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Ya el viejo Platón comparaba a Dios con el sol: nuestra mirada no puede clavar
directamente los ojos en él, so pena de dañar los órganos de la visión; a pesar de
la necesidad que tenemos de sol, nuestras potencias no resisten más que su luz
indirectamente; para mirarlo cara a cara necesitamos mediaciones, instrumentos
que lo hagan accesible a nuestras potencias. (El mito griego de la ingenua y
curiosa Semele, que se convirtió en cenizas al ver a Zeus en todo esplendor,
viene a decirnos lo mismo).
La Biblia misma afirma todo esto de otra manera: “Nadie puede ver a Dios y
vivir” (vgr. Ex. 33,20; Cf. Lv. 16,2; Dt. 18,16) o como afirma en otro estribillo:
“Nadie ha visto a Dios ni puede ver” (vgr. Jn 1,18; 6,46; 1Tim 6,16; 1Jn 4,12).
Por eso la tradición bíblica asegura que el fenómeno de la visión directa de Dios,
“cara a cara”, es un privilegio reservado para la otra vida (1Cor 13,12; 1Jn 3,2).
La trascendencia de Dios no encaja en la pequeñez del hombre y el que se
empeña en atraparla termina aplastando por su gloria, como diría Lucero.
El mundo sacral de las tormentas, montañas, ríos, cavernas, astros, muerte, vida,
sexualidad, ritual de las estaciones, etc., golpea una y otra vez, casi de forma
rítmica, la sensibilidad del hombre, aturdido y fascinado, hasta forjar en el yo
profundo ideas y expresiones que manifiestan las creencias que de allí dimanan;
estas creencias, a nivel teórico, las formula generalmente en un lenguaje mítico
(narraciones ficticias que quieren ser como la metafísica de la historia humana), y
a nivel práctico, trata de hacer accesible dichas fuerzas, misteriosas e inviolables
a primera vista, mediante ritos mágicos, con la finalidad de atraer y domesticar
los que parecía inasequible al hombre. Es así como el hombre se “relaciona” o se
“re - liga” con el mundo numinoso y trascendente, con el mundo de la divinidad,
y es así como surge la “re - ligión", esa etapa ingenua e infantil de la fe, pero por
medio de la cual tiene acceso a la salvación: al salirse el hombre de sí mismo, de
su auto - suficiencia, y apoyarse en otro más grande que él.
“… si cautivados por la belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les
aventaja el Señor de éstos, pues fue el Autor mismo de la belleza el que los
creó. Y si fue poder y eficacia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí
cuánto más poderoso es Aquel que los hizo: pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”
(Sab 13,3-5).
Y el Apóstol Pablo tiene textos parecidos cuando habla de los politeístas griegos y
romanos:
Tocando la fibra más profundamente humanista de la Biblia, san Pablo intuye que
es en el hombre, imagen de Dios, donde mejor se revela la divinidad, como
afirma a los atenienses en el areópago: “No se encuentra (el dios desconocido)
lejos de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como ha dicho
alguno de vosotros: ‘Porque somos también de su linaje’…” (Hc 17,27s). De forma
que, aunque no sea más perfectamente, o como el mismo Pablo dice, “a tientas”
(Hc 17,27), el hombre puede y debe superar el mundo sacral, la esclavitud
infantil a los “elementos de mundo” (Gál 4,3) y pasa a conocer al verdadero Dios
que se autorevela en ellos.
Muchas veces, sin embargo, el pueblo hebreo tuvo el entendimiento obtuso, los
oídos tapados y los ojos cerrados, como el Faraón opresor (cf. Ex 7,3.15; Is 6,10;
Mt 13,14s), para ver la presencia de Dios en la historia. Pero todas aquellas
actuaciones salvícificas tuvieron, como dice la tradición deuterocanomista, una
finalidad para el pueblo de Israel: “A ti se te ha dado ver esto para que sepas
que Yahweh es el verdadero Dios” (Dt 4,35). No fue a través de disquisiciones
filosóficas ni por relatos míticos como Yahweh se reveló a su pueblo, sino que su
esencia íntima, su amor y fidelidad, la manifestó en sus actuaciones salvícificas:
“En esto conocerás que yo soy Yahweh” (Ex 7,5.17, etc.).
De esta forma, la historia fue para Israel una auténtica “teo - fanía” que suscitó la
fe y la esperanza. Es una de las razones por las que la Biblia hebrea a los que
nosotros llamamos “libros históricos” (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) los designa
con el título de “profetas anteriores”, porque sus autores vivieron en la historia
una revelación profética. Y por ello existía también en Israel una ley: el precepto
de narra la historia. Contar la historia no era sólo describir los hechos; era
también captar su significado religioso, describir el brazo de Dios que actuaba en
ellos, para darle gracias. El género literario de la historia de Israel es una
alabanza, un himno, eulogía o bendición, acción de gracias o eucaristía, en una
palabra, una recitación aleluyática y religiosa. Así lo resume el Salmo 78
perfectamente:
“Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como
inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y
numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron
dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahweh Dios de nuestros padres, y
Yahweh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y
nuestra opresión, y Yahweh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso
brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio
esta tierra, tierra que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de
los productos del suelo que tú, Yahweh, me has dado.” (Dt 26,5-10).
Durante el tiempo de su vida terrena Jesús tuvo como alimento hacer la voluntad
de Dios, su Padre (cf. Jn 4,34); su propia persona es la transparencia de Dios,
como él decía: “Quien me ve a Mí, ve a mi Padre” (Jn 14,9). En Jesús, mejor que
en ninguna otra manifestación divina, se realizó lo que afirma el Vaticano II al
hablar de la revelación, que “se realiza por obras y palabras intrínsecamente
unidad” (DV 2), ya que “hablaba las palabras de Dios” (Jn 3,34) y su vida fue la
de “un profeta poderosa en obras y palabras” (Lc 24,19). Por eso pudo decir de
su propia revelación, en contraste con la nuestra de hombres: “El Padre que me
ha enviado, da testimonio de mí. Vosotros no habéis oído su voz, ni habéis visto
nunca su rostro” (Jn 5,37).