.
5. LA EDUCACIÓN EN EL PERIODO PATRÍSTICO
La actitud de los Padres de la Iglesia frente a la educación y al contenido dado
a ésta por la cultura clásica, es coherente con las ideas que hemos expuesto
hasta aquí. Los Padres orientales, que han aprovechado abundantemente la
filosofía clásica para sus construcciones de filosofía cristiana, son en general
favorables al mantenimiento del tipo de educación clásica integrada con la
educación cristiana. Algunos Padres latinos, como, por ejemplo, Tertuliano,
que condenan la filosofía pagana entera, se oponen, por el contrario, a toda
forma de educación fundada en las disciplinas propias de la doctrina pagana.
Pero buena parte de esta aversión de los Padres latinos por las disciplinas
clásicas es superada en la obra de San Agustín (véase el capítulo siguiente)
quien por el contrario defiende las principales disciplinas tradicionales.
Ya hemos visto cómo las instituciones educativas clásicas en los primeros
siglos de la era cristiana siguieron una trayectoria que refleja poco o nada el
influjo cristiano, no obstante, lo cual en los autores paganos que se ocupan del
problema se advierten mudanzas de dirección que parecen anunciar las
concepciones medievales.
II. SAN AGUSTÍN