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La alianza es la relación resultante entre dos personas que han hecho un pacto,
junto con los derechos y deberes que de él se derivan. Con la alianza que hacen
un joven y una joven se comprometen a un proyecto común de vida; con la
alianza que sellan dos pueblos se comprometen a la paz y a otros compromisos
mientras dure el pacto.
— La alianza se sellaba con los ritos que la acompañaban y que en algunos casos
originaban solemnidades fastuosas. En uno u otro orden, entre estos ritos casi
nunca faltaban: el juramento o invocación a los dioses testigos, de ahí que quien
rompía la alianza era como quien rompía un juramento y despreciaba a los
testigos (en el caso de la alianza sinaítica no se pone a ningún Dios por testigo,
ya que es el mismo Dios quien la sella); se pronunciaban las bendiciones o
maldiciones para los que cumplieran o dejaran de cumplir las cláusulas del
contrato (cfDt 28,1-46), y finalmente, lo más importante entre los ritos, el
sacrificio de la alianza, llamado también de comunión o pacífico, que incluía dos
aspectos fundamentales: ante todo el rito de la sangre (que significaba la vida, cf
Lv 17,12): se tomaba la sangre de un cabrito, cordero o toro, y los pactantes
introducían sus manos en el recipiente de la sangre o se asperjaban con ella, para
significar que entre ellos se había establecido cierta consanguineidad o comunión
de vida (cf. Ex 24,6.8), y después venía el banquete ritual o manducación de las
partes de la víctima antes inmolada, significando la amistad que unía a los
contrayentes, pues no se comprende que dos personas que comen juntas sean
enemigos entre sí (cf Ex 24, ll;Gn 31,46.54; 26,28-30; Le 22,20; 1Cor 11,25).
Tanto en la Alianza de Dios con Abrahán (Gn 15), como después con Israel en el
Sinaí (Ex 19-24), y más tarde en la renovada y culminada definitivamente por
Jesucristo en la Cena y en la Cruz (cf Le 22,20; 1Cor 11,25), se dan casi todos los
elementos antes mencionados.
A la Alianza personal que Dios había hecho con Abrahán, se siguió, en efecto, otra
más solemne con su descendencia, el pueblo de Israel, en el desierto sinaítico:
Dios había sacado a su pueblo de la casa de la servidumbre, Egipto, para hacer
con él un pacto de amor y fidelidad. De Yahweh mismo partió la iniciativa. La
elección de Israel no venía de sus méritos ni de la rectitud de su corazón ni por
ser un pueblo numeroso (cf Dt 4,3s: 7,7: 9,5), sino por el amor que le tuvo para
hacerle depositario de las promesas, mediador entre las naciones, "un reino de
sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,6).
Dios se comprometía a respaldar a su pueblo con amor fiel y eficaz contra sus
enemigos, y el pueblo debía responder con ese mismo amor y fidelidad,
abandonando otros dioses y sirviéndole sólo a Él. Por eso este amor - fidelidad
que establecía las relaciones entre los pactantes fue más tarde comparado por los
Profetas con los contratos y amores más tiernos: Oseas (11,1-4) compara a
Yahweh con un padre que ama tiernamente a su hijo pequeño Israel; el Deutero -
Isaías lo asimila a una madre que jamás se olvida del hijo de sus entrañas (Is
49,14s) y Ezequiel (16 y 23), siguiendo la alegoría de Oseas (2), como más tarde
el Cantar de los Cantares, identifica al Dios pactante con un novio o esposo que
hace un pacto de amor con su novio o esposa, el pueblo de Israel.
"Vienen días, exclama Dios por Jeremías, en que yo haré una Alianza nueva
con la casa de Israel y con la casa de Judá; no como la Alianza que hice con
sus padres cuando tomándolos de la mano los saqué de la tierra de Egipto;
ellos quebrantaron mi Alianza y yo los rechacé... Esta será la Alianza que yo
haré con la casa de Israel: pondré mi Ley en ellos y la escribiré en su
corazón y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31,31 -33).
Ezequiel será todavía más preciso: por medio del Mesías, el verdadero rey pastor
del pueblo, Yahweh apacentará las ovejas de Israel, haciendo con ellas una nueva
Alianza:
Esa nueva Alianza que Dios iba a establecer por medio del Mesías era completa-
mente universal, ya que no estaba restringida a Israel, como dice a su Siervo
paciente:
"Yo te hago luz de las gentes, para llevar mi salvación hasta los confines de
la tierra... Yo te formé y te puse por Alianza de mi pueblo para restablecer
la tierra y repartir las heredades devastadas" (Is 49,6.8).
La Alianza consistía ante todo en la unión o solidaridad de Dios con los hombres
expresada en un rito externo de sangre. Ahora el Hijo de Dios, el Verbo, con su
encarnación en la naturaleza humana de Jesús realiza el pacto más íntimo sellado
con sangre humana, haciéndose consanguíneo de los hombres. "El Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros... lleno de amor y fidelidad... y de su plenitud
recibimos todos una gracia en lugar de otra gracia, porque la Ley fue dada par
Moisés, pero el amor y la fidelidad nos vino por Cristo" (Jn 1,14-17).
Desde que Cristo selló con su sangre la nueva Alianza (cf Hbr 8-10), la palabra
"alianza" fue traducida al griego por "testamento" que, como glosa la Biblia, le da
un matiz nuevo: para hacer valedero un testamento es necesario que muera el
testador; por ello de alguna manera era necesario que Cristo muriera para sellar
su nueva Alianza - Testamento: "El testamento es valedero por la muerte, pues
nunca el testamento es firme mientras vive el testador" (Hbr 9,17). Con esta
palabra "testamento" se comprende también mejor que la alianza no era un
contrato bilateral de igualdad ("do ut des"), sino que la iniciativa partía de Dios,
de su amor-fiel, que Jesús demostraba en su muerte voluntaria, y como un
testamento se hace también voluntariamente en favor del heredero.
"Vi un cielo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
habían desaparecido; y el mar no existía ya. Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén, que descendía del cielo del lado de Dios, ataviada como una
esposa que se engalana para su esposo. Oí una voz grande, que del trono
decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y eregirá su
tabernáculo sobre ellos y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con
ellos... Yo soy el alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le
daré gratis de la fuente de agua viva. El que venciere heredará esto: Yo
seré su Dios y él será mi hijo" (Apoc 21,1-7).